Golosinas – Miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «chuches». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 23 de septiembre! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

TALI ROSU

Ahogada entre chucherías
—El mundo se va a la mierda con tanta proh…
—No pasa nada, toma una chuche.
—Siento que me asfixio entre tanto sufri…
—Tranquila, no pasa nada, toma otro caramelito.
Y así, entre chuche y chuche nos vamos ahogando, atosigando de pequeños premios que nos hacen olvidar que el mundo se cae.
Y así, entre caramelos de colores vamos saliendo del paso, a tropezones descarados y con el miedo fraguando caminos que no nos llevan a ninguna parte.
Y así, entre ríos de odio, de dolor y sangre, nos van robando la vida junto con esa sonrisa que hace tiempo desapareció. Esa sonrisa que fue remplazada por la máscara plastificada que nos engaña mientras nos mata.
Poco a poco nos envenenan con caramelos emponzoñados, con esos premios azucarados…
Quienes mueven los hilos de este mundo hecho pedazos, nos tiran desde arriba la droga que evita que nos matemos todos en algún barranco y que nos duerme al mismo tiempo para que no constuyamos sueños que nos mantengan a salvo. Nos dan golosinas que han cargado de esperanzas que no llegan, de pequeños caramelos que prometen pasteles gigantes de crema pastelera y bombones rellenos de felicidad.
Pero, mientras tanto, seguimos comiendo caramelos envenenados…
—No pasa nada, toma una chuche.

BENEDICTO PALACIOS

REGALOS Y CHUCHERÍAS
Cuenta mi amigo Jacinto que en el cumpleaños de su hija pequeña una amiga le regaló un despertador con esta dedicatoria: «para que nunca llegues tarde a la cita con el hombre de tus sueños, » y que en cuanto la amiga desapareció, la hija lo envió a la basura.
—¡Qué ordinariez regalar un despertador! —fue la disculpa.
—Los regalos de poca o mucha importancia son detalles que conviene recordar —la reprendió.
Y para prueba de la huella que dejan, le dio cuenta de sus regalos de Reyes. Les había escrito una carta, pero al parecer se había perdido y le habían dejado en los zapatos un camión con una pelota en el remolque. Nada parecido a lo que les había pedido. Se conformaba. Al año siguiente ya se encargaría de que la carta llegara a su destino.
La carta de ese año la escribió varias veces no fuera a confundirse. Les pedía una bicicleta y añadía que había sido buen estudiante y solo se había peleado un par de veces con su hermano y porque este le había provocado. Pero de nuevo la carta se extravió y vuelta los Reyes con lo mismo: envueltos en papel un camión, una pelota y siete caramelos, uno por cada año cumplido.
—Cuando me hice mayor — siguió contado el padre— descubrí que la pelota y el camión también los habían traído años antes los Reyes a mi hermano. Nada cambió sin embargo aquel descubrimiento. Ya no escribía cartas a los Reyes Magos, pero continué creyendo en la magia de los juguetes y disculpando la falta de memoria de aquellos, porque después de años seguía intacta la fascinación por los pocos objetos que me llenaron de ilusión de niño. Jamás lo olvidaré.
La hija le miraba escéptica.
—Recoge el despertador de la basura y guárdalo —la ordenó.
—¿Por qué si no me gusta?
—¿Sabes si acaso no le costó dinero a tu amiga regalártelo? ¿Sabes si no puso ilusión? Cualquier regalo, incluso una chuchería, crea ansiedad en el que lo recibe. «¿Qué será, que vendrá dentro?» Tú misma acabas de pasar por esa misma experiencia cuando, esperando la sorpresa, rasgaste impaciente el papel que lo envolvía. Acuérdate de mis regalos de Reyes.
—¿Sií? Pues yo les hubiera pinchado la pelota.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Recordar momentos de nuestra vida es fundamental,pero si encima son cosas dulces mucho mejor.
Con edad de 6 o 8 años me recorria el pueblo de arriba a bajo.
En el pueblo en donde nací había una costumbre que Ami me llenaba de dicha.
Día primero de año…,vestida y calzada con lo mejor que tenía salía de casa para ir a casa De mis padrino.El motivo no era otro que ir a besar la mano de aquellos que me habían llevado a bautizar a la iglesia y, a cambio,mi padrino Francisco me regalaba unas pesetas con las cuales yo me sentía poderosa ya que podía gastarlos en lo que quisiera.pero hay más.De seguido me acercaban a casa de los padres de mi madrina Elena. A Elena apenas la conocía ya que trabajaba en la ciudad.por lo tanto mi besa mano se convertía en dar un beso a María y a mi tío Félix.
Félix según contaba mi madre era hermano de mi abuelo José,ya muerto.
Me parece me estoy saliendo del tema.
Volviendo al 1 de enero y entrando a la casa de mi madrina Elena.Lo primero que veían mis ojos era la cestita que había llena de caramelos encima de la mesa de la entrada.
Elena-dijo su madre hace días que la mandó como cada año pera ti…
De nuevo en la calle mis pies corrían a casa contentos.En una de las manos llevaba cuatro o cinco pesetas y en la otra mi cestita de golosinas que mi madrina con tanto cariño mandaba al pueblo para mí.
La mandarina iba envuelta en celofán blanco. Al abrir la envoltura los gajos calleron sobre el papel y mi mano coge un par de ellos y, se los lleva a la boca. Gracias padrinos…

