Electrodomésticos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «electrodomésticos». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 12 de octubre!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Quería deslumbrar a mi familia con aquella comida exquisita,»albóndigas»
No por favor no, le dije a la carnicera deme el trozo de la carne entero, me gusta picarla en el momento de guisarla
La mañana prometía un día explenderoso por lo tanto la fiesta familiar rebozaria amores. Saque el mantel de hilo trabajado con bordado de «lagartera» la mesa tenía que lucir a igual mi sonrisa al abrir la puerta de la casa. Sólo pues quedaba comenzar a triturar la carne. Cogí de la estantería de la despensa «El un dos tres» troceo la ternera y también el trozo pequeño de cerdo. Enchufo a la electricidad el electrodoméstico y sorpresa este no funciona Aprieto el enchufe al interruptor ,pero nada de nada la máquina no coge contacto. Tiro del hilo y limpio el aparato. Vuelvo al principio… Nada de nada «El un dos tres» no se conecta a la luz. Me estoy poniendo nerviosa, el tiempo de yantar se me está echando encima. El sudor de mi frente está cayendo a la carne, No importa me dije a mi misma, le dará a las albóndigas un sabor diferente.
Cogí la acha y, colocando la carne en la madera comience a darle golpes…
Triturar a mano un kilo y medio de carne en estos tiempos en donde los electrodomésticos están tirados de precio,»tiene miga»

SERGIO SANTIAGO MONREAL

El vendedor, orgulloso por abrir un nuevo mercado, no podía imaginar la retaila de quejas que tendría que soportar por vender electrodomésticos a un grupo de nómadas en el desierto.
Precintaron los objetos voluminosos sobre los camellos, en el momento de usar el primer aparato surgió el primer inconveniente; se quitaron el turbante para lavarlo tras detenerse en un oasis con palmeras por doquier, querían lavar los atuendos ya que estaban llenos de arena, era momento de realizar tal menester, la prenda en sí, estaba sucia, muy sucia.
Sacaron la lavadora y la secadora y tras varios minutos leyendo el manual de instrucciones (siempre tan esclarecedor e instructivo) metieron las prendas y pusieron el programa pertinente; pero el gran problema que surgió y la gran incógnita por despejar y la pregunta que debieron hacerse antes de adquirir semejantes artilugios:
-¿Y ahora, dónde cojones enchufamos el aparato?

RAQUEL LÓPEZ

Con solo ver cómo eres
tan pulcra,
el ángel que redime las impurezas
y perfuma nuestras almas.
Bendiciendo el mal ajeno
y limpiando nuestras manchas
pues la tabla, era un tormento
y las manos unas esclavas.
No me canso de mirarte
en esa danza que gira
que activa tu espuma blanca,
lavando de maravilla.
Que el servicio que nos prestas
¡ oh guerrera incombustible! pues eres la ganadora
reina de los hogares,
nuestra humilde lavadora.

DAVID MERLÁN

MAX, TINA Y BELLA
«CIERRE POR JUBILACIÓN.
RASTRO HASTA FIN DE EXISTENCIAS.
LLÉVESE GRATIS LO QUE CONSIDERE OPORTUNO.
SE ACEPTA LA VOLUNTAD»
Así rezaba el cartel de la entrada de una chatarrería oscura y polvorienta, un cartel que indicaba el próximo cierre de las instalaciones por Jubilación.
—¿Habéis visto eso? Tenemos una oportunidad de salir de aquí— dijo Bella una batidora, mientras se inclinaba en dirección hacia el cartel.
—Si, parece que esto se acaba—contestó apesumbrado Max, un viejo microondas al que la puerta hacía años que había dejado de cerrarle bien.
—Os quejáis de vicio. Mirarme a mi. Quién me va a querer con estas pintas. No me funciona ni el muelle—añadió Tina, una tostadora de doble carga.
El pintoresco grupo se encontraban juntos en una esquina, rodeados de objetos descartados y olvidados. La luz tenue de una bombilla parpadeante era su única compañía en las noches solitarias de charlas y confidencias.
Max, el microondas, era el más antiguo del grupo y siempre se quejaba de sus problemas de «chapa» debido a su edad. Llevaba casi un año en aquel lugar y había visto pasar y morir, infinidad de amigos y amigas.
—¡Dios! cómo extraño los días en que calentaba las sobras de las cenas familiares y escuchaba las risas de los niños. La mejor de todas era la noche de los sábados en casa de los Pérez. Al terminar de cenar, se sentaban alrededor de Will y preparaban en mi, palomitas de maíz.
—¿Quien es Will?— preguntó Tina.
—Era el televisor. Muy grande, de 60 pulgadas, pero todo lo que tenía de grande lo tenía de snob. Era un gilipollas que se creía superior a todos los demás por ser FullHD o algo así.
—¡Ja!, Te quejarás—se mofó Tina al recordar sus miedos más profundos.
Tina, la tostadora, tenía un trauma. Había experimentado un incidente traumático en su última cocina, cuando una tostada se le había atascado, provocando un pequeño incendio. Considerando que ya no funcionaba bien, la habían tirado al punto limpio. Desde entonces, tenía pesadillas en las que tostadas vengativas le perseguían por todas partes.
—¡Venga! ¡arriba ese ánimo! —reaccionó Bella al notar el pesimismo de sus amigos.
La batidora, era la más optimista del grupo, pero tenía sus propios problemas. Su trauma estaba relacionado con un día en el que su dueño intentó hacer una masa de pastel demasiado espesa y ella hizo un ruido horrible antes de romperse. Decía: «¡Fui un fracaso como batidora! Nunca podré olvidar ese ruido estrepitoso que hice. No merezco ser reparada» pero se guardaba para si sus penurias para no dar pena a los demás.
Las conversaciones entre los tres eran siempre una mezcla de nostalgia y neurosis. Max se lamentaba de su antigüedad, Tina temía a las tostadas y Bella se culpaba a sí misma por no ser lo suficientemente buena. Sin embargo, a pesar de todo, encontraban consuelo en la compañía mutua y solían reírse de sus problemas juntos.
En ello estaban cuando, en un silencio incómodo entre anecdotas, oyeron acercarse al dueño de la chatarrería charlando con alguien.
—Pues aquí tiene la sección de pequeños electrodomésticos. Elija y llévese lo que quiera. Cuando termine, avíseme y mandaré a Roberto para que se los prepare.
—De acuerdo —. contestó el cliente.
Cinco minutos después de cogerlos y mirarlos, le indicó al dueño los que quería.
—Me llevo este microondas y la tostadora. Me vienen bien para piezas.
Las caras, si se puede decir así, de Max y Tina eran un poema. Después de tanto tiempo en aquel lugar, iban a ser desguazados para piezas. La otra hora optimista Bella, se quedó muda de tristeza. A fin de cuentas, sus tardes de confidencias iban a terminar y le daba muchísima pena escuchar todo aquello.
—Pero piénselo bien. Son antiguos de esos que les llaman «Vintages». Mire, yo creo que si le cambia la bisagra de la puerta de aquel otro microondas a este—, mientras Roberto, alternando el dedo, señalaba a Max y otro pobre micro que estaba cerca—, aún puede funcionar un tiempo y a está tostadora solo le falta el muelle. Se cambia por la de este otro que es compatible y listo. Yo les daría una segunda oportunidad.
El dueño y el cliente se miraron sopesanado la sugerencia de Roberto y clavaron la vista en el ayudante.
—Y llévese está batidora de paso. Esta perfecta. Además me da pena que los separen, se llevan muy bien, ja,ja,ja. Hacen juego.
Inconscientemente Max, Tina y Bella sonrieron.
El cliente miró de nuevo los viejos electrodomésticos y dió su aprobación a la propuesta. Una media hora después, Max, Tina y Bella daban con sus «huesos» encima de la mesa de un SAT (Servicio de Asistencia Técnica). A la semana siguiente estaban arreglados y saneados.
—Pues aquí los tienes. Como nuevos.
—Muy bien. ¿Cuanto le debo?
—99,80€. Por cierto. Yo no me desaria de ellos. Hacen un buen equipo.
—¿Perdone?
—Quiero decir que son de la misma época y quedarían muy bien en la misma cocina.
Escuchando al técnico de reparaciones del SAT, todo hacía pensar que seguirían juntos, y así fue.
Con el tiempo, Max volvió a calentar comidas caseras y escuchar risas de nuevo con olor a palomitas. Tina se dio cuenta de que las tostadas no eran tan aterradoras como pensaba una vez que tuvo el muelle arreglado. Por su parte, Bella demostró ser una batidora valiosa, haciendo purés para el peque de la casa, incluso con sus ruidos ocasionales.
Los tres electrodomésticos se dieron cuenta de que, aunque habían vivido momentos difíciles, finalmente habían tenido suerte y si permanecían juntos, podían superar cualquier adversidad, incluso en el obsolescente mundo de los electrodomésticos programados.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

¡¿QUÉ HE HECHO YO…?!
—Rosi, cariño, anda mira a ver si ha terminado ya el lavaplatos.
—Todavía no, mamá; había muchos cacharros, pero le queda poco.
—No sé, hija, creo que lleva unos días que va más lento.
Mi madre, de un tiempo a esta parte se ha vuelto demasiado exigente y aprensiva con las tareas domésticas, se pasa todo el santo día reclamando atención: que si esto, que si aquello…
—¿Has puesto a funcionar el aspirador?, Rosi.
Lo ves, todo el tiempo así, ¡qué agobio!
—Aún no, mamá, estoy esperando que se terminen de lavar los platos, no vaya a ser demasiada tensión, no aguante y le acaben saltando los fusibles.
—¡Ay, hija, no será para tanto, Jesús! Y no te olvides de que hay ropa por lavar.
Es un sin vivir, lo de esta mujer; y no para de dar la murga. Mira tú si podría echarse amigas, ir al bingo, apuntarse a pilates. ¡Madre mía, qué cruz!
—Mamá, también puedes encargarte tú de algo, hija, que llevas un tiempo sin levantar el culo del sofá.
—Es que a ti se te da mejor, Rosi, mi vida, te manejas muy bien con eso.
—Mucho morro, es lo que tú tienes.
Me tiene preocupada con esa tremenda apatía que está desarrollando.
—Anda, hija, mira otra vez si ha terminado el lavaplatos, que me estoy poniendo nerviosa.
Y vuelta la burra al trigo… Encima tendré que ir, para que no se mosquee.
—Papá, por favor, date prisa y acaba ya con la vajilla, que tu mujer está poniéndose muy pesada; además tienes que pasar el aspirador y poner una lavadora, ¡hijo, espabila!
—La madre que me parió. ¡Quién me mandaría a mí jubilarme! Con lo tranquilo que estaba yo en mi cadena de montaje, apretando tornillos, jodiéndome la espalda y aguantando las impertinencias de los jefes, esos queridos y entrañables hijos de puta. ¡Señor, cuándo te me llevarás!

