Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «una sola palabra». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 2 de junio!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Una sola palabra que quita y da sentido a todas las demás, que va de la a la zeta y conocéis de p a pa: PAZ.
Bea e Inés estaban, ¿condenadas a entenderse?, no, la frase exacta era obligadas a entenderse. Las dos eran concursantes de El Agricultor, ese famoso programa de televisión, donde dos concursantes elegidas al azar, que no se conocían de nada, se enfrentaban a un representante del programa conocido como El Agricultor que representaba lo que se conoce comúnmente como “la banca”.
La dinámica era sencilla y no me extenderé mucho en esta cuestión. A los concursantes les hacían preguntas por separado y por cada acierto obtenían equis dinero y luego se enfrentaban al agricultor con dos casillas de ventaja, si llegaban a la meta conservaban el dinero y el derecho a jugar por el en la final. Si por el contrario El Agricultor las atrapaba -”recolectaba”- en el argot del programa, perdían el dinero y el derecho a jugar la final. Había cuatro participantes, por lo tanto podían sumar mucho dinero y obtener más posibilidades de llevárselo y repartirlo luego, cosa que no había sucedido hasta la fecha, siempre acababan siendo “recolectados” los concursantes. Había otra peculiaridad y era que si pasabas a la final y no ganabas tenías el derecho de concursar en el siguiente programa y eso era lo que sucedía con Bea e Inés, que siempre pasaban a la final y repetían. Como suele decirse “cada maestrillo tiene su librillo” y aquí se aplicaba. No podían ser más dispares las dos en cuanto a estrategias y conocimientos.
Por ejemplo en la pregunta de cuantos hiatos tiene la palabra esternocleidomastoideo, cada una había llegado a la conclusión por métodos distintos y eso hacía que chocaran, sin darse cuenta de que el resultado era el mismo.
-Bea razonaba…vamos a ver como no somos rumiantes solo tenemos un hiato que une el esófago con el estómago, y aunque tengamos dos esternocleidomastoideo, solo hay un hiato y punto.
-El razonamiento de Inés era distinto…esternocleidomastoideo al cuadrado, menos un esófago, más un estómago, pues uno.
Vea el lector que la respuesta era la misma, pues nada, que si quieres arroz Catalina, que cada una defendía su método.
El programa que nos ocupa había sido especialmente tenso, pues habían estado a punto de ganarle al Agricultor, lástima de la última pregunta, les habían preguntado que quien era el menos rubio de los tres personajes que citaban a continuación Brad Pitt, el ex-marido de Angelina Jolie o Jennifer Aninston.
Bea había respondido que Brad Pitt e Inés que el ex-marido de Angelina Jolie, cuando la respuesta correcta era Jennifer Aninston que se había puesto roja de ira al enterarse de la infidelidad.
Al acabar el programa salieron echando rayos y centellas por sus bocas una de otra, pero se produjo un milagro inesperado, ¡las dos dijeron la misma palabra al unísono! ¡Taxiiii! ¿Sería eso una señal para el futuro? Ya se verá en el próximo programa.
Una sola palabra necesito oír de tus labios para caer rendida a tus píes. Más tu despego hacia mí hasta las hojas de los árboles lo saben.
Traté de hacerme la encontradiza en tu caminar diario por nuestra calle. Calle cómplice de nuestro amor y ahora solloza al presenciar nuestra indiferencia.
Un silencio invade mi alma por tu frialdad hacia mí. Por ello te pido me mandes una carta en la cual me hagas llegar «una sola palabra».
Pequeña historia de una palabra abstracta y su autoría
La idea de la materialización resultó un principio curioso al comienzo.
Habiendo luchado entre sí el negacionismo y la desconfianza perdió el dedo índice la mitad de su uña.
Se instauró luego la inefable quietud de la acepción y contemplación, un estado transitivo como el cielo despejado antes de una tormenta.
—Vamos a ver si funciona —reunió el valor ese día y recogió el bolígrafo en su puño.
Abriendo la agenda observó con cierto placer reservado el color blanco-amarillento de la página. No se llevaba bien con el blanco puro. Le evocaba la falta de libre albedrio de un bautizo, la confirmación de una vida que se acabaría y una serie de rituales intermedios destinados a la misma inexistencia.
“Vamos a ver si funciona” le dijo a su propia consciencia y estrechó los dedos con firmeza sobre el bolígrafo.
Escribió lento, cuidando la caligrafía y respetando férreamente la mitad inferior del espacio de interlineado. Al final de la última letra titubeó un poco y la coletilla de <<agua>> se balanceó para torcerse hacía la izquierda.
A pesar de ese balbuceo caligráfico delante suya apareció un vaso de agua.
Cuando alguien se refiere al inicio del final define esta especie de momento, cuando todo parece estar todavía en tu posesión.
En ese punto de vilo la fatalidad se va a convertir en fatídica, degenerando en la obsesión del retorno en el tiempo, un regreso inútil y masoquista que producirá de manera infinita el mismo titubeo caligráfico y la aparición del mismo vaso de agua; mirando mil y una veces la proyección de tu imagen en ese espacio imposible de modificar y gritando: ¡Detente! sabiendo que no te vas a escuchar.
El agua era fría, fresca y cristalina pero la elipse del universo ya se había alterado: ya había comenzado el camino de Sísifo, el viaje de Dantes y la caída de la casa Usher; ya había comenzado la osmótica sinestesia con la que cualquier deseo se filtraría primero en la página blanco-amarillenta de la agenda.
Del cajón de la mesita de noche la agenda pasó al estante bajo llave de un escritorio, posteriormente a una caja fuerte y en última instancia le construyó una mansión amurallada, bordeada de vallas eléctricas, cámaras de vigilancia y densas patrullas de seguridad.
En ese lugar privilegiado, junto a la clara asunción del hecho que no quedaban cosas a pedir, se sentó delante de la agenda a reclamar <<Amor>>.
Su paladar se llenó de sabor a manzanas.
Alrededor comenzaron a formarse círculos concéntricos y en cada cual se movían figuras asumidas de familiares y amigos, ocasionales intervenciones de ajenos con propósito y luego una larga serie de rostros desconocidos. Todos callados.
Observaban inmóviles la agenda, por tanto, quiso entender que era necesaria una insistencia con lo que caligrafió de nuevo la palabra <<Amor>>.
Las siluetas comenzaron a llorar y se desdibujaron en ese mar de tristeza hasta desaparecer el último circulo.
UNA PALABRA, LA ÚLTIMA
Cuánto me satisface que Vuecencia haya dado lectura a la carta que hace días le envié con saludos y cordial deseo de encontrarle de buena salud. Dudaba si entre tantas obligaciones tendría espacio para abrir el sobre y posar sobre mi escrito sus atentos ojos. Lo he ratificado al haber recibido el placet de su puño y letra.
En vista de ello me atrevo a robar su precioso tiempo con esta nueva embajada.
Pues verá. Se trata de unos asuntillos de poca monta para Vuecencia y de suma importancia para mí. Rondo los treinta años y hasta la fecha el amor ha sido conmigo desdeñoso. Las mujeres que han pasado por mi vida apenas me han dejado otra huella que la experiencia para no errar en la elección de la próxima. De donde puede inferirse que me hallo en un compás de espera.
En tal coyuntura sería por mí bien recibido propósito y consejo de una persona como vos, versada y madura, pues de esa virtud carezco del debido acopio. ¿Podría contar con su ponderado juicio, tendría a bien asesorar a esta alma inflamada por la necesidad de amar en conveniencia?
Tiene Vuecencia una sobrina de unos dieciocho años, un alma pura, divina, un ángel con atributos de mujer que estaría tentado a mencionar si se me permitiera. Bajo su licencia podría ponderar el talento que exhibe en cada uno de sus movimientos, cuando camina, cuando sentada se recoge la falda sobre las rodillas, cuando desabrocha el botón primero de la camisa que viste y el donaire con que acomoda el flequillo que le tapa el ojo izquierdo. Soy pésimo dibujante y tendría que estar más cerca de ella para que el retrato saliera bien cumplido.
Eso pido, estar cerca y hablarle, pero desconozco si entendería mi legua. Sabe Vuecencia que en el amor la palabra vehicula los flujos y emociones que atañen a la persona que se anhela.
Háblela primero, dígale que reboso conveniencias, explíquele sobre la calidad de mi persona, ofrézcale seguras esperanzas. Ignoro si seré en el futuro el agua que colme su sed, pero conozco bien la fuente donde mana.
Esperé una semana loco y aturdido. Tal vez la persona confiada no le hizo entrega de la carta en mano o serían las innumerables ocupaciones las que retrasarían la respuesta. No dormía. Hasta adiviné soñando el nombre de la ninfa.
Un domingo, cuando recogiéndome del paseo abrí la puerta, encontré un sobre sellado y lacrado. Lo abrí temblando. Vuecencia había escrito en legibles caracteres estas dos palabras: Váyase al cuerno.
Tiene casi tres años, y es la alegría de la casa. No me canso de observarla: cómo dibuja, cómo mueve su cuerpecito de esa forma a veces desconcertante, cómo trata de salirse con la suya. La miro en silencio jugando con una plastilina que le hemos comprado, y de repente siento una pulsión en el pecho, algo que enturbia mi mente y me cambia el ánimo. Hace días que noto esta hiriente sensación. Una parte de mí quiere gritar, otra quiere que respire y deje pasar esos pensamientos tan oscuros, pero a duras penas lo consigo. Su madre me dice que va a bajar a comprar pan y la ignoro completamente. ¿Te has enterado? -me pregunta. Respondo que sí con aspereza. Dice que últimamente estoy raro. Cómo no voy a estar raro, pienso. Yo era feliz, tenía mi mujer y mi hija, mi trabajo, mi cerveza con los amigos. Pero ahora todo ha cambiado. Siento que mi vida tiene la misma consistencia que esa plastilina en manos de mi hija. La observo y a veces siento miedo de no poder controlar la ira que me asalta y hacer algo de lo que pueda arrepentirme. No sé cuánto tiempo más voy a soportar esta situación. Dirán que se me está yendo la olla, que me estoy montando una película, pero no puedo evitar pensar que la palabra más inocente puede contener la verdad más dolorosa. Aprieto los dientes y trato sin descanso de alejar de mi cabeza aquel momento, días atrás. Volvíamos del parque, nos cruzamos en el portal con el vecino del tercero, y al verlo ella gritó: ¡papá!
Anita tragó saliva con los ojos fijos en aquella sombra hierática.
No podía mostrar debilidad ante él aunque su cuerpo temblara presa del terror y repugnancia que su presencia causaba en ella.
Dispuesta a plantarle cara decidió no retroceder,no dejarse amedrentar y se quedó parada en seco.
Alzó la barbilla y lo miró fijamente estudiando cada atisbo de movimiento que pudiera sobrevenir.
Su mandíbula apretada,la vena latiendo en su cuello a punto de estallar, sus puños apretados decidida a no dejarse vencer una vez más ante esa mirada amenazante.
Cansada de huir del depravado marqués de Orlingo decidió enfrentarlo de una vez por todas.
No más miedo ni más lágrimas en la quietud de su dormitorio por el abuso despiadado de ese monstruo.
Sintió extrañamente una fuerza inusitada mientras su corazón latía a su ritmo normal.
Nunca más sería mancillada por ese depravado cansada de tratar de excusarse ante los demás, de ponerse maquillaje en su rostro amoratado por los puños de hierro que el marqués embestía en su cuerpo conteniendo el impulso de pisotearlo hasta sacarle las entrañas.
El marqués intimidado bajó la cabeza , giró nervioso el tronco y con paso acelerado desapareció de su vista.
Ella se apartó de los demás para serenarse sintiendo un ralo escalofrío que recorría su cuerpo de pies a cabeza y una tenue sonrisa que impávida asomaba a su rostro por primera vez desde hacía mucho tiempo.
Se frotó los brazos con las manos y sintió que ya estaba preparada para vomitar la repugnancia que le hacía sentir en cada uno de los obligados encuentros.
Todos disfrutaban de una agradable velada en los jardines de palacio.
Anita con actitud desafiante había sabido defender su maltrecho pundonor mientras rogaba que él no fuera consciente del temblor que éste le causaba.
Somos grandes observadores, meticulosamente casi perfectos, impredecibles, las emociones que nos acompañan en el transcurso de nuestro diario devenir, a veces fallan.
Cuando nuestra edad es pequeña, nos comportamos como esponjas absorbentes, recepcionando información por todas partes, en nuestras mentes, guardamos un tremendo abanico de deseos, y sensaciones sigilosamente diferentes.
Parámetros y capacidades, para retener aprenderlo, entenderlo, todo contra reloj, sin saber que al final de nuestras vidas, «todo lo olvidaremos» Cuando lleguemos a la plenitud de la edad. Cuando solo necesitemos lo más básico como forma de vida.
Nuestras vidas, son grandes huchas de experiencias, donde hemos ido guardando lentamente la información, necesaria que almacenamos en neuronas.
Pensamos en grandes expectativas, pero el tiempo se nos adelanta, asimilamos la existencia con comportamientos derivados de nuestras formas de ser y aprendemos constantemente, a resolver los diferentes problemas, que nos presenta la vida.
las mismas palabras que usan los padres, los mismos hechos, y gestos, salen nítidamente a la mayor brevedad, en la actuación de los hijos, posibilidad, suposición por nuestras pequeñas inquietudes.
Hasta los mismos gestos imitamos y repetimos, tenemos de nuestros ancestros en los cromosomas grabados tantas diferencias, como igualdades y desigualdades.
Los tenemos por grandes ídolos, a los padres que nos defienden con uñas y dientes normalmente.
Con relación al tiempo, según va pasando apreciamos sus defectos y virtudes en nuestros mayores, sus aptitudes, caricias y carencias, formas de resolver los problemas; se vuelven ídolos de barro lentamente, se van deshaciendo las grandes mentes, las curiosas expectativas, que depositamos en ellos. Estamos aprendiendo la capacidad de defensa, de autosuficiencia y son los padres los que pagan, los primeros, la factura, contra los que nos lanzamos, culpandolos de su faltas, peleamos irónicamente con mil palabras, a veces falsas, sobre los que más dispuestos a luchar, regañar, y al final aprender de ellos, como siempre después de algunas lágrimas.
Cuántas montañas se lleva el viento, se deshacen en el aire, se van disolviendo, extendiéndose, difuminando lentamente, con relación al tiempo; siempre, lo puede todo, lo cambia de tamaño y forma.
Se vuelven , mesetas las altas montañas, dispersando sus barros, sus materiales lo va perdiendo todo, igual son las vidas nuestras que vamos andando por el camino, perdiendo los pasos y los deseos poco a poco, todos consumiéndose lentamente, después de toda una vida de tempestades, las personas cambiamos, físicamente, corporal y mentalmente.
¿Cómo se pueden solucionar, todos los problemas habidos y por haber? y al final de nuestros días, no poder ni tan siquiera hablar con nitidez, transmitir esa información tan necesaria, para vivir.
Solucionar lo más básico, llegará el día, si vivimos claro, que no podamos decir unas frases seguidas, que no terminen en eso. Y tengan sentido.
Es una verdadera pena el deterioro al que estamos expuestos. Aquellos gigantescos padres, que nos quitaban los miedos, con un abrazo y un beso, donde los llevó el tiempo, ahora aparecen ante nosotros con sus tiernos cuerpos pequeños, envejecidos, y arrugados débiles, casi tensos e hinchados. Esperando que le demos un beso. Esperándolo todo de nosotros, como verdaderos niños, nos piden permiso.
Al final somos seres blancos, encerrados en cuerpos celestes, aprisionados entre materiales, que nos obligan a comer, sufrir, andar, a medio vivir mal, esperando un desenlace final que no acaba de llegar.
Perdiendo todas las facultades día a día, poco a poco, aquellos escogidos por sus largas vidas, con grandes sufrimientos vividos, no los podemos abandonar, a sabiendas y sabiendo como sabemos, quiénes han sido, para nosotros, en su largo caminar todo lo irán soltando poco a poco, hasta el habla, perderán.
La capacidad de entendimiento. Hasta callarse completamente. Y sólo una mirada nos invada.
¡Que pena! Grandes gentes. Grandes fortalezas que dieron sus vidas por nosotros, por todos, los demás, se quedan mirando, con los ojitos clavados, frente a ti, como esperando, tiernos, sin saber hablar, sin decir algo más que eso. Y eso, y al final ni tan siquiera eso.
