Enfermedad

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema «Enfermedad». Este ha sido el relato ganador:

Y enfermó y yo no entendía por qué.
«Las personas buenas no debían enfermar nunca», era una especie de ley en mi mundo de luz y color…pero esto no está escrito en ningún lugar, por desgracia.
Su voz tan dulce y delicada, se fue apagando poco a poco…esa que decía «tú eres la nieta que más quiero», y así a todos sus nietos.
Yo no quería verte enferma, en ese maldito hospital. Así que uno de sus últimos días decidí decirle al oído mientras dormía: «abuela, te veo fuera de este hospital, te quiero». Y decidí no entrar más a verla hasta que saliese de allí. Saliese para hacer esa comida con todos sus hijos y nietos que nos había prometido y que por desgracia, nunca llegó.
Aquel día, yo estaba sentada en el sofá y vi andar a mis hermanas hacia mí llorando y yo, las miré y tapé mis oídos, quizás así no iba a escuchar lo que no quería, no iba a pasar lo que estaba pasando… pero parece ser que sí, que la ley de mi mundo de luz y color estaba equivocada, que las personas, todas, incluso las mejores del mundo tienen que enfermar y tienen que llegar a su fin. Eso sí, para mantenerse vivas siempre dentro de nuestro corazón.

CARMEN JT

sick-in-bed

Continuaba remando a pesar de sentirme febril. No podía retrasarme, le había prometido al señor Morales que le llevaría el bidón de gasoil esta tarde. No podía permitirme faltar a mi palabra, y mucho menos con algo tan preciado como el gasoil en esta costa.
Ya podía ver la isla del faro, me quedaba menos de una hora, pero me sentía cada vez peor. Nunca me he mareado en la mar y ahora creía que iba a vomitar…, pero no pensaba parar de remar… ¡Qué iban a decir de mi en el puerto! «Martín dejo al farero sin gasoil por un constipado».
La mar estaba tranquila esa tarde, pero los remos me pesaban como si fueran de acero. Aún me quedaba más de una milla para llegar al embarcadero donde ya podía ver al viejo farero esperando mi arribada. Parecía que el pecho me iba a explotar con la tos que siguió a los fuertes estornudos, tanto, que Morales podía oírlos desde el muelle, por eso hizo sonar tres veces su chifle (señal de que puede haber complicaciones).
Yo levanté un remo para indicar que podía continuar y así lo hice.
Amarrado el bote e izado el bidón al embarcadero, el viejo lobo de mar me miró fijamente y dijo con su voz rota y agría: «Por las barbas de Posesión! Estás enfermo, chaval. No vas a salir a la mar en ese estado, harás noche aquí y mañana volverás a Puerto».
Me ordenó entrar en la casita que había en el pie del faro y sentarme al lado del fuego. Después de arroparme con una manta de piel de foca, me ofreció un cuenco con caldo caliente, mientras no paraba de hablar de sus viajes alrededor del mundo.
Yo bebía del cuenco pequeños sorbos y realmente podía sentir cómo mitigaba el dolor de mi garganta. Morales añadió al cuenco unas gotas de una botella de ron rellena de lo que me parecían ramas o algas.
A cada trago me sentía mejor y las historias del marino me parecían cada vez más reales. Mis ojos se cerraban de vez en cuando y, cuando los volvía abrir, el rostro de los personajes de los que hablaba Morales parecían tomar el suyo para seguir contando su propia historia.
Tuve la sensación de no estar acompañado solamente por Morales. Me incorporé un poco para comprobar que ahí estaba también Manuel Urtain, su hijo mayor y los tres miembros de su tripulación, todos desaparecidos en el naufragio del Magdalena tres años atrás.
Morales seguía rellenado mi cuenco con aquel licor y tarareando canciones marineras. El resto de marinos le seguían a los coros cuando me dormí profundamente.
Al amanecer, el viejo ya estaba con sus quehaceres cuando me despertó el aroma del café recién hecho. Me fui desperezándo a la vez que comprobaba que me encontraba mucho mejor… Más que eso, estaba estupendamente.
El viejo me miró sonriendo y dijo: «Ya estas mejor, eh, chaval? Pues después del café, a remar, y no cuentes milongas del faro o te tomaran por loco, como al farero».