CORONADO IN MEMORIAM

Para el tema de la semana. Electrodomésticos.
Coronado repasaba con Angustias (que así se llamaba Noche de Estrellas en realidad) el final del relato. Habían conseguido captar la atención de la audiencia, querían más, saber quien era la musa realmente, si había reconciliación, si se marchaba el Trovador definitivamente, en fin, la historia estaba en todo lo alto. ‘pero Angustias no veía claro del todo el último relato.
-Joder, es que quedo muy mal, la gente va a empatizar con el Trovador y a la musa la van a ver como una antagonista cruel – opinaba Angustias.
-Ya, pero la historia ha derivado hacia ahí, si ahora metemos un deux ex machina para que haya un final feliz, va a dar un cante que no veas – rebatía Coronado.
-Me siento incómoda, que quieres que te diga, suaviza al menos el cabreo.
-Veré que se puede hacer, pero después de haber recitado con la intensidad que lo he hecho, se oía hasta el arrastrar de sillas de los vecinos intentando oír lo que decía, voy a por un café y ahora lo reviso, tampoco quiero que te sientas incómoda, aunque no deberías empatizar con el personaje y lo sabes.
Acababa de darse Coronado la vuelta para encaminarse a la cocina, cuando se oyó una especie de silbido pschhhhhiuuuuuuuuffffffffffff, y al mirar hacia atrás vio como se desvanecía Angustias, la musa se había evaporado.
-¿Anda y esto? – dijo sorprendido.
Después de unos segundos de estupor decidió que el relato lo tenía que acabar como fuese.
-Ya le buscaré explicación a esto, al igual le ha llegado la hora de regresar al Olimpo y se desvanecen así como las ave fenix, a ver que piense, por que ahora Monse Saavedra y su audiencia se van a creerr que esto era cachondeo mío, después de la turra que he dado.
Estimados lectores. lectoras y lectoros: las lavadoras, ay esas lavadoras dispuestas siempre a quitar la suciedad de la ropa y del alma. La mía es peculiar puedo ponerle hasta tres coladas seguidas, pero como me pase con el suavizante lo deja en el cajón, el detergente lo aguanta bien, pero como el suavizante tenga más grados de la cuenta, se marea y se pone frenética. ¿Y la batidora? Hay que ver lo bien que bate, esta mañana sin ir más lejos le he puesto en el vaso, un yogur, seis fresas y cinco nueces (todo eso lo aderezo luego con miel de las Hurdes) ¡y oye!, sin protestar, es que con las nueces tose de vez en cuando. El microondas ¿Qué onda llevas wey? Chiste fácil lo se, pero era un guiño a Tali Rosu Lo del microondas me tiene mosca, si le doy pescado para cenar, luego por la mañana tengo que tener cuidado de que no me lo mezcle con el cola cao, que no se yo si al aroma de merluza estará bueno por mucha cocina de diseño que esté de moda ahora y cuando le pongo garbanzos como no le vigile el caldo se pone a jugar a los pirotécnicos, que algún día se escacharra la puerta y le tengo que llevar al médico. Me gustaría también que la Olla Express fuese un electrodoméstico, pero tuvieron que elegir a la repipi y creída de la Termomix o como se llame, ¡qué repelente que es la tía!… mira que postres hago, mira que postres hago, ¡buhhh, enchufada que eres una enchufada!
Bueno tengo que dejarles, es hora de ir al curro y no hay ningún electrodoméstico de momento capaz de aguantar a mi jefa, así que tengo yo que hacerle el café.
Por cierto Monse, el lunes tengo dentista (no es recogida de cable, palabra de scout) y no voy a poder estar en el clubhouse, no desconectes la silla eléctrica para el lunes siguiente.

FÉLIX MELÉNDEZ

Venía cojeando la despensa abajo, cargada de ropa, cabeceando y andando de un lado a otro, como bien mayor, los gritos que daba era un ruido metálico, chu, chu, chu.. estaba terminando de centrifugar, parecía que no llegaba nunca a acabar, la nueva forma de lavar.
Era silenciosa y recorría todos los días siete mil pies, osea la casa entera, de principio y del revés, paraba frente a los escalones como si fuera a saltar, ha suicidarse, a tirarse por las escaleras pero no y a continuación se daba la vuelta y seguía como si con ella no fuera, continuaba recogiendo pelos y dejaba cierto brillo en el suelo pasándole una cera. La nueva forma de fregar.
Cada quince minutos un chorro de vapor puffh, puffh, humidifica el ambiente y deja olor a lavanda en la casa. Una forma diferente de ambientar.
Hacía tiempo que rodeaba los alimentos era un ser extremadamente frío, con un manto blanco de nieve, dura muy dura, primero empezó con lo congelado quedando todo sepultado y algo después también con lo que habías guardado en otros espacios, todo lo escondía, envolvía y tapaba entre su manto duro y frío, todo lo que podía lo guardaba, se iba extendiendo por todas las partes. No había forma de tomar nada que no estuviera ultracongelado. Había que desenchufar cada x días. Una forma de enfriar.
Estaba muy caliente ella sola enrojecía, se pegaba a todo tipo de ropas, imposible separar de tanto como se querían, sacaba las camisas marcadas y las faldas cambiadas de textura, se le escapaba el vapor por la boca y constantemente bufaba gotitas de agua, fuff, futt, fuff. Le encantaba las prendas delicadas. Una forma diferente de planchar.
Su color azulado incandescente llama roja, nos preparaba nuestra necesidad que abrasaba los cazos y cacerolas que les plantabas encima, siempre por debajo calentando las barrigas negras, el aceite le cantaba una extraña melodía bajito muy bajito, tic,tic,tic. Cómo gotitas saltando se veían en la sartén cada día.
Cómo no, faltaba la más madrugadora a primera hora del día ya encendida nos daba los buenos días y las buenas noches, las noticias, todo el día hablando informando sola y encendida. Lo que nadie oía Y la última en acostarse cada día.
Los electrodomésticos que nos acompañan nos han invadido, cada día nos ayudan a llevar la vida mejor, a excepción de algunos días que nos hacen pasar verdaderos calvarios.

BENEDICTO PALACIOS

Lo que de verdad importa se sueña primero, pero hay excepciones. A Tasio le sucedió la malhadada noche en que se le desató la pasión y le propuso matrimonio a Celia. Aquella noche soñó, pero pasaron los primeros meses y al imponerse la realidad se apagaron poco a poco los sueños, una pérdida que solo compensaba cuidando de una veintena de animales e imaginando imposibles.
Siendo muchacho organizó la maestra una excursión al mar, del que sus alumnos solo habían visto el azul en el mapa de la escuela y en los reportajes de la televisión que no siempre aparecían en color. Que aquella cantidad de agua estuviera salada, había que probarlo, decían. Pues anda que no tendría Dios que echar mano de un salero tan grande como orinal o un caldero. Doña Victoria se desentendió del comentario y pasó el encargo a Fidel, un medio novio andaluz con el que se carteaba de vez en cuando.
—Fidel, he prometido llevar a los alumnos a conocer el mar, las playas de tu tierra y las plantaciones de frutales, porque aquí solo abunda la encina.
Embocó la excursión a Punta Umbría, en la provincia de Huelva, cuatro horas de viaje. Esperaba la maestra que los alumnos disfrutaran chapoteando en el mar y cómo chillarían de la impresión, salvo Tasio que orillando el salero de Dios le preguntó a Fidel por los naranjales. Aquello sí que era de verdad un sueño. Si los pudiera plantar en su tierra. Menuda ventaja y ostensible cuando con naranjas cogidas del árbol le hizo Fidel un zumo con un exprimidor.
Fue el único electrodoméstico que él aportó al matrimonio, y se aplicó a conseguir naranjas fuera o no su tiempo. Al principio también Celia participaba, pero con el tiempo se fue cansando del desayuno con el mismo zumo y un poco harta le dijo a Tasio que guardara aquel trasto, que le molestaba el ruido.
Se anunciaba en televisión un exprimidor que funcionaba con pilas y Tasio lo compró sin dudarlo. Y para no dar cuenta a Celia de aquel invento lo guardó en su mochila de estudiante. Madrugaba para visitar su cabaña de animales y en una habitación donde guardaba aperos y el granos, lo ponía en marcha y vaya un zumo tan rico que hacía.
Marchaba contento una mañana con la ventanilla del todoterreno abatida, y echando cuenta de la tierra mejor para plantar sus naranjos, cuando le dio el alto una pareja de la guardia civil. Se había detectado una partida de droga y esperaban un coche de parecidas características.
—Documentación y apague el motor. ¿Qué lleva en la mochila? —Le preguntaron.
—Un exprimidor.
—¿De qué, de billetes?
—No, no, un exprimidor de naranjas.
El preguntador que era un guardia novato le pidió que abriera la mochila. Y fue una mala suerte porque cuando Tasio se disponía a abrirla, accionó involuntario el interruptor y el exprimidor empezó a funcionar. «¡Cuerpo a tierra!» —Gritó el guardia y faltó una mica de meter a Tasio el cañón de la pistola en la boca.
—Buen susto nos has dado. ¿Cómo se le ocurre llevar en la mochila un exprimidor? Si fuera de billetes…
—Expendedor de billetes, no exprimidor, corrigió el otro que tenía insignia de cabo.
—¿Qué más dará?
—Pues no da lo mismo —dijo el cabo—. Anda, entrega el exprimidor.
—¡Ya! Naranjas de la China, le replicó Tasio.
Al guardia novato, que no entendía de cambios semánticos, se le incendiaron los ojos de rabia mientras el cabo se caía de la risa.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

