Invisible – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «invisible». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 7 de diciembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Libro muy recomendable de Eloy Moreno, me leí la mitad en formato digital y a Dios le puse por testigo…
Qué rabia cuando subiendo o bajando el texto se te vaya para arriba y no te acuerdes de la página que estabas leyendo. Qué sí, qué sí, que existen marcapáginas electrónicos, etcétera.
Pero,¿puede superar el olor, el aroma, de un buen libro en formato físico?
Puede que te alimente el alma igual y que te ayude a ganar espacio en tu hogar, pero el perfume que desprende un libro…
Fin.

CORONADO SMITH

EL HOMBRE INVISIBLE

Me exilio al olvido;
hace tiempo lo decidí.
No me interesa nadie
que no se interese en mí.
Fundido con mi sombra,
ya puedo volar.
Me ausento de vuestra memoria
y de la falsa modernidad.
Mis palabras son mudas,
mi escritura no se lee.
Me camuflo en el aire,
ya no me podéis ver.
No me queda amor
ni tampoco amistad.
En la basura está todo.
¡A la mierda la sociedad!
Soy el hombre invisible,
me he disuelto ya,
reencarnado en la nada,
en el vacío total.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Lo presentía sí lo presentía, ya que el fino velo que cubría la ciudad impedía ver a mis ojos lo que escondía el lugar escogido.
Tres días permanecí. en el lecho de la muerte sin morir con los ojos bañados con líquido de vela a igual Teresa de Ávila. Más el espíritu del templo tapado se acerca a mi cama y me abre la puerta para que salga de nuevo a la vida.
Lo invisible se muestra ahora patente a mis ojos.
Las luces de colores del árbol de la Navidad mi intusiasmo lo percibe con Alegría de fiesta y repique de campanas…
Feliz Navidad…

PAQUITA ESCOBERO

Aún recuerdo el relato de una alumna en el centro de adultos. Yo era la persona que les daba conversación en español, para que se fueran soltando en el idioma cotidiano.
África llegó en una patera desde Senegal. No rozaban por su piel ni los veinticinco años y en su rostro las señales de treinta más la dejaban marcada. Sonreía cuando no entendía algo, paseaba por los pasillos del centro donde su vivencia era invisible a los que miraban sus ojos negros, profundos, intensos e inolvidables.
Para que hubiera confianza, las conversaciones que mantenía con el pequeño grupo de alumnas inmigrantes eran de la vida, del amor, de ir a la compra, al médico, a pedir una documentación o de la familia.
La familia, ese fue el día en el que me contó la historia de lo invisible. Hacía tres meses que su madre la había subido a una barca donde muchos otros iban: niños con sus madres, pequeños sin nadie que los acompañará, jóvenes de su localidad de origen y muchos desconocidos con un mismo sueño, llegar a un destino, cualquier destino menos el que la vida les había dado por nacimiento.
Su relato no podía dejarte indiferente, porque en sus ojos el miedo aún estaba presente y ser invisible en un mar inmenso, en la oscuridad de la noche, escuchándose unos a otros, llantos de niños desconsolados que no sabían qué hacían allí, tan solo recordaban que sus padres les habían dicho que era lo mejor para ellos. Oraciones y plegarias pidiendo a su Dios que llegara pronto el amanecer.
África agarrada a su bolsa con las manos entumecidas por el frío y la humedad, como quien sujeta la vida creyendo que si la agarra fuerte y no se pierde la bolsa, nada podía pasar.
No recordaba las noches ni los días vividos en el cayuco, solo recordaba a los que hubo que dejar en el camino porque la vida les abandonó en la noche o en la soledad de la huída, los llantos, el hambre, la sed, el querer volver a su casa aunque sabía que no podía.
El cayuco comenzó a llenarse de agua, el pánico a llenar las esperanzas de miedo. Ahora eran más invisibles que nunca.
Pensó que allí estaba su destino final, cuando alguien comienzó a gritar: «Isla, Isla». Y allí estaba marcada en el horizonte la línea divisoria entre la vida y la muerte, una fina línea de tierra que les decía que aún había posibilidades.
Llegaron a tierra menos de la mitad de los que partieron. Muchos invisibles habían quedado en el mar, a la deriva. La respuesta a sus oraciones no había llegado a tiempo, hubo una selección y no entendía los motivos.
Esa tarde yo solo pude llorar ante su relato, sus motivos, su caminar invisible y sus ganas de aprender rápido para poder trabajar mejor.
Otras conversaciones vinieron después, una madre tras un teléfono con la que habla en la clase para presentarle a su profesora, dos hijos que la esperaban con su abuela, aunque ella era consciente de que tardarían años en verse.
Y en ese momento decidí que tenía que dejar de ser invisible. Cogiendo su mano fuera del horario escolar y llevándola a que los caminos se abrieran. Pero sobre todo, contando a cualquiera que quisiera escuchar, que ser invisible a veces es la expresión del miedo en medio del mar.
Por África.

PEDRO PARRINA

POEMAS INVISIBLES
Escribo poemas ilegibles con el dedo, al aire; invisibles pero ciertos…, para que no los lea nadie.
Escribo poemas con el dedo en el vapor de los cristales, en los retretes y en los baños; visibles solo instantes…, para que no los vea nadie.
Escribo poemas con el dedo en la arena, a la orilla de los mares; breves como océanos…, para que no los borre nadie.
Escribo poemas con el dedo en el vaho de ventanales; alegres y tristes…, pero que no lo sienta nadie.
Escribo poemas con el dedo sobre tu piel; con ansias de tu cuerpo, por placer…, pero que no se entere nadie.
Escribo poemas con el dedo y entre lágrimas, sobre las lápidas; cosas que nunca les dije…, pero que no lo sepa nadie.
Escribo poemas ininteligibles y efímeros, con el dedo, en las nubes, sobre las piedras, bajo el agua, cosas que aún están por saber…, para que no me dañe nadie
Escribo poemas invisibles a escondidas, sin motivo ni razón; necesitados de escucha; de humanidades; hambrientos de amor; ofuscados por deseos de poeta; dolientes de pérdidas; de soledades y tristezas, rebosantes de pasión… Tal vez solo sean exigencias por sobrevivir o subsistir haciéndose visibles, pero; que no los lea nadie…

BENEDICTO PALACIOS

Les despertaron desde la base con música de la Guerra de las Galaxias, y a los viajeros de la nave espacial, Jimena y Guillén, se les encendió la risa. Habían dormido el tiempo estipulado y la órbita por la que se desplazaban les proporcionaba buena visibilidad, pese a las tormentas de Marte. Se hallaban relativamente cerca del planeta y desde el ojo telescópico podían contemplar aquel espectáculo de fuego y luz. Faltaba poco para el amartizaje y los dos brindaron con cava. Había que solemnizar el éxito. Se abrazaron emocionados, aunque no llegaron a apurar las copas. Una orden procedente de la base les chafó la fiesta. Debían abortar el amartizaje y volver a tierra.
Recogieron el brazo magnético y cerraron la mira telescópica. Les esperaba una larga travesía a través de órbitas con el único testigo de la luz solar.
—¡Qué solo se encuentra este mundo sin nosotros! —Exclamó Jimena.
—El que vemos, el que nos enseñan nuestros ojos y los instrumentos de medida, pero habrá más.
—Claro, claro. El más allá de lo que vemos es lo que no logramos ver. Es lo invisible.
—¿Tú crees que lo invisible posee una dimensión superior?
—La que tu imaginación quiera concederle.
—Pues yo creo que lo invisible lo es porque no tiene dimensión.
—Y yo añado que lo que carece de dimensión es infinito.
—Infinito, invisible, indivisible, inmenso. La gente que habla así de una realidad nos dice lo que no es, no lo que es. (Infinito= no finito, invisible=no visible…)
Mientras se entretenían en razonamientos tan conspicuos y notables, sintieron una enorme sacudida. La nave ingresaba en la atmosfera terrestre. Aparecía en lejanía el planeta azul. Ahora sí que brindaron gozosos.
—Nos acercamos a un mundo finito pero de seguridades —Comentó Guillén.
—¿Lo crees así? A mí me parece más bien un mundo de dudas aunque lo prefiero. Desconfía, aléjate de las personas muy seguras.
—Lo suscribo porque la semilla de las certezas bobas nunca ha desaparecido, y hoy fructifica en demasía.
—Pues yo invitaba a quienes lo encuentran todo tan seguro y definitivo que se den un vuelta por las rutas de otros mundos, por las que acabamos de dejar.
Descendieron de la nave. Después de unos días de descomprensión, se encontraron con sus familiares. Andrea, la hija de Guillén preguntó a su padre por sus sensaciones y qué recordaba de aquellas latitudes tan lejanas.
La contestó Jimena que estaba presente.
—He sido plenamente consciente del valor de lo exiguo e insignificante. Pese a nuestras presunciones, carecemos de importancia. Solo contamos para la gente que conocemos y nos ama. Yo me he sentido en el inmenso mundo como la cosa más minúscula.
—En ese mundo que acabamos de abandonar, hija mía añadió Guillén, somos invisibles, una nadería.
—Pero les he seguido queriendo y mi madre también. —Dijo la hija emocionada.
Entonces Guillén la abrazó y levantó en volandas. Jimena siguió sentada, porque después de casi un año sin calzarse los zapatos de tacón le dolían los pies.

MARÍA OGRAL

Tema: Invisible.
Fin.

RAQUEL LÓPEZ

Cuantas veces a pesar de los golpes y palabras punzantes, tus ojos brillaban con luz de esperanza y los abrazos de tus hijos te reconfortaban.
Cuántas veces callaste y ocultaste tus lágrimas sin saber que tu voz merece ser escuchada.
Cuántas veces la soledad y la incomprensión eran tus fieles compañeras y el sentimiento de culpa se anidó en tu corazón.
! Nadie! Tiene derecho a dañarte, ni a humillarte, ni a hundirte en las tinieblas del abismo, ni hacer que seas invisible toda la vida, anulando tu dignidad humana.
Eres un lienzo esperando ser pintado con colores de esperanza y es por ello que tienes que desafiar a las sombras y hacerte visible.
Porque, no estás sola y una nueva vida te espera con los brazos abiertos.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

COSAS DE LA PRIMAVERA
Con enorme fastidio dejó de leer el periódico. Lo dobló por la mitad dejándolo sobre la mesa y se removió en la silla, molesto por el alboroto que montaban aquellas dos bestezuelas chillonas, mofletudas, paticortas y rubias como angelotes de Murillo, correteando entre las mesas al amparo de la protección cómplice de sus madres, que con absoluto desprecio por el entorno, disfrutaban de su aquelarre tertuliano ausentes al estropicio ambiental que sus querubines estaban causando.
La primavera había llegado ansiosa de orgasmos y la mañana estaba deviniendo en una maravillosa experiencia de promiscuidad para los sentidos. Inflamada por el deseo, la rosaleda, con su más provocativa lencería de colores, se abría de pétalos ofreciendo, lúbrica, a la voracidad golosa de sus amantes potenciales, la viscosa miel de sus estigmas. En la enramada, el herrerillo suplicaba amores con gorjeos interminables, que llevaban tintes de romanzas viejas. A caballo de la brisa, como valquirias desatadas, fragancias querendonas de gardenias, lavandas y peonias, despertaban la concupiscencia de las pituitarias. El sol sabía a sal, olas morosas y a tersuras morenas perladas de sudor, mientras que las manos ya gozaban de esa ansiedad melosa y húmeda, que anticipa los gemidos del éxtasis. Pero aquellos dos monstruos canijos hacían imposible una orquestación a la medida de esa sinfonía.
—Kevin, Amin, venid aquí, portaos bien y no molestéis a ese señor.
«No podía ser de otra manera», pensó Alberto, «eran irritantes y vulgares hasta para ponerle nombre a los críos».
—Pilar, bonita, que son niños y no molestan, además no hay casi nadie, déjalos que disfruten.
«¿Y yo, quién soy, culigorda insatisfecha? ¿A caso no me ves? ¿Formo parte del mobiliario urbano? Mete en una jaula a tu bastardo y volved al zoo del que os habéis escapado», tomó la copa con intención de apurar el último trago y desaparecer de allí en busca de escenarios más amables.
—¿Alberto? ¡Por Dios, no puede ser! ¿Eres tú? ¡Claro que lo eres! ¡Cuanto tiempo, no me lo puedo creer!
Enfrascado en su diálogo interior, no la había visto llegar y, como una bendita aparición, surgió de la nada delante de sus narices: Clara, su amor de la infancia, adolescencia, juventud, de toda su vida. Su único amor. Por ella había cometido las mayores locuras, los disparates más inimaginables. Era su obsesión, la fiebre que le consumía a todas horas. Por pasar un minuto a su lado sacrificaba días enteros de vigilia para hacerse el encontradizo y poder dirigirle la palabra, aunque solo fuera para darle el parte meteorológico o acompañarla a la boca del metro. Clara, la musa que alimentaba sus fantasías, el fulminante que hacía explotar su bomba de hormonas, la compañera imaginada en sus noches de insomnio, que nunca entendió que a él la amistad se le quedaba corta. Y ahora estaba allí, espléndida, elegante, más hermosa aún que hace… cuanto ¿treinta, cuarenta años? Perséfone encarnada en otra diosa primaveral. Un dulce lenitivo para sus sentidos maltratados.
»Alberto, ¡qué alegría! Los primeros amores nunca se olvidan, ¿verdad?
«¡Alto, cuidado, arenas movedizas! Yo era invisible para ti, corazón», rememora Alberto, desconcertado, «nunca me diste la más mínima oportunidad, y no sería porque no lo intenté de mil maneras. Estás mezclando recuerdos, querida, poniendo mi piel en la esencia de otro. No me rompas de nuevo el corazón, te lo suplico».
»Porque eres Alberto, ¿no? ¡Ay que no eres tú! ¡Que la estoy liando! ¡Qué bochorno, por Dios!
—Pues no, no soy ese afortunado Alberto —mintió por pura estrategia—, me llamo Pedro, me gusta el vermú de grifo, este que sirven aquí es de lo mejorcito, créeme, y pensaba que el día comenzaba a nublarse hasta que has aparecido tú para restablecer el equilibrio.
«Vaya, tiene labia, el tío, y está bueno. ¿Qué tendrá, un par de años más que yo? Se cuida, eso se nota: no tiene barriga, está moreno, le da mucho el sol, y debajo de esa camisa de lino se adivinan horas de gimnasio. Lo mismo no ha sido tan grande la metedura de pata, Clarita».
—Qué vergüenza, pensarás que estoy loca o cosas peores. Me llamo Clara, no suelo comportarme como una idiota, al menos a estas horas de la mañana, y perdona, chico, pero eres igualito a alguien que conocí hace mucho tiempo, de eso estoy segura. Sin embargo, ahora ya dudo si se llamaba Alberto. Soy un desastre. Lo siento.
«Qué guapa estás, vida mía. Si Alberto fue para ti invisible, no voy a arriesgar esta mano diciéndote la verdad, al menos de momento. Venga, Pedro, tira los dados».
—Aquí el único idiota impresentable soy yo —dice él invitándola con un gesto a sentarse—, grosero y desconsiderado, porque no he tenido los reflejos ni la elegancia que alguien como tú estará acostumbrada a disfrutar. ¿Tomamos algo? —casi suplica mientras llama la atención del camarero—. Te recomiendo el vermú, todo un descubrimiento, ya verás, y de paso picamos alguna cosa, si te parece oportuno. Lo malo son estos bichos —señala con cara de disgusto a los críos, que siguen armando bulla—. ¿Te gustan los niños? ¿Tienes hijos? ¡Vaya, qué torpe! No me contestes, si no quieres, estoy siendo indiscreto. Te pido disculpas.
«Además de estar bueno, se maneja muy bien en la distancia corta. Cuidado, Clarita que este es de los que te encajan en el perfil. Pasitos cortos, mi niña, pasitos cortos».
—No, tranquilo, no me molesta que lo preguntes y no, no tengo hijos, ni siquiera pareja. Digamos que me encuentro en uno de esos momentos valles de introspección, tan saludables, que una debe tomarse de vez en cuando.
«Yo sí que me perdería en tu valle irremediablemente. Pero lento, Alberto, no la espantes». La llegada del camarero con la comanda interrumpió sus pensamientos.
—Tienes razón, Clara, hace bien darle descanso a las emociones, sacarlas al sol, que se ventilen. Yo también estoy en una de esas curas de reposo. ¿Te gusta el brebaje? Para mí es insuperable.
Una sutil ráfaga de viento agitó la arboleda, poniendo en las hojas repiqueteo de campanillas y sones de marimba. Un silencio compartido alfombró el camino de la confidencia.
—Sinceramente, me alegro de haberte confundido con otro, pero quiero compensar la metedura de pata de alguna forma. Deja que te invite. Yo pago esta ronda.
—Soy un hombre fácil, Clara, si me das tiempo te lo demostraré. Pero acepto con una condición.
—¿Cuál?
—Que yo pago la comida.
—¿Qué comida?
—¿Te gusta el sushi?
—Me encanta.
—Conozco un japonés increíble muy cerca de aquí. ¿Vamos?
Ella duda un instante, apenas medio segundo, que a él le parece una eternidad.
—Vamos.
»Pedro, ¿te has dado cuenta de que hoy todo tiene un brillo especial? Las flores, el cielo, la brisa…, la mañana suena cristalina, limpia, sincera, como el canto de ese pájaro que se oculta entre las ramas.
—Es un herrerillo, Clara, y canta porque busca enamorada. Pero ella todavía no lo ha visto, anda buscándolo por la alameda. Tarde o temprano se encontrarán. El amor nunca es invisible, aunque a veces pueda pasar inadvertido.
—Y encima me has salido poeta —sonrió ella divertida colgándose de su brazo mientras recorrían el sendero buscando la salida del parque—. ¿Seguro que no nos hemos visto antes en algún sitio?
—Yo a ti sí, en mis sueños —respondió él, sintiéndose flotar sobre el suelo terroso, como si caminara sobre una alfombra de besos.
El mediodía se convirtió en una orgía de pólenes; desde alguna gramola cercana, Dinah Washington se declaraba loca por el chico y hasta las campanas del convento de las Adoratrices del Santo Prepucio terminaron replicando a gloria. Milagros de la primavera que, mire usted lo que le digo, en verdad la sangre altera.

