Silencio II – Miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «silencio». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 30 de noviembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Me estoy acostumbrando a trabajar en silencio, a viajar desapercibido, pero el problema es que me encanta el ruido. No puedo controlar este aspecto de mí,¡tengo que seguir trabajando en ello!
Mis mayores éxitos en la vida han venido tras mi silencio, me vuelvo astuto como un zorro cuando empiezo a observar en vez de hablar, pues ya sabemos que somos esclavos de nuestras palabras, pero a mí me gustan tanto, las palabras, las letras, ávido estoy de seguir aprendiendo, pero debo aprender a bailar con el silencio, en vez de canturrear he de conseguir que la balada de la vida suene en mi interior e ilumine mi alma mientras sigo laborando en silencio. Suena la música en mi interior,¿tú también la escuchas,verdad?
Me quedo perplejo observando el cinismo del prójimo, como mienten para salvaguardar sus intereses, y eso, lo he conseguido desde el silencio, he aprendido a observar al universo que me rodea, yo soy diminuto y soy polvo, pero estoy aquí, eso es, estoy aquí y ahora, es el momento espacio y tiempo. Estoy concentrado, mi corteza prefrontal está haciendo su trabajo de manera magistral, pero soy humilde y sé reconocer mis errores, es la única forma que tengo para mejorar y aprender. Soy maestro, por eso siempre seré discípulo de la vida, siempre estaré dispuesto a reconocer mis errores para seguir aprendiendo, no obstante me gusta enseñar, poder ayudar sin esperar nada a cambio, sólo la satisfacción de ayudar y la recompensa de una brisa refrescante que recorre mi cuerpo con cada letra que estoy plasmando sobre una hoja pulcra que está perdiendo si virginidad pero no su majestuosidad.
Yo, no soy escritor ,¡pero escribo!
¡Escribo sobre el silencio! No quiero que el silencio sea la respuesta, pues sé que es paz y armonía, más no es el momento de la paz eterna que te otorga el silencio.
Fin.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Fue un momento se soledad quebradiza y doliente en el medio de aquel día de resplandeciente sol, cuando sentí aquel ,»SILENCIO» sin palabras.
Mi familia llenaba mi hogar con alegres ruidos.
El ir y venir de los chiquillos a primera hora de la mañana preparándose las mochilas del colegio e ingiriendo el rico desayuno, me hacía olvidar el que su padre al despuntar el alba había salido hacia el trabajo y mi persona quedaba a cargo de encauzar sin desbordamiento la vida de los míos por el arroyo.
Como dije antes lo sucedido en casa solo el sol del medio día y mi persona sufrieron aquel «silencio,»
La luz y el calor que había en la casa invitaban a la comodidad más al llegar la hora de comer y verme sola en aquella inmensidad de ausencia total ya que cada cual de los míos estaba en su obligaciones, el mundo se me cayó a los pies…

CORONADO SMITH

El murmullo de las olas urbanas me despiertan, esos vehículos, surfeando sobre el mar de asfalto, rompiendo el plácido reposar de mi mente, son la única conversación que ahora me queda, teniendo en cuenta que he desconectado el móvil. No quiero levantarme, se lo que me voy a encontrar, al menos si me duermo puedo soñar con cosas bonitas, con niños jugando a la pelota y riendo alegremente, también puedo soñar con ella, con su pelo blanco, su bastón y sus ojos verdes llenos de alegría al contemplarme, al final decido que voy a ser fuerte y me levanto. Voy corriendo a su habitación a ver si por casualidad ha vuelto, pero es una vana paranoia, a donde ha ido, no hay constancia, al menos científica y comprobada, que se pueda volver, abro la puerta y lo que me temía, está todo como siempre, excepto ella. Los coches ya han dejado de pasar, la hora feliz del tránsito mañanero ha llegado a su fin, como todos los días, los estudiantes ya han pasado para el colegio, el barrio se queda en silencio. Cojo mi guitarra, se me agolpan las frases en la cabeza, le tengo que hacer un bonito homenaje. Por un momento pierdo la noción del espacio y del tiempo y como en un ensueño me empiezan a salir versos acompañados de una melodía que se convierten en mi única compañía.
Al caer la noche
afloran los miedos
y yo en mi triste rincón;
¡que frío está el suelo!
Llega la oscuridad,
todo se hace pequeño.
Qué asco da el pensar
y como duelen los sentimientos.
Antes no estaba
pero ahora se ha ido
y mi refugio seguro
se ha quedado vacío.
Parece ya que la luz
acaba volviendo
al despertar del sueño
con los ojos abiertos.
Solo es un espejismo
pues me sigue acechando
en silencio y soledad
me sigue devorando.
Antes no estaba
pero ahora se ha ido
y mi refugio seguro
se ha quedado vacío.
Huérfano de cariño
y colmado de hastío
en mi fe derrumbada
mis pecados expío.
Antes no estaba
pero ahora se ha ido
y mi refugio seguro
se ha quedado vacío.
Solitaria locura,
ya solo siento frío.
Solitaria locura
ya solo siento frío.
Dejo la guitarra en en suelo, pero con cuidado, fue un regalo suyo y me vuelvo a mi habitación, asustado, los ruidos ahora me parecen siniestros, si no puedo escuchar su voz, solamente quiero silencio.

RAQUEL LÓPEZ

¿ Que es el silencio?
Libertad, paz, el encuentro con uno mismo…..
Donde las palabras faltan y donde moran la poesía y los sueños.
Un océano en medio de la nada, un idioma infinito donde los poemas son el arte que nos salva del grito profundo del alma, dejándonos sobrevivir en el silencio hacia nuestro propio abismo…..
Con el tiempo aprendí
a escuchar mis silencios,
pausas celestiales
de mi fuero interno.
La sutil diferencia
de guardar mis secretos,
a veces ahogando
gestos mudos y gélidos.
Andaré de puntillas
para no despertarlos,
sin que mi alma perdida
los aleje soñando…..

PEDRO PARRINA

!OH JERUSALÉN!
NUNCA HAMÁS,
NUNCA LA PAZ.
Señor, me dirijo a ti,
aún creyendo
que no existes;
no puedes existir
y no hacer nada
por tu pueblo:
Palestina.
Los humanos
te creamos
a nuestra imagen
y semejanza,
te crucificamos
y hoy te negamos,
como Judas.
Así en la tierra
como en el cielo
hemos creado
nuestros infiernos.
Señor,
no nos perdones
porque sabemos
lo que hacemos:
callar y mirar
para otro lado,
y porque sabemos
lo que hacen:
masacrar a niños
inocentes,
!pobres ángeles!
enjaulados,
hambrientos,
que no saben
de humanidades;
solo han oído
de odios,
solo escuchan
la guerra,
solo conocen
violencia,
inames,
dioses,
rabinos,
demonios
y satanases.

DIL DARAH

Argumentum ex silentio
Al comienzo del principio no entendía esa inquietud. Cuando no se conoce la premonición es difícil nombrarla, ubicarla en la emoción adecuada, bajo el cielo adecuado; como un fulgor de verano, una pala breve que se seca antes de tocarte el rostro.
Había sido un error, un incidente paralelo; colateral, me dijo. Mi sueño era demasiado pequeño y sin importancia, simplemente lo había pisoteado, como se aplasta una brizna de hierba, o como se aplasta el ala de una mariposa escondida entre margaritas. A cualquiera le puede pasar, me pidió perdón y acepté porque mis bolsillos estaban llenos de sueños, de todos los colores y todos espléndidos.
Para ser honesta, incluso tenía una caja de madera llena de sueños, pero la mantenía escondida, para los días en que voces sabias me decían que los necesitaría. Era una caja de madera de cerezo, tallada con flores de cerezo y entre ellas un pequeño búho. ¿Y qué tiene que ver la cereza con el búho?, pregunté a los sabios, entre las cerezas solo vi estorninos, insistí, pero ellos agitaron sus alas de papel como sacudiéndose una fugaz sonrisa de las comisuras de sus labios y volaron hacia el último estante, donde solo estaban el reloj, los libros de historia y el polvo.
Entonces llegó el día en el que un sueño color de rosa desapareció, como se apagan las velas de una tarta onomástica cuando no pudiste ver el cielo, a tus invitados, ni recibir regalos; un día tan apresurado que ni siquiera llegaste a formular un ruego.
Entrecerré los ojos. A veces cierras los ojos con tanta fuerza que empiezan a transformar la oscuridad en destellos que iluminan tu interior, pero solo logré ver cascos de caballos verdes. Ellos tenían la culpa, me dijo: me habían robado el sueño y se lo habían llevado muy lejos, a un mundo donde podían existir entre flores, mariposas o estrellas. En nuestro mundo, nadie necesitaba esas cosas. Me habló tanto que al final me rendí y acepté simplemente terminar con todo. Olvidé cuántas horas habían pasado en el reloj del último estante, y agregué cinco o diez años tal vez… pero lo único que recuerdo es que al día siguiente me olvidé de cualquier pérdida.
Él siguió hablando y sus palabras hicieron temblar los estantes de la librería. Ahora quería que vaciara mis bolsillos para demostrarle que lo valoraba más que esos sueños. ¿Por qué necesitas estos bultos arrugados y amarillentos?, me dijo cien veces y luego apreté los puños. A veces aprietas los puños con tanta fuerza que sientes que te quedarás sin dedos y la energía sube hacia el hueco del pecho y abarca todo tu cuerpo como si fuera a explotar. Solo me quedé congelada, como si me hubiera nevado encima. Al final cedí o tal vez el reloj que se había detenido igual de congelado me asustó, ya no lo sé, únicamente que ya no funcionó más desde ese momento.
En nuestro último día encontré la caja de madera de cerezo rota en pedazos tan pequeños que no se podían ver las flores talladas ni el pequeño búho. Los libros de historia se confundían con el parquet y la piedra angular; el aire de la habitación estaba lleno de polvo y los estorninos volaban sin sentido en las ventanas, golpeando los cristales y cayendo cual relámpagos en un jardín sin flores, sin senderos verdes ni estrellas.
Yo estaba pensando. A veces ahorras tantas palabras que sientes que tu lengua se entumece por el dolor del silencio y el cuerpo cede a un arco que se tensa entre la mente y el corazón para disparar al alma.
Y justo cuando asumía que el reloj nunca volvería a pasar esa hora imposible, los libros de historia ya no habrían acumulado páginas ni los sabios encontrarían más consejos; el universo entero empezó a sonar a mi alrededor y me di cuenta de que todo realmente pasó y que no necesitaba las suposiciones de nadie para argumentar mi existencia.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

EL RUGIDO DEL SILENCIO
Una punzada de hielo me traspasa el cerebro. Cierro los ojos con fuerza y aprieto los puños hasta clavarme las uñas en las palmas de las manos; quiero que el dolor se haga insoportable y me permita equilibrar la tortura de este silencio atronador.
Temblando, con la garganta rota por el esfuerzo de contener el grito y el corazón desbocado por un miedo perpetuo, salgo al pasillo. En el suelo, restos loza hecha pedazos, chorretones de grasa deslizándose pared abajo y un reguero de diminutas manchas rojas, como una procesión de hormigas laboriosas, marcan el camino hacia la cocina.
Allí está ella. Como siempre. Acurrucada en una esquina. Abrazando sus rodillas, para buscar el falso consuelo de la autocompasión. Sometida. Derrotada. Sintiéndose culpable. Al oírme alza la cabeza y una mueca, que pretende ser amable, intenta quitarle drama al día a día, mientras con el dorso de la mano contiene la hemorragia de sangre que mana de su nariz.
Desde alguna parte me llegan los gruñidos de un sueño agitado por el alcohol. Un sonido familiar. Repugnante. Amenazador. Mudo como los golpes; las palizas; los gritos; las amenazas constantes, que nadie escucha. Eso es, precisamente, lo que más duele. La afasia egoísta de una sociedad que hace mucho dejó de ser tribal. El silencio cobarde, cómplice, que forra de plomo estas paredes de papel. La mirada perdida en un horizonte mezquino, para no ver los moretones, las huellas del maltrato, la angustia que refleja su mirada, cuando se cruzan con ella por la escalera. Contengo la náusea y cierro despacio la puerta. La dejo sola con su zozobra. Duele tanto que insensibiliza los sentidos. No protesta.
Desde el suelo, llama mi atención un pedazo de porcelana rota. Es afilada y punzante, como un cuchillo. En el corredor, los bufidos de la borrachera son un recordatorio de que el bucle de terror volverá a activarse con el amanecer. Pienso que no puede ser tan difícil terminar con esta pesadilla. El trozo de loza cobra vida en mis manos. Me habla sin decir. Un discurso mudo. Ominoso. Huidizo. Prescindible. Mis pasos se detienen al borde de una cama. Cruje la tráquea y el ronquido beodo se convierte en un estertor agónico. Un chorro de sangre salpica mi rostro como lluvia purificadora y me siento en paz. Ahora ya es posible escuchar cómo suena el silencio.

BENEDICTO PALACIOS

¿Tendrán algo en común la hora del amanecer con la emergencia furiosa y feliz de la vida? ¿Se abre ésta camino en medio del ruido? Santiago Guillén vivía en una ciudad populosa, una urbe que nunca dormía y en la que el incesante griterío acompañaba cualquier actividad, incluso la de soñar. Y le costaba sudores lograrlo. Soñó una noche al fin con el deseado silencio, con una atmósfera en blanco, subiéndose a un cohete espacial para explorar las zonas incontables e inmensas más allá del sol y las galaxias. Y experimentó una extraordinaria sacudida y se encontró allá arriba solo, solísimo y mudo.
La suerte por esta vez había jugado de su parte. Fue seleccionado entre un numeroso grupo de ingenieros para capitanear la misión M17A con destino a Marte.
No solía suceder, pero la hamaca donde tenía reclinada la cabeza se había desprendido de una escarpia y flotaba en el vacío. ¡Qué rara sensación la condición flotante y el pender de un prendedor inexistente!
La cápsula que avanzaba a través del espacio, proseguía su curso según una velocidad establecida desde la base de un lugar desconocido. La mesa de operaciones que tenía al alcance de la mano corroboraba aquella ruta con idéntica precisión.
No iba solo, le acompañaba Jimena Santiarén, especialista en manejar el brazo magnético de la nave que tenía la finalidad de recoger las partículas que pudieran adherirse a su superficie y que a la vuelta serían objeto de detallado estudio. Ocupaba una hamaca paralela a la suya y en tanto él comprobaba el deslizamiento de la nave y atendía las instrucciones por si había que modificar la órbita en que viajaban, ella seguía durmiendo plácidamente o eso parecía.
La despertaron desde el centro de control y notó pesados los ojos y de bronce los párpados, y aunque había cumplido escrupulosamente el tiempo de descanso, el sueño no había atendido la urgencia necesaria. Solía suceder los primeros días hasta que el cuerpo se adaptaba. Se lo habían advertido. Lo tenían reflejado en una pantalla superior: dormir a su hora, comer lo estipulado. Todo estaba previsto, todo determinado de antemano.
Jimena y Guillén se conocieron minutos antes de subir a la cápsula y en tanto ocuparon las posiciones asignadas no cruzaron palabra. Las misiones espaciales debían realizarse en silencio, pendientes los tripulantes de cualquier emergencia que pudiera presentarse y atentos a los informes que les pasaban desde la base.
Alcanzada la orbita hablaron por fin y se contaron.
Jimena trabajaba en el CSIC y Guillén en el Centro Nacional de Biotecnología. Los dos estaban casados. Jimena tenía 3 hijos y Guillén 2.
El diálogo fue breve porque al instante les informaron que debían modificar la trayectoria y cambiar de órbita.
Ejecutaron con éxito la operación y se sintieron por momentos los reyes del silencio y de la nada. Apareció luego en la pantalla el mensaje de que llegaba la hora de comer. Y ambos sonrieron. ¿La hora, qué hora, las 14, las 20? ¿Se acortaba o se alargaba el tiempo? Sentados a la mesa, dieron cuenta de unos alimentos ionizados. Y pudieron de nuevo conversar.
—¿Se contarán algo las estrellas? —Preguntó Guillén divertido.
Jimena respondió con una mueca.
—Ellas, como el planeta Marte al que nos dirigimos, se hallan inmersas en el reino del silencio.
—Pues dicen que es en ese reino donde gobierna Dios.
—Entonces Dios es mudo.
Al instante les comunicaron desde control que sobraban comentarios.