LAVAR, SECAR Y PLANCHAR
Un día entenderéis que no somos más que ropa. Como cada una de nuestras prendas, también tenemos una serie de periódicas necesidades que nos mantienen limpios, útiles y atractivos.
Todo es fruto de un estado de acumulación. Poco a poco, vamos amontonando nuestros desechos en el cesto de la ropa sucia. Tristezas, complejos y frustraciones. Los momentos grises y también los más oscuros, apartados y revueltos, como si escondidos en el fondo del cesto ya dejaran de existir.
Nos resistimos, no hacemos los remolones. Pero es inevitable. Antes o después llega el momento, a menudo un fin de semana. El proceso requiere de una cuidadosa selección de cada pieza de entre las que forman el montón. Así, separamos nuestros días blancos de los negros, y también los de color. Generalmente, basta con un lavado normal. A veces en caliente, otras en frío. A menudo resulta liberador observar a través del cristal, cómo nuestros monstruos más cotidianos y habituales dan vueltas y vueltas hasta acabar mareados, ahogándose entre agua y espuma. El proceso culmina cuando centrifugan dentro del tambor hasta diluirse por completo. De esta forma nos vamos reciclando, día tras día, a base de detergentes que nos limpian y suavizantes que amortiguan nuestras vidas haciendo que huelan bien.
Pero hay vidas que necesitan ser lavadas a mano, como las prendas más delicadas. Vidas faltas de cariño que requieren de un lavado sutil y esponjoso solo al alcance de unas manos expertas y cuya máxima blancura se obtiene únicamente con detergente concentrado de amor.
Luego nos secamos al aire, ese elemento invisible que nos renueva y que por unas horas nos hace sentir libres, ligeros, abiertos de par en par, aferrados a una cuerda que nos da seguridad mientras nos columpiamos, oscilando sobre el vacío.
El siguiente paso natural es el planchado. Y no me refiero a ese que sentimos a veces al final del día, como si una apisonadora nos hubiera arrollado por completo. Hablo del cálido paso del metal sobre nosotros, envolviéndonos en vapor, eliminando cada arruga y marcándonos las líneas. Claras al principio, en apariencia fáciles de seguir, pero que tarde o temprano se acaban difuminando. Es entonces cuando las arrugas vuelven a surgir. Cuando nuestra vida se ensucia de nuevo y necesitamos regresar otra vez al cesto de la ropa.
Aunque no lo creamos, en todo ese ciclo nos vamos desgastando. En cada giro de tambor, la vida nos maltrata un poco más. Nos llena de barro, nos mancha, nos ensucia y nos arruga. Somos carne de plancha y de lavadora. Simples prendas que con el paso de los años van perdiendo su textura y su color.

NURIA HERNANDO

Útil o Inútil
La finalidad de la mayoría de los electrodomésticos es facilitarnos la vida. Basta con comparar cómo se lavaba antiguamente la ropa: a la orilla de los ríos, con cenizas , el jabón elaborado con grasa de sebo y sosa, y para frotar : una piedra o una tablilla rugosa de madera . Actualmente m, en lavadoras donde metes la ropa , pones jabón y suavizante , seleccionas programa y te olvidas de todo del arduo trabajo de frotar y lavar ropa pesada, que gana peso al humectarse.
Así muchos de ellos cumplen su misión, exceptuando a aquellos que invaden todas nuestras encimeras, algunas de manera inencesaria, para funciones que pueden ser echas por otros electrodomésticos, pero que nos generan la necesidad sobre ellos como : Air frier, para hacer waffels, batidoras para hacer smoothies…
Y otros como la televisión ..
– Abuelo, ¿que estás viendo ?
– Aqui tele cinco , aunque desde que nos han quitao el Sálvame, ya no sabemos qué ver. Aparecían las vidas de todos ahí …
– ¿y te enterabas de algo ? .
– Pues no siempre, sobre todo cuando los comentaristas hablaban todos a la vez gritando. Se parecen a los mercados de antiguamente. Cada uno en su puesto gritaba , para atraer tu atención .
– Jo, abuelo ¿ y no te cansan o te aburren?.
– Pues si, cuando no los entiendo , me pongo a dormir mi siesta sin querer . Se me van cerrando los ojos hasta que mira .. me quedo dormido jajaja.
– Yo paso de ver esos rollos , no me rentan . Ufff … prefiero ver mis stream, tictoc, insta…hablan y duran menos . Y los telediarios, no los aguanto
– ¡Hombre, eso sí que no !, nos informan de lo que sucede. Si no ¿cómo enterarnos de lo qué pasa en este país?. Lo veo al medio día y la noche.
– ¡Pues menuda lavada de cerebro!, con una sobra y además solo cuentan lo que quieren y como les interesa contarlo .¡ Toodo son malas noticias !.
– Pues a tu abuela y a mi nos entretiene, lo mismo que a ti tu móvil . Puede que se esté quedando obsoleta la televisión, pero al igual que nosotros jejeje.
– Bueno abuelo , a mi la televisión que me gusta son las smart tv, con sistema oled para ver mis series de Neflix o jugar a la play . Cuando tengas una de esas, avisa ¿eh? Jajaja

IRENE ADLER

LA CAFETERA PRODIGIOSA
A esa hora de la tarde, las galerías del centro comercial languidecen en una suerte de sopor o de abandono, semejante a una tregua endeble entre batallas. Y la calma se traduce en una suave ensoñación muy parecida a una siesta involuntaria, acunada por el dulce y hermético ronroneo de las luces de neón y los conductos del aire acondicionado.
Su pequeño reino feudal es una cuadrícula de metacrilato rojo presidida por una fotografía gigante de George Clooney en primer plano bajo las letras doradas de Nespresso. Tiene una mirada dulce y respetuosa con las pasiones ajenas, y una sonrisa encantadora de trigo sarraceno en campos amarillos de Kentucky. Sus ojos acostumbran a seguir cada corto movimiento de ella en esa isla de cafeteras relucientes como samovares rusos y cápsulas de colores que en las horas centrales del día, ella ofrece a los curiosos en tacitas de poliestireno con gesto servil y profesional. El café con exceso de lecitina como panacea universal. Los lujos sin ostentación de la vida moderna, profesional, expeditiva y reciclable.
Justo enfrente, otra taifa de pan de oro bizantino expone una colección de frascos de perfume J’adore. Ha oído decir que la vitrina en la que se exponen la diseñó la Nasa a prueba de balas, bombas y vándalos: una réplica exacta de la que protege la Piedad del Vaticano. Un panel en tríptico muestra a Charlize Theron saliendo del agua como una altísima Venus de Boticelli y tan dorada como el pan de oro de la isleta o los anillos que decoran los frascos. Puestos en fila, erguidos y delicados, a ella le recuerdan siempre a un puñado de mujeres masai atacadas por pigmeos bosquimanos reductores de cabezas. Y Charlize Theron, aún siendo afrikáner, tiene el porte y la voluntariosa dignidad de las princesas bantúes.
A la vez, sin hacer apenas ruido, George desciende de su foto en la pared con la expresión candorosa de un hombre perdido en Waterloo y Charlize abandona en tres zancadas su tríptico, con la elegancia de la Grusinkaya en Grand Hotel. Toman asiento en las sillas plegables que ocupan los ociosos durante el muestreo y ella les prepara café. Latte machiatto para la sudafricana y un espresso doble para Clooney. Ella ocupa la silla giratoria del encargado, (que a esas horas estará durmiendo una siesta de verdad), pero no se sirve nada. Detesta el café de cápsulas. Sólo los acompaña en la intrascendente conversación antes de que el bullicio regrese en forma de turistas del electrodoméstico, y ella tenga que venderles las maravillas ultraterrenales de la Nespresso Italian Dream, modelo en promoción que aún no está a la venta ni en el catálogo de las boutiques. El sueño de todo barista gourmet en casa y para los doscientos primeros compradores, la oportunidad de entrar en un sorteo de cinco entradas para el estreno de la última película de George Clooney en Londres.
—Señorita. Señorita despierte. ¡Así va el país! ¡¿Y esperamos que esta panda de zánganos nos paguen las pensiones?! ¿Está aquí para atender al público o para dormir la siesta? ¡Qué vergüenza de juventud! Los que no se drogan están todo el santo día pegados al móvil. Con lo que cuesta la condenada cafetera de George Clooney y ésta se duerme en el trabajo.
La mujer sigue balbuceando sus protestas mientras ella enciende la cafetera prodigiosa, introduce la cápsula y ve caer el café como si fuera una lluvia torrencial y monzónica. El olor le revuelve ligeramente el estómago. Desde su póster en la pared, George Clooney le guiña un ojo y susurra:
—Nunca dejes de soñar. Al fin y al cabo, qué sabrán ellos. Qué sabrá nadie…