DAVID MERLÁN CASTRO

LOS EVOLOCS
Las visitas a los museos siempre son momentos especiales. Eso es lo que debieron pensar los alumnos de Nivel E cuando entraron en aquella sala.
Todo a su alrededor era deslumbrante, magnífico y luminoso.
La profesora les hizo un gesto para que salieran de su asombro, y les invitó a que se reunieran con ella en el centro de aquel enorme espacio. Allí, paciente, esperó a por los habituales «tardones», los gemelos Fargreen. Una gran cúpula, protegía de los agentes externos un generoso ecosistema vegetal. De la cúspide de la semiesfera acristalada, se elevaba un tubo opaco que impedía conocer a ciencia cierta que es lo que contenía y cuál podía ser su propósito, aunque los más avezados, se lo imaginasen.
Una vez reunidos, les hizo el gesto de guardar silencio con su dedo en los labios:
—Bien niños. Presten atención a la explicación que viene a continuación, ¡Silencio! Ya les digo que les interesa prestar atención, será materia del examen de «superación»
Una vez obtenida la atención de sus alumnos, pasó la palma de su mano por el sensor y una pantalla virtual de realidad aumentada cobró vida superponiéndose encima de la cúpula. Al instante, un personaje desconocido para todos aquellos niños se les presentó:
—Hola, me llamó Vuk. Pertenezco al pueblo de los Evolocs y voy a contarles mi historia…
Quién más y quién menos se sorprendió al ver aquel ser, mitad humanoide, mitad reptil dirigiéndose a ellos, nítidamente, en su idioma. Un pequeño revuelo se montó en la sala. La profesora mandó callar de nuevo, y tras conseguir el silencio de sus alumnos, aquel extraño ser siguió narrando su historia:
—…pasado muchos años desde aquel mágico día en que el contacto se produjo. En realidad nadie fue consciente hasta mucho tiempo después, cuando nosotros mismos, los Evolocs dejamos de ser Invisibles al resto de seres que habitaban aquel mundo. Ustedes, si, usted que me está viendo en este preciso momento. Al igual que nosotros, ustedes compartían este mundo sin reparar en nuestra existencia. Ajenos y egoístas, sus vidas, cada vez más tristes y agónicas, se sucedían sin prisa pero sin pausa, hasta que se dieron cuenta de su funesto destino. Tras los cálculos de las mentes más privilegiadas, sus científicos pronunciaron el fatídico pronóstico. O tomaban medidas ya, o la atmósfera se haría irrespirable en un año terrestre. Incluso con la utilización de los respiradores más sofisticados se haría imposible la tarea de respirar dado que el proceso mecánico-técnico de depuración del aire ya de por sí, enrrarecido desde hacía décadas, dejaría de funcionar. Solo en ese momento se dieron cuenta de sus errores. Pues bien. Como les decía, aquello supuso una conmoción en los seres humanos, en todos menos en uno, en el Sr. Archival Bike que fue el único que, con suficiente antelación había dado con la solución. Si, nosotros—dijo señalándose el pecho con el dedo índice—los Evolocs. Treinta años atrás había sido tomado por un loco científico estrafalario al afirmar que en nuestra raza estaba la solución. Incluso las mentes más brillantes se mofaron de él, al afirmar que en nuestro ecosistema estaba la respuesta al problema. Como es lógico, las mentes «más brillantes» de la sociedad no podían admitir que la solución fuera tan fácil, y menos aportada por alguien al cual consideraban un científico de segunda. Ahora, con el paso del tiempo, usted que me está viendo y escuchando, puede hacerlo sin respirador artificial y todo gracias a él. Si, llámenme presuntuoso, pero es la simple realidad. Con ello, les invitó a que, a continuación, no dejen de perder atención y miren por los aumentadores y observen cómo funciona el <<hidrogenerador termorgánico axial DMC2023>>. Espero que la visita sea provechosa. Yo me retiro aquí, tengo una atmósfera que depurar…para ustedes—añadió para terminar mientras miraba fijamente a cámara.
De los estudiantes que habían prestado atención a la explicación, que no eran más de diez, se agolparon delante de los aumentadores. Lo que allí descubrieron les sorprendió, toda vez que descubrieron un mundo invisible a sus jóvenes ojos. Toda una legión de diminutos seres, semejantes al que acababan de ver y escuchar, se afanaban en las tareas de alimentar aquella máquina que ocupaba el centro de la cúpula. Para ellos, para su microscópico tamaño era una suerte de fábrica gigantesca. Para los niños que la observaban desde el exterior de aquel cristal semiesférico, no pasaba de ser un aparato no más grande que una ya desaparecida Lavadora.
—¡Bo. Tanta historia para esto! Pensé que era más chulo, la verdad. Parecen mini esclavos—comentó decepcionado un alumno.
—Si, que birria de cacharro. Mi hermano me había dicho que molaba mucho pero es una mierda. Ja, ja, ja, mira como trabajan, todos en fila, parecen tontos—añadió su compañero de visita al museo.
La profesora reparó en ellos y en la conversación despectiva que estaban manteniendo mientras observaba como se alejaban en dirección a otro panel explicativo de la sala, pero prefirió no decir nada. Esos niños habían nacido libres y sanos, como herederos y beneficiarios despreocupados de algo que no habían tenido que pelear ni luchar para conseguirlo jamás, por eso nunca podrían llegar a valora en su justa medida lo que aquellos pequeños seres habían hecho por la humanidad. No como ella que, cuando tenía su edad y para poder respirar, sus padres habían incluso tenido que recurrir a la compra de cuota de aire fresco en el mercado negro. Era realista, y en cierta forma se sentía aliviada al darse cuenta de que en realidad, los esclavos eran ella y aquellos niños, y no aquellos pequeños seres conscientes de que sin su existencia, los que se convertirán irremediablemente en invisibles, serían los seres humanos, y no ellos.

FÉLIX MELÉNDEZ

Subido en un acantilado
en la nube de la vida,
mirando el valle del mundo
a mis pies, mis derivas, mi vida.
Necesito ver…, lo invisible.
Necesito observar…, lo inaudible
Necesito saber…, lo imposible.
¡Qué ocurrirá conmigo…!
¡Qué ocurrió contigo ayer…!
¡Qué nos pasara mañana…!
Puedo sentir lo vulnerable
cómo el aire invisible
se cuela en mis pulmones,
me da en la cara la brisa,
me recuerda que está ahí,
moviéndolo todo deprisa
dejándome solo vivir.
Puedo sentir
los sentimientos, la Fe,
invisibles pero inevitables
son tan reales para mí.
Tan especiales, tan necesarios.
Los pensamientos imprescindibles,
nos llevan por caminos invisibles
senderos de razones insondables.
¡Para llegar adónde!
¡Para llegar tarde!
Puedo sentir el abismo
de los deseos,
precipitándose entre mi cuerpo,
esperando a estar contigo.
Puedo sentir tú amor hacia mi,
aunque no veo tus intenciones,
las puedo imaginar.
Sólo con mirarte.
Siempre frente a cosas invisibles
que nos hacen grandes y chicos.
Que nos llevan y nos traen
de cabeza en éste tiempo bendito,
que atormenta con su paso a paso,
a veces rápido, otras despacito.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

SEIS DE LA MAÑANA
Empezó hace meses y aún sigo notando la misma sensación: esa presencia incómoda e invisible que me acecha a todas horas, a una distancia imposible de determinar. A veces la percibo lejana y otras, incluso noto su aliento en mi cuello. Siempre me giro y nunca está. He llegado a pensar que solo vive dentro de mi cabeza. Pero para mí es tan real como intangible.
Esta mañana he creído rozar la paranoia. A las seis, aún de noche, mientras cruzaba el parque oscuro y desangelado camino del trabajo, como todos los días. Han vuelto las prisas sin motivo, la respiración agitada, la presión en el pecho y esa preocupación innecesaria. El viento mecía las copas de los árboles. Sin saber cómo ni por qué, he echado a correr, vigilando, con la cabeza en un giro permanente, hasta casi tropezar. La presencia no me habla, no se manifiesta. Solo sé que está ahí y que quiere algo.
Por fin alcanzo las escaleras del metro, bañado en un pánico frío y húmedo en forma de sudor. Vuelvo a mirar atrás por enésima vez. Nadie sospechoso, solo un pequeño enjambre de transeúntes apresurados, los más madrugadores, cabizbajos con la mirada apuntando al suelo. Bajo las escaleras de tres en tres. De nuevo se ha producido un desquiciante conato de tropiezo que he logrado sortear gracias a mis hábiles reflejos. Estoy a punto de escupir el corazón por la boca. Quiero llegar cuanto antes a algún lugar seguro y dejar de sentir esta persecución implacable y etérea.
Línea 6. El metro no llega y mi músculo cardíaco es un metrónomo descompasado. Casi noto cómo me rozan, cómo la presencia gira a mi alrededor, escrutando cada movimiento y cada paso que doy. No la conozco, ni siquiera sé si es hombre, mujer o un simple ente sin género. Solo sé que me observa, sin perder detalle de cuanto hago. Mi estómago está hecho un nudo y mis tripas una maraña. La ansiedad me devora por dentro y un torrente de ácido gástrico se me derrama, quemándome las entrañas. Ya no solo me preocupa la presencia informe. Hay más. Tengo un presagio. Algo está a punto de suceder.
Por fin llega el metro. Pronto estoy en Atocha. Debo coger el cercanías. La angustia me impide pensar. Entro como un autómata en el vagón. Pasan unos minutos, el tren acelera y entonces sucede todo.
11 de marzo de 2004. Ciento noventa y tres fallecidos. Dos mil cincuenta y siete heridos. El mayor atentado que se recuerda en España. Y, sin embargo, yo he salido ileso. Nadie se explica cómo.
Yo sí. Ahora lo entiendo. Los ángeles de la guarda también madrugan. El mío siempre ha estado ahí temprano, a mi lado, desde hace meses. Mi padre solía levantarse todos los días a las seis de la mañana.

MATEO VIERA

Baje por el empinado camino despejado de vegetación, que formaba un túnel en el monte de eucaliptos. A los tropiezos e intentando mantener el equilibrio, llegué al ranchito del viejo. Una desvencijada cabaña de maderas roídas, encontradas en el río y los alrededores. Por las muchas endijas de la pared vi el resplandor de la estufa, que llenaba de humo el rancho.
-¡Viejo abrí! Le grite por entre las tablas. La vegetación envolvía la cabaña, casi formando una cúpula. Lo escuché murmurar y llegó a la puerta arrastrando los pies. Me saludó con un gruñido y volvió al banquito junto al fuego. Tenía los ojos vidriosos y se acariciaba la barba blanca. Me cebó un mate lavado y noté que las manos le temblaban un poco.
-Te traje yerba, viejo; yerba y arroz. Los ojos me ardían por el humo. No contestó, ni siquiera volteó a verme -como de costumbre- Miraba el fuego pensativo mientras seguía cebando -Dame que te cambio la yerba, ese mate está fulero. Me miró serio y me entregó el mate.
-No te acomodes mucho. Su mirada rapaz ahora de enfocaba en mi.
-Me voy a revisar los espineles.
-Te acompaño. Le dije sonriendo -Pero dejame tomar primero unos amargos.
Esa tarde bajamos al río. Que estaba a metros del rancho. Pasando por el pequeño barranco llegamos a la costa y empujamos la chalana a remos por el barro.
Comprobamos en silencio uno a uno los espineles. El clima estaba sereno. Aunque no hacía calor el sol inmisericorde nos quemaba la piel, sin embargo no lograba traspasar las turbias aguas del río, velando sus antiguos misterios y prodigiosas criaturas. De repente el viejo me regresó de la ensoñación.
-Encontré la puerta. Dijo con el ceño fruncido, y sus pequeños ojos negros excrutaba la costa con atención.
-¿Cómo decís? Había comprendido las palabras del viejo, pero me negaba a entender el mensaje.
-Que encontré la puerta, la de la carta de tu padre. Está acá mismo, en una parte del río, solo que no se puede ver. Un silencio marmóreo detuvo el tiempo por segundos.
-No hables pavadas, viejo. Estas divagando. Bajé la vista mientras desenganchaba un surubí del espinel.
-La crucé de casualidad, mientras ponía ponía unas redes. Me asusté cuando desconocí el paisaje. No era de este mundo, las plantas y árboles azules, el río se había puesto negro. Ví también unos caballos largos como jirafas que pastaban por encima del monte. Casi me muero del julepe. Por suerte apuré los remos y pude volver por donde vine, quien sabe que más hay ahí adentro, o que tamaño tiene ese monte. Mañana cuando aclare el día voy a entrar a buscar a tu padre.-
-¡Cortala! Lo callé angustiado -¡Con esas cosas no se juega!
Recogimos los espínemes en silencio y limpiamos los pescados ahí mismo. No cruzamos miradas esa tarde, me dormí temprano sumamente molesto.
Al otro día el sol asomó perezosamente por las endijas de las paredes. Me desperté aturdido, abombado como si hubiese dormido mal toda la noche. El viejo no estaba, lo busque afuera del rancho y no había rastro. Temprano había aprontado un bolso, el machete y la escopeta y se fue en chalana al río, cruzó la puerta y no lo volví a ver.

