Desinflado – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «desinflarse». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 5 de mayo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

 

PRIMERO ESMIZ

La figura era alta y desgarbada, extremadamente desgarbada. Había contraído una enfermedad siendo niño y los médicos no daban con el remedio, y habían dicho que era una solitaria permanente lo que tenía, que había nacido con ella y con ella viviría para siempre, claro, como era pobre, para qué se iban a molestar en investigar más. Ahora ya en su madurez estaba aligerando sus pecados, la cárcel le había cambiado por completo. Trepó sigilosamente el muro de su antiguo escondite, uno que solo conocía él, si su antigua banda hubiese sabido que había trabajado a espaldas de ellos, seguro que le habrían hecho liar el petate hacía la Abadía luctuosa. Fue directo a donde se encontraba lo que quería desenterrar, tenía un mapa virtual en su cabeza, era la ventaja de tener memoria fotográfica. Una vez desenterrado el paquete y colocada la tierra como si no hubiese pasado nada, saltó de nuevo el muro y se dirigió, entre las brumas que el día le ofrecía, al lugar acordado para el intercambio.
El hombre miraba impaciente el reloj, ya faltaba poco, pero aunque confiaba en él, todavía le quedaban algunas dudas. Estaba esperando sentado en el muro de uno de los extremos del puente de piedra del río, de espaldas al coche, con lo que no vio llegar a la figura sigilosa que se acercaba con el paquete, pues él lo esperaba por el otro extremo. La figura al advertir que no lo miraba, colocó el paquete encima del capó del coche mientras sacaba un encendedor con el cual prender un cigarro que traía en la boca y al ir a hacerlo, dos amasijos de carne en forma de torbellino se le echaron encima y mientras uno lo tiraba al suelo el otro cogió el paquete con su mano derecha. El hombre que esperaba al oír el ruido se dio la vuelta y observó horrorizado como el paquete salía volando en dirección al río.

-¿¡Pero que hacen par de tarados, qué hacen!? – bramó fuera de sí.
-Enfermero Cabrera, este es Juan “el Desinflado”, el mafioso, seguro que intentaba ponerle una bomba – contestó el más bajo de los dos.
-¡Pero que bomba ni que ocho cuartos, este hombre se está rehabilitando y me estaba devolviendo la colección original de Hello Kitty que le robó a mi sobrina hace diez años!
-¡Corre Lisensiado, corre!
¡Raudo y veloz, Santi, raudo y veloz!


DAVID MERLÁN

El verano toca a a su fin. Los últimos días de playa se aprovechaban al máximo y tanto Luisito como sus amigos Andresito y Javi, eran conscientes.
Los días ya no eran tan calurosos, pero a cambio tenía la ventaja de que el arenal no estaba abarrotado.
Luisito había ido con su hermana Andrea y ésta, con su amiga Marifé.
—¿Me dejas la colchoneta, hermanita? —preguntó Luisito a su hermana.
—No. No haberte olvidado de la tuya? —contestó segura de si misma —y menos para ir con esos —.añadió viendo plantados delante de ella a sus dos amigos.
—Por favor, solo está vez. ¡Qué más te da! Total ya se acaba el verano.
—No me da la gana. Además, no está papá y mamá, así que está vez no te saldrás con la tuya. Estoy harta de que abuses. Así aprenderás para la próxima.
Los amigos de Luisito, percataándose de lo improbable de conseguir que la hermana de su amigo les dejase la colchoneta, desistieron y se fueron de allí dejando discutiendo a los hermanos.
Sin embargo y contra todo pronóstico la llegada de los padres de Luisito y Andrea obraron el milagro para el niño.
Un minuto después, Luisito se acercaba sonriente con la colchoneta debajo del brazo.
—¡Vamos!
—¿Pero a donde vamos a ir con eso?, Ja, ja, ja— rompieron a reír Andresito y Javi al ver la colchoneta rosa de unicornio.
—¡Iros a la mierda! Tanto que queríais ir hasta allí y ahora os rajais por en color. Pues me voy yo solo. Ahí os quedáis —. Comentó indignado mientras los amigos siguieron dándose pases con el balón.
Un rato después, Luisito se alejaba más de la cuenta de la orilla y se dirigían incontrolado hacia las rocas cercanas. La marea bajaba con rapidez y la corriente hacia el resto del trabajo. Luisito empezó a angustiarse al ver cómo se acercaba inexorable hacia las rocas. Unos instantes después el choque contra las cortantes rocas se produjo sin que el joven pudiera evitarlo. La distancia a la orilla no era enorme, pero si lo suficiente como para pasar un mal rato. Un «psssssss» resonó alto y claro y Luisito se dió cuenta de lo evidente. El unicornio de su hermana empezó a desinflarse. Primero observó atónito como el cuerno multicolor empezaba a descender y perder tensión, seguido de la cabeza que, doblándose por el cuello, hacia una reverencia.
«¡Mierda! ¿Y ahora qué hago?» Pensó al verse superado por las circunstancias.
—¡SOCOOOORRO! — gritó a pleno pulmón.
El colchón seguía perdiendo aire y Luisito empezó a hacer aspavientos obstensibles hacia la orilla. Le daba igual, si sus amigos o quien quisiera que pudiera ayudarle. Su miedo creciente estaba más que justificado. No sabía nadar y eso convertía aquel momento en una situación de emergencia de primer nivel.
—¡SOCOOOORRO! —volvió a gritar agitando los brazos.
Desde la lejanía y en el momento que Javi se acercaba al agua a recoger el balón lanzado sin control por Andresito, vió a lo lejos a su amigo en el justo instante que su peso provocaba definitivamente que cediera y se hundiera.
—¡LUISIIIITO!, SOCOOOORRO! ¡Qué alguien lo ayude, no sabe nadar! —gritó mientras salía disparado playa arriba pidiendo ayuda desesperadamente.
Al instante, y mientras Andresito, y Javi contagiado por este, corrían pidiendo ayuda, dos vigilantes ya se dirigían corriendo hacia el lugar. Sin duda habían estado atentos y treinta segundos después, ya nadaban hacia el jóven.
Un par de minutos después, ante la atenta mirada de todos los allí presentes, padres incluidos, y cuando Luisito hacía unos segundos que se había perdido en las profundidades del mar, los socorristas llegaron y uno de ellos se sumergió.
El tiempo se detuvo. Se congeló por unos segundos en que todos aguantaron la respiración mientras rezaban.
—¡Allí! ¡Allí salen! —gritó una señora arrancando los aplausos de los concurrentes.
Los padres del jóven se abrazaron y dieron las gracias a Dios. En el fondo sabían que algo de responsabilidad tenian a haberle dejado alejarse tanto sin saber nadar.
Unos minutos más tarde, los dos socorristas y el joven llegaban a la orilla sanos y salvos. Un tercera socrrista le estaba esperando con una manta.
Repuestos del susto, los padres y amigos de Luisito se acercaron a él.
—Que sea la última vez que me haces esto, ¿Está claro? —le reprochó la madre con lágrimas en los ojos mientras lo abrazaba ante la atenta mirada del padre.
Una vez pasado el revuelo, sus amigos se acercaron a él.
—Te está bien por chulo, casi no la cuentas —.le recriminó Javi ante la atenta mirada de Andresito que no dejaba de sonreír.
—¿Y tú de qué te ríes? —preguntó Luisito recriminándole su falta de tacto.
—Hombre, como no me voy a reír. Si te vieras con las pintas que llevabas, unicornio rosa y todo. Te ha estado bien. Ja, ja, ja.
La carcajada contagió a Andresito y este a su vez a Luisito que, relajándose definitivamente, cedió y soltó la adrenalina acumulada mientras se fundían en un abrazo.
—Pero ¿Sabeis lo peor de todo? —dijo Andresito.
—Qué —.contestaron lo dos.
—Lo peor de todo es que le debes un unicornio a tu hermana, ja, ja, ja.— añadió Andresito, volviendo a reírse los tres mientras Luisito le pegaba unos empujones para que dejase de meterse con él de una vez.
FIN

MARI CRUZ ESTEVAN

Me sentí vacía como un globo sin aire. Agobiada por tu comportamiento agresivo comencé a sentir como mi piel se iba quedando flácida. Mis carnes de moza enamorada se desinflaban a pasos agigantados.
La flojedad de mis piernas no me sostenían en pie.
La tempestad del día cargada de royos acechaban mi casa.
Imprudente abrí la puerta para mirar al cielo. La luz del rayo se introdujo por mis uñas quebradas y dio a mi ser tal vitalidad de auto estima que desterre de mi pensamiento tu desdén para quererme a mi misma… .
Feliz día de San Jordi y la rosa…

BENEDICTO PALACIOS

Cuenta el cronista (el de la anterior entrega) que cuando el señor cura pronunció en el funeral que en gloria esté el infeliz, el reaparecido Pascual pegó tal grito que todo su cuerpo se estremeció y por tan honda impresión a punto estuvo de desmayarse. Sí se desmayó doña Rosaura, que no se perdía funeral alguno para dejar por escrito cómo deseaba que fuera el suyo. ¡Menudo llanto, la pobre! Con el revuelo que se organizó, el cura don Petronilo que oficiaba el funeral se equivocó de página, cantó el gloria cuando debía cantar el credo, se confundió en la epístola, y por el nerviosismo perdió el control de la patena que tenía en las manos y rodaron por el suelo las sagradas hostias.
Fue presto Pascual a auxiliarle, sentándole en un reclinatorio mientras la sacristana Andrea le abanicaba con la punta de la falda.
—Recoge las hostias —fue lo primero que dijo semicerrados los ojos, porque en cuanto los abrió y se dio cuenta de que era desconocido el que le sostenía, le tomó por lo que no era y pronunció entrecortadamente la frase en tus manos encomiendo mi espíritu, venciendo luego la cabeza de manera que algunos le dieron por muerto.
(Aunque el muerto de verdad seguía en una caja mal apañada por un carpintero).
Pasados unos minutos del colapso volvió en sí el cura cuando la sacristana recogía del suelo las hostias.
—Deja, deja. Ya me encargo yo.
—Tranquilícese, no se mueva hasta que no se recupere completamente —aconsejó Pascual que seguía a su lado
—¿Quién eres tú que no te conozco?
—Pascual.
—¿El muerto?
—El vivo —dijo Andrea que había tornado a abanicarle.
Abrió otra vez medio atontado los ojos don Petronilo y doña Rosaura le preguntó cómo era el otro mundo, porque parecía haber vuelto de allí. El cura no contestó sino que los volvió a cerrar como si le hubiera dado un nuevo mareo.
—Enciende una vela —dijo uno de los asistentes— y acércasela a ver si revive.
Obediente la sacristana, le arrimó tanto la vela que derramó unas gotas de cera en la barbilla. Y como le quemaban, eso le bastó para despertar del sobresalto y prorrumpir alabanzas en lengua latina.
—¡Milagro, milagro! —Gritó doña Rosaura al escuchar las palabras en otra lengua.
Entre los presentes unos reían y otros gesticulaban dando a entender que la señora estaba demente.
Vuelto el cura a la conciencia total, Andrea le colocó las vestiduras, olvidándose de la vela que empezó a prender los paños del altar. Y como empezaban a arder, Pascual se despojó de la americana tratando de aplacar el fuego, chamuscándose una de las manos.
—¡Agua, agua!
Vaciaron la de la pila bautismal con lo que el fuego cesó, pero no el humo. Y era Pascual el más se refregaba los ojos. Entonces Andrea que era una mujer compasiva, le agarró por el brazo y lo llevó a su casa. Allí le quitó la camisa para cerciorarse de que no tenía quemaduras.
—¡Vaya susto! Pero tú eres un hombre muy decidido. Aguanta que voy a darte una porción de crema en las manos.
Le embadurnó y masajeó con las mismas manos que antes habían tocado a Dios, y el milagro antes proclamado fue allí donde aconteció.
A la semana siguiente confesó Andrea al señor cura que no recordaba si había consentido, pero que mecida en los brazos de Pascual se había desinflado.

RAQUEL LÓPEZ

Juanito estaba triste. Ese día murió su perro Zasco.
Le adoptaron recién nacido, cuando Juanito tenía un año y se criaron juntos.
Recordaba los momentos tan felices que tuvieron los dos, como Zasco le recibía contento cada vez que Juanito venía de la escuela. Compartían juegos y Zasco siempre dormía a los pies de su cama.
Ahora no había nada ni nadie que ocupara su lugar.
Salió al jardín, la caseta del perro aún permanecía allí lo que le puso todavía más triste. Empezaba a anochecer y el viento levantó unas hojas donde se hallaba escondido un globo desinflado.
S.eguro que fue de hace dos días que Juanito cumplió los ocho años y sus padres lo decoraron todo con globos. Lo cogió lo limpió un poco y lo infló.
Con ayuda de un rotulador le dibujó una cara y le puso un cordel para jugar con el,» Podría ser mi nueva mascota» pensó , pero no era lo mismo.
– ¡ Vaya tontería! los globos no juegan ni hablan, pero pueden ser palomas mensajeras..
Y se le ocurrió poner un mensaje atado al cordel:
– » Querido Zasco, espero que no te olvides de mí, yo sin embargo te echo mucho de menos»
Sólto el globo y éste acompañado por el viento que soplaba fuerte, subió tan alto hasta desaparecer en el cielo.
– ¡ Te quiero amigo» murmuró Juanito.
Y en ese momento una estrella brilló en el cielo. Puede que el mensaje que le mandó Juanito, le llegará a Zasco, su mascota.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

EL ÚLTIMO ALIENTO
Queda uno, mi amor. Cuarenta y cinco, ¿recuerdas? Terminaste exhausta, demasiados globos para inflarlos a puro pulmón. Pero tú eras así, generosa, divertida, imprescindible. Te entusiasmaba todo lo que hacíamos juntos, gozabas con nuestras cosas como una niña; mi maravillosa y querida niña grande.
«No todos los días cumple uno, cuarenta y cinco años, mi cielo», reafirmaste tu decisión irrevocable de hacer una fiesta por todo lo alto; lo mismo que cuando fueron cuarenta y cuatro, cuarenta y tres, cuarenta y dos…, siempre conseguías levantar mi ánimo y hacer que me sintiera bien, a pesar de que no había nada más deprimente para mí que constatar el paso del tiempo.
«Ahora vas a ser un chico bueno —bromeaste mientras me acercabas un vaso de güisqui—, porque he de salir un momento: es una sorpresa, no harás preguntas, esperarás, pacientemente y no se te ocurrirá acercarte a la tarta hasta que yo regrese».
—¿Vas a coger el coche? No quiero sorpresas, cariño, el mejor regalo que me puedes dar eres tú. Quédate conmigo. Soy un viejo desvalido, necesito atención profesional —te seguí el juego, divertido.
—¡Qué tontito eres! —sellaste mis labios con un beso, tintinearon las llaves del auto en tus manos y la puerta de casa se cerró tras de ti. Ya nada volvió a ser lo mismo.
El tipo iba borracho, hasta arriba de pastillas y le habían retirado el carné, pasaría una buena temporada en la cárcel, afirmó aquel policía, seguramente con buena intención, como si lo que pudiera ocurrirle al mundo tuviera ya alguna importancia. De eso hace poco más de cuarenta y cinco días.
Tras el funeral no quise ver a nadie, me encerré en casa, en este salón, rodeado de guirnaldas, farolillos de colores y globos llenos de ti. Uno a uno los he ido desinflando, absorbiendo tu aliento, bebiéndome tu esencia, el más preciado regalo de cumpleaños que pudiste hacerme. Ya sólo queda uno, vida mía. Pronto lo habré disfrutado. Luego, el dulce consuelo de la muerte.

ALBERTO MEDINA MOYA

Desde la primera hora todo fue movimiento. La sala debía quedar impoluta. La cocina debía estar perfectamente organizada y reluciente. Los alimentos correctamente conservados y dispuestos para su manipulación. El personal de cocina, firme. El personal de servicio también. No podía fallar nada. Era el día que el gran mandatario político y sus asesores habían elegido para almorzar allí. Aquel viernes quedaría escrito con letras de oro en la historia del restaurante.
Cuando el dueño, que prácticamente no había pegado ojo la noche anterior, recibió la llamada que informaría de la hora de la llegada del grupo, bebió un buche de agua y se aclaró la garganta antes de responder. El gerente y los jefes de sala y de cocina observaron cómo se ensombrecía su rostro a medida que transcurría la conversación. Finalmente llegó el mazazo: el gran político se había indispuesto y quedaba cancelado el almuerzo sin nueva fecha.
La decepción fue mayúscula. Se había reservado todo el restaurante para tan especiales clientes y ahora no tenían nada. Pasados unos minutos el jefe de cocina preguntó al dueño qué iban a hacer con la comida.
– Toda a la basura -contestó indignado.
Algunos empleados repusieron que podían donarla a un comedor social, pero fue en vano. El gran jefe no quería saber nada de ella.
Así fue como el personal de cocina arrojó con frustración a la basura todos los alimentos destinados a ser consumidos aquel aciago día, incluida una hermosa lubina infectada de una peligrosa bacteria.

