Chispa – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «chispa». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 23 de noviembre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Eran las tres y treinta y tres minutos de la madrugada, y Chispa, una perrita vagabunda buscaba en un contenedor algo para llevarse a su mugrienta boca.
Tenía frío y la tristeza le había penetrado, el alma. Era imposible padecer más dolor del que nuestra pobre canina había padecido a lo largo de su corta pero intensa vida.
Para empezar a vislumbrar el cómo y el porqué de su situación tendríamos que remontarnos a su origen.
Chispa provenía de una familia rica pero la última camada de su mamá, tan inesperada como magnánima(otros siete hermanos; tres machos y cuatro hembras; cinco contando a nuestra protagonista). Era la cuarta y última camada. Si juntamos todas las camadas se podría decir que Chispa provenía de una familia amplia, muy amplia.
Sus treinta y tres hermanos, quince machos y dieciséis hembras; le hicieron la vida imposible…
Chispa cansada de tanto daño que le afligían sus propios hermanos decidió marcharse de casa, pese a tener todas sus necesidades cubiertas. Lo peor fue que nadie se lo impidió…
Tras encontrar un bocadillo medio mordido y decorarlo a la velocidad de la luz decidió dormir un rato entre sus cartones que le servían para protegerse de las inclemencias meteorológicas.
Mateo, un hombre fornido y sobre todo con un corazón que no le cabía en el pecho , era amante de los animales, especialmente de los canes, tenía un halo especial con ellos, en el barrio decían que era un hombre muy raro…
Rescató a Chipa y se la llevó a su casa, poco a poco las cicatrices internas de la criatura fueron sanando gracias a los cuidados de su amigo. No era su dueño y mucho menos su amo, Mateo le había dejado desde el principio a Chispa que ella era un espíritu libre y libre ,debía sentirse.
A ambos les gustaba aullar juntos a la luna llena para curar su pena. La licantropía era el gran secreto que ambos llevarían a sus sepulcros.
Sí, ¡Mateo era un hombre lobo!
Para Chispa resultó ser su redentor.
Fin.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

La fiesta traía la noche y la noche con el castillo de fuegos artificiales llenaba el cielo de «Chispas»
Recuerdo aquellos días de mi niñez y las fiestas de mediado de agosto en el pueblo como algo mágico.
En esos días la gente llenaba su corazón y su casa con familiares y amigos en un gozo de campanas…
Pero volviendo a la palabra Chispa.
En el último momento de la fiesta «La corda» tenía que estañar. La gente de mi calle sobre todo los mayores y chicos corríamos a las cuatro esquinas con el fin de ocupar un buen sitio para disfrutar del espectáculo del cielo.
Fum,Fum,Fum,. En la oscuridad los cohetes subían al negro de la inmensidad, explotando con ensordecedor ruido. Por último las palmeras esclataban con miles de chispas coloridas.
Mi imaginación de niña se alzaba como globo volador hacia ellas, luego con mis manos cogía cantidad de chispas y me las guardaba en los bolsillos de mi bata.
A lo largo de mi vida aquel vivir de sueño de vez en cuando viene a mi mente, aún más diré que en algún momento de baja estima meto la mano en algún bolsillo de mis batas y hallo alguna»Chispa»de ilusión que alegra mi alma…

ANTONICUS EFE

Jota Ese Monroe repartió las últimas instrucciones, tenía que salir perfecto. Atentamente, a su alrededor, estaban escuchando Sierra Sá, una periodista guineana afincada en Leganés, Chabeli Ta, una escritora filipina afincada en Cartagena y Tris Tonina, una empresaria y colaboradora radiofónica afincada en… afincada. Jota Ese Monroe era un director, realizador y escritor, procedente de Nueva Caledonia, con lo cual se producía un cóctel multicultural bastante interesante y además también estaría El Trovador Deslenguado, españó de pura cepa con sus nueve apellidos y todo, pero que era la guinda perfecta para el cóctel.
-Empezamos en 3, 2, 1, ya – aviso Jota Ese.
-Hola, hola, hola querido público y similares, soy Sierrra Sá, como todos los lunes en Tele Jauss y esto es Recite usté que recitando rima con cantando, su programa favorito.
-Dentro cabecera – avisa Jota Ese por interno, para que empiece a sonar la introducción de Para el carro Mari Pili (Coronado Smith), a modo de sintonía.
-Buenas noches ¿Qué tal estáis Chabeli, Tris?
– Buinass nochess, fenomenal – responde Tris
– Buenas noches, a tope con el chope – Chabeli Ta, siempre es así de espontánea.
-Bueno, el tema de hoy como bien sabéis es CHISPA, salido del brillante cerebro de Tris y como siempre tenemos a cuatro participantes que competirán entre sí y al final un invitado sorpresa que nos deleitará con un genialidad de las suyas. Hoy el reto es rimar en estrofa redondilla, es decir una estrofa de cuatro versos octosílabos con rima a, b, b, a, aunque seguro que lo telespectadores fieles ya sabéis lo que es una redondilla, no está de más recordarlo. ¡Dentro cabecera y que empiece a rular la lírica!
N.º 1 – Cuando te pique una avispa
date con vinagre y barro
vale igual para el catarro
y para encender la chispa.
-Bravo, bravísimo una rima para nada rebuscada con una cadencia no apta para quienes tengan frenillo – comenta Sierra.
-Yo opino igual, pero además veo un componente aséptico – añade Tris.
– No quiero ser la mala, pero date suena un poco poligonero, pero el resto bien – sentencia Chabeli.
N.º 2 – La vida posee aristas
que deshinchan el balón
si se clavan con ardor
se difumina la chispa.
– A mí la intención me ha gustado, pero no sé, yo no entiendo mucho de poesía, pero hay algo ahí que no se yo que decir – empieza diciendo Sierra.
-Yo veo una doble intención dividida – opina Tris
-Otra vez me toca hacer de mala, balón y ardor es rima asonante, al igual que chispa y aristas, por lo tanto no es una redondilla, lo siento porque a mí si que me ha gustado la intención intrínseca y subyacente de los versos – concluye Chabeli
N.º 3 – Tengo una niña que crispa
molestando a los panales
les echa agua de solares
y juega con una avispa.
-¡Perfecto! Un fiel reflejo de como la inocencia infantil saca de quicio a los adultos estirados- dice Sierra.
-Buiiinooo eso me toca de lleno, magnífico -comenta Tris
– Pues yo quisiese ser la mala, pero no puedo, una gran alegoría sobre las reacciones humanas- añade Chabeli.
N.º 4 – Si nombrasen una obispa
creo que iría mejor,
ganaríamos fervor;
la misa tendría chispa.
-¡Bestial! Una crítica velada al sistema eclesiástico, con un ritmo trepidante -comenta Sierra
-¡Sublime, por fin alguien crítica la invisibilidad de la mujer en la religión! – espeta Tris
– A mí me ha gustado mucho la mezcla rima llana-rima aguda, creo que todavía lo hace más reivindicativo.
-Como siempre queridos espectadores, antes de deliberar y dar el veredicto, recibimos al artista invitado que hoy no es otro que el gran ¡Trovador Deslenguado!, ¡Adelante Trovador!
– Hola, hola, hola, como mola estar aquí, buenas noches a todas y a alguno también.
-¿Qué nos traes hoy?
-Un poema de mi cosecha de una belleza casi espiritual que se queda en espirituosa.
Existía un Trovador,
se llamaba, Coronado
de poema era agraciado;
su estrofa daba vigor.
-¿Pero dónde está la chispa, en ese poema falta? – comenta Sierra de repente.
-Aquí está la chispa – responde el Trovador sacando un frasco de perfume de un bolsillo – CHISPA FOR MEN, el perfume que te hará irresistible – al tiempo que se empieza a rociar con él –
. ¡Corteeen!, cojonudo el final – exclama Jota Ese – ¿Qué es esto?, ¡Corteeen he dicho! ¡Corre Trovador. Corre, que acaban contigo!
– ¡Raudo y veloz Jota Ese, raudo y veloz! Pues si que es eficaz el perfume, pero con tantas no puedo, ¡Socorrooo!

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

Un chaval con chispa
― ¡¡¡Niñoooo, un botellín, que estoy seco!!!
―Ya voy, papa, en Manolo’s Corner los tienen muy fresquitos.
―Que sea media docena.
* * * * * * * *
―Manolo, ponme seis botellines para el papa.
―Nueve euros del ala.
―Me falta un céntimo.
―Pues roba un banco. A tu padre no le fío, que luego nunca paga.
―Pero, no tengo pistola.
―Yo te ayudo. Mira, ese tipo vestido de negro, con sombrero negro y corbata blanca de las finas, es el mayor traficante de armas del país. Él te la puede proporcionar a buen precio.
―Vaaaaaaale. Señor, por favor, quiero una pistola para robar un banco y comprar botellines.
―Cómo no, mocoso. Esta es la más pequeña del mercado. Te la puedo dejar en quinientos euros.
―Como estos. Aquí tiene los quinientos machacantes.
―Trato hecho. Te recomiendo el banco de Lisboa. A estas horas están todos los empleados haciéndose injertos de pelo en la clínica de Cristiano Ronaldo.
* * * * * * * *
―Señor vigilante, que yo venía a robar el banco para comprar unos botellines en Manolo’s Corner pero, con todos los empleados aquí, no me van a dejar. ¿Cuándo se van a lo de ponerse pelo, que no tengo todo el día?
―Pues, vas a tener que esperar, muchacho, a Cristiano Ronaldo se le ha roto una uña y ha entrado en bucle, en la clínica han declarado tres días de luto oficial.
―Qué contrariedad, por un céntimo mi padre se va a quedar sin botellines y se pone de una leche cuando le falta el alpisteeee…
― ¿De cuántos botellines hablamos?
―De seis.
―Pues cómprale cinco y quédate con las vueltas, por las molestias.
―Qué buena idea, nunca se me habría ocurrido. Entonces, ¿vuelvo el jueves para robar el banco?
―Me la bufa, me jubilo el miércoles…
* * * * * * * *
―Manolo, Cristiano está depre y no he podido culminar el atraco, pero tengo la solución al problema del céntimo. Me llevo cinco botellines.
―Nueve euros del ala.
―Pero, si eso era por seis.
―Es la promoción de hoy, cinco botellines, nueve euros, seis botellines, nueve euros, siete botellines, dieciocho euros.
―Pues tendré que llevarme solo cuatro, verás qué cabreo se va a coger el papa.
―Vale. Nueve euros del ala. Es la tarifa mínima de esta santa casa. Así, coloco seis por el precio de uno, los clientes me los quitan de las manos.
―Pa no…
―Hala, chaval, pírate ya, que tengo mucho tajo.
― ¡¡¡Albricias, me he iluminao!!! Arriba las manos, esto es un atraco.
―No me mates, por favor, que tengo mujer, hijos y una iguana que mantener.
―Dame toda la recaudación o te meto seis balazos en el unicejo, uno por cada botellín.
―Tranquilo, chico, aquí tienes, nueve euros del ala, es que el único cliente de hoy ha sido el mafioso.
―Genial. Te los cambio por los seis botellines.
―Te falta un céntimo.
― ¿Ein?
―Acaban de subir los precios, que la cosa está mu mala.
¡¡¡Boom boom boom!!!
―Hala, a tomar por saco.
― ¿Qué, chaval, mola o no mola la pipa que te he vendido?
―Niquelá.
* * * * * * * *
―Ya estoy aquí con el cargamento, seis botellines, seis.
―Has tardado tanto, que del ansia se me ha puesto mal cuerpo, devuélvelos si quieres.
¡¡¡Boom boom boom!!!
―Que los devuelva, ¿no te digo la ocurrencia?