BEGO RIVERA

Mi pequeño corazón
¿Qué no haría usted por un hijo?¿Marcaría un límite?
Yo no lo hice.
Siempre miré por mí, luego conocí a Marta, todo iba bien.
Pero cuando nació nuestra pequeña Sheila… no sé, fue una extraña e inmensa sensación de felicidad, creo que lo llaman amor.
Moría de amor por ella.
Pensé mirando atrás, que nunca quise y que nunca nadie me quiso de verdad.
Hasta que mi niña llegó, palpaba su amor por mí, me llenaba, amaba a «mi pequeño corazón» como yo la llamaba.
De repente, cuando cumplió cuatro años la niña empezó a despertarse llorando de madrugada, decía que en el espejo ella no se veía, que le veía a él y a mamá pero ella no estaba.
Yo la consolaba y le mostraba su pequeña carita en él, junto a la mía.
Se tranquilizaba y se volvía a dormir conmigo al lado.
¡Maldito espejo!
Hasta aquel día fatídico cuando desperté. Marta seguía durmiendo y fui al cuarto de Sheila.
¡No estaba Sheila! ¡No había ninguna habitación de niña! ¡Era un maldito despacho!
—¿Qué hizo entonces James?—preguntó el doctor.
—Desperté a Marta todo alterado, incrédulo, le pregunté por mi «pequeño corazón», mi niña.. ¿Sabe que me respondió doctor?
— chillaba James.
— ¿Qué es James? ¿Qué te dijo y que hiciste?
—¡Me dice que qué niña! ¡Que si estoy loco! ¡Que no tenemos ningún niño! ¡Que la deje dormir! ¡Y se da la vuelta!
Se me nubló la vista, la ira me poseyó; la estrangulé hasta que dejó de respirar.
—¿Y que tenías pensado hacer si no te hubiera detenido la policía?
—Buscar a mi «pequeño corazón».
—James, Sheila solo existe en tu mente y estoy convencido que tardarás mucho en salir de aquí.
El siquiatra se levantó dejando a James llorando.
Mientras, en casa de James, si miras en el espejo…se observa al otro lado: la misma casa, a James jugando feliz con su pequeña hija, a Marta en el jardín.
La vida de James y su pequeño corazón sigue detrás del espejo, en un mundo paralelo del que nunca debió salir.

IRENE ADLER

LA DEMETER
Ha pensado muchas veces en tirarse por la borda. Ocultarse sin esperanza ni propósito en los escobenes del ancla. Desarbolar el barco talando los palos machos al ras de la fogonadura. Abrir una vía de agua importante en algún punto oscuro de la sentina, donde el hedor del agua estancada y la inmundicia alcance a disimular el suyo. Ésa criatura se desliza por las cubiertas y entre los mamparos impulsado por un olfato portentoso, animal, primitivo, del que un hombre asustado no puede escapar. Huele su miedo más deprisa de lo que huele su presencia. Y su miedo, transformado a estas alturas de la travesía en un pánico incontrolable, lo delata adónde quiera que va.
Ha visto desaparecer a sus hombres uno por uno, arrancados de sus literas cuando volvían de sus cuartos de guardia, sin que dejaran tras de sí ni tan siquiera el rastro ominoso de un quejido, un lamento, una súplica lanzada al aire enrarecido y extrañamente caliente. Su piloto, hombre sereno y prudente como pocos, fue visto por última vez en su puesto, tras la rueda del timón, y luego nada. El segundo oficial había muerto anoche, después de encaramarse a la amura de estribor y gritarle confusas admoniciones, llorando y aterrado como un niño, antes de dejarse caer como una plomada silenciosa contra el agua negra que batía violenta los costados del buque.
A bordo ya solo quedaba él. Y aquella cosa que se confundía con la negrura que los envolvía y que parecía acecharlo a distancia. Sentía sin verla su presencia al pie del mástil, su respiración animal y agitada, el rumoroso gualdrapeo de su capote de hule sacudido por el viento y que era más real y omnipresente que aquel otro, tan familiar y consolador para un marino: el del aleteo incesante y quejumbroso de una vela que ciñe el viento. Y luego estaba aquel olor de tierra adentro, a mantillo y putrefacción, inverosímil a bordo de un barco, casi imposible, pero que parecía impregnarlo todo, sustituto infame del olor a sal y a brea y a cáñamo húmedo y a fierro envejecido. Un olor persistente y absurdo que parecía brotar de la bodega, de entre aquella carga de cajas de tierra y arena de plata, que lo exhalaba hacia los pañoles y las cubiertas como el latido de la sangre en la carótida de una mujer esparce al aire que la circunda el perfume que se aplica en el cuello. El olor de la muerte y de los cementerios.
Acurrucado en el exiguo espacio entre el timón y la bitácora, respirando con dificultad y ciego en aquella oscuridad antinatural que lo envolvía, tomó la última y única decisión que quedaba por tomar. Ni el compás ni la corredera marcaban ya rumbo alguno, y parecieran haber enloquecido, pues ya solo registraban una danza frenética, imantada y hostil sobre la línea de fe a la que, por primera vez en toda su vida de marino, ya no podía confiarle nada. La Demeter navegaba de ceñida en medio de un temporal que levantaba olas negras, sin espuma, pero ningún roción de agua acariciaba las cubiertas. El viento soplaba endiablado, la lona gemía, tensa y desplegada, y crujían con lastimera premura los palos bajo la insoportable presión de las velas. Pero ese viento infernal que la impulsaba casi elevándola, no se dejaba sentir a bordo. Lo oía a su alrededor amenazando al mundo con su furia, más ni una ráfaga ni una brisa se dejaban notar en la cara o en las manos. Ni el viento ni el agua se atrevían a rozar las altas bordas, los cristales opacos de la lumbrera, el maderamen de la bañera, las cerradas escotillas. Furiosas y rápidas cortinas de lluvia casi horizontal azotaban el océano, pero ni una gota helada se dejaba caer desde los puños de las velas, nada goteaba de vergas ni obenques, la jarcia suelta campanilleaba mecida por un viento fantasmal en mitad de una tormenta que él no sentía, acurrucado contra los pernos de la bitácora. Una voluntad ajena al mar, a la cordura y a Dios, gobernaba el barco, que lejos de ir a la deriva, pareciera seguir una derrota ciega y precisa. Debían de haber rebasado ya el estrecho de Dover, hallándose a la altura de North Foreland, en dirección al Mar del Norte, aunque en aquella oscuridad de ultratumba que le negaba a su instinto de marino cualquier referencia real, tan solo podía suponerlo. Un único y tenebroso pensamiento ocupaba su mente, imponiéndose al miedo y a la desesperación: ¿era acaso posible que La Demeter navegara hacia una última y terrible recalada a las mismas puertas del Infierno?
Hasta su precario escondite al pie de la bitácora, llegó de pronto, repetida y asombrosamente clara, aquella voz seductora, enloquecedoramente suave, que le decía «Ven abajo. Ven…». La había oído repetir esa súplica o ese ofrecimiento desde anoche, a intervalos regulares, desde una distancia impredecible que resultaba sobrecogedoramente cercana. Su cuerpo y su voluntad, agotados por igual después de tantas horas sin sueño, se resistían con dolorosa tenacidad al manso y apetecible ofrecimiento. Abajo habría descanso, paz, sosiego. Abajo podría al fin olvidar, relajar el cuerpo y la mente, entregarse al sueño o a la muerte, ¿acaso no eran hermanos Morfeo y Tanatos? Apretar los dientes y cerrar los ojos. Resistirse como Ulises ante el canto dulce de las sirenas. Pensar en otra cosa o no pensar…., pero jamás ir abajo, al encuentro de aquella criatura que anidaba en la bodega de su propio barco como anidaría un hongo: con malignidad.
Introdujo una mano en uno de los radios del timón y con la mano libre se amarró con pericia a la desgastada madera de teca. Luego hizo lo propio con la otra mano, ayudándose de los dientes para afianzar el nudo. Hizo fuerza con las muñecas, tratando de desasirse, pero el nudo de tope era firme. La voz volvió, suave como un eco. «Ven abajo…Ven». Parecía más cerca ahora, igual que el olor a tierra que se pudre, mojada y espesa. Le habría gustado sentir el viento en la cara, el agua helada cayéndole desde las pestañas, esa sensación de pesadez y fragilidad y somnolencia propias de las guardias dobles y con mal tiempo. Oyó en su imaginación el agudo chirrido de la quilla al tocar fondo, como el doloroso aullido del hombre que recibe una cuchillada en el vientre. Ahora se hundirá, pensó. Ningún barco sobreviviría a semejante herida. Una sombra más espesa que el negro aire circundante se irguió de pronto ante él. Era alto, pálido, extrañamente elegante, mucho más corpulento que un hombre normal, pareciera tener envergadura o alas. Absurdamente, pensó en un caballero inglés adornado con botalones de proa y velas rastreras, y esa idea le hizo echarse a reír a carcajadas, estrepitosamente, más presa del pánico que de la hilaridad.
«Eres el último….», le dijo, y había una tristeza imposible en su voz. Una compasión que no era humana ni divina, pero que resultaba conmovedora. «Yo también».
La oscuridad lo engulló. Pero en su último estertor, alcanzó a distinguir el bauprés de La Demeter candorosamente hundido en las dunas de una playa oscura, triste, con olor a sal y a brezos.
Habían recalado en Inglaterra.
Qué Dios los ayude.
Y el capitán de La Demeter se santiguó.

EFRAÍN DÍAZ

Cuando por fin abrió sus ojos, lagañosos y acuosos, quedó cegada por la luz del sol. Miró a un lado y a otro y estaba sola. Inventarió todas sus pertenencias. Todos sus bienes, los que le quedaban, cabían en un carrito de compras.
Intentó levantarse pero su cuerpo estaba entumecido. Debería estar acostumbrada. Dormir en el piso, cualquier piso, se había convertido en norma hacía más de cinco años. Cuando perdió su casa. Cuando perdió a su esposo. Cuando perdió a sus hijos. Cuando su adicción a un medicamento recetado para una dolencia, pudo más que ella. Fue más importante que todo y que todos. Del medicamento, evolucionó a la heroína, al crack y al fentanilo
Intentaron ayudarla, pero siempre sucumbía. Ellos, cansados de lo mismo, la misma clínica, el último y mas innovador de los tratamientos, el gasto sin resultados, la vuelta a la aguja y a la manteca, la falta de voluntad y de compromiso, la abandonaron a su suerte.
Hizo un estiramiento para aliviar el adormecimiento y se incorporó. Buscó en el carrito de compras algo de comer, pero no había nada comestible entre sus cachibaches.
Con sus guiñapos, sucios y rotos, raídos por el inexorable paso del tiempo, con su cuerpo pestilente, como quien llevaba meses sin ver agua y jabón, empujaba su carrito por el parque, cojeando, pendiente a los zafacones buscando algo que engullir.
Ese día el pueblo de vestía de fiesta. Era el encendido de la navidad. Todas las familias, abuelos, padres, hijos y nietos abarrotaron la plaza para ver como encendían los árboles, los edificios, las estructuras, todos con hermosas luces coordinadas. Todos vestían sus mejores galas para el evento. Los niños comían las tradicionales golosinas de la época mientras los adultos degustaban cerveza y vino. Todo era fiesta y algarabía. Todo era alegría en familia.
Poco a poco la pordiosera se fue acercando. Al ver el bullicio, una sonrisa se dibujó en su desdentada boca.
Se metió entre el bullicio y la gente le abría paso. Frente a todo el mundo, sin vergüenza ni pudor, como quien ya ha perdido la poca dignidad que podía quedarle, se sumergió en todos los zafacones que encontró, a la vista de todos, devorando las sobras de comida que la gente desechaba.
Cuanta comida se botaba, pensó ella. Cuantos manjares desperdiciados por gente inconsciente que no consideran a los que no tienen, a los que carecen.
La gente la ignoraba a propósito. Rehusaban reconocer su miserable presencia. Les incomodaba lo que hacía y como lo hacía. Les era indiferente. Les era invisible.
Son los indeseables que pululan entre nosotros. Los marginados que vemos e ignoramos. Gente que ven, oyen y respiran, que sienten y padecen, pero que nos resultan invisibles.
Cuando satisfizo su hambruna, cuando las sobras de esto y aquello saciaron su necesidad, tomó su carrito de compras y con su perenne cojera, se marchó. Tenía que buscar otro suelo donde digerir, otro piso donde dormir y descansar, si eso se consideraba dormir y descansar, para al siguiente día repetir su rutina.

ANA DEL ÁLAMO

Tuviste un mal sueño,
esos que acurrucan el cuerpo
y enfría el alma
Despertaste asustada entre sollozos
Del estante, un libro cayó a tus manos
Es un cuento mágico
El que repara tus miedos
y silencia tus gritos
De él surgió un hada de brillantes alas
Ella te vela cuando duermes
y también cuando no duermes
Con su luz dibujó colores en los muros.
Le pediste un deseo
Y con su varita te hizo invisible
Así te colaste en nuestra cama
Y con tu «no presencia»
nos regalaste una noche
Y nosotros sin saber…
Y nos llenaste de besos
Y colmaste de caricias
Y nosotros sin saber…
Y tú dormida a los pies.

JOSÉ SANTIAGO MONREAL

Este texto no participa en el concurso.
Mi nombre es José, me estoy acostumbrando a trabajar en silencio, a observar sin ser observado, ¡soy invisible! Por ende no me ves.
Se trata de vivir y callar, pero no callar para siempre,¡no! El silencio eterno puede esperar.
Me refiero a vivir experiencias y no tener la necesidad de divulgar mi vivencia en redes sociales. Guardar esa vivencia, o mejor en plural, vivencias para mí. O por lo menos alguna.
Hoy en día si no se publica no se ha vivido esa experiencia, ¡por el pene de Irene! Es una nueva expresión por no decir palabras mal sonantes.
Recordar que soy invisible pero no estoy por debajo de lo normal. También puede que no sea normal.¿La diferencia? El contexto. Parece una descripción pero si le añadimos los sufijos «sub» y «a» estaría me insultando.
Mi invisibilidad me permite ver tus errores, los míos no, porque al no cometer acciones es complicado equivocarse. No os lo toméis a la tremenda o en el plano personal. Yo quiero mucho a la humanidad, pero me gusta la gente honesta y con valores y un gran porcentaje de esta sociedad adolece de estas virtudes.
Me pondré mi capa para que no me vean y seguiré mi camino cuán súper héroe: Invisibleitor.