FÉLIX MELÉNDEZ

Un paseo.
La mañana se despertaba entre brillantes rayos de sol. Poco a poco tendía la luz la mano a los colores que por orden iban iluminándolo todo.
Cada montaña, cada árbol, se vestía de energía con su parte de luz y sombras. El esplendor de la naturaleza nacía, sin nada que pudiera detener la eterna belleza de la vida policromada, que nos salpica todos los días, todas las alboradas.
Los nervios a flor de piel. Los cuatro amigos estaban dispuestos y preparados para la aventura que tenían ya programada. Desde hace algún tiempo.
No eran aún las ocho y media y ya llevaban un rato esperando su turno para cumplir un sueño, montarse en un globo rojo aerostático.
Primero montó José el más atrevido y saltarín, cariñoso e inquieto. Después Inés, un poco nerviosa y en bastante tensión, tenía los dedos cerrados agarrotados en la mano y no podía abrirlos. Con actitud muy negativa, había soñado esa noche una caída desde los cielos. Estaba sumamente nerviosa y aterrada. Cuando ya se encontraba bien colocada sobre un rincón saltó Ismael rápidamente, cayendo sobre ella justo al lado suyo. Le dió un buen susto. Se le cayó el móvil al suelo y también las gafas de sol. Faltaba Carmen, extrovertida y con gran espíritu aventurero, que fue quien tuvo la idea de viajar en globo las dos parejas.
Cuando el aire del interior del globo pesa menos que el que lo rodea comienza a ascender.
El dueño del globo abrió la llave de paso un poco más y empezó a sonar el fuego calentando con más intensidad el aire. Recogía la cuerda que colgaba del suelo. Lentamente fue subiendo poco a poco por los cielos, subiendo y subiendo, como si de una cometa se tratara.
Quedándose las gentes pequeñas, muy pequeñas a vista de pájaro y empezando a coger rumbo la travesía, un poco de más velocidad. Todo era tremendo. Las miradas se perdían, en el fondo, los ojos se movían buscando complicidad entre ellos.
Se dibujaban como acuarelas trocitos de suelos, cada cual con su color. Era un puzzle, como si alguien hubiera pintado de diferentes tonos de colores los distintos suelos.
La magnitud de la tierra y el gran valle se observan con gran nitidez. Todo parecía pequeño.
Una bandada de patos volaba al lado derecho del globo. Casi se cogían con las manos. Permanecían muy cerca y a la misma altura. Era excitante la sensación de volar entre el aire y las nubes tan cerca, la brisa y el cielo.
Los chavales empezaban a moverse ya más tranquilos, pasando a confiar un poco más, a desentumecerse, aunque todavía mantenían aturdidos los oídos.
Inés, se abrochó su cazadora porque tenía miedo y se le subieron los colores a la cara del vapor, del calor. Se puso roja, roja. De buenas a primeras, le entró unas ganas tremendas de ir al servicio.
Ismael se movía nervioso de un lado hacia el otro. Sólo resoplaba y decía «ea, eaa eaa, cómo se rompa esto, ea» ¡Que porrazo vamos a pegaaar! Tenía los nervios de puntas, en el estómago empezando los ardores con ganas de vomitar, continuaba moviéndose de un lado a otro. Quería tranquilizarse pero era como un tigre encerrado lleno de ansiedad de un lado a otro en tan poco espacio.
¿A cuantos metros estamos, señor? Le preguntaba al conductor.
¡Cállate hombre!, no digas tonterías le contestó José. Esto no se puede romper.
Ismael, no pienses eso ahora. ¿Qué te pasa, tienes mala cara?
Entonces le preguntó Inés al dueño del globo. ¿Cómo se llama usted?
-Paco, dijo el hombre bastante bajito.
Ahora estamos solo a ciento cincuenta metros del suelo, pero podemos llegar hasta ochocientos. No os preocupéis soporta mil setecientos cincuenta kilos de peso. Aunque el aire nos puede llevar donde él quiera. Podemos acabar en cualquier sitio.
Ustedes tienen contratada una hora, dieciocho kilómetros aproximadamente.
Señor: Necesito un servicio, no puedo aguantar más.
Vale, no te preocupes. Tiró de una cortina que estaba en un lado y destapó una taza de WC. disimulada. Todos quedaron asombrados e Inés se tapó tras las cortinas.
Al rato se presentó José vomitando, todo lo que tenía en el estómago salió como un chorro de alimentos junto a un hedor seco por los aires.
¿Cuánto tiempo puede volar un globo seguido? Dijo Carmen.
Paco el conductor de la aeronave empezó a hablar.
«Creo que el récord lo tiene Fedo Konyskhov, » dicen: «Fueron once días en julio del 2016.
Estaban todos muy tranquilos hablando cuando de repente sonó un gran golpe. Como un disparo al aire. Una pequeña explosión.
Nadie veía nada, aunque todos buscaban con la vista, sin llamar la atención como disimulando. El corazón se les podía oír a los cuatro, era algo extraño. No dejaban de buscar algo, que explicara el ruido.
Paco, aparentaba estar muy relajado a lo suyo, como si nada hubiera pasado, pero los demás solo buscaban alguna explicación del ruido.
Inés cogió de la mano a José en un gesto cariñoso: ¡Tienes las manos heladas! Exclamó José, tendrás que ponerte guantes. No, no déjame. Contexto Inés. No quiero moverme.
Los cuatro miraron a Paco, con los ojos desencajados en un gesto de pedir explicación. No os preocupéis, son las bujías que crían perlas de vez en cuando. Dejaron de mirarlo con cierta incredulidad, y se acaramelaron las dos parejas mirando al fondo de las nubes, haciendo fotos se les pasó el tiempo.
El globo se perdió en el fondo del valle, fue bajando de presión poco a poco y ellos descendiendo, desinflándose lentamente. Había una cruz grande pintada en el suelo, pero aún quedaba muy lejos.
Poco a poco se aproximan y lentamente bajaban con la sensación en el estómago y pitidos en los oídos. Hormigueos en los pies, desinflados por un sueño cumplido, y la respiración entrecortada mezclada con suspiros de tranquilidad.
Por fin en tierra firme y el globo completamente estirado en el suelo desinflado. Como si de una pancarta sobre el césped verde del campo se tratara, antes de recogerlo.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Querido Redy: poco a poco lo voy consiguiendo, ya sabes que desde septiembre todos los días, casi sin excepción hago quince minutos de bicicleta estática.
De momento, el resultado es de veinte kilos menos, la báscula no miente.
¡Me he desinflado como un globo!
A veces me veo en fotos del verano pasado y no veas si se nota…
En muchas ocasiones no me apetece, pero por eso me puse un objetivo real y fácilmente alcanzable, total quince minutos puedo sacarlos de mi ajetreada vida, es igual que escribir dentro de tus páginas, una página diaria…
Mi principal problema es que me encanta comer, a veces engordo algún kilillo, pero como sigo haciendo ejercicio pronto lo vuelvo a perder.
Sabes que me daba tensión ocular y me levantaba con el ojo derecho que no podía ni ver, hace tiempo que no me pasa y claro como las citas para los especialistas tienen una espera de medio año, cuando acudí al oftalmólogo prácticamente mi problema se había solucionado, unas gotitas pues seguía teniendo algo de conjuntivitis y arreglado.
La verdad es que pase algo de miedo, ya me veía vendiendo cupones de la once, pero bueno yo creo que todo pasa por alguna razón y que todo tiene su momento.
Este verano a marcar tipin, y el que viene si todo sigue así y sigo con mi ritual de quince minutos diarios a lo mejor hasta tengo que quitarme de encima a las suecas. ¡Que estoy felizmente casado, coño!
Es que no lo entienden Redy, que llegaron tarde, hombre.
Bueno Redy: te dejo por hoy. Gracias por escucharme, bueno por leerme o mejor por escribir dentro de ti.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

HUMO SOY
(Y EN HUMO ME ESTOY CONVIRTIENDO)
Ha ocurrido hoy, precisamente hoy. Un día cualquiera, entre semana, mientras descansaba en el sofá después de una extenuante jornada de trabajo. Ha sido mi mujer quien ha dado la voz de alarma, la primera en darse cuenta. Sin motivo ni explicación, de pronto he comenzado a desinflarme, como un maldito globo. Siento que me voy entero, que me estoy desvaneciendo, que mi imagen se difumina por momentos. Al principio mi cara parecía una foto desenfocada. No he sido consciente de ello hasta ver la mirada desencajada de Laura. Lo he confirmado en el acto, al girarme hacia el espejo del salón. Mis rasgos se han hecho irreconocibles, de forma progresiva, desfigurándome a medida que sigo sufriendo este estado de sublimación repentina.
Rojo. No había caído en la cuenta, pero de repente todo es rojo. Sentado sobre mi viejo sofá rojo, con mi corbata roja favorita, rojo es también el humo que comienza a emanar del cuello de mi camisa, justo en el lugar que, momentos antes, había ocupado mi cabeza.
Estoy quemado, sí. De mil cosas. De la vida, de la gente… de tanto trabajo. Pero esa no es la causa. Esta transformación revela mi verdadera esencia. Era de esperar. Soy un impostor. Mentira tras mentira, ahora me doy cuenta de que mi existencia ha sido una completa farsa. Humo. A lo largo de mi vida no he vendido más que humo. El mismo humo rojizo en el que me estoy transmutando. La masa nebulosa y carmesí que poco a poco asciende hacia el techo, proveniente de la colilla humana en la que me he convertido. No me reconozco. Sospecho que me quedan minutos antes de empezar a desaparecer. Pronto me habré extendido por todo el salón, flotando en forma de humo.

CESAR BORT

La granja (para el tema de la semana)
Descendía con atención y prudencia, fijándose, cuidadosamente, en dónde ponía cada pie para dar el siguiente paso. Las hendiduras en la pared de roca no dejaban margen al error: si lo cometía, se despeñaba. El viento no ayudaba a mantener el equilibrio. Ni el vértigo, la serenidad. Las ráfagas transportaban esquirlas de piedra o hielo que le aguijoneaban cara y manos. A cada poco, Saúl tenía que parar y empezaba a sentir más el dolor de sus dedos helados, que el miedo a caer al precipicio.
Pero el instinto primario de sobrevivir, le obligaba a agarrarse a la vida y a cualquier saliente por pequeño que fuera; le exigía olvidar el dolor y las uñas sangrantes; le ordenaba seguir bajando, aunque le temblaran las piernas por el pánico a resbalar, cuando tentaban una hendidura. Tenía ganas de llorar, pero sabía que no era el momento de flaquezas. Recordó la sonrisa de Laura y supo que no podía abandonar.
A medida que bajaba, el viento se convertía en brisa; el frío menguaba; los huecos de la pared se asemejaban más a escalones. En un ancho, pudo sentarse a descansar. Tiritaba y no solo de frío. Puso los puños bajo los sobacos para darles calor. Vomitó los nervios y las gachas que había comido en la mina.
El Sol, al darle en la cara, lo reconfortó. Miró hacia arriba, bufó aliviado de haberlo conseguido. El tramo que le quedaba era más llevadero y los campos verdes, el río meandrero y apacible, las ovejas blancas, siempre hambrientas y baladoras, que ahora podía apreciar y escuchar con claridad, la granja cuidada, sosegada, de paredes blancas, tejado grueso de paja, humeante chimenea y cobertizo adosado de madera, para resguardas al ganado por la noche, lo tranquilizaban.
Se puso en pie, pero sintió las piernas flácidas, sin fuerza. Como si estuviera desinflado. Tuvo que volver a sentarse y tosió. Volvieron las arcadas y echó bilis veteada con sangre. Con la mano tremulosa, se limpió la boca. El sabor del vómito era asqueroso y amargo; el olor, nauseabundo. Le dolía el estómago, la garganta y le quemaba el esófago. Las siguientes arcadas acudieron vacías y desgarradoras. Un sudor frío le perlaba la frente. Le lagrimaban los ojos, le ardían las orejas, le entraron unas súbitas e inexcusables ganas de cagar.
No era el lugar ni el momento más adecuado, pero debía hacerlo si quería presentarse, con la dignidad impoluta y el honor inmaculado, a la granja de su novia, que lo estaba esperando.

BEGO RIVERA

El ascensor
Para Benjamín su trabajo era un placer, al contrario que para la mayoría de sus compañeros. Se encargaba de deshacerse de inquilinos y propietarios molestos de fincas que su empresa compraba para invertir en negocios varios.
Benjamín disfrutaba amenazando y haciendo la vida imposible a los vecinos, hasta que éstos, desesperados, abandonaban resignados el que fue su hogar.
Benjamín alcanzaba el éxtasis cada vez que informaba a la empresa de un éxito más. Satisfecho con su palmadita en la espalda y con una buena comisión. No había nadie que lo superara, era el mejor, de momento no conocía a nadie como él.
Se encontraba en una finca en el centro de la ciudad, ya había conseguido desalojar a casi todos sus vecinos, le quedaban tres pisos ocupados: un matrimonio mayor en el cuarto piso, una anciana en el segundo y un hombre viudo con sus hijos en el segundo también. Se resistían a irse. Lo intentó todo, no aceptaron dinero, lo último que hizo Benjamín fue contratar a varios jóvenes molestos para que hicieran la vida imposible a los vecinos asignándoles un piso de la segunda planta.
Benjamín caminaba por la segundo piso sorteando toda clase de de objetos y la suciedad campana a sus anchas, el olor nauseabundo le mareaba. El silencio le sorprendió, nunca antes sintió miedo en su trabajo.. hasta ahora. Llamó a las puertas de los vecinos. Nada. Silencio.
Lo intentó con sus » inquilinos». Nadie.
Pensó que quizá por fin habían entrado en razón y se marcharon. Sonrió. Solo le quedaba comprobar si el matrimonio de la cuarta planta seguía ahí.
Decidido se encaminó hacia las escaleras, miró el ascensor, ¡ estaba tan cansado! Nunca cogía los ascensores de los inmuebles que visitaba, so pena de quedarse encerrado, ya que en su mayoría eran edificios antiguos y no eran de fiar sus instalaciones. Era una norma establecida por la empresa.
Benjamín dudó, total eran dos pisos solamente, el ascensor parecía estar en condiciones, de hecho era lo único limpio en todo el edificio, necesitaba respirar. Al poner un pie en el ascensor percibió una agradable fragancia, se dejó llevar entrando y pulsando el número cuatro. Miró el pequeño habitáculo, no cuadraba con el resto del edificio, estaba nuevo, limpio y era muy moderno, una melodía relajante sonaba de fondo. Subía y subía; nervioso, sudando y espantado se agarró a la barra, deseando llegar. De repente se paró, las puertas se abrieron, varias personas entraron, lucían impecables, con extrañas prendas, de fondo vio un pasillo luminoso , elegante, futurista, que reconoció como el edificio donde estaba pero totalmente reformado. No entendía nada. Intentó salir desesperado sin éxito, algo se lo impedía. Preguntó a los que estaban con él, nadie le miró ni contestó, hasta que se percató que no lo veían.
Y entonces recordó por milésima vez: no podía salir del ascensor, los antiguos vecinos le empujaron al hueco del ascensor, seguía ahí eternamente, desinflándose una y otra vez. No quedando nada de lo que fue, y cada vez que recordaba… moría de nuevo, hasta el fin de los tiempos.

TUHORA LLEGA

EL TREN
Pienso, anhelo sus caricias… Desinflade me hallo. Es doloroso y angustioso perder el amor de tu vida. En el bar del tren, me encuentro en compañía del vodka, intentando disipar el tormento que sentí anoche, ante el abandono miserable de mi pareja sin motivo aparente. Lo odio, no entiendo nada.
El joven, apuesto y musculoso camarero, me trae otra botella. Invita la casa… Por fin me siento querida; el desinflado se pasa… Los árboles y postes asoman fugaces a través de la ventanilla, tan rápidos como lo hizo mi anterior relación. Lo conocí a la tarde y me dejó por la noche: estoy desolada… Intento decirle al camarero, que hable con el maquinista; el tren parece descontrolado. Me indica que estamos en la estación; esto me pasa por hablar… Se sienta a mi lado.
Después de que el muchacho me invitase a una botella, le endosó tres sopapos, y lo clavó en el asiento… Qué insolencia, se queda perplejo y desinflado; no reacciona, tan solo me mira…. Trato de mantener la compostura y lo escuchó atenta, con las piernas cruzadas y las manos de igual forma, sobre ellas, sentada a su lado. «Me tiene hasta higo» … Mi interior clama sexo salvaje en los asientos, también en el baño… «¿Dónde voy a encontrar otro panoli como este?» Pero mantengo la entereza mientras que, de forma elocuente, el muchacho hace gala de los conocimientos adquiridos en sus investigaciones y se rasca la cara, la hostia ha sido menuda.
¡Qué pesado!, quiere ligar… «Tan solo deseo jugar al escondite; si lo encuentro, lo paso por la piedra» … Mantengo el temple y dejó llevar ante lo que, para mí, supone una retahíla de cuidado… Lo veo con mucha claridad, «lo reviento a puñetazos y me relajo». Continuó imaginando…
«Me arrodillo ante el sufriente muchacho, le arranco la camisa y le mordisqueó los pezones hasta hacerle daño. Después sangre. «¡Así, no!», grita el tonto… Rodeo su ombligo con la boca y lo besó… El joven intenta moverse; no puede… Lo agarró del cuello y lo empujo contra el asiento. Le muerdo el cuello y se queja…. Se me cae la dentadura, el cuello está duro como una piedra…. Con la otra mano le desabrocho el cinturón y el pantalón; la postiza cae entre las piernas… Le doy tres bofetadas en la cara, como las de antaño… «Ya está bien», protesta… Ahora me quito las bragas de anoche y le sello la boca; está más guapo, callado.
Libero su pene y loa agarro con fuerza; después de usarlo parece un Joystick… El chico grita y le arreo otro puñetazo; con ese cuerpo no vale para otra cosa… Me ruega que pare… Entre las hostias, el apretón de cuello y el pene humeante; me vengo arriba…. «Dios mío, me haces daño», se atrevió a comentar con las bragas colgando… Para qué dijo nada… Gritó al ver el arnés de penetración; lo sujetaba con el pie al asiento…. Si se escapa, no follo; el bicho giraba solo… El tren partió y me importó un huevo… Regresé a la realidad, el revisor me pidió el billete… Todo comenzó de nuevo; el muchacho quiso invitarme a una copa… Me espera un viaje entretenido de camino a Cuenca. Ahora entiendo por qué me abandonó mi pareja, después de pasar la noche conmigo…
Texto protegido por los derechos cósmicos de una vida empedrááá, pero sonriente.

