Agua – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «agua». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 12 de mayo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

La adoración por el agua está escrita en los genes humanos desde tiempos ancestrales, y va más allá de la simple necesidad de hidratación o aseo corporal. Cuenta una leyenda muy antigua que una sirena fue expulsada del mar por entrar en la isla prohibida. Neptuno había creado a las sirenas y les había dado libertad para salir del agua y tomar el sol, excepto en la isla prohibida, pero Meropea se había enamorado del árbol del conocimiento y transgredió la norma, a lo cual el dios marino reaccionó expulsándola del agua. Al principio estaba exultante en tierra, pero pronto empezó a sentirse sola y añorar el océano y le pidió a Afrodita que intercediera por ella, a lo que esta respondió que no podía hacer nada por devolverla a su status anterior, pero si que podía ayudarla sustituyendo su parte inferior por dos piernas y darle además un compañero con el cual crear una nueva raza. Ella aceptó y automáticamente Casioteo fue creado y para vengarse de Neptuno inventaron la pesca.
-¿Pero que clase de historia de la humanidad es esa? – preguntó el profesor.
-Es que estuve ayer en el botellón del jueves y tengo resaca, profe – respondió el universitario
-¡Pues bebe agua, coño, bebe agua!
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¡Corten, ¿pero quien ha cambiado el guión?, que estos son los Ángeles de Charlie, no La Sirenita!
¡Corre, Lisensiado, corre!
¡Raudo y veloz, Santi, raudo y veloz!

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

El charco de agua salada se había formado al derramar Alicia en el país de las maravillas al verse tan alta cantidad de lágrimas.
La balsa se mantenía intacta ya que las baldosas finas de la cocina no chupaban una gota…
Recuerdo en mi niñez ir a la fuente a llenar de agua el botijo. Tuve que sostener el recipiente de barro con mi manos de niña bajo el grifo abierto durante tiempo pues sólo caía un hilo.
El pueblo y su contorno les había invadido el eucalipto gigante del país de la vegetación endiablada, Señor del subsuelo caliente el cual para refrescar sus raíces se adueñado de los manantiales sin importarle un epice el daño que causa en la gente al privarlos de tan necesario líquido.
Sentí en mi personita la somnolencia que padeció Alicia más aguanté como pude mi botijo ya casi lleno ya que era vida para los míos.
De pronto mi fuerza imaginaria de introdujo por los poros de la tierra y me sentí caer como Alicia por el pozo.
El conejo blanco llegó a mi sosteniendo una maleta. Ábrela y utiliza le que lleva me dijo.Luego desapareció.
Con la sierra corte las raíces de todos los eucaliptos. Desperté delante de la fuente de agua está caía con tanta fuerza por el grifo formando en la calle charcos para disfrute de los niños…

RAQUEL LÓPEZ

Manantial de vida
fluido que emana
de tierras sumergidas,
perdurable energía.
Cascada de lamentos
arroyo de esperanza,
cauce de recuerdo
de tierra fértil y arraigada.
De huertas de trigo y maizales
calmando el yermo del desierto
convirtiendo en iceberg descongelado,
humedeciendo la sequedad del terreno.
Frondosa vida que despiertas
cuando muere el sol en su fragua
y las nubes tenaces alimentan,
con la lluvia cristalina de su agua.

DAVID MERLÁN

La parada obligatoria en la ruta I 35 era el «Rincón Oaxaqueño» conocido en todo el condado de Webb (Laredo-Texas) por sus especialidades típicamente mexicanas.
La temporada de transporte entre México y Canadá estaba en su punto álgido y la competencia entre los transportistas más modestos era feroz. El destino quiso que el día en cuestión, Jerry y Wilson, enemigos declarados, se encontrarán en aquel lugar. Jerry estaba hablando con el camarero en la barra cuando Wilson entró y lo vió.
—¡Valiente hijo de puta! ¿Cómo tienes los santos cojones de aparecer aquí después de la que me liaste en «La Chinita»?
Jerry se ladeó y miró hacia la puerta del local. Comprobado que era, a su modo de entender, el impresentable de Wilson, se giró de nuevo y lo ignoró.
—¡Oye, te estoy hablando, maldito cabrón! Me habían dicho que estabas aquí, que vieron «mi» remolque en el parking de ahí fuera—. mientras señalaba simbólicamente hacia la salida del local en dirección al estacionamiento exterior.
—Yo no te he robado nada. Si tienes algún problema habla con George, él es quien se encarga de repartir los portes —. contestó Jerry en un tono y una calma exasperante para los oídos de Wilson.
—No tengo nada que hablar con ese viejo y gordo seboso. Con el único que tengo que hablar esto, es contigo. ¡Aquí y ahora! —.amenazó Wilson ante la atónita mirada de todos los presentes en el restaurante que, a esas alturas de la conversación, prestaban disimuladamente atención a la acalorada discusión entre los camioneros.
—Frank, ponme un vaso de agua, que tengo que tomar una pastilla.
En ello estaba Jerry, cuando Wilson, viendo que le hacía caso omiso, se le acercó y de malos modos le dejó caer la mano sobre su hombro y tiró con fuerza hacia él, lo que provocó que Jerry se desequilibrara y casi se cayera del tabuete reaccionado en el último instante.
—¡¡¿Pero tú de qué coño vas?!! ¡Ya te dije que tienes que hablarlo con George!. ¡Déjame en paz de una puta vez con el tema!– dijo Jerry zafándose a empujones de Wilson aprovechando su mayor envergadura.
Wilson cedió al ímpetu de Jerry y cayó de rodillas ante la mirada de los allí presentes. Avergonzado se levantó y se estiró la ropa mientras, señalándole, lo miró enfurecido.
—¡Esta me pagarás, maldito cabrón!. De esta de acordarás.
Mientras Jerry esbozaba una sonrisa al camarero sin que lo viera Wilson, éste enfiló hacia la puerta echando pestes y dando un ligero portazo que, gracias al freno automático de la puerta, evitó males mayores.
***
Un par de días después, y 783 millas al norte, Wilson entraba apresurado en el Chinita Mexican Restaurant en Wichita (Kansas).
—¡Hombre, Wilson! Tú por aquí —. Exclamó el camarero al ver entrar al camionero por la puerta del local.
Wilson, con cara de pocos amigos se acercó a la barra y si mediar palabra le hizo indicaciones con el dedo índice para que se acercase a su oído.
El camarero, mientras obedecía, abrió la cerveza habitual de Wilson y se la puso delante.
—¿Qué quieres?
—Es hora de cobrarme ese favor que me debes.—dijo Wilson mirándole a los ojos mientras le daba un trago a la cerveza.
—Ahora no puedo. ¿No ves que estoy trabajando?.
—Precisamente. Por eso mismo y porque estás trabajando es el momento perfecto para ello.
—Está bien. Te escucho.
—¿Sabes quien es Jerry, verdad? ¿El gilipollas ese grande y moreno?
—Si, sé quién es.
—Pues bien. Estoy seguro que antes o después entrará por esa puerta. Hace una hora lo he visto parado en la gasolinera de Conoco en Braman. Y me pareció que me había visto pasar.
—Si, aún recuerdo la que le liaste hace cuatro días. ¿Y que tengo que ver yo en todo esto? ¿Qué quieres?
—Quiero que me devuelvas ese favorcillo que tú y yo sabemos a cambio de que, cuando te pida la bebida, le eches algo para que se le joda el estómago y no pueda continuar la ruta. Es muy posible que te pida agua. Hace un par de días, en Laredo andaba a aguas porque tenía que tomar una pastilla.
—Estas fatal. ¡Cómo quieres que haga eso! —protestó el camarero.
—No te digo que te lo cargues. Solo que lo pongas fuera de combate. Tu hazlo o todo Wichita se enterará en lo que andas metido, Sabes que sé guardar un secreto pero no me pongas a prueba, ¿Me entiendes? —le amenazó en voz baja clavándole la mirada de abajo arriba.
—Está bien, está bien. Lo haré—. Contestó coaccionado.
—Asi me gusta.
Una hora más tarde, Jerry ajeno a todo aquello, entraba en el Chinita y se dirigía a la barra. Su taburete de siempre estaba libre y se sentó en él y apoyo el móvil y las llaves del camión en la barra.
—Hola Jerry, ¿Lo de siempre? —preguntó el camarero acabando de secar unos vasos con un trapo.
—No, no. Estoy con tratamiento. Tengo un trancazo que no me lo doy sacado de encima. Ponme una hamburguesa doble con queso y un agua del tiempo pero con hielo. Sino no hay Dios que se la trage.
—De acuerdo —. Contestó el camarero saliendo por la puerta que comunicaba con la cocina.
Jerry mataba el tiempo hasta que le trajeran su cena mirando el móvil. Al fondo del local y casi en penumbra Wilson observaba en silencio la evolución de su miserable y cobarde plan.
Unos minutos después, el camarero salió de la cocina con una hamburguesa en una mano y un vaso en la otra.
Se los puso delante y rápidamente cogió una botella de agua. La abrió y le sirvió la mitad sobre los hielos algo derretidos por el tiempo trascurridos en la atmósfera recalentada de la cocina.
Jerry se percató de ello pero no le dió tiempo a hacerle el comentario al camarero y decidió cambiar sobre la marcha lo que iba a decir.
—¿Has visto a Wilson? Me ha parecido ver su Kenworth rojo ahí fuera —. mientras cogía el vaso y le daba un sorbo.
—Pues la verdad es que no —. contestó mintiendo descaradamente mientras miraba de reojo el vaso de agua con un chorro de lejía de lo que el conductor creía que era agua derretida.
Pasado unos minutos Jerry se había terminado la hamburguesa y el agua, y comenzó a sentirse mal.
—¿Qué te pasa, Jerry? Te has puesto pálido de repente.
—No me encuentro nada bien. Me arde el estómago. Voy un momento al aseo. Vigílame esto. —dijo señalando el móvil y las llaves.
Wilson esperó unos instantes y cuando Jerry cerró la puerta del aseo salió de su esquina en penumbra y se dirigió a la barra. Sin mediar palabra, cogió las llaves de Jerry y mirando al camarero salió del local mientras le advertía con la mirada y con el dedo índice en la comisura de los labios, de que guardase silencio.
*****
Casi tres horas después a las afueras de Kansas City en el área de parada de camiones de Bert’s Travel Plaza, Wilson confiado, reponía fuerzas cuando dos patrullas de policías irrumpían en el local y detenían a Wilson sin que le diera tiempo a reaccionar.
—Wilson Roberts, queda detenido por robo e instigador de intento de asesinato de Jerry Collins. Tiene derecho a…..—mientras esposado salía custodiado por dos agentes hacia el coche patrulla que le esperaba con las luces encendidas y con el motor en marcha para llevarlo a comisaría.

BENEDICTO PALACIOS

Cuando Andrea confesó a don Petronilo que se había desinflado y perdido la respiración en brazos de Pascual, el reaparecido, montó aquel en cólera primero y luego en un autobús y se presentó en gobierno civil de la provincia. Pascual estaba muerto, él lo había visto y enterrado, no cabían dudas. Se trataba por tanto de un individuo que había sustraído la documentación de otro que se le parecía, porque nadie volvía del más allá. Allí había un flagrante delito. El llamado Pascual era un timo. Y así se lo refirió a la vuelta a Andrea.
—No puede ser —chilló Andrea sollozando—. A mí no pueden lloverme tantas desgracias. ¡Uy, mentar el agua con la falta que hace!
Don Petronilo no era mala persona y ella era buena cristiana. Pero si le había denunciado era seguro que la policía vendría a buscarle y comprobar si era o no la persona que era, y de solo imaginarlo rompió a llorar con desconsuelo. Pascual era su hombre y nadie podía quitárselo. Vendería cara su entrega si antes no lo podía evitar. Tendría que tomar medidas. Fue la primera obligarle a vivir en una habitación oscura, cuya puerta tapió con un armario e hizo correr al mismo tiempo la noticia de que había desaparecido. Y fue un acierto porque el plan funcionó y la policía no se molestó en preguntar. Se veían por la noche y eso bastaba, eran felices. Pero Pascual empezó a cansarse del encierro y sobre todo de que con la falta de luz natural le hubieran crecido unas telillas bajo las axilas que parecían el principio de unas alas.
—¡Unas alas, Jesús qué cosas! Pues deja que te crezcan y podrás probar a volar —dijo ella gozosa.
Pero a Pascual le comía la impaciencia.
—Que no aguanto, Andrea, que una semana más ahí dentro y me puedo morir.
—Morirte otra vez, nunca, ¿cómo se te puede pasar por la cabeza?
Pero le sobraban motivos y era natural que quisiera escapar de aquel retiro. Lo comprendió al fin Andrea y tuvo entonces el alcance para no perderlo de matar una gallina, la más ponedora a la que cortó las alas. Eran bonitas, de color blanco como las de los ángeles. Las metió en una mezcla de hidrogel que ella conocía de las películas de indios para que no perdieran elasticidad y se las aplicó a la telilla que le crecía bajo las axilas. Hicieron la prueba al día siguiente y contra todo pronóstico el ensayo funcionó y Pascual se dio una vuelta por el pueblo y se posó en la torre de la iglesia donde espantó a una cigüeña que estaba construyendo el nido.
Pero aquella noche no fue Andrea capaz de dormir, porque si Pascual podía volar, también podía abandonarla, y pensó cortarle las alas. Y en sueños se lo contó a Pascual, el cual le juró amor eterno, el de siempre y el de un resucitado. Y fue una noche memorable, de ensueño, de fantasía y de pasión.
Nada más amanecer al día siguiente, Andrea le cosió las alas y se despidieron llorando, porque las palabras que se dijeron en la cama eran, como el viento, igualmente volanderas.
A horas tan tempranas no quedaba una nube, solo soplaba una brisa que le daba en pleno rostro y era mayor la fricción cuanto más bajo volaba. Si no ascendía unos metros más se le quemarían las alas. Apretó los puños, cerró los ojos, dobló la piernas y extendió los brazos cuanto pudo. Y subió con el impulso hasta donde se fabricaban las nubes.
—A ver ¿quién es el encargado?
Un individuo cubierto hasta las pestañas de escarcha emergió de entre una noche negra, preguntando quién se atrevía a importunar.
—Yo, yo, aquí.
—¿Qué se le ofrece a estar horas?
—Que no llueve y a ver.
Se retiró la escarcha de las cejas y le repasó con la mirada. No tenían costumbre de recibir visitas.
—Es que nos estamos preparando para el invierno que no tardará en llegar.
—Pero si estamos en primavera. Que vengo de España, que estamos en el paralelo 40 norte.
—Lo consultaré.
Cuando Pascual puso las alas en dirección bajada, empezó a llover. Y cuando llegó a casa chorreando agua, Andrea le preguntó si había subido cerca de las nubes.
—Sí y donde el agua se fabrica.
Le secó, le abrazó y le dijo que era como un dios, porque había traído la lluvia.
—No, Andrea, no.
—Vaya que el agua ha llegado por sí sola.
—Tú lo has dicho, pero traté de convencer al que me atendió de que se habían equivocado estación y de hemisferio.
—Lo decía mi madre; este mundo anda al revés.

MARÍA RUBIO OCHOA

Nací en una tierra donde el agua es partícipe de su verde. Una naturaleza de prados verdes, arboleda, montes,hierba en las orillas de los caminos, flores silvestres. El arroyo cantarín, el río, las presas de agua, el agua de la fuente manando sin cesar. La nieve del invierno una reserva de agua. El agua fuente de vida, que cada vez escasea más hasta en esta tierra de montaña del norte de España. Lluvia suave con sonidos armoniosos, las nubes traen ese regalo tan preciado que limpia, que da vida. Recordando cuando muchos años atrás pisabas charcos en las calles de tierra, llegabas a casa mojada al venir de la escuela.

FÉLIX MELÉNDEZ

El agua de antes.
Los días tenían veintiocho o treinta horas eran eternos, y maravillosos en los veranos extremeños, en las madrugadas a las cinco de la mañana venía la luz, y la gente dormía con la puerta abierta, las cabezas apoyadas sobre una almohada en el umbral de la puerta de la calle y una manta tendida en el suelo.
Pasar hacía el corralón, para ir a trabajar era un constante saludo, tras saludo, buenos días, buenos días, a todos teníamos costumbre saludar, todo el mundo dormía en el escalon con la cabeza fuera de casa.
Pleno mes de julio tremendo calor, años setenta cuando no existían los aires acondicionados sólo había ventiladores que sonaban y sonaban. Y abanicos de cartón.
El agua para poder beber, tenías que ir al pilar. Que era una fuente municipal donde todos llenaban las tarras o los cántaros de las casas, se formaban grandes colas pidiendo la vez, y alguna que otra pele.
Apenas teníamos agua corriente, agua sin presión ninguna. Bombas instaladas en los pozos, o cisternas en los patios, que subían el agua a un depósito colgado en lo más alto de cada casa, y está caía por su peso.
El aire casi se podía cortar era espeso como una cortina caliente. A las tres de la tarde no había nadie, ni un alma, absolutamente nadie por las calles, sólo circulaba la flama que salía del suelo invadiendolo todo, con la neblina casi transparente moviéndose que produce al mirar al fondo, quizás será una de las pocas veces que se puede ver el aire bailar al final de la calle caliente.
En muchos pueblos extremeños al ser el día tan largo junto con las noches inmensas. La gente necesita descansar un rato, a media jornada, dormirse a la siesta para seguir trabajando después.
Mi amigo Paco y yo esperábamos pacientemente que fueran las cuatro y cuarto más o menos, era desesperante teníamos que esperar, que se durmieran los mayores para escaparnos.
Nos obligaban a acostarnos, sufriendo unas siestas interminables, teniendo que estar totalmente callados, inmóviles, cosa que era casi imposible para nosotros, cada cual en su casa.
El se escapaba por la parte detrás de su casa, por el corralón y yo me saltaba por la ventana del comercio. Éramos dos críos con ocho o nueve años y en plena siesta, cuando más calor hacía nos íbamos andando a la ribera más concretamente al llamado «el charco el burro» nunca supe el por qué se le llamaba así, creo que murió una vez un burro ahogado pero tampoco es seguro, a esa parte del río Guadaira.
Pero para nosotros era una gloria. Era lo que había.
En ese tiempo no existían las piscinas de los polideportivo, ni por casualidad la gente tenía piscina. Ni nada que se pareciera más allá de un baño grande.
Algunas huertas tenían charcas, y los muchachos pudientes, los más mayores pagaban la entrada de una peseta, pero a los chicos no nos dejaban entrar, sólo mirábamos desde fuera, además no teníamos ni un duro. Pero éramos la mar de felices, andábamos tres o cuatro kilómetros y llegamos al charco del burro gratis, algo divino un remanso de agua verde donde nos bañábamos en calzoncillos tirándonos a bomba y jugando, allí aprendimos a nadar. Nunca nos pasó nada malo.
Todavía recuerdo uno de los días nadando me arrimé a una adelfa donde había un nido de gallinetas, esos patos negros que hay en todas las riberas, con el pico amarillo, empezaron a salir pollitos pequeños recién nacidos, todos nadando detrás de mí, como si yo fuera su padre.
Pasamos la siesta y para casa de nuevo. A las seis estábamos ya en el prao jugando al fútbol, o al marro, descalzo con pantalón corto, corriendo por todo el pueblo, hasta bien entrada la noche, las doce o la una. Toda la calle estaba sentada al fresco en grupitos con aquellas mecedoras que entallaron más de un dedo descalzo. Esperando el frescor de la noche.

ALBERTO MEDINA MOYA

El cielo estaba nublado cuando llegué a la playa con la intención de dar un paseo relajante por la orilla. Al sentir el agua bañando mis pies me sorprendió su agradable temperatura, y como no había gente por allí decidí quitarme la ropa y zambullirme. Aquello era una auténtica gozada. A los pocos minutos, para más sorpresa, echó a llover. Extendí mis miembros y me quedé flotando, sintiendo el agua del cielo tamborilear sobre mi piel, y el agua del mar envolviendo mi cuerpo. Cerré los ojos, solté toda intención, todo pensamiento, y me entregué a la experiencia. De repente allí no había nadie, solo mar, solo el fragor de la lluvia, y una paz que no era de este mundo. Sentí que volvía al útero materno, y mi corazón se llenaba de una gratitud infinita.
No pude hacerme una idea del tiempo que duró aquello, sólo sé que la lluvia seguía cayendo mansamente mientras caminaba en dirección a mi casa.
Ya en el ascensor me asaltó una sed imperiosa, hasta el punto que lo primero que hice al entrar en casa fue precipitarme sobre el grifo de la cocina. Lo intenté varias veces, pero no salió ni una gota.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

EPISTOLAR
Querida Rosario.
Ya te habrás dado cuenta de que hay seca en el pantano. Asoma de la iglesia el campanario, huérfano de dioses y de bronces, las terrazas del olivar, yermas, estériles, espejean sus lodos a la luz del día y por las eras altas, la osamenta del caserío se deja ver como un triste despojo de pudridero, repelados costillares de una carroña animal sobrada de reproches y blasfemias. Sólo la casa de Braulio aguanta digna la arremetida de las aguas; será porque allí sigue impertérrita la obstinada resistencia del amo, colgando su rebeldía de una soga, en la carcomida viga del granero.
Ya no quedan jóvenes en el pueblo, se los llevó por delante la inundación. Poco a poco, se han ido marchando a la ciudad, aquí nada podían hacer con lo que les dieron por el justiprecio. Menuda broma, como si fuera posible tasar los recuerdos de toda una vida, las esperanzas rotas o el miedo a lo que quiera traer la amanecida.
Ayer hizo cinco años que te fuiste. Me acerqué hasta la presa y estuve a punto de rezarte un padrenuestro, ya ves, cosas de viejo, como si a estas alturas todavía hubiera un dios al que arrimarse; en lugar de eso, te hice un ramillete de margaritas. Allí quedó, flotando a la deriva, como las ausencias.
Vino el hijo a pasar el día. Comimos juntos. Ella se quedó en la ciudad, ya sabes que sufre de migrañas y, por alguna extraña razón, aquí se le recrudece el mal. Los nietos están bien, según su padre, muy crecidos y liados con la cosa de los estudios, por eso no lo acompañaron. Ya, eso mismo pensé yo, que en verano no hay escuela, pero no dije nada, para qué agobiarlo. Se marchó pronto, porque aunque el día alarga no era cuestión de que se le hiciera de noche, además siempre lleva prisas, ya sabes, desde pequeñico ha sido de mucho nervio.
No sé yo si las humedades te sentarán bien para los huesos, que tú siempre has sufrido mucho de la reuma. Si me oyera tu hija, con lo resabiada que nos salió. Debe de estar bien, hace mucho que no llama; seguro que con lío, ya sabes, el trabajo, la tienda, los amores.
Te echo en falta, Rosario: me alegrabas la vida, mis manías se atemperaban a tu lado y eras un buen remedio para los miedos; ahora las noches son muy largas, inquietantes y terriblemente oscuras. Pero no hagas cuenta de lo que te digo, no quiero que te angusties, pronto estaremos juntos de nuevo, el calendario está de nuestra parte y la siguiente espero dártela en mano, mi amor, porque a los viejos, nada nos mata más rápido que la soledad.