EDUARDO VALENZUELA JARA

¡Maldita tecnología! Nunca me he llevado bien con ella; en lugar de simplificar la vida, la complica. Por eso prefiero tener un radio vintage ―de esos con tubos―, antes que esos modernos artefactos con inteligencia artificial. Me basta girar una perilla para escoger lo que quiero escuchar. Odio tener que hablar con esos asistentes virtuales: «Sily, enciende las luces», «Sily, quiero oir música». Me hacen sentir estúpida, los detesto… y ahora, con lo que acaba de ocurrir, los odio.
Corría el año 2055, cuando BIONEXT comercializó el primer “detergente lavavajillas inteligente”. Era una pasta viscosa hecha de millones y millones de “nano-bots” ―unos robotitos mínúsculos, cada uno del tamaño de un microbio―. Los “nano-bots” eran capaces de separar la vajilla de la suciedad a nivel molecular. Bastaba sumergir los platos en esa pasta y, en cosa de segundos, estaban limpios. ¡Adios a la tortura de lavar platillos, tazas, cucharas, copas, ollas! ¿Quién se podía resistir a tanta maravilla?
Pronto surgieron más productos similares, como el “dentífrico inteligente”. Un líquido transparente, hecho también de “nano-bots”, que te colocas en la boca y nunca más necesitas lavarte los dientes. Los robotitos ―tan pequeños que no se ven― “viven” entre las piezas dentales y están todo el día trabajando para que nada quede pegado a la dentadura. Una brillante y blanca sonrisa, eterna.
Todos nos rendimos a las “comodidades de la vida moderna”. No hay hogar que no tenga varios litros de “detergente inteligente”. ¡Pero qué idiotas fuimos! ¡Maldición!
Hoy, mientras escuchaba mi radio, difundieron la noticia. Un ataque ciberterrorista, a través de internet, había alterado la programación de los “nano-bots” de cada recipiente con detergente en el mundo. En todas las casas, el líquido se ha escapado de sus contenedores y escurre por el piso con robotitos que ahora se han vuelto asesinos. Los “bicharracos” separan la ropa y la carne de los huesos, como si estuvieran limpiando vajilla.
Se han reportado millones de muertes por todo el planeta. Los pobres desprevenidos que han pisado el líquido, se derriten como mantequilla en un sartén caliente dejando, como única evidencia de su existencia, una impecable osamenta con una blanca sonrisa.
Yo guardaba cien litros de detergente en el garaje, y ahora todo se ha escurrido, inundando completamente el piso de la casa. Me encuentro sola, asustada, sentada sobre la mesa de la cocina, escuchando las noticias en mi radio y esperando algún rescate.

CHRISTIAN VIDAL

LAS NOTICIAS EN LA TV
(Diciembre 1 de 2019)
Este hombre de 35 año despierta temprano con olor al alcohol y en su sofá en una sala deteriorada por el tiempo en lo único que piensa es en tomar recoge la botella de whisky y se da un trago largo al terminal respira hondo y sin moverse de donde esta entra los desechos que tiene ah su lado y encima consigue encontrar el comtrol remoto al prender la TV están las noticias el sin interés pasa el canal sin más buscando algún canal que pueda disfrutar mientras toma sin parar mientras maldice ya que no encuentra nada que le pueda interesar
(Enero 30 de 2020)
Esta madre de 2 niños y esposa de un hombre pudiente al despertar sin más no tarda en ir hacer el desayuno para sus hijos y su marido al bajar prende la TV y pone las noticias por las cuales anuncian un virus que se está propagando con gran facilidad ella ilusa solo escucha pero se concentración en hacer feliz ah su familia
(Octubre 8 de 2021)
Esta pareja joven recién mudamos están sentados en el sofá de su apartamento mientras hablan y ven la TV no le prestan mucha atención ah la TV ambos se miran y empiezan ah coquetear entre besos y cartas en las noticias se puede escuchar que una panadería acaba de explotar esparciendo rápidamente por el mundo la joven pareja se separa y la chica sonríe pero el joven le dice – estas algo caliente amor –
(Julio 27 de 2022)
Este chico encerrado en una habitación sin poder salir ni poder hablar tocar abrazar besar con nadie se siente expresado se siente atrapado lo único que está con el es una TV buscando en los canales pasa canal tras canal ya que todos dicen lo mismo y mientras lo cambia el siguiente y al siguiente sigue empeorando el chico respira forzado sintiéndose abrumado noticia tras noticia cantidades absurdas de personas muriéndose médicos con meses sin ver ah su familia pandemi en el mundo por una ves en cientos de años el mundo se apago nadie en las calles ni roses con personas ni amigos no novios solo estaba solo en un mundo donde la forma más asequible de vivir sin enloquecer era mirando la TV
(Mayo 5 de 2023)
* todos tuvimos la duda muchos pensamos que era algo que nunca pasaria, los medios nos informaban pero siempre los ignorarlos, era mejor una película o juegos de deportes o carreras nos dimos cuenta de que de una forma u otra fuimos estúpidos y nos engañamos ah nosotros mismo la primera línea de defensa que surgió meses antes de cantar panadería mundial fue la noticia en la TV por que no nos fijarnos ni sembrasnos la duda de que podía pasar si eso pasara .

ANA DEL ÁLAMO

LA MEJOR
Eres cálida como el beso
de una mujer ardiente
Placentera como un orgasmo
en la mañana
Tu despertar es mágico, sin parangón.
Hueles como los ángeles,
a esencia de Bergamota.
Ees el mejor bálsamo, el mejor antídoto
Vences el cansancio, la apatía,
el desánimo. Eres única.
Te deseo tanto, que si no te tengo…
…languidezco
Capaz de resucitar a un moribundo.
Lloras lágrimas negras, espesas y libertinas.
Caminas con tacones de aguja,
provocadora y excitante.
Eres sublime, intensa y seductora
Lo mejor del día.
Eres mi Cardinale, mi Sofía Loren.
Lo mejor de la Toscana.
Mi ragazza preferida.
La regina de mi cocina
Mi bella cafetera .

EFRAÍN DÍAZ

Desde los albores del tiempo, poco después de que el mundo cobrara forma, con majestuosidad, la escoba ha ejercido su noble oficio de mantener los suelos en immaculada limpieza. Con destemplanza, sin importar el momento, el rincón, las circunstancias, la escoba siempre se ha alzado inquebrantable y presta a cumplir su cometido.
Mas he aquí, la tecnología, artífice de grandes artimañas, trajo consigo sus ingeniosos dispositivos electrodomésticos para «simplificar» nuestras vidas.
Entre estos, emergió la aspiradora, una suerte de escoba eléctrica, implacable en su eficacia y eficiencia.
Cuando Juan llegó con la flamante aspiradora, la ancestral escoba fue relegada al más ignominioso rincón del olvido. Nadie más la solicitaba, nadie más la requería. Se convirtió en un artilugio inútil, condenado a la desidia y la desolación. Condenada al ostracismo.
Así transcurrían los días, en su exilio forzoso, en su involuntario destierro. Pero un día, la aspiradora, esa prodigiosa máquina, se dañó. Dejó de succionar con la vigorosa destreza y la fuerza de antaño. Juan, encolerizado, pues le costó una pequeña fortuna, emplazó al fabricante, quien, con la celeridad propia de quien se precia de ser responsable, solicitó le trajeran el electrodoméstico a su fábrica.
Luego de un minucioso escrutinio, de una meticulosa evaluación, el técnico logró identificar la falla. Pero el costo de restaurarla casi igualaba al de adquirir una nueva. Así resulta ser la magia de la tecnología moderna. Vendernos electrodomésticos que no necesitamos y sacarnos plata de un modo o de otro.
Resignado, Juan retornó al servicio de su vieja escoba. Aquella destinada al olvido, y que desde tiempos inmemoriales, desde que el mundo, se encargaba de mantener los pisos limpios.
Emergió de las sombras y con orgullo, volvió a erigirse como guardiana incansable de la pureza de los suelos.

MARÍA CID

Este mundo está lleno de contrastes sin lógica, y es que ahora en todo el mundo se está siendo más conscientes de que la basura plástica y sus derivados son un peligro para el bien de la comunidad tierra y mar.
Pués resulta que nos culpan de usar plásticos en nuestro dia a dia y nos aconsejan que usemos otros materiales cómo el papel o el plástico biodegradable.
Por otra parte las fábricas sacan la última moda en cafetera, que no necesita que la recarguemos con café,si no que vienen preparadas para el uso de cápsulas, cápsulas creadas con plástico de usar y tirar, osea además de usar más plásticos también hay más desechos de cápsulas.
Me parece una soberana tontería aparte que el café no tiene sabor a café si no a plástico y si es café con leche,no quiero imaginar el tiempo que llevará la leche en la cápsula y que le pondrán para que no se eche a perder sin tener frio!
Así que mi cafetera es la de toda la vida,de hacer en la hornilla y está buenísimo porque yo no quiero electrodomésticos que solo sirven para ocupar espacio y contaminar con sus desechos.