DAVID MERLÁN CASTRO

AMISTAD INTERGENERACIONAL
En un apacible parque, el bullicio de los niños jugando se entremezcla con el murmullo de las hojas. Entre risas y carreras, un niño no atrapa una pelota lanzada por su amigo de juegos y está, sale botando y rodando hacia un banco ocupado por madres, padres y abuelos.
El niño sale disparado a la caza de su pelota y ve como está acaba encajada en la parte inferior del banco donde una anciana, con mirada serena, observa la escena mientras alimenta a tres gorriones con trocitos de galleta.
En el instante en que el niño se acercaba al banco, la anciana dejó de alimentar a los pajarillos que huyeron asustados por la llegada de la pelota y se agachó y la desencajó para dársela.
—Es mia—dijo el pequeño intentando arrebatársela de malos modos de las manos.
En ese instante, la voz de su hijo llamó la atención de su madre y está se giró en su dirección. Viendo que la cosa no iba a más, no dijo palabra, y se dedicó a observar en silencio mientras seguía de conversación con el resto de padres y madres.
—Tranquilo hijo, no pretendo quedármela—. mientras se la mostra.
—¡Damela, es mia!— insistió el niño intentando sin éxito quitársela de las manos y pidiendo ayuda con la mirada a su madre, que esta, antes de reaccionar, sopesó lo que decir.
—Oye jovencito, hay que pedir las cosas con educación— contestó intentando educar a aquel niño extraño.
—La señora tiene razón. Te he dicho mil veces que hay que pedir las cosas con educación. Pidesela bien.
La anciana reaccionó con satisfacción al ver la actitud sensata de la madre y decidió aprovechar el momento mientras le dedicaba una cálida sonrisa de gratitud.
—Te la devuelvo si cuando acabes de jugar al balón con tu amigo, dejas que te cuente una historia.
—¡Mamaaaa!
—A mi no me mires. Lo que diga la señora —contesto ella sonriéndoles.
—¡Vale, pero dame la pelota!
La señora no hizo rabiar más al niño y le dió el balón.
Cinco minutos más tarde el niño se acercó a su madre, con la pelota debajo del sobaco y todo sudado y congestionado.
—¿Ya no juegas más?
—No, Juan y su padre ya se han ido.
—Pues ahora tendrás que cumplir tu palabra con la señora, ¿No?
La señora esbozó una sonrisa. El niño, ante el gesto serío de su madre no le quedó más remedio que aceptar a regañadientes.
—Solo será un momento, se lo agradezco.
—No se preocupe, no tenemos prisa— respondió ella.
—Mira, ven aquí. ¿Te gustaría escuchar una historia, joven explorador?» —preguntó la anciana.
Intrigado, el niño por las palabras de la anciana al referirse a él como «explorador», asintió en silencio.
La anciana comenzó a relatar una historia tras otra de tiempos pasados, aventuras que parecían surgir de un libro de cuentos. El niño, cada vez más entregado, dejó volar su imaginación y se sentó a su lado sin importarle ya a esas alturas, lo que pasara a su alrededor. Incluso, a las preguntas de la señora, él se dejaba llevar e incluso compartía sus propias peripecias y sueños con ella.
Con el sol descendiendo en el horizonte, la charla se transformó en risas compartidas y confidencias.
Media hora después, la madre interrumpió la conversación indicando que era hora de irse a cenar.
—Venga, hijo, despídete de la señora. —al tiempo que la miraba con cariño y agradecida por lo que acababa de hacer por su hijo.
—¿Mañana volvemos, mamá?
—Si, si, mañana volvemos, ¿De acuerdo? Venga. Ahora despidete de la señora.
—¡Vale! ¡Guay! Adiós—respidió él agitando su mano mientras la anciana la imitaba agitando igualmente la suya.
—Bueno, pues gracias, de verdad. Me llamó Raquel ¿y usted?—dijo la madre del niño estirando la mano, momento en que la anciana, levantándose del banco, se acercaba y le plantaba dos besos.
—Me llamo Amparo, pero puede llamarme Amparito.
—Gracias de nuevo. No tenía porque hacerlo.
—Gracias a usted por su comprensión y sobre todo por su reacción de antes.
—No hay de que. Bueno pues, ¿mañana nos vemos?
—Si, si, aquí estaré. Nos ha quedado una aventura a medias, ¿Verdad hijo? —mientras le guiñaba un ojo al niño.
—Si, si. Mañana me acaba de contar la historia de ese gorila.
— Por supuesto.
—Bueno pues hasta mañana.
—Adios, adiós.
Al día siguiente, nada más llegar al parque y ver a la anciana sentada en el banco, se soltó de la mano de su madre y salió corriendo para sentarse a su lado. La anciana le frotó ligeramente la cabeza con la mano ante la atenta mirada de su madre mientras se acercaba pensando que la chispa de la complicidad había prendido en sus corazones y que crecía entre ellos, iluminando el parque con una conexión especial que desafía el tiempo y las décadas que les separaban. Los otros padres observan con calidez la escena, recordando la importancia de estas conexiones intergeneracionales.
—La amistad no tiene edad, ¿verdad?» —le dijo otra madre cuando Raquel llegó a su altura disfrutando de la escena de su hijo con Amparo.
—¿Vienes a jugar con nosotros?—le gritó desde lejos un niño haciéndole gestos.
—Ahora voy—contesto este sin mucha convicción.
La tarde fue pasando y el niño se olvidó por momentos que, su «misión» era jugar al fútbol. La charla con la anciana se convirtió en un tesoro de recuerdos compartidos. A medida que el sol se ocultaba y las luces del parque se iban encendiendo, el niño y su madre dieron por finalizada otra tarde de confidencias, esta vez, con un cálido abrazo.
La chispa de la amistad había prendido definitivamente entre ellos y desde ese día entendieron que la magia de la conexión humana puede florecer en cualquier etapa de la vida.
Incluso a pesar de las décadas que los separaban, se dieron cuenta que desde entonces, las historias que estaban por venir y compartir, estarían llenas de complicidad y repletas de fascinación por el mundo que les rodeaba y…que sin duda, les rodearía en el futuro.

BENEDICTO PALACIOS

A mi tío Fermín le llamó don Ambrosio por medio de este mensaje de teléfono. «Ven y explícame cómo es que ese negocio no produce más. Vendes lo mismo o menos que el año pasado.» Y colgó. Tenía mi tío una tienda de ultramarinos y le surtía de artículos don Ambrosio que era dueño de un almacén en Madrid. Soportó muy cabreado el aviso, se puso un lápiz en la oreja, repasó las cuentas y comprobó que el dinero no era de goma, que cumplía con el almacenista, aunque a veces retrasaba el pago. Tendría que explicarle la demora.
Metió en una maleta de mimbre lo necesario para un par de días en Madrid y se dirigió a la estación del ferrocarril. Caminaba por la acera rebotado por lo que consideraba una pérdida de tiempo. Lloviznaba y era buena la temperatura, pero él iba echando chispas. Don Gregorio era de los ricachones que querían ver el dinero en el cajón, tocarlo y contarlo, y que se reprodujera al ritmo de una madriguera de conejos. Mi tío Fermín deseaba lo mismo, pero atrasaba en lograrlo porque los cheques al portador y letras de cambio, más los apuntes en la libreta de «apúntame, ya pagaré» tardaban días y semanas sin convertirse en moneda de curso legal. Así era su negocio y así funcionaba.
El tren avanzaba sin prisas y no era para menos porque las vías llevaban decenios sin mejorarse y las máquinas de vapor seguían echando humo a bocanadas. «Las líneas que siguen los raíles serán paralelas, pero no rectas,» apuntaba mi tío.
—¿Cómo que no?— Y le expliqué mostrándole un dibujo.
—Me vale el dibujo, pero las de los raíles no siempre son así. ¿Te has fijado alguna vez cómo rechinan las ruedas de la máquina, enrojecen y saltan chispas cuando la línea es curva?
Tenía razón. Las viejas líneas del ferrocarril se enterraban en un túnel solo cuando era imposible bordear una montaña. Y eso explicaba por qué los viajes a la capital se hacían eternos. El que acaba de realizar mi tío era un ejemplo.
Subió a la oficina con la seguridad de que los resultados le favorecían, pero don Ambrosio era un hueso al que ni un perro hambriento metería el diente. Le presentó los resultados.
—Pero en el banco no aparecen y la cantidad total es menor que la del año pasado.
—¡Hombre! La contabilidad que realiza el banco no tiene que coincidir con la suya.
—¿Cómo que no?
—No, porque los bancos funcionan de otro modo, prestando dinero por ejemplo. Y si sigue con su contabilidad y escondiendo el dinero en el cajón, cualquier día tendrá usted que prestárselo.
Pegó un puñetazo en la mesa y le mandó abandonar la oficina. Salió de allí mi tío echando chispas.
Se vino de vuelta en autobús. Antes de llegar a la estación final, entró el conductor fuerte en una rotonda, las ruedas chillaron y hubo que sujetarse al asiento. Con el frenazo que dio no salieron chispas, pero mi tío rechinó los dientes.
Benedicto Palacios

MARÍA OGRAL

CHISPA:Dícese de la descarga luminosa entre dos cuerpos cargados con muy diferente potencial eléctrico.
Esa noche tras la cena de empresa saltaron más que chispas. Quemaron ropa,arrasaron cuerpos,tuvieron orgasmos que provocaron incendios.
Se abrieron bocas que no pudieron apagar con besos.
Comenzó sin querer una mañana de septiembre. Aún hacía mucho calor en la tienda. Al bajar las cajas de libros, ella tropezó por la escalera. Él quiso sujetarla con fuerza y ambos cayeron estrepitosamente al suelo. Uno sobre el otro. Era la primera vez que estaban tan cerca y que sus ojos se encontraban a tan corta distancia.
Entre disculpas, agradecimientos, vergüenzas y quejidos se levantaron ayudándose. Para romper el hielo estallaron en risas y se invitaron al primer café.
Fue precisamente ese infortunado accidente lo que hizo que comenzaran a hablar, conocerse, buscarse, gustarse y desearse cada día, secretamente, en silencio.
Y llegó esa noche de diciembre.
Las primeras cervezas animaron el ambiente, siguieron copas de vino acompañando la copiosa cena, fortuitos brindis con cava y barra libre de copas.
Un cóctel explosivo que embraveció aún más su deseo y desató la lujuria.
En la fila del estrecho baño volvieron a rozarse,esta vez buscándose.
La cordura se hundió entre los chupitos y ella lo empujó hasta el último baño.
Allí comenzó todo. Chispas desatadas entre baldosas sucias. Chispas arrolladoras empotrando fuertemente contra esa puerta llena de teléfonos inventados,mensajes de mejores amigas y corazones uniendo nombres.
Chispas atronadoras entre gemidos incapaces de silenciarse. Chispas salpicando sudor y saliva a raudales.
Chispas incandescentes encendidas en el deseo imparable de fundirse,de enredarse,de vaciarse.
Chispas que nada detuvo.
Que nadie se encargó de apagar.
Chispas que destrozaron mundos.
Chispas que arrasaron familias.
Chispas que deshabitaron hogares,que enfriaron camas,que cerraron cuentos.
Chispas que descontroladas, asolaron vidas.
Chispas que aplastaron sueños. Destruyeron recuerdos y borraron encuentros.
Chispas que ardieron en su mismo fuego.
Que arruinaron bosques aún por plantar.
Chispas que saquearon la confianza,el amor y la lealtad.
Chispas que ya son cenizas.
Momentos para olvidar.
Chispas que apaga ahora el tiempo, la arena y el mar.