CARLOS RODRÍGUEZ

LA MECEDORA.
Allí estaba, el mismo lugar de siempre, acumulando polvo frente a la ventana que apenas dejaba distinguir lo que al otro lado de los sucios cristales se halla.
No lo dude ni un instante, no me importaba ensuciar mis ropas sentándome en aquella vieja mecedora. Nada más verla volvieron a mi mil recuerdos, allí comenzó todo, cuando por primera vez me dejé abrazar por el desgastado respaldo, cuando cerré mis ojos y dejé que aquellas maderas iniciasen su sutil balanceo. Cuando por primera vez me dejé llevar de forma consciente a lo que parecía un sueño, pero que era tan real que podía oler las flores de una primavera ya pasada, que podía acariciar con la yema de mis dedos la superficie del agua fresca de aquel río que ya no corría frente a la casa.
Sí, era aquella vieja mecedora mi particular máquina del tiempo, en ella podía recorrer el mundo con sólo cerrar mis ojos e iniciar el balanceo. Cualquier tiempo pasado o futuro estaba a mi alcance, incluso podía viajar a aquellos lugares que jamás había visto y que probablemente tampoco vería en la vida.
Lo hice, me senté como lo hacía de niño, aprovechando que el abuelo había salido a realizar cualquier tarea en la finca, furtivamente y esperando oírle entrar en la casa antes de que él me viese ocupando su sitio.
Más adelante descubrí que al abuelo no le molestaba que usase su mecedora, que únicamente gritaba aquel “¿pero qué… ?“, que nunca terminaba, como una pequeña broma con la que hacerme correr por el pasillo.
Tras una brevísima carrera, pues el pasillo no era largo, me quedaba inmóvil muy pegado al mástil del perchero que estaba junto a la puerta de entrada, cubierto por cualquiera de los abrigos que hubiera en ese momento colgados de sus retorcidos brazos, allí quieto y casi sin respirar sentía que me hacía invisible, pues el abuelo no decía nada.
Es evidente que mi abuelo podía ver perfectamente la mayor parte de mi mientras estaba bajo el abrigo, y estoy seguro que se debió de reír mucho en sus adentros con tan cómica situación.
Más adelante, pasados unos cuantos años y cuando el abuelo nos dejó, sólo yo me sentaba en su mecedora, aunque solamente si la abuela no estaba en la sala, ella se ponía muy triste y me decía que le recordaba mucho al abuelo cuando miraba por la ventana hacia el infinito haciendo rechinar las maderas de la mecedora con su movimiento.
Muchas veces retome aquella misma sensación de haberme vuelto invisible, pero ya no lo hacía tras los abrigos del perchero, lo hacía bajo una pesada manta que con sus manos había tejido mi abuela y con la que me abrigaba en las frías noches de invierno sentado en aquella vieja mecedora.
Abrí la puerta del aparador con la esperanza de encontrarla, y sí, allí estaba la manta de mi abuela. La tomé en mis manos desdoblándola con cuidado al tiempo que me asombraba de su estado ¡no tenía el más mínimo daño! Y es que las cosas antes se hacían para que durasen.
Tome asiento con la lógica precaución, después de todo hacia más de quince años que nadie visitaba la casa, pero para mí asombro también la mecedora estaba perfectamente. Cubrí mis piernas y abdomen con la manta de la abuela y cerré mis ojos…
El contacto de mis pies con el suelo no permitía que la mecedora se moviese sin más, como lo hacía con el más mínimo movimiento de mi cuerpo cuando yo era niño, pero no hizo falta más que un suave vaivén de mi pierna para comenzar a mecerme.
Volví a las sensaciones de aquella niñez inocente, volví a sentir que me hacía invisible y viaje en el tiempo, volé a aquellos años donde el olor del guiso de carne y castañas de la abuela lo inundaba todo mezclándose con el aroma a leña quemándose en la cocina. Volví a escuchar los pasos del abuelo acercándose por el pasillo después de colgar su abrigo y su boina en el perchero de la entrada… y espere, espere a que su voz grave volviese a preguntar … ¿pero qué… ?
Y así, muchos años después, descubrí que mi máquina del tiempo seguía funcionando como aquel primer día.
Ahora toca limpiarlo todo, retirar polvo y telarañas, devolver a la casa el aspecto que antes tenía, pero así, sin cambiar nada, dejando cada cosa en el mismo lugar donde la abuela lo había dejado.
No, no quiero cambiar nada, tengo miedo a que si algo cambia ya no pueda volver a viajar en el tiempo.

MP

Un hilo invisible
Casi nada genera tanta curiosidad como lo invisible. De pequeña deseaba inventar una pócima que me volviera así para poder estar dónde quisiera sin ser vista. El mundo no tendría barreras para mí. En aquel entonces soñaba con acompañar a los Reyes en su Noche o conocer los secretos de los magos…Hoy por hoy creo que iría a todos los sitios prohibidos para mí. Atravesaría muchas puertas de acceso restringido. Y sobre todo, intentaría conocer algunos de los grandes secretos de Estado y visitar la Casa Blanca o en el Kremlin. Tal vez así entendería muchas de las cosas que pasan en el mundo y dejaría de sentirme engañada.
Lo invisible es todo aquello que no se ve, aunque lo que no se ve también existe. Esta es una de esas historias…
Hacía casi un año que no sabía nada de mi hermana gemela Emma. Habíamos discutido y nos enfadamos. Era periodista freelancer. Le gustaba el periodismo de guerra y allá dónde había un conflicto se las apañaba para estar en primera línea contando lo sucedido. Nadie había sido capaz de convencerla para que abandonara. Nada ni nadie pudo obligarla a decir basta y poner fin a esa peligrosa experiencia, ni siquiera tras haber sido herida por tercera vez, porque nada la detenía o asustaba.
Yo en cambio, trabajaba cómodamente para un importante periódico de la capital. Tenía un bonito despacho y me hacía cargo de reportajes interesantes entrevistando a políticos, actores o escritores de primera fila. Una vida fácil y cómoda que me proporcionaba un buen sueldo y prestigio.
Hace apenas un par de meses, me desperté a causa de una horrible pesadilla en la que aparecía Emma. Me dolía la cabeza. Tenía el estómago revuelto. Estaba cansada. Aun así me marché al Periódico a trabajar aunque pasé la mañana vomitando y con ese terrible dolor de cabeza.
Al cabo de dos días decidí ir al médico. Me hicieron análisis y varias pruebas pero todo parecía normal. No había otra explicación: era un virus. Así que me recomendaron dieta blanda, reposo y paracetamol durante dos o tres días que pasaron lentos y aburridos sin que sintiera mejoría alguna. Me sentía inquieta y un mal presagio me acechaba pues tenía la sensación de que algo malo estaba a punto de suceder. Como no mejoraba tuve que volver al médico un par de veces más. No había explicación para mi enfermedad, pero ya llevaba así más de tres semanas.
De repente una mañana me sentí un poco mejor, más aliviada en general. Aun así me quedé en casa y decidí no ir a trabajar hasta no estar bien del todo. Me acuerdo que estaba pensado en Emma cuando el teléfono sonó: era mi padre.
−Hola hija, ¿has tenido noticias de Emma? –preguntó con voz cansada y triste-. Verás ha pasado algo. Tu hermana fue secuestrada en Colombia junto con otro periodista, hace más o menos un mes. No te dijimos nada porque así nos lo ordenaron. Hemos estado negociando su libertad. El Gobierno nos ha asegurado que todo ha ido bien. Creemos que mañana llegará a Madrid y queríamos que vinieras con nosotros a recogerla. Nada de prensa. Haz lo que pueda. Queremos discreción, intimidad y olvidar lo sucedido. Emma se quedará un tiempo con nosotros ¿por qué no vienes unos días? […]
La voz de mi padre se perdía en mi interior poco a poco. Ya apenas le oía lejano… Mi hermana llevaba todo ese tiempo secuestrada por la guerrilla, y según supe después, había padecido una severa gastroenteritis que casi acaba con ella y que le duró el mismo tiempo que yo estuve enferma con ese supuesto virus…Entonces recordé que cuando éramos pequeñas nos poníamos enfermas a la vez y cuando a una le sucedía algo la otra lo sabía o lo intuía.
No existe una explicación científica como tal, aunque sí algunos estudios que avalan este hecho. Lo que parece seguro es la existencia de un hilo invisible e irrompible que une a los gemelos, particularmente a los idénticos. Un vínculo especial y etéreo más allá de la lógica y razón. Una conexión verdadera por encima de lo imaginado y de lo imaginable.
Eso nos pasó a nosotras. Desde entonces mi hermana y yo, no hemos vuelto a perder el contacto.

GAIA ORBE

hilo invisible
la represa se ha roto
ya no habrá pueblos


RUFINA SEVILLA CALLEJA

Sumergida en la rutina,de esta vida voy como el viento, de aqui para allá
La locura invade mi ser
porque a pesar que tú no estas
eternamente estás en mis pensamientos
Tu perfume invisible inunda mis cuatro paredes,dejando vivencias llenas de recuerdos
¿Recuerdo esos días que empezamos, a conocernos
Esos atardeceres cogidos de la mano,esas miradas penetrantes,esos besos y abrazos .
Sin embargo … Hoy lloro tu ausencia,aún sabiendo que llorar es parte de la vida
Si el tiempo, pudiera retroceder te amaría como una vez no pude hacer
Pero como el tiempo, no puede retroceder
Solo puedo decir
Siempre te amare .
RS

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Invisible.
Así soy, invisible.
Vago por la ciudad rodeada de gentes y no me ven.
Me voy a casa, allí mi familia, hablan, cenan, alguna risa, mi nombre suena.
¿Pero qué pasa? Por qué no me ven?
Voy al baño, allí estoy en el espejo.
Entra mi hija y mira el espejo.
¿Papa? Dice. Llega mi mujer.
-¿Qué pasa? Pregunta.
-Vi a papá en el espejo.
Se abrazan.
Entonces vienen los recuerdos, el coche, la lluvia. El accidente.
Soy invisible, soy un fantasma.

VÍCTOR MANUEL VELASCO

Casarse es volverse el hombre invisible.


RAÚL LEIVA

Circuito corto

Cuando una respuesta más queda en el aire,
cuando la pregunta es devorada por mil dudas,
cuando los límites grises se tornan más oscuros,
entonces desaparezco un poco más cada día.
Cuando tu mirada se exilia de mis mapas,
cuando mis palabras se vuelven confusas y vacías,
cuando las mañanas y las noches se suceden
entonces desaparezco un poco más cada día.
Cuando la libertad ya no es ninguna opción,
cuando la compañía solo son seis sillas vacías,
cuando un favor mal cobrado habita en mis ayeres
entonces desaparezco un poco más cada día.
Y si el silencio me acorrala por las noches,
y la calma de pensarte ya no es mía,
y si el aire que me falta tiene un precio,
y así desaparezco un poco más cada día.
Entonces es cuando las risas tienen presupuesto,
y las ganas de seguir son más vacías,
y este hombre invisible ya no alcanza
porque ha desaparecido día a día.
Y entonces vuelve a dormir en un despacho,
y regresa a un lugar que no creía,
invisible ronda un oscuro ministerio,
y su mirada se vuelve más y más sombría.
Así me siento desde entonces,
así sin ganas de mirarte todavía,
así con esta carcasa ayuna de rencores,
vagando solo y sin rumbo por los días.

MERCEDES FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

SUEÑOS
Pensaba que la vida era un tránsito terrenal en el que las personas pasaban un tiempo deambulando por determinados sitios, ocupando su tiempo por no aburrirse, entreteniéndose con cosas banales y teniendo alegrías puntuales por distintos motivos.
Durante todo ese tránsito, siempre había creído que esas alegrías se producían con el ciclo natural de la vida. Siendo niño, todo es alegría, sin responsabilidades y sin otra ocupación que divertirse, es fácil alcanzar cierta felicidad momentánea.
Posteriormente, se alcanza la adolescencia, donde entran en juego temas del corazón, y donde uno consigue momentos satisfactorios basados en el necesario despertar sexual.
Alcanzando la juventud y preparándote para un futuro, se encuentra el equilibrio entre la razón y el amor. Se crea una familia como el sino necesario para seguir avanzando en la vida.
Afortunadamente, en todo el ciclo, aparece una de las más grandes felicidades y satisfacciones de la vida. Ser padre es lo más maravilloso que puede ocurrirle a un hombre, y hasta ahora, pensé que esa era la única felicidad que me quedaba para el resto de mi paso; cuidando, protegiendo, formando y ayudando a ser buenas personas a mis hijos, procurando que sean felices en ese ciclo que con ellos comienza de nuevo.
Pero no, más allá de todo esto, existe una felicidad más plena, el corazón tiene cabida para eso y mucho más. Pierdes esa invisibilidad que creías permanente y, entonces, rejuveneces, rompes con esas etapas que creías naturales, encuentras a alguien que te llena por completo la existencia y que consigue que la vida tenga, de nuevo, significado.
Se despierta el deseo que durante tanto tiempo había estado sumergido en las profundidades de mí, aparece el amor, que perdido en el olvido, resurge con fuerza, pasión y alegría. Entonces los sueños se hacen realidad ….. ese sueño eres tú.
Te amo, Francesca

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

¿Quién se propasó?
Sucedió hace muchos años. Eran los tiempos en que había dos timos de profesiones a las que se les suponía RESPETABLES al máximo: los militares y los curas.
La historia sucedió en un departamento de primera clase de un tren. En ese recinto se encontraban seis cómodas butacas que para eso se había pagado un precio nada desdeñable.
Las butacas estaban tres a cada lado del departamento, enfrentadas entre sí y dejando un pequeño pasillo en medio.
Fueron entrando los pasajeros y, en uno de los departamentos la distribución de los pasajeros según la numeración del billete fue:
En la línea de los tres asientos cara a la máquina, el asiento de la ventana le tocó a un cura gordete él con su sotana y su sombrero como era antes costumbre. Tras el saludo de ritual, muy serio, sacó el breviario de la maleta y muy concentrado comenzó a leerlo.
El asiento del extremo de esa línea, es decir, más cercano a la puerta de entrada, le tocó a un militar que, con su uniforme impecable y sus varias estrellas se le suponía de alto rango.
Al igual que el reverendo, saludó cortésmente y, sacando a su vez un voluminoso periódico, se dispuso a leerlo.
Entre ambos, un joven muy peinado, posiblemente con una buena dosis de fija-pelo ya que parecía que se lo hubiesen planchado; un elegante traje con corbata haciendo juego con su atuendo, saludó a la concurrencia sacó un libro titulado «Derecho Penal» comenzó a ojearlo.
El tren iba ya a arrancar cuando se presentó el revisor acompañado del una chica joven con cara de asustada. Tras mirar a la concurrencia el revisor se dirigió al joven diciéndole;
-Perdone senor, pero a esta señorita le ha tocado un departamento lleno de jóvenes que tiene miedo de pasar la noche ahí
Por tanto le agradecería se cambiase por ella.
Y el chico dio su consentimiento y así quedó destribuìdo el pasaje.
Arrancò el tren. Durante tres horas no sucedió nada extralo, excepto wie que el cura cambió su libro por un rosario a cuyo rezo se unieron el resto de los pasajeros.
Y fue cuando estando ya a la altura del cuarto misterio, cuando entraron en un túnel apagándose ls luz.
Interrumpieron un nomento los rezos y en esto, un pasajero muy de la broma, se levantó y, acercándose al lugar ocupado por la chica, dio una fuerte palmada de invisible la acción.
Vino la luz y, la chica desconcertada por el suceso, más se desconcertó viendo cómo el cura miraba al militar y este al cura de manera inquisitiva mientras el resto, se reían por lo bajo.

ARITZ SANCHO MAURI

The soul of my song
Trata de tomar una decision
utilizando lo aprendido.
¿Podria ser tu inspiracion
escuchar mis latidos?
Las horas son una fraccion
oponiendose al sonido,
alma de la cancion,
los silencios, el olvido.
No desiste mi oracion
apesar de estar perdido,
te deseo, en mi camino.
Un tramo de confusion
recordando lo vivido
alimentando la razon,
los motivos, el destino.
Eres quien me da ilusion
suerte haber aparecido
muestrame tu pasion
acariciadome un suspiro.
Si existe la tentacion
¿Besarte esta prohibido,
o no hacerlo es un castigo?
No busco explicacion
invisible, aturdido,
te adentre en mi corazon
ojitos, su luz, mis preferidos.