MARÍA OGRAL

Llueve. La terraza del bar de la plaza se vacía tan rápidamente como minutos antes lo hacían las jarras de cerveza de los que ocupan sus sillas. El camarero no da abasto para recoger tantas sombrillas. Parece que el aperitivo del domingo llega a su fin.
Tormentas de verano en el pueblo.
El olor a tierra mojada invade el ambiente. Los adoquines se van tiñiendo, mezclándose con las hojas que hay por el suelo,esparcidas por el viento.
El alboroto de la chiquillería que corría tras el balón se silencia.
Grandes y pequeños esperan a que escampe , refugiados dentro de los bares,donde con alegría,se siguen sirviendo cañas y torreznos al son de los truenos,que danzan ensordecedores en un cielo gris ceniza.
Alguien desde la puerta se distrae contando los segundos entre el último y el siguiente.
«Parece que ya se aleja», masculla sorbiendo el último trago del chato de vino tinto.
La lluvia va cesando,dejando divertidos charcos en el suelo que los niños aprovechan para pisar y saltar. Las nubes blancas se reflejan claramente en ellos cuando están en calma.
Lentamente,un hormigueo de gente vuelve a ocupar la plaza.
El petricor acompaña ahora la mañana de domingo, mezclándose con el olor de la paella y del vermut de grifo barato.
Un impresionante arcoíris de asoma sobre los tejados de las casas más bajas. Es tan sumamente perfecto que pueden distinguirse en él todos sus colores.
Respiro ese nuevo aire fresco que deja la lluvia. Leves partículas de agua refrescan la atmósfera guiadas por la brisa que ha dejado la tormenta.
La tormenta. Esa que tanto nos asusta y de la que pronto huimos y nos refugiamos. Esa que nos gusta ver desde la ventana,bajo la manta en el sofá. A salvo.
Me lleno de ese olor que tanto me gusta,siento frío y coloco mi pañuelo sobre los hombros, alzo mi copa y brindo bajo ese cielo multicolor, que me recuerda que lo importante no es esperar a que pase la tormenta,sino aprender a bailar bajo la lluvia.
No tan lejos,se escucha otro trueno… Y de nuevo empieza a llover, ¿Bailamos?

SERGIO SANTIAGO MONREAL

La expedición llegó a Marte tras un viaje convulso y lleno de peligros, tres astronautas de la Nasa tenían una misión. El aterrizaje se realizó, pero la nave estaba dañada, arreglarla sería no sólo una proeza sino una necesidad para volver a la Tierra.
Roberto.
No os preocupéis, arreglaremos la nave cuando sea el momento, Eloy es un mecánico excelente.
Eloy.
¡Gracias Rober! Espero poder arreglarla, lo que me da miedo es que tenga alguna pieza dañada, reemplazarla será imposible, tendrán que venir desde la Tierra con la pieza nueva si eso pasara.
Tamara.
Ya tendremos tiempo de preocuparnos por la nave para volver, pero no nos centraremos ahora en eso, hemos conseguido aterrizar en Marte y tenemos una misión. Todos sabíamos de la dificultad de la misión y también que esto podría pasar, mentalizarse que es probable que no regresemos, pero nos recordarán como los primeros habitantes de Marte. Ahora centrémonos en la misión, tenemos que encontrar agua, certificar que aquí hay vida y que se puede vivir en este lugar, no obstante sí que parece inhóspito, tendremos que explorarlo a fondo.
Roberto.
Venga primero si os parece, me voy a poner el traje y voy a salir de la nave, tú Tamara también, Eloy nos guiará desde la nave. Vamos a ponernos los auriculares para tener contacto.
Ya fuera de la nave Tamara y Roberto gravitan por Marte en busca de agua, el terreno era seco, árido, pero un halo de esperanza invadía sus corazones con la esperanza de encontrar X2O y completar con éxito la misión. Cogieron unas muestras de lo que parecía un lago helado, el problema era que no tenían los medios para analizarla, y por ende no sabían si su expedición había sido en balde, con el problema añadido de la reparación de la nave.
Eloy se puso manos a la obra para reparar la nave.
Eloy.
Menos mal, sólo faltaba rellenar un par de depósitos de agua, tengo una idea. Dejadme las muestras que habéis cogido. Ahora vuelvo.
Tras varios minutos Eloy regreso.
Eloy.
¡Es agua, es agua, es agua!

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

NUNCA DEJA DE LLOVER
Ezequiel
El agua no había parado de caer, insaciable, durante toda la noche. Una lluvia pertinaz y constante que había traído de vuelta a su memoria cada instante de aquella noche de diciembre. La que cambió el curso de las cosas.
Desde el techo, gota a gota, la humedad del tejado se iba filtrando por una diminuta rendija, mientras se dejaba descolgar sobre su rostro haciendo clic a intervalos regulares, intermitentes, matemáticos, como el tic tac de un reloj, sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
Para Ezequiel, ese sonido representaba el doloroso transcurrir de los segundos dentro de su cabeza. Segundos de un tiempo que parecía haberse detenido de manera fulminante, mientras su mirada permanecía anclada en el infinito, hecha astillas, desde mucho tiempo atrás.
Hasta ese momento, había tratado de seguir escribiendo. Lentamente, sobre la pantalla, construyendo cada palabra, letra a letra, a la mayor velocidad que sus condiciones le permitían. Escribir había resultado ser la mejor terapia. El remedio más eficaz para escupir, a modo de catarsis, toda la rabia y la impotencia que ardían en su interior. Pero, por más doloroso que le resultase, no quería evitar nada. Necesitaba dejar aflorar cada sentimiento hasta entonces retenido, en busca de respuestas, tratando de aferrarse a algo que diera sentido a su vida.
La noche
Treinta años atrás, igual que esa noche, una espesa cortina de agua impedía prácticamente ver la vieja carretera. El Renault 12, conducido por Ezequiel, avanzaba en mitad de la madrugada a la mayor velocidad de la que aquella reliquia con ruedas era capaz. A su lado, Laura, desesperada, no podía contener las lágrimas. Era su primer hijo, el que tanto habían esperado. La mujer de Ezequiel, vestida únicamente con el camisón blanco, se desangraba en la oscuridad de la madrugada, mientras el cielo seguía derramándose sobre ellos. Las probabilidades de un aborto eran más que seguras.
Con los limpiaparabrisas incapaces de hacer su trabajo, la visibilidad en aquella carretera de mala muerte se reducía a un par de difusas líneas blanquecinas que a duras penas conseguían marcar los límites. No solo del asfalto sino, dadas las circunstancias, también entre la vida y la muerte.
Fueron décimas de segundo. Un claxon sonando desesperadamente, unas cegadoras luces frontales y luego la nada, el aturdimiento, el desconcierto más absoluto… y el resto de su vida sin Laura y sin el que debería haber sido su hijo. Ocurrió a la altura del cementerio, a menos de un kilómetro del hospital.
Laura
En aquel momento, el silencio y la quietud eran todo cuanto le rodeaba. Sintió como un viento fresco acariciaba su rostro. Con los ojos cerrados y la mente en blanco, un agradable rumor de fondo sonaba como banda sonora en aquellos instantes. La nada le invadía por todas partes. Un vacío que le hacía sentir increíblemente bien y del que no quería despertar nunca más. Irónicamente, en esos momentos Laura aún no era consciente de que su deseo acababa de hacerse realidad.
Caminó erráticamente, tratando de buscar en vano a su marido, sin saber muy bien qué dirección tomar. Se sentía algo confusa al principio, pero poco a poco se fue acomodando a aquel color blanco que lo invadía todo. Vio a otros como ella, pero no se le pasó por la cabeza cruzar una sola palabra con nadie.
No sabía cuánto tiempo había pasado, pero finalmente llegó al lugar indicado. Empezó a comprenderlo todo al observar su nombre escrito con grandes letras. Abajo en la tierra, el último vestigio que había quedado de Laura era una fría losa de mármol blanco, sobre la que yacía un antiguo ramo de flores secas, acariciadas por el viento y la lluvia, testigos mudos de la noche en la que todo se había roto.
Ezequiel
Siendo muy optimistas, la fortuna le había sonreído. A nivel físico, estaba vivo y totalmente recuperado. Sin embargo, el plano emocional había hecho de Ezequiel un fantasma en vida. Todas las noches recorría, errante, el tramo de la antigua carretera en la que sus días se habían detenido para siempre. Al llegar al kilómetro uno, a la altura del camposanto, siempre efectuaba una breve parada, sin saber muy bien por qué. Quizá para tratar de encontrar un motivo, para fustigarse o intentar limpiar su maltrecha conciencia. Aunque su fin probablemente fuera encontrar el camino que le llevara de nuevo junto a Laura.
Sin embargo, a pesar de su inmenso dolor, Ezequiel había aprendido a agarrarse a la vida, a buscar motivos para continuar. Se refugió en la escritura… y en algunas cosas más. Todas las noches trataba de evadir su mente y pasearla por mundos imaginarios, lejos de este, donde habitaban otras personas, donde todo era posible y donde Laura terminaba apareciendo irremisiblemente. Previamente, el alcohol recorría sus venas cada noche, la mayoría de las veces conduciéndole a un interesante éxtasis creativo. Pero en las noches más tristes, empujándole a caer en el infierno, unas noches que siempre solían coincidir con la lluvia y las tormentas.
Fue en una de ellas cuando sucedió. Una de esas malditas noches de lluvia, en las que el agua le calaba los huesos y el alcohol también le mojaba por dentro. Ezequiel había emprendido su ruta habitual por la vieja carretera, con la mente dispersa y una radio de fondo que apenas conseguía escuchar. De repente la vio. En mitad de la oscuridad. Vestida de blanco junto a la carretera, con el mismo camisón y esa mirada vacía. Apenas recuerda el momento en que levantó la mano y le sonrió. Justo antes de despeñarse con el coche.
La lluvia
Escribir letra tras letra a intervalos de cinco segundos resulta complicado cuando no se está acostumbrado. Hay que tener mucha paciencia, pero llegas a conseguirlo. Para un cuerpo inmóvil es la única opción. Cuando lo único que puedes mover son los ojos y un cursor en una pantalla con la mirada, seleccionando cada carácter, componiendo cada palabra, lentamente, con una paciencia absoluta.
La vida me ha dado otra oportunidad. Pero mi alma quedó arrasada en el momento en que Laura se quedó para siempre junto a la carretera, anclada a esa noche eterna en la que nunca para de llover. Me consuela saber que Laura está conmigo, que la puedo encontrar cualquier noche de lluvia cerca del cementerio. Sé que algún día mi cuerpo volverá a ser el que era, y estaremos los dos juntos, en ese lugar perfecto rodeado de blanco. Mientras tanto, espero el momento. Aferrado a la vida. Si es que a esto se le puede llamar vida.

MARÍA CRUZ CANTILLO CEPEDA

El agua
Sentimientos
Desde niña y desde que tengo memoria,siempre le escuchaba a mi abuela materna Filo¡Más claro que el agua!…
Pero claro en una mente de niña y con esa gran inocencia,no llegaba entender su verdadero significado.
hasta que fui adulta ,y entonces lo entendí perfectamente,el agua clara es la sinceridad,la lealtad vamos sin pelos en la lengua
Así como me gustan las cosas tal y como son,y hablar de frente, seguiré siendo ¡Más clara que el agua! Y agua que no has de beber niñaaa déjala correr.

AMPARO SORIA

-Lluvia- (un intento de poema)
Así me gustas, suave y silenciosa,
tus diminutas gotas de agua acarician mi rostro alzado al cielo.
Así me gustas, regalo de la vida,
oro que la Tierra necesita.
Así me gustas, serena e insistente,
tu suave murmullo arrulla mi alma soñadora.
Así me gustas, ansiada melodía,
que revives flores y hojas tristes.
Así me gustas, suave y silenciosa lluvia.

MARIO IZQUIERDO TORRICO

La bruja danzaba sus manos al ritmo del Valls que la orquesta interpretaba, los bailarines giraban y giraban mientras ella hacía lo mismo sobre las vigas de madera, creando pequeñas y perfectas burbujas de agua entre sus manos. Las lanzaba más abajo, sin dejar de danzar extasiada.
De sus labios, un hechizo cerró, puertas y ventanas, selló toda posible fuga y cuando el Valls llego a su apogeo, las pequeñas burbujas comenzaron a transformarse en enormes bolsas de agua.
La orquesta, oculta tras un balcón, mantenía la melodía sin saber que la muerte, el baile y la música llegaban a su clímax cuando todo quedo anegado.
La bruja sin dejar danzar fortaleció su poder, originando corrientes y remolinos donde los cuerpos vivos y muertos se atropellaban por girar y girar hasta el fondo del escenario una y otra vez, como si el baile, ahora macabro, fuese a durar para siempre.
Cuando todo quedo flotando sin vida, y la orquesta esperaba el aplauso final, la bruja se transformó en un enorme córvido y desapareció por siempre jamás.

ANTONICUS EFE

El aguacero atacaba con inusitada virulencia los cristales de la escotilla que daba acceso a la bodega bajo la cubierta de la nao, en la que se encontraban a bordo los últimos fieles.
-¿Estamos seguros aquí? – pregunto una integrante de las fuerzas vivas del templo, de edad indecisa.
-¿Acaso en tierra estaríamos más seguros? – respondió el Pope o líder espiritual, mientras recitaba los salmos del libro de Alejandría.
A bordo de la nave “Salvación”, viajaban unas cincuenta personas que eran las únicas que habían podido escapar al desastre de la isla de la Misericordia, el último reducto del Templo de la Salvación. Todo había empezado la noche antes en la fiesta sagrada del la noche de iniciación, donde se bautizaba en la fe, a los niños y niñas que cumplían los diez años. Primero había sido un relámpago seguido de un trueno en un cielo completamente despejado y dominado por las estrellas. Después un rayo impactó en la cúpula del templo derrumbándose parte de él sobre los feligreses allí congregados dejando innumerables víctimas. Y como colofón todos los sacerdotes, excepto el Pope, habían empezado a vomitar una especie de sangre verdosa al tiempo que caían inertes, sin vida.
El Pope había reaccionado con rapidez ordenando la evacuación de los supervivientes mientras empezaba el aguacero, cargando en un tiempo récord todo lo necesario para subsistir durante una semana, que era el tiempo máximo estimado de llegada a Edenland, de donde habían partido tres años atrás.
La Salvación se agitaba violentamente a causa de los vaivenes a los que era sometida por las aguas totalmente enfurecidas, como agitadas por algún poder superior que se sentía ofendido con aquellas personas, las personas mayores y los niños habían sido sujetadas de diversas formas a las paredes de la bodega, para evitar que se golpeasen contra el suelo o contra los objetos. Habían pasado ya tres días desde que empezase todo y el Pope calculaba que solo les restaba un día para llegar, pues el timonel era bastante hábil y conocía muy bien la ruta marítima que les llevaba a su destino. Hubo un feroz bramido y el trinquete cayó sobre el castillo de popa haciendo un boquete por donde empezó a colarse el agua y acto seguido dos rugidos más se escucharon incluso por encima del aguacero, uno derribó el palo mayor sobre la escotilla de acceso a la bodega, pero sin llegar a romper el cristal, haciendo que fuese imposible su apertura desde dentro y el otro impacto sobre la línea de flotación, abriendo una brecha que hizo que el barco se hundiese en cuestión de media hora más o menos, sin que ninguno de los tripulantes pudiese salvarse, bajo la impotencia y la agonía del timonel que era el único que no estaba en la bodega.
A lo lejos, a bordo de la goleta Menphis, dos hombre contemplaban el hundimiento.
-¿Era necesario torpedearlos, mi capitán? – preguntó el contramaestre.
-En verdad era justo y necesario – contestó enigmáticamente.

JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA

– Un vaso de agua John, un vaso de agua es todo lo que necesitas para tragarte todas esas píldoras y terminar.
– Venga John, ten cojones por una vez en tu vida. Hazlo de una vez y dale a tu mujer la oportunidad de salvarse. Lo único que necesita es estar rodeada de gente que sepa cuidarla, de enfermeras de verdad y de un ambiente mejor que el de esta casa llena de polvo. Sí John, lo que necesita tu mujer es salir de esta nube de polvo, aclararse la garganta y hacer despertar a los poros de su piel con un buen baño.
– Ya has comprobado que el seguro cubre el suicidio ¡Y joder John! esa cantidad y lo que se saque de la venta de este secarral serán suficientes para que ella pueda vivir de verdad, lejos de este sitio y de todos los demás dónde ya no hay ninguna esperanza. No puedes esperar más John, ella tampoco puede esperar, no podemos vivir con tan sólo un mísero vaso de agua que nos concede el gobierno al día. Ya no somos nada para ellos, los jóvenes tienen 1 litro al día ¡Un jodido litro John! y a nosotros los viejos sólo nos dan un maldito vaso de agua por no haber sabido actuar a tiempo, por no haber cambiado las cosas cuando había que haberlas cambiado. Todos tenemos la culpa y los viejos tenemos que pagar, pero que el pague de verdad seas tú John, no ella, ella no viejo, ella no…
– ¡Cough! ¡Cough!¡Cough!…Joh…..John…..¡Cough!¡Cough!
– Magda, Magda…qué ocurre – John corre todo lo que puede al dormitorio para encontrar a su mujer tosiendo y llevándose las manos a la garganta- ¿Magda que tienes? ¿Qué te pasa?
Magda responde señalando con una mirada de horror a unos asquerosos restos de comida deshidratada que quedan en un plato en equilibrio al borde la mesita de noche.
– ¡Mierda!¡Mierda! – John reacciona yendo al salón para recoger el vaso de agua que descansa en la mesa junto a más de 30 píldoras de distintos colores-
– ¡Magda bebe! ¡Bebe por favor! Así, despacio, poco a poco para que se limpie tu garganta y se inunde de limpieza tu cuerpo ¡Eso es cariño! ¡Despacio!¡Despacio! …Toda Magda, toda por favor ¡Así! ¡Así!
La respiración de Magda se relaja después de tragar completa la ración diaria de agua de su marido. Se echa hacia atrás y responde con una sonrisa amplia para acabar de tranquilizar a John.
– ¿Qué llevas haciendo toda la tarde en el salón viejo? – pregunta Magda con dulzura –
– Lo de siempre cariño. Cuidarte todo el tiempo, cuidarte todo el tiempo.

OMAR R LA ROSA

El 1º de Mayo, mientras en todo el mundo (salvo en yanquilandia) se conmemora el día del trabajador, en el relato de la semana queremos recordar el bautismo de fuego de la Fuerza Aérea Argentina.
A la memoria de aquellos héroes, hombres con sangre en las venas.
2×4
Las acompasadas notas, en ritmo de 2 x 4, inundaban el lugar.
El rugir de los motores rasgaba el frio cielo de Malvinas.
En el centro, en una improvisada pista los cuerpos de los dos bailarines se entrelazaban en un danzante combate.
Los dos cazas hacían maniobras evasivas y de ataque, enfrascados en la mortal danza del combate.
No se conocían pero el destino los había juntado allí, en ese lugar y hora.
Uno de los danzantes era de ahí no más, estaba en su casa, el otro venia de muy lejos, del otro lado del mundo.
Jamás se habían visto, pero sabían exactamente que se esperaba de ellos.
Uno venia por la paga, el otro por amor.
La orquesta seguía con su lastimoso desgranar tanguero, mientras las manos de él rodeaban la cintura de ella, atrayéndola.
Mientras uno de los caza hacia una cabriola quedando con el sol a sus espaldas, cegando momentáneamente a su oponente.
En el siguiente vuelco sus labios quedaron enfrentados, solo basto la decisión de uno de los dos para sellar el beso que los uniría para siempre.
Recordando el cálido cuerpo femenino, solo le basto la decisión a uno de los dos para que los cañones del 12 besaran al oponente, precipitándolo hacia él, sellando el destino de los dos.
Las frías aguas del Atlántico sur los acogieron apagando el fuego que los envolvía.
El frio aire del invierno no había podido apagar el fuego de los danzantes.
Los sonidos del combate continuaron aun desaparecidos los contendientes.
Las notas del tango continuaron aun desaparecidos los danzantes.

