Máscara – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «máscara». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 5 de octubre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Javier era un hombre robusto de aspecto elegante, mediana edad, una cabellera morena lustrosa y brillante; pero tenía un complejo enorme con un rasgo estético muy importante (por lo menos para él) con el que se nacía: «la fealdad».
Javier se sentía mal consigo mismo, era un conflicto interno que le atormentaba y angustiaba, un conflicto del cual se prometía a diario que intentaría ponerle solución.
Cada mañana tenía la misma historia tras lavarse la cara; miraba fijamente su imagen en el espejo , era horrible la sensación (era bastante feo, muy feo). Algún día inclusive le daba un golpe al espejo de la rabia que sentía al ver reflejado su rostro, el espejo tenía por ello varias grietas que amenazaban con quebrantar .
Javier con decisión se colocó una máscara (de esas que nos ponemos en carnavales) para disimular su fealdad; a sabiendas que esta no era la solución, era tan solo un parche sin sentido que la sociedad en la que vivía jamás aceptaría ni comprendería, pero estaba harto de que esa misma sociedad utilizara constantemente el sarcasmo para recordarle su mayor complejidad…
Tras toda una vida de acomplejado, Javier decidió pasar a la acción: fue directo a una clínica privada para que le realizarán una cirugía para cambiar su rostro.
Javier gastó todos sus ahorros en tal menester. Tras la operación, el postoperatorio, las curas y un largo etcétera; se acercaba el gran momento, el de la verdad, el de quitar las vendas y ver el resultado. La sorpresa en el rostro de Javier fue enorme y su ira ya no tuvo fin, Javier había quedado bastante más feo después de la operación.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Deseaba que llegase la función.
El teatro estaba lleno de gente.
El tema era «Máscaras expresivas.
Hoy me tocaba representar «máscara triste»
Toda yo tenía que mostrar la debilidad y la confusión.
Mi vestir era gris, mis cabellos blanco plateado, mis zapatillas agujereadas dejaban ver el dedo gordo, mis ojos tapados con la máscara echaban lágrimas ensangrentadas. Sólo la poca piel fina y bella que mi cara dejaba ver mostraba mi yo alegre y joven encerrado en aquel ser teatral incapaz de sentir nada.
Al final de la obra, los aplausos me devolvían a la libertad de la vida.

CORONADO IN MEMORIAM

A Coronado le tocaba leer el tema semanal en clubhouse y entre la presión propia de desvelar quien se ocultaba detrás de Noche de Estrellas, el vacile vacilón de Monse, las apariciones y desapariciones de la Madre de la Criatura, las ausencias de la Dueña y Señora del trébol y la expectación generada entre los asistentes habituales, le provocaban un contraste entre la verdad y la realidad subyacente, lo cual hacía que surgiesen en su psique entelequias anidadas que lo mismo aparecían el Pal Color que en blanco y negro.
-Tranquilo chaval, que desde que mi influencia te alcanza, no hay nada que no puedas superar- espetó Sergio.
-Has dado un gran paso al explorar esos sentimientos que escondes detrás del humor, me encanta cuando te pones serio, te lo he dicho siempre- dijo Mela a continuación.
-Noten ustedes que yo también he visto esa prestancia melancólica en su escritura que precede al enamoramiento – añadió Alexandra.
– ¿Hay alguien más que quiera decir algo del cambio de estilo de Coronado, tú que opinas Cris? – preguntó la anfitriona.
-Ejem yo… ¡saca la gata de la lavadora, Leire!, perdón, a mí Coronado siempre…, disculpad es que tengo el caos por aquí rondando, ahhh, sí ¿Coronado no? El último libro es más introspectivo pero sin dejar de ser suyo- respondió la jefa.
-Es un crack, ya lo he dicho muchas veces – apostilló Armando.
-Yo no lo conocía, pero por lo que contáis, escribe habitualmente- dijo Unai.
-A mi me gusta su estilo humorístico cuando hace humor, cuando no lo hace me gusta su otro estilo – concluyó Carlos.
-Bueno, a ver que nos traes hoy de Noche de Estrellas, a ver si acabas ya el relato que a este paso te declaras a la musa en el IMSERSO, y que conste que yo se que tu sabes que hay gente que sabemos quien es, sabiéndolo tú también – apremió Monse
-Ejem… aquí va la conclusión sin concluir, pero solo faltará ya la parte de la musa – dijo Coronado – hoy no hay guitarra, empiezo:
El Trovador Deslenguado, negándose a usar el estilo Tinder decidió enviarle una original carta.
Por la presente quiero decirte que:
Me ha costado mucho decidirme, porque al igual parece una tontería ¿Una carta ahora en nuestros días?
Desde el minuto uno, desde tu voz en el teléfono, algo ahí se despertó, aunque entonces no parecía el momento.
El avanzar de la vida propone diferentes derroteros en el horizonte, siempre me apareces tu y creo que ya es hora de expresar lo que siento.
En fin, creo que nunca he sabido escribir cartas, así que me expreso de la forma que mejor se me da.
Me gustaría despertar contigo
después de escribir nuestro poema,
dibujar una estrofa en tus labios
mirando tus ojos de luna llena.
Sentir tu noche plateada
en la orilla de mi pecho
y susurrarle a la almohada
que por fin conozco el cielo.
Quisiera rendirme al viento
que pronuncia tu nombre
lanzándome al vacío
fundiéndome con tu tu galope.
Saber llorar tus alegrías
y también reír tus penas
ser la pura contradicción
que a tu noche me encadena.
Ante tal sublime declamación, la musa cayó rendida en un éxtasis jamás alcanzado con otro poeta, declamando a su vez.
(Ejemplo de respuesta no condicionante que da la musa)
Quiero ser tu noche eterna
y la luz que alumbre tu día
el trébol de tu suerte
y el jardín de tus delicias.
Voy a ser la musa de tus versos
y la canción de tu poema
la música de tu guitarra
y el fuego que te quema.
-El resto del poema se lo dejo a la musa- dijo Coronado a modo de final del relato
-¡Pero di de una puñetera vez quien es la musa! – exclamaron todos al unísono.
-La semana que viene… si eso…es que…
-¡Corre Coronado, corre!
-¡Raudo y veloz, Sergio, raudo y veloz!
-¡¿Pero Sergiooo de que parte estás?! – bramó Monse
-Perdón, pero es que siempre había querido decir lo de corre Coronado, corre, pero lo arreglo en un plis plas. ¡Dimitri a por él!
Una vez devuelto Coronado al redil de clubhouse, se volvió a plantear la disyuntiva, pero él en un alarde de valentía dijo a micrófono abierto:
Desde el 12 al 16 de octubre se produce lo que se conoce como el solsquinocio del poeta, una tradición ancestral perdida en los albores de la modernidad, que es el momento señalado para que poeta y musa se fundan en el poema eterno. Solamente se puede dar en un lugar concreto del norte de Extremadura el cual solo se le puede revelar a la musa.
-¿Noche de Estrellas quieres ser mi musa y escribir conmigo ese poema eterno?
…Ahora le toca responder a la musa….
El Final es interactivo…si la musa lo tiene a bien.

DAVID MERLÁN CASTRO

VINCENZO. UN VAMPIRO NOVATO
Habían trascurrido un mes desde aquella extraña fiesta de disfraces. Vincenzo vivía atormentado por la falta de confianza en sí mismo. En ese corto espacio de tiempo habia comenzado a darse cuenta de que aquella situación no tenía vuelta atrás, pero a diferencia de otros vampiros que se enorgullecían de su inmortalidad, él se avergonzaba de lo que era. Temía ser juzgado por sus compañeros vampiros al verle en acción. Sus “artes vampíricas” aún no estaban perfeccionadas, y por eso, ideó un plan insólito para alimentarse sin que nadie conociera su verdadera identidad. Estaba empezando a cansarse de las burlas de los vampiros más experimentados.
En la soledad de su habitación, hizo memoria y recordó sus frecuentes visitas a la tienda de antigüedades del centro en su época de estudiante de artes oscuras. Sin pensárselo dos veces y al caer las primeras sombras de la tarde noche, se dirigió a ella. Al llegar, se dirigió al fondo, a la sección de disfraces y atrezo. Entre los objetos misteriosos que se exhibían, encontró una máscara enigmática que había pertenecido a un antiguo carnaval. Por sus frecuentes visitas a la tienda, había podido saber de manos de su dueño que la máscara en cuestión, según rezaba la leyenda, tenía la capacidad de hipnotizar a quien la mirara, y Vincenzo sabía que esta sería su herramienta para atraer a sus víctimas sin ser reconocido.
A la noche siguiente, Vincenzo se puso la máscara por primera vez y se adentró en la vida nocturna de la ciudad. Con su rostro oculto, seducía a sus presas, antes de llevarlas a un rincón oscuro y morderlas para saciar su sed de sangre.
Todo marchaba “a pedir de boca”. Sus artes iban mejorando rápidamente y comenzaba a ganarse el respeto de sus semejantes, y eso le insuflaba más seguridad en sí mismo. La máscara funcionaba a la perfección. Cuando por fin parecía que todo al su alrededor comenzaba a tener sentido, un mes más tarde, mientras continuaba con la rutina de sus oscuros juegos de atraer a una víctima usando su máscara hipnótica, algo inesperado ocurrió. Sus sentidos se habían potenciado y comenzó a sentirse observado. Estaba en lo cierto. Una vampira detective llamada Selene, conocida por su habilidad para resolver misterios en la comunidad vampírica, había estado siguiendo las pistas de los misteriosos ataques que habían estado ocurriendo en la ciudad, y había ido estrechando el cerco sobre Vincenzo.
Selene sospechaba que detrás de estos ataques se escondía un vampiro novato, alguien que no tenía el control ni la experiencia para ocultar su rastro de manera efectiva. Mientras observaba la escena desde las sombras, Selene notó algo extraño en la forma en que Vincenzo atraía a su víctima. Su instinto de detective la alertó.
Entonces, justo cuando Vincenzo se preparaba para morder a su víctima, Selene intervino y se abalanzó sobre él con una velocidad y destreza sobrenaturales. Sus brillantes ojos rojos refulgieron con determinación en la oscuridad mientras agarraba a Vincenzo por el brazo. La máscara hipnótica cayó al suelo, revelando el rostro aterrorizado del novato.
Vincenzo intentó luchar, pero fue en vano al verse fácilmente superado por la experiencia de Selene. Ella lo sometió y lo inmovilizó, pero en lugar de atacarlo, lo miró con curiosidad.
―¿Por qué haces esto?―. preguntó ella en tono compasivo mientras veían como huía despavorida la cuasi víctima de Vincenzo por el callejón.
―¡¿Qué haces?!
―Las cosas no se hacen así. Te queda mucho por aprender―. le contestó mientras dejaba de sujetarlo.
―Eso no te incumbe. ¡¿Quién coño te crees que eres, si se puede saber?!
―Me llamo Selene y soy detective privado. Colaboro con la policía sin que lo sepan esclareciendo casos extraños. ¿Lo de la extraña criatura peluda de la semana pasada? Si, lo atraparon gracias a mi―. dijo señalándose el pecho con el dedo índice y una gran sonrisa de satisfacción pintada en el rostro. ―Cuando se ven superados y no tienen ni idea de por donde seguir con la investigación, obro mi magia y les doy un empujoncito, je, je, je.
―¿Y todo eso qué tiene que ver conmigo?
―Tu caso es distinto. En tu caso lo hago por compasión. Me das pena. Llevo un tiempo observándote y no puedes ser más penoso, créeme. Dejas un rastro imposible de perder, eres torpe y nada cuidadoso. Algunas de tus victimas mueren desangradas unas horas después. Debes tener más cuidado con la parte del cuello que muerdes. Sino a este paso, te vas a quedar sin clientas, ja, ja, ja.
Vincenzo se dio cuenta al instante de que Selene no era una enemiga y pensó que, aunque se había entrometido en su vida, le vendría bien una aliada en su viaje por convertirse en un verdadero vampiro. Derrotado y avergonzado, le confesó sus miedos y vergüenzas de ser un vampiro novato.
Selene, lejos de juzgarlo, decidió ofrecerle su ayuda en lugar de castigarlo. Le enseñó el arte de la caza vampírica de manera ética y cómo controlar su sed de sangre.
A medida que Vincenzo aprendía de Selene, su relación se fue transformando. De cazador a mentor, pero… eso, ya es otra historia.
FIN