¡ Qué tristeza tener que morir así !
¡ Que triste es el tramo final de algunas vidas !
Se acabaron las excursiones al campo, los paseos por la playa y montarme en el tío vivo.
Quedaron atrás los ratitos en el parque, el caminar de la mano y disfrutar de un helado juntos.
No quedó hueco a tu lado en el sofá. Poco a poco los abrazos fueron desapareciendo y tus labios dejaron de rozar mis mejillas.
La hora del juego se perdió dentro del reloj. Ese cuyas manecillas giraban a toda prisa. Ese que no encontraba nuestro monento.
Y al llegar la noche, me quedé dormida esperando tu » ñ» y el último beso del día.
Se acabó disfrutar de la vida juntos, para dejar paso al .
Envuelta en un traje de espinas, caminé mostrando la fragilidad que protejo con firmeza.
Pensaba que no se notaría mi miedo, pero me hacía brillar bajo el sol que me cegaba. Reflejaba la debilidad que asomaba tras la fuerza aparente.
Me senté bajo la sombra de un árbol y toqué la tierra. Me sentí protegida y libre, en mi hábitat natural. Entonces me quité el peso que tenía sobre los hombros y cambié el frío metal por el calor de un sol de invierno.
No te vi llegar y sentí tu esencia clavándose en la mía.
—Llevo tiempo observando —dijiste en un susurro—, esperaba el momento en el que te libraras de tu escudo.
Yo me eché a temblar cuando sentí tu abrazo. Enmudecí, quise llorar… Hacía tanto tiempo que nadie me tocaba…
No he vuelto a vestir espinas, por fin encontré la paz… Solo tenía que salir de ese infierno en la ciudad.
JOSÉ SANTIAGO MONREAL
Si tuviese que buscar una palabra usaría tu nombre: Consuelo. Eres el alma que arropa el frío de mis temores. La que es capaz de dar luz ante tanta oscuridad. Mi corazón rebosa de amor con tan solo escuchar tu nombre: Consuelo. Eres alegría ante tanta tristeza, capaz de tornar un llanto en una sonrisa. La esperanza ante tanta incertidumbre. La luz del faro que alumbra mi vida. Siempre aparece tu nombre: Consuelo.
Es la única palabra que me da sosiego, paz, esperanza , quietud. A veces torbellino y huracán de mis pasiones, volcán en erupción descontrolado que me quema con su lava. Es tu nombre el único que guardo en mi mente para no perderme en el camino lleno de obstáculos y mal iluminados.
Consuelo: eres mi amor verdadero, la única a la que quiero. Si tuviese que elegir una palabra, elegiría tu nombre: Consuelo.
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
BAJO SU PIEL
Llegó justo cuando más lo necesitaba, en mitad del momento más oscuro de mi vida.
La encontré — aunque quizá fue ella quien me encontró a mí — al fondo de la barra, en el lugar más perdido de aquella urbe infinita y descomunal. No me preguntéis cómo el destino me había llevado hasta Tokio. Pero entre el top ten de los locales más inmundos del planeta, tuve que acabar justo en aquel. Mi obsesivo propósito no era otro que el de ahogar mis problemas a base de repetidas dosis de sake. Pero eran, sin embargo, el sake y los acontecimientos los que estaban ahogándome a mí.
Justo cuando la niebla mental ya desbordaba completamente mi cabeza, fue el sentido del tacto, uno de los pocos que aún no me habían abandonado por completo, el que me alertó de un joven y delicado brazo que rodeaba mi cuello, a modo de improvisado salvavidas destinado a evitar hundirme en aquel mar de desolación en el que me hallaba, totalmente a la deriva.
Kon’nichiwa. Fue la breve y dulce palabra que escapó de sus exóticos labios. Una de las pocas que había conseguido aprender en el escaso tiempo que llevaba deambulando por el milenario imperio nipón.
Incapaz de dilucidar entre el sueño y la realidad, levanté la mirada y allí estaba el ser más delicado y asombroso que unos ojos jamás hayan contemplado. Tenía la extraña sensación de que ella había estado allí toda la noche, observándome con atención desde la distancia, esperando pacientemente el momento de mi hundimiento definitivo para acudir al rescate. No fue necesario ningún lenguaje común. Un código universal de gestos y miradas nos hizo entendernos al momento.
* * * * *
A la mañana siguiente, cuando el sol naciente ya deslumbraba mi rostro, la encontré allí. Inmóvil, en posición de loto, de espaldas a mí y mirando hacia el exterior. No pude evitar clavar mis ojos en el llamativo tatuaje que lucía en su brazo derecho. Era una sola palabra, pero destacaba de manera visible. La curiosidad me llevó automáticamente a mi teléfono móvil. Nada más enfocar su brazo, aquella aplicación que ya se había convertido en mi inseparable compañera de viaje, me proporcionó la respuesta:
南クルナイサ
Sobre la pantalla apareció la traducción en tiempo real:
NANKURUNAISA
“Con el tiempo se arregla todo”
Aquella palabra y la sencilla frase que escondía su significado me dejaron en shock durante un buen rato, absorto, con la mirada clavada en el móvil. Cuando pude reaccionar ante la sorpresa, levanté los ojos, pero ya no estaba. Ni volvió a estar. No fui capaz de volver a encontrarla. Fue entonces cuando comencé a dudar de todo. No sé si el destino, mis sentidos o los dos a la vez habían estado jugando conmigo. Pero aquello, sin duda, era una señal del destino. Justo lo que necesitaba. Tiempo para curar mis heridas. Tiempo para arreglarlo todo.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA
EN POCAS PALABRAS
La primera vez que papá me tuvo en sus brazos, recién nacido, cuentan que le mee todo, poniéndolo perdido: «¡Este niño es gilipollas!», parece que fue su comentario, mientras me devolvía a los amorosos brazos de mamá.
Más tarde, en la escuela, como nací en octubre, muchos compañeros me llevaban casi un año de ventaja y a esas edades, eso se nota; además nunca he sido de hueso fuerte –como llamaba mi abuela a la gente talluda–, así que estaba entre los canijos de la clase.
–¡Pero dónde vas tú, gilipollas! ¡Quita de en medio, gilipollas! ¡A ese no lo elijáis para el equipo, que es gilipollas! –eran las letanías, que solía escuchar durante los recreos.
Abandoné pronto los estudios, no eran lo mío y don Hilario, el de matemáticas, se encargaba de repetírmelo constantemente: «Contamina, parece usted gilipollas, ¡que es una simple división, coño!».
Entré a trabajar de aprendiz en un taller de reparación de coches y allí me sentí integrado desde el primer día, porque todos eran gilipollas: el jefe llamaba gilipollas al encargado, este a los oficiales y ellos a nosotros, los aprendices, Román, que se convirtió en mi mejor amigo, y yo.
Me eché novia, Mónica, una chica del barrio muy guapa.
–¡Pero tú eres gilipollas–me advirtió Román, ya saben, mi mejor amigo–, esa ha pasado por medio barrio!
Me importó un carajo, todo mentiras, envidia, habladurías, estaba enamorado hasta las trancas. Nos casamos.
Año y medio más tarde conseguí el divorcio, después de sorprender a mi querida esposa, encamada con Román, mi hasta entonces mejor amigo, que tenía razón: soy un gilipollas.
Pero, al final, he tenido suerte, me saqué el premio gordo de la primitiva, ochenta y nueve millones de euros, que había bote.
Le compré el taller a mi antiguo jefe, que mira tú para qué narices lo quiero con la pasta que tengo. Pero todas las mañanas, antes de ir al club de golf, a hacerme unos hoyos, me paso por allí, llamo a Luis, el encargado y le digo: «¡Eh, tú, gilipollas, dame el parte, que me entere yo como va el negocio!». Y luego, mientras salgo camino del Maserati Grecale, que me espera en la puerta, me despido de oficiales y aprendices con un: «¡Adiós, gilipollas, hasta mañana!».
Qué quieres, será una gilipollez, pero como que me relaja, oye.
RAQUEL LÓPEZ
En una sola palabra
una palabra de aliento,
acaricias mi alma
de silentes versos.
En una sola palabra
formaría un universo
donde voces inocentes
resonará como el eco.
En una sola palabra
que te acaricia el alma,
temblando sobre mi lecho,
bañaria de poemas
que plasmaria en un lienzo;
derramando cada noche
lágrimas de sentimientos.
Me fundiria en el aire
y repartiría sonrisas
con guirnaldas de colores
que caerían con la brisa.
Y con un soplo de «AMOR»
navegaria en las almas,
adornando el mundo entero
en una sola palabra…
JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO
Nankuru conoció a Naisa en un centro de rehabilitación. Entre sesión y sesión de estiramientos y masajes musculares, él se quedaba embobado mirando tras el ventanal las flores de loto del estanque. Sentada a dos metros de su espalda, a ella le gustaba observar el rostro de Nankuru reflejado en el cristal, mientras trataba de adivinar los pensamientos que parecían asomarse al brillo de sus ojos. Apenas habían cruzado dos o tres palabras desde que Naisa llegó al centro. Una tarde, ella se atrevió a iniciar una conversación haciendo un comentario sobre la belleza del estanque y las flores acuáticas que lo cubría. Nankuru, que no estaba acostumbrado a hablar con nadie, giró la cabeza para ver quien le hablaba con tanta dulzura.
—La flor de loto representa el triunfo del espíritu sobre los sentidos —dijo él con voz modulada, imprimiéndole cierta solemnidad—. Y aquí me tienes, con el cuerpo encallado como una barca en la arena —apostilló con amarga tristeza.
—También significa «sabiduría y conocimiento» —se apresuró a decir ella, tratando de infundirle ánimo desde su silla de ruedas que avanzó hacia adelante y se puso a su lado.
Fue el comienzo de una bonita historia de amor que crecía cada vez que se reencontraban en aquella sala frente al ventanal. Ella siempre se despedía hasta el día siguiente ofreciéndole con sonrisa tímida palabras de aliento, bellas como la luz que desprendían sus ojos.
—Nankurunaisa —fue lo último que escuchó de ella. Y ya no volvió a ver más a aquel ángel, aunque esa palabra se quedó a vivir en su mente para siempre.
Una tarde de abril, el cristal reflejó a Naisa caminando sobre las flores de loto en el agua. Nankuru se alzó ligero como una mariposa y voló a su lado. Sabía que «con el tiempo se arregla todo».
GAIA ORBE
me levanto es casi de noche
salgo al balcón con el pocillo de café en las manos
disfruto la calle aún iluminada de neón
invadida por los sueños
me cuesta despertar a la rutina
¿fueron dos o tres?
el último tapó al segundo el segundo al primero
sin embargo
estoy impregnada de sus huellas
caminaba por las aceras de un parque
cuando encontré reparo bajo una pérgola
ese lugar no era de mi pueblo
porque olía a jazmín del país
y los jazmines crecen en verano
y es invierno
no soy la primera que se levanta
los pájaros ya cantaron
van volando de rama en rama
puedo verlos
los árboles están sin hojas
y ellos no tienen dónde anidar
iba por un camino a buscar
el nacimiento de un río
pude verme de piedra en piedra
cuando por mis pies pasó un agua
un sobresalto
y no supe dónde amar mi nido
desde la cocina llega el olor a pan tostado
la mente corre a darles vuelta
mientras les cuento un argumento
no tengo la ilusión de recibir la postal de navidad
el auge digital se tragó al cartero
escucho el ladrido en el ascensor
del perro malhumorado de la del séptimo
ladra sin piedad
a esa nunca la soñé quizás lo haga en un futuro
dejé de mirar la calle y entré
abrí en la computadora mi diario personal
la computadora se tragó al papel
y también al lápiz
fui para atrás al primer sueño
tuve una especie de revelación
pongo mis dos manos sobre el teclado
pasa el tiempo miro un pino
lo único verde que emerge en los contrafrentes
de los edificios altos de la otra manzana
suspiro contra el aire frío
aquellas memorias silenciadas
y al igual que un eco reviven las voces
de nombres diferentes
los que agonizan los que aún queman
la punta del pino pronto superará la altura
del edificio más alto
él como yo estamos cargado de recuerdos
CESAR BORT
Responsabilidad
―Me dijiste, aquí mismo, que me querrías siempre, toda la vida, aún más: «Por toda la eternidad». Lo recuerdo como si fuera ayer.
―Fue ayer…
―¡No tienes vergüenza!
―La tengo toda, intacta, nunca la he hecho servir.
―Hazte responsable de tus palabras. ¡Sé un hombre!
―«Responsabilidad», bonita palabra, aunque muy manoseada y concurrida; esclavista; atalaya a un destino predeterminado. Por suerte, es solo una palabra…
―Hay que cumplir lo que se dice, si no el lenguaje de qué sirve. Sería solo una gran mentira.
―Pero, no soy el mismo de ayer, ya no voy borracho, vuelvo a estar en mis cabales y lo que dije carece de sentido y de propósito. Te engañaría si hoy dijera: «Te quiero».
―¡Cabrón! Eres bazofia, escoria, basura. No vales el tiempo que me haces perder.
―Yo…, yo, quizás dentro de unos días, si me paso con el tequila, te vuelvo a querer.
―Ni se te ocurra, aquí no vuelvas. Nunca perdonaré tu traición. Búscate otro Macdrive.
―¿Y mi Mcvegan? Tienes que ser responsable, me has dicho que enseguida salía. Ya sabes…, la verdad y todo eso.
―Lo siento, lo he dicho sin mirarte, pero ahora que te he reconocido, ya no soy la misma y mis palabras carecen de sentido. ¡Así que, desfilando! A comer yerba al campo.
NEUS SINTES
CORAJE
Después de una sesión de acupuntura, me encontraba menos tenso y más aliviado en cuanto a mente y cuerpo se refería. Después de haber pasado por una mala época de mi vida, ahora me sentía más preparado.
De camino a casa pasé por la pista de hielo que tantos recuerdos mi mente empezó a recordar. Era un triunfador caído en desgracia, desde aquel nefasto día en que todo se desmoronó. Lo tenía todo bajo control, hasta que aquella caída me impidió ganar y ser un triunfador en el campeonato de patinaje. Por eso siempre me gustaba pasar por la pista y recordar.
No sé si para bien o para mal. Pero aquella niebla o especie de sal que me cubría los ojos como si de una venda se tratara, me impedía ver la realidad de las cosas.
Me disponía a irme cuando algo me detuvo. Mis ojos quedaron cegados por la hermosura y brillante Aurora Boreal. Era una hermosura celestial, parecía tener alas, al verla moverse, parecía flotar a cada paso de sus movimientos, ligera, segura. de piel pálida y hermosos cabellos dorados.
Llevaba puestos unas patines, parecía nuevos. Entonces algo la detuvo a seguir patinando. Se había dado cuenta de que la estaba observando. Desvió la mirada hacía mí y por fracciones de segundos nuestras miradas quedaron impregnadas el uno al otro.
Había llegado el momento clave de tomar una decisión cuando ella me ofreció unos patines. El momento en que por primera vez en mucho tiempo debería escoger en si ponerme o no los patines, de nuevo. Hasta ese momento no había tenido el coraje de hacerlo. Gracias a esa muchacha de lindos cabellos y tierna mirada pude emprender una nueva vida. Muchas veces pienso en que hubiera sido de mí, sino la hubiese encontrado.
Ha pasado un año desde entonces que me encontré en aquella pequeña pista de patinaje y ella, Stellla me ofreció unos patines. Superé mis miedos gracias a ella y mi amor desde entonces ha ido en aumento. Stella y yo formamos una bonita pareja tanto en lo personal como en las pistas.
No he llegado a ser patinador profesional de campeonato de carreras, pero junto a ella hemos cobrado vida a una nueva existencia. Nos hemos convertido en pareja de baile con patines. La gente nos ve y puedo oír sus aplausos que poco a poco van en aumento. Soy feliz de nuevo gracias a su amor y a su gran corazón de ayudarme en lo que ahora nos hemos convertido. Somos un dúo patinando juntos.
Me siento feliz y afortunado. Oigo su risa y es como un cántico para mis orejas, su mirada dulce como ella misma, fue lo que me hizo enamorarme. Y gracias a ella estoy de nuevo encima de unos patines.
Dos años más tarde la suerte dejó de estar de nuestro lado. Una caída de Stella cambió el rumbo de nuestra vida profesional juntos, mientras participábamos en un campeonato.