RAQUEL LÓPEZ

Antón quería encontrar de nuevo la chispa de la vida, a sus 86 años recién cumplidos necesitaba la compañía de una mujer.
Viudo desde hacía ya cinco años, su día a día era tan monótono que ya perdió la ilusión por todo.
Para él, la vida se apagó desde el momento que Adela falleció y después de los años, quería huir del hastío que propiciaba la rutina y la soledad.
Era poco amigo de salir y conocer gente de su edad, a los que Antón criticaba porque iban a un centro de mayores a bailar y olvidaron pronto a sus esposas fallecidas. Pero cuando una vida se va, hay que seguir caminando porque jamás recuperarás lo perdido, tan solo se quedará el recuerdo en tu corazón. Y él, podía estar orgulloso porque todo lo que pudo ofrecerle, a su querida Adela, se lo ofreció en vida, amándola hasta el final de sus días.
Un día ataviado con traje y corbata, tomó la decisión de ir al centro de mayores. No imaginaba el ambiente de alegría, risas y confidencias que había entre ellos.
Y allí, observó a una mujer sentada en una silla, algo mayor que Antón, pero tan dulce y tan llena de vida que de nuevo la chispa se volvió a encender. La tendió la mano educadamente invitándola a bailar y Alicia con una sonrisa pícara asintió con la cabeza de manera afirmativa.
Desde entonces la ilusión revivió en ambos y juntos despertaron nuevamente, la chispa de la vida…

PEDRO PARRINA

LA CHISPA DE UN ESCRITOR
GESTAR UN POEMA, UN RELATO, UN CUENTO…
No quiero ser poeta, padezco miedo escénico, pánico diría…
Cuando he de recitar uno de mis poemas, en realidad, cualquier texto, me tirita la voz, me tiembla todo el cuerpo; me entran ganas de llorar; me siento morir, y a la vez es como empezar a vivir de nuevo; como aprender a hablar, y no acierto sino a balbucear.
No consigo descubrir o saber por qué, tal vez sea porque ante un poema me vibran las piernas, no puedo correr, ni huir, siento que voy a perder, que me estoy perdiendo, y siempre pierdo.
“Búscate algo de lo que poder vivir decentemente, que te dé de comer”-Me decían mis padres- “No seas ingenuo”.
Vosotros, lectores, no podéis imaginar lo que supone gestar un poema, es como una violación de tus adentros, de alguien o algo que desconoces y sentir que vive en ti y escucharlo latir, dándote patadas constantemente, y tener, obligatoriamente, que expulsarlo, que recitarlo para que viví fuera de ti, que salga de tu cuerpo.
Es como parir, -las poetisas quizás lo tengan más fácil pero los poetas…- con todos esos indescriptibles dolores de la dilatación, como dicen las parturientas, y además por la boca, es algo así como vomitar, tan desagradablemente inevitable, y además no hay epidural para ello..
Tampoco podría ser actor, por esto del tiemblo, ¡ojalá no sintiera miedo!, terror diría, creo que es inseguridad producida por la misma poesía, por esos textos. Y es que me hacen vibrar, me dejan desvalido, huérfano de hijos, me remueven las emociones, las tripas, los sentimientos, me descuartizan en trocitos; en unos instantes efímeros, casi eternos, llenos de vacío, me exponen en una vitrina de cristal, como si fueran carniceros, y entonces solo soy carne, vísceras, carne expuesta para consumo de carnívoros que me van devorar, sin sentimiento…
Así me siento ante ustedes, escuchantes, lectores…, indefenso.
No, ya no soy yo, solo soy un loco ante el que no me reconozco y al que no me quiero enfrentar más. Dejadme, dejadme marchar, deseo descansar, huir, ocultarme…, tal vez morir una vez más.
Y es que gestar, a mí me resulta, tanto por exceso de indiferencia como por defecto, indigesto, y no lo puedo evitar. Solo quiero parir pero; soy hombre y no puedo.
No quiero recitar, no quiero hablar en voz alta y temblorosa, ni que me abran en canal; contar mis intimidades, mis verdades a un público incierto que me podría dañar. ¡Qué dirán de mi!, no quiero ni pensarlo, ¡Que estoy hambriento!, Si, eso, estoy hambriento… de paz. ¡Qué locura, esta lucha contra mí mismo! ¿Quién puede vencer, quién puede perder sino yo?, eso, eso es, me produce angustia inseguridad, ya no quiero ser escritor, ni cuentista, ni poeta, ni relator…
Me gustaría poder decirles a ustedes y también a mis padres aunque hayan muerto, para se sintiesen, y os sintáis orgullosos de mí, deciros, decirles: «Cuando sea mayor quiero ser arquitexto».
Y vivir muriendo y sentir qué es morir y seguir viviendo, y renacer y volver a morir de nuevo y de nuevo sentir lo embarazoso que es dar vida a una poesía, a un relato o a un cuento, porque eso que se siente: vivir muchas vidas, un vivir y morir intenso, un sinvivir constante y un renacer a veces; eso solamente lo podemos hacer los escritores y escritoras, poetisas y poetas…, tanto vivos como muertos.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

DÉCIMAS DE SEGUNDO
La madrugada rozaba las tres de la mañana cuando se encontraron. Frente a frente, de forma inesperada para él, pero totalmente meditada y previsible para ella, una vez hubo tomado la decisión tanto tiempo esperada. A ojos de cualquiera, aquella podría haber sido una escena digna de Casablanca, una despedida rebosante de amor a la altura de los mejores clásicos del género. Pero, aunque ciertamente se trataba de un adiós, el último y definitivo, resultó mucho más frío y amargo de lo previsto.
Fue al girar la esquina cuando la descubrió, esperándole junto a una enorme maleta. La misma que había hecho tantas veces de manera apresurada y con la que siempre acababa volviendo poco tiempo después, una y otra vez, cuando al arrepentimiento y las dudas la volvían a asaltar. Sin embargo, aquella noche era diferente. Se había vuelto impermeable ante el más mínimo resquicio de incertidumbre. El plan estaba preparado a conciencia, lo tenía todo medido y calculado. Mientras él quemaba la noche y su vida ahogado en el alcohol, ella pasó esas últimas horas doblando en silencio cada una de sus prendas y recogiendo sus enseres personales más básicos, al tiempo que se lamía las heridas una vez más y trataba de remendar cada una de las cicatrices que el transcurso de los años le había dejado grabadas por dentro.
Llegado el momento, soltó la maleta en el descansillo y entró en la cocina para terminar lo que quedaba pendiente. Justo una hora antes de que él llegara. Solía ser muy estricto y puntual en sus horarios. Uno de tantos detalles obsesivamente repetitivos que habían marcado la vida de ambos.
Ya en la calle, aguardó pacientemente. La noche estaba fría. Podía haberse ido sin más, pero decidió esperarle. Quería verlo por última vez. A la hora prevista, sus miradas se cruzaron como ya nunca lo volverían a hacer. Él ya presentía que aquel momento llegaría por lo que, a diferencia de todas las anteriores, esta vez no hizo nada. Se limitó a permanecer contemplándola un instante, a cierta distancia, sin saber qué decir. El alcohol le impedía comprender en toda su plenitud la importancia de aquel instante, pero de alguna forma lo sabía. Intuía que aquel era el principio de un después.
Mientras tanto, sobre el ventanal de la planta superior se perfilaba la inquietante silueta de la muerte. La dama negra le observaba. Inmóvil, sigilosa y paciente. Aguardando el momento que estaba por llegar.
Asumiendo la situación, dio media vuelta y subió las escaleras, tambaleándose. Ebrio y ajeno a la realidad, no reparó en el intenso y reconocible olor que se había extendido por toda la cocina. Podría haberse dado cuenta fácilmente, pero en esos momentos su mente se hallaba nublada y sus sentidos atrofiados.
Lentamente se sentó, de forma mecánica, junto a la mesa de la cocina. Cansado de vivir, hundió las dos manos en su pelo. Dos hilos de lágrimas brotaron de sus ojos. Segundos después, como solía hacer habitualmente, procedió a encender, tembloroso, él que sería su último cigarrillo.
La chispa brilló durante escasas décimas de segundo. Para entonces, ella ya estaba cerca de la estación.

SERGIO TELLEZ GONZÁLEZ

INVASORES
Una chispa continua de luz atravesó la noche estrellada a una velocidad asombrosa, el ruido adicional producido segundos después nunca se había escuchado en aquel poblado.
El gran!!! Boon!!!, género molestia y admiración en los lugareños. Unos pocos afortunados que departían por fuera de sus casas huyendo aún al bochorno sofocante de aquella noche vieron el haz de luz atravesando el horizonte.
Al otro día se reunieron en pequeños grupos y comentaron entre maravillados y asustados aquel momento.
Vino a la memoria, el único suceso importante de ese inhóspito poblado, el recuerdo ya lejano de veinte años atrás cuando de forma increíble apareció en el centro del único parque, una enorme boa de diez metros de largo y 100 kilogramos de peso.
La pobre boa fue acusada de la desaparición de un centenar de gallinas, un par de cabras, y cuatro conejos que de manera misteriosa se esfumaron por esa época.
De esta manera el joven Plutarco, junto con su secuaz amigo se cruzaron una mirada cómplice y sonrieron maliciosamente.
La boa fue sacrificada a punta de machetazos, se buscó en sus entrañas, pero no aparecieron restos de las gallinas, cabras y conejos; pero si encontraron casi intacto un pequeño becerro, cría nacida el día anterior de la única vaca de Doña Casilda y que atribuyó su perdida a los perros del viejo Pancracio.
Luego del sacrificio, la boa fue recompuesta nuevamente por orden del alcalde. Después de todo, tener semejante monstruo en el centro del parque era motivo de orgullo; por fin los habitantes de «Pueblo Nuevo» serían reconocidos.
Diofante, hijo del alcalde y única persona que hasta ese momento había pisado el aula de clase de una universidad informo sobre la posibilidad de certificar la boa como la más grande y pesada del mundo, solo tendrían que viajar a la capital y buscar la persona encargada para tal fin por parte de «Los Guiness Récord», traerla y verificar.
Reunidos los fondos para el viaje con los habitantes del pueblo, Diofante viajo a la capital y al cabo de dos semanas retornó con el certificador. Pero fue tanta la tardanza que al llegar solo encontraron la piel retorcida y seca de la boa, y a 200 lugareños totalmente decepcionados. Seguirían pasando inadvertidos para el resto del mundo.
Luego de recordar aquella vieja historia, retornaron a sus casas, inquietos aún por el ensordecedor ruido de aquella noche.
Al día siguiente la habladuría fue total, se comentaba que la chispa continúa de luz y el ruido ensordecedor no eran de este mundo.
Se habló de varias situaciones insólitas que sucedieron esa misma noche y que duraron por más de una semana.
Las gallinas no pusieron huevos en la madrugada, la desaparición de 25 pollos criollos que el carpintero Godofredo mantenía para navidad, el joven Andelfo de 65 años recién cumplidos murió ipso facto, varios jóvenes notaron que al peinarse se les caía más el cabello que de costumbre.
Se rumoraba que en el poblado vecino, que estaba a 322 leguas de distancia, varias personas quedaron ciegas.
Además, llegaron noticias de la aldea Nueva España, aún más al norte y que estaba abatida por un largo verano, allí se quemaron varias casas de madera atribuidas al «bólido» a su paso.
Los parroquianos empezaron a atribuir todas esas situaciones a una invasión de extraterrestres. Y más aún cuando el bueno de Don Remberto comentó que después de cortar leña en el bosque y regresar más temprano que de costumbre a su hogar, abrió la puerta y observó a «alguien» de piel color durazno escapando por la ventana…
–¡Es un alienígena!, gritó su esposa…
Todas esas versiones se fueron al piso, cuando semanas después una comisión gubernamental arribó para investigar el caso y a informar de las maniobras que se estaban haciendo en la comarca por parte de los nuevos aviones de guerra supersónicos Miraje 5, que superaban en mach 2,2 la barrera del sonido, creando un boom sónico y como consecuencia ese gran ruido.
Nueve meses después Cipriana, esposa del bueno de Remberto parió un hermoso bebé con orejas puntiagudas idénticas a las de un tal «capitán Spock».
Aún hoy los descendientes de Pueblo Nuevo aseguran que los extraterrestres los invadieron aquella fatídica noche.