RAQUEL LÓPEZ

Ya se acerca el carnaval
de máscaras y disfraces
música festival,
desfilando por las calles.
Carnaval de Venecia
donde los sueños danzan
disfrazados de alegría,
¡ la gente viste de fiesta!
Arlequines y Pierrots
bajo la plaza San Marcos,
el festejo comenzó
con el Volo «Dell Angelo.
Gondoleros que pasean
por los mágicos canales,
mientras en el cielo reverberan
los fuegos artificiales.
Espectáculo que empieza
escuchando por sus estrechas callejuelas
el tradicional saludo:
«Buongiorno, Siora Maschera».

BENEDICTO PALACIOS

La calle por donde paseaba Aurelio carecía de nombre o no era de las importantes. A lo mejor habían cambiado el callejero y no se había enterado, pero tampoco se acordaba del antiguo. ¿Calle de la Magdalena? Tal vez. ¡Esta memoria! Caminaba sin rumbo, pero había escogido la acera que conducía al paseo central porque en aquel momento la guardaba la sombra. Eran las diez de la mañana y hacía calor. Treinta grados. La aglomeración por esquivar el sol era enorme. Marchaba con cuidado pero un empujón de un par de personas que venían discutiendo motivó que se encontraran frente a frente. Una casualidad. Se miraron, pero seguro que no se vieron. Aurelio no logró verla porque se había calado las gafas astronómicas, las más rentables para disimular un enojo, las que se ponía para ocultar parte de la frente que es el trozo en que él se fijaba cuando miraba a cualquier persona. La frente fruncida era signo de disgusto, enojo, decepción. Si es lo que exhibía la suya, que no logró contemplar, él desconocía el motivo. Lejos estaba de que fuera él la causa, pero vete a saber, nunca estuvo en su mano explicar y entender el enfado de una mujer y sus porqués.
Después de aquel encuentro inesperado ella, Andrea, siguió su dirección y él se dio la vuelta sin perderla de vista. Le entró curiosidad. ¿Qué le ocurría, por qué esa cara que le pareció de disgusto? Cuando ella arribó al final de la calle volvió la cara. ¿Ah, pero es que momentos antes no le había ignorado? Al ser consciente de que la seguía, aceleró el paso como si estuviera huyendo, y entonces Aurelio se plantó delante. Aquí estoy. Sabía que de no actuar decidido no se detendría.
—¿Qué te sucede, por qué llevas esas gafas? Mírate al espejo, no te sientan bien.
No le respondió. Parecía avergonzada, pero disimuló bien su turbación juntando una mano con la otra como si se las estuvieras lavando.
—No me preguntes, no quieras saber.
—¿Por qué? ¿Qué es lo que te pasa?
Le miró desde la oscuridad de tus gafas y pudo entonces comprobar la blancura de su rostro: «los polvos de la madre Celestina, un milagro,» pero gafas y rostro eran la viva imagen de una máscara. Lo alerté. Y entonces comprendí que el encuentro no había sido casual sino que era ella la que me seguía, y con ello despertar mi desconcierto. ¿Por qué? «Porque eres un blando. A tu hija no le niegas un capricho.»
—Guardaré la advertencia en adelante. Pero cuando llegue el momento también yo me vestiré con una máscara aunque si me mira la gente moriré de vergüenza.
—No hace falta vestirse estrafalario ni cambiar la expresión. Seas como seas y vayas como vayas alguien habrá que te verá con máscara aunque lleves la cara descubierta. Tú además no engañas.
—¿Y tú?
—Todo el mundo tiene derecho a enfadarse y no pienso disimularlo. Se me ha ido la mano con la crema y llevo estas gafas por la claridad del sol que me molesta. Haz como yo.
—¿Para qué?
—Para enmascarar tu falta de carácter. Y por favor, nunca me vuelvas a chillar.
—Lo prometo, pero aguanta un minuto ¡¡Egoísta, latosa, gruñona y suspicaz!!
—¡Para, para! No vociferes más.
—Mujer, entiéndelo, no he sido sino mi máscara.
……………..
Noticia sin ánimo de epatar. La máscara fue un elemento usual en el teatro griego. La palabra personalidad, de hecho, parece estar emparentada con esa palabra. Personare, (sonar a través) de ahí personalidad, hace referencia al hablar a través de la máscara. Entonces ¿personalidad es lo que es o manifiesta el individuo o lo que se guarda y queda oculto? Etcétera.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

UNA MALA NOCHE LA TIENE CUALQUIERA
Varón; caucásico; entre treinta y cuarenta años; sin tatuajes, pirsines o marcas reseñables. Por el momento se desconoce identidad. Causa de la muerte: obstrucción de la tráquea originada por un preservativo. El condón no presenta restos de fluidos. Costillas flotantes rotas, presuntamente por una maniobra Heimlichmal aplicada. Dilatación anal, que podría ser compatible con los efectos del rigor mortis. Se aprecian evidencias de abundante ingesta alcohólica. Pendiente del análisis de vísceras.
Dioscórides García Prieto
Instituto de Medicina Legal
A ver, no digo yo que el informe del forense sea técnicamente reprochable, pero es que dicho así, a lo bravo, sin pulir, echo a faltar un capote, solidaridad de género, no sé, un poquito de empatía, ¡coño!, que el papel lo aguanta todo y las historias son según se cuentan. Bastante tiene uno con estar malamente muerto, para que encima se ande con sospechas y ambigüedades sobre su orientación sexual. Con eso pocas bromas, oyes, porque yo otra cosa no, pero soy muy macho, del Real Madrid y de derechas, como mi padre. Con novia formal desde los quince. Me caso en un par de semanas, no te digo más: Jimena, la hija de los Argüelles y Santolaria, directamente salidos de la bragueta de don Pelayo; mejor pedigrí no se puede tener. Fíjate tú qué plan ahora. Pobre, Jimena, el disgusto que se va a llevar, con lo ilusionada que está la chiquilla. Casi al pie del altar, con fecha en los Jerónimos, que tienen una lista de espera del copón, vestida de Navascués y el novio en el tanatorio de la M30.
Vale, sí, sacamos un poco los pies del tiesto, lo admito, pero las despedidas de soltero son para eso, ¿no?. Hay un guion establecido, una rutina secular que ha pasado de padres a hijos por generaciones, como manda la tradición, y nosotros somos gente de orden, seguimos las reglas: bien comidos, mejor bebidos, pelín esnifados y en zona azul, sin salir de Almagro, a tiro piedra de la Castellana y medio paso de Génova, por si hay que hacer el Camino de Santiago. ¡Qué se nos había perdido en Chueca, por favor!
La culpa fue de Borja Mari, que lo mismo truchea un poco, no sé si me entiendes, come de todo, vamos, que hace tanto a pelo como a lana. Oyes, que a mí esas cosas me la traen al fresco; cada uno saca el cuerpo de penas como puede y es muy libre. Hasta puede que solo sean figuraciones mías, no digo yo que no; pero se puso tan cansino con que fuéramos a Chueca: «Va, tíos, ya veréis que divertido, echamos unos cubatas, unas risas y ya está, además están en pleno Orgullo y montan una bulla de la hostia». Bulla de la hostia, sí. ¡La madre que te parió, Borja Mari!
—Venga, vamos, pero hay que pasar desapercibidos; porque seguramente algún conocido habrá, que el diablo zurce y no quiero yo que nos canten coplas —dijo Fonsi, que va para ingeniero de caminos, tiene un coco analítico de la leche y en su casa son del Opus.
Como llevaba razón, compramos unas caretas en un chino que hay en Diego de León, casi esquina con General Pardiñas. Esas que son de media jeta y cubren solo hasta la nariz. La mía era de Batman. Molaba, aunque la goma iba floja y a ratos se me montaba en los belfos, me tapaba los ojos y no veía un pimiento. En fin, que Pillamos un Cabify y hala, a Chueca. Mala idea.
Ambiente había, sí, pero como ya veníamos con el precalentamiento hecho nos costó muy poco pillar el ritmo: Club 54, Delirio, Cosi…, en el Republik se nos juntaron unos vascos de Bermeo, que también andaban enmascarados e iban del mismo rollo que nosotros, porque Koldo se casaba en unos días. Abertzales, con hechuras de armario ropero y chupando como esponjas, pero salaos a más no poder. Casi todos iban a la pesca de altura: seis meses de un tirón, persiguiendo atunes por esos mares de Dios. El novio —que llevaba una careta de Joker muy oportuna porque estaba como una puta cabra—, era montador de estructuras metálicas, remero, de traineras y tenía unas manos como palas de pizzería. Digo yo que sería por afinidad corporativa, pero desde el primer momento Koldo y yo hicimos buenas migas.
—¡La órdiga, Bertín, que nos quedan cuatro días! —decía apechugándome, divertido—, de hoy en nada, la Jimena y la Izaskun nos ponen la uztarria y de oreja nos llevan, pues.
Majo, el chaval, algo pegajoso, todo hay que decirlo; me llevó todo el tiempo cogido por el hombro, con esa manaza suya de metalúrgico, con la que a ratos me palmeaba el culo. Pero sin malicia, no os creáis, es que le salía así de natural, oyes: vasco, de Bermeo, del metal y remero de trainera, que para eso hay que echarle huevos.
Las orejas me burbujeaban de yintónic, la música estaba a tope y la gente desmadrando cantidad. Koldo, que iba con el alcoholímetro igual de perjudicado que yo, me hacía confidencias al oído, casi me comía la oreja. Cosas propias del compañerismo de trinchera etílica: en estos casos, la necesidad de contacto físico es directamente proporcional a la cantidad de cubatas ingeridos; las máscaras dificultan la comunicación —eso es así, se han hecho estudios del fenómeno, ciencia pura—, y el asunto se complica si los decibelios del local superan con mucho lo humanamente soportable. A ver: vasco, de Bermeo, metalúrgico, lo del remo…, ¡que no, coño!
»Pixa egiten ari naiz, Bertin —dijo meneando las piernas de manera compulsiva—, que me estoy meando; apa, ahora vuelvo —tradujo y se fue en busca del arca perdida.
Pasó un buen rato. Se me estaban cerrando ya los ojos de sueño, el cansancio ganaba espacio por momentos y empecé a considerar la opción de una retirada estratégica. Pero cuando ya estaba por levantar el campamento, volvió Koldo, exultante y con una sonrisa prometedora. Tiró de mí y sin mediar palabra me guio a través del local hasta llegar a una estrecha escalera de caracol. Bajamos, él siempre delante a modo de cicerone. Luego anduvimos un trecho por un pasillo apenas iluminado por cuatro bombillas indecisas.
—¿Pero adónde vamos, tío? Esto parece la salida de emergencia del castillo de Drácula. Hay menos luces que en un discurso de Trump sobre el cambio climático.
La verdad es que me estaba empezando a mosquear un poco, pero como los tragos me tenían algo confuso, la máscara se me caía cada dos por tres y seamos serios: vasco, de Bermeo, montador de estructuras metálicas, la trainera…, ¡No, hombre, no, imposible!
—Vas a flipar, Bertín, rey mío —dijo mientras abría una puerta verde y me empujaba suavemente dentro de una habitación absolutamente en tinieblas, en la que había más gente; invisible, sí, porque la oscuridad resultaba impenetrable, pero cuya presencia delataban algunos murmullos ininteligibles, sofocadas risitas nerviosas y jadeos poco tranquilizadores.
—Oye colega, yo me piro —acerté a protestar mientras intentaba una huida preventiva.
Isilik, tontoa, gustatukozaizu —se le olvidó traducir, a la vez que con sus manazas en mis hombros ejercía una firme presión hacia abajo—. Abre la boca y cierra los ojos —dijo.
—«Para qué voy a cerrar los ojos, si no se ve un pijo» —pensé en mitad de una inquietante epifanía, pero, oyes: vasco, del metal, la trainera… ¡¿Quieres decir?! En esto que la máscara se escurre, me pega en todo el morro, con la sorpresa se me escapa un inoportuno ¡Aaaaah!, y bueno, os podéis hacer idea: algo duro, de indefinible textura y con sabor a fresa me golpeó el paladar.
En fin, que no quiero entrar en detalles. Ni se os ocurra preguntar. A lo hecho, pecho, aquí estoy, de cuerpo presente, con lo de la dilatación anal del rigor mortis pendiente de un hilo y dándole vueltas a la cabeza, porque, ¡hostias!: de Bermeo, euskaldún, ¡aupa atlethic!, y todo lo que tú quieras, pero ya no se respeta ni lo más sagrado. Manda narices.
Solo una cosa más. Insisto: ¡La madre que te parió, Borja Mari!
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Uztarria (Yugo, gamella, armazón, atadura). Más o menos.
Isilik, tontoa, gustatukozaizu (Calla, tonto, que te va a gustar). O algo parecido.