BEGO RIVERA

La rebelión de las máquinas
Declaración de Don Pedro Bernal ( 15 de septiembre, 11: 17 h, interrogatorio a cargo de la inspectora Serena Santana)
Inspectora Santana: Sé que está nervioso, señor Bernal. Lo entiendo, pero debe tranquilizarse y contarme qué ocurrió el pasado domingo día 10.
Bernal: Fue horroroso, terrible. Las imágenes vienen a mí, no me lo quito de la cabeza. ¿ Tiene una cerveza? Eso me vendría bien para los nervios.
Inspectora: Señor Bernal, cuanto antes lo cuente antes se irá y podrá tomar todas las cervezas que quiera.
Bernal: Pues verá, a quién se lo cuento me toma por loco. Ese día me lavanté tarde, como todos los domingos, salí a dar mi paseo con Coco, mi perrito, sobre las diez de la mañana. Me extrañó que no hubiera un alma en la calle, a esas horas suele haber gente paseando y yendo a misa. ¡ Nada!
Inspectora: ¿ Y cómo llegó usted a darse cuenta de la situación ?
Bernal: Pues fui al bar de Pepe’s, a desayunar, en cuanto me ve entrar ya me pone mi primer carajillo.
La puerta estaba abierta, entré.
¡Y no había nadie! A esas horas está llena de los parroquianos de siempre. Estaba todo oscuro , todo apagando. Me fijé que en las mesas había pertenencias de la gente, cómo si hubieran estado allí y de pronto se hubieran marchado corriendo. Un montón de móviles en las mesas, en el suelo, en la barra…
Inspectora: ¿ Y qué hizo luego?
Bernal: Grité si había alguien y nadie contestó, me fui de allí.
Me dirigí a la iglesia, los portones estaban abiertos, entré y, según fui a avanzando entre los bancos, lo mismo¡ Nadie! : Bolsos tirados en el suelo o sobre los bancos, móviles, ropa..
Salí pitando de allí.
Inspectora: ¿ Qué hizo entonces?
Bernal: Cómo le dije a los policías fui corriendo a por Ulises, mi caballo, y fui a la comisaría ya que estaba un poco lejos. Cuando llegue… lo mismo ¡ Nadie!
Inspectora: Entonces fue cuando decidió venir a la ciudad ¿ no?
Bernal: Si, y aquí sigo desde entonces, no me dejan volver a mi casa.
Inspectora: No, no puede ir, el pueblo está precintado. ¿ Le han dicho que han desaparecido todos sus habitantes excepto usted?
Bernal: Si inspectora, me lo dijeron los policías.
Inspectora: ¿ Y cómo explica usted eso? ¿ Qué piensa?
Bernal: No sé que decir, no entiendo nada…
Inspectora: Bueno, ya seguiremos hablando… Una última pregunta…¿ Porqué no llamó por teléfono o cogió un coche para venir?
Bernal: ¡Ahhh! Inspectora, no tengo móvil, ni coche, ni nada que sea una máquina, de hecho no tengo ni luz.
La inspectora se quedó un rato mirándole asombrada. Pensaba.
Inspectora: ¿ Y eso?
Bernal: Viene de largo en mi familia, cuando llegaron los primeros electrodomésticos, la luz, esas máquinas diabólicas… mi familia se negó a utilizar semejante aberración. Según contaban mis antepasados, hace mucho tiempo, cuando llegó la electricidad y esos aparatos, de pronto, un día toda la gente del pueblo desapareció por arte de magia, nunca se supo qué pasó.
Solo se salvó mi familia por carecer de ellos.
Sí, inspectora, sé que suena a locura ¡ Pero ocurrió!

ABBY MARSIE ROGOM

Electrodomésticos.
Lilian estaba harta.
Lilian tenía una vecina, Anabel, que compraba mucho. Hacía pedidos de cosas prácticas y cosas estúpidas. Le encantaban los electrodomésticos, lo tenía todo. Para cocina, para limpieza,… empezaban a no caber las cosas en su piso, y resultaba incómodo colocar ordenadamente los electrodomésticos pensados para su comodidad. Trabajaba para mantener cosas de las que no podía disfrutar. Paradójicamente absurdo.
Lilian vivía sola, y también tenía de todo, lo normal en su caso, sin excesos.
Pero las cosas atan. Pagos a plazos de esto, de lo otro, y hasta cierto punto y como todos, trabajar para tener cosas.
Una mañana su vecina, de pura saturación, se levantó una mañana, puso el café en la tostadora, relleno de pan la cafetera, la lavadora de platos y el lavavajillas de ropa. Puso el robot limpiasurlos a funcionar en el fregadero y le dió libertad al pequeño aspirador abriendo la ventana y dejándolo fuera. Le pareció un buen sitio lla olla del robot de cocina para vaciar los productos de limpieza. La TV cabía bien la bañera espumosa y antes de coger su mochila e irse, metió en el horno los zapatos y las joyas en el microondas. Lo puso todo a funcionar y antes de llegar a la esquina de la calle comenzó el incendio.
La loca de su vecina puso su piso lleno de humo negro, mientras, ella caminaba tranquilamente por la calle. «Joder que bonito todo de día», normalmente no veía la luz del sol con su antiguo trabajo en turno de noche.
Pensó que igual hacia el Camino de Santiago, o a La meca, ¿El muro de las lamentaciones? O la Isla de Pascua, Machu Picchu o Stonehengue, o a la luna, se sentía ligera.
Lilian siguió trabajando, le había dado por comprar máquinas de gimnasia, ya no cabían en su casa.
Anabel estaba para entonces cerca de Pernambuco, lejos, en algún lugar, a la orilla de una carretera, pegada a un bosquecillo, preparándose un café con una la lata y un calcetín.

RAÚL LEIVA

Valles y sombras

Una tarde cualquiera el lavarropas empezó a funcionar solo. Abrió el paso de agua, se llenó y comenzó el ciclo de lavado a media noche vacío de ropa alguna. Lo apagué desde la aplicación del celular y la desinstalé para volver a instalarla en la mañana, a lo mejor alguna función automática lo había programado por error. Pasaron unos días y se repitió la secuencia a medianoche, creí que habían forzado la puerta y alguien había entrado al lavadero, pero la secuencia de centrifugado había hacho que el lavarropas golpeara la pared como si tratasen de entrar por la fuerza a casa.
El técnico que lo revisó no encontró nada raro, y esa normalidad me costó un dineral. Opté por desenchufar el lavarropas cuando no estaba en casa como me aconsejó el “especialista”, ya que no hizo nada por lo menos seguiría su inútil consejo. Lo que más me dolió fue la cara de lástima con la que me miró cuando me lo decía.
Un día el horno microondas comenzó a funcionar solo, su inconfundible sonido de abejorro gigante y su luz interior me hicieron saltar del sillón donde me encontraba viendo una de esas películas aburridas de sábado a la noche. Corrí a apagarlo porque entiendo que, si funcionan vacíos, suelen romperse. Revisé la programación, lo hice arrancar con una taza de agua dentro y no pasó nada fuera de lo previsto. Aproveché para hacerme un té y terminar de ver la película que, a decir verdad, ya había olvidado por completo de qué se trataba.
Los días pasaron como pasan todas las cosas importantes hasta que una tarde, al regresar del mercado, sentí una conversación que venía del living de mi casa. La puerta de calle estaba cerrada y no había señales de haber ingresado por ninguna ventana. Mi vecino advirtió mi inquietud y se acercó a ver qué pasaba. Me aconsejó llamar a la policía y ponerme en un punto no visible para los maleantes ya que estos podrían identificar mi rostro y luego tomar represalias. Los agentes llegaron y luego de rodear la casa, entraron por la puerta del fondo que según entendí había quedado abierta, y se encontraron con el televisor encendido. Les agradecí y les pedí disculpas por las molestias y me encerré en mi casa con la sensación horrible de sentirme una vieja estúpida. Ahí comencé a sospechar de las tecnologías. Todo estaba conectado a redes y sin dudas las inteligencias artificiales o como cornos se llamen estaban conspirando para volverme loca. Yo no iba a caer fácil en esa trampa, así que cada aparato que estaba conectado a alguna red, lo iba a desenchufar mientras no lo usara.
Mi hijo comenzó a preocuparse, vio que no le devolvía las llamadas y un día vino a casa. Me costó escucharlo desde la habitación y cuando le abrí la puerta su preocupación en el rostro hablaba por sí misma. Le conté de los electrodomésticos y de sus locas conductas. Para no preocuparlo demasiado, omití las llamadas de teléfono a medianoche que se cortaban cuando las atendía. Realmente me sentía vigilada por estos artefactos, pero no iban a poder conmigo, de ninguna manera.
Mi hijo, lejos de calmarse, sugirió colocar una alarma domiciliaria a la que me negué rotundamente. Quién sabe quién mira por esas cámaras instaladas y si esos sensores de las puertas ofrecen la información a quien quiera para saber cuándo uno entra o sale de la casa. No señor, tengo una intimidad que preservar.
Sin embargo, una noche apareció la cocina encendida. La hornalla vacía emitía una llama azul minúscula y eso sí me preocupó mucho, la cocina no tiene conexión alguna más que a la cañería de gas. En mi cabeza, algo empezaba a germinar ¿me estaba volviendo loca?
Mi hijo comenzó a preocuparse cuando le conté acerca de estas cosas. La heladera que se desenchufaba sola, las luces encendidas cuando era de día, la radio que no se usaba desde que murió mi marido, encendida en el fondo del cuarto de trastes en desuso, todo me estaba agobiando. No había ninguna lógica y mi vida se empezó a derrumbar día tras día.
El médico insistía que la soledad a veces nos juega malas pasadas, de alguna manera corroboraba que me estaba enloqueciendo. Mi hijo ya casi pasaba todo el tiempo conmigo y su familia empezaba el irreversible camino del reproche, así que le hice caso y fui a parar a una institución.
Hace seis meses que estoy acá, la gente está peor que yo, los enfermeros nos levantan temprano como si fuera el ejército y no nos dejan dormir un rato más, nos medican y nos bañan cuando a ellos se les antoja, pero al menos ya no libro batallas contra los electrodomésticos. Esta suerte de normalidad me está matando, pero al menos mi hijo ya no está preocupado y recuperó a su familia.
El otro día se olvidó el celular en mi habitación y cuando toqué la pantalla, vi que tenía las aplicaciones que controlaban los electrodomésticos de mi casa. Se nota que se preocupaba por mí. Por suerte vi que tenía unos mensajes con alguien que estaba interesado en comprar mi casa. Mejor, se iba a sacar de encima esa propiedad que terminó por enloquecerme.

