Tango – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «tango». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 14 de diciembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Comenzamos a danzar alrededor de la hoguera, el ritmo era sensual y las miradas penetraban en las almas.
La música dejó de sonar, no obstante, los bailarines siguieron bailando, ya que tenían el tango tan interiorizado que la melodía sonaba en su interior,en su espíritu. Ella cogió una rosa y la mordió de forma sensual, se la ofreció a él sin llegar a juntar sus labios pese al clima creciente de hormonas lívidas. Él notó una extraña sensación de placer que culminó con una enorme y duradera erección.
El bailarín se había empalmado, el pecado de la lujuria había culminado, él había danzado, jugado y por supuesto por ende había ganado.
Moraleja: ni se gana ni se pierde, simplemente se empalma, digo se aprende, discúlpeme lector;en que estaría yo pensando…

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Al bailar «Tango» en la fiesta los esclavos negros de aquella época sentían la libertad y a la vez olvidaban el sufrimiento que el amo los sometía…
Por suerte, los tiempos han cambiado y hoy permite ala pareja mujer y hombre mover sus cuerpos co esa gracia volátil acompasados con música acordé.
Los bailarines en el tango se pierden en ese placer del alma que inrumpe en la sala con su arte único y de espectáculo…

DAVID MERLÁN

España. Diciembre de 1982.
Los ecos del mundial de fútbol celebrado en nuestro país aquel verano del 82 aún no se había disipado del colectivo nacional. Los goles de la escuadra azzurra en la final que le ganaría a Alemania Federal aún retumbaban con fuerza en aquella sociedad ochentera.
Todos los niños, y no tan niños, de aquel año, soñaban con emular a los Paolo Rossi, Tardelli y Altobelli. Cada uno de aquellos goles había sido logrados con un balón muy especial, un Tango Adidas diseñado para la cita mundialista.
Ese año, el regalo estrella que todos querían era ese balón. Los Reyes Magos de aquellas fiestas vendrían cargados de ilusiones, que sin duda, tendrían forma redonda. Cada niño deseaba por encima de todas las cosas que sus Majestades les trageran aquel regalo. Uno de aquellos niños era Manolito que, día tras día durante aquellos días previos a la navidad, pasaba por delante de la tienda del señor Ramón y suspiraba con su nariz pegada al escaparate mientras dejaba volar su imaginación. Quería intentar emular a aquellos ases del balón mientras el vaho empañaba el cristal.
—Mama, me pido el Tango. No quiero nada más para los Reyes. Me da igual que no me traigan nada, ¿Vale?
—Está bien. Pero piensa algo más por si acaso no te lo pueden traer, ¿Vale? Date cuenta que no eres el único que se lo pide, y los Reyes a lo mejor no pueden traerselo a todo el mundo—. contestó la madre sabedora de la ardua tarea que se le presentaba a los adultos de todo el país aquel año. La caza y captura del codiciado regalo estrella.
— ¡Claro que sí! Ya verás como me lo traen. Son Magos, ¿Recuerdas?—mientras dirigía la mirada a su madre con signos de incredulidad.
Y así fueron pasando los días y semanas previas. Los padres de Manolito habían tenido que «gastar» un par de favores, pero al fin, y como si de un partido de fútbol se tratase, y ya casi en el tiempo de descuento, la tarde noche de aquel 5 de enero, se hicieron con el codiciado trofeo. Estaban exultantes, y sabían que, cuando a la mañana siguiente su hijo abriese los regalos acompañando de su hermanita pequeña, la ilusion y la fe increbantable en los tres Reyes Magos de Oriente se mantendría intanta un año más.
Eran conscientes de que la inocencia de un niño es lo más bonito y enternecedor que unos padres pueden disfrutar de sus hijos, hijos que por desgracia, con el paso de cada generación, se fueron haciendo mayores cada vez más pronto.

BENEDICTO PALACIOS

No sé bailar, menos un tango, pero me gustan la música y las letras.
«El día que me quieras…»
«Caminito que el tiempo ha borrado…»
«Volver…»
«Sueño con el pasado que añoro…»
Muchos sentimientos motivan y se hallan presentes en un tango, pero yo señalaría los que siguen:
— Pesar por la usencia de la persona amada.
—Melancolía profunda por una separación.
—Añoranza por no haber impedido que abandonara.
—Desolación cuando irrumpen las penas y el pesar.
—Soledad tras una deserción.
—Quiebra, extravío, aturdimiento, confusión por una pérdida.
—Despedida, adiós, cuando el regreso es imposible.
Hubiera sido interesante acompañar cualquier de estos sentimientos con la fuerza de un canto desgarrado. Lo intenté ensayando volver y se me quebró la voz.
Lo siento.

RAQUEL LÓPEZ

Buenos Aires, tierra querida
donde el tango se baila
en armonía, danza y pasión
mientras los cuerpos se entrelazan.
Al son del bandoneón
allá, en el arrabal,
se ve el juego de seducción
un lenguaje sensual.
Reunidos los milongueros
con sus poses elegantes,
se entregan a ritmo de Tango
haciendo del baile, un arte.

FÉLIX MELÉNDEZ

Es un paseo
hacia el cielo,
donde seduce
aquel que baila,
al que mira.
Es un andar ligero
al compás,
de la música.
El tango es
una aventura,
un sentimiento,
un hilo invisible,
que ata y atrae.
El tango son caricias,
te toca y enrolla,
te suelta y recoge,
desliza el alma,
regala hermosura
paseos con soltura.
El tango son
unos pasos largos,
una música corta,
corazón vagabundo,
derrochando celo,
acompasados en tiempo,
pegaditos dos cuerpos
haciendo eses,
cada momento.
El tango es un
abrazo de pies,
más que sensual,
rápido, efímero,
enérgico y seguro,
dibujando sobre
el suelo sueños
con los pies,
El tango son
círculos eternos,
de amor puro,
desafío y brío
exposición y demostración
música y cultura.
El tango es una
forma de quererse
entre dos cuerpos,
soñadores y bailarines.

PAQUITA ESCOBERO

El ritmo de las raíces africanas del tango
Por Paquita Escobero
Diciembre 2023
Hace algún tiempo, en las vibrantes calles de Buenos Aires, vivía una joven argentina llamada Sofía. A ella siempre le habían fascinado las historias de su abuela sobre su rico patrimonio cultural. Una tarde soleada, mientras estaban sentadas juntas en un banco al sol, Sofía se armó de valor para hacerle a su abuela Rosa una pregunta que llevaba rondando en su mente bastante tiempo.
— Abuela, comenzó Sofía tímidamente, ¿podrías contarme una vez más sobre los orígenes del tango africano?
Si abuela sonrió cálidamente y asintió con la cabeza. Podía sentir la ardiente curiosidad de su nieta y estaba encantada de compartir esta parte significativa de su historia una vez más. Se acurrucaron cómodamente y la abuela comenzó su relato.
— Hace mucho tiempo, Sofía, las raíces del tango viajaron desde el vasto continente africano hasta las calles de Argentina. Se dice que los esclavos africanos, traídos a América del Sur, llevaban consigo sus ritmos y bailes cautivadores. Y lo mejor el instrumento que daría nombre a este baile que ahora nos caracteriza, el tan-gó.
Los ojos de Sofía se abrieron con anticipación.
– Su música, cariño, continuó la abuela, era como el latido del corazón de sus almas, pulsando con una pasión y energía únicas. A ese sonido lo acompañaban bailando para expresar sus alegrías, tristezas y esperanzas, y a menudo usaban la danza como forma de comunicación cuando las palabras fallaban.
La curiosidad surgió dentro de Sofía y se acercó más a su abuela, sin dejar de mirar esos grandes ojos negros y profundos que habían ido pasando de generación en generación, completamente absorta en las palabras de su abuela, que siguió su relato.
– A medida que los ritmos africanos se mezclaron con las melodías traídas por los inmigrantes europeos, la voz de Rosa se hizo más suave, comenzaron a surgir nuevos sonidos, formando las bases de lo que ahora conocemos como el tango. Se convirtió en una hermosa fusión de culturas, que refleja la diversidad y la unidad de nuestra querida Argentina.
La mente de Sofía zumbaba con vívidas imágenes de hombres y mujeres bailando apasionadamente juntos. Rosa siguió con su relato al ver a su nieta sonreír, quería saber más y ella podía dárselo.
— Aunque los orígenes del tango africano pueden haber sido humildes cariño, continuó contando, el baile eventualmente ganó popularidad entre los barrios obreros de Buenos Aires. Se convirtió en una forma para que la gente se expresara y encontrara consuelo en el ritmo, y conectar con otras personas que compartieron luchas similares.
Sofía imaginó las animadas calles del viejo Buenos Aires, llenas de música, risas y sonido de pies bailando.
— Cuéntame más abuela, ¡No pares ahora!
— «Por donde iba», pensó… ¡Ah, ya me acuerdo!. No fue hasta principios del siglo XX hija mía, los ojos de la abuela brillaron con nostalgia, que el tango ganó reconocimiento y extendió sus alas más allá de las fronteras de Argentina. Nuestra querida danza viajó a los grandes escenarios de Europa, llevando al mundo por tormenta. A partir de ahí, continuó evolucionando y encantando, cautivando corazones en todas partes.
Sofía no pudo evitar sonreír. La historia la hizo sentir orgullosa de su cultura, de la vibrante historia incrustada en el tejido mismo de sus vidas.
— Y esa, mi querida niña, es la historia de cómo surgió el tango africano en Argentina. Representa la resiliencia, la creatividad y la capacidad de la música para cerrar brechas entre diferentes culturas. Nuestros antepasados nos regalaron esta hermosa forma de arte, y es nuestra responsabilidad apreciarla y transmitirla a las generaciones futuras.
Sofía abrazó fuertemente a su abuela, sintiendo una inmensa gratitud por los conocimientos que había recibido. La historia del tango africano había encendido una llama en su corazón, una llama que continuaría llevando el ritmo de su herencia en los años venideros.
Juntas, Rosa y Sofía abrazaron el espíritu del tango africano, saboreando la belleza de su propia historia única, una herencia que siempre guardarán cerca de sus corazones. Aunque la abuela se guardó algunas cosas para no dejar de ver sonreír a su nieta. «Mi querida niña, lo que tu imaginación no sabe es que lo ocurrido no es así de sencillo, una historia poco fiel para una realidad cruel».
En su memoria estaban las historias que sus antepasados le contaron a ella desde 1800 hasta hoy en día, que el tango venía de la esclavitud, de aquellos conquistadores que arrancaban de tierras Africanas como El Congo, a personas que como mucho habían conseguido llevarse con ellos el tan-gó, para hacer la travesía más amena con sus ritmos y su música si sus patronos tenía a bien consentir que se quedaran con ellos, algunos llegaron al destino que no habían elegido para que la historia se convirtiera en música, la música en baile y este en la danza de una tierra. Aquellos llamados conquistadores creían salvar de males, a lugares ya descubiertos por los que allí habitaban.
Pero la historia de la humanidad está plagada de errores que las épocas lo creían justificar y el futuro ya no lo podía solucionar y quería seguir viendo a Sofía sonreír.
Mientras, se llenaba como cada día a las seis de la tarde la Plaza Dorrego de Buenos Aires. Parejas engalanadas y turistas absortos por ese compás de un cuatro por cuatro de Carlos Gardel, comenzaba a sonar y una dulce voz acompañaba la guitarra.
Por las mejillas de Rosa caían unas lentas lágrimas, las que Sofía secaba creyendo que eran de emoción.
…» tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve, a enfrentarse con mi vida. Tengo miedo de las noches que pobladas de recuerdos encanecen mi soñar»…