CORONADO SMITH

El ritual se producía cada martes a la misma hora desde hacía varios años. Ahora con la pandemia se había amplificado la cola esperando a entrar en la función. La función huelga decir que era solo para mujeres, teniendo en cuenta quién era el personaje principal. Todas iban ataviadas con sus mejores galas, las había de todas las edades, estrato social o ideología política, todas tenían una cosa en común, un nexo, Él. Las puertas se abrieron canónicamente a las nueve, como siempre y una a una iban ocupando sus asientos. A medida que se sentaban entraban en una explosión de felicidad inusual esperando a que se abriese el telón y comenzase la obra. Siempre era lo mismo, pero no menos placentero por ello. Los actos se sucedían y ellas se concentraban totalmente en la obra, disfrutando cada dialogo, cada gesto, cada silencio hasta el momento culmen, por el que pagaban su entrada cada martes, si tenían suerte de que no se hubiesen agotado. La espera valía la pena al fin llegaba el esperado “He crusado oseanos de tiempo para encontrarte Elisabetta”. En ese momento entraban en un éxtasis indescriptible cuando oían al Conde Coronado pronunciarlo. Esa era su “chuche”, la golosina para sus almas.


SERGIO SANTIAGO MONREAL

Eres la chuchería que endulza mi vida.
Eres mi chicle de infinito sabor.
Eres mi terrón de azúcar que se deshace en mi boca endulzando mi paladar. .
Eres la adicción que hace palpitar mi corazón.
Eres mi gran bolsa de chucherías que nunca se acaba y cada día elijo mi pieza para deleitar con tu dulzura, regresando mi alma a su estado más pura.
Eres el bombón que me estremece y me regala cada segundo tu sabor y tu amor.
Esa eres tu.

LIDIA FUENTES

Recuerdo la hora de misa los Domingos, acurrucada en medio de mis abuelos. Levantarse, sentarse y perder torpemente el ritmo de la persignación de la señal de la Santa Cruz. Me acercaba a mi abuelo y en voz bajita le preguntaba si podía quedarme sentada todo el rato pero los ojos acusadores de la abuela ya me contestaban por él. No me quedaba duda de que tenía que imitar los ejercicios religiosos en correcto orden y sin pereza.
Mi abuelo miraba de reojo a la abuela y después me susurraba al oído:
— Aguanta un poquito Lucía, al salir iremos al Kiosko a por chuches.
Entonces a mi abuelo le entraba una inesperada carraspera por el impacto del codo de mi abuela en su costado para que se callara y se pusiera recto.
–¡Tremenda mi abuela Lola!- pensaba yo mientras le sujetaba a mi abuelo la mano para quitarle el susto.
La misa llegaba a su fin, la gente parecía despertar, abadonaban la rigidez del rostro,dejaban en el banco la fe y la buena postura y se daban la paz como hermanos. A mí me gustaba ver ese baile de manos, esas santas sonrisas, ese ir en paz hacia la calle para terminar de purificarnos con el sol de Mayo, yo salía corriendo al Kiosko a por mis chuches. Mientras mi abuela hablaba con sus amigas el abuelo compraba el periódico, me daba una bolsita y allí en medio de ese dulce paraíso de colores daba rienda suelta a mis deseos. Echaba piruletas, gusanos de goma, arañas, fresas , pica pica, melones y caramelos de menta para el abuelo por si le volvía más tarde la carraspera . Entonces la abuela se acercaba y había que enseñarle la bolsa para que diera el visto bueno sin saber que tenía la otra mitad de chuches escondidas en el interior de mi bolsillo. Ese era el dulce secreto que guardaba con mi abuelo para que me resultara simpática la misa de los Domingos.

NEUS SINTES

Tus labios rojos, siempre saben a golosina, al besarlos. Saben a todos aquellas golosinas que contenían azúcar, que mis padres, de niño, me tenían prohibido probar, o al menos consumir.
Mi adicción al dulce continúo, hasta que te vi por primera vez. Las golosinas que escondía en el cajón de mi habitación, se convirtieron, por las noches, en los sueños en los que tú aparecías.
El consumismo que tenía hacia las chucherías fue disminuyendo, a raíz de tu presencia. Hasta que tras muchos meses de larga confianza, dimos el paso. Me atreví a probar la golosina más preciada de tu rostro. Tus labios. Esos labios rojos que siempre te solías pintar, con un toque de base que relucían bajo el sol.
Tú eres mi golosina. Cada vez que te beso, estoy saboreando tu dulce sabor a fresa, que me transporta al lugar donde habitan todos los sabores que saben a dulce. Nunca descansaré de besarlos.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

De cuando el tiempo era eso: tiempo; y no corría como si fuera a ganar una maratón que es lo que hace ahora.
Esperaba la paga del domingo como en la actualidad se espera un chaparrón que riegue la tierra seca. Con los cinco duros en mano me sentía reina en mi propio reino. (¡Lo que daban de sí cinco duros!)
El chicle bazooca con tres plataformas que casi no cabía en mi boca de piñón, pero con el que se hacían unas pompas gigantescas que terminaban explotando cubriendo como una máscara aquella cara todavía intacta de señales…tardes de domingo, de chicle, pipas, regaliz ¡Cómo me gustaba el regaliz!
Sentadas en corro observando o contando los tesoros de cada quién echábamos media tarde hasta acabar con casi la totalidad del cargamento. En esto como en todo siempre había suertudas y desdichadas; en lo del repartimiento de riquezas ya se sabe, ¡el universo es un patán!
A veces llega un olor que recuerda un tiempo en el que ahora, desde la lejanía, sentimos como dichoso, pero que estuvo plagado de claroscuros que la niebla de los recuerdos se empeña en pintar de rosa.
Recuerdos de chuches, ¡de helados! Sobre todo ¡helados! ¡Qué empacho y qué malísima me puse en una ocasión por invertir toda la paga recibida de unos tíos venidos de Madrid en la heladería de la plaza! Mi pobre madre preocupadísima al no saber que me pasaba, hasta que terminé confesando el origen de aquel patatús…-no he corregido el vicio, helados todo el año en mi congelador-.
¡Qué no daría yo hoy por sentarme en corro con esas niñas que fuimos a empacharme de esperanza en el porvenir!