ALMUT KREUSCH

La cafetera
La clásica cafetera italiana de aluminio opaco que nos había servido fielmente durante años se había roto. Primero la queríamos sustituir por una igual, pero el empleado de la tienda nos hizo saber con tacto y profesionalidad que no estábamos al día de los últimos avances en pequeños electrodomésticos.
Nos enrolló con la destreza del vendedor de ataño a domicilio, que te vendía la colección de libros de los Premios Nobel de Literatura con estantería a juego, aunque tú sólo leyeras el «Hola» en la peluquería.
Así que salimos de la tienda con el último modelo de una cafetera italiana eléctrica reluciente.
—¡Cariño —, llamé a Juan, mi marido, desde el cuarto de baño el día siguiente, que era domingo—, ¡si no te importa pon la cafetera y vete a comprar el pan para desayunar. ¡Y cruasanes para todos! En seguida estoy lista, estaré pendiente del café.
Le oí trajinar en la cocina y luego salir por la puerta al jardín, la gravilla del caminito que llevaba al cobertizo donde guardaba la bici crujía bajo sus pies.
«¡Qué bien que se vuelve a animar de ir en bici que con tanto entusiasmo compró y que después de una vuelta con los amigos no había vuelto a tocar! Claro que, con las agujetas que tenía, tampoco me extraña, pero ¿en qué estaba pensando? Que estaría en forma como cuando tenía veinticinco años y entrenando… »
Un fortísimo estruendo me sacó de mis pensamientos, seguido de golpes como si botara una pelota metálica contra el suelo de la cocina.
!Mamá, mamá, ven — , gritó espantada mi hija que estaba a punto de exprimir naranjas para el zumo del desayuno—, la cafetera se ha caído al suelo está dando botes por la cocina, ¡corre, date prisa, no para!
Dos mío, se me había olvidado por completo de la cafetera. ¡Además la acababa de estrenar Juan!
Corrí a la cocina; la toalla se quedó olvidada en el baño.
Como un pequeño extraterrestre, la cafetera que se había desprendido de su base, rebotaba alegremente sobre las baldosas del suelo y giraba como una peonza. Por miedo a quemarnos las manos no nos atrevimos a agarrarla y nos quedamos como hipnotizadas ante este espectáculo surrealista. Pronto el baile del monstruito se ralentizó y finalmente se quedó inmóvil en el suelo. Nos miramos con un suspiro de alivio, pero sin entender cómo había sucedido todo.
Me armé de valor, me protegí la mano derecha con un paño de cocina, levanté el objeto inerte y lo dejé caer en el fregadero. Había que enfriarlo. Abrí el grifo y me alejé del fregadero. Cuando el chorro de agua fría entró en contacto con el metal, un siseo como el de una serpiente volvió a sobresaltarnos. Después, silencio. Nos acercamos de puntillas, dimos unos golpecitos con el palo de un cucharon de madera pero no hubo más sorpresas.
En ese momento, Juan entró por la puerta con la bolsa de pan y cruasanes. Se quedó atónito ante el panorama que le ofrecimos. Su mujer en pelotas y con una cuchara de madera en la mano, su hija aterrorizada y con ojos como platos. Emocionadas y con el susto todavía metido en los huesos le contamos lo que acabábamos de presenciar con la nueva cafetera loca.
De repente, como Eva tras su expulsión del paraíso, fui consciente de mi desnudez y me cubrí con lo primero que tenía a mi alcance: un delantal. Un delantal rojo de publicidad que tenía las palabras «Restaurante Buena Vista» estampadas en el peto.
Con una expresión que sólo pude interpretar más tarde, Juan cogió la cafetera del fregadero y la abrió. Pocas veces le vi sonrojarse, pero esta vez un tomate maduro palideció en comparación con su cara: ¡se había olvidado de poner agua en el depósito! Su remordimiento no tenía límites, pero le perdonamos y finalmente todos nos reímos.
Volvió a preparar la cafetera, esta vez sin olvidar nada y tal como había prometido el vendedor, en tres minutos el primer café estuvo listo.
Ya era hora de que encontrara una prenda más apropiada y al salir de la cocina oí la voz ronca de Juan detrás de mí—, ¡Como el restaurante!

CELIA OLGA ROMAR

Entonces fue hasta el sótano, allí sabía haber los antiguos libros, seguro q encontraria la información que necesitaba.
De ninguna forma Google le daría la respuesta, porque esa aplicación tampoco existía ya. Busco y revolvió ; quitó polvo de estantes; abrió cajas, corrió bolsas,hasta q allí estaba.
Viejo y con sus hojas amarillas,casi desarmandose en su pobre encuadernación, pero firme en su propósito: información.
A, B,C,D, E…… Electrodomésticos,,,aquí estaba!!
Electrodomésticos, dícese de aparatos q ayudan en las tareas del hogar, tales como lavar, planchar, cocinar,asear las habitaciones de la casa,coser, bordar,cortar el pasto, etc.
En lo posible deben ser económicas para el uso de la energía eléctrica y q no sean ruidosas para no molestar con su trabajo, Algunas tienen garantías en caso de averiarse.
En la antigüedad tenían un nombre común, se llamaban : Mujer.
Allí estaba la respuesta, la máquina suspiro tranquila, era eso lo que necesitaba !
Se acomodo en un rincón y se apagó,__

EVA AVIA TORIBIO

¿Qué haríamos sin ellos? Pues yo, personalmente, nada. Se han convertido en imprescindibles en todos los hogares. No voy ha hablar de sus innumerables ventajas, ni de los últimos modelos que son tan inteligentes que falta que te hablen, pero llegará. Ni lo voy ha hacer del primero de ellos inventado, bueno va, te lo digo ¡ja, ja, ja!, el horno. Ese que nos cocina majares exquisitos, que duran en nuestros platos, máximo diez minutos.
Quiero hablarte de la lavadora, más bien, de uno de los primeros utensilios que se utilizó para esas prendas tan delicadas que rozan nuestra piel día tras día, la tabla.
Verte a la espera, frente a mis ojos,
me desespera.
Me miras seductora, provocadora,
pidiéndome a gritos que te utilice.
Poner sobre ti el jabón
y rozar mis manos por tus ondas,
es refrescante y caliente a la vez.
Frotar y frotar sobre ti,
alivia todo el estrés acumulado del día.
¿Qué haría sin ti, ahora que te tengo?
—Despierta, cari, que ya estás frotándome otra vez el abdomen.
—¡Ja, ja, ja! Perdón, que no se que me pasa. Bueno, si lo sé, que estás tan rico, que me dan ganas de lavar en esta zona tuya tan sexy.
Besos, La Incondicional.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

La historia qué cuento es totalmente real.
Mi frigorífico tiene 33 años. Se qué parece increíble, pero es cierto.
El pobre está un poco cascado en lo que se refiere a estética. No luce brillante como otros. Pero su función primordial la sigue haciendo, enfría.
Aún recuerdo aquel invierno de hace años, no enfriaba. Bueno pensé, para el verano un frigorífico nuevo, de esos que brillan.
Pero llegó el verano y se puso a funcionar.
Hay sigue. Del noventa y uno.
Otra historia es las planchas, de planchar, me duran nada, creo que notan mi rechazo, serán sensibles?

GRACIELA PELLAZA

«La Pochi había conseguido pieza.
Venirse del pueblo a la ciudad fue como enfrentarse a los jinetes del apocalípsis. Se hubiera quedado, si el Gringo se hubiera jugado, pero no; ponía primera y luego derrapaba.
La madre lloró un poco pero luego entendió, le hizo un guiso caldudo en el hornito a leña para el día de la despedida, la abrazó fuerte, y en el oído, así rapidito, le susurró…
-Si usted mi hija, cree que no puede; vuelva!
La pieza era un cubo con una puerta. Tenía una mesita, una cama y un roperito. Estaba limpia, pero cerrada como si alguien le hubiera robado salvajemente los árboles que de niña ella olía en su ventana. Le había entrado el bicho del «me arrepiento» por los ojos, y encima aunque quisiera escupirlo por la boca, no hubiera podido matarlo porque lloraba.
Se lavó la cara. Salió un rato a ver la ciudad, y las vidrieras le cambiaron los colores del ánimo.
Ya sabía como viajar a la casa de la sra que le había ofrecido un trabajo de mucama. Anuló en la lista los «te extraño» y en cada vereda afirmó el paso.
Pasaron dos años.
La Pochi compró una heladera. En cuotas y color plata, como la que tiene la patrona en su cocina.
Primero el televisor le decían sus compañeras, pero la Pochi no se olvidó de nada, tenía ambiciones, pero también tenia unos brotes que se le salían de la alpargata, esa raíz que había heredado y no había huracán que volteara, una convicción de burro obstinado.
Sabía que iba ser difícil mandarla al pueblo, que había que juntar para el flete, que la vieja iba llorar cuando la viera. Basta de barriles y barras de hielo.
¡De a poco! …¡De a poco! Sonreía, la Pochi…mientras miraba el techo de su casita cubo.»