ANTONICUS EFE

Desinflado.
La raíz cuadrada de la vida iba tejiendo la ecuación en torno a su pedestal y en cuanto se despejasen las incógnitas, él, se encaramaría en lo más alto. Jaidem era el testaferro de la Hermandad de la Aurora Dorada y vivía bastante bien, pero eso iba a cambiar pronto, pues lo que tanto ambicionaba, que era ser el Prefecto, estaba a tiro de piedra de suceder, o eso pensaba. Su infancia había sido bastante buena, no había pasado apuros, pues su familia era acomodada, aunque no tanto como para no haber tenido que estudiar primero y luego depender de un horario para ejercer su profesión, hasta que la Hermandad se cruzó en su camino. Cuando recibió la invitación para asistir a una de las reuniones secretas, no cabía en sí de gozo. Era la primera vez y por supuesto a partir de ahora sería la tónica habitual. Toda la contabilidad externa, la controlaba a su antojo y había ido dejando miguitas por aquí y por allá, inculpando discretamente al Prefecto, unas veces filtrando a cierto periodista indicios de la existencia de dicha Hermandad, cosa que se penaba severamente dentro de ella, y otras veces falseando datos o cambiando de sitio grandes cantidades de dinero. Se encaminaba radiante al lugar que le habían indicado, iba a ofrecerse como salvador de la Hermandad, evitando que su existencia fuese del conocimiento público y restableciendolas cuentas, con los papeles que poseía y que había manipulado convenientemente, a cambio de ser nombrado Prefecto
Era un edificio relativamente moderno, usado como semillero de oficinas de empresas, que pasaba totalmente desapercibido como cuartel general de la organización que controlaba el mundo a su antojo. Al llegar, el conserje le pidió las credenciales de acceso, cosa que el entrego con una sonrisa de satisfacción inimaginable.
-Sígame, haga el favor, Mr Jaidem- dijo amablemente el conserje.
Después de enfilar un pasillo amplio y bien iluminado, llegaron a la puerta de un ascensor, el cual abrió el conserje insertando una clave. Una vez dentro, el conserje insertó de nuevo una clave en el panel numérico que cambió automáticamente mostrando plantas que estaban bajo el sótano del edificio que no se mostraban en el panel habitual.
-Es por seguridad, el ascensor es de uso público para todo el personal del edificio – aclaró.
Una vez que se detuvo en su destino y se abrió la puerta, dos hermanos encapuchados, cuyo rostro estaba cubierto por una máscara completamente blanca, le indicaron que los siguiera mientras el conserje volvía a subir en el ascensor.
Cuando llegó a su destino, se quedó de piedra. En una especie de aparato de tortura se encontraba una figura que reconoció inmediatamente, era el periodista al que había filtrado la información. Sin tiempo para reaccionar, unas manos lo sujetaron fuertemente para elevarlo sobre una mesa y atarlo de pies y manos. Un figura también encapuchada, con una máscara arlequinada blanca y negra apareció ante él.
-¿Qué te creías ser inmundo, acaso albergabas alguna posibilidad de ni tan siquiera de entrar en la Hermandad? Eres una abominación que ha tenido que trabajar con sus manos y sudar para poder subsistir y que gracias a nosotros, esa patética existencia ha sido aliviada en parte, con comodidades que no has demostrado merecer. ¿¡Cómo osas revelarte!? Yo, en mi calidad de Prefecto y como jefe supremo de la Hermandad, por el poder que mis hermanos me han otorgado te condeno a ser absorbido – dijo, sin pestañear siquiera y en un tono que a Jaidem le heló la sangre.
Después continuó recitando unas extrañas frases en un idioma desconocido, hasta que se escucho el abrir de una puerta de piedra, invisible hasta entonces, de la que salió Caoineag “la Devoradora” la cual se abalanzó sobre la figura aterrada, al tiempo que poniendo su boca sobre la suya lo iba vaciando. Jaidem sintió como se desinflaban tanto su esperanza, como su cuerpo, hasta quedar convertido poco menos que en un guiñapo. Una vez que se hubo marchado “la Devoradora”, el Prefecto se dirigió al periodista que se encontraba todavía en shock.
-Tú serás el nuevo testaferro-

IVONNE CORONADO

Desinflada
Había sido su vida una constante preocupación por sus padres. De seis hermanos, Margarita era la única que se había dedicado completamente a ellos.
Era la penúltima de la familia González. Todavía se recuerda cuando su hermana mayor fue diagnosticada con cáncer. De nada valió la comida sana, equilibrada, los tratamientos costosos y dolorosos. Antes de sus cuarenta años, Magdalena dio su último suspiro en los brazos de su madre, rodeada de sus cinco hermanos (cuatro mujeres y dos varones).
El padre, mecánico de aviones, ganaba muy bien su vida, y tenía derecho a escoger el lugar de sus vacaciones en todo el mundo, lo cual les permitió hacer viajes maravillosos con su mujer y sus seis hijos.
No les faltaba nada en casa. Todos lograron salir graduados de prestigiosas universidades. Se casaron hasta que salieron de profesionales. No tenían ninguna prisa, se sentían felices en su hogar.
Magdalena y Roberto, los mayores, habían nacido en Honduras, pero los últimos nacieron en New York, donde tenían una casa enorme, con grandes ventanales en lugar de muros, que daban a un jardín, con piscina. Dos grandes pinos lo adornaban todo el año con su verdura, y cada verano plantaban muchas flores, incluyendo tulipanes, que eran el orgullo de su madre.
Los nombres de las chicas comenzaban con “M” y el de los varones con “R”. Una excentricidad de su padre, cuyos nombres comenzaban con esas letras.
Margarita se recuerda como su padre después de un derrame cerebrovascular terminó en silla de ruedas. No había querido seguir haciendo los ejercicios. Dejó de comer. La pérdida de Magda y ver a su mujer adorada perder poco a poco la memoria, le había quitado las ganas de vivir. Más tarde, fue confirmado que su esposa padecía de Alzheimer. Magda, como la llamaban cariñosamente, era la que mantenía a todos unidos, y aunque no lo dijeran, la favorita de todos. Era una joven bondadosa, alegre, siempre dispuesta a hacer la fiesta, y hacía fácilmente amigos en todos lados. También se ocupaba de las transacciones y asuntos legales de la familia. Cuando vio que su fin era inevitable, le confesó a su madre que lamentaba no haberse casado y tener un hijo. No dejaría huellas de su paso. Y se puso a llorar.
Se puede decir que Magda era la luz en su casa. Al morir ella, las sombras comenzaron a apoderarse de todos. Las sombras malignas de la depresión. Aparte de eso, católicos practicantes, cuando no vieron cumplirse sus deseos de obtener un milagro para salvar a su hija y hermana, súbitamente perdieron la fe y dejaron de ir a la iglesia. Se volvieron amargos, se disputaban por todo. Terminaron yéndose cada uno por su lado. Esta había sido la mayor, y se puede decir, la única, tragedia de sus vidas. Lo tenían todo, salud, dinero y amor, y como si fuera poco, también belleza física e inteligencia.
Las personas que sufren seguido son más fuertes ante la adversidad.
Cuatro años más tarde.
Margarita, sentada en la sala del hospital, está esperando que su padre salga de la sala de operaciones, acompañada de sus hermanos. Ha tenido otro ataque. Su madre, felizmente perdida en sus brumas, sin darse cuenta de nada, se ha quedado en casa con la enfermera. La contrataron sus hermanos desde la parálisis de su padre y la falta de memoria de su madre.
-Alguien de la familia del señor González?
Todos se dirigen hacia la enfermera.
-El doctor López estará pronto con ustedes.
Es de noche. Todos están nerviosos, asustados. Su padre, la última vez que lo vieron, era un saco de huesos, en posición fetal. No han querido que nadie de la parentela venga a verlo. Lo conocieron robusto, siempre bromeando, ayudando a todos los que podía. Era el quién se había ocupado de los hijos de sus hermanos. Los había hecho venir a Estados Unidos para que aprendieran inglés, y la mayoría había obtenido visa permanente. Tenían una mejor vida que en Honduras. Su mujer, lo secundaba en todo.
Los pasos se acercaban. El doctor López entra con cara triste. “Lo siento. Hicimos lo que pudimos, pero su corazón fallo.”
Margarita se hizo cargo del papeleo. Mientras, Roberto y Ricardo iban a buscar una funeraria.
No hubo ceremonia religiosa. En el salón mortuorio. Miranda les anunció que se regresaba a Honduras con sus dos hijos. ¡Fue un balde de agua fría! Miranda era la única que era madre, sus hijos los únicos nietos y sobrinos. Los González seguían teniendo propiedades, y cada uno sabía lo que heredaría.
Margarita, no tenía novio. Renunció a tenerlo. Hubiera podido ingresar a sus padres en un asilo, pero prefirió ocuparse de ellos personalmente. Hacía tiempo que en una reunión familiar se había decidido traspasarle la casa a ella, en reconocimiento de sus cuidados. Como contadora, también llevaba el control de los bienes adquiridos y de pagar los impuestos correspondientes. Aparte, sus padres ya habían hecho su testamento, un poco antes de jubilarse. Sus padres fueron siempre muy precavidos.
Al regresar a su casa, después del entierro, la enfermera le dijo que su madre no había querido comer nada.
Su madre nunca tuvo otro hombre en su vida que don Rosendo. En la sala, una hermosa pintura de Manuela, en traje de baño, mostraba su belleza y su escultural cuerpo.
¿Habrá sentido Manuela que su esposo había muerto? No se supo por qué, pero a los pocos meses se extinguió su vida. Margarita dormía con ella, y al despertarse encontró que su madre simplemente había dejado de respirar.
Estaba vez todos se sentían descorazonados. Margarita se sintió ligera como un balón desinflado, sin saber qué hacer. Sus funciones llegaban a su fin. ¿Qué hacer de su vida?
En el salón mortuorio se le acercó un hombre, y tocándole el hombro le dijo: “Margarita, lo supe por el anuncio que publicaron en el “Times”, lo siento mucho” – y añadió: “He venido por ti. Nunca te olvide”
Era el amor al que renunció antes, regresaba viudo, aún tenía sentimientos por ella. Este encuentro le devolvió la esperanza.
Nota: Basada en una historia real. Una familia que siempre tuvo el mundo a sus pies, y sufría su primera decepción. Margarita está aún tratando de rehacer su vida con su antiguo enamorado.
Perdonen, por lo triste de la historia. Como siempre, agradeceré comentarios y sugerencias para mejorarme.

ANA MARTÍN-SIERRA

Desinflado, como el globo de un niño que se pincha antes de haber jugado.
Como unos pulmones que exhalan el último suspiro porque la vida se les ha agotado.
Desinflado como la ilusión de un niño que llegada Navidad, descubre con gran pesar que los reyes magos no son más que adultos “enmascarados”.
Como ese juguete roto que ya sólo coge polvo en un cuarto olvidado.
Como un corazón que lo ha dado todo, en carne viva, sin contemplar riesgos, sin cuidado…
Como un enamorado que latido a latido se desangra porque tiene que despedirse,aún sin querer, del ser amado…
Así, así está su corazón… desinflado.

LOLI BELBEL

El TRATO
Luis, con rostro serio y de preocupación dejó un paquete en el maletero y arrancó el coche. Lo detuvo en el sitio exacto
unos minutos antes de la hora concertada.
Diez minutos después otro coche paró a unos 20 metros del suyo y en sentido opuesto. El dueño de este coche vestía una cazadora de cuero, unos tejanos y unas deportivas. No así Luis que iba con pantalones y chaqueta clásicos y elegantes, zapatos marrón obscuro en forma de pico.
Ambos salieron de sus respectivos coches. Se miraron fijamente y sin mediar palabra alguna, Luis abrió el maletero y acercó el paquete al individuo que tenía en frente y añadió unas palabras contundentes. «Yo he cumplido el trato. Ahora te toca a ti. Dame lo mío». Este cogió el paquete, lo miró detenidamente. Sin duda alguna era dinero. Lo contó y asintió con la cabeza. Cogió y un trozo de papel, un mapa, donde marcó una cruz en rojo, indicando el lugar donde tenía que ir Luis. Estaba ya muy inquieto por salir de allí. Sin mirar nada más ni decir nada, abrió el coche y arrancó deprisa levantando una nube de polvo detrás de él.
Pensaba y pensaba. Lloraba también. El camino se le hacía larguísimo, etermo y estaba angustiado por no saber con qué se encontraría. Rezaba en voz alta las oraciones que recordaba. Imploraba a dios, a la vez que lo odiaba por haberle hecho pasar por ese mal trago tan cruel e injusto. Era como estar agarrado a un salvavidas prácticamente desinflado empeñado hasta hundirlo en las profundidades de su vida, del infierno que estaba viviendo… ¿Por qué él? -se preguntaba y volvía a preguntar.
Cuando iba acercándose al lugar marcado en el mapa de aquel desalmado, su corazón empezó a latirle con tal fuerza que pareciera iba a salirle disparado del pecho.
Llegó finalmente a su destino: una vieja casa en ruinas en medio de la nada más absoluta. Frenó de golpe y bajó rápidamente del coche. Entro raudo a la casa. Echó un vistazo general y no vio nada. Miró a su izquierda y había una puerta medio abierta. Sin pensárselo dos veces, le propinó una patada y ésta se abrió de golpe casi tambaleándose.
Y por fin la vio, amordazada, maniatada, con los ojos vendados, muerta de miedo, sentada y apoyada en la pared, en un rincón oscuro y frío. En menos de tres segundos…, solo se oyó una sola y única palabra que resonó en toda la casa:
¡papá!