-Noo! – Stella resbaló, gimiendo de dolor mientras se sujetaba con ambas manos el tobillo.
-Stella, te encuentras bien! – le respondió David sin comprender qué había pasado. Todo iba bien, ella estaba junto a él…
-Mi tobillo – siguió gimiendo. – Me duele mucho.
-Tiene la rueda rota – observó un enfermero que acudió a su encuentro. – Por eso se ha caído
-Pero, pero – no le salían las palabras a David
-David, me duele el tobillo – insistió Stella.
Vi cómo se la llevaban de la pista en una camilla. Me quité los patines y me encaminé con ella hacia el hospital. Por el camino iba tranquilizándola.
-Stella, cariño. Todo saldrá bien. Confía en mí. – le hablaba en voz baja en la ambulancia mientras le acariciaba el cabello, intentando tranquilizarla.
-No! – no irá bien. – dijo negativamente, con lágrimas en los ojos.
Una vez en el hospital, me hicieron esperar en la sala de espera. Mientras, el tiempo transcurría lentamente el tic ta del reloj iba poniéndome nervioso e impaciente por saber de Stella.
Al cabo de un largo rato, vi reaparecer a un médico que la había atendido y caminando hacía mí lentamente y con los brazos cruzados, me confirmó el resultado.
-¿Usted es David? – preguntó
-Qué ha ocurrido, Doctor! – dije ya desesperado por la espera
-Mire… – dijo mesurando sus palabras. – Se ha roto el tobillo.
-¿Podrá volver a patinar? – pregunté nervioso
-Bueno, vamos por partes – aclaró el doctor, mirándome con el ceño fruncido. Podrá tal vez a patinar, aunque no es seguro. Y si hubiera esa posibilidad de volver a patinar sería dentro de no se sabe cuando…. – dijo suspirando.
-Me esta diciendo, doctor. Que no es seguro…-titubeó David
-Exactamente – afirmó el doctor.
A continuación tuvimos que pasar dolorosos momentos. Por un lado a Stella la noticia le cayó como una bofetada de aire, que la derrumbó.
-Cariño, yo seguiré estando a tu lado – no lo olvides.
-Lo sé pero – sollozó de nuevo.
A Stella empezaron por enyesarle el pie durante 6 o 8 semanas, para evitar que pudiera tener movilidad.
Stella entró en una profunda ansiedad cuando el médico le anunció que debería dejar el patinaje, sin saber si podría volver o no patinar algún día.
Tuvimos que pasar largos momentos duros los dos juntos. Tras el tratamiento quirúrgicos, le pusieron una bota de yeso.
Tras un mes de baja me volví a las pistas. Allí en medio veía a las parejas bailar sobre el hielo, una extraña sensación me hizo tragar saliva y me dije a mi mismo que no podría volver a bailar sobre las pistas con nadie más que no fuera Stella.
-Stella, tenemos que hablar – le dije seriamente.
-No me abandones, no! – dijo angustiada
-Nunca lo haría – dijo firmemente David.
-Entonces…
-Tú me devolviste el valor y el coraje de poder patinar de nuevo. Pero ahora no puedo hacerlo sin ti.
-¿Que quieres decir?
-Voy a ser patinador pero no de baile de parejas. No. No puedo si tú no puedes estar a mi lado.
-Y, de que vamos a vivir…es nuestro oficio, nuestra vida…o eso creía -dijo pesimista
-Es nuestra vida. Sí y la tuya también. Recuerda hace años, quién me abrió los ojos, quien me ofreció esos patines que tras una caída, yo perdí toda esperanza. No quiero que pierdas la tuya.
-Pero… – protestó
-No, Stella – dijo mirándole a los ojos. Volverás a patinar. Lo sé y lo sabes tú.
-Y ahora…
-Voy a dedicar este tiempo mientras tu no puedas, a ser patinador independiente. Seguiré bailando pero solo. No podría bailar sin tí. Pondré todas aquellas baladas con las que juntos hemos bailado y con ellas triunfado. Bailare para ti, pensando en que estás a mi lado y así lograr seguir nuestro sueño y digo nuestro sueño, por que en él estás tu.
-David…lágrimas de amor cayeron sobre los pómulos de Stella.
-Stella – con un beso en los labios la calmó.
David luchó para emprender un camino difícil junto a Stella. Aprender a patinar sin ella también le fue duro y difícil. Rezaba para cuando ella pudiera seguir patinando con él. En la misma pista. Tiempos difíciles llegaron pero se dice que el tiempo todo lo cura. Y así fue..
Años más tarde veíamos a un David que sujetando a una bella chica de cabellos dorados. Le volvía a enseñar a patinar. El coraje que ella en su día le enseñó, ahora le tocaba a él enseñárselo.
IRENE ADLER
ORO
(El Tesoro del Golfo Coronado)
-No sólo oro. Piedras preciosas. Doblones de a ocho y esmeraldas. Rubíes del tamaño de un huevo de avestruz. Lo menos cuarenta baúles repletos procedentes del Perú, de las minas de los jesuitas. Esos perros codiciosos y bastardos.
Con la palabra jesuitas, el hombre escupe al suelo y esboza una sonrisa de escualo. Amancio me mira, con un brillo extraño en los ojos claros. Cristóbal se acoda en las tablas ennegrecidas de la mesa, confidencial y ávido. Yo mantengo cierta distancia prudente, de la mesa y del hombre, haciendo patente la desconfianza.
Aquí la palabra oro abunda en igual medida que el ron aguado y las putas. La oyes en cada esquina, taberna o puesto de guardia. Historias como quimeras fabulosas para desvalijar a los incautos; para alentar la deserción; para cegar a unos hombres exhaustos por las largas privaciones de la vida en el mar y la otra: la vida cabrona y miserable en tierra.
Pero no es más que una palabra, lábil y confusa, aunque esté hecha del mismo material del que están hechos los sueños.
-Cuéntanos más- lo insta Cristóbal, y hace una señal al tabernero para que nos doble la ronda. Alertada por el tintineo de monedas, una de las fulanas residentes se nos arrima a la mesa, salerosa y escuálida, y Cristóbal la despide con un chasquido de la lengua como quien espanta a un perro. Y el hombre, alentado por el ron y por esa atmósfera íntima de los hombres reunidos en cónclave, se recrea en la faena.
– Se dice que el barco llevaba un cargamento secreto que permitiera a los jesuitas comprar favores en la Corte para evitar su expulsión de España. Hubo una tormenta a la altura del Golfo Coronado y el barco encalló. Los supervivientes lograron ocultar el tesoro en las grutas del Golfo, pero nunca salieron de allí. Dicen que se mataron entre ellos, unos por codicia y otros por hambre, pero ninguno regresó para contarlo. Aparecieron flotando restos del barco por toda la costa entre Golfo Coronado y Cabo Desertores. Y los mismos jesuitas lo buscaron sin descanso durante años, pero con poco éxito.
Hace una pausa dramática, para calibrar a su público y de paso, aclararse el gaznate y las ideas. Y yo aprovecho el trago de borracho para preguntar lo obvio.
-¿Y si murieron todos, cómo es que sabes lo que pasó?
-Los jesuitas llevan registro de todo. Conocí a un viejo que sabía lo del cargamento clandestino y sé algo de corrientes y navegación. No fue difícil deducir la derrota del barco y el lugar exacto dónde escondieron el tesoro. Pero preciso de hombres de mar como vosotros para ir a buscarlo. ¿Es que no quieres ser rico?
Mis compadres irrumpieron entonces en alharacas y exhortaciones de júbilo. Hablaban de desertar de la Atrevida, cruzar la Isla grande y hacerse a la mar como idiotas corsarios en algún puerto del norte de Chiloé. El ron los volvía irreflexivos y fanfarrones. Oro es libertad, me decían. Podrás ir a dónde quieras. Se acabaron las jornadas interminables entre carámbanos de hielo; la calma chicha que vuelve loco a un hombre; el bizcocho de mar duro como el sílex y agusanado; el vino aguado y las raciones miserables.
Oro y libertad.
Me quito el gorro cuartelero y la emprendo a mamporros en las cabezas de chorlito de mis dos compadres.
-Oro, oro. Anda que hace falta ser imbécil. Arreando estáis los dos de vuelta al barco, tontos del haba, antes de que algún listillo le vaya al capitán con este cuento y os pongan a correr la carrera de las seis baquetas por la cubierta de la Atrevida, por idiotas.
Cuando salíamos, vi al hombre dejarse caer en otra mesa, en la que reconocí a dos marineros de la Descubierta, nuestra corbeta gemela. Le arrimaban la jarra y lo animaban a hablar. Al ver que lo miraba, el hombre me hizo un gesto aprobador con la cabeza, como un asentimiento o una lejana muestra de respeto.
Al día siguiente, la oficialidad nos reunió en la cubierta. Formamos un pasillo, y a cada uno se nos entregó una correa de cuero flexible y ligera. Uno de los marineros de la Descubierta que yo había reconocido en la taberna la noche anterior, apareció con el torso desnudo y el teniente de fragata lo hizo atravesar el pasillo, soportando sobre el cuerpo los zurriagazos de toda la tripulación de las dos corbetas. Las Seis Baquetas: el castigo de los desertores.
Encaramado a la regala de estribor, vestido con el uniforme de los infantes de marina, sin participar en el correctivo, estaba el hombre de las leyendas sobre el tesoro de los jesuitas. Me saludó con su sonrisa aviesa, de escualo, al notar que lo había reconocido. Y yo asentí con la cabeza, en un gesto de respeto.
ARCADIO MALLO
EN UNA SOLA PALABRA
Era parco en palabras. Peinaba una acentuada calva que intentaba disimular con aquellas largas y pobladas patillas que recorrían su cara hasta casi juntarse con el bigote. Un bigote canoso y denso que le imprimían a su gesto el carácter propio de su persona. Un hombre fuerte, de gran envergadura y que no admitía demasiadas bromas. Eso hacía que todo el mundo lo respetase, pero al tiempo, que lo viesen como un hombre distante, intratable y con el cartel de raro colgado al cuello.
Había sido un niño rebelde, castigado con leña dura, pero sin resultados aparentes. Bajo el yugo del trabajo del campo, tradición en su época, y sin pisar a penas la escuela en la que poco más había aprendido a escribir su nombre, creció a base de golpes y broncas. Bien merecidas en su mayoría, pero sin que ello le supusiera la menor intención de cambiar y controlar su impulso.
De una niñez indomable pasó a una juventud complicada. Ni en la mili habían conseguido enderezarlos. Se comentaba que la mayor parte del tiempo la había pasado en el calabozo o pelando patatas. A la vuelta, donde él aparecía, acababa habiendo reyerta tarde o temprano. Amparado en su envergadura, no temía a nadie ni a nada y no se amilanaba porque que sí. Hasta aquel día en que la cosa fue a más y las navajas salieron del bolsillo en la fiesta del pueblo. Hirió a varios jovenzuelos de su quinta, aunque gracias a Dios sin gravedad. Por su parte, resultó ileso de forma casi inexplicable.
Decían en el pueblo que aquello fue lo que lo empujó a irse a Buenos Aires. Desapareció en un barco que partía de Vigo en la madrugada de un martes de verano. Hablaban que su padre, tranquilo e impasible ante el muchacho, le había dado el ultimátum. Todos se preguntaban cuál, porque nunca, aparentemente, había conseguido doblegarlo. También decían que en Buenos Aires había hecho fortuna, que había casado con una hermosa jovenzuela y que había tenido varios hijos. Todo habladurías del pueblo, pues la verdad era que ni una carta había enviado a casa, al menos que se supiera.
Apareció a la puerta de las ruinas de la que había sido la casa de sus padres en vísperas de Semana Santa. Estaba viejo, desmejorado, y con las patillas y el bigote muy descuidado. No traía equipaje. Dijeron que había viajado con lo puesto. Lo recogió en casa su hermana, la pequeña, que todavía no había nacido cuando él se había ido. Era la que cuidaba a su madre. Su padre se había muerto hacía muchos años. No medió palabra con nadie fuera de aquella casa. A penas se dejó ver.
Hoy, apenas unas semanas después, han dicho que se ha ido al infierno a reunirse con su padre. Nadie tiene duda de que en el cielo no tienen lugar. Al menos no si es como predica el párroco. Nadie sabe lo que ha hecho ni dejado dónde quisiera que haya estado. Pero si tienen claro, al menos las pocas personas que lo han conocido que aún viven, que aquí no ha dejado amigos. ¡Amigos no! Y buenas obras tampoco. ¡Tantos años y todavía nadie lo ha olvidado! En una sola palabra: culpable. Juzgado y condenado por la sabiduría popular en base a su pasado, sin atenuantes ni defensa posible, que volvió a casa para entregar su alma.
ENRIQUE DIAGO
El niño llora feliz en un Templo Católico a los 2 años de edad… La Mamá Lo calla inmediatamente… El niño a los 4 años está feliz en el parque se sube a un árbolito la mamá le dice «Bájate de ahí»… El Niño a los 6 años está en el Jardín escuela- la profesora le dice «pinta bien no te salgas de la línea». El niño a los 8 años está ABURRIDO. «en la escuela me regañan, llego a casa y mi mamá me regaña»… Las cuerdas vocales empiezan a comprimirse a llenarse de MIEDO DE VERGÜENZA su SONIDO ahora es miedo… su libertad se fue… ahora debe estar 8 horas en la escuela para aprender a estar 8 horas en un trabajo.
De repente viendo como la vida se le va ABURRIDO y de unos 30 años( ahh pero con dinero) viene un recuerdo hermoso a su cabeza» Cuando le dijo a su madre: «dame de esa galleta( la «santísima» Hostia) que te da el cura y pone en tú lengua»… La madre le dice: «está bien esto es pecado pero toma un poquito hijo mio» el niño le dice:» Vieja tacaña esta mierda no sabe a nada.. la tira al piso la pisotea mil veces la pisotea y dice con sabiduría «YO SOY CRISTIANO HIJOS DE PUTA NO PUTA» Y Sale de ahí de ése ABURRIMIENTO. Ahh pero solo fue un recuerdo de libertad… pues el niño de 45 años ahora sigue en ése aburrimiento de mierda en una oficina con miedo a revelarse ¿por qué? Porque su cerebro fue coartado por la mas grande DICTADORA SU MADRE a la que el sistema adoctrina para crear borregos ABURRIDOS del sistema sin REVOLUCIÓN.
RAÚL LEIVA
Defensa del No
Creemos que el SÍ es una aceptación,
una puerta abierta,
una seguridad garantizada,
una promesa, el comienzo de algo,
una afirmación que no hace otra cosa
que generar un círculo virtuoso
provocando acción y cambios.
Viví creyendo en esto hasta que
me encontré más veces un NO que un SÍ.
Estudiando un poco mis reacciones
entendí el poder del NO.
El NO, nos hace replantear cosas que dábamos por seguras,
es pensar nuevas posibilidades,
es derribar mitos,
es matar la suposición,
es rehacer, reinventar,
barajar y dar de nuevo.
El NO es una puerta cerrada,
un desafío a ser tomado,
es incertidumbre, duda,
un mapa sin nombres,
es una provocación al equilibrio,
un límite a ser quebrado.
La frustración es un combustible,
es envión para un salto,
es la base del cambio.
La incomodidad del NO
se ríe del confort del SÍ
que descansa en un sillón.
El SÍ es culminación,
es incógnita despejada,
la meta de la maratón,
el final feliz de un cuento cadencioso.
El NO es el libro cerrado,
la primera valla a ser superada,
el primer obstáculo,
la prohibición,
la reivindicación del deseo,
la antinomia entre el quiero y el puedo,
entre uno y el otro,
entre uno y los otros,
es acción, movimiento.
Decido pues a partir de hoy,
NO aceptar un SÍ,
como respuesta.
TESS LORENTE
En una sola palabra, se puede concentrar todo el amor.
Una palabra puede aliviar el dolor, calmar tu temor o darte calor.
Una palabra cargada de odio, lacerará tus entrañas y se clavará en tu corazón hiriéndolo sin compasión.
Una sola palabra te elevará hasta tocar el cielo o te arrastrará al peor de los infiernos.
Con una palabra se puede agradecer o reprochar, engrandecer o ningunear, elogiar o humillar.
En una sola palabra se puede intuir la verdad o camuflar la más vil de las mentiras.