EVA AVIA TORIBIO

Casi un año a pasado desde que decidiste marcharte de mi lado. Y como cada mañana desde que te tuve entre mis brazos, entro en tu habitación, la que dejé tal cual abandonaste, porque te siento presente en ella, en tu cama, esperando para darme una gran beso y abrazo de buenos días.
Sigo buscando por cada rincón la pista que cada noche escondías, para que llegada la mañana la encontrara, esa, que la mayoría de las veces permanecía oculta y al caer la noche, me mostrabas porque eras un as del ocultismo.
—¡Que extraño, la cama está abierta!
Reviso su cama, algo que todavía no había sido capaz de hacer y debajo de su colchón, encuentro una carta, la que, sentándome, comienzo a leer.
“¡Hola, mami! Por fin la has encontrado. ¡Al fin decidiste mirar en mi cama! ¡Esta vez te lo había puesto fácil!
—Sí, mi amor —llorando sin cesar.
Perdóname, por no tener las fuerzas suficientes para seguir luchando.
—No tengo nada que perdonarte. Has sido mi héroe, el hombrecito mas valiente del mundo —secándome las gotas que caen sobre sus letras. Siento su aroma arropándome.
Quiero que sepas que he sido muy feliz, a pesar de que no ha sido fácil y menos para ti. Que eres una mujer muy hermosa, valiente, inteligente, una gran madre y que dejes atrás lo sufrido con ese, al que nunca sentí como un padre.
—Perdóname tú a mí. Mucho antes tenía que haberme armado de valor para cogerte y marcharnos. Jamás debías haber visto y vivido así, quizás ahora, todavía estarías aquí.
Sé lo que estás pesando, y no, tú no tienes las culpa de nada. Mereces vivir y es lo que te pido. Deja que los demás vean a través de tus ojos, esos que me observaban cada mañana risueños y que tan feliz me hacían. Mírate en el espejo, que yo te cuidaré, te lo prometo”
—¿Cuándo me escribiste esto? ¿Porqué decidiste dejar de luchar y lanzarte al vacío?
—La noche que al buscarte para mostrarte lo escondido, te vi postrada, llorando y suplicando que todo terminara.
Escucho la voz y el roce de sus pequeñas manos secando mi rostro, el que alzo.
—No puedo creer que estés aquí. Estás muy hermoso, como antes de la leucemia apagara poco a poco tu alegría.
—Mírame, mamá. Vive una vida larga y feliz. Déjame marchar, porque me esperan. Te prometo, que entre todos te cuidaremos.
—Te lo prometo —viendo como su luz desaparece.
Escucho a la lejanía como me dice que te quiero. Al mirar a mi alrededor veo en la pareced algo que estaba oculto, un corazón con un mensaje: “Te esperaré una eternidad, si con ello te vuelvo a ver”
—Y yo, mi amor.

GRACIELA PELLAZA

¿En un cuarto de dos por dos, podría vivir un elefante?
Probablemente
Pero en mi sucucho mal iluminado, te diría que por lo ocupado, vivirían dos.
No sé ni cuanto hace que compacto, estibo como equilibrista, cajas y bolsas. Ayer le tocó, sorpresa de evacuación, y me límité, guante en mano, clasificar para llenar el basural.
No era el día.
O sí.
Porque todo aquello que se desempolvaba, tenía sentido para estar ahí.
¿Las razones de la ardilla?
En la bolsa rota unos zapatos viejos de la fiesta aquella, donde me tocó sentarme con mi padre. En las cajas los boletines, los delantales pequeños y las cartas de los reyes. Estaban las agujas de tejer de Sara cuando estuvo depre y tejía y tejía. La camita de Tomy que se durmió del todo y la dejó nuevecita, con el collar y el cascabel enganchado. Mis apuntes en cuaderno Gloria de tapa blanda, las raquetas de tenis cuando jugabas… y más, y más.
Eran los libros lacrados de nuestra historia.
Era de día y terminé de noche. Y no concluí nada.
Como un tetris colorido armé bloques más perfectos.
Nunca verá nadie lo que veo.
Lo que yo veo.
Las emociones son invisibles, intangibles, incorpóreas. Carecen de cuerpo, volumen y consistencia. Juegan a la escondida… y piedra libre te asaltan una tarde.
Tuve miedo que un día me ataque el apetito feroz de la nostalgia, y no tenga que comer, y sin opción me muera de hambre.

LUISA VALERO

PERMANEZCO INVISIBLE
Maldito súbito rayo,
que al imponente roble quebró,
también el agua lo inundó,
para que pudieras recibir tu regalo.
Vino la ilusión de un girasol que te abraza,
con él la calma recuperaste.
En tierra fértil raíces profundas sembraste,
y mi tormenta escondida no te alcanza.
Cuánto quisiera confesarte que no te puedo olvidar;
te observo en el cruel silencio,
la distancia me congela y siento tedio,
pero, primero, mi corazón desea tu paz.
Permanezco invisible y te rozo a cada instante,
como brisa que mueve, con ternura, tus hojas adelante.
Y sueño que se iluminen mis lagunas,
con la luz de nuevas lunas.

MAITE BILBAO

INVISIBLE
La ciudad se arremolina a su alrededor como un torbellino de colores y sonidos, pero el ancviano la observa con la mirada de un espectador ajeno. Es como si estuviera viendo una película a cámara lenta, en la que los personajes se mueven sin prestarle atención.
El anciano se siente invisible, como una sombra que se desliza entre los edificios. Se mueve despacio, sin prisa. No tiene nada que perder.
La gente pasa a su lado sin prestarle atención. Como si no existiera.
La sensación de ser un náufrago en medio del océano, y sentir su ciudad como un monstruo que se traga a las personas, le hace sentir soledad.
Se sienta en un banco. Sin pretensiones. Hace tiempo que las olvidó en el pasado. Frente a él se observan unos grandes escaparates iluminados que venden sueños, aún no imaginados. Personas entran y salen dispuestas a comprar, y otras caminan con paso acelerado hacia su próximo destino.
El ruido del tráfico compite en decibelios con la música de una banda callejera. Se quita el sombrero y se afloja la chaqueta. Mira hacia arriba, se perciben entre los altos edificios trazos de un cielo azul. Algo húmedo y rasposo en su mano le indica que tiene compañía: un perro le observa con su hocico encima de sus pantalones. Le acaricia, se miran y se sienta.
–Estás tan solo como yo, pequeño. Con tanta gente alrededor y nadie nos ve.
El perro le mira con curiosidad, parece entenderle, arrimándose a sus pies.
–¿A ti también te han dejado abandonado?
El perro menea el rabo como asintiendo.
–Está bien, supongo que no tienes prisa. Te contaré mi historia, es un poco larga:
»Hace 5 años vivía feliz y tranquilo junto a mi mujer, en un piso muy cerca de aquí. Desgraciadamente enfermó y se fue antes que yo. Intenté vivir solo y no molestar a mis hijos. Pero ellos me convencieron para vender el piso e ingresar en una residencia, por mi bien. Al principio, me visitaban muy a menudo, pero con el tiempo sus visitas se redujeron a dos veces al año. –¿Te estoy aburriendo, pequeño? A propósito, aún no nos hemos presentado, me llamo Jorge, tú tienes pinta de llamarte “Lagun”. *–¿Eres Lagún?
El perro se pone en pie mirándole fijamente. Parece gustarle el tono de voz del anciano.
–Supongo que te gusta. Ahora puedo seguir con la historia que me ha llevado a este banco. ¿Sabes?, en la residencia me dejan salir todos los días a pasear cuando no hace malo, y bueno allí no tengo amigos, todos tienen alguna enfermedad, y el que está bien no está cuerdo. Así que prefiero pasear fuera y ver a la gente.
En ese momento una señora con un niño pequeño se acerca y le deja caer una moneda en el sombrero apoyado en el banco. Sorprendido, pero educado, le da las gracias. Tras ella algunos viandantes más imitan el gesto. Incluso una joven saca de su bolsa unos botes de comida preparada, para él y el perro. Lagun, hambriento comienza a mover con fuerza la cola ante la lata abierta.
Jorge, disfruta viendo comer a su nuevo y único amigo que se lo agradece a lametazos.
Algo rompe el momento: un hombre de aspecto desaliñado se acerca al banco gritando.
-¡Eh! ¿Qué se supone, que haces? ¡Este es mi banco, y ese que está ahí es mi perro!
Los gritos rompen el paso de los paseantes que dejan de mirar al móvil . Unos se paran curiosos para tener algo que contar, otros critican con muecas mudas, y el resto pasa de largo. Jorge, no responde.
–¿Estás sordo, viejo? Me devuelves mi sitio y al perro o…, —dice agitando las manos.
El perro «gruñendo» se posiciona entre ambos, intentando proteger a su nuevo dueño.
A lo lejos se ven las luces azules de los coches de la policía local que está patrullando por la zona. El vagabundo, al darse cuenta, cesa de gritar, se calma y se da la vuelta para irse. No quiere problemas.
Jorge, contenido hasta entonces, le agarra del brazo.
–¿Dónde va? ¡Espere!
El otro, sorprendido, se detiene y se vuelve a escucharle.
–¿Qué quiere? ¡No ve que tengo prisa!
Jorge le ofrece el dinero recaudado.
–Es su banco, tan solo pasaba por aquí buscando un lugar y al parecer he tomado prestada su vida.
El vagabundo coge el dinero y continúa su camino. Está noche cenará. El perro ya no le interesa.
Jorge se levanta y a paso lento se va hacia la residencia. Lagun, va a su lado. Le mira y una sonrisa le ilumina la cara:
-¿Sabes?, tenemos un problema: no será fácil convencer a la directora de la residencia, tal vez si fueras invisible…
*Lagun en euskera, significa amigo.

JOSMA TAXI

INVISIBLE
Nunca he sido precisamente invisible. En el colegio, cuando estaba en párvulos, había dos hermanitas mayores que yo, me acorralaban en una esquina y se dedicaban a quitarme los botones y el cuello de color blanco, lo hacían con ahínco.
Dos cursos más tarde los chavalines me rodeaban y al grito de guerra de: ¡Puto gordo de mierda! Me golpeaban y se mofaban de mí. Intentaba parar sus golpes con mi cartera, pero era imposible, volvía a mi casa llorando.
El verano de quinto de bachiller mi padre me llevó a la consulta de un endocrino y adelgacé mucho. Mis compañeros se quedaron asombrados, entonces aprendí que daba igual, pesaba 78 kilos, mido 1,80 cm, empezaron a meterse conmigo por tener el labio inferior muy grueso o las caderas muy anchas.
Todo eso me genero una timidez tremenda, cuando entré en la Facultad de medicina apenas me relacionaba con nadie.
En las clases de psicoeducación a las que asisto en la Fe, me han explicado que ese rechazo continuado, que ahora llaman bullyng, es una de las causas del trastorno bipolar que padezco.
En fin, que hagas lo que hagas, seas como seas, tanto en lo físico como en el interior, para muchos descerebrados seguiré toda mi vida siendo considerado un puto gordo de mierda.

ASAPH FERNÁNDEZ

Pompas de jabón
El viento se fue enredando entre sus cabellos, acompañado de olores, risas y voces; los recuerdos llegaban impregnados en experiencias de una vida iridiscente; memorias agridulces llenaban su ser, impalpables sí, pero no así faltos de sabor y esencia. Esa era la vida, era esa su vida, y ahora la veía pasar en colores que solo él podía ver aunque para los demás fuera imposible percibirlos. Y soñaba, soñaba despierto, ensimismado en su propio ensueño como un caracol que se va enroscando en su concha hasta que cree que el mundo deja de verlo. Su mente escapaba cuál ave que, viendo la jaula abierta, huye lejos, esa jaula era su cuerpo. ¿Hasta donde volaban sus pensamientos? ¡Ahh sí! en la creación del primer hombre.
—«Entonces Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz el aliento de vida» pero antes de haber nacido él nació la palabra, y de la palabra fue creado el mundo entero, sin embargo, de la palabra nació de la boca, y de la boca salió el hálito de vida que le dio vida al hombre, igual que una burbuja es formada… no, a la que les es dada vida por el aliento de alguien superior a ella. Porque ¿Qué sería de la pompa de jabón sin el aliento? Nada, solo agua jabonosa en un balde como lo es el mundo entero. Pero las palabras no solo quedaron ahí, ¡No! Sino que trascendieron de la boca a los dedos, del aliento al papel, y al hombre le fue dado un nombre y éste (me refiero al nombre) lo hizo quedar grabado entre lo existente. Y de lo inexistente se hizo lo existente, y de lo que no era se hizo lo que es. Y de lo invisible se hizo lo visible, y nuestros ojos fueron abiertos y vimos la caída en desgracia del primer hombre, pero no solo vimos sino que le conocimos a pesar de nunca haberle visto…
Mientras rumiaba sus propias cavilaciones una pompa de jabón se posó ante su rostro, frcturando con su liviana y frágil figura el grueso caparazón de cangrejo en el que se encontraba ensimismado, un sacrificio hecho por una pequeña pero bella, muy bella forma fue a morir en su rostro para hacer escapar de sus propios pensamientos.
«Cuanta fragilidad hay en estos… ¿seres? pensó, ¿Qué es una burbuja? ¿No es acaso sino la extensión de aquel que desprendió su aliento para dar vida a aquella burbuja? Que fragilidad y que belleza. Los hombres son solo burbujas, pompas de jabón que vuelan hasta que chocan con algo más duro o menos frágil que ellos. Cuando revientan escapa algo de lo que nadie es testigo pero que sabemos existe dentro de ellos, ¿Espíritu?, ¿alma? ¿Ser? No sabría cómo llamarlo pero están llenos de ello y sin él serían solo agua jabonosa en un balde lleno de agua.
Entonces se acordó de Sandra, y de la manera tan similar en qué había llegado a su vida. Era verano y el viento corría como ahora, las hojas en los abetos se mecían con las caricias que esté les provocaba cuando pasaba sobre ellos; quizá serían sus palabras o quizá traía consigo algún mensaje indescifrable, algo en todo ello le hizo voltear detrás suyo, detrás de la banca en la que se encontraba sentado, ahí estaba ella; tan bella, tan radiante como la primera vez que la vió, tan mística y enigmática, de una belleza indescifrable e incomparable como nunca nadie lo habia sido ni lo fue para él. Aquella primera vez su vestido negro lleno de lunares blancos se elevaba por encima de sus rodillas, un sombrero de ala ancha fue a parar hasta donde él se encontraba. Lo recogió y caminó unos cuantos metros hasta donde estaba su dueña, era claro que había escapado lejos de la mujer de la que no sabía que le traería días color de rosa, días grises, pero también días de gloria; días de iridiscencia, como le gustaba llamar a los días que pasaron juntos. Así, igual que una pompa de jabón había llegado a su vida para dejarle los pómulos humedecidos el momento en que revento. Ahora estaba ahí, sí era tan real como la primera vez, como la vez en que fue concebida en su mente. De su mente la había llevado al papel y el papel había contagiado a otros a conocerla, a ver en parte de lo que era la mujer que él veía y la cuál había protagonizado sus mayores días de gloria. Una detective en apuros, una cantante que llevaba una doble vida, una guerrera que atravesó el corazón de un dragón para salvar con su sangre a un pueblo invadido por la peste… etc. Ella había cumplido cada una de sus fantasías, quizá llevaba diferentes nombres porque los roles y las épocas eran diferentes pero para él siempre había sido Sandra, su musa, su inspiración… su todo.
Pero también fue ella quien lo tomó de la mano y lo condujo por los laberintos de la demencia, ahora estaba ahí parada, tan real, tan exquisitamente joven como el día en que él la conoció… en que la palabra la dio por concebida. Nadie a su alrededor sabía lo que ocurría, solo veían a un hombre inmerso en la senilidad y la locura, levantado los brazos al vacío, al aire que lo abrazaba y le revolvía el cabello enmarañado. Solo veían al señor Carlos, un despojo de hombre que había llegado a ser un gran escritor pero del que esa grandeza le había llenado el cerebro de aire igual que una burbuja. Él miró por última vez a Sandra, la abrazó y desde aquel momento guardo un silencio que se llevó hasta el día que reventó como una burbuja.