EFRAIN DÍAZ

El fatídico día del accidente, por poco perdemos a papá.
Mis hermanos y yo estábamos en la escuela y a mi madre, la llamada la pilló laborando en la casa.
Llamaron del trabajo de papá. Había sufrido un terrible accidente y estaba de camino al hospital. Cuando mi madre preguntó su condición, un largo e incómodo silencio hizo eco. Mi madre desesperó y gritó exigiendo que le dijeran.
Del otro lado de auricular, le contestaron que no sabían. Madre supo que mentían y eso la desesperó más. Preguntó a cual hospital lo llevaban y así como estaba vestida, con los trapos de limpiar, arrancó a la velocidad de mil demonios.
Al llegar al hospital, le dijeron los médicos que papá no volvería a caminar. Madre estalló en llanto.
Papá estaba tirado en una fría camilla de metal, que por falta de recursos o de empatía, ni una sábana tenía.
Dijeron los médicos, tan fríos como la maldita camilla, que no importaba, pues debido a su accidente, había perdido la sensación en todo el cuerpo. Ya papá ni caminaría ni sentiría.
Una tía nos recogió en la escuela y nos llevó al hospital. Vimos a papá tirando en la camilla. Le pregunté si podía moverse y me dijo que de momento no, pero una vez lo operaran, volvería a caminar y todo sería como antes.
Cuan equivocado estaba papá. Ahora y a treinta años del accidente, me pregunto si de verdad creía que su cuadraplejia se resolvería con una cirugía o lo decía para tranquilozarnos. Nunca me atreví a preguntárselo. Era como echarle sal a una herida abierta.
Al tercer día de estar hospitalizado, dos hombres vestidos con impecables trajes oscuros, camisas blancas muy bien planchadas, zapatos lustrosos y elegantes maletines de piel, entraron en la habitación.
Se identificaron como abogados y le dijeron a papá que podían lograr una compensación de un millón de dólares por el accidente. Por primera vez desde el accidente, a papá le brillaron los ojos.
También le dijeron esos hombres, que el bufete pagaría la cuenta del hospital, las terapias y le asignarían una mensualidad en lo que se resolvía el pleito.
Dicho y hecho. Mi padre comenzó a recibir una mensualidad superior a su salario.
Ya no teníamos que comernos las gallinas del patio, sino que comprábamos filetes en el supermercado.
Ya no comprábamos en tiendas de ropa de segundas y terceras manos, sino que vestíamos ropa nueva.
Madre pudo ir por primera vez a un salón de belleza. Se arregló el pelo y las pezuñas, perdón, las uñas.
Por primera vez probamos lo que se siente brincar de clase baja a clase media.
Pasó el tiempo y papá nunca volvió a caminar. Tampoco volvió a sentir. Perdió mucho peso. Su cuerpo, macilento, se transformó en una masa amorfa.
Había que bañarlo, vestirlo, peinarlo, afeitarlo, alimentarlo y todo lo que termine en “lo”.
En ese brete estuvimos un año. Al fin, los hombres de impecables trajes oscuros, los abogados, llegaron a nuestra humilde casa con sonrisas de oreja a oreja. Habían conseguido el millón de dólares sin tener que ir a juicio. La negligencia de la empresa fue tal, que luego de una extensa negociación, firmaron.
Papá firmó los documentos y comenzó la ceremonia de entrega del millón de dólares, que nos sacaría de la pobreza y nos incluiría en la lista de “millonarios”.
Luego de descontar el treinta y tres porciento de honorarios de abogado, la cuenta del hospital, las terapias, los tratamientos, la mensualidad que mes tras mes nos depositaron, los honorarios del perito médico que demostró los daños y otras misceláneas, nos entregaron un cheque de setenta y cinco mil dólares. Nos desinflamos como se desinfló el cheque.
Ya no seríamos millonarios. Tampoco seríamos de clase media. Volveríamos a nuestra clase baja, de la cual no saldríamos hasta culminar la universidad, si llegábamos. Papá nunca volvió a caminar. Tampoco pudo volver a trabajar. Quedó sumido en la depresión y en la miseria.
Y a aquellos dos hombres de impecables trajes oscuros, jamás volvimos a verlos.

GRISELDA SIERRA

Desinflado
¿Qué voy a hacer ahora? Creí que me estaba volviendo viejo, pero es mucho peor de lo que pensaba. Anoche, después del trabajo en el periódico, me fui a un bar y bebí algunas copas. No sólo hice eso, también invité a mi casa a una desconocida que bebió conmigo, y pasamos la noche juntos. Esta mañana, cuando desperté, ella se había ido, pero yo me sentía como un globo moribundo que se arrastra por la calle de madrugada después de una larga juerga. En pocas palabras, me sentí desinflado. La cabeza me dolía y el cuerpo me temblaba tanto que me fue imposible levantarme de la cama y tuve que mandar llamar a mi doctor.
Llegó en pocos minutos. Como es un hombre prudente y educado, me extrañó el gesto de repulsión que hizo apenas entró en la recámara.
-¡Que mal huele aquí! –exclamó sin poder contenerse.
Le pedí disculpas y le dije que todo era culpa del alcohol, pero me contestó que a lo que menos olía era a bebidas alcohólicas.
-Huele a putrefacción –añadió con el rostro todavía descompuesto.
Lo miré sorprendido, puesto que yo no me había percatado de ese repugnante olor, y le pedí disculpas por ocasionarle tal incomodidad.
Ya no me dijo nada, tomó un pañuelo y se lo colocó con una mano sobre la nariz al tiempo que me examinaba con la otra mano.
-Está usted muy pálido, casi transparente –me dijo. Tendré que ordenarle unos estudios.
-Quizás sólo estoy resfriado…
-¿Qué es esto?, ¿le picó algún animal?
-No –contesté, llevándome instintivamente las manos al cuello, donde él acababa de tocarme.
-Tiene marcas de incisivos, y por su aspecto deduzco que perdió mucha sangre… iré al hospital por medicamentos.
Apenas dijo eso, tomó su maletín y salió deprisa de la habitación. Y yo me quedé pasmado, pensando en la mujer que pasó conmigo la noche.

MARTA SUÁREZ

Marcos no podía creer aún, Silvana le había dicho que ya no sentía lo mismo, que terminaban, porque su relación se había desinflado como un globo. Caminaba sin rumbo en la noche, los vehículos pasaban a su lado, pero él seguía caminando por la orilla de la carretera, escuchando repiquetear en su cabeza las palabras de Silvana, diciendo que ya no lo amaba. Llegó al puente, se sentó con los pies colgando hacía el agua, con lágrimas en los ojos, recordaba los días de felicidad junto a ella, habían sido novios desde la secundaria. ¿Cómo puede ser que ya no me ame? si yo la sigo amando como el primer día -decía Marcos mientras se ponía de pie, decidido a arrojarse a las frías aguas, con su corazón lleno de dolor. -Sin ella a mi lado, ya no quiero seguir. Cuando estaba a punto de saltar, una mano cálida le tomó del brazo -¿oye que haces?-Una dulce voz sonó en sus oídos -todo tiene solución, ven conmigo- le dijo Delia al muchacho mientras lo tironeaba del brazo, para que desistiera de lo que iba a hacer -oye, ven conmigo -repitió Delia, y le regaló una hermosa sonrisa, cuando Marcos la miró -vamos acompáñame. Marcos no se arrojó a las frías aguas aquella obscura noche, prefirió arrojarse a la vida de nuevo, de la mano de Delia.

GRACIELA PELLAZA

«Sopla..le dije. ¡Sopla!.
La luz de mis ojos (ponele), estaba ahí.. en la esquina del cuarto, derrumbado y sin ganas. Y aunque el paisaje era corto, estaba lejos ya..
La lejanía de unos cuerpos viejos, esos de años de aburrimiento, de cruzarse en la puerta, y tu sales y yo entro. Veinte almanaques cosidos diferentes, los primeros eran los urgentes, y estos últimos apenas podemos con las puntadas.
Su amor estaba en agonía, se le notaba cuando se desvestia y doblaba la camisa y juntaba los zapatos parejitos hasta llegar a la cama.
El mío.. ¡ay Dios! era un globo desinflado.
El hilo sisal parecía intacto, sin embargo algunas realidades me estaban alertando.
Día tras día revisaba para encontrar el orificio donde se escaparon las tardes que pescabamos, los desayunos de risa exagerada, la complicidad ante los parientes y amigos.
Aunque los hijos no llegaron, dormiamos la siesta con dos gatos.
Lo intentamos todo cuando la sangre bullia en la hornalla de la piel sedosa; y no sé bien en que luna llena nos empezamos a mentir en las pasiones.
Dejamos que la lengua se comiera la palabra.
Mi oído no escuchaba tus aventuras y el tuyo estaba sordo a mis cuentos.
¿Cuanto más?
En la mitad de la casa vives tú, como un solitario, y yo te miro desde mi otra mitad; porque hay una bolita que me sube y baja por la garganta para gritarte..y no me sale nada.
¿Te amo? Creo que sí.
Porque cuando pasas cerca mío y apagas la tele, yo te abrazaría para llorarnos. Y te metería en la bañera para que relajes esa pena que te está ensuciando.
Tuvimos hace un tiempo un globo aerostático que cruzaba el cielo y nosotros en la canasta pequeña, veiamos juntos..Pero ya no miramos lo mismo. Estamos cayendo en lentitud de pluma, y quizás creas, que no va a dolernos.
¡Sopla, compañero!
Son rachas..tiempos de clima raro, la luz tenue de las lámparas, lo entornado de las ventanas, los climax en el desgano.
Si usted no puede..imagínese esta ignorancia mia que lo ve ahí, sin aire.
No es urgente..es lento y continuado.
Tengo la fe del cariño.
Y esa mansedumbre de sus ojos, que cuando hablé..me miraron.»

ARITZ SANCHO MAURI

Lo siento, pero lo que tengo ante mis agotados ojos es demasiado cierto para que seas como yo, de carne y hueso. Pellizcame. Sé que pese a tus encantos te gusta parecer del monton. No te gusta que te miren cómo un niño a un caramelo, pero yo estaría dispuesto a hacerlo, incluso a saborearlo; transportándome a otra época. Lo que más me gusta de ti es tu bondad, tu propio criterio. Trato de aparentar que es el primer round y todavía estoy fresco, pero llevo ya varios asaltos desinflado en los que me he besado con la lona; cuando he estado en varias ocasiones a punto de perder el combate. No sé de donde aparecen ángeles como tú, que me dicen que nunca tire la toalla; aunque este rasgada. El corazón tiene un crochet indefendible y me has golpeado de tal forma que casi pierdo el equilibrio. Que a pesar de estar luchando contra mí mismo frente al espejo de mis pensamientos de derrota, la chispa que me das por luchar con todo lo que hay en mi interior y querer llegar al final de la contienda disipan todas mis dudas; porque estoy preparado para la derrota. Porque no hay nada más bonito que perder habiendo peleado por honor ante tus ojos.


JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«La niña del acantilado»
Las olas rompían con violencia contra las rocas, agitando el aire con el ruido ensordecedor del mar. La noche era oscura, sobre un manto de nubes negras, sin luna ni estrellas, y solo la tenue luz de un faro lejano y los relámpagos que brillaban en el horizonte iluminaban el acantilado. En la cima de la montaña, una figura solitaria se mantenía de pie, imperturbable ante el vendaval. Era una niña, de unos diez años, que vestía un chubasquero amarillo y tenía la cara tapada por el gorro.
La niña estaba parada en un saliente de roca, mirando al mar con los ojos perdidos en la distancia. En su mano derecha, sostenía un cordel desde donde flotaba un globo rojo que se agitaba con el viento. El globo se elevaba a un metro de su cabeza y, a pesar de la tormenta, no se dejaba de erguir.
A unos cien metros de distancia, un hombre se acercaba a la niña, tratando de llamarla. Era un hombre alto y fornido, de cabello oscuro y ojos tristes. Con cada paso que daba, sentía que su garganta se cerraba y su voz desaparecía. El hombre quería ayudar a la niña, pero algo en su interior le impedía avanzar más rápido.
Finalmente, llegó hasta ella, jadeando y sudando. Pero cuando al fin estuvo a su lado, la niña había desaparecido, y solo quedaba el globo entre sus manos. El hombre lo tomó, desesperado, mientras la lluvia empapaba su ropa y el viento sacudía su cabello.
Fue entonces cuando escuchó un sonido que le heló la sangre. Un chillido agudo, como el de un animal herido, provenía del borde del acantilado. El hombre corrió hacia allí, sin importarle el peligro, y se asomó con el corazón en la boca.
Abajo, las olas seguían golpeando contra las rocas con violencia. Pero en la superficie del agua flotaba algo que hacía que el hombre gritara con todas sus fuerzas.
«Lorena!», gritaba el hombre, su voz rasposa y desgarrada. «Lorena!»
Pero la niña no respondía. Su cuerpo flotaba en el agua, mecida por las olas. El hombre se quedó allí, en el borde del acantilado, con el globo rojo desinflado entre las manos y los ojos llenos de lágrimas.
El faro seguía emitiendo su luz solitaria, y la tormenta seguía azotando el acantilado. Pero para el hombre, el mundo se había detenido en ese instante, y la única realidad era el cuerpo de la niña flotando en el agua.
Despertó de su pesadilla con un sobresalto, con el corazón latiendo con fuerza y el cuerpo empapado en sudor. Aún aturdido por la intensidad del sueño, se levantó de un salto y corrió hacia la habitación de su hija. Allí, encontró a la pequeña durmiendo profundamente, sujetando con fuerza el cordel de un globo rojo que flotaba casi sin apenas helio a la altura del suelo. Sintió un gran alivio al verla a salvo, pero la imagen del sueño seguía fresca en su mente.
Decidido a despejarse, se dirigió al baño y salpicó su rostro con agua fresca. Se secó con una toalla mientras miraba su reflejo en el espejo, tratando de recuperar la calma. Luego, volvió a la habitación de su hija y se sentó en el borde de la cama. La niña se movió, agarrando su mano con ternura mientras dormía. Él la observó en silencio, sintiendo un inmenso agradecimiento por tenerla a salvo.
«Buenas noches, Laura», susurró con suavidad mientras apagaba la lámpara de noche. Se quedó allí un rato más, acompañando el sueño de su hija, hasta que finalmente se levantó y salió de la habitación. Aunque la pesadilla había terminado, el recuerdo de ella persistiría en su mente por mucho tiempo.

ANNERIS GARCÍA

Desinflado, así me quedé cuando te fuiste, lo recuerdo muy bien, fue el peor día de mi vida. Aquél adiós me dejó herido, poco a poco las tinieblas ocuparon mi alma, no hubo tregua, nada podía hacer. No tenía escapatoria, me quedé encerrado, con el sabor de tu piel en mi boca, con tu último gemido en mis oídos. Fue agridulce tu despedida.
Aquel día llegaste tarde, casi una hora después de lo acordado. Te desnudaste en silencio y con un dedo en tus labios me pediste que hiciera lo mismo. Me tomaste, me disfrutaste, sin prisas, saboreando los detalles, te entregaste como nunca antes. Tus ojos eran lujuria, placer. Yo fui sólo un títere, me dejé hacer.
Cuando terminamos, sudorosos, aun agitados, te abrazaste a mí con fuerza, yo te respondí igual, agarrándote fuerte, en el fondo sabía que sería la última vez. Ya me habías avisado, pero no estaba preparado, no imaginaba que después de tocar el cielo, caería en picado. Me besaste, fue el mejor beso, tierno, dulce, ¡Cuánto amor!
Así, abrazados, nos dormimos con una sonrisa en los labios. Soñé que no te ibas, que seguías a mi lado, que había sido una pesadilla. Soñé que esta mierda de vida nos daba otra oportunidad, una salida, que envejecíamos juntos, que no lloraría tu partida.
Al despertarme ya no estabas a mi lado, tus tacones habían desaparecido, tu ropa ya no ocupaba mi silla, en su lugar hallé una carta, apenas unas líneas: “Adiós amor. Has sido un pellizco de vida, te llevaré siempre conmigo donde quiera que vaya. No me busques, no vengas…quizá en otra vida.”

MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ BLÁZQUEZ

LORD REEVER Y SUS EXPERIMENTOS
Aquella mañana de 1851, la prensa londinense inundó las calles del país, con la noticia de la Gran Exposición Universal. Su intención era, mostrar el avance industrial y comercio de una economía liberal capitalista que, asentó las bases sociales y tecnológicas de un nuevo mundo reinante, años después. Pero esa es otra historia, de la que no quiero acordarme. Aunque las amistades que procuro, continúan usando para referirse a mí, el título noble con el que nací; Lord Reever. He de confesar, que fui apartado en el olvido de un cajón de sastre, al preferir, explorar el mundo fantasioso de un inventor, a los lucrativos negocios familiares, basados en la explotación de personas, en las minas de carbón.
De no ser por el apoyo de mi apreciado amigo, Charles Darwin, fe ciega en todo momento. La indigencia se habría convertido en un estilo forzoso de vida y jamás hubiera participado en la Gran Exposición. Él me ayudó a instalarme en un apartamento y, a financiar las maravillosas creaciones, dibujadas, durante largas noches de insomnio. También costeó, lo más importante, el lugar donde desarrollarlas.
Tras ciento y una disputa con la casera, opté por una táctica muy distinta; agasajarla a diario con bombones. Decidí socavar su perspicacia y firmeza con reverencias, al quitarme el sombrero, además, de infundir bellas palabras en su cabeza. Al final conseguí su bendición para ubicar la pequeña factoría en el bajo del edificio. «Hoy irradia una sensualidad distinta, tal vez se deba las flores que cultiva o al amor que recibe de ellas, pero está más guapa que nunca» —la adulé diario, al traerme el café y las pastas de la tarde hasta que la convencí.
Antes de su fallecimiento, a Charles siempre le gustó visitarme en el taller de experimentos, y apretar el pulsador de la entrada para avisarme de su llegada. Al hacerlo, el vapor se liberaba en las bisagras de la puerta y los muelles existentes en ellas, ejercían la fuerza necesaria… El portalón, de tres metros de altura y acero macizo, se entreabría en el centro, y el enano molesto, como lo llamé en su día, le daba las buenas tardes. Darwin siempre lo golpeaba con el bastón para endemoniarlo, y Tomkas le manifestaba su molestia y desacuerdo. Tras ello, Darwin le pedía que lo llevase ante mi presencia; encontrarme entre tanto cacharro e invento, en un local tan grande…
A Tomkas, el amigo bajito y biónico, lo hallé medio muerto, cinco años antes del gran evento, cuando aún, era humano. Fue atropellado por un carruaje de caballos, entre los recicladores de contaminación, (unas bocas con forma de torre repartidas por Londres que expelen vapor, tras desintegrar los desechos del consumo humano, al usar el carbón como energía de combustión). Tan solo pude conservar el cerebro.
Lo doté de un cuerpo de cobre, articulado, ya en desuso, por aquel entonces, pero ideal al generar movimiento y mantener el cerebro a una temperatura óptima, a través del vaporizador, que ejercía las funciones de corazón. Era curioso y divertido, verlo caminar, y expulsar el exceso de calor por las vías de evacuación, insertadas en su cara metálica y el movimiento del cerebro, debajo del cristal templado, con la función de protegerlo, a modo de cráneo. La matriz de comunicación lo dotó de habla. Cosa que, a la casera, no le gustó demasiado, era un charlatán.
Darwin me encontró al final del taller, bajo la lona, al verme los talones… Apreté la última tuerca, el enano se marchó y salí a cuatro patas, debido al peso de la misma. Lo observé atento, desde suelo. Entre sus manos, aferraba, un revolver pimentero de seis cañones, modestia aparte, mejorado en mis hazañas de laboratorio. Lo novedoso era la ausencia de munición. La empuñadura era trasparente, y de la culata asomaba, una boca de conexión rápida, echa en cobre, al igual que los seis cañones, el percutor y el gatillo. Charles preguntó sobre ella, atraído por su encanto.
—Estimado, Lord Reever, ¿seguro que puedo fiarme si aprieto el gatillo? —Siempre tuvo temor hacia las armas, pero esta, despertó su curiosidad—. ¿Cómo funciona?
—Mi querido, Charles, siempre que no me apuntes con ella… Es necesario conectarla al soporte de vapor. —Fruncí el ceño, odiaba las interrupciones en el trabajo, pero en el caso de Darwin…
Le adosé a la espalda, una bombona seméjate a las de buceo, con una cincha de piel. La conecté al pimentero y Pulsé enter; hizo un movimiento raro. Todo hay que decirlo, nada está libre de mejorar. La combustión de los gases comenzó a liberar el vapor, giré la válvula de paso, y la culata de la pistola se llenó del humo blanco.
—Apreciado, Charles… Ahora tiene entre sus manos, un arma operativa de fuente inagotable. —Tonto de mí, antes de finalizar la frase, Darwin realizó un disparo—. ¡Pero no presione el gatillo…!
Demasiado tarde… El pimentero dejó escapar, una cantidad minúscula de vapor a presión, que se enfrió al pasar por el condensador y salió disparado, en forma de hielo, a una velocidad inimaginable. Atravesó la lona y el nuevo experimento que escondía, bajo ella. Se desinfló y revoloteó tras ella dando tumbos sin control aparente. El enano apreció de inmediato alertado por el estruendo y el experimento, de forma misteriosa, recobró su forma y aspecto de globo raro. Debo decir, que gracias a ello pude finalizar mi proyecto, aunque en ese instante, quise estrangular, a mi apreciado amigo.
Tras una pausa aparente y relajadora, los 2304 m2 de lona, fueron engullidos a través del agujero, y la esfera de cobre, gigantesca, oculta bajo ella, apreció de forma repentina. Menos mal que apreté bien las tuercas, pareció agrandar por momentos. Además de la lona, comenzó a engullir los pequeños inventos que se hallaban en las estanterías y mesas de trabajo. Charles y yo, nos salvamos gracias a Tomkas, que hizo de tapón, al ser absorbido. Corrimos desposeídos hasta ponernos a salvo, fuera del edificio. La bola se tragó una manzana de edificaciones, incluyendo, a los vecinos y a nuestra querida, casera.
Cuatro semanas después del fatídico desenlace, en la Gran Exposición, a punto de presentar la maravillosa creación al mundo. Le agradecí a Tomkas, su contribución al experimento. De alguna forma vive dentro de la esfera y su cerebro controla, el agujero negro que diseñe, sin saberlo, en mi taller de inventos. Se infla y desinfla, absorbiendo su entorno y trasladándolo a toro lugar de la galaxia. Por ese tiempo, controlaba pequeños saltos en el espacio, y traslados de lugar. Como dije al principio, lo que vendría después, prefiero continuar sin recordarlo. Me encuentro en otro planeta desinflado y arrugado, esperando solucionar el problema.
Desde mi estado deplorable, pero con la consciencia intacta, hoy 19 de abril de 1892, diez años después de la muerte de mi querido amigo, Charles Darwin, lo recuerdo con cariño. Si no hubiese sido por su disparo fortuito…

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Juan.
Desde niños fuimos amigos inseparables, vivíamos cerca y cuando salíamos del colegio cogíamos el camino juntos, nos pasamos horas hablando. Los otros niños nos decían la parejita.
Pero no fue asta la adolescencia que vi a Marilo como otra cosa. Pesaba los días inventado discursos para declararme.
Cuando la tenía delante mi discurso se desinflaba y no le decía nada.
Marilo.
Cada vez qué Juan se planta ante mi con esa cara, se lo que me va decir. Intento animarlo, pero no se atreve.
Así qué de hoy no pasa.
Fuimos a la feria y nos subimos a la noria los dos solos, los otros amigos decían qué la noria es para viejos .
Le cogí a Juan la mano y le dije qué si quería ser mi novio.
El me beso.
Es lo más romántico de nuestra vida en común.
Eso es otra historia.

OMAR R LA ROSA

¿Destino?
A la luz de la fogata un hombre relataba las hazañas realizadas por los guerreros de la tribu durante la cacería. Los demás miembros escuchaban fascinados, participando con su imaginación de las aventuras narradas. Alguien repetía las palabras para poder contarlas a su vez a otros…y así por miles de años, las palabras y las cosas que contaban se mantenían vivas mientras alguien las recordara para contarlas. En el proceso de transmisión las palabras contadas variaban en algo, hasta que al final, las que no desaparecían al ser olvidadas adquirían dimensión de leyenda.
Una vez alguien tuvo una idea, para que los relatos no se perdieran o alteraran, hizo unas marcas sobre una piedra y esas marcas le servían para recordar lo que quería contar…dando origen así a la palabra escrita.
Pero escribir en piedra no era fácil, y mucho menos llevar las piedras de un lugar a otro para poder contar las historias en distintos lugares, así que otro día alguien hizo esas marcas en una madera, o en la hoja de una planta especial o en el cuero de un animal…naciendo así primeros los libros, aunque muchas veces se los llamara de otra manera.
Y como a la gente le gustaban las historias que contaban los libros, pero no siempre había quien pudiera entender lo que decían, debieron aprender a leer, para enterarse de lo que los libros narraban, con lo cual los libros empezaron a llegar a más mentes y su luz empezó a brillar con más fuerza…
Como a la gente le gustaban muchos los libros pasó que los que había no alcanzaban así que alguien inventó una forma de hacer más libros, nació así la imprenta…
Y con la imprenta los libros se multiplicaron y llegaron a muchísimas personas, desparramando su luz con más fuerza que nunca…
…y así siguió el libro reinando sobre las sombras de la ignorancia con la luz de su saber…pero eran tantos que empezaron a faltar los arboles para hacer el papel con que se criaban los libros….
…Entonces nacieron los dispositivos electrónicos y el brillo aumento como nunca …
Pero las gentes cada vez disponían de menos tiempo para leer libros, entonces a alguien se le ocurrió poner voces e imágenes que narraran las historias que se contaban en esos dispositivos, y reinvento dibujitos para representar lo que antes necesitaba de las palabras para ser transmitido…con lo que la gente empezó a olvidar como se escribía y como se leía… sin saberlo el libro empezó a morir…
…y así un día llegara en que la energía que da vida a los asesinos del libro faltara y las maquinas se detendrán y la humanidad volverá a sumirse en la oscuridad.
Ese día un niño posiblemente descubrirá un montón de hojas apiladas, llenas de símbolos ininteligibles para él y entonces, intrigado, ese niño se lo llevara a sus padres…que tampoco sabrán que hacer, ya cansados de apretar en vano el interruptor del dispositivo que siempre leyó por ellos. Entonces alguien tendrá una idea y usara ese libro desconocido para encender un pequeño fuego. En ese momento ese libro esparcirá su luz por última vez y luego solo la oscuridad absoluto reinara en la tierra….

MARIO IZQUIERDO TORRICO

El fin del mundo
El señor Oscuro lloraba de la impotencia, sus artimañas estaban siendo desmontadas por ese grupo de asquerosos héroes. Su victoria se desinflaba, al igual que sus ejércitos que sucumbían una y otra vez en las escaramuzas y las emboscadas del ejército humano.
Tan solo le quedaba una opción, una última artimaña. Agarró su báculo de sombras y descendió hasta las mazmorras de su fortaleza en Roca Sangrienta. Entro en la sala de los portales y destapó el orbe que controlaba los portales y uso su oscura magia para abrir una brecha en el espacio-tiempo. Una grieta luminosa y ensordecedora se creó frente a él y una alta figura, tan oscura como ala de cuervo, lo atravesó. Era una mujer regia, esbelta y en sus manos enguantadas por un negro acero portaba una enorme espada de hielo.
El señor Oscuro se arrodilló ante su presencia.
— ¿Por qué me invocas?—rugió la mujer.
— Necesito tu ayuda, hay un grupo de héroes que están arruinando mi conquista.
— Siempre fuiste un maldito inútil—la mujer chasqueó sus dedos y una explosión sónica recorrió el mundo, con ella, toda esperanza humana quedó reducida a cenizas—, ahora acaba tu trabajo.
— Sí, mami.

EDUARDO VALENZUELA

Los sorprendió en medio de la noche, despertaron con los gritos de alarma. Para cuando reaccionaron, las lenguas de fuego ya devoraban el techo. El incendio arrasaba con todas las casas de la cuadra. Tuvieron que salir corriendo apenas con lo puesto.
Abelino ―músico callejero, que tocaba el acordeón para ganarse la vida― contemplaba la gigantesca columna de humo negro que se llevaba la casa hacia el cielo. Apretaba los puños y maldecía. Algunos lagrimones de impotencia le corrían marcando surcos en el tizne de la cara. A un lado, su esposa ―María― y sus hijos ―Amalia y Manuel― tosían y lloraban temblando de miedo.
En medio del caos, de los llantos y los lamentos, vecinos corrían de arriba a abajo tratando de salvar alguna pertenencia de las llamas, pero el fuego ya era incontrolable. Al igual que Abelino, quedaron de brazos cruzados, viendo como perdían el esfuerzo de toda una vida.
Eran casuchas modestas, pero en ellas habían puesto sus esperanzas de surgir, de salir de la pobreza. Con lo que ganaba Abelino apenas y les alcanzaba para la comida y la leche de los niños.
Amalia, de diez años, observaba la congoja de sus padres; Manuel, de cinco, lloraba en brazos de su madre.
―¡La puta madre! ―exclamó Abelino, golpeándose fuerte la cabeza con los puños.
―¿Qué? ―le preguntó María, moqueando.
―¡El acordeón, vieja! ¡El acordeón!
La pequeña Amalia recordó que ella lo había dejado, como siempre, sobre la mesa antes de acostarse. Abelino le permitía practicar con el instrumento con la condición de dejarlo reluciente para la jornada de trabajo siguiente.
―¿¡Con qué voy a trabajar ahora, vieja!? ¡Lo perdimos todo! ¡Todo!―lloraba jalándose los cabellos.
Con el humo se iban las camas ―que tanto había costado comprar―, los zapatos, las sillas, los juguetes, el televisor ―que Abelino le regaló a María en su último cumpleaños―, la ropa para abrigarse del frío…
―¿Qué vamos a hacer ahora, Abelino? ―gemía María, meciéndose hacia adelante y hacia atrás, con el niño en brazos― ¿Qué vamos a hacer?
Por doquier se veían familias como ellos, sufriendo, iluminadas por la luz rojiza y oscilante de las llamas. A lo lejos, muy a lejos, se oyeron las sirenas de bomberos.
«¡Ja, ahora!», pareció decir la pobre gente con sus miradas, «ahora que es demasiado tarde». Algunos vagaban con la vista perdida, como espectros desamparados, sus sombras derrotadas se alargaban por la calle mojada.
Decían que era el viento el que hacía que las casuchas se prendieran como yesca. Otros decían que era la pobreza la que se ensañaba con la gente humilde. Como fuera, siempre la ayuda llegaba demasiado tarde, cuando ya todo estaba consumado.
Un grito lejano hizo reaccionar a María que se volteó mirando para todos lados.
―¡Abelino! ¡La niña! ¡¿Dónde está la niña?!
El hombre seguía en cuclillas, sumido en la desesperanza y apenas miró.
―¡¡La niña!! ―chilló María― ¡¡Amalia!!
Abelino se levantó de un saltó y llamó a su hija a todo pulmón. Una vecina dijo que vio a la chica acercarse a la casa siniestrada. Desesperado, corrió hacia la pira humeante que había sido su hogar. Le parecía estar viviendo una pesadilla en el mismo infierno. En su pecho sintió que la sombra de la muerte rondaba en busca de su pequeña y un escalofrío le subió por el espinazo. Llamó a Amalia una y otra vez. Se le unieron otros vecinos. De entre el humo se oyó un grito de la niña. Abelino se metió a los escombros ardientes. Trataron de detenerlo. Fue inútil. Se perdió entre la humareda.
***
Cuando los camiones de bomberos llegaron, alguien les explicó de un hombre y una niña entre las llamas de aquella casa.
Minutos más tarde, los bomberos lograron rescatar al padre y a la hija. La chica traía atado al cuerpo los restos inservibles de un acordeón desinflado.
Abelino, María, Manuel y Amalia se reunieron entre lágrimas y sollozos. Se tocaron las caras tiznadas, se abrazaron, se besaron, las palabras estaban de más. ¡Estaban vivos! ¡Estaban juntos! Eso era lo único importante. Lo demás, ya mañana se verá.

ASAPH FERNÁNDEZ

—…existen dos maneras de desinflar un globo. La primera es rápida y el resultado es casi inmediato; aunque los efectos son irreversibles, no así para el que lo hace, para él es tal la satisfacción que se hace hasta indescriptible.
La otra… es lenta y tediosa, lleva tiempo; hay que tener paciencia suficiente para desenredar el nudo que el globo lleva en la garganta, ir dejando que libere, por medio de las palabras, quizá el diálogo, que vaya liberando el odio o la frustración que lleva dentro, hasta vaciar completamente el alma, desinflar al sujeto. Aún así, no se sabe si se obtendrá el resultado deseado o todo el trabajo habrá sido en vano.
Los sonidos de las sirenas comenzaron a acariciar sus oídos viciados por las voces de los que minutos antes le imploraban clemencia. «Haz oídos sordos» se repetía en un inicio, «de la misma forma en que ellos lo hicieron cuando les pedías que se detuvieran». Después del primer disparo, todo se fue haciendo más fácil, más llevadero. Cuántas veces había practicado con la nueve milímetros a escondidas de su padre, muchas; se había hecho una extensión más de su cuerpo. Conocía su peso exacto, y la distancia que podía alcanzar cada proyectil antes de tocar el suelo, lo que no sabía era cuál sería el mejor lugar para enterrar las balas y cuán grande se sentía el poder al estar del otro lado, eso no lo sabía hasta ahora. Por eso sus agresores jamás se detuvieron aunque les imploraba. Sentía que todo era posible, el mundo estaba a sus pies. Era un rey al que todos pedían clemencia, sí, era el rey de un baile que nadie olvidaría…
Quedaba una sola bala, y tantos globos por reventar, sería imposible acabar con todos. Aún así, ninguno se atrevió a hacerle frente. El miedo los mantenía paralizados, inexpresivos. Cualquier movimiento… cualquier gesto podía ser el detonante para que nuevamente jalara el gatillo sobre alguno de ellos. Ya no había risas, no había burlas ni desprecios, ahora todo era silencio. La fiesta se había convertido en un verdadero infierno.
—Es hora de que terminemos– dijo sonriendo, mientras lanzaba una mirada hacia la webcam que transmitía su hazaña en una página en Facebook. —Levántate– dirigió su hostilidad hacia Michael, el arma apuntaba directo en la frente del chico —para este último acto necesito de un asistente– las vistas comenzaron a crecer y los likes y haters empezaron a inundar la pantalla. Para algunos sería un héroe, para otros un maníaco homicida. La historia se encargaría de darle un lugar en uno u otro sitio, eso a él no le correspondía. Caminaron sobre el pasillo principal que daba hacia la calle. Las luces azules y rojas comenzaron a inundar el lugar, la policía estaba afuera. Su sonrisa se deformó haciéndose más siniestra. De los pantalones del chico empezó a salir un líquido amarillo y caliente. Lloraba, el miedo lo tenía hecho un mar de lágrimas. Nuevamente comenzó a suplicar por su vida.
—¡Amigo… por favor…! ¡No lo hagas! Bien sabes que yo no hice nada…
—Es por eso mismo, nunca hiciste nada. Nunca los detuviste, nunca paraste los golpes, jamás me defendiste de esos bravucones. Nunca hiciste nada. Y aún así dices ser mi amigo. ¡Por dios…! Pero que maldito eres.
—…
Michael, sorbía los mocos que llegaban hasta sus labios mientras caminaban hacia la puerta. El arma apuntaba por detrás en su pulmón izquierdo, cualquier movimiento podría detonarla. Antes de llegar dirigió por última vez su vista hacía la cámara para decir:
—Espero que esté tutorial les sirva de algo, esto ha sido como desinflar un globo para liberar el gas que lleva dentro.
Al otro lado de la puerta, los uniformados miraron dos siluetas aproximarse hacia ellos. La oscuridad que reinaba dentro y fuera del lugar no les permitió distinguir entre uno y otro. Abrieron fuego en el momento que una de ellas se desplomó y el disparo hizo eco en todo el lugar de los hechos. Una ráfaga de balas atravesó el cuerpo de Michael y grandes gritos llegaron desde dentro. El cometido de reventar la mayor parte de los globos se había cumplido.

