Aquel al que todos odian

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «aquel al que todos odian». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 19 de mayo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

MARÍA CRUZ ESTEBAN APARICIO

El viento cómplice de mi sufrir me traía los mil y un comentario que la gente decía de mí.
Aquel sí, el que marchó del pueblo debido al rechazo de la gente.
Aquel sí,el que recibía todas las miradas de desprecio del populacho.
Aquel sí,el que dejó de sentir apego por nadie, ya que nadie le diregia la palabra.
Aquel sí, el que cayó en lo más profundo de la tristeza y no halló palabras de consuelo.
Sí ,aquel al que todos odian sin intentar persona alguna abrir un poco el corazón para entender al que es rechazado…

DIL DARAH

Doscientos intentos para odiar a Joe
He internado aquella última callejuela parisina, sin esperanza.
Los pasos me habían llevado ya a puertas equivocadas, cuyos timbres solo despertaban reproches. Sus ecos aún me perseguían.
Esta nueva calle olía a café recién molido y patisserie, a agua de manguera entre contenedores de reciclaje y a gasolina de tubos de escape apresurados.
Las palomas tanteaban el espacio en busca de un lugar al que aterrizar. Se elevaban de pronto en bandada. Se refugiaban a los altos tejados que observaban con desenvoltura Sena, hace cientos de años. Las envidié. Con toda certeza eran capaces de aterrizar en el balcón de Joe. Joe también observaba Sena, con cada cigarrillo que fumase.
El edificio de Joe portaba sobre el lomo izquierdo la sombra alargada del Panteón. Sobre el lomo derecho se llenaba de las hojas rebeldes, que se fugaban del Jardín de Plantas. Detrás del edificio de Joe se desplegaba el quinto distrito de París, de ambos lados de la arteria de Rue Morgue.
— Lleva a las catacumbas. Todo acaba en las catacumbas —me escribía la voz de Joe y yo con ella atesorada en el puño le buscaba ahora.
—¿No ensombrece el barrio? —le había cuestionado a Joe en la carta número veintiocho.
Cherie, au contraire, es lo que nos recuerda que hay que disfrutar del jazz y el ron. Ven a verlo por ti misma…
Esa intrepidez suspensiva contraía un pacto silencioso: con el vecindario con Montparnasse, las terrazas de flores o el delicado barullo de los palomos; con sus expectativas y las mías.
Eso buscaba con mi puño cerrado, un bolso lleno de pocas pertenencias y doscientas cartas de correspondencia asidua. Buscaba a Joe le Taxi, al que todo el mundo conocía en ese distrito, aunque nadie fuera capaz de concretar su preciso balcón.
—Joe es un símbolo —me contempló el dueño de una chocolaterie, mientras me extendía una pequeña cajita de deliciosas muestras —y definitivamente vive por aquí. No a todos nos gusta que nos recuerden que Rue Monge lleva a las catacumbas.
—¿Monge? ¿No Morgue?
La primera chocolatina me disipó un tanto la amargura del descubrimiento. Con la segunda entendí que no importaba el nombre, sino el balcón y la existencia de Joe.
—Debería entrar en Deux Magots o La Rhumerie —me aconsejó una florista. Intercambié con ella la última chocolatina. Era blanca, de relleno de trufa.
Marie me entregó un tulipán negro. Se sentía como la seda y olía como la carta número doscientos de Joe.
—Son lugares muy populares, aunque no a todos los gustos— añadió Marie y recomenzó a trabajar.
En La Rhumerie, el camarero Claude me robó un beso, tan rápido que apenas asumí qué me estaba pasando:
—Vanesa, cherie, deja a Joe y vente conmigo esta noche. Una mademoiselle tan preciosa no puede vagar sola por Paris. Joe es … es un hombre increíble, muy afortunado, pero a mí me gustan las chicas.
Estaba ya cansada. El tulipán florecía en mi mano y el bolso pesaba cada vez peor.
Je ne comprends pas.Tengo que seguir intentando.
Podía sentir el anochecer a mi alrededor. Venía con un jazz fresco, vibrante; conmocionaba con la adición de los saxófonos. El olor a ron aderezaba el ambiente como un almendro recién nacido y espolvoreado de azúcar. Las conversaciones se entrecruzaban con mis recuerdos contingentes.
Y entonces comenzaron a iluminarse los cristales de las tiendas. Formaron una infinita hilera de escaparates. Escaparates sofisticados, minimalistas, vanguardistas o conceptuales. Cada uno de ellos lucía una pequeña guillotina que en vez de cabezas recortaba correspondencias.
Abandoné una por una las cartas de Joe, en cada recoveco acristalado, hasta que se agotaron…
Levanté la cabeza y comencé a cantar.

CORONADO SMITH

La vida en Cuatrohojilandia era perfecta. ¿Seguro? Casi seguro que sí. Bueno menos por…ese molesto personaje…Mr algo, conocido “artísticamente” entre bambalinas por “El niño de la urna”. Sería cansino el tío. Cada viernes aparecía para tocar los bemoles cuando se anunciaba la votación semanal ¿Pero quien lo iba a votar con las cosas que escribía? Si es que… Iba de graciosete y hasta de graciosillo a veces, pero solo era un vano intento de tapar su esofágica mediocridad si se lo comparaba con Ms D, Ms Adler o con Ms Bego, o con cualquiera, para que nos vamos a engañar. Hay un refrán que dice que cuando el tonto coge la linde, la linde se acaba pero el tonto sigue, pues eso le iba a la perfección, y que conste que nosotros somos neutrales. ¿Verdad Santi? Absolutamente Lisensiado, absolutamente.
¡Expulsión ya, Ms Administradora, expulsión ya! 

BENEDICTO PALACIOS

EL MÁS ODIADO CON RAZÓN
El lunes, 16 de marzo, Mayte no se levantó a la hora habitual y tampoco tuvo necesidad de que a la seis de la mañana le avisara el despertador. Las noticias de la televisión le habían espantado el sueño y había dormido a saltos y trompicones. Llegó al centro de salud un poco antes de las ocho, cuando el vigilante acababa de abrir las puertas. Subió a su consulta, se vistió la bata blanca y bajo a la sala de extracciones. Allí quedaban cinco cajas de guantes y una de mascarillas quirúrgicas. De los EPIS no se sabía ni el nombre y necesitaba protegerse. La pandemia galopaba desbocada y tenía que visitar a tres enfermos con problemas de sintrom. La calle estaba más sola que una noche de lobos.
Anselmo le preguntó cómo pensaba visitar a los enfermos de su cupo.
—En bata sola no, pero copia el modelo. Acabo de abrir por la mitad un par de bolsas de basura y me lo pondré encima. Algo quitará. ¿Qué, a que me queda bien?
Las bolsas eran verde y amarilla, muy propias para la primavera que ya el tiempo anunciaba. Apenas puso los pies en la calle, un coche de la policía local se paró delante de ella.
—Identifíquese, señora. Hace tiempo que paso el carnaval.
El policía era novato y necesitaba hacer méritos. El compañero que tenía años de recorrido, le paró los pies.
—Quieto, que es una enfermera. Discúlpele, es algo bisoño. Si me permite le diré que la confección del traje tiene su miga. Vaya, que le sienta bien y hace buen conjunto con su cabello negro —dijo el policía sonriendo—. Perdone la broma. Estamos a su disposición y podemos acercarla si va lejos.
—Es a la vuelta.
La semana fue larga, el viernes no quedaba una sola mascarilla. El lunes siguiente Anselmo se presentó con cinco pantallas que remediaban algo el problema, aunque era una tortura ajustarlas sobre la frente. Las había conseguido de un empresario de todo y de nada, porque estaba presente en cualquier tinglado donde hubiera algo que arañar. Intentó llegar a presidente del equipo de futbol local, del de baloncesto y estaba metiendo cabeza en uno de chicas que acababa de formarse. Se llamaba Matías Calderón, pero las gentes le conocían por Mentiras Barquerón. Y esas mismas gentes no daban crédito a la que se contaba, porque sin que existiera en la ciudad aeropuerto alguno había conseguido un fardo de mascarillas y un ciento de pantallas.
Mayte se presentó la tarde del lunes en su casa. En su centro de salud se necesitaba el material que a él le sobraba. Se arreglaría con treinta pantallas y unas quinientas mascarillas. Ya cobraría de Sanidad.
—Ni lo sueñes. Dinero por delante o no hay trato.
—Pero hombre, ya te pagarán.
—Y un cuerno. ¿De qué como mientras tanto? He invertido todo en el negocio.
—Trapichea con el supermercado, es tu especialidad.
Con lo poco que logró, tiraron la siguiente semana. En los cristales del centro salud apareció su nombre. Sinvergüenza y ladrón fueron los insultos menos ofensivos.
Tres semanas después Matías se presentó en la consulta de la enfermera. Tenía los síntomas de la Covic. Que no lo dijera, que sería su ruina. Se echó a llorar. No quería morirse.
—Soy un miserable, lo confieso. He puesto en peligro su salud y la de otros colegas. Discúlpeme. Si la gente me odia, lo habré ganado a pulso.
—Apenas ponemos inyecciones, pero contigo haré una excepción. Bájate él pantalón que lo que cura no mata. Y pon mucha atención: si te duele mucho el culo, te ajustas con cuidado una pantalla.

FÉLIX MELÉNDEZ

MI LIBERTAD TERMINA DONDE
EMPIEZA, LA DE LOS DEMÁS.
«Jean Paul Sartre»
Aristóteles nos habla de la virtud, como cuna del nacimiento, de la felicidad. Escoger justo el centro, entre los extremos, es donde está la virtud.
Las personas virtuosas siempre serán más felices, en contraposición con las personas Extremadas. Según Aristóteles nunca serán felices. Pues los propios extremos lo impiden, por definición.
El camino a recorrer en esta vida lo trazamos nosotros, con cada paso que damos, algunas veces a ciegas, otras con luz y mala intención.
Con cada opinión que aportamos, cada vez que escogemos una acción determinada, lleva implícita su reacción, ya nos habló algo de eso «-Newton-» Acción – Reacción.
Nada viene sólo, todo es determinante, siempre hay algo, escondido entre los silencios que nos sorprende, se escapa a nuestras perspectivas, se proyecta en los demás, no se ve, pero a veces se intuye.
Muchas opiniones son fruto de aires de grandeza y desaires de infortunio, envidia y maldad. Que él sino acerca y aleja entre fuerzas empíricas del karma.
Las distintas formas, consecuencias, que pagamos con lo que no se ve, no es más que una derivación de nuestro justo salario, por echar demasiada sal, entre la gente buena, por derramar tantas malas intenciones, sobre los demás, que volverá a nosotros con el efecto bumerang.
En el silencio de la realidad, cae por su peso y aplasta con su lento caminar diario, tantos castillos de aire, arena y barro, que se alzan en las mentes privilegiadas, mejoradas, de algunos iluminados, que se saben superiores, a los demás, o al menos ellos así lo creen.
Empeñados en satirizar, las ideas más básicas de los otros, levantamos alrededor de nosotros mismos, verdaderos muros de contención, separación, vanagloriándose de sí mismo y de sus cultas y cultivadas palabras.
A veces, nos creemos los reyes del mambo, reyes de todo el universo, persuadiendo a los demás, obligando con la intención, de acatar nuestras órdenes, nos obedezcan dorándonos la píldora y riéndonos las gracias.
No. No somos más que simples tiranos; rancios e infelices, porque no podemos, soportar, en nuestro intento de justificación, Iniciando una lucha encarnizada y sin razón hacía ellos, satirizando, saciamos nuestra nefasta vanidad con la crítica soez, sosa y mal intencionada, de cualquier tema, siempre irónica y destructiva a los usos. No podemos aceptar el pensamiento de los demás.
Los temas que escogemos para nuestras chanzas, son los más importantes de otras vidas, como es la religión, la tomamos a cachondeo, nos reímos y mofamos, sin darnos tan siquiera cuenta, que estamos haciendo daño «al otro», – que no piensa como yo- profanando su identidad y por supuesto no ríe, ni reirá la gracia.
Perseguida por tantas lenguas fatuas y siguiendo todo lo relacionado con lo más sagrado, nos parece estar al margen de las normas de actuación que algunos siguen en su convivencia.
Sobre todo, nos cebamos castigando la moralidad de los otros, claro; la nuestra siempre a salvo. La amoralidad nuestra no tiene discusión, nos creemos portadores de la razón. «El sueño de la razón produce monstruos» dijo: «Fco. Goya» algunos años atrás.
Siendo ciegos a la moralidad, parecemos sabedores de todo lo moral y cristiano perfectamente, ‘más papistas que el propio Papa’. Cuestionamos todas las leyes,
¿ cómo aplicar?,
¿Cuándo? y ¿cómo? y mucho más… Como verdaderos licenciados en teología, cuando no tenemos ni idea de lo que hablamos.
Muchas de las personas amorales, claramente odiadas, se mofan, critican los ideales de los demás, satirizan ‘-verdades verdaderas-‘. Cuando verdad sólo hay una, indiscutible y única. » Platón» nos habló claro, y mucho de ella.
Opiniones; puede haber tantas, hasta la saciedad, como personas y colores. Pero la verdad es universal y solo hay una. Te guste o te incomode.
Para llegar a ser el más odiado, hay que sudarlo, siempre se lo han ganado, tienen que recorrer un largo camino, un trayecto haciendo verdadero daño, en el cual irás perdiendo gente, amigos. Y luego un buen día te sorprendes, que el que te saludaba, ya no te saluda, el otro, que te decía adiós, tampoco. Y tú en tu arrogancia te haces un poco el loco, como si el problema no lo tuvieras tú, lo tuvieran ellos los demás.
Ganártelo a pulso, te lo has ganado, con tantas historias inventadas, cuesta trabajo, poco a poco menospreciando a todos, los demás, echándoles del lado. De éste; inventas un poco, llevas y traes alguna noticia, la maldad no nace de golpe, es una telaraña de la que cuesta escapar, se teje poco a poco, igual que la bondad no se produce sólo por una sola acción.
La gente más odiada, viene definida por su aptitud, su arrogancia, muchos pequeños malos detalles que forman, un tótem, la cuerda que un día se romperá dándole en toda la cara.
Todo recorrido tiene sus características personales.
El Yo, La superioridad con la que algunos, cruzan sus vidas, siempre tiene un final desastroso. El yo y el ego, también Platón nos dejó grandes descripciones.
Cómo Yo. Y sólo yo soy el mejor. Y los demás están,para servirme, aprovecharme de ellos. Qué son los que me tienen que hacer los favores a mí. Es muy fácil llegar a ser el más odiado, sólo hay que intentarlo, e intentarlo varias veces y se consigue siempre. Y rápidamente.

ALBERTO MEDINA MOYA

Desde el primer al último propietario, todos odiaban al portero. Era antipático, cotilla, envidioso, mezquino. Abría las cartas ajenas, enfrentaba a vecinos entre sí y hasta propició que la del cuarto A descubriera que su marido lo engañaba. Llevaba en su puesto desde quién sabe cuándo, pero desde entonces no había cesado de enturbiar la tranquilidad de los habitantes de aquel viejo edificio.
Llegó un momento en que su interferencia era tan tóxica que la comunidad se reunió en sesión extraordinaria para decidir que ya era hora de darle puerta. Por unanimidad se decidió que a la semana siguiente se le comunicaría su despido inmediato.
Tres días después, a media mañana, se produjo un suceso inesperado: en una vivienda de la quinta planta se produjo un pavoroso incendio que hizo salir a todos los habitantes del bloque. Mientras todos miraban cómo las llamas invadían el balcón, vieron salir del portal al portero tambaleándose cargando en sus brazos al niño de cuatro años que vivía en la vivienda incendiada y cuya madre fue poco después rescatada por los bomberos. Todos quedaron sorprendidos por su valentía y dos días más tarde se reunieron para evaluar lo acontecido. Se decidió mantenerlo en su puesto.
Cuando el portero se enteró -porque se enteraba de todo-, fue a comprar una botella de buen vino para celebrarlo. La jugada del incendio le había salido redonda.

PEDRO PARRINA

¿Por qué me odian?, soy tan odiado que no puedo ni salir a la calle.
188, 90, 120, 48, 23 y 167 son, y no están en orden, mis medidas físicas en centímetros, mi coeficiente intelectual, en tantos por ciento, y la cantidad, en millones, de euros que tengo, a día de hoy, disponibles en la cuenta bancaria…, moreno, rubio y verdes son los colores, y no están en orden, de mi piel, ojos y pelo, y no puedo dar más datos ni señas sobre quién soy porque todos los hombres terminan odiándome, y todas las mujeres odiando a mi esposa. Realmente, no creo merecer tantos intentos de agresion y violación, tanta proposición indecente y deshonesta, tantas persecuciones, etc., siendo como soy, da igual el orden: simpático, honrado, honesto, responsable, trabajador, divertido…, en definitiva; un amor, de hombre, con toda su vida en orden.