NURIA HERNANDO

– ¿Soy invisible para ti?.
Esa es la eterna pregunta que bombardeaba su mente, sin respuesta, cada vez que quedaba con su madre.
Nidia había sido una buena chica toda su vida. No había destacada en nada, ni para bien ni para mal. Su madre se ponía siempre muy nerviosa con ella e intentaba evitarla, por lo que Nidia se sintió siempre muy ignorada. No sabía cómo ser mejor para satisfacerla.
Cuando creció tampoco le fue bien en sus relaciones. Sus parejas adolescentes la escribían mucho hasta que poco a poco dejaban de hacerlo y la hacían goshting.
Estaba harta de que cada vez que iba a su cafetería favorita, la puerta no la detectara y tuviera que hacer todo tipo de aspavientos hasta que la maldita puerta se abriera . Después se sentía ridícula por todas las poses estupidas que habían llamado la atención de la gente desde el interior. Para colmo le cambiaban el nombre a Lidia y nunca sabía cuando estaba su bebida, para acudir rauda a por ella.
Un día leyendo ” El Principito ” le llamo la atención una frase , que seguramente vosotros, ya sabeis cuál es : “ Lo esencial es invisible a los ojos “ . La hizo entrar en shock. Esta frase la conmovía por dentro y no sabía por qué . Las palabras esencial e invisible eran como un eco , resonando en la letanía de su interior.
Se había pasado siendo invisible durante demasiado tiempo y de alguna forma – me tengo que convertir en esencial – , se dijo .
Ahí estaba la clave de su invisibilidad .., ¿pero qué es ser esencial , para quien y para que ?…
Los ojos ¿ qué tipo de realidad ven para ocultarse a lo esencial?.
¿Hay entonces dos mundos que son observados de manera diferente?.
¿Es mejor ser esencial o invisible o “ser o no ser “, que diría Shakespeare ?…

SHILA SHILA

TEMA INVISIBLE (DIFUNTOS)
Ellos están en sombras en el viento, cansados del trajín de la vida que olvida decidieron desvestir sus almas y colocarse un nuevo y brilloso vestido con el fin de alojarse por larga temporada en la morada de nuestra alma.
Tocaron la puerta sin previo aviso, sin permiso ni compromiso se sintieron cómodos de estar ahí en el interior del alma del ser amado abandonando por completo la amargura de ese cuerpo dañado y pesado cuerpo físico.
Ellos no se han ido simplemente llega a un lugar seguro dentro de cada ser querido perdido en la tristeza de la ausencia, su cariño, mirada siguen ahí mientras se continua con vida.
No se han ido solo se hicieron invisibles a nuestros ojos de la razón, visibles al brillo eterno de corazón.

ARCADIO MALLO

Caderno de bitácora
Día 3
Todo está en calma. El sol quema mi piel con inclemencia. No hay viento. No hay olas. El vaivén de las corrientes me hacen sentir como en una mecedora. No consigo ver nada en el horizonte.
Apenas soy consciente de los días que llevo a la deriva en este tablero, de no ser porque llevo la cuenta de las noches. De momento. Dos noches sin contar la del hundimiento. Tengo la memoria borrosa. No recuerdo mi nombre. Tampoco porque había subido en esa embarcación.
Mantengo en la retina la imagen borrosa de todas aquellas caras llenas de ilusión que me acompañaban. Recuerdo que el nerviosismo y el ansia de llegar a destino podían con el temor que nos debía infundir el riesgo que estábamos asumiendo. Lo peor sería terminar en el fondo del mar, invisibles al mundo y a nosotros mismos.
Y lo peor ocurrió, como casi siempre.
Navegábamos en aguas tranquilas, a toda velocidad, cuando de repente la fuerza invisible del viento nos frenó por proa, haciendo inútiles aquellos enormes motores que nos movían, al tiempo que de la nada surgieron montañas de agua que se derrumbaron sobre nosotros.
Luego silencio. Oscuridad.
Si esto es una penitencia divina por soñar con una vida mejor, lejos de la miseria, solo pido clemencia y que termine cuanto antes. Si no lo es, pido a los Dioses que me lleven a tierra a tiempo. No soportaré otro golpe del diablo del mar.

ANGY DEL TORO

LA RAZÓN DE MI LOCURA
¡Oh, mi Cuba!, mi son entero de hilos invisibles que las palabras tejen
cuando en mis sentidos, evocarte quiero.
Ay, mi Cuba, el hilo de mi amor que al añorarte nos une con miradas brillantes de placer.
Habla mi corazón que apresurado y tierno late cuando aprecia tu calor sobre su piel.
¿Sabías Cuba? Que eres el conocimiento de mi chifladura.
Mi bella y apasionada Isla del Caribe, abre tus puertas para que, al tocarte, mis labios puedan besarte,
y así, quizás pueda saborear la sal de vida que en tus mares reposa.
Cuba, mi caimán hermoso, sugerente, seductor y afrodisíaco para los sentidos,
Así eres tú, bella, eterna y siempre amada Cuba.

CARMEN ÚBEDA FERRER

Porque te sueño, porque te vivo
Los consejos de olvido
como puñales me hieren.
Porque, yo te sueño, cuando duermo.
Porque te vivo, cuando despierto.
Ya sé que tu cuerpo
se ungió con el fuego.
Ya sé que tu espíritu
transitó a una nívea
estrella en el firmamento.
No me pidas, tú también, el olvido,
porque seas impalpable, invisible…
En mi sueño eres la esencia.
Cuando despierto, en mi corazón,
está viva tu presencia.
!Ay! no me pidas el olvido,
que yo no puedo olvidar,
porque te sueño y te vivo.

BEA ARTEENCUERO

Todos tenemos una historia no contada..
Una solo mirada, entre los dos…
Tómame la mano y volemos, me digistes al oído, nunca te soltare; Me agarre fuerte, muy fuerte.
Estoy dentro de tu corazón y se que es radiante.
Ahora pienso en un nuevo comienzo después del final .
El mundo gira, es un misterio que nunca entenderé.
Quiero creer que encontraré un espacio en mis emociones, que me guie a encontrar las respuestas.
Temo tanto perderte que te estoy perdiendo…Tengo la certeza que siempre volveremos a encontrarnos en algún lugar, donde no quede nada ni nadie.
Solo tengo un boleto de ida por el mundo y quiero utilizarlo como si fuera el último aliento de vida, para seguir a tu lado, donde mi refugió es mi alma.
Recordaré las sonrisas y las mantendré vivas en el corazón donde habitan las emociones.
En mil Pedazos me quede en tu piel, estoy aprendiendo a unir retazos, para retenerlos en la palma de la mano.
Me pregunto, si hay un lugar en mi cuerpo donde la luz no entrará, cuando los muros caigan.
El corazón es el mapa que nos indica hacia donde vamos, y los nuestros están juntos por siempre.
No quiero pensar en el verano, cuando cae la nieve, ni creer que hoy es diferente, jamás la lógica del mundo nos va a separar…
Hoy me preguntas…
Quién soy cuando me miras.
Hoy…Soy invisible a tus ojos!!
Pero sé que siempre viviré en ti, porqué vivo en tus recuerdos, parada en las sombras de tu mente.
Estoy viendo a través de ti, hasta el punto de que eres invisible…

GUILLERMO ARQUILLOS

EL MISMO OLOR
Por aquel entonces yo era un muchacho que disfrutaba bajando a la calle a contemplar el escaparate de la zapatería y a observar al dueño sudando, guardando silencio y comiéndose las uñas. Se pasaba las horas mirando la pared, esperando a que entrase algún cliente, pero nadie le compraba nada. A veces, levantaba los ojos, me veía a través del escaparate y nos sonreíamos. Mi media sonrisa lo debía de inquietar, porque estaba todas las tardes allí, sin apartar mi mirada de su rostro. Me convencí de que aquel tipo se había vuelto invisible para todo el barrio.
Dejadme recordar…. la primera vez que bajé fue en verano, recién pasada la pandemia; y dejé de verlo… bueno, lo que ocurrió entonces fue espantoso, seguro que lo sabéis; fue una tragedia que conmocionó a toda la ciudad.
.
Hoy me han subido del comedor antes que de costumbre. Una estúpida que no sé si es enfermera o voluntaria, me ha dicho que me castigaba sin postre porque estaba insultando a los demás viejos. ¿Qué se habrá creído la muy zorra? Total, por llamarle baboso a un vejolete sin dientes al que le chorrea la saliva día y noche.
.
Con la pandemia, el mundo se volvió virtual y la gente dejó de pisar las calles. Poco después, la zapatería ya no tenía clientes ni para regalarles alpargatas y el dueño se fue quedando sin uñas, ya lo creo, solo le faltaba comerse también las de los pies. Su negocio y él eran invisibles; la gente pasaba de largo y yo era el único testigo de su ruina, le sonreía y disfrutaba viendo cómo se hundía. Siempre me ha gustado ver que los demás fracasan.
¿Os he hablado ya de lo que me ha hecho en la comida ese ente híbrido entre enfermera y voluntaria? Pues ha agarrado mi silla de ruedas y me ha arrastrado fuera del comedor. A voces. El baboso, que se golpeaba la cabeza contra la mesa y se revolcaba por el suelo, gritaba que yo lo había ofendido. Es un retrasado, claro. Sólo se ha percatado de mi presencia cuando le he soltado que es repugnante y que huele a podrido —cosa que es falsa—. No soporto que la gente haga como si yo fuera invisible.
Eso mismo quería el tipo de la zapatería: «por lo menos, que me miren, que entren a probarse mis zapatos». Hasta lo escribió en una carta y lo publicó en el periódico local. Bueno, más que una carta, fue un desesperado anuncio en el que rogaba a sus antiguos clientes que no lo abandonaran, que le urgía venderles… Nadie vio el anuncio, y si lo vio, nadie lo leyó y si lo leyó, nadie le hizo caso. Pero yo sí, yo sí que me fijé. Lo vi y tomé mi decisión en cuanto lo leí.
Descubrí en sus súplicas un cierto olor a amenaza, y a mí no me gustan las amenazas; así que, la tarde siguiente, con la calle desierta, saqué de mi mochila una botella de gasolina, encendí la mecha, la arrojé al interior de la tienda y me crucé a la otra acera. Las llamas eran preciosas. La zapatería se hizo visible de golpe para todo el barrio. Los hombres bajaron de los bloques gritando, las mujeres y los niños llorando; pero solo yo sé que, en realidad, el espectáculo los entusiasmaba. Lo más divertido fue que aquel hombre dejó de morderse las uñas para siempre. Si a mí no me dejaban comérmelas, a él tampoco.
.
El baboso no sabe con quién se la está jugando; la enfermera, menos aún. Tengo que conseguir gasolina para hacer que esta mierda de residencia sea la que más ilumine. ¿Me ignoráis? Pues no os lo voy a consentir. Haré que todos vean la luz que va a desprender esta residencia de mierda.
Va a ser divertido. Ya me imagino el olor del baboso y la enfermera; será el mismo olor que cruzaba la calle el día que ardió la zapatería.
.

NOVATUS LITERATUS

Retroceso imposible
No dormiste aquella noche,
en la cual luchábamos por terminar
el libro de aventuras de cuarto año.
Tampoco sentí tu hambre en la mañana,
llevándome lo poco
en mi lonchera de superhéroes.
No vi llenar el lago con tus lagrimas por mi insensatez…
Bebí y reí toda una noche,
mientras que tú te colgabas de miedo
contra el cielorraso.
Tampoco velé el sueño de tu sonrisa
mientras respirabas
sintiendo los pasos de mi borracho.
No sentí el sabor de tu amor
en mi caldo de enguayabado
un domingo al medio día.
E ignore lo orgullosa que estabas de mí,
al alcanzar un logro minúsculo en mi hoja de vida
Un día te dije que no hablaras de mi vida personal
con tus amigas los sábados de té y galletas…
Me empeciné en volver invisible tu abnegado amor…
Y ahora que eres realmente invisible, intangible,
desearía llevarte al jardín botánico
y no reprocharte si te robas unos piecitos.

EDUARDO VALENZUELA JARA

―Todo es energía y vibración ―decía el Profesor―. Nunca olviden eso.
Y Jhonny jamás lo olvidó. A él le gustaba escuchar al Profesor. Los demás se aburrían, pero Jhonny no.
―¿Ustedes creen que una manzana es roja? ―preguntó una vez el Profesor―. Pues no. Los objetos no tienen color. Los colores sólo son distintas vibraciones de la luz. El rojo es la vibración más lenta y el violeta la más rápida.
―¡Pero yo veo que las manzanas son rojas! ―dijo Chiripa.
―Pues ya te digo que no. Lo que ocurre es que a nivel cuántico los electrones de la manzana chocan con las vibraciones rojas de la luz y lo que ves es la vibración roja reflejada. ¿Entiendes? Si lográramos dominar la energía de los electrones de las manzanas y hacer que no chocaran con ningún color, entonces las manzanas serían invisibles.
―Pues ojalá y eso nunca ocurra ―dijo Chiripa.
―¿Porqué? ―preguntó el Profesor.
―Porque si fueran invisibles ¿Cómo voy a poder comerlas?
Chiripa gustaba de burlarse del Profesor. Siempre terminaba saboteándolo para que sus amigos, Cabezón y el Orejas, rieran. Jhonny no, él era distinto.
Desde el día que Jhonny escuchó lo de la energía, la vibración y los electrones, se decidió a meditar. Así como el píncipe Siddhartha había alcanzado el Nirvana con meditación continua, así mismo pensaba Jhonny que podría dominar la energía de los electrones de su cuerpo.
Chiripa, Cabezón y el Orejas no entendían que ocurría con Jhonny, se la pasaba con los ojos cerrados, en posición de loto y sin decir palabra. Le decían: «¿Y a tí qué bicho te ha picado?», pero Jhonny no se inmutaba; meditaba y meditaba repitiendo las palabras del Profesor: “Todo es energía y vibración”, como si fuera un mantra infinito.
Las estaciones se sucedieron, los años se sucedieron y Jhonny no cejó en su empeño. No hablaba con nadie, no trataba con nadie, se olvidó de todos; sólo pasaba en el piso meditando y repitiendo su mantra: “Todo es energía y vibración”.
Los médicos lo dieron por enfermo y lo aislaron por el resto de su vida. Y asi fue como en esa soledad, avejentado y enflaquecido en extremo, cierta mañana de primavera Jhonny sintió que poseía completo control sobre cada átomo y electrón de su cuerpo.
Abrió sus ojos y miró sus manos. El pellejo magro y seco de sus largos dedos comenzó a hacerse translucido. Lentamente, sus manos se desvanecieron. Entonces, con mucha calma, se puso en pie y vio que sus brazos también se desvanecían, y así fue desapareciendo hasta ser completamente invisible.
En ese momento volvió a recordar a Chiripa, a Cabezón, al Profesor, al Orejas y a todos los otros presidiarios que había conocido en aquella cárcel.
«Ahora podré largarme de aquí… ¡Ja! Ojalá y pudieran verme», pensó sonriente.
FIN

FERGUS REID

-Estoy aquí – dijo Maria.
-¿ Donde es aquí? – me respondió.
-Allí – dijo.
-Por supuesto que si – asentí.
Maria y yo casamos hace veinte años, mas o menos. Soy un ingeniero y ella es… pues, ella es… ella.
– Bajate tu voz, por favor – dije – Los niños están durmiendo.
– Pero, cariño, no tenemos niños.
– Es la verdad. Pues, vale, los niños definitivamente no pueden dormir.
Maria bajo su vaso y dio un soplo muy grande.
– ¿Nunca cometes errores, no? Ay, todos los hombres son iguales.
– Pero tu, en cambio, es la mujer mas bonita que nunca he visto.
Maria sacudió su cabeza.
– Tal vez pienses que soy también la mujer mas estúpida del mundo, ¿que no?
– Que si, que si, no hay mujer mas es-
Maria soplo otra vez.
-Carlos – dijo – es un bromistador muy bueno, pero…
– ¿Bromistador? – fruncí mi ceño.
– Pues, cada minuto de cada día luchas con la comedia. Tal vez un día vas a encontrarlo.
– Pero, Maria – ahora estuve mi turno – Solo quiero verte.
Y, por la primera vez en mi vida, Maria me sorprendió.
– Quiero verte también, Carlos. – dijo – Pero ya no. Ya no.
– ¿Por que no?
Despierte. Otra vez en nuestra cama. Como siempre. La luz del sol intenta destrozar mis ojos. Pero baje mi brazo al manta. A su lado de la cama.
– Maria – dije al vació– quiero verte otra vez mas. Solo una vez. Porfa.