Con una palabra que escape de tus labios, podrás darme la vida o arrebatar todo el encanto.
Podrás acariciarme o mostrarme tu rechazo.
Ten cuidado de las palabras que usas.
Con prudencia escoge el vocabulario.
Pues está comprobado, que la palabra es una gran daga, con doble filo y envenenada.
Es capaz de provocar una guerra o de calmar las aguas más bravas.
Puede proteger al débil o movilizar a las masas.
Puede darte la gloria o de tu destino arrebatarla.
La palabra es un don que hay que saber gestionar.
Puede acercarte a todos o a todos de ti ahuyentar.
No caigas en el error de quererla controlar
porque si de ella te enamoras nunca la podrás dejar.
Palabras sin sentido, palabras al viento, palabras vanas… nunca es del todo cierto, ya que por dónde pasan dejan su aliento.
Palabras cantadas, rimadas y dedicadas. Poemas y amantes las llevan dentro.
Palabras leídas, tocadas con tiento, palabras cargadas de sentimiento.
Palabras del hambre, palabras del miedo. Palabras terribles de desconcierto.
Palabras escritas, grabadas a fuego, que rozan el alma con un TE QUIERO.
Todo o nada, mucho o menos, palabras solo palabras. El resto es silencio.
¡Ay PALABRA, qué gran momento, cuando al pronunciarte se para el tiempo!
EFRAIN DÍAZ
Existe una línea muy fina entre la confianza y la soberbia, entre la seguridad y la arrogancia, entre la determinación y la pedantería. Tan fina que en ocasiones la cruzamos inadvertida e inconscientemente y en otras la cruzamos con toda la intención, deliberación y alevosía posible.
Hiromi ingresó en un monasterio de samurais. Quería convertirse en el mejor guerrero nipón de todos los tiempos.
Tanto era el deseo de Hiromi que era el que más fuerte entrenaba. Pasaba horas con sus maestros y no perdía ocasión para practicar y aprender. Dominó a la perfección el arte del arco y flecha, el arte de la espada y el arte de la defensa personal. Destacaba entre los demás estudiantes por su fortaleza y por su habilidad. Sin embargo, junto con sus habilidades, creció su arrogancia y su soberbia. Menospreciaba a los estudiantes que no estaban a su nivel. Humillaba a sus oponentes en el combate y se burlaba de aquellos que no estaban a su altura. Se jactaba que era mejor que todos y que ninguno estaba en su categoría. Presumía de su superioridad, de la que alardeaba cada vez que podía.
Una mañana, Yoshiro, el viejo jardinero del monasterio, llamó a Hiromi. Jardinero al fin, Yoshiro se encargaba de los jardines del monasterio. De sol a sol podaba las plantas, los arbustos y cuidaba de las flores, manteniendo los jardines inmaculados.
Cuando Hiromi se acercó, Yoshiro lo aduló. Ensalzó sus habilidades como samurai y le exhortó a aprender las artes de la jardinería.
Hiromi se burló del viejo jardinero. Arrogante, como siempre, le contestó que no había ingresado al monasterio para podar plantas y regar flores, sino para aprender las artes de la guerra y el combate y convertirse en el samurai más famoso de la historia.
-Para ser el mejor samurai debes aprender el arte de la jardinería- le dijo Yoshiro.
-Ya soy experto en el arte de la espada, del arco y la flecha y de defensa personal. No voy a derrotar a mis enemigos podando flores.
-Además de arrogante, veo que eres necio e insolente. Le dijo Yoshiro.
-Nadie me habla así y no tiene consecuencias, viejo decrépito.
-Pues yo acabo de hacerlo y no veo que hayas hecho mucho para impedirlo.
-Te reto a un duelo, anciano. Y para que veas que tengo algo de consideración, iré con una mano atada a la espalda.
Todos los estudiantes detuvieron sus entrenamientos para ver el duelo. Los instructores intentaron persuadir al jardinero para que no se abatiera. Sabían no solo de la habilidad de Hiromi, sino de su sadismo en combate. Le placía castigar, lastimar y humillar a sus oponentes. No había necesidad de que el jardinero se expusiera en su ancianidad a tales vejámenes. Por más que intentaron convencerle, resultó infructuoso. Un verdadero hombre no rehuye un reto. Primero muerto antes que cobarde.
Hiromi acudió a uno de los bellos jardines que mantenía Yoshiro. Tal y como había acordado, llegó con una mano atada a la espalda y su reluciente espada en la otra. Yoshiro en cambio, acudió al duelo con una vieja espada.
Uno de los instructores dio la orden de comenzar el combate. Hiromi, sin perder tiempo, se lanzó hacia el anciano con despiadados lances de espada, que el jardinero repelió con impecable maestría. Sorprendido, Hiromi lanzó un segundo ataque que fue repelido con pericia y mucha destreza. En ese segundo ataque y con precisión quirúrgica, Yoshiro había cortado la cuerda que amarraba la mano de Hiromi a su espalda, sin causarle un solo rasguño, para luego decirle «la vas a necesitar».
Esto hizo enojar a Hiromi que comenzó un tercer desalmado y sádico ataque, decidido a acabar con el viejo jardinero y así vengar las primeras dos humillaciones. Sin embargo, en un despliegue de destreza, habilidad y perfección, Yoshiro, el viejo jardinero, doblegó a Hiromi, que terminó tendido en el suelo tragando polvo. Los estudiantes no podían creer lo que habían visto. Nadie había podido derrotar a Hiromi y un viejo jardinero, a quien nadie tenía en cuenta, no le había concedido ni una sola oportunidad. Hiromi no tuvo ni atisbo de victoria. Todavía en el suelo, Yoshiro se acercó a Hiromi y le dijo «hijo, para convertirte en un verdadero samurai, te falta coraje. El coraje no es ciego, como tu. Es inteligente y fuerte. Te falta cortesía. De nada sirve la habilidad si eres arrogante. Te falta compasión. No puedes andar por la vida humillando a todos, pues siempre habrá alguien más diestro. Te falta justicia. Un hombre justo vale por 100 guerreros. Te falta honor. Los guerreros vivimos de manera honorable para que nadie pueda hablar mal de nosotros. Te falta lealtad. Le debes lealtad no solo a tu señor, sino a los demás estudiantes y a tus instructores. Y por último, te falta sinceridad. Te jactaste de que me derrotarías y faltaste a tu palabra. Terminaste comiendo polvo. Todo lo que te acabo de decir se resume en una sola palabra Hiromi, una sola. Bushido. Tienes que aprender el Bushido, el camino del guerrero. Solo cuando aprendas el Bushido y lo practiques y lo vivas con sinceridad y humildad, serás un gran guerrero. Mientras, hasta un anciano jardinero podrá derrotarte. No lo olvides. Bushido. Recuerda, es mejor ser un guerrero cuidando de un jardín, que un jardinero en campo de batalla. Por último, nunca subestimes a un anciano en una profesión donde la gente suele morir joven».
Y con estas palabras, Yoshiro le dio la espalda y volvió a sus menesteres de jardinero. Con su “destreza”, Hiromi había arruinado parte del jardín.
JOSE TAXI
GUACHA.
Desconocía el significado de esta palabra, hasta hace dos días, cuando mi amigo Humfemio, me dijo que aún no conocía a mi sobrina. Le pregunté por el significado del término, me dijo que en castellano antiguo se denominaban así, las jovencitas solteras, pero no acabé de creerlo, Humfemiete es poco fiable.
Esta mañana me he acordado del palabro en cuestión, casi olvidado, he consultado el diccionario y, siendo muy benévolos, lo que mas se acerca a la propuesta de mi amiguito, es el guano de pingüino. No iba yo, por tanto, muy desencaminado.
Al llegar a casa, un poco antes de lo habitual, pues se había suspendido, la terapia de grupo a la que asisto, por causas no imputables al hospital, de modo que abanderé una reclamación de responsabilidad patrimonial contra el presidente de la finca. ¡Jódete Andrés!, ya te lo venía diciendo, no se puede tener contratado un seguro con tan pocas coberturas, ¡Es inaceptable!
En mi familia somos cuatro: mi esposa, mi hija, mi sobrina y yo, se me olvidaba contarme a mi mismo. Pues era miércoles y, como de costumbre, mi mujer estaba en clase de inglés, mi hija había vuelto a sufrir un pinchazo, en su flamante y modernísimo coche, recién comprado, y mi sobrinita, estaba en su séptimo o undécimo, curso de fin de masters, llevaba realizados no recuerdo cuantos, éste era sobre la cría del caracol, de eso estaba seguro.
Total, que me enfrentaba yo sólo, sin guacha de ninguna clase a la que acogerme, a la para mí, inalcanzable tarea de preparar la comida, por no servir, no sirvo ni para abrir unas latas.
Con dos llamadas de móvil, resolví el problema, en cinco minutos se personaron, en casa, cual un solo hombre, Humfemio y Andresete. Dirigiéndome a este último le pregunte: ¿Sin rencores, Andresico? Parece que aceptó, no pegó ningún ladrido, en fin el desarrollo de la comida nos lo diría.
Chavales de bodega andamos sobrados, es corta pero selecta: tenemos desde un Don Simón, hasta un amontillado portugués, sin denominación de origen, ciertamente si la tuvo, la perdió. ¿Qué os parece? No sé qué pensaron, pues no dijeron media palabra.
¿Quién se encarga de la pitanza? Con una velocidad que rayaba la de la luz, Humfemiete contestó: ¡A mi me salen unas guachas excelentes?
Mira querido, te lo digo sin acritud, pero ¿Por qué no os vais tú y tus guachas a la mierda?
Resolvimos la comida con una tortilla prefabricada, que, por cierto, no valía nada y un poco de pan duro, que guardaba en el congelador un par de meses, el microondas no funcionaba.
Pasamos del postre, pero no perdonamos una buena copa de ron “La Guacha” y un excelentísimo puro habano.
Y colorín colorado, este cuentecico—con Guacha incorporada—se ha terminado.
Josma.
BLANCA NIETO
Gris
Ernold Same existe en una canción británica de los noventa, que ya es mucho para su tristeza, cuando descubrió el grupo «Blur» al hombre serio.
Se levanta a las 6:00 am, se acicala el pelo y se pone su traje gris de siempre, igual que todos los Londinenses.
Suena una voz en la radio de su cabeza, como una canción recurrente. ¿ Estás vivo? Contestándote a si mismo con la cabeza baja hacia el suelo con una sola palabra: Desgana.
Antes de salir de casa, se coloca bien la corbata, ensayando a la vez, la mueca de hombre correcto que le permite sobrevivir en una sociedad reprimida que pide a gritos el gran escape de eclosión.
Abre la puerta de su vivienda prefabricada, sin apenas fuerzas, porque el trabajo que tiene entre cuatro paredes oprime sus sentidos, pero nada que no solucione un buen te.
Al salir de casa, Ernold Same, con el convencimiento falso de que su vida anda bien, es interrumpido por los gritos de un hombre embriagado que zarandea una reja enturbiado su preciada paz por un momento. Es como si su alma explotará a través de ese vagabundo. Llega al trabajo empapado por la lluvia y con los pies pesados, su compañera Alexa le saluda y le pregunta- ¿ Como estás Ernold Same? El le contesta con su sonrisa ensayada: – Bien, igual que siempre.
Una pequeña novedad en su vida en papel de periódico matinal le obliga a coger el concurrido metro, una huelga por la libertad de expresión. Ve a la chica guapa que ve siempre cuando la situación le obliga, que esta vez está de pie, su corazón va a mil, está tan cerca que hasta puede oler su perfume urbano, sin querer le roza el brazo, lo mira pero él no lo ve correcto, le pide disculpas y se queda como siempre, frustrado. Llega a casa, se sacude los zapatos, suelta la chaqueta, se sienta a ver su programa de todos los días, y entre suspiros se pregunta: ¿De qué color ves la vida Ernold Same?. En una palabra, gris como este traje, gris como el cielo. Gris una y otra vez.
DAN FERNÁNDEZ ESPINOZA
[[ bueno, este es un mini relato que quise intentar por el tema de la semana, asi que sera mi primera publicación. Hace mucho tiempo que no escribo, y deseo retomar nuevamente porque esto es lo que realmente amo, espero que sea de su agrado]]
Los sentimientos de Trida, habían girado en torno a la desolación. Meses en que fue cautiva del frío invernal y un corazón congelado que se negó testarudamente a los encantos de cualquier hombre que jurase las promesas de romance fantasioso. Pero ¿quién la culparía? El amor nunca había sido lo suyo, pues, todo lo que conocía eran falsas promesas de aquellos que alguna vez garantizaron bajarle la luna y solo evocaron la lluvia silenciosa de la decepción.
Pero, como iluminada por el sol, un día le conoció. No es que no lo hubiera visto antes, le intrigaba desde que su mejor amigo le había hablado de él. Un chico que aparentaba dureza, sin embargo, había una dulzura subyacente que le envolvía. Gracioso sin duda, lo pudo comprobar cuando sus ojos se encontraron y la risa los envolvió por una conversación picará.
¿Es posible que sintieras tal conexión? Trida no estaba segura, pues se había equivocado ya muchas veces, pero su mente estaba ocupada por aquella sonrisa gomosa, cálida como el sol y luminosa como la luna en las noches más oscuras. Su nombre, Liam, significaba protección. Y es que, así se sintió en cada momento que compartieron. Había intimidad en sus charlas y la confianza de dos amantes de una vida pasada, solo quería conocerlo más, descubrir sus secretos y entregarle con confidencia los propios. Estaba cayendo en las redes de la magia una vez más, se permitió, con sorpresa soñar con la mano de Liam tomando la suya.
Y es que, era inevitable no hacerlo. Lo extrañaba cuando no estaba, y buscaba su atención cada que sus caminos se cruzaban. Y su mente traidora susurraba con anhelo «Quiero gustarte, por favor, déjame ser quien sea dueña de esa sonrisa como el sol…» Ah, que perdida se sentía Trida.
—¿Te gusta alguien? —se atrevió a preguntar un día. Notó en Liam un nerviosismo ante su pregunta, y le escucho, su confesión discreta sobre la persona que habían captado su atención. Trida sintió como las puntas de sus dedos hormigueaban, y la sangre recorría sus venas como una corriente eléctrica por la emoción.
Sabía de quien hablaba. La dulzura de quién describía. Entonces con una sonrisa divertida se atrevió.
—Tu también me gustas. —Confesó.
—También me gustas, Try —le escucho bromear. Un puchero se formo en ella, sabía que no le había entendido bien. Y entonces, sus manos tomaron aquel rostro afable. No pudo evitar estudiar las facciones que la habían enamorado ¿Quién había hecho a este ángel? Se preguntó, sus dedos acariciando con ternura la suave piel.
—Me gustas. Me gustas como las estrellas aman la noche. Me gustas para decirle a mi madre que eres el amor de mi vida o adoptar juntos un gatito callejero —sonrió—. Realmente me gustas como nadie, Liam. —Repitió, lentamente la última oración. Y entonces, los ojos ajenos se abrieron de par en par. Y supo que al fin había logrado su propósito.
—Espera ¿Te gusto de verdad? Como ¿En serio? —preguntó dubitativo. Y entonces, Trida asintió.
—Sólo si te gusto, entonces, me gustas demasiado. En cambio, si no es así, entonces, sólo esto es un sueño y estás por despertar en tu cama. —bromeó con timidez. Su corazón palpitaba contra su pecho, llámenle nervios, o tal vez, ilusión de ser correspondida por quién había atravesado el invierno para hacerla caer en un dulce verano.
—También me gustas, mucho. —escuchó con una voz risueña, y esa sonrisa gomosa que había aparecido tantas veces en sus sueños.
Su primer beso sucedió después de aquello, dulce, y inocente, pero tan lleno de sentimientos que sus pies abandonaron la tierra por segundos.
Han pasado años desde entonces, y cada vez que lo recuerda, su corazón retumba como si quisiera escapar de su pecho. Emocionado como la primera vez, mientras abre sus ojos para ver al hombre que se encuentra durmiendo a su lado. Se enamoró después de mil decepciones, descubrió que el amor no viene con cualquier persona. El amor transforma, es inesperado, y te llena de felicidad cuando más lo has de necesitar. Liam apareció como un ave en busca de su nido, y la transformo en su mejor versión, en aquella que puede sonreír y entregarse con sinceridad, sin temores a las sendas de un amor verdadero.