MARI CARMEN DBEBES

Aquel al que todos odian.
Sí, ese soy yo. Aquel al que todos han odiado siempre. Desde pequeño.
Aquel al que miraban mal o, a veces, ni miraban. Aquel al que no se dirigían, al que no decían ni un simple «hola».
Aquel al que no esperaba nadie en casa. El que no encontraba los besos, los abrazos, el cariño de una familia… El que se crió entre gritos y golpes. El que era invisible para muchos.
Nunca pasé desapercibido aunque para todos era un auténtico desconocido. Jamás se atrevieron a preguntar y yo solo sentía su desprecio, su incomprensión, su despotismo, sus miradas de odio.
Quizás me culpaban por actúar de la única forma que me enseñaron: hablando a voces, golpeando todo lo que me parecía,… Sí, MEA CULPA
Aunque a veces pienso como hubiera sido todo si hubiese encontrado el amor. Si los besos se hubieran chocado con mis mejillas. Si mis lágrimas hubieran encontrado un hombro donde caer y mi dolor un pecho que lo abrazara. Si simplemente alguien se hubiese preocupado por mí.
Quizás todo hubiera sido distinto. Quizás no hubiera sido .

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Sergio, el hechicero del crepúsculo, afilo su pluma mientras se hacía la pócima para la creatividad; aguardaba ansioso el tema de la semana, para comenzar a escribir.
Con un cucharón sopero probó una pizca de la pócima, ya casi estaba. Así es que enseguida le añadió la pata de liebre y la pluma de avestruz.
Mientras desayunaba y comprobaba que el tema de la semana era aquel que todos odiaban comenzó a teclear tras pensar unas décimas de segundo lo que iba a escribir.
Comprobó la tinta que quedaba en su pluma, era más que suficiente para comenzar a escribir el tema semanal, así es que abrió su dispositivo móvil y se introdujo en el grupo de escritura creativa:
José Luis era una persona tóxica y manipuladora, caía muy mal, pero casi nadie se atrevía a decírselo debido a sus antecedentes psicopaticos. Ser su enemigo era como estar muerto en vida. Aprovechaba sus dotes de manipulador para pisotear la reputación de aquel que osaba enfrentarse a el. Era fanfarrón, autoritario y mala persona.
Pero un día todo se tornó y el karma comenzó a realizar su arduo trabajo. La gente dejó de creer sus mentiras y todo el mundo se puso en contra de él, hicieron balance y comenzaron a apreciar el daño que este había aflijido a los demás. Ese daño pronto empezó a comsumirle a él, igual que en su día consumió a los demás.
Las personas inteligentes se unieron para enfrentarse a José Luis y para que este dejara de ser cómo era, cosa poco probable dados sus antecedentes.
José Luis poco a poco se encontró sólo, tiempo atrás había estado apoderado ejerciendo cargos que no merecía y aprovechaba para perpetrar corruptela con acciones deleznables y que repercutiría a todo su alrededor, especialmente en su ámbito laboral.
Poco a poco la sociabilidad con la que antaño había contado fue mermando y esta desapareció. A José Luis le esperaba un futuro oscuro e incierto.

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

OPERACIÓN ESPUMA DE MAR
En mitad de una desesperada calma, de pronto se escuchó una risa en el piso de abajo, bien entrada la noche. Svetlana permaneció temblorosa, abrazando con todas sus fuerzas al pequeño Iván. Ambos se encontraban agazapados dentro del estrecho y oscuro hueco. El latir desbocado del corazón golpeaba su pecho como un martillo, y las lágrimas se mezclaban con sus desesperadas plegarias, suplicando al cielo que los soldados rusos no localizaran su escondite. Hacía un buen rato que las alarmas antiaéreas habían dejado de escucharse y el inquietante silencio que se había extendido por todo el barrio llegaba a resultar enloquecedor.
Fuera, la fila de prisioneros era infinita. Una incontable masa de cuerpos arrodillados se extendía hasta donde dejaba de alcanzar la vista. Eran miles de rostros, congelados bajo la nieve, que mostraban los más profundos y desesperados sentimientos del ser humano. Principalmente rabia, que daba paso a las lágrimas, a la confusión y al más hondo desconsuelo. Pero lo que todos sin duda reflejaban era el miedo. La mayoría eran hombres a medio hacer, jóvenes imberbes que tan solo semanas antes estudiaban y reían, y que ahora asistían, incrédulos, al pavoroso espectáculo de la guerra, como víctimas colaterales de la sinrazón y la barbarie.
Mientras tanto, en el palacio presidencial, el mandatario permanecía desde hacía un buen rato con la cabeza recostada sobre la lujosa mesa de madera de su despacho. Inmóvil, con la mirada vacía, en completo silencio. La operación, que tan solo algunos meses atrás a todas luces habría parecido una locura imposible, finalmente había tenido éxito.
Aunque sabía perfectamente que tenía las horas contadas, Vladimir respiró con satisfacción. El trabajo ya estaba hecho. Vladimir era tan solo un alias de guerra, nunca mejor dicho. Lo había elegido por afinidad con su futura víctima y para no perder nunca de vista cuál era su objetivo. Su verdadero nombre era Alesandr Litvinenko. Tras largos años infiltrado en los servicios secretos de manera paciente e impecable, sin despertar la más mínima sospecha, finalmente una mínima dosis de aquel producto, tantas veces usado en el pasado por la KGB de manera clandestina y absolutamente indetectable, había sido suficiente. Solo había sido necesario elegir el momento oportuno, en la celebración semanal de altos dirigentes del servicio secreto, justo cuando el presidente del país alzo su copa al grito de ¡Nasdrovia!
Los efectos de la sustancia tan solo eran visibles muchas horas después, en forma de vistosa catarata de espuma blanca que manaba de la boca inerte de la víctima. Para entonces ya era demasiado tarde. La espuma se había extendido por toda la mesa, hasta chorrear finalmente en el suelo de mármol negro sobre el que destacaba, produciendo un llamativo contraste. El impoluto color blanco de la muerte sobre fondo negro.
Aquella noche, el curso de los acontecimientos iba a dar un giro totalmente imprevisto. Aunque todos habían hecho sus apuestas, nadie se atrevió a vaticinar lo que ocurriría a continuación.

RAQUEL LÓPEZ

Gilbert fue un niño muy feliz rodeado de todo el cariño de sus padres,su padre granjero y su madre maestra.Siempre se le admiraba por su educación y sus buenos modales y sobre todo por su predisposición para ayudar a los demás.
Al llegar a la adolescencia no quería trabajar como granjero al igual que su padre,su sueño era convertirse en soldado y no tardó en alistarse en el ejército,que con el tiempo le haría cambiar su carácter por las vivencias allí ocurridas.
Fue testigo e incluso participó en el uso de torturas que se seguían aplicando a los prisioneros que se hallaban encerrados en las prisiones.Por todo ello,al final de la guerra,fueron condenados él y otros soldados más a diez años de cárcel.
A su liberación se marchó a vivir con sus padres y a su llegada,las miradas de los aldeanos,al que todos odiaban por haber sido un asesino,tan solo se atrevió a decirles:-«lo hice porque me lo mandaban….»
Durante toda su vida vivió con el odio de todas las personas por haber matado y torturado a gente inocente y desde entonces no volvió a ser el mismo.Su mente y su cuerpo andaban perdidos,era un autómata de una guerra sin sentido en la que todos parecían ser marionetas a las órdenes de unas mentes frías y calculadoras con sed de poder y venganza. Y lo peor de todo es que fue participe ,sintiendo odio y arrepentimiento todos los días de su vida.
Desde aquello,tan solo encontró un trabajo de granjero porque todas las puertas las encontraba cerradas,eran pocos los momentos que podía sentirse feliz,porque los remordimientos por quienes sufrieron abusos,le persiguieron,.ese fue el precio que tuvo que pagar de por vida….

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Después de un viaje de cinco días y pico metido en la cápsula hasta llegar a la Luna, los compañeros de Neil ya le odiaban por sus continuas y pestilentes ventosidades. Ya nadie quería oír hablar de aquella excusa vana del plato de fabada en casa de su madre cuando fue a despedirse… Solo esperaban alunizar pronto para ventilar a fondo.
Dicho y hecho, nada más llegar, empujaron a Neil fuera de la nave para que se diera una vuelta y evacuara completamente el vientre, para luego el regreso.
Una vez dejadas sus huellas sobre la superficie lunar, Neil, que, aunque no lo parezca era muy considerado con sus compañeros, pensó plantar también allí la bandera, con objeto de que nadie pisara semejante excremento, que, pensándolo bien, no sabía si calificarlo terrestre o no, por lo extraordinario y por estar fuera del planeta… Lo que no le cabía la menor duda es que sí era humano.
Decidido y airoso, desplegó y clavó el mástil de la bandera en el suelo, luego extendió el aplique horizontal y quitó ceremonioso el trapo patrio, para tender seguidamente sus gayumbos blancos, recién enjuagados con el agua y jabón que su madre le metió en la mochila. Justo en ese momento, se detuvo a pensar que aquel era el color del símbolo de la paz, y que era cierto de que había llegado a ser universal, ahora, en todos los mundos. Si bien comprobó que no hacía falta poner pinza porque no corría viento, se convenció de que, en cuanto amaneciera, los rayos de sol secarían su prenda pronto. Mientras tanto, se puso a hacer sus tareas lunares…
Pero quiso la fortuna que, ya sea por los nervios de haber dado ese primer paso para la posteridad o por mantener en la cabeza aquella frase que luego habría de repetirse en todas las televisiones, perdió la noción del tiempo recogiendo piedras y muestras de polvo de aquí y de allá. El comandante Aldrin tuvo que llamarle la atención para que regresara presto, pues era la hora de volver. Y llegó a la nave apresurado, con las manos cargadas de bolsas. Y partieron hacia la Tierra… sin recoger la ropa tendida… y sin restaurar el emblema nacional en su palo.
Fue en la siguiente misión Apolo que, cuando el módulo del comandante Conrad sobrevolaba la zona del primer alunizaje, este se llevó un susto de muerte al ver tras la escotilla aquella abanderada estampa, en la que estaba claro que algún insurrecto extraterrestre había profanado la insignia del imperio.
El gobierno americano decretó de inmediato el incidente como alto secreto y guardaron silencio absoluto. En el proceso de documentación del expediente X, a alguien se le ocurrió entrevistar a la anterior expedición. El comandante Armstrong se llevó las manos a la cabeza y dijo: «¡ostia, qué olvido más tonto!» Y desde entonces, es el astronauta más odiado de toda la galaxia.

CESAR BORT

Al que todos odian.
Adolescentes
Hay un dicho nagüeil que reza: «To kulk, fnailar cuel maicol ki domás», que la tradición vierte como: «Para odiar, tienes que estar dispuesto a renunciar a parte de tu alma». Sin embargo, sería más ajustado hacerlo así: «El odio exige parte de tu alma».
Véase que, en mi traducción, el odio se personifica, adquiere poder y se sitúa en un plano elevado sobre las personas: Disfruta de la potestad de exigir. Dejar aquí el análisis, sería, sin embargo, ridiculizar el pensamiento y las creencias de los nagüeil. Hay que profundizar.
To kulk (el odio) deriva de la raíz kalek, que significa: dolor (moral). De esta manera, to kulk vendría a ser: «El que hace sufrir».
«El que hace sufrir exige parte de tu alma».
Fnailar (exigir) es un verbo reservado para las acciones de los dioses. Ningún hombre puede exigir a otro, solo un dios puede hacerlo. Pero esta característica de fnailar hace que se nos presente un problema, pues to kulk no aparece en el panteón nagüeil, no es un dios para ellos. Así que, surge la pregunta: ¿Qué puede fnailar sin ser un dios? Tras muchos años de estudio y de ir a vivir entre los nagüeil, llegué a la conclusión que ahora les ofrezco:…
―¡A comer!
―¡Ahora no puedo mamá, estoy con algo importante!
―¡Se enfriará la sopa!
―¡Vale, vale! ¡Dame cinco minutos!
―¡Te quitaré el interné!
―¡Que ya subo, joder!
Ki domás (parte de tu alma). Sin duda, lo que más sorprende es que los nagüeil no consideren el alma como un todo, sino como un conglomerado, algo así como un caldo que se cocina con varios ingredientes, si le falta alguno de ellos, el caldo es diferente: otro. Por eso, perder parte de tu alma sería como si te convirtieras en otra…
―¡Carlitos!
―¡Que ya voooy!
Conclusión:
La traducción correcta sería: «El que hace sufrir exige que subas a comer la sopa».