EMILIANO HEREDIA

CHISQUERO
Hoy, las praderas están cosidas con botones blancos, en las lindes las collejas procesionan en ramilletes y en las riberas del arrollo las romanzas tienen reunion en ramilletes.
Los cardillos como estrellas de mar beben un sol acafetado y las cebolletas están de celebración otoñal con los ajetes silvestres.
Algún milano despistado remueve el cielo circularmente como una cucharilla; los herrerillos forman algarabía con los mirlos y las moñitas de las nieves preceden a los primeros fríos.
Dos figuras se pasean tranquilamente por éste decorado.
El Damián, hombre pasados de los ochenta, enjuto y recto como olmo plateado, pausado como avefría en charca.
Manolín, rapaz avispado como cuco, ágil y silencioso como jineta.
De unos quince, moreno con granos dorados de trigo sembrados en la tez.
Abuelo y nieto están recolectando los frutos que ésta jornada otoñal ofrece.
-Abuelo, ¿Me cuentas algo de cuando estuviste en la guerra?.
-Hijo, la guerra, ¿qué quieres que te cuente de la guerra?, al acaso, ¿no ves ya suficiente guerra en el noticiario?. Escucha, shhh, una coruja
-¡Miajau- miajau-!-una coruja sale revolera de debajo de una jara.
-¡Que bonitas son las jodías, ¿Verdad?
-Si, abuelo, pero porfa, cuéntame algo de cuando estudies en la guerra…
-¡En fin!, la guerra civil fué algo inevitable, unos no querían perder lo poco que habían ganado a costa de sudor, sangre y lágrimas, y otros, alimentados por el rencor, querían recuperar lo que aquellos les habían arrebatado, en nombre de un Dios horrible y de unos derechos adquiridos a lo largo de los siglos.
La chispa que encendió la mecha de la bomba, fué el tiro que le pegaron a un político de derechas, un tal Calvo Sotelo.
Los bandos de una guerra son como avisperos que esperan un palo para agitarlos.
Hijo, en la guerra en la que yo estuve, al igual que muchos, me tuve que unir por cojones al bando por el que combatí, ya que el pueblo, caía del lado republicano, y el de enfrente a los fascistas.
Aunque, hubo los más que se unieron por gusto.
-¿Y que pasó entonces abuelo?
El Damián, rebusca en los bolsillos del chaquetón. Saca una carterilla con tabaco de liar y un librillo, y un viejo chisquero.
-Mira, cógete esas setas de cardo. Mira, la guerra fué como éste cigarrillo que me estoy haciendo, el tabaco es el pueblo, el papelillo que lo envuelve, es «la causa justa», y éste viejo chisquero que primero fué de mi padre, y será tuyo cuando yo falte, el que provoca la chispa para que todo arda.
Pues eso pasó con la guerra. No tanto en las ciudades, pero sí en los pueblos. Casi todo el mundo tenía alguna deuda pendiente con alguien del pueblo, o del de enfrente, ya fuera porque uno quería a la mujer del vecino, y bastaba la chispa de la mentira para quitarse de enmedio al marido, por tierras, que se «apropiaban para la causa».
Si, hijo, la guerra es una consecución de chispazos. En un chispazo, el labriego que cambió apero por fusil, cayó fulminado por fuego enemigo, en un chispazo, un obús te arrebata la casa donde estaban alojados todos tus sueños.
Aunque no todo muerte, mira, cógete esos botones, la chispa de la vida, también aparecía, fugaz y sorpresivamente, como esas setas de cardo, mira, ahí debajo de de esa retama; te decía, que yo he visto a mujeres dar a luz encima de una mesa de amasar en una tahona abandonada, a un soldado que esquiva una bala por un tropiezo afortunado….
En fin hijo, la vida es cómo éste viejo chisquero. Puedes usar su chispa para hacer bien, o mal. Una chispa puede encender un hogar, o destruirlo, quemándolo hasta los cimientos.
Ésta chispa puede encender una vela en la noche, o convertir en noche un día si quemas por ejemplo, éste bosque.
Mira, que rodal de seta de chopo, anda, vamos a cogerlos y para casa.
El Damian y su nieto, se alejan camino abajo hacia el pueblo. Una urraca les saluda.
FIN

BEGO RIVERA

Duele
Cuanto cuento hay a mi alrededor
Hablan y hablan sin compasión
Intentan matarme con munición
Soberbio se proclama vencedor
Puentes tiendo siendo acogedor
Almas tristes pululan sin dirección
Zigzagueando me uno a su legión
Organizados morimos cual perdedor

MP

Una chispa eléctrica
Recuerdo aquella noche de la avería eléctrica a causa de una chispa. Nos habíamos reunido en el pueblo, en casa de mi tío Horacio, un hermano de mi padre. Horacio era un hombre corpulento que había criado una enorme barriga, lucía un gran bigote y cejas pobladas. Todo en él parecía gigante. Según cuenta mi padre, cuando se cumplía el aniversario de la muerte del abuelo, todos nos reuníamos a cenar y contar anécdotas. Una tradición que el abuelo mismo se había encargado de perpetuar por su cumpleaños, pues precisamente durante aquellas celebraciones, había solicitado de manera explícita que tras su muerte se le rindiera homenaje todos los años con una copiosa cena en la que se le recordara. Y así, año tras año, cumplimos su deseo.
Pues bien, aquel año estábamos reunidos y con las copas levantadas para brindar, cuando una chispa provocó un apagón en toda la casa. Enseguida mis tíos y mi padre fueron a comprobar los fusibles. Eran de los antiguos y se habían quemado. El tío Luis, el mayor de todos, repitió hasta la saciedad que ya había predicho él que sucedería, que los plomos eran muy viejos, pero que como nadie le hacía caso pues ahora tendríamos que cenar sin luz.
Las mujeres, más prácticas y menos dramáticas, restaron importancia al asunto: «Cenaremos con velas» dijeron convencidas. Los niños estábamos encantados y nos lo pasábamos bomba, pues en la penumbra, a los mayores se les escapaban algunas de nuestras travesuras bajo la mesa. Los perros se asustaron y tuvimos que calmarlos y dejarles estar cerca para que no ladrasen. Mi padre -que era un bromista- se levantó de la mesa y volvió haciendo el tonto con una sábana por encima, disfrazado de fantasma. Los más pequeños se asustaron y empezaron a llorar. Tuvo que quitarse la sábana frente a ellos para que comprobasen que era él y que todo era una broma.
Y en esas estábamos, todos riendo, cuando unos golpes secos sonaron en la pared. Pensamos que era otra chanza pero no. Alrededor de la mesa no faltaba nadie. Nos miramos sin pestañear, aguantando la respiración. Nuevamente sonaron tres golpes seguidos, esta vez, más fuertes. La tensión era máxima. Mis primos y yo estábamos a punto de gritar y salir corriendo. Pero entonces una voz sonó al fondo de la casa:
−¿Se puede? Es que no hay luz en esta santa casa…
La cabeza de Agapito, el alcalde, asomó entre las llamas de las velas.
−¿Qué? ¿Arreglamos los fusibles? ¿Por qué me miráis todos así? Alguien me ha llamado hace un rato para que viniera a mirar los plomos y aquí estoy…
Entonces nos volvimos a mirar y nos echamos a reír todos a la vez…

EFRAÍN DÍAZ

Dicen que fue una chispa la que encendió el “big bang”, la gran explosión que creó el universo. Igual dicen que fue una chispa la que creó la criatura que para bien o para mal dominaría sobre la tierra.
A mi, fue una chispa la que me trajo hasta aquí junto con seis de mis hermanos y varios de mis sobrinos.
Era el cumpleaños de Felipe, mi hermano mayor. El primogénito. Cumplía cincuenta. Había llegado al medio siglo, o al medio peso y aunque no andaba muy bien de la cabeza, pues tenía sus padecimientos, decidimos hacerle una fiesta. Funcionaba muy bien cuando se medicaba.
Estábamos todos en su casa. Un hermoso chalet de madera que había construido en el campo. Nos reunimos junto a la mesa para cantarle felíz cumpleaños. Compramos un gran bizcocho y le pusimos cincuenta velitas, una por cada año de vida. Le dio trabajo apagarlas todas de un soplón. Requirió de varios. Las bromas de “ya no sopla como antes” no se hicieron esperar.
Felipe se excusó. Fue a verificar la barbacoa. No quería servir filetes sobre cocinados, mucho menos quemados.
De repente comenzamos a sentir un fuerte olor a gasolina. Lo siguió un olor a madera quemada. Uno de mis hermanos se asomó por la ventana y vio como parte de la casa de Felipe se quemaba. Estaba encendida. Intentamos salir por la puerta de entrada, pero esta no abría. Estaba como sellada, bloqueada.
Tratamos de salir por la puerta de la cocina, pero igual, la habían bloqueado.
Intentamos romper la ventana del comedor, pero Felipe había puesto ventanas de seguridad por los huracanes. No había forma de romperla.
El fuego se extendió rápidamente por toda la casa. La gasolina, que sirvió de acelerante, convirtió la residencia en una enorme pira que ardía inclemente.
A través de la ventana vimos a Felipe sentado bajo el árbol, fumándose un cigarrillo mientras pasmosamente contemplaba como se incendiaba su casa con nosotros adentro.
Al ver que no podíamos salir, que era imposible escapar, comenzamos a gritar desesperados. Mis sobrinos comenzaron a llorar. Eran apenas unos críos que comenzaban a vivir.
Entre llantos, sollozos y lamentos, nos abrazamos todos. No teníamos mas remedio ni mas alternativa que esperar la muerte. Sería una muerte lenta y agónica. No hay peor muerte que la muerte de un quemado o de un ahogado.
Con el fuego, la estructura comenzó a ceder, empezó a oderrumbarse.
Poco a poco las llamas, cada vez más fuertes y feroces comenzaron a abrazarnos y a abrasarnos. En un futil intento, los adultos cubrimos a los niños con nuestros cuerpos. Nuestro instinto protector solo prolongaría la agonía.
Finalmente el fuego nos consumió. Fue una muerte lenta y dolorosa. Parecería que nunca terminaría, que sería eterna, pero al fin, se acabó.
Mi hermano fue arrestado por la policía y enfrenta once asesinatos en primer grado más incendio agravado. Pero recuerde, el pobre es paciente de salud mental. Ya se las arreglará con su abogado para terminar en una institución psiquiátrica que se encargue de él.
Nosotros estamos en la morgue, hinchados y pestilentes. Esperando.
El olor nauseabundo a carne quemada, chamuscada por el fuego es insoportable. Inundó toda el área. Tan pronto se corrió la noticia de que la familia quemada había llegado al hospital, todos los facultativos se asomaron para salir con sus caras arremilladas por la barbarie.
La prensa, insensible al dolor y a la tragedia humana, se dio cita, peleándose por las primeras fotos. Era un grotesco espectáculo que estaría en sus mentes por varias semanas.
La misma chispa que una vez encendió la vida, acabó con las nuestras.

ABBY MARSIE ROGOM

LA CHISPA.
Se calaba despacito Celeste, bajo esa llovizna de marzo, en esa mañana fresca. De repente un hombre se bajó de uno de los coches parados ante el semáforo y se acercó en un galope ansioso al que estaba delante de él, golpeando el cristal de la ventanilla y gritando, con un talante crispado que le pintó la cara de rojo. Saltó la chispa.Tenía mucha prisa, y en ella no se daba cuenta de que él era el que estaba retrasando la circulación de los coches. El chico al que le gritaba intentaba disculparse por no haberse dado cuenta de que el semáforo estaba en verde.
Cruzó la calle Celeste, ya viendo enfrente, tras el escaparate, los bollos, panes y dulces de su local.
La gente iba y venía; Una carcajada estridente y aguda, como destapada a presión, surgida de la nada, la golpeó, invadió su espacio. Dos mujeres pasaron a su lado, dejando una estela de risas rebotando tras ellas.
Se sacudió la manga y se limpió la cara, quitándose una risotada escupida.
Entró, aspirando los aromas,y recogiéndose el cabello,
se puso tras el mostrador mientras se anudaba el delantal.
Una chispa azul surgió del horno, al encenderlo. De nuevo pensó en la palabra,
Todo procede de una chispa, de una explosión, de un principio, un desbordamiento.
Un principio… Quizá no.
O no todo. Pues donde hay un principio hay un fin.
¿ Es el fin la nada?
¿O es todo un círculo eterno?
De nada, o no de mucho, le sirvieron a Celeste sus estudios de filosofía. Sus incursiones en teología y metafísica. Ni en la teoría, o sea, en el logro del conocimiento, de respuestas a sus preguntas, ni en la práctica, ya que trabajaba en su pequeña pastelería_ confitería_ panadería_ cafetería. Sonreía mientras pensaba en eso; su dificultad para definirse y su gusto por abarcar y mezclar le había traído algunos problemas, aunque su pequeño negocio funcionaba bien.
Entró la señora Déborah, una tragedia su vida. Todos la conocían en el barrio, del que no salió nunca, exceptuando Su viaje de novios. Su padre fue un abusador de ella, su hermano y su madre, hasta que un día los abandonó. No pasó mucho tiempo, y un día se vio a sí misma cuidando de hermano y madre. Se casó mayor; ella quería tener hijos. No pudo. Su marido murió hacía un año, en un estúpido accidente de trabajo, cayendo al vacío. Ahora luchaba contra una enfermedad que había encontrado acomodo en su pecho. Increíble sería si dijera, y cierto también, que lo más seguro es que perdiera su casa. El bueno de su marido, que nunca la maltrató, se desveló desde la muerte como un ludópata, que rehipotecó su casa. Lo que fue una sospecha, se reveló ante ella demasiado tarde, ante la fría notificación del banco y el cadáver frío del siempre correcto esposo.
Sin embargo todas las mañanas iluminaba la señora Déborah la tienda con su sonrisa, y le pedía su pan blanco preferido, y el dulce de su antojo ese día, para tomar con su café en la tarde, como ella decía, mirándote con esos ojos dulces también.
Hay personas que, para disfrazar su tristeza, ríen y hacen reír, mostrándose tras el parapeto de la alegría, escondiendo sus tormentas. Pero ella, ella irradiaba algo así como amor; no se escondía, se mostraba, y lo que mostraba era fé, esperanza a pesar de todo, entrega y una especie de estado inefable, confiado y luminoso, trascendente.
La chispa.
En contraposición estaba Eliseo, un anciano que también a diario venía a por su pan de hogaza.
Un anciano que no pasaba de los cuarenta quizá, pero lucía hasta encorvado y con voz carrasposa, como resentido contra todo.
Tenía varios hijos y esposa que lo cuidaban. Estaba sano, y si perdía una casa, aún tenía otras tres propiedades. Desagradable y molesto, infeliz, salió también con su pan.
Celeste cerró el establecimiento y salió a la lluvia, más fuerte ahora.
La chispa de la vida.
No tenía respuestas a las preguntas, pero a veces la vida y las personas le enseñaban cosas, y le inspiraban más preguntas.
_ ¡ Chispa!
Su pequeño yorkshire se dejó poner la correa y caminaron juntos bajo la lluvia, que caía desde un cielo que no preguntaba ni respondía.