KATA MAR
SECRETO
Necesito hablar con alguien. tengo que sacar esto de mi pecho y alma, debido a que no me está dejando dormir, durante todo este tiempo lo he guardado con mucho sigilo, sino que ahora necesito desahogarme, te escogí a ti. Antes dime …
¿lo guardarías?, dime que lo guardaras para poder decirlo…
pero enserio… no me vallas a quedar mal, mira que lo que te contare es demasiado delicado como para andar chismeando por ahí.
… confió en ti entonces…
Mira, como tú sabes, Adelina anda casada hace 20 años con un tipo que ni la quiere, que la maltrata, ella aguanto muchísimo tiempo, por sus hijos, por no dejarlos sin un «papa» por su familia toxica la cual le decía que no era bueno de separarse.
-la mujer DEBE aguantar todo, hasta la infidelidad- le decían.
me lo contaba todo a mí, yo no me atrevía a decir nada, porque sabía que no me iba a hacer caso.
hasta que una noche me llamo tarde de la noche, algo alterada, casi sin poder hablar claramente.
– lo mate, amiga, lo mate, no sé qué hacer…- me decía
– hola, por favor cálmate, cuéntame que fue lo que sucedió. – le dije preocupada porque no sabía el estado en el que ella se encontraba.
– si lo mate, me canse de su maltrato, total si no lo mataba yo, él me iba a matar con un cuchillo, simplemente me adelante, ahí está tirado, no sé qué hacer, a quien llamar, como sacar el cuerpo sin que ninguno de los vecinos se entere… ya sabes no me gustan las habladurías de la gente…
– perdona, no sabría decirte porque es una vaina muy complicada, le dije un tanto seria.
-amiga, no[tS1] sé cómo se dieron cuenta… pero llamaron a la policía, tengo miedo de ir presa…- me dijo llorando.
– pero fue por defesa propia, no tienes la culpa, eras tu o el. Dije sinceramente.
– ¿a la policía?, como se te ocurre, ellos me enviarían directo a la cárcel, tu sabes cómo es esta justicia de mierda con los inocentes… ¿cuántos de ellos pasan años y años en la cárcel sin haber hecho nada y por culpa de otros? – miles … no quiero eso para mí, quien cuida de mis hijos si me sucede eso? – me dijo preocupada, prefirió colgar.
Me quedé preocupada, por ella, así que fui a su casa lo más rápido que pude, lo que encontré. no te imaginaras, Adelina estaba tirada en el suelo inundado de sangre, por un momento se me paso por la mente de que ella estaba muerta, se había suicidado por aquella situación. la toque, estaba tibia, luego fui a corroborar su respiración, aun respiraba, aunque muy lentamente. enseguida quise llamar a emergencias, pero recordé que podrían investigar que paso y ahí darse cuenta de todo, mi corazón de amiga me decía que debía hacer algo rápido, no hubo de otra que llamar.
Al preguntar lo sucedido, lo invente todo, como si hubiera sido un accidente, dije que les habían robado, por no cooperar al marido lo mataron y a ella la hirieron de gravedad, así quedó en la constancia, ella quedo libre de toda culpa, nadie se enteró que ese hombre había sido un mal marido con su esposa, ni toda la historia, mucho menos que tal vez podría ser un intento de suicidio. Para los de emergencia y la policía después quedo como un robo, nadie sabe nada, de lo que te he contado. Te preguntaras después de todo este disparate, que aconteció.
lo resumo en dos ella no aguanto y falleció dos días después, los pelaos quedaron al cuidado de los familiares.
Por favor, te lo ruego con todo el corazón jamás se lo digas a nadie, (lo sé, que lo he repetido como mil veces al principio, pero es algo muy serio que no se le cuenta a cualquiera, cuando te vi surgió una confianza increíble, por circunstancias de la vida me he vuelto demasiado desconfiada, este será nuestro secreto, el cual se ira con cada uno hasta la tumba.
HARITZ SANCHO MAURI
Cualquier parecido con la realidad o con un algoritmo de escritura de IA es pura coincidencia, o no.
Lo tenía todo preparado en mi mente.
Que discurso iba a dar, hasta las posibles respuestas para las preguntas, y como contraatacar. A mi no me pillan sin los deberes; -nunca mejor dicho; bien hechos.
Ya he tenido unas cuantas con guardas de seguridad que se creen Jhon Wayne y me han intentado echar del transporte público, siempre con resultado fallido.
Luego la gente habla de libertades con el bozal puesto.
Voy sin mascarilla en el “topo”; (el nombre
de un tranvía que tiene ese nombre aquí).
Y supuestamente dicen que es obligatoria, -a mi esto último me causa bastante risa.
Iba a alegar tres causas de fuerza mayor.
La primera sería que el porcentaje de saturación de oxígeno en sangre disminuye tanto en mi cerebro que me causa mareos y me hace sentirme un zombie.
La segunda que tengo un justificante medico que lo avala, pero por la ley de protección de datos; que me ampara, no estoy obligado a enseñarle nada a nadie porque es algo confidencial entre mi medico, un juez y yo.
La tercera y la de más peso no tengo dinero para mascarillas, tengo todo el derecho del mundo a viajar y encima estoy yendo a trabajar a ver si quiere pagarme el importe del tiempo que me haga perder aparte de la denuncia por discriminación correspondiente.
Unos instantes antes; mientras esperaba la llegada del mismo, estaba grabando una movida entre dos mujeres de seguridad; que estaban en el andén posterior y unos chicos menores de edad, uno de ellos muy farruquito se ha caído al suelo, «es domingo»; todo muy barriobajero.
Bueno ya me he montado en el transporte, se supone que estoy infringiendo las normas; que sea lo que Dios quiera. Yo a esto le llamo apostar por vivir al limite.
Me monto, me siento en frente de una pareja de señores de edad avanzada que iban bastante bien vestidos.
Mientras escribo estas líneas, yo voy con los cascos aparentando ser ultramelomano y me pongo a escuchar sus comentarios sobre la falta de moralidad, respeto…. – todo por no llevar la mascarilla.
¿Que somos asesinos en serie? ¿Porque realmente nos tratan como si lo fueramos?¿Pensar diferente está prohibido? ¿Aquí ya nadie se cuestiona nada?
Le iba a soltar alguna argumentación logica sobre la biología moderna pero la última vez que lo hice el vagon entero me miró estupefacto, como si estuviera pirado; yo ya pasó de hablar con figurantes de The walking death -y con argumentos de peso.
Considero que hay gente a la que le pagan por hablar de este tipo de cosas; -yo ya pasó de ponencias gratuitas.
Cada vez que oigo la palabra clave me pongo enfermo; -a veces es mejor callarse, reírse solo, morderse la lengua y autoenvenenarse.
Al final no ha aparecido el de seguridad. Yo que estaba esperandolo bastante inspirado y mi sonrisa de maquiavélico me estaba delatando que no iban a poder conmigo; y yo ya tenía ganas de la susodicha situación.
Me pone muchisimo ver a la gente con mascarilla, que vean cómo me salto todo a la torera, incluso hasta que me critiquen porque me hacen sentirme importante.
Que estas historias no van conmigo. Que yo soy un valiente que vive al limite
Se ha creado una escuela de odio antihumanista desde la propaganda, la
ignorancia, ingeniería social y programación neurolinguistica que muy poca gente es capaz de comprender o tiene intención de hacerlo.
Mientras tanto pobreza intelectual.
Como decía mi padre; paz hermanos, que todos somos marranos.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Se llamaba Manuel y, la verdad, no sé si le llegué a escuchar una sola palabra en los nueve años que estuve en el colegio.
Porque Manuel era el»portero» del cole. Pero de portero como tal, nunca lo vi ejercer.
Vivía en la planta baja del edificio con su mujer e hijos, pero jamás lo vi sentado ejerciendo las funciones que se esperan de tal oficio.
En realidad, a la puerta, tras llamar el timbre estaba la Hermana portera de turno que siempre decía:»corre que llegas tarde».
Manuel si bien no lo vi allí, sí tenía el poder de la omnipresencia.
En una España nacionalcatólica, creo que fue el único varón capaz de entrar en lugares tan tabús como ¡los lavabos de las féminas!
Y palabra que lo hizo: váter atascado, Manuel silenciosamente lo arreglaba.
Representabamos una función teatral, Manuel colocaba el «escenario» con sus cortinas.
Persianas caídas, ascensor que no funcionaba, instalación de luz, y hasta de sacristán ejercía si la ocasión así lo mandaba
¿Cómo se entendía con las monjas? Algún código digo yo que debían utilizar. Y mudo consta que no era.
Pero repito, era tan omnipresente que ni te dabas cuenta de cuándo salía, entraba, o…
Y todo eso, sin una sola palabra
PABLO RONÚ
Libertad
Néstor soñó a su abuelo que nunca conoció: escuchó su nombre, siguió el sonido a través del viento hasta que dio con una prisión, traspasó los muros como si fuera un fantasma y ahí lo vio. Era igualito que en las viejas fotos, pero a color. Imploraba que lo sacara de allí. Néstor quiso ayudarlo, de la nada aparecieron miles de reos que también lo pedían, los rodeaban hasta casi asfixiarlos. El abuelo le dijo que lo buscara en la Penal de Oblatos y Néstor despertó sobresaltado.
—Papá, ¿Existe la Penal de Oblatos? —preguntó limpiándose las lagañas.
—¡Buenos días! Primero se saluda, increíble, que a tus diecisiete años tenga que seguir recordándotelo. ¿Dónde escuchaste eso?
—Lo soñé, también soñé al abuelo, él fue quien lo mencionó.
El papá se quedó mudo y descolorido, nunca le había contado la historia de su viejo al hijo. Se sentó, respiró profundo, expiró largo y lento.
—A tu abuelo lo encarcelaron por andar en la guerrilla, perteneció al grupo denominado “Liga Comunista 23 de Septiembre”, eso fue a principios de los setenta, a él lo detuvieron en el setenta y cuatro, justo después de dejar a tu abuela embarazada de mí. Estuvo preso en la “Penitenciaría de Oblatos” la gente solo le decía “La Penal”.
»Por las detenciones en la guerrilla, la cárcel estaba sobrepoblada; diseñada para albergar a ochocientos reos, tenían alrededor de dos mil quinientos. En el año del setenta y seis se planeó una fuga, consiguieron encontrar un punto vulnerable en los baños, lograron hacer un boquete y la huida se concretó, muchos alcanzaron a escapar, sin embargo, tu abuelo no pudo. Para el siguiente año un grupo adentro de los mismos presos, denominados “Los Chacales”, les dieron la consigna de eliminar a los guerrilleros que se encontraran dentro del reclusorio, hubo muchas bajas, entre ellas, tu abuelo. Nunca lo conocí, al igual que tú, nada más en las fotos.
El papá hizo una pausa, levantó los ojos rascando sus recuerdos, Néstor, muy atento, aguardaba curioso.
—La “Penal de Oblatos”, fue demolida en el ochenta y dos, se encontraba del otro lado de la ciudad, en el sector libertad, en su lugar construyeron una unidad deportiva.
—¿Podemos ir? Me gustaría conocer ese sitio.
—Eso es del otro lado de la calzada.
—¿Y?
—No es un punto muy seguro que digamos, tenemos el privilegio de vivir aquí en Zapopan, el municipio más próspero de la ciudad. Ahora que lo pienso, es peculiar la composición de la zona metropolitana. La Calzada Independencia divide en dos a la metrópoli, se encuentra en la mera mitad, es triste reconocerlo, pero es común decir que esa avenida es una especie de frontera, de la Calzada para allá están los jodidos, y acá estamos nosotros.
—¡Papá! Qué cosas dices. Además, tú vienes de ahí.
—Por eso menciono que es triste, mucha gente se manifiesta así, ve cómo yo lo dije en automático, es una frontera mental creada por los prejuicios de tanto tapatío, además la inseguridad, no solo en aquel lado, está generalizada en toda la ciudad.
—Papá, por favor, siento una gran necesidad de conocer ese sitio.
El padre se puso la mano en la frente, suspiro profundo, al final accedió.
Néstor, a toda prisa dando brincos, buscó en el GPS la ubicación.
—Mira, papá, hacemos treinta minutos, se ve tranquilo el tráfico, es fácil de llegar, tomamos toda la López Mateos, luego la avenida Hidalgo que nos dejará a seis cuadras, está muy fácil llegar.
Néstor tenía un brillo en los ojos, sabía que no encontraría nada de lo que fue la ex Penal, pero quería estar en el mismo lugar que alguna vez estuvo su abuelo.
Cruzaron la Calzada Independencia, la fisionomía de las casas cambió, vio la parte vieja de la ciudad. Lo primero que le llamó la atención fue el gran número de grafitis, las calles y casas más descuidadas, había unas bien cuidadas y pintadas, no obstante, predominaban las desgastadas y pintarrajeadas, los pocos cajetes en las banquetas como basureros. La otra cosa que observó fue la cuadratura de las manzanas, donde vivía, todas las manzanas son rectangulares, con calles curvas, en esa zona las calles estaban rectas, hacían un cuadriculado perfecto.
—Aquí debe ser fácil perderte, todas las cuadras son iguales, menos mal que existe el GPS —murmuró.
Estacionaron en el parque, notaron que no tenía reja, ni malla, ni barda, lo que fue una prisión, ahora era un lugar en el que se podía transitar con libertad. Había canchas de fútbol, de basquetbol, de béisbol, de frontón y frontenis, una zona de eskate y un auditorio: un buen trabajo en la extensión de seis hectáreas. Si bien había muchos árboles, al sitio le faltaba mantenimiento, se veían zonas secas, con basura y claro, más grafitis, se sentía casi abandonado si no fuera porque transitaba gente por algunas partes. En el centro, estaba una especie de pirámides hechas con piedras, de dos y tres niveles, en cada nivel había plantados árboles. A Néstor le dio por escalar a la parte más alta. Cuando llegó se giró, en vez del parque, vio la prisión, talló sus ojos, tal como lo soñó. Parecía un castillo construido con piedras volcánicas. Néstor estaba en un pequeño círculo que conectaba a siete pasillos, las siete divisiones de la cárcel. Alzó la vista y contó once torres de vigilancia. Al azar tomó uno de los pasillos, al llegar al otro lado encontró al abuelo.
—Has venido por mí —le dijo sonriendo el abuelo.
—¡Néstor! ¡Reacciona! —El padre sacudía al hijo que tenía la vista perdida.
—Estoy bien.
—Te fuiste por un minuto, hijo. Mejor ya nos vamos. ¿Te puedes levantar?
—Sí, no sé qué sucedió, pero ya pasó. Está bien, vámonos.
Salieron de la unidad, subieron al vehículo y, al doblar la última esquina del parque, Néstor suspiró.
—Al fin, libre, cuarenta y siete años después, al fin libre.
GABRIELA INÉS COLACCINI
En el aire, en la tierra,
en el papel, poesía.
En el brote, en la corteza,
en las nervaduras, poesía.
En las alas abiertas,
en las cerradas,
en el vuelo libre, poesía.
En las arrugas, en las pupilas
en las manos, poesía.
Poesía en mi vereda, en tu ventana,
en el camino a casa.
Poesía en el canto, en el grito,
en la nana.
Poesía porque sí
poesía ante todo,
poesía hecha voz,
poesía en la sangre,
en el latido,
en el aliento,
poesía.
MATEO VIERA
Otro
Miró su mano, el calibre 38 despedía una fina tira de humo que se enroscaba en su cuerpo. Se sintió de pronto muy ridículo con la bata puesta sobre la sunga. Las blancas medias le apretaban las pantorrillas, seguramente no eran suyas -no lo sabía-. El quejido ininteligible hizo que se girara en redondo, el hombre lo miraba con los ojos abiertos como platos, emitiendo sonidos a través de la mordaza. Seguramente el dolor superaba el temor, ya que farfullaba su enojo y exigencias sin poder expresarlo, ah y tenía un tiro en la pierna.
Caminó lentamente y se acercó al espejo con base de madera. Las ojeras retintas se hundían en su rostro, mezclándose con el lápiz labial que dibujaba extrañas formas. Ridículo, se sintió ridículo y sorprendido. Sosteniendo todavía el revolver se jaló los cachetes hacia abajo. Pegó su cara al reflejo, emitiendo un ronroneo profundo. Su cabeza era una alcantarilla de recuerdos recortados, brumas ennegrecidas, flashes de cacofonías.