EDUARDO VALENZUELA JARA

Los más jóvenes no me creían cuando les contaba que antes, hace mucho mucho tiempo, el agua caía del cielo. Y es que los padres de los padres de los niños que hasta ayer correteaban de aquí para allá, aún no nacían cuando cayó la última lluvia en el pueblo. Eso tiene esto de ser viejo, que lo que más recuerda uno ya no existe sino en su cabeza.
Con mis ciento tres años soy el más viejo aquí en Jala, este miserable pueblucho que con el tiempo se volvió seco y polvoriento como una piedra al sol. A medida que transcurrieron los años, el agua se fue haciendo más y más esquiva, como si estuviera molesta con nosotros. Cada vez había que cavar más hondo para encontrar la napa. Cada vez había que trabajar mucho más duro para beber un miserable sorbo con sabor a tierra ácida.
Por eso creían que yo inventaba historias cuando les contaba de las lluvias. Cuando les contaba que yo y mis hermanos solíamos pararnos bajo el aguacero con los brazos extendidos hasta quedar empapados o que abríamos grande la boca y sacábamos la lengua hacia el cielo para beber la gotas que nos regalaba Dios.
Pero ayer ha sido distinto. Desde muy temprano se ennegrecieron las nubes y la gente de Jala no sabía cómo interpretarlo. Y se acordaron de mí, del viejo Odilio, del contador de cuentos. Les expliqué pues, que así se ponía el cielo justo antes de una lluvia y que se prepararan para ver correr el agua por las calles. Algunas mujeres creyeron en mis palabras y temieron por lo que se venía, pero la mayoría del pueblo se rió de mi. Cuando a medio día comenzaron a caer las primeras gotas fui yo el que empezó a reirse por dentro.
Empezada la tarde, Jala se transformó en una fiesta, con la lluvia cayendo como una bendición del cielo. Los niños eran los más felices, saltando tal y como lo hacía yo con mis hermanos a esa edad. Los adultos, aún no se convencían del todo, pero empezaron a juntar el agua en tachos y en todo lo que pillaban, como tratando de atrapar la evidencia de un sueño para cuando despertaran.
La alegría sólo duró un par de horas, pero no porque parara de llover, sino todo lo contrario. La lluvia se transformó en un aguacero imparable que anegó todas las calles de Jala. Parecía como si toda el agua que no cayó en décadas se había juntado para caer justo ese día. La gente se encerró en sus casas y la alegría se convirtió en lamentos que se oyeron toda la tarde hasta que el sol se escondió, y aún así el agua siguió cayendo con más intensidad.
Ya estaba oscuro cuando oímos ese horrible estruendo que se superpuso al sonido de la lluvia. Sonaba como si la tierra se estuviera abriendo y sentimos la vibración en nuestros pies que desde hace horas chapoteaban en el agua. De pronto, Jala fue golpeada sin piedad por una ola de barro que bajó de las montañas. Todo fue una pesadilla de llanto, gritos y estruendo… Después, el silencio y la oscuridad.
Con la luz del alba pude ver que de Jala no quedó nada. Hasta podría decir que se lo llevó el agua. De sus casas, sólo quedaron rastros entre el barro. De su gente, no quedó nadie excepto yo.
Y ahora que ya estoy más viejo me pregunto si fue cierto que aquí hubo un pueblo alguna vez o fue un recuerdo que sólo existe en mi cabeza.

PABLO CRUZ ROBLES

Tontería
Cuando era pequeño se comentaba que en el futuro, las guerras se librarían por el agua «Que tontería» Pensaba yo al contemplar la inmensa extensión de los oceanos en los mapas geográficos. Cuando los Emiratos Árabes empezaron a manipular la atmosfera para provocar lluvias en la árida vastedad de sus terrenos, voces contrarias a la comunidad científica se quejaron por las futuras incógnitas que esto planteaba a los países colindantes. A lo que la comunidad científica respondió: Que tontería. Hoy fui a solicitar mi dosis diaria de agua a la cooperativa federal y mientras esperaba la gigantesca fila, delante de mí, un chiquillo le comentaba a otro lo genial que seria poder beber agua cuando le viniera en gana –Que tontería —contestó el otro niño.

IRENE ADLER

LA MUERTE DE OFELIA
—No te muevas.
Despacio, como si tuvieran por delante una eternidad de tiempo y frío, John deja caer dos gotas de tintura de opio en su lengua. Luego le acomoda las guedejas cobrizas en torno a los hombros, contra el agua de la bañera, hasta que flotan y se ondulan tal y como lo hacen en su imaginación o sus fantasías.
Todo tiene su postura, su exacta y estudiada coreografía. Hasta la tensa inmovilidad de ella y ese ínfimo tremolar de los labios que empiezan a teñirse del color de los nomeolvides lavados por la lluvia. La palidez del rostro y el temblor que Lizzy ya no controla. Su mirada perdida en las vigas sucias del techo. La boca entreabierta que parece invocar una queja; una súplica; otro beso.
El agua está cada vez más fría pero Lizzy no habla, no se mueve, solo tiembla. Culpa al láudano de esa creciente somnolencia, no a la hipotermia. La voz de John, su presencia, es más analgésica que el opio. Nota el contacto de sus dedos sobre el cuerpo como agujas. Lo abrazaría si pudiera mover las manos. Si su boca alcanzara a desprenderse de aquel mohín de expiación o disgusto, le diría cuánto lo quiere, cuánto le debe, hasta dónde estaría dispuesta a llegar para que él conozca la gloria.
En vez de éso, dice:
—Hazlo. Apaga las lámparas.
—¿Estás segura? Si lo hago quizá no soportes el frío.
—Lo soportaré. Tú hazlo. Apágalas todas.
La luz mengua. El aceite de las lámparas que rodean y entibian el agua de la bañera adquieren la misma quietud que ella. En la penumbra, el cuerpo de Lizzy opone rigidez y resistencia a los temblores, al frío, al terciopelo anegado del vestido, a la inmortalidad y al agua.
Lejos, bajo un círculo de luz artificial y amarillento, John se inclina sobre el pincel y el caballete. Los dos tiemblan: John de emoción, concentrado y abstraído en capturar aquella expresión doliente; el mohín de la boca azul que exhala o contiene un lamento; la inmediatez del último y candoroso suspiro. El sacrificio de Lizzy, tan devastador como perfecto.
Lizzy de frío, porque comprende que habita en ellos una aterradora dimensión de la Belleza que no se plasma en lienzos ni en poemas. Que es en sí misma una forma de virtud y que únicamente se desnuda o se desvela entre los vapores narcóticos del opio y la cándida tristeza.
Si pudiera hablar, dejar de temblar o moverse, Lizzy Siddal le habría dicho a John que estaba dispuesta a morir de frío en el agua de aquella bañera sólo para que su Ofelia viviera eternamente en un lienzo.
…y Ofelia sobrevivió al Tiempo.
Pero Lizzy no sobrevivió al agua.

CESAR BORT

Día de celebración (para el tema de la semana: Agua)
Era un día especial, de celebración, de esos en los que beber agua no es lícito y queda reservado para los niños, aunque, a escondidas, las abuelas les dan un sorbo de vino o cava.
La familia estaba casi al completo, solo faltaba el tío Arsenio y sus hijos. Su mujer, la tía Tula, había muerto de fiebres hacía cinco años y, desde entonces, dejaron de juntarse con los demás. Y eso que siempre se les avisaba con tiempo, pero como si tuvieran la excusa preparada: «Vivimos muy lejos y yo ya no estoy para viajes…», se recusaban.
Era cierto que vivían lejos, en los pantanos, más allá del lago Viejo. En una casa pequeña y con porche, a orillas del agua verdosa e insalubre de la ciénaga. Muchos pensaban que fue esa agua la que mató a Tula, y se lo habían dicho muchas veces, pero Arsenio, testarudo como un ciervo en celo, hacía oídos sordos y sus hijos, asalvajados, con pocas luces y que en su vida solo habían salido dos veces del pantano, lo apoyaban.
―Es una pena que no vengan ―dijo Luís levantando la copa y brindando por los ausentes.
Se unieron al brindis la tía Isabel, siempre recatada y soltera, y Jesús, el vecino, al que nadie había invitado y al que se le agradeció que trajera su propia silla.
Luís se sentó y quedó pensativo, con la mirada extraviada en las copas. De vez en cuando, le pasaba. Su mente viajaba hasta su juventud, cuando surcaba los mares, enrolado, por designio paterno, en aquel barco esclavista. Al principio, a punto estuvo de saltar por la borda. No conseguía dormir por el rumor de las olas y su vaivén; por el silencio impotente de las personas que iban a ser vendidas, despojadas de su vida, su pasado, su humanidad y arrancadas de raíz de su tierra.
Al final, navegó en aquella nave durante veinte años y de ahí le venía la fortuna y los desasosiegos. Había llovido mucho, era cierto, pero no conseguía o, quizá, no quería olvidar. En sus ojos, ahogados en el pasado, se podía intuir que, tal vez, hubiera preferido quedarse en los pantanos, junto a su hermano. Pero no pudo ser, el abuelo era de armas tomar y decidió que Luís, «El más listo de todos», como acostumbraba a decir, tenía que salir a ver mundo y prosperar.
El abuelo presidía la reunión. Tenía noventa y tres años, y mucha de la fuerza, los arrebatos y la mala baba, se habían difuminado, aunque conservaba la autoridad. Se permitía gastar bromas a los nietos y dejaba que lo tutearan, algo que nunca había consentido a sus hijos. A ellos, seguía mirándolos con severidad y procuraba que sus consejos parecieran órdenes…, puede que lo fueran.
―Isabel, tráeme un habano ―dijo.
Isabel no discutió ni puso malas caras, estaba acostumbrada a obedecer. Soltera como era, había vivido bajo el techo paterno toda su vida. El noviazgo con Jesús, último recurso para casarla, no había funcionado. No por ella, que estaba dispuesta a pasar por el altar, cumplimentando la voluntad de su padre, sino por él.
Jesús tenía otros gustos y «muchas mariposas en la cabeza», según él mismo. Los años pasaron e Isabel quedó para vestir santos. A ella no le importaba. Cuando murió Tula, pensó que podría cuidar de sus sobrinos. Sonrió con audacia y un poco de vergüenza ante ese pensamiento. Había leído una novela en la que Tula era la que quedaba viva y cuidaba de los hijos de su hermana. Toda una ironía. Sea como fuere, no se dio el caso. Asensio no quiso saber nada de abandonar los pantanos y ella, eso estaba fuera de toda duda, no iba a ir allí para arriesgarse a que las aguas fétidas la infectaran.
El abuelo se levantó y alzó la copa.
―Deja eso ―le dijo a uno de sus nietos―. Brindar con agua trae mala suerte. Ponedle vino.
Isabel decantó un culo de vino en la copa del niño, que se imaginó adulto y sonrió mirando al abuelo, que le devolvió una sonrisa cómplice.
―Hoy es un día de celebración ―continuó el abuelo y alzó un poco más la copa―. Brindemos por eso. Salud.
«Salud», respondieron todos al unísono. Y volvieron a sentarse. Luís ausente y mirando los cubiertos. Jesús a su lado, jugando con el cuchillo. Isabel sonriendo sin motivo, atenta a cualquier petición. El abuelo sacando monedas de las orejas de sus nietos.

LOLI BELBEL

LA VIDA Y LA MUERTE
Entre las nubes
los cielos reflejan
la luz de innumerables
estrellas,
amenizando la tierra
dando esplendor
al aire que respiras.
El eco de tu voz alcanzará
mi mente aprisionada
en esta soledad
rodeada de sombras e infinitos
Pintaré a fuego la memoria
de la lluvia en el cristal de tu ventana
los sueños de tu corazón nocturno
en la profundidad de todas las aguas
de tu mar eterno
y los secretos que en vano osaré llevarme
al sepulcro de mi alma.
Nunca es eterno el placer
ni el amor
ni la ilusión
solo existe la certeza
de aquello que se ha perdido,
y el ocaso de la noche
matando los demonios
en las aguas sumergidas
de la muerte.
Si mi corazón queda un día
mudo y cerrado,
inerte…
no me llores, amor mío
porque duró mientras
pudo deleitarse en
el rocío de tus labios
que el aire traía a mi boca
cada instante de mi vida.

GRACIELA PELLAZA

No entenderías..
No quería que me encontraran.. Ese que estas viendo..ya no soy yo. Pero el agua devuelve todo a la superficie, aún así, quería evitarte la pena y la rabia.
Lo sé..Fue estúpido; sin embargo creí que iba a poder sortear la marejada de aquella tarde.
Como explicar ahora, que en medio de las brazadas repasé cada una de tus advertencias. No dudes, nunca dudes, siempre presté atención a tus conceptos de gran nadador papá.
Amo tus palabras
No era el día.. no, no lo era; ni habíamos desayunado esa mañana, saliste más temprano y al mediodía, quise pasar por la fábrica pero enfile antes a casa..Quería playa.
Quise, pero no pude. Cuando se cansaron los brazos, me dejé llevar..Flotaba en la esperanza, pero era un punto en la inmensidad del azul oscuro, y en este juego, comprendí que ganaba el agua. Al entenderlo.. tuve miedo; pero supe tenerte abrazado a mí, en el pensamiento. Te necesitaba para calmar el viaje. Lloré antes de la primer bocanada, y nada..fue suave. Me había tragado un animal amado.
Celebro pá, todo aquello que hablamos, todas las cervezas que nos tomamos, todo el fútbol que discutimos y cuando bañabamos juntos a los perros.
Lo sabes .. Yo lo sé, y eso me deja con menos peso, sin cargas.
Me voy liviano.
No vayas a cabrearte tanto, viejo; siempre llega el tiempo del consuelo.
No te enojes con el agua que me lleva..
No tiene culpa..
El agua tiene eso de nosotros que le fuimos dando, la complicidad de querernos, el guiño de nuestra confianza.
Entiendelo papá..hemos reído mucho, en el líquido cielo. Vuelve.. y por favor trae a los perros.

GRISELDA SIERRA

Inundación
Tiemblo de miedo, igual que mis compañeras. Corremos presurosas y escuchamos voces; dicen que hubo una desgracia, que la fuerza del agua rompió el dique de la presa y que la inundación arrasó las poblaciones cercanas al río, que hay muertos y heridos y que las autoridades no se dan a basto para atender a los sobrevivientes. Hay llantos y gritos por dondequiera, pero nosotras no podemos detenernos en nuestra loca carrera. Corremos y corremos y vemos cosas sorprendentes; vemos a hombres y mujeres que caminan con el lodo por encima de las rodillas, algunos de ellos cargan a sus pequeños hijos. Siento pena por todo este desastre, pero nosotras no somos culpables; no estaba en nuestras manos hacer algo para evitar la catástrofe. Las casas fueron arrastradas con las pertenencias de la gente y, aquellas personas que no pudieron ser evacuadas a tiempo, murieron ahogadas. Cuanto dolor para ellos y sus familias. Las cosechas se perdieron y la mayoría de los animales también perecieron. Nosotras todavía pudimos ver algunas vacas que nadaban en el río con el cuello muy estirado para no ahogarse. Sentí pena por ellas, sé que no lo lograron. Y qué decir de los demás animales. A mi entender sólo pudieron salvarse los pájaros y algunas ardillas e iguanas que treparon a la copa de los árboles; incluso, de camino para acá vimos una víbora enroscada en una rama. Nadie repara en esos seres, toda la atención está en la gente que perdió sus casas. No ha dejado de llover, llueve y llueve, pero ahora la lluvia no importa y ya nadie se acuerda de nosotras, tan tristes, tan temblorosas, tan asustadas. Tengo mucho miedo, mis compañeras me persiguen, me empujan, me obligan a entrar en este espacio desconocido del que nunca podré escapar. Otras compañeras las impulsan a ellas a no detenerse; ya no somos delicadas y hermosas como fuimos en un principio, ya no brillamos con luz propia, ahora sólo somos una masa informe, trémula, llena de miedo y de incertidumbre… estamos cautivas en este océano inmenso. Quizás nunca más alguna de nosotras volverá a ser una gota de agua.

NEUS SINTES

Dereck, no soportaba el calor y mucho menos el del mes de agosto. Se encontraba caminando cerca del paseo marítimo. Era el sitio ideal para caminar, excepto por el calor sofocante. La tranquilidad se agradece, después de un día de trabajo. Y la brisa, la mejor compañía, aunque por desgracia, ese día no había brisa ni aire que se pudiera respirar. Solo los rayos de sol que seguían acechando, como si de rayos de fuego se trataran. Empezó a notar como las gotas de sudor empezaban a resbalar por la frente.
—¡Agosto! —dijo para sí —Cómo odio este mes, envuelto de su intenso calor y apenas se puede respirar. Se sentó en un banco de piedra, donde un chiringuito servía bebidas. Se sentó en una pequeña sombra que encontró, que le resguardaba, al menos, de los rayos del sol.
—¿Desea algo, señor? — le preguntó el camarero al acercarse.
—Sí. Un vaso de agua fresca y una dona
—De acuerdo. Enseguida se lo traigo. La dona se refiere a las rosquillas que tenemos a la derecha, cierto? —preguntó — asegurándose.
Dereck, asintió con la cabeza – exhausto. Desde donde estaba sentado, podía ver la playa. Estaba calmada, no se apreciaba ninguna ola. El mar de un azul intenso, se encontraba en calma. Podía ver a las parejas caminar tranquilamente, cogidas de la mano. Por el carril bici, en cambio. Algún que otro ciclista o patinador con sus botellas de agua para no deshidratarse se le veía haciendo ejercicio.
—Aquí tiene —El camarero le sirvió la dona junto a una botella de agua fresca y un vaso mientras se adentraba dentro del local para atender a otros clientes. Dereck bebió con ansias. Estaba sediento. El agua le alivió. Al finalizar pagó en efectivo y se encaminó, de nuevo, con más energía para enfrentarse al calor. Cuando sus ojos se posaron en una bella muchacha, cuyos cabellos dorados, se entremezclaban con el sol. Andaba descalza sobre la arena húmeda, mientras las pequeñas olas que llegaban a la orilla le mojaban con suavidad sus tobillos.
Sus andares se parecían a la de una diosa, con ese vestido blanco veraniego que le transparentaba el bikinis que llevaba, como única prenda. A diferencia de las demás chicas con las que se había cruzado, a simple vista parecía natural. Mientras caminaba, iba mordisqueando, la naranja que en una de sus manos reposaba.
Dereck, no podía desviar la mirada de esa chica, de la que le gustaría aproximarse. Poco a poco, sin darse cuenta, se había alejado y acercado a la playa, tras la chica que le había robado el corazón.
Al cabo de unos minutos la chica paró en seco, había notado la presencia de que alguien la estaba observando. Al volverse, sus ojos celestes como el mar, quedaron clavados en los de Dereck. Ella lo miró, con los labios entreabiertos por la sorpresa y Dereck, sin saber que hacer, quedó prendado de un amor, que no sabía si sería correspondido. Solo el tiempo sería testigo de la relación entre Dereck y la chica a la que pretendía conocer.

ANNERIS GARCÍA

“Hola, soy Irene, tengo 16 años y me presento al casting para formar parte del grupo de danza”
Así empezó todo, aquella tarde estaba hecha un flan, llevaba bailando en academias y escuelas de danza desde los 4 años. Había pasado por todos los estilos, incluso los más aburridos bailes de salón, de la época de mis tatarabuelos, en fin, el esfuerzo había merecido la pena. Conseguí pasar todas las pruebas y ya formaba parte del grupo de danza de mi querido pueblo, Guasa, en Huesca.
Si, lo he escrito bien, Guasa, así se llama mi pueblo. Según mis abuelos el nombre proviene de un río cercano llamado Gas, aunque yo nunca he encontrado la similitud. Más bien me parece una “guasa” que un río se llame Gas. La cuestión es que ya formaba parte del equipo de danza (de sólo tres personas).
Nuestra primera coreografía sería para un concurso en Huesca ciudad, dónde acudirían bailarines de todos los pueblos de la provincia y teníamos que preparar un espectáculo que representara nuestros valores y bla, bla, bla… la verdad es que no presté mucha atención, me quedé con lo importante, ¡iba a ir a Huesca a bailar en un teatro de verdad!
Pasé todo el fin de semana encerrada en mi habitación practicando danzas populares de la comarca. Me esmeré en las más conocidas, el Vals-Jota, La Polka Bibí y la danza O Cascabillo. ¡Qué equivocada estaba!
El lunes cuando llegué a la escuela, la profesora, Macarena, nos explicó en qué consistiría nuestro baile. ¡Teníamos que ser agua!, me quedé en shock, ¿agua? ¿Cómo se convierte uno en agua? ¿y cómo lo hacemos bailando? Si fuese teatro a lo mejor tendría alguna salida, pero, ¿bailando? Mis compañeras estaban igual de anonadadas que yo.
Al ver nuestras caras, la profe no pudo parar de reír y cuando terminó, nos explicó que lo más importante de nuestro pueblo era el río, así que representaríamos nuestras aguas. Nos enseñó la coreografía, primero la hizo ella sola, y después empezamos a practicar. Cuando terminamos esa tarde, ya sabíamos casi todos los pasos. Teníamos tres semanas para preparar nuestro número, había que esforzarse mucho. Nos puso como tarea, hasta la semana siguiente, pensar cómo podríamos con nuestro cuerpo, simular el movimiento del agua, pues la coreografía no eran solo unos pasos de baile, teníamos que expresarnos con el cuerpo para que el público lo entendiera.
Estuve toda la semana traumatizada, me dedicaba a abrir el grifo, a tirar de la cadena del wáter, salía al patio y abría la manguera, aunque tuviera que aguantar los gritos de mi madre. Una tarde quedé con mis compañeras para ir a nuestro famoso río y ver si allí nos inspirábamos. No hicimos más que perder el tiempo, aquello no iba bien, ya empezaba a imaginarme como se reirían de nosotras en Huesca.
A una semana para el baile, estábamos como al principio, Macarena no conseguía que entendiéramos como nos teníamos que mover, yo creo que ni ella misma se lo creía, aunque su coreografía había mejorado mucho y cuando la bailaba ella si parecía agua. La grabamos para practicar en casa, puesto que ya no tendríamos más ensayos. Iba a ser una catástrofe, ¡adiós a todos mis sueños! Ninguna compañía de baile se fijaría en mí. Estaba desanimada, pero aun así seguí practicando una y otra vez.
En cuanto a la ropa, nos había tomado medidas y se había encargado de enviarla al teatro, así que fue una sorpresa que descubrimos en el último momento, sin tiempo para quejarnos. Se trataba de un mono de licra azul, que tenía un velo también azul que salía de nuestros pompis, con la intención de simular olas. Parecíamos auténticos pitufos intentando parecer avatares. Las caras también nos las pintamos de azul, y así de esa guisa estábamos preparadas (yo creía que no) para salir al escenario. Justo antes de salir, Macarena nos reunió en un corro y nos dijo: “Estoy muy orgullosa de vosotras, habéis ensayado hasta el final sin desanimaros, incluso sin creer que conseguiríais hacer un baile digno y sabéis qué, vais a dejar a todos con la boca abierta, porque sois las mejores, yo confío en vosotras, así que ahora salid y convertiros en agua”
Y tenía razón, fuimos las ganadoras del concurso, por originalidad, creatividad, técnica y puesta en escena. Esas fueron las palabras del jurado. Aún recuerdo las caras del público. Tengo mis dudas de si entendieron que éramos el agua de nuestro rio, o no, pero fue la mejor experiencia que atesoro en mis recuerdos como bailarina amateur. Después de esa tarde me llovieron las ofertas y conseguí mi sueño.