FÉLIX MELÉNDEZ

Venía calle abajo con unos inmensos ojos tristes, pensando cuánto dinero traía.
Su presencia era buena, su cara una sonrisa rota. Estaba siempre limpio, con ropa planchada y con un extraño olor a tinta quemada, cualquiera pensaría que todo era normal aquel día.
Al pasar por un comercio se tocó el bolsillo y entró; un paquete de galletas y un litro de leche eso es todo lo que compró.
Dió los buenos días y pagó sin mediar ninguna otra palabra más.
Volvió calle arriba donde vivía en una vieja casa pintada de recuerdos y sentimientos. Sensaciones que le venían a su mente; aquel día y sus recuerdos lo hacía vibrar de emociones.
Abandonado en una sociedad precaria que a nadie le importaba y sólo él entendía, pasaba sus días, decidió ponerse una máscara triste, un extraño vivir y pasar desapercibido en soledad media vida.
Tenía buena presencia y escondía la realidad bajo unos ojos tristes, y buena conducta, tremendamente serio con una mirada apagada y llena de dudas, vivía al límite su individualidad. Cada día la lucha por vivir, pero nunca le alcanzaba pensábamos los que le veíamos pasar, él no decía nada, quería guardarlo todo para él. Y sólo él se explicaba sus silencios. Nadie se imaginaba lo que estaba sufriendo, en su Soledad, que tuviera una doble vida escondida algunos se imaginaban. Nunca se le vio borracho o desatendido. Siempre mostraba elegancia una cara agradable a aquel que lo miraba. Otra historia era la realidad escondida bajo una careta despreocupada.
A veces, salía de casa durante algunos días bien vestido y trajeado nadie sabía dónde iba, al menos salía temprano de su casa y volvía bastante tarde, se le veía por la calle. Otras veces se quedaba los meses sin salir apenas de casa, se oía una música de guitarra indefinida los acordes se escapaban por su ventana.
No hablaba nada con nadie, él no lo necesitaba. Algunas noches de invierno cuando la tormenta bramaba, y se encendían los cielos, se le oía cantar con su guitarra a pleno pulmón, canciones y melodías tristes, que el viento soplaba, llevaba y traía en el mutismo de las noches frías por la calle abandonada.
Un extraño día cuando murió se descubrió que era un gran y afamado escritor lo dijo la televisión, pero nadie sabía nada, era de otro país. Y sus obras muy nombradas y cotizadas.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

LO ESENCIAL
A cualquiera de nosotros nos podría parecer extraño, no hay duda, pero para ellos era lo cotidiano. Se habían conocido así desde el minuto cero, sin jamás haber visto sus verdaderos rostros. A lo largo y ancho del planeta, escondidos por temor a las consecuencias, sobrevivían en sus avisperos cientos de miles de ciudadanos como enormes enjambres de robots. Todos iguales, uniformes y enmascarados.
Jacob y Mila se gustaron, desde el principio, justo en el momento en que el algoritmo les hiciera coincidir por afinidad básica de parámetros esenciales. Ambos eran conscientes de que la realidad física no lo era todo. Había otros miles de variables y parámetros de compatibilidad que compensaban con creces el simple hecho de contemplar unos rostros bonitos y deseables. Por aquel entonces, la belleza había perdido todo su valor, quedando relegada a un lejano vestigio del pasado.
Se conocieron a fondo. Sus pensamientos más privados, sus gustos más particulares, cada instante de sus vidas, cada rincón de sus mentes no escondía el más mínimo secreto. En sus encuentros, Mila se visualizaba paseando de la mano de Jacob, disfrutando del sol artificial, tan agradable como irreal, sintiendo bajo sus pies la indescriptible sensación de pisar la hierba. Un césped digital generado por Global Reality, la aplicación de ultrarealidad virtual responsable del entorno sintético en el que la población del planeta se encontraba inmersa.
Tras años de intensa y sistemática relación, la curiosidad fue creciendo dentro de ellos y en algún momento indeterminado, no sin muchas dudas, decidieron dar el paso. Las condiciones medioambientales no aconsejaban permanecer demasiado tiempo en el exterior. De hecho, era ilegal. Pero en aquel mundo apocalíptico, abocado cada día más a su final, como en todo, siempre había resquicios. Y ciudadanos que sabían aprovecharlos.
Para el día señalado, ambos escogieron un atuendo retro de finales del siglo XX. Vestidos de esa forma, les sería más fácil y rápido reconocerse, habida cuenta de que no disponían de mucho tiempo para el encuentro. Una vez fuera, frente a frente, ambos se fundieron en un tierno y caluroso abrazo, no sin antes tomar las precauciones necesarias. El era más alto de lo que había imaginado. Ella, una frágil muñequita, cuyo cuerpo real le pareció infinitamente más delicado que el de su avatar digital. En silencio, se observaron por un instante. Tras los sucios cristales, cada uno tan solo podía ver la máscara del otro. Decidieron hacerlo los dos a la vez. El se la quitaría a ella y ella a él. Comenzaron a desvestir sus cabezas, despacio, con la respiración contenida y el pulso acelerado. Finalmente, contemplaron sus rostros desnudos y una avalancha de sentimientos encontrados se desató, justo cuando se miraron a los ojos.
Nunca sabremos si lo que hallaron bajo esas máscaras era lo que realmente esperaban. Ni siquiera si eso les importó demasiado. Pero lo que es cierto es que todos tenemos un universo interior que habita bajo nuestras máscaras cotidianas, más allá de la belleza efímera. Esa es la verdadera realidad. Y como dijo una vez un pequeño príncipe: eso, que sin duda alguna es lo esencial, casi siempre resulta invisible ante nuestros ojos.

NURIA HERNANDO

Un cigarro humeante descansa sobre un cenicero lleno de colillas, Andrés lo pinza entre tus dedos para darle un par de caladas y arrojar el humo con fuerza . Va al baño a lavarse los dientes y utilizar un colutorio para borrar los signos de tabaco en su aliento . Como se siente de bajón , aspira dos rayas de coca , finamente cortadas, con una vieja visa anulada y que utiliza solo para esos menesteres . Sus ojos le lagrimean y en su nariz , aparece una irrefrenable ganas de estornudar toda la carga , que llega directa al cerebro . Se retoca y sale por la puerta , con su sonrisa de padre ejemplar y hombre exitoso en sus finanzas.
Laura tiene dos mensajes en su buzón de voz . Apunta los teléfonos y realiza las llamadas . Les pregunta si prefieren en algún sitio en especial porque sino ella tiene su hotel de confianza y discreto de miradas . Con entrada directa desde el parking a las habitaciones . El servicio es a gusto del cliente pasando previamente por el baño, para una correcta higiene de ambos, para después volcarse en el sexo frío y casi pornografico. Cuando termina Laura se cambia de ropa y se pone algo más informal , lo mete todo en su mochila y sale disparada a la universidad . Ellos se montan en sus autos y se dirijan a sus casas donde fingen su vida ideal de familia feliz y enamorados de sus esposas . Algunas fingen no enterarse y seguir en su zona de confort y hacer lo mismo, de vez en cuando y otras viven en la inocente ingenuidad de creer que son las únicas y las aman .
Gema es influencer y todo es maravillosamente perfecto. Sus outfits y los escenarios . Composiciones falsas para las tomas . Emociones de felicidad cuando en realidad se siente triste y sola . Sin apoyo de su madre , ni de su pareja que le fue infiel. Pero se debe a su público y a su imagen . A esa sonrisa vacía y filtrada de un mundo de papel .
En el taper se encuentra los restos de la comida de ayer . De nuevo mamá se olvidó de reponer la comida del día y las tripas le rugen más que nuca . Se va al baño para llenarse la tripa de agua y se dirige a la clase del a al lado suya , que está vacía pues están en educación física y revisa rápidamente en las mochilas en busca de dinero . Lo consigue y sale rápidamente antes de ser descubierto. El timbre suena, avisando el recreo y sale sonriente, junto a sus compañeros de clase hacia la cantina. Se compra unas patatas fritas , pues no da para más y con eso finge que ha comido.
El chico robado, maldice su suerte y hoy regresará a pie a su casa.
Todos se escondes tras sus máscaras y pantallas aparentando o escondiendo quienes son a ojos de la Sociedad pero no de su conciencia . Cada uno decide qué pesa más si su avatar creado o vivir tranquilo y sin dependencias. Todos llenan vacíos , faltas de atención y cuidado cómo pueden. Pero no sé cuántos lograr huir de sí mismos y dejar sus máscaras, sin salir ilesos en el intento .