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

MILONGA SENTIMENTAL
Sabe, Borges detestaba el tango melancólico, lacrimógeno y cornudo, pero disfrutaba, por contra, con el que transmitía la «felicidad del coraje». Según él, los tangos primeros apenas tenían letra: «… o tenían una letra que podemos decorosamente llamar “inefable”; tenían letra indecente o si no una letra meramente traviesa». Conforme las letras aparecieron, afirma, los tangos se volvieron «llorones». El tango, pues, adquiere un carácter épico para los argentinos: «… nos da a todos un pasado imaginario, todos sentimos que, de un modo mágico, hemos muerto peleando en una esquina del suburbio».
Quizá por eso yo soy más de milonga, ya ve usted: Jorge Maciel, Ferrari, Gardel, Libertad Lamarque, Rosita Quiroga, Piazzolla… A todos los conocí gracias a ella, y pasábamos las horas muertas escuchando a los grandes hasta rajar los vinilos:
  1. Viejo café cincuentón
    que por la Boca existía,
    allá por Olavarría
    esquina Almirante Brown.
    Se estremeció de emoción
    tu despacho de bebidas
    con las milongas sentidas
    de Gabino y de Cazón
    .
A Celia se le vidriaban los ojos cuando Anibal Troilo atacaba así «El morocho y el oriental». Le hacía recordar. En el 98, sus papás regentaban un almacén por Puente Avellaneda—me pregunto si allá, Puente de Vallecas sonará con la misma musicalidad—. Un negocio sin pretensiones, de barrio, de los de apuntarle la cuenta a la doña de mes a mes, pero suficiente para sacar adelante a la familia. Pero en 2001, el corralito de De la Rúa arrasó con todo. El quilombo estaba servido, no hubo otra que apagar luces, juntar algo de guita y cruzar el charco.
Como le decía, nosotros éramos milongueros, pero como nos lo dieron machito, no quedó otra que ponerle Tango, que para un perro es un nombre tan bueno como cualquier otro. Y le cuadraba el acristianamiento, porque lucía un pelo brillante, como engominado, y morocho, al mejor estilo de los tangueros rioplatenses de principios del XX. Esa era la causa de que festejásemos cada 11 de diciembre como una onomástica. Muy gardeliano, pensará usted, y no le quito la razón, pero cada cual tiene sus querencias. A nadie hacíamos daño.
Fue un tiempo hermoso que disfrutamos a plenitud, sin reparos. Pero con todo, no dejaba de causarme cierta zozobra, cuando veía cómo le brillaban los ojos con alguna de aquellas canciones porteñas:
Así se baila el tango.
Sintiendo en la cara,
la sangre que sube
a cada compás,
y mientras el brazo,
como una serpiente,
se enrosca en el talle
que se va a quebrar.
—Una tarde cualquiera, se desgajará él de alguna esquina, a contraluz, con su porte canalla, el pitillo sesgado entre los labios, marcando el asfalto con un compás de dos por cuatro; te tomará de la cintura y os perderéis en la bruma de Cibeles, prendidos en una bailada tórrida y girando ochos, con un soundtrack de bandoneón.
Eso la enfadaba mucho. Aborrecía los estereotipos en general, pero mucho más el montaje para guiris, con el que muchos suelen identificar a los argentinos.
—¿Vos matás toros, boludo? Pues igual. Allá no andamos en volatines, con la pollera rajada y gastando suela para sacarle lustre al asfalto Ya estuvo bueno con la pendejada, ¿sí?
Y se tumbaba en el sofá para que le masajeara los pies. Entonces, el perrillo le reclamaba ladrando, hasta que lo subía a su regazo. Al rato, a los dos los ganaba el sueño y era un gozo ver esa bolita de pelo negro, con el morro apoyado entre las patas y la trufilla brillante, subir y bajar al ritmo acompasado de la respiración de ella.
Pero nada en esta vida dura eternamente y menos el enamoramiento. Dicen los que saben de esto, que en no más de seis años la pasión se enfría. Ella me puso una fecha de caducidad algo más corta.
—Sabes, amor, hay un tipo que viene por el laburo, casi todos los días, y me tira los trastos —comentó divertida en la sobremesa, mientras tomábamos el café—. Yo hago como si nada, pero me da risa. ¡No pongas esa cara! ¿Te sentís celoso, pelotudo? Se cansará más pronto que tarde.
Amigo, créame usted, no eche mi consejo en saco roto; si su señora le viene con la broma de que otro la anda cortejando, es una señal de que algo no funciona. Se terminó la leña, está avisando de que el tango se vuelve lagrimoso, bolacero y cabrón. Prepárese para lucir la triple corona. Me dejó las llaves del apartamento en el buzón, un vacío tremendo en el armario y el corazón como un queso gruyere.
No hace mucho la vi por la calle. Iba sola, paseando a Tango. Hasta el perro metió en el lote, no vaya usted a pensar que se conformó con llevarse mi alma. Y una punzada de rencor se me atravesó en el pecho, que me hizo desearla infeliz, vencida, rota:
Sola, fané, descangayada, la vi esta madrugada
Salir de un cabaret, flaca, dos cuartos de cogote
Y una percha en el escote bajo la nuez
Chueca, vestida de pebeta, teñida y coqueteando
Su desnudez, parecía un gallo despluma’o
Mostrando al compadrear el cuero picotea’o
Yo que sé cuando no aguanto más
Al verla así rajé, pa’ no llorar.
Pero estaba bella, resplandeciente, poniéndole andares de hembra a la mañana y bufidos de berrea en las bocinas de los coches. Me habría cambiado por el can, para poder seguirla dócil, amarrado a la correa, anhelando la hora de la siesta para acolcharme en la calidez de su vientre y mecer mi modorra al compás de su aliento. Pero se alejó de mí sin verme, lentamente, morosa, dejándose atrapar en el reflejo de los escaparates, y no me quedó tango ni para un suspiro.
—Amigo, tenemos que cerrar —el camarero pasó el trapo, una vez más, por el reluciente mostrador—, apure su trago y váyase a casa, no tome más por hoy, creo que tiene suficiente; lleva dos horas hablándole a la máquina de tabaco y, hágame caso, ella es de poca conversación.
Milonga de quita penas.
Nostalgia de población.
Canto qu’en noche serena
su rezo despena
detrás del fogón.

TALI ROSU

Tango para mi vida
Que me encuentre la muerte, portando un as de espadas,
escribiendo palabras que me hagan trasnochar.
Con mil besos en mano y abrazos a mi espalda,
con quietud en los pasos para escucharme más.
Hoy tendré, todo el tiempo, la luz en la mirada
porque sé que esta noche pude probar tu miel
y besarte en los labios con fuerza apasionada
mientras sonaba un tango para arroparnos bien.
Cántale a la luna, canta,
para anunciarle al tiempo que fue
una espina rota en mi alma,
ha sanado y vuelve a amanecer.
Todo viene y todo va
Todo se vuelve a remendar
Porque tus ojos ya no están
cansados de tanto llorar.
Cántale a la luna, canta,
para cambiarlo todo otra vez.
Cántale un tango a la vida,
siente que has vuelto a nacer.
Todo viene y todo va
Todo se vuelve a remendar
Porque tus ojos ya no están
cansados de tanto llorar.
Que me encuentre la vida, con fuerza y energía,
viviendo las palabras que derrochaba ayer.
Contando cada verso del tango de mi vida,
con versos en mis besos, con besos en tu piel.
Hoy tendré, todo el tiempo, la luz en la mirada
porque sé que esta noche pude probar tu miel
y besarte en los labios con fuerza apasionada
mientras sonaba un tango para arroparnos bien.

CARMEN ÚBEDA FERRER

TANGO.
Baila este tango conmigo,
mi amor.
La calle está medio oscura,
la farola solo brilla
con un brillo mortecino,
como un ocaso amarillo
pronóstico de cuchillo.
Más no habrá cuidado,
mi amor.
Cuando juntemos los cuerpos,
habrá fiebre de pasión.
En las venas los latidos,
las miradas más ardiente,
mis besos más consentidos.
¡Tango!
La fusión de nuestras almas.
En cada paso un deseo…
El secreto de mi flor
se abrirá a ti,
hasta perder el sentido.
¡Tango arrastrao, arrabalero,
eres el tango más fiero!
Baila conmigo, mi amor,
aunque nos lleve a la muerte
con afilado cuchillo.
Carmen Úbeda Ferrer

SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ

EL ÚLTIMO TANGO
–Bueno queridos alumnos, como ya saben en un mes tenemos el concurso de baile internacional, dentro de la celebración de la XXVI semana cultural de nuestro amado colegio.
El profesor Castellanos hizo una pausa mientras oteaba con determinación a cada uno de nosotros, y prosiguió –Como de costumbre los alumnos de último grado tienen como requisito para aprobar la materia, la participación en el concurso de baile.
El silencio se volvió algarabía, todos comenzamos a conjeturar sobre nuestras posibles parejas y el baile a escoger.
Castellanos era muy estricto, versión casi perdida de los maestros de antes, ejercía una notable autoridad, con normas estrictas que alcanzaban incluso al ámbito familiar. El respeto perdido hacia los demás profesores, práctica usual en las nuevas épocas, no aplicaba con el profesor Castellanos.
La admiración y sumisión hacia él, eran el pan de cada día.
Quizá las clases magistrales, juntadas a anécdotas que nosotros sabíamos que en el fondo eran falsas, nos garantizaban unas horas de clase amenas y llenas de sabiduría.
Las Sociales, que incluían Historia y Geografía sirvieron de disculpa perfecta para el concurso de baile internacional y sus argumentos eran convincentes.
–Cada región, país y continente tiene sus bailes particulares, haciendo parte de su cultura e historia. La danza ha evolucionado en el tiempo junto con la sociedad humana.
–Entonces a practicar con el profesor de danza, mis queridos alumnos que la victoria los espera, venceremos a esos nenes malcriados de sexto A. Esta fue la arenga para impulsarnos a practicar sí o sí en el concurso.
A diferencia de años anteriores, para este, no podríamos escoger el baile, ni nuestra pareja. Todo se decidiría con dos tómbolas dónde la suerte dictaría sentencia.
Mi presunta pareja antes de saber de la decisión de cambiar la escogencia voluntaria por sorteo, era mi amiga de toda la vida, una chica no muy agraciada, pero sí simpática y confidente. Nos miramos a través de nuestras gafas(ambos éramos los nerds del grupo), observando una mueca de resignación mutua.
–20 alumnos, 10 parejas, 10 bailes diferentes. Promulgó el profe, mientras preparaba las respectivas tómbolas.
–Cumbia colombiana, Paso Doble español, Jarabe Tapatío mexicano, Twist estadounidense, Merengue dominicano, Vals francés, Salsa cubana, Sirtaki griego, Polka rusa y Tango argentino.
–¡Dios!, que me salga cumbia, o cualquier otro ,menos tango y que mi pareja sea Lucía, mi amiga . Rogué.
Los dados estaban echados, mi pareja Sharik, mi baile un tango.
Sharik, la chica más hermosa del salón, estatura media, trigueña, voluptuosa y con un par de años de más con respecto al resto. La verdad no conocía chica más sensual y mis ojos siempre estuvieron obnubilados por semejante belleza.
Todos sabemos dar pasos hacia adelante, atrás, al costado derecho, al costado izquierdo, en rectas, en diagonales, en semicírculos y círculos completos.
Pero el tango es diferente, dónde el abrazo es el rey, dónde hay que mantenerse pegado a tu compañera, dónde las miradas se cruzan todo el tiempo.
Tenías que enlazarte con Sharik, llevar el compás, tú mandas y ella accede mientras la sensualidad crece, te cruzas e inventas realizando «marcas» mientras se dirige el baile.
Fueron treinta días de tango, treinta días de ensayos, treinta días de sensualidad, treinta días de hormonas desatadas sin control, treinta días con sus noches cómplices de mis deseos furtivos.
Llegó el día, ella vestida toda de negro, con una falda ajustada que resaltaba su figura, un tajo largo de dónde aparecían unas piernas maravillosas adornadas con un portaligas.
Danzamos por última vez «Por una cabeza». No ganamos, ni de cerca quedamos entre los mejores, es más, creo que no hice ni un solo paso bien. Yo solo deseaba que aquel último tango nunca acabara.