CURSOS SOLDADURA


Llega la noche y la hora de ir a la cama. Hace fresquito en la calle y apetece taparse en una cama bien preparada para la ocasión .Me acuesto y bien arropada me duermo pero a las dos de la madrugada se acabó el confort las toses del vecino de arriba no cesan, vueltas en la cama y aquello sigue y sigue ……pienso porque no se levanta y toma algo para la tos, un poco de miel o una pastilla de chupar o lo que sea….o se va al sofá. ..Pero nada, con ese panorama me levanto y la que se va al sofá soy yo…….

MARÍA RUBIO OCHOA


Estás enfermo, dijo la oveja al yermo.

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MIGUEL HERNÁNDEZ MARTÍN


ENFERMA DEL ALMA
Despues de casi veinte años ejerciendo como medico en una pequeña consulta de un barrio periferico, la semana pasada, me encontre con una situacion, un tanto extraña, que jamas, en toda mi carrera, me habia encontrado.
Faltando menos de una hora, para acabar la jornada, de una mañana plomiza de otoño, deje pasar al siguiente paciente.
Me encontre de frente con una señora de unos cuarenta y tantos, delgada, vestida elegantemente, que llevaba de la mano a una niña pecosa, cabizbaja, morena, arrastrando los pies, y la sento en la silla, con un meneo.
Parecia agitada, y bastante apurada.
– Usted dirá- le dije-
– verà, no sè, como explicarselo-dijo, poniendose la mano en el pecho, apuradisima-
– Bueno, calmese, y cuènteme.
– Verá, es la niña, que le explique, que sea ella misma que se lo diga.
– A ver guapa – le dije mirandola- ¿como te llamas-?.
La niña, levantó la mirada, y me dijo:
– Me llamo Sara, y me duele el alma.
– ¿co-como?,¿que te duele el què?
– El alma, me duele el alma.
Mi cara de estupor, debia ser todo un poema, que la madre cazó al vuelo.
-¡vè!, ¡lo que yo le decia!, ¡èsta niña está tonta!.
No pude menos que reclinarme en mi silla,mesarme la barbilla, y mirar a la niña fijamente.
– A ver, monina -le dije recostandome sobre la mesa-, cuentame que es eso de que te duele el alma.
Despues de un silencio, la niña comenzo a hablar.
– Verá usted, estoy enferma del alma, triste, nó. Verá, no me gusta la tablet, me gusta la comba, pero no tengo sitio donde saltar. No me gustan los moviles, me gusta jugar con las gomas, pero como no tengo a nadie, juego con dos sillas. Como tampoco me gustan los grupos de musica, salgo al parque a escuchar los pajaros.
No me gustan las fiestas de pijama, prefiero ver la luna. Ni tampoco la television, prefiero leer libros.
-¡ay doctor!- suspira la madre-¿es depresion?.
-¡no! – respondo categoricamente-, el diagnostico de su hija, está clarisimo.
-¡digamelo!.
– Su hija….quiere ser lo que es, una niña.