-¡Un golpe! es la policía.
-No te preocupes, no nos agarrarán vivos.
-¿Qué? ¿Quién me habla?
-Soy yo ¿No me reconocés?
-No te veo ¿De qué me hablás? ¡Salí para que pueda verte!
-¡Que otra vez con lo mismo Antonio! Que ya lo hablamos, los viernes me toca a mí usar el cuerpo.
-¡Puta madre! ¿Me estás jodiendo? ¿Cómo salgo de esto?
-Desatá a ese pobre diablo de la silla, lo vamos a usar de rehén.
-¡No! No puedo, imposible.
-No hay de otra amigo mío, el auto está en la esquina, en la bata esta la llave. Buena suerte, fue una buena vida.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
En una sola palabra, no.
Te lo digo así, no.
Cuantas veces me arrepentí de no decirlo más.
Ahora soy mayor y lo sé.
Por favor esto o lo otro, no.
Pero yo educada en el si, decía sí.
Por qué decir no es tan complicado? Dices sí y todo fácil.
Pero el no es como qué hay qué dar explicaciones.
Por eso pienso qué definitivamente NO es la palabra más complicada.
Todos con el NO. Di un NO en tu vida.
PABLO CRUZ ROBLES
Desde pequeño, Albert siempre fue parco en palabras.
Nació en una pequeña ciudad al este de Stuttgart, en el seno de una familia de clase media.
Cuando su hermana —años más joven que él— ya dominaba el lenguaje a la perfección, Albert apenas comenzaba a chapurrear las palabras más sencillas.
«Ya está el tontito mirando las musarañas otra vez» solía decir su padre. Aunque lo quería, no podía evitar burlarse de él, pues ese era el único método que conocía para espolear la oratoria de su vástago.
Tampoco solía comunicarse ni jugar con los otros niños de su edad, que utilizaban improperios más hirientes que los de su padre para referirse a él.
Pero Albert no era tonto, simplemente le gustaba observar y comprender el mundo que le rodeaba, y para ello, solo necesitaba su mente, lugar en donde no era necesario hablar con nadie.
Creció y continuo aprendiendo.
Tras asistir a varias sesiones de logopedia, consiguió comenzar a hablar con cierta soltura, pero tras años de desuso, había perdido el gusto por las letras. Sin embargo, existía un lenguaje que desde siempre lo maravilló, y que se le daba realmente bien. Las matemáticas.
Mientras el humano medio invertía gran parte de su tiempo en hablar y relacionarse con los demás, escribir libros y en general, inundar el mundo de palabras, Albert se encerraba en sus manuscritos de cálculo, álgebra, física y aritmética. Intentaba expresar todas sus ideas a cerca de la realidad que lo rodeaba, con el menor número de palabras.
Y así fue que, tras arduos años de estudio y trabajo, de fatiga y derrota, aquel hombre, parco en palabras, condensó los ríos y los mares de tinta que se habían derramado intentando explicar parte de nuestra realidad, en tan solo 3 letras, un «caracter» y un número, que cambiarían por completo el mundo hasta entonces conocido:
E=MC²
MERCEDES MEDIANO
Nunca es una palabra que me produce mucho respeto porque tiene una profundidad inmensa. Es cerrar una puerta para siempre. El dejar de ver a alguien. Es el adiós encerrado en una palabra. Me causa tristeza cuando nunca más verás a una persona o nunca más tendrás la oportunidad de hacer o vivir algo que era rutinario y que quieres con toda el alma. Cuando se interrumpe una actividad para siempre.
Sin embargo si el nunca jamás viene cuando estás sufriendo se hace dulce la palabra. Si terminas los estudios y nunca, se apodera de los libros de texto para siempre. Si dejas un mal hábito y una vez superado dices nunca jamás volveré a hacerlo. Si vives en una pesadilla que se acaba. Si padeces dolores que se curan.
Todo es una dualidad. Tiene su parte buena y su parte terrible.
Vivimos como si el tiempo no contara. Nos relajamos y dejamos muchas cosas para mañana sin saber que nos acecha el nunca jamás. Lo que no hagas ahora tal vez no puedas realizarlo nunca.
Cuando te enamoras, el corazón se vuelca en la persona que amas, lo das todo y quieres compartir miles de cosas, que a veces por creer estar en posesión del tiempo lo dejas para mañana, mañana que se desdibuja en un abrir y cerrar de ojos porque la otra persona no está a tu vera y se diluye en la distancia. Los acontecimientos sepultan las oportunidades y aparece de pronto el nunca jamás. El borrador de aquello que quisiste y las circunstancias desecharon de tu vida para siempre.
El tener a tus padres y visitarlos a menudo es algo que te engrandece el alma, no dejes de hacerlo mientras puedas que luego puede ser tarde y el jamás te dé de bruces en la cara
Pasar tiempo con tus hijos cuando son pequeños. Disfrutar de cada detalle aunque te canses hasta el último centímetro de tu cuerpo por sus juegos y energía indestructible, es algo que debes aprovechar al máximo , porque cuando crecen y se emancipan ya no hay vuelta atrás, ese tiempo no vuelve nunca jamás.
Si tienes algo por estrenar no lo guardes en un cajón esperando una ocasión mejor porque no hay mejor ocasión que ahora mismo. Ahora, es el momento que nos brinda el presente y es maravilloso. Disfrútalo tú misma, no hace falta esperar a otra persona. Si tú eres feliz lo serán todos los que te rodean porque la alegría es contagiosa.
Nunca jamás se presenta cuando te jubilan y dejas de hacer la actividad que hacías.
Cuando dejas el carnet de conducir, cuando llega el final de tus dias . Todo se hace un globo que vuela hacia las nubes. Desapareces y en este mundo ya nunca jamás podrás volver a estar entre los vivos.
En una palabra nunca digas nunca jamás porque nunca sabes de qué eres capaz.
Nadie diría que una buena persona puede cometer un asesinato. Pero para cometerlo es necesario que se den algunas circunstancias especiales. Todos somos capaces de cometerlo si llega el momento oportuno. Si ves que estás en peligro. Hay una hormona en el cerebro que se llama oxitocina y es la que se encarga de que nos pongamos en guardia y nos defendamos .El hombre nace con un kit de supervivencia. Y entre otras cosas tenemos esa hormona que protege la vida. Que además hace que antepongas la vida de los hijos por encima de todo, para que la especie no se extinga.
Si hay dos personas que se están ahogando siempre salvas primero al más joven por selección natural, para salvar la especie.
Nadie que tenga esta hormona al cien por cien quiere morir. No es tu decisión, es algo que está por encima de todos nosotros. El universo tiene sus planes. Aunque a veces falla esta hormona y hay suicidios.
En defensa propia una persona es capaz de matar.
Por eso por muy buena persona que seas no puedes decir nunca jamás.
Todos somos capaces de hacer aquello que criticamos en otras personas porque hay que estar en esa tesitura. Hay que estar en su piel y sus circunstancias. Hay que tener el ánimo como ese individuo en ese momento determinado para hacer eso que criticamos.
Sería incapaz de alzar la voz. Sería incapaz de salir a la calle a esa hora. Sería incapaz de orinar en la calle o comer esa comida. No podría engañar o matar.
Pero si las circunstancias se rodean y te empujan hasta que te ves acorralado, seguramente seas capaz de hacer lo que no quieres. Si tienes hambre de un día no comerás cualquier cosa, pero si llevas varios días sin comer te sabrá bien hasta una comida fría, caducada y hasta con mal aspecto. La oxitocina se pone en acción para salvarte la vida y sobrevivir.
En una palabra, nunca sabemos lo que va a pasar y el jamás nos acecha.
LUNA BENÍTEZ
En una sola palabra se descubrió su voz que había sido mutilada. Su mirada decía más que todos los versos dichos, sus caricias la poesía que cualquier poro desea sostener para abrirse a la vida.
Lo miró con la inspiración que una abeja se baña en el néctar; sacudió su cabeza, parpadeó 10 veces, y en un susurro le dijo: Calma.
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
«LA TECLA»
Ahí seguía la tecla, desafecta hacia el tirano, como si este no la hubiera golpeado una y un millón de veces.
La tecla hiriendo con saña el papel, dejando en él la llaga impresa a través del mandato de su impulsor.
La tecla, con voluntad de hormiga, va horadando punto a punto el verso derramado desde la autopista del pensamiento a la meta que es el papel.
Las teclas huérfanas de tinta dejan la sombra que espera ser regada.
El rodillo cargado de letras, da vueltas cual noria inagotable, que va hilando palabras como el orfebre que tatuara la música que las habita.
…Toc…toc…toc…la tecla canta, la tecla entona el ritmo de la canción que deja impresa, matrimoniándose con la tinta que emborrona el folio otrora impoluto; ahora, manchado de sangre.
BEA ARTEENCUERO
Suspiros entrelazados
Sueños de hayer escondidos
Caricias que esperan
Estan en el aire
Buscando un destino
Recorren el cielo
Como pájaros sin rumbo.
Pedacitos de recuerdos
Pétalos de mi amor
Migajas de vida
Guardados en el bolsillo
Interno de mi piel.
Miradas dormidas
Esperando posarse
En cada recuadro
De tu cuerpo.
Mis manos
Son pajaros que llegan
Cargadas de ternura
Al encuentro.
Y un conjuro mágico
Pintando en el cielo
Emociones que buscan
El camino.
Se sueltan al viento
Gritando en silencio
Un !!Te Quiero!!
En una sola palabra..
ASAPH FERNÁNDEZ
En una sola palabra: «Eterno»
En el horizonte de la vida de Beatriz comenzaban a formarse enormes y oscuros nubarrones, grises y negros, dispuestos a apagar la poca lucidez que le quedaba y terminar con su memoria. Sin embargo es bien sabido que las desgracias nunca llegan solas; cataratas fueron formándose en sus bellos ojos verde mar, causadas por un sobreesfuerzo realizado por guardar cada color, cada imagen y cada línea en su raída memoria.
La memoria es semejante a un gran lienzo en blanco, cada persona lo llena pintando y dibujando, a su manera, las vivencias, los sueños y las pesadillas que va plasmando en aquel pedazo de «tela», aunque la perspectiva sea diferente para cada una de ellas. Algunos son favorecidos por la luminosidad y utilizan colores claros para dibujar paisajes hermosos en planos sencillos; una cabaña por aquí, un árbol por allá, una familia con un perro juguetón, entre otras cosas más. Otros juegan con las sombras y los matices mayormente remarcados, hasta ennegrecidos; llenando el espacio con borrones, garabatos, dibujos que podrían causar terror a quién los viera, pero apegados a su realidad y su forma de ver las cosas. Otros cambiaban los paisajes felices de la niñez por tonos grises y negros, usando «alcohol» y aguarrás para diluir el cuadro que un día ellos mismos pintaron; borrando a pinceladas y tragos continuos los trazos que un día eran su realidad o su mundo imaginarium.
Sus pupilas se dilataban, cada vez más, para dejar entrar con mayor intensidad esas imágenes que con el paso del tiempo se iban perdiendo al pintar otras sobre ellas. La imagen del día desplazaba a la de ayer, y la de ayer a la de una vida pasada. Como una forma de conservar sus recuerdos, rumiaba cada imagen, ya sea de algún retrato o un boceto; anotaba en un diario lo que hacía, a dónde iba y las personas que veía; escribía los nombres de aquellos que aún la procuraban, que en su lista fueron muchos y muy distintos unos de otros, pudiendo llegar a pensarse que los nombres se los iba cambiando en el proceso. Sin embargo, el registro de sus víctimas con las que se le llegó a asociar, es casi tan larga como la que describe en el cuadernillo que lleva por nombre «mis memorias».
Sus recuerdos, volátiles y etéreos, la iban abandonando con el transitar del tiempo; volátiles como mariposas que dejan atrás el capullo, y etéreos como la niebla misma que la iba aprisionado dentro de su cuerpo. La sangre que tomaba de sus víctimas se unía a la suya y ambas iban borrando esos «recuerdos líquidos», mezclándose unos con otros. Licuados, comenzaban a coagularse en su alma y en su mente. Pero no siempre fue así.
Todo empezó cuando Raúl, el hombre que le prometió amarla por toda la eternidad, se fue para no volver nunca a su lado; éste se había llevado, no solo su amor, sino «la razón» y el ¿por qué? Seguir viviendo. Él era su otra mitad, literalmente, su complemento. Fue él quien la convirtió en lo que era y también quien le enseñó a no derramar lágrimas por nada ni nadie, ni siquiera por él cuando ya no estuviera.
—¡jamás llores por alguien! ¡jamás te lamentes! El alma se condensa y escurre por los ojos, escapa cuando el cuerpo le abre las ventanas. Los ojos se nublan y los fantasmas acechan. Nunca desesperes, nunca te inunde la resignación, jamás dejes que la desesperanza llene tu alma, cuando tu alma se contamine solo esperaras la muerte.
Sus glaucos ojos veían, con cierta melancolía, como todas las cosas, incluyendo a las personas que la rodeaban, se iban marchitando como flores en invierno. Con la melancolía llegó la tristeza y con esta las nubes que comenzaron a nublar su vista.
Durante el tiempo que vivieron juntos, jamás hubo tristeza, jamás hubo razones para llorar, todo era alegría y gozo placentero, sin cabida para algún otro sentimiento. Siempre jóvenes, siempre hermosos, siempre perfectos. Ahora esa neblina cubría casi en totalidad sus ojos verde mar, él se llevó consigo la alegría, y el llanto la invadió desbordado a raudal. Lloró como nunca lo había hecho, y las lágrimas enjugaron su alma. Las bebía, las sorbía, se sintió tan humana cómo antes de conocerlo. En un principio sus lágrimas se convirtieron en un bello manantial donde apagaba su sed desde que él comenzó a faltarle, un oasis en su soledad. Bebiendo a sorbitos la esperanza y endulzada con cucharaditas de que él iba a volver. El tiempo transcurrió y para poder apaciguar el alma y la sed de amor que se fue haciendo cada vez más grande, cambió la esperanza por la desesperación, y lo que un día era dulce se fue haciendo amargo, con ello los fantasmas fueron apareciendo. Borrones, recuerdos falsos, ilusiones perdidas; todo lo bello se fue a la basura. Excepto su piel, su bella figura seguía intacta a pesar del tiempo. Mientras su alma se iba evaporando, convirtiéndose en una muerta en vida. Ya nada quedaba, solo el bello y hermoso cascarón vacío de una mujer que a pesar de los años y a pesar de los días seguía teniendo un cuerpo eterno y un alma podrida.
SILVANA GALLARDO
¡Cuánto ruido que ensordece,
cuántas lagrimas vacías!
palabras que languidecen
arrojadas a la nada;
la soberbia las sepulta
en un abismo acunada,
¿Por qué esperar que acaezca,
y lamentar los infinitos silencios,
negar las caricias bendecidas
con los besos, los abrazos,
si tan fácil es decir, en una palabra
«te necesito»?
La palabra, en vano miedo se oculta,
la existencia se marchita;
no florece, se borra con la apatía
en el cielo azul, en la mirada perdida
y en la inmensa melancolía.
Si en intenso sentimiento clamo,
pero duermen mis silencios,
se adhieren en mi garganta
y tan fácil que es decir,
en una sola palabra
«te amo».
Contra la entraña, el orgullo,
que fenece en nuestro pecho,
¿por qué callar la voz?
si tan fácil es decir
en una sola palabra
«te quiero».
Volverán señales infinitas
para ablandar esta coraza
color púrpura, que palpita.
¡una sola palabra, solo una!
que endulce el agrio
sabor del egoísmo,
que en nuestra vida gravita.
Debo confesar mi amor callado
con el clamor silencioso
de mi existencia peregrina
¡no más sigilos ni pausas!
¡qué fluyan los ríos de palabras,
con armoniosa música del alma!
ALBERTINA GALIANO
Esta mañana desayuné en pocas palabras, con el fin de mantener a raya la grasa saturada.
Como cada jornada lectiva, tal como de veinte años acá me dirigí al resignado trabajo, y en muy pocas palabras desempeñé mi tarea, para así poder llevar comida al frigo.
De regreso pasé por el súper e intenté emitir las mínimas palabras imprescindibles… os aseguro que no es difícil.