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

UN TIPO DURO
«Qué mañana más hermosa ha salido hoy» –piensa Catalina, enfundada en unas mallas negras de jogging y un top, a juego, del mismo color, mientras espera, trotando sobre el terreno, la llegada del ascensor.
Se abre una puerta en el mismo rellano y aparece en escena un caballero trajeado, alto, flacucho, con cara de estar sufriendo una angina de pecho.
–Buenos días, doña Catalina –saluda a la vecina trotona y espera, silencioso y tieso como un palo, la llegada de la máquina.
–Buenos días, don Régulo –corresponde ella la amabilidad, sin dejar el trotecillo de calentamiento.
En esta vida todo llega, es una regla universal, que forma parte del todo, como los átomos de hidrógeno, la curvatura del espacio-tiempo o la inexcusable cita anual con la declaración de la renta. También llega el ascensor.
–Por favor –todo cortesía inglesa, don Régulo permite el acceso al camarín de doña Catalina y juntos inician el descenso hasta la planta baja.
El silencio incómodo del ascensor es el causante de un 0,099% de los trastornos de ansiedad en las sociedades occidentales –si todavía no hay un estudio japonés que lo demuestre, seguro que están en ello–, para evitarlo, se han ideado unos salvavidas conversacionales infalibles: «parece que va a llover», «cómo pasa el tiempo» y «es lo que toca».
–Parece que va a llover –aventuró doña Catalina, ordenancista, ella.
A uno, le trae sin cuidado que el anticiclón esté dándose una vuelta por las Azores o echando una siesta a la altura de Cantavieja, provincia de Teruel, pero no hay problema, para eso se inventaron los salvavidas sociales: «es lo que toca», y la situación está salvada.
–Y a usted, su esposo, ¿la deja salir a la calle vestida de esta forma? –respondió don Régulo, pasándose los convencionalismos por el forro.
El estupor tiene una consecuencia inmediata: el colapso intelectual y la demora en los tiempos de reacción. Doña Catalina quedó estupefacta.
–Mi marido, sépalo usted –consiguió articular–, ni pincha ni corta en lo que me pongo para salir a la calle; no es un celoso, retrógrado, controlador, como imagino a otros. Y no me gusta señalar.
–No, si puede estar tranquilo –respondió el hombre, con cierta displicencia–, porque parece usted una morcilla asturiana con patas.
–Pues mire, don Régulo –contraatacó ella, mientras salía furiosa del ascensor–, como usted es un pedazo de tocino, ya nos falta menos para la fabada. Que tenga un buen día y que le zurzan todo lo que sea posible.
Y retomando el trotecillo, todo hay que decirlo, levemente adiposo, salió de la finca, perdiéndose entre la gente, que apuraba el paso mirando al cielo, porque girones de nubes negras, con pinta de buscar bronca, asomaban por el horizonte lejano.
–¡Caramba, cómo se ha puesto! –reflexionó don Régulo en voz alta, tratando de llamar la atención del portero, que pasaba la mopa para hacerse invisible–, pues no le he dicho más que la verdad, ¿no le parece, Juan?
A Juan de Dios Heredia Jiménez, de natural hablador, ocurrente y dicharachero, el vecino del 8º-C, su presencia, lo inclinaba al mutismo. Para él, oriundo de Utrera y de ascendencia gitana, aquel jambo era muy chungo y le daba burí, mal fario.
–Qué quiere usted que le diga; uno está aquí, a lo suyo, dándole al trapo y no se entera de nada –trató que pasara el cáliz de cicuta lo antes posible–, cosas de doña Catalina, que a veces tiene unas salidas…
–Por cierto, Juan –cambió de tercio don Régulo, mientras desmochaba un paquete de güinston, tirando al suelo los restos de celofán–, tiene muy descuidada la limpieza, está todo lleno de porquería. Sepa que en la próxima reunión de vecinos voy a formular una queja formal contra usted. Luego no venga con letanías y lloriqueos.
A través de la vidriera impoluta de la puerta, era visible el trasiego de la gente que pasaba por la calle. Un perro se arrimó al alcorque y levantó la pata saludando, efusivo, al viejo plátano de sombra, que hacía las veces de centinela frente al edificio. El autobús, resoplando maldiciones, depositó en la acera su carga de humanidad.
–Yo le agradezco a usted, don Régulo, la advertencia. Ahora mismo doy otra vuelta con la mopa, no pierda cuidado –concedió, de mala gana, el subalterno, mientras su genética cañí se le desbordaba en un tórrido discurso interior–. «Mal fin tenga tu cuerpo, permita Undebel que te veas arrastrao como las culebras, que te mueras de hambre, que los perros te coman, que malos cuervos te saquen los ojos, que Tebleque te mande una sarna perruna por mucho tiempo, que tu mujer te ponga los cuernos y que mis ojitos te vean colgao de un pino, para que sea yo el que te tire de los pies».
Don Régulo tenía acceso directo a su despacho mediante ascensor privado. Hacía su entrada triunfal, despectivo, almidonado, desafiante, sin dirigirle la palabra a Sagrario, la veterana secretaria, ni devolverle la salutación de buenos días, que la mujer, educadamente, le dedicaba todas las mañanas.
–El orco está en la cueva, repito, el orco está en la cueva –susurraba, ella, a la bocina del teléfono, poniendo en marcha una cadena de comunicación, que alertaba del peligro al resto de trabajadores.
–Sagrario, que suba Sanmiguel a mi despacho –crepitó el interfono.
Alfredo Sanmiguel Biguria, departamento de riesgos internacionales; casado, dos hijos y una hipoteca, cargas que soporta dignamente, gracias a que Paqui, su mujer, trabaja de dependienta en Carrefour.
–Sanmiguel, compañero, lo siento –la voz de Sagrario tiembla levemente al otro lado de la línea telefónica–, se requiere tu presencia en la guarida. Sic transit gloria mundi.
La lividez cadavérica del rostro de Alfredo lo dice todo. López Melendo, que ocupa una mesa a su izquierda, no necesita preguntar nada, conoce esa sensación, sabe de la angustia, que oprime la garganta del compañero, del palpitar desbocado de su corazón.
Sanmiguel reordena, mecánicamente, los papeles, hurtándole segundos al tiempo para retrasar lo inevitable. La llamada le ha descompuesto en el plano emocional, y también, un poquito, físicamente.
–¡Joder, Sanmiguel, guarro, qué peste! –protesta Lecumberri, el empleado que ocupa la mesa de su derecha.
–¡Hostias, Lecum –sale al quite López Melendo–, que lo han llamado de la lobera!
–¡Coño, tío, lo siento, no imaginaba yo…! –se disculpa el aludido, ruborizado por la metedura de pata.
Los tres: López Melendo a la izquierda, Sanmiguel en el centro y Lecumberri a la derecha, son como una alegoría del Calvario.
Pero no hay forma de dilatar más el encuentro con la realidad y el ecce homo inicia su particular vía crucis, con la cruz a cuestas de su meteorismo intermitente, atravesando el pasillo, que forman las mesas de sus compañeros, cuyos rostros, velados por la aflicción, muestran la solidaridad compungida del rebaño, que asiste al sacrificio de uno de los suyos.
¡No os solidaricéis todos a una, copón, que aquí no hay quién respire –es Ormazabal, el becario–, vaya peste!
–Vamos a ver, Sanmiguel –don Régulo se dirige al condenado sin mirarlo, con los ojos clavados en la bruñida superficie de su mesa–, creo recordar que ayer, sobre las dos de la tarde, más o menos, le encargué un informe exhaustivo, sobre el mercado del aluminio en Japón y su trascendencia en el Nikkey a la fecha. ¿Me equivoco?
–No, don Régulo, y estoy en ello, pero…
–No, no, no, nada de pretextos y tonterías, Sanmiguel –lo interrumpió, dando un puñetazo en la mesa–. Ese informe tenía que estar aquí a las ocho de la mañana. ¿Qué lo ha impedido?
El pobre Alfredo cargaba el peso de su cuerpo, alternativamente, sobre una pierna u otra y parecía un chiquillo asustado, buscando excusas que dar, al profesor más hueso del colegio, por no haber hecho los deberes.
–A las dos de la tarde, don Régulo, la bolsa de Tokio está cerrada –aventuró con voz temblorosa–, y no vuelve a abrir hasta las dos de la madrugada, hora de España.
Consiguió terminar su argumentación, incontestable, a su modo de ver, y por primera vez en mucho tiempo, se sintió seguro y satisfecho de sí mismo.
–Muy bien, Sanmiguel –el tono de voz pausado del jefe, hacía presagiar lo peor, como esa calma chicha, que precede a las tormentas más despiadadas–, la bolsa de Tokio abre a las dos de la madrugada, efectivamente. ¿Y me quiere decir usted –aquí el volumen comenzó a subir–, qué ha hecho durante esas seis horas?
El desconcierto se apoderó del reo, desbaratando la consistencia emocional que había logrado armar solo unos pocos segundos antes. Se sintió desfallecer.
–Don Régulo, la jornada laboral… –de nuevo fue interrumpido bruscamente por el orco.
–La jornada laboral empieza y termina cuando a mí me da la real gana –los ojos del dragón despedían fuego y sus puños aporreaban la mesa, como los mazos de un batán–, y la suya, incompetente, va a terminar, para siempre, dentro de diez minutos, como no tenga encima de mi mesa el puñetero informe. ¿Entendido?
–Sí, don Régulo, como usted mande, don Régulo, ahora mismo me pongo a ello, don Régulo; con su permiso.
Hacia las dos y media de la tarde, Juan de Dios rescataba la mopa del cuarto de las escobas y volvía a sacar brillo al suelo del portal; la puntualidad de la bestia era bien conocida por todo el vecindario y era mejor no provocar su enfado.
A la hora exacta, como siempre, hizo si aparición don Régulo; pasó, sin saludar, junto al portero, y se encaminó al ascensor, que estaba esperando doña Anunciación, una anciana octogenaria, propietaria del tercero izquierda, que al ver aproximarse al indeseable vecino, atacó escaleras arriba, prefiriendo exponerse a un infarto, antes que compartir un espacio cerrado con aquel energúmeno.
–Rosario, cariñito, ya estoy en casa –canturreó Régulo mientras dejaba las llaves encima de la mesita del recibidor.
–¿Has traído el pan? –fue la respuesta, un tanto agria, de la mujer.
El dragón se fue haciendo pequeñito, poco a poco, ya no tenía la prestancia de hacía unas horas, incluso en su boca apareció un rictus de preocupación.
–Pero yo no sabía… –inició una disculpa.
–¡Yo no sabía, yo no sabía! –explotó «cariñito»– ¿Es que te lo tengo que dar todo hecho, inútil?
–¡Qué razón tenía mi santa madre, que en gloria esté! –la tormenta empeoraba por momentos– ¡No te cases con ese palo de escoba, que no sirve ni para eso! Me decía, la pobre.
–Pero palomita… –volvió a intentarlo el antiguo orco, ahora reducido a la condición de lagartija.
–¡Que no me llames paloma, te lo tengo dicho! –vociferó la arpía–, con el asco que me dan esos pajarracos asquerosos, tanto como tú, ¡asqueroso, que eres un asqueroso!
–Corazoncito… –alargó, tímido la mano, esbozando en el aire un amago de caricia.
¡A mí no me toques, guarro, más que guarro –dio un respingo la amante esposa–, que solo piensa en lo mismo!
–Pero amor mío –objetó la lombricilla asustada, en que se había convertido el feroz don Régulo–, si hace año y medio que no lo hacemos.
–Exactamente, cuando comulgó mi sobrino Ricardito y porque me pillaste borracha, que si no, ¡de qué!
–Me bajo un momentito a por el pan –claudicó Regulín– volviendo a coger las llaves de encima de la mesita.
–¡Anda, anda, camastrón, vete y no vuelvas! ¡Pero Señor, cuándo te lo llevarás!
Con paso cansino, arrastrando los pies, don Régulo enfiló el portal hacia la calle. Juan de Dios, desde su garita, lo vio pasar, hizo un gesto con los dedos, como espantando a la bicha, y murmuró para sus adentros:
–«Que te habite el infierno, la lluvia te esquive y tu sed sea eterna. Que la luz no te toque y que, sabiéndote ciego, la imaginación se te niegue».
Y siguió escuchando a La Terremoto de Orcasitas, en Radio Olé.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Advertencia
Aquel que pretenda llegar a ser «ese al que todos odian» debe saber que tal empresa es larga y ardua.
Deberá devastar la inocencia de los niños , secar los cuerpos y los ojos de los artistas, mutilar las manos de las madres, quebrar las piernas de los padres.
Tendrá que envenenar todas las manzanas, alimentar a todos los lobos, cortar los pies de todas las princesas.
Habrá de quemar toda la poesía, el Quijote y todas sus versiones, los cuentos, las leyendas y los mitos de la creación.
Podrá hacer todo ésto y más y así, ganarse en merecida ley el odio de la humanidad.
Pero su reinado, debe saberlo, puede resultar tan efímero como un mandala de pétalos de rosas.
Su gran título caerá como un castillo de naipes el día en que despierte, en otro, en otra, tal admiración por su obra que, sin querer se convierta en amor.

PABLO CRUZ ROBLES

El condensador de odio
Hay quien dice que el amor es la fuerza más potente del universo. Que mueve montañas y mares, que encuentra amigos en tus enemigos, que crea vida donde antes solo había muerte; siempre capaz de lo peor, para entregar lo mejor a cambio.
Pero el odio, el odio rompe montañas y seca mares, reduce a cenizas a tus enemigos y da muerte a cualquier forma de vida; sin embargo, gracias a esa muerte, se abre paso una nueva forma de vida.
Si lo miras bien, el odio parece una fuerza igual, o más poderosa que el amor. No obstante, son pocos los que se atreven a desentrañar los beneficios que puede granjearte el odio bien utilizado.
Bernardo Nicolino lo aprendió por la fuerza. Vino al mundo de rebote, sus padres siempre le reprocharon el haberles arruinado la vida. Jamás encontró cariño entre las chapas de uralita que tenía como casa.
Desde que tenía uso de razón, estos habían vertido todas sus frustraciones, miedos e ira sobre él. Pero al contrario que la mayoría de personas, Bernardo encontró una manera de comprimir todas esas emociones en lo que él llamaba «el condensador de odio».
Su funcionamiento era muy simple, cada vez que alguien le decía *Eres más feo que un saco’mierda* por ejemplo, él se limitaba a agarrar esas palabras, una por una, y almacenarlas en un compresor mental. Cuando los niveles de este marcaban el tope, tocaba purgarlo.
La primera vez que no soporto más la presión, tiró del manguito y la válvula se abrió sin control, soltando todo el odio de golpe.
Fueron sus padres los que tuvieron que lidiar con el chorro de aire a presión que fue su hijo al abalanzarse sobre el cuello de su padre, y seccionarle de un mordisco la carótida. Su madre, paralizada, no pudo hacer nada cuando Bernardo agarró un cuchillo de cocina y la apuñaló 57 veces.
De aquello aprendió que no debía tirar de golpe del manguito, que debía purgar el compresor poco a poco, con paciencia.
Tras aquello fue encerrado, hasta su mayoría de edad, en un instituto correccional, donde se dedicó a recolectar todo el odio que le fue posible, haciendo la vida imposible a los otros chicos. No los agredía, simplemente gastaba bromas pesadas y era arisco con los demás para que le regalasen todo su odio.
Cuando el compresor volvió a estar a tope, se hizo con un pequeño micrófono y lo ocultó en su ropa. Estuvo purgando el compresor durante dos días, en los cuales, el micrófono registró todos y cada uno de los insultos, vejaciones y amenazas, que los otros chicos habían vomitado sobre él.
Cuando enseñó las grabaciones a los responsables del centro, no tuvieron más remedio que procurarle un entorno más seguro en el área de rehabilitados, donde disfrutó de muchas más comodidades de las que jamás hubiese imaginado.
En ese momento, el compresor quedó vació por completo.

ANGY DEL TORO

Como hablar de odio si aún te quiero, duele y mucho lo que nos está sucediendo. Es cierto que el mal existe y mis deseos de escapar en ocasiones prima. No quiero ni puedo odiarte y mucho menos dejar de tenerte. Los golpes hieren mi sensibilidad y temo al momento en que te percibo abusivo. No obstante, verte llorar y pedir perdón me desarma. Solo quiero tus brazos, esos que recién me golpearon.
No me entrego, más bien voy vencida hacia ti, porque te quiero y justifico hasta que, de nuevo, cual círculo vicioso vuelva a odiarte y quererte otra vez. A pesar de todo, me haces feliz, no sé cómo lo logras porque sin saber cómo y cuándo, me resultas hostil. Haces que me sienta culpable por no ser buena y hacerte feliz.
Imagen tomada de las redes, no me pertenece.

RAÚL LEIVA

Un ciego entre los ciegos

Al principio creyeron que era una ilusión, algo que solo veían los viejos, los pequeños y los enfermos, hasta que lo empezaron a ver los “normales”. Le atribuyeron poderes imaginarios como se le otorga a todo lo que es desconocido. El sol no permitía distinguir qué clase de criatura era, si constituía un peligro para el resto o si solo se dedicaba a observarlos en silencio, de cualquier manera, ser mirado también era peligroso sabiendo que los silencios no son para siempre.
Una tarde, lo vieron descansar en lo alto de un árbol, ese fue el principio de su fin. Si se detenía periódicamente, era cuestión de tiempo para esperar a atraparlo. Se organizaron en grupos, lo suficientemente numerosos para poder reducirlo en caso que presente batalla. Los blancos lo seguían de día en tanto los negros lo hacían de noche para poder pasar inadvertidos. La criatura ya no se movía libremente, su vuelo estaba condicionado por un grupo que no la dejaban parar a descansar en ningún momento. En algún momento unos empezaron a gritarle su repudio y otros intentaron arrojarle pequeñas piedras y palos. Su fuerza iba desapareciendo y su vuelo se hizo errático y confuso. El pequeño grupo se empezó a volver numeroso y los odios sin justificación se multiplicaron. Pudo el miedo quedar en un segundo plano para darle paso al coraje irracional y persiguieron incansablemente a la pobre criatura hasta terminar cayendo en un pequeño arroyo. Fueron a traer su cuerpo sin vida hasta la orilla y lo rodearon con miedos y con preguntas en cantidades iguales. Los más sabios examinaron sus rasgos, no encontraron nada fuera de lo común, era igual a ellos solo que tenía alas ¿Un ángel tal vez? ¿Habría otros igual que él? ¿Qué se proponía observándolos?
Lo dejaron en la orilla, a la vista de todos e improvisaron un modesto escondite desde donde pudiesen vigilar el cadáver por si acaso venían a buscarlo, querían saber todo acerca de la criatura.
Una niña lo vio, se acercó y le produjo mucha tristeza verlo tirado y solo. Se quedó cantándole una pequeña melodía dulce para que le sirva de compañía, desde lejos los demás miraban esa escena sin entender bien de qué se trataba.
Los padres de la pequeña, al verla por fin la llamaron a los gritos, debían regresar a casa antes del anochecer ya que el camino era largo y dificultoso.
Ahí quedó solo, nuevamente, el que todos odiaron hasta que lograron derribar. Ahora era parte del olvido y del paisaje. No es fácil la vida solitaria de los murciélagos.