RAQUEL LÓPEZ

En el Reino de las chuches
gobiernan los caramelos
y el viento esparce en el aire
aromas de terciopelo.
Los árboles son piruletas
que adornan todo el jardín,
con hojas sabor a menta
y tronco de regaliz.
Las nubes, sabor a fresa
como un dulce algodón,
descarga sus gotas de lluvia
de naranja y de limón.
Los niños quieren gominolas,
chicles y chupa chups,
galletas de chocolate
y dulces de palulù.
¡Todos están contentos!
en el reino de las golosinas,
con la dulce compañía
comen y se divierten
¡encantados de la vida!

EMILIANO HEREDIA

HALLOWEEN
-¿Alo?, ¿Piluca?….¡Hoooola guapísima!-una señoritinga, maquilladisima, enjoyada, habla con una de sus mejores amigas-escucha, monina, quisiera invitarte ésta noche, al dinner que voy a montar, con motivo de nuestro aniversario, si, Piluca, monina, hoy Manolo y yo, celebramos nuestras bodas de plata, ¡Ay no, por favooor!-hace un aspaviento con el brazo izquierdo, del cual cuelga un lujoso bolso de Loewe-molestia ninguna, querida, así, celebramos el Halloween, seguro, que Manolo, habrá hecho una perfomance, de quitar el hipo…ji, ji, ji-risita ridícula-, hija, espera, que busco las llaves, y te cuento-rebusca en el enorme bolso y saca un porta llaves de Vuitton, y abre la puerta-¡Ahhh!-da un alarido-no Piluca, monina, no me ha pasado naaada-exclama, poniéndose la mano en el pecho-¡No te lo vas a creer, Piluca!, ¡Que perfomance me ha hecho Manolo!, ¡Por-fa-vor!, ¡Qué auténtico!, Telarañas,las paredes llenas de sangre….¡Qué sorpresa Piluca!, ¡Tendrías que estar aquí para verlo!, ¡Es di-vi-no!, seguro que le ha ayudado su intimo amigo Carlos ya sabes, el director de cine taaaan famoso!, ¡Pero que tonta!, fi-ja-te, ¡Si lo vas a ver ésta noche!, Ji, ji, ji-risita nerviosa-mira Piluca, hay dos ojos en un cuenco, con dos palos, como si fueran chupachuses de ésos, pero están un poco duros-dice, mordiendo uno de ellos-, ¡Qué tooonta!, No me he dado cuenta que son de atrezzo, ¡Fi-ja-te!, ¡Piluca!, Un corazoooon, de fresa, encima de la mesa…-le da un bocado-¡Di-vi-no!, Piluca, ¡Que sabooor a fresa ácida!me recuerda a las fresas silvestres de la campiña francesa…-le dice a Piluca, con el corazón mordido, goteando, en la mano izquierda-¡Ohhhh!, Que detalle Piluca, por el pasillo, hay dos brazos, dos piernas, un torso…cubierto de chocolate! éste Marido mío, ¡Que in-ge-nio-so!, ¡Me muero de gaaaanas por ver tu cara y la de tu maridin, cuando vengáis a cenaaar-dice engolademente-¡Ay Piluca por Favor, que sus-to!, no te lo vas a creer, monina, una cabeza igualita a la de mi Manolo, está a la puerta de habitación, ¡Y no te lo vas a creer!, ¡Que de-ta-lle!, Tiene los sesos cubiertos de chocolate Fondant, de ese suizo taaaan divino-coge la cabeza y le da un buen pellizco a los sesos, y se lo mete en la boca, relamiéndose-¡Ohhhh, por favor Piluca!, ¡Que exquisitez!, ¡Prometo dejaros parte para tí y tu maridín!, nada, nada, ¡Uy!, Ji, ji, ji, ¡Que traviesín es mi maridito!, ríe nerviosa-¡imaginate que ha colgado de la puerta!, Ji, ji, su hombría, cubierta de chantilli….¡Ay éste maridito mío!- le da un buen lametón-bueno, querida, te tengo que dejar, ji, ji, creo que Manolo, me está esperando dentro, con unas velitas, essss taaan duuuulceee, ¡Chao querida!, ¡Mua, mua y requetemua!.
Entra en la habitación, y se encuentra a un individuo, escuálido, de aspecto cadavérico, vestido de negro. Como un calco de Rasputin.
-Hola, Catalina-dice el ser, con voz ronca-, me alegro mucho que te haya gustado tu marido, hace años, en el colegio, no me diste unos sugus, llamándome muerto de hambre, para que veas que no te guardo rencor, te he preparado unas golosinas de Halloween, ¡Truco o trato!..¡Boh!
FIN