LOLY BARCENA HUMANES

Alguna vez os habéis imaginado los pasillos del hospital de colores radiantes de luz, incluso juguetones .Llenos de imágenes que nos evoquen algo más, un no se que o un vete a saber quién pero si que nos guíen a ese lugar mágico que todos tenemos donde una buena fiesta , verbena o simplemente una cerveza con amigos está presente haciendo que estemos vivos , vibrando en nuestro interior .
Os habéis imaginado los pasillos esa luz entrando por ventanales impolutos que nos arrulla y abraza para que nos encontramos a salvo. Imaginaros cuando estábamos de niños junto a nuestra madre tras la trastada de turno que nos dejó doliente una rodilla y maltrecho el orgullo.
Habéis imaginado los pasillos alguna vez caminar por ellos sin sentirte totalmente perdido. En busca de las baldosas amarillas que me lleven a rescatar al espantapájaros, al entrañable león y el corazón del hombre de hojalata y por supuesto a nosotros mismos.
Imaginar ir por los pasillos llenos de una música evocadora que me arrastre a mi lugar seguro. Ese trozo de monte en el que te sientas con un bocata de mortadela, miras el horizonte y el viento refresca tus sueños. No hay prisa, no hay que correr.
Ir por los pasillos de la mano de ti pero agarrada a él porque sabes que siempre te lleva a un lugar seguro, donde no dejara que estes sola, asustada, te da un beso en la mejilla, para que recuerdes en tu piel como el mejor de los tatuajes que siempre estará al otro lado de la puerta ,esperándote , da igual el tiempo que pase , horas o días . Y te mirara a través de la cerradura para cerciorarse que estás ahí que no levantas el vuelo. Y tu sientes su mirar, cierras los ojos y vas por esa cerradura, te sientas a su lado dándole un beso en su mejilla.
Pero no, ¡oh decepción¡, se me desinflo la imaginación, se secó.
Pasillos que son tan largos que te hacen ir con pies de hormigón. Te ves a ti misma arrastrando pesarosos andares que en otros tiempos tuvieron brillo, alas en los zapatos.
Pasillos apagados donde las bombillas se agotaron y su luz amarillenta hacen ver sombras en la distancia donde debería haber personas solo hay historiales, dígitos alfanuméricos que nada dicen de ti, de mí.
Pasillos que borran tu nombre, anulan tu dignidad dejando al aire tu posadera ante esa bata “se cierra por detrás”. Quizás posibles, dudas, miedos.
Pasillos que anulan la amabilidad, la empatía , el yo te ayudo, el no pasa nada .El hombro que consuela con solo estar ahí para apoyar nuestra cabeza.
Pasillos llenos de prisas por saber o quizás ansias de olvidar. De los que te hacen huir por el temor a escuchar palabras que no quieres tatuar.
Pasillos que desinflan futuros, esperanzas, anhelos, deseos……………..

YOLILLANA RELATOS

Como cada mañana, Lourdes sale de casa camino de la parada de autobús que la llevará al trabajo.
¿He cerrado el gas?¿El agua? Dios, no les he puesto agua a los gatos.
Al final no he recogido la ropa del tendedero, como llueva y me toque volver a lavarlo todo… Madre mía mira la hora que es, ¡si es que no hoy no llego! ¿Y este tráfico? ¿Qué pasa hoy?
Seguía hablando hacia sus adentros en una locura de reproches hacia sí misma.
Lourdes te has dejado la bolsa con la comida, y además fuera de la nevera, cuando llegues esta noche estará para tirar, y encima te va a tocar comer de menú por ahí. ¡A tomar por saco la dieta hoy!
Mira, el 31, por un día llega a tiempo.
A ver si tengo suerte y puedo ir sentada, estoy tan cansada … Cómo puedo estar tan cansada si acaba de empezar el día?
Sube y tica el bonobús de forma automática mientras continúa con sus pensamientos.
Hoy empieza la nueva, y seguro que me la endiñan a mí. Lo que me faltaba, una becaria pegada al culo todo el día. La pondré a hacer fotocopias o lo que sea con tal de no tener que hablar mucho con ella.
¿Por qué la gente no usará desodorante? Este olor por la tarde igual lo entendería, pero ¿ahora?
Ayyy … venga Lourdes respira, acuérdate de los videos de Youtube de meditación. Respiración abdominal. Inhala en 1, 2, 3, 4 … mantén, exhala en 1, 2, 3, 4 … Repite. Inhala en 1, 2, 3, 4 … pero…
Señora, ¿puede dejar de pegarme empujones? Si es que así no se puede una relajar ni cinco minutos. Luego ves los videos y te dicen “en cualquier sitio y a cualquier hora puedes tener tu momento”, aquí los quería ver yo intentando meditar, entre el olor a sobaco y los empujones.
Puff los gatos, todo el día sin agua. Le podría decir a la vecina que entre y les ponga, pero seguro que se pone a cotillear entre mis cosas. No, mejor no le digo nada.
Por Dios que no llueva, la ropa.
Baja del bus y camino unos metros hasta su oficina. Apenas saluda con la cabeza a algún compañero.
A saber qué mierda como hoy, pollo con patatas o macarrones boloñesa.
Hoy no me da tiempo de ir al gimnasio, pues nada, no ceno.
Se sienta en su mesa y, literalmente, se desinfla en una espiración profunda que la deja hundida en el asiento.
No puede más.
8:30 am y, literalmente, no puedo más. ¿Porqué estoy tan cansada?

BORJA AJ

EL ORDEN ANÁRQUICO
Escrito Por
Borja AJ
26/04/2023
Travis y Joe quedaron para cenar en una hamburguesería pequeña y tranquila donde nunca había demasiados clientes y podían estar a gusto sin tener que preocuparse del bullicio de la gente.
A menudo, Travis se preguntaba cómo era posible que aquel local todavía funcionase con tan pocos clientes. Pero, si seguía en pie, por algo sería.
Para Joe la situación no era algo que requiriese de mucho pensamiento. Comida mala y barata. Con poco que sacaran tendrían lo suficiente para sobrevivir o para malvivir. Y si eso no bastaba siempre se podía vender cocaína. Un material cojonudo por el que la gente se endeudaba hasta las cejas. Las drogas convivían alrededor de la gente y esta se volvía locas con ellas. Empolvarse la nariz semanalmente o a diario era un ritual tan místico como el de rezar. Así que Joe no descartaba la posibilidad de que los dueños vendieran algo de esa mierda.
Travis fue el primero de los dos en llegar al restaurante. Fue caminando hasta el lugar maqueado con su camisa hawaiana, unos vaqueros y unos zapatos. Se sentó en el sofá de una de las mesas que pegaban a los ventanales, lejos del centro del lugar para que nadie pudiera estar pendiente de ellos. El privilegio de llegar antes que Joe era elegir mesa porque este habría elegido cualquiera. Llamaba demasiado la atención y Travis odiaba ser un punto rojo en mitad de la nieve.
Mientras esperaba al camarero, miraba por la ventana y observaba la ciudad. Luces, coches, música, dinero, sexo, diversión. La ciudad estaba muy llena de vida. Un caos encerrado entre unas cuantas calles.
El camarero llegó hasta la mesa de Travis y este dejó de mirar por la ventana para centrar su atención en los ojos del hombre que estaba de pie a su lado.
-Buenas noches, caballero. ¿En qué puedo servirle?
-Póngame una Coca Cola, por favor.
-Por supuesto.
Antes de que llegase el camarero con la Coca Cola, Joe entró, oteó el restaurante y localizó a Travis. Fue hasta su mesa y se sentó.
-Vaya, el gran Travis-dijo Joe.-Quién te ha visto y quién te ve, chico.
-Hola, Joe-respondió Travis, quitando su vista de la ventana y poniéndola sobre el tipo al que no veía desde hacía años.
-Bueno, ¿y cómo te trata la vida? ¿Haces algo para no aburrirte en esta ciudad?
-No me puedo quejar. Estoy vivo. Y en esta ciudad siempre hay algo que hacer, por pequeño que sea.
El camarero llevó la Coca Cola a Travis.
-Hola, caballero-dijo el camarero mirando a Joe.-¿Le sirvo algo?
-Hola. Tráigame otra Coca Cola a mí también.
-Y la carta, por favor-dijo Travis.
-Enseguida, caballeros.
El camarero se fue y Joe le siguió con la mirada. Travis miraba a Joe con introspección.
-Vaya tugurio al que me has traído, joder-dijo Joe.-Lo conozco desde que lo abrieron, pero jamás había entrado. Creo que esta gente tiene negocios sucios.
-Se está a gusto aquí. Es tranquilo.
-Coño, estás muy serio. ¿Qué te pasa? Vamos, hace años que no te veo, no quiero que estés así. Alegra esa cara. Aunque sea un poco, joder.
-Joe, ya sabes que mi cara es así. Soy serio y me gusta ser serio. Lo bueno de ser de estar manera es que no necesitas hablar para conocer a las personas. Basta con observarlas.
Guardaron un breve momento de silencio. Joe pasaba la lengua por la boca intentando cortar el frío ambiente de Travis. Entretanto, el camarero llegó con la Coca Cola de Joe y puso una carta para cada uno encima de la mesa. Ni Travis no Joe apartaron la vista el uno del otro. Después, se marchó para darles algo de tiempo a los dos hombres y que decidieran qué tomarían.
-¿Trabajas en algo?-preguntó Joe.
-Sí, bueno-respondió Travis.-Ya sabes, en esto y aquello. Cuando sale algo. No necesito mucho dinero para vivir.
-Joder, ¿que no necesitas mucho dinero? Vives en una de las putas ciudades más caras de todo el jodido país. ¿Y dices que no necesitas mucho dinero?
-Basta con ganar un poco y saber administrarlo. Mientras tanto, me dedico a hacer cosas que distraigan mi mente.
-Bueno, ¿qué vas a cenar?-preguntó Joe.
-Ya lo tengo decidido-contestó Travis.-Siempre que vengo a este lugar pido lo mismo. Soy una persona de hábitos.
Joe calló y miró la carta. Tras observarla un poco la cerró y llamó al camarero, que se encaminó hasta la mesa.
-Pediré lo mismo que tú-dijo Joe.-Confío en tu criterio.
Llegó el camarero y sacó una nota para apuntar el pedido.
-Pónganos dos hamburguesas con extra de carne, sin bacon ni cebolla ni queso, un huevo frito, patatas fritas y una ensalada de la casa, por favor.
-Por supuesto, caballeros-dijo el camarero. Recogió las cartas y se marchó a dar el pedido en la cocina.
-¿Tú qué haces?-preguntó Travis.-¿Trabajas en algo? ¿Estás casado?
-Trabajo como administrativo para abogados. Cobro un buen pellizco, sí señor. Y no, joder, paso de casarme. Este puto rollo no es para mí. No quiero comprometerme ni tener una mochila de mujer o de hijos. Es una castaña.
-Entiendo.
-Bueno, aunque ese puto rollo tampoco es para ti, Travis. Porque me imagino que no estás casado. No llevas anillo.
-No. Ni anillo ni pareja. No me gustan demasiado las personas.
-Entiendo parte de lo que dices, pero… ¿Y tus necesidades sexuales?
-Están cubiertas, como todas las demás.
-Comprendo.
Ambos miraban por la ventana. Joe con ganas de que llegase la hamburguesa y la devorase. Travis estaba tranquilo, disfrutando de cada segundo que observaba las calles.
-La semana que viene hay elecciones-dijo Joe.-¿A quién vas a votar?
-Ojalá no existieran las elecciones. Ni la democracia.
-¿Prefieres que haya una dictadura y que un hijo de puta decida quién vive y quién muere?
-No-dijo Travis.-Tampoco.
-Yo estoy quemado, ¿sabes? Estoy hasta los cojones de los putos políticos de mierda. No hacen más que llevarse nuestro dinero. Unos y otros. Todos. Los de izquierdas, los de derechas y los del jodido centro. Todos, absolutamente todos son corruptos. Se gastan nuestro dinero en cocaína y en putas de lujo para que luego nosotros estemos matándonos a trabajar para darles todo lo que tienen. Deberían exterminar a toda esa panda de malnacidos.
-Bueno, ya que has sacado el tema, deja que te exponga algo. Este algo es a lo que me dedico para no aburrirme y mover mi mente.
-Adelante, chico.
-¿Tienes idea de quiénes son todos los políticos? No, claro que no, pero aun así los criticas y los juzgas. Para ti, como para mucha gente, todos los políticos son malos y corruptos sin siquiera saber qué hacen en su tiempo y en su trabajo.
-Vaya, así que hoy toca lección política. En esto te gano.
-Escucha de una puta vez, Joe. Sé perfectamente lo que digo. ¿Te crees que ser político es fácil? No, claro que no. Son muchas responsabilidades. Quien critique el trabajo de un político que se ponga en su lugar y que organice una ciudad o un maldito país entero. Tú, al igual que yo y que todos en este puto sistema creado, tenemos una jodida responsabilidad cuando votamos. Y también cuando no votamos. Y a quién votamos. Todos somos responsables de lo que ocurre en el sistema porque somos los ciudadanos de a pie los que ponemos a los políticos en el lugar en el que están.
Joe miraba y escuchaba callado a Travis, con la respiración fuerte, sintiendo impotencia. Pero sabía que algo nuevo estaba ocurriendo. Hacía años que conocía a aquel hombre y nunca se había puesto así. Y mucho menos de un momento a otro. Se había inflado y él se estaba desinflando.
-¿Hay políticos corruptos, Joe? Sí, claro que sí. Pero también hay gente de a pie que roba, mata y viola. ¿Por no ser ricos o famosos está bien? No, un ladrón es un ladrón. El que roba tres, si pudiera, robaría tres millones. Pero este puto país es un lugar en el que todo el mundo o casi todo el mundo se queja por algo y casi nadie hace algo por cambiarlo. Aquí se critica todo desde el sofá, desde un bar o desde la silla de algún puto programa de máxima audiencia ¿Te has parado a pensar que los políticos también son personas con sentimientos? ¿Lo has pensado?
-No, no lo he pensado. Pero eso no justifica que lleven al país a la mierda.
-¿Y cómo coño sabes que van a llevar al país a la mierda si no estás junto a ellos trabajando?
-Por las noticias.
-¿Las de verdad o las que te quieres creer tú para criticar a quien te interesa criticar?
Joe no respondió.
-Parece que los políticos son los malos y los ciudadanos son los buenos-dijo Travis.
-Porque es así-contestó Joe.
-Así que te crees en superioridad tan solo por no ser un político. Pues déjame decirte que los políticos antes de serlo eran personas como tú. Desconocidos. No son extraterrestres ni reptilianos ni ninguna puta teoría de la conspiración de esas. El mundo es más sencillo que todo eso.
-No entiendo cómo puedes defender a los políticos.
-No los defiendo. Odio la política. Es antinatural. Pero odio también que se critique sin argumentos, sin ninguna base y por puro egoísmo, por pura superficialidad y por pura superioridad.
-¿En qué coño te has convertido?-preguntó Joe.-Definitivamente este no eres tú. No sé si te habrán lavado el coco en esta puta ciudad. O quizás es que algún partido te ha reclutado. ¿Vas a ser político, Travis?
-¿Y tú?-preguntó a su vez Travis.-Te he dicho que ojalá no existiera la democracia ni la dictadura. El verdadero orden de las cosas en la naturaleza y el universo es la anarquía y la acracia.
-¡Venga ya!
-¿Te han preguntado si quieres pertenecer a un país? ¿Si quieres tener educación? ¿Si quieres estar representado por una bandera y un himno? ¿Si quieres vivir con el dinero, haciendo que quien más tiene es quien más vale? Si no respetas eso, te golpean, te encierran y te matan. ¿Quién? El sistema. Los animales viven ese perfecto orden.
-¿Tú crees que en anarquía se podría vivir? Habría asesinatos, robos, violaciones, guerras, asesinatos.
-¿No ocurre eso ahora?
-Sí, pero todos quedarían libres.
-¿No pasa también eso ahora? Muchos criminales quedan libres y por el hecho de matarlos no vas a revertir el crimen que han cometido. Hitler hizo lo que hizo y lo único que se hizo para combatirlo fue una guerra. Muertos y sangre. Como la naturaleza más salvaje. ¿De verdad crees que el mundo en el que vives no es una pequeña anarquía? Cualquiera hace lo que quiere. Si lo consigue, ahí queda. A veces queda libre y otras también. No se puede revertir lo que ha hecho. El mundo y el universo es una anarquía. Sólo existen las leyes de la física y la naturaleza.
-Travis, después de tantos años y de esta puta conversación, creo firmemente que eres como esos putos políticos. Un psicópata.
El camarero llegó con las hamburguesas, las sirvió en la mesa y Travis le dijo que no se fuera, que esperara un momento. El camarero estaba confuso.
Travis repasaba las palabras de Joe, que fueron las últimas que pronunció en toda la noche y en su vida. Las hamburguesas, la cara de Travis y la ropa del camarero quedaron teñidas de la sangre de la cabeza de Joe después de que Travis la hiciera explotar con un revólver, desinflándola como un globo.
-Esto, amigo mío, es El Orden Anárquico-dijo Travis, y pagó la cuenta, dejando encima de la mesa tres veces el dinero que debía dejar. Se levantó y se marchó.
Había profundizado mucho tiempo en su teoría, pero era necesario poner en práctica su mayor creación. El Orden Anárquico.