EFRAIN DÍAZ

Ni cuento ni relato, esta corta crónica contiene algo de historia. Siendo abogado de profesión y aficionado a la historia por vocación, hoy me convierto en abogado del diablo y encomendándome al santo patrón de las causas perdidas, San Judas Tadeo, intento ver el lado bueno, noble y lúdico de aquél a quien a 77 años de su muerte, unánimemente todos odian.
No he conocido a nadie en esta vida que no sienta repulsión, repugnancia y aversión por su figura. Ya sea por odio real o disimulado por miedo a ser rechazado y excluido, todos odian al Onkel Wolf, al Führer, Adolf Hitler.
Sin duda, Hitler tiene todos los atributos para ser el hombre mas odiado del planeta en su época y en las épocas venideras.
La historia es implacable y no perdona, pero no debemos olvidar que la moneda siempre tiene dos caras y hoy se me antoja discutir la otra cara de la moneda. El otro lado de Hitler. El lado que no se discute, del que nadie habla. En mi profesión hay un dicho que reza que hasta el más vil de los criminales tiene derecho a una defensa legal adecuada. A un juicio justo e imparcial. Y aquí cumplo con mi lado de historiador aficionado objetivo. De abogado del diablo. Aunque termine igualmente siendo odiado.
Rodeado de muerte, destrucción y odio irracional hacía los judíos, no todo en Hitler fue negativo.
De niño, fue maltratado por su padre, marginado en la escuela y rechazado en diversos círculos.
Amaba la pintura y su sueño fue convertirse en pintor. Rechazado por la Escuela de Bellas Artes de Viena por falta de talento y habilidades, enlistó en el ejército y peleó en la Primera Guerra Mundial. Al finalizar la guerra, el Tratado de Versalles, que le era totalmente adverso a Alemania, aunque Alemania no fue el causante de la guerra, la dejó sumida en unas condiciones imposibles para su desarrollo. Aún así, los alemanes se las ingeniaron y a duras penas, desarrollaron un sistema educativo de excelencia, pero la economía todavía continuaba siendo un problema. Es en este punto que Hitler se compromete con la causa y piensa que desde la política puede hacer la diferencia. Incursionó en la arena política, asunto que no discutiré porque se extendería demasiado esta crónica y el tema es otro, poco a poco fue ganando terreno. Debido al Tratado de Versalles, Alemania estaba sumida en una crisis política, económica y social que la tenía dividida en tres reinos distintos. Como político, Hitler se las ingenió para reestructurar la industria y la economía. Frenó la inflación y puso el país a producir. Unificó los tres reinos en uno solo y poderoso y comenzó su ascenso al poder. Los alemanes estaban complacidos con su política. Tenían educación, trabajo y gozaban de bienestar económico. Vieron el súbito cambio y no le fue difícil llegar a la cima.
Ya convertido en el Führer, creó el kinder garten (jardín infantil) para que los niños comenzaran a educarse a una edad temprana. Creía en una educación integral, por lo que incluyó en el currículo escolar deportes y bellas artes, actividades a las que era aficionado.
Bajó el desempleo y la gran mayoría de los alemanes contaba con un trabajo para sostener a su familia. Sin embargo, muy pocos alemanes podían adquirir un vehículo de motor, por lo que le encargó al prestigioso ingeniero mecánico Ferdinand Porsche, la manufactura de un vehículo que la clase económicamente pobre pudiera adquirir. De ahí nació el Volks Wagen (el carro del pueblo) y la mayoría de la gente pudo comprar su vehículo.
Impulsó el campo de la moda contratando a Hugo Boss para que confeccionara los nuevos uniformes del nuevo ejército alemán. Esto impulsó a nuevos diseñadores y modistas a producir.
En fin, ya con una Alemania unida y floreciente, Hitler se convirtió en el líder absoluto. De ahí ya sabemos como terminó la historia y sus múltiples tragedias.
Lo que no se puede negar es que se requiere de talento y carisma para coger una nación empobrecida y dividida y convertirla en una potencia mundial de primer orden, que fue capaz de poner al mundo en tensión.
No todo el Hitler fue malo. Aunque con sus luces y sus sombras seguirá siendo el más odiado por muchas generaciones, la moneda siempre tiene dos caras.
Moraleja: no mate el sueño de un niño. Podría evitarle una tragedia al mundo.

KATA MAR

Aquel al que todos odian».
ese pordiosero que robaba todo el tiempo y a todas horas, en la vereda san Benito, las mujeres, hombres ancianos hasta los niños en un principio le tenían, no podan ir al colegio tranquilos, ni jugar en la quebrada por que se les aparecía y les quitaba lo que llevaban y lo que comían… no podían denunciar porque este señor conseguía personas que le debían favores, entonces lo sacaban rapidito de la guandoca, no tenía escrúpulos con absolutamente nadie los perros anunciaban su llegada con grandes ladridos llenos de temor, miedo y zozobra.
Ese sentimiento se fue transformando en un odio profundo hacia su persona, algunos deseaban quitarle la vida, hacerle lo mismo, para que probara de su propia medicina. personas se reunían en casas aledañas para planear diferentes estrategias, pero no les funcionaban, ese hombre era un completo sagaz, eso les sacaba aun el mal genio. se decían el uno al otro:
– pero mire hombre, compadre… todo las tardes perdidas … noches en vela para construir alguna estrategia para acabar con ese hp .. y nada funciona… eso si da rabia gorronea. dijo Jas Miel preocupado.
– ps si da rabia, pero pronto le llegara la hora, recuerda que el largo camino hay desquite… no se le olvide.
como el gobierno no le interesa el campo .. pues le importa un pito lo que pasa a los adentros …
-si será por ahora cuídese jacinto cuídese.
al cabo de dos horas a Jacinto lo atraca el mismo man… no pudo hacer nada, para evitarlo se le robo el ganado y las pertenencias. cómo pudo volvió a su finca todo maltrecho y maltratado por los golpes.
Tres minutos después todos se pararon en la puerta de sus ranchos enfurecidos con garrinchas , palas, y picas dispuestos a esperar a que este gañan volviera para darle su merecido, anteriormente no habían planeado nada de nada… eran las 10 pm y no pasaba, muchos se fueron, estaban cansados ya.
El día se veía gris señal de que ese no iba a ser un día agradable, eso tenía por dicho doña Filomena, la cual tenía una pequeña tienda de líchigo con eso se gana la vida. a las 2 pm el pordiosero se acercó pidiendo un queso … Filomena dijo:
– no mijo aquí no regalo nada… todo está sumamente caro, no puedo regalar… lo siento.
-o me lo da o la mato vieja hp…
– no me valla hacer nada, mire…
-nada, nada, deme un queso, ya me estoy impacientando…
– ps no señor las cosas no se dan, así como así.
empieza la pelea por sus bienes:
le lanza un cucullo al pecho, Filomena alcanzo a hacerse a un lado para que no le diera, ella no alcanza a coger nada para defenderse. en esas estaba cuando llega un cliente, que al ver esa escena se asusta y se va corriendo.
– pordiosero le lanza un segundo cuchillazo directo al corazón, esta vez la señora filomena no alcanza a correrse, le da, la deja tirada en la suela, con la sangre corriendo a borbollones, logra su cometido se llevó el queso entre otras cosas.
cuando los demás fueron a ver ya todo había finalizado, ya no había nada que hacer. el negocito se hallaba totalmente destruido. daba pena verlo.
tiempo después nadie volvió a saber del pordiosero, entre los compadres se cuenta que murió en su ley… se le complico una vuelta… al que iba a robar le salió con un revolver… le dio un disparo fulmínate.

EDUARDO VALENZUELA JARA

EL MÁS ODIADO
―¿El más odiado? ―preguntó, Satanás, príncipe de las tinieblas.― ¿Es esto verdad?
―Tan cierto como todo lo creado desde el principio de los tiempos ―respondió la omnipotente entidad antigua.
―Iré a hablar esto con Dios ―rugió Satanás y se esfumó.
Entonces Belcebú buscó al Dios vivo y en un lugar, entre el cielo y la tierra, se dio el encuentro.
―¡Dios! ¡Dios! ¡Os llamo! ¡Pido hablar con vos! ―bramó Satanás― No podéis negaros. Tú mismo lo dijisteis: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá”.
Tras un segundo que pudo ser un siglo, o un siglo que pudo ser un segundo, Dios respondió.
―¿Por qué me buscáis? ¿Acaso no sabéis que es duro dar coces contra el aguijón?
―He venido a hablar sobre el odio de la humanidad. La entidad antigua, el gran observador, me lo ha confirmado…
―No me molestéis con eso.
―Claro que os molestaré, porque él mismo lo ha vuelto a ratificar… ¡Qué sois vos, Dios, el más odiado!
―El corazón de los hombres es voluble. Ya cambiará…
―Es que a este respecto nunca ha cambiado. ¡Reconoce que siempre has estado equivocado!
―¡Infame! No me hables así ¿Olvidáis que tengo el poder para destruirte?
―Os recuerdo que no podéis hacerlo… Habéis profetizado a este mundo que yo seguiré existiendo aún después del Apocalipsis ¿O vais a faltar a vuestra palabra?
―Nunca he faltado a mi palabra.
―Aun así te odian y lo seguirán haciendo…
―¡No! Sois vos…
―A mí nadie me odia. A mí solo me temen. Mis seguidores me idolatran, incondicionalmente ¿Y sabéis por qué? Porque nunca les he hecho falsas promesas. Ellos saben lo ruin que soy. Tienen muy claro que esperar de mí. En cambio vos…
―¡Callad!
―Generación tras generación de este mundo has prometido el cielo, la gloria, has prometido amor… ¿Y que han obtenido? ¡Un mundo de miserias! ¿Qué esperabas? ¿Qué no se desilusionaran y no terminaran odiándote?
―¡No me provoquéis!
―¿Y que creéis de todos aquellos que han sido conquistados y sometidos con la cruz y la espada? ¿Qué no te iban a odiar?… Vos mismo provocáis que me ría en vuestra cara.
―¡Parad!
―¡Acéptalo! Todas tus creaciones siempre te han odiado y lo seguirán haciendo. Todos esos otros mundos, todos esos otros universos que has creado, te han terminado odiando y por eso los destruís…
―¡No me tentéis!
―Y en este también, “Oh Señor”, te odian y seguirás siendo… ¡El más odiado!
―¡Bastaaaa! ¡Te destruyo! ¡Muereee!…
Y dijo Dios.
―¡Mierda! ¿Qué he hecho? ¡Me he cargao a Satanás! Pues la he cagao, no puedo faltar a mí palabra… Bueno a acabar con todo y empezar otro nuevo.

NEUS SINTES

De niño me preguntaba cómo se llamaba y quién era al que todos odiaban. Ahora que soy un adulto, sé a quien se referían. Como una pluma lo siento avanzar sin detenerse, con su caminar silencioso e incansable. Cada vez que mis ojos despiertan, alumbrados por el sol matutino, sé que sin percatarme ha ido avanzando y lo sigue haciendo, sin descansar.
Veo a mis padres entrados en años, a mis hijos, convertidos en unos adolescentes y entonces es cuando pienso en tu nombre, en aquel al que todos odian; lo llaman tiempo. Tiempo es tu nombre. El que pasa veloz y silencioso, manteniendo siempre el mismo estado , mientras tanto, nosotros los humanos, vamos avanzando, creciendo y cambiando, hasta envejecer. Pero tú te mantienes igual. Y seguirás de la misma forma, aunque yo no esté en este mundo.
Entendí que nosotros habíamos de seguir avanzando para tener una vida plena, pero tú deberías seguir en este camino llamado vida para mantener el equilibrio entre los dos mundos. Eres el que todos odian por ser testigo de cómo los años nos van pasando factura. De ser niños, fuertes y jóvenes a convertirnos en ancianos, sin apenas fuerzas.
Tiempo, tú que transcurres para algunos tan rápido y en otros tan lentamente. Pero de igual manera, nos ves pasar por la vida, como el río que fluye…

IRENE ADLER

LA CENA ROJA
El salón resplandece bajo el brillo de las luminarias. Deslumbra el revuelo de pieles y joyas doradas. Se mezclan las voces y el vino, la risa y las chanzas.
Es un banquete soberbio.
Los nobles boyardos se sienten halagados y consentidos ante las magníficas viandas y la música de dulzainas y laúdes que un pequeño grupo interpreta en un estrado, a lo lejos. Pero el príncipe de Valaquia no mira a sus invitados, no sonríe, no participa de la barahúnda ni abusa del vino, parece ensimismado en la cadencia de las melodías y en la textura especiada del asado.
Las voces beodas y cargadas de cierta impertinencia no parecen causar en él efecto alguno. Así que de entre los nobles boyardos, algunos de los más viejos, apuntalan su sarcasmo sobre el vino y comienzan a alzar la voz y las copas mencionando la muerte violenta de Vlad Dracúl y de su hijo.
Éso es mentar la soga en casa del ahorcado. Los hombres del príncipe, sentados a la mesa principal, se incomodan, se revuelven en las sillas, uno de ellos lanza contra el suelo la copa de peltre por no irse al boyardo insolente espada en mano. Pero el estruendo y la rabia pasan inadvertidos entre la multitud enardecida, cuya falta de respeto se acrecenta ante el mutismo indiferente del anfitrión.
No advierte, ninguno, el gesto apaciguador y cómplice que Vlad Tepes dirige a sus hombres: un leve asentimiento de cabeza, la mano que solicita calma y paciencia sobre el mantel, los ojos negros como rescoldos o brasas que parecen decir: «Esperad. Todavía no».
Fuera, en el patio del castillo, se arma un ligero alboroto como de andamios y albañiles. Uno de los boyardos advierte el ronroneo de piezas desplazadas, órdenes airadas, fugaz movimiento de antorchas y pebeteros. Se asoma a la balaustrada y comprueba que algo se está montando en el patio: un patíbulo, una empalizada, un palenque.
Ufano, borracho y arrogante, les grita a los demás que el valaco hijo de perra les ha preparado unos buenos juegos para después de la cena.
Vlad Tepes acaricia la mano de su esposa, se la lleva amorosamente a los labios y sonríe. Se pone en pie. A un gesto suyo, todas las puertas del salón se cierran a la vez. Los nobles boyardos se llevan las manos a los tahalíes desnudos, pues es prerrogativa de la casa que los huéspedes la visiten desarmados. Se miran con extravío, con ese terror como un calambrazo que convierte en certeza la duda y te espanta la borrachera de un solo tajo. Han cometido el error de confundir la astucia con la diplomacia; y la diplomacia con la debilidad.
La voz del príncipe de Valaquia tiene una suavidad que espanta.
«Venís a mi casa. Coméis mi comida. Bebéis mi vino. Insultais mi nombre y el de mi familia. Os burlais de los muertos…¿Y yo debo tolerarlo?»
Mira a sus hombres. Alza la mano. Su esposa y las otras damas de la corte cierran los ojos y el silbido metálico de cien espadas desenvainadas al unísono, se impone al fragor de los carpinteros en el patio.
Ya nadie bebe.
Ya nadie ríe.
Los mismos que antes bromeaban sobre su padre y su hermano muertos, ahora suplican clemencia.
Por la mañana, las cabezas de los boyardos más viejos, aparecerán clavadas en el inmenso bosque de picas que hay en el patio, bajo el sol abrasador, sin viento y sin brisa, a merced de los buitres y de los cuervos.
El terror es el arma más poderosa que existe. La más barata y la más efectiva: porque no somete, inmoviliza. Y se extiende como el fuego.
Hasta ayer, los boyardos lo odiaban.
A partir de hoy, le tendrán miedo.

SERVANDO CLEMENS

El elixir de los dioses
Julen se puso una camisa blanca y su pantalón más nuevo. Quería lucir tan guapo que lustró los zapatos que sólo usaba para ir a misa y, además, robó un poco de perfume que escondía su padre con recelo.
Julen rompió la alcancía donde guardaba los ahorros de seis meses y compró un enorme ramo de rosas.
No hay problema, pensó mientras contaba las monedas, todavía me alcanzará para ir al cine y para comprar palomitas y, si la suerte está de mi lado, podremos ir a cenar a un lugar… barato.
Julen quedó de verse con Mariana en la esquina del cine. Bajó de la bicicleta y la amarró a un poste de luz. Miró su reloj. Era la hora pactada. Alisó y fajó su camisa. Se recargó en el poste al tiempo que olía las rosas. Pasaron los minutos y ella no llegaba.
—Ya va empezar la película, yo creo que algo pasó —dijo Julen.
Transcurrieron dos horas. La película se acabó. Los muchachos salían del cine. Julen seguía mirando el reloj y oliendo las rosas. La buscó a los alrededores. Nada. Ella me lo explicará mañana, pensó Julen, seguro le pasó algo malo a su abuela que está enferma.
—Olvídala ya —le dijo un borracho que estaba sentado en la acera y que bebía de una botellita.
Julen abrió el candado que aseguraba la bicicleta al poste.
—Así es el amor —siguió el borracho, eructando—. Yo tengo mucha experiencia. Busca otra compañera, no pasa nada, no te claves, hijo. El amor va y viene.
—Usted qué sabe, señor —dijo Julen—, yo creo que no conoce el amor. Usted es un viejo vicioso.
—Sé más de lo que te imaginas.
Julen dio un paseo en su bicicleta por el centro para matar el tiempo y casi se mata al caer de boca al descubrir a su amada Mariana besando a lengüetazos al odioso de Marcos, quien, dicho sea de paso, era su peor enemigo. Julen dio unos pasos inseguros, se asomó por la ventana de la camioneta Ford último modelo de Marcos. Mariana, semidesnuda, ni siquiera se percató de la presencia del jovencito que los miraba con ojos llorosos y con la boca abierta.
Julen volvió a trepar la bicicleta y arrancó a toda velocidad por las calles sin fijarse en los vehículos que le lanzaban bocinazos e insultos.
Dejó caer la bicicleta a un lado del poste. Pateó la llanta. Escupió el sabor amargo que ahogaba su boca. Tiró el ramo de rosas en el primer contenedor de basura que se cruzó en su camino y lanzó un bufido.
Julen volvió al lugar donde estaba el borracho, se secó las lágrimas y se sentó en la acera.
—¿Qué tal, muchacho?
—Necesito algunos consejos, señor. Me volvieron a ver la cara de imbécil.
—Quizá eres muy bueno y no buscas a la indicada. Pero, a ver, dime cómo puedo ayudarte. Soy todo oídos.
—Estoy enamorado y no sé qué hacer —dijo Julen—. Bueno, estaba enamorado.
—Oh, diablos. Es fácil. Sólo mándala al carajo y ya. Hay muchas pirañas en el agua, no te desangres por una sola.
—Como si fuera tan fácil, señor.
—Lo es —dijo el borracho—, y te lo voy a comprobar sin tanto drama.
—¿Qué hago con las mariposas que revolotean en mi estómago?
El borracho sonrió, cerró uno de sus irritados ojos y bebió otro sorbo.
—¡Acaba con ellas!
—¿Cómo?
—Bebe un sorbito de este elixir de los dioses —dijo el borracho, mostrando la botellita de aguardiente—. De ese modo acabarás con esas molestas mariposas.
Julen abrió los botones de su camisa, revolvió su cabello engominado y bebió un largo trago.