Uno puede abastecer de viandas un hogar en contadísimas palabras, y sin siquiera miradas.
¿Un hogar he dicho?
Quería decir una casa.
Me ahorro lo demás porque bien se sabe que cuando hay dos, y uno de ellos no habla, la oscuridad de la voz es tan fácil de lograr que se adormece la garganta.
Y por fin las sábanas, donde me espera el delirio de dejar de fingir, y desatar de una vez toda mi laringe en cientos y miles de elegidas palabras.
En frases, en versos, en prosas, en larguísimas peroratas.
Que llegan a tus oído y vuelven rellenas de nata. De la de chupar los dedos.
Y me permiten dormir como un recién nacido, satisfecha y estirada.
Pocas son para decirlo: buenas noches, y hasta mañana.
EMILIANO HEREDIA
En una fresca tarde de un inusitado Junio, una mujer de unos cuarenta y algo años, esbelta, rubia de media melena, vestida un poco al estilo «Grunge», pasea por una acera flanqueada por lánguidas y sucias acacias.
Se detiene delante de la puerta de un portal, y pulsa el botón del telefonillo del piso al que va.
Una voz cálida le contesta al otro lado, y abre la puerta.
Pulsa el botón de llamada del ascensor, entra y pulsa el primer piso.
Toca el timbre y un hombre mayor de setenta y algo, la abre y la recibe con un cariñoso abrazo.
-Hola papá, ¿Cómo te encuentras hoy?
-Hola hija, pasa, pasa-responde el padre, un poco cojo y un poco renqueante-
-Gracias papá, de verdad, ¿te encuentras bien?-pregunta preocupada-
-Si hija, si, ya sabes, uno de mis achaques-responde despreocupado el padre-
-Siéntate que ya traigo yo el café-le dice la hija, entrando en la cocina-dos minutos de microondas, dos de azúcar y dos de café soluble, ¿no?
-Sí, hija, ya sabes, dos, dos, dos-le responde el padre desde el salón, sentado en el sofá-
La hija, viene con una bandeja, llevando el café con leche del padre, una infusión para ella, y unas campurrianas.
-Has visto las campurrianas, ¿eh?-le dice sonriendo el padre a su hija-las he comprado sabiendo que venías.
-Gracias papá-le responde su hija con otra sonrisa-cuéntame, ¿Qué tal estás?.
-Pues, qué quieres que te diga, hija, hace un mes de la falta de tu madre, y podría tener justificación que me echara una risa, pero ni puedo, bi quiero-dice el padre, reflexivamente-
-Hombre, papá, pero algo de alivio tendrás, después de toda la mala vida que te dió mamá-le dice, agarrando la mano de su padre-
-Sí, la vida con tu madre, no fué cosa de risa. Más bien, de película de terror, del miedo que sentíamos los tres, tu hermano, tú y yo, cuando aparecía por la puerta, esos insultos, las cosas que tiraba, los reproches, el miedo a ver cómo se levantaba …
-¿Y porqué no te fuiste papá?-pregunta tiernamente-
-Hija, no quería vivir sin la risa de tu hermano o de la tuya, vuestra risa era la tirita que curaba las heridas que tu madre me hacía en el alma-responde entre resignado y compungido-
-Lo que me extraña es que nadie te ayudara-le dice-
-Hija, yo para el mundo he sido siempre un payaso. Siempre con la risa en la cara, con tu edad, era el borracho, que intentaba ahogar los golpes de tu abuelo en las jarras de cerveza que bebía. Siempre una risa para ocultar como la mierda bajo la alfombra el dolor físico que siempre ha estado cosido a mí. Siempre,¿sabes?, soy como un viejo tango, de un grupo de los años 50 del siglo pasado, «Los cinco latinos», la gran Estela Raval, cantando «Ríe Payaso», y decía algo así como’:»…. ríe, payaso buen amigo, no llores que hay testigos, que ignoran tu pesar….'». Pues eso, hija, eso es lo que ha sido siempre tu padre, un payaso-dice, con los ojos vidriosos-
-No, papá, tu nunca has sido un payaso, has sido y eres el padre más maravilloso del mundo, que nos ha sembrado risas en la tierra gris que mamá nos daba. Papá, por tu risa, mi hermano y yo hemos podido abrirnos paso en esta vida. Papá, gracias por haber estado y estar ahí. No pierdas nunca tu risa, y quien no quiera saber nada de ti, allá el, tu risa es como un bello amanecer, que pocos saben apreciar. Te quiero papá
-Gracias hija
Padre e hija se abrazan sollozando en silencio.
Padre e hija meriendan café con leche e infusión con campurrianas
GUILLERMO ARQUILLOS
Esperando una palabra
Estaba seguro de que había muchos que se reían detrás de él, pero no los veía. Ni quería saber quiénes cuchicheaban a sus espaldas. Él tenía los ojos clavados en una dirección.
—¡Payaso! —se oyó decir con rabia a alguien que pasaba.
Se hizo un murmullo en toda la plaza, en las terrazas de los bares y en los bancos, donde se subió algún listillo para ver mejor la escena por encima de los demás. Hasta los chorros de la fuente empezaron a salir con menos fuerza porque no querían molestar a quienes deseaban oír. El policía municipal se dio la vuelta encarando a unos y otros, por si había protestas.
Se oyó en aquel momento cómo algunos niños se burlaban al ver a Agustín humillándose de aquella manera delante de todos. «Está haciendo el ridículo», pensaban.
Pero él estaba seguro de que obedecía a sus sentimientos y de que solo le faltaba una palabra, únicamente una, para que sus sueños se cumpliesen. Lo había meditado largas horas, dando vueltas en la cama por las noches, cuando no lograba echar ni una pequeña cabezada.
Sus amigos le habían dicho que se aprovechara todo lo que pudiera, que a ellos les daba igual, que si quería sacar algo de la situación que lo hiciera, que eso era lo importante. Que a sus veintipocos años tenía mucha vida por delante y que ya habría tiempo para sentar la cabeza.
¿Sus padres? En fin, sus padres eran buena gente, pero también tenían una mentalidad antigua y no terminaban de ver las chaladuras de Agustín, siempre tan en su nube, tan en su mundo, tan sin conocer el suelo que pisaba. «Te queremos, hijo, te queremos», le decían. «Pero estás como una cabra, tienes que reconocerlo». Y él se sonreía con la boca de medio lado.
Cuando les comentó durante la comida lo que iba a hacer por la tarde, ellos abrieron los ojos como animales que huelen al matarife y desearon que se les cayera el techo sobre sus cabezas. Su madre se puso las manos sujetándose la boca y la nariz, como si fuera a empezar a rezar, pero se echó a llorar:
—¡Qué desgracia, hijo mío, qué desgracia! —gemía y suspiraba, mientras se acariciaba el pelo blanco—: ¿Qué dirán de nosotros en el pueblo? No me esperaba esto de ti. Ni me lo podía suponer.
El padre mantuvo silencio con los ojos hirviendo. Lo odiaba. Renegaba de su hijo porque solo pensaba en su asqueroso capricho. Un deseo que no se les pasa por la cabeza a los hombres que se visten por los pies. Un antojo que los expulsaría del pueblo, sí, a ellos también, porque no podrían soportar la vergüenza de que su hijo fuera a acabar con la Rosy.
La familia de la Rosy había llegado a la aldea del fin del mundo, haría unos tres años. Primero el padre, tras cruzar el estrecho en patera. Después, en cuanto consiguió algo de dinero y arregló los papeles, logró un reagrupamiento familiar. Poco a poco, primero vino la esposa, luego los hijos: dos chicos y tres chicas.
En la aldea del fin del mundo, la mayor parte de la gente los rechazaban, les hacían el vacío, los marginaban. Allí no estaban acostumbrados a compartir la plaza con unos negros, con sus extrañas costumbres.
—¿Papá, es verdad que les cortan el cuello a los gallos y se la beben conforme va goteando?
—No, hijo, ¿cómo va a ser eso cierto? ¿Quién te ha dicho esa barbaridad? ¡Si ellos son personas normales!
Pero el bulo de los gallos y la sangre se extendía por todas partes.
Y, ahora, esto. Porque esto era peor.
Agustín estaba de rodillas, a la vista de toda la plaza. Los ojos de la Rosy, emocionados, su boca bebiendo lágrimas sin parar.
El muchacho pensó que todo su futuro estaba encerrado en una sola palabra: Sí.
Los padres de Agustín pensaron que sus próximos años dependían de una sola palabra: Sí.
El policía municipal pensó que podía haber un tumulto si la Rosy decía aquella palabra: Sí.
Y la Rosy dijo «sí».
Un escándalo, ya lo creo, un escándalo.
Fue el primer matrimonio que hubo en la aldea del fin del mundo de un muchacho con una chica trans.
LOLY MORENO BARNES
CUENTO DE LA PALABRA PERDIDA
Había una vez un mundo que cayó en caos. Nadie se explicaba como ocurrió la catástrofe.
El día menos pensado desapareció “ UNA PALABRA”, tan solo una, pero irremplazable.
¿Cuánto poder puede tener una sola palabra para que en ella misma se decida el destino de la humanidad?
Cuentan que desde que desapareció aquella palabra todos los diccionarios , en todas las lenguas encontraron un espacio en blanco donde ella antes existía.
Nadie podía reponerla porque con ella se había borrado su significado sin dejar pistas de alguna que fuera su sinónimo.
Las letras de todas las canciones donde figuraba ( que eran muchas ) ya no tenían ritmo. Las poesías perdían versos y deambulaban entre prosas sin sentidos.
Las familias se desestructuraban y las guerras se multiplicaban.
Los gobiernos de todos los países no podían cerrar acuerdos porque no encontraban la palabra justa.
Los amigos se convertían en enemigos por no tener palabra.
En una palabra, se había perdido el sentido de la vida.
La palabra se había extraviado, pero aun existía la esperanza.
Los sobrevivientes de la hecatombe decidieron salvar al mundo del desastre.
La palabra perdida debía estar en alguna parte y debían dar con ella.
Se dieron tregua las guerras para dedicar todos los esfuerzos a encontrarla
Los ríos recorrieron las montañas hasta el mar , mirando en cada recodo encontrarla.
El sol la busco hasta en la luna.
Los humanos revisaron cada abrazo dado por si entre ellos se les había escapado.
A punto estaba el mundo de darse por vencido cuando encontraron la formula de dar con ella.
Dicidió entonces empezar de cero y aprender de los errores.
Si la palabra era tan importante habría que escribir la historia nuevamente hasta descubrirla entre las tintas dibujadas en un papel en blanco.
Con el nuevo amanecer la palabra volvió a la vida y salvo al mundo.
En una sola palabra , solo faltaba: AMOR.
SERVANDO CLEMENS
cháchara).
El conferencista
Amigos míos, plasmar sobre el papel las palabras que ustedes están leyendo me cuesta un cielo, un infierno y un limbo. Para mí escribir es una tarea fastidiosa y, hasta cierto punto, una labor para tímidos y para mediocres.
Lo mío es hablar, es la oratoria, es llamar la atención de los escuchas.
Yo nací para ser conferencista, nací con ese don, con ese privilegio de cautivar con la palabra hablada.
De pequeño me paraba enfrente de mis papás, de mis tíos o de mis abuelos y les contaba chistes, anécdotas, cuentos o, incluso, historias inventadas con tal de que las orejas ajenas recibieran los mensajes que emitía mi melodiosa voz.
En la primaria me encantaba tomar posesión del micrófono para recitar poesías. En la secundaria yo era el encargado de dirigir los honores a la bandera. En la preparatoria yo fungía como maestro de ceremonias de cualquier evento.
Yo quería estudiar una carrera que tuviera algo que ver con la oratoria, pero no había, no en mi época ni en mi ciudad.
Estudié administración de empresas con la finalidad de ofrecer conferencias en auditorios. Empecé por lugares pequeños y no cobraba ni un centavo. Sólo quería hablar frente a un público que aclamara mis arengas.
Cuando formé una familia necesité ganar dinero, requería pagar cuentas.
La gente no quería pagar por charlas referentes a la administración de empresas. Ya existe mucha información en los libros y en Internet. ¿Qué hacer? ¿Cómo subsistir con lo que amo?
Pues resulta que una mañana ofrecía una ponencia a un grupo de agricultores cuyas caras no dejaban de gesticular bostezos y, harto de su indiferencia, estuve a punto de gritarles que se fueran al demonio. Estaba a nada de tirar la toalla, pero guardé la calma.
En un principio no sabía qué decir o cómo reaccionar ante uno grupito de incivilizados que no apartaban la vista de la mesa de refrigerios y de sus relojes.
De golpe, tuve una visión celestial. Recordé una frase que leí en una galleta de la suerte y lancé el dardo envenenado:
—El pobre es pobre porque quiere.
Los presentes voltearon a verme. Un vejete tosió y fijó la vista hacia el estrado.
—El mundo está hecho para los tiburones como ustedes, ustedes son los depredadores, ustedes se tragarán a los débiles y después escupirán los huesos para que los perros se coman las sobras. Por algo están aquí, ¿no? Yo tengo las herramientas y se las voy a dar porque son mis amigos y porque los quiero ver triunfar.
Un par de aplausos al fondo del auditorio.
—La escalera del éxito se construye peldaño a peldaño, paso a paso. No, qué va. Lo de ustedes es el elevador del éxito. ¡Quiero escuchar que ustedes son los ganadores!
—¡Somos ganadores!
Un guiño. Ovaciones. Tres hombres se levantaron de sus asientos y saltaron como monos sobre la rama.
—El universo conspira para que ustedes cumplan sus anhelos. Sueñen y se les dará.
Un hombre gritó:
—¡Así se habla, muchacho!
Luego dije:
—Piensen positivamente y sus obstáculos caerán como sal ante la ola gigante de su fortaleza, de su grandeza, de su inteligencia y de su energía que se nutre con el fuego del sol, con el ardor de su estómago, con la potencia de su mente y de su espíritu, con el tambor de su corazón.
Los agricultores se pusieron de pie y sus aplausos y elogios fueron aire para inflar mi ego. ¡Lo necesitaba! Había encontrado la fórmula y no la soltaría jamás. Los atrapé con mi labia.
Me dediqué a dar conferencias por todo el país, por cada rincón, por cada ciudad y pueblo. Todos los días. Auditorios llenos. Contratistas suplicando por una fecha. Cheques en blanco. La locura. ¿Un ídolo? Sí, amigos míos; lo soy.
Las charlas motivacionales me subieron a los cuernos de la luna y allá quería vivir para otear desde lo lejos a los simples mortales.
¿Ustedes creen que yo tenía límites? No, señores, mi límite es el universo y más allá.
Yo era el ilusionista, el hipnotista, el elegido, yo era el puto amo.
Ahora ofrezco mis conferencias a nivel mundial y en los mejores recintos. Me renové.
Ahora estoy parado ante miles de personas. Hago una reverencia. Las cámaras de televisión me rodean. Enderezo el cuerpo, elevo las manos al aire y miro el cielo y pienso que no hay fronteras para mi grandeza. Fuegos artificiales. Música. ¡Silencio!
Inicio mi discurso de la siguiente manera:
—¡Capricornio! Hoy recibirás una excelente noticia…
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
Caí rendido ante la hoja en blanco. Estaba tan azorado, que no sabía la forma con la que empezar mi historia. Mi conciencia permanecía intranquila tras el atroz y horrible suceso. ¿Cómo hacía para sacarla de mi cabeza? Cada vez me atormentaba mas, y me dominaba todos los sentidos.
Frente a mi, estaba ese horrible espejo que reflejaba la imagen de un monstruo. No quería levantar la cabeza y seguir sucumbiendo a sus amenazas. Podía sentir el odio que emanaba su presencia tras de mi. Solo intentaba escribir un relato para sentirme mejor. Escapar del horror y dejar de pensar en lo ocurrido.
Soy inocente, lo juro, yo no sabía que podía pasar por esto. Me persigue a todas partes, me susurra al oído y no me deja dormir. Apenas puedo descansar tranquilo en ningún momento. Quiero que me deje en paz y poder ser libre por fin. Respira sobre mi nuca, rizando mi bello y dejando un repugnante hedor a muerte que emana de su boca nauseabunda. Se mueve de un lado a otro, a veces, me toca con sus asquerosa mano y roza mi pelo con sus siniestras garras. Solo intenta llamar mi atención, buscando el momento exacto para poder absolver mi alma a través del espejo. Quiere llevarme a su infierno y poder vengarse con ello. Lo sé.