ANDY PARIONA ROJAS

Golosinas de pura fruta
En los pocos minutos que existían de recreo, los niños concurren en la tienda a pedir lo que estaba de moda o todas las golosinas que pudieran alcanzar con su dinero. Manuel, quien contaba sus monedas, supo que ese día y como los anteriores no habría golosinas que comer y que tendría que conformarse con el pan de la mañana, pero extrañamente Manuel recurría a la misma rutina de contar las moneda una y otra vez y así encontrar quizás algún excedente. Esa moneda nunca existió durante sus años de estudio y se conformó a ser feliz con el pan y la avena que enviaba mamá.
Durante esos días la demanda de frutas era inmensa y la mamá de Manuel lo sabía, así que unas cajas más llegarían a los hombros de Manuel para esta semana, pues ésta era su rutina diaria.
Manuel no conoció las golosinas y no por una prohibición, sino él observo que su madre siempre guardaba sus excedentes y el actuó de la misma forma con sus propinas; pensó, así podré comprarme golosinas o quizás comprar el local donde trabaja mamá.

KATA MAR

Los chuches alegran la vida
¿Qué haces por aquí?
-Voy a comparar un chuche
¿Un chuche, y para qué?
-Para alégrame la vida
Un chuche no alegra la vida
-Sí, un chuche no solo alegra la vida sino también la endulza
No por nada son tan queridos y famosos en el mundo
Son tan famosos que vienen de distintos colores
¿Quieres saber cuáles son mis favoritos?
-Si
-Son los rojos porque me trasmiten energía y ganas de amar la vida
Amar cada momento, segundo que pasa.
Definitivamente tu está loca
-Probablemente está loca, pero con unas ganas de vivir y comer chuches hasta el final de mis días.

BEGO RIVERA

La piñata colgaba majestuosa. Debajo de ella unos veinte niños ansiosos de felicidad esperaban el momento en que estallara. Era un gran globo multicolor y un puñado de cuerdas de colores pendían de su base inferior.
Adrián miraba las cuerdas, sabía que la morada era la que abriría la piñata. Disimuladamente se acercó al globo. Tenía que ser el primero en tirar del cordón morado.
Después de unos minutos que se le hicieron eternos y en medio de un gran alboroto comenzó la cuenta atrás y antes de que finalizara…los demás niños empezaron a agarrar cada uno un cordel. Sin que pudiera evitarlo se quedó el último, para su asombro el único cabo que quedaba colgando era el morado, Adrián tiró fuerte de él y el globo reventó, una gran cascada de chucherías se desparramó por encima de todos ellos. Empezó a coger las golosinas y a meterlas en los bolsillos, gominolas, gusanitos, chocolatinas etc… Había cogido muchas, miró por el suelo alrededor y no quedaba nada. Fue cuestión de segundos.
Se aproximó a su madre para que se las guardara. Le pidió permiso para comerse una, su madre accedió. Escogió una piruleta enorme de fresa y menta, con una gran sonrisa Adrián la saboreó y en ese mismo instante todo el mundo desapareció.

BEA ARTEENCUERO

Ema, vivía humildemente con su mamá, sólo se tenían una a la otra, Ema vendía los productos que elaboraba su mamá, eran conocidas por la mayoría de la gente de la Aldea, quienes ayudaban comprando sus productos, el dinero que juntaban sólo les permitía subsistir.
Ema esperaba ansiosa el día de su cumpleaños, el regalo que recibía año tras año, de su mamá era una moneda para que comprará alguna golosina, le gustaban…los turrones, el pica pica, los chocolates eran sus preferidos y las garrapiñadas. Sólo le alcanzaba para comprar uno; Ella era felíz, aunque sólo comiera CHUCHES una vez al año.
Ese día cumplía 10 años, y su mamá le regaló una moneda de más valor Que años anteriores, podría comprar algo más, tal vez un chocolate más grande o agregar unas gomitas, camina de prisa casi corriendo, tropieza y cae, al levantarse ve a una anciana, quien fue la causa de su caída, con su rugosa mano extendida pidiendo, el gesto lo decía Todo.
Su rostro marcado por el sufrimiento, sus ojos apagados, estremecirron el corazón de Ema.
Una moneda, una moneda..repetía una y otra vez. Ema cerró su mano y apretó con fuerza su moneda, el regalo que le diera su madre para comprarse chuches; Siguió su camino, dos pasos, tres pasos y…
sin pensarlo dos veces regreso y puso en la mano de la anciana la moneda.
No estaba triste, mientras se alejaba sonreía como si hubiera comido todos los dulces que tanto deseaba.
No dijo nada, ayudó a su madre como todos los días.
Esa noche soño con una montaña de chuches y el rostro agradecido de la anciana.
La despertaron los gritos de su madre..
– Ema, Ema despierta ven mira, mira.
Presurosa sale al patio y no puede creer lo que ven sus ojos…
Ahí a pocos pasos el viejo pino cargado de todos los dulces que pudiera imaginar y una nota…
¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS EMA!!En ese momento, no pensó en nada, por primera vez festejó su cumpleaños con todos los niños…
Pasaron los años y Ema nunca olvidó ese día, se pregunto muchas
veces como ocurrió tal milagro…
La mendiga a la que Ema dio su única moneda, era un Ada que sabía los deseos de ella, y quiso ver su corazón!!!
Esta es la historia del árbol de los chuches, y el corazón de una niña.
La magia existe en el mundo de los sueños !!!!