ABBY MARSIE ROGOM

LA NIÑA DEL CUADRO.
Nekane se levantó, antes de que su madre la llamara. Hacía algunos días que no dormía bien.Su madre tampoco.
Atravesó el largo pasillo cuyas tres grandes ventanas daban al descuidado jardín. Ella miró por la primera; los setos estaban enredados con las ramas sin podar hacía mucho de los rosales. Al pasar ante la segunda vio el pequeño estanque de piedra con su estancada agua verde llena de ramitas y hojas.
Al pasar la tercera ventana, cuyos viejos álamos miraban al caminante del pasillo susurrándole cosas con sus hojas parlantes, se salía al enorme salón de la vieja casa.
La última vez que el padre estuvo en casa, hacía una semana, llevó un bolso y un cuadro para mamá, y un pequeño microscopio para ella; hacía dos días que se había vuelto a ir.
A los dos les gustaban las antigüedades, y siempre aparecía de vuelta de sus viajes con cosas antiguas, en esta ocasión el cuadro.
A Nekane le hacían sentir algo incómoda porque la casa estaba repleta de ellas. Los caminos de su casa estaban habitados por una desconcertante amalgama de objetos sagrados, malditos, armas utilizadas en antiguas venganzas, un joyero, llamado en su época «cofre» que había pasado por tres generaciones de la misma familia hasta que fuera robado, o vendido a causa de la guerra. Cada uno con sus fantasmas. Sólo se salvaba de la invasión de objetos antiguos su habitación, por lo que pasaba allí gran parte del tiempo.
A veces pensaba que la casa se la tragaría de algún modo.
Era sábado, y todo el viernes su madre estuvo pintando. Cambió el color del salón, lo pintó del mismo color que el fondo del cuadro, ese salón donde estaba pintada la niña del cuadro.
Esta mañana irían de compras juntas; mientras su madre preparaba el desayuno, la niña esperaba sentada a la mesa acabando de hacer sus tareas.
Quizá una sombra, un rayo de luz… en fin, un movimiento le hizo levantar la vista a la pared, a su derecha y detrás de ella. Miró al cuadro. Había una niña pintada, más o menos de su edad, que sentada a la mesa, la miraba.Y sonreía casi sin que ése gesto de la boca tuviera la cualidad de una sonrisa…
Apretaba algo en la mano junto a su pecho, parecía que llevaba un colgante que escondía.
Nekane bajó la mirada, que se había quedado suspendida en sus ojos oscuros, como los suyos, y volvió a perderse en el dominio de su extraña sonrisa. Estaba empezando a sentirse inquieta. Se asustó un poco cuando su madre puso el desayuno en la mesa.
De vuelta en casa después de su día de compras, y después de la cena, sólo miró de reojo la pintura, camino de su habitación. Vio de pasada la mancha informe que formaban su cara y su cabello, tan parecido al suyo tambien… se enfadó consigo misma cuando pensó que podrían pasar por hermanas. Eso era una estupidez, pensó. De hecho no le gustaba esa niña, esos ojos, esa sonrisa. Además era sólo un cuadro. Aun así, caminó rápido pues parecía que la miraba, así que si se daba prisa, no la seguiría hasta sus sueños.
Corrió por los pasillos en penumbra, entre el polvo de siglos y estilos y artistas y las huellas muertas de los que fueron dueños de aquellas cosas amontonadas por doquier.
Tropezó con el enorme querubín de mármol veteado que guardaba la puerta de su habitación, la puerta y una pared mantenían fuera todos esos objetos impregnados de tiempo muerto.
Al día siguiente, después de dibujar un rato, sintiendo esa mirada en su nuca, se dio cuenta de que su madre no entendía nada de lo que estaba pasando, pues cuando le dijo que esa niña la miraba… ella miró hacia la pintura, y sin decir palabra se dio la vuelta y siguió con sus cosas.
Su madre no dormía de noche desde que se fue papá y cuando estaba despierta parecía que dormía.
Esa tarde no tenía mucho que hacer, pero sí a dónde ir. A cualquier sitio lejos de ese cuadro, pues le producía inquietud. A su madre sin embargo, parecía gustarle, más aún que la embelesaba. Dos veces ese día entró al salón recién pintado de rojo triste, a mirar el cuadro. La niña enmarcada la miraba a ella.
Más tarde y después de cenar, de paso hacia su habitación vio a su madre sentada mirándolo de nuevo y susurrando, y lo que de verdad daba más miedo es que parecía estar convencida de estar hablando con alguien.
Algo malo pasaba, pero ella era una niña. Menos mal que su padre vendría al día siguiente, porque de repente estaba asustada, sentía una sensacion ominosa de amenaza, como si estuviera siendo acorralada.
Salió al triste y despeinado jardín a respirar un poco de aire. Hasta las esquinas de la casa eran pura saturación; una que mostraba sus ricas piezas de orfebrería del siglo XVlll parecía mirar altivamente a aquella otra con herramientas de labranza del XIX.
Más tarde y un poco molesta por permitir que un cuadro la pusiera nerviosa, lo miró de repente como retándolo… y aquello no podía ser. Quedó congelada. La niña tenía entreabierta la mano, y se veía algo brillante bajo ella. La joya. Una piedra, una piedra negra como sus ojos en forma de lágrima, como si se la enseñara.
Se lo dijo a su madre, que la niña había abierto la mano… y la reacción de ella le hizo sentir un escalofrío como una descarga eléctrica, pues comprendió en ese instante que su madre si entendia lo que estaba pasando, fuera esto lo que fuera. Su madre rio nerviosamente, mientras se iba canturreando y manoteando en el aire. Algo no estaba bien; miraba alternativamente a su madre y al cuadro, y no sabía cual de los dos le daba más miedo. Tragó en seco. Menos mal que su padre llegaba pronto. Con este pensamiento se fue a la cama, con la cabeza girada para no verlo.
De mañana estaba sentada a la mesa, y miraba sonriendo. La otra niña la miraba y sonreía también sentada a la mesa, con su pared roja de fondo, pero… algo pasaba. Algo pasaba. Inconscientemente se llevó la mano al pecho, cerrándose sobre un colgante. Entonces lo comprendió. Quedó congelada, como la lagrima que asomaba a sus ojos, congelada y atrapada, cuando vio cómo su madre acariciaba el pelo y besaba la mejilla a aquella niña que le sonreía desde el salón de su casa, mirándola a ella, atrapada en el cuadro. Invisible para todos.
AMPARO M.G.S.R

LETICIA R. MENA

Echaba de menos sus sonoros besos en la mejilla. Sus abrazos que siempre dejaban su olor impregnado en la ropa para todo el día. Como a limón, pero dulce.
Echaba de menos el revolverme el pelo, el preguntar cien veces lo que me había contado ciento una. Pero a ella le gustaba, creo, contarme historias.
Y jugar al parchís. Siempre hacia trampas, se inventaba las reglas y yo siempre acababa enfurruñada. Hasta que me hacía una mueca divertida y yo rompía a reír.
Ahora es un tanto distinto. Siento sus besos cuando menos me lo espero, casi como un roce en la mejilla. Pero sé que es ella. Puedo notar su olor de repente, aunque ya no se queda en mi ropa. El pelo a veces se me enreda solo, así sin más. La oigo contarme historias que ya me sé de memoria, sobre todo lo hace cuando duermo. Veo moverse la cortina del salón y sé que es ella escondida detrás, como cuando jugando al escondite se escondía allí y se le veían los pies por debajo.
Hablo con ella. Me escucha en silencio.
Mamá el otro día me pilló en plena conversación.
—¿Con quién hablas, cielo?
—Con la abuela.
Mamá sonrió. Una de esas sonrisas tristes de ojos húmedos que ponen los mayores.
—La abuela esta en un sitio muy lejos, cielo.
Fue entonces cuando me dí cuenta de que los mayores no lo habían entendido. Así que se tuve que explicárselo, con voz suave como lo hacen ellos con nosotros.
— No, mamá. Lo que pasa es que la abuela se ha vuelto invisible.

JAVIER GARCÍA HOYOS

La última noche que la inquisición les permitió estar juntos, Fernando deseó que las acusaciones de brujería fueran ciertas, para que así Serena hubiese podido hacer un conjuro para escapar, o para que el amanecer que los separó no hubiese llegado nunca. Pero aquello nunca ocurrió.
Al contrario, el tiempo decidió correr con más premura, impasible ante el sufrimiento que ambos sufrían. Él por la espera de los acontecimientos, ella, por las diferentes torturas a la que la someterían para que la verdad saliese a la luz. Una verdad que no lo era, y una luz que escondía las tinieblas del miedo.
Y el tiempo, compañero invisible de nuestro camino, bromista insaciable, decidió, durante el cautiverio de Serena, ir más despacio. Regocijarse en los agudos gritos de dolor, y en los sollozos de la joven que, sin comprender por qué era acusada, pedía clemencia. El inquisidor, trataba de hacerla comprender que para ello debía confesar, y solo así cesarían los castigos.
Pero ella no sabía qué confesar, pues no sabía cual era la acusación. Por lo que el inquisidor, en su gran bondad, decidió guiarla por el camino.
—¿Eres tú, Serena, la mujer del constructor de la iglesia?
Ella, entre lágrimas y jadeos provocados por el agotamiento, afirmó.
—¿Es cierto que has practicado brujería en la cueva del diente del león?
Ella negó con la cabeza.
Una señal del inquisidor hizo que activaran de nuevo el potro, estirando las cuerdas que la ataban casi hasta romperla por la mitad.
El dolor nublaría su mente.
Fernando creyó oír los gritos mientras trataba de pedir clemencia al sacerdote.
—Lo hice, Fernando, pero ni si quiera yo puedo entrometerme en los asuntos de la inquisición. Quien la haya calumniado lo ha hecho con falsos testigos, y falsas pruebas, pero no podemos probarlo. Si no quieres acabar como ella, vuelve a tu trabajo, y no llames la atención, pues correr su misma suerte en nada la ayudará.
La hoguera fue su última morada. Serena lloraba, feliz un día, torturada otro, quemada al siguiente. El rostro de Fernando fue el último que distinguió aquella fría noche que se convirtió en una simple anécdota más para la historia.
Fernando acabó la construcción de la iglesia y se marchó de aquel lugar, pero antes de hacerlo, en la clandestinidad, sus manos se apropiaron de un viejo martillo y un cincel recién afilado. Sus manos, llenas aun de ira, esculpieron la imagen de una mujer, bajo sus pies, la figura de un hombre que recordaba al inquisidor, sin ojos, caminando a ciegas hacia la imagen del escudo del pueblo, que ardía en llamas.
Nadie reparó en aquella imagen, y el viento y nuestro fiel acompañante, el tiempo, se encargaron de guardarla hasta que, cinco siglos después, un restaurador cayó en la cuenta de aquel grabado, un mensaje invisible que nadie comprendía y del que no quedaba ningún testigo. A excepción de un viejo manuscrito, firmado por un tal Leopoldo de Villegas, párroco de aquella iglesia quinientos años antes. El manuscrito llevaba por título:
Magna Iniura

HAROLD PADILLA

Marcos aborda el autobús para ir a su entrevista laboral. Le espera media hora de tráfico en un asiento de plástico deslucido, viendo las nubes grises que solo se despejarán hasta febrero. El aire es escaso, y los robos son la moneda corriente, lo que explica por qué las ventanas permanecen cerradas. Un hombre intenta vender chucherías al interior, pero las miradas esquivas y desconfiadas lo obligan a bajar. Al parecer, por la noticia de un asaltante que irrumpió entre los pasajeros en esa misma avenida, amenazando con una navaja infectada con VIH, para luego hacerle un corte en la cara a una estudiante que se resistió a dejar la cartera. Las cámaras identificaron a la joven, pero de ella no se supo más. Ahora es un incidente casi olvidado. Sobre todo, para las caras lánguidas y babélicas en el autobús que solo esbozan un gesto de indignación ante lo sucedido. No hay tiempo para encontrar responsables del caos en la ciudad. De vez en cuando se oye de alguna protesta tímida contra el gobierno, pero de los manifestantes detenidos no se sabe nada, y la incertidumbre acaba con todo intento de rebeldía.
Marcos termina de contar los centavos en la mano y lee desde la ventana el titular obsceno en un quiosco de periódicos: «Agrandamiento de miembro con técnica inglesa». Las demás noticias son igual de morbosas o panfletos redactados con vocación de marioneta para elogiar a César Bolmori y sus gestiones. De pronto, el tráfico se detiene, y el sonido de los cláxones empeora; es un pasacalle del gobernador. «¡Quién más podría detener el tráfico a plena hora punta sino el más tonto de los Césares!», exclama un pasajero. Todos bajan del bus. A Marcos no le queda tiempo ni motivación para ir a la entrevista de trabajo. Ha perdido la cuenta de las veces que fue rechazado en el mes. Toma su mochila y se dirige hacia la multitud detenida por la parafernalia. Y ahí está él, César Bolmori, saludando sonriente, con traje desaliñado y andar abrupto, ostentando la banda presidencial y con una campaña electoral ad portas, apuntando a su reelección. Marcos no puede sentir más que la ira ensanchándole la yugular. Si pudiera, iría y le asestaría los puños en los pómulos maquillados a ese fantoche, pero hay policías por todos lados, y ni siquiera alcanzaría a hacerle un reclamo.
Los espectadores empiezan a disiparse, Marcos deja de apretar el puño y una delicada mano toca la suya con empatía. La mano es de una mujer pálida cubierta con gorro y cubrebocas, quien ahora le indica con los ojos que debe seguirla. Absorto entre el tumulto, camina hasta los malecones, a un edificio en la llamada «Zona gris», por sus paredes destartaladas y cubiertas de esmog. Ahí la mujer se descubre el rostro, y Marcos la reconoce de inmediato por la cicatriz en la mejilla. Es Ana Durand, la estudiante universitaria atacada en el autobús, quien le explica que el ataque de aquel día fue planificado por ser antigobierno, y lo supo cuando el agresor le susurro: «te vigilamos». Marcos no entiende por qué le cuenta esto. Tampoco entiende la crueldad del acto, de ser cierto. Ana le muestra fotos y videos de reuniones secretas, placas alteradas y documentos robados que comprometen a César Bolmori y el narcotráfico. Los rumores de un narcoestado eran ciertos.
Marcos sigue sin entender cuál es el propósito de haber llegado hasta ahí; Ana busca ganar su confianza confesando que no es una estudiante, sino una agente extranjera infiltrada y que además sabía perfectamente a dónde iba Marcos, pues era el día donde deberían encontrarse. Ella publicó el anuncio de trabajo: «Se solicita especialista en Inteligencia Artificial y ciberseguridad». El aviso fue preparado exclusivamente para él, pero las cosas no salieron como fueron planeadas. Marcos no puede resistir la curiosidad, ella lo sabe con dotes de zahorí y lo conduce a una habitación subterránea equipada con todo tipo de aparatos tecnológicos.
El doce de febrero, el grisáceo de las nubes y la capa de niebla desapareció para permitirle al sol brillar. En unas horas iniciarían las elecciones. Una súbita interrupción inundó los noticieros televisados y radiales, mientras las redes sociales estallaron. La noticia se difundió con rapidez vírica. Una grabación de César Bolmori con el líder del Cartel Monteza confirmaba su filiación corrupta. Se filtraron documentos en la prensa y, en Palacio, el líder de las Fuerzas Armadas dispuso el inmediato apresamiento del aún presidente. Los corresponsales de prensa no sabían de dónde provenían los correos anónimos, encriptados por algún héroe invisible. Y mucho menos sabían que el video era falso. Era una obra metódica hecha con inteligencia artificial. Aunque esto es lo último que la gente pensaría. No cabían dudas, era César Bolmori, quien ahora brindaba el gratificante espectáculo de verlo enmarrocado.