ANGY DEL TORO

EL MONSTRUO DE LAS AGUAS NEGRAS
Desde la Constelación de Hidra nos ha llegado un ser misterioso, alguien disfrazado de Monstruo de la Laguna Negra y pretende asistir a la fiesta de las brujas.
Le observan y es aquí donde el debate comienza.
—¿Quién es este tipo?, parece un mamarracho. Viste como un reptil, se arrastra y cuidado, al parecer quiere entrar a las profundidades de nuestros secretos. No se confíen, pronto comenzarán a salir cabezas de las distintas casas y será de puñeta encontrarlo.
La reportera Mme. Géminis Londoño en su afán de enviar información a la redacción DISPARATES NEWS lugar donde trabaja, ha decidido seguirle, y lo ha bautizado como “El monstruo de las Aguas Negras” sabe que, con sus tantas cabezas se les perderá.
El incendio continúa en Brujas y la mayoría de los extraterrestres que en ella habitan partieron hacia la Constelación de Sagitario donde se encuentra enclavada la Estación Central de la Guardia Civil más próxima.
Mientras aquellos que se fueron luchan por sus derechos, en las casas del ciberespacio se afanan por controlar las llamas.
—¡¿Qué es esto?! Hay heridos por doquier, algunos permanecen aún hacinados bajo las llamas.
— Es una cabeza de un reptil. —respondió uno de los bomberos del espacio. Llevémosla a la ambulancia, allá le darán los primeros auxilios.
Oculta entre las sombras de la noche, la reportera Mme. Londoño se encaramó en su moto espacial y se adelantó a la comitiva que transportaba a los lesionados que demandaban de hospitalización. El lugar destinado para primeros auxilios le informó que anteriormente habían remitido al Hospital Central un hombre disfrazado de Hidra, el monstruo de las muchas cabezas.
La policía espacial había guardado celosamente las ropas que éste vestía, todas estaban bajo la guarda y custodia del Mando Superior.
La reportera del espacio, Mme. Géminis, sin autorización alguna, se dispuso a entrar en el recinto hospitalario, entró a la morgue y nada sobre el misterioso monstruo. Se acostó en una de las camillas y esperó a que alguno de los enfermeros la llevase a la sala donde estaban ingresados a los afectados por el incendio. ¡Recórcholis, al fin lo encontré! —exclamó asustada la Mme. Tomó lápiz, plumas de ganso y papel de impresión y comenzó sus anotaciones.
Pista 1. Seis Cabezas diseminadas por el área de fuego.
Pista 2. Vestuario chamuscado envuelto en nylon. (que consta de dos pies envueltos en escamas y diez garras extremadamente afiladas)
Pista 3. Doce Ojos saltones, arrugados y visiblemente asustados.
— ¡EH, EH! y usted ¿qué? ¿Está trastornada? ¿No ve que esto es información confidencial? Lo siento, pero tendrá que…
—¿Acompañarle? ¿a dónde? Mire guardia, quítese de mi camino que este es mi trabajo. Debo enviar información a la Tierra. Los terrícolas no tienen conocimiento de lo que está sucediendo. Se habla de una conspiración y hay que informar. Mis colegas de redacción del periódico digital Disparates News esperan. Los ET, andan enviando “panfletos supersónicos” y ya sabe que la información a base del rumor nos siempre nos toma la delantera. Fíjese bien, de aquí salen mis frijoles, los que yo le pongo a mi familia en la mesa y si no gano mi dinerito, como bien debe saber, no come nadie en casa.
Reportó: Mme. Géminis Londoño

ALEXANDRA MARTA IONA

El silencio
Agua de atardecer… hierbe, quema, roja la carne del culpable
Rojas son las uñas que arañan las puertas del diablo.
Agua clara salada vibra en los ojos azules de una alimaña
Cuando siente poderosa la llamada,
Entre llamaradas esconde el sol del mundo entero.
Agua fresca suplica en el reino de la oscuridad,
Seca, toda alma prisionera.
Sin agujeros, ni madrigueras, espera la furia,
La oleada de fuego que huele a carne quemada,
Como la del culpable que ha olvidado
Donde ha perdido el perdón de su amada.
“Préstame las llaves del amanecer para liberarme
Y te entrego mi sangre, agua de atardecer, en ofrenda”
¡Ruega el culpable maldecido por una lagrima de su amada!

ROSA ISABEL CÁNDIDO MATEU

Me encanta estar aquí, tumbada perezosamente al sol, en el borde de esta fuente situada en una de las esquinas del jardín, mientras aspiro el aroma del romero. Adelfas coloridas, buganvillas y durillos decoran el paisaje, y aportan retazos de sombra en los que, en las horas más calurosas, me puedo cobijar.
Me relaja escuchar el sonido del agua que borbotea incesantemente desde las fauces abiertas de esas cabezas de león, esculpidas en la piedra, y que al caer en el estanque me salpica esporádicamente
De tanto en tanto, salgo corriendo tras una mariposa o un pajarillo que anda distraído, o me divierto con mis juguetes, pero acabo regresando a mi rincón favorito.
¡Qué paz!
De pronto, aparece Amanda por la puerta, buscándome.
Olvidé que hoy me toca bañarme. Me fascina el sonido del agua, pero no es lo mismo escucharla que meterse en ella: todo el mundo sabe que a los gatos no nos gusta bañarnos.

EFRAIN DÍAZ

Los amaneceres en Lajas eran frescos, azules y límpidos. Ese día no fue la excepción.
Pepe miró la playa. El mar estaba en calma, tranquilo y sereno. Las suaves olas, con su vaivén acariciaban la arena y el sol se levantaba caliente. Sería un buen día de pesca.
Al igual que su padre y su abuelo y el papá de éste, Pepe era pescador. El mar les había provisto el sustento generación tras generación.
Verificó las redes, las cañas de pescar y las carnadas. Todo parecía estar en orden. Una vieja yola de madera que había heredado de su padre le servía para desplazarse por el Mar Caribe.
Pepe besó a su esposa y a sus dos hijos pequeños y como de costumbre, se lanzó al mar.
Pepe había aprendido el oficio de pesca desde niño. Desde que tiene memoria y uso de razón, pertenecía al mar. Conocía sus mañas, sus trucos y sus secretos como la palma de su mano. Luego de su casa, el mar era su segundo hogar.
Se hizo mar adentro en su vieja yola. Esa semana la pesca había sido buena para sus compañeros.
Llevaba unas tres horas y la pesca había sido decente, cuando de pronto vio a lo lejos un banco de peces. Aprovechando la oportunidad dirigió la yola hacia allá.
Al llegar, tiró las redes y rebosaba de alegría. La pesca había sido más que fructífera.
Intentó prender la yola para regresar pero el motor no respondió. Lo intentó dos veces más pero el motor estaba muerto.
Tomó el radio e intentó llamar, pero tal era la distancia, que las ondas se perdieron en el aire. Pepe comenzó a desesperarse.
Volvió a intentar prender el motor pero fue infructuoso. El motor estaba tan muerto como los primeros peces que había pescado en la mañana.
Intentó mirar hacia la costa, pero solo veía mar a su alrededor.
Sin motor y sin radio, el desespero fue escalando. La yola no tenía remos y aunque los tuviera, estaba demasiado lejos.
La yola comenzó a moverse involuntariamente con el vaivén de las olas. Pepe no podía controlarla. El miedo lo invadió. Seguía mirando hacia todos lados con la esperanza de ver tierra, pero todo lo que veía a su alrededor era agua salada.
El calor era infernal y solo le quedaba media botella de agua.
Sintió un fuerte viento del este y eso no era un buen augurio. Conocía el viento del este y sabía el peligro que entrañaba.
Con el viento, una densa y espesa nube comenzó a posarse en el área. Pepe sabía que por su color oscuro, solo podía traer una sola cosa, lluvia. Sonrió tímido y temeroso. Sabía lo que vendría después. Comenzó a llover. La lluvia le refrescó la piel, ya tostada por el sol. Se las ingenió para beber algo de agua, pero llegó lo que tanto había temido. El viento y la lluvia habían formado una tormenta y el oleaje arrastraba la yola inevitablemente hacia ella. Pepe estaba aterrorizado. Maldijo la hora que había salido a pescar.
No podía creer que el agua, la misma que saciaba su sed y refrescaba su piel, podría tornarse tan brava y feróz.
Capeó la tormenta lo mejor que pudo. El peso de la pesca le dio estabilidad a la vieja yola y ésta resistió en embate de las olas con la dignidad de un gran barco pesquero. Fueron cuatro intensas horas de sube y baja que Pepe pensó que moriría ahogado. Al acabar la tormenta, experimentó una inquietante calma. Había caído la noche como un gran manto oscuro. Sin luna ni estrellas para orientarse, Pepe no podía ver siquiera su mano. Estaba aterrado. La oscuridad y la soledad le habían producido temores que nunca antes había sentido. Por primera vez en su vida sintió desamparo e impotencia. Por segunda vez en un mismo día sintió miedo de morir.
Intentó dormir pero no pudo pegar los ojos. Era demasiada la tensión.
Pasaron las horas y comenzó a ver los primeros rayos del sol. El mar brindaba los amaneceres más hermosos que un ser humano podía contemplar. Pero de que servían?
Miró a su alrededor buscando costa, buscando tierra, buscando alguna esperanza a que aferrarse. Todo lo que veía era mar. Un mar calmado y sereno. Un mar que exhibía una tranquilidad perturbadora.
El sol comenzó a calentar. Pepe no tenía protección alguna para el candente sol. Sintió como la piel iba quemándose a fuego lento. Añoró la tormentosa lluvia del día anterior.
A lo lejos vio el reflejo del sol en un espejo y sintió esperanzas. Comenzó a gritar desesperadamente, pensando que pudiera ser una embarcación. Eran peces voladores cuyas escamas mojadas brillaban con los rayos solares. Se sumió en la desesperanza.
Sediento y sin agua para tomar, miraba el mar. Tanta agua y no poder tomarse ni un sorbo.
Agarró uno de los pescados que sobrevivió a la tormenta y le dio un mordisco. Sabía horrible pero no tenía remedio. Era eso o morir de hambre. Con la sed era suficiente. Sacó su cuchillo, abrió el pez, lo limpió y comenzó a comer pequeños trozos que mojaba en el salado mar.
Volvió a caer la noche. Esta vez decidió descansar. A lo sumo, dormitó.
Despertó con los primeros rayos del sol. Tercer día. Ya los pescados comenzaban a descomponerse. Tuvo que tirarlos al mar. Volvió a mirar a su alrededor. No vio tierra, no vio costa. Solo vio mar hacia todos lados.
Tiró las redes a ver si lograba pescar algo. Sus redes volvieron vacías, tan vacías como su esperanza.
Pepe se resignó a morir. El motor nunca prendió y la radio quedó sin carga después de tantos intentos. Estaba en medio del Atlántico. Su única esperanza era el paso de algún barco comercial.
Al octavo dia, hambriento, deshidratado y falto de fuerzas, Pepe cayó en un profundo sueño del que jamás despertó.
Su yola siguió a la deriva en el océano.
A los dos meses, la vieja yola atracó en una playa de Brasil. Los pescadores la llevaron hasta la orilla y allí descubrieron el cuerpo de Pepe en estado de descomposición. Pepe, el pescador de Lajas, Puerto Rico, habría muerto de hambre, de miedo y de desesperanza.

GINO ALBARETI

El agua y el viento
Cuenta la leyenda que, hace mucho tiempo, el planeta ya estaba construido. Había tierra para millones de años, y la temperatura era algo más caliente de lo normal, pero lo justo para que no se helara. Parecía estar acabado, pero estaba algo seco y vacío. Una de las almas más sabias, que había ayudado a conformar cada palmo del maravilloso lugar, se le ocurrió una idea. Había dos hermanos que continuamente discutían. En cada encuentro, en cada palabra que salía entre ellos, había conflicto, fuego y rayos por doquier. Era una constante rivalidad por demostrarse uno al otro lo bueno que era.
Así que esta alma sabia reunió a ambos hermanos y dijo:
– «A lo largo de millones de años habéis luchado uno con el otro por demostrar lo que valéis, olvidando lo que realmente importa. Me encantaría deciros que he encontrado la oportunidad de que a la vez podáis demostrar vuestro talento».
Las almas hermanas se miraban con ansias de oír el reto que tenían preparado.
– «Tú serás la encargada de dar un color azul a este hermoso planeta. Serás la encargada de ser agua para ellos, darás vida a todo aquel que esté en tu territorio y se la quitarás a aquello que no tenga que estar. Serás la responsable de mantener el equilibrio bajo tu manto protector».
El alma contenía la emoción de poder demostrar todo aquello que sería capaz de hacer y lo bien que lo haría.
-«En cambio» – matizó la sabia alma dirigiéndose a la hermana, -«serás la encargada de mantener y equilibrar todo aquello que no sea agua. Darás vida a todo aquello que permitas estar en tu terreno. Tú serás aire».
Antes de que partieran ambas almas, terminó por decir:
– «Habéis vivido en guerra durante mucho tiempo sin temer por las consecuencias. Ahora el fruto de vuestros esfuerzos conjuntos podrán dar vida, pero vuestras guerras podrán acabar con todo lo que hay en el mundo. El aire enfadado y el agua enfurecida serán capaces de destruir todo, y esa será la consecuencia de no controlar vuestros enfados. Espero que disfrutéis esta experiencia».
Las almas hermanas asintieron en señal de entendimiento y aceptación del desafío. Durante mucho tiempo, el agua y el viento trabajaron juntos en armonía para crear un mundo próspero y lleno de vida. Las plantas crecían, los animales se reproducían, y los seres humanos prosperaban en su entorno.
Pero un día, una gran tormenta azotó el planeta y el agua y el viento se enfrentaron en una feroz batalla. Los rayos y los truenos resonaron por todo el mundo, y el equilibrio entre los dos elementos se rompió.
Fue entonces cuando las almas hermanas recordaron las palabras de la sabia alma y se dieron cuenta de que debían controlar sus enfados para evitar la destrucción del mundo que habían creado juntos. Con determinación, el agua y el viento se unieron una vez más, y juntos lograron restablecer el equilibrio en el planeta. Desde entonces, el agua y el viento trabajaron en perfecta armonía, creando un mundo lleno de vida y belleza para todos los seres vivos que lo habitan. Y así, la leyenda de la importancia del equilibrio entre el agua y el viento se transmitió de generación en generación, recordándoles siempre a los seres humanos la importancia de controlar sus emociones para mantener la paz y la armonía en el mundo.

EMILIANO HEREDIA

AGUA SEÑOR, AGUA SEÑOR MÍO.
Pues, esto era, señor, una de esas historias que le cuentan a uno, ni me acuerdo de quién, ni tampoco donde, pero verdad verdadera que ocurrió tal como me lo contaron.
Pues, según recuerdo, todo ocurrió en el año mil novecientos setenta y siete, el primer año de la recién nacida democracia.
En un pueblo de la extensa meseta castellana, en medio de un océano rubio de trigal y cebada, Cascajales del canto rodado, se instaura el primer mandato de alcaldia de un partido democrático.
Para desgracia de beatas, santurrones y las hasta entonces fuerzas vivas del ayuntamiento, ésto es, guardia civil, médico, y alcalde, y gozo y alborozo (más por joder que por otra cosa) de los pocos jóvenes del pueblo, y por diferencia de un voto(el senor notario, leal al movimiento «nacional», se pasa al bando contrario, por asunto de cuernos), resulta vencedor el Partido Comunista de España.
Como alcalde, el Maxi, para los amigos, Maximiliano por orden de su padre, afiliado clandestino del partido comunista, en homenaje a Karl Marx.
Para no andar sin preámbulos, voy directamente al «meollo». De la historia.
Pues, resulta que, una vez investido el alcalde, con un «acto social obrero»(vamos, lo que viene siendo un vino español de toda la vida), y una vez nombrada la mesa de gobierno, con sus concejales y todo, en la primera sesión de gobierno, salió a relucir el principal problema del pueblo:
El agua.
Desde Enero que no llovía, los grifos estaban mad secos que una orden ministerial, las ranas se colaban en los bares a tomar gaseosa, el riachuelo del pueblo se mutó en camino, y los peces se quedaron como la bacalada de la tienda de la Niceta
Maxi, todo predispuesto, con toda su oronda figura, levantándose se dirge solemne a su equipo de gobierno, y a la oposición, con las siguientes palabras:
-¡Camaradas!, y miembros de la oposición. Quisiera manifestarles, mi más profunda preocupación por la grave sequía que estamos padeciendo, ante la cual, a partir de hoy, mediante bando municipal,proclamo un concurso oposición para lograr que en estas tierras proletarias, llegue la tan ansiada lluvia.
-¡Podríamos hacer una procesión a Santa Bárbara!, Siempre ha funcionado -propone el Salustiano, teniente de alcalde –
-¡Por favor Salustiano!, un poco de seriedad, camarada, recuerda que estamos en un ayuntamiento del proletariado, ya no gobiernan los opresores de nacional catolicismo -responde, señalando a los miembros de la oposición –
-¡Eh oiga!, más respeto para nuestra patrona, Santa Bárbara bendita, siempre a acudido a nuestro auxilio, en caso de necesidad-responde muy indignada Doña Angustias, presidenta de la asociación de la caridad de Santa Bárbara. Una cincuentona, que nunca conoció hombre (oficialmente), seca como una espiga de trigo en el campo sediento -.
-Señora, si refiere a usted a que, debido a los salmos y rezos varios, ha llovido, es un hecho de estadística, y no por lo que ustedes llaman » intervención divina», es pues, tomar mi primera decisión como alcalde de éste glorioso gobierno proletariado, convocar el mencionado concurso oposición para inundar de fecunda lluvia las tierras de los camaradas agricultores.
Así fué, cómo con el paso de las semanas, y meses, seguía sin caer gota de agua, para cabreo del equipo del ayuntamiento del proletariado, y rechifla general de las integrantes de la la asociación de la caridad de Santa Bárbara, con el cura del pueblo al frente.
Intentos, hubo muchos, cada cual más dispararatado, pero siempre con base científica.
Al Tomás, se le ocurrió cocer en vino tinto,a falta de agua, unos mil kilos de cebolla, en grandes calderos, para hacer «llorar» a las nubes.
El pueblo, entre el polvo que levantaba el aire en el secarral, y los vapores de la cebolla con el vino tinto, estuvo con llorera un día entero, hasta que se disolvió la extraña neblina que se formó.
El Nicolás, lanzó cien cohetes forrados de papel de aluminio, ya que, a falta de plata, creyó más conveniente y barato, usar todos los rollos de papel de aluminio del colmado de la Niceta.
Una semana tuvo que envolver los del pueblo, los alimentos en papel de periódico.
Otra idea más peregrina, fué la del Jerónimo, el tonto del pueblo, que según decía, era descendiente del indio que se llamaba como el, y que tenía conocimiento de la danza de la lluvia, y por más que decía todo el tiempo, realizando estrambóticos movimientos, ea, ea, ea, e, ea, ea, ea, e, com plumas de gallina en la cabeza, allí no calló ni gota de agua.
El Maxi, desesperado, con la protección de la noche, se acercó atribulado a la casa de Doña Angustias.
-¿Quién es? ¿Quién llama a éstas horas!-pregunta somnolienta doña Angustias-
-Soy yo, el Maxi -responde susurrando el alcalde –
-¿Quién?
-¡El alcalde jolín -dice alzando la voz- y no me haga hablar más alto que me va a escuchar todo el pueblo -.
-¿Qué quiere a éstas horas?-pregunta Doña Angustias, con la puerta entornada –
-Verá….no sé cómo decírselo -dice pasándose la mano por la nuca-necesito su ayuda, tiene que salir mañana con Santa Bárbara, para que llueva, por favor, si no es por mí, hágalo por el pueblo, por la memoria de su madre, que fué amiga suya…
-¡Qué poca desvergüenza presentarse aquí a éstas horas!
-Ya, se lo pido, se lo ruego como alcalde….
-A muchos del pueblo, les dejaría morir de sed, y a usted el primero, pero estaría faltando a mi deber cristiano de caridad. Accedo, pero con dos condiciones.
-Usted dirá -responde atribulado Maxi-
-Usted, irá detrás de mí mañana…
-¡Pero oiga-protesta Maxi-
-O eso, o no hay lluvia -dice muy digna Doña Angustias –
-Está bien -refunfuña Maxi-¿Y la otra cosa?
-Mañana se lo digo.
Así fué, como el alcalde comunista, fue detrás de Doña Angustias, y de Santa Bárbara, cantando a a pleno pulmón:
«agua señor agua, agua señor mío, que no pasen las nubes sin haber llovido…»
Llovió, durante 30 días, y el alcalde, tuvo que poner el siguiente bando:
«Como Alcalde de Cascajales del canto rodado, dicto el siguiente bando:
Se concede el premio de 5000 pesetas a la muy noble Asociación de la caridad de Santa Bárbara, por conseguir, con la ayuda de la camarada Santa Bárbara, la tan ansiada lluvia»

IVONNE CORONADO

Qué delicia era bañarse con el agua lluvia, recogida en barriles por mi abuelita Amelia. Un detalle que nunca me pareció notar sino ahora, no teníamos tuberías, había que ir al pozo, y estaba en un nivel más bajo que la casa. Lavaba mi abuela en el río nuestra ropa, y mi hermana y yo adorábamos acompañarla para gozar de la pocita burbujeante, no muy profunda, recogiendo piedritas. Veíamos todo con ojos infantiles, como muy natural. No hacíamos comparaciones aún. Casi no salíamos. Durante mis primeros ocho años me quedé en casa aprendiendo con mis tíos a leer y a escribir. Padecía de asma. Tampoco me acuerdo me inquietara. Mi madre me sacaba al sol de la mañanana que nacía, con calzón y camiseta de manta, cosida por mamita Amelia en su vieja Singer.
Íbamos muy poco al mar. Me daba miedo aventurarme en esas aguas fascinantes, pero era mi delicia jugar entre las olas que venían a nuestros pies y luego huían. Mi hermanita Imaltzyn, ella vio al mar muy pequeña; haciendo cuentas, tendría unos tres añitos. Se escondía debajo de la mesa de la champa, y no salía sino hasta ver que la dejaban tranquila, pero juntas recogíamos conchas y caracoles en la playa.
Alguna que otra vez íbamos al balneario de Los Chorros. Las aguas salían de las rocas y caían en unas piscinas inmensas.
Ahí sí nos bañabamos las dos sin miedo, en la orilla de la menos profunda, o debajo de la cascada, qué caía muy pero muy fría, en nuestros cuerpos calientes.
Crecimos. Crecí.
Ya iba a la escuela. Regresábamos los días lluviosos caminando con nuestros zapatos en la espalda. La lluvia inundaba una parte de la calle. El bus ya no llegaba a nuestra casa, ya no estábamos en la finca de nuestra niñez, sino en el Cantón San Miguel, donde mi madre trabajaba como maestra.
Luego, ya estando en secundaria, fuimos al Río Lempa en Chalatenango, y ahí comenzó mi miedo al agua. Una joven con trastornos mentales me empujó en esas aguas profundas y caudalosas, tenía treinta años, pero una mentalidad de cinco, era la hermana del amigo de mi madre. Me hundía, me ahogaba! Pánico total. Unos fuertes brazos me sacaron, mi madre lloraba, mi hermanita gritaba, y esa joven lo encontraba gracioso y se reía.
Años más tarde una joven se ahogó en la playa, en una de nuestras vacaciones, y entonces aterrada, pero curiosa, vi que el agua tan necesaria a la vida, también provoca la muerte. No olvidé nunca esa cara hinchada, morada, y el llanto a su alrededor.
Tanto duró ese miedo, que aprendí a nadar a los treinta y ocho años solamente, yendo las noches, de lunes a viernes, después de cena, a la piscina comunitaria, poco a poco, observando a los bañistas, sin estilo, y fui capaz de atravesar la piscina de lado a lado, aunque aun con el corazón desbocado, y sin alejarme del borde, dónde sentía podía parar de vez en cuando.
Todavía el agua al mismo tiempo que me fascina, me da miedo, la trato siempre con respeto.