GAIA ORBE

oasis dulce
espíritu intenso
es golosina
amor poeta
en dos corazones
huele una flor
sabor vainilla
palito de la selva
frutilla masca
dulce de leche
fantasía del alma
menos que un sueño
un pico dulce
intenso en colores
acre de lamer
sabroso volcán
explota en la boca
licor secreto
confites duros
suena el sonajero
elija un color
banana huele
muerde el chocolate
crema banana
miles promesas
placeres inmediatos
crían glotones

ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ

El kiosco del TIO CHIVA
(Don Jerónimo, Padre Salesiano. Con “G” para los procedentes de Italia)
La ventana que escondía las Chuches a la venta para unos 2 000 niños (8 cursos, x 5 aulas por curso, x 42 niños por aula, + BUP y COU) en las horas de recreo. Esa era la tarea infernal a la que había sido condenado un sacerdote salesiano en un colegio religioso en la ciudad, apestada por tal cantidad de criaturas que salía a la misma hora, en dos mitades, a jugar a esos grandes patios de recreo donde cabían dos campos de futbol y una pista de baloncesto.
El Tío Chiva era un hombre mayor, de unos 80 años, cuyo pasado no fue de los que a nadie le gustaría vivir o recordar. En la guerra Civil Española lo capturaron intentando pasar por un civil. La prueba que lo delató fue que al tirarle las gafas de un manotazo hacia sus piernas, éste las abrió en vez de juntarlas, lo que demostraba que su atuendo cotidiano era la sotana sacerdotal.
Fue torturado y entre otras muchas secuelas se notaba un gran odio hacia los demás, sobre todo hacia los niños. Daba los mejores bofetones del colegio y le salían de sus nudillos unos capones que te generaban incontinencia durante dos días. Además de hablar mal por faltarle media lengua, andaba como un robot por no tener dedos en los pies lo que le impedía salir corriendo detrás de los niños, estos le hacían burla a modo de juego “pilla-pilla”. Con su gran estatura junto a una cara de amargura, daba la sensación de un ser monstruoso, que cuando andaba y maldecía las puertas gigantes de las aulas temblaban a su paso.
Encargado del kiosco del colegio, al que sólo había acceso para asomarte a una ventana de madera, él solía abrir un par de dedos la hoja de la derecha y te preguntaba que querías. El motivo era que los más mayores solían tirarle bocadillos mojados con agua a modo de gran artillería. Como si el hombre no hubiera tenido bastante tortura en su vida.
Vendía Chuches duras, caducadas, tenía en la nevera helados de estos que va un líquido refrescante en una bolsa “flas o chis” pero que hacían sabor a vinagre. No se sabe si por el tiempo que llevaban detrás de la ventana o porque le inyectaba tal sustancia en plan vengativo por la maldad de los niños. También solía colgar una estampa por la parte del a oración del santo del día para que los niños que quisieran la copiaran y cuando se la entregabas de regalaba algo de lo que él consideraba apropiado para la edad, siempre un dulce.
Una tarde se formó una gran cola en la ventana. Uno de los mayores se gastó 50 pesetas en darle una a cada niño que se pusiera en la cola para comprar un “Chicle Premio”, ese trozo de goma de mascar que costaba una peseta y que además en el envoltorio solía salirte otro gratis. Los niños se lo pasaron pipa pasando de uno en uno por la ventana y pidiendo un chicle premio y otro chicle premio y otro y otro y otros tantos que volvían con el papel del premio para pedir otro chicle. Don Jerónimo cerró la ventana y desde dentro se oía maldecir a las criaturas del señor del chicle premio.
El Tío Chiva solía cruzar uno de los campos de futbol cargado con algunas de las cosas que vendía en el kiosco. Uno de esos días cargaba una gran bolsa de bolsitas de pipas Churruca y en la otra mano otra bolsa con variedad de golosinas. De repente se forma un gran barullo tras él. Esa gran bolsa de pipas iba dejando rastro de bolsitas a lo largo del campo de fútbol, un agujero que cada vez lo hacían más grande era el culpable. Pronto surgió otro agujero en la bolsa de la otra mano y dejaba el rastro de chicles, caramelos y demás golosinas que ella portaba. El pobre hombre se dio cuenta demasiado tarde y las dos bolsas fueron saqueadas por la chiquillería del colegio. Que gran festín se pegaron esa tarde, aunque no llegó para todos sí lo hizo para los más mayores.
Ese grupo de chicos más mayores se dedicaba a buscarlo y a entretenerse con él aplicando sus travesuras, algunas de ellas vejatorias y rozaban el delito, casi todas ellas hoy en día, serían motivo de denuncia y condena. Los tiempos cambian y la gente también.
Hay muchas anécdotas vividas en aquel colegio y otras tantas fuera de él, por el Tío Chiva, pero el relato sería demasiado largo, aunque curioso, sorprendente, divertido, penoso y, sobre todo, entretenido. Sigo anotando cosas que recuerdo en otro escrito para otro cometido más ambicioso y en su momento lo podré dar a conocer.
Menos mal que Don Jerónimo, apreciado Tío Chiva, pasó a mejor vida. Literal.