GUILLERMO ARQUILLOS

MUERTA EN EL PASILLO DE CASA
Volví a casa. Me encontré a mi mujer tumbada en el pasillo. Le tomé el pulso, le apreté el pecho, como si yo fuera capaz de reanimarla, y le hice la respiración asistida o algo similar. Me costó un buen rato convencerme de que estaba muerta y solo entonces me atreví a pensar: «Se lo había advertido muchas veces, pero, como de costumbre, no quiso hacerme caso».
Resoplé, casi se me saltaron las lágrimas, me temblaron un poco las manos. Qué pena, pensé, mientras marcaba el ciento doce.
Mi mujer, que era muy suya, siempre despreciaba a los que se morían de infarto. Ella estaba convencida de que la vida de la gente bien no acaba de una forma tan vulgar, sino rodeada de sus seres queridos o de actores contratados, que para eso están el dinero y el arte, para que se derramen lágrimas por la gente distinguida.
Lo de mi mujer tenía aspecto de haber sido algo imprevisible, un repente, vamos. Yo la había avisado de que tuviera mucho cuidado con el tostador, porque ese maldito cacharro lanzaba las tostadas con tal ímpetu que si te alcanzaban en el cuello te podían asfixiar. Pero, como estaba en el pasillo, no podía haber sido eso.
Al entrar en la cocina, cualquiera podía ver que no había utilizado el tostador. El condenado trasto estaba en su lugar y ella, que era una dama, jamás lo hubiera recogido después de haberlo usado, por nada del mundo. Así que nadie podía creer que el tostador fuera el culpable. Luego pensé que tal vez la yogurtera le había hecho algo, envenenándola o cosa parecida. Vi que faltaba un yogur, busqué algo en el frigorífico y allí estaba el vasito con el yogur, quizá esperando a que se enfriara. Estaba intacto.
La policía tardaba en llegar. Eso me dio tiempo para controlar otros electrodomésticos. La lavadora no tenía pinta de ser la asesina, porque estaba con los mismos harapos que le había dejado, ni la secadora, porque también rebosaba de ropa, —mi mujer, que era una dama, no la había vaciado para cederme ese honor a mí al volver del trabajo—. Un gesto que se agradecía, desde luego.
Ni el televisor, ni el microondas, ni el secador de pelo, ni los calefactores, ni el horno, ni las luces del salón, ni la cafetera, ni la batidora, ni el exprimidor, ni la thermomix… ya no sabía qué más revisar para ayudar a la policía cuando se pusiera a investigar.
Ahora soy sospechoso del crimen de mi mujer. Bueno, en realidad no hay pruebas de que yo la asesinara; pero, como no tienen a quién culpar, me han encerrado en esta celda y aquí llevo un par de días. Esto es un paraíso, la verdad. Se está de maravilla, sin que nadie me martirice con que soy un idiota y que tenga cuidado con sus uñas, que están recién pintadas.
Las televisiones no paran de hablar de lo que han bautizado como «la rebelión de los electrodomésticos». Al parecer, alguien, en algún rincón del mundo, ha pirateado las comunicaciones que usan muchas marcas para controlar todos los aparatos domésticos a través de internet. Exigen un dineral a los fabricantes. En el momento en que quieran, los hackers pueden hacer que las pequeñas máquinas se subleven contra sus dueños, acostumbrados como estamos a manejarlas por la red. Eso están ya haciendo, al azar.
Yo se lo advertía a mi mujer:
—Ten cuidado, que cualquier día de estos nos puede tocar a nosotros.
Me miraba como quien mira a un gusano:
—A mí no me va a pasar nada, yo soy una dama. Desconecta todo de internet ahora mismo, imbécil.
La policía está investigando los chips de los electrodomésticos para ver cuál ha sido el que ha acabado con mi mujer.
Espero haber sido lo suficientemente hábil para que no se dé cuenta de que había conectado el gas a internet y desde el trabajo había provocado el escape que la asfixió. Además, después levanté las persianas para que ventilara. Por si no funcionaba mi plan, aunque no fue necesario, había preparado conexiones ocultas en el televisor, el microondas, los calefactores, el secador, el horno… Hubiera bastado que saltara una chispa en el momento adecuado.
Tuve que ser rápido para retirar todo antes de que llegara la policía, pero lo cierto es que acabar con mi mujer no fue tan difícil como yo me lo había imaginado.
Eso sí, la echaré de menos. Era una auténtica señora.

GAIA ORBE

Remolino de viento
Una noche, antes de caer dormida, sentí silbidos. De mi panza salieron hilos fríos que se congelaron primero en mis pies y luego en los brazos, de manera que cuando quise ir a ver lo que sucedía no pude hacerlo. Estaba tiesa, aferrada a las sábanas con las dos manos en forma de garras. El silbar tenía ritmo. Era un tiempo corto de chiflidos seguido de silencio. Y volvía a comenzar desde la pausa otra tanda de chiflidos, exactamente igual al anterior. Mi cuarto está separado de la cocina por un corredor. Podía acercarme de puntillas para mirar sin que me viera. ¿Sin qué me viera? ¿Quién? Estaba en esa disyuntiva con mi cerebro cuando el silencio se hizo largo. No se oía ni el vuelo de una mosca. Quedé expectante unos minutos más. Se trataría simplemente de algún motor perezoso de arrancar en la avenida. El calor me volvió al cuerpo. Rodé para ponerme de costado cuando el silbido se transformó en el estruendoso traqueteo de un robot que caminaba. Decidida a terminar con el profanador de mi descanso, salté de la cama. Almohada al hombro en posición de ataque, y sin pantuflas, corrí por el pasillo. Resbalé con un charco de agua antes de cruzar la línea de fuego. Mi proyectil fue de lleno a dar sobre su frente. Detenido el agresor, desde el piso, empapada como estaba, lo único que se me ocurrió decir:
ciclón tropical
remolino de viento
golpea el tambor
al máximo de vueltas
silban las partículas

JOSMA SANCHÍS

LA NEVERA
Me habían destinado lejos de mi ciudad. Afortunadamente, unos amigos se encargaron de buscarme un piso en alquiler. A mi llegada ya estaba todo dispuesto.
El piso tenía tres habitaciones, una amplia cocina, sin isla, y dos cuartos de baño, uno en suite. El precio, mil quinientos euros al mes, me pareció un poco caro, pero me contaron que estaba en la media de precios de la zona.
Yo me dedicaba casi todo el tiempo a trabajar, comía en mi despacho, casi no utilizaba el apartamento. Los fines de semana podía disfrutar de las vistas, veía desde el mar hasta unos molinos de viento al oeste.
De pronto la nevera se estropeó, llamé al dueño y su contestación merece un comentario aparte.
— Hola. ¿Es usted Carlos?
— ¿De parte de quién?
— Espere un momento que acaba de entrar.
Qué oportuno, pensé.
— Sí, mire se ha estropeado la nevera, he perdido toda la comida y las inyecciones que me pongo para paliar mi artritis, que son muy caras.
— Bueno, se me ocurre que puede comprar otra.
— Ya magnífica solución. ¿Qué hacemos con el dinero que he perdido?
— Le puedo ofrecer una indemnización de doscientos euros.
Lo amenacé con llevarlo a los tribunales y publicarlo en prensa y le colgué el teléfono. Mientras conversábamos yo oía a la Sra. del Sr. Carlos hablarle bajito asesorándole para mantener su postura. Al rato me volvió a llamar, se avenía a la compra de una nevera, pero no pagaba las pérdidas. Me pareció totalmente injusto, pero mi falta de tiempo y mi pavor, me hicieron aceptar la oferta. Más se perdió en la guerra de Cuba.

DAVID DURA MARÍN

Al calor de una plancha..
Quería daros unos consejos para algo tan odioso como el tema del planchado de la ropa.
Lo importante es cogerlo con ganas, pronto, a eso de las nueve.
Con una cervecita bien fresquita.
Algunos dirán, es un poco pronto para empezar.
No, la plancha lleva su tiempo.
Yo normalmente pongo música de fondo. Perales es una buena opción. Tiene una canción de un marido que le regala un bolso a su esposa, ella se pinta los labios de carmín y sale a la calle buscando amor con un vestido que nunca estrenó. Lo nuevo no se plancha.
Las mangas siempre tienen que estar muy bien planchadas.
Conocí una vez un manco de brazo que llevaba una manga planchada y la otra no.
La arruga es bella decía la bruja de mi mujer, no sé qué pócima pero estuve casado muchos años.
Ahora la miro en foto y suelto el vapor de la plancha.
Cada vez, la veo más guapa.
Está perdiendo sus arrugas.
A las dos horas la plancha estará sin agua. Preparamos dos gintonics de ginebra Larios o similar, su destilado no produce cal.
El gintonic y medio que sobra no lo vas a tirar, para dentro.
Una mañana, por lo que sea, me entró sueño. Al despertar como por magia estaba la plancha terminada.
Claro, con una nota.
Me debes 40 euros, yo solo limpio.
Tengo más consejos pero tengo que ir al congelador que la botella de tequila pide calor…
No va ser todo trabajar…