IRENE ADLER

EL MÉDICO DE LA PESTE
Sólo hay una cosa en Venecia capaz de igualar a los hombres como lo hace la Muerte: el Carnaval.
Las cortesanas di lumi y las cortesanas honestas se mezclan en las plazas sin distinciones, ofreciendo los mismos encantos bajo el amparo de los antifaces y la profusión de organdíes, maquillajes, risas aromáticas y contorsiones procaces de cuerpos, lenguas y almas. El Carnaval es un crisol de ganas y promesas; de imposturas y deseos. Una hoguera de absolutas y prosaicas vanidades.
Hasta el ventanal abierto de su taller en Giudecca llega el bullicioso discurrir de la noche deslizándose sobre los canales y las voces lisonjeras que entablan dialécticos duelos a muerte o a primera sangre.
El primer contacto lo hacen siempre los ojos que se ocultan y las bocas que se muestran. Las venas del cuello bombean una sangre perfumada de benjuí y bergamota. Y en las ingles golpea con rítmico vaivén de agua estancada el mismo ímpetu que arrasa o eleva naciones. Porque en el amor y en la guerra, todo vale.
Él trabaja con método, muy concentrado, midiendo las tinturas y esforzándose sobre el mortero para que las texturas sean las adecuadas, sin dejar que la noche y sus prodigios lo distraigan. Va algo retrasado porque los encargos se duplican en días como hoy.
Muele con cuidado el fruto verde de la acacia, la tuera y los dátiles hasta conseguir una pasta suave y uniforme que luego mezclará con una generosa cantidad de miel de flores. Y mientras la masa reposa, él prepara los últimos tampones vegetales.
Sobre un pequeño cilindro de madera, enrolla varias capas de lino de buena calidad que importa de Valencia. Su mejor cliente y buen amigo Giacomo Casanova, le hizo ver las ventajas de usar lino en vez de algodón u otros materiales. Son sus generosos encargos y los de algún que otro noble libertino de la ciudad, los que le permiten a él repartir después entre las prostitutas de Venecia, las que trabajan en los tugurios y en los callejones, sus tampones vegetales y anticonceptivos de manera totalmente gratuita.
Cuida de su salud con cierta frecuencia, llevándoles pomadas de mercurio para combatir la sífilis o preparados de ruda, hipérico y artemisa para interrumpir embarazos. Con afecto ellas lo apodan «il dottore», porque recorre la ciudad envuelto en su disfraz de médico de la peste para confundirse con la multitud disfrazada y vocinglera y evitar el escrutinio de los curiosos y de las autoridades. El Carnaval y la noche le proporcionan discreción y anonimato. Sabe que su callada labor ha salvado más de una honra y más de una vida. En Venecia lo respetan por igual las damas de la nobleza que las putas de los muelles.
Y nadie, salvo el ubicuo y seductor Giacomo Girolamo Casanova, conoce su verdadera identidad.
Venecia se estremeceria sobre la laguna si supiera qué gentilhombre del Véneto se oculta tras la máscara del dottore. Quién es en verdad el hombre que trabaja en ése oscuro taller de boticario en un viejo palazzo de Giudecca, usando antiguas fórmulas egipcias de farmacoginecología para hacerles más fácil la vida a las cortesanas di lumi y a las cortesanas honestas.
Porque en Venecia, el amor y la guerra son los dos lados de una misma herida:
La Vida.

EFRAÍN DÍAZ

Era su primera convención anual desde que se graduó de la escuela de cirugía. Estaba ansioso. Conocería a sus pares y extendería su red de contactos, tarea obligada para aumentar sus ingresos.
Ya en su habitación de hotel, Enrique y su esposa Lara se preparaban para la cena formal, la cual sería seguida de un baile de gala.
La invitación no dejaba lugar a equívocos. Tuxedo para los varones y traje largo para las damas. Para añadirle emoción, debían llevar una máscara veneciana.
Lara estaba preciosa. Vestía un traje negro largo con pedrería. Un generoso pero elegante escote descubrían unos abundantes pero firmes senos, mientras delineaban las curvas de sus caderas y sus nalgas.
El tuxedo de Enrique, ajustado a la medida, dejaba ver su buena forma física. Ambos exhibían las bondades de una buena genética, sumada a una juventud bien aprovechada.
Luego de una exquisita cena formal donde degustaron platos exóticos acompañados de un fino champagne, bailaron al ritmo de la orquesta. Salsa, merengue, cumbia, paso doble y uno que otro bolero. Afortunadamente el reguetón no tenía cabida en esa estrata social.
Al finalizar el baile y de forma muy discreta, un colega de Enrique le dijo al oído que la fiesta continuaba en la suite número 800, alquilada por el presidente de la asociación que agrupaba a los cirujanos como un cuerpo colegiado. Debían ir con la máscara veneciana puesta.
Enrique tomó de la mano a su esposa y se dirigieron a la suite 800. La noche era joven y ofrecía una magnífica oportunidad para interactuar con sus pares.
Tocó a la puerta y al abrirse entraron en un ambiente de antro. La suite estaba oscura. Solo la alumbraba tenues luces de discoteca que disparaban leves y ligeros fogonazos de luz. La música, que nada tenía que ver con la de la orquesta, era un erótico lounge asiático.
Todos estaban enmascarados y bailaban semidesnudos al ritmo de la música. Lara quiso marcharse, pero Enrique apretó su mano y la detuvo. No perdería la oportunidad de hacer nuevos contactos.
De repente, unas manos ásperas los separaron. A Enrique lo arrastraron a una esquina y lo despojaron de su chaqueta y su camisa. Una lengua femenina comenzó a lamerle el cuello y el pecho mientras otra mano le agarraba el miembro, totalmente erecto.
Unas fuertes pero gentiles manos agarraron a Lara, llevándola a otra esquina. Lara se resistió, pero fue en vano. Las manos, aunque fuertes, no le causaban daño. De forma gentil, Lara fue restringida de manos mientras unos labios masculinos le besaban el cuello. Lara movía la cabeza de lado a lado para impedirlo, pero quien fuera que estuviera besándola, no solo tenía una gran fortaleza física, sino que tenía paciencia. El enmascarado continuó besándola y con su cuerpo presionó a Lara contra la pared. Lara sintió en su vientre el miembro erecto.
Restringida de manos, el hombre continuó besándole suavemente el cuello. Poco a poco fue bajando a los pechos y con su boca movió el traje dejando los abundantes senos de Lara al descubierto. Los lamió y los chupó como quien se chupa una naranja. En contra de su voluntad a Lara se le puso la piel de gallina y poco a poco fue cediendo a los placeres de la carne.
El hombre se puso de rodillas y metiéndose debajo del traje de Lara comenzo a lamerle sus partes íntimas. Ya Lara, totalmente indefensa y presa de la lujuria, se dejó hacer.
El hombre le subió la falda y comenzó a penetrarla. Lara quiso parar, pero no pudo. El placer que sentía pudo más. Entonces le siguió el juego al enmascarado, se puso de espaldas a él y dobló su torso hacia el frente. El enmascarado la penetró con fuerza. Con una mano le agarraba por el pelo mientras con la otra suavemente la estrangulaba. Lara estaba extasiada. Tuvo el mejor de los orgasmos que había sentido en toda su vida. Jamás se había corrido como lo hizo esa noche. El enmascarado sabía muy bien como manejar a una mujer.
-Quítate la máscara por favor. Déjame ver tu rostro- le suplicó Lara.
-No. Dejemos algo para la próxima.
-Como podré encontrarte?
-No te preocupes Lara, yo se como y donde encontrarte.
Lara quedó sorprendida. El enmascarado sabía su nombre.
El hombre desapareció entre la gente. Súbitamente una mano agarró a Lara.
-Vámonos de aquí, mi amor. No quiero exponerte a este ambiente degenerado- le dijo Enrique.
Lara asintió. Ya, fuera de la suite 800 Enrique se quitó la máscara sin saber que a su esposa Lara ya la habían desenmascarado.