JULIO SQUIRE

Cuando salió al porche esa mañana, como cada mañana desde hacía sesenta años, Herminio tuvo un breve momento de lucidez y se sorprendió al ver el descenso que había experimentado el nivel de agua del pantano desde las ultimas lluvias. No es que no hubiera sido consciente de ello durante las últimas semanas, simplemente había tenido la mente ocupada en otros menesteres que, por cualquiera que fuera la causa, cada mañana habían parecido un poco más apremiantes.
Ahora, sin embargo, parecía tener un pequeño descanso. Se sentó a reflexionar en su viejo banco de madera medio podrida, mirando la superficie del agua. La taza de barro humeaba en su mano nudosa, dejando en el aire un aroma embriagador a café de puchero. Los sueños parecían haberse tomado un pequeño descanso esa noche. Empezaron una noche cualquiera, meses atrás. Si la memoria no le jugaba malas pasadas, aquella primera vez vendría a coincidir con sus primeras preocupaciones respecto a la sequía. Todo hacía prever por entonces que la temporada sería escasa en cuanto a lluvias, y por tanto difícil para la cosecha. Así terminó siendo. Sin embargo, por el camino, la temporada de sequía trajo algo más. A medida que descendía el nivel del pantano, algo pareció empezar a despertar. Al principio, Herminio lo achacó a su propia preocupación. Un viejo viudo que no tenía nada más que su trabajo en el campo, sus cosechas y sus bestias, y veía que una temporada de sequía podía llevarse su vida por delante. ¿Acaso era raro que empezara a soñar con voces que le hablaban y le tranquilizaban?
Durante la época de lluvia, cuando el nivel de agua del pantano estaba en su máximo, apenas despuntaba la torre de la iglesia fuera del agua. Ahora, el descenso provocado tras meses sin llover permitía ver mucho más del antiguo pueblo inundado. Las naves de la iglesia, medio derruidas, habían emergido del agua, aunque ni tejado ni vitrales habían sobrevivido al paso del tiempo y el agua. También podía ver cada día una porción mayor de la redonda colina a cuyos pies se situaba el edificio religioso. Era quizás lo más curioso de todo. Su forma era una semiesfera perfecta. No es que pudiera verla entera desde ahí fuera, claro; aún quedaba demasiada agua. Pero la había visto en sus sueños como era en realidad, antes de que el pantano lo ocultara todo, poniéndolo a dormir. A Él, el que despertaba poco a poco, y le hablaba en sus sueños desde debajo de la colina.
Herminio pasó mucho miedo las primeras veces, no le importaba reconocerlo. Al principio pensó estar volviéndose loco, hasta que comprendió que la voz provenía de un amigo, y sólo quería tranquilizarle. Las imágenes fueron lo siguiente, llegaron poco a poco, a medida que la voz también ganaba en claridad. Todo parecía estar conectado con el descenso en el nivel del agua. Durante un tiempo, todo lo que pudo ver era la oscuridad más absoluta. Cada noche algo verde, brillante, iba haciéndose más visible. Esa luz fantasmagórica, con el tiempo, le permitió ver un techo lejano y abovedado, que hacía reverberar la voz que le hablaba. Herminio comprendió de inmediato que su amigo, ya lo consideraba de esa manera, estaba bajo la colina redonda, en medio del pantano que veía desde su porche.
Esa noche, empero, la voz no le había hablado. ¿Seguiría enfadado con él? Imaginó que, en cualquier caso, era el momento de actuar, dejar de posponer lo que llevaba rumiando desde hace un par de días y echarle valor. Puede que entonces la voz volviera, una vez cumpliera con su parte.
Se levantó y fregó la taza de barro antes de ir al cobertizo de las herramientas y coger su mejor pala. Echó a caminar con ella al hombro. Tardó menos de cinco minutos en llegar a la casa de Mariano. No necesitó abrir la puerta para ser golpeado por el olor. Abrió con la llave de Mariano y encontró a su viejo amigo exactamente como lo dejó dos días antes. El único cambio era el color. Y las moscas, claro. El azadón seguía en el sitio donde lo había dejado, incrustado en el cráneo del hombre de un modo que lo hacía incompatible con la vida y la función cerebral.
Ay, Mariano. Siempre había sido su mejor amigo, especialmente desde que enviudó hacía ya veinte años. Él también había escuchado las voces. Sin embargo, no las había recibido del mismo modo. Había estado asustado, hasta que propuso avisar a alguien, a las autoridades, a Iker Jiménez. A alguien que investigara qué demonios pasaba bajo esa extraña cúpula de la que surgían voces, donde algo estaba despertando. Herminio no lo podía permitir, por desgracia. Todavía era pronto. El que despertaba bajo las aguas aún estaba débil. Quedaba demasiada agua. Pronto llegaría su momento.
Ahora, sin embargo, había asuntos más urgentes, como enterrar a Mariano. Lejos del agua, de momento. Al menos hasta que Él le dijera que el momento había llegado. Entonces Mariano podría volver a levantarse y cumplir con su papel. Uno para el que no necesitara el cerebro, por supuesto.

GAIA ORBE

al pie de la sierra
nevada de hielo
se erige en el mapa
una bella ciudad
castillo bermejo
plateado en la noche
impone su porte
obra de los hombres
de tiempos pasados
respetan la tierra
y a su oro azul
por fuera son torres
muros y murallas
palacios adentro
con agua que baja
por venas de mármol
entre los jardines
patios y rellanos
no salta no corre
llena los estanques
espejos de agua
murmullos de vida
cada gota es oro
los rostros ondulan
en las pilas bajas
riqueza poder abundancia
caminos de agua
que vuelve a su fuente
una y otra vez
miro aquellos años
pienso en mi desvelo
camino del agua
mimado tesoro
de las tierras cálidas
no aprendimos nada

GUILLERMO ARQUILLOS

EL AGUA COMPARTIDA
¿Qué clase de corazón tienes, Máximo? ¿No crees que venirte al bar de enfrente, mientras están enterrando a tu padre es demasiado frío? ¿O es que te da miedo mirar a tus vecinos?
Vale, Máximo. ¿A qué viene tanta falsedad? Desde el primer momento tenías todo calculado, no te hagas ahora el sorprendido. Eres un hipócrita. Eres el único malnacido capaz de encargar escrituras falsas, que buen dinero te costaron, el único con el valor suficiente para engañar con ellas a tu padre. Nunca habías visto aquella extraña sonrisa ni sus ojos levantados hacia el cielo, llenos de rencor. Entonces apretó los puños y se puso a gritar: «¡Lo sabía, lo sabía!». ¡Pobre hombre! En aquel momento te pareció más anciano, más arrugado y más lleno de odio que de costumbre.
Lo del odio es cosa de familia, Máximo. Sí, lo del odio y lo de la avaricia. Ahora que vas a ser el dueño de la finca, ni siquiera lo has puesto en un ataúd elegante, como se merece. Bueno, chico, venga, mientras sacan el cuerpo de la iglesia, tienes tiempo de reflexionar.
Las viejas del pueblo están llorando porque ven cómo se acerca la muerte. Hasta tu mesa llega el olor de las coronas de flores y se mezcla con el aroma del café. Hay quien sospecha de ti y murmura que siempre has querido quedarte con la finca. Hasta ahora, todo ha ido bien, pero la Guardia Civil te ha pedido un montón de explicaciones. La noche de la muerte te habías ido al prostíbulo, hay testigos que dicen que es imposible que tú le clavaras la azada. ¡Qué crueldad, Máximo! ¡Qué desagradable ha sido reconocer el cuerpo con el orificio en la cabeza! Hasta había perdido un montón de masa cerebral. Pero, claro, tú ya sabías lo que iba a hacer Sixto, el de la finca de al lado.
Eres un psicópata, amigo. ¿Ahora sonríes? ¿De qué clase de material estás hecho? ¿A qué viene esa cara? ¿Es porque provocaste las voces de tu padre haciéndole creer que el pozo era solo vuestro, porque lo ponían las falsas escrituras? ¿Es porque te fuiste a casa de Sixto en cuanto tu viejo dijo que iba a cortarle el riego? ¿O es porque conseguiste que Sixto fuera a matar a tu padre?
Ya están terminando los rezos. Vas a tener que acercarte a la iglesia para que te den el pésame. ¿Y de pronto se te escapa una lágrima? Qué estupidez, Máximo. ¡Llorando tú, que encolerizaste a Sixto y le proporcionaste una coartada! Fue fácil: bastó con llevarte su móvil para que lo situaran lejos del pueblo toda la noche.
Las cosas han salido como habías previsto. Amador, el chaval de Sixto, pobre chiquillo con lo que tiene, no paraba de miraros con asombro mientras os poníais de acuerdo. No podía quedar ni un cabo suelto: la azada, el móvil de Sixto, la limpieza de las huellas dactilares, vuestro pacto para compartir el agua…
¿Qué ocurre ahora, Máximo? ¿Qué es ese revuelo que hay en la puerta de la iglesia? Se oye a la gente gritando. Han agarrado a Sixto, ¿lo ves? Unos cuantos están hablando con su hijo.
Ha entrado un vecino, tiene una mirada extraña. Al pasar hacia la barra, ha hecho un gesto de saludo. De pronto está sonriendo.
—Sixto le ha dado cuatro hostias bien dadas a su chaval delante de todo el mundo —le dice al camarero.
—Joder, pobre crío, encima del retraso que tiene, va su padre y lo calienta. —El camarero levanta las cejas y tuerce la cabeza.
—¿Sabes lo que ha dicho? Lo he oído yo mismo, que no es que me lo hayan contado…
El vecino baja un poco la voz, para que a Máximo, sentado junto al ventanal, le cueste trabajo enterarse:
—Amador ha gritado que el asesino es su propio padre; se lo ha dicho al cura en medio de la plaza. Ha dicho que Sixto se fue a buscarlo jurando que lo iba a matar porque quería cortarle el riego. Con la sequía que hay, eso era su ruina.
—¿Y cómo le iba a cortar el agua si desde siempre las dos fincas han compartido el pozo?
El vecino se vuelve hacia el ventanal y se fija en el café que Máximo se está tomando mientras mira lo que pasa en la calle. La taza tiembla en sus dedos cuando se la acerca a los labios. El cuatro por cuatro de la Guardia Civil está aparcando en la puerta del bar.
—Por lo visto, Máximo apareció con unos papeles en los que ponía que el pozo es propiedad exclusiva de su finca y convenció a Sixto para que fuera a por su padre, que le iba a quitar toda el agua —dice en voz alta—. ¡Máximo, que me parece que vas a tener que darle muchas más explicaciones a la Guardia Civil!
Los dos hombres se ríen a carcajadas, se abre la puerta del bar y entran los guardias civiles.
Máximo no para de temblar.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

Y SONÓ LA ORQUESTA
Para Agua, tema de la semana.
No sé si conocéis una canción de Silvio Rodríguez que explica la historia de un río seco de su pueblo, donde todos los animales y plantas lloraban a su manera por la falta de agua.
Y, una noche, como un milagro “sonó la Orquesta de la Naturaleza”, es decir La Lluvia.
Pues algo similar pasó hace un par de días por estas tierras.
Si es debido a esos fenómenos de la Meteorología: El Niño o La Niña. quizá el cambio climático o lo que sea, lo ignoro, pero lo cierto es que todo está seco y alarma general ya que los medios, siempre proclives al sensacionalismo, no escatiman noticias alarmistas: desertización, inundaciones debidas al deshielo polar, nulo cuidado de ciertos países a los consejos de la Organización Mundial del Clima y un largo etcétera.
Incluso a niveles oficiales se ha prohibido el riego de parques y céspedes así como ruegos a los ciudadanos en ahorro y reciclaje de agua. Y la Gran Amenaza: si no llueve, habrá restricciones.
Así que, vista la contaminación ambiental de la ciudad, marché a la montaña a ver si allí por lo menos se respiraba mejor.
Y, aunque el aire era más limpio todo estaba seco.
Un río que pasa por el valle estaba turbio y olía mal. Unos pequeños pantanos naturales, siempre a rebosar de agua eran ahora charcos sucios. Los árboles y toda la vegetación autóctona presentaba síntomas de un gran estrés hídrico.
Caminé un rato al atardecer por zonas altas esperando ver al menos algún riachuelo con agua, pero ¡nada! Todo seco.
Descendí hacia una zona arbolada donde hay marcado el cauce se un pequeño río por donde siempre fluye agua limpia procedente de las cumbres y, para mi horror estaba también seco. Y, para horror mío tuve la impresión de que aquellos árboles y resto de vegetales ¡lloraban!
Repentinamente, el cielo comenzó a llenarse de nubes cada vez más densas y oscuras. Era cierto que se habían anunciado tormentas y lluvias para ese día pero ¡quién iba a hacer caso! Tantas veces nos lo habían anunciado sin llegar a cumplirse que no lo creí y seguí caminando cuando de pronto se levantó un pequeño viento mientras allí lejos, sobre las cumbres del Pirineo se veían relámpagos.
-¡Ojalá fuese aquí!- pensé sin ninguna esperanza.
Poco a poco, las nubes espesas se condensaron más aún, adquiriendo el color negruzco que tanto había anhelado. Y entonces, sentí caer una gota en mi brazo derecho. Y siguieron cayendo gotas y más gotas hasta convertirse en una fuerte lluvia. Y siguió cayendo, cayendo y cayendo, meintras me mojaba sin ni siquier darme cuanta. tan abatraída estaba ante este fenómeno tan deseado.
Y monótonamente, seguí cayendo y cayendo el agua.
Miré entonces los árboles, los matojos, los hierbajos y me pareció que reían: el riachuelo volvía a llevar agua.
Entonces me paré a escuchar:
Chof, chof, chof, chif, chif, chif… miles de sonidos más que podían escucharse según la superficie donde fuesen a caer las gotas de agua.
Y así, mojada por completo, escuché la recién llegada, Orquesta de la Naturaleza.

ANTONIO JOSÉ ROMERO GÓMEZ

Tulum
Esperaban en el punto de encuentro, como les habían indicado la noche anterior en la recepción del hotel. A Luis no le hacia nada de gracia pasarse la mañana pateando la selva. Sofia, su chica, le habia preparado un viaje sorpresa, haciéndole tener que posponer todas las reuniones que tenia programadas para esa semana, y ademas le habia apuntado a la dichosa excursión. Durante la incursión, Luis andó durante horas a varios metros de Sofia y maldiciendo todo el camino. Mientras tanto, ella conversaba con Juan, un chico que estaba allí por viaje de novios, pero lo hacia solo, ya que su reciente mujer habia preferido pasarse el día en el spa, pues era la típica chica de ciudad a la que le horrorizaba sudar. Sofía y Juan no se conocían antes de la excursión por México. Fue la primera vez que ambos se aventuraron a explorar el país, y la emoción de la aventura los llevó a un camino que nunca antes habían recorrido. Sin embargo, su entusiasmo y la conversación les jugó una mala pasada, haciendo que se descolgaran del grupo y perdiéndose en medio de la selva.
Caminaron durante horas, tratando de encontrar una señal que les indicara el camino correcto, pero no lograron encontrar nada. El sol estaba en su punto más alto y el calor era insoportable. Agotados, decidieron tomar un descanso y sentarse a la sombra de un árbol. En ese momento, escucharon el sonido del agua corriendo y decidieron seguir el ruido para ver si podían encontrar algo de agua fresca.
Llegaron a un pequeño cenote, un cuerpo de agua dulce celeste rodeado de rocas y arbustos. Se quitaron la ropa y se metieron en el agua, disfrutando del alivio del calor. Sofía y Juan comenzaron a hablar y se dieron cuenta de que tenían mucho en común. Hablaban de sus sueños, sus miedos, sus esperanzas, como si fueran amigos de toda la vida.
De repente, sin pensarlo dos veces, se acercaron el uno al otro y se besaron. Sus labios se encontraron en un momento mágico, el reflejo de la luz del sol en el agua y el sonido del viento en las hojas de los árboles. Fue un beso apasionado, lleno de energía y emoción, solo atestiguado por la más bruta naturaleza.
Después de un instante, se separaron, ambos sorprendidos por lo que acababa de suceder. Se miraron a los ojos, sonriendo como chiquillos y se dieron cuenta de que algo había cambiado. Ya no eran dos extraños perdidos en la selva, sino dos personas que habían compartido un momento tan especial juntos.
Finalmente, decidieron salir del cenote y buscar el camino de regreso. Por fin encontraron un camino que les llevó de vuelta al campamento y sus vidas. Se prometieron volver a encontrarse, pero nunca nunca sucedió, aunque jamás olvidarían aquel cenote paradisiaco y aquel beso que cambiaria sus vidas para siempre.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Soy agua, mi cuerpo se vuelve líquido.
Me miro en el espejo y los ojos me devuelvan la imagen de una cascada.
Ayer bebí demasiado y no agua precisamente.
La culpa de mi hermano, qué siempre me lia.
En el bar los camareros ni hecharon.
Lo último qué recuerdo es bañandonos en la fuente.
Meto el cuerpo en la ducha, a ver qué pasa.

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

Por un poco de líquido derramado
El día no pintaba nada bien, los roces eran cada vez más frecuentes y a veces, el solo hecho de una mirada, bastaba para que el momento explote.
Claro que Wilfredo trataba de mantenerse calmo, pero, ese día la gota rebasó el vaso.
Después de esa discusión la cosa no volvió a ser igual, algo había desestabilizado la relación y la confianza se rompió en mil pedazos, los mismos pedazos de vidrio que esparcidos por el piso junto al líquido y las rosas deshojadas, fueron en un momento parte del florero celeste, ese mismo que la tía Carola les obsequió el día que se mudaron.
Siempre habían dormido juntos, sin embargo, cuando ella pegó un portazo cerrando su habitación, él no tuvo más remedio que buscar reposo en el sillón del living.
El reloj de péndulo marcó las cinco campanadas y el despertar, todo parecía haber vuelto a la normalidad, pero no, cuando Wilfredo fue a la pieza ella se había marchado.
La tristeza lo embargaba y hasta una lágrima recorrió su barbada mejilla. La cama estirada y las pantuflas guardadas, le daban un mal presagio.
Se mantuvo un buen rato a la espera, pero nada sucedió, la tensión lo cansó y fue nuevamente al descanso, ahí, aún atento a lo que pudiese acontecer, el retraso lo derribó.
La tarde pasó sin sobresaltos y las sombras ya ensombrecían el entorno cuando escuchó la llave de la puerta de calle, enseguida se levantó y fue a su encuentro, frente a ella se mostraba arrepentido y mirándola a los ojos, esperó que lo comprendiese, las caricias sucumbieron en un abrazo y él, sintió que el amor volvía a su vida, no dijo nada y aunque hubiese querido, las palabras no le habrían salido, la emoción lo embargaba y en un abrazo gigante fundieron su amor. Ella lo separó, lo miró fijo y le dijo:
—¡Esta es la última vez que te perdono, ! ¿Entendiste?
Wilfredo agachó la mirada y con solo observarlo, ella lo beso.
Y fue así que esa tarde, ya bien entrada la noche, apenas salieron a la calle Wilfredo tensó la correa, orinó en el primer árbol que encontró y defecó unos metros más adelante. Una vez liberado y volviendo al hogar, mientras ella tiraba la bolsita de excremento a la basura, él se paró en dos patas en el piletón del patio pidiendo el agua que al tarro le faltaba.