DAVID MERLÁN CASTRO

SILENCIO.
—¿Me preguntas qué es el silencio?. El silencio, hija, es ese instante, esas milésimas de segundo en que todo alrededor se detiene y se vuelve mudo, ese preciso instante en que dos labios deseosos e inquietos al fin se rozan y se juntan por primera vez.
—¡Papaaaa! No seas chorras, anda! Ahora en serio.
—Esta bien. El silencio es el «Estado en el que no hay ningún ruido o no se oye ninguna voz». ¿Te gusta más así?
—No, la verdad es que no.
—Entonces, ¿Para qué preguntas? Venga, déjate de chorradas y terminate el puré que hay que irse a dormir. Mañana hay cole.

MARÍA OGRAL

Entrelazo por última vez tus manos entre las mías.
Aunque estás sedada siento que aún puedes notarlas.
Te beso en la frente y en los párpados, esos que dejarán eternamente de abrirse, que sellarán tus ojos azules de mar.
Huelo tu pelo y me embriago con su olor, quiero guardar su esencia para siempre en mi memoria.
El médico dice que llegó la hora.
Lentamente inyecta en tus venas la salvación letal a tu martirio.
Susurro en tu oído cuánto te quiero y parece que sonríes hasta el final.
Dulce despedida.
La blanca habitación queda en silencio.
Vuelas lejos.
Hasta siempre, mamá.

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

El silencio de los corderos
Consulta de Hannibal Lecter, psiquiatra veterinario
―Doctor Lecter, ha vuelto a llamar la pesada esa que quiere que le dé cita para nosequé tema de unos borregos enamorados, ¿la despacho, como siempre?
― ¡Qué cansinismo, por favor! Si estuviera buenorra, por lo menos…
―Como un queso en aceite está la pava.
―Eso se dice antes, Paca Sue. Y, ¿cómo lo sabes, acaso la conoces?
―Para nada, pero ha mandado una foto con una oveja en bikini.
― ¿La oveja?
―La piba.
―A veeeeer…, dale cita para ayer, ssslurpssslurp. Miraré en la Wikipedia el tema amoroso de los borregos, así puedo tírame el folio, ssslurpssslurp.
**************
―Señorita Clarice Sterling, el doctor la recibirá ahora.
―Gracias, Paca Sue.
Toc, toc, toc.
―Adelanteeee.
―Ya era hora, tío, llevo llamando un mes y se me han muerto siete ovejas, coña.
―Ssslurpssslurp.
― ¿Qué pelotas haces? Se te cae la baba, pringao.
―Es un tic, encanto, me lo produce mi amor por las bestias, es que soy lo más. Cuéntame tu problema, Clarice, ssslurpssslurp.
―Verás, es mi rebaño de corderos. Se han enamorado de mí y se les ha quedado un careto de alelaos sonrientes y no dicen ni mu.
―Claro, porque no son vacas, dirán beeeeeee…
―Tú eres muy tonto, era un símil, que no te enteras, merluzo.
―Acabáramos, el viejo asuntillo del silencio de los corderos que se reían del amor, ssslurpssslurp.
― ¡Jooooder! Más panoli y no naces, tronco.
―Me flipa cuando te enfadas, Clarice, me pones burraco, ssslurpssslurp.
―Cuidadín, que me he traído las tijeras de esquilar. Una más y eunuco.
―Qué carácter, cacho loba.
―No lo sabes tú bien, semental.
― ¿Ein?
―Menos rollos y al tema, cabálgame toa, machote.
― ¿Y los corderillos?
―Eran una burda excusa para conocerte, león.
― ¡¡¡ ssslurp, ssslurp, ssslurp, ssslurp, ssslurp, ssslurp …!!! Meeeeeec, Paca Sue, que no nos moleste nadie.
― ¡¡¡Al lío!!!
―Sssluuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuurp…
―Andá, mi vieja, si la ha palmao, qué fácil, colega. Y yo, con estos calores. Meeeeeeec, Paca Sue, el cordero se ha quedado en silencio para siempre…, ve preparando el cheque.
―Bieeeeen, ssslurpssslurp…

FÉLIX MELÉNDEZ

Sobre el silencio
sembré pensamientos
con agua y tierra
de mis adentros.
Nació el sentimiento,
floreciendo el sonido
de mis versos
más queridos.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

UN INCÓMODO SILENCIO
Durante unos segundos se preguntó qué demonios hacía allí. Aquella era, sin duda, la situación más extraña a la que jamás se había enfrentado. Asignado a última hora y sin ninguna información previa, desde el primer minuto tuvo claro que tendría que improvisar. Finalmente, tragó saliva, hizo de tripas corazón y con los medios elementales de los que disponía, se lanzó a entrevistar al que parecía ser el portavoz:
—Sé que esto es algo inusual, y por ello queremos que el mensaje llegue alto y claro. Exactamente, ¿por qué están hoy ustedes aquí? —Preguntó el reportero después de un buen rato y con no pocas dificultades.
Se hizo una incómoda y larga espera mientras el entrevistado trataba de elaborar su respuesta:
—Somos un colectivo al que siempre se ha denostado. Vivimos de espaldas a la sociedad. Todos afirman que se solidarizan con nosotros. Pura hipocresía. Sabemos que en el fondo no es así. Nos sentimos discriminados.
Ambos eran conscientes de las especiales condiciones de aquella entrevista. Tanto las preguntas como las respuestas debían ser escuetas y directas. No podía faltar ni sobrar una sola palabra. Mientras tanto, la masa humana allí presente observaba atenta y en silencio, como un ejército de monjes benedictinos entregados a su causa. Y no precisamente por voluntad propia. El reportero, sin perder tiempo, lanzó la siguiente cuestión:
—¿Cuántas personas se han dado cita aquí hoy? ¿Qué reivindican exactamente? ¿Qué esperan del Gobierno? —Fue escupiendo atropelladamente sus preguntas, como una ametralladora.
La respuesta llegó poco después, con el retraso al que ya estaba acostumbrado:
—Queremos que se nos reconozca. Recibir más ayuda. Integrarnos más en la sociedad. Que no se nos vea como bichos raros.
La entrevista se alargaba más lo esperado y el periodista comenzaba a notar signos de cansancio en su brazo derecho. El cámara, por su parte, no sabía si continuar grabando o hacer pausas entre pregunta y respuesta. Total, al final tendría que editarlo todo. Aquello era una verdadera locura.
Tras media hora y agotado por el tremendo esfuerzo, el periodista concluyó con unas simples frases:
—Gracias por sus palabras. Estamos aquí para hacernos eco. Como decía al principio, espero que este mensaje llegue a cada rincón de la sociedad. Alto y claro.
Ambos cerraron las libretas y guardaron sus bolígrafos. Acto seguido, el portavoz se despidió con una serie de gestos muy gráficos que todos allí entendieron rápidamente. De repente, y de manera sincronizada, se produjo de nuevo el levantamiento de carteles. En completo silencio.
El cámara abrió entonces el plano para dejar constancia de aquel asombroso momento. La multitudinaria manifestación de colectivos de sordomudos, venidos de todo el país, se extendía a lo largo y ancho de la enorme avenida. Se escuchaban los coches y los ruidos de la ciudad, sí. Pero había algo en aquel silencio de fondo que resultaba profunda e inquietantemente incómodo.

ARCADIO MALLO

Niebla en la montaña
La densa niebla de noviembre lo entorpecía todo. Nos obligaba a un cambio de planes imprevisto que nos retrasaría horas, quizás días. Todo dependería de como nos fueran las cosas en el nuevo camino.
Alguien dio orden de cambiar el rumbo. Se rumoreaba que bajaríamos al valle y rodearíamos la cordillera siguiendo el cauce del río. De esa forma la densa niebla no nos pondría en peligro la retaguardia, no al menos sin enterarnos. No le di mucho crédito a aquellos comentarios. Pronto caerían las primeras nieves y para entonces ya nos obligarían a acampar en el valle hasta la primavera, cuando se levantara el manto blanco. Por eso no le veía sentido retrasar todos esos días en ir y venir por una tarde de densa niebla.
¡Y en efecto! No nos dirigimos al valle. ¡Ya decía que no tenía sentido! Bajamos unos metros hasta la pradera base de la que habíamos partido y nos ordenaron acampar en formación de defensa. Aprovecharíamos a descansar entre tanto. Retomaríamos camino al levantar la niebla. Lógicamente, en los planes entraba la certeza de tener que hacer noche allí. Vigilarían las retaguardias, aunque no se esperaban sobresaltos. Todavía era muy joven el otoño para que nos atacasen a la desesperada.
Ya había oscurecido, pero era imposible concretar si ya era medianoche. La niebla había espesado y se sentía frío sobre nosotras. Entre el silencio sepulcral solo se oía nuestros alientos en el sosiego del descanso. Me desperté. Creía haber oído algo más. Escuché con atención. Y ya disipé todas las dudas. ¡Estaban ahí! ¿Estarían atentos los centinelas? Fuese como fuera, estábamos perdidas. A penas recuerdo nada de lo que sucedió. En mi cabeza quedaron grabados a fuego los aullidos que nos condenaban. Salían de un lado y de otro sin saber por dónde atacarían. Y como siempre en estos casos, los nervios pudieron a la razón y nos pusimos a gritar y a correr sin saber muy bien hacia donde.
Me escondí entre unos matorrales, silenciosa, inmóvil, incluso aguantando la respiración en la medida de lo posible, con los ojos cerrados y bien apretados, como si el hecho de que yo no mirara me hiciera invisible. Solo cuando el sol había conseguido meter luz entre la niebla, todavía densa, fui consciente del silencio y la calma. Sería media mañana cuando el pastor, en su afán de arrejuntarnos, me agarró por los cuernos y me sacó del escondrijo en el que había pasado la noche. ¡Yo, no era capaz de mover un músculo!
Ya al anochecer, había conseguido reunirnos a todas en la majada. Tocaba pasar lista. Las alimañas se habían cargado a los mastines guardianes y a tres de los cabritos, que valientes, habían hecho de cebo para que nosotras pudiéramos escapar. Aun así, había caído más de la mitad del rebaño. ¡El ataque fue brutal!
Aquello supuso la llegada del invierno antes de tiempo para nuestro equipo de cabras bomberas. Al día siguiente bajamos al valle. Y aquí estamos, a la espera de la primavera para volver ahí arriba a cumplir con nuestra misión de mantener el ecosistema, aunque se nos vaya la vida en ello.

LVIS GARES

SILENCIO
No sé qué hago aquí. Tan solo pedía quietud. No es difícil. Un poco de paz. La semana había sido muy dura y había terminado el viernes con mi despido después de veinte años currando más horas que nadie y con un tirano como jefe exigiendo que me quedará más horas, que cobrara menos, que le trajera el café todas las mañanas. Hasta mi almuerzo se comía el muy cabronazo. No era vida pero era de lo que vivíamos la María y yo, con ese trabajo pagábamos la hipoteca, las letras del coche, las tetas de mi querida esposa y un montón de letras más.
Cuando llegué a casa solo quería dormir, estar tranquilo, meditando sobre que hacer en el futuro y poco a poco ir solucionando los problemas que se iban a presentar en cuanto gastáramos la indemnización.
Ella no estaba por la labor. Mi Mari siempre ha sabido tocarme las gónadas toda la vida y la perdida de mi empleo fue el detonante que activo su espoleta verbal. Qué era un inútil, que no me quería nadie, que no iba a encontrar trabajo, que por eso me puso los cuernos, que si no fuera por ella nos hubiéramos hundido…¿Por ella? Si no había pegado un palo al agua en su vida, si tenía tres días de cotización y porque su cuñada le metió en una tienda de chuches unas navidades para cubrir una baja y porque yo le rogué que lo hiciera…
Enseguida llamó mi suegro. Otro que tal baila. Que su hija debería haberse casado con otro ( en silencio soñe que hubiera ocurrido así) , que él no iba a prestarnos ni un euro, que nos apañaramos nosotros y eso sí, que el Domingo nos esperaba y que le hiciera una buena paella para poder pasar el mal trago de tener que decirles a sus amigos que su yerno estaba en el paro.
Amigos dice. No tiene ninguno el gorromino este.
Silencio –pedí- Silencio por favor -añadí-
Ella siguió dando que te dándole y bla bla bla…
Tres horas después, me acosté y dormí toda la noche del tirón . Eso era milagroso. No recordaba haber dormido así desde que era joven. Me encontraba bien, aliviado, contento pese a la situación. Lo fácil que había sido. Un rato de silencio y mis problemas se habían evaporado. Mi mujer debía haber salido de casa y estaba contento por ello. Si no volvía, mejor.
Al mirarme en el espejo me quedé pálido, mi rostro reflejaba mi cara llena de manchas de sangre, mi pijama también, miré mis manos y no entendí que pudo haber pasado. Recorrí el piso y allí tendida junto al televisor estaba mi Mari con su craneo bien aplastadito y un martillo tirado . Estaba tan callada que me conmovió la escena. Junto a la habitación de invitados estaba mi suegro. No recuerdo su presencia en casa pero allí estaba y también muerto pero en este caso degollado. Me encontraba sorprendido y un poco asustado. Llamé a la policía y denuncié la situación…¿Quién habría sido? Cuando me disponía a servirme un café de detrás de la cocina americana asomaban unos pies, fui hasta allí y lo que vi me dejo en shock. Mi jefe, el hdp de mi jefe tumbado sobre el suelo de la cocina y con la tostadora a su lado como clara arma de un posible crimen. ¿Qué coño hacía mi jefe allí?…
Sonaron las sirenas, entraron varios policías y no sé cómo se me llevaron esposado y ahora aquí estoy, en un calabozo con barrotes como si fuera un vulgar delincuente. Al menos estoy solo, en silencio, como me gusta el silencio. ¿Ves como es fácil?

BEGO RIVERA

Darksecret
El pueblo de Darksecret quedó sumido en la oscuridad total, como cada luna negra durante años. Cada treinta y dos meses los habitantes se escondían silenciosos en sus casas, pues era un hecho que cada luna negra desaparecía un niño: hicieran lo que hicieran.
La familia Miller habían cerrado ventanas y puertas y se iluminaban con una vela, fácil de apagar si escuchaban algo extraño.
Permanecían callados y asustados, deseando que pasase la noche.
Peggy y Mike abrazaban a sus hijas, Jenny de diez años y Sara de quince.
Quisieron irse la primera vez que ocurrió y que conocieron este terrible acontecimiento, pero quién llegaba al pueblo.. ya no salía de él, y no todo el mundo llegaba.
Según proclamaba el párroco… ellos eran los elegidos.
Vivían como un pueblo normal el resto del tiempo, con un pacto tácito de silencio que no podían romper; quién se atrevía a hacerlo desaparecía misteriosamente.
Mike escuchó algo en la cocina, cogió la vela y temblando se dirigió hacía allí, dejando en la oscuridad a Peggy y las niñas. Peggy agarró con fuerza de las manos a sus hijas, cada una sentada a su lado, y ella en medio, hundidas en el sofá, apenas sin respirar debido al terror que las embargaba.
Dieron un brinco cuando oyeron un golpe y un grito de Mike. Peggy comenzó a llamarle sin recibir respuesta. No sabía que hacer, en ese momento algo helado le rozó la oreja susurrando algo que ella entendió como » gracias».
Jenny lloraba. Peggy estaba en shock. El silencio de Sara asustó a Peggy, se percató que tenía la mano muy fría.
¡ No, no era la mano de su hija!
Soltó lo que fuera rápidamente y dió un salto. Nerviosa buscó una vela y el mechero sobre la mesa.
Cuando consiguió encenderla, vio a Jenny paralizada gritando y dónde debía estar Sara…una gran muñeca, con una cara terrorífica, que dibujaba una sonrisa aterradora.
Peggy y Jenny comenzaron a chillar.