EDUARDO VALENZUELA

Se hallaron desnudos, uno frente al otro. Era lo que querían, lo que deseaban desde que se conocieron; amarse, unir sus cuerpos, aparearse con frenesí. «La primera vez, siempre es difícil», pensó Mateo contemplando el cuello desnudo de Lucía, tratando de descubrir en qué parte el “rostro” de ella se unía a la piel. Entonces, recordó su primera experiencia con un “rostro”.
―Casi no pesa nada, pero se siente helado ―le dijo Mateo al asesor estético, sosteniendo en sus manos la membrana gelatinosa.
―Así es ―respondió el asesor―, el “rostro” no genera temperatura, toma el calor del cuerpo de su huésped, es decir, de usted.
―¡Se está moviendo! ―exclamó Mateo.
―Al entrar en contacto con sus manos está reconociendo su cuerpo ―indicó el asesor―. Ahora reptará por su brazo hasta instalarse sobre su cara. Usted, mantenga la calma y relájese.
―¡Me hace cosquillas en el brazo!
La membrana gelatinosa asemejaba al cuerpo semitransparente de una medusa y se deslizaba suavemente, como si fuera una mucosa subiendo por el brazo de Mateo.
―Respire hondo y suéltese. Si está tenso será más difícil. Cuando se instale sobre su cara veremos si este “rostro” es de su talla.
El “rostro” llegó hasta el hombro de Mateo y comenzó a estirarse hasta encontrar el cuello. Entonces, empezó a subir por él, a manera de una serpiente enrollándose helicoidalmente sobre su víctima.
―Tome aire y aguante ―dijo el asistente.
Mateo aspiró profundo y aguantó. El “rostro” llegó hasta su mentón y comenzó a esparcirse por su cara, como si fuera un líquido espeso; penetrando en todos los agujeros que encontraba: boca, fosas nasales, ojos y oídos.
Era una sensación desagradable, pero Mateo esperaba que valiera la pena.
Las estadísticas eran innegables: quienes usaban rostros artificiales eran mejor evaluados, optaban a mejores puestos de trabajo y alcanzaban las más altas remuneraciones. Es que los “rostros” estaban diseñados y programados para transmitir belleza, confianza, empatía, decisión y todas aquellas características que debía tener alguien exitoso.
Cuando Mateo soltó el aire, el “rostro” ya estaba instalado.
―Mire usted ―le dijo el asesor estético, mostrándole un espejo de tres dimensiones donde Mateo podía observarse desde todos los ángulos.
―¡Wow! Luzco… ¡Luzco perfecto!
Y tenía razón, porque de allí en adelante Mateo fue más exitoso que nunca. Logró entrar a trabajar en la prestigiosa empresa transnacional BIONEXT, la misma que se había adjudicado las licitaciones para comenzar la explotación de las mimas del planeta Marte.
Fue en su trabajo ―de diseñador conceptual― donde conoció a Lucía. Ella pertenecía al departamento de “Estrategias” ―tres pisos más arriba que Mateo― y coincidieron para una cena institucional donde la presidenta de la compañía, Umezawa Mineko, comunicó el brillante futuro que le esperaba a la empresa.
Desde aquella ocasión, Mateo y Lucía continuaron viendose, compartiendo algún café y conociéndose, hasta que sinceraron sus sentimientos: ambos se sentían atraídos y enamorados.
Un día, Lucía le dijo:
―Quisiera acostarme contigo.
―Lo mismo deseo yo, desde el día en que te ví ―sonrió Mateo con ternura.
―Pero yo quiero conocerte de verdad. En lo más íntimo. ¿Me entiendes? ―recalcó Lucía.
―¿Te refieres a que…?
―Sí, sin “rostros”. Tal como somos en realidad. Es más ―hizo una pausa―, quisiera hacer contigo “el ritual de la sangre”.
“El ritual de la sangre” era una prueba de confianza mutua que hacían aquellos que querían demostrar que se despojaban de su rostro artificial. Consistía en usar un pequeño bisturí o láser quirúrgico para hacer un rasguño o un corte leve en la cara. La idea era ver que la piel sangrara.
Mateo, al escuchar a Lucía decir aquello, comprendió que hablaba en serio y se sintió feliz, porque eso es lo que él también quería de ella: intimidad plena.
Asi es como llegaron a aquel momento, en que se quitaron todas sus ropas, quedando desnudos y excitados, pero vulnerables y asustados, pensando: «¿le gustaré cuando vea mi verdadera cara?».
Acariciaron sus cuerpos y sonrieron nerviosos.
―¿Lista? ―preguntó él.
―Espera ―dijo ella―. Baja un poco la luz.
Mateo reguló el ambiente, ajustando la luminosidad para simular que el cuarto estaba iluminado con románticas velas decorativas.
―¿Asi está bien? ¿Te sientes más cómoda?
―Sí. Asi está mejor ―le susurró al oído y le dio un beso apasionado.
Lucía se sentó en la cama y, con un gracioso y hábil gesto, se recogió el cabello para atraparlo con una cinta elástica. Luego presionó un código en un dispositivo subcutáneo de su muñeca izquierda y levantó el mentón. Entonces, se escuchó un suave sonido viscoso y la cara de Lucia pareció llenarse de burbujas. Era como si la piel de la cara entrara en ebullición cobrando vida propia. Hasta que, repentinamente, una masa gelatinosa se escurrió por su cuello, bajó por su hombro hast llegar al brazo y terminó en su mano derecha.
―Aquí está el “rostro” ―le dijo a Mateo, enseñándole la membrana ahora inerte―. Y esta otra ―se apuntó con el índice―, soy yo.
―Eres hermosa.
―Tu turno ―le respondió Lucía con seriedad.
Mateo, también presionó un código en su muñeca y Lucía pudo ver cómo la máscara se escurrió de la cara y terminó inmóvil en la mano del joven.
―Ahora… el ritual ―dijo Lucía, cogiendo una pequeña cajita de terciopelo negro que en seguida abrió. De ella sacó un mini láser quirúgico enchapado en oro.
Mateo y Lucía se hallaban desnudos, frente a frente, de rodillas sobre la cama.
―¡Anda, córtame! ―le dijo Lucía, poniendo el láser en la mano de Mateo, sin dejar nunca de hacer contacto visual.
Mateo, nervioso por ser su primera vez, le preguntó:
―¿Dónde quieres que haga el corte?
―Donde tú gustes. De eso se trata esto, de entregarme a ti… Pero no temas, que el láser esta ajustado para que sólo parezca un rasguño leve. En un par de día cicatrizará.
La mano de Mateo tembló un poco, pero finalmente hizo el corte en la columela de su nariz, allí donde las fosas nasales se separan en dos. Pensó que así la cicatriz sería menos visible.
―¡Auch! ―chilló Lucía y una gran gota de sangre apareció de su piel.
―¡Perdona! No quise que te doliera.
―Descuida. Así es esto ―sonrió Lucía y se llevó la mano a la nariz para constatar que sangraba― ¡Vaya! ―dijo mirándose los dedos rojos―. Parece que tocaste un capilar, ¡ahora me desangraré!
―¡Pero qué he hecho! ―se angustió Mateo― ¡Es que no sabía…!
―¡Es una broma, tontito, es una broma! ―rió Lucía, divertida― ¡No pasa nada! No pasa nada ―y acarició la cara de Mateo, pensando en lo atractivo que era aún cuando estaba asustado― Eres muy guapo ¿sabías? Es más, ahora no se porqué usas un “rostro” si eres asi de lindo.
―¡Anda, córtame pronto! ―le dijo Mateo pasándole el láser― ¡Que estoy que ardo en deseo por ti!
Lucía miró absorta la cara del joven y la volvió a acariciar cuidadosamente. Se detuvo en los labios y le parecieron tan atractivamente viriles que tuvo que refrenar el deseo de besarlos. Entonces, tomó el laser y lo apuntó a la mejilla para hacer el corte. De inmediato apareció una gota de sangre que Lucía recogió con su dedo pulgar. Su cara se iluminó de alegría y le mostró la sangre a Mateo. Luego, ambos se fundieron en un largo beso.
Tras el ritual hicieron el amor con desenfreno y felicidad, sintiendo que podían ser amados siendo ellos mismos.
Naturalmente, Mateo nunca le reveló que para la ocasión había comprado la última novedad en “rostros”. Un modelo tan avanzado que podía sangrar. Lo usó bajo el “rostro” que ella le conocía para poder pasar el ritual. Es que la amaba demasiado para que ella lo conociera de verdad.

ANTONICUS EFE

Hay muchas máscaras en la vida y no son todas de carnaval o baile de disfraces, también las hay en el día a día. De cinismo, de hipocresía, de vergüenza y la más horrible de todas, la de servidumbre.
Lacayo se levantó como siempre, pensando a quien iba a servir hoy. A él le daban igual los daños colaterales o las habladurías, era su naturaleza autoforjada desde que tenía uso de razón para alcanzar sus fines, que por otra parte no eran muy ambiciosos, un plato de comida, un techo bajo el que guarecerse o algo que ponerse, nada más.
Sombra lo venía observando dese hacía tiempo, era el típico ser absurdo en el que se apoyaban los poderosos cuando querían conseguir algo de la plebe, al que le parecían bien los abusos de los señores sobre los criados, el que hablaba bien de los aristócratas aunque subiesen sus privilegios en detrimento del vulgo, el que aplaudía la subida de impuestos, así conseguía librarse del trabajo duro lamiendo la mano del su señor y que otros lo hiciesen.
Salió Lacayo bastante contento esa mañana en dirección a la plaza mayor, seguro que allí encontraría a un señor al que contarle algo que perjudicase a algún ciudadano y así obtener recompensa. Al llegar a los primeros soportales, se detuvo observando pacientemente a quién podía servir mejor y quien ejercería de victima ese día. Su mirada se detuvo en un forastero bien ataviado que destacaba sobremanera entre los demás, Sin pensárselo dos veces se dirigió hacia él.
-Buenos días tenga mi noble Señor Forastero, veo que no es usted de La Ciudad, si puedo servirle en algo, estoy a su entera disposición- se presentó con su mejor sonrisa.
-Buen día, eres muy observador por lo que veo, pero la verdad es que ando algo perdido, no suelo venir mucho por aquí – contestó cortésmente el Señor Forastero.
-Pues tenga cuidado con quien se relaciona, por ejemplo, el dueño del Bar, le sirve vino de menor calidad a los forasteros y lo cobra como si fuese excepcional – dijo Lacayo intentando congratularse con el forastero.
-Te agradezco el aviso, acabo de comprar una casa en La Ciudad y no conozco a nadie, me dirigía hacia allí, tengo el equipaje en La Fonda – dijo el Señor Forastero.
-Por supuesto que se lo llevo sin problemas si me dice donde es – dijo Lacayo haciendo una inclinación de tronco.
-Vamos a La Fonda a por él entonces –
Una vez en La Fonda, el Señor Forastero señaló a Lacayo cuan era el equipaje, solo eran un par de bultos que cogió con aparente entusiasmo.
-Sígueme – le dijo Forastero
-Detrás de usted – contestó Lacayo.
La casa no estaba muy lejos de La Fonda. Era una casa grande que había pertenecido al antiguo Librero al que todos conocían como El Hombre Bueno.
-Anda, si es la casa del Hombre Bueno – dijo Lacayo
-¿Quién es El Hombre Bueno ? – preguntó Forastero
– Es una larga historia, si quiere luego se la cuento – dijo Lacayo
Después de dejar los bultos en el recibidor, El Señor Forastero invitó a Lacayo a entrar, una vez en el salón le dijo que se acomodase que iba a ver si había algo de vino para ofrecerle.
– No se moleste, soy yo el que tenía que servirlo – contestó Lacayo
-Para nada, dijo Forastero al tiempo que abandonaba la estancia.
Después de unos minutos interminables por el silencio que había en la sala, Lacayo empezó a agitarse, había algo en el ambiente que le erizaba la piel y no precisamente de emoción. Al cabo de unos instantes supo lo que era. El Ser Extraño salió de detrás del hueco que dejaba el aparador del salón sobre la pared.
-Hola Lacayo – saludó burlonamente El Ser Extraño.
-¿Quién eres? – preguntó totalmente asustado
-Soy tu liberación – dijo al tiempo que casi deslizándose por el suelo, se ponía enfrente de Lacayo
En un movimiento fulgurante sacó un pañuelo con el que le tapó la boca y que hizo que Lacayo se desplomase. Después lo acomodó en la mesa, atándolo convenientemente y empezó a masajear los puntos de presión de la mandíbula y el cuello acelerando el despertar. Una vez despierto el horror se apoderó de el al ver una especie de cuchilla que se le acercaba a la cara. El Ser Extraño con una habilidad superior incluso a la de cualquier cirujano extrajo toda la piel que cubría el rostro de Lacayo, incapaz siquiera de gritar, una vez hecho le puso un espejo frente a los ojos para que viese su rostro.
-Este es tu verdadero rostro y esta era tu máscara, ahora estás libre de ella – dijo al tiempo que desaparecía llevándose la piel del rostro de Lacayo.
Al día siguiente el estupor y el pánico a partes iguales hizo acto de presencia en la ciudad, en el centro de la plaza sobre el escudo de La Ciudad que había en la fachada del Ayuntamiento estaba colgada la piel del rostro de Lacayo con un cartel debajo: “Esta es la máscara de la falsedad” y debajo del cartel estaba sentado Lacayo sosteniendo otro cartel apoyado en sus piernas y pecho en el que rezaba: ”El rostro puro de la servidumbre, sin máscara ni disfraz”
Mientras tanto Sombra abandonaba La Ciudad andando parsimoniosamente con un bulto a cada mano.