Solo intentaba escribir una historia de terror, pero no podía sin haberlo sufrido en mis propias carnes y verlo con mis propios ojos. Sin sentir el mortal poder del verdadero miedo. Y lo hice, sin ningún remordimiento, lo hice. Yo soy el único «Culpable» de todo esto, pero también la única víctima. No tenía que haber hecho caso de las recomendaciones de aquella estúpida bruja. No tenía que haber profanado la tumba de aquella joven y haberme robado nada. Con ello interrumpí su descanso y sobre todo, el mio propio. Ella tiene toda la razón, me lo susurra una y otra vez, una sola palabra que se repite con mas fuerza en mi cabeza —Culpable, Culpable, CULPABLE, …
BEGO RIVERA
Desde el sótano-encerrados- escuchábamos los gritos de «papá»; arriba, en la casa.
Discutía de vez en cuando con alguien sobre dinero.
Pasó lo mismo cuando Lucas cumplió trece años y con Jairo cuando cumplió catorce.
» Papá» se enfadaba mucho. Bueno, siempre estaba gruñón… menos las noches que nos contaba un cuento.
Esa vez… escuché mi nombre y el de Mario. Habíamos cumplido años hacía unos días. Mario trece; yo, catorce.
Creí que nos tocaba a nosotros.
Lucas y Jairo no volvieron aquel día, suponía que con nosotros pasaría lo mismo.
En el sótano húmedo y oscuro: con un simple colchón, un water y un lavabo, éramos cinco niños. Quitando a Mario y a mí, los demás eran más pequeños: Alberto, Tomás y Luis.
Habían pasado muchos niños por el sótano durante años.
Sólo teníamos tebeos y libros que nos daba «papá» para entretenernos, y que yo leí cientos de veces bajo la luz del pequeño ventanuco.
Cada noche » papá» bajaba por uno de nosotros y lo llevaba a su habitación.
Cuando cumplíamos trece o catorce años años «papá» se deshacía de nosotros. Como inocentes e ilusos que éramos pensamos que nos dejarían libres, que podríamos volver con nuestras familias. Yo aún recordaba a mis padres…a pesar de que » papá» me arrebató de su lado con seis años.
Como temía » papá» nos sacó del sótano a Mario y a mí. Nos metió en una furgoneta, después de un tiempo llegamos a una casa.
Estaba en medio del campo. Tenía la esperanza de ver a mis padres y miré alrededor nervioso.
La puerta de la casa se abrió. Un hombre mayor,con mala pinta, nos miró sonriendo de manera que nos asustó… conocíamos esa sonrisa por «papá».
El hombre se nos acercó y de su apestosa boca le oímos decir: podéis llamarme «papá».
La esperanza desapareció.»
Enrique de dieciséis años escuchaba a su nuevo hermano Fran.
A Enrique lo cogió -el viejo- «papá», con quince años, cuando regresaba a su casa de estar con sus amigos.
Al escuchar a Fran…no supo que decirle.
¿Cómo explicarle la maldad del ser humano?
ED RT
—¡¡Héroe!! ¡Gracias!
Aquella mujer desconocida se despide de la capa que se desvanece entre las nubes a la velocidad del sonido, cortando con su cuerpo las furibundas gotas de lluvia que estallan contra sus músculos acerados.
De pronto, el vuelo es interrumpido por la llamada de auxilio de un hombre:
—¡¡Pretoriano!! ¡¡Socorro!!
El héroe escucha perfectamente las súplicas, a pesar de la distancia, suspira, cierra los ojos un momento y desciende, pues no hay tiempo que perder. Un incendio se ha desatado en una fábrica de botellas de agua y es necesario que salve a los empleados. Rápidamente, se posa con extrema delicadeza sobre el asfalto: una capa roja ondeando alrededor de un ajustado traje negro que luce la férrea figura del superhéroe, engalanado con mitones cetrinos y botas blancas. A medida que se aproxima a los trabajadores, el titánico aspecto se descubre empobrecido por unas ojeras que lacran su rostro y un cabello sucio y húmedo que cuelga sin gracia. La indumentaria, tan digna desde la distancia, ahora febril, rota y con machas sanguinolentas.
—¡Rápido! ¡Aún quedan veintitrés hombres ahí dentro! Gracias al cielo —sentencia un empleado que coordina como puede la evacuación y hace señas a los equipos de rescate.
«Gracias al cielo», repite en su cabeza Pretoriano. Irrumpe en la fábrica a través de una ventana de la planta baja y trata de usar su visión de calor y su oído para detectar a los hombres restantes, sin embargo, la osadía del fuego y las sirenas lo impiden. El ruido de las sirenas se clava en sus sienes y comienza a sentirse mareado. Aprieta la mandíbula. Lucha por mantener la estabilidad. Se recuesta sobre una pared abrazada por las llamas y grita:
—¡Apagad las putas sirenas!
En casa le espera su sirena. De ojos azules y cabellera rubia, de abrazo cálido y sonrisa burlona, de besos dulces y «te quiero, papá». Esa misma tarde tenían que ir al centro comercial, pero su hija ahora espera con la niñera. La niña triste que espera a su padre.
Cuando acaba el trabajo, se dispone a ir a casa. Emprende el vuelo. Casa. Una ducha. Quitarse el sudor. Relajarse en el sofá… Poco antes de llegar a casa, vuelven a pedir su auxilio. Y él se frota los ojos soñolientos, aprieta la mandíbula y, por un segundo, observa a su hija a través de la pared: ya está dormida. El héroe abandona y va a salvar, porque es un héroe. Y un héroe no puede abandonar.
ANDREA ROSSI
Es muy temprano en la mañana, de un día de verano. En la cocina de la casa de la pequeña finca, a orillas del río, desayunan madre e hija, tajadas de plátano frito con queso y café dulce. No conversan, comparten ese silencio grato de quienes se entienden con pocas palabras.
El ronroneo de un motor las sorprendió, y enseguida unos toques en la puerta del frente. Ambas, curiosas, abren la puerta, ante ellas doña María, la comadrona del pueblo río arriba, muy sería les da los buenos días, la invitan a pasar.
–No comadre, no paso, me esperan, vengo a pedir su ayuda. La señora de la casa grande ha… , ay comadre… se ha ido, pero… sigue en la casa. Usted y yo sabemos como es eso. Necesita su ayuda y a… la niña.
La niña tiene quince años, mira a su madre preguntando con la mirada: ¿yo?
La madre le acaricia la mejilla, y le dice a doña María:
–Vaya tranquila comadre, nosotras nos encargamos, la señora volverá.
Toma a su hija de un brazo y entran a la casa, la lleva al dormitorio, allí abre el viejo baúl que está al pie de la cama, busca y del fondo saca una pequeña caja de madera.
–Hija, escucha bien, debes ir al pueblo río arriba, a la casa grande, la de ventanas y puerta blanca, llevarás esta caja y la entregarás a la señora de cabellos de plata.
No abrirás la caja, la única que debe abrirla es la señora y tú eres la única que puede y debe llevarla, la señora solo dirá una palabra, una sola palabra y tu sabrás que ella está libre de su prisión.
Camina la niña por la ribera del río, el río pasa a su lado murmurando suave, el estribillo de una canción. Los mosquitos por momentos forman pequeñas nubes a su alrededor, los aparta con una mano, y con la otra sujeta la pequeña caja de madera. Cada paso por el sendero desprende pequeños ruidos, crash, cric, tenues crujidos de ramas, hojas, piedras.
Se detuvo, cansada, sentía en el cuello como se deslizaban las gotas de sudor. Apoyó su espalda en un árbol y se dejó caer hasta sentarse sobre la hierba y la tierra.
La sed la obligó a acercarse más al río.
Dejó bajo el árbol con mucho cuidado su pequeña caja de madera, y se permitió mojar los pies, la energía del agua la fue llenando de sensaciones alegres, así, animada, se inclinó a recoger agua juntando y ahuecando las manos, se mojó el rostro, y bebió.
Desapareció el desconcierto, sonrió, cerró los ojos y volvió a escuchar a su madre «… camina, camina, sigue río arriba hasta pasar la gran piedra… cuida la caja, niña»
Suspiró satisfecha, alerta, ¡claro!, a caminar, ya falta poco, debía llegar a la casa de grandes ventanas, la del jardín tan verde, la señora de la casa la esperaba, debía entregarle la pequeña caja de madera.
Llegó a la enorme casa, tenía deseos de reír, y hasta de saltar, contra el pecho abrazada llevaba la pequeña caja de madera.
El sol resaltaba los colores, el verde del cesped, el blanco de las ventanas, tocó a la puerta, esperó, sólo silencio. Llamó otra vez, ahora sí, una mujer con expresión dolorida abrió la puerta, la miró, vio la caja y su rostro mostró alivio, como si en ese momento el dolor que la atormentaba desapareciera.
Con un ademán la invitó a pasar al tiempo que decía:
–Pasa, niña, pasa, la señora… niña, la señora te espera pero no sabe que te espera. ¿Raro, verdad? Necesita la cajita, entrégasela… y ella… ¡regresará!
Pasa la niña al parque detrás de la casa, bajo una glorieta con grandes y hermosos racimos de glicinas, sentada en un banco estaba la señora, cabello corto, color plata, cejas negra suavemente arqueadas, ojos oscuros.
Al ver a la niña sonrió sin entusiasmo y con mirada indiferente.
La niña le entregó la cajita, la señora la recibió y con expresión de hastío la dejó sobre la mesa.
La niña se sentó a su lado y tímidamente le dijo:
–Ábrala… ¿sí?
Muy despacio, con los movimientos de una anciana enferma, tomó la cajita, quitó el pequeño gancho y levantó la tapa. Quedó mirando lo que había en la caja, sonrió, miró a la niña y su expresión cambió, toda ella cambió, fue como si despertara.
Volvió a mirar dentro de la caja y riendo emocionada dijo:
–¡Regresaste!
La niña se inclinó para ver que había en la caja que le producía tanta alegría a la señora, y era… un espejo.
RODOLFO ALBERTO MICCHIA
La última luna de Octubre
Llegó del Paraguay allá por el 1906, de contextura robusta y brazos torneados, había conseguido empleo en la Forestal al norte de Santa Fe de la Vera cruz, o Santa Fe como se la conoce hoy en día.
Le preguntaron si sabía hachar y asintió con la cabeza, si bien hablaba guaraní, comprendía muy bien el idioma español.
La Forestal, esa empresa inglesa que exprimía la corteza de los árboles para extraer el tanino, de la misma forma explotaba al obrero hacinándolo en lugares que llamaban arranchadas en los claros del monte, en ese entonces, el trabajo era pagado con vales o pagarés que debían ser canjeados únicamente, en los almacenes de la misma empresa, un negociado que cerraba por todos lados excepto, para el que ponía el lomo.
Itaeté, así se llamaba, nombre guaraní que significa acero, fuerte. Ese día sí que había tumbado árboles, ya como a las seis de la tarde, decidió tomar un descanso al pie de un frondoso quebracho y, recostado con los brazos detrás de su cabeza pensó:
<< Cuanto tiempo tardaste en crecer para morir así >>.
Se le humedecieron los ojos recordando su niñez, que libre se sentía en esa época y que atado se encontraba en esa otra. Se dormitó unos minutos, el descanso pasó rápido y volviendo al yugo tomó el hacha apoyada en el tronco del árbol, fue ahí que el destino le jugó una mala pasada y la yarará que por ahí reptaba, pensando que iba a ser agredida clavó sus colmillos provocándole una mordedura justo en la mano izquierda, si bien tenía tendencia a servirse en sus tareas preferentemente del lado izquierdo de su cuerpo, sacó el machete de su cintura y le cortó la cabeza, el ofidio se retorcía del dolor pero en un acto reflejo volvió a hincar el diente inyectandole más veneno.
Itaeté notó como la ponzoña corría por sus venas endureciendo el brazo, sabiendo que tenía poco tiempo trató de caminar, un paso a la vez se dijo y con voz jadeante… le rezó a la virgencita. Así alcanzó el claro donde sus padres lo vieron llegar, sus hijos lo abrazaron y su mujer lloró. Ya no tengo dolor comenzó a decirse a sí mismo y decidió no volver.
Los compañeros lo encontraron al pie de un frondoso quebracho, su mano sostenía aún, la cabeza de una yarará. Dicen que la última luna de Octubre te da un deseo, sólo uno… él eligió despedirse de su familia.
ANGY DEL TORO
LA PIEDRA
Tumbado y apartado escuché decir — años dejado a la intemperie — y, al igual que otras veces, quedé abandonado a mi suerte. Me alimento de la naturaleza y el musgo invade mis moléculas, ellas vibran al sentir que me arrastran. Temo caer en las aguas profundas, ahora el caudal se hace más estrecho y ante mi corpulenta figura exclaman: es “gigante”, es ¡enorme!
Un chico algo malhumorado me observa, se lleva las manos a la cabeza, debe crear una escultura y comenta que jamás realizó obra tan importante en su ciudad natal, está insultado y se repite reclamando el encargo. Los que le escuchan se ofenden, el ambiente es tenso para con sus iguales, los escultores florentinos. Años dejado al olvido y hoy, pasado un cuarto de siglo llega este joven y comienza a cincelar. Por mis alrededores reina el desorden; papeles, cera y hasta terracota, todo esto me intriga. Me moldea de arriba abajo, de lado y de costado, tal cual, mi figura emerge. Al parecer su intención es hacer que me distingan y exclamen: ¡Ahí está! … ¡uy! cuánta expectativa he causado a estas gentes. No tengo idea de por qué este chico me palpa, gira despacio y continúa su labor. Cuatro inmensos muros me circundan y ocultan de los curiosos. Me pregunto: ¿Y este hombre qué hace? Al fin me decido.
— ¿Qué quieres conmigo?
— En ti veo a un “Ángel de mármol” y deseo liberarte. Que tu figura se exprese, sé que estás ahí.
Nuestra relación se fue haciendo cada vez más íntima. Me proveía de “luz, vida, amor”. Al fin descubierto y a la vista de todos, se derribaron los muros y la expectación resultó aún mayor. Me convertí en un hombre joven, musculoso y buen mozo. La gente del pueblo me reconoce como un “Símbolo de Libertad”.
— Solo quiero que me digas ¿Por qué estoy desnudo?
— La desnudez es tu esencia en sí misma, te simboliza, representas la armonía.
— ¿Armonía dices? Con este cuerpo y esto… ¡tan pequeñito!
— ¿¡Pequeño tu pene!? … no me hagas reír. La proporción de tu cuerpo así lo necesita. Ese tamaño es “ideal” de armonía y simboliza la virtud, la superioridad espiritual, la belleza del héroe.
De vuelta a la realidad me acerqué a la estructura de cristales blindados que rodea todos los flancos del “David” de Miguel Ángel y ahí fue donde eché a ver que mi alma escapaba del recinto.
Mi voto es para: MARÍA JESÚS GARNICA PARDO. Muy buen poema, Enhorabuena.
Gracias, creo qué es mi primer voto.❤
Psicóticos, aventureros, rebeldes, introspectivos, biográficos, ¡qué gran reparto de relatos! El punto va para Arcadio Mallo, que de alguna manera me ha recordado a los vagabundos de Gorki.
Mi voto para:
Loly Moreno
Silvana
Raquel López
Mi voto: Silvana Gallardo
Mi voto
Gaia
Raquel
Irene
José Armando
José Armando Barcelona Bonilla
Juan José Serrano Picadizo
Efrain Diaz
Bego Rivera
Mi voto es para:
Bego Rivera
Juan José Serrano Picadizo
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Mi voto para Rodolfo Alberto Micchia
Rodolfo Alberto Micchia
Bego Rivera
Pedro López Cruz
ALBERTO MEDINA MOYA
Mi voto para Andrea Rossi. Me atrapó su mágico relato.
Mercedes Mediano
Pedro a. López
Kata
Asaph
Mo voto es para
Bego Rivera
Andrea Rossi
Asaph
Voto:
JOSÉ ARMANDO BARCELONA
EN POCAS PALABRAS
GUILLERMO ARQUILLOS
Mi voto para:
Efraín Díaz
Juan Jose Serrano
Bego Rivera
Servando Clemens
Asaph
Bego Rivera
Predo A. López Cruz