EMILIANO HEREDIA


Siento un frío sin nombre como si me abrazase cada hueso gélido metal. Es un frío voraz como venganza de ventisca o invierno furioso. Frío concentrado. Mira dentro de mí, doctor, y verás mi alma recubierta de la escarcha más triste.
Doctor, ¿qué me está ocurriendo? ¿no lo nota? Hay un terremoto como llanto de Dios recién nacido. Hay un terremoto y el epicentro es mi cuerpo. Todo tiembla, como neblina ondulante de calor a ras de arena de playa. Ni siquiera puedo coger una cuchara sin derramar su contenido o lanzarla lejos. Mis manos están poseídas por antiguos demonios, están a rebosar de una locura focalizada. La única luz encendida está en este cerebro desheredado de su cuerpo.
Míreme, la saliva cae de mi boca entreabierta como las viscosas aguas pardas de un pantano olvidado. Cuando las enfermeras me limpian los alrededores de la boca puedo percibir hebras rojas. La sangre también me abandona, no solo la suerte o el amor. Míreme, ¿usted diría que soy viejo? Yo no lo siento así, o no lo sentía así, es decir, me he convertido en la sombra de mí mismo, en una caricatura difusa, casi esperpéntica, no debería ocurrirme esto a mis cincuenta años. ¿Qué? Se sorprende. 50 años. Sí. Lo sé, la piel se mete entre los huesos y la parodia de mis músculos como esos relojes de Dalí que se derriten. Media vida, y el pelo ha perdido todo el brillo y donde no clarea es que ya no está y esas manchas que me cubren la piel o esas zonas ásperas, de pronto, como diminuto jardín mísero… ¿qué puedo decir? ¿qué usted también tiene mi edad, doctor? Mírenos, alégrese, somos la noche y el día.
Estar postrado en esta cama me despierta un escozor terrible en la espalda, y en las corvas, cuando me mueven me niego a ver. Un olor repulsivo acude como exhalación de caldero de bruja hasta mi nariz. Y ese olor proviene de donde antes yacía tumbado. Siento una gran vergüenza por el trabajo que estoy causando. Perdone la tos. ¿Es curiosa la tos verdad? Algo tan cotidiano, tan nimio en el día a día urbano, a lo que no se le presta demasiada atención. Y ahora la temo. Sí. Ahora temo mi propia tos porque me provoca mucho dolor. AAAAAAAHH. Sí, heridas en la garganta, eso pensaba.
Qué más puedo decirle doctor. A veces respirar se vuelve muy pesado, parece que han colocado sobre mi pecho lingotes de hierro. Cuando inspiro provoco un sonido muy raro, molesto como el rasgar de pizarras por uñas afiladas, voz de muerto lo llamo, aunque las enfermeras me dicen que no diga esas cosas. Pero así suena, a voz de muerto, a un idioma que sólo podrían entender los espíritus. Quizá a mí me queda poco para poder comprenderlo.
¿Qué si temo a la muerte? Claro que la temo. Pero vivo en un conflicto permanente: a veces me parece una salida agradable, otras veces pienso que sólo tengo 50 años. No he dado la vuelta al mundo, no he visto a mis padres desde hace veinte años, no me he disculpado lo suficiente, la vida ha sido tan efímera como el sabor de uno de esos chicles de menta. Pero qué más da, doctor, míreme. Ah, disculpe, la saliva, no la controlo. Y creo que estoy perdiendo visión. No sé, doctor. No sé.

MARIO SÁNCHEZ


Enferma, pero viva.
-Hola, estas ahí?
-Si ya desperté, con un tono malhumorado esperando que el día no comience aun, que me dejen un ratico más abrazada a las sabanas, sin más sonido que sus sueños.
-¿Te levantas ya?
-¡!!si¡¡¡ por Dios dame un respiro, no puedo comenzar así de rápido el día, ¿No puedes dejarme un rato mas ?¿No puedes dejarme con mis sueños ?
-No, debo ya empezar mi jornada, sino ¿para qué estoy? Tienes que empezar a sentir el mareo, esa angustia que te oprima el estómago, la sensación de tener una piedra oprimiendo tu garganta, la necesidad imperiosa de vomitarla pero que ella no quiera irse. El saber que quizás no alcances a todo , hacerte sentir inútil. Ver como ellos te necesitan pero tus brazos , tus pies no quieren seguir el movimiento. Como él te pide jugar pero tu cabeza explota y no puedes soportar sus gritos. Quiero que te levantes para empezar a hacer que caigas.
-¡uf ¡Pues nada comencemos y con la desgana de saber lo que nos espera , salir del manto seguro de nuestra cama , para comenzar a luchar un día mas .
(Hace algunos años padecí una enfermedad, cuyo diagnóstico llevo su tiempo alcanzar, una enfermedad rara, hasta ese momento todo era miedo, terror, dudas, incertidumbre pero había muchas cosas en mi vida que hacían que tuviera cada vez más ganas de curar y sonreír, siempre sonreír, por mí , por ellos , por quien tenía que venir a mi vida . No sé lo que me depara el futuro, pero se lo que siempre haré: luchar)