MARÍA ELENA APONTE ISTURIZ

Hay chispas de Luz en ti
Chispas de Luz en mi
Chispas en nosotros
Chispas en el fuego de las chimeneas
Chispas en el aire
Chispas de Amor sobre el fogón de la abuela
en aquel fogón chispeante de dónde salen aromas de miel y canela en el otoño
de cada año
hay dulces y alegrías
llanto y nostalgia
el abuelo ya no está
su chispa Divina ya se apagó
aún así los niños recuerdan su abrazo y sonrisa
las calles se llenan de luces brillantes
calle abajo y calle arriba
las tiendas abren tempranito en las mañanas
hay frutas de muchos colores
y a lo lejos está el mar
con arena dorada como chispas radiantes que caen desde el sol
ya es tiempo
ya la abuela apagó el fogón
y entre risas y risas
Todos a comer…dice la tía Carmen
la mesa esta adornada con margaritas y como ya es de noche todos ven las chispas de las velas

CARLOS RODRÍGUEZ

SEMBRANDO ESTRELLAS.
La semana pasada nuestro particular viaje en el tiempo nos había llevado al Lugo del siglo XIV, pues bien hoy volveremos a subirnos a esa maravillosa máquina que, como por arte de magia, nos deja viajar por el tiempo y el espacio.
Iremos hoy un poquito más al sur, al orensano municipio de Nogueira de Ramuin, de donde la tradición popular y los historiadores coinciden en que sea la cuna de nuestros protagonistas. Escogeremos pues a uno cualquiera de ellos y le daremos el nombre de Manuel.
Era Manuel un hombre sencillo en sus maneras y sus vestiduras. Podías encontrarle de pueblo en pueblo por los caminos de España, con su pantalón de pana y su boina ya comidos por el sol que había curtido su piel volviéndola oscura, seca y mellada por mil arrugas.
Anunciaba Manuel su llegada a cada pueblo a golpe de chiflo, aquel peculiar y sencillo instrumento compuesto por unos pequeños tubos de madera de boj cerrados por un estreno y cuyo sonido semejaba al de una flauta y entremezclan notas graves y agudas, y tras aquel sonido se escuchaba su voz – Afiladoooor, afiladoooor paraguero –
Era aquel sonido como reclamo para patos en un lago, las mujeres salían de sus casas con todo tipo de utensilios para que las hábiles manos de aquel hombre los devolviesen a la vida. Lo mismo hacía rebrotar los filos de las mellada hojas de navajas, cuchillos, tijeras o cualquier herramienta de trabajo, como tapaba agujeros en ollas y cacerolas, o dejaba como nuevos aquellos paraguas que los fuertes vientos habían dejado maltrechos.
Aquel era el oficio de Manuel, traer a la vida todo aquello que hoy en día desecharíamos sin miramientos porque ya no puede cumplir su función, todo a cambio de unas monedas que apenas cubren el material empleado y pan del día, suerte que sus clientas añaden a la tarifa “la voluntad” y de cuando en cuán un plato de comida en su mesa.
Pero Manuel va ya cansado, y sus piernas no soportan ya los kilómetros que antes podían andar, de jubilarse hace tiempo que ya cumplió la edad, pero le cuesta quedarse en casa a ver la vida pasar.
Antonio, su hijo, ha tomado el mismo camino, pero ya no carga con la vieja rueda de madera que a pedal movía la tarazona en la que aprendió de chaval, las ha cambiado por un esmeril que en la furgoneta ha montado. Él regresa a casa cada noche, no como su padre que pasaba meses fuera.
Por fin Manuel se ha retirado, su nuera le ha convencido poniendo como escusa lo mucho que le ayudaría con los pequeños. Manuel encantado, cada noche, al calor de la lumbre se reúnen todos sus nietos sentados en torno a la vieja mecedora donde él se sienta y cuenta mil historias, todas ellas en un idioma que su nuera no comprende aunque conoce bien. Habla en barallete el abuelo, aquel que todos sus ancestros hablaron, el lenguaje propio de los afiladores y que ningún otro gremio entiende.
Las noches de invierno son largas, y Manuel tiene tiempo de recitar con paciencia todas aquellas peripecias, algunas son suyas, otras probablemente inventadas, pero una destaca entre todas y jamás puede faltar, pequeños y mayores le piden que la repita porque les hace soñar.
Es entonces cuando Manuel deja su mecedora y con todos sus oyentes siguiendo sus pasos, toma su vieja rueda, engrana la correa al pedal y con un suave ritmo de su pie la hace girar…
– Mirad el cielo ¿es bonito verdad? Todas esas estrellas que no dejan de brillar, pues no siempre han estado hay.
– ¿De verdad abuelo? – pregunta Manolin, el mayor de los nietos.
– Así es, antes el cielo era como un gran paño negro, sin luces, sin estrellas ni cometas, las noches eran tristes y mucho más frías. Pero hace muchos, muchos años, a un afilador le hicieron un encargo, y aunque ya la noche había caído el seguía afilando y afilando para terminar aquel trabajo. El roce del metal contra la piedra hace que no dejen de salir chispas, unas más grandes, otras más pequeñas, incluso algunas vuelan lejos como cometas y estrellas fugaces… y esas chispas que salen de la piedra del afilador son las que adornan el cielo.
Los niños corren hacia las ventanas y miran las estrellas, luego se vuelven mirando fijamente la rueda del abuelo que acerca el filo de una navaja dejando que las chispas vuelen por la habitación.
– ¡Es verdad! ¡es verdad! – gritan todos los pequeños – ¡es el abuelo el que pone las estrellas en el cielo.

JOSMA TAXI

CHISPA
Así se llamaba mi perra, una mil leches, que por alguna extraña combinación genética parecía una pastora alemana.
Cuando vivíamos en Bétera, mi hijo, la sacaba a pasear, se volvía loca por cazar conejos. La llevo a un adiestrador, llamado Vicente, que tenía un campito para los entrenamientos y allí aprendió un poco de buena conducta.
Un tiempo atrás, llevaba a mi mujer de puto culo, por los estirones que le pegaba de improviso. Tenía miedo a los petardos falleros y al estruendo que emitían los autobuses al frenar. Lo cierto es que hubiéramos matado por ella, era un animal noble y muy cariñoso.
Su malestar comenzó cuando entró en casa el Bollo, un gato que encontramos en la calle. Era un cabronazo. Se escondía en las sillas del comedor, así cuando pasaba Chispa cerca le metía unos buenos zarpazos. La perra aguantaba estoicamente las putadas del michi, pero una tarde saltó por encima de ella, la golpeó y la perra le ladró.
Pesaría unos cuarenta kilos. Recuerdo que una noche me envío a dormir al sofá. Yo me acosté más tarde de lo habitual, al llegar a mi cama, no tuve forma de despertarla, ni de arrastrarla fuera del lecho.
Se puso muy enferma, al final era incapaz de mover las patas traseras, iba arrastrándose. Cuando la sacrificamos, fue un drama familiar, incluso lloramos.
Solo deseo, Chispa, que el dios de los perros te haya acogido en su seno y te encuentres, cazando conejos. Un besito nena.

NURIA HERNANDO

No sé si trotaba o andaba soltando chispas pero Alberto siempre fue un torbellino andante. Siempre chocaba con los transeúntes o los objetos que se topaba a su paso. Era nervioso y caótico. Intentaba siempre hacer las cosas bien pero por alguna razón algo siempre se truncaba y el final no era el que deseaba. Hacia honor a su apodo “ el chispas” y a su profesión, electricista . Luces , cableado interminable, interuptores, lámparas, halógenos, leds, enchufes, cuadros de luz … formaban parte de su ecosistema.
Un día, caminando por la calle se encontró a una antigua compañera de clase que hacia muchos años que no veía . Él había estado enamorado de ella y al cruzarse dos besos de saludo, en las mejillas, percibió un aroma que le transportó automáticamente a esos días. Era la colonia “Chispas”, esa de color azulado y fresco , “ tu primera colonia “ cómo decía el anuncio . Le transportó a la mesa del comedor del colegio, donde él era jefe de mesa y ella se sentaba en la suya , vigilando que comiese su comida o ayudándola a hacer alguna trampa, cuando el plato del día le disgustaba. Ella le sonrió y esta sonrisa le trajo al presente.
-Alberto, no has cambiado nada. Todavía conservas tu flequillo.
– Bueno …algo de pelo he perdido pero nos vamos manteniendo. ¿Cómo estás?. ¡Qué alegría haberte encontrado!.
– Estoy bien en líneas generales. Resumir en 5 minutos mi vida es algo complejo y que precisa de sentarse entorno a un café . Espero que tú también te encuentres bien.
-Si, si… todo bien. Mi caos lo consigo mantener dentro de un orden . Ja, ja, ja …
-Siiii, imagino . Es parte de tu esencia . Voy con prisa. Me alegro de haber coincidido contigo .
– Por supuesto, ya nos veremos y conversaremos más tranquilos en otra ocasión…
Se despidieron de nuevo con dos besos , dejando abierta la incógnita del próximo encuentro . Esperando a que los planetas sean los artífices y se configuren de tal forma , que se produzca por mera coincidencia. Pues ninguno hizo el mínimo esfuerzo de poder asegurar ese momento, un poco más, simplemente pidiéndose los teléfonos . Así que solo el libre albedrío lo sabe, si es que lo puede saber …

GAIA ORBE

la razón más alta
al roce de dos cuerpos
chispa en el aire
cuando el lago está en calma
saltan las gotas de oro

CARMEN ÚBEDA FERRER

LA CHISPA DEL PRESTAMISTA
Dando grandes zancadas,
el prestamista pensaba
y se preguntaba:
¿Dónde guardaré mi dinero?
Tengo tanto ya escondido
que no me queda rincón
ni pared ni escondrijo ni colchón.
Mi dinero es mi tesoro
que me he ganado
con el sudor de mi frente.
¡Sí señor! muchos sudores
me han costado mis dineros.
Es muy duro trabajar al cliente.
Por naturaleza es astuto, desconfiado
y difícil de hincarle el diente.
No voy ha dejar mi dinero
sin cobrarle comisión
encima de que se lo presto.
El cliente es abusón.
Yo, que soy tan buena persona.
Regatean sin razón.
Usurero es lo que me llaman,
mezquino, agarrado y ladrón.
¡Qué poco me conocen!
¡Qué buena persona soy!
¡Ya me gustaría verlos
sudando con mi sudor
para ganarme dos céntimos…!
Y es que soy buena persona.
De bueno hasta simplón.
Pero…¿Dónde guardaré mi dinero?
¿Dónde, dónde…? ¡Qué sé yo!
De pronto saltó una chispa,
chispa de iluminación,
en la mente del prestamista
usurero y timador.
¡Ya sé! Ya tengo el agujero.
Bajo el césped es lo mejor.
En una bolsa verde,
como verde, es del césped su color.
Allí hizo el agujero, el maestro de usureros.
El manto verde fue la caja fuerte,
donde escondió los billetes de su dinero.
…………
Tantos escondites tenía
que con el paso del tiempo
el césped se le olvidó.
Una mañana temprano
al jardín salió muy ufano
con la segadora en mano.
Corta que cortarás,
tropezó con algo duro,
pero él, muy testarudo,
siguió insistiendo en segar,
cuando de pronto saltaron
jirones de azules billetes,
unos grandes, otros chicos,
no dejaban de saltar.
El viento se volvió fuerte
y los jirones azules
comenzaron a volar.
El usurero gemía, lloraba
y llego ha patalear,
al ver que de su codiciado
dinero nada quedaba, ya.
Fuera de sí dio tal salto,
que fue un salto mortal.
Cayó de bruces al suelo
para no levantarse jamás,
o en jamás de los jamases,
si ustedes, les gusta más.