RAÚL LEIVA

Muñeca de trapo
Hace unos años estaba dando clases de teatro para niños. La rutina consistía en juegos, unos ejercicios de improvisación y una relajación que consistía en acostarse boca arriba con los ojos cerrados, generalmente venía acompañada de un cuento o relato para pensar. Rara vez solía acompañar este ejercicio con música, ya que podría condicionarlo junto con la duración del relato. Un día, aprovechando que estaba armando una obra de teatro y había dado con una canción de Joan Manuel Serrat, decidí reemplazar mi narración por la canción. Todo sucedía con normalidad, hasta que percibo que Micaela, una de las alumnas más avanzadas, comenzó a inquietarse. Sus puños se cerraban a medida que avanzaba la letra y alcancé a ver que se orinaba encima. Llamé con un gesto a la dueña del gimnasio y la cubrió con un buzo mío y se la llevó a otro lugar mientras le relataba un cuento corto al resto antes que abran los ojos y descubran lo que pasó con Micaela. La dueña del gimnasio llamó a la mamá de nena y la vino a buscar en cuestión de minutos. Solo se la llevó en silencio y esperamos que algún día nos aclare qué había pasado. Nunca más vino y la dueña del gimnasio me dijo que cada familia es un universo y había cosas que era preferible no averiguar.
Supe que al papá de Micaela lo habían trasladado a Venezuela a una planta siderúrgica y hace años que no vienen por el país.
Este hecho, tal y como lo conté pasó hace más de catorce años.
A dos casas de la mía, vive una familia que la madre tiene por costumbre gritar muchas barbaridades a las hijas. Las tratan de idiotas, enfermas o cosas por el estilo. Tuve intenciones de denunciarla, pero a veces creo que perro que ladra no muerde y ya las hijas van a tener la oportunidad de hacerles saber de su maltrato.
Hace unos días, me puse a podar una enredadera bastante grande y que habíamos descuidado en éstos años cuando comenzaba una discusión entre las hermanas vecinas, y esperaba, como siempre, el comienzo de la catarata de insultos acompañado del nombre de las niñas. Esta vez fue distinto. En el medio de la discusión, comenzó a sonar una canción de La Oreja de Van Gogh “Muñeca de trapo”. Las voces de las nenas se silenciaron al tiempo que la música subía de volumen. Me quedé escuchando, solo se oía la canción repitiéndose que duró cerca de quince minutos o poco más, no hubo ningún insulto, no hubo gritos, nada de lo habitual. Mi cabeza intentaba encontrar una fisura en la escena, algo por dónde empezar a entender esa anomalía, hasta que la vecina del fondo dijo —¡Ahí lo tenés al hijo de puta!¡Siempre pone esa canción! ¡Se nota que está solo con las nenas el degenerado!
Y entonces encontré mi fisura, y se había abierto para no cerrarse fácil. Como una sucesión de alocadas imágenes, se venían los días en que a plena siesta empezaba la canción de La Oreja de Van Gogh, hasta a veces de madrugada la escuchaba, se me venían las caras de las nenas cuando las cruzaba de la mano de su padre en el mercadito del barrio con sus caritas gachas, se me vino finalmente la imagen de los puños cerrados de Micaela en el piso orinándose. No fue porque tenía vergüenza de levantarse para ir al baño, era miedo, era algo que tenía que ver con la canción, o peor aún, era algo que sucedía cuando alguien ponía esta canción mientras Micaela veía o vivía algo atroz. Mi indignación comenzó a desatar un proceso interno de expansión.
Busqué a la dueña del gimnasio y luego de los recordatorios de rutina y tras haber tomado varios mates le pregunté por Micaela y su familia, si sabía algo. Me contó que la última vez que la vio, fue al día siguiente de la fallida relajación. Iba con el padre en el auto y Micaela miraba con tristeza en sus ojos. En ese momento, y los recuerdos pueden fallar, creyó que se trataba de tristeza por dejar el barrio y los amigos, era más que entendible. Pero una vez en el mercadito, le pareció que alguien se refería al papá de Micaela como un tipo violento y abusador, y atando cabos, entendió por qué se fueron del barrio sin dar mayores explicaciones. Nunca hubo nada certero sobre ellos, pero relacionando lo que pasó con la canción Muñeca de trapo, no me parecía raro que hubiera puesto Serrat a todo volumen para tapar quién sabe qué oscura historia.
Si uno busca encuentra.
Las denuncias están hechas.
El sistema es lento y mi indignación desinfló mis ganas de seguir buscando.
Los niños siguen siendo las víctimas de las ciudades y sus padres.
Mi fisura no se cierra y siento que el alma se me va entre tanta injusticia y burocracia.
Lo sé porque cada vez que escucho Muñeca de trapo u otra canción repetirse más de tres veces, siento que en mi ciudad alguien puede estar en peligro.
Y muchas veces se trata de un ser indefenso.

SUSANA IZQUIERDO

¿Cómo mierdas me siento?
Logan estaba, ¿cómo decirlo?
¿Cómo explicarlo?
¿Cómo se encuentra uno después de una batalla?
¿Echo una puta mierda?
Logan bebió del morral que Saltor le tendió. Enjuagó su boca y escupió. Junto con el agua y la sangre una muela salió disparada.
Maldiciendo se dejó caer sobre el tronco de un viejo nogal mientras tiraba su hacha.
No pudo evitar mirar los trozos de carne y la sangre reseca que marchaban su filo. Le dolía todo el cuerpo, le dolía el alma.
Las primeras estrellas comenzaban a asomar por el horizonte, y las sombras que preceden a la noche mostraban las siluetas de los cuerpos Caídos en la batalla.
El olor a podrido comenzaba a ascender por todo el valle de los Lamentos.
Su corazón seguía aporreando su pecho con fuerza. Necesitaba algo más que agua y descanso para hacerlo callar. Quizás unas diez cervezas y una puta.
Los quejidos de los heridos formaban un funesto coro que amenazaban con romper la poca cordura que le quedaba.
Logan se entretenía en encontrar las palabra adecuada que definiera como se encontraba. Quería que su mente se mantuviera activa, que su mente no reaccionará a la barbarie que juntos habían cometido. No, todavía no. Ya habría tiempo para los reproches y las pesadillas.
_ ¿ Desinflado?_ susurró casi para si mismo.
_ ¿Qué coño dices Logan?_ gruñó Saltor que revisaba los cuerpos despedazados buscando joyas o dinero o lo que fuera que estaba buscando.
_ Me siento desinflado.
_ Deberías mirarte ese golpe en la cabeza capitán. Eso que has dicho es demasiado profundo para un guerrero.

MANUELA CÁMARA

«Maldito amor» , dijo Enrique, abriendo la puerta del jardín en el momento en que su esposa reñía a sus dos hijos separando la pelea, sintiéndose desinflado.
«Maldito amor», repitió entrando a la casa sin saludar, agotado por la rutina que llevaba dos años soportando, mientras los tres miembros de su familia lo miraban y permanecían en silencio.
La vida se había transformado en un tiempo sin propósitos, la mente laxa, imbuida en espirales de monotonía y tristeza. Insoportable. Incapaz de solventar los más mínimos desafíos, delegaba las decisiones en cualquiera. Concluyó perdiendo el sentido de la ilusión, del descubrimiento. Sabía que se acercaba cada vez más a una línea definitiva que lo sacara del trabajo, del matrimonio y del círculo de amistades. Pero no, él no haría eso. Introdujo el maletín del trabajo en el armario de la entrada y volvió a salir.
Caminó por media ciudad procurando no pensar en nada. Llegó hasta la fábrica de maniquíes. Entró y vio cómo estos eran fabricados con gran detalle y habilidad. En ese instante supo el sentido de su paseo y reconoció la idea loca que lo manejaba: ¿y si pudiera reemplazarse por un muñeco idéntico a él mismo? De esa manera, podría escapar de su vida monótona y experimentar algo nuevo.
Con su determinación creciente, encargó un muñeco a medida que se pareciera exactamente a él. Hasta bien entrada la noche estuvieron realizándole pruebas de ADN, escaneando sus rasgos de personalidad y costumbres, tomándole medidas y el molde exacto de su rostro. En una semana acordó recoger a su muñeco y así lo hizo. Justo antes de la cena, para poder observar él, oculto en la casa, el comportamiento del juguete.
Este se sentó en la mesa. Tomó dos copas de vino como Enrique hacía, tras la cena salió al jardín y fumó dos cigarrillos. Enrique fumaba tres, pero eso carecía de importancia, tampoco tomó la taza de café que Enrique acostumbraba tras la comida. Después subió las escaleras a la planta superior, arropó a los niños e hizo el amor a su esposa con mucha más vehemencia de la que Enrique acostumbraba.
Al día siguiente en la oficina cumplió de forma ejemplar su trabajo. Terminaba los documentos con rapidez y energía, todos, incluido su jefe, lo achacaban a que ya le había hecho efecto el complejo vitamínico que tomaba.
Mientras, Enrique alquiló una habitación pequeña en un hostal humilde. Se dejó crecer la barba, descuidó su apariencia, usaba ropa sencilla que lo alejaba de la postura elegante y esmerada del muñeco. Daba vueltas libre por la ciudad, vagaba por todas partes, dormía en los bancos del parque y a menudo caminaba hasta la playa solo por el gusto de sentir la brisa y el olor del mar sin prisas, sin intrusiones, sin responsabilidad detrás. Así fue recuperando su mente y su alma, sintiendo la libertad, explorando el mundo como si fuera la primera vez que lo vivía.
Una noche recibió la llamada del muñeco que lo reemplazaba. Enrique pensó que al muñeco le estaba pasando lo mismo que a él, pero no, el muñeco le confesó que se había enamorado de su jefe, que este le correspondía, que llevaba un mes viéndose a escondidas y no podía seguir reemplazándolo. Enrique, sorprendido, no se molestó, comprendía que el mundo era así. En cambio, sintió mucha curiosidad por la nueva vida que su muñeco había comenzado. Lo observó oculto. Cuando el muñeco salía de la oficina marchaba hasta una pequeña casa, con jardín trasero y apartado de cualquier mirada y allí comía con su jefe. Hablaban sobre irse de la ciudad, barajaban distintos destinos en otro continente. Ambos se perpetraban un amor especial, intenso, lleno de furor y al mismo tiempo, atenciones delicadas, una completud que Enrique nunca había experimentado antes.
Enrique fue a la peluquería, se compró un traje y ese día volvió a su casa a la hora habitual de salida de la oficina. Nada más sentarse a la mesa supo lo que haría por la tarde. No podía retomar aquella farsa. Cuando uno se marcha de un sitio ya no hay regreso. Esto era otra cosa, era alterar un mundo al cual ya había renunciado.
Volvió a la tienda de muñecos, a pedir uno a medida bajo la más estricta confidencialidad. En una semana lo recogió y reemplazó en su casa, en su trabajo, en el club de golf y en su círculo de amistades. Esta vez se aseguró de que su personalidad tolerara y amara, lo previsible, la costumbre y careciera totalmente de los rasgos libertarios y subversivos que dominaban a Enrique, asegurándose así la estabilidad de todos.
Enrique volvió a dispersarse en el anonimato de la insignificancia. Vagaba feliz por las calles aprendiendo de sí mismo y comprendiendo la versatilidad humana. Se compró una bicicleta y comenzó a recorrer el país, ligero de equipaje y disfrutando de lo que cada nuevo día deparaba.
A los cuatro años recibió una llamada del segundo muñeco. Enrique volvió a prepararse para la sorpresa. El muñeco solo quería asegurarse de que Enrique no retomaría su trabajo ni a su familia. Le contó que ahora era jefe de su departamento. Su vida y la de su familia había progresado mucho. Enrique le aseguró que él estaba feliz y que no tuviera miedo a algo que jamás ocurriría. El muñeco le informó de que se habían comprado un barco, iban a pasar las vacaciones junto con algunos amigos y quería asegurarse de que no apareciera por la playa. Enrique se dio por enterado y mintió al decirle que no estaba en la ciudad, solo por tranquilizarle.
Pero Enrique sintió una gran curiosidad por conocer cómo habría sido su vida, su progreso, el crecimiento de sus hijos, el paso del tiempo por las bonitas piernas de su esposa, si no hubiera actuado como lo hizo. A los dos días se acercó al puerto por la noche guiado por su curiosidad natural. En el barco gozaban de una pequeña fiesta. La palabra exacta que definiría todo lo que estaba viendo, era la palabra «lujo», elegancia, distinción. Se alejó del barco atracado en el puerto y camino hasta la playa donde decidió pasar la noche. Con la primera luz de la madrugada sintió por un momento un inmenso frío. Abrió los ojos, el sol iba a salir en cualquier segundo, una buena caminata era lo que necesitaba para entrar en calor. Al levantarse se dio cuenta de que flotaba unos centímetros sobre el suelo. Al intentar andar, salió disparado hacia adelante. Se detuvo suspendido en el aire. Algo no estaba bien, pero en lugar de asustarse, gritó la palabra «Libertad» tomó impulso y bordó una pirueta de tres vueltas en el aire, planeó sobre el barco del muñeco, se izó a doscientos metros para, por una vez en su vida, ser el primero en ver salir el sol. Comprendió que aquel estado de serenidad, libertad, y transformación absoluta, tendría un destino, pero mientras tanto, entró en picado sobre sobre la superficie del agua y recorrió parte del fondo marino, emergió como una centella, para seguir planeando sobre la ciudad, absorbiendo en su interior el intenso placer de un vuelo seguro. De repente se sintió atraído hacia la playa donde había dormido la noche anterior. Multitud de personas se agolpaban alrededor de alguien. Vio al segundo muñeco cercano al cuerpo del mendigo que habían apuñalado con una daga certera en el corazón durante la noche, explicarle a la policía, que él, el día anterior, le dió algo de comida . Enrique observó su cuerpo inerte que no se parecía en absoluto al de su muñeco que ahora se alejaba del lugar con un gesto triunfante en el rostro.
Asombrado por lo que había hecho su muñeco, Enrique no supo cómo reaccionar. Dedujo que en la vida solo se toman un par de decisiones importantes, y que estas, suelen ser definitivas. Frente a él aparecieron tres personas suspendidas en el aire en el mismo estado en el que él se hallaba. Le inspiraron confianza y paz. Sintió una enorme atracción en dirección a ellas. Y se encontró deslizándose suavemente con destino a donde ellos estaban, imitando a cualquier pez de diamante, dejándose llevar por la corriente hacia un nuevo estadío.