LOLY BÁRCENA HUMANES


Una madre no puede enfermar. Además parece que todos dependen de ella. Con tres hijos de diferentes edades, requieren cosas diferentes. A uno hay que acompañarlo a natación, al otro al cumpleaños de Cristina y al otro a comprar ropa porque los pantalones los estrena él, que para eso es el mayor… y tiene que ser de calidad porque tendrá larga vida en las piernas de sus hermanos.
Pero que pasa cuando la madre enferma… pues que no hay natación, ni cumpleaños, ni pantalones… La vida se paraliza en casa y en la calle!!
Así que si!! He de dormir con la cebolla en la mesita de noche para calmar la tos… mas que nada para prevenir, esperando a que nadie tenga que depender de mi salud, al menos hasta que los niños cumplan unos años mas!!!
Quien me mandaria a mi meterme en este lio!!!

ISABEL MAGDALENA


Los síntomas comenzaron anoche, pero preferí no decir nada por si acaso se trataba una falsa alarma y evitarme así la rutinaria charla del dolor del parto y como los hombres no tenemos aguante… En fin.
A media noche la sonrisa del unicornio que se asomaba tras el marco de la puerta confirmó mis sospechas: tenía fiebre y ésta debía ser muy alta, por que el unicornio nunca, hasta el día de hoy, me había dedicado una sonrisa…
Cuando abrí los ojos de nuevo era ya de día y podía oir el agua de la ducha en el baño. Toda la habitación me daba vueltas. Preferí no pensar en que aún no había vomitado, pero no me dio tiempo, ya estaba pensando en ello y el estómago se percató. Intentando por todos los medios moverme lo menos posible comencé a buscar con la mirada algún recipiente. La tripa me metía prisa. Llamé a la Juana, pero hoy, precisamente hoy, le había dado por meterse con Bisbal en la ducha. Decidí, con un esfuerzo sobre humano, moverme y al asomar la cabeza por el borde de la cama vi su bolso abierto en el suelo. No lo hice aposta, lo juro… Pero no pude evitar sonreir al imaginármelo.
Ains que malito estoy…
Volví a despertarme, en esta ocasión sobresaltado al sentir la mano helada de mi mujer sobre la frente. «¿Estás malo otra vez?», me preguntó con cara de pocos amigos. «¿Te he vomitado en el bolso?», pensé aterrado. «Por favor dime que no te he vomitado en el bolso.»
«Bueno al menos no has vomitado aún» dijo mientras volvía al baño. ¡Claro! La cara es la de las mañanas… Maldita fiebre… La Juana volvió con una palangana y la fue a colocar en el suelo cuando me aferré a ella como un tigre apresando a su presa. Hasta yo me sorprendí de mi propia agilidad mientras el estómago me bombeaba las entrañas.
«Creo que hoy no voy a ir a trabajar» acerté a decir entre chorro y chorro. La Juana se dió la vuelta y tras el familiar chasquido con la boca que hacía cada vez que algo le importunaba la oí decir mientras se iba: «Cuatro, cuatro hijos he parido…»