MANUELA CÁMARA

EL CONFLICTO DEL AGUA.
El sol era abrasador, ya en las caléndulas de mayo, quemaban las dunas, las rocas, los campos de cebada de los que se alimentaba el ganado y los olivos que sobrevivían mostraban un tono un verde amarillento. Se habían secado las pozas que servían para el regadío, las lluvias no llegaban y el suministro de agua a las casas estaba cortado excepto dos horas al día. La desesperación era palpable en el ambiente, en el cual solo sobrevivían inmunes los enjambres de mosquitos, las chicharras frotando sus alas y los lagartos que corrían salvos hasta cruzando la carretera.
En esas condiciones llegó al pueblo un hombre que se hacía llamar el zahorí, con su don especial de encontrar agua bajo tierra y ofrecía sus servicios para solucionar el problema.
Los habitantes del pueblo se mostraron escépticos, pero la situación era tan grave que decidieron darle una oportunidad. Le cedieron una de las casas que alquilaban como alojamiento rural y El zahorí comenzó a caminar por los campos, con dos varillas de madera de avellano en las manos, buscando señales del agua subterránea. Así se convirtió en la esperanza y la expectación del pueblo. Al principio salía solo, pero pronto algunos hombres, aunque descreídos, empezaron a acompañarle para confirmar o el hallazgo de agua o su propia incredulidad.
El zahorí estaba ofuscado, sus varillas parecían un inútil instrumento de desesperación, hasta que una mañana comenzaron a vibrar en sus manos, oscilando y emitiendo un zumbido a través de sus puntas alargadas que se movieron solas hasta juntarse. El hombre gritó «Eureka» y ninguno de sus espectadores lo entendió, pero él tomó pala y azadón y comenzó a cavar con ahínco. Los lugareños estallaron en risas, comadreos, bromas y chanzas, pero el zahorí, apasionado con su hallazgo, no les hizo caso alguno. Tras una hora sin descanso cavando, cuando la zanja llegaba a la altura de sus muslos, el zahorí topó con algo duro e impenetrable. Apartó con las manos los restos de tierra que lo cubría y encontró un tubo de hormigón. Se alzó y miró a los lugareños que volvieron a estallar en carcajadas. El zahorí comprendió que había encontrado el canal de tuberías que suministraban de agua al pueblo. Sintiéndose burlado y grotesco, les preguntó «¿Por qué no me avisaron?» y solo obtuvo nuevas carcajadas por respuesta.
Este hecho tragicómico pronto dio la vuelta al pueblo, sumiendo al zahorí en el más despiadado de los ridículos.
Pero el zahorí, consciente del cambio climático, de que el pueblo estaba situado en la parte desértica de la región y sería el último en recibir ayudas, de que cuando llegara agosto se encontrarían en una situación límite; sabedor de que el agua potable ya la compraban embotellada y convencido de que allí tenía que haber algún manantial subterráneo procedente del deshielo de las montañas, no se dejó intimidar y al día siguiente pidió un plano del condado en el ayuntamiento para investigar por parcelas y probar con su don, una vez mas.
Caminó solo por los campos hasta un día, en que convocó a los escépticos. Tomó sus varillas y les mostró cómo volvían a vibrar, repartió pico y palas entre todos, y ellos, sintiéndose un poco culpables por la burla pública que le habían hecho, no protestaron y empezaron a cavar donde les indicaba. En mitad de la montaña colocó a uno de ellos a dos metros del suelo, al siguiente a dos metros por encima del primero. Al principio apareció tierra húmeda, que fueron desechando a un lado con la pala, hasta que el agua brotó, tímida como largos dedos de un metro que conforme afloraba, se chupaba la tierra sedienta. Continuaron cavando más adentro y hacia abajo, hasta que el agua tomó la consistencia del grosor de un brazo humano, que continuaba manando con más fuerza. Las gentes salieron a los terrenos. Todos labraban pequeñas zanjas por las lindes enlazadas para que llegara el agua por todos los caminos. El alcalde tomó muestras y las mandó a analizar comprobar su grado de potabilidad.
El nuevo manantial surtió casi entre los límites municipales de dos pueblos. En la semana siguiente los del pueblo de al lado empezaron a cavar también en la montaña procurando encontrar su propio manantial, pero al no aparecer agua ninguna, decidieron hacer zanjas furtivas por la noche para desviar el agua del manantial hacia su término municipal y sus tierras. La rivalidad ancestral entre ambos pueblos, ahora se convertía en una lucha por el agua.
Al principio hubo peleas individuales. Increpaciones y enfrentamientos verbales entre los que defendían que el agua estaba en sus términos municipales, y los otros, que el agua era para todos. Después se formaron grupos dispuestos a defender el líquido, que ninguno cegara las franjas del vecino. En los días siguientes los grupos iban armados, unos con azadones, otros con escopetas de caza. El alcalde del manantial, puesto que veía que el problema iba a mayores, decidió entrar en conversaciones con el del pueblo de al lado y pidió al zahorí que mediara entre ambos, puesto que era la única persona ajena al conflicto. El suceso salió en los medios de comunicación: Dos alcaldes rivales por un manantial de agua.
Llevaban dos semanas de conversaciones, ambos alcaldes sin ceder en su postura. El zahorí estaba desesperado, porque ni encontraba agua en el otro condado por mas vueltas que daba en sus tierras, ni conseguía que ambos alcaldes, presionados por sus paisanos, llegaran a un acuerdo. Propuso que la guardia civil custodiara el agua antes de se produjera una desgracia, pero esa misma tarde volvió a surgir otro enfrentamiento: en uno de los múltiples altercados, un ciudadano asestó al rival un disparo de escopeta llenándole el hombro de perdigonazos. Esta vez se desplazaron hasta el lugar las cámaras de televisión , ambos pueblos mediante sus declaraciones dieron fe de su mala predisposición y el sensacionalismo de los medios de comunicación pronosticaron que esto no había hecho nada más que empezar.
Entonces el zahorí pidió al maestro las llaves de la escuela unitaria, llamó a los alcaldes, se encerró por dentro con ellos y concedió la custodia de dicha llave al maestro: » De aquí no sale nadie hasta que lleguemos a un acuerdo. Si nosotros los pequeños no somos capaces de llegar a un convenio, qué pasará a nivel mundial», dijo el zahorí.
Durante catorce largas horas, pretextaron, se insultaron, se pidieron perdón, fundamentaron, contradijeron, alegaron derechos y el otro deberes, lo mío es mío, lo tuyo es de todos, volvieron a intentarlo. Negociaron agotados los tres. El zahorí tomó varios folios y empezó a redactar capitulaciones individuales:
Uno: Ambos pueblos se comprometen a no agredirse y a convivir en paz. Los alcaldes se responsabilizan a concienciar a los ciudadanos de cese de toda discordia en base a un bien común, indispensable para la comunidad. Ambos firmaron.
Dos: Cada quince días un pueblo se abastecería del agua durante el día y el otro por la noche y después alternarían. Ambos lo firmaron.
Tres: La custodia de la fuente y buen mantenimiento del agua pertenece a ambos y ambos estaban obligados a hacer el servicio de vigilancia, buen uso y mantenimiento equitativo. Ambos firmaron.
Cuatro: Ambos sufragarían la construcción de caños de los cuales la gente pudiera servirse para uso doméstico. Ambos firmaron.
Cinco: La celebración de la festividad del agua, tal día como hoy, como muestra de convivencia y concordia entre los pueblos. Ambos firmaron.
Los dos pueblos volvieron a salir en televisión no por sus conflictos, sino por la forma ejemplar en la que los habían resuelto. Siendo ejemplo de generosidad, colaboración y cooperación entre comunidades, trabajando juntas para proteger y conservar los recursos naturales. Además de fomentar la construcción de relaciones más fuertes y significativas entre las comunidades, y promover una mayor comprensión y respeto mutuo. El zahorí prometió regresar a descubrir una placa con su nombre, en un lugar tan ejemplar.

MATEO VIERA

Hongos y lluvia:
Me gusta mirar el cielo nocturno, cuando la lluvia amaina y se vislumbra levemente la luna, con su hermoso anillo de asteroides orbitando indiferentes a todo.
Agua, vinimos desesperados buscándola, sin embargo aquí no cesa de llover un segundo. Los hongos crecen por doquier. Yo mismo me recuesto sobre uno gigante, mirando el cielo para distraerme. Y llueve, llueve a cántaros. De a momentos la lluvia es fina y cerrada, no se ve a más de veinte metros, alucino, veo bultos que se remueven entre los matorrales de hongos. Otras veces las gotas caen voluminosas, y el cielo se pone violáceo y lo observo durante horas, embobado con la callada hermosura de esos pantanales sin fin.
Por suerte la comida no escasea, la computadora me dice que clases de hongos son comestibles, algunos tienen texturas parecidas a la carne; hongos asados, hongos a la plancha, hongos salteados, cazuela de hongos, brochette de hongos, hongos al horno, escaldados, mermelada de hongos dulces. Hongos y lluvia, a eso se limita mi vida en este momento. Siempre escucho INSX mientras cocino. Mi módulo se desprendió durante una de las tantas hiper-tormentas que son tan comunes por estos lares. Estoy incomunicado, varado, sin medios sencillos para regresar, y llueve ¡Cómo llueve! Me quito la escafandra en la entrada de los túneles que comunican con los templos subterráneos -no pudimos conocer los construcctores-, el único lugar seco, el aire es respirable, aunque se siente viciado y un leve olor a huevos podridos.
Amanece, me monto el traje, cargo los suministros, dispuesto para otra excursión, deseoso de encontrar la señal del módulo central. Y afuera llueve, por supuesto ¿Cómo no? La visión es casi nula, pero con los radares del traje era casi innecesario ver. Avanzo con ritmo pesado, entre la fangosa ciénaga. En los cerros es más sencillo -el micelio de los hongos se entrama formando un colchón- así que busco un terreno más alto y me sujeto de los troncos. Busco un cuadrante inexplorado. Me digo que este es el último mes que paso varado. Quizás la exposición a las esporas haya sido demasiado prolongada, quizás la atmósfera cargada de hidrógeno, vuelvo a alucinar. Las formas azuladas se revuelven esta vez entre el micelio enraizado.
Camino pesadamente varios kilómetros, las migrañas me atormentan. A veces pienso en rendirme, me siento cansado. Creo que iré buscando otra cueva en la que pasar la noche, en las laderas de los cerros siempre hay entradas. Mareado me recuesto al tronco esponjoso, me siento aturdido, casi paralizado. Las formas van cercándome lentamente, no siento miedo, estoy demasiado cansado para sentirlo.
Recobro la conciencia lentamente, me late las sienes, siento como si tuviese la cabeza en una trampa de osos. Nunca pensé verme tan patético, tirado en la ciénaga, flotando de cara al agua, la escafandra me protege de todo mal -sagrada escafandra- un zumbido intermitente rebota en mi cabeza y me regresa lentamente de mi ensueño ¡La señal!, busco desesperadamente hacer pie en el lodazal. Desorientado, exhausto. Escalo una pendiente mientras el indicador se intensifica, creo que lo veo, a lo lejos ¡La base! Corro, chapoteo, tropiezo y sigo corriendo.
Con lágrimas en los ojos entro en el predio, activo el interruptor, excitado, desesperado y bailo mientras la escotilla se abre. En la cámara de desinfección espero el procedimiento indicado y me quito el casco. La puerta se abre y salto a la recamara central. Algo anda mal. Los hongos crecen de las paredes y el suelo. Como una jungla en miniatura, y el vapor húmedo a ras del suelo suelta el maldito olor a huevos podridos. Se me encoge el estómago, recorro una por una las recámaras mientras la migraña vuelve. Afuera en la lluvia las figuras azules se agolpan y me observan, curiosas. Siento que me desplomo, pierdo el conocimiento.

SÁNCHEZ KATA MAR

Agua delicada y fina, que corre por los ríos, llanuras y valles.
la misma que recorre los tubos de cada casa la que da vida al ser vivo. Agua bendita de las eternas olas del mar Egeo del planeta entero.
Cada gota es un respiro para el muerto y sediento ser con tu cálido sabor endulzas el paladar de muchos para luego regresar al caudal del río Fucha.

TERE GIULIANO

Se mantuvo flotando con los brazos abiertos, sin esfuerzo, dejándose mecer por el suave vaivén de las pequeñas olas. El agua estaba cálida, agradable, su tez recibía el sol sin molestar. Era tanta su sensación de bienestar que no quería moverse, ni abrir los ojos, ni pensar en la partida. Sintió unas enormes ganas de cantar y comenzó a hacerlo en voz baja. Le venían a la mente canciones infantiles y permitió que de su boca salieran en tropel aquellas palabras que tantas veces había repetido: “vamos a ver cómo es el reino del revés…vamos a ver cómo es el reino del revés…” Agradeció que hubiera poca gente, cada uno disfrutaba a su manera, sin estar pendiente del de al lado. Por suerte, a su alrededor, no había nadie. Todos estaban cerca de la playa. Mantenía las orejas bajo el agua, de esa manera podía sólo escuchar su voz y acrecentar su placer “me dijeron que en el reino del revés, nada el pájaro y vuela el pez…” De vez en cuando movía sus piernas sensualmente y eran sábanas de seda que la rozaban. No quiero irme – pensaba –no quiero irme. ¡Repítelo, repítelo y se cumplirá! No quiero irme… “vamos a ver cómo es, el reino del revés…”
Abstraída, sintió apenas la sirena del barco que partía, sin alterar la paz que inundó su alma, mientras el agua inundaba su cuerpo…”vamos a ver cómo es…”

ALMUT KREUSCH

Las cataratas del Rin
Como cada miércoles a primera hora de la mañana Alarich Schmitz cargaba su barcaza con las hortalizas que cultivaba.
Vivía con su mujer y su hijo pequeño en Diessenhofen, un pequeño pueblo a orillas del Rin por su paso por Suiza y conocido por la excelente calidad de los productos agrícolas de sus tierras fértiles.
Vendía las verduras y frutas de su huerto todos los miércoles en el mercado de Schaffhausen, a diez kilómetros de Diessenhofen, a orillas del mismo rio. Los barcos no podían ir más lejos porque a poca distancia las tranquilas aguas del río se convertían en un infierno acuático infranqueable y mortal, las cataratas del Rin. Se precipitaban como una manada de animales salvajes, rugiendo, espumeando, arremolinándose y dando tumbos, para después y en cuestión de segundos volver a ser otra vez el inocente y pacífico río.
Aquel fastidio miércoles Alarich tenía mucho sueño. Estuvo hasta altas horas de la madrugada en la taberna, bebiendo y jugando a las cartas con sus amigos.
Cargó las hortalizas y metió la cara en el agua frio del rio para despejarse.
—¡Anda con cuidado! Y no demores la vuelta, se hace de noche ponto.—le advirtió su mujer Hildegard.
—Descuida,— le contestó Alarich riendo, —¡ Y sabes que mi barco ya conoce el camino!
Su mujer le entregó comida, pan, queso y un trozo de salchichón envueltos en una gruesa tela marrón.
Se despidieron con un beso y Alarich partió remando rio abajo con fuerzas. Los primeros rayos del sol le deslumbraron, aminoró el ritmo dejándose llevar por la corriente del río y cerró los ojos unos instantes para aliviar la incomodidad. Sin darse cuenta se quedó dormido.
El impacto de la barcaza contra una de las dos rocas que anunciaban la inminente catarata, le despertó. Gritó sin ser escuchado y aterrorizado vi el abismo que se abrió ante él, oyó el ruido infernal, consiguió ponerse en pie, agitó los brazos en vano, luego las masas de agua lo arrastraron violentamente, se precipitó al abismo y perdió el conocimiento.
Se despertó con la ropa empapada sentado en su barca que se movía apaciblemente con los movimientos del rio, con los remos como los recordó la última vez y no tenía heridas ni golpes ni dolores. Se dio la vuelta y pudo ver a lo lejos las cascadas que milagrosamente le habían escupido con vida e ileso. Le invadió una súbita sensación de increíble felicidad y euforia.
Atracó el barco en el embarcadero del primer pueblo. Saludaba a los pescadores de la orilla que no comprendieron como había podido aparecer un pescador desconocido en este lado del Rin y tan cerca de las cataratas. No creyeron la historia de Alarich, por mucho que éste insistía en su veracidad y finalmente pensaron que era un muchacho chiflado.
Este se puso furioso y no sabiendo cómo defenderse se puso a fanfarronear.
—Ya veis que con un poco de suerte se pueden vencer las cataratas del Rin, y si lo he conseguido medio dormido, estando despierto lo volveré a conseguir.
Todos intentaron persuadirle de lo contrario y diciendo que esta vez había sobrevivido solo gracias a la protección divina.
Pero Alarich no los escuchó.
Un hombre al que nadie había visto antes, envuelto en una capa negra, y con un gran sombrero de ala ancha del mismo color, los ojos inyectados de sangre y desprendiendo un olor raro como a humo y azufre pidió la palabra:
— La euforia se pronuncia fácilmente, pero luego la cobardía se impone. Apuesto cien táleros a que el muchacho no volverá a arriesgarse y si lo hace, no saldrá con vida.
—Alarich se dejó retar, no iba a permitir que nadie le arrebatara el honor y contestó furioso: —Lo voy a repetir y ya veréis como salgo vivo , ganaré la apuesta y nadie podrá acusarme de cobarde e indigno. Estad atentos porque mañana al mediodía me veréis bajar la catarata como una flecha.
Los lugareños no pudieron convencerle de lo contrario y la sonrisa del hombre misterioso parecía más bien una mueca fea y burlona.
Tampoco Hildegard y su hijo consiguieron que cambiara la idea, le rogaron que no arriesgara su vida innecesariamente, que la misma suerte no se iba a repetir, que pensara en su familia. Pero todo era en vano.
Alrich era astuto y su honor sólo podía salvarse aceptando el desafío.
Le vieron acercarse a gran velocidad a las cataratas del Rin. Desapareció entre las aguas salvajes. Nunca encontraron su cadáver, solo restos del destrozado barco.
En alguna noche despejada de luna llena, aparece la silueta fantasmal de una barca en medio de la cascada con una persona dentro que agita los brazos para volver a desaparecer sin dejar rastro. En la orilla, un hombre vestido con un abrigo negro y un sombrero de ala ancha del mismo color se funde con la noche y sólo se perciben sus ojos rojos incandescentes y el olor a humo y azufre.

MARÍA ISABEL PADILLA SANTERVAZ

EN BUSCA DEL REGALO DE LA VIDA
Omar nació en un lugar castigado por Dios donde el viento del desierto azotaba las jaimas, y las tormentas de arena mostraban su cara más hostil. Sin embargo, era un niño feliz. Jugaba con pelotas de trapo y aros de metal con sus hermanos y los amigos del campamento. Tenía la costumbre de desaparecer durante horas y regresar a casa con quimeras que el propio fuego del desierto caldeaba en su cabeza.
Entre sus muchas obligaciones en el entorno familiar, ayudaba a acarrear agua en garrafas de plástico desde el depósito de almacenamiento a su tienda. El depósito se encontraba a varios kilómetros del campamento, por lo que el chiquillo se obsesionó con la idea de encontrar el preciado líquido en un lugar más cercano donde trasladar las jaimas.
Después de cumplir con las tareas diarias, por las noches disfrutaba recostado en la arena, fuera de la jaima, contemplando el maravilloso espectáculo de las estrellas. A veces, se quedaba dormido y soñaba que un cometa iluminaba el desierto y lo llevaba en su cola en busca del tesoro escondido. En las noches de cuentos y leyendas, su familia, acomodada en cojines y alfombras, aseguraba que el avistamiento de un cometa en el cielo era presagio de bendiciones o desgracias. Por eso, cuando Omar soñaba con un cometa no pensaba en las desgracias, solo creía que algo bueno iba a suceder.
Aquella noche, bajo la inmensidad del firmamento, apoyada la cabeza entre sus brazos a modo de almohada, se incorporó de un brinco. El cielo se encendía con una preciosa luz que lo recorrió de forma fugaz para desvanecerse al instante, como si alguien la hubiera atrapado. Omar se quedó boquiabierto, con una sensación agridulce en el cuerpo cuando nuevas luces comenzaron a atravesar el espacio, y lo supo: Era la manifestación de las bendiciones. Debía ponerse en marcha y seguir el camino que le indicaban las luces, debía averiguar el mensaje.
Al amanecer, antes de que la familia despertara, abandonó la jaima vestido con su djellaba y la capucha para protegerse del fuerte sol del desierto. Emprendió el camino hacia donde las señales le aconsejaron. Allí esperaba encontrar el inapreciable tesoro del agua.
El sol despuntaba suave por oriente y amenazaba con clavar sus rayos en la inhóspita hamada, la zona pedregosa y estéril sin un atisbo de vegetación ni agua. Caminó toda la mañana, cruzándose con camelleros nómadas que conducían a sus bestias cargadas de bártulos. A medida que se alejaba del campamento, la quimera con la que hacía tiempo soñaba crecía en su interior.
De repente, el vuelo casi rasante de un ave distrajo su atención. Un águila se había posado a escasos metros de él. Era un ejemplar grande, de plumaje oscuro y brillante y una enorme cabeza redonda. Parecía esperarlo en medio de aquella agreste región. Omar se paró en seco, temeroso de lo que pudiera ocultarse dentro de aquella gran cabeza. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de que algunas piedrecitas se habían colado en sus sandalias de cuero y le dañaban las plantas de los pies. Dio algunos pasos entre quejidos y se agachó para quitarse aquellos molestos guijarros que le impedían avanzar. Cuando levantó la mirada, el águila estaba a su lado observándolo con sus grandes ojos amarillos. Omar se levantó de un salto y se alejó del ave, que no hizo ningún intento por perseguirlo. Sin embargo, se adelantó en el camino volviendo la cabeza repetidamente como para invitarlo a seguirle. Omar, con la precaución de sus pocos años, comenzó a caminar detrás, a una distancia prudente. No apreció ninguna mala intención en la actitud del animal, y poco después iban juntos hacia una dirección incierta.
El chico creyó que había recorrido todo el Sahara, cuando notó su cuerpo terriblemente fatigado y que su cabeza le hervía. Pensó que las alucinaciones que, según su madre, padecía comenzaban a acomodarse en su mente. Pero, de pronto advirtió un cambio en el paisaje. La aridez de la hamada había desaparecido. Frente a ellos, emergieron las dunas, esbeltas, brillantes, acogedoras, junto a arbustos y diferentes plantas que anunciaban la presencia de agua subterránea. Entusiasmado, sacó del bolsillo un puñado de dátiles y empezó a comer. Luego, se cubrió la cabeza con la capucha y aligeró el paso. El agua estaba cerca, lo sabía. A lo lejos divisó palmeras y el verdor de la vegetación.
Finalmente, llegó al lugar y contempló el agua resplandecer bajo los rayos del sol. Se arrodilló junto al manantial y, haciendo cuenco con las manos, bebió hasta saciarse. Después, se cobijó a la sombra de las palmeras, acompañado por su águila. Su rostro estaba quemado por el sol y el aire caliente; no le importaba, se sentía feliz. Regresaría al campamento para anunciar a todos su hallazgo y convencerles de trasladar el campamento hasta allí para vivir junto al agua.
Tras descansar un poco, emprendió el camino de vuelta, siempre acompañado por el águila que, tan pronto llegaron a la jaima, tal como había aparecido, se esfumó.
Poco después, su padre le daba un brebaje para ahuyentar la insolación. El chico hablaba sin parar de un oasis, de agua cristalina y un águila que lo había guiado hasta la jaima. Su madre, en cuclillas, lo acariciaba, reprendiéndolo con dulzura por haber abandonado la tienda. Le dijo que el fuerte calor del desierto le hacía ver espejismos. Por suerte, añadió, Mustafá, el cabrero, te encontró en la hamada inconsciente, y te trajo a casa.
Sin embargo, su padre lo regañó con dureza, no era la primera vez que Omar se ausentaba en busca de un tesoro imaginario. Sus hermanos sonreían burlones, escépticos frente a la convicción del chico que alegaba que no mentía ni había soñado cuanto les había contado.
Aquella noche, recostado en la arena, a Omar le pareció ver unos ojos amarillos entre las estrellas. Instintivamente, vació los bolsillos de la djellaba y sacó una pluma oscura. La expuso a la luz de la luna y se volvió resplandeciente. Sonrió al tiempo que, en silencio, seguía escudriñando su cielo.