GERARDO REAN

10LA AVENIDA
El display del reloj despertador destella a las 9:30 de la mañana.
Ayer fui a comer cazuela de mariscos con mis amigos, buen vino, postre, café y un whisky. No me sentía bien. Me despedí de todos y, como pude, subí al coche. Mi cabeza parecía estallar, y no recuerdo cómo llegué a casa.
El silencio en la casa me hizo suponer que me había quedado dormido. Los chicos deben estar en el colegio, pensé, y Raquel haciendo las compras de la mañana o en casa de mi suegra.
Aun medio dormido, fui hasta el baño, oriné con ganas, pensé en darme una ducha fría para despabilarme, pero no pude. El agua estaba cortada. Desde el teléfono de la cocina intenté llamar a la oficina, pero solo escuche pitidos de ocupado.
Quería avisarle a Mauro, mi socio, que no me sentía bien y que recién pasaría por la oficina por la tarde. Un intento más, al celular, me intranquilizó: sin señal. Decidí vestirme e ir al negocio.
Antes probé llamar a Rosita, mi secretaria, ya que el despacho de Mauro está casi pegado al de ella y podría avisarle. Pero nada, seguía sin tono.
Abrí la ventana, vi un cielo oscuro y un viento gélido me recordó a mi mujer cuando, como una letanía, me recitaba sus comentarios climáticos: «No te olvides de llevar el paraguas, la tele informa que hoy llueve». Más que mi mujer, parecía mi madre. Quizás por eso estuvimos tantos años juntos. En cambio, mi amante Julia es todo lo contrario: joven, atractiva y buena en la cama.
En fin, me dije, a trabajar. Ya vendrá la luz y se irá el dolor de cabeza.
Fui a la habitación, elegí ropa liviana, un suéter. El paraguas lo tengo en el coche, pensé, y salí a la calle.
La cochera está a media cuadra del departamento, en el estacionamiento de la Avenida Santa Fe.
Ni un alma, Santa Fe desierta y, a lo lejos, unas siluetas que se desplazaban hacia la Plaza San Martín, que no la veía pero imaginaba detrás de ese horizonte gris que asomaba pasando la Avenida 9 de Julio.
Sentí la necesidad de dejar el coche y caminar, caminar por la avenida. Ahora ya no veía las siluetas al frente.
El frío y la soledad me calaban los huesos. El asfalto de un plateado brillante me incitaba a avanzar y caminé cada vez más rápido.
Pasa un tiempo incalculable, las calles vacías, sin gente, sin ruidos. Los semáforos estaban apagados y cuando cruzo la Avenida 9 de Julio, también desolada, sentí miedo.
Ahora tengo calor, me paso la mano por la frente, el sudor y ese olor pestilente me invaden. ¿Qué es esto? ¿Por qué no puedo dejar de avanzar?
Miro el cielo oscuro y sigo caminando. Mi compañía es el silencio y una sensación de que el tiempo ya no existe.
Cruzo la 9 de Julio y, a lo lejos, un sol negro despide olas de fuego.
Al borde de la vereda, volquetes con basura de pronto arrojan lenguas de fuego y un olor a pelos chamuscados me invade. Me saco el suéter, la camisa que, pegada a mi cuerpo, es insoportable. Otra vez paso mi mano izquierda por la frente y un olor nauseabundo me rodea. Del silencio absoluto al crepitar de las llamas que se cuelan en las veredas, los edificios y ya todo es un fuego que me abraza, me devora y me quema.
Entonces recordé, anoche al llegar a casa, discutí y apreté la garganta de mi mujer, que se libró de mí y empezó a golpearme hasta que dejé de respirar.
A medida que se acerca, el sol negro parece más grande y brillante, envolviéndome en una luz cegadora.
Al llegar al sol negro me sumergo en su luz. De repente, todo se volvió blanco y brillante, floto en el espacio, una paz interior nunca tan intensa y sanadora, quedan atrás el pasado oscuro y doloroso.
Miré hacia abajo y vi una pequeña bola azul en la inmensidad del universo. Comprendo que mi vida y sus problemas fueron insignificantes en comparación con la belleza y la grandeza del cosmos.
Flotando en el espacio, todo es nada, no veo, ni siento a mi cuerpo, acepto ésta calma eterna, he vivido en la oscuridad y ahora estoy rodeado de luz.

SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ

SÁBADO 4 P.M.
En mi infancia disfrutaba con los únicos dos canales en blanco y negro que existían y sintonizábamos en nuestro televisor de 14 pulgadas marca Phillips.
Solo había unos pocos televisores en mi pueblo, la tecnología llegaba a pasos muy lentos, especialmente en los pueblos pequeños como el mío. Allí se disfrutaba con los amigos de juegos en la calle que no requerían de ninguna ciencia, todo se aprendía en la calle, y nuestras destrezas no eran frente a un computador o a un celular de alta gama.
Con el paso del tiempo nos volvimos unos «gamines» para los juegos(escondidas, yermis, policías y ladrones, canicas, trompo, yo-yo, carreras de ciclismo con tapas de gaseosa, etc.)
Y mientras esto sucedía, nos preparábamos durante la semana para la hora triple A, sábado en la tarde, hora 4 p.
¿La razón?, emitían por televisión «BONANZA», la serie favorita de todos, con sus protagonistas «Los Cartwright», Ben el padre, y sus hijos Adam, Hoss(el gordo) y Joe con sus hazañas en la hacienda La Ponderosa.
Nuestra casa no era muy grande, tenía una sala pequeña, y los mejores amigos y primos llegaban media hora antes, para tener las mejores sillas y esperar ansiosos el inicio de la película. La sala se llenaba, los más afortunados se acomodaban en las pocas sillas que teníamos, los otros en el piso y los demás que eran bastantes miraban desde afuera por la gran ventana del frente que daba a la calle empedrada de mi pueblo.
Todos se juntaban apretados, los más pequeños subidos en los hombros de los más grandes, y los menos afortunados que no tenían la dicha de ver de ninguna forma esperaban el informe periódico del designado para tal fin, un muchacho pecoso y menudo que yacía en los hombros del gigante del pueblo.
Ahí estaban todos, rogando para que la antena aérea ubicada en la teja no se moviera, esta antena tenía en cada uno de sus extremos una tapa de perol de aluminio marca «Imusa», que se suponía ayudaba a mejorar la sintonía. La verdad nunca estuve de acuerdo con esta teoría.
Unos minutos antes de comenzar el espectáculo, se empiezan las conjeturas, ¿qué pasaría hoy?, ¿El padre Ben podrá controlar el ímpetu de Joe, la fortaleza de Hoss?, ¿Adam encontrará novia?.
Cualquier cosa podrá pasar.
4 p.m. Empieza el show, se escucha la banda Sonora con esa música maravillosa, y todos llevan el ritmo con los pies «tan, taratan, taratan taratantan…»
De repente la casa se llena de silencio, solo se oyen los ladridos de los perros en la calle, todos esperan el comienzo de la película.
El silencio está acompañado por el «pum, pum, pum…» de nuestros corazones ansiosos.
Hubo de todo, Adam galantea con una linda dama, Hoss lucha y vence a cuatro tipos malos, y Joe reta a duelo al nuevo pistolero que llega al pueblo. Pero cuando se disponen a desenfundar sus Colt 45 y decidir cuál es el más rápido, una ráfaga de viento mueve la antena y la señal se cae.
Los presentes lanzan un grito que se escucha en todo el pueblo ¡¡¡Nooo…!!! Suben al pecoso a la teja, todo rapidísimo en 30 segundos el chico mueve la antena y todos gritan en coro ¡¡¡Ahí…!!!, Y aunque todos saben qué pasará (Joe ganará el duelo), están ansiosos.
La señal en blanco y negro vuelve, y desafortunadamente ya ha pasado el duelo, hay un hombre tendido en el suelo polvoriento, y como todos lo suponen Joe es el vencedor, su Colt 45 aún humea por el cañón.
Al final toda la familia Cartwright (nosotros pronunciábamos «Carruay»), triunfan como de costumbre.
Se acaba la película, todos comentamos ¡buenísima¡! Ahora esperar 8 días… sábado en la tarde!
Hoy tengo un televisor de 50 pulgadas, 130 canales a mi disposición para escoger, estoy casi solo en casa, tengo un control remoto, no me levanto de mi silla supercómoda, la señal en HD. es impecable,
Hay tantos canales, navego de un lado a otro toda la tarde de sábado de 4 a 5 p.m. y al final no veo nada y añoro esa época maravillosa cuando todos mis amigos y primos nos reunimos como uno, y disfrutábamos de «BONANZA» un sábado cualquiera a las 4 p.m.

ALEJANDRO LÓPEZ FERNÁNDEZ

Entre la sombra y el sol;
Entre amores y recuerdos;
Entrelazadas las manos,
Pasean dos esperanzas,
Por los senderos.
Es al atardecer,
Amarilleando el cielo,
Cuando se calman las fieras,
Cuando despiertan los árboles,
Cuando se duermen las flores,
Cuando se impone la tregua,
Entre los odios rivales.
Para, entre silencio y tristeza,
Dar sepultura a sus muertos;
Esos que hallaron la paz,
Cuando, disparando sus armas,
Querían imponer sus derechos.
No lo consiguieron.
Ellas, las dos esperanzas,
Fuertes ante el desaliento,
Llevan sus ojos tapados,
No queriendo ver la sangre,
Ni la muerte, ni los miedos.
Sus ojos sólo pueden ver,
El velo que las aísla,
De la crueldad de la guerra,
Entre los pueblos.
Una esperanza sueña,
Que su amiga, algún día,
Pueda obtener sus derechos,
Pueda tener libertad,
Pueda amar y sonreír,
Pueda realizar sus sueños.
La otra sueña también.
¡Cómo no ha de soñar,
Si eso no cuesta dinero!
Y sueña también con su amiga;
Quisiera verla reír,
Quisiera verla pasear,
Segura y en libertad,
Por esos senderos,
Antes llenos de sangre,
De esos locos guerreros,
Que luchaban por su Dios,
Por Alá, o por otros cielos.
Utopías que jamás,
Ni unos, ni otros vieron.
Quisiera llenarla de amor,
De ese amor que lleva dentro,
Sin poderlo compartir,
¡Desde hace tanto tiempo…!
Que su memoria, olvidó tenerlo.
Pasean las dos esperanzas,
Por los senderos.
Una vestida de blanco,
Su amiga, vestida de negro.
Pero, los velos que cubren sus ojos,
Hechos con sus propios sueños,
En la de negro es blanco;
En la de blanco es negro.
Ya no suenan los disparos,
Ni las bombas,
Ni los gritos de odio y terror.
Ya no; ya solo se oye el silencio.
Y, a lo lejos,
Perdiéndose entre las brumas,
De un atardecer de otoño,
Soñando van las dos amigas,
Una en blanco, la otra en negro,
Por los senderos.
Volvieron las lluvias de nuevo;
Volvió la esperanza a la tierra,
Agostada del estío,
Abrasador y eterno.
Volvió la vida a renacer,
Como siempre, como debe ser,
Como nada ha de cambiar,
Ni las guerras, ni los odios, ni el poder,
Ni tan siquiera el infierno.
La vida nació para ser,
Y así seguirá siendo.
Y en ella se posó el alma,
La invadió de su poder
Y juntas seguirán siendo,
Siempre, eternas, imperturbables y,
De común acuerdo,
Imaginaron sus sueños.
Volvió la vida a renacer y,
Con ella, despertó mi alma,
Magnificando mi cuerpo.
Y, en ese maravilloso trance,
Entre inconsciente y etéreo,
Vuelvo a recordar aromas,
De los campos agostados,
Agradeciendo al cielo;
De rocas brillando al pudor,
De sus desnudos cuerpos;
De árboles devolviendo,
La vida al universo;
De animales inteligentes,
Que salen de sus silencios,
Sabiendo que volvió la vida y,
Con ella, sus alimentos.
¡Sí! De nuevo volvió la vida,
Mi alma se despertó,
E imaginé nuevos sueños.
Sentado en la tierra húmeda,
En soledad y silencio.
Cigarrillo entre mis dedos,
Jugando a crear nubes,
De un imaginado cielo,
Por el que levita mi alma,
Viendo como enciende el rayo,
El fuego en forma de vida,
Donde calentar mi cuerpo;
Oliendo el suave perfume,
Con el que la agradecida tierra,
Engalana su cuerpo;
Sintiendo la vida explotar,
En el monte, en el desierto,
Entre las frías rocas,
En los reverdecidos prados,
En el mar, en el universo.
Ya es tiempo de imaginar,
De dejar mi alma contar sus sueños.
De olvidar las singladuras,
De este barco que,
En un navegar borrascoso,
Dejó escritas en un cuaderno.
Y todo volvió a su ser,
Las esperanzas sonrientes,
Van cogidas de la mano;
Ahora, solo necesito
Un suave y eterno silencio.