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Iwa y Baphomet
Conocí algunos grupos de rock, cuando cursaba sexto de bachillerato en un colegio de fuertes ideologías religiosas, militar, el cual miraba con malos ojos a los artífices de este género musical; mechudos taciturnos, con voces guturales, cabello largo y ropa negra. Tenía un compañero algo extraño, callado e introvertido. No jugaba futbol como todos. Tenía un tatuaje de estrellas de seis puntas, hecho con tinta china, el cual se empeñaba ocultar debajo de unos guantes de lana negra, andrajosos. Siempre portaba un anillo con un símbolo extraño de medía luna. Lucía pálido y al saludarle se sentía su mano siempre fría. No socializaba a la hora del descanso con los demás. En cambio, siempre llevaba puestos unos grandes audífonos, mientras reía solo y movía su cabeza rítmicamente de arriba hacia abajo.
Muchos de mis compañeros lo hacían a un lado. Pero no sé, si era por su comportamiento algo errático, sus gustos musicales o su facha pobre y descuidada, con sus guantes rotos y su escasa atención al cuidado personal.
Desde siempre me he puesto en los zapatos del otro, y no recuerdo haberlo aprendido… Imaginando como podía sentirme en caso de que fuera rechazado, al igual que lo hacían con Iwa. Por eso, trataba de ser amable y saludarle, o cruzar palabra siempre que podía, a pesar de ser diferente a los demás.
Él amaba el metal y todas sus vertientes: el trash, el Deep, el black. Por esta época, los padres de familia y los colegios vivían alarmados con el satanismo, y veían en la música y en los músicos de este tipo de géneros, devotos servidores al servicio del anticristo. En mi casa, fue a parar un libro que relacionaba grandes bandas con cultos satanistas. Músicos y bandas que hoy en día escucho y que me parecen de una calidad instrumental, lirica y poética, que me levanta el animo en mis días de pesadumbre; temas que, incluso en días así, me recuerdan que la tristeza o la ansiedad hay que vivirlas, la igual que se escucha un tema poco conocido y estigmatizado.
Recuerdo que este libro, respaldaba toda la sarta de tonterías sobre las bandas; que sus siglas traducían “adoradores al servicio de satán”, que hacían sacrificios de animales en los conciertos, que si ponías un espejo contra sus carátulas veías demonios y figuras antropomórficas en honor al ocultismo y la maldad. Que podías ver al mismo Baphomet. Y que decir de grabar mensajes ocultistas que solo pueden ser revelados escuchando la cinta de manera rebobinada… Ya decía un gran músico, del que no recuerdo su identidad: -si ya de por si, es difícil grabar algo coherente al derecho-…
Por eso, creo que me llamaba la atención conocer a Iwa, ese chico tímido, maltratado en casa, rechazado por todo el salón, que solía sentarse atrás con sus audífonos, con sus respuestas subersivas y su apatía por todas las asignaturas académicas. Era mitad morbo y mitad incredulidad. Yo reflexionaba… – O este chico, va a terminar haciendo sacrificios y matándose un día, sacrificando el alma al diablo, o ese libro (siempre lo sospeché), solo dice estupideces de gente fanática-.
En nuestra corta edad, no había nadie tan apasionado por Iwa hacía un hobbie o actividad. Ni siquiera al futbol. Conocía la historia de cada grupo, tocaba el bajo, la guitarra y la batería, con mucho virtuosismo. Él, en parte, me explicó que gran parte de los símbolos que se consideran satánicos empezaron a tener esta connotación, porque se relacionaban con ritos paganos que iban en contra, o eran diferentes de las creencias de la iglesia católica. Y la iglesia los utilizó, para relacionarlos con adversarios políticos y de gran poder económico, para acabarlos y adjudicarse sus bienes y todo su poderío.
Me gusta coger la vieja caratula de Metallica y colocar perpendicularmente el espejo mientras Iwa o Baphomet me sonríe. Gracias a Iwa conocí al excelente cuarteto de músicos, en donde destacan James Hetfield con sus agudos guturales y Lars Ulrich con sus brutales solos de batería. Creo que jóvenes como Iwa, a veces, terminan dejándose influenciar de otras personas -igual de influenciables-, que relacionan géneros musicales con conductas erráticas como dañar a un animal, en honor a alguien que estoy seguro que no existe, al menos como entidad material; por falta de apoyo familiar, por maltratos, por incomprensión. Creo que el refinado gusto de Iwa y su conducta un poco rebelde e inusual era resultado de una difícil dinámica familiar, como me dejó entrever cuando simpatizábamos con una nueva banda de trash, o cuando lo delataban las manchas violáceas en sus piernas, a la hora de salir a hacer educación física.
El tema con Baphomet es: ¿por qué lo percibo tan aterrador cuando lo busco en redes?…, al querer encontrar una imagen que me inspire a escribir esto. ¿Será la combinación entre la cabeza de cabra y el cuerpo de humano? ¿Serán los cuernos y su relación con el personaje que inventamos para justificar nuestra falta de empatía? Iwa se levantó a la nena más hermosa, creyente y pila del salón, descrestándola con sus conocimientos de historia universal y musical y con su maestría en la guitarra. ¿Para qué, tenía que robarse el logo de mercedes Benz del carro del rector? O Baphomet se lo susurró al oído, o fue Diana, nuestra compañera, para probar hasta donde llegaría por amor.

MATEO VIERA

El siguiente artículo es una recopilación que textos y entrevistas sobre los sucesos de la Cárcel departamental de Salto en el período del 12/04/1988 al 03/05/1988.
12/04/1988
El presente documento constata la muerte del Sr. Julio Acevedo Días, en circunstancias no determinadas. Se solicita una comisión investigadora.
Atte: Miguel Barrios.
18/04/1988
Diario «El Pueblo»
… declaró su preocupación por una seguidilla de asesinatos en extrañas condiciones, produciendo el descontento entre los internos y la preocupación de las …
25/04/1988
Fragmento carta de la madre de un recluso
… que estaba muy asustado. Usted sabe que Martin no es mala gente. Solo tomó malas decisiones, el ESTÁ pagando su pena, y la tiene bien merecida. Pero esta situación no puede continuar. Póngase en mi lugar, soy una madre desesperada, ya van doce muertos, si usted escuchara lo que entre sollozos me dijo. Frente a sus ojos algo que no se podía ver mató a su compañero de celda. Lo despedazó, póngase por favor una mano en el corazón, y cámbialo de cárcel, no me importa a dónde.
03/05/1988
Diario «Cambio»
Fragmento de entrevista a Hermano de Michel Gómez
…dicen los médicos que el estado se llama «catatonia», es obvio que no era solamente eso.
-¿Cómo se enteraron que él estaba relacionado?
-Al parecer perdía la conciencia al instante. Era cuando ocurrían los asesinatos dentro del penal. Se desmayaba sin previo aviso; minutos después sucedía todo muy rápido, demoraron días en darse cuenta.
-¿Sabe a donde derivaron a su hermano?
-Todavía no obtuvimos respuesta. Ya mandamos una carta al intendente, mi hermano no es un monstruo, el lo hace inconscientemente, de todas maneras un…
04/6/2001
Revista «Año Cero»
¿Desdoblamiento? ¿Viajes astrales? En el siguiente informe les contaremos del extraño caso de Michel Gómez, el ASESINO DE LOS SUEÑOS.

ANNERIS GARCÍA

Arrastraba los pies, los brazos caídos, la cabeza hundida en el pecho, la mirada perdida. No sabría decir cuánto tiempo llevaba andando, hacía mucho que ya no oía ningún coche, que nadie se le cruzaba por el camino. Su cuerpo seguía en funcionamiento, pero su mente decidió abandonarla.
Se detuvo, simplemente sus pies se detuvieron. Poco a poco su cerebro analizaba su mal estado y mandaba alarmas a sus sentidos. Empezó por centrar su mirada, lo primero que vio fueron sus pies, estaba sobre un suelo arenoso, sus zapatillas lucían polvorientas, levantó la vista buscando algún punto de referencia. No conocía el lugar, estaba en mitad de la nada, en algún sitio que no le resultaba familiar, rodeada de vegetación de arbustos bajos y algún árbol aislado. Lo siguiente que reaccionó fueron sus manos, en algún momento recibieron la orden de buscar su móvil. Se palpó los dos bolsillos de la chaqueta pero no estaba allí, recorrió también los bolsillos de sus pantalones. No, adiós a la posibilidad de ubicarse.
La tarde ya hacía al menos un par de horas que había empezado a caer, el cielo estaba teñido de un sutil color naranja, buscó la referencia del oeste, aunque realmente no sabía en qué le podría ayudar. Recordó que había salido de casa para andar y despejarse, no cogió ni el móvil, ni agua. Por lo menos la tarde era fresca, habían pasado los días de calor sofocante. Era el primer día que las temperaturas le invitaban a retomar su hábito de andar. Giró sobre sus pies buscando el camino por el que había llegado allí. No existía ningún camino, no recordaba en qué punto se había desviado ni por donde tenía que volver.
Agudizó su oído, esperando escuchar algún ruido cotidiano, agua, quizá de un arroyo cercano, coches de alguna carretera que no pudiera ver, buscó el sonido de un perro ladrando en la distancia que le indicaran al menos la dirección de alguna finca. Nada, no se escuchaba nada, ni tan siquiera se escuchaban a los pájaros que deberían estar a esas horas activos.
Sabía que el tiempo corría en su contra, debía ponerse en marcha. Bajó la vista al suelo e intentando descubrir sus propias huellas empezó a deshacer el camino, o al menos eso esperaba. No llevaba reloj, pero por la altura del sol calculaba que rondarían las 21 horas. No le quedaba mucho tiempo hasta que oscureciera. Su prioridad era encontrar al menos un camino por el que retomar su marcha.
En su cerebro se sucedían imágenes, todas descolocadas. Recordaba salir por la puerta de su casa, dar un portazo. Dentro se oía a sus perros ladrar, reclamando su regreso. La siguiente imagen había sido cuando se cruzó con una cara conocida, ambos emitieron un sonido apagado a modo de saludo, un rápido cruce de miradas. Entonces le llego otra imagen, esta era dentro de su casa, había un teléfono sonando, vibrando, no era su teléfono pero ella estaba cerca y no pudo evitar echarle una ojeada. David, su marido estaba en el garaje ordenando sus herramientas. En la pantalla del móvil, aparecía un mensaje de texto “te extraño” buscó el remitente, no lo conocía, era una sugerente foto de unos labios, el móvil volvió a emitir otro pitido “no veo la hora de besarte, mañana estoy sola, ¿te puedes escapar? Te necesito…dentro de mi” María soltó el móvil, dio media vuelta y salió corriendo por la puerta, no dijo nada, no hizo preguntas, solo necesitaba alejarse lo antes posible, necesitaba pensar. La siguiente imagen era ella misma, andando por el camino que acostumbraba a seguir, sentía como su estómago se encogía retorciéndose.
Empezó a recordar cómo había sido su relación con David, llevaban tanto tiempo juntos que no sabía si antes habían existido por separado. Se conocieron en el instituto, ambos afrontaron juntos su etapa en la universidad, su primer trabajo, compraron un piso en la ciudad, tuvieron a su primer hijo, decidieron alejarse a una casita en las afueras, allí nacieron sus gemelas. Ese fue el momento en el que María se dio por vencida y abandonó el mundo laboral para dedicarse al cuidado de sus hijos. David ganaba más dinero y su salario ya se había visto mermado por la reducción de jornada. Al principio fue duro, no estaba preparada para ser ama de casa, añoraba trabajar y mantener su independencia económica, pero siempre acababa auto convenciéndose de que hacía lo correcto.
Los años pasaron, los hijos crecieron y acabaron buscando su propio camino. Alberto había elegido irse fuera a trabajar, era científico y recibió una oportunidad de Alemania que no pudo rechazar. Alma y Alisha se trasladaron a su antiguo piso en la ciudad, estaban cursando su último curso y no tenían intención de regresar a casa.
Se detuvo, los puños apretados, los ojos cerrados, se dobló, tomo aire y de su garganta salió un grito, largo, agónico. Un grito que sintió como nacía en sus entrañas y como en una explosión descontrolada abandonó su cuerpo. Repitió una y otra vez mientras sentía las lágrimas que corrían con rabia por su cara, había descubierto quien era la persona que enviaba esos mensajes, la conocía, sabía perfectamente quien era, ¿Cómo había estado tan ciega? Ahora entendía muchas cosas, en su cabeza consiguió ordenar un puzle que llevaba años contemplando sin ser consciente.
Se derrumbó sobre un suelo árido, su cuerpo temblaba, sentía como las sacudidas de los nervios la atravesaban de pies a cabeza. Permaneció así al menos un par de minutos hasta que poco a poco fue recuperando la calma. Se secó las lágrimas, se levantó y decidida retomó su camino. En un par de horas ya estaba otra vez en su casa. Ya era de noche, dentro no se veía ninguna luz, los perros estaban dormidos en su cama, David roncaba en su habitación.
Se dirigió al vestidor, cogió la maleta de la estantería, la llenó con toda la ropa de temporada que fue capaz de meter. Hizo lo mismo con su neceser y con una bolsa de viaje donde echó los zapatos, zapatillas, bolsos, secador de pelo… se detuvo, miró a su alrededor, le faltaba algo muy importante. Abrió su primer cajón y de un doble fondo extrajo un sobre abultado, donde solía guardar desde hacía muchos años lo que iba sobrando de sus gastos mensuales. Había acumulado una gran suma, suficiente.
Sin hacer ruido, abandonó su hogar, David no salió a despedirla, ni tan siquiera fue consciente de su partida hasta que dos días más tarde descubrió una notificación en su email de un despacho de abogados, en el asunto se leía: Demanda de divorcio. Recibió un segundo email, este de su mujer, en copia su amante, amiga de la familia, solo contenía una palabra: gracias y unas fotos de ambos, tomada un día antes a través de su ventana.
Esa fue la última noche que María se sintió invisible, insignificante, despreciada, olvidada.

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19 comentarios en «Invisible – miniconcurso de relatos»

  1. Mi voto está vez es único y personal..
    MATEO VIERA
    Lo justifico, entre tantos buenos, porque me ha emocionado sobremanera. Creo que el lector tiene un día, y justo llega el escritor con el mismo humor
    Gracias

    Responder
  2. Cada semana se complica más.
    He disfrutado muchísimo leyendo todos. Gracias.
    Solo puedo votar a 4.
    Voto
    Pedro Antonio López Cruz
    Bego Rivera
    Leticia R.
    Arcadio Mallo.

    Responder
  3. Todos escribís estupendamente. Me cuesta mucho decidirme para votar.
    Reparto el voto entre:
    Leticia R. Mena
    Javier García Hoyos
    Paquita Escobero
    Efraín Díaz

    Responder
  4. Mi votación es la siguiente:
    -Coronado Smith: amén de su trayectoria, me declaro acólito suyo. Raudo y veloz, al igual que sus genuinos personajes Santi y Lisenciado-.
    – María Cruz Estevan Aparicio: es increíble esta mujer, tiene el disparador creativo muy trabajado, además es una escritora experta (grandísima trayectoria la suya también.)

    Responder

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