LOLY MORENO BARNES

EL CUENTO DE LAS CHUCHES MÁGICAS
¡A Manuel le encantaban las chuches!
Sentía una atracción indescriptible por ellas. Su madre le indicaba que no era bueno abusar de ellas, puesto que todo se debe consumir en su buena medida.
Manuel, no atendía a razones y las quería mañana, tarde y noche.
Se ponía muy triste cuando se las negaban y le ofrecían a cambio un delicioso bocadillo de jamón o de queso.
Comía a regañadientes la comida de almuerzo o cena y siempre esperando como recompensa alguna chuche a su esfuerzo.
Como sus padres no le permitían consumir todas las que quería, jugaba y soñaba con ellas de forma imaginaria.
Cerraba los ojos y charlaba con una señorita piruleta enorme con los colores del arco iris y un señor chupa chups gigante como una pelota de futbol.
Caramelos masticables y gominolas hacían carreras como los coches sobre la manta de su cama.
Pero al abrir los ojos, sentía que no le bastaban con los sueños.
¡Necesitaba masticar y chupar su dulce sabor!
Ya no tenia amigos de verdad, puesto que solo se distraía con golosinas…
Sus padres estaban preocupados por su obsesión.
Y aun más se preocuparon cuando Manuel enfermó y el médico le prohibió los dulces.
Manuel estaba desolado. No tanto por sus dolores de barriga y otros síntomas de su enfermedad, sino por no poder volver a probar chuches.
¡Tal parecía que se acababa el mundo para él!
Debido a su enfermedad en las múltiples visitas a su médico, en la sala de espera del Centro de salud, coincidió con una niña.
Su nombre Raquel, de su misma edad y con su mismo problema.
Raquel era un cascabel de alegría. Repartía sonrisas por doquier. Vestía ropas de colores y tenia la voz más dulce que nunca Manuel había escuchado.
Ella siempre le saludaba, y el la miraba de reojo amorriñado en una butaca al lado de sus padres.
Poco a poco Manuel fue respondiendo a sus saludos, tratando de disimular tímidamente que estaba encantado de verla cada día que coincidían.
A partir de entonces no les costó entablar amistad y no dudó en preguntar a la niña:
__ ¿Porque no estas triste si no puedes comer chuches?
Ella le contesto:
__ ¡No es verdad que no puedo!
¡Yo como, bebo, respiro y siento chuches, todo el tiempo!
¡Pero estas no me sientan mal porque son mágicas!
¿Pruébalas y verás?
¡Ríe, canta, dibuja, pinta, abraza, quiere y tendrás dulzura en tu vida!

CURRO BLANCO

«Golosinas»
Kiosquero, kiosquero…
Asómate al mostrador
Que no llegó, que no llego…
Traigo mi duro de los Domingos
Quiero un poquito de todo
Kiosquero por favor.
Quiero……, ¡ya lo sé!
Un de eso que está allí.
– Un de qué chiquillo…
Un de eso rojo…que va a ser.
– señala bien, señala bien.
Allí, allí, allí….
-Ah, quieres unos ositos de regaliz.
Sí, sí ,sí
Pero muchos, muchos quiero yo.
– Si, toda la caja te voy a dar….
Toda la caja no que tengo el bolsillo muy chico kiosquero.
Además quiero también chicles, piruletas, kikos y pipas, quiero yo.
– Pero si tienes un duro nada más.
Pero es el duro de los Domingos, kiosquero, por favor.
Ahora las chuches que ofrecía el mercado eran mucho más caras y las necesitaba consumir para sobrevivir.
No supo discernir a tiempo entre las nubes de gominolas y las que le hacían volar entre ellas sin paracaidas.
Se confundió de golosinas.
O lo confundieron.
Ahora el «kiosquero» no era un señor paciente.

NICOLÁS MUÑOZ

veo rodar
esferas humanas
atiborrandose
nariz y boca
untadas de
fresa y chocolate
glucosa y presión arterial
por los cielos
cuidado mueres
de un dulce infarto
corazón y cerebro
no sólo tu figura
está en riesgo
obesidad
segunda causa
de muerte
tabaco
aún eres
el que más
mata gente
deja al menos
que termine
el postre
no me mires
con esos ojos
que si muero
feliz estaré
en el paraíso
donde Dios
es… ¿te imaginas?
el mejor dulcero.

MIROI BELTRÁN

Hay mis queridos chuches que siempre están conmigo, en las buenas y en la malos como mi mejor amigo.
Hay mis queridos chuches ustedes siempre me quieren ayudar y tarde o temprano hay voy con ustedes a llorar.
Ustedes que an visto mis tres caras, no me vallan a olvidar; hay mis pobres chuches jamás los quiero abandonar.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