EVA AVIA TORIBIO

Bella palabra que expresa amor,
como el de dos enamorados.
Música tímida en su comienzo que me sedujo poco a poco,
como aquellos primeros besos.
Pasos apasionados que te incitan a ser uno,
como el roce de tus manos en mi piel.
Giros firmes y seguros
que son acompañados con esa música llamada pasión,
y a los que me aferro con tanto amor.
Una historia de dos que, a cada nota, roce, giro y llegado su fin,
tiene un nuevo comienzo,
como nuestro amor
que será eterno.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

VOLVER
Buenos Aires es un monstruo que te atrapa y te devora. Como Saturno a su hijo. Como los depredadores a sus presas en esos documentales que te arrullan a la hora de la siesta. Sus calles son un infinito hormiguero humano por el que transitamos, día tras día, hacia no se sabe dónde. Una macabra metáfora de la vida misma. En aquellos días de agosto, lejos de lo habitual, Buenos Aires era por entonces un lugar deshabitado, como mi colchón. Una enorme ciudad en la que ahora había tan poco por hacer. Un lugar en el que ya, igual que cantara Ismael en su día, lo había dado todo por perdido. Una cárcel de hormigón en la que las circunstancias y mis pocas opciones me mantenían atrapado.
Conocí a Laura semanas después de llegar al Río de la Plata. Fue algo casual, aunque siempre he dudado de que la casualidad exista. Recuerdo la primera vez que quedamos. Fue en el centro, en plena Plaza de Mayo.
A mi cabeza vuelven todas las promesas que nos hicimos en la cama, mientras buceábamos bajo las sábanas al ritmo de viejos tangos que sonaban en el gramófono, en discos de pizarra. Laura era un ser enigmático. Tenía ese encanto salvaje que jamás he vuelto a encontrar en ninguna otra mujer. Fue ella la que había puesto fin a mi soledad, la diosa que iluminaba mis días, la criatura que ocupaba mis pensamientos desde que mis ojos se abrían y mi cerebro comenzaba a percibir el mundo.
Pero tan solo algunas semanas más tarde, mi vida se tambaleaba. Fue en un concierto en La Boca, ese rincón oscuro y plagado de burdeles que vio nacer al tango y a los grandes genios musicales de este país. Sonaba una versión de “Volver» del maestro Gardel cuando Laura me susurró al oído. Fueron las cuatro palabras más desoladoras que jamás he escuchado de una persona: “mañana ya no estaré”. Esta noche, la letra de aquel tango retumba de nuevo en mi cabeza. Y miles de frentes marchitas y de sienes plateadas de nieve me han devuelto a la realidad: desearía volver a tener más tiempo, volver a estrechar a Laura entre mis brazos, a sentir la húmeda calidez de sus labios, volver a hacer que la vida y el azar la crucen de nuevo en mi vida, llenando este vacío inmenso que ahora siento.
Esta ciudad a veces me confunde. Hay momentos en los que llego a dudar si Laura realmente existió o solo fue fruto de mi imaginación. Pero la vida pasa. Sentado en la Plaza de Mayo, vuelvo a hacer sonar este viejo bandoneón mientras canto (o quizá destrozo) “Por una cabeza”, a cambio de unas pocas monedas que me permitan seguir subsistiendo en esta jungla de asfalto que siempre ha sido y será Buenos Aires.

RUFINA CALLEJA

Y cogiendo mi cintura
El tango se detuvo
En nuestros hojos
Mientras nuestros labios
Se devoraban en un frenesí
Solo dos cuerpos desnudos
Amándose por fuera
Amándose por dentro
Donde cada caricia
Se quema la piel
Quizás pensando
Que es una despedida
Pero aunque el tiempo pase
Te amo con la locura
De los primeros sueños
Del ayer .

EFRAIN DIAZ

Al fin llegamos a Buenos Aires. El mítico Buenos Aires de mi querido Borges. El Buenos Aires antiguo, el de la ciudad vieja. Elegante y enigmática al mismo tiempo.
También llegamos a Palermo, barrio añejado por el paso del tiempo y el paso de los hombres y mujeres que lo forjaron.
Buenos Aires es lírico, raleado, paisajístico y frágil. Palermo, en cambio, es histórico pero no por su historia, sino por sus historias. Es denso, misterioso y duro. Como fue de duro mi primer contacto con el tango.
Corría el año 2003 y mi esposa y yo decidimos vacacionar en Argentina, la Suiza de América. Como todo buen turista y ante un lugar totalmente desconocido y ajeno, compramos excursiones de antemano.
Un recorrido por Puerto Madero, Palermo, La Boca, Recoleta, San Telmo, Retiro y por supuesto, la avenida Florida. Ir a Buenos Aires y no caminar la avenida Florida debería ser considerado un crimen de lesa humanidad.
También compramos boletos para El Viejo Almacén, el mejor espectáculo de tango de la ciudad.
Nos advirtieron de antemano que fuéramos bien vestidos. Si algo conserva Buenos Aires, es la elegancia y la formalidad.
Llegamos a tiempo al espectáculo. Nos recibieron y nos sentaron en nuestra mesa.
Una elegancia clásica, renacentista, permeaba en el ambiente. La mesa estaba formalmente vestida. Los camareros lucían traje negro, camisa blanca y corbata. Las camareras, traje negro largo.
Nos trajeron una copa de chamoagne y ordenamos una botella de vino, de la región de Mendoza, por supuesto.
A la hora convenida, las luces se apagaron y la tarima quedó encendida.
El narrador, con una voz suave, pausada y profunda, con ese característico acento argentino, nos dio una calurosa bienvenida.
La música comenzó a sonar mientras el narrador nos contaba la historia del tango.
De repente, las luces se posaron sobre la primera pareja de bailarines en la tarima.
Vaya sorpresa me llevé cuando vi dos hombres abrazados y apasionadamente bailando un tango.
Mi primera reacción fue preguntarme ¿habré comprado el espectáculo correcto?
Ambos vestían trajes formales y zapatos cerrados muy lustrados. Sus movimientos sincronizados eran perfectos, aristocráticos, llenos de gracia y elegancia. A ellos se unieron tres parejas más de hombres. Todos bailando tango con pericia, con elegancia, y con masculinidad.
En sus orígenes, el tango era un baile proscrito. Prohibido por ley por ser vulgar, chabacano y grosero. Por ser un baile utilizado por las clases bajas para expresar sus penas y frustraciones.
Era el baile predilecto en los burdeles y se bailaba exclusivamente entre hombres mientras esperaban por los servicios de la meretirz. Eso explicó el narrador en su peculiar estilo.
Entonces todo me hizo sentido. Eran hombres contando su historia, compartiendo sus miserias y sus desgracias. Sus desventuras e infortunios, mientras esperaba por la prostituta para desahogar sus penas. Para desquitarse de la vida.
Inmediatamente me sentí identificado con ellos. Quise unirme a ese grupo de hombres tristes y frustrados y compartir sus desdichas. Pero desafortunadamente yo no formaba parte del elenco y no tenía habilidad alguna para el tango.
A medida que el espectáculo avanzó, el narrador contó que Gardel hizo del tango todo un éxito en París. En Europa el tango se había convertido en los hombres y mujeres de Argentina. El tango se había convertido en Argentina y el gobierno no tuvo más remedio que despenalizarlo. Hombres y mujeres bailando tango al unísono en las barras, en las calles y en sus hogares.
El espectáculo estuvo soberbio. A la altura.
Al terminar, me quedé con el deseo de unirme a aquellos hombres y contar mis propias penas y miserias al ritmo del tango.

IRENE ADLER

BAGASHAS DE QUILOMBO
—¿Conoce usted la historia de este tango?
Tardé un poco en darme cuenta de que el hombre acodado en la barra del garito estaba dirigiéndose a mí. No había más parroquianos a esa hora temprana del día y el camarero estaba ensimismado o dormido al otro extremo de la barra, frotando vasos con una bayeta sucia.
Presté atención a la música que sonaba desde alguna pianola escondida y creí apreciar los acordes ágiles y pizpiretos de un piano, aunque yo nunca lo habría asociado a un tango. Ante esa palabra, mi mente y mi imaginería se solazaban en piernas de mujeres bellísimas desafiando la gravedad y las caderas de hombres turbios. Letras tristes de desamor y cuchillos. Gardel con raya al medio, fumando en la cubierta ventosa de un transatlántico. Así que negué con la cabeza y el hombre se acercó dos taburetes, con aire confidencial, y nuestros ojos se encontraron sobre el azogue del espejo que cubría la pared del bar. Tenía rojeces de beodo en las mejillas flacas; un bigotito cuidadosamente recortado; la sonrisa manchada de nicotina y tristeza.
—Lo compuso Eduardo Arolas en 1913 para el gran amor de su vida, Delia López, aunque éso fue antes de que ella le rompiera el corazón al engañarlo con su hermano Enrique.
Fuera había empezado a nevar y esa mañana de febrero yo no tenía adónde ir ni demasiado en qué pensar. Le hice una seña al camarero para que nos sirviera lo mismo, dejé sobre el mostrador de zinc un paquete de cigarrillos mediado, ostensiblemente colocado entre el hombrecito y yo, como una invitación tácita a la charla y el compadreo. Y cuando el camarero hubo llenado los vasos, apoyé con avidez la mano sobre la botella para que también el licor se quedara. A escuchar conmigo la historia real de aquel tango triste.
«Llegaron a Bragado galgueando tupido y se presentaron, tal y como mandaban las costumbres, ante el caudillo local, que les escribió unas líneas para que se las entregaran al dueño del prostíbulo.
El contrato convenía una paga de ciento veinte pesos mensuales para los tres musicantes, yerba, azúcar, queroseno para el hornillo y un cotorrito como alojamiento. El tipo tenía toda la pinta de un rufo y las condiciones del laburo eran sencillas: la Casa— así le decía el furbo— abría de nueve de la noche a cuatro de la mañana, y en ese tiempo había que darle música sin parar. El negocio, (aparte del que se generaba en las catreras), estaba en las diez guitas que le sacaban a cada cliente por vuelta si tocaban un tango, y veinte si atacaban un vals. No era raro encontrar hasta catorce minas laburando bajo el mismo techo, todas jóvenes y cubiertas de estampitas, medallas y escapularios, muy devotas de Dios y de algún santo en particular que las protegiera. Aquellas bagashas de quilombo eran más auténticas en su fe que cualquier beata hipócrita de la ciudad. Seguramente porque es más fácil aplicar la caridad cristiana cuando has conocido los rigores del infierno, el hambre, la miseria más elemental y los pecados de la carne, en aquellos firulos de provincias, entre tragos de licor y bailes calientes de fueye y quebrada.
Y fue en una de aquellas noches cuando Eduardo descubrió a Delia, la chiquita, girando como una flor delicada entre humareda rancia de cuerpos y puchos, bajo la música lánguida del bandoneón, enredada en tantos brazos como horas tenía la noche y pesos los hombres que la alquilaban.
Era frágil y tenía los ojos negros. Mi abuelo, que a la sazón era la flauta del trío de Arolas en esas giras por la Pampa, me dijo que los vio mirarse: Eduardo abrazado a su fueye querido; Delia a un tipo cualquiera, pero ambos, de algún modo, entre ellos. Y fue como si el músico y la bagasha, los dos algo marginales y algo mercenarios, se hubieran enredado en un tango sensual de corte y quebrada. Abrazados a la música y tocándose con los ojos, mi abuelo los vio girar en la pista de tierra apisonada con la pasión y el oficio de los desesperados. De los que bailan para evadirse, para beberse, para olvidar.
Aquella noche lloró el bandoneón de Arolas con lágrimas de ilusión como no había llorado nunca antes. Y a Delia la vistió el tango con una voluptuosidad dorada de hembra herida. Y cuando la música y el llanto cesaron, y la noche se hizo carne silenciosa en el quilombo, mi abuelo los vio escabullirse entre los cuerpos ardientes y borrachos, agarrados de la mano como niños prófugos: Delia envuelta en un rubor de fatiga y pecado; Eduardo con la cincha del bandoneón atravesándole el pecho y la espalda como la canana de un gaucho.
Luego se la llevó a Barracas, lejos del firulo y los bailes a tanto la vuelta. Y le escribió este tango regalón para piano y la instaló en la pieza que compartía con su hermano Enrique. Y ella lo traicionó, igual que se traiciona en las canciones, haciendo de su vida un tango triste. Bebió hasta matarse, según dicen, exiliado de Buenos Aires y de sí mismo. Hasta que la muerte lo alcanzó en París, entre minas y tragos, una noche de septiembre, cuando sólo tenía treinta y dos años. Tuberculosis, dijeron. Aunque mi abuelo siempre lo llamó tristeza».
Se habían acabado los cigarrillos y el licor de la botella. Fuera, la nieve seguía cayendo, plácida y frágil como las notas de aquel tango regalón.
A mí cabeza acudían nombres exóticos como Chivilcoy, Mercedes, Chacabuco, Junín, Venado Tuerto, Río Cuarto… La vida envuelta en polvareda de caminos viejos, yerba mate, terrajonas que galgueaban a aquellos músicos ambulantes mientras se aferraban a sus escapularios de santos y sueños diversos. La ilusión del amor. Europa codiciando el esplendor de una música que fundía la esclavitud con el deseo; la audacia con la ausencia.
Las letras tristes de los tangos tristes de la Guardia Vieja…

JOSMA TAXI

Nunca he tenido ni puta idea de bailar. Tampoco tengo buen oído, mejor que mi padre y peor que mi mujer. Cuando iba a casarme me matriculé en unas clases que impartía Antoñita Peñuelas, famosa artista de Albacete, por aquel entonces residente en Valencia. Su marido Eusebio Poncela, me ponía a bailar con una escoba, nadie en toda la academia se apiadaba de mí. Eusebio había sido bisexual, hasta que mudó en monosexual, con la portera de su mujer.
Pese a todo reconozco que el tango es un bailecillo muy sexual, los tangos, especialmente si están cantados por Gardel, me ponen los vellos de punta.
Mi papá decía que el tango es el lamento del cabrón, puede que sea cierto, a mí no me lo parece, pero bueno, para gustos colores.
Ahora mi chiquilla, veinteañera, me está obligando a seguirle con el famoso perreo, puestos a elegir prefiero la bachata.
Os dejo, tengo nueva sesión de tortura perreil.

