Vuelta al cole

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «vuelta al cole». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de septiembre! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

DIL DARAH

Recuerdos de un Patio Institucionalizado
Me han educado en un país comunista: no bien ni mal, pero el tiempo me ha demostrado que mis memorias son diferentes.
El primer día de cole, ha supuesto una especie de entrenamiento casi militar. He aprendido a formar una fila y romperla en orden, saludar una bandera y cantar el himno, patrioticamente.
De seguido, se nos ha indicado la biblioteca, de hecho, una pequeña sala de clase oscura y repleta de libros. El suelo de madera olía a gasolina y las ediciones se apilaban según dos criterios: de nuevo a viejo y por orden ascendente, de manera que en el octavo curso habrás aprendido tanto la paciencia como lidiar con lo impredecible, ya que te podía tocar cualquier cosa. Lo primero que harías después de firmar la entrega era proteger sagradamente las cubiertas, sin agraviar el original de ninguna manera. La etiqueta con tu nombre, era la identidad del libro y lo que te mandaría largas penitencias en caso de extravío.
Estaba firmemente prohibido subrayar un texto y las orejitas se castigaban con una intensidad que a veces te dejaría temporalmente sordo o con unos lóbulos de elefante. No podías seguir el párrafo con el dedo sino con una regla de madera. Humedecer el dedo para pasar la página era un ritual: de enfilar los grifos con tu cajita de plástico y esponja en medio, aprender la cantidad exacta de agua necesaria a siete horas de clase, calculando las condiciones climáticas y no dejar rastro en ningún momento del proceso. A la hora de calcar un dibujo aprendías a sujetar el lápiz con la destreza de Picasso, con tal de proteger la hoja. Aun así, ocho-diez años de uso diario, presentarían los ejemplares en un estado de desgaste que apenas vislumbrabas el título de la portada.
Por supuesto que era una gran alegría poder permitirte comprar una edición nueva, sin embargo, no se producían por encima de las necesidades que cada colegio reportaría anualmente. más luego te ganabas el derecho de uso según resultados: significando que el tutor de la clase tenía el poder de levantarte el ejemplar en caso de malas notas y entregárselo a alguien más merecedor.
La alegación de la propriedad común se extendía hasta el calcetín que llevaba, producido con sudor por el trabajador del campo, las madres tejedoras y varios esquemas técnicos de implicación: directa, indirecta y tangencial.
Al final de un año de curso, recibir un diploma te convertía en un superviviente del sistema y se guardarían como nuestros abuelos las insignias de mérito de la segunda guerra mundial.
Cuando escucho que empieza el cole, empatizo con China, Cuba o Corea de Norte…

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

La casa estaba en silencio. Los chicos se habían ido al cole.
Yo comencé a recoger las habitaciones y, de momento, sentí la necesidad de que mi persona se alimentarse del saber de la escuela.
Llevaba tiempo que preguntaba a mis hijos si a la palabra harina se le ponía la(h) o a los huevos o la (v) en el verde de