Chuches de posguerra
A Baraza, la polio le regaló un andamiaje de hierros para su pierna derecha, lo que no era obstáculo para ser uno más de la partida entre la chiquillería del barrio. Nada le impedía pegarse sus buenas carreras detrás de la pelota de trapo, jugar a marro pañuelo o salir zumbando después de haber perpetrado alguna gamberrada colectiva.
Su círculo de íntimos lo componían Montesinos, Mariano, el de la sacristana, y uno que vivía en el cinco de la calle Candalija al que llamaban «Ojochivi» porque era un poco bizco. En ese mismo número, en el segundo izquierda, tenían un loro que traía de cabeza a los de su casa porque imitaba a la perfección al cartero.
Por aquel tiempo no había buzones en las casas y los repartidores del correo llevaban un silbato, que hacían sonar desde el portal en función del piso al que iba dirigida la carta, por ejemplo: si el mensaje era para el segundo, soplaban el silbato dos veces y, seguidamente, gritaban el nombre del destinatario. Así que el loro, cuando le venía bien, imitaba el pitido «carteril» un par de veces y gritaba «Canoooo», que así se llamaba su dueño, y allí que se iba, escaleras abajo, algún miembro de la familia, en busca de una correspondencia inexistente.
La cuadrilla de Baraza se movía por Temple, Fuenclara, Torre Nueva y alrededores del mercado central, pero su centro de operaciones radicaba en la plaza de San Felipe y el caserón aledaño a la iglesia barroca: el antiguo palacio de los Argillo, que por entonces habían reconvertido en colmena de vecinos, destartalada y medio en ruinas, en cuyo enorme patio, de columnas desconchadas y amplias escalinatas, se podían recrear escenarios para todo tipo de aventuras.
En la plaza había una pañería, un almacén de vinos, una tienda pequeñita de ropa interior, una sastrería, que se anunciaba con el pomposo título de «El número 1» y un establecimiento de ultramarinos, aceites y coloniales. Pero el negocio que más llamaba la atención de la chiquillería era el de «la agüelica», una anciana menuda, de luto riguroso por todos sus muertos — y seguramente en deferencia propia, anticipando que no habría nadie que lo llevase por ella llegado el momento —, gruñona y malcarada, que todos los días, sin faltar ninguno, instalaba en medio de la plaza su puesto de chucherías de posguerra: pipas de girasol, regaliz de palo, polvos de Sidral y cigarrillos por unidades, Celtas, Tres Carabelas y Bisonte.
Tenía un abollado cacillo de hojalata, que le servía de medida para las pipas: un real, un cacillo; dos reales, dos cacillos; el regaliz de palo pequeño, una perra gorda; dos reales un Sidral; un Celtas, veinte céntimos; el Bisonte costaba cincuenta. Montesinos era el más mayor y se compraba un Celtas de vez en cuando y les dejaba dar alguna calada.
Hoy, la plaza de San Felipe ha cambiado un poco y el cojo Baraza cumple setenta y cinco años. Contempla el escenario de su infancia sentado en un banco de diseño, que forma parte del nuevo estilo de decoración impuesto por el consistorio, mientras va dando cuenta de un paquete de pipas de girasol, que ha comprado, por un euro con diez, en una tienda de frutos secos, repleta de golosinas de todas clases y colores, que le ha caído de paso en el Coso.
El palacio de los Argillo es un museo; la pañería y el almacén de vinos, que han pasado a manos del ayuntamiento, albergan oficinas y servicios municipales; en la tiendecita de ropa interior ahora se venden gorras y sombreros y el establecimiento de ultramarinos se ha especializado en «delicatessens» y alta restauración. Ya no hay vieja con carrito de chucherías y tampoco existe la pretenciosa sastrería «El número 1».
Baraza ya no necesita un exoesqueleto de hierros para su pierna derecha, se apaña con un bastón y una bota ortopédica. Tampoco recuerda la cara de «Ojochivi», ni ha sabido de Montesinos desde que salieron del colegio. Mariano, el de la sacristana, se jubiló hace por lo menos diez años y está viviendo en Alicante con una de sus hijas. El loro de la familia Cano, dejó de gastar bromas hace demasiado tiempo.
Con dificultad, torpemente, se levanta del banco y ante la mirada de desaprobación de los que por allí pasan, se sacude de la pechera negra las últimas cáscaras vacías, que pasan a engrosar el montón de despojos que yace a sus pies. Y se aleja despacio, balanceando el cuerpo al ritmo que le marca su debilidad.
Una figura pequeña, triste, desvalida, de luto introspectivo, seguramente anticipo del que nadie llevará por él cuando, quizás no demasiado tarde, llegue el momento.