IKER YELED

Eran sobre las siete y media de la mañana y amanecía en una ciudad indeterminada de Argentina. El sol diurno comenzaba a asomarse por el horizonte, dejando atrás la luz de la luna nocturna y los ruidos de los primeros automóviles se empezaban a escuchar. Al igual que el canto de los maravillosos pájaros se podían percibir por doquier, por el espacio estelar.
Los semáforos tintineaban, y pasaban del rojo al verde, y del verde al ámbar hasta el infinito, en las calles de la ciudad, donde las personas todavía dormían o se mantenían en reposo en sus hogares, con sus familiares o solas, sin ninguna compañía. Porque, de hecho, existía mucha soledad en la ciudad. En esa y en la mayoría de las ciudades del planeta en esa época.
J., qué vivía solo en su pequeño y viejo apartamento, que había heredado de su abuela, fallecida varios años antes, salió del mismo y se dirigió al garage donde se encontraba su automóvil aparcado. Posteriormente, lo arrancó y salió disparado hacia su destino: el salón de baile donde daba clases de tango.
Tras pasar la segunda avenida principal de la ciudad donde vivía, ya se encontraba a dos calles del local donde se congregaba el grupo cada lunes a las ocho. Éste estaba formado por personas provenientes de Argentina, pero algunas eran locales y desconocían el origen del tango. Aunque estaban interesadas en aprender sobre ese tipo de baile y tenían un especial interés en conocerlo, tanto por su importancia cultural como su popularidad.
Cuando J. llegó al local donde se reunían los asistentes, comenzó a bailar, interrumpiendo la clase, mientras la formadora estaba impartiendo una clase magistral.
De repente, J. se despertó de golpe de la siesta, por el ruido que había de la música en el apartamento de la planta inferior. Cuando se levantó y bajo para juntarse al grupo, habían transcurrido cerca de treinta minutos desde que había comenzado la clase que tenía. Y ya llegaba tarde…
En realidad, había sido un ligero sueño….

ARITZ SANCHO MAURI

Querido amor imposible:
No vas a encontrar nadie mejor que yo para luchar a tu lado por la justicia y la paz en Palestina. A pesar de la constante amenaza de bombas y de la masacre perpetrada por el gobierno israelí, nuestra gente sigue resistiendo con una valentía inquebrantable.
Me pregunto si algún día podré mirarte a los ojos y ver en ellos la esperanza en un futuro mejor para nuestro pueblo.
Me da pena que no pueda verte sonreír debido al peso de la opresión que nos rodea. Tu resistencia y tu capacidad de amar me inspiran. A pesar de todo, sigues siendo la ardillita que salta de árbol en árbol buscando comida y agua para sobrevivir. Sé que nuestras vidas nunca se entrelazarán de la forma en que ambos desearíamos, pero quiero que sepas que te amo y que siempre te llevaré en mi corazón. Quizás algún día, cuando la justicia prevalezca sobre la opresión, podremos bailar juntos un tango por la libertad. Porque esto no es guerra, es genocidio.
Muxu Xd

OMAR R LA ROSA

– Tango ¿Qué es eso? –
– A ver Alonso ¿Cómo se lo explico? – dudo Salvador
– ¿Me permite señor? –
– ¿He? Si, si – aceptó haciéndose a un lado para dejarle lugar a Ernesto
– ¿Ernesto? –
– Usted no sabe Pacino – Aseveró Angustias abanicándose el sofocón con la mano.
– Si, ya veo que hay mucho que no se – mientras veía a Alonso salir del salón acompañado por el secretario
– ¿A dónde vamos? –
– Al barrio de la Boca, en Buenos Aires –
– Aja, ¿así vestidos? –
– Si, será el año 2018 –
– Pero, ¿entonces vamos a Argentina? ¿No querrá subirme a una de esas cosas que andan por el aire? – pregunto Alonso al tiempo que se santiguaba
– No, no, usaremos una puerta – contesto Ernesto permitiéndose el desliz de esbozar una sonrisa.
– Pero, ¿no es que no hay puertas fuera del territorio Español? ¿o hemos vuelto a recuperar Argentina? –
– Nada de eso. La puerta está en la embajada, que legalmente es territorio de la corona –
– Ahhh –
Y salieron al pasillo rumbo a la puerta elegida
—o—
– ¿En serio? – preguntó Amelia sorprendida
– Bueno, eso me dijo Angustias – chismorreo Pacino
– Eso tenemos que verlo – Sentencio Irene que acababa de regresar de la Gran Via, de la marcha del 8 M.
– Pues, vamos – Confirmó Pacino y salieron todos tras los bailarines
Al cruzar la puerta se encontraron en el coqueto interior del edificio de la Avenida Presidente J. Figueroa Alcorta 3102, en la ciudad de Buenos Aires.
Por suerte para ellos el embajador estaba conversando animadamente con Ernesto y nadie les prestó atención. Disimuladamente ganaron la calle y esperaron en un taxi hasta que de la embajada salió el auto que llevaba a Alonso con Ernesto y….el embajador.
Anduvieron siguiéndolos un buen trecho hasta tomar la avenida Pedro de Mendoza. A izquierda el Riachuelo, a derecha, entre casas y edificios, el cuartel de los Bomberos de la Boca, el primer cuartel de bomberos de la república Argentina.
En las proximidades del caminito se bajaron y siguieron a pie, dejando la costa atras, enfilando hacia la Bombonera.
Sin embargo, en algún momento, los perdieron entre la multitud de turistas y transeúntes
– ¿Y ahora qué hacemos? – se cuestiono Irene
– Tranquilas pollitas, para eso las acompaña un policía de la vieja guardia – se pavoneo Pacino mientras se escabullía, justo a tiempo de evitar las represalias femeninas.
Mientras Pacino hacia sus pesquisas, Amelia e Irene aprovecharon para recorrer la infinidad de tiendas y tenduchas, detenerse a contemplar una pareja de bailarines callejeros que lustraban el adoquinado con sus pasos y comprar un paquete de garrapiñadas.
En este devenir, entrando y saliendo de los antiguos conventillos pintados de vivos colores, hoy transformados en tiendas de artesanías, dieron a pasar por un zaguán cuya puerta abierta dejaba escapar las lastimosas notas de un fuelle “canchengue”.
– Mi Dios – se le escapó una nota de asombro a Amelia
– ¡¿Qué?! – preguntó Irene y se quedo con la boca abierta
En el interior del patio al que daba el zaguán estaba Ernesto, en su traje impecable…bailando tango “en una baldosa” con una morocha de pelo negro como la noche y piel blanca como la luna, vestida con falda corta de generoso tajo a la izquierda y medias negras con costura. (1)
Era digno de ver el compas, las quebradas, los lustres y sentadas, el continuo trajinar de los pies que desmentían la sobriedad del torso casi inmóvil y el recorrer de la pista. Que parecía que volaban más que danzar.
Con las piernas femeninas en un continuo entrelazarse, de atar y desatar con las del hombre.
– ¿Ves lo que yo Irene? –
– Si Amelia – afirmó aun asombrada – me habían dicho que era buen bailarín, pero, ver para creer- y se quedó pensativa
– ¿En qué piensas? –
– Que si hubiera sabido esto ayer, me hubiese venido para aquí antes que ir a la Gran Via –
Y ambas rieron cómplices, hasta que llego Pacino y las saco de la contemplación.
– Fa, ¿Quién diría? – dijo este asombrado al ver la escena.
– ¿Y Alonso? –
– ¿Alonso? A cierto, ahí está sentado en esa silla tras la mesa – dijeron al pasar mientras seguían con atención los sensuales pasos de la pareja.
– Ya nadie baila así –
– Mira como la toma, como la lleva, ¡qué hombre! –
En vano Pacino trato de llamarles la atención. Resignado se fue a hablar con Alonso.
– ¿Qué tal macho? ¿Qué ha pasado que tienes cara de perro que volteo la olla? –
– ¡Que esto del baile no es para mí! – suspiró, para luego aclarar
– Que la he pisado – señalando a la muchacha que bailaba con otro hombre
Ante la cara de desasosiego del compañero, Pacino respiró, tomó un trago del vaso con vino “Carlon”(2) (invitación del embajador. Una de las pequeñas ventajas de ser parte del ministerio) y trató de consolarlo.
– Bueno, una que otra vez, es lógico… – disculpó el poli.
– ¡Todas! – Aclaró Alonso amargado para luego amenazar
– Si lo comentas te mato –
– Tranquilo, seré una tumba –
– De eso estoy seguro – gruño Alonso.

ANA DEL ÁLAMO

¿Quien necesita una canción
cuando escuchas TANGO?
Cuando sus notas se deslizan
por el aire con acordes sensuales
Cuando sus desgarradoras letras
penetran en tu sien como
puñales
¿Quien necesita un baile
cuando tienes TANGO?
Cuando sus pasos acarician
las baldosas de querencia y celos:
4×4 caminata sincopada
4×4 corte y quebrada
y mi pecho se encoge
en un abrazo estrecho
Me cautivas con tu danza apasionada,
con tu melodía me seduces,
con tus hechizos me atrapas
entre ritmos de milonga y habaneras
Tus emociones resuenan
a golpe de bandoneón y violines
Tengo resaca de tus versos
tras una noche arrabalera
¿Quien te necesita TANGO
cuando la tristeza embarga?

GRACIELA PELLAZA

«Tranquilo pibe, el tango te espera» Así le dijo el gordo Pichuco, a un imberbe como yo, a uno; que creía que nunca iba estar sentado en medio de la noche escuchando un tango. Un día te dejan. Un día el amor se despide como la cenicienta. Los relojes son diferentes, y esa no es tu hora. ▪️ «Percanta que me amuraste en lo mejor de mi vida Dejándome el alma herida y espina en el corazón Sabiendo que te quería, que vos eras mi alegría Y mi sueño abrasador Para mí ya no hay consuelo y por eso me encurdelo Pa’ olvidarme de tu amor» Y en esa noche negra bien negra, donde ciego de estrellas lloras, te abrazas en el duelo a las voces del cantor. Y tomas como salvavidas las botellas que guardabas en el armario, tonto y desesperado te ahogaras…te ahogaras hermano, en alcohol. ▪️ «Una tarde más tristona que la pena que me aqueja, Arreglo su bagayito y amurado me dejó. No le dije una palabra, ni un reproche, ni una queja, La mire que se alejaba y pensé… Todo acabo!» No amanece, nunca amanece cuando la puerta se cierra y ya sabes que no vuelve. Y te convences en el desierto gigante de la pena, que ya no habrá mañana. Maldita la suerte que no te abraza; no hay carambola, en los paños de tu mesa. ▪️«Para no seguirla Cerré las ventanas Clausuré las puertas Para no llamarla Puse rosas negras Sobre nuestra cama Sobre su memoria Puse rosas blancas Y a la luz difusa De la madrugada Me quité la vida Para no matarla» Y entonces dormido, enredado en ropa y sábanas, con los zapatos puestos, pastosa la lengua, babosa la cara, termina tu tango… Ese que dijo Pichuco, el que te esperaba. ️Graciela Pellazza ▪️Estrofas de «Mi noche triste» » Amurado» y «El amor desolado»

NURIA HERNANDO

Tango.
Juegos del absurdo
Tengo un tanga que me incomoda y un tango que me debes.
Tongo fue todo. Ni tango, ni tanga, ni tengo .