KARLOS WAYNE


Consideraba cualquier acto de quietud como enfermedad.
Yo, que recorrí todos los espacios por donde el había estado para lamer el suelo que pisó.
Que no me acostumbraba a un domingo en la cama viendo como se pudría mi cuerpo sin que él transitara por el, aunque fuese de forma efímera.
¿a quién coño le importan los locos si no es para divertirse con ellos durante un tiempo pactado?
Al principio te gustaban los extremos.
Hasta que vinieron los accidentes.
Y ya no sabías cómo hacerme callar.
Yo veía que esculpías kilómetros de tu cama a la mía. Pero pensé, siempre pensé, que era parte del juego. De la agitación.
Pero te asustaste, te asustaste como cualquier puto pasajero del metro cuando entra un loco con una guitarra y mucha hambre.
Y vino el silencio. El silencio como enfermedad de quietud. Porque ya estabas cansado de montañas rusas que funcionaban a base de electricidad imparable, y preferiste soplar en su contra para intentar pararla.
Y vino el accidente, de nuevo, el accidente.
Después de este vinieron otros. Muchos otros accidentes. Mucho ruido. Cuando tú querías silencio. Y yo obsesionado con la planicie. Con la puta llanura. Asqueado por que no hubiese baches, cuando al principio había zócalos en tus sienes.
Preferiste congelar esa parte de caos que había en ti
Y convertirme a mi en puto estanque.
Y yo quería mares y mares
Muertos o vivos.
Huir de la congelación,
Huir del molde,
Vivir en el éxtasis del principio siempre.
Y al final me convenciste, de que precisamente el enfermo es el que no puede dejar de bailar.
En funerales, en bodas
En inicios
Y en finales.
Y me medicaste con el castigo
De aprender a vivir en un sofá
Sin perspectiva de futuro.

CARLOS COSTA


Amar a pesar de…
Alicia se sintió indispuesta, aquella mañana gris de octubre, amaneció con fiebre muy alta, al abrir sus ojos, lo primero que hizo, fue buscar la foto de Julio que, como cada noche, – durante meses -, dormía con ella bajo su almohada,… él era el bálsamo de sus sueños, de sus suspiros, ¡era su todo!
En éste día tan especial, – su primera cita oficial – no podía permitirse estar enferma, ya bastantes trabas la alejaban de su amor. Su madre no quiso que, bajo el estado febril en el cual se encontraba su hija; saliese a la calle. La notaba débil y su preocupación iba en aumento, ya que no podía tomar cualquier antitérmico… debería verla el médico, pero ella se negó en redondo. No podía permitir faltar a la cita…¡su cita!
Maribel, su madre, apoyaba cien por cien el amor que su hija mantenía con Julio. Había vivido desde el principio la complicidad de sus miradas, sus ávidos deseos de besarse – aunque ciertamente apenas podían tocarse -, todos en el centro eran conocedores de ése amor tan especial, surgido de la convivencia que, día tras día, se iba acrecentando mutuamente.
Alicia se la jugó y a escondidas de su madre, tomó un sobre de Ibuprofeno que encontró un un cajón de la cocina. Sabía que con su medicación actual, podría hacer interacción con otros medicamentos, pero eso a ella, no le importó en absoluto.
Julio estaba impaciente, nervioso, constantemente miraba el reloj y se preguntaba si ella acudiría puntual a su cita en el parque María Luisa, muy conocido de Sevilla, por tanto no creía se pudiese perder, además, ella vivía en la Plaza de los Duendes, muy cerca de donde se habían citado.
Expectante ante todo lo que veían sus ojos; un entorno privilegiado…, el balancear de las ramas de árboles, mecidas por una suave brisa que corría ésa tarde, hojas teñidas por el ocre del otoño yacían en el suelo, otras corrían en pos de un destino.
Parejas sentadas en bancos – algunos muy viejos por el correr de los años – se besaban o conversaban. Julio nuevamente miró su reloj, su corazón cada vez estaba mas acelerado,… ya pensaba que Alicia no acudiría a su cita.
De pronto vio como ella se acercaba, sus miradas iban buscándose entre si y al llegar a su lado, él le extendió una hortensia para que lo cogiese. Alicia la tomó en sus manos, le fascinó su colorido; azul, rosa y blanco e instintivamente, se la colocó en el pelo. Sus labios no podían besarse, les separaban sus sillas de ruedas, pero eso no era impedimento para vivir su intensa y maravillosa historia de amor. Un amor que traspasaba todo obstáculo, frontera e inconvenientes que la vida les había deparado – incluso la fiebre de amanecida – ¡ellos se amaban! querían estar juntos disfrutando la tarde; como cualquier otra pareja de enamorados, así que sus ruedas comenzaron a «caminar» juntas, cogidos de la mano.
Sus manos eran los besos que brotaban de sus ardientes corazones,… irradiando un impoluto amor, !de los que muy pocos podrían presumir!