ALEXANDRA MARTA IONA

La vida sí es de color rosa
A ella le vuelve loca el chocolate, pero a mí, mi perdición son las gominolas. Mientras Ruby se come una barrita de chocolate con relleno de caramelo, yo pierdo la paciencia y en lugar de despegar el cierre de mi bolsa de chuches, rajo por un lado y con la yema de dos dedos, rebusco hasta que encuentro la de forma de corazón con azúcar por fuera.
Una vez en la palma de la mano y después de chuparme el azúcar de los dedos, miro a Ruby y esbozo un suspiro.
Pienso que mi alma gemela es igual que esa gominola, parece que, en lugar de eso, lo que sostengo en mi mano es una foto de ella. Me anoto mentalmente que tengo que pedirle una fotografía o conseguir hacerme una con Ruby, porque lo más parecido a una, es esa gominola.
Las dos son bicolores, aunque Ruby tiende más a ser bipolar, pero de unos colores que envenenan al paladar. Luego, el amor de mi vida se deja lamer una capa de dulce misterio que me descarga pequeños chispazos en la lengua. En lugar de alejarme, ese secretismo me vuelve completamente esclavo del latido de su corazón.
Las dos están hechas para comérselas a pequeños bocados, para que mi placer dure más, para que su placer perdure.
Han pasado siete meses desde que disparé a mi amigo. Llevamos cinco meses viviendo en un pueblecito en el sur de Francia. Yo estoy trabajando en el obrador y ella se dedica a traerme una bolsita de chuches cada vez que viene a recogerme del trabajo. Ruby pasa más tiempo en casa porque dice que esta aprendiendo francés, que no le apetece salir y encontrarse con vecinos para hacer el tonto, hablando más con las manos que con la boca.
En un giro bastante brusco, creo que intencionado, se me cae el corazón y lo pierdo entre los asientos del coche.
– ¡Ten cuidado, joder! No encuentro mi gominola.
– Es este pueblo, con sus carreteras de mierda. ¿Cuándo vamos a irnos de aquí? Yo quiero ir a París.
– No digas estupideces, tenemos que mantener un perfil bajo, todavía es pronto.
-Nenaza…
Saco mi bolsa de chuches y remuevo, esta vez con los ojos cerrados, curioso por descubrir que me toca. Mis dedos encuentran un objeto de plástico, no demasiado grande y con una forma algo rara. Abro los ojos y es un chupete de juguete relleno de pequeñas bolitas multicolores.
-Una cosa es que me gusten las gominolas y otra es que me tomes el pelo con juguetitos para niños. Me meto el chupete en la boca y empiezo a burlarme. Ella ya no puede aguantar la risa.
-La nenaza ahora es un bebe!
De repente una lágrima se le cae por la mejilla izquierda, que Ruby no intenta ocultar.
– ¿Estas bien?
-Si, pero tu te vas a tener que acostumbrar a encontrar chupetes por la casa y no de juguete de la tienda de chuches. Estoy…embarazada.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«Nubes rosas»
La noticia del embarazo, provocó que escupiera el chupete entre las piernas de Ruby, causando sus primeras náuseas. Frenó el coche en seco y sin mirar a la carretera, empujó la puerta con fuerza y no pudo aguantar más.
Desde aquél momento solo tenía una cosa en mi mente. No podía criar a mi segundo hijo en estas penosas condiciones. Recordé que había un compañero de confianza de mi padre y decidí llamarlo por teléfono.
—¡Hola! ¿Es usted, el señor Rivera?
—Sí, soy yo ¿Quién habla?
—Iván, hijo de Samuel Martínez Toronto, escuché mucho de usted por boca de mi padre cuando era niño, sus hazañas para los negocios y la veces que lo sacaste de un apuro. ¿Necesito su ayuda?
—¡Iván! Claro que sé quién eres, menos mal que estás bien, cuenta conmigo para lo que te haga falta o no me lo perdonaría tu padre.
Terminé de hablar con Rivera y descolgué algo aliviado, ahora solo había que esperar la reacción de Ruby. Seguro le sienta bien, puede que con el embarazo esté algo menos alocada. Había notado el cambio repentino de su humor y las ganas de formar una familia, pero tenía que hablarlo con ella, no podemos seguir llevando está vida por mucho tiempo y menos, con un bebé en camino.
Entré en el apartamento y saludé desde la entrada.
—¡Ruby! ¡Cariño! ¿Estás ahí?
No escuché ningún ruido, tampoco la voz de mi princesa.
—¡Oye, déjate de bromas, traigo más chocolates!
—¿¡Ruby!?
Metí el chocolate en la nevera y decidí buscar en la habitación, me parecía bastante raro que no contestara. No había puesto un pie en el pasillo, cuando pude sentir un leve gemido desde una de las habitaciones.
—¿¡Ruby…, qué te pasa, estás ahí!?
Encontré a mi ángel, sentada en el suelo y con la cabeza entre sus piernas.
—¡Ehy…! ¡Despierta Ruby, no me des estos sustos!
Apenas tenía tres meses de embarazo y llevaba dos semanas sin vómitos, pero a cambio, había cogido un antojo muy fuerte por las nubes de azúcar y el chocolate. Probablemente sea una subida de azúcar.
—Venga, te ayudo a subir a la cama.
—¡No…! Quiero morirme, se me acabaron las chuches…
—¡No me jodas! ¡Menudo susto me has dado!
—¡Dame mis chuches!
—Pareces una zombi, deja ya de comportarte como una cría. No sé, quien es más crío de los dos ahora.
—¡Si no tienes mis chuches, vete…!
—¡Joder! Y yo que quería darte una sorpresa.
—¡Vete…!
—¡Toma, tus chuches! Pero tenemos que hablar.
—Je, je, je, era broma, tengo más bajo la almohada, nenaza… Sabía que vendrías corriendo a socorrerme, solo quería probarte.
—Menudas bromitas gastas, anda siéntate, quiero decirte algo.
Ruby, se acomodó en la cama para escucharme con una nube de azúcar en la boca.
—He llamado a un contacto y le he pedido un traspaso a una cuenta privada con parte de mi fortuna. Dejé la mitad para mi ex mujer y mi hijo, pero también le pedí, que comprara dos billetes de avión.
—!Sí! ¿¡Nos vamos a París!?
—No, vamos a otro lugar, ya lo he preparado todo y tendremos un hogar donde cuidar a nuestro hijo. Tienes que empezar a echar cabeza y dejar de pensar como una loca loba solitaria.
—Me gusta ser una loca y loba solitaria, eso no lo puedes cambiar nunca.
—Si que puedes.
—Me lo pensaré, ¿A dónde vamos a ir?
—He pensado que podíamos empezar una nueva vida en el lugar de tus sueños.
Ruby, giró su cabeza para mirar al otro lado y dejó caer unas cristalinas lágrimas de sus ojos.
—¿Por qué eres así de bueno siempre conmigo?
—Porque eres mi reina y serás la madre de mi segundo hijo.
—¡Eres una nenaza…!
—Tú si que pareces una princesita mal criada con la boca llena de chuches.
—No lo puedo evitar… tonto…
Balbuceo escupiendo trocitos de nube de azúcar en mi cara y abrazándose fuertemente a mi cuello.

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19 comentarios en «Golosinas – Miniconcurso de relatos»

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