ANNERIS GARCÍA

Fue la experiencia más extrema que recuerdo. Aquellos diez años olvidado en esa monstruosa isla, donde cada noche soplaba el viento arrasando lo poco que había conseguido construir durante el día. Pasé frío, hambre, miedo, creí que moriría, que jamás volvería.
Hoy puedo decir sin temor a equivocarme, que, aunque fue traumático y difícil de superar, también fue el comienzo de mi nueva vida. Cuando volví ya nada me importaba, la comida no sabía igual, las ganas ya no eran las mismas, mis prioridades habían cambiado de orden. Fue entonces cuando me juré a mí mismo que no pasaría ni un día más sin buscarte.
Llevo desde entonces dando tumbos. He conocido a infinidad de personas, todas ellas diferentes, cada una arrastrando su propia carga. Mil veces me he preguntado si ellos también necesitaron una vivencia como la mía para levantarse cada día.
Este no es más que el prólogo de una historia que me costará esfuerzo, dedicación y constancia, pero estoy seguro que acabaré contándotela. No sé dónde estás, ni tan siquiera sé si tienes compañía. Tu sonrisa se me desdibuja con el paso de los días, pero aún conservo en mi memoria esa chispa que tu mirada siempre me ofrecía. Por la que superé la agonía de mi exilio, la que siempre me hacía compañía y me sirvió de faro, de guía.
Pregunté a los viejos, esos que daban de comer a las palomas en las plazas. Ninguno supo o quiso decirme dónde estabas, todos agachaban la cabeza, perdiéndose en la nada. Entonces una mujer anciana que ocupaba una esquina abandonada me pidió que me acercara y fue ella quien me dio una pista, me dijo: búscala donde las sombras se pierden cuando la niebla oscura engulle las calles, donde los pájaros callan y esperan resignados el cambio de tiempo, donde tus pasos dejen un rastro helado, donde tus manos no puedan sujetar el viento.
Ya estoy aquí, sé que este es el sitio, estoy esperándote, tranquilo, pero a la vez angustiado. Estoy en lo alto de nuestro acantilado, al fondo veo las olas estrepitosas golpear las rocas. Siento el aire furioso metiéndose entre mis ropas. La noche ya ha caído, los pájaros no cantan y un manto helado ha cubierto los caminos por donde fui dejando mis huellas.
Ella me dijo que hasta aquí subías día tras día a esperarme, que todas las noches prendías una hoguera para calentarte. Me dijo que una mañana ya no volviste, y en tu testamento pediste que esparcieran tus cenizas en este lugar desde donde partir me viste.

MARÍA JOSÉ AMOR

León, el viejo mastín del caserón del abuelo había muerto tras un motón de años de cumplir su misión de guardián por lo que seguro que aquel verano encontraríamos otro nuevo.
Y así fue.
Nada más bajar del coche, vinieron mis primos, que habían llegado el día antes a comunicármelo.
-Ven, ¡corre, están debajo de los magnolios con el Tío Paquito!
-¿Están? -pregunté- ¿hay más de uno?
-Sííí. hay dos. Uno negro y otro como lobito.
Así que, tras repartir deprisa los besos a los familiares: abuelos, tíos y primos mayores, me fui corriendo a ver a la pareja de cachorros.
Y, efectivamente, allí estaban dos bolas, una negra y otra marrón.
La negra, más voluminosa, no se inmutó en cambio la marrón al oír nuestros pasos, se levantó se un salto y comenzó a intentar trepar por nuestras piernas, llenándonos de arañazos con sus unas y algún que otro dientecito.
-¿Cómo de llaman? – preguntamos.
-El negro, que es un mastín, se llamará como su antecesor: León. Y el otro, que es pastor alemán aún no lo hemos decidido.
La Tía Juana propone Atrevido porque se mete en todas partes y no tiene miedo a nada.
-Ay noooo-dijimos al unísono.
Y empezamos a barajar nombres, mientras él seguía intentando subirse a nosotros.
Cansados de aquella lata, decidimos cogerlo en brazos para que se calmara.
Lo cogió Pili, que era la mayor y empezó a acariciarlo. El perro, encantado le lamió la cara pero al acercarse más y tocar su jersey (con gran porcentaje de poliéster) vimos que saltaba una chispa (electricidad estática) y Pili no dudó:
-Ya está, ¡Chispa!
Y no se habló más.
Los dos cachorros crecían a la vez que demos traban sus cualidades.
León, enorme, parado y tranquilo. Chispa en cambio no paraba, era movimiento continuo.
Pasó aquel verano y cuando volvimos al año siguiente eran ya perros hechos y derechos con los que, siempre bajo la compañía y vigilancia del Tío Antonio, único en el trato con animales, salíamos por los montes con ambos, los llevábamos a la playa, y a su vez, creíamos al igual que lo hacían ellos.
Y como “genio y figura hasta la sepultura” León siempre conservó la calma y Chispa corría, saltaba, se bañaba en la playa siendo la gran fiesta cuando el Tío Antonio lo llevaba,
Y llegó un día que nuestro mutuo crecimiento alcanzó en ellos la vejez, mientras nosotros nos convertíamos en jóvenes universitarios y el que más y el que menos, ya tenía su primer amorcito,
Y una noche de septiembre, ya de regreso a la ciudad, soñé algo terrible: Chispa venía hacia mí muy lleno de sangre. Yo quería acercarme a él, pero no podía, lo intentaba pero una barrera invisible impedía acercarnos.
Me desperté mal, claro, aunque me consolé pensando que era una pesadilla.
Al llegar a las nueve a la primera clase, me senté como era de esperar, com “mi amorcito” de entonces y, a la vez que ambos cogíamos apuntes, se lo expliqué. Su reacción, claro está fue:
-Mira que te da fuerte lo de los perros. Olvídate, solo fue un sueño.
Llegó el fin de la mañana y, claro está, me fui a casa a comer.
Y, al llegar vi a mi madre llorosa que me dijo:
-Ha llamado la Tía Amelia que a Chispa esta madrugada lo encontraron atropellado en la carretera.

EDUARDO VALENZUELA

Dmitriy y yo estabamos completamente solos en Titán ―el mayor de los satélites de Júpiter―. Como yo era nueva en esto, nunca antes había visto a este oficial, acababa de conocerlo.
Dmitriy venía a relevarme de mis labores en las minas internacionales de gas metano pues yo ya había enterado los seis meses de trabajo reglamentario. El gas era usado por todos los países asociados a la comunidad espacial y la concesión de la explotación era rotatoria.
Los protocolos y la seguridad en la plataforma minera eran extremos, había que seguir todo al pie de la letra, pues estar allí era como vivir sobre una colosal bomba de gas… cualquier chispa podía hacer volar todo en pedazos.
―Bienvenido ―le dije haciendo la reverencia japonesa protocolar―. Soy la teniente Emma de la fuerza aeroespacial de Estados Unidos.
―Muchas gracias, teniente Emma ―dijo, haciendo la misma reverencia―. Soy el capitán Dmitriy de la armada espacial de Rusia, para servirle.
Dmitriy era altísimo, de espaldas anchas, manos fuertes y voz grave; de sólo verlo sentí cosas que no había experimentado en mis seis meses de encierro.
Debía llevarlo desde la zona de embarque hasta el gigantesco domo transparente donde se extraía el gas. Allí le mostaría mis informes de trabajo y le entregaría el control de la mina en total operatividad. Era una rutina que no debía tomar más de media hora, luego de eso yo ya podía partir de vuelta a la Tierra.
―En todos los años que he trabajado aquí, nunca te había visto ―me dijo Dmitriy, en camino al domo.
―Es que soy nueva. Esta es mi primera visita a la mina. Usted es el primer oficial ruso que he conocido…
Me sentí estúpida diciéndole eso. Seguramente él pensaría que yo era una inexperta novata.
―Pues déjame decirte, Emma, que luces… ¿cómo dicen ustedes los americanos?
―Eehhh…
―¡Luces genial! Esa es la palabra, genial.
―Ayyy. Muchas gracias.
Volví a sentir esas extrañas sensaciones que no lograba identificar y pese al increible espectáculo que ofrecia la vista del gigantesco planeta Júpiter sobre nuestras cabezas, yo no podía quitarle los ojos de encima a Dmitriy.
Cuando llegamos al domo le entregué mis informes. Los recibió y mientras los leía, erguido, con aplomo, aproveché de observar sus facciones con detención; eran perfectas.
De pronto dijo:
―Todo parece en orden, pero… ¿le molestaría que revisáramos el área de inyección?
El área de inyección era la zona con más alta concentración de gas residual. El protocolo indicaba que para entrar en ella no se podía usar ningún tipo de vestuario o calzado ya que la más mínima fricción estática de alguna fibra desencadenaría una catástrofe.
―¿Supongo que no tiene ningún problema en que nos desnudemos, cierto? ―me preguntó mientras él ya comenzaba a desvestirse.
―No hay problema ―dije con voz ahogada―. Es el protocolo.
El entró primero, yo me desnudé después y lo seguí. Me quedé observando su hermosa y ancha espalda, luego mi vista continuó bajando…
―Ha hecho un impecable trabajo, Emma. Usted es realmente increíble ―dijo y me quedé paralizada contemplando sus labios…
Segui el extraño impulso con más fuerza que nunca, mandé al demonio el protocolo y lo besé. Entonces perdí la cabeza…
Creo que por ser yo la nueva versión de androide “más humana que los humanos”, sentí lo que llaman “deseo carnal”; lo cierto es que la presencia de Dmitriy, ese fornido robot ruso, me llevó a querer besarle y bueno… al igual que las clavijas y las toma de corriente que no son compatibles, allí me enteré que Dmitriy y yo tampoco lo eramos. De modo que entre nosotros saltó una chispa eléctrica que hizo volar toda la base minera internacional. Por eso, en estos momentos mi cabeza, separada de mi cuerpo, flota en el espacio en órbita de Titán. Desde aquí puedo ver las volutas del dantesco incedio que hice estallar allá abajo.
FIN

ARCADIO MALLO

No, no era amor
Parecía un hasta luego, aunque se sentía un hasta siempre. Y en realidad es lo que le estaba diciendo, aunque él se resistiera a entenderlo. Aquella mirada de compasión, mientras sus dedos resbalaban por el cristal de la ventana del coche, lo tenían todo de despedida final y ya nada de aquel amor pasional que habían compartido. Y con el tiempo entendería que habían compartido toda la pasión del mundo, pero amor, lo que es amor, no habían tenido.
Y se vio contando las quinientas noches de Sabina, añorando sus besos de deseo y sus caricias de fantasía. Soñado cada palmo de su piel en aquel mapa tantas veces recorrido y en el que, de tanto caminar, había hecho camino. Pensó en cómo robarle tiempo al tiempo y poder retroceder horas, quizás días, y encarrilar aquel tren que llegaría por la mañana ya sin ella. Lo que menos tenía en mente era como iba a curar aquel corazón partido, dolido y náufrago en aquel mar de sentimientos, agitado por un feroz temporal que se tragaba al buque rey de aquellas aguas. No habría marea negra, pero si ríos de lágrimas desordenadas que nadie escucharía llorar.
Y seguro de que si ella decía ven lo dejaría todo, a pesar de aquella agonía, arrancó el coche chirriando las cuatro ruedas, en un intento inútil e inmaduro de alejar aquel mal trago. Y le dieron las doce, la una, las dos y las tres rodando en busca de la chispa que había volado aquella bomba de atracción fatal que vivían. Pero aquella madrugada los astros no le acompañaban.
La oscuridad se cernía sobre él. Se detuvo en la orilla del acantilado. Necesitaba respirar aire fresco y sentir que era libre como el viento. Aunque en realidad, su sentimiento era más de hoja seca arrastrada por la furia de la tempestad del mar Atlántico. Estaba en la puerta de la Costa da Morte con el propósito firme de ahogar aquella nube negra que le nublaba el sentido desde el momento del adiós. Quizás no fuera un hombre honesto consigo mismo, ni piadoso con sus sentimientos. Pero tampoco era un hombre valiente, no al menos para segar una vida y, menos, la suya.
Así que, volvió al coche sabedor de que el destino lo forjaban las piedras del camino. Estaba seguro de que aquel dolor curaría, pero también de lo que tendría que sufrir mientras cicatrizaba. Puso rumbo al nuevo amanecer en que el sol de nuevo brillaría y se llevaría su soledad. Sin duda. Tardaría más. Tardaría menos. Pero acabaría por descubrir que aquello que terminaba no era amor, ni siquiera obsesión.
Nunca olvidaría lo que le había dado. Ella había sido su punto de inflexión. Pero un día, a las puertas del verano, encontraba su rosa de los vientos, a quién le regaló su amor y su vida, porque a pesar del dolor era ella quien le inspiraba. A su lado se sentía seguro, tanto, que le prometió amor eterno.
Años más tarde, echando la vista atrás, supo que aquella despedida era un hasta siempre. Y se alegró de que así hubiera sido, a pesar de todo.