EDUARDO VALENZUELA JARA

―¡Geppetto! ―llamó Emilia―. ¡La sopa está servida!
El octogenario Giuseppe, aunque la escuchó claramente desde el taller, se hizo el desentendido porque justo en ese instante trabajaba en ajustar el circuito de voz de uno de sus muñecos. Sus dedos ya no tenían la destreza de hace diez años y se agarrotaban. Cada vez le costaba más manipular las piezas pequeñas.
―¡Geppetto! ―se oyó decir a Emilia nuevamente―. ¡Ven ahora mismo!… ¡¡¡Giuseppe!!!
―¡Ya voy, ya voy!
El viejo ―resignado a no terminar la reparación antes de la cena― se limpió las arrugadas manos en la pechera de cuero que luego se quitó, dejándola colgada en el gancho de siempre,y fue hasta el comedor.
―Te llamo y te llamo y no vienes nunca.
―Ya estoy aquí, cariño, ya estoy aquí ―dijo el anciano, sentándose a la mesa.
―¿Qué estabas haciendo que no venías?
―Quería terminar el ajuste de voz de Hansel. Me da mucha pena no oir su risa por la casa.
―Pero si tenemos también a Gretel. Me pareció verla jugando por allá. ¿Quieres que la llame para que venga a reir aquí?
―No, no, cariño. Es sólo que me da tristeza que Hansel se haya descompuesto.
―Tanta preocupación por esos muñecos.
Giuseppe se quedó mirándola como si le hubiese tocado una fibra sensible.
―Mírame bien, Emilia. Mira que viejo estoy, cada vez me cuesta más manipular las herramientas. Si tú quisieras aprender podrías ayudarme. ¡Yo te enseñaré!
―Yo no estoy para esas cosas ―dijo Emilia, con un tono de molestia.
―Pero es como si fueran nuestros hijos, cariño. Ellos, jugando, corriendo y riendo, hacen más soportable esta situación.
Hacía más de treinta años que ocurrió el naufragio, cuando la nave espacial cayó en aquel planetoide yermo. Sin agua ni atmósfera no había vida posible. Giuseppe, usando su destreza técnica, habilitó un transmisor para activar una señal que pidiera auxilio y, además, utilizó los restos de la nave para construir ese hogar. Gracias a que el generador taquiónico no se dañó en el impacto, Emilia y él tenían una producción mínima de energía, oxígeno y alimentos proteicos.
Como no existía atmósfera y el oxígeno apenas alcanzaba para respirarlo a través de una máscara, no era posible escuchar ningún sonido excepto sus voces por los intercomunicadores. Por eso, Giuseppe, con los años, había fabricado un par de niños robóticos, tratando de emular al menos el anhelo de una vida normal.
La risa de Gretel sonó por el intercomunicador y la cara del viejo se alegró. Emilia lo notó y le dijo:
―Está bien, Geppetto. Si tanto significa para ti, aprenderé a reparar a los niños.
―¡Excelente, cariño! ¿Qué te parece si mañana mismo me ayudas con la voz de Hansel?
―Lo que tú digas ―respondió Emilia sonriendo.
A la mañana siguiente el viejo se levantó de buen ánimo. Incluso estaba dispuesto a imaginar que la sopa del desayuno sabría a rico café. Pero justo antes de alcanzar a sentarse a la mesa sintió un fuerte dolor de cabeza. De pronto, su vista se nubló y cayó desmayado como un saco al piso.
Cuando despertó, escuchó la voz de Emilia. Por ella supo que había sufrido un coagulo cerebral que lo dejó ciego y hemipléjico. Nunca pudo terminar de reparar a Hansel ni tampoco pudo enseñarle a Emilia cómo hacerlo.
Por unos años la voz de Gretel y Emilia calmaron el oscuro silencio de Giuseppe, sin embargo pronto comenzaron los desperfectos de la muñeca. Con el pasar de los días las fallas se fueron haciendo cada vez más frecuentes hasta que llegó el día en que dejó de funcionar. Desde entonces, nunca más se escucharon risas de niños en la casa.
Emilia, que tuvo que hacerse cargo de todas las cosas, se esmeraba en alegrar el pasar del viejo. Le contaba de cada labor hecha, le leía los indicadores de energía y oxígeno, le informaba del estado de la señal de auxilio y, en ocasiones, pasaba largo rato cantándole las antiguas canciones que aún recordaba y que sabía eran del gusto de él.
Cierto día, Emilia regresó de sus labores en el exterior, se sentó junto a Giuseppe, tomó su mano y le dio las habituales palmaditas cariñosas ―«estos son mis pasos», le decía, porque el pobre siempre se lamentaba que en aquel lugar sin atmósfera ni siquiera podía oir el sutil sonido de sus pies―. El viejo no notó el cojear de Emilia.
―Tengo malas noticias, Geppetto.
―¿Qué ocurre cariño? No me asustes.
―La señal de auxilio… No funciona más. Ya nunca nunca nunca nadie sabrá dónde estamos.
―¿Qué ocurrió? ¿Se descompuso el tranceptor iónico?
―Así es. Pero no solo solo el tranceptor. Allá afuera se descompuso todo. Mientras lo lo revisaba una una lluvia de de fotones achicharró los los los aparatos electro-electro-electrónicos.
Un sobresalto removió las entrañas de Giuseppe y las lágrimas brotaron de sus ojos ciegos.
―Cariño ―dijo el viejo sosteniendo las manos de Emilia―, prómeteme que jamás me dejarás solo.
―Te lo prometo, prometo, prometo, prometo, prometo…
Durante todo ese día Emilia se quedó inmóvil repitiendo una y otra vez la misma palabra hasta que sus circuitos electrónicos no dieron más. Giuseppe se quedó sosteniendo su mano fría y lloró y lloró hasta que el silencio se apoderó de todo.

GRACIELA PELLAZA

Creían que Elisa vivía limitada. Hacia como cinco primaveras que había venido a vivir cerca del río, me acuerdo que era primavera porque los pájaros trinan como locos, y hay un aroma a lavanda por casi todo el camino hacia donde están las casitas hechas por la gobernación. Vino con su mamá desde la ciudad. Su madre hacia tortas y armaba pedidos para fiestas, con pocas valijas y algunos muebles, se instalaron en la última casita del pasillo, la que estaba todavía sin pintar. Elisa tenía doce como yo, tenía un perro como yo, el pelo largo como yo… pero era sorda. La curiosidad del vecindario al principio se sentía como un gesto grosero, pero hasta yo que notaba la desfachatez no podía evitarlo. Me ocupé de que me viera, de traspasar la barrera, de cruzarme en su senda, de vincular mi mundo de ruidos al silencio mortal de sus días. Yo creí que era mortal. Todos creemos cosas que no pasan, y sobre esa base de barro flojo construimos puentes que se caen. Elisa me enseñó a mover mis manos, a tener dedos con aleteos, a modular la boca. A reír con los ojos, a abrazar más fuerte, a escribir más veces, a leer bajo los árboles casi todas las tardes. A oler la ralladura de limón de los bizcochuelos, a pisar charcos y a correr contra el viento. Yo quería arrancarle palabras y ella entreabrio la puerta y me mostró cuanto silencio había en su boca y cuanta bondad en su lengua. Era el mismo mundo visto desde otra ventana. Cuando alegre, yo cantaba una copla, le tomaba las manos, las ponía en mi cuello y cada sonido mío le vibraba en su palma. Eso la hacia sonreir. El temblor del sonido en la cueva generosa de mi garganta, le provocaba hoyuelos en sus mejillas como manzanas. Elisa cubre con sus ojos azules todo aquello que le falta. Quise ir en su ayuda alguna vez, hace mas o menos cinco primaveras, y ella vino a contarme sin hablar, que no le faltaba nada. ⚘️Graciela Pellazza


DIEGO CISNEROS

Despertó sobresaltada, con el eco de la pesadilla aún resonando en su mente. Afortunadamente, pensó, solo fue un mal sueño. Observó a su pareja por un momento y luego lo abrazó, esperando que la preocupación se disipara. Pero poco después, sintió algo gruñir y retorcerse bajo la piel de su marido.
El silencio se quebró con un grito desgarrador.

EFRAÍN DÍAZ

Tendido en su cama, inerte, como una roca en la soledad del desierto, Rogelio se preguntaba que le esperaría en el mas allá. Si existía alguna vida después de esta.
Entre el llanto de su esposa y los sollozos de sus hijas, esperaba al ángel de la muerte.
Hubiese querido extenderles palabras de consuelo, pero había pérdido el habla. Hubiese querido abrazarlas, pero ya era demasiado tarde. Hubiese querido dedicarles una tierna mirada, pero sus ojos, como las puertas de un castillo abandonado, se habían cerrado para siempre.
Solo podía escuchar. Siempre quiso saber cual de los sentidos era el más duradero, el último en desaparecer. Descubrió que era el sentido auditivo.
Su habitación era un entra y sale. Escuchó la voz de Jorge, su compañero de andanzas, amigo incondicional con quien protagonizó la mayoría de sus aventuras.
Escuchó a su vecino, que fue a ver en que podía ayudar y asistir.
Escuchó a Lydia, con quien vivió un tórrido y largo romance y agradeció estar muerto.
Pensó en el cielo y en el infierno. Pensó en Caronte. Ignoraba si tenía el óbolo para el pasaje. Todavía no podía verse. Se imaginó junto a Virgilio recorriendo los distintos anillos del infierno, el que a falta de explicación lógica, la iglesia adoptó por conveniencia.
Sabía que cuando llegara el silencio, cuando dejara de escuchar, todo habría terminado. Mientras, escuchaba.
El entra y sale continuaba en la habitación. Sus compañeros de trabajo y amigos de sus hijas. Llegó hasta gente que no conocía y que elevaron una corta oración por su alma. Así es en los hospitales. Desconocidos se detienen y oran y los vivos y los sanos agradecen el gesto.
Los sonidos, las conversaciones y los ruidos se volvieron más tenues y más suaves. Cada vez más lejanos, como el eco que se va perdiendo en la cordillera. El fin se acercaba. Sintió taquicardia en su corazón ya detenido. Sintió frío.
De repente llegó el silencio, agudo y mudo, ensordecedor. Todo había terminado. Las voces, los ruidos, los sonidos. El último hálito de vida se había ido para siempre.
Se quedó esperando a Azrael, el ángel de la muerte. Se quedó esperando a Caronte y su barca. Se quedó esperando el cielo y el infierno. El juicio final.
Se quedó en un limbo incosnciente. En una pernne y perpetua calma. Un eterno estado de quietud. En el mismo estado de inconsciencia que se tiene antes de nacer. La nada. El eterno silencio.

JOSMA TAXI

SILENCIO, SE RUEDA
Yo había dirigido películas de serie B, hasta que no encontré nada mejor que ponerme con las películas porno. Grabamos “Rabo de oro”. Con un buen elenco: Nacho Vidal y las actrices Alyson Tyler y Jellena Jensen. Las escenas eran tan estimulantes que más de un cámara tenía que irse corriendo a hacerse unas pajillas, para aliviar su pobre miembro viril.
Todo el rodaje estaba saliendo a las mil maravillas hasta que Nacho se rompió en una escena salvaje, el pene. Era complicadísimo substituirlo, al final tuve que ser yo el dirigiera y actuase.
Con Alyson, una morena de 1.70, morena, exuberante me lo pasaba muy bien. Jellena sólo había rodado escenas lésbicas, pero en esta ocasión, accedió a chupármela y a que la penetrase por el ano. Los tríos fueron gloriosos, yo solo con dos reales hembras, consiguieron que yo me corriese varias veces al día. Parábamos a comer, mucho plátano yo, y mucho higo, almeja y clochinas las chicas. Tras dos horas de descanso volvíamos a rodar, la fiesta comenzaba de nuevo.
En una ocasión mi pareja entró al juego y ahí ellas llegaron a varios multiorgasmos, me encantaba eyacular en sus bocas y que ellas se relamieran Al escribir estas notas me he empalmado sobremanera.
Sin duda alguna, ese fue el mejor rodaje de mi vida.

RUFINA SEVILLA CALLEJA

Te busco…te busco, en mis silencios
Más no puedo hayarte!
Estas tan lejos…
Pero en los atardeceres
Sentada en el rincón de la soledad
Contemplando el atardecer acrecientan los anhelos
Recuerdo con nostalgia
Aquellas palabras que pronunciaste
Tiempos atrás
Decías,que siempre estaríamos juntos
¡Mentira,mentira
¡Te fuiste echando al olvido
Las promesas.
Hoy me veo aquí,en silencio
Añorando en la soledad
El ayer de una sonrisa
El ayer de tu voz
Ahora sé que el amor , también trae
Un inmenso dolor
¡Duele, duele estar aquí
Duele no tenerte
Aún así, donde quiera que estés
Se feliz siempre.

JAVIER GARCÍA HOYOS

Claudia se disculpó mientras desayunaban, y a cambio, esperaba el perdón por el pecado cometido. Pero no hubo palabras, solo la mirada indiferente de Raúl mientras tomaba un sorbo del té que inundaba su taza.
—Se que no debió ocurrir, pero pasó, no puedo retroceder y cambiar las cosas, pero sí podemos hacer que lo nuestro siga funcionando.
El vapor que emanaba de la infusión parecía levantar una fina cortina entre los dos. Y como cómplice de esa barrera, el silencio de él.
—Lo necesito, necesito saber que serás capaz de olvidar este error, que podemos seguir adelante con nuestra relación.
Ella trató de coger su mano, él se levantó de su silla, tomó un sorbo más largo, derramó el resto del té en el fregadero y posó la taza sobre la encimera. El sonido de la porcelana contra el mármol rebotó en las paredes de la cocina como lo haría el ruido de los tacones en una casa vacía. Después, abrió la ventana de la cocina y se asomó a ella, el sol iluminaba las níveas paredes del interior a través de sus cristales.
Claudia se quiso acercar a él, necesitaba tocarle, abrazarle, quería sentir cada poro de su piel. Deseaba que, en aquel momento, ambos pudieran unirse en un solo e inseparable cuerpo. Pero el cuerpo en el que ella quería fundirse cerró la ventana y caminó hacia el frigorífico. Buscó, o más bien aparentaba buscar, algo en su interior. Ella, apoyada ahora en la desconectada vitrocerámica imploraba una respuesta que no llegaba.
Cerró el frigorífico, nada había salido de él, excepto el aire que enfriaba aun más su inexistente conexión. Aquella que se forjó en la juventud y que prometía ser inquebrantable, pero que ahora, como excalibur, se había roto. Ninguna dama del agua vendrá a repararla.
Claudia, observó atónita como Raúl se disponía a salir por la puerta de la cocina. No pudo soportar más aquel insoportable ruido inaudible y gritó:
—¡Dime algo!
Él se dio la vuelta y, de sus labios comenzaron, al fin, a salir palabras.
—No te reprocho nada, todos cometemos errores, pero tú le dijiste que le amabas, os escuché cuando pensabais que no estaba en casa. Así que, o bien le engañas a él, o bien me engañas a mí. Por tu bien, y por todo lo que hemos vivido, solo te pido que te aclares. Pero decidas lo que decidas, no me busques. No me encontrarás.
Al escuchar aquellas palabras Claudia sintió haber cometido el mayor de sus errores, era preferible el silencio.

PARTICIPANTE ANÓNIMO

Creo que todos nosotros sabemos lo que es el silencio , no tiene porque ser malo o perjudicial , lo que a mi parecer ocurre es que el silencio suele ir de la mano de la soledad .
La soledad si que es dura es como una total ausencia de vida , ausencia de sentimientos de todo.Cuando tenia 12 años era como si fuera invisible yo pensaba ¿ como es posible ? hago
Tanto por resaltar .Recuerdo un concurso de pintura en el colegio , ahora es mas común , pero entonces era todo un acontecimiento , me esforcé al máximo estuvimos como tres meses preparando nuestros dibujos participaban todos los colegios de la provincia ,era un gran evento.Al final se expusieron y yo gane el tercer premio ,pero mis padres no fueron a la exposición y para mi fue como si mi dibujo hubiera sido pisoteado y tirado a la papelera ,
Eso es el silencio.
Era buena estudiante , bueno de hecho nunca estudiaba ,no me hacia falta ,y ademas a nadie le importaba ,supongo que seria una apreciación mía ,doy por seguro que en algún lugar alguien se preocupaba por mi ,o que a alguien le importaba pero si fue así yo nunca lo vi , no lo recuerdo.
Pero mi labor mas importante era cuidar de mi hermana pequeña ,ayudarla en todo ,intente por todos los medios que ella sintiera aquello que yo no sentía ,que no encontrara nunca el silencio ni la soledad ,creo que en eso si que me sentí bien ,ella era una niña feliz porque no veía lo que yo .
Mis padres estaban en su mundo ,mis hermanos mayores ,eran dos desconocidos , nosotras les teníamos miedo siempre nos abucheaban y nos pegaban ,claro siempre a mi yo era la culpable de todo ,sabia aguantar muy bien los golpes .
No puedo recordar ningún episodio de alegría o felicidad en compañía de mi familia ,y poco a poco fui creando una coraza ,que me protegía de todo el mundo exterior ,de todos ,pero eso tuvo y tiene un precio ,un caro precio.
El silencio ,puede ser ausencia de ruido
Y puede ser ausencia de vida.

SÁNCHEZ MAR KATA

VENGADOR
Del viejo mal viene del monte aquel viejo tiene
bien grabado donde está su norte de camino se encuentra
con el moribundo aquel que lo despertó en la madrugada de
la nada.
Diciendo cosas que herían al pobre viejo ciego de la ira
la mentira la llevaba a cuestas pesaba como tonelada como una tormenta
helada.
Gira, gira sobre su mismo eje, imaginando que nadie lo mira y respira aliviado
de la viaja noche ya no queda sino la penumbra que se escondió por que el sol
alumbra.
Al anciano le llamaban el vengador por que en vez de ir al doctor se curaba su dolor con el encendedor.