ABBY MARSIE ROGOM

Digo yo que una relación de pareja es como un tango.
Todo lo cuenta, visualmente tiene algo de ritual de apareamiento, pero si lo observas es mucho más; te cuenta una historia.
Es el baile de salón algo que nos gusta a mi marido y a mí. Hemos bailado también; dimos clases durante algún tiempo, tanteando distintas danzas.
Pero adoramos el tango, y solemos venir a los eventos y a los concursos.
El amor en sus diferentes etapas y momentos. Míralos.
Van a comenzar, se tantean, se miden. Circundan el espacio que respiran, rodeándose uno a otro y palpando cada uno el aire que pertenece a su pareja, anticipando.
Comienza el baile y la conquista, la seducción. Desquiciadamente o de forma lenta, tal que el amor. Como cuando el flechazo te nubla el sentido y la química te vuelve locas las hormonas, y las neuronas duermen la siesta.
Se encuentran de frente en el baile, clavados por los ojos, se acercan casi bruscamente, chocando entre sí, tensionando el ambiente.
O lenta y delicadamente al principio, como se dan otras parejas.
Y tanto con un comienzo como con el otro, es el tiempo de subir en intensidad, desplegarse y volar, y así el tango va mostrándote, y en el amor equivale a ese tiempo de magia donde no dejan de buscarse, de volcarse en el otro, de ejecutar también un baile sincronizado donde no existe nada más, sólo el o ella, y todo existe en uno. Dos estrellas girando una alrededor de la otra, orbitándose.
Y a veces, casi sin notarse y otras doliendo llega el momento de enfrentarse y medirse porque, si no se encuentra el delicado equilibrio, siempre domina uno sobre otro.Como sea, esto se cuece más lento a veces, otras se define desde el principio, a las claras o mediante un buen manejo de la manipulación emocional. Se puede ser tan experto en esto que se logre que el manipulado piense que es él el que controla, el que manda, el que dirige.
Algunos pasos del tango reflejan muy bien eso.
Y así, observamos a los bailarines en su pulso, hasta que se desbarata todo, o bien cede uno, o es hasta posible que consigan encontrar el difícil equilibrio que logra que puedan seguir bailando juntos. Entretanto conocerse.
Nos levantamos, el espectáculo ha terminado.
Nos miramos mi marido y yo, sonriendo. Caballerosamente, me cede el paso.
En el pulso estamos.
¿Cómo terminará nuestro tango?
Continúa.

ISABEL SANTERVAZ

TANGO
Provocan el baile
los acordes del bandoneón
y en el vértigo del ritmo
tus brazos me ciñen.
Sobre el embarcadero,
titilan las farolas
estirando la luz
hacia un mar de plata.
“Si supieras que aún
dentro de mi alma
conservo aquel cariño
que tuve para ti”
entenderías que
en el corazón del tango
el eco de la música
dice más que las palabras.
Pero te esfumas como el humo,
mientras yo,
cautiva de melancolía,
no puedo parar
de bailar con tu sombra.

SHILA SHILA

Baile sublime el cual une la magnífica delicadeza y sensualidad
De la mujer con la destreza del movimiento del sentimiento del hombre
Danza que contagio a Gardel a entonar las más entrañables
Melodías, con su voz supo enaltecer este genero de antaño que con
Los años no ha caducado.
El tiempo encontró en el tango la melodía adecuada para darle
sentido a lo que ya estaba muerto, se convertiría en el canto
oficial del amor y desamor
El tiempo sin pensarlo inmortalizo la manera
de cantarle a la melancolía y a la locura.

IVONNE CORONADO LARDE

Mis amores a ritmo de tango.
Mi primer amor fue intenso, fulminante y no logre retenerlo.
Cuando vi que no me llamaba, ni venía a verme, no sabía qué hacer. Tenía que saber qué pasaba.
Me armé de valor para ir a buscarlo, después de leer un artículo donde aconsejaban luchar por lo que se amaba. Y yo lo amaba tanto. Fui al hospital donde ejercía como cirujano interno. Claro, no pudo negarse a verme un momento. Salimos a dar una vuelta en su carro. Lo estacionó. Nos miramos.
-Por favor, Ismar, dime, ¿qué es lo que pasa? Tengo derecho a saberlo.
Silencio.
-Sé que no porque yo te ame, estas tu obligado a amarme.
Silencio. No quiso ni mirarme. Ninguna explicación.
Me bajé del carro. Las lágrimas formaron círculos negros en mis ojos al correrse el rímel y el delineador.
Ya era tarde. Las notas de un tango se deslizaron en mi mente:
“Quiero emborrachar mi corazón/Para apagar un loco amor/Que más que amor es un sufrir…”
En los días siguientes, encontré a un antiguo pretendiente, me invitó a tomar una copa. Y ese tango seguía…
“Y aquí vengo para eso/Pa’ borrar antiguos besos/ En los besos de otra boca…”
Y sí, al calor de los tragos, me dejé besar por Miguel, pero mi conciencia se despertó de pronto: Párale… No lo amas. No es justo para ninguno de los dos.
“Si su amor fue flor de un día//Por qué causa es siempre mía/Esta cruel preocupación…/Quiero por los dos la copa alzar/Para olvidar mi obstinación/Y más lo vuelvo a recordar…”
Me despedí de Miguel, pidiéndole disculpas. Estaba llorando un viejo amor, pero era muy pronto para cambiarlo por uno nuevo.
Me acuerdo, que cuando la gente que nos veía juntos, a Ismar y a mí, decían: ¡Qué bonita pareja forman! Sospechamos que pronto habrá boda…. Cómo pudo dejar de amarme de un día al otro. Con el tiempo supe que su madre, no quería a la mía, y que había tenido una fuerte disputa. Era hijo único.
Cuando me fui del país, me llego el rumo que había estado preguntando por mí. ¡Cuanto lo ame! Cuando nos separamos, no podía ni ver un carro del mismo color del suyo pasar frente a mí.
“Nostalgia de escuchar su risa loca/Y sentir junto a mi boca/Como un fuego su respiración…”
Y sus besos de fuego, los primeros…los llevo clavados en mi corazón. Nuestras noches de baile, muy juntos uno al otro, al son del bandoneón.
“Angustia//De sentirme abandonada/Y pensar que otra a su lado/Pronto, pronto le hablara de amor…”
¡Ay, tango amargo…déjame! No me claves el puñal de tus notas plañideras. Ya no puedo con este dolor.
El tiempo pasó.
Seguí mi rutina, que más podía hacer? La vida es un subibaja, nos trae fiesta y dolor, los mil tangos que circulan en mi cabeza, pueden describir esa tristeza de amar sin ser correspondidos. Ese primer amor me llevó por las calles del dolor por mucho tiempo.
Luego conocí a Humberto. Logré amar de nuevo. Pasamos más de veinticinco años casados, pero un día me enteré de que me engañaba con Alicia, cuando sin querer al lavar sus prendas, una nota se desprendió de ellas.
-Estoy en el hospital. ¡Ven pronto, tu hijo nace!
Y entonces supe por qué ese catorce de febrero no quiso quedarse en casa, por más que le rogué.
Lo perdoné, me rogó que lo perdonara, que me amaba, y yo necesitaba creerle. Nuestra relación mejoró. Iba a ver a su hijo, pero ya no tuvo relaciones con “ella”.
Pero cayó enfermo, y ya no se levantó de su cama. A su amante y su hijo les permití estar a su cabecera de muerte, pero él me llamaba continuamente, no me dejaba separarme de su lado.
No me lo robó otra mujer finalmente. Con su amor había calmado las heridas que me dejó el primero, y la muerte, antes que sus sienes se volvieran completamente blancas, me lo arrebató.
¡Por qué tengo que ponerle música a lo que me pasa!
Y siguen los tangos…
“Cuando aparezcan los hilos de plata en tu juventud/Como la luna cuando se retrata en un lago azul/Entonces nadie podrá robarme tu cariño/Ni tus locuras han de volverme a atormentar…”
Así le cantaba, y él se reía. ¡Y yo me reía, imaginándome sería cierto!
El destino nos juega algunas malas pasadas.

MP

El tío Ariel
Recuerdo que hace muchos años venía a visitarnos mi tío Ariel. Mi padre, que había escapado de la represión franquista, se marchó a Argentina, donde conoció a mi madre. Se casaron y con el tiempo se divorciaron. Entonces yo me volví a España con él y mi hermana se quedó con mi madre. Por eso mi tío materno, Ariel, que se había criado con nosotros, nos visitaba con cierta frecuencia, porque decía que aquí, en España, se vivía muy bien. Lo que él no sabía cuándo llegó es que ya no volvería a marcharse…
Ariel tenía una academia de baile en La Plata, a unos cincuenta kilómetros de la capital, donde se dedicaba sobre todo al tango y cuando venía a casa, se empeñaba en enseñarme algunos pasos porque decía que si lo aprendía bien, tendría mucho éxito con las mujeres, cosa que por entonces no entendía ni me preocupaba.
Tenía yo unos doce años. Era un niño tímido y vergonzoso. Me acuerdo que por la tarde retiraba la mesa del salón y las sillas, para dejar un espacio dónde poder enseñarnos algunos pasos. A él le gustaba exhibirse y aprovechaba cuando alguna vecina venía a casa, sobre todo si se trataba de Rosa, una chica de veinte años, morena, de ojos azules, muy guapa. Él se volvía loco al verla y usaba el tango para conquistarla, aunque no se atrevía a sacarla a bailar. Para eso tenía a su hermana, que nada más llegar, le reclamaba insistente que le enseñara, mostrando gran interés y buena disposición.
Un día mi tío se las ingenió para sacar a bailar a Rosa. Puso el único disco de tangos que había en mi casa, uno de Carlos Gardel cantando aquello que decía: “Y todo a media luz/ Que un brujo es el amor/ a media luz los besos/ a media luz los dos…”. Cuando acabó se quedó frente ella, con las manos cogidas, mirándola a los ojos fijamente, y le dijo sonriendo:
−Veníte al cine, che…
−Bueno –dijo ella devolviéndole la sonrisa.
Desde aquel día no volvieron a separarse y mi tío no volvió a La Plata. Se casaron y abrió una academia de baile en el barrio, que por cierto, tuvo mucho éxito. Eran felices y les iba muy bien. Sólo les faltaba tener un hijo para completar la familia y entonces ocurrió algo tan inesperado como inimaginable.
Como Rosa no se quedaba embarazada, fueron al médico. A varios especialistas. Al final resultó que tenía una malformación congénita en el útero que se lo impedía. No obstante, podía someterse a una intervención quirúrgica, no exenta de riesgos, que garantizaba ciertas expectativas. Mi tío no quería. Decía que mejor adoptaban a un niño o una niña, que lo querrían igual y así ella no pasaría por aquel trance. Pero Rosa se negó en rotundo. Estaba ilusionada con poder tener al menos un hijo suyo. Y con esa ilusión ingresó en el hospital para operarse. Pero nada salió bien y Rosa murió de una hemorragia en la mesa de operaciones. Lo que sucedió fue ciertamente insólito, pero así ocurrió.
Desde entonces mi tío no volvió a ser el mismo y perdió interés por la vida. No volvió a casarse y nunca olvidó a Rosa, a quien siempre llevaba en una foto en su cartera y su recuerdo en el corazón. A veces se encerraba en su dormitorio y se pasaba las horas remembrando a través de aquel otro famoso tango: “Volver… Con la frente marchita…”. Pero la vida no tiene regreso y él lo sabía…
El tío Ariel se quedó dormido una mañana de invierno, con los rayos de sol calentando el frío de la muerte. En el viejo tocadiscos sonaba de nuevo Gardel: «Vivir, con el alma aferrada, a un dulce recuerdo que lloro otra vez». Y mientras lo escuchaba, su mirada se perdía en el recuerdo infinito de Rosa…

MAITE BILBAO PEREZ

CHOCLO
En la oscuridad de la noche, el silencio se rompe con un estruendo. El infierno se desata. Las explosiones y los disparos se mezclan en una cacofonía infernal. Los soldados, aterrorizados, se agachan en el fondo de la trinchera, tratando de protegerse. El bombardeo parece no tener fin. El silencio que sigue es inquietante.
Octubre de 1938. La batalla del Ebro se encuentra en su apogeo. Los republicanos, en su última ofensiva importante, han logrado cruzar el río y avanzar hacia el interior. Sin embargo, los franquistas contraatacan con fuerza. La batalla se libra con gran virulencia en trincheras.
En medio de la noche, el sonido de una sirena rompe el silencio.
Ricardo Barena, un brigadista argentino, levanta la cabeza. La tregua ha comenzado. Suspira aliviado. Aquel momento es una oportunidad para descansar y reponer fuerzas, pero también para reflexionar sobre la guerra. Se siente como un idealista, comprometido con la libertad y la democracia, pero la guerra está siendo dura y cruel. Ha visto morir a muchos compañeros, y la muerte se ha convertido en algo cotidiano.
Se levanta y se acerca a la trinchera de las posiciones contrarias.
De repente, un franquista se levanta y se acerca a la trinchera republicana.
–¡Alto! -gritó un centinela.
–¡Estamos en tregua! -gritó el sublevado.
Los soldados se miran con desconfianza, pero pronto comienzan a hablar.
–Tenemos magra y pan blanco, compartimos. –dijo el sublevado.
–Y lo acompañamos de vino de unas bodegas de aquí al lado—, contestó el republicano.
Tras el intercambio, se relajan.
A unos les toca el trabajo más duro, salir a intercambiar muertos.
Los compañeros salen al campo de batalla, allí esperan ya los franquistas con los cadáveres apilados en cada lado. Es una labor lenta y penosa. El olor a muerto se expande. Hay que darles tierra y guardarles un minuto de silencio. Hoy son otros, mañana quizás, ellos.
Ricardo, con nostalgia de su tierra querida y sus padres, comienza a cantar ritmos de su tierra, un tango, en esta ocasión con tonos alegres sobre el amor y la esperanza.
Todos le escuchan en silencio, las palabras les recuerdan que incluso en la guerra, la vida sigue.
Confiados, unos soldados franquistas se asoman por encima de la trinchera. Golpean con sus botas el suelo siguiendo el compás. Los compañeros se unen al coro, martillando los vasos de hojalata con los cubiertos.
La música de «El choclo» resuena por todo el campo, como un puente que une a los dos bandos en un momento de paz. Por un momento, la guerra está olvidada y todos se sienten unidos por la música y la esperanza de un futuro mejor.
Cuando la canción termina, se separan y regresan a sus trincheras.
–¡Gracias por la música!, camarada «Chaclo». Espero volverte a escuchar, en otro lugar, cuando todo esto termine.
–¡Gracias por el apodo! Ojalá que fuera posible. Esto tiene que terminar pronto.
Ambos se dan la mano. Ha sido una noche especial que se romperá con los primeros disparos, al amanecer.