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

Entreabierta está la puerta de hierro gastada del almacén repleto de viejos electrodomésticos polvorientos e inservibles, envueltos en telaraña. Cada día son más los que llegan al lugar. Han pasado los años y Diógenes se ha convertido en una ardilla que traslada cualquier chatarra ajena.
Diógenes es un sesentón, fuerte, amable, dinámico, buen esposo, podríamos decir un tipo genial. Pero tras esos atributos se esconde una manía de acumular objetos en especial electrodomésticos.
A Diógenes se le dificulta desprenderse de los viejos electrodomésticos. Lo que empezó por prestar un servicio de reparación a diversos clientes se ha vuelto un trastorno en la personalidad de Diógenes.
Muchas son las veces que prefiere no reparar el útil objeto eléctrico y decirle al cliente que no tiene composición para así quedárselo y llevarlo a su lúgubre almacén.
Su cementerio de electrodomésticos está a disposición de roedores, cucarachas y demás insectos involucrados, pero eso para Diógenes le es indiferente.
Algunas veces se aísla del mundo tratando de reparar lo irreparable.
Míriam su esposa está cansada de suplicarle que abandone esta forma de vivir. Inclusive se lo ha pedido por el amor de sus hijos, pero Diógenes ya está envuelto en un trastorno que lo puede conducir al deterioro físico y mental principalmente por el aislamiento que cada vez se está haciendo más prolongado.
El mundo creado por Diógenes dentro del almacén está formado por muchos amigos y amigas que cantan a coro como las licuadoras. Ese rechinar de las aspas pareciera que trituraran aquellos pensamientos que lo atormentan. Otras veces escucha el canto de las batidoras que con fuerza bailan al compás de una pequeña picadora de carne.
Diógenes está con su mirada perdida observando el movimiento monótono y constante de las aspas que veloces van disminuyendo los restos de comida y desperdicios que también acumula en el almacén.
Luego empieza a danzar al compás de una vieja lavadora que con un chaca chaca lo seduce a mover su cuerpo robusto.
Son varias horas que pasa entre sus ritos que le generan una buena dosis de dopamina.
Otros días juega con las aspiradoras que ha logrado armar como robot obediente a sus órdenes.
Entre hornos, secadoras, afeitadoras y cualquier otro cachivache, Diógenes es feliz.
Cuando regresa a la realidad y siente en sus ojos que ha perdido la costumbre de la luz del mundo que lo rodea. Trata de ser el hombre que era. Cuestión esta que se aleja de su ser con premura.
Hasta que un día, Míriam decidió arriesgarlo todo por Diógenes.
Luego de andar de aquí para allá y preguntar por doquier, encontró un contacto que la llevaría a dialogar con Mister Morgan. Un tipo traficante de electrodomésticos, falsificador, con un prontuario muy destacado en el submundo electrodoméstico. Mister Morgan era capaz de distribuir droga escondida en los artefactos deseados por las amadas de casa.
Su red de distribución llegaba a los rincones más sorprendentes del mundo.
Humilde fachada donde tenía su refugio Mister Morgan, pero detrás estaban las grandes tiendas de electrodomésticos unidos a las más reconocidas marcas internacionales.
Míriam perdida en sus enormes ojos color café, ventanas de un alma que ha presenciado mucho dolor en su amado compañero, está decidida a buscar una solución, a pesar de que sus manos exudan una mezcla de ansiedad, impaciencia y temor.
Se dice:
Con los nudillos toca la puerta de madera que no tenía ninguna identificación, verifica las señales enviadas por el contacto y vuelve a tocar con más fuerza, diciendo:
—Es la amazona que trae el oro de las catacumbas.
—Pase.
Al abrir la puerta, Míriam observa con detalle el sitio topándose con una cortina roja, una mesa redonda precedida por el famoso Mister Morgan, un calvo con un característico parche en el ojo izquierdo que hacía contraste con el ojo azul claro grande y profundo que parecía mirar por los dos.
—A ver qué quieres mujer — eres muy audaz en llegar hasta aquí.
— ¿Qué tienes para mí?
—Tengo lo que usted busca, un almacén repleto de electrodomésticos en buenas y regulares condiciones. — Estoy segura que lograría obtener excelentes beneficios—le traje unas fotos como prueba de lo que le ofrezco. —Usted llévese todo lo que encuentre en el almacén.
La atractiva propuesta de Míriam convenció a Mister Morgan y a media tarde llegó con seis empleados de su confianza y se llevaron hasta el último tornillo.
Todo transcurre según el plan de Míriam. Diógenes estaba en la ciudad y debía regresar en la noche.
Al llegar Diógenes a la casa no hubo comentarios, simplemente cenaron y se fueron a tratar de conciliar el sueño. Pero para Míriam esa noche no logró abrazarse con Morfeo pues las dudas asaltaban a su mente como grillos escandalosos.
Al amanecer la señora rutina intervino hasta que Diógenes se fue con dirección a su almacén. Al abrir la vieja puerta no podía creer lo que las pupilas de sus ojos veían, más bien no veían sus amados electrodomésticos. Con un alarido y el rostro enrojecido exclamó:
—No puede ser, donde está todo, Míriam ven aquí.
Su corazón no paraba de latir, sentía un dolor desde sus entrañas.
De inmediato Míriam estaba junto a él.
—Querido lo hice por tu bien regale todas esas porquerías, no podías seguir viviendo de esa manera, te habías olvidado hasta de tu familia. —Muchas veces te pedí que salieras de esa basura.
—Destruiste nuestros sueños, mis esperanzas y acabaste con nuestro futuro.
<<Escúchame bien, nuestro futuro, el tuyo , el de nuestros hijos.
—¿Por qué dices eso ?
—Todos creen que yo estoy loco, eso no es así, llevo años fugándome a escondidas hacia la vieja mina de oro del rancho de los Makesin. Allí encontré una veta y fuí ocultando el oro en los electrodomésticos de modo ir vendiendolo a escondidas. Si se que hice mal en traficar con el mineral, pero gracias a eso nos hemos mantenido bien, además que había acumulado una fortuna que nos haría ricos. Tu mujer has destruido en pocas horas , años de trabajo y dedicación.
Miriam sucumbió de pena, vergüenza y dolor .
De rodillas le dijo :
—¿Qué hice? yo pensé que era lo mejor para todos, pues te sentia distante, depresivo, sin interés por los tuyos.
—Era todo lo contrario, en mi solo existía el agotamiento pero siempre con la esperanza de una vida mejor juntos.
Con la manos en la cabeza y caminando de un lado a otro, Diógenes le gritaba a su esposa :
—Ya es tarde, estamos arruinados.

SÁNCHEZ MAR KATA

El calor intenso de los fogones del horno ya viejos hace que las pupilas gustativas generen saliva.
Eran comunes ver los tejos de la dueña en el marco de la puerta variadas eran sus colores.
Sucios son los cuadros muebles paredes desgastadas, pero, aun así, la casa tiene una luz sinigual, serán los trastes gastados dan brillo de antaño.
El olor lo han perdido con los años, están tan destartalados que sirven de milagro
entre la mugre y el polvo se perdió el glamur de estos y el néctar del olor a nuevo.
Motas pedazos de viruta cubren el gran tapete de la sala aquel que en antaño daba glamur al entrar
hace una ventana de años que con tan solo entrar se sentía la frescura, ahora el sentimiento es de nostalgia del tiempo
Aquella neuralgia que me recuerda a mi abuela ese que le daba dolorcitos, la hacía tomar mil pastillas.
recuerdos son muchos al calor de la estufa fueron los mejores sabores nunca antes probados.
Olores que me recuerdan los pastelitos de mi nona que los mecía y mecía como mecedora a la doctora.
Ritos los que tenia el nono que con solo 4 pencazos prendía el horno.

MARTA SUÁREZ

Juvenal era un hombre ya entrado en años , un exmilitar que llevaba alguna que otra batalla en su espalda, a pesar de todo los cambios que había visto pasar a través de los años había cosas que no cambiaban para el, por ejemplo cortarse el cabello ca quince días con su amigo y excompañero de milicia Francisco. Pero así como Juvenal, Francisco también tenía sus años y ya le era difícil manejar la navaja, así que hacía ya un par de semanas que le había dicho a Juvenal que buscará otro barbero. Juvenal con mucho disgusto recorrió varias barberías de la zona sin sentir la mínima confianza como para cortarse el cabello en alguno de esos lugares. Ya se había dado por vencido cuando de camino a su casa se encontró con un cartel en el que decía ¡Gran descuento en pequeños electrodomesticos! y en la vidriera le llamó la atención un pequeño cortapelo. Así que entró decidido a comprarselo, no pensaba dejar su cabello en manos de ningun barberito de cuarta, que hacen esos peinados locos y con los pelos pintados ¡no señor! Cuando llegó a su casa encendió el cortapelo y comenzó a pasarlo por su cabeza. Se miro al espejo había quedado pelado, ¡Bueno ya volvera a crecer!. Cuando Su esposa y su hija llegaron a la casa y lo vieron comenzaron a reír —¿ A qué barbería fuiste?—pregunto su esposa sin dejar de reír. — A ninguna —contesto muy serio Juvenal — me corté el pelo yo solito, y no es para nada difícil. Las mujeres no podían dejar de reir al ver que Juvenal si había cortado todo su cabello en el frente de su cabeza, pero en la parte de atrás habían quedado varios montocitos de pelos . Después de reír un buen rato su hija tomo el cortapelo y le emparejó el corte. Desde ese día su hija es quien con el cortapelo, le corta el cabello a Juvenal.

SILVANA GALLARDO

TODO UN CAOS
Hace poco más de 50 años, las mujeres usaban el lavadero para fregar la ropa, a veces allí se lavaban los trastes, incluso bañaban a los bebés a horas soleadas.
Con el friega y friega de la ropa se conseguían unos bíceps fuertes y bien torneados además de que, por el ejercicio la diabetes ni existía (según cuentan). El entrar y salir de la cocina, después de la jornada de los tres alimentos del día, con la bandeja repleta de los utensilios sucios de cocina, acarrear el agua y lavarlos, era una tarea realmente ardua. Pobre la mujer que realizaba esos menesteres. Después para rematar, calentaba agua en la estufa y la mediaba con agua fría para templarla, dentro de la pileta adherida al lavadero y bañar a las crías.
Preparar la comida era otra aventura, moler los ingredientes en molcajete o metate, pareciera que todas esas actividades eran el entrenamiento para una luchadora de ring.
Pasados los años, empezaron a inventar los electrodomésticos para facilitar la vida en los hogares. ¿Quién no ha pasado por cosas extrañas con ellos? habían por ejemplo las primeras lavadoras que exprimían con rodillos y en algún descuido atrapaban las manos de algún hijo travieso para después tener que desatornillar y liberarlo de esa tortura.
Alguien que ocupaba una casa donde falleció una mujer, la mera mera de la cocina, en plática agradable con una hermana, pegaron un brinco porque quién sabe qué manos del más allá, la hicieron funcionar con estruendoso ruido. Solo atinaron a mirarse con extrañeza, asombro y un poco de miedo, atribuyendo que el espíritu de la misma andaba rondado su cocina. Fue muy extraño que la licuadora se encendiera sola. ¿Quién no quemó alguna prenda favorita por no entender el funcionamiento de una moderna plancha? ¡y echó pestes por ello! Antes se usaban planchas pesadas de fierro que se calentaban en la estufa, dos o tres para que quedaran bien planchadas. Cualquiera ahora diría «¡qué flojera!».
Los televisores de antes, grandes y pesados tenían botones que cambiaban de canal manualmente. Bueno, la gente se movía. Con la evolución de esos aparatos inventaron los controles, ¡caray! nos empezamos a hacer inútiles e inamovibles porque todo se volvió comodidad.
Las ventajas del desarrollo de esa industria, es que facilita la vida, sobre todo a las mujeres que tienen que salir de casa a trabajar. Solo programan los electrodomésticos y hacen prácticamente todo, destapar latas, lavar trastes, lavar ropa que casi sale planchada de la secadora, en fin.
Las desventajas son muchas, pues incluso se vuelven adictivas, se gasta más dinero en mantenimiento y electricidad, además de que fomenta la vida sedentaria, y con ello, el sobrepeso y la obesidad.
No sé si exista alguien que extrañe el lavadero, el molcajete, el metate la estufa de petróleo y los utensilios de barro y sobre todo la actividad física y el movimiento. No sé…

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16 comentarios en «Electrodomésticos»

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