SILVANA GALLARDO

Bajo una estresante sensación de emociones, se forma una intrincada maraña, que parece no tener la punta de un hilo para desenredarla. Se encuentra allí un sentimiento que, contrario a lo que opinen los demás, es la punta fina de un alfiler que lastima, que hiere y martiriza.
Llega a todos como un virus, que ataca y hace de las suyas en lo más vulnerable de las entrañas. Se adhiere primero al corazón, los síntomas son dolores punzantes, mezcla de angustia y añoranzas, lo que provoca en el pecho una sensación de asfixia. Puede sentir claustrofobia por la ausencia, y cuando deja de ser, hay hastío, aburrimiento y desgano.
El apetito se pierde, y el insomnio lo acompaña.
Allí está en cada fibra del ser, aquél al que todos odian. ¡Si, ese! el amor que es triste gloria, porque una pregunta puede ser respondida o ignorada ¿Cuánta felicidad causa el amor? si extrañas, si lloras, si te hace arder por dentro, si te enojas. Pero ahí está, con demonios en el cielo. ¿Del odio al amor solo hay un paso?
¿Cuántos hay que lo mantienen en la balanza, en el equilibrio de ser en otro? Que no lastime, no condicione, no corte alas. No robe espacios. Le llaman amor, aquel jardín hermoso, donde los colores y las formas inspiran los más sublimes sentimientos; pero entonces, surgen las plagas convertidas en gritos, ofensas, golpes, violencia desequilibrada. Las plantas se secan, se opacan los colores, se vuelve desierto. Así es aquel, al que todos odian; falso, hipócrita y engañoso. Finge, gasta lo que busca y luego lo desecha.
Un amor que trasmuta, se degrada. Provoca después tristeza, soledad, desasosiego. Los vendavales de sus sensaciones son las redes que atrapan para hundirte o elevarte. Se va y el sol no brilla, las noches son lágrimas infinitas que secan el alma; tierna impiedad que lacera el pensamiento.
Esto, odioso amor, es una trampa que nos arroja al abismo.

DIEGO CISNEROS

Me dan un poco de lastima las personas del grupo literario al que me he unido. Tan buenos que son de corazón, y tan llenos de creatividad y amor en sus escritos, que a veces siento una pequeña punzada de remordimiento en el corazón, al robarles —Afortunadamente no dura más de un minuto—. En defensa mía, he de decir que es culpa de ellos el no colocar en sus textos un simple y sencillo: Obra Registrada o Derechos Reservados.
Sin duda, si alguien supiera de mis actos, de inmediato me saltaría indignado. Pero… seamos realistas ¿Es acaso es mi deber el decirles su error, O es acaso mi problema el que dejen en bandeja de plata el oro molido que con tanto esfuerzo han adquirido, sin protección alguna…?
Si dejas a la intemperie un par de brillantes diamantes no esperes que para el día siguiente sigan donde los dejaste.
La culpa es del crédulo e incauto, no del oportunista.
Lo siento, pero no lo siento. Esta nueva, cómoda y fácil forma de ganar dinero sin esfuerzo es lo que había estado buscando toda mi vida: Cosechar los frutos de los demás sin sudar. ¿Y por qué no? Ya de paso hacer de un nombre.
¿Hay días en los que me pregunto ¿Qué es lo que sentirán estas personas al ver sus historias impresas en revistas famosas, y mi nombre, y no el suyo, como creado intelectual de dichas obras? ¿Me odiaran, me maldecirán, me desearan la muerte? Afortunadamente eso nunca me ha quitado el sueño por las noches. Puesto que soy mas listo que los demás, no me tengo de que preocupar. No obstante, he de admitir que no por ello mi vida está de todo resuelta. De hecho, en este momento me aqueja un grave problema, y ese es el de buscar en donde me puedo gastar todo este dinero mal habido.

GUILLERMO ARQUILLOS

El HOMBRE MÁS ODIADO DEL MUNDO Y LA COMISIÓN
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En casa de Lucas Gálvez, el cerrajero, estaban asustados porque al bueno de Lucas le había dado por no morirse.
Las gentes del pueblo se hacían mayores. Cuando pasaban unos sesenta y siete mil minutos, cumplían un año más. Y, una arruga por aquí, un dolor de ciática por allí o un cálculo en el riñón, todo anunciaba que la muerte se les iba acercando.
Pero Lucas Gálvez no. Él se había olvidado de envejecer y por eso lo odiaban profundamente:
—Es un tío con suerte —se decían—. Es que parece que es eterno.
—¿Sabéis?, el otro día me habló de que era una pena que se hubiera muerto Don Ramón. «¿Quién era ese Don Ramón, Lucas, que no me acuerdo?», le digo. «Pues fue un cura que estuvo por aquí hará unos treinta años. ¡Menudas guasas que nos pasábamos en el bar con él! Porque era un tío llano, de los que beben con la gente y hasta se achispaba un poco, alguna vez, como las personas».
—Estoy hasta las narices de ese Lucas, ¿sabes? —decía el peluquero—. Yo le calculo que, si hubiera seguido envejeciendo, debería estar tener ya más de ochenta. Pero es que no cumple ni un maldito año.
Veía cómo aumentaban las arrugas en sus manos, mientras recortaba siempre las mismas barbas más y más blancas, conforme pasaban los meses.
—¿Qué dices: «un año»? Ni un maldito día es lo que cumple ese malnacido —dijo Salus, el dueño de la pescadería. Tenía varias empleadas porque a él le daba asco el olor de la mercancía que vendía.
Se miraron entre ellos. El peluquero, Salus, y dos clientes más que en ese momento había en el negocio, pensaron que odiaban al cerrajero. Era un insulto a la especie humana pueblerina. Y decidieron que tenían que hacer algo.
En aquel sitio, la gente se moría a los dos días de recibir una carta remitida por la Muerte, en la que le anunciaba al interfecto que su vida se iba a acabar. Que preparara las cosas para fallecer: que hasta comprara un frasco de colonia para su mujer si estaba casado, cosa indispensable que hay que hacer para morirse tranquilo. Pero si, por lo que fuese, la carta no le había llegado, lo que pasaba es que el cerrajero no se podía morir. Más que nada por la falta de costumbre, claro. Porque sería bastante inusual que se muriera en contra de los hábitos de aquel villorrio.
Y las buenas gentes de la localidad, movilizadas por el famoso Salus, empezaron a buscar por todos sitios dónde estaba el despacho de la Muerte. Porque a Lucas no le llegaba la carta que tanto esperaba.
Todo el mundo lo odiaba.
—¡Es que, además, dice con pena que no se va a morir, que es muy posible que nos entierre a todos! —decía Joaquina, la de la mercería, que era contemporánea del invento del hilo negro.
—No puede ser, no puede ser. Que es que la Muerte vino a por mi Julián cuando tenía cuarenta y siete, en la flor de la vida, y este Lucas hace siglos que no pasa de los treinta y nueve —decía Geli, una ancianita que repetía que aún era joven.
Y, entonces, se organizó la comisión.
La comisión estaba formaba por hombres honrados, normales y corrientes del pueblo, de los que se iban a morir, como era habitual, cuando les llegara su carta. Lo único que les unía, puesto que se trataba de buenos vecinos, era su odio a Lucas. No era envidia, no. Era odio. Del peor, del que desea grandes desgracias. Del que quiere que te toque el euromillones para que te arruines antes de un año y seas el hazmerreír en todas las tertulias para siempre, como les ha pasado a otros. O del que quiere que tengas una herencia millonaria de una tía desconocida y que te correspondan pagar tantos impuestos que te quedes empobrecido durante el resto de la vida.
Porque es que este Lucas, para mayor inri, se paseaba por el pueblo con cara sonriente. Era insoportable. Cuando veía que un conocido se quejaba de una enfermedad, él sonreía, porque no enfermaba. ¿Qué alguien se rompía una pierna? Él recordaba a quien quisiera oírlo que nunca se había quebrado un hueso. Era odioso.
Una vez, cuentan, estaba en la vía, cualquiera sabe haciendo qué, y el tren que lo iba a arrollar, se estropeó. Hasta el conductor, que era del pueblo, lamentó no habérselo llevado por delante y Lucas tuvo que subir a la máquina a consolarlo por su mala suerte.
La comisión consiguió ir a la tele —en casa de Lucas nunca se veía la tele— a un Sálvame, para hacer un llamamiento a la Muerte y que así mandara la famosa carta a Lucas. El caso fue muy conocido. Las televisiones de todo el mundo —en particular las japonesas, que debían tener pocas noticias— difundieron imágenes de Lucas en recuadros junto a los locutores. A la vez, improvisaban sonidos que no significaban nada y a los que llamaban japonés.
Y así fue como Lucas llegó a ser el hombre más odiado del mundo. Gracias al Sálvame, claro, programa intelectual y de difusión cultural donde los haya.
El asunto se debatió en el Parlamento Europeo, donde votaron a favor de que Lucas se terminase muriendo, porque aquello era una afrenta para sus conciudadanos. La asociación del rifle de USA ofreció su colaboración incondicional a la comisión y hasta el pueblo norcoreano hizo un referéndum para que el amado líder pusiera fin a aquella injusta situación.
Entre todos los poderosos del mundo, consiguieron que Lucas recibiera su comunicación: un email de Correos.com en el que le decía que la Muerte iba a visitarlo. Pero, en lugar de entristecerse y perder su sonrisa, él estaba radiante, contentísimo, contando a diestro y siniestro que, por fin, se iba a morir y que no sabía la fecha: como todo el mundo.
La gente lo odió más todavía, porque aquel cerrajero estaba feliz.
Y es que los habitantes de aquel pueblo no podían soportar ver a un hombre así. Sucede en el planeta entero: todos odian a una persona verdaderamente feliz.
«¿Cómo va a vivir tranquilo este energúmeno si yo soy un desgraciado y tengo miles de preocupaciones reales e imaginarias?», se decían unos a otros mientras disfrutaban de su odio.
—Yo nunca seré feliz —se dijo el hijo de Lucas que le tenía preparado el ataúd—. Porque lo único que consigues así es convertirte en el hombre más odiado del mundo. Me preocuparé y me quedaré muchas noches sin dormir. Me sentiré desgraciado. Y, si no tengo problemas, me los inventaré. Yo no quiero que me odien.
Un desastre, vamos, un desastre.

LIDIA FUENTES

Lo ve subir las escaleras mientras escupe hacia la izquierda, parecen saltar chispas del suelo donde justo a caído su saliva. Se ha construido en la terraza de su casa una cuadra de cemento, abre la puerta de rejas y los perros se alegran al verlo. Dicen que ahí arriba, en aquel asqueroso espacio lleno de excrementos tiene bajo las losas el dinero escondido, el dinero negro. Nunca ha visto salir a los perros de allí, los animales parecen atrofiados, pero ladran con rabia, ladran mucho, tanto que la señora Teresa los culpa de la sordera que hace más de un año le aqueja. Teresa vive a tres casas del odiado, está regando las pocas plantas que se resisten a perder el verdor de sus hojas. En esa calle todo se marchita, todo huele a vicio, a orines en las esquinas, a polvo blanco. Toda la luz que alcanza a dar el sol es devorada por las sombras de ese canalla que cada vez parece más poderoso.
Ya apenas quedan vecinos, las casas más cercanas están cerradas a cal y canto, protegidas sus puertas y ventanas con ladrillos para que no se metan los ocupas, otras tienen carteles de se vende y Teresa reza que ninguno de la banda del odiado algún día compre. No se quita la mujer de la cabeza que a su vecina Josefa, que en paz descanse, la mató su hijo a disgustos. Mira al cielo, suspira, se persigna. –¡Pero mira en qué ha convertido el desgraciado de tu hijo tu casa! Con lo limpia que la tenías, con lo que te ha costada mantenerla al margen de todos sus enredos mafiosos–. Teresa sigue regando sus plantas, arranca con enojo las hojas secas, le pone un trocito de manzana a su canario, a ver si vuelve a cantar el pobre que hasta a él se le ha marchitado el trino.
En los pueblos es costumbre ponerse apodos entre la gente. Un día el odiado llegó a casa borracho y su madre no lo dejó entrar. Una patrulla se lo llevó detenido, pero antes de eso gritó pestes por su boca, decía que sabía que su madre lo odiaba, que todos los vecinos lo odiaban, que podía verlo incluso aunque no lo mirasen directamente a los ojos, se reía, sacaba burla de todo y parecía feliz de despertar esas emociones en los demás, entonces empezó a ser llamado como “el odiado”. Pobre Josefa– pensó Teresa– y tú que lo bautizaste con el nombre de Gabriel pensando que llevabas un ángel en tu vientre.
Lo que más lástima le da a la mujer son esos jóvenes que vienen agitados como zombis, se meten algo por la nariz y cuando el veneno del odiado les recorre por la sangre se rompen familias, sueños, vidas y el canalla sigue con su labor diaria de levantar losas. Teresa no quiere irse de su casa, no le da la gana, le pesan los años y los recuerdos buenos para hacer mudanza. Tiene la esperanza de que una noche a través de su ventana vea las luces rojas intermitentes de varios coches patrullas, cierren esa casa también a cal y canto, liberen a los perros y lo metan a él entre rejas. No quiere morirse sin volver a ver limpieza, armonía y orden en la vía. Que vuelvan las petunias y los geranios a los balcones, que pueda pasar la gente con sus compras tranquilos, con sus ojos alegres y seguros, que vuelva a dejar el panadero las barras de pan en los pomos de las puertas, que vuelva al amanecer el canto de su canario, que vuelva el amor y la paz a su calle, a la Calle Nueva.

MERCEDES MEDIANO

Me entraban sudores al ponerme con mi madre en la cola. Todos lloraban antes y después de salir de aquella habitación. El olor era fuerte en todo aquel edificio. Yo no sabía a qué olía pero era repelente como cuando mi madre limpiaba en casa con un líquido que era lejía.
Mi madre me quería mucho pero me llevaba a ese lugar donde un hombre con bigote y una bata blanca me pinchaba con una enorme aguja. Todos tenían que agarrarme si no querían que saliera corriendo por todo el pasillo. A los otros niños les pasaba lo mismo y llorábamos. Después salíamos con un caramelo en la mano, pero no era bastante para el susto.
Todos odiabamos a aquellas batas blancas y sus agujas.

SISI ZIRCONITA

Abusones.
Carlos no quería levantarse , su madre llevaba veinte minutos insistiendo, mientras él se volvía a dar la vuelta en la cama.
– ¡ Carlos, levántate ya!, Increpaba su madre desde el pasillo..¡Vas a llegar tarde!
Eso era lo que pretendía, llegar cuando ya estaban todos en clase, el problema era que si no era a la entrada, sería a la salida. No había manera se escaparse del abusón y sus secuaces.
Lo cierto es que algunos que le reían las gracias , antes también fueron víctimas, pero en el fondo lo odiaban. Sí es cierto que si no puedes contra tu enemigo, únete a él.
Esa postura fue la que siguieron aunque el precio era acosar a los demás.
Así Carlos se sentía humillado, vapuleado y ultrajado. Su dignidad había desaparecido y se había convertido en un chico introvertido y callado . Cada día estaba más aislado.
Un día a la salida del instituto , le esperaba una buena, menuda paliza le iban a dar el cabecilla y dos de sus secuaces. No había un motivo especial para el acoso,, era pura diversión, adrenalina ,abuso del poder. Se sentían poderosos dañando a los más débiles.
Carlos manejaba la situación como iba pudiendo, pero aquel fatídico día no se iba a escapar
Estaba sentenciado, por eso no se quería levantar
Pues llegó tarde, pero a la salida los camorristas lo estaban esperando.
Empezaron a acosarlo , lo empujaron, una vez en el suelo lo inflaron a patadas. Otro de los secuaces grababa la escena con el móvil para luego divertirse y esparcirlo por redes sociales.
Pero esta vez el que grababa había sido su amigo y odiaba al cabecilla y sus actos. Era odiado por todos, pero nadie se atrevía a hacerle cara por miedo, asi que el supuesto amigo de Carlos, al verlo sangrando llamo a la policía, por ese acto también se llevó lo suyo. La poli apareció muy rápido y los agresores no pudieron quitarle el Tf.
El video grabado sería la prueba de la agresión.
Estuvieron hospitalizados con varias lesiones, aunque las de Carlos fueron más profundas.
Los supuestos delincuentes fueron juzgados y declarados culpables. Tres años en un centro de menores. Allí siguen, cumpliendo condena.
La paz ha vuelto al instituto y los chicos y chicas ya no tienen temor alguno.