GAIA ORBE

Tango siglo XXI :
ritmo atrevido
dos cuerpos enredados
vuelan con los pies
pulsiones que ya existen
se transforman en el baile
*
farol de barrio
machismo arrebatado
en el ayer cantó
traiciones y abandonos
excusas para beber
*
boleo y traspié
amague con punteo
figuras trazan
los torsos apilados
sin pausa, giran el ocho
*
lazos poéticos
la mujer se hace dueña
voces de amantes
el latir del bandoneón
vibra sincero y vital
*
un roto de amor
el pensamiento triste
besa con fervor
ilusiones perdidas
el tango; una emoción

ALEJANDRO LÓPEZ FERNÁNDEZ

«Tango» algo que escribir:
¿Escribir un relato sobre el tango? Pero, ¿a quien se le ocurre semejante barbaridad? ¡Pues anda que no hay canciones típicas españolas! Bulerías, Soleares, Fandangos, Isas, la jota montañesa, el trepeleté… Y no sigo porque tango que escribir sobre el tango. Veamos que sale.
Por cierto, ahora que recuerdo, tango que salir a comprar un bolígrafo, que me he quedado sin tinta. Lo peor es que tango tantas cosas que hacer, como por ejemplo, tango que subir al árbol, tango que coger una flor y dársela… Ya no recuerdo más. Es que tango demasiados años y la memoria falla.
Como iba diciendo, tango que escribir sobre esa música argentina… ¡Ah, sí, el tango!
¡Tango tanto sentimiento aflorándome a la piel, cuando recuerdo a Carlos Gardel, que tango que hacer un esfuerzo sobrehumano para no llorar! ¿Recordáis Caminito? O ¿Mi Buenos Aires querido? ¡Ah! Cuando me viene a la memoria aquella ¡Adiós muchachos! ¡Qué bellos recuerdos tango en mi cerebro! Pero los tiempos han pasado y, con ellos, tan buenos tanguistas. Tango que recordar algún otro menos emocional, pues me vienen a la memoria tantos recuerdos que tango que hacer verdaderos esfuerzos para no caer en la depre.
Yo creo que, para un tango, ya no tango más que escribir.
Que tangáis una feliz semana tanguera, que yo tango que escribir sobre la inmortalidad del cangrejo de río. Chao, amigos.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Por una calle cualquiera, llevaba poco en aquella ciudad, en aquel país.
La música me asalto, seguí los acordes, era un tango?
Llege a una plaza donde varias parejas bailaban un tango. Llore de nostalgia.
Como echaba de menos mi país. Solo llevaba un mes fuera. Aquel día decidí en volver.

LUISA VALERO

EL MUNDO DE CARMELA
CAPÍTULO 2: TANGO
Carmela observó por la ventana para cerciorarse que no estaba afuera su «querida» vecina Eva, esperándola como una depredadora a su rica presa. Parecía que ambas tenían sincronizadas sus agendas; casi siempre que salía a la calle para hacer algo, allí estaba la susodicha para entablar una forzada conversación.
«No hay moros en la costa, ya puedo salir», pensó aliviada y salió de su casa. Caminaba con prisa, y no llevaba ni diez pasos cuando tropezó fortuitamente con un desnivel de la acera, saltó por los aires y cayó, pero solo se raspó las rodillas. Esto provocó que no pudiera caminar rápido debido al dolor. De repente escuchó una voz que le gritaba desde atrás:
―Carmela, ¿estás bien?, ¿vas al Super?
― ¡Sí, estoy «perfectamente» y no voy al Super! Voy al médico y no quiero que se me pase la cita.
―Te acompaño y en el camino nos ponemos al día.
―Bueno ―suspiró y le pidió a la Virgen del Rocío y al Santo Job que la inundarán de paciencia.
Llevaba una racha en la que no le apetecía conversar con nadie, ni siquiera con el psiquiatra. El silencio la poseyó como espíritu, siendo esclava de su propio aislamiento. Sentía que no tenía nada deseable ni positivo para compartir de su rutinaria vida; hasta le faltaban las fuerzas para articular las palabras: el mutismo era, ahora, su escudo protector.
En cambio, Eva tenía siempre la intención de ayudar, pero hablaba compulsivamente y no había aprendido a respetar la privacidad de las personas. Mala suerte para aquella: el tener una vecina que quería, a toda costa, que le vomitara algo y abriera su corazón.
― ¡Ay, Carmela! Estáis muy raros, Javier y tú. A cada rato viene la ambulancia. Ya no se escuchan grititos de placer. Porque no te lo había dicho para que no te avergonzaras: las paredes son de papel…
―Cosas que pasan. El paso del tiempo con enfermedades, la rutina… ―No quiso dar más detalles al asunto.
―Pues te cuento que el otro día, le trituré una pastilla de Viagra y se la puse a mi Lolo en su zumo de naranja, ¡no veas lo bien que nos fue!, ¿por qué no haces tú lo mismo?
―Porque me siento invisible. Seguro que Javier, aun estando «preparado» no desearía intimar conmigo. Parece como si lo hubieran castrado. ―Su voz apagada denotaba resignación y tristeza.
―Ahora que vas al médico, habla con él de tus sentimientos tristes. Si quieres te doy después «una azul» para que la disuelvas en la bebida de Javier. Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma… Búscalo tú y con «un As» debajo de la manga. ―Le guiñó el ojo.
―Eva, me lo pensaré y te diré algo. Adiós. ―Cortó tajantemente la conversación y se despidió de modo huraño.
―Vale, yo me voy a la panadería. Cariño, nos vemos pronto ―le contestó con ternura y sentimiento de pena por ella.
«Y tan pronto, si pareces el espíritu santo, ¡no te jode!».
Carmela se quedó por fin sola y empezó a reflexionar sobre lo que le insinuó que hiciera la sabia, pero cotilla Eva.
De repente, cuando pensó que se había librado de ella, apareció de nuevo:
― ¿Qué quieres ahora? ―le preguntó fastidiada, Carmela.
―Amiga, se me había olvidado decirte que el jueves van a comenzar las clases de tango en el Centro cultural del Ayuntamiento. Yo voy a ir con Manolo. A las siete vamos a recogerte, nos tomamos algo y nos metemos en las clases a las ocho.
»Te vendrá muy bien mover tu lindo cuerpito un poquito. Chao.
―Ni sé si quiero ir. Adiós.
*****
Tocaron el timbre a las siete en punto de la tarde del día jueves. Carmela se extrañó porque casi nadie la visitaba y su marido, Javier, llegaba del trabajo en unas horas.
Cuando abrió la puerta, se encontró a sus «queridos vecinos» de la casa adosada de al lado suya.
«¡Mierda, las clases de tango! Ya no me libro…» pensó malhumorada Carmela
― ¿Por qué no estás arreglada? ¡Vamos que llegamos tarde! Te ayudo para ir más rápido. ―Eva la cogió del brazo y se la llevó con insistencia al dormitorio.
»Manolo, por favor, espéranos en el coche; solo tardaremos diez minutos ―dijo Eva.
Y dicho y hecho, en diez minutos estaban yendo al Centro cultural para recibir las clases de tango.
Entraron y había unas diez personas, incluido el profesor. Todos formaban parejas, pero uno estaba solo, para la incomodidad de Carmela: el Dr. Carlos Jiménez (el médico que hacía guardias en Urgencias). Esta rogó que no se hiciera ese día, por ser el primero, ninguna coreografía compartida.
Pero el profesor unió a Carmela con el doctor para que formaran pareja de baile:
― ¡Hola!, ¡qué grata sorpresa verla por aquí y no en Urgencias! No me imaginaba que le gustaba el tango.
― No sé si me gusta porque nunca lo he bailado y me estoy poniendo muy nerviosa de la vergüenza.
― Siempre hay una primera vez para todo… Yo también estoy algo nervioso. Espero no pisarla.
― Yo también lo espero, digo pisarlo a usted, ―le dijo y alzó sus grandes ojos negros, con cierta timidez, para mirarlo. En ese instante no pudo reprimir su risa nerviosa y contagiosa; todos los compañeros y hasta el serio profesor se rieron también.
Después de dos horas, los participantes de la clase habían aprendido nuevos pasos, tenían menos timidez porque ya entablaron confianza y se divirtieron mucho; como diría un niño pequeño: «se lo habían pasado pipa».
Y que inesperado presente recibió Carmela ese día: el dejar de ser invisible y que se despertarán sus palabras; sus hormonas y sentimientos de felicidad bailaron ese día, sincronizados, al ritmo del tango y la grata compañía del doctor.
Cuando estaban regresando en el coche a sus hogares, Carmela, mientras pensaba en silencio, no podía parar de sonreír y lo hacía mostrando sus grandes encías; iluminaba con el brillo de su sonrisa a la mismísima luna. Eva la miraba y era muy feliz por ella ―porque sí que la consideraba su amiga, a pesar de que fuera un poco cascarrabias y estuviera siempre a la defensiva contra ella―.
Llegaron a sus respectivas casas y al despedirse Eva le dijo:
―Amiga, ya se te quitó la «tontería» de no hablarme, así que pronto podemos quedar para tomar un café, y si te haces de rogar, tendré que llamar a «tu doctorcito» para que te recete: «salir conmigo».
― Vale, ¡no he visto a persona más insistente que tú! Eso sí, la conversación será cincuenta por ciento cada una. ¿Trato hecho?
― ¡Trato hecho! ―Sellaron el acuerdo, agarrándose de las dos manos, por un buen rato, como si tuvieran imanes que las pegaban―. ¡Adiós, bailarina!
― ¡Adiós, amiga! ―se despidió Carmela, y Eva, al escuchar esa palabra (amiga), pronunciada por primera vez, sintió por un instante que era la mujer más feliz del mundo.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

EL TANGO QUE HIZO LLORAR A UNA NIÑA. Tema de la semana.
Septiembre. Caserón de verano de los abuelos
El verano llegaba a su fin. Los árboles comenzaban a perder las hojas y los frutales sus frutos. El nido las golondrinas del porche, se había quedado vacío. Las flores se iban marchitando y una lluvia fina caía casi a diario: era otoño.
Los nogales ya habían sido “derrucados” y las nueces reposaban en el sótano sobre largos estantes de madera a fin de que, al secarse se le pudiese sacar la “cáscara verde” que teñía las manos de marrón.
Un poco más allá, en otro estante, se encontraba la caseta de la playa, desmontada, esperando otro año más. Y, junto a ella, las raquetas, pelotas, flotadores, sillas de playa, remos junto a una barquichuela desinflada y, en fin, el resto de los instrumentos playeros.
Las uvas de las parras y las manzanas, ya estaban bien prensadas y tapadas en los respectivos lagares, a la espera de la fermentación que daría el correspondiente vino y sidra.
La casa, llena a rebosar en agosto, con tíos, primos y algún otro que se apuntaba, se iba vaciando lentamente: el trabajo les llamaba. Y los nietos, por supuesto, habrían de volver al colegio. De la troupe infantil solo quedaba ella, que partiría al día siguiente.
Los abuelos, jubilados, se quedarían hasta “la matanza” (de los cerdos) con los que confeccionarían chorizos morcillas, y demás productos que enviarían a los hijos acompañados por algún que otro producto de la tierra.
Aunque amaneció nublado y con lluvia fina a madia mañana dejó de llover y algún que otro rayo de sol anunciaba que se podía salir.
Entonces, La Tía por excelencia que, viuda y con hijos mayores, que vivía con los abuelos le dijo a la niña, que en ese momento intentaba recortar unos muñecos de cartón:
-¿Quieres dar un paseo?
Y salieron. Con la niña cogida de la mano, ambas enfilaron un camino de un monte con pinos. Aunque subía, el camino no era empinado y al hacer cuesta, no había barro.
Como hacía siempre que caminaba, la tía comenzó a cantar. Primero, canciones infantiles que la niña sabía hasta que la tía cambió de tema entonando un viejo tango que decía:
“Caminito que el tiempo ha robado
Que juntos un día nos viste pasar,
Caminito por última vez, yo te vengo mis penas contar…”
La niña, aunque desconocía la canción intentó seguirla. Pero en el momento que llega el estribillo que acaba con la frase:
– “Yo también me voy”
La criatura estalló en un terrible llanto, mientras repetía entre hipidos y gemidos melancólicos:
-¡¡¡Yo también me tengo que ir!!!