GABRIELA MOTTA

El lado izquierdo de la carretera
En Villa Formosa el agua era un recurso que se distribuía por zonas, la línea divisora era la carretera. Los que vivían a su izquierda disfrutaban del agua potable en sus casas, los que vivíamos a la derecha teníamos una canilla a cada veinte cuadras, esto hacía que el agua fuera muy valorada por todas y todos. También sucedía que cuando había elecciones, o algún festejo como el día del niño o navidad la gente del lado izquierdo venían a traernos comida, vestimentas y regalos, a mí me gustaba vivir del lado derecho solo por eso, lo que no me gustaba mucho era cargar los bidones con agua, pero ya me había acostumbrado. En esa época yo tenía siete años y no era consciente de esta diferencia social. Nosotros éramos una familia numerosa que vivíamos en una casa construida de madera y chapa, cada mañana antes de ir a la escuela íbamos hasta la canilla más cerca de casa y traíamos bidones con agua para abastecernos. Esa mañana mamá me pidió que llenáramos un bidón extra porque en la tarde nos vendrían a visitar un grupo de niños que hacían catequesis en la iglesia y nos traerían regalos. Aunque yo no entendía muy bien porque nos regalaban tanto fui contenta por el agua. Cuando por fin llegaron estaban cansados y con mucha sed, todos pedían agua a gritos. Entonces mamá me pidió que trajera el bidón y les explicó que solo teníamos algunos vasos, que no alcanzarían para todos, pero que los debían compartir. En realidad, de vidrío teníamos solo dos, después lo que había eran latitas que las usábamos como vasos. No sé que pasó, pero los niños no quisieron tomar el agua, la señora que venía con ellos tomó un trago y lo pasó a la niña que estaba a su derecha y ella también tomó, pero después los demás no quisieron. Me arrimé a una de las niñas y le pregunté qué pasaba, por qué de pronto ya nadie tenía sed, ella me contestó que el agua estaba caliente, el bidón y los vasos sucios. ¡Ah es solo por eso!, le dije sorprendida, acá todos los días tomamos el agua así, ¿hay otra forma de tomarla? Sí, me contestó, en casa el agua la sacamos de la canilla, la pasamos por un purificador y después la ponemos a enfriar en la heladera, o si no, le agregamos cubitos de hielo para que este fresca. La miré a los ojos y le pregunté: ¿Tenés una canilla solo para vos en tu casa?, sí, todos tenemos una. Y fue entonces cuando le dije a mamá que teníamos que mudarnos para el lado izquierdo de la carretera.

YOLILLANA RELATOS

LA MEDUSA
Era el primer domingo de septiembre, y también era el primer día de aquél verano en el que me bañaba en la playa. Es lo que tiene vivir cerca, que a veces se pasa el verano entero sin pisarla.
Mi prima había venido con su familia a pasar unos días en la playa, y yo llevaba varios años sin verla. Así que decidí acercarme para pasar el día con ella, justo en la playa en la prácticamente nos habíamos criado.
Si algo disfruto del mar, y mucho, es nadar en él. Nadar en general me gusta, pero nadar en el mar, buah! es una experiencia distinta, es un nivel superior. Una mezcla del disfrute que me aporta el estar sumergida en un líquido que puede dominarte, y la sensación de ser tú la quien lo domina.
Mi prima y su familia empezaron a ponerse crema y yo siempre he preferido bañarme primero y ponerme la crema después, además así podía nadar sola. Aunque en todo el verano no había sentido la necesidad en ningún momento de ir a la playa, en cuánto puse un pie en el agua me sentí culpable por no haber ido antes. Como si le debiera una disculpa al mar por no haberlo visitado aquel año.
Me sumergí y empecé a nadar. Salía del agua de vez en cuando para girarme y ver la orilla. A veces me relajo tanto que pierdo la noción del tiempo y me alejo demasiado.
No llevaba gafas de natación, así que simplemente cerraba los ojos.
Recuerdo que cuando era pequeña me daba miedo nadar así, por si le daba un manotazo a una medusa, a un pez, o se me enrollaba el brazo en una bolsa de plástico de esas que por desgracia flotan en el mar.
Ahora me encanta.
Es lo más parecido a meditar: cierro los ojos, dejo mi cuerpo relajado con la fuerza justa para poder hacer el ejercicio y cuento brazadas
una… dos… tres… cuatro… respira
cinco…seis…siete…ocho… respira
nueve… diez… once… doce… respira
Cuando llegaba a la brazada veinticuatro paraba, sacaba la cabeza del agua, abría los ojos y miraba hacia la orilla para comprobar que seguía nadando en línea recta.
La segunda vez que paré vi una medusa. Pequeña y perfecta. Con su cabecita redonda y de un precioso color morado transparente. Aunque alguna vez me picó alguna, ni me dan miedo, ni me asustan.
Me alejé un poco para poder verla mejor. El agua estaba muy clara y calmada aquella mañana, se la podía ver perfectamente.
Aunque el agua la balanceaba suavemente, ella se dejaba llevar por el movimiento del mar, pero apenas se desplazaba.
Por un momento me imaginé que ella también me estaba observando, y mientras imaginaba qué pensarían aquellos seres de nosotros, los humanos, escuché una voz:
Hola! – escuché sin saber de dónde venía aquel sonido – hace buen día hoy, verdad?
Me giré para buscar a quién me estuviera hablando, pero no vi a nadie, y volví a escuchar:
¿Para tí no hace buen día? – dijo sorprendida la voz – Bueno, para mí realmente es que hace bueno todos los días. Este verano está siendo especialmente caluroso. La temperatura del agua es tan alta, que todos nuestros familiares han venido a veranear este año aquí – dijo mientras yo seguía buscando el origen de esa voz.
Perdona, ¿quién eres? – Dije extrañada, porque seguía sin ver a nadie
Soy Luna, la medusa, ¿no me ves?
Miré hacia abajo y ahí estaba ella. Mirándome fijamente y poniendo sus pequeños tentáculos en forma de jarras.
¡No me lo podía creer!
EH! ¿Luna? ¿Eres una medusa parlante? y, ¿además tienes nombre? – No sabía qué me sorprendía más
Bueno, mi abuela dice que su bisabuela le contaba que cuando su tatarabuela era pequeña, las medusas solían hablar con la gente, pero que vosotros empezasteis a ser cada vez más y más y más, y como además os pasáis todo el verano huyendo de nosotras, porque os dan miedo nuestras picaduras, nos hemos ido alejando de vosotros. – su voz parecía triste – de hecho creo que eres la primera humana con la que hablo
Bueno, si te sirve de algo, tú también eres la primera medusa con la que hablo – dije intentando animarla un poco. – Y estás sola? Creo que no he visto a ninguna otra medusa mientras nadaba
Sí, hoy vine sola. A mi familia le gusta venir más tarde porque el agua está aún más calentita. Y mis abuelos solo salen a la superficie bien entrada la tarde. Además me gusta venir sola, si vienen ellos no me dejan acercarme a la orilla.
¡Qué curioso! – dije – nosotros hacemos justo lo contrario, no dejamos a los niños que se metan solos en el agua, y a vosotras no os dejan acercaros a la orilla.
Mi cabeza estaba a punto de sufrir un cortocircuito. Una cosa es imaginar que la medusa te está mirando, y otra muy distinta es entablar una conversación con ella.
Hace años tuve un compañero de trabajo que decía que hablar con las plantas está bien, pero que si te empiezan a contestar, tienes un problema.
¿Me estaría volviendo loca?
Mientras tenía estos pensamientos, una ola arrastró un poco a Luna hacia la orilla, y la vi alejarse de mí, sin poner resistencia.
Busqué a mi prima y su familia, y vi que aún seguían con el ritual de embadurnamiento en crema protectora.
Dediqué una mirada hacia el último sitio donde había visto a Luna, pero no había rastro de ella.
Cerré los ojos, me sumergí en el agua, y empecé a nadar.
Uno… dos… tres… cuatro… respira
cinco… seis… siete… ocho… respira

JAVIER GARCÍA HOYOS

Luca cayó de rodillas sobre la ardiente arena. El sudor de su frente era el único líquido que había tocado sus labios en varios días. Miró a su alrededor, el invariable paisaje de interminables dunas parecía querer acompañarle, hasta que su cuerpo decidiera rendirse por agotamiento.
Sentía el acelerado golpeteo de su corazón, como si quisiera llamar la atención de su mente para avisarle de que algo peligroso estaba ocurriendo.
Trató de levantarse, pero sus fuerzas le habían abandonado. Cada vez respiraba con menos fuerza.
De los cinco supervivientes del accidente, solo él quedaba ya con vida. Él y su sombra. Su sombra. Deseaba tanto estar su cobijo, protegerse del impío Sol, que trataba de engañarla para ponerse bajo ella.
El mismo William trataba de advertirle de lo absurda que era aquella idea, y cuando Luca comprobó que su amigo tenía razón, empezó a reírse para, segundos después, comenzar a llorar al recordar que aquel amigo no existía.
Varias lágrimas cayeron a la arena. Luca empezó a excavar compulsivamente en busca de aquel agua desperdiciada.
Poco a poco sus manos se hundían más y más en aquel agujero hecho en medio del vasto desierto. Notó humedad en sus manos, excavó con más frenesí, y entonces lo vio. Vio un pequeño brote de agua que manaba del suelo.
Con las manos, Luca recogió el agua que pudo y la bebió, después llenó su cantimplora. Trató de levantarse de nuevo, pero estaba tan cansado… Ahora no parecía hacer tanto calor, quizá le vendría bien dormir un poco.
Luca cerró los ojos, en su mano sostenía la cantimplora, repleta de arena.

MARY CORREA

El pozo
Como todos los días Don Casimiro salió a hacer su recorrido habitual, en el camino se encontró con su amigo de andanzas, -¿qué haces Ramón, caminando con esos palitos cruzados ?- Preguntó Don Casimiro riéndose de su amigo -pareces un loco. – Busco agua, hace más de dos meses que no llueve y Andreina necesita agua para regar sus plantas -contestó Don Ramón mientras caminaba con los palitos. – No te preocupes por el agua, porque mis huesos me están diciendo que en estos días llueve -dijo don Casimiro. – El canal de meteorología no ha dicho nada sobre lluvias, así que estoy buscando agua.-dijo don Ramón a su amigo. – ¿Y con esos palos vas a encontrar agua? jaja- se rió Don Casimiro. – Y tus huesos saben más que los meteorólogos -contestó Don Ramón, en eso los palitos de Don Ramón comenzaron a inclinarse, -Acá hay agua -aseguro Don Ramón. -Pero hombre estás en el medio de la carretera, ¿no vas a poner un pozo ahí?- preguntó Don Casimiro. Don Ramón no contestó estaba muy concentrado en lo que estaba haciendo. -Debo encontrar la beta -siguió caminando muy despacio, los palitos cayeron hacia abajo apuntando el lugar justo a un lado de la carretera, -aquí está la beta – gritó don Ramón. -Voy a seguir mi recorrido, suerte con lo del agua -contestó Don Casimiro – te dejo con tu locura. Al siguiente día cuando pasó por el lugar, Don Casimiro vio a Don Ramón y algunos muchacho del pueblo haciendo el pozo a un costado de la carretera, se asomó a la orilla del pozo y a unos dos metros se veía a Ramón escarbando como topo. -¿que hace Ramón?-preguntó Don Casimiro. – Te dije que busco agua.-contestó Don Ramón, ya cansado de la burla de su amigo.- Pero te digo que va a llover, hombre – le aseguro Don Casimiro. – Si, si ya me dijiste que tus huesos saben más que los meteorólogos, la encontré, encontré la beta, sigan muchachos, -gritó Don Ramón lleno de alegría, cuando al fin el pozo comenzó a manar agua. Don Casimiro se fue calladito, antes de que su amigo dijera algo, tenía razón con dos palos había encontrado agua. Ariel el ferretero ayudó con los materiales para revestirlo, José el herrero hizo la rondana para el balde, y la tapa del brocal. Revestido todo en canto rodado, el pozo de agua quedó terminado en menos de una semana, con la ayuda de los vecinos del pueblo. Llegó el día de la inauguración, todos estaban ahí hasta Don Casimiro, -te dije que encontraría agua ¿y ahora porque no te ríes?- dijo don Ramón a su amigo. -Si tenías razón hombre, pero te digo que va a llover.- contestó Don Casimiro.-Si, si cómo digas.- replicó Don Ramón.
Después de la inauguración del pozo todos se fueron a sus casas, felices de que iban a tener agua a pesar de la sequía por la que estaban pasando. Esa noche comenzó a llover a cántaros, Don Casimiro tomó el teléfono y llamó a su amigo. -¿ y ahora porque no te ries?, te dije que llovería, – Si, tenías razón, está lloviendo, pero vas a ver qué mañana no llueve más- contestó Don Ramón. En el pueblo El Pozo que así lo nombraron al pueblo, llovió sin parar por más de una semana.

BEA ARTEENCUERO

Esa lágrima,que se desprende de tus ojos
Y corre veloz por los surcos
De tu rostro
Como gota de agua
Cual manantial
Que abriga el dolor
Se detiene en la
Comisura de tu boca
Quiero absorberla
Con mis labios
En ese beso perdido.
Más no se detiene
Presurosa sigue su
Camino.
Tu mirada apagada
Me habla de nostalgias
Lejanas
Y yo…yo
Solo quiero verte feliz.
Y en mi desespero
Cuando llega a las
Curvas de tus pecho
La recojo con mis manos
En una suave caricia,
Se escurre entre mis dedos
Y se prende en el aire
Para llegar al cielo
! Oh ! Amada
Esa lágrima que
Que se desprendió
De tus ojos
En un instante fugaz
Hoy anida en esa nube…