JOSMA SANCHÍS

Llegué a casa muy cansado, era tarde y el día había sido agotador. Me quité la ropa, me duché y preparé la cena, esta vez me lucí en la cocina, pues estaba harto de comer bazofia. Encendí la televisión, no encontré nada que me gustase, los programas me parecían cada vez más insulsos y repetitivos, así que tomé un libro y comencé a hojearlo.
Me iba a dormir, entre en el baño a lavarme los dientes, al verme en el espejo me di cuenta de que la llevaba puesta…
Cuando cumplí dieciséis años, mi padre, Josma Taxi, me acompañó una tarde a ver unos amigos. Entramos en un espacio, decorado por velas y tapices rojos, entonces Josma Taxi me dejó solo. Aparecieron unas cuantas personas, vestidas con capas que les cubrían todo el cuerpo y unas máscaras que les cubrían el rostro. Comenzaron a cantar y al terminar me dijeron que ese era mi rito de iniciación. Al final colocaron sobre mi cabeza una máscara de lobo, dieron unos aullidos y me dejaron solo.
Mi padre volvió a entrar y me dijo: Ahora eres ya uno de los nuestros y esperamos que estés a la altura de nuestra secta familiar, todos los dones te han sido concedidos, hoy debes demostrar que eres ya un lobo adulto. Siempre debes recordar:
«Si puedes mantener intacta tu firmeza
cuando todos vacilan a tu alrededor
Si sueñas, pero el sueño no se vuelve tu rey
Si el triunfo y el desastre no te imponen su ley
y los tratas lo mismo como dos impostores.
Si puedes soportan que tu frase sincera
sea trampa de necios en boca de malvados.
Si todas tu ganancias poniendo en un montón
las arriesgas osado en un golpe de azar
y las pierdes, y luego con bravo corazón
sin hablar de tus pérdidas, vuelves a comenzar.
Y si puedes llenar el preciso minuto
en sesenta segundos de un esfuerzo supremo
tuya es la tierra y todo lo que en ella habita
y lo que es más serás lobo, hijo mío…. «

BEGO RIVERA

Alguna vez existió Charly
El teatro estaba lleno, como siempre, el padre de Charly era un famoso titiritero.
Su padre siempre le dijo que las marionetas estaban vivas. Charly lo creyó, hasta que con once años vio los hilos que las sujetaban y como su padre las manipulaba.
Al decírselo su padre se enfadó, y le demostró el alma de los títeres…convirtiendo a su hijo en uno de ellos.
La función acabó, el público estalló en aplausos. Charly se quitó la máscara y a través de sus cuencas vacías su alma miró a la multitud.. que ipso facto dejo de aplaudir.
Las caras sonrientes se volvieron de terror.
Sólo el silencio reinó.

EVA AVIA TORIBIO

Vidas cruzadas
—¡Mujer, arréglate, joder! ¡No vales para nada! ¡Quien te va a contratar! ¡Gorda, estás gorda! ¡No sé qué vi en ti! -gritando sin cesar.
Van pasando los años, en los que me voy sintiendo literalmente una mierda, un despojo de la sociedad, recordando vagamente los días en los que, con mis amigos y familia, era una mujer feliz. Sin darme cuenta, él me los fue arrebatando poco a poco. Pensarás, porque tú has querido y puede que tengas razón. Solo decirte, que hace mucho tiempo, que dejé de ser yo misma.
———
—¡¿Qué llevas puesto?! -cogiéndome del vestido.
—Cuando, padre, va a entender, que no soy feliz con la vida que usted pretende que interprete -apartando sus viejas manos de mi vestido.
—¡Eres una vergüenza para esta familia! ¡Todo lo que tienes me lo debes a mí, recuérdalo! -apuntándome con su dedo.
—No, padre. Soy lo que ves, el otro, la ropa de ejecutivo, su bufete, es solo el reflejo de lo que usted quiere que sea. Quiérame como soy, porque yo decidí quererme hace mucho tiempo.
Salgo de esa casa, y sintiéndolo por mi madre, para no volver jamás.
Pasaron los años. En un bufete de abogados laboralista.
—Isabel, ¿qué te pasa? -tocando su mejilla.
—No es nada, Julia -respondiendo al tacto de su mano con un beso.
—Vamos a tomar algo, necesito contarte algo -invitándome a salir del despacho.
—Está bien, pero no puedo tardar mucho, tengo que ir a por la pequeña.
—Tranquila, iremos las dos a por la princesa.
En una cafetería del centro, tomando el café después de la comida.
—Bueno, ¿qué era eso tan importante que tenias que contarme? Llevamos dos horas hablando de banalidades -dejando la taza del café.
—Ya tengo fecha para la operación -soltando la copa.
Estoy un poco nerviosa. He esperado toda mi vida que llegara este momento. Esta operación va ha suponer un antes y un después.
—Me alegro muchísimo por ti -cogiéndole de la mano.
—Ya basta de hablar de mí. ¿Dime que te pasa? Hoy estás muy triste y eso pasó hace mucho. ¿Recuerdas cómo nos conocimos?
—Como para olvidarlo. Todavía recuerdo el espanto de vestido que llevabas, ¡ja, ja, ja! Y estabas más delgada.
—No me hables de ese vestido, que me entra la risa. Me lo puse para enfrentarme a mi padre.
—Hablando de él. ¿Cómo está?
—Ni lo sé, ni me importa. Nunca aceptó quien soy. Yo no lo acepto a él. Pero, no desvíes la conversación y respóndeme que te ocurre.
—No es nada, de verdad. Ya me conoces, soy un poco tonta.
—De eso nada, tú vales mucho. Hace mucho tiempo que tenías que haberle dejado. Nunca me contaste en realidad el porqué de tu resignación -apretando con fuerza su mano.
—Para qué -apartando la mano. Recuesto mi cuerpo sobre el respaldo de la silla y me cojo ambas manos.
Aún hoy, después de muchos años, recordar esos momentos hacen que se contraiga muy cuerpo y que las lágrimas broten de nuevo.
—Porque hablar, ayuda. Soy yo, me conociste como un hombre frustrado por no ser como me sentía. ¡Mírame! -alzando los brazos.
—Sabes, duele. Cada mañana cuando me levantaba me ponía una máscara, la de la felicidad. Ella ocultaba mi tristeza.
—¡Ayy, amiga! ¿Por qué aguantaste tanto? -dándole un pañuelo, para que se seque esas lágrimas.
—Porque no era yo. Solo era el reflejo de los gritos, los insultos. Me sentía pequeña, una basura. Estaba anulada -secándome las lágrimas-. —¡Vamos, que llegamos tarde!
Todos llevamos una máscara que nos ayuda a sobrellevar nuestro día a día. A veces nos ponemos la de la alegría y en otras ocasiones, la de la tristeza. Ellas solo cubren momentáneamente nuestra realidad. Lucha por lo que te hace feliz y despójate de todo aquello que te dañe. La felicidad alarga tu vida y la de los que te rodean y si en algún momento tienes que ponerte una máscara, que solo sea la de la alegría, para que ella oculte lo único que no tiene solución, que es la muerte.
Besos, La Incondicional.

GRACIELA PELLAZA

-¡Hoy no quiero verte! Dijo mi madre. ¡Eres un topo asustado! Casi no te mueves, ni hablas!
Salgo de la tierra que me cubre, de las galerías, del laberinto donde nadie entra.
Ella dice.
Y si ella dice…eso soy.
Tengo una máscara. La de los días comunes. Con esa voy a la escuela, recibo a las visitas, y es la que uso para esconderme. No hay piedra libre, sigo apoyada en la pared, con los ojos cerrados.
Mi madre todos los días me mira de lejos y me repite lo que debo hacer, y yo cumplo a rajatabla las indicaciones.
Ella sabe; y ella afirma que no sé nada.
En el espejo parezco una nena, con las líneas del guardapolvo planchadas, y un moño en la cabeza. ¡Y ojo! ¡Que la cinta del pelo no se caiga! Voy y vengo, nadie se da cuenta, que no sé comer bien, que tengo cuerpo de renacuajo. Estoy horas sentada a la mesa hasta que el plato esté limpio, porque la comida no se tira ¡todo cuesta! El disfraz disimula lo tonta que soy cuando quiero contar algo. Y la voz me sale finita. La voz finita y cobarde.
-Pareces pájaro chillón, prefiero que no hables.
La que sale de la casa, juega en la vereda. Nadie advierte la careta. Los vecinos creen que soy tan linda, y que soy tan buena.
La que sale de la casa, nunca es la que entra.
En la madriguera, en el sótano, cuando no escucho sus zapatos, tengo miedo que mi madre esconda la máscara.
Soy tan inútil. No voy a encontrarla.

ZGGU ALLÍ TEXIS

A veces soy un humano
A veces soy un humanoide disfrazado de bot
A veces soy un Rober distrasado de animal.
A veces soy un Elefante a veces soy un elefante dual disfrazado de nueve o más dualidades.
A veces soy una misma en muchas de nosotras.
A veces Soy Dios a veces soy un individuo y mis células son mis diose@s
A veces mi células quieren ser parte de un equipo circular .
A veces soy una, a veces soy todas.
A veces no soy nada y como nada soy una gota a veces soy otra gota que no se parece a la otra gota aunque sean similares.
A veces la. Gota necesita ser dime, pero ya es simple a veces Dios me ama, a veces Dios me pone una máscara en forma de «humana» para verme a través de el y representarl@.
A veces Soy Deidad a veces soy lealtad a veces soy lealtad en forma de dualidad a veces No a veces No tampoco a veces si y aveces también
A veces no sé que ser ni quien ser a veces me inventos a veces me reinvento y otras también no se que hacer y me vuelvo a reinventar a veces lo sé nadar en espiral, a veces si a veces uso salvavidas a veces ocupo a veces no te ocupo por qué me das miedo a veces se que yo misma puedo causar un tornado a veces me amo a veces también me idolatro a veces amo a otros por qué yo soy los otros, a veces me gustó otras más me disgusto veces no veces Revez veces bien veces normal veces también a veces reversa a veces viseversa a veces Bisexual a veces normal que bisexual es completamente normal a veces estoy a veces también estoy a veces me olvidó a veces me desolvido a veces me conozco otras más me desconozco a veces amo la música otras más me gusta nadamás a veces tengo inspiración y veces también tengo pero tengo flojera a veces tengo pila otras también y siempre siempre siempre tengo un cargador en mi aparador de apagador.