GLORIA ALBADALEJO AYALA

LA EXTRAÑA HISTORIA DE ABRAHAM
Mi hermano Abraham ya nació con ese carácter tan peculiar, de un ser un tanto extraño y por supuesto odioso. Le maldigo, ojalá no hubiese nacido. Siempre me ha torturado con sus maliciosas ideas.
Todo empezó cuando yo tenía dos años y él seis, acostumbraba a amargarme la vida. Por las noches me despertaba haciéndose pasar por un fantasma, se cubría el cuerpo con una sábana y se ponía a aullar como tal mientras movía los brazos de una manera amenazante. Yo me despertaba asustado y empezaba a gritar. Mis padres le castigaban cada vez que hacía alguna. Le quitaban los juguetes, le dejaban sin postre. Eso no le afectaba y encima se reía con una risa burlona, así que enseguida volvía a las andadas. Otra vez me encerró en el armario, estuve dos horas ahí metido hasta que mi madre volvió de comprar y escuchó mis llantos y gritos desesperados. Lo peor fue cuando me metió en la lavadora y cerró la puertecilla conmigo dentro. Menos mal que no sabía cómo funcionaba y mi madre se dio cuenta enseguida y me sacó de ahí. Salí medio ahogado. También me pegaba sin razón y uno de los empujones que me dio, casi me mata, cuando caí por las escaleras de casa. Me rompí un tobillo y estuve un mes con la pierna enyesada y con muletas. Bueno, para que hablar.
Ahora yo tengo doce años y el dieciséis. En el instituto lo han echado ya cuatro veces. Bastante a menudo, viene con los ojos morados de pelearse con los compañeros de clase, alguna vez le han dado una buena paliza. Es odioso para todo el mundo. Los vecinos le rehúyen, le tienen miedo. Se ha hecho famoso por ser tan malo.
Mis padres lo han llevado a un psicólogo, hace tiempo que están estudiando su caso, pero no encuentran una solución. El otro día escuche a mis padres hablando de él. Ellos evitan hablar delante nuestro, pero yo me desperté, creí escuchar un golpe. Estaban discutiendo entre ellos. Miré el reloj y ya pasaba de las doce de la noche. Ellos estaban en la planta de abajo y yo, en la de arriba, donde están las habitaciones. Abrí la puerta para escuchar mejor. Hablaban de Abraham. No entendí muy bien la conversación, estaba relacionado con lo que les había dicho últimamente el psicólogo. Era algo muy extraño. Hablaban algo así, como de una personalidad del pasado. ¿Qué quería decir eso?, pensaba yo. Personalidad del pasado, ¿ qué pasado.? Al día siguiente lo llevarían a un psiquiatra y no sé qué del hipnotismo. Esa misma noche busqué en mi móvil información sobre eso. Encontré psicoanálisis y estudiar sobre rencarnación. Todo eso me sonaba a cosas raras. ¿Qué es la rencarnación? Quería saber más.
Al día después, durante el desayuno, me fijé en mi hermano disimuladamente y a partir de ahí, me empecé a dar cuenta, que sus poses no eran normales. Esas caras que pone son raras, parece como si estuviera hablando consigo mismo, pero sin hablar. ¿Mi hermano está loco.? Hasta ahora pensaba solo que era malo, pero creo que hay algo más.
Cuando han llegado del psiquiatra, mi hermano muy cabreado, se ha encerrado en su cuarto. Me da miedo. Esa cara que tiene desprende maldad. Me recuerda al protagonista de una peli que vi no hace mucho, de un niño que estaba poseído por el diablo. Abraham es algo parecido a ese niño. Mis padres han llegado asustados, pero siguen sin querer hablar delante nuestro. Algo raro está pasando ahí con mi hermano.
Por la noche he vuelto a escuchar que hablan mis padres. Me he acostumbrado a no dormir mucho, parece que el sueño se me ha quitado. Estoy intranquilo viviendo con mi propia familia. Mi hermano por sus repentinos ataques diabólicos y mis padres porque saben algo que no es bueno y me lo están ocultando, así que mi sueño se está alterando y mis oídos afinando para escuchar por la noche las conversaciones bajitas que tienen entre ellos. Soy todavía un niño, pero no soy tonto y sé que algo pasa. Pero las conversaciones de mis padres se mezclan con las de Abraham. Está hablando solo o con alguien. Parece que esté tramando algo. Después se pone a reír muy fuerte. Está como un cencerro. Quiere salir, pero mis padres lo han encerrado con llave, no se fían de él. Me da terror esos golpes en la puerta, parece que la vaya a romper.
– Tenemos que deshacernos de él, – dice mi padre- es peligroso y cuando más mayor se hace, más violento se vuelve.
Hasta mis padres lo odian. La habitación de mi hermano está al lado de la mía, y escucho como se ríe a carcajadas mientras golpea la puerta para salir de ahí.
Os voy a matar a todos- dice luego chillando como si estuviese loco. Mejor será que salga de ahí, esto no tiene muy buena pinta. Si rompe la puerta al primero que mata, es a mí. Así que abro la puerta despacito, en silencio, pero temblando de miedo y salgo disparado escaleras abajo para reunirme con mis padres y sentirme más protegido.
-Abraham se ha vuelto loco, -digo gritando- dice que nos va a matar a todos.
Entonces mi padre me coge de los hombros con fuerza y me dice que no está loco, que no es él. Yo no entiendo.
Alguien pica a la puerta de la calle. Mi madre va abrir con impaciencia, como si esperase a alguien urgentemente. Creo que eso va a ser la solución. Son dos tipos muy raros, uno parece un cura y el otro con la espalda curvada, me recuerda a un brujo de una peli, o algo así. Llevan un maletín con no sé qué cosas dentro.
-Está arriba encerrado en su cuarto. Les dice mi madre. – tengan la llave, está muy agresivo, ¿lo oyen?, tengan cuidado. Creo que se ha transformado del todo.
Abraham no para de golpear la puerta y grita con unos sonidos muy extraños, como si su voz se hubiese quedado ronca y a la vez fuese de una persona mucho mayor.
-Víctor, hijo. -Mi padre sigue con la conversación de antes mientras me vuelve a coger de los hombros. -Tú hermano no es tal, es algo sobrenatural. No sé si entenderás lo que te voy a decir, es algo muy extraño. – Me dice mi padre mirándome a los ojos. -Ya sabes que desde que eráis pequeños, el comportamiento de tu hermano no es normal. No es que esté loco, ni que sea malo. Es algo que tiene a dentro de su alma que lo ha cambiado. Se trata de su espíritu.
– ¿Su espíritu? -le pregunto.
-Si, es…
Lo que me estaba diciendo se ha vuelto a quedar interrumpido, porque los dos hombres, estando ya arriba, la puerta de mi hermano ha sido derruida cayéndose encima de ellos. El impacto les ha golpeado, pero nada grave. Esa cosa que está arriba, no es mi hermano, su cara se ha transformado en otra persona, parece un viejo con muchas arrugas y sus ojos muy abiertos, están enrojecidos. ¿Dónde está mi hermano?, ¿qué ha hecho eso con él? Estoy escondido detrás de mi padre. Si antes me daba miedo, ahora me da pánico.
¿Qué es esa cosa que está bajando por las escaleras? Se ha vuelto más monstruoso todavía.
Uno de los hombres que se había quedado inconsciente por el golpe de la puerta, se ha despertado y va hacia él con una jeringuilla bastante grande y se la clava en la espalda, pero Abraham se resiste, no le hace nada. Coge otra que tiene en el bolsillo de atrás y también se la clava. Esa cosa empieza a tener espasmos raros y al final se cae al suelo.
Mi madre ahora llora más fuerte. ¿se habrá muerto? El hombre que se parece a un cura zarandea al otro para despertarlo, después le pone unas esposas a Abraham, y entre los dos algo heridos, lo bajan por las escaleras y luego se lo llevan a no sé dónde. Mi madre sigue llorando mucho, mientras mira cómo como se lo llevan y salen de casa.
-Tenemos que investigarlo, e intentar sacarle eso de dentro. -Dice uno de ellos.
-Devuélvanmelo entero por favor. Que sea mi hijo de verdad y conocerlo, se los ruego. -dice mi madre a gritos.
– ¿Conocerlo?, ¿es que el de antes no era mi hermano? – y mi padre termina de responderme.
-No hijo. Sigo con lo de antes. Tu hermano en si nunca ha estado con nosotros. Eso que se han llevado es otro.
Yo sigo sin entender. ¿Otro? Si ya sé que el que se han llevado no es él, pero el que había hasta hace poco con nosotros sí que era él.
-No.
-No se lo cuentes, no lo va a entender, todavía es pequeño. -Dice mi madre en sollozos.
-Decírmelo por favor, quiero saberlo.
Al final me lo termina de contar mi padre, pero antes me sienta en una silla y sigue.
-Se trata de su espíritu, está maldito. El espíritu de tu hermano todavía no ha nacido, y el que posee ahora es de una persona que falleció hace muchos años. Es una rencarnación.
– ¿Una rencarnación?, ¿una rencarnación?, ¿una ren…
-Despierta ya mocoso de mierda, que hoy hay cole.
Noto unos golpes bastante fuertes en mi cabeza. Es una mochila, la del cole. Pero que…, es mi hermano, Abraham. ¿Todo era un sueño?, ¿un horrible y asqueroso sueño?, o en realidad ha pasado.
No tengo tiempo de saber la verdad. Lo miro asustado y bajo las escaleras a toda prisa y salgo de mi casa pitando.
Mis vecinos me miran al gritar: -Nooo, es la rencarnación, la rencarnación, nooo…

RAFAEL ARAIZA

Heredera universal
Con lágrimas hipócritas inundando mis ojos veo el féretro de Ricardo descender con lentitud desesperante hacia la tumba, ¡qué ganas de arrojarlo de una patada para acelerar este momento insufrible!
Tranquila, Sara, respira hondo; ya casi eres libre de nuevo y ahora con una fortuna para gozar la vida de formas que escandalizaban a este vejete miserable. Él mismo decía que ya no podía complacer a una mujer joven y fogosa como yo, entonces ¿por qué le molestaba permitirme tener un amante? Como sea, mi paciencia y tolerancia al asco han rendido frutos.
Con el maquillaje corrido y los ojos enrojecidos de tanto fingir escucho al abogado decir que soy la heredera universal. “Heredera universal”, repito una y otra vez en mi cabeza hasta sentir que estoy a punto del orgasmo. Otra vez me regocijo por mis atinadas decisiones, en este caso, la de no embarazarme para evitar contrincantes en esta terna. Ay Sarita, qué lista resultaste, y eso que no tuviste la oportunidad de estudiar, si hubiera tenido esa oportunidad capaz que terminó convertida en doctora o abogada. Y hablando de abogados, este que leyó el testamento no esta tan mal, se me hace que celebro mi bien ganada libertad con él.
Aguanto a que todos se larguen para platicar con mi probable, muy probable, revolcón de una noche titulado en leyes.
—Y bien, licenciado, ¿puedo saber a cuánto asciende la herencia que pienso despilfarrar en amantes jóvenes y otras banalidades? —pregunto al reducir al máximo la distancia que nos separa, tanto, que huelo su exclusivo perfume.
—Señora de Ibarra —exclama dando un paso atrás, acción que me hace dudar de su heterosexualidad—, cumpliendo estrictamente con las indicaciones de su esposo fallecido, me permito informarle que la lectura del testamento de hace unas horas se trató de un acto… dramático a solicitud del propio señor Ibarra…
—¿Acto dramático?
—Sí, señora. Una puesta en escena, una actuación que pidió su marido antes de morir.
—¿Eso qué significa, a qué se refiere usted? —inquiero cuando logro recuperar la voz y la compostura, y aunque no entiendo del todo las explicaciones del licenciadillo, en mi corazón temo lo peor.
—Es muy simple. El señor Ricardo Ibarra dispuso que su testamento se tratara como se hace con las grandes fortunas, aunque en realidad él estaba consciente de que la suya ya no existía. De hecho, señora, su esposo mencionó que hacía las cosas de esa forma para no causarle vergüenzas a usted; por esa razón gastó lo último que le quedaba en preparar este asunto tan… ¿excéntrico?
—Mire, payaso “rimpompante”, ¡solo necesito saber si hay dinero o no!
—No hay ni un céntimo, señora. Por último, me permito aclararle, de manera gratuita, que el termino correcto es rimbombante…
—¡Lárguese de mi casa, arrogante malparido!
—No pretendo rayar en la insolencia, pero ni siquiera la casa le pertenece. Mañana vendrá personal del banco a reclamarla por las hipotecas que adeuda.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

LA PROFESORA DE LATÍN
En mi Bachillerato, el de seis años, dos revalidas y u Preuniversitario, se daba gran importancia al Latín que se empezaba a estudiar a los doce años.
Y para introducirnos en la lengua de Julio César y su Guerra de las Galias, se incorporó una señora de cuyo nombre no quiero acordarme.
Acostumbradas a un profesorado que aún siendo tradicional, eran personas normales, nuestra impresión fue tremenda al ver aparecer a una mujer alta, sería y con voz potente, que se presentó diciendo:
-Niñas, yo pongo buenos puntos. Si ustedes (nos trataba de usted) saben responder a las preguntas que les haga, tendrán un buen punto pero…aaayyy si contestan mal: les saco tres buenos puntos automáticamente.
Y tras el discurso de presentación, asegurándose que estábamos lo suficientemente asustadas, inició lo que sería su «tic»: pasear arriba y abajo del estrado de madera, mientras con el brazo derecho se frotaba de arriba abajo el estómago manera intermitente.
La clase de Latin, ignoro el motivo, se nos impartía en un aula dedicada a las Ciencias Naturales donde había vitrinas con minerales, réplicas partes del cuerpo humano tamaño inmenso e incluso un esqueleto.
Y, para completar la decoración, al fondo del aula un león y una leona disecados, obsequio se supone, de alguien que los capturó en un safari el año de Mary Castaña.
En ese ambiente tan «acogedor», la Profesora prosiguió:
-¿Saben ustedes lo que son las declinaciones?
-????????‽??
-Cómo puede ser que no hayan oído hablar de las declinaciones..-prosiguió en tono irritado.
-Pues abran el libro por la página…- acabando el semón com la frase lapidaria:
-Mañana preguntaré la Primera Declinación.
Y ya saben: buenos puntos a quien la sepa y malos puntos a quien no.
Y llegaron los próximos días desarrollándose la clase con ella con cara de palo, paseando, mejor diríamos marcando el paso estrado asesina estrado abajo y parándose repentinamente para señalar con la punta del dedo a una y preguntarle:
-Nominativo plural de la tercera declinación
La niña, viendo el dedo señalándola cual pistola titubeaba:
-Con .. con…con…-sin salir de ahí.
Rápido la profesora respondía:
-Muy mal, tiene usted tres puntos negativos.
Y así fuimos día tras día.
Alguna de vez en cuando lograba acertar.
No sabíamos qué hacer. Alguien propuso «soplar las respuestas, pero fue cogida in fraganti y, por supuesto «premiada» con malos puntos.
Y llegó el día en que la indignación de la profesora llegó al máximo.
Entrando a zancadas subió al estrado con idéntico ritmo. Pero esta vez, la perorata cambió.
Ya no hablaba de puntos sino que la amenaza se convirtió en:
-Ustedes siguiendo así CAERÁN-decía al tiempo que daba una zancada.
-Caerán
-Zancada
-Y yo me reiré
-Zacada
-Y ustedes caerán
La voz cada vez mas excitada y las zancadas mayores.
Nosotras no sabíamos como reaccionar ya que daba entre risa y miedo.
Y mientras, ella proseguia su letanía de
-Caerán y yo me reiré
Pero tales zancadas daba que en una de éstas la pierna la orientó de tal manera que ¡cayó del estrado al suelo!
La caracajada unánime no tardó en producirse, ya que entre nervios y la escena no había para menos.
Qué pasa posteriori lo desconozco. Pero ella fue sustituida por otra persona que, con paciencia y comprensión nos introdujo en la lengua de los romanos