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

En este mundo de desesperación, solo queda una pregunta: ¿Qué será de la humanidad cuando la última gota de agua se agote?
Toc… Toc… Toc…
«La gota»
La sequía había llegado y las consecuencias eran devastadoras. La tierra se había secado, los cultivos habían muerto y los ríos y pozos estaban secos. La gente estaba empezando a sentir el peso del hambre y la sed, y la situación se estaba volviendo cada vez más desesperada. Lo que más enfurecía a los habitantes del pueblo era la falta de acción por parte del gobierno. A pesar de que la sequía se estaba extendiendo en todo el mundo, las medidas tomadas por las autoridades eran insuficientes y tardías.
La indignación estaba en su punto máximo cuando el alcalde Don Guillermo convocó a todos los vecinos a la plaza central de Bailén para calmar los ánimos y encontrar soluciones. Sin embargo, los ciudadanos estaban enojados y las interrupciones no tardaron en aparecer. Don Guillermo tendría que usar toda su habilidad para convencer a los vecinos de que juntos podrían encontrar una solución a este problema que amenazaba la existencia del pueblo.
—Buenos días, vecinos y vecinas de Bailén. Hoy quiero hablar sobre la situación crítica de sequía que estamos enfrentando y las medidas que debemos tomar para superarla —dijo el alcalde.
—¿Y qué medidas piensas tomar? Ya no podemos seguir aguantando esta situación —preguntó un vecino.
—Entiendo su frustración y preocupación, pero como autoridad del pueblo, debo asegurarme de que tomamos decisiones responsables para evitar una crisis mayor. Por eso, estamos estableciendo medidas para reducir el uso de agua en las casas —respondió el alcalde.
—¿Y qué significa eso? ¿Vamos a tener que reducir nuestra higiene personal? —preguntó otro vecino.
—No, por supuesto que no. Los cortes de agua solo se aplicarán en situaciones extremas y por un período limitado de tiempo. También estamos buscando alternativas para obtener agua de otras fuentes y trabajando en colaboración con otras comunidades para compartir recursos —explicó el alcalde.
—¿Pero por qué no se hizo algo antes? ¿Por qué esperamos hasta ahora para tomar medidas? —preguntó otro vecino.
—Bueno, la sequía es un problema a largo plazo y no siempre es fácil predecir cuándo llegará. Pero estamos haciendo todo lo posible para abordar la situación lo antes posible y minimizar el impacto en nuestra comunidad —respondió el alcalde.
—¡Pero las medidas son demasiado drásticas! ¡No podemos permitir esto! —exclamó un vecino.
—Entiendo su frustración, pero si no tomamos medidas ahora, la situación solo empeorará y será más difícil de resolver. Necesitamos trabajar juntos como una comunidad para enfrentar este problema y encontrar soluciones a largo plazo —contestó el alcalde.
—¿Y qué podemos hacer nosotros como ciudadanos? —preguntó otro vecino.
—Bueno, hay muchas cosas que podemos hacer, como reducir el uso de agua en nuestros hogares, buscar formas alternativas de obtener agua y compartir recursos con nuestra comunidad. También podemos informarnos y educar a otros sobre cómo conservar el agua y hacer un uso más eficiente de ella —respondió el alcalde.
—Bueno, espero que esto se resuelva pronto. No podemos vivir así por mucho tiempo —dijo otro vecino.
—Estoy de acuerdo. Como líder de esta comunidad, estoy comprometido a trabajar con ustedes para encontrar soluciones a largo plazo y asegurarnos de que nuestra comunidad esté preparada para enfrentar cualquier desafío. Gracias por su atención y colaboración en esta situación crítica —concluyó el alcalde.
El alcalde había terminado su discurso sobre el problema de la sequía que estaba azotando al pueblo de Bailén, pero los vecinos seguían discutiendo acerca de la posibilidad de encontrar agua en algún lugar del pueblo. La situación había llegado a un punto crítico, y el desesperado pueblo se encontraba sumido en la incertidumbre y la desesperanza.
Mientras Don Guillermo se retiraba del lugar de la reunión, una anciana del pueblo, Begoña, lo detuvo agarrándolo fuertemente de la muñeca. Ella lo había conocido desde que era niño y conocía los secretos más oscuros de la historia de la región y las leyendas que se contaban sobre los peligros que se escondían bajo la superficie de la tierra.
Begoña advirtió al alcalde sobre el peligro de una de las excavaciones secretas que estaba perpetrando en un lugar del pueblo.
—¡Don Guillermo! ¡Detente! No continúes cavando en ese lugar. Es muy peligroso. Estás llegando a la entrada del inframundo donde habitan seres extraños y peligrosos. No debes perturbar el sueño de aquellos que han descansado bajo tierra durante siglos —avisó Begoña.
—¿Qué estás hablando, señora? No quiero escuchar tus tonterías. Llévensela de aquí, no la quiero cerca de nosotros —exclamó Don Guillermo, rechazando las palabras de Begoña.
La señora se sintió ofendida y humillada por la reacción del alcalde, quien claramente estaba ocultando algo al pueblo. Don Guillermo pensó que Begoña era solo una anciana que había perdido la razón, y la envió a las autoridades para que la detuvieran por disturbios públicos.
Mientras tanto, en el pueblo, la sequía seguía causando conflictos entre los vecinos. Algunos se dedicaban al robo de los recursos hídricos, otros intentaban obtener agua de las fuentes del pueblo y otros utilizaban las varillas de radiestesia para buscar balsas de agua subterránea.
Finalmente, el equipo de técnicos y profesionales descubrió unas cuevas bajo una montaña que albergaban una gran balsa de agua. Era el único lugar de Bailén que aún mantenía una importante reserva de agua, y el alcalde y sus allegados lo habían mantenido en secreto para abastecerse de ella.
Don Guillermo, decidido a obtener el agua a toda costa, ordenó a sus hombres que siguieran excavando en el lugar prohibido, sin importarles las posibles consecuencias. Lo que no sabían era que algo peligroso y maligno dormía en las profundidades de la tierra.
Dos peritos que trabajaban en la búsqueda de agua se sorprendieron al encontrar un antiguo pozo sellado en lo más profundo de las cuevas. Se preguntaron cómo había llegado allí ese pozo tallado y bien construido, ya que la cueva estaba oculta y sellada bajo tierra. Buscaron las herramientas necesarias para destaparlo y acceder a su interior, para comprobar si era el causante del agua que habían detectado en ese lugar.
El sello del pozo era de metal y las puertas presentaban algunos símbolos antiguos grabados en ellas. A pesar de su aparente importancia histórica, los técnicos ignoraron estos detalles y procedieron a abrir el pozo bajo la presión del gobierno para encontrar agua lo antes posible sin alertar al pueblo.
Toc… Toc… Toc…
—Manolo, mira esto. Parecen unos símbolos antiguos en un idioma desconocido —dijo Pedro, señalando un conjunto de símbolos tallados en una roca.
—Olvídalo, Pedro. Nos pagan para encontrar agua, no para buscar lenguas antiguas o descifrar jeroglíficos —respondió Manolo, apartando la mirada.
—Pero ¿Y si descubrimos algo importante? No me gusta esto. Es como destruir la historia y borrar las huellas de lo que ocurrió en estas tierras antes que nosotros —insistió Pedro.
—Si estas cosas han permanecido ocultas y nadie las ha descubierto hasta ahora, ¿Crees que el alcalde se preocupará por ellas? Estamos trabajando en secreto y no podemos permitir que nada nos distraiga de nuestra misión. —respondió Manolo, tratando de convencer a Pedro.
Toc… Toc… Toc…
—¿Has oído eso? Parece que hay agua fluyendo. El sonido viene del pozo —exclamó Pedro.
—Eso significa que estamos cerca. El agua que buscamos está justo debajo de nosotros —dijo Manolo, emocionado.
—Debemos informar al jefe y al alcalde de nuestro descubrimiento —dijo Pedro, preocupado por las consecuencias.
—Antes de hacer nada, debemos investigar el pozo y asegurarnos de que hay suficiente agua para justificar la extracción. También necesitamos medir la cantidad que podemos extraer sin agotar el acuífero. —explicó Manolo, con calma.
Toc… Toc… Toc…
—Tienes razón. Voy a preparar todo lo necesario para entrar al pozo y explorarlo a fondo —dijo Pedro, listo para empezar.
—Mientras tanto, yo iré a informar al jefe y al alcalde. No entres sin mí, es peligroso y necesitamos trabajar juntos. —advirtió Manolo, antes de salir corriendo.
—No tardes, estoy ansioso por ver qué hay allí abajo —dijo Pedro, esperando impaciente.
Toc… Toc… Toc…
Pedro estaba ocupado con los preparativos para adentrarse en el pozo y explorar su interior, tan concentrado en su tarea que no se percató de la presencia detrás de él. Escuchó el sonido repetitivo de «toc… toc… toc…» que llamó su atención al ser tan cercano. Al coger una linterna para averiguar si la filtración estaba justo en la entrada del pozo, unas manos invisibles lo agarraron y lo arrastraron al interior del pozo. El grito desesperado de Pedro no llegó a oídos de Manolo, quien estaba charlando con el jefe del operativo, Cristóbal, y no se percataron de la ausencia de su compañero hasta su llegada.
Toc… Toc… Toc…
—¿Y Pedro? —preguntó Cristóbal con preocupación.
—No lo sé, estaba preparando las cosas para entrar al pozo cuando me fui —contestó Manolo con un tono preocupado.
—¿Podría haber entrado al pozo solo? —preguntó Cristóbal.
—Es una posibilidad. Pero le dije que esperara a que llegáramos todos antes de entrar —respondió Manolo con tono de frustración.
—Tenemos que informar al alcalde de que ha ocurrido un accidente y hemos perdido a un hombre —dijo Cristóbal con seriedad.
—Pero eso detendrá el trabajo. Si la familia se entera o si se filtra la información, podríamos tener problemas —respondió Manolo con nerviosismo.
En ese mismo instante, el alcalde entró en la cueva acompañado por Julián, quien quería ver el trabajo de los técnicos en excavaciones y lo que habían logrado avanzar en la búsqueda de una reserva de agua. Sin embargo, la noticia de la desaparición se propagó rápidamente entre los trabajadores y pronto llegó a oídos de Don Guillermo. Éste se acercó al pozo para ver lo que habían encontrado y hablar sobre los detalles con el jefe de la excavación.
Toc… Toc… Toc…
—¿Qué ha pasado? ¿Hemos perdido a alguien? —preguntó Don Guillermo con preocupación al entrar en la cueva junto a Julián para ver el trabajo de los técnicos en excavaciones.
—Buenas, Don Guillermo. Manolo dejó a su compañero aquí para hacer una observación del pozo que han descubierto y vino a avisarme de la operación, pero al llegar, Pedro ya no estaba y creemos que ha podido caer en el pozo —explicó Cristóbal.
Toc… Toc… Toc…
—¿Cómo podemos comunicárselo a su familia? ¿Tenemos el equipo necesario para buscar dentro del pozo? —preguntó Don Guillermo, buscando soluciones.
—Sí, tenemos el equipo, pero no podemos asegurar que podremos sacar el cuerpo. Desconocemos la profundidad y las irregularidades del pozo —respondió Manolo con preocupación.
—Debemos comprobar la profundidad y buscar a Pedro. Si no lo hacemos, no sabremos cómo salir de esta situación. Julián, acércate, necesito que veas esto —dijo Don Guillermo, llamando a Julián para unir fuerzas.
Toc… Toc… Toc…
—Don Guillermo, he escuchado toda la conversación y creo que es necesario hablar con la familia de Pedro y destapar todo esto. No podemos ocultar esto al pueblo, y mucho menos en un lugar como este, con tanta historia en Bailén. Yo no puedo apoyar este proyecto, creo que es mejor que me marche antes de que me vea desafortunadamente involucrado —dijo Julián con una expresión decidida.
—No te vayas, Julián. Tenemos que resolver esto juntos. Si se filtra esta información, tendremos un problema muy grave. Vamos a tener agua durante un año, posiblemente, y si tenemos que abastecer a todos los vecinos, no llegaremos ni para un mes —respondió Don Guillermo, tratando de persuadir a Julián de que se quedara.
—Lo sé, pero si eso sirve para alimentar y abastecer de agua a este pueblo durante un mes, que así sea —dijo Julián con seriedad.
Toc… Toc… Toc…
—Por favor, no nos abandones en este momento tan difícil. Debemos hacer lo correcto y resolver esto juntos —insistió Don Guillermo.
—No podemos seguir ocultando esto. No cuentes conmigo para este proyecto. Me marcho y haré como si no hubiera visto nada. Pero no puedo garantizar que no se filtre información de este sitio después de haber perdido a un trabajador en una obra ilegal —dijo Julián antes de irse, dejando a Don Guillermo y al resto del equipo preocupados.
Don Guillermo, enfurecido, se acercó a la boca del pozo para observar su oscuro interior. Sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo y percibió un olor nauseabundo que se filtraba por sus fosas nasales. Escuchó el sonido repetitivo de Toc… Toc… Toc… y se acercó más para escuchar con atención. De repente, sintió que unas manos invisibles lo agarraban y tiraban de él, perdió el equilibrio y cayó dentro del pozo.
Julián estaba saliendo de la cueva cuando escuchó el grito ensordecedor de Don Guillermo. Se detuvo y miró hacia atrás con preocupación. En ese momento, vio cómo los operarios y trabajadores de la cueva abandonaban sus labores para salir corriendo, alarmados por los gritos de Manolo y Cristóbal, quienes avisaban de la caída del alcalde en el pozo y la presencia de algo invisible que lo había empujado hacia adentro. Alarmado, Julián se dirigió rápidamente hacia la entrada de la cueva para hacer una llamada por teléfono.
—Mamá, tenemos que salir de aquí, algo raro ha pasado en el pueblo —explicó Julián, su voz llena de preocupación.
—¿Qué ha sucedido, hijo? No me asustes —preguntó su madre con ansiedad.
—No estoy seguro de lo que ha sucedido exactamente, pero han encontrado un lugar oculto en una cueva y han destapado un pozo antiguo del que se ha escapado algo siniestro —respondió Julián sin darse cuenta de que alguien estaba detrás de él.
Toc… Toc… Toc…
—¿Qué pasa, hijo? No me asustes así. —preguntó la madre de Julián, desesperada, después de que el grito de su hijo retumbara en sus oídos como un estruendo ensordecedor.
La madre de Julián dejó el teléfono en línea y salió corriendo a la calle para alertar a sus vecinos sobre lo sucedido. Estaba preocupada y confundida por la noticia que su hijo le había relatado. Los vecinos, sorprendidos por la noticia, se reunieron a su alrededor, tratando de consolarla y ayudarla.
Mientras tanto, los vecinos que habían escuchado los planes del alcalde decidieron protestar y dirigirse hacia las excavaciones. Sin embargo, al llegar allí, se encontraron con que la zona estaba desierta y vacía, sin rastro de los trabajadores de la excavación. Algunos de los más valientes se aventuraron en la cueva, pero no encontraron ninguna señal de vida. Todo estaba en un inquietante silencio, interrumpido solo por el continuo sonido de «Toc… Toc… Toc…», como si una gota estuviera cayendo y golpeando una y otra vez en las rocas.
A pesar de que los vecinos no encontraron nada, estaban contentos por haber descubierto una fuente de agua para el pueblo. Sin embargo, habían olvidado por completo la razón por la que habían llegado hasta ese lugar. Uno de ellos se dio cuenta de que el grupo de hombres estaba disminuyendo poco a poco, pero nadie podía explicar lo que estaba sucediendo.
Toc… Toc… Toc…
Aquella cosa que emitía un extraño sonido similar al de una gota, pasó por entre los vecinos dejándolos en shock y atónitos. Varios de sus acompañantes fueron agarrados de manera extraña por una fuerza invisible que los empujaba hacia la cueva, desapareciendo en su interior y dejando tras de sí una oleada de gritos que rebotaban en las paredes como un eco interminable.
Asustados, los vecinos corrieron hacia sus casas para refugiarse, sin saber exactamente de qué estaban huyendo. Rápidamente alertaron al pueblo entero sobre una entidad invisible y desconocida que estaba arrastrando a las personas hacia el fondo de la cueva maldita, sin que nadie pudiera hacer nada para evitarlo.
Pronto, el caos se apoderó del pueblo de Bailén. Las desapariciones y los extraños sucesos se multiplicaron, y la gente empezó a temer por sus vidas. Begoña se dio cuenta de que el alcalde había ignorado sus advertencias y había desatado algo aterrador en su obsesión por el agua.
Toc… Toc… Toc…
El pueblo entero estaba sumido en una pesadilla aterradora. Ya no solo tenían que luchar por sobrevivir sin alimentos ni agua, sino también contra una amenaza invisible que los obligaba a encerrarse en sus hogares, e incluso a muchos de ellos a tapiar puertas y ventanas. Llegó la primera noche en la que debían dormir sabiendo que esa cosa caminaba libremente por las calles de Bailén y había acabado con gran parte de los habitantes menos precavidos del pueblo. Algunos lograron dejar sus miedos a un lado para poder dormir, pero pronto se despertaban al escuchar el sonido de una gota al caer: Toc… Toc… Toc…
La noche se convirtió en la más larga y extraña de sus vidas, y muchos acababan cediendo al sonido, como hechizados por la sed que no podían saciar. Un gran coro de gritos se deslizaba por la noche como un eco fantasmal. Aterrorizados y sin poder dormir ni saciar su sed, algunos lograban huir con éxito en sus vehículos, sin mirar atrás, arrancando para escapar de esa pesadilla. Una veintena de coches salían pisando a fondo el acelerador y dejando una gran estela de polvo y humo por todo el pueblo.
Toc… Toc… Toc…
Las últimas familias del pueblo lucharon denodadamente por sobrevivir sin recursos, pero en vano. Finalmente, fueron arrastradas por el monstruo invisible que había exterminado a todos los demás habitantes. La maldición que habían liberado no podía ser contenida y los supervivientes de Bailén tuvieron que abandonar sus hogares para siempre, incapaces de hacer frente al poder del ser que habían despertado bajo tierra. El sonido del Toc… Toc… Toc… seguía resonando en otros lugares cercanos, como un goteo constante que causaba terror en gran parte de los lectores de este planeta «Toc… Toc… Toc…».

DANI GALLEGO ALEMÁN

Agua, del grifo fea y mala , con filtro, adulterada y seca, el agua.
Vital, de pulmón, cerebral, como la palabra el agua.
De grifo, cilíndrica, de chorro blanco, de cal, de chorrete amplio. aQUÍ, EN Murcia, el agua. inexistente, sin polvo en suspensión, sin vida, y sin gobierno por supuesto.
Agua mala, de hijos de fruta, de corbata blanda y de tirón agudo. De gafas sueltas, sin tirantes.
Si te tienes que comer una mierda cual te comes, la mierda gorda o la mierda gorda con lazo?
Yo ninguna.
No , es que luego no te puedes quejar, como no has comido….
No he comido y me puedo quejar.
El agua ha de ser limpia y cristalina, fresca, nueva o reciclada. Si es agua de mierda, residual o contaminada, no se bebe, no se usa, no se vota.
La mierda es mierda, con lazo o sin él.

ZGUÜ ALLI TEXIS

Agua:
(Cómo me gustaría haber subido un poema que le compuse a Tlaloc por allí del 2016 del cuál ya no me acuerdo)
Viva El Sol VIVA el agua Viva el agua que vive en el Sol .
Brincando en el agua andaba yo,
Desde pequeña.
Agua de lluvia, agua condensada y agua ecuatoriana Dulce cómo lágrimas.
Brincando andaba yo en el charco En el chapoteadero de mi alma Dónde brotaban Lágrimas.
Lágrimas de Sangre, Lagrimas de amor lágrimas color tornasol.
Lágrimas de Sabor Azúcar azúcar es su sabor.
Tan dulce como el Dulce Tan dulce como el Calor tan dulce como el agua que hay en el Sol.
Dulce Dulce, Cómo diría Mi Dios GG.
Dulce Dulce como mi primer Amor.
Aquel elefante que Siempre Siempre siempre me da su espacio lleno de Explendor.
Dónde alabamos Las lágrimas tornasol, con sabor a calor calor que sabe a Raspado de Rompope como el sol que Nunca corrompe que emana un hermoso Sabor a Miel.
Viva El árbol del sol dónde Emana agua de miel, solo agua de miel. .

DIEGO CISNEROS

El sol brillaba como una bola de fuego en el cielo, derramando su luz dorada sobre el vasto desierto que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. El mundo se había transformado en un mar de cristales rotos, donde la arena se movía con la suavidad de las olas del mar, y donde cada grano de arena parecía estar adornado con diminutos diamantes que resplandecian intensamente bajo la luz del sol.
La arena bajo mis pies hierve, y el sol de mediodía me roba cada gota de sudor. Mi garganta está tan seca como la cantiflora que se balancea en mi costado. Miro a mi alrededor y lo único que veo es un mundo sin vida. No hay árboles ni animales, solo arena, viento y un calor insoportable. Las dunas parecen moverse por sí solas, como si estuvieran vivas, pero no sé si es real o solo mi imaginación que me está jugando una mala broma.
La gente al otro lado de este desierto vive en pequeñas comunidades, cada una de ellas luchado por sobrevivir. Hay aquellos que tienen suficiente agua para vivir cómodamente, pero la mayoría lucha por cada gota. Mi familia está en el segundo grupo. Hemos estado buscando agua durante días, pero no hemos tenido suerte, aún cuando mis padres saben recolectar gotas de rocío al amanecer y a encontrar pequeños depósitos de agua ocultos en las rocas.
El agua se ha convertido en mi obsesión, en mi sueño más deseado. Algunos matan, otros roban, y algunos venden todo lo que tienen para comprar un poco de agua. Es triste ver cómo la gente se vuelve loca por un trago de agua, pero yo entiendo. Es la única cosa que nos mantiene con vida.
Recuerdo una vez que vi a un hombre luchando por un cubo de agua en el mercado. Lo agarró con fuerza y lo levantó por encima de su cabeza. La multitud se arremolinó a su alrededor, gritando y empujando. Él luchó, pero al final cayó al suelo, con el cubo de agua vacío y una herida en el costado. Nadie lo ayudó, todos estaban demasiado ocupados tratando de conseguir su propia ración.
Cuando llegamos a una pequeña comunidad recolectora, nos encontramos con una familia que tenía agua extra. Nos ofrecieron un trato: una botella de agua a cambio de mi hermano menor. Mi padre se negó rotundamente, pero yo sabía que no teníamos otra opción. Fui a hablar con la familia, suplicándoles que nos ayudaran. Pero no lo único que conseguí fue que me cerrarán de golpe la puerta en la cara.
Despedirme de mi hermano fue como desprenderme de un pedazo de mi corazón, una herida abierta que no podía ser cerrada por nada más que por su regreso. Lo abracé fuertemente, como si quisiera mantenerlo cerca de mí para siempre, y las lágrimas brotaban de mis ojos como un río desbordado mientras le prometía volver a por él algún día.
La botella de agua que recibimos no fue suficiente para saciar la sed de mi familia, pero al menos nos permitió sobrevivir un día más.
Los días de caminar bajo el sol abrasador habían hecho mella en nosotros, dejando nuestras almas marchitas y nuestros cuerpos exhaustos. La arena se adhería a nuestros zapatos y se introducía en nuestras gargantas, haciéndonos toser y jadear por aire fresco. La idea de encontrar agua pronto era el único pensamiento que nos mantenía avanzando.
Finalmente, nuestro agotamiento se desvaneció cuando llegamos a un oasis. Pero no era el paraíso que habíamos imaginado. En lugar de un lugar vibrante y lleno de vida, nos encontramos con un espacio en ruinas, con agua apenas visible, árboles retorcidos y huesos de animales muertos. Aún así, fue un milagro a mis ojos, una bendición en medio de este mar de fuego.
Nos adentramos en el oasis con la esperanza de encontrar un respiro en medio del infierno del desierto. Sin embargo, apenas logramos beber un poco de agua nuestra ilusión se desvaneció al notar la presencia de un grupo de hombres armados, hombres que estaban esperando como buitres hambrientos la llegada de su siguiente presa.
Nuestros corazones latían acelerados mientras intentábamos escondernos, pero pronto nos encontraron. Un sudor frío recorrió mi espalda cuando uno de ellos agarró a mi madre por la espalda y la sostuvo con un cuchillo en su cuello. Sentí como el corazón se me detenía por un momento, el miedo haciéndose hueco en mi mente. Intentamos negociar con ellos, ofreciéndoles todo lo que teníamos, pero su codicia no tenía límites. Parecían disfrutar de nuestra desesperación, como depredadores que jugan con su presa antes de matarla.
El terror se apoderó de mí al presenciar cómo aquel hombre despiadado cortó el cuello de mi amada madre, dejando que su cuerpo cayera sin vida al suelo. Su acción fue tan rápida e implacable que no pude hacer nada para evitarlo.
Mi padre, valiente y astuto como él solo, me tomó de la mano y corrimos con todas nuestras fuerzas, pero pronto nos vimos superados por su número y el armamento que portaban. Fue una situación completamente desesperada, desigual, era como si estuviéramos enfrentándonos a un ejército. A medida que avanzábamos, podíamos escuchar los disparos de las armas y los gritos de los soldados que nos perseguían. Mi padre, con una mirada decidida, me dijo que siguiera corriendo y que no mirara atrás.
Finalmente, escapamos del oasis, pero no antes de que mi padre fuera herido gravemente. Caminamos por el desierto, sin dirección ni esperanza. Mi padre murió poco después de que llegamos a un lugar seguro.
La noche caía sobre el desierto como un manto oscuro y pesado, como si el sol se hubiera escondido para siempre detrás de las dunas de arena. Mis pies, que antes parecían tener alas, ahora eran como plomo fundido, sin la fuerza para avanzar un paso más. Me sentía sola en el vasto desierto, como si hubiera sido abandonada en un mundo irracional sin más compañía que la de las estrellas que comenzaban a asomar en el cielo.
El cansancio se aferraba a mí como un peso muerto, apretando mis músculos y tirando de mi voluntad hacia abajo. Sentía que mi cuerpo estaba al borde del colapso, como si mi mente estuviera en un mundo aparte, desconectada de la realidad que me rodeaba. Y sin más, me dejé caer en el suelo, con las lágrimas corriendo por mis mejillas mientras mi cuerpo temblaba con cada sollozo, hasta quedar completamente dormida
Trás varios días de vagar sin rumbo fijo y encontrar una pequeña cueva entre las rocas en donde descansar, ví de repente, una pequeña mota de luz en la distancia. La luz en la lejanía parecía un faro de esperanza en la oscuridad del desierto. Con paso cauteloso y alerta, me acerqué lentamente, temiendo lo que pudiera encontrarme al llegar. Pero a medida que me acercaba, la luz se hacía más brillante y podía oír los sonidos de personas hablando y riendo..
Finalmente, llegué al lugar donde se encontraba el fuego y pude ver a un pequeño grupo de personas sentadas alrededor de él, compartiendo historias y comida. Me sorprendió la calidez que emanaba de ellos, como si fuera una llama que arde con fuerza en la noche oscura. Me acerque con timidez y les pregunté si puedo unirme a ellos. Me miran con desconfianza, pero después de explicarles mi situación, me aceptaron. Me dieron agua y comida, y me hicieron sentir bienvenida.
Mientras compartíamos la comida y las historias, me di cuenta de que estas personas eran como una familia, una tribu unida por lazos más fuertes que los de la sangre, lazos de amistad verdadera y amor puro. A medida que las horas pasaban y el fuego se consumía lentamente, me di cuenta de que había encontrado algo más que un refugio temporal. Así que me quedé con ellos durante la noche, compartiendo historias y risas alrededor del fuego mientras la noche se desvanecía y el sol se levantaba en el horizonte.
Pero mi esperanza se desvaneció repentinamente cuando escucho a uno de los hombres hablando sobre su último viaje. Había estado en el oasis donde mataron a mi madre e hirieron a mi padre. Se jactaba de cómo habían tomado el control del oasis y habían eliminado a cualquier posible amenaza.
Comprendi entonces que no hay escapatoria de este mundo cruel y despiadado. La muerte y la tragedia son la norma, y la compasión es una debilidad.
Me alejé del grupo, sin decir nada. Me sentí traicionada y aterrada. No sé lo que me espera en este mundo desértico, pero sé que debo seguir adelante. No puedo dejar que mi familia haya muerto en vano. La luz de la esperanza que había iluminado mi camino en la noche oscura, se desvaneció rápidamente como una llama extinguiéndose en el viento. Las palabras del hombre sobre su último viaje habían sido un baldazo de agua fría en mi rostro, despertándome de mi sueño de un mundo mejor..
Caminé durante días sin encontrar nada más que el sol ardiente y la arena interminable. La sed se había vuelto insoportable y las alucinaciones comenzaron a afectarme. No sabía cuánto tiempo más podría continuar así. Finalmente, llegué a un pequeño pueblo. Era un lugar sombrío, con edificios abandonados y gente hambrienta y desesperada. Pedí agua y comida, pero nadie parecía tener nada que ofrecer.
Fue entonces cuando lo vi: un hombre con un gran recipiente lleno de agua fresca. Me acerqué a él y le pedí un poco. Él me miró a los ojos y me dijo que no podía darme nada gratis. Debía pagar por el agua.
No tenía nada que ofrecerle, así que le supliqué que me diera un poco, que podía hacer lo que él quisiera si al menos me regalaba un sorbo, pero él solo contesto: Estás en los huesos y apestas horrible ¿Quién querría pasar contigo una noche?. Y poco después comenzó a alejarse. Desesperada, lo seguí. Fue entonces cuando lo vi: una pequeña caja de metal, llena de inscripciones hermosas y objetos extraños y brillantes dentro.
No sabía lo que era, pero intuí que era algo valioso. Le ofrecí la caja a cambio de un poco de agua, pero él se rió de mí. Dijo que la caja no valía nada, y que yo era una estúpida por ofrecérsela. Entonces, sin pensarlo, saqué mi cuchillo y lo apuñalé en la garganta. Tomé la caja y el agua y corrí, dejando al hombre moribundo en la calle. Me sentí terrible por lo que había hecho, pero sabía que era la única manera de sobrevivir.
Caminé lejos del pueblo, sabiendo que nunca podría volver. Sabía que había cruzado una línea de la que nunca volvería, pero también sabía que no había otra opción. La muerte era una amenaza constante, y debía estar dispuesta a hacer cualquier cosa para sobrevivir. Después de todo, aún tenía una promesa que cumplir.

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18 comentarios en «Agua – miniconcurso de relatos»

  1. Muy difícil votar. Hay mucho nivel e imaginación.
    Voto por:
    PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
    ROSA ISABEL CÁNDIDO MATEU
    PABLO CRUZ ROBLES
    JAVIER GARCÍA HOYO
    Gracias. Bendiciones.

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