NILA J BOHORQUEZ

Frecuentaba con cierta suspicacia, la peña tanguera de los viernes en el negocio de don Andrés D’Paoli, ubicado en el lejano pueblo denominado «Mantruska».
Cuando don Andrés (de nacionalidad argentina) tenía 20 años, emigró a dicha población en busca de nuevos proyectos, habiendo emprendido varios, pero sin el éxito deseado, hasta que tuvo la brillante idea de formar una peña tanguera, motivado por sus amigos bohemios, ya que en esa región conservadora sólo reinaba la monotonía y no conocían otra música que la de su propio folklore.
En mi visita de inspección laboral al equipo de ingenieros de la empresa donde trabajaba, conocí varios lugares turísticos durante el día; sin embargo, las noches eran muy aburridas y en un momento de insomnio decidí salir a caminar
‘por esas calles’… Pasé frente al negocio de don Andrés y al escuchar tanta algarabía de mujeres y hombres, entré al local con mucha cautela y tímidamente me senté en la barra del bar para observar el espectáculo de los cantantes tangueros y la coreografía de los bailarines lujosamente vestidos, bailando al son de la música del tango «El día que me quieras».
Sorbo a sorbo disfrutaba el exquisito vino argentino servido en fina copa de cristal ‘Le boheme’, con la mirada perdida en el espacio nocturno y preguntándome el porqué yo estaba entre personas desconocidas y completamente sola.
Mi silencio lo interrumpió un apuesto caballero, quien se presentó como ‘Naim’ y seguidamente me invitó a bailar. Mi respuesta ante tan sorpresiva invitación, fue:
«disculpe señor, pero no sé bailar tango».
-¡Oh, mi bella dama!…no se preocupe que yo le enseñaré, si usted me lo permite- me respondió.
Lo rehusé y el joven se retiró sin insistir…
Y yo, continué entretenida calentando con mis manos la copa de vino, libando pausadamente, mientras escuchaba el toque musical del bandoneón, piano, violín, guitarra y contrabajo…y concentrada en los bailes de las apasionadas parejas que se lucían en la pista de baile.
Esa fue mi primera noche de tangos en el recinto de don Andrés.
Salí de dicho lugar y me dirigí al hotel donde estaba alojada y al encontrarme con mis colegas, les comenté que había conocido a un grupo de cantantes y bailarines en un «show» musical de tangos.
El siguiente viernes todos decidimos visitar la taberna bullanguera y allí nos ‘soltamos el moño’…y sin saber cantar ni bailar tangos, nos lanzamos al ruedo, producto de nuestra borrachera.
Allí estaba el mozo Naim…oteando a nuestro grupo, pero esta vez no se acercó a mí.
Después de nuestra jornada de trabajo, volvimos al sitio tanguero…
El espectáculo nocturno comenzó con el tema musical «La cumparsita».
Esta vez no me negué a la petición del joven Naim, llevándome con delicadeza y caballerosidad, hasta el centro del escenario de baile.
Los encuentros en el bar con mi pareja de baile, fueron frecuentes … continuando las clases y ensayos con mucho entusiasmo, hasta que culminé con todos los pasos sensuales despojándome de toda mojigatería y apoyándome en sus brazos, sintiendo el fuego del contacto de ambos cuerpos, en cada paso y movimiento al ritmo de «Bésame mucho», estremeciéndose todo mi ser con un beso ardiente al final del compás, que jamás olvidaré.
Y así coroné las clases con la armonía sensual que el tango envuelve en cada movimiento…con tanta pasión, que al regresar a mi ciudad natal, renuncié a mi trabajo para abrir una Academia de baile con la participación de mi «Maestro», inaugurando un día viernes, la gran peña tanguera …
«Tangos…y algo más».

EDUARDO VALENZUELA JARA

Manuel Flores va a morir
Eso es moneda corriente
Morir es una costumbre
Que sabe tener la gente
Milonga de Manuel Flores

―¡Cante, maestro! ¡Cante, por favor!
La fiesta se había animado con unos tangos y todos querían oir al famoso cantante Julio Argüelles que, sonriente, se dejaba querer por los asistentes.
Entre la multitud, una mujer ―la más bella de todas―, llamó la atención de Argüelles. Era Alexandra Santa Fé, la más popular de las socialité de Buenos Aires, estaba acompañada por su prometido Alfonso Zorreguieta. Las miradas de Alexandra y el cantor se cruzaron, se reconocieron, como dos fieras que sabían de sus viejas heridas.
La orquesta comenzó a tocar “Siga el Corso” ―el tango del maestro Aieta― y Julio Argüelles, con su sonrisa de oro y sin despegar la vista de Alexandra, comenzó a cantar:
Esa Colombina
Puso en sus ojeras
Humo de la hoguera
De su corazón…
Aquella marquesa
De la risa loca
Se pintó la boca
Por besar a un clown…

Después de cantar otro par de tangos, Julio Argüelles se mezcló en la fiesta sosteniendo una copa de champaña. Al cabo de un rato se encontró frente a Alexandra y su prometido.
―Señorita Alexandra Santa Fé ―le dijo haciendo una caballerosa reverencia con la copa en la mano―, Julio Argüelles, para servirle.
―Mirá, Alfonso ―dijo ella a su acompañante―, es el destacado cantor argentino que ha hecho fama en Europa y ahora vuelve a la patria. ¡Encantada de conocerlo, señor Argüelles!
―Lo mismo digo yo, señor Argüelles ―agregó Zorreguieta.
―La felicito por la fiesta, señorita Santa Fé ―dijo Julio―. Ahora veo que su fama de organizadora se queda corta frente a los hechos.
―Ja, ja, ja. Qué simpático es usted, Julio. ¿Y qué más le han dicho de mí?
―Me han dicho suficiente ―sonrió con mirada cómplice―. Me han dicho que es una belleza… y veo que también se han quedado cortos en eso.
Alexandra volvió a reir y Alfonso Zorreguieta hizo la mueca de una sonrisa.
La orquesta seguía tocando y comenzaron los primeros compases de “Mano a mano” ―el tango de Razzano y Flores―. Julio miró fijamente a Alexandra y dijo:
―Alfonso, si no es mucho pedir… ¿Me permite bailar esta pieza con su prometida?
Alfonso, a pie forzado, no pudo negarse.
Alexandra y Julio caminaron hasta el centro de la pista. Se miraron a los ojos y Julio dijo.
―No podía no sacarte a bailar este tango, “Sole”. Si parece escrito para vos.
De pie, frente a frente, acercaron sus cuerpos en un abrazo; él recibió en su mano izquierda, la delicada mano de ella y comenzó el baile.
Él, la llevaba con movimientos viriles y seguros. Ella, se dejaba llevar, siguiendo el balanceo de aquel torso con smoking y perfume de Paris, sintiendo la presión de la mano del hombre sobre su espalda de plata.
Las piernas de Alexandra parecían brillar, gráciles, entre los pasos firmes de Julio que avanzaba por la pista como queriendo fundirse con ella. De pronto, en un corte, las piernas de ambos se abrazaron en insinuante firulete.
Los rumores corrieron entre los asistentes que empezaron a hacer un ruedo entorno a la pareja. Aquellos bailarines, y especialmente sus cuerpos, parecían conocerse muy bien. Alfonso Zorreguieta se veía incómodo, parecía que intentaba controlar los ratones que comenzaban a revolotearle en la cabeza.
Un par de pasos sincopados más y entonces vino la volcada. Todos vieron como el cuerpo de ella se recostaba sobre Julio, como entregándose por completo, mientras lucía su larga pierna ―enfundada en media de seda― apoyada únicamente en la punta del zapato de taco agudo. Los aplausos no se hicieron esperar. La pareja era una sensación y continuaron recibiendo palmas y silbidos hasta terminar el baile.
―Muchas gracias, “Sole” ―susurró Julio al oído de Alexandra―. Mano a mano hemos quedado… Espero que este baile no te traiga problemas con el otario ese.
―No te preocupes, querido, no será nada que no pueda manejar.
Esa noche, tras la fiesta, Julio Argüelles se encontró solo en su cuarto de hotel. Pensaba en Alexandra, o más bien en Soledad González, ―“Sole”― como la conoció él, allá en el arrabal, cuando eran pibes y ella vestia de percal; cuando eran novios y se juraban amor eterno. Pero los firuletes de la vida, como si de un tango se tratara, los habían llevado por caminos muy distintos. Él, un aspirante a cantor que intentaba hacerse un nombre tuvo que huir del país después de matar a un guapo que quiso sobrepasarse con Soledad. Sin un mango, tuvo que empezar de cero, solo allá con los franchutes de Paris. Mas la suerte, que es mujer, le sonrió hasta hacerlo un dandy y tocar la fama lejos de la patria.
«¿De qué sirve la vida si estoy solo?», pensaba Julio mirándose en el espejo. Su cara era perfecta, peinado a la gomina y con las mismas facciones de Carlos Gardel. Se empinó un último trago de vino y tomó el revolver.
Sin dejar de mirar su reflejo, lentamente, fue acercando el arma hasta la sien. Vio una lágrima correr por su mejilla, dijo “Adiós Soledad” y jaló del gatillo.
***
Cuando el detective Bennet y su ayudante entraron al departamento del señor Aguilera, no pudieron evitar taparse la nariz. Allí se encontraba el cuerpo muerto, a medio podrirse, sentado sobre una silla de ruedas.
Bennet se acercó al cadáver y le señaló a su ayudante los electrodos que salían de los restos del cráneo. Con el dedo siguió los cables y encontró la consola. Tecleó en ella un par de comados, leyó la pequeña pantalla táctil y dijo:
―”Mano a mano”.
―¿Qué?
―”Mano a mano”, un clásico.
―¿Qué quiere decir con eso, detective?
―Estos restos, que supongo son del señor Kevin Aguilera, son el clásico caso de suicidio virtual. El viejo estaba postrado, hace años que no podía caminar. Vivía aquí solo y su única entretención debe haber sido esta consola de realidad virtual ¿Ves los cables?
―Pero esas consolas son inofensivas, detective.
―Si, pero circula esta versión de “Mano a mano” que ha sido alterada para generar corrientes que achicharran el cerebro. Los piratas de la Deep-Web la suelen vender a los abuelos suicidas que no se atreven a eliminarse. La historia lo hace por ellos.
―¿Qué historia?
―La de “Mano a mano”, es una de las películas de Carlos Gardel. Donde tiene una novia que se mete en el mundo de los cabaret y allí conoce cafiches millonarios, mientras él triunfa como cantante y bailarin de tango en Europa. Al final se pega un tiro en la sesera.
»A los vejetes les encanta fantasear con eso, ya sabes, cantar y bailar tango. Le da un toque romántico a los suicidios… Se comprende, gente sola, postrada como él, se dan el último gusto de bailar.
―¿Y qué hacemos ahora, detective?
―Activa los robots forenses para que hagan el resto del trabajo y archiva el caso.
―¿Qué “subject” le pongo al archivo?
―Ponle “Muerte por tango”.
FIN