ISABEL SANTERVAZ

Repulsión
Desde que murió, vivo aislada del mundo; me desprecian y no se atreven a destruirme por temor a que él regrese.
Vivo en el taller donde me forjó. Ahora se me antoja frío como el mármol que cubre la tumba donde reposan los secretos que compartimos, las batallas que libramos en las sombras, ocultos bajo el manto del misterio que lo envolvía.
Aún cuelgo de la percha. En ella me enganchó antes de bajar al inframundo a buscar el polvo de sus ancestros. Antes de regresar al mundo de los vivos, debe expiar su maldad, purgar sus pecados capitales; el primero, haberme creado a su imágen y semejanza: un espantajo, un malvado con mente de asesino que se consume en la repulsión.
Aguardo su regreso para ajustarle las cuentas a quien, con sus propias manos, me convirtió en lo que soy: la máscara viviente de un maldito espantajo.

YOLILLANA RELATOS

A la deriva van mis pensamientos,
sin rumbo.
Revoloteando por mi mente,
alterando mi paz y mi descanso .
A la deriva van las palabras,
sin freno.
Provocando emociones dolorosas
por situaciones que no existen.
A la deriva va mi rostro,
bajo mi máscara.
La que cubre los gestos y muecas que provocan mis pensamientos, las palabras y sus emociones.
A la deriva y sin rumbo va mi vida.
Porque sufro en silencio el dolor de la incertidumbre,
que me causa tu silencio.

GUILLERMO ARQUILLOS

VENECIA
Una criada me contó que Pablo, cuando Vene volvió del cole aquella tarde, le gritó, le arrancó la muñeca de trapo que traía y, como no era capaz de destrozarla, la tiró con rabia a la chimenea del salón. En cuanto pudo, Vene corrió a buscarme y se abrazó a mis piernas, pero solo me dijo que estaba llorando porque había oído a un hombre con la voz de mi marido.
Supe que era Carlos y empecé a sudar. A pesar de los calmantes que me daba Pablo, me temblaron las manos, me entró una especie de ahogo y noté una punzada en el vientre.
—Estaba ahí al lado, en la parada del autobús —me dijo.
—¿Y te ha hablado de mí? ¿Está bien? ¿Qué te ha contado? ¿Tiene buena cara?
—No lo sé, no sé qué cara tenía. —Al notar mi extrañeza, me explicó: —Llevaba una máscara, mamá, pero estoy segura de que era él.
—¿Una máscara? ¿Como las de los carnavales del cole?
Ella respiró hondo, se secó los mocos de cualquier manera y sonrió con la mirada:
—No, no. ¡Qué va! Era como la que teníamos en el salón, la de Venecia.
La palabra Venecia me trajo recuerdos felices: el viaje de novios, la plaza de San Marcos, el Gran Canal, las caricias de Carlos en el vaporetto, «estate quieto, por Dios, que estamos dando un espectáculo». Y los besos, las risas de Carlos, las carcajadas. En cuanto supimos que estaba embarazada y nos dijeron que era una niña, decidimos que se llamaría Venecia.
Las siguientes tardes, después del enfado de Pablo, me quedaba esperando en la salita a que volviera Vene. A una criada le decía que me hiciera una tila, a otra que me trajera un libro y las mandaba a la calle para que miraran si ya venía. Me llevaba una gran decepción cuando la cría entraba corriendo y me decía que no con la cabeza para que no la oyera Pablo.
Vivir con Pablo era un suplicio. Estaba con él por su dinero, es verdad; pero es que era demasiado estricto, siempre malhumorado, siempre dispuesto a enfadarse con Vene o conmigo por cualquier tontería.
Por fin, una tarde, Vene llegó sonriendo. Salí con rapidez a la calle, revisando las aceras con la vista. Había un hombre casi de espaldas, junto a la parada del autobús. Estaba esperándome.
—¿No te importa hacer el ridículo con esa máscara de Venecia? —le pregunté con una sonrisa.
—Quería que Vene te lo dijera. Quería que supieras que soy yo y que ya está bien de que estés con Pablo, pero que nadie le fuera con el cuento a ese cerdo.
Estoy segura de que se me iluminaron los ojos.
—Cuando tú quieras, Carlos. Estamos deseando volver contigo.
—Entonces será mañana por la noche, tenemos tres billetes de avión para pasado mañana.
—¿Nos vamos?
—Claro que sí, cariño, he reservado habitación para lo que queda de carnaval. Nos vamos a Venecia.
Me miró un instante, levantó las cejas y me preguntó:
—Ya sabes la combinación de la caja fuerte, ¿verdad?
Sonriendo, le dije que sí con la cabeza.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

No se ni la hora qué llegue a casa, estaba muy cansado.
Me tire al al sofá.
El aparatito de los cojon.. empezó a pitar.
¿Por qué se me ocurrió un día salir volando, salvar al señor aquel?
Nada, me tomo un café, me pongo las mallas, la máscara y salvar a alguien.
Señor qué cruz!!
Nota, no se como nadie me reconoce con las mallas y esta máscara. Se ve qué soy yo a poquito que me conozcas. Consejo, no uséis vuestros superppderes si los tenéis, nadie te agradece nada, la malla me aprieta y la máscara se me hace rozaduras en ka cara.

MARTA SUÁREZ

Emily.
Los Bennett cumplían sus bodas de plata y lo estaban festejando a lo grande con un gran baile de máscaras en la vieja mansión familiar.
Frederick disfrutaba de las fiestas que organizaban sus amigos Margareth y Oliver Bennett, está en particular le llamaba la atención, ir oculto tras una máscara lo hacía sentir enigmático.
Había comenzado el baile y Frederick estaba con su bebida observando a los invitados tratando de descubrir quién se escondía tras las máscaras de la fiesta.
Oliver se le acercó, – qué haces aquí bebiendo solo, no piensas salir a bailar? .
–No, estoy viendo a cada uno de tus invitados para ver quién está oculto detrás de cada máscara. –Mira – dijo Oliver -ese caballero es Dante mi cuñado y está bailando con su esposa Annette.
–Si ya los había descubierto, la dama de allí es la esposa del director de la empresa Ivonne y a su lado está Sofía. Y allí están Margareth, tu hermano Steve y su esposa Isabel.
Así estuvieron hasta descubrir a cada uno de los invitados – creo que ya hemos descubierto a todos– dijo Frederick mientras hacía un recorrido visual, hasta que su mirada se detuvo en una joven, envuelta en un halo de misterio que lo hechizaba.
– Oliver,¿ella quién es? ¿Es acaso alguna de las amigas de Margareth? .
– ¿Quién? – Pregunto Oliver mirando hacia donde su amigo le señalaba.
– ¿La bella dama que está cerca de la puerta – contesto Frederick – creo que acaba de entrar pues no la había visto antes.
Oliver miraba hacia donde le indicaba su amigo algo confundido.
Como su amigo no le decía quien era la joven, el impaciente Frederick decidió presentarse el mismo.
Se acercó a la muchacha y la saludo con audacia.
– ¿Hola cómo estás? Yo soy frederick y seré el hombre más feliz de la fiesta si Bailas conmigo.
La joven asintió, Frederick tomo la mano de la muchacha y la guío hacia el centro de la pista y comenzaron a girar mientras la suave música sonaba.
El antifaz que traía puesto la joven dejaba al descubierto casi la totalidad de su bello rostro, su ojos tan azules como el océano , sus cabellos de oro y su piel de porcelana, su boca color fresa eran una invitación al beso.
–¿ Me dirías tú nombre? – pregunto Frederick prendado de su compañera de baile.
–Emily –susurró ella, ese es mi nombre, – Emily Bennett.
–¡No sabía que mi amigo tenía una hermana!. – dijo con sorpresa frederick.
Después de bailar por un buen rato, Frederick le pregunto a la muchacha
–¿Quieres salir al jardín?
–Si – contesto ella.
El tomó de la mano a Emily y la llevó hasta el hermoso jardín de la mansión, mientras los demás invitados lo miraban desconcertados viendo cómo frederick se dirigía hacía la puerta.
– Ven, siéntate a mi lado – dijo él mientras daba pequeños golpes con su mano al asiento junto a él.
El aroma de las glicinas en la noche de verano hacían que Frederick se sintiera extasiado.
–¿Podré volver a verte,? – pregunto el con cierta timidez, el pensar no poder volver a ver a Emily lo atormentaba.
– ¿ Me darías tu número de contacto ? –dijo Frederick sacando su móvil del bolsillo de su pantalón.
El campanario de la vieja iglesia comenzó a repiquetear avisando que la medianoche había llegado, para dar paso a el comienzo de un nuevo día.
Emily, lo miró y con una dulce sonrisa le dijo – Ya es hora de que me vaya.
El se ofreció a traer su abrigo para acompañarla, a lo que ella asintió con su cabeza.
Cuando volvió con el abrigo al lugar, Emily ya no estaba allí, solo quedaba su antifaz sobre el banco. Frederick entró a la fiesta y se acercó a Oliver, demandando – quiero que me digas el número de Emily, quiero volver a verla.
–¿Quien es Emily –preguntó sorprendido Oliver.
–Tu bella hermana Emily, quien estuvo bailando conmigo está noche.
– Yo no tengo hermana, – le contesto Oliver .
–¿Entonces quien era la bella joven con la que estuve bailando está noche? – pregunto a su amigo levantando el tono de su voz.
–¡Estabas bailando solo!, todos pensamos que habías tomado unas copas de más, porque no entendíamos porque estabas girando por toda la pista como si estuvieras en compañía de alguien.
–¿ Quieres hacerme pasar por loco? Dime entonces de quién es este antifaz –dijo Frederick encolerizado, mostrándole a su amigo el antifaz que traía entre sus manos.
No lo sé – contestó Oliver.
Frederick comenzó a sentirse mal, a lo que su amigo preocupado lo invito a que descansará en una de las habitaciones del lugar.
–Ven –le dijo a su amigo, a lo que Frederick accedió a seguirle.
Descansa aquí todo lo que quieras amigo, tomate tu tiempo, aquí ni el ruido de la fiesta, ni nada te podra molestar, ya que nadie viene a este sector de la mansión.
Frederick empezó a hacer un recorrido por el cuarto semiobscuro, hasta que encontró el interruptor de la luz, cuando el cuarto quedó iluminado ¡oh, sorpresa! Allí estaban los ojos azules como el océano que lo miraban, desde un retrato sobre la chimenea al pie del cuadro escrito estaba el nombre de Emily Bennett año 1852.