ASAPH FERNÁNDEZ

Existe un ser tan despiadado y sin escrúpulos que quizá muy bien conozcas. Entra a tu casa sin ser invitado, se mete en tu habitación y besa a tu mujer sin que te des cuenta; hace con ella lo que quiera y después se marcha dejando atrás solo las huellas en los lugares donde ha estado. Sus besos, son marcas que solo con el transcurrir de los días se logran borrar, pero quedan grabadas en la memoria por algún tiempo más.
Esa noche al llegar a mi hogar vi que ella tenía marcas en las manos, el cuello, las piernas y el pecho, el muy maldito aprovechó mientras no estaba en casa para hacerle frente. Espero que este sea su último movimiento.
Esta noche no pienso dormir hasta tenerlo entre mis manos; escucho un grito en el cuarto de mi hija
—¡ahhhh! Papá ven pronto…
El muy maldito se ha metido con mi propia hija. Corro apresurado, empuñando el arma que me ha de servir para exterminarlo. El corazón casi me sale por la boca 《debo empezar a hacer ejercicio y dejar de comer tanta grasa》me digo para mi mismo. Entro en la habitación y veo que el muy maldito todavía está dentro. Agarro el insecticida y le digo:
—muere maldito mosquito…

MATEO VIERA

¿Revancha?
Odiábamos a Denis. Era mucho más grande que nosotros, nos doblaba en peso, sin embargo era todo músculo. Aparte de eso era muy bien parecido, encarnaba el prototipo de chico grunge. Cara de nórdico, caótico, irreverente. Tenía las mejores chicas. Sus padres estaban infinitamente mejor económicamente que los nuestros. Sus discos eran originales, los nuestros en cambio eran copias casi descartables compradas en la feria ¡Ni siquiera tenían portada! Revistas de música, consolas de videojuegos, drogas, alcohol. Era nuestro modelo a seguir, nos adoctrinaba en el versado arte de escuchar heavy metal -aunque no entendiéramos inglés-, se tiraba a las profesoras ¡Qué tipo! Sin embargo lo odiábamos. Su arrogancia nos asqueaba. Las continuas burlas hacían insoportables los recreos, sin embargo orbitábamos a su alrededor como moscas. Ni siquiera me enojé con él cuando intentó besar a mi novia argumentándole que iba a ser un ensayo para cuando estuviera conmigo. Se comía el contenido de nuestras heladeras, sus pedos mancillaban nuestros cuartos, intentaba tirarse a nuestras madres -con un amigo lo consiguió- ah Denis, Denis. Así de obnubilados estábamos. Condenado Denis.
Por suerte nuestros caminos divergieron, me aparté del grupo de amigos cuando mi novia terminó conmigo. Me dolió, carajo que me dolió. Fui creciendo, sembrando mi propio camino. Encontré el amor de mi vida, me alivié de las malas compañías, encontré peores. Frecuenté otras amistades, y ahí estaba: sentado en el cuarto de mí amigo escuchando música con sus caros auriculares. Ganó peso. Ya nadie lo soportaba, tenía la mirada perdida. Sus intereses no fueron refinados, parecía un señor en su skate y vestía todavía como adolescente. Su esposa -pobre condenada- lo veía jugar videojuegos todo el día. Por suerte su padre lo proveía. Me fui acercando a él por compasión. Lo escuchaba quejarse de la vida, no entendía como todo el mundo le daba lado. ¡Pobre diablo! Ay Denis, Denis, ya ni plumas te quedan en el rabo.

NOVELA DIDIER

Aquel al que todos odian y no se atreven a enfrentar; el que cree poseer la verdad, el que solo con una mirada, tiene a sus súbditos bajo su control, del que nadie puede huir, si es designado por su dedo acusador.
Ese mismo personaje, no vio agua en la escalera y rodó hasta el final, quedando allí; inerte, sin respiración, sin vida, sin haber previsto su propio final.

JOSE TAXI

Nunca he sido muy inteligente, ni muy extrovertida, ni muy valiente, pero acabé descubriendo que aquél, al que todos odian, tenía nombre de mujer. Nombres que cambiaban con frecuencia: La Parca, La Muerte, la Portadora de la Guadaña. Incluso tenía una hija: “La Pequeña Muerte”, expresión con la que, los más atrevidos, se referían al orgasmo.
Así que todo estaba bien, sabía a quien tenía que odiar. Pero nada dura eternamente, empecé a encontrar indicios, que me perturbaban, no todo era coherente. Sucedió que tomé conciencia, que esas contradicciones, venían de antiguo, aunque yo me hubiera negado a verlas.
Ya en primaria, las compañeras, se apresuraban a aislarme, al grito de: ¡Que llega la Bomby!
En Bachiller sacaba muy malas notas, evidentemente los profes me tenían manía.
De jovencita cuando salíamos de marcha, yo era la primera en llegar y la ultima en marcharme, fumaba como un carretero, bebía como un puerco, blasfemaba sin parar. Pero no conseguí, ni una sola vez, ligarme un chico o una fémina, poco femenina.
No tuve suficiente nota de corte para entrar en veterinarias, así que empecé a trabajar. Iba encadenando un curro tras otro, de todos me despedían, de forma injusta y falsa. Que si mi falta de higiene, que si le hablaba mal a la clientela, que no me limara las uñas de las manos…
Conseguí casarme, con mi pobre Paco, echándole unos polvillos en su zumo de naranja, y es que mi hombre era abstemio, el efecto del elixir fue casi instantáneo, se despertó a mi vera, en un hotel de carretera, con un fuerte dolor de cabeza. Tres meses después le anuncié mi embarazo, asegurándole que el hijo era suyo, que yo no había estado con otro, cosa que era cierta, pues por no haber copulado no lo había hecho ni con él.
Pasados los meses frecuentes del embarazo, que estiré cuanto pude, ya se sabe el primer hijo suele retrasarse, al final no tuve más remedio que fingir un aborto natural, del otro estaba fuera de todo plazo legal. Paco se deshizo en mimos, me traía el desayuno a la cama, me llevaba a comer marisco, me dejaba el mando de la tele…
Pero, el hueso duro de roer fue mi “queridísima señora suegra”, me dijo que yo era una farsante, que no me merecía el que ella me hubiera querido como una madre—eso Sra. mía fue un buen intento a la par que más falso que Caín–. Mi Paco aguantó como un hombre, titubeó un poco cuando su mamá lo amenazó con desheredarlo, pero fuimos los dos a consultar al Ilustre letrado: D. Aquilino Lacosta de Borrás, quien nos tranquilizó, ante la ilegalidad de tal contingencia.
Así que la tempestad amainó y nuestras vidas volvieron a un estado de plena felicidad.
Pero yo seguía intranquila, los viejos fantasmas volvieron a aparecer; ni corta ni perezosa—esta vez sin la compañía de mi marido–, por visitar al párroco de mi iglesia, conste que no soy nada creyente, quien me recomendó la compra de unos cirios, de moderado precio, e incluso venir a bendecir mi domicilio, el hecho no se produjo porque por un fallo de empadronamiento, no pudimos conseguir un certificado de convivencia en nuestro domicilio habitual, aparecíamos reseñados en La Mata, pueblito chiquito y bonito, que habíamos visitado en una ocasión, pero en el que nunca vivimos, tan sólo dormimos una noche en una fonda muy mona, tras una copiosa cena.
Se sucedieron visitas a médicos, psiquiatrías, forenses, traumatólogos, incluso pase por una vidente y un herbolario, pero los resultados fueron más bien nefastos.
Unos tres meses más tarde por pura casualidad, estábamos viendo la tele, mi marido es fan de un tal José Antonio Avilés, hombre valiente donde los haya, capaz de aguantar, en la boda del hijo de Carmen Borrego, con una simple palangana en la cabeza, el puntero láser de un segurata, sobre sus ojos, sólo por eso se merece toda nuestra admiración.
Por alguna extraña razón, que no alcanzo a comprender, lo asocié con la Cayetana, y en su consulta que me planté. Cómo una es educada, pedí permiso antes de entrar a su despacho y le dije:
— ¡Parece usted más gorda en la tale!
— ¡Podría ser sí, y eso que me hincho a patatas fritas! ¿Ha venido a preguntarme eso?
— ¡No, por supuesto que no! Antes de comenzar me gustaría saber más sobre su currículo.
— No problem, contestó. ¡Mire yo misma se lo cuento! Si tiene dudas puede consultar en El caso, o mejor en El jueves, ¡La revista que sale los viernes! Soy psicoanalista lacaniana y divergente, también podríamos decir inversa. ¡Siga mis instrucciones y entenderá estos últimos términos! Apostilló la Dra.
Así que para mi asombró, yo me tumbé en el diván, al tiempo que tomaba notas en un cuadernillo marca “Acme”, ella me preguntaba alguna cosa, para mi muy extravagante, y me dejaba seguir hablando. Para cualquier espectador aquella escena hubiera resultado curiosa de ver.
Tras unos veinte minutos de lamentos por mi parte y algún que otro aullido que solté, consideré que eran precisos para rematar el contenido y lograr una atmósfera íntima, en la que yo quería que ambientar mis confesiones, la Dra. preguntó:
— ¿Y qué más?
— ¿Pues más nada—contesté?
— Creo que ya sé lo que le pasa, pero necesito que antes me diga: ¿Cómo prefiere el agua mineral, con gas o sin gas?
— Con gas, naturalmente—y–, a ser posible de marca Cepsa.
— Pues miré, me dijo, a usted lo que le pasa es que se ODIA A SI MISMA, cosa muy frecuente en nuestros días. Somos, todos, muy narcisistas.
— Yo me quedé perpleja, incluso pasmaa…
— ¡Ah! Lo suyo no tiene cura, así que paciencia y resignación cristiana, pequeña niña.
— Puede escuchar ésta https://is.gd/wQ3nN3, que no resolverá su problema, pero le haré utilizar el diccionario.
— Bien nos quedan 36 minutos, así que le cobraré sólo 600 €, a cambio me invita a unas cañitas y unas bravas.
— ¡Y recuerde! La envidia es un plato que se sirve frio, así que a comer siempre de cuchara.

ALIKE FERSAN

Ohh si, como lo odiaba!!
Todos los dias me enfurecia tener que ir al colegio, tengo un deficiencia visual y aunque yo pensaba que era como los demás ( que si que lo era ) allí estaba aquel chico para deslumbrar o pensar que brillaba a costa mía, como lo odiaba!
Me gritaba:
-Ojo bily, visca el barça, vizca!!
Todos se giraban hacia mi, yo moría de vergüenza, tristeza, lástima y proyectaba una emoción de odio y repulsa hacia mi totalmente antinatural; me invadía un estado de círculo vacío a mi alrededor y brotaban mis lágrimas con vida propia sin poder retenerlas, así día tras día.
Ohh sí, como lo odiaba!
Marcó toda mi infancia aquel ser incluso mi preadolescencia, el elemento era incombustible, no se cansaba…
Paso de ser en el colegio a trasladarlo a cualquier lugar donde me encontraba.
A gritos una y otra vez las mismas frases que aún a día de hoy siguen resonando en mi cabeza.
Me hizo sentir miserable, fea, un engendro de la sociedad, oh si, como lo odiaba, creí ser única en sufrir sus ataques , aunque con el tiempo descubrí que no era así, pues aquellas personas tan malas, crueles, hirientes y despiadads nunca tienen un solo objetivo que destruir.
Oh sí, como lo odiaba!
Hoy día solo siento pena por ese chico, a mi me hizo fuerte,aportando su granito de arena a la persona decidida y segura que soy, pero el fue y será.
Aquel al que todos odian.

BEA ARTEENCUERO
Todos nacemos con una mochila cargada de sentimientos buenos y malos…
Amor..alegría…perdón…felicidad..bondad..gratitud…etc
En un bolsillo interno estan:
Envidia…desamor…rencor…odio…
traición…maldad…etc.
Esta en cada ser manejar los sentimientos que van saliendo a medida que crecemos. Así es que Pablo por circunstancias de la vida fue sacando los malos, guiado por el rencor y en un bolsillo guardo todas las emociones buenas; Se amigo con el odio y lo manifestaba hacia los demás, solo sin amigos, desconocía la palabra amistad, se recluyo en si mismo y era hostil con quien se le acercara.
Un día conoció a Katia y algo dentro de él se desperto, desconocía la palabra amor.
La dulce mirada de ella lo enamoró.
Katia era nueva en el barrio, desconocia las actitudes de Pablo, cuando alguien se lo dijo ya era tarde, no creyo lo que hablaban; Los buenos modales de él la sedujeron y empezaron a salir, el amor fue creciendo entre ellos, Pablo había cambiado, despues de un tiempo se casaron, todo era felicidad, era el esposo soñado hasta que la vida le dio la espalda y empezaron los contratiempos; La industria donde trabajaba cerro y de un dia para el otro quedo en la calle, el dinero de la indemnización se terminó rapido, no conseguía donde ubicarse y empezaron los contratiempos, esto hizo sacar los sentimientos oscuros que habian quedado guardados en un rincón de la mochila….Se volvió malhumorado, agresivo, empezó a beber, todo lo bueno quedo en el olvido.
Katia sufria en silencio porque lo amaba y no sabia como ayudarlo;
La felicidad huyo del hogar cuando perdió la pelea con la violencia y el hogar se caía día a día.
El corazón de katia se quebro, entro la desilusión viendo que no podía hacer nada para evitarlo y que perdía al hombre que amaba, esté era soberbio, no quedaba nada de lo cual ella se habia enamorado; Había tomado la desición de irse, pero surgió algo que le dío una esperanza, dentro de su ser estaba naciendo una nueva vida, con la esperanza galopando en su pecho de que la llegada de un hijo trajera nuevamente la paz a su hogar espero ansiosa a Pablo para contarlo, al fín llego, feliz fue a darle la noticia esperando ver alegría en sus ojos, no podía creer lo que estaba pasando, se transformó, parecía un loco, la insulto, maldecia a gritos hasta que se fue dando un portazo.
Katia sola con el alma quebrada..lloro, lloro mucho y se marcho.
El ser que se estaba formando dentro de ella le dio fuerza, decidió vivir para él, vivir sin miedo.
El amor crecia en ella, en ese hijo.
Cuando Pablo regreso y vio que Katia no estaba grito, golpeo hasta quedarse exausto despues, despues lloro mucho se dio cuenta que había perdido lo que tanto amaba.
Los años de furia terminaron con lo único bueno que había tenido.
No fue’ a buscarla, era consiente que no la merecía.
Pasó el tiempo, el amor hizo el milagro, nuevamente la mochila…
Pero esta vez busco el bolsillo más interno y allí encontró todas las emociones que traen los buenos sentimientos, esos que hacen a una buena persona.
Llego el día del nacimiento de Juan Pablo (así se llamaría, como su padre).
Nacio a las 06 hs de la mañana, cuando Katia lo tuvo en sus brazos, solo amor había en su corazón, levantó la mirada y allí estaba Pablo, su Pablo el hombre que ella amaba, arrepentido, llorando la abrazó, le pidió perdón una y mil veces.
Llego la redención en el instante que cargo en sus brazos ese ser que los unía.
Fue’ cuando supo que guardaría para siempre los malos sentimientos en su mochila y mirando a su hijo se dijo para sí en silencio…
Nunca más…Nunca más.