ROBERTO MASSI

Con sangre se escribe tango
El caserón de ladrillos gastados es un fantasma incómodo en el barrio de la Boca. Por las noches, sus paredes supuran infierno. La persiana de la ochava enrolla sus orugas oxidadas. Al ruido de cadenas y chirriar de chapas, le sigue el periplo de media docena de mesas grasientas y una veintena de sillas rengas que salen a ver la luna coquetear con el Riachuelo. Sobre el mostrador el aguardiente oficia de balanza, sopesa risas y lágrimas, traiciones y entuertos, abrazos y encuentros, el quitapenas tiene idioma universal. En el zaguán, la piara de machos aguarda por los favores de las señoritas.
Irineo Fregona cumple 18 años, fuma, espera por una dama, Mono Medina busca una excusa para llevarlo afuera.
—Hace calor, vamos a la vereda.
—Tengo la bolilla de madera y llaman por orden.
—¡Que metejón tenés con esa negra! Mi viejo dice que de los fierros y las mujeres no hay que enamorarse. Van a bailar, sos mejor que esos pataduras. ¿Tenés miedo de hacer el ridículo? No hay nada más ridículo que un hombre enamorado ¡Dale!
Bajo el farol, tres musiqueros improvisan. Lo llaman tango, lo bailan los cabecitas negras. Irineo vio todo lo que debía ver, polcas, habaneras, candombe de lavanderas y posee un arma secreta: le florece el tango flamenco desde las tripas de su abuela. Hace pasos sigilosos, acecha a una presa imaginaria, la cintura se le quiebra en refucilo de wing derecho, se detiene de golpe. Arrastra la punta del pie alejado, sonriente, deja desparramada a sus pies a la defensa. Regresa a su canchero paso de minué inventado, a acechar su presa.
—¡Diecisiete, la desgracia! -canta el encargado- Desde el fondo del vestíbulo, emerge una figura elegante.
—A éste, lo empiezo a atender en la calle -dice la morocha-
—¡Suertudo, le tocó la Porteña! -grita el vendedor de pasteles-
El bandoneón rebusca un puñado de notas entre sus nostalgias, el violín estruja el alma con voz de llorona profesional. La luna es un hueco prolijo recortado en la negrura. La pareja entrelaza sus cuerpos, el codo de la mujer viaja plegado al pecho del hombre, dos brazos en candelabro, los dedos del joven comandan, la piel de la espalda baja de la hembra, hay chispas en las miradas. Comienza el juego, avances y retrocesos, ochos y tijeras. La sensualidad desborda, los presentes miran boquiabiertos, aprietan sus bolillas de madera con ansias. Los bailarines forjan su interminable romance de tres minutos. Él hace realidad el sueño de tantos iguales de abrazar una mujer. Ella goza la comunión de los cuerpos.
—Terminemos esto en mi pieza – dice-
—¡Esto termina en el camposanto, maulas! ¡Nadie se florea con la hembra del guapo Paredes!
El público pasa del embeleso al temor.
—¡Rosendo, fue culpa mía! ¡Pégueme, lo merezco!
—¡Cállate y andá para adentro! ¡Vos sacá el cuchillo que no me sobra tiempo!
—No tengo Don Rosendo, soy el hijo de María Fregona, la que blanquea sus camisas.
—Tu madre será una santa, vos sos un granuja. ¡Denle un cuchillo, carajo!
Medina le alcanza su facón y se muerde el nudillo hasta hacerlo sangrar.
Sin música, comienzan a danzar dentro de la ronda que forman los curiosos. El malevo pasa cuatro veces el cuchillo de mano en mano sin quitar sus ojos del muchacho para distraerlo. El pibe presenció decenas de peleas en el conventillo. Fregó sangre, sacó las pilchas a los muertos para venderlas. Conoce los trucos, tiene en claro qué significa “perder”.
El compadrito tira una estocada a fondo, Irineo exhibe mañas de potrero, corre el cuerpo hacia un lado y deja la pierna extendida. El contrincante trastabilla y cae en cuatro patas. Se levanta rápido, simula no escuchar risas. La sangre le calienta las mejillas, tira el poncho abierto sobre Irineo para forzarlo a usar las dos manos y se le va encima como caballo desbocado.
Fue comentario al otro día en el boliche. Un guapo piensa todo el día de qué manera va a matar. Cada acto es un símbolo preciso. No razona en cual instante de alguna noche, se agota su historia. Rosendo fue pura audacia. Los reflejos del muchacho un rayo en la penumbra, se dejó caer de rodillas y asestó una puñalada que desnudó las tripas. Rodó el pendenciero con ojos incrédulos y dijo babeando sangre: —Hacete humo pibe o te limpian los míos, o los que vendrán por fama.
La porteña se acercó sin mirar al muerto, lo escoltó a su pieza, sirvió un par de tragos. Hicieron el amor como la última voluntad de un condenado. El fonógrafo susurraba:
«Hoy, vas a entrar en mi pasado,
En el pasado de mi vida
tres cosas lleva el alma herida
Amor… pesar… dolor…»

ARCADIO MALLO

Desde la habitación del hotel podía observar aquella inmensa masa verde rodeada de selva urbana. Era realmente asombroso como aquel espacio tan grande y tan verde había sobrevivido entre los edificios más enormes que jamás había visto, al mundanal ruido de aquella interminable ciudad y, sobre todo, a la presión del animal más destructivo del ecosistema: el ser humano. Daba igual, era hermoso. Muy hermoso. Y seguro que en sus entrañas guardaba secretos inconfesables y misterios sin resolver. Sin duda alguna.
A pesar del majestuoso desayuno americano que tenía a su alcance, apenas desayunó. El nerviosismo por el día que le esperaba y la ansiedad de llegar a aquel momento tan deseado, podía sobre todo. No dejaba de morderse las uñas, pese a las reprimendas recibidas una y otra vez. Era un culo inquieto. Siempre lo había sido. Pero desde el momento en que se subió a su primer avión en el aeropuerto de Santiago de Compostela y le fuera revelado el destino, casi no había dormido.
– ¿Y conoceremos al señor Gramzay? – Había preguntado.
– Es posible – Le respondía su padre con serenidad e incertidumbre.
Y al fin puso el pie en aquel camino que llevaba directamente a su objetivo. En su mente quedó grabado el olor inconfundible de la naturaleza, aunque nunca sería capaz de describirlo, junto a aquella sensación de estar en un parque infinito que nunca acababa. Pero, pese a la impresión que le producía, seguía sin importar nada. Su sueño a punto de hacerse realidad.
Ya en la entrada, leyó emocionada las enormes letras que le confirmaban que habían llegado: “Central Park Zoo”.
– ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mami! – Gritaba fuera de sí – ¡Hemos llegado! ¡Hemos llegado! ¿Dónde están los pingüinos? – preguntaba con una ansiedad inusual.
– Tranquila mi amor. Tranquila – intentaba relajar la madre – Papá está mirando el mapa y ahora nos guiará.
Papá acertó con el camino. Non se entretuvieron, entraron, cruzaron por la piscina del León Marino, que en otro momento habría despertado toda su atención y llegaron al Círculo Polar. Fue directa a los pingüinos barbijo, que identificó perfectamente, cansada de devorar fotos de estos animales en internet.
– ¡Mirad! ¡Mirad! – decía sobresaltada a sus padres – Allí están. ¡Allí están! – gritaba – Son Roy y Silo. Y sin duda, aquella es Tango. ¡Tango! – hacía señas con la mano a través del cristal – Por fin nos conocemos.
Tango era un pingüino hembra que había sido criada Por Roy y Silo, dos machos que se habían enamorado y que, con la ayuda de Rob Gramzay, el cuidador del zoo en aquel momento, habían conseguido sacar adelante un huevo abandonado por otra pareja.
Desde el momento que le habían regalado el libro de “Con Tango somos tres” de Justin Richardson y Peter Parnell, su principal sueño había sido viajar a New York para conocer a Tango y su familia. Y de paso, saludar al señor Gramzay y darle las gracias por ayudar Roy y a Silo. Todo eso se había forjado en la imaginación de una niña de seis años. El brillo de su cara y de su sonrisa mientras observaba los pingüinos era indescriptible.
– A veces – pensaría a lo largo de su vida – los sueños se hacen realidad.

LETICIA R MENA

Se repetía una y otra vez que no debería estar allí. Él había nacido para el baile, para el juego de pasos del tango.
Pero los días de gloria acabaron cuando aquella bala perdida fue a atravesar la carne y el hueso de su pierna.
No perdió la extremidad, tal vez hubiera sido mejor que sí, piensa a veces. Los cojos no pueden bailar el tango, se dice.
Y tiene una familia que alimentar: dos criaturas, esposa y padres que dependen de él.
Son tiempos difíciles, y el ser humano hace lo que sea necesario para sobrevivir. Sobre todo cuando se debe sobrevivir en una guerra.
Sin bando, los que pierden son siempre en nombre de los que se hacen las guerras. Nunca son quienes las inician. Tampoco depende de ellos terminarlas.
En esas circunstancias cualquier trabajo que ponga un pedazo de pan en la mesa es bien recibido. Al menos eso se dice para acallar los gritos de los condenados.
En la oscura humedad de esos calabozos, cuando nadie puede verle, recuerda los pasos de ese tango que le valió su primer trofeo. Arrastra su pierna con la melodía tarareada en la cabeza.
La misma melodía que se obliga a recordar en su cabeza cuando en su trabajo de verdugo conduce a los reos hasta la muerte.

MARY CORREA

Era verano y el calor era insoportable, Juana y Calisto almorzaban a la sombra de las glicinas.
–Salí –rezongaba Juana a un pequeño cachorro que le mordisqueaba las sandalias.
– Cómo extraño el tango, murmuró– Calisto mientras bebía su vaso de vino.
Juana lo miró sorprendida –No sabía que te gustaba el tango, pero si extrañas tanto bailar, aquí cerca hay una academia de baile, ¿si querés nos anotamos?.
Calisto la miró con el ceño fruncido y le contestó a su mujer –qué bobadas dices Juana mira si vamos a ponernos a bailar tango en una academia a nuestra edad, yo estaba hablando de mi perro el tango, un ovejero alemán que era mi compañero de aventuras cuando era gurí y se me vino a la cabeza su recuerdo.
Juana lo miró desconcertada, y suspiró –ah! Pero qué lindo sería aprender a bailar tango, disfrutar del baile a nuestra edad. –déjate de tonterías Juana y sírveme otro plato de esa ensalada tuya que es una delicia. Todo el resto del día Calisto observó a su esposa y en su rostro se veía cierta desilusión y algo de tristeza.
Al día siguiente Calisto dijo a su mujer–vamos cámbiate la ropa, ponte tu vestido de los domingos y las sandalias esas que te quedan muy monas.
–¿ Adónde iremos? – preguntó Juana con curiosidad.
– No preguntes –contestó Calisto –y vamos antes de que me arrepienta.
Juana en un santiamén ya estaba toda producida. Toma dijo calisto dándole a su esposa un pintalabios color carmín. Juana con su vestido de domingo y calisto con su traje gris caminaron por la calle tomados de la mano hasta llegar a la academia de danzas. Para sorpresa de Juana, calisto los había inscrito en las clases de tango, y cuando entraron al salón de baile se encontraron con varias parejas amigas, desde ese día no faltaron ni a una sola clase de tango, siendo una de las parejas que representaban el tango en varias de las competencia internacionales. Nunca dejes que la edad te impida hacer las cosas que más te gustan hacer.

JAVIER GARCÍA HOYOS

La miré, me miró. Y en la penumbra de aquella sala, entre vasos de vodka, whisky, vino, mate, y humo de tabaco, una fuerza se apoderó de mí, una fuerza ajena a mi cuerpo, un aliento que insufló en mí la vida que creía perdida. Sus brazos, suaves como las alas de una mariposa, pero firmes como el acero más templado, se posaron sobre mis hombros. Su rostro, caído levemente hacia atrás al igual que su torso, tenía sus ojos cerrados; señal de una ensoñación que parecía causarle placer, el mismo que hacía gozar a mis oídos al escuchar el clásico tango de Gardel.
Siempre tuve la duda de si fue aquel embrujado baile, o el sensual movimiento que nos hacía volar por la sala, entre los asombrados presentes, el que me hizo vibrar y enamorarme de aquella mujer a la que no volví a ver jamás.
Y ahora, lejos ya de aquellos olvidados días de miedo, silencio y crueles mundos que habitaban este, mi memoria sigue latente bailando aquella mágica canción.
Las notas se metieron en mis huesos, en mi sangre, y en mi corazón, se perpetúan como lo haría, en un pentagrama, una redonda eternamente ligada.
Sigo viviendo esa noche, día tras día, año tras año. Y lo seguiré haciendo para siempre, pues aquella noche la locura alcanzó mi cabeza, y no quiero que se retire en favor de la cordura, ya que esta me mantuvo dormido, y quiero estar despierto, loco, pero despierto. Y por ese despertar daría la vida, por esa cabeza, por una cabeza ocupada por ese tango de Gardel. Por un amor desconocido, lejano, y perdido, pero presente.

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17 comentarios en «Tango – miniconcurso de relatos»

  1. Me encantaron todos los relatos. El tema de la semana: tango me gustó mucho.
    Iba a votar pero ya leí que el diploma era para todos.
    ¡Enhorabuena, compis!

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