LUISA VALERO

EL CARPINTERO
Ángel, se refugió en el trabajo para apaciguar a su mente, que lo estaba torturando demasiado. Le gustaba su oficio: carpintero.
Estaba muy concentrado, cortando los listones de madera de Abedul, y no quería equivocarse o que algún detalle se le escapara. Trabajaba rápido, pero con precisión, en un pedido muy especial, que era una casita de muñecas. El tiempo se le echaba encima y tenía que terminarla con urgencia.
Su pequeña cliente, con las ideas muy claras, le había detallado los colores de las paredes de cada habitación. También le dio las instrucciones precisas de cómo quería la casita de sus sueños, para sus pequeñas muñecas:
—Mínimo quiero 4 habitaciones y una buhardilla mágica, para recibir a las hadas. Por supuesto, tendrá puerta y ventanas para que sea una casa muy luminosa.
—A sus órdenes señorita, tomo nota. Y a ver… ¿cómo será el pago? Esta casa cuesta 200 euros.
—Para pagarte, yo puedo regar el jardín, lavar el coche, hacer galletas —dijo la pequeña Beatriz, de 8 años.
—¿Por cuánto tiempo serán esos servicios que me ofreces…?, ¿un año?
— ¡No te pases papá, eres un estafador! —Le regañó la niña y lo miró a los ojos, actuando como si estuviera enfadada. Después, ambos no pudieron reprimir las risas. Beatriz sabía que su papá no le iba a aceptar ningún trabajo, como medio de pago. Estaba muy ilusionada porque pronto tendría el escenario perfecto para jugar a representar muchos personajes e historias.
A las 2 horas, Ángel terminó de encolar las partes de madera del tejado. Ensambló y aseguró con clavos. Pegó el adhesivo que simulaba las tejas. Aplicó una mano de barniz, a toda la casa, y secó con un secador de pelo.
«¡Todo listo, te va a encantar!», pensó y acto seguido se apresuró para poder entregar el pedido a tiempo.
****
—¿Dónde está Angel? —preguntó Mariana, la suegra de este— ¡Tenemos que irnos ya!
—Se fue hace horas a su taller y tiene el móvil apagado. Me preocupa. Le puede dar un infarto —dijo la esposa, Manuela, llorando.
—Hija, hasta en estos momentos tan duros se desaparece.
—Ya lo sé mamá, es su forma de escapar a tanto dolor.
—Bueno, entonces ha estado con dolor «siempre». Sabes que aquí estamos tu papá y yo. Porque eso se hace cuando quieres a alguien… ¡Todo esto es horrible! ¡Me falta el aire, siento que me voy a desmayar! —-La voz de Mariana se entrecortaba del esfuerzo e hiperventilación.
De repente apareció Ángel con la casita de muñecas. Estaba ausente, todavía en shock. No podía hablar y casi no era consciente de la realidad. Su esposa fue a abrazarlo. Ahora ella era «la fuerte» y le dijo:
—No fue culpa tuya. ¡Sólo Dios sabe por qué hace las cosas!
—Sabes…, esta casita me la pidió hace meses. Nuestra princesa ya había fabricado incluso los muebles con plastilina. ¿Por qué Dios no me llevó a mi…? —Angel no podía llorar hacia afuera, pero por dentro un río de lágrimas le quemaba, como lava— Perdóname Manuela, si que fue culpa mía…
****
48 clavos necesitó el carpintero para cumplir con el regalo tan deseado por su hija —pero ya era demasiado tarde—.
Sólo pasaron dos días desde el sepelio de Beatriz. La policía tuvo que abrir, a la fuerza, el portón del garaje, donde Ángel tenía su taller de carpintería. Se lo encontraron encerrado en su coche. El motor estaba prendido y las ventanas subidas hasta arriba. Tuvo una «muerte dulce». Se durmió para siempre debido a los gases de Dióxido de Carbono y las pastillas de Diazepam.
Todo fue debido a un despiste, de sólo unos segundos. El carpintero estaba ausente e ilusionado, pensando en el próximo encuentro secreto con la joven Elsa, la panadera. De repente, y de la nada, apareció una moto en el momento preciso en el que se le escapó a Beatriz el globo de mariposa, que acababan de comprar a un vendedor de la calle. El vehículo la embistió con mucha fuerza y la niña al caer se golpeó la sien, muriendo en el acto.
Ni la ternura y madurez de su esposa, ni la pasión prohibida con Elsa, tampoco la promesa al cielo a su hija (en el campo santo), de que cuidaría de su madre, pudieron evitar el Penacidio; fue imposible rescatarlo de ese abismo de culpa y devastación.
Se desinflaron los sueños de una niña, de sus padres y de la amante. Y fueron sepultados para siempre en el panteón, junto a la casita de muñecas y los demás muertos de la familia.

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

EL GLOBO DESINFLADO
—Así que usted insinúa que la muerte de Sinclair no ha sido accidental —dijo el sheriff Marius.
Donovan se atusó su canoso bigote. Ahora que se acercaba su jubilación, el detective Donovan se estaba quedando anticuado en todo. Desde la calle llegó un desagradable y fuerte olor.
Marius tamborileó con los dedos sobre la mesa. Era el sheriff del pueblo desde hacía veinte años.
—Yo no insinúo, sheriff, yo afirmo. Esto no ha sido un accidente. Sinclair era el mejor piloto de globos aerostáticos. ¿Cómo me explica su muerte?
—Algo debió de pasarle al maldito globo. La científica dice que cuando se estrelló contra las ramas todavía estaba inflado.
—Y yo le digo que eso es imposible. El globo tenía que estar casi desinflado para caer como una piedra. No hay otra explicación, ¿usted ha visto cómo ha quedado?
El sheriff levantó las cejas. Donovan continuó:
—Además, mi compañía considera imposible que Sinclair olvidara el paracaídas.
—Sinclair había dicho muchas veces que no se lo ponía, que a él no le hacía falta —dijo el sheriff—. Ya ve, son cosas que les pasan a los listillos.
El detective Donovan no se dio por vencido.
—Aquí hay algo que huele mal —dijo moviendo la cabeza de un lado a otro.
—Es el bar de la esquina —bromeó el sheriff.
Había bajado la voz, como si pudieran oírlo, pero a Donovan no le hizo ninguna gracia:
—¿Ya le han hecho la autopsia?
—Naturalmente.
—¿Y han encontrado algo extraño?
—Nada. Un par de cervezas sin digerir.
—No puede ser, no puede ser. Esto hay que investigarlo a fondo, sheriff. Hay que repetir la autopsia —dijo Donovan—. Su mujer se va a hacer rica, muy rica. ¿Sabe que Sinclair tenía un montón de deudas? Voy a demostrar que esto ha sido un asesinato. —Se quedó pensativo un momento. —O a lo mejor ha sido un suicidio. Para mi compañía de seguros esta muerte puede suponer tres millones: los del seguro de vida que tenía contratado con nosotros. —El detective se quedó mirando al sheriff—. ¿No se da cuenta? Aquí hay algo que huele muy mal.
El sheriff se puso de mal humor.
—¿Sabe lo que huele mal de verdad, detective Donovan? —dijo el sheriff, apretando los puños—. Lo que huele mal es que un señorito de ciudad venga a este pueblo a contarnos que aquí hay asesinatos o que la gente se suicida y no investigamos. Lo que huele mal es que su compañía quiera cambiar la verdad para librarse de pagar los tres millones a la viuda. Lo que huele mal es que venga a insultarnos y quiera revisar nuestras autopsias y nuestra manera de investigar. Al fin y al cabo, ¿quién es usted, Donovan, quién es usted? —dijo, marcando cada sílaba—. Yo se lo diré: usted es un maldito perro que gana cuatro céntimos lamiendo la mano que le da de comer.
Hubo un corto silencio. El sheriff tomó un respiro y continuó:
—¡Váyase, Donovan! Váyase por donde ha venido. Consiga que los incautos contraten sus seguros para luego no pagar lo acordado. Maldito sea. Váyase de aquí y déjenos en paz en este pueblo.
Donovan se levantó con parsimonia e hizo una última advertencia:
—Amigo, no sé qué es lo que trata de ocultar. Pero desde ahora mismo le digo que voy a llegar hasta el final.
—No me llame amigo, Donovan. Yo no soy amigo de ningún señoritingo de ciudad.
. *_*_*
—Nena, los de los seguros han mandado a Donovan, ya te dije, el que está a punto de jubilarse. Ese ya no es capaz de ver tres en un burro.
La viuda de Sinclair sonrió.
—Lo hemos hecho bien, cariño. Con unas pastillas en la cerveza y un dron para romper el globo y que se desinflara… —dijo ella—. Tampoco ha sido tan difícil, ¿no?
—Claro que no, nena. En cuanto cobres, nos casamos. Dentro de dos o tres semanas, ya verás.
—Eso es, cariño, dos o tres semanas.
. *-*-*
Cuando colgó, el sheriff sonrió pensando que la mujer era tonta. Seguro que se le ocurría algo para acabar con ella en cuanto estuvieran casados.
Cuando colgó, la mujer pensó que el sheriff era tonto. En cuanto cobrase el seguro, llevaría el dron al FBI. Tenía las huellas dactilares del sheriff. «Tan estúpido es, que ni llegó a darse cuenta de que lo estaba grabando cuando estrelló el dron contra el globo —pensó— Hay que ser tonto…».
Cuando colgaron, Donovan se alegró de haber dejado un micrófono en el despacho del sheriff.

ALMUT KREUSCH

Llegué a Cantabria en el año 1981 después de vivir una larga temporada en Noruega.
Los primeros meses pasaron rápidamente mientras intentaba comprender y respectar la mentalidad de la gente de un pequeño pueblo costero de ganaderos y aprender el idioma. Estaba entusiasmada con la nueva vida que me había tocado, el entorno, el clima, la comida, el buen vino e incluso el aceite de oliva que al principio no me gustaba nada. Mis vecinos me miraban con mal disimulada curiosidad y recelo, pero no tardé mucho en sentir que había superado «la prueba».
Pasados unos meses decidí que ya había llegado el momento en preocuparme por mi futuro laboral.
Por aquel entonces España todavía no era miembro de la UE y sabía que primero tenía que convalidar mi título alemán de enfermera. Por mi buena experiencia en aquel país escandinavo confié en solucionar también aquí este trámite con la misma celeridad.
Estuve equivocada. Lo primero que aprendí era lidiar con la burocracia española. Burocracia del francés bureau y griego, krátos (poder). ¡Pronto conocí el poder de las administraciones publicas!
Me esperaba una larga lista de documentos que presentar. Pero nunca eran suficientes. Llegué a soñar con traducciones juradas, certificados, fotocopias, sellos y apostillas. Vivía momentos de desesperación por la lenta y enrevesada burocracia española de aquellos años y cuantas veces encontré la ventanilla que me correspondía cerrada y con un cartelito pegado en el cristal: «VOLVERÉ PRONTO» ¡Afortunadamente siempre volvió! Recordé que un día vino la madre de «mi» funcionaria y le dijo: —¡Vamos a tomar un café, niña!
Y sin pestañear e ignorando la cola la «niña» colgó el cartel y se fue con su madre.
Llegó el día en que ya no quedaba más por pedir o sellar y se completó el expediente.
El siguiente paso sería pasar un examen oral para comprobar mis conocimientos técnicos y lingüísticos. Pregunté a mi persona de referencia, el director médico de la escuela de enfermería en qué consistía el examen. Su respuesta me dejó asombrada e incrédula.
—No lo sé,— me dijo,— eres la primera enfermera en esta comunidad que solicita convalidar su titulo extranjero. El Ministerio de Educación no da más explicaciones. Pero no te preocupes y vuelve en un par de días. Tengo un amigo médico en Paris que seguramente tiene mas experiencia en este campo, él me dirá en qué consiste esta prueba.
Volví confiada y convencida de que sólo sería pequeño tramite.
Pero mis esperanzas se desvanecieron rápidamente.
—Tenemos hacerte un examen de todo,— me dijo.
—¿Cómo de todo?
—Sí, preguntas que cubren todas las asignaturas de la carrera. Será en el mes de Septiembre, te avisarán.
Salí del despacho aturdida, con los pensamientos contrariados. ¡Sólo tenía tres meses para prepararme¡ Ni siquiera tenía libros para estudiar y serias dudas de mis conocimientos lingüísticos. ¿Sería capaz de memorizar incluso lo más básico de todas las asignaturas en tan poco tiempo? Aunque tampoco creía que la formación para ser enfermera en España se diferenciara mucho de la alemana. No tenía elección aunque decidí centrarme únicamente en las asignaturas más elementales y no perderme en detalles.
Me prestaron libros y apuntes.
A finales de mayo me encerré en casa. Ignoraba qué tiempo hacía, si llovía o hacia calor, la palabra playa se borró temporalmente de mi mente. Apenas quedé con amigos y mi marido procuró molestarme lo menos posible. Durante tres largos meses estudié intentando memorizar lo más importante de anatomía, fisiología, cirugía, medicina interna y ginecología entre otros. Planificaba mis días con rigorosa disciplina y perseguía un único objetivo: Aprobar el examen y empezar a trabajar. Mis mejores aliados fueron dos diccionarios, uno de terminología médica y el otro español-alemán y este tiempo fue crucial para mi aprendizaje del castellano.
El día llegó. Fue incapaz de controlar mis nervios, no dormí a penas nada la noche anterior, fue incapaz de ingerir cualquier alimento, las manos estaban frías y el corazón me latía fuerte y de prisa.
Temblorosa y tal como me habían indicado entré en el auditorio de la escuela de enfermería.
Diez o doce personas con bata blanca, todos especialistas médicos, me esperaban en semicírculo detrás de sus mesas. Después de las presentaciones comenzó el examen.
— ¿Cuánto tiempo llevas en España?
—Un año.
—¿Y te gusta?
— Si, mucho.
— ¡Qué bien hablas el castellano!
—Muchas gracias, pero todavía me queda mucho por aprender.
—¿ Has trabajado en Noruega, verdad?
—Sí, durante siete años .
—¡No echaras de menos los fiordos y la nieve!
—¡Pues la verdad es que la nieve me gusta mucho, pero para nada el clima es comparable con el de aquí!
Y así seguimos charlando de trivialidades durante más de media hora hasta que el director médico dio por finalizado el examen.
— Muchas gracias, ya hemos terminado. Ahora tienes que esperar a que el Ministerio de Madrid te envíe tu diploma reconocido. Te puedes ir y te deseamos mucha suerte.
Salí de aquella sala como en trance. Todavía no me sentía capaz de asimilar lo vivido hace unos momentos.
¡Me sentí completamente desinflada! Desinflada y llorando de rabia. Todos los esfuerzos de los últimos meses y sin recibir el mínimo reconocimiento, sin poder demostrar lo aprendido, sin poder sentirme orgullosa por el reto superado. Lloré toda mi frustración y mi cólera.
Por supuesto, no tardé en sentirme agradecida por haber tenido un examen tan benévolo y quién sabe, si no me hubiera sumergido tan profundamente en la lengua española y enamorándome de su belleza, quizá nunca habría escrito este relato.

ANGY DEL TORO

CUADERNO DE ARTISTA
Querido lector, ¡gracias por tus amables palabras! —dijeron y continuaron— alegría infinita es lo que sentíamos, el sueño se hacía realidad. Cuaderno de Artista 2023 y nuestra escritura creativa ya cruzaba mares y océanos.
Me encontraba en Saint Jordi, Feria del Libro 2023, flores, lectores, y libreros todos vivían la gracia del momento. El ambiente generaba la ilusión de la magia.
Desinflado, si, ya sin aire de tanto agradecer por el éxito de nuestra publicación. El Grupo Escritura Creativa Cuatro Hojas cosechaba el fruto de todo un año de labor y saboreaba la gracia divina del disfrute, del honor. Recibir comentarios tan positivos y motivadores les ocasionaba el deseo de continuar produciendo para nuevos retos.
Y así, uno a uno de los autores del libro desfilaba ante el kiosco del Grupo y agradecía también al equipo de realización por la entrega a tiempo de esta joya literaria. En sus mentes un solo deseo, continuar explorando la literatura y el arte en todas sus formas. ¡Saludos y Felicitaciones!

SANCHEZ KATA MAR

Hoy en la mañana Ramos cogió su bolso de trabajo. Puesto que el día anterior su antiguo jefe le había dicho que lo reintegraba de nuevo a sus labores, de camino al bus se encuentra con su excompañero de piso, él le hace un guiño ramos fingió saber la intención de aquel gesto; pero en realidad no tenía ni idea. Prosiguió su camino, al llegar encuentra la bodega casi casi, vacía, Ramos pregunta a los que se encontraban ahí que había sucedido s lo que ellos en coro le contestaron que la producción de madera era demasiado baja y que el jefe a última hora había decidido dejar solo a 3 personas, señalando a los escogidos. Por supuesto que Ramos trato de ser calmado, se fue saliendo de allí, se sentía desinflado, sin ganas de nada, lo único que le tocaba hacer era buscar trabajo en la calle alancen por almacén, carpintería por carpintería … todas sin éxito. Llegando la noche, al no tener nada que comer, ni un peso en el bolsillo decidió llamar a su mejor amiga para que lo acompañará, en dos horas estaban juntos frente a la puerta la misteriosa mujer le dijo algo al oído seguido de eso se fue sin decir adiós. Ramón cansado, se fue a dormir solo con un agua en el estómago, era la única manera en que calmaba el hambre, en sus sueños era dónde todos sus deseos se hacían realidad .A la mañana siguiente no pudo despertar por qué se quedó sucumbido en el sueño más profundo con el agua mezclada con veneno.

 

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29 comentarios en «Desinflado – miniconcurso de relatos»

  1. BUENAS TARDES, ES COMPLICADO VOTAR CON LA CALIDAD DEL GRUPO, PERO VAMOS ALLÁ:

    BEGO RIVERA.

    PEDRO ANTONIO.

    ARMANDO BONILLA BARCELONA.

    BENEDICTO PALACIOS.

    Responder
  2. Como siempre… difícil elegir.
    Este grupo cada vez tiene más nivel!

    Eduardo Valenzuela
    José Armando Barcelona
    Luisa Valero
    Pedro Antonio López Cruz

    Responder
  3. Mis votos son para:
    Luisa Valero
    Bego Rivera

    Excelentes relatos por parte de todos, ha estado difícil decidirme solo por dos. No tengo Facebook pero siempre estoy pendiente del blog. Saludos!

    Responder

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