MARI CARMEN CUESTA


No puedo cerrar los ojos sin pensar en el dolor, que nunca se acaba y siempre me acompaña, el cansancio extremo, la dependencia de otra persona para ciertas actividades (dejémoslo así), o pérdida de independencia, pérdida de memoria reciente, pérdida de autoestima, tener un gran sentido de culpabilidad, tener rabia, desesperación, impotencia…….. la continua lucha, por precisamente continuar adelante y nunca hacia atrás. Pero no vas hacia adelante, sino que retrocedes.
No puedo abrir los ojos para ver esta realidad que me rodea, y que me absorbe, debilita y deforma por dentro y por fuera. Sin ninguna piedad. Sin tregua. Sin momentos de paz, ni tranquilidad, ni aún agitando un pañuelo blanco en son de éllo. La tristeza me corroe, y los sueños ya no existen. Llevo años sin soñar, ya no recuerdo cuántos. Y reflexiono sobre la vida. Sobre la importancia de las pequeñas cosas y lo sobrevalorado del materialismo. Don dinero no sirve en estos casos. La salud no se compra, y es lo más valioso que poseemos, junto al amor. Intentad conservarlo, aunque no dependa de uno.
Parece que se sucedan las palizas, que no lo son, pero mi cuerpo lo reconoce así. Las fuerzas no me sostienen en pie. Me dejaría caer en cualquier rincón. Incluso en medio de la calle. No comería ni bebería, hasta llegar al final del camino. ¿Para qué sirve vivir así?
Describir el dolor y el cansancio extremo es muy difícil. Mucha gente pensará que no. Pero sí lo es, y más cuando la gran mayoría no te cree, ni comprende, ni quiere comprender.
Yo sólo les digo que piensen en algún momento de dolor físico y cansancio que hayan pasado realmente malo. Me dicen que sí, que vale. Después ya sólo les digo: imagina ésto, todos los días, todas las horas, todos los minutos, y segundos de cada día de tu vida. Ésto es mi enfermedad. Ésto es mi vida ahora.
Constante. Demoledora. No saber si hoy podrás conseguir levantarte de la cama, para llegar al baño, o llegar al sofá, o llegar a la silla para sentarte y comer. O volver a la cama. Y vuelta a empezar.
No podré hacer nunca más planes, porque no sé si podré cumplirlos. Ni siquiera se me ocurre nada que me dé una pizca de aliento, de saber que aún sigo viva, cuando para mí ya estoy muerta. Sólo el ver a los míos sanos me insufla un mínimo de bienestar, de tranquilidad. Prefiero, ya que estamos, tener todo lo malo yo. Ya no me quiero ni ver en el espejo. Ésa ya no soy yo.
No tengo nada que ofrecer a nadie. Sólo puedo escuchar, aunque a veces no sé qué he escuchado. Y todo es peor.
Mi cuerpo se pone nervioso. Empieza un temblor en mis manos, y despues por todo el cuerpo. Las medicinas ya no hacen efecto. Sólo puedo hacer ejercicios de respiración para intentar que la calma regrese. Y esperar, esperar………hasta la calma o hasta que quizás vuelva a suceder lo mismo.
Quizás hoy, o mañana. Pero volverá. No me olvidará, eso sí.
No sé si hoy dormiré. Puede que sí o puede que no. Tampoco lo sé. Pero me resigno. Ya dormiré en algún momento.
Y si no, pues mañana será otro día.
Aún hay alguien ‘considerado’ que te dice que de ésto no te vas a morir. Tiene razón. Pero estar vivo así, no tiene mucho sentido.

LA XICUELA DE CORRIOL BENLLOCH

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10 comentarios en «Enfermedad»

  1. Mi voto es para mi Carmen JT. Me ha hecho revivir un recuerdo dolorosísimo pero muy emotivo también. Un día en el que aprendimos quince lecciones de golpe.

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  2. Esta semana me ha costado mucho deidirme entre dos. Pero al finsl me ha tirado mas el mar…
    Mi voto es para Cursos Soldadura. Me ha encantado leerlo.
    🙂

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