RAÚL LEIVA

Impostor

El espectáculo era desgarrador.
Las personas gritaban insultos y a pesar de la custodia algunos osados lograron colar algunos golpes que dieron en el rostro y el cuerpo del muchacho. La justicia tiene raras formas de manifestarse en las calles de ese pequeño pueblo.
La muchacha miraba todo desde su casa, no soportaba tanta violencia y armándose de coraje, se abrió paso entre la multitud enardecida. Cuando llegó hasta el maltratado muchacho, lo miró a los ojos, tomó su delantal y le secó el rostro de sus heridas y escupitajos. Al retirar el lienzo notó que el semblante del joven había cambiado, se mostraba sorprendido y la custodia lo arrastró hacia el derrotero de su destino.
La muchacha se alejó de la multitud aferrada al lienzo con todas sus fuerzas y se fue a su casa a reponerse de la sorpresa. Lo desenvolvió y entre los retazos de tela manchada, se encontró con el rostro del hijo del carpintero confeccionado con piel de algún animal, una suerte de máscara.
Toda la noche se quedó pensando en el destino del muchacho al que todos insultaban. Según decían lo habían ejecutado, aunque algunos hablaban de un posible milagro, una suerte de regreso mágico del más allá para demostrar su poder.
Guardó ese lienzo entre unos viejos trapos y se marchó para siempre de ese pueblo, que le despertaba más desprecio que misterio.

CARLOS RODRÍGUEZ

LA MASCARA
De regreso a casa tras una nueva jornada maratoniana en la que le había tocado cubrir dos tercios del turno de su compañero Antonio, al que repentinamente le habían tenido que hospitalizar por un infarto.
Estaba deseando llegar y tumbarse a descansar, habían sido catorce horas de trabajo y su cuerpo lo estaba acusando de una manera extraordinaria. Sus fuerzas comenzaban a flaquear, y cualquier ahorro de energía era bienvenido.
Decidió ahorrarse la vuelta a la manzana y atajar por los jardines que entre ambas calles habían conformado las zonas verdes de varios edificios de oficinas, el único inconveniente era que no había apenas luz, pero se ahorraría diez minutos de caminata.
Los primeros metros eran alcanzados por las luces de calle principal, pero luego cada paso se adentraba más en la penumbra, una amplia zona donde las sombras prevalecían sobre las pocas luces que buscaban llegar al suelo a través de las ramas de los árboles del jardín.
Nada más entrar en los jardines un escalofrío recorrió su espalda, como si un mal presentimiento se estuviese anunciando, pero su cansancio era mayor que cualquier otra sensación, de modo que siguió adelante.
Todos sus sentido se agudización tras aquel escalofrío, podía escuchar el caminar de los insectos sobre el verde manto.
Algo llamó su atención entre un grupo de arbustos, un bulto destacaba sobre el césped. En la distancia le pareció distinguir una cara muy blanca que parecía estar observándole inmóvil.
Durante un momento permaneció quieto, totalmente paralizado, la sola idea de que aquello pudiese ser un cuerpo humano le aterrorizaba de tal manera que ni su cuerpo ni su cerebro eran capaces de hacer el más mínimo intento por moverse.
Tal vez pasaran unos minutos antes de que Abelardo fuese capaz de reaccionar, pero cuando lo hizo fue para acercarse, en un breve instante de lucidez sus neuronas habían procesado el pensamiento de que tal vez aquella persona necesitase su ayuda. Caminó cauteloso, con el miedo a lo que se encontraría al llegar.
Una vez en el lugar se agachó para observar con una mezcla de asombro y alivio que quien le había estado observando era un blanco y cerámico rostro totalmente inexpresivo, con restos de pintura que en algún momento debieron dibujar unos labios a media sonrisa y unas finas cejas sobre los vacíos agujeros que serían los ojos.
Respiró profundamente tratando de recobrar el aliento perdido y preguntándose para sus adentros quien habría tenido el mar gusto de desechar un maniquí de aquel modo y en aquel lugar. Probablemente procediese de alguna tienda de las proximidades, pero ya no le importaba su procedencia, ahora que su nivel de adrenalina comenzaba a bajar se encontraba todavía más cansado y sus deseos de llegar a casa eran mayores si cabe.
Se incorporó en la penumbra disponiéndose a retomar su camino, pero antes de por dar el primer paso una mano se aferró a su tobillo y una voz casi inaudible le susurraba – ¡ayúdame!
El miedo volvió a apoderarse de todo su cuerpo ¿acaso sería su imaginación quien le estaba jugando aquella mala pasada?
Bajo la mirada hacia el maniquí queriendo despertarse aquella pesadilla, pero en vez de eso se encontró con que la cabeza que portaba el blanco rostro había cambiado de posición y ahora volvía a verle fijamente desde aquellos agujeros vacíos.
El propio pánico le impidió salir corriendo, pero al intentarlo perdió el equilibrio cayendo sobre aquel cuerpo que exhaló un doloroso quejido.
Aquel cuerpo no era duro como sería de esperar en un maniquí, ni estaba frío, más bien todo lo contrario, su tacto era suave y su temperatura aproximadamente igual a la de Abelardo. Algo no encajaba en aquella escena.
A duras penas pudo alcanzar su teléfono móvil y activar el modo linterna, apenas le quedaba batería, pero en los pocos segundos que aquella luz permaneció encendida pudo ver que se trataba del cuerpo de una mujer.
De vuelta a la penumbra acercó sus manos al rígido rostro, fue palpándolo tímidamente hasta que sus manos encontraron el final de la porcelana y el principio de la suave piel.
Recorrió aquel borde y sus dedos hallaron la estrecha cinta elástica que sujetaba la fría estructura a la inmóvil cabeza, y con sumo cuidado procedió a retirar aquella máscara que cubría el verdadero rostro de una joven. Apenas eran perceptibles su pulso y respiración.
Él no sabía de dónde había sacado las fuerzas, el caso es que la cargo en sus brazos y corrió en dirección a la gran avenida por la que había accedido a los jardines, sin duda allí encontraría ayuda.
Los rubios cabellos de la joven colgaba mecidos por el vaivén de la apresurada carrera, su cabeza apoyada entre el pecho y el brazo de Abelardo seguía inmóvil y del otro brazo de Abelardo colgaban las piernas de la muchacha moviéndose con el balanceo que provocaba el apurado paso que este llevaba.
Tal vez la suerte estaba de su parte, justo frente al acceso se encontraba estacionada una ambulancia. Abelardo les gritaba como un poseso pidiendo auxilio, pero el personal parecía no escuchar sus gritos.
Cuando ya prácticamente no podía dar un paso más un enfermero se percató de su presencia y acudió en su ayuda.
– ¿Qué ha sucedido?
– No lo sé, me la he encontrado así entre los setos del parque. ¡Ayudadla! ¡Se muere!
– Tranquilo, toma aire y relájate, ahora nos encargamos de todo.
Enseguida aparecieron en el lugar varios coches patrulla y una nueva ambulancia, de la que bajaron tres corpulentos hombres vestidos de blanco.
La policía se encargó del maniquí, y Abelardo fue conducido por aquellos al psiquiátrico del que había huido aquella misma tarde.

DAVID DURA

Después de una hora me entró miedo y me puse la máscara de Halloween para protegerme.
Fue colocarmela en la cara cuando sonó la puerta.
Al abrir mi hermano gritó dando bocanadas de aire.
Infarto fulminante del susto.
Del grito no tardaron en llegar las fuerzas del orden y al verme con la máscara y el cuerpo tendido en el suelo me dispararon en una pierna.
La explosión en la cocina cogió a todos por sorpresa.
Terrorismo con arroz.
Yo solo quería abrir la olla express.

BEA ARTEENCUERO

Mi alma llora, porque ta no estás, sentado en un banco del parque donde nos conocimos…
Tantos recuerdos, tantos…
Fue tan corto el tiempo que te tuve, parecía que presentias que te irías pronto, porqué cada instante lo vivías intensamente, así hasta el día que te fuistes, con una sonrisa mirándome a los ojos, mientras mi alma lloraba dibuje una sonrisa.
Me aferre con uñas y dientes a ese amor creyendo que eso bastaba para retenerte.
Mirando hacia adentro, no me di cuenta que alguien se sentó a mi lado hasta que…
– Hermosa tarde no?
Levanto la vista y solo veo sus ojos azules, como los que anidan en mis
recuerdos.
– Si, es una tarde cálida. Quien eres?
– Solo alguien.
– Dime alguien, porque la máscara?
– Es solo eso Que haces aquí ?
– Estoy conmigo.
Charlamos un buen tiempo.
De pronto…Se para y se aleja, sin más me dice
– Nos vemos.
Regrese muchas tardes, era mi refugió, entre mis recuerdos aparecían unos ojos azules detrás de una máscara .
Paso el invierno, llego la primavera, caminaba din prisa disfrutando los rayos del sol que entibiaban mi piel.
Cuando de pronto. ..
Estoy tirado en medio de la calle.
– Cruzo sin mirar, salió de la nada.
La voz se sentía lejana y allí, estaban los ojos azules detrás de la máscara.
Se acerca me toma la mano y me dice…
– Ven.
– Sentí que me elevaba más y más.
– Estoy soñando esto no es real .
– Llegamos dijo.
– Donde estamos?
– Quién eres?8i
– Soy tu Angel, este es tu lugar ahora.
Despliega sus alas y se aleja entre las nubes, mientras la máscara cae lentamente, alcanzó a ver un destello cada ves más pequeño hasta que se diluye en el aire.
– Me quedo solo, estoy en un lugar muy bello.
– Estoy soñando, pienso y cierro fuerte los ojos tan solo un segundo, creyendo que al abrirlos volveré a la realidad, más no, sigo allí.
Una voz me dice al oído…
– Ven te estaba esperando.
– Eres tú, entonces el accidente!!! yo…yo
– El ser alado, la máscara..
– Tan solo me dejo llevar !!!

SILVANA GALLARDO

Máscara y disfraz
Atrapada sin retorno
en la oscuridad de tu belleza,
te escondes
tras la esclavitud del viento
y de tu risa encantadora.
Destino pertinaz
que mutila tu música y mirada
magia que no existe
aunque
la luminiscente sensación
que lastima tu fragancia
y la piel de tu sonrisa,
atraiga lluvia de lisonjas.
Solo el brillo de tus astros
escapa libre y sombrío
para esconder
en el reflejo de tu alma
la impotencia de ser tú
y no ser nadie.
Te escondes tras la faz
de ornamenta inquisidora
que asfixia tus respiros,
suspiros presos en el pecho
que gritan en silencio
a la libertad inmovilizada en la locura.

LOLI BELBEL

ESPERPENTO
Vi un relámpago
y mis ojos se deslumbraron…
Era la flecha azul
de tu mirada.
No ocultes tu cara bajo esa máscara
tan grotesca
Quítatela…
¡Eres un esperpento igual!
No derrames ni una lágrima
por mí…
Me fui porque yo derramé las mías y también
las tuyas…

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10 comentarios en «Máscara – miniconcurso de relatos»

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