ELISEO YAURI LOLI

Con vuestro permiso a esta mi primera vez, y a proposito de mi travesia por tierras españolas a lo largo de 10 años.
«El día había llegado. Hubiera dado cualquier cosa para que no llegara. Se marchaban. En el pasillo se apilaban las cajas, las maletas, y con ellas mi entorno conocido, mi seguridad y las palabras hechas voz, sonido ambiente, camaradería, todo. Me pare en silencio frente a todos aquellos amigos inanimados: quedaría con solo mis silencios y el recuerdos de quienes hasta hoy habían sido mis primeros compañeros en estas tierras extrañas, lejos de los míos, lejos de mi memoria , de mis emociones y de mis sentimientos. Si, ellos se mudaban entre apuranzas hacia su rincón, hacia ese rincón tan suyo, tan propio al final de Cami Real. Lo noté en sus gestos, en sus miradas, desde días antes cuando acudimos al 29 – 05 de Vicente Gonzáles Lizondo, a fin de ponerla a punto para recibirlos. Era grande la alegría que los desbordaba, que el frenesí de aquellas actividades no daban tregua al cansancio.
«¿Que queda entonces?»; era mi hermano, el amado hermano; «creo que nada cho»; nos miramos y sonreímos. Anita se había adelantado en un primer viaje y nosotros esperábamos su regreso. Bebíamos un zumo, yendo de habitación en habitación, buscando quizás algo olvidado. El timbre del portero tronó ronco, intenso, y por vez primera aquí sentí un frío helado recorriéndome el cuerpo desde el pensamiento hasta mis pasos. «¿Bajamos entonces? – «Bajamos» Reemprendimos entonces en silencio el sube y baja de las ultimas cajas hasta el coche, el SEAT, color plata que provocó en mi un inusual cariño. Y en silencio nos embarcamos estrechos, entre cajas, maletas y bolsas. Partió raudo, hacia la avenida País Valencia por donde enfiló hasta la altura de Genaro Palau; tomó el derecho hacia Cami Real, nuevamente a la derecha, hacia Vicente Gonzáles Lizondo…estaba inquieto por mis sentimientos, saliendo aún del frío aquel, asumiendo metro a metro el inicio de mi soledad, del silencio, de habitaciones vacías, quietas, mudas, gélidas. Ganó aquella calle, accionó la puerta automática del garaje y entramos por el hasta llegar al cuarenta y siete, el trastero, ese pequeño espacio casi vacío ahora y que iría creciendo en el tiempo con cosas en desuso, de juguetes con misiones aparcadas; de libros cansados de batirse al viento, sin publico; todos ellos esperando, siempre esperando el momento de su libertad y redención.
Colocamos allí, lo que debía quedar allí; lo demás lo pasamos a las habitaciones, a la sala, a la cocina; recobraban vida allí y se mostraban con alegría en un lugar apropiado, tanto que parecían suspirar. Todo estaba ya en su lugar; los mire a ellos: se miraban, parecían comprender que aquí comenzaba una aventura de vida: adiviné en ambos su férrea decisión ante los nuevos desafíos, anteponiéndole sus sueños y sus anhelos de compartirlo todo. La abrazó él entonces, la atrajo hacia si; ella reclinó su cabeza a sus hombros, mientras le acariciaba sus cabellos largos y morenos. La besó allí con ternura. Yo miraba a algún punto indeterminado tras ellos, en silencio; era el momento solo para ellos. Mi mente ya no estaba allí: se encontraba tras los barrotes de mi tristeza y soledad en la calle San Juan de Ribera.
«¿Te bajo, Per ?” – “¿Eh?… No, no Anita, gracias, caminare…me hará bien” – “Vale”. Nos trajo unas galletas y me dejó una Tupper con paella para la casa. Me despedí de ella y el Cho me acompañó hasta la puerta donde nos abrazamos. Fue un momento interminable, el diálogo y el afecto eran mudos y sordos. Ambos conocíamos esa extraña sensación de vacío y lejanía. Nos tomamos de los brazos; los ojos me brillaban y apretaban mis glándulas lacrimales. «Estamos cerca Per» – “Si hermano, cerca” – Nos miramos con fijeza –“¿Mañana igual a las ocho menos diez?” –Sonreímos – “Hay que trabajar hermano” – Nos despedimos así, como si resultaran años, las horas siguientes.
Y aquella despedida, me supo a cruzar el Atlántico, hacia lo desconocido, a lejano. Tomé recto por Cami Real, sin prisas, sin deseos de llegar al vacío; mi mente y mis labios comenzaron aquel diálogo misterioso que me asalta tantas veces mientras mis manos cumplen a cabalidad su función de traductor.
Aquel dialogo misterioso que he llamado SILENCIO DEL ALMA.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

-Cállate, ni una palabra!!
No podía hablar, una garra en la garganta.
Mi madre con aquella mirada.
El silencio. De palabras no dichas.
Que formaban ovillo en la cabeza.
El silencio de la casa, oscura, con persianas bajadas. Mi madre, siempre vigilante.
-Nunca saldrás de esta casa, me dijo mi madre.
-Porqué yo lo digo!!
Un quejido se me escapó de la garganta.
– Ahora silencio y ventanas cerradas.
Dijo mi madre.

AMPARO SORIA

-Mi Silencio-
De repente, entre las alteradas voces que me rodean en la sala de reuniones, en mi mente se acomoda el recuerdo de aquel viejo y frondoso roble del jardín de mis padres. Silencio, así le bauticé aquel domingo otoñal mientras mi madre me trenzaba el pelo frente a él.
– ¡Es precioso! –lo admiré sin poder apartar la vista del roble. – ¡Las hojas parecen de oro ¿Verdad, mamá?!
-Sí, eso por el color ocre de sus hojas y la luz dorada del sol.
Las dos quedamos uno segundos contemplando encantadas aquel bellísimo ejemplar de roble. El suave arrullo de sus hojas mecidas por la brisa, el discreto canto de los pajarillos que anidaban entre sus robustas ramas…Silencio poseía su propio silencio, valga la redundancia, y su propia melodía ¡Qué maravilla!
Ha debido dibujarse una sonrisa nostálgica en mis labios porque el jefe de ventas me increpa “Señorita Ramírez, el tema que tratamos no es para sonreír”, frase y tono que esfuma por completo el recuerdo de mi roble, mi añorado Silencio.

GUILLERMO ARQUILLOS

EL ARCANO XIII
—¿Puedo tocarte? —le preguntó el esposo.
Ella abrió bien los ojos y le dirigió una mirada triste y una sonrisa de media boca. Se puso el pulgar delante de los labios con suavidad:
—¡Chisss, chisss! —fue lo único que dijo Elvira.
Y entre ellos se hizo un silencio largo, profundo y enamorado.
Así comenzó todo. Las mañanas les facilitaban el silencio, porque no se podían ver —Álvaro se perdía en sus negocios—, ni siquiera a medio día —Álvaro tomaba cualquier cosa en la oficina—. Por la noche, Elvira siempre lo mandaba callar —Álvaro obedecía como un perro sumiso—. Ella no le dirigía ni una palabra.
Así se querían. De una forma extraña, arcana e inexplicable, como las cartas de tarot que Elvira consultaba de joven y que ahora andarían por cualquier cajón, quién sabe dónde diablos las habría metido Álvaro. Se miraban, se sonreían y lloraban juntos un buen rato imaginando lo que podrían haberse querido si no hubiera pasado lo que pasó.
A los dos meses exactos, casi mil quinientas horas después, Álvaro se decidió a incumplir la orden que ella le había dado:
—Por lo menos, hoy podremos hablar un poco …, aunque solo sea un poco, ¿no? Hoy hace años que nos conocimos…
Elvira se puso en los labios el dedo de dar órdenes y mandó silencio otra vez. Así agonizaron los días y las noches de tres meses más, hasta que Álvaro enfermó.
Álvaro y Elvira siempre habían sido una pareja muy particular. Él podía romper una puerta de un puñetazo y se movía como el gorila jefe de una manada, ella se refrescaba la cara con delicadeza cuando se sonrojaba y se ponía de puntillas para llegar al pecho de su marido. Pero Elvira, con el dedo de ordenar, lo dominaba.
Menos aquella vez. Aquella vez la esposa comenzó a echarle las cartas y el esposo le gritó y le gritó que se dejara de supersticiones. Ella inclinó la cabeza hacia atrás, dejó caer su melena en el aire y comenzó a reírse a carcajadas. A él le temblaron las manos.
—Mi madre murió el día que sacó el arcano XIII para mi padre. Por favor, Elvira, no sigas, no sigas… —suplicó el gigante.
Elvira entró entonces en una especie de trance como de risa sin control y él se sintió profundamente humillado. En aquel momento, le dio un golpe. Solo le hizo falta un golpe para dejar salir su miedo, el que había nacido cuando vio en manos de ella el arcano XIII del tarot: la carta de la muerte.
.
Después de cinco meses de silencio absoluto, Álvaro estaba muy mal. Dejó de ir a la oficina, se quedaba todo el tiempo en cama y una vecina que tenía llave le traía la comida o le hacía las cosas de la casa.
Por la noche, después de enfermar cada día un poco más, se atrevió de nuevo a hablarle a Elvira:
—¿Puedo tocarte? —le preguntó.
Ella le sonrió y ya no se puso el dedo de ordenar en los labios:
—Hoy sí, cariño. Hoy, por fin, puedes tomar mi mano —dijo Elvira sonriendo.
Él la acarició y, poco a poco, fue quedándose sin respiración.
—Estaba deseando que pudiéramos volver a reunirnos a este lado —añadió la esposa.
Álvaro, antes de morir, cerró los ojos con una sonrisa y vio en la oscuridad, acercándose, el arcano XIII del tarot.

IRENE ADLER

AUSENCIA DE PALABRAS
Con la mansa oscuridad, el tiempo parece agotarse o detenerse. A su alrededor, todo adquiere la textura gomosa del poliestireno, y se pregunta, sudando y aterrada, cómo será el mundo dulce y remoto de los sordomudos. La blanda e incruenta nada dónde mueren las palabras, los significados, el eco de una voz que es irreal, equidistante, prodigiosa y curativa. Basta con cerrar los ojos para saberse o sentirse ciego, pero no basta con taparse los oídos para lograr dejar de oír. El mundo sigue aullando afuera, pidiendo tregua, cuartel, auxilio. Las cañerías lloran y se lamentan en sus tumbas de pladur. Alguien grita, jadea, insulta, desfallece. Las puertas golpean contra el presente o contra el olvido. Siempre hay un resquicio de sonido intermitente: una sirena, una persiana, el camión de la basura, los gatos en celo, aviones despegando de aeropuertos sin nombre, estrellándose contra montañas nevadas o montañas rocosas. Amantes que pelean a gritos, se insultan a gritos, se reconcilian gritándose.
El silencio se vuelve imposible, inconquistable, invicto como una legión romana. El silencio es el territorio más hostil, desabrido o inhumano al que podemos aspirar. Como un desierto de sal sin wadis, oasis ni dunas. Hasta la tierra gime o murmura, y los ríos, y los árboles con su abatimiento de velas al viento, cometas sin hilo que se mecen con un suave crujir de soledades. Hierve el magma en las entrañas de la tierra y se arrastran con mastodóntica pereza los glaciares. Susurrando, amenazantes, en una lengua extraña que ya nadie sabe interpretar.
El silencio no está hecho para que lo habite el hombre. La voz y la palabra son un don y a veces, un milagro. Son necesidad y a veces, fractura. Son la venda y casi siempre, la herida que hay debajo. El silencio es el décimo círculo: ése del que nunca nos habló Dante.
¿Por qué no se callaban el mundo, la noche, la tierra y los océanos? ¿Por qué seguían brotando de suelos y paredes y artilugios electrónicos, voces y ruidos y estática frívola e inconsistente? ¿Por qué si su silencio lo envolvía todo, como el turbio, irrespirable manto de cenizas de un volcán, todo lo demás, todo lo que no eran su voz o sus palabras, seguía sonando, emitiendo, lacerando, percutiendo hasta hacerla desear la sordera? ¿Por qué seguía oyendo si ya no había nada en su mundo o en su tiempo que valiera la pena escuchar?
La noche traía siempre consigo el esfuerzo titánico, el empeño doliente y amargo de recordar su voz ausente. Se concentraba en el timbre y las pausas, en el acento dulce y las inflexiones estudiadas. Intentaba aferrar una esquina de ese recuerdo, o una palabra, algo dicho a la ligera, se concentraba, suplicaba a Dios que le devolviera al menos éso; sólo éso. Pero Dios era sordo o estaba ausente.
Y ella, con la esperanza intacta de otro condenado a muerte, abría los ojos y pensaba : «no soy digna de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme».

ARITZ SANCHO MAURI

Tengo un roto en el corazón
un abismo entre los dos
sentimientos que parecían eternos,
increbantables, ahora dicen adios.
La tristeza me invade, ¿Es así como me dejas?
¿Es tu silencio lo que me deja sin fuerzas?
No sé si sanaré o si serás tú quien aprenda.
Cada dia es más difícil esperar que vuelvas,
Incitado a la proeza,
ojalá seas justa y este dolor suelte prenda.
Con tu amor yo siento mil emociones,
olvidando todo el dolor, las prisiones.
Nuestro amor anuda dos hilos de plata,
sentirte cerca es la salvación que mas me atrapa.
En cada gesto demostraste amor y pasión,
cuando estás conmigo todo cobra razón.
Unidos en un amor verdadero, en un solo corazon
En tu amor encuentro a mis problemas solución.
No hay misterio ni problema que no pueda resolver.
Caminando juntos a nuestro destino y creer
Inventando otro dia, sin diferencias,
adversidades juntos superar sin temer
sin importar las creencias.

VIVIAN VARGAS

Nunca pense en que existiera una tortura peor para mí, el silencio fue el peor suplicio imaginable, una cadena alrededor de mi garganta, una cuchilla que atraviesa mi estomago lentamente y una soga que me paraliza por completo y no me deja mover ni uno sólo de mis músculos. Así lo viví por exactamente cinco días, tres horas y 55 minutos. Cuando por fin sonó el celular y pude oir tu voz desesperada: – Estamos bien, mami, dice que van a liberarnos, sólo tengo cinco minutos para hablar, no te preocupes, te quiero mucho, te llamo en cuanto pueda.
Y otra vez el silencio y otra vez la tortura de esperar, otra vez pasan días sin escuchar tu voz. Dios mío, cuánto te extraño. Qué difícil fue dejarte ir, hijito mío, y qué difícil es la vida sin ti, sumida en este silencio que me consume la vida.

ABBY MARSIE ROGOM

A veces, cuando caminaba por las calles de la ciudad entre la gente, el rumor era insoportable. Los escuchaba a todos. Y no coincidía lo que hablaban sus bocas y lo que decían sus mentes, lo escuchaba todo a la vez, y era terrorífico. Lo que experimentaba era insufrible, un rincón del infierno, una pieza del rompecabezas. No callaban, y yo no podía escapar a ningún sitio, estaban en todas partes.
Era monja Francisca, mi amiga de la infancia. A veces hacían voto de silencio. Quedaban apartadas las conversaciones del día, quizá intrascendentes, quizá profundas, pero toda la vida sonaba alrededor de ellas. Tráfico, pájaros, el viento a través de las ramas y de cada hueco, de cada ventana abierta; los trastos de la cocina en su trabajo y el propio trabajo de ellas sobre las mesas y los panes.
¿Calla la vida alguna vez?
Sor Emilia nunca hablaba, ya fuera tiempo de recogimiento o no. Aunque reía y tarareaba todo el tiempo cosas casi inaudibles, pero estaba excusada. Ella no recordaba esas cosas que le dan la identidad a una persona.Su mente era un territorio inabordable, incomprensible. Así era su mente. Ella estaba en el laberinto donde se pierde el mismo olvido; de alguna forma los olvidos, la memoria perdida también debe ser un espacio vacío, deriva, desconexión, silencio.
Silencio.
¿Cómo ha de sentir esa ausencia total de sonido alguien que no puede oir?
Si se le concediera un deseo, ella quisiera no oír.
Hay distancias insonoras también en las familias, pero sin embargo gritaban en su despiadada lejanía. También son oscuras esas distancias, ignoradas, así para que no se vean mucho. Yo era como una presencia incómoda para todos. Daba mala imagen…
Tantas formas de silencio.
Realmente divago.
Dicen que el espacio estelar suena, tiene una música astral; tienen un registro de sonido sus estrellas, sus planetas, sus galaxias.
No parece que las cosas existentes no sean ruidosas, aún en un registro que no alcancemos a oír. Una frecuencia inaudible, pero cierta. Tal que los colores. Esos que no vemos, pero están.
Están también esas voces en mi cabeza. Nunca callan, jamás hay silencio, lo que sería mi paz. Miro a Arnaldo, a mi lado. «Mátalo».
Le ofrezco un café y hablamos de cosas sueltas, casuales, piezas de un puzzle con el que quiero conformar una vida normal, pero otro puzzle se está montando sólo, sin mi permiso, sin mi intervención.
También había ruídos, la campana. Al principio como onomatopeyas, no naturales. Había una campana, que sólo sonaba una vez en el momento, cuando a ella la ensordecían las voces. A lo largo del día cada vez más reverberante, más fina, con un eco más largo. Ding.
Me tomo una píldora, creo que la tengo que tomar, pero no estoy segura de que me quieran envenenar.
Da igual, estoy harta. El payaso triste que veo por las noches subido al armario me dice que sólo me quedaré dormida.
Salgo a la calle, paseo.
Alguien se cruza conmigo y me mira. Un hombre con ojos como agujas.
«Mírala, está loca», me dice con sus ojos. A la vuelta me encuentro con una vecina, cuyos pensamientos veo colgando en el aire, frente a mí, suena la campana.
» La voy a echar de este vecindario, esta mujer es ridícula».
En el pasillo y a punto de abrir la puerta me golpea la burla de un niño que bajaba las escaleras.
» Hasta cuando eras una niña eras tonta, nadie te quería». Su pensamiento quedó parado frente a mí como un mueble, y no pude pasar hasta que se diluyó y se perdió detrás del niño, como si tirará de él con un hilo. Seguramente lo amasaría y le daría una forma distinta, para lanzármelo de nuevo cuando me volviera a cruzar con él.
Abrí la puerta. Me asaltó «mátalo» asomándose desde la cocina, sucedido por el otro sonido. Era éste como presionar una y otra vez la tecla de una máquina de escribir. Tlac tlac tlac. Me tapo con las manos los oídos, pero suena dentro.
Yo Imploraba silencio, y la campana volvía a sonar.
Me asomé al salón; él estaba de espaldas viendo un refrito televisivo. Pero no era él, era un impostor que quería matarla. Tlactlactlac.
De repente me quedo mirando el cuchillo que «mátalo» me dijo que cogiera al pasar por la cocina.
No había impostor, era su compañero de piso. La medicación había llegado a tiempo a mi cabeza. La de dentro. Ahí tengo también los ojos. Desde ahí escucho también. Ruído, ruído, y las voces que murmuran. Siempre. Lloro de vuelta a la cocina, y guardo el cuchillo.

OMAR ALBOR

El angel no podía hablar
contemplaría toda la escena en soledad, su título mayor
Era sin duda dejar ser, si el error era mostrar, la flor caería del cielo mismo, para ser profeta del abismo en un color y así el bullicio se apagaría y el perfume invadiria, la llegada del cuerpo, por esa larga galeria, llena de pétalos de jazmines, su sombra estaba allí dejando que todo transcurriera y cuando el alma vuele del cuerpo el angel la acompañaria hasta el portal del amor.
Su luz nunca se apagó fue siempre eterna, estrella en posición custodiando desde su resplandor.

LUISA VALERO

 

En esta silenciosa noche destemplada,
consigues la hazaña de abrigarme.
Como magia de hada inesperada,
ahora, no puedo parar de sonrojarme.
¡Qué arte con el que me sorprendes!
Sabia y loca cordura.
Poco a poco tu amistad me concedes,
regalándome el inicio de mi cura.
No sé si eres, ángel, hada o hechicero;
en mi oscuridad me alumbras.
¿Es un sueño o es verdadero?
Esta luz hace cosquillas, y todo tú, deslumbras.
A mí misma, de nuevo, voy a engreir.
Con cada verso que me escribes y tu locura,
estoy recuperando las ganas de reír.
Mi corazón agradece tu ternura.
Se fue el silencio y otro mañana llegará;
solo nos queda que soñemos…
Con cariño un mapa se trazará,
y seguro el tesoro que anhelamos encontraremos.

CARMEN ÚBEDA FERRER

El príncipe Edúr
Los soberanos del Reino de Las Siete Coronas, se sentían muy dichosos de que su hijo Edúr, único descendiente y heredero de tan poderoso reino, por fin se hubiese decidido a tomar esposa.
Tan solo por amor, el joven y apuesto príncipe quería contraer matrimonio, por lo cual fueron rehusadas muchas hermosas candidatas. Finalmente su elección fue a recaer en la bella princesa Hilenia de la que se enamoró perdidamente desde el mismo instante que le fuese presentada. Del mismo modo en la princesa se aceleraron los latidos de su corazón y se trasformaron en llamas de encendido amor.
Con premura se fue preparando la ceremonia nupcial y los festejos para la diversión del pueblo. El amor de la pareja y su juventud así lo requería.
Cuando tan solo faltaban ocho días para tan gran acontecimiento, inesperadamente, la princesita Hilenia fue victima de una extraña enfermedad que la postró en el lecho debilitándola por momentos. Nada pudieron hacer los más ilustres médicos ni los magos más sabios por la hermosa princesa, que murió con la languidez y la belleza de una flor marchita.
El príncipe Edúr no puede sobreponerse a tan terrible desgracia y se encierra en la torre de su castillo. Quiere estar lo más aislado posible de la corte que le agobia con su incesante interés por mitigar su dolor.
En el silencio sobrecogedor de la torre, Edúr se abandona en los brazos de una tristeza infinita, que toma posesión de sus sentidos. Su cuerpo, tan solo uno días antes apuesto y lleno de vida e ilusiones, es una mera piltrafa enflaquecida por la inanición pues se niega a comer y beber cosa alguna. Sus grandes y azulados ojos, que tuvieran una mirada noble y cristalina, son como vidrios agrietados.
Una noche su estado febril lo lleva ha visionar a su adorada Hilenia, grácil y etérea, penetrando por un vano de la torre, en alas de un soplo de brisa perfumada que hace ondular sinuosamente sus bucles dorados y las transparentes gasas de su túnica. Edúr siente las frías y suaves manos del espíritu de su amada que le refrescan su ardorosa frente. El bello rostro de la princesa se inclina dejando en los febriles labios de su amado, el gélido beso de la muerte…
El espectro se va alejando ofreciéndole sus blancas manos. La dulce voz de Hilenia rompe el silencio sepulcral que le había envuelto durante aquellos días. «Ven conmigo, amado mío, amado mío…» El príncipe oye estas palabras con estremecedora persuasión. Edúr sigue a la fantasmagórica figura hasta las almenas del torreón donde una ráfaga de viento helado diluye la esencia de la princesa muerta. Silencio…
_______________
A la mañana siguiente el sol brilla con un fulgor inusitado. Sus cálidos y luminosos rayos no pueden reanimar el cuerpo del príncipe Edúr que yace sin vida en el foso del castillo.
Fín

IVONNE CORONADO

El silencio de los viejos
No hay manera de alejar este silencio pesado que invade su habitación. Durante el día enciende la televisión para alejarlo. No le pone atención. El ruido de las voces que salen del aparato la ayudan. Cuando alguien la visita, está tan acostumbrada a ese ruido, que no se da cuenta de que sigue encendido, sino hasta que se lo señalan.
No puede salir a caminar y hacer ejercicio como antes. Se recuerda cómo se iba por largas horas en bicicleta a recorrer la isla de Montreal. Ya no puede hacerlo. Cada viernes, lo único que hace es yoga para ancianos, sentada en una silla. Le cuesta hacerlos, pero todavía no renuncia a hacer algo por su salud. Sin embargo, ya no le importa mucho el aspecto de su apartamento. Hay revistas desperdigadas, mezcladas con botellas de medicamentos.
Procura alimentarse bien, pero no puede ir de compras seguido. En su viejo carro, se va a hacer mercado una vez por semana.
Ha logrado que alguien venga los jueves a hacerle un poco de limpieza. No siente que lo hace bien la joven que le mandan de los Servicios Sociales, pero algo es mejor que nada.
¿Cómo ha llegado a estar en esta situación? – se pregunta. Antes, no le había importado no tener pareja. Salía seguido con sus amigas y amigos. Tomaba un avión cuando se le antojaba. Conoció muchos países europeos, visitó Asia y viajó por casi todos los Estados Unidos. Buenas amistades nunca le faltaron. Visitaba a su familia en su país de origen, al menos dos veces al año.
Pero ahora es diferente, su salud ha menguado. Ha habido veces que se levanta de la cama, solo para tomar agua, ir al baño y ensayar de dormir un poco, porque ha pasado la noche con dolores intensos. Al menos, no está en un hospital, y su mente sigue lúcida.
Tiene miedo constantemente de morir y que nadie se dé cuenta, por eso, en su refrigeradora hay una nota que indica a quien de sus amigos llamar en caso de encontrarla sin vida. No le teme a la muerte, a veces la desea. Su aniversario se acerca, está llegando a los noventa. Increíble, en este siglo hay más gente nonagenaria o centenaria. Leyó hace poco, que hay casi medio millón de centenarios en el mundo, solo les desea que estén saludables.
¿Por qué está sola? Su esposo la dejó viuda, hace unos años. No tuvieron hijos. Emigraron huyendo de una dictadura. En su país ya no le quedan ni padres, ni hermanos, solamente sus sobrinos y los hijos de ellos. Hace mucho que no ha podido ir a verlos. Ellos tampoco han podido venir. No les dan la visa.
Las amistades no tienen siempre tiempo para visitarla. Y es más, algunos hay, que están postrados en una cama de hospital. Tiene amigos jóvenes, pero trabajan. Si no fuera por el dolor de su pierna y espalda, y pudiera salir a divertirse, no le importaría su edad para nada.
En un rincón descansa su guitarra. En sus tiempos mozos, fue una artista destacada, premiada. Su última canción fue para su hermana menor. Todavía su voz es acariciadora.
En los días sin dolor, pasan en su cabeza los recuerdos de sus viajes y de sus éxitos. Sonríe al recordar, que en Hong Kong, durante su viaje, hubo una epidemia; estuvo en cama confinada, la vacuna le provocó una fiebre altísima que por poco acaba con ella. Esta vez, durante la pandemia por el famoso virus COVID-19, no tuvo reacciones desastrosas.
No se queja de su vida. Nunca supo lo que era el hambre. Sabe que la vejez es una enfermedad incurable y los achaques llegan tarde o temprano. Pero su vida, siempre glamorosa, rodeada de su público, le hace falta, al igual que su familia.
En la noche apaga la televisión. El silencio entonces parece abarcar toda su habitación, y piensa: “El silencio absoluto no existe, según los científicos. Sin embargo, la soledad lo hace crecer hasta volverse un monstruo que nos devora.”
Montreal, 19 de noviembre, 2023

MARY CORREA

Emily y su madre se mudaron a ese pequeño pueblo, donde su mamá había conseguido un empleo de enfermera, ya hacía casi dos años de vivir allí, pero Emily aún era excluida, por sus compañeros, nunca la invitaban a sus fiestas y siempre era la burla de ellos.
Pero ese día fue distinto, Emily llegó al colegio como todos los días, se sentó en su banco, el que estaba al final del salón, comenzó a sacar sus útiles del bolso, cuando se dió cuenta de que alguien de pie a su lado la observaba.
Emily pensó que nuevamente sería el objeto de burla de Danna, la chica más popular del colegio
–Emily, ven siéntate con nosotras – dijo Danna señalando el banco vacío entre ella y Steffy, Emily la miró con sorpresa y recelo, estaba segura de que Danna no tenía ninguna buena intención hacía ella.
– No, gracias prefiero quedarme aquí– contestó Emily.
– No seas tonta Emily, queremos ser tus amigas – dijo Danna con su encantadora sonrisa.
Danna se dió por aludida de que Emily no accedería a su petición así que tomó los libros y cuadernos y se las llevó al banco junto a ella.
–Ven con nosotras –la invitó Steffy, haciendo un movimiento con su mano para que Danna se acercará a ellas.
Emily tomó su bolso y se cambió al banco, junto a ellas.
Toda esa semana se sentó con quienes había comenzado a considerar sus amigas y sintió que en verdad habían empezado a aceptarla.
–Emily queremos que seas parte de nuestro grupo, –le dijo Danna cierto día – pero debes pasar por una prueba, no es para nada difícil, lo único que debes hacer, es pasar una noche en la casona de las almas perdidas, todas nosotras hemos pasado por esa prueba.
–Si en verdad quieres pertenecer a nuestro grupo – le aseguró Steffy– te esperamos esta noche frente a los portones de la Casona.
A pesar del temor que sentía Emily metió en su bolso, una linterna, una botella de agua y una manta por si sentía frío. –¿Emily quieres que te lleve hasta la casa de tu amiga? –preguntó su madre.
–No mamá, ella me pasará a buscar con su madre.
–Bueno, está bien entonces mientras llegan iré a darme una ducha para ir al hospital, está noche tengo guardia.
Antes de que su madre saliera del baño, Emily le notificó que ya se iba.
– Mamá ya me voy, vinieron por mí.
– Diles que esperen, un segundo, ya salgo. Gritó desde dentro del baño a su hija – quiero conocer a la mamá de tu amiga. –No mamá ya me voy, te veo mañana –le contestó Emily a su madre antes de correr hacia la puerta de salida– te quiero mucho.
La mujer envuelta en una bata, salió del baño, pero su hija ya no estaba en la casa
– Pero esta muchacha, me va a volver loca un día de estos –dijo la mujer mientras caminaba hacia el baño nuevamente.
Emily comenzó a caminar en dirección a la casona, la luces de la calle ya estaban encendidas a pleno, en la esquina la esperaban Danna Steffy y el resto del grupo de chicas.
– Pensé que ya no vendrías, que eras una cobarde– exclamó Danna.
–No, aquí estoy– les contestó Emily.
– Todas hemos pasado por esta prueba, solo debes pasar la noche aquí, ¿no le has dicho a tu madre, verdad?.
–No, le dije que pasaría la noche en la casa de una amiga– les contestó Emily– además hoy tiene guardia en el hospital y hasta mañana a las seis no vuelve a casa.
– Bueno entonces ve, entra a la casona– le ordenó Danna– demuestra que mereces ser nuestra amiga.
– Pero los portones tienen cerrojo– exclamó Emily– ¿como voy a entrar?
Vas a entrar por el Boquete en el muro– dijo Steffy señalando un hueco tapado por unas enredaderas.
Emily se escabulló por el hueco al patio lleno de maleza, subió la escalinata muy lentamente y empujó la gran puerta de madera, que para su sorpresa estaba abierta, miró hacía donde estaban las muchachas y luego desapareció en la oscuridad. Danna y las demás chicas comenzaron a reír.
– Que tonta –dijo una de ellas burlándose de Emily – se ha creído que todas entramos a esta horrenda casa.
Seguían burlándose, mientras se alejaban a carcajadas del lugar.
La casa estaba en total oscuridad, Emily encendió su linterna y un escalofrío recorrió su espalda, el silencio era atemorizante, la luz de su lámpara se apagó, y un grito de horror quebró la oscuridad dando paso de nuevo a un silencio espectral.
La maestra entró al aula, con una mujer que traía dibujado en su rostro angustia y preocupación.
– Chicos –comenzó a hablar la maestra, ella es la mamá de Emily y está aquí porque Emily anoche fue a quedarse en la casa de una de sus amigas pero no sabemos quién es su amiga, si alguno de ustedes sabe algo por favor hablen .
Danna y Steffy se miraron, pero no dijeron ni una sola palabra. Durante varios días la policía buscó a Emily sin tener noticias de ella, hasta que un día recibieron una llamada anónima diciéndoles que alguien la había visto entrar a la casona de las almas pérdidas, hasta allí se dirigió la policía y en el lugar encontraron el bolso de Emily y una linterna.
Desde ese día hace ya varios años se ve a la madre de Emily de pie llorando frente a los enormes portones de la casona de las almas perdidas esperando ver salir a su pequeña.

EVA AVIA TORIBIO

—¿Estáis seguros de lo que vamos a hacer? —les digo a los cuatro chalados de mis amigos.
Te cuento, aun no me he presentado, me llamo Carmen y junto a Fernando, Sonia, Paula y Pablo, somos los cinco locos que hemos decidido pasar la noche en la típica casa abandonada de pueblo a la que todos le tienen miedo, por, según dicen, estar embrujada. Y cómo no, para más inri, vamos a practicar la güija. ¡Solo de pensarlo, me entran escalofríos!
—No seas tan cagona, Carmen. ¿Qué te va a pasar? —suelta entre carcajada y carcajada, Sonia. La sofisticada, Sonia, que tiene más dinero que pesa y siempre que puede nos lo restriega con la compra de algún nuevo modelito de diseño.
—Yo traigo las provisiones —alzando la bolsa—, si se presenta alguien le invitamos a unos chupitos, y listo —riéndose el ligón del grupo, Fernando, que vino desde Corea a pasar unas vacaciones y quedó prendado del encanto rural del pueblo.
—Vosotros dos, sois gilipollas —cogiéndome del brazo—, no os metáis con Carmen —les suelta, la encantadora Paula. Amor a raudales sale de esa carita pecosita, a la que me comería a besos, si no fuera porque estoy enamorada hasta las trancas de Pablo. Llevo enamorada de él desde el instituto, pero soy, para él, literalmente invisible, él solo tiene ojos para Sonia, como no. ¡En fin, Carmen, hazte el ánimo!
—¡Saca esos chupitos, pero ya! —dice, Pablo, sentándose en el centro de la sala.
—Joder, tío, ni la manta ni na —le responde, Fernando.
—Me sorprende ese castellano que tienes —golpeando en la espalda a Fernando, mientras le ofrezco la manta.
—No lo dudes, princesa, por ti es que he aprendido español —cogiendo mi mano y besándola.
—Chicos, vamos a hacer lo que hemos venido a hacer —suelta, Pablo.
—¡Uyy! ¿Celoso? —sonriéndole, Paula.
Pum
—¡Qué… ha sido eso! —dice, sobresaltándose, Sonia.
—¿Quién es ahora la cagona? ¡Ja, ja, ja! —le contesto y suelto la risa tonta que tengo cuando estoy cagada de miedo.
—Tranquilas, mis bellas damas, aquí está vuestro Quijote —levantándose, Fernando.
—Pero mira que eres plasta, tío. Toma un chupito y calla —dándole la botella de soju.
Pum, pum.
—¡Ostia, puta! Chicos, vámonos de aquí —levantándome rápidamente.
—Son las ventanas —dice, Paula—. Ya tengo preparada la güija —colocando en el centro el planchette.
Estoy acojonada, tengo escalofríos. El miedo está apoderándose de mí a cada pregunta que se lanza a la dichosa tabla y estos están ya medio borrachos, riendo sin parar. Seguramente son las historias que me han contado mis abuelas. Muertes inexplicables, ocurridas después de que inconscientes como nosotros jugaran, a algo prohibido por generaciones, dentro de estas ruinas.
Pum, pum, pum. Los objetos que traíamos salen lanzados.
—¡Joder! —gritamos, todos, sobresaltados.
—¡¿Quién eres?! —le pregunto, mirando a la güija.
El planchette se mueve y escribe la palabra “silencio”.
—¡¿Quién eres?! —preguntan Paula y Sonia, exaltadas.
El planchette se mueve, de nuevo, y escribe la palabra “Soledad”.
Los chicos se levantan rápidamente. Pálidos como la pared, echan todo el alcohol ingerido.
—¡Yo me marcho de aquí! Estáis locas —dice, Pablo, alejándose.
Pum.
La puerta se cierra sola de un golpe cuando se aproxima Pablo, que se queda inmóvil, mirando a su alrededor.
La tabla sale disparada. Los cristales de las ventanas se empañan y en uno de ellos la palabra “silencio”, es escrita con sonido resquebrajado.
Asustados, nos movemos por la habitación sin saber que hacer. Miramos nuestros móviles y no tienen señal. Intentamos abrir la puerta y está atrancada. Gritamos, desesperados, en un intento por que alguien nos escuche.
—¡Silencio!
—¡¿Quién está ahí?! —grito.
¡Silencio!
Fernando y Pablo golpean con sus cuerpos la puerta, sin conseguir nada. Sus cuerpos salen despedidos uno a cada lado de la sala. Posteriormente son elevados y sus rostros comienzan a desencajarse, mientras nosotras quedamos inmóviles sin poder hacer nada ante lo que sucede.
Crack, crack. Pum, pum.
Sus cuellos se rompen y caen al suelo. Fernando ha dejado de ser el ligón del pueblo y Pablo, nunca sabrá que me gusta.
—Gracias.
—¡Aaah! —grita, Sonia.
—¡Calla! —le gritamos las dos.
Aterrorizadas, viendo como los cuerpos de nuestros amigos yacen tirados en el suelo, golpeamos la puerta con toda las fuerzas y el terror nos permiten.
—¡Silencio!
Esta vez es Sonia la que sale disparada contra una de las paredes. Sus extremidades empiezan a romperse. El sonido hueco de la rotura de sus huesos, empiezan a clavarse en mi sien.
—¡Basta! —grito. ¡¿Qué quieres?! —lloro y corro hacia Sonia.
—¡Silencio!
Crack, pum.
Sonia ya no nos mostrará más su último modelito.
—Ni se te ocurra gritar —le digo a Paula, que llora desconsolada.
Estoy viendo rápidamente como mis amigos están muriendo uno a uno y no puedo hacer nada. Ambas quedamos en silencio, como así lo ha pedido Soledad. La puerta se abre y nos miramos incrédulas.
—¡Corre! —me grita
Pum. La puerta se cierra.
Caigo al suelo, sin esbozar sonido. Llorando veo a esa carita pecosita como se torna gris. Su cabeza a sido separada de su cuerpo, jamás podré comérmela a besos.
La puerta se abre de nuevo.
Me levanto, sigilosa. Camino dirección a ella, miro a mi alrededor y una lágrima cae. Tropiezo y caigo al suelo.
Pum
—¿¡Y tú que miras?! ¡He dicho, silencio!

HAROLD PADILLA

Por mi nariz corre una lágrima,
me gusta verla llegar hasta la punta.
Me gusta jugar bajo la escalera con mis soldados que me guardan,
en una caja, enorme y vacía, donde puedo esconderme
de los monstruos con corazón de hielo que me hacen mojar la cama
Ya viene, he captado su olor sin oler,
el olor a uvas podridas
¡Se acerca!, con dos rechinidos de escalón,
y mis labios solo pueden gritar en silencio
Mi perro ataca, pero su aullido de dolor me duele en el pecho
Corre, me dice, yo hablo con él cuando estoy a solas y le entiendo,
le cuento que nos escaparemos un día
Hasta allá, arriba, muy arriba
Más allá de las estrellas, donde mamá nos teje una manta
Y bailaremos en dos patas
Ya casi está lista mi nave, pero aun debo esconderme
¡Shhh!, a los monstruos no les gustan las risas,
Los desarma el silencio o se satisfacen de llantos de niños y duermen
Un día mi nave al fin despegó en el tiempo,
te vi en una fotografía y sequé tu mejilla.

MP

El concierto
Una mágica combinación de sonidos y silencios. Una simbiosis entre los músicos y el auditorio. Un concierto de música clásica… Los espectadores, conforme van llegando, se colocan en sus asientos. Hablan en voz baja. Son oyentes cultos y entendidos que suelen ir muy acicalados: ellos de chaqué, ellas con vestidos de noche, luciendo magníficas e impresionantes joyas. Llama la atención una variadísima paleta de color con predominancia del negro.
Pasados los primeros minutos se apagan las luces y un haz de luz con forma de círculo, ilumina la figura esbelta del director, que saluda con una respetuosa y discreta inclinación, en medio de un gran aplauso. El silencio se rompe por primera vez. Luego se dirige a paso lento hacia una pequeña tarima donde está situado el atril. En aquel momento, el escenario queda totalmente iluminado, distinguiéndose perfectamente los músicos vestidos con esmoquin, tanto los hombres como las mujeres. Entonces sube con firmeza el peldaño, coge la batuta delicadamente entre los dedos índice y pulgar, golpea un par de veces la madera y eleva los brazos
hacia la orquesta, señalando a los violines para darles la entrada… Apenas un instante después comienzan a sonar dulcemente, ‘piano, piano’, los primeros compases de la Obertura. Los violines son seguidos por las violas, los chelos y los bajos. A continuación, da paso a los instrumentos de viento-madera seguidos del metal. Y una vez todos unidos e integrados, se produce un estallido de sonidos perfectamente conjugados, armónicos y acordes.
De las paredes cuelgan algunos carteles anunciando “Se ruega silencio, por favor”, “No olviden apagar los móviles, Gracias”.
El público contiene la respiración. Casi nadie pestañea. De vez en cuando los miro y los observo atentos, inmóviles cual estatuas de cera, con los ojos brillosos de pura emoción.
Unos minutos después el foco de luz se centra y detiene sobre la Diva, a la par que suenen los primeros compases de la famosa arias de Puccini perteneciente a la ópera ‘Madame Butterfly’. La voz de la soprano envuelve y emociona a los asistentes. El vello se eriza y algunos ojos dejan escapar unas lágrimas mientras resuena el clímax.
Poco a poco la música y la voz se apagan. El público se pone en pie e irrumpe con un fuerte aplauso que dura ocho minutos largos mientras rasga el silencio con vítores y halagos. El concierto se ha terminado.

NURIA HERNANDO

¿ Qué contiene el silencio ?…
El silencio contiene mucho y nada . Una sucesión constante y contenida de notas vacías carentes de sonido, de voz o susurros perceptibles o no por cada uno de nuestros oídos, que es interpretado en nuestros cerebros.
Contiene:
música o falta de ruido,
pecado y oración,
amor y desolación
trastada y cariño
y sino que se lo digan a mi gato, que es experto en contarme estas cosas, sin que medie palabra. A golpe de silencios, miradas y roces …

MAITE BILBAO PÉREZ

Un hombre, con la mirada perdida en la lejanía, en busca de algo más allá de lo visible, pasa el día en silencio. En ocasiones, entrecierra sus párpados anhelando penetrar en el misterio.
–¿Qué haces todo el día mientras observas lo que te rodea? , le pregunta ella sentada a su lado.
El hombre abre los ojos, observándola. Su mirada es profunda y penetrante, como si pudiera ver el alma de la otra persona. Y le contesta: Estoy mirando la vida, tratando de entenderla, aunque solo parpadea.
Otras veces mira hacia el suelo o a un punto fijo en la pared, haciendo que el tiempo se detenga, callado.
–¿Qué observas por la ventana?
Y él quiere contarle que pasa horas contemplando los árboles, y cómo siente el viento que sopla en su cabello, acariciando su piel con dedos invisibles, asemejando una danza. Imagina estar bajo el sauce, mientras las hojas acarician su rostro, pero no le dice nada.
–¿Qué te gustaría hacer?, le pregunta la mujer.
Y se imagina en la playa, y su mirada se pierde entre las olas, mientras contempla el confín. El olor a sal del mar le llena las fosas nasales, y observa el horizonte en el que ahora solo ve la muerte, el final de todo, pero de su boca no salen palabras.
–Esta bien, tal vez me puedas decir ¿cuál es tu lugar preferido?
Cierra los ojos, y regresa al sitio. Adora estar junto al río, escucha el sonido del agua que fluye, y los reflejos del sol que se filtran, iluminando el lecho verde, pero de su boca no surgen palabras. Tan solo una mirada intensa, que cuando se clava en la tuya, a veces durante horas, imaginas el diálogo mudo.
–¿Por qué no hablas? le pregunta, cansada de sus silencios.
Él la mira y suspira, e intenta con su expresión contarle que sus palabras se quedaron en el pasado. Pero, ella no escucha nada.
Y apenas ella se marcha, observa el atardecer, cuando la luz del sol ya no le daña, contemplando el cielo hasta que la oscuridad lo llena cubre todo. Ese es su momento, el mejor observatorio. Mira al firmamento —cielo negro, luna blanca— y en esa inmensidad se siente como en casa.
Y así pasan días y noches observando la vida pasar discurrir. Y cuando le pregunta, él no dice nada, solo ves rodar por su mejilla una lágrima.
Desconsolado al no poder soportar su vida. Grita con la mirada, suplica sin palabras, que desconecten esa máquina para poder despertar en otra vida, y revivir lo que guardó mientras observaba.

ANNERIS GARCÍA

Noté tu abrazo diferente
por un momento pensé que detendrías el tiempo
que deseabas hacerlo eterno
pero tus labios estaban secos, ausentes
tus ojos perdieron el brillo y después nada…silencio tosco, cruel, hiriente.
Te abracé fuerte, supe que la sequía llegaría.
Acerqué mi boca a tu cuello y susurré mi despedida.
Adiós vida mía, nos veremos algún día
pero recuerda, ya no seré la misma,
no querré besarte porque el silencio borrará tu cercanía.
Fuiste cobarde y una vez más te marchaste
sin una palabra, sin un adiós, me dejaste.
Te añoro, aunque la ausencia sea compartida,
aunque el silencio sea necesario, duele la despedida.

GAIA ORBE

Los zapatos de madera de haya con escobillas cosidas en la suela llamaron su atención desde la calle. Entró al negocio y sin esperar que alguien la atendiera extendió sus brazos para agarrar uno del par. Tenían unas tiras rojas para atarlos a los pies que le permitieron subirlo más allá de la altura de sus ojos para traerlo hasta ella sin desarmar la vidriera. Extasiada miraba el balanceo en el aire de ese cabezal de púas flexibles. Cuando lo tuvo en sus manos acarició las cerdas naturales tan rubias como ella. Estaban cosidas en penachos de distintas longitudes. Le gustó la suavidad de las puntas redondeadas. Entonces con la misma presteza tomó el otro del par. Se calzó ambos y comenzó a arrastrar las cerdas por el piso. Las dos vendedoras la observaban en silencio. Es que esos zapatones eran un adorno que había hecho el vidrierista con pedazos de cepillos. Sin embargo, la mujer al darse cuenta de que recogían el polvo quitando la suciedad a su paso, gritó: ¡Al fin encontré los zapatos ideales!
Ella, que vivía en el flujo constante de la limpieza, con estos podía alcanzar hasta los lugares más recónditos. Y alegre se puso a cantar girando en el salón al compás del tarareo. Más insistente frotaba, más brillo obtenía. Se acercó a la caja para preguntar el precio y la dueña del negocio le dijo:
—Salen 100 dólares porque están hechos con pelo de jabalí recién afeitado.
Dio un paso atrás.
—¿Vivo o muerto?
— Muerto, señora. Son unos cerdos de China que se procesan cuando el animal muere.
— ¿Son chinos?
Mientras la mujer forcejeaba con los broches de las tiras, la dueña seguía hablando:
—Los zapatos se hacen acá. Solo exportamos los pelos que se esterilizan en el lugar de origen y nos llegan envasados al vacío.
La mujer los lanzó con rabia lejos de sus pies diciendo: —No quiero ensuciarme con sangre de chinos. Al mismo tiempo, los zapatos atravesaban el vidrio de la vidriera sin limpiarlo.

PAQUITA ESCOBERA

Para el tema de la semana: Silencio

Autora: Paquita Escobero
Noviembre 2023
Imagen generada por IA libre de derechos

El ruido en el silencio sordo.

Algunas veces apoyada en su lectura labial veía decir a otras personas que estaban cerca de ella, ante un estruendoso ruido que se producía en el entorno, una música puesta a elevado volumen e incluso dudoso criterio musical para otros gustos, ante unos golpes en paredes ajenas o cualquier circunstancia que enturbiara el pulcro y tantas veces agotador sonido del mundo que nos arrulla:

.– ¡Quien fuera sordo para no escuchar determinadas cosas!

Y en ese momento, ella sonríe, siempre sonríe desde que aceptó el nuevo mundo que le tocaba vivir, el del silencio.

En ese justo momento, suele ser cuando el canto de los pájaros que sobrevuelan su cabeza, ya es algo que está solo en el recuerdo; a esto se suman otros silencios que añora fueran ruido, como el susurro del amor despertando en la mañana, que se ha convertido en una lectura labial donde reconoce un:
.-¡Buenos días mi amor! pero ya no percibe la dulcura de esa voz.

El sonido de esas guitarras de su Fado favorito, que ahora recibe en parte solo a través de esos audífonos super potentes que nunca debieron llegar y que jamás igualarán el sonido real.

Entonces es cuando ella se pregunta:

.-¿Cómo ser sordo es algo que se pueda desear?

Tenía 35 años cuando una conversación que comenzó a subir de tono, se convirtió en ruido. Un ruido ininteligible que no fue capaz de soportar. Pidió a quienes los emitían que la disculparan y salió de la sala donde trabajaba. Estaba desorientada, llena de miedo y en su huida iba buscando como callar ese ruido que había empezado a tronar en su cabeza y le impedía escuchar lo que en realidad pasaba.

Pocos días después llegó la noticia envuelta en un nombre y una herencia, otosclerosis coclear. Resultó ser una consecuencia de la línea materna que podía llegar a partir de una edad determinada y a ella le llegó a una edad exacta.

Si echaba la vista atrás siempre había preguntado alguna vez:

.- ¿Qué has dicho? o ¿Me lo puedes repetir?

Pero nunca lo había asociado a algo que pudiera estar pasando y menos a una herencia genética que no podía rechazar y la obligaba a declarar que el silencio que la invadía había llegado para quedarse y avanzaría hasta el sonido final.

Hablan de un mundo ensordecedor, de la necesidad del silencio tan poco valorado y tantas veces deseado, pero solo porque no es posible imaginar lo que significa el silencio de verdad, el absoluto.

Ese silencio la mayoría de las veces, solo se ve interrumpido por esos extraños ruidos conocidos por acúfenos, que son el remanente de lo que un día existió y ahora ya no se percibe.

Piensa que es curioso que siendo sorda profunda haya ruido en su cabeza, siempre que intenta explicarlo no encuentra las palabras exactas para hacerlo.

Pero ni siquiera en el silencio del sordo hay total ausencia de ruido.

Son diferentes para cada persona, ella los describe como un tren en continua puesta en marcha, un grillo que está irritado con el tiempo y no deja de chillar, un irritante, desquiciante y reiterado martilleo que recorre su nuca de oreja a oreja sin detenerse un segundo, con el que solo puedes aprender a convivir, porque no hay soluciones cuando se pierde la audición y con ella, incluso a veces, las palabras.

Ahora mira a las personas que no escucha, a los coches que no oye, a los pájaros que le gustaría volver a escuchar y sonríe.

El sonido pasó a convertirse para ella en recuerdo y ahora, en ese mundo interno, no hay remedios para calmar el ruido del silencio, pero si sonrisas para vivir en él.


CARLOS RODRÍGUEZ

LA MOURA
Tengo la suerte de vivir en una tierra mágica, donde las leyendas, los mitos y los personajes fantásticos parecen brotar por donde quiera que miremos. Casi podríamos decir que tuviésemos uno para cada ocasión en que la vida nos pide una lección en forma de cuento fantástico.
Pero no os fieis de las apariencias, en esta tierra lo fantástico es muy real, y todo lo real es fantástico.
Hoy os contaré una de esas viejas historias que inundan el rural gallego, la historia de un ser muy especial, uno de esos que podrían ser mitológicos o el más real de los sueños.
Pero antes he explicaros algo sobre estos seres, he de contaros quienes son y donde habitan.
Sí, en presente, porque todos estos seres que en otros lugares son sólo eso, personajes de leyenda, aquí sabemos bien que aunque habitualmente no les veamos están entre nosotros y se muestran a su capricho y entender.
Los “Mouros» , que a pesar del parecido fonético, nada tienen que ver nuestros protagonistas con los moros; se trata de un pueblo mágico, poderoso, que esconde grandes tesoros.
Presentes en toda la mitología celta, las Mouras, conocidas por nuestros vecinos asturianos como Sanas o Lamias por los vascos, son hadas de piel blanca, cabellos dorados y extraordinaria belleza, son defensoras de la naturaleza y se muestran solamente a los ojos de quienes ellas quieren.
Habéis de tener mucho cuidado si sois aficionados a recolectar setas, pues son las casas de las más pequeñas de las Mouras, ellas viven bajo los bosques, los ríos, los castros.
De ellas se dice que tienen por costumbre seducir a todo cuanto buen mozo ronde los lugares donde habitan, y con toda probabilidad así sea, pues son muchos los que han perdido el juicio enamorados de hermosas mujeres que tan sólo ellos podían ver.
La historia que hoy os quiero contar sucede en las proximidades de la pequeña aldea de Corzo, a orillas del río del mismo nombre.
Según se cuenta en la zona desde tiempos inmemoriales, es este el hogar de una hermosísima Moura la cual sale al amanecer de la cueva donde vive; sentada a la orilla de lo que aquí llamamos “poza”, que es una piscina natural que ha sido formada por el rio. Es ahí donde pacientemente espera, mientras peina su dorado cabello una y otra vez con un cepillo de oro.
No es esta una Moura al uso, ella no espera que ningún apuesto galán aparezca y así seducirle, no, ella espera a las mozas de la contorna, y tampoco lo hace por enamorarlas.
A estas alturas estaréis intrigados, al igual que yo lo estuve cuando esta historia me contaron ¿cuál sería pues el fin que tan hermosa criatura buscaba? Pues ahora os cuento lo que allí pasaba, y sigue pasando según narran las ancianas del lugar.
Cuando por la zona pasaba una moza, la Moura dejaba caer al descuido su peine, cual señuelo de pescador en plena temporada; era entonces cuando acontecía, cuando ella obraba su magia, si la muchacha gentilmente recogía el peine del suelo y a la hermosa Moura se lo devolvía, esta premiaba su cortesía regalándole una moneda de oro.
Claro que esto no siempre sucedía, si por el contrario la incauta muchacha, ninguneando e ignorando a la Moura, su camino seguía sin recoger el peine que se había caído, sufría entonces del tremendo castigo.
La Moura enojada la convertia en piedra para siempre, y muchas debieron ser las vanidosas doncellas que no quisieron agacharse y recoger el peine, pues basta echar un vistazo alrededor para descubrir las innumerables piedras que como mudos testigos nos observan sin poder romper ese eterno silencio al que su orgullo las ha condenado.
Recordad, sed amables con la Moura y premiará vuestra humildad.
Os dejo una fotografía del lugar, para que al pasar estéis prevenidos y en piedras no terminéis convertidos.

ANA DEL ÁLAMO

Volverá tu silencio a recordar lo olvidado.
Las páginas en blanco se escribirán con pluma y tinta nuevas.
Volverás a disfrazar la mañana de soles .
Pintarás la tarde de puestas de colores
La noche vestirá tu mejor traje almidonado
Y los tuyos te darán la bienvenida.
Abrazarás la vida en un nuevo amanecer despertando tus sentidos
Perdiste lo más preciado. Te lo cambiaron por silencios. Sin pedirte permiso.
Sin preámbulos ni licencia.
Cuando se apague tu tormento,
resurgirás de tus cenizas.
Reconocerás las manos de tu amado.
Las que nunca te soltaron.
El día se cierne con un atronador silencio
No entiendes qué sucede.
Imploras piedad y nadie escucha tu lamento
Solo puedes sentir en tus manos el calor de las mías reconfortándote el alma.

RAÚL LEIVA

114

Cuando se disipó lo rojo lo tuvo claro: era libre.
Su atmósfera de silencios lo acompañó en todo el camino.
Esos silencios que callaba, pero también esos que sonaban por las noches como duras campanadas de un exilio que estaba por venir.
El regreso a casa fue bastante trabado. Las organizaciones sociales y los automovilistas que no transitaban fácilmente pusieron el caos en la calle. El verano encendía la mecha en cada grado, en cada esquina. El aire acondicionado descompuesto y las noticias de la radio no consolaban al pediatra que había perdido un paciente tras seis horas de trabajo ganándose el odio de los familiares y un despido moderador. Su cabeza iba a un ritmo diferente del de los demás, sólo quería llegar a su casa y desconectarse de todo. De todos. Del todo.
El silencio fue transformándose en un zumbido soporífero, de esos que anulan el tacto y nublan la visión.
Tras dos horas de infierno, abrió la puerta de casa que se le antojaba su último refugio y su mujer lo recibió con un reclamo: “¿Pasaste a buscar el postre a la panadería del sueco?”. El silencio y su cara de desasosiego fueron la respuesta que terminó por detonar la situación. “¿Siempre lo mismo con vos? ¡Nunca se te puede pedir nada!”. El pediatra siguió a su mujer hasta la cocina mientras ella aumentaba el volumen y la potencia de sus reclamos. “Sabías bien que esta noche venían mis padres. Te dije mil veces lo importante que es para mí recibirlos como se merecen, pero claro vos seguís encerrado en tu metro cuadrado que es tu trabajo. Trabajo que por otro lado no tendrías si no fuera por MI papá, ¿entendés? Porque él se jugó por vos para que dejés el sanatorio de mierda de tu amigo y vayás a trabajar al centro. Porque no sé si te acordás quién te salió de garantía del préstamo cuando eras un muerto de hambre y querías terminar tus estudios. Y claro, ahora el señor no puede dignarse a traer un Tiramisú del centro porque es un PRO-FE-SIO-NAL. ¡Por que no te dejás de joder un poco y hacé algo bien! ¡Negro de mierda!”
El zumbido cambió de frecuencia.
Todo se puso rojo.
Fueron ciento catorce puñaladas.
Los sentidos le advirtieron.
El olfato le recordó el olor agrio del gasoil y la transpiración cuando peleaba por un dinero y saldar el préstamo que le consiguió su suegro con un usurero conocido suyo.
El gusto se le volvió amargo como el sabor de haber tenido en sus manos un niño de tres años con un cuadro infeccioso avanzado y lesiones provenientes de un tremendo castigo agravado por falta de nutrición.
El tacto desapareció, la fiebre le quitó toda sensibilidad a la piel como si esta fuera una cubierta plástica que revestía los órganos.
El oído emitió un agudo zumbido como las bombas al caer en la segunda guerra.
La vista tiñó todo de rojo.
En cada puñalada recordaba el abandono de su padre, el alcoholismo de su madre, los desprecios de sus compañeros de facultad, los horribles curriculums rotos e incompletos, las miradas y falsas promesas de crecimiento laboral, los constantes cambios de domicilio ocultando su verdadero origen, la insolencia del poder, el agobio perpetuo de su mujer. Esa lista fue enumerada mental e inconscientemente como una máquina de escribir de una sola tecla.
Él había estudiado mucho, noche y día para que nunca más nadie le diga “negro de mierda”.
Las rejas fueron la libertad condicional.
Su vida, una prisión.
La ira, el camino de regreso.
El cuchillo de cocina, la llave.
Un día dijo basta y cruzó la puerta.

BEA ARTEENCUERO

En la incertidumbre de no saber dónde estoy y dónde voy.
Hay cicatrices que el tiempo no borra, ya no quiero viajar al pasado, no quiero sepultar mis recuerdos en el silencio, porque van de mi mano dónde vaya.
Cuándo un pensamiento oscuro me domina, es como sentir una frecuencia negativa y mueren las palabras porqué no tienen sentido.
Mis pasos perdidos van por el mundo buscando el camino y escucho los latidos de mi corazón, la voz de mi dolor que solo regresa para llenar el vacío que deja.
Quiero dejar atrás las nubes de tormenta.
Hay un momento para todo,
a veces el pasado tiende a quedarse, cuando los cerrojos están por dentro
es difícil destrabar el alma.
Todos vivimos dos vidas, una para aprender y otra para vivir.
Cada órgano de mi cuerpo es el refugio destinado para cada emoción.
Es pararme en el hombro de un gigante a mirar al mundo, y no poder llegar;
Solo puedo pensar en un comienzo después del fin, no quiero ser instante porque el infinito está en mí.
Siento que puedo caminar sobre el agua, aprender a volar sin tener alas.
Hoy decido callar mi interior..
Nunca escuche tanto silencio!!!!

MARÍA JOSÉ AMOR

Era un día de mucho calor. Tenía que ir a la Facultad a las cuatro de la tarde para, con mis compañeros, “cantar” y poner las notas definitivas a los alumnos.
Y todo a mi alrededor era ruido y nervios: antes de subir a casa, hacer cola en el “súper” esperando que acabara la cháchara de la cajera con la señora de turno que le enseñaba la foto de su primer nieto, sin hacer el menor caso de las voces de impaciencia de la gente. El ruido y el calor, no solo por fuera, sino por dentro, comenzaron a invadirme.
Una vez superado el trance, esperar que subiera en el ascensor la señora del segundo que iba en silla de ruedas.
Miraba el reloj: menos mal que solo tendría que añadir los “tropezones” al gazpacho que habría hecho ya Cándida.
Abrí la puerta de entrada a casa y la primera escena con la que topé fue la de Cándida, dispuesta ya a marchar pero desesperada porque una ventana se había desencajado y no se podía cerrar y como había estado rato y rato intentándola poner bien, se le pasó el tiempo y no había podido hacer el gazpacho, “perdone”, me dijo saliendo ya.
Y yo ante la alternativa: o improvisaba algo o no habría comida.
Se oyeron subsiguientes golpes de la puerta de la calle, indicando la llegada los correspondientes y sucesivos comensales: marido e hijos con hambre atroz, o sea, más prisa aún. Y mientras, el tiempo iba avanzando.
Aunque ellos hablaban, sus voces quedaban apagadas por el “bum, bum bum” que sonaba en mi cerebro.
No me preguntéis qué sucedió luego porque tengo amnesia respecto al resto.
Solo recuerdo que me vi metida en el coche conduciendo hacia mi destino cuando de repente, me vi frente a la puerta de un Monasterio: ¡el Monasterio de Pedralbes! Si no freno a tiempo me estampo contra su puerta. Pasado el susto, ya más serena, me vino un pensamiento: “esto es una señal, entra”.
Aparqué allí mismo, en una pequeña plaza arbolada donde quizá por el verdor, daba sensación de fresco y lentamente, sin mirar el reloj, crucé la puerta.
Las pareces graníticas con sus bóvedas puntiagudas emanaban frescor y con esa sensación comencé a relajarme.
Tras mí y entre celosías, se escuchaba el cántico suave de las monjas ensayando. Me senté, Perdí la noción del tiempo. Pero cuando finalmente me fui mii interior en mi interior solo escuchaba silencio.

 

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20 comentarios en «Silencio II – Miniconcurso de relatos»

  1. Mi voto es para Eduardo Jara Valenzuela
    Pedro Antonio López Cruz
    Bea Arteencuero
    Graciela Pellazza.
    Lo siento mucho, me gustaría votar por todos. Hay mucho talento en este grupo.

    Responder
  2. ¡Qué difícil decidirse para votar!
    Enhorabuena a todos.
    Mis votos:
    SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ
    JOSE ARMANDO BARCELONA
    CORONADO SMITH
    PAQUITA ESCOBERO

    Responder
  3. Muy complicado. He separado narrativa y poemas. Y lo máximo permitido es 4, más complicado.
    En poesía:
    Ana del Álamo
    Raquel López
    En narrativa:
    José Arnando Barcelona.
    Luis Gares

    Y senalaría más. Gracias por vuestras letras.

    Responder

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