ISABEL SANTERVAZ

2.348 PASOS
David salió del colegio y buscó con la mirada a su amigo. Como cada día, Rocky lo esperaba en la esquina y en cuanto lo avistó, corrió a su encuentro. Juntos emprendieron el camino a casa, siempre el mismo, contando los pasos, siempre los mismos: 2.348.
El chico se sentía protegido en compañía de Rocky, nadie se atrevía a meterse con él como hacían en clase. Desde aquel día en que lo sorprendieron en el baño realizando movimientos corporales artísticos, un grupo de niños, capitaneado por Tomás, lo atormentaba con risas y comentarios despectivos. Estas conductas lo obligaban a aislarse de sus compañeros y no se sentía capaz de participar en ninguno de sus juegos.
Llegaron a casa a la hora justa de cada día y David ocupó su sitio para tomar el almuerzo, mientras Rocky, echado a su lado, era feliz por sentirte protector de su amigo; donde quiera que el niño iba, él lo seguía moviendo el rabo, alegre.
Tras terminar el almuerzo, David, sin pronunciar palabra, se refugió en su habitación. Su madre lo había encontrado más inquieto que de costumbre por lo que decidió averiguar qué le ocurría. Tocó a la puerta para avisarle que entraría y abrió. David le gritó que saliera de allí que quería estar solo. Poco después, se oyeron los acordes de la música y la mujer suspiró con alivio, sabía que su hijo estaba bailando y pronto conseguiría calmarse y liberar su espíritu artístico. Pronto lo inscribiría en una academia de baile donde pudiera desarrollar sus habilidades en el ballet.
Aquella mañana, Tomás y sus amigos querían divertirse y tenían pensado elegir a David como blanco. Era la hora del recreo y los niños salieron corriendo hacia el patio. Tomás notó que David se quedaba rezagado y de manera disimulada lo empujó provocando que el chico cayera al suelo. Lo que Tomás no sospechaba era que detrás del grupo de niños la profesora lo observaba. En cuanto presenció la acción, lo llamó por su nombre y lo llevó al despacho de la directora. Los amigos de Tomás se dieron cuenta de lo ocurrido y relajaron el paso sin atreverse a molestar a David. Nadie volvió a ver a Tomás el resto de la mañana, ni en el recreo ni en la clase. Sus amigos pensaron que lo habían enviado a casa como castigo.
A la salida del colegio, Rocky esperaba en la esquina de costumbre. David lo saludó con unas palmaditas en el lomo y juntos emprendieron la vuelta a casa. Sin embargo, el chico no iba tranquilo a pesar de tener a su perro. De pronto, lo vio; Tomás, con cara de malas pulgas, aguardaba al otro lado de la calle, junto a sus amigos. David escuchó el silbido de una piedra que volaba hacia ellos. No pudo evitar que Rocky se lanzaran a correr para perseguir a quienes pretendían agredirlos. Escuchó el chirrido de neumáticos y el subsiguiente sonido de un impacto. No quiso mirar y, cuando al fin lo hizo, vio a Rocky tirado en medio de la carretera con la mirada clavada en la suya, mientras de su cuerpo fluía la sangre. Luego, en el revuelo, una voz: “No hay nada que hacer, está muerto.”
En ese instante, David sintió cómo algo se desprendía de su cuerpo dejándolo sin energía como si fuera una muñeco de trapo. Se le escapaba la CHISPA de la vida y solo deseaba estar muerto junto a su amigo. A partir de ese fatídico día, no quiso volver al colegio ni oír hablar de música o de danza y su único consuelo era imaginar que lo sucedido fue simplemente un mal sueño.
Pasaron los días y una mañana, estando David solo en casa, sonó repetidamente el timbre. No quiso abrir la puerta, pero se asomó a la ventana a ver quién era y descubrió a Tomás que, junto a dos amigos, se alejaba. Volvió a su habitación y se quedó sentado en la cama, reflexivo. Cuando su madre regresó del trabajo, lo llamó. No contestó, siguió mirando a la nada. Poco después, ella entró en su cuarto con dos cajas y una nota que decía “para David”. Lo animó a que las abriera, pero el niño, con el asombro en los ojos, se resistía. Las miraba con terror cuando escuchó que de una de las cajas salía un suave ladrido. Fue su madre quien la destapó y sacó un precioso cachorro blanco que miró al chiquillo con ternura. David lo tomó en brazos. El corazón le golpeaba el pecho. Se dispuso a abrir la otra caja y sacó unas zapatillas de ballet. Los ojos de David rebosaron chispas de una emoción que nunca antes había conocido.
Días más tarde, David contaba 2.348 pasos para llegar al colegio.

EVA AVIA TORIBIO

Chispa
¡Hola! Me llamo, Brayan. Tengo siete años y vivo en una pequeña granja, en Medinaceli, con mis mamás, Sofía y Almudena, con la despistada de mi hermana mayor, Serena y con mi perrita Laica, una labradora que es la mar de mona, y con la que dejo volar mi imaginación.
—Mamá, ¿puedes contarme como me tuvisteis tú y mamá? Es que en el cole estamos dando la reproducción y no entiendo muy bien de donde he salido —le digo a mi mamá, Sofía, mientras me arropa en la cama.
Mamá comienza a relatarme como ambas se conocieron, algo que me ha hecho llorar, pero que fruto de esa tristeza llegó su primer amor, Serena. Con el tiempo, decidieron alejarse del lugar que les produjo esa tristeza y empezar en otro, que no les recordara el terror de aquel día. Cogieron sus pocos enseres y a la pequeña Serena y pusieron rumbo a el que es ahora nuestro hogar.
—Pero, mamá, ¿a la mamá todavía le duele? —le pregunto, cogiendo su mano, porque se ha puesto a llorar.
—Solo le duele el corazón. Pero cuando ve vuestra sonrisa, se le pasa todo —me contesta, acariciando mi cara.
Mamá, con un dibujo, me explicó que querían tener un bebé que fuera fruto del amor que sentían y que, con ayuda de la ciencia, nací yo.
—Pues, mamá, creo que he salido muy guapo —soltando una carcajada.
—El más guapo, y ahora a dormir, que mañana tienes cole.
—Mamá, te quiero.
—Y yo también, mi príncipe —dándome un beso.
“— ¡Corre, corre, Laica!
Perseguidos por un ser deforme con dos cabezas, una con forma de pollo y otra con forma de gato y cuatro patas, a cuál más extraña, corremos dirección a la nave, pilotada por nuestro comandante Max, un sexy labrador que ha cautivado el corazón de Laica.
— ¡Max, enciende el motor, cagando leches! Pon rumbo a casa.
—A la orden, mi coronel.
Laica está exhausta y sangrando. Abandonamos la galaxia M81…”
—Brayan, despierta —zarandeándome, Serena—, es Laica.
— ¿Qué? —saltando de la cama.
—No es nada, tú solo ven, que ha llegado la hora.
Cogidos de la mano, corremos hacia el establo. Ahí están mis mamás y Max, que no separa de Laica ni un instante, como si supiera lo que iba a suceder.
—Ven, cariño, ponte al lado de Laica. Consuélala con tus manos. Cuéntale una de esas aventuras que todavía os quedan por vivir.
— ¿Pero está bien? —le contesto nervioso.
—Sí, cariño. Estás asistiendo al momento más hermoso de todo ser vivo, el nacimiento de una nueva vida.
Una hora más tarde. Laica ha dado a luz tres hermosos cachorros.
—Mamá, ¿puedo coger a esa? —le digo a mamá Sofía, mientras señalo a la que es tan blanca como la nieve.
—No, mi amor. Tienes que dejarle descansar, pero si quieres le puedes poner nombre —me contesta mamá, Almudena.
—Le voy a llamar, Chispa. Porque es como la vida, una luz cálida y muy hermosa —abrazando, emocionado, a Serena.
Me llamo, Brayan y ahora tengo una nueva amiga, Chispa, con la que vivir grandes aventuras.
Besos, La Incondicional.

RAÚL LEIVA

Elementos

(mientras que el agua se empeña en separar, el fuego nos iguala)
Estaban sentados frente al escenario más adverso que hubieran podido imaginar. No existían sonidos, solo eran movimientos desordenados, gritos sordos, y un montón de chispas que se elevaban por los aires dando testimonio de la destrucción. Estaban los cuatro abrazados cubiertos por una manta viendo como el fuego se llevaba sus sueños y trabajo de años. La casa, o lo que quedaba de ella, crepitaba y se despedía bajo las pisadas de los bomberos.
Habían perdido casi todo.
Ella miraba como el fuego se llevaba las fotos de todos los cumpleaños de sus hijos, los libros y recuerdos. Él, veía como el trabajo de tantos años se hacía humo literalmente, recordaba esas horas extras que le llevó juntar el dinero para los materiales y el tiempo que le demandó construir y pintar la habitación de los niños. Los chicos miraron abrazados a su madre como desaparecían para siempre los juguetes que les habían traído los reyes magos hacía apenas unas semanas.
Había mucha confusión, mucho humo.
El cielo se poblaba de chispas incandescentes.
Sin embargo, hubo una chispa que estaba más viva que ninguna. No se elevaba a ningún cielo ni era abatida por los bomberos. Se encontraba más allá de los peligros materiales, y estaba en los ojos de los cuatro.
No habían perdido todo.
Se tenían a ellos mismos, al amor que construyeron y que ningún fuego destruye.
Estaban abrazados a sus sueños, a esas canciones que inventaron y que solo tenían sentido para ellos. Tenían consigo todas las horas que le habían robado a la noche inventando historias con finales inciertos, tenían las mañanas con una flor y un buen día, tenían los juegos, las miradas, las sonrisas, los proyectos y sobre todo los «te quiero» que se prodigaban cada vez que se encontraban, cada vez que se hablaban mirándose en la penumbra de las noches sin sueño.
Tenían eso que tanto cuesta construir, que a los ojos de los mercados no tiene valor material, tenían más que las personas que caminan por las calles o las que se sientan en la comodidad de los sillones con los ojos opacos y sin esperanzas, rodeados de innecesario confort.
Iban a empezar de nuevo, ya no desde cero, con todo lo que habían logrado.
No estaban vacíos.
Ningún fuego los iba a igualar a nadie, ningún agua los iba a dividir nunca.
Estaban vivos.
Él tenía en sus bolsillos los documentos del seguro contra incendios.
Ella tenía, en cambio, una caja de fósforos vacía.

LUISA VALERO

CHISPAS DE TI
En la ausencia, no se camina
hacia el amor, ni la tibieza;
tu chispa la sentí única,
y esa fue mi torpeza.
No te entregaste como soñaba,
tu tiempo y amor desaparecieron;
me sentí sola e ignorada,
y los miedos me invadieron.
Suelto tu mano y tu alma,
me libero de la duda,
sin sermones ni trampa
buscaré mi cura.
El nuevo viaje será mejor,
me quedo con lo bueno;
para mí no existe el rencor,
escondí chispas de ti en mi seno.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Para cuando llegaron los bomberos la casa había sido pasto de las llamas. Las cuatro de la madrugada. El barrio residencial dormía, para cuando dieron la voz de alarma fue demasiado tarde.
La familia entera murió, menos Luis, con dieciocho años vio como su casa y su familia desaparecía.
Fue llevado al hospital estaba grave. Los bomberos dijeron qué el fuego se origino por una chispa de la chimenea.
Tiempo antes.
María y Julio se conocieron, surgió la chispa, se enamoraron, se casaron.
Una historia más.
Llegaron los hijos. El idílico momento se rompió. No fueron buenos padres. Castigos, los ataban a la cama cuando molestaban. Los hijos sobraban.
Aquella noche, el hijo mayor, no pudo mas.
Lo malo es que sobrevivió.
Siempre le acompaño el dolor de sus hermanos muertos.
Por una chispa no murió.