EMILIANO HEREDIA

USTED QUE ME ESTÁ LEYENDO.
Buenos días, desde Alcalá de Henares, en un día precioso de una primavera que se nos acaba.
Para serle sincero, el tema propuesto el sábado pasado, da mucho para lo que pensar y un muy mucho para reflexionar.
En estos tiempos convulsos, de ritmo trepidante, de conductas programadas, sin tiempo a penas de hacer descanso, hablamos de odio.
De odio ¿a qué?, odiamos a ese niño que nos avasalla con mil y una preguntas, con ánimo de saber, y que nosotros, inmersos en un universo electrónico, cuadriculado, no tenemos tiempo de darle esas respuestas.
O a ese trabajador en cualquier superficie comercial, que no aparece para pedirle que nos encuentre cierto producto que nuestra visión natural cubierta por las anteojeras del frenesí consumista no nos deja ver, por mucho que lo tengamos delante de nuestras narices.
¿Se puede hablar de odio, a aquel ser querido, que nos rompe el ritmo de nuestra vida, cuando nos vemos obligados a cuidarle?
La verdad, créanme, nos hemos creado una serie de enemigos en la que descargamos toda nuestra frustración ante esta vida sin sentido, odiando su sola presencia.
Realmente, usted que ahora me está leyendo: ¿merece la pena odiar?
Se puede odiar a aquel dictador, a aquel sistema que te priva de la libertad, se puede odiar a la empresa que te paga un sueldo injusto, pero, ¿es necesario odiar a alguien en concreto?
Créanme si les digo que, después de muchas vicisitudes que he pasado en mi vida, y que todavía me quedarán por pasar, no tengo a nadie en mi lista de odiados. Sí que he odiado, como todo el mundo, a aquella persona en el trabajo que me ha hecho la vida imposible, al jefe que me paga escasamente, a algún vecino, en fin, he odiado a todo aquel que me ha interrumpido mi bien estar en mi zona de confort.
Con el tiempo, he aprendido que lo que hay que odiar, son las situaciones.
La lejanía de un hermano en el tiempo y en la distancia que no sabes porqué dejo de hablarte, la inoperancia de un sistema político que ha dado palos de ciego en esta terrible pandemia que aun hoy día seguimos padeciendo, la angustia que produce el fin de mes….
En fin, usted que me lee, quisiera que comprenda que yo, a día de hoy, no tengo en mi lista, a ese al que todos odian.
El tiempo es como el dinero. Yo no lo malgasto en cosas ni en personas que no merecen el más ínfimo atisbo de interés.

GAIA ORBE

odio en el ego
lenguaje de las flores
lirios naranjas
reflejan en espejo
tu alma con la mía

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

No puedo decir que el mundo entero lo odiaba porque sería extensivo y exagerado, pero dada la experiencia ocurrida en mi cuadra, creo en mi modesta opinión, que la gran mayoría de los vecinos entendieron el accionar de Doña Elvira.
La crónica de éste relato comienza un domingo temprano, voy a tratar de transmitir los acontecimientos de la manera más clara y precisa posible, ya que el lector puede a su vez dar su opinión al respecto.
Habiendo determinado el domingo como día de descanso, el mismo se vio opacado por el megáfono del camión de Don Ramiro, un desvencijado transporte donde uno despertaba al grito de:
—¡Compro fierro, bronce, plomo, lavarropas en desuso, televisores, heladeras compro!.
Y ya te irritaba el día, no hay peor forma de despertar, que un estridente bullicio el cual opaque el sosiego de la mañana, que necesidad tenía de gritar tan fuerte, encima de eso, ante cada silencio que semejante bocina emitía, sonaba un pitido que dejaba cimbrando el yunque del estribo del tímpano de Doña Elvira. Y si ella se levantaba malhumorada, agarrate Catalina, el domingo podía llegar a ser un infierno en vida, sobre todo para el Carmelo que era quien compartía su lecho.
Pero cómo cuestionar el trabajo de uno y el descanso del otro, era el dilema a dilucidar.
Esa mañana comenzó así…
—Buen día Elvira, ¿cómo durmió?.
Aunque llevaban casados escasos cincuenta y cuatro años, se trataban de usted.
—¡Y que quiere que le diga!, Entre la acidez estomacal y el bullicio al levantarme, nada bien.
Mientras el sol asomaba radiante esa mañana, dentro de la vivienda de Doña Elvira y el Carmelo, los nubarrones flotaban densos en el cielorraso del comedor, ante el primer trueno podría desatarse la tormenta perfecta e inmediatamente… no pasaron más de treinta segundos cuando la tierra tembló.
¡Piiip! Compro tirantes, puertas, chapas viejas…¡Piiip! Fierros viejos compro ¡Piiip!.
El cuello de Elvira se infló como escuerzo en señal de defensa y rumbeó para la calle, el Carmelo dejó el sánguche de mortadela a medio morder y la agarró de la bufanda cual piolin de barrilete, pero Elvira que no controló su fuerza, lo arrastró hasta el pórtico al grito de:
—¡Podes bajar el volumen de esa porquería, o te la la silencio yo! —replicó de los nervios.
Una densa nube de humo marcó la mala combustión del gasolero de Don Ramiro, que ante el estridente bramido de Elvira pisó asustado el acelerador. El pobre Carmelo se levantó magullado del piso y con suma paciencia le aflojó la bufanda al cuello de su cónyuge, el que aún se mantenía azulado por falta de oxigeno <<Que día me espera>> se cuestionó el dolorido.
—¡A vos te parece! — comentó enervada Elvira—. Si al menos hubiese tenido el pudor de pedir perdón, ahhh pero nooo, enseguida se dio a la fuga como rata en el Titanic.
Carmelo se mantuvo en silencio, aunque tímidamente argumentó:
—Y pobre hombre, hay que entenderlo, se asustó.
—¡ Ma’ que pobre ni pobre, si respeta será respetado, ah pero el domingo que viene ya vamos a ver.
La semana pasó demasiado rápido y Carmelo estaba más preocupado que Don Ramiro, el cual no conocía el ultimátum.
El agradable canto del jilguero despertó a Doña Elvira ese domingo, quien preparando el desayuno tarareaba «La flor de la canela», Carmelo en cambio, atento a la llegada del estruendoso comprador, tenía preparada la escopeta para amedrentar su llegada y, antes de que el día sea perturbado dando una excusa dijo:
—¡ Voy a la panadería a comprar el pan!.
Se asomó a la vereda y fue hasta la calle donde apoyó sus piernas con firmeza en forma de V (invertida por supuesto). La carcacha de Don Ramiro dobló silenciosa y ambos se miraron a los ojos. Como en un capítulo de Little Guuns del afamado escritor Alfonso Fernández-Pacheco, el duelo se olía en los calzones, Carmelo apoyó su escopeta en el hombro y con su dedo gordo en el percutor fijó la vista, Don Ramiro de igual manera retrocedió despacio y, se fue tan silencioso como llegó.
Carmelo ingresó triunfante a su casa y como si hubiese ganado la paz en una guerra, se acomodó en el sillón tomando el diario para su lectura.
Despertándolo del éxtasis en el cual estaba sumergido, Doña Elvira le preguntó:
—¡Carmelo! ¿Dónde dejó el pan que no lo encuentro?.
—Ah, es que había mucha gente y me puse a regar los malvones, ahora voy.
Y Carmelo sacándole el pecho a la vida, esa mañana caminó triunfante a comprar el pan, claro que en ningún momento miró el pasacalle que mando a colgar su señora en el cual decía:
RAMIRO
¡Ni se te ocurra comprar en domingo!
Atentamente tus queridos vecinos

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Aquel al qué todos odian, o por lo menos yo. Aquel que te exige, pero el no se esfuerza.
Aquel que cuestiona todo lo qué haces, pero el no da solución.
Aquel qué se cree mejor, por que si.
Aquel qué cuando necesitabas ayuda te dio la espalda.
Aquel es mi jefe, familia y en su día amigo.
Aquel a quien le deseo lo mejor. ( Ironia)

ROBERTO MORENO CALVO

Mario suelta al fin el baúl en la bodega del bus y se incorpora maldiciendo a sus lumbares. Tras unos pasos se gira y clava de nuevo sus ojos en el baúl, agacha la mirada y se dirige a la puerta delantera. Le entrega su tique al conductor con un tímido buenas noches.
En el interior, un angosto pasillo va mostrando los escasos viajeros de esa noche. Pocos como suele ser habitual los domingos. No sé equivocó. Al fin la fila 8, la que está justo encima de la bodega. Ocupa el asiento de la ventanilla con el petate debajo y comprueba que afuera hay poco trajín de gente con maletas.
Respira hondo intentando calmar el ahogo que le acompaña desde hace unas horas. Apenas han comenzado el viaje y ya se retuerce en su asiento. No es capaz de tocar el petate con sus piernas aunque el cuerpo le pida darle una buena patada.
Frunce el ceño al ver a Javiera la Bruja, sentada dos filas más adelante en el otro lado. Mira por la ventana sin dejar libre la retaguardia. Los reflejos de las farolas al pasar le muestran el rostro de la anciana que no deja de mover los labios.
Controla su respiración y su taquicardia y gira la cabeza hacia ella. Como si de una fuerza oculta se tratase, se produce un duelo de miradas. Javiera masculle a saber que palabras y Mario, retando al diablo, se lleva el dedo a los labios. Lo consigue. Logra silenciar el murmullo de la vieja que agacha la cabeza y se echa a dormir.
La noche continua. Suena en la radio del conductor la sintonía del carrusel deportivo. Tranquiliza a Mario, quien aprovecha para sacar una libreta bastante usada de su riñonera y lee:
Recuerdo tu esencia
como un fuego que nunca se apaga.
El calor de dos labios unidos.
Un saludo en mitad del camino.
Pega un respingo y sobresaltado, comprueba que Javiera ya no está en su sitio. El bus ha realizado su primera parada y el portón de la bodega está abierto.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«La vida de el Loker»
Mi nombre es Igor, tengo veinte años recién cumplidos hace tan solo un mes. Mi trayectoria, dígase pues, y estoy hablando de vida, no de trabajo. Digamos que es, algo pacífica, pero sin frenos, así a lo… no recuerdo como se llamaba…, a sí, John Travolta en Grease. Soy el típico chico guapo y envidiado, el camorrista, el ladrón, el que te esperaba en la puerta del colegio para darte la del pulpo; y no tiene nada que ver con el Paul. No leo libros, yo los quemo, me dan pereza ver tanta letra junta ¡Cómo tengas cojones a decir algo de mi ortografía, espérame cuando acabes el relato!
Era idolatrado por una minoría, pero odiado al mismo tiempo por la mayoría. Me pasaba el día haciendo la vida imposible a todos esos pobres idiotas, me daba lo mismo el género o el físico, si estabas gordo, ¡Eh, gordo de mierda, me esperas a la salida! Y no lo volvía a ver en un mes. Hacía bromas pesadas en clase, hasta incluso al profesor. Era tan típico, que me empezaron a llamar «El Loker» sí, una mezcla entre Loki y el Joker.
En realidad, mi vida nunca fue fácil desde que era un renacuajo. Mis padres se divorciaron cuando tenía cinco años, mi madre era una adicta al alcohol y mi padre, después de cometer un delito con el que le dieron diez años de cárcel, murió de cáncer de pulmón. Mi hermana Lidia, la mayor; abusaron de ella cuando tenía doce años en el mismo portal de mi casa. Desde entonces, no quiso salir mas a la calle, y comenzó a tener brotes psicóticos, nerviosos, ansiedad y depresión. Ahí comencé a sentirme el hombre de la casa y viendo que necesitaban protección, yo mismo, comencé a crear una personalidad defensiva y destructiva al mismo tiempo. Apenas dejaba pasar una, iba a muerte con todo lo que había en la calle, pues, yo también tenía miedo, y con ello, creció mi odio hacia el mundo.
Compartí habitación con mi hermana desde los cinco, hasta los diez años de edad. En ocasiones, despertaba con una fuertes taquicardias y un fuerte pitido en los oídos, que me provocaban unas ganas inmensas de golpearme contra algo. Siempre me pasaba desde lo ocurrido con mi hermana, y es que, según el médico de cabecera, estaba en principios de quedarme sordo. La sordera, según el psicólogo, era también causante de mi agresividad. Una mas en la lista de mis imperfecciones, que hacían de mi, un modelo perfecto. Nunca lo dije, y nunca nadie lo supo, aunque, no perdí del todo el oído derecho y era el gesto chulo singular, que hacía con todas mis víctimas. Cuando tenían que hablarme, colocaba una pose, con mi cuerpo de casi dos metros, de estar escuchando atentamente al que iba a cobrar ese día. Pero no me duró demasiado, poco a poco, también lo iba perdiendo, y cada vez se notaba mas en clase, cuando me hablaban los profesores, que estaba sordo. La suerte, es que cuando me hablaban los profesores, solo eran para echarme de clase, o lo de siempre, baja a hablar con el director. Y hacía siempre el mismo gesto, lanzaba la mesa de una patada, enderezaba el dedo haciendo una peseta, y me salía firme y como si nada por la puerta.
Ahora entenderéis, porque siempre uso la misma frase, ¡Eh, espérame en la salida! Jajá, nunca llegaba a escuchar lo que decían los pobres ilusos. Lo mismo me odiaban, me insultaban, se cagaban en mi puta madre, pero a mi ya no me importaba, estaba mas sordo que una tapia.
Y os preguntaréis, ¿Qué hace ahora con veinte años? ¿Ya no va al colegio? Pues no, lo dejé a los dieciséis, pero me busqué otro buen curro, que también me iba fenomenal para mi sordera. «Atracador de bancos» sí, y con dos cojones, no escucho nada, solo veo las señales que hacen mis compañeros y las que me intentan hacer algunos rehenes, pero como si nada, les doy con la culata de la pistola y punto.
¿Qué? Que no me he puesto la máscara dice el compañero, que si estoy sordo. Vaya por dios, una puta máscara de payaso, ¿Es que no había otra cosa? Porque no me avisaron antes, serán hijos de putas, ¡Odio a los payasos!

JAVIER GARCÍA HOYOS

ODIO Y VENGANZA
La sangre que emanaba de su barriga había formado ya un rojizo charco. El afilado y frío cuchillo que aún estaba clavado en él, había servido para pagar por todos los pecados que había cometido en su vida. En medio de una calle húmeda, junto al avinagrado olor de unos contenedores de basura, y sentado contra uno de ellos, su cuerpo se apagaba poco a poco.
El rostro desencajado de su verdugo estaba acompañado por el de los demás vecinos del pueblo. Podía percibir el asco que sentían al mirarle, no por su aspecto ensangrentado, si no por su persona. Algunos escupieron sobre su cara, otros se cruzaban de brazos mientras esperaban el inminente final.
Alonso sintió la soledad del sol: Acompañado por muchos, ignorado por todos.
Cada uno de los ojos que le observaban tenía una cuenta pendiente con él. Muchos habían perdido a sus hijos por la misma droga que él había vendido. Otros le consideraban culpable de haber desgraciado la vida de sus hijas, y haberlas inducido a caer en las manos de viciosos que le pagaban una buena cantidad de dinero, pago que, por su puesto, se quedaba él.
—¿Crees que vas a ser un héroe por hacer esto? —preguntó a su verdugo —, acabarás en la cárcel, en la misma que estuve yo. Entonces te darás cuenta de que a ninguno de los que están aquí le importarás.
Su verdugo se acercó a él tratando de no pisar el charco de sangre.
—Mi vida se acabó cuando mataste a Lucía.
Alonso soltó una débil carcajada.
—Siento que se te estropeara la bonita boda, cuñado. No deberías hacer planes tan a largo plazo. Un año es muy largo.
El verdugo hizo una mueca en su rostro para hacer visible su ira.
—Parece mentira que, con ese inmenso dolor que debes tener mientras te desangras, continúes esforzándote en ser tan vil.
—Sí, soy una persona horrible. Pero te diré algo antes de perder toda mi fuerza. Irás a la cárcel por nada. Yo no maté a mi hermana. Puede que merezca lo que me has hecho. Pero el asesino de Lucía seguirá libre, y tú te habrás convertido en alguien tan repugnante como yo. Habrás matado a un inocente, a ojos de la ley, claro.
El verdugo palideció. Se acercó al oído de Alonso y dijo:
—Tú eres cualquier cosa, menos inocente.
Alonso hizo un último esfuerzo y agarró como pudo a su cuñado para susurrarle mientras reía:
—Sí, soy culpable de muchas cosas, pero no de esa, y ya no tengo motivos para mentir. Así que respóndeme a esto: ¿A cuántos más matarás para encontrar tu venganza? —preguntó riendose.
—¿Entonces quién fue si no lo hiciste tú?
Alonso ya casi no tenía fuerzas, miraba a su asesino y a todos los que estaban a su alrededor con rabia. Por último, sacó fuerzas para hablar por última vez:
—Eso ya da igual, querido cuñado. Te pudrirás entre rejas mientras ese hombre sigue libre. Y vosotros, puritanos, os consumiréis entre la vergüenza de haber permitido un crimen, y la necesidad de ocultar vuestra complicidad —Rió ya sin fuerzas —. Resulta curioso acabar así por mi hermana, quien jamás me importó lo más mínimo.
Alonso no volvió a hablar más. Su cuerpo inerte, y su sangre, se confundían entre un pequeño goteo de grasa que se escapaba por una grieta del contenedor de basura. Cientos de ojos miraban aquel espectáculo, llenos de ira y de dolor, ansiosos por alcanzar su venganza. En la creencia de que así encontrarían su paz.

 

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14 comentarios en «Aquel al que todos odian»

  1. Cada uno de los relatos presenta virtudes y cualidades, y felicitar al grupo es poco. Votaré al Sr. Félix Meléndez, ya que me parece fascinante su intento de descubrir el origen de las cosas mediante la filosofía.

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