FERGUS REID

La Chispa (Tema de la semana)
– ¿ Porque? – Pregunto.
Mire alrededor la selva. La lluvia estuve muy fuerte. Hasta los animales han encontrado cuevas, nidos y toda manera de evitar la tormenta. Maria parece muy cansado. Con una sopla muy grande, siento por el suelo.
Por un momentito muy corto, quería darle mi chaqueta. Darle mi chaqueta, mis palabras mas dulces, darle un abrazo. Pero no lo hizo. Coge otra vez unas palizas y los rocié muy rápido, con demasiado fuerza.
– No lo se – mentí. – Debe ser al menos un poquito.
Maria casi lloro. Sus ojos verdes, siempre las mas hermosas que he visto nunca antes, mojados con lluvia y llanto.
– Estaremos bien. No te preocupes – dije. -De verdad, esas cosas son muy comunes. Vas a verlo. La lluvia aquí parara muy pronto. Y si no, la policía local saben cada rincón de aquí.
Maria empiezo llorar. Quiera destruir las nubes. Estar en nuestra casa, contemplando el televisor y quejando. – Estoy aburrido. ¿Porque nosotros nunca hacemos nada? ¿Porque nuestra vida es tan… tan fácil?
Ella miro a mis ojos.
– ¿Porque? – mi pregunto.
Piense en Alicia. No lo quería pero… piense en sus ojos verdes. Siempre centelleantes. Su sonrisa, que puede cambiar la tragedia a una maravilla. Sus dulces palabras, cada día mas bonita.
Coge las palas otra vez. Rocie mas rapido. Mas fuerte. Mas rapido aun.
– ¿Porque? – mi pregunto – ¿Porque no hay una chispa?
La mire. Maria. Mi mujer de viente años. Siempre amable. Siempre fiel. Bonita cada día de cada semana de cada año.
– No lo se – la dije – Pero no lo hay.

OMAR ALBOR

En la plaza otoñal
vuelan los destellos
de las hojas que caen
Miradas que vienen y van
El tren se va
La gente que llora
El amor incondicional
del sube y baja que une
las risas de los niños
Todo se mezcla en un mundo
Que traza el segundo más incondicional de todos
La noche llega
La gente desaparece y vuelve la luna y en esa única imagen aparece la mirada.
La estrella fugaz que solo ven los juegos de los niños durmiendo.

BEA ARTEENCUERO

Mirarme en tus ojos
Me lleva,al infinito
Besarte me eleva
A bailar con las nubes
Tus caricias son bálsamo
Para mi alma
Tu piel me enciende
Como fuego candente
Y tu voz
Es el caudal que hace
Vibrar mi corazón
Oh!!!Si…
Tu mi amado!!!
Eres la chispa
Que enciende
Mis sentires…

ARITZ SANCHO MAURI

Estoy expectante. La espero con ansia. Tengo que cerrar la ventana de esta incognita y desvelar el misterio que carcome por dentro.
Tengo que improvisar algo, antes de que sea demasiado tarde, tengo que buscarla, el tiempo pasa. Tengo que encontrar ese intervalo y hacerlo magico. Me tiene que latir fuerte el corazon, como si mi vida estuviera en peligro, con la adrenalina por las nubes. Tengo que desafiar al destino robandole tiempo porque este es otro nivel que no habia experimentado antes. Aqui hemos venido a jugar y si estoy en equipo,, se que ganare. No puedes rendirte aunque ya se haya adueñado de todos los espacios de tu ser. Si somos participes de alguna sincronia, nos volveremos a ver, en el marco perfecto, donde la chispa se convierta en llama. No temas, sonrie, porque sabes que ella te completa, ella es todo lo que te falta, es el significado de la palabra bonita.

ANA DEL ÁLAMO

LA CHISPA DE LA VIDA
Gabriel está cansado; lleva muchas horas de guardia, pero aún le quedan fuerzas para terminar su jornada.
Se toma un respiro y se prepara una Coca Cola con hielo y limón para despejarse: la chispa de la vida, piensa. Aprieta con fuerza la taza para recibir toda su energía.
El 112 recibe una llamada y al instante se pone en marcha todo el equipo.
Las luces de la ambulancia resplandecen en las calles como un carrusel en una noche cerrada. El pueblo duerme, pero al parecer no todos : en un cuartucho de una vieja casa del arrabal , Alina reza para que su hijo no se impaciente demasiado. La luna le pilló desprevenida y ella, ducha en estos quehaceres, da las órdenes entre esfuerzos reprimidos y fuertes contracciones.
Los sanitarios ascienden los cuatro pisos en una carrera maratoniana. Cuando llegan a la puerta, el espectáculo les impresiona: las mujeres nerviosas se gritan entre ellas y corren de un lado a otro entre jofainas y sábanas que ya perdieron su color. Una tenue luz alumbra la estancia con tufo a rancio y podedumbre. En un rincón, unos niños asustados les miran con grandes ojos, negros como esa noche. A un lado del camastro el padre sujeta la mano de su esposa ofreciéndole la mejor sonrisa : todo irá bien amor.
En ese momento, el bebé decide coronar su cabecita rizada a modo de saludo. Gabriel se apresura y lo recoge entre toallas, escucha el grito de la vida y satisfecho se lo coloca a la madre en el regazo, cortando el lazo que les ha unido durante nueve meses.
El médico se mira las manos y respira contento dando por terminada su faena. La mujer exhausta, pero preocupada, se dirige a él, le da las gracias y con apremio le comunica que hay otro en camino.
Gabriel se acerca de nuevo y descubre con asombro que el segundo gemelo viene atravesado.
Las luces azules vuelven a brillar y una nueva chispa de vida emerge entre las calles solitarias de la ciudad.

GUILLERMO ARQUILLOS

CHISPAS
El conductor del autobús siente rabia mientras aprieta el volante. La discusión del desayuno le ha amargado el día. Como todos los años, tendrá que soportar la cena de Nochebuena en casa de sus suegros, una cena de besugo al horno y aburridas discusiones de fútbol y política. Echa de menos los tiempos en que tenía un perro, su compañero cuando era un niño.
La mirada del conductor se desvía hacia la acera. Allí, un hombre con bigote está riñendo a un chico de unos doce años que lleva de la correa a un precioso dálmata de pelo blanco y negro. El conductor siente envidia del chico y le gustaría que el perro fuera suyo.
.
El quiosquero deja el puesto por un momento para socorrer a una señora que ha soltado un grito. Al girarse, ve que un tipo con bigote está increpando a un niño que pasea a un perro grande. Con las voces, la señora se ha asustado y se le ha escapado el bolso de las manos. «¿Qué habrá hecho el chaval para que le grite así?», se pregunta el quiosquero. El perro lo enamora y no puede dejar de mirarlo.
.
Un hombre se asoma desde el sexto piso del edificio número ocho y calcula el tiempo que le llevará caer al suelo, entre los coches. «No más de cuatro segundos —piensa—, aunque tampoco importa demasiado». Se sienta sobre la barandilla y balancea una pierna en el vacío. Abajo, en la parada, un autobús acaba de detenerse, el quiosquero ayuda a una señora a recoger su bolso y, un poco más allá, un tipo con bigote discute con un niño que tiene un perro precioso. Por encima del ruido del tráfico se escucha un grito: «¡Chispas es mío!». El hombre con bigote le contesta algo.
.
El conductor del autobús se siente cansado y aburrido, a pesar de que la mañana acaba de empezar. Lo único que le alegra la vista es el perro que tiene el niño, en la acera, más allá del quiosco. Ha oído que se llama Chispas cuando ha abierto la puerta para que se monten los que estaban en la parada.
.
El quiosquero y la señora guardan silencio. El tipo del bigote vuelve a alzar la voz:
—Hay que devolverlo, Jaime. No es nuestro. —Su tono es de impaciencia—. La familia ha puesto carteles por todo el barrio y hemos quedado aquí con ellos. Es lo que hay que hacer; cuando lleguen, les entregas a Chispas. Les dices lo bueno que es y se lo das.
Jaime agacha la cabeza y mira sus zapatillas.
.
Una niña grita desde la otra acera: «Chispas, Chispas, por fin…, ¿dónde te habías metido?».
El perro alza la cabeza, mira hacia la otra acera, reconoce a la niña y a sus padres, ladra un par de veces y se lanza a cruzar la calle corriendo, sin pensar en nada más; a Jaime la correa se le escapa de las manos. El autobús ya está de nuevo en marcha.
.
El hombre que quiere morir mira hacia abajo y se queda sin aliento. El autobús no puede frenar a tiempo y arrolla al perro como si fuera un trapo. Chispas sale despedido varios metros. Algunos coches se detienen al ver el atropello de un perro tan grande. Él solo alcanza a ladrar un par de veces más, antes de quedarse sobre el asfalto, quejándose, rodeado de un charco de sangre. La chapa del collar, donde tiene grabado su nombre, también se tiñe de rojo.
El hombre que va a morir siente un escalofrío al contemplar el sufrimiento inacabable del dálmata. Abre los ojos de par en par y se horroriza anticipando el insoportable dolor que va a sufrir cuando su cuerpo se estrelle contra la calle. Imagina la terrible agonía que le espera, se aleja de la barandilla y finalmente se desploma en el suelo de la terraza. No puede dejar de temblar… No puede dejar de temblar y durante un buen rato apenas puede respirar. Tiene sudores fríos, siente un miedo incontrolable a que le explote el corazón dentro del pecho.
.
Algún día el hombre que no se suicidó se lo explicará a su mujer. Algún día le revelará que en el último momento cambió de idea, que salvó su vida al ver cómo un perro perdía la suya.
El perro se llamaba Chispas, era precioso y nadie podía dejar de mirarlo.
.

GRACIELA PELLAZA

CHISPAS ¿Que magnitud tendrán los fuegos de los infiernos? A tantos pecadores, le resultan seguramente, muchos incendios! La clave debe ser la chispa. He cambiado tan poco. El tiempo me hizo más inquisidora. No me nieguen esas lumbres que queman camisas y vestidos, cabezas con insomnio, violentas pasiones. Crecemos abrazados de bondades y en esa paja reseca de soles, un día la chispa hace fuegos con rigores diferentes. Y le lloramos o no a las lenguas de fuego…Para apagar o para quemarnos en lavas , a veces, sin sentido. Transitar, y cuanto más largo, más complicado el camino. Saber sortearlo tiene valores vikingos. Calcular si la brasa de las pasiones iluminará una noche oscura, mucho o poco tiempo. Siempre está en nosotros, en la crisma de la duda, el nacimiento de las hogueras. ¿Y cuánto de tedioso sería un humano sin fuego? Sé tan poco. Llena de preguntas vine al mundo, y cuando pregunté tuve apenas algunas respuestas. ¿Qué rara eres, diría mi madre? Tierra, agua y fuego Y nosotros como relámpagos de tormentas. Soy un destello, un punto iluminado, y en esa breve llama vivo quemándome. Eso sí tiene grado de certeza. Y seré ceniza alguna vez, eso sí tiene fundamento. Un tizne negro en el viaje del viento. ️Graciela Pellazza

MAITE BILBAO PÉREZ

Fulgor
En la penumbra de mi alma, apareciste tú como un relámpago en la tormenta. Eras apenas una chispa, un destello fugaz, pero bastó para iluminar el camino.
Me prometiste una vida de novela, llena de aventuras y amor. Pero tan solo me has dejado la monotonía de la pantalla gris del televisor y la soledad del hogar.
Me decepcionaste. Eres un reflejo, una sombra, un impostor que se esconde detrás de palabras vacías.
Tus promesas son como fuegos artificiales, brillan un instante para luego desvanecerse. Arena movediza que te absorbe.
Confiado, pasaste por mis letras, arrogante y pretencioso con mirada turbia. Farsante disimulando la incompetencia, rebajando mi autoestima escudándote en normas y preceptos que no entiendes.
De nulo talento, eres un escritor en ciernes, que apenas sabes usar la pluma.
Sí, me enamoré de tu verborrea, tu carisma, tus promesas. Ahora te has convertido en una sombra, un peso muerto que me arrastra hacia la oscuridad.
No sé qué hacer contigo, si seguir o renunciar.
Eres un faro errante, que apenas sabe donde se encuentra. Y yo creí que eras la chispa de mi vida.
Maite Bilbao

¿Te gusta leer? ¿Quieres estar al tanto de las últimas novedades? Suscríbete y te escribiremos una vez al mes para enviarte en exclusiva: 

  • Un relato o capítulo independiente de uno de nuestros libros totalmente gratis (siempre textos que tenga valor por sí mismos, no un capítulo central de una novela).
  • Los 3 mejores relatos publicados para concurso en nuestro Grupo de Escritura Creativa, ya corregidos.
  • Recomendaciones de novedades literarias.

16 comentarios en «Chispa – miniconcurso de relatos»

  1. Complicado elegir. Diversos temas, me gustan muchos.
    .Antónicus por su originalidad
    .Luisa Valero y su poesía.
    .Arcadio Mallo. Casi una canción de Sabina.
    .Sergio Tellez, por su relato y originalidad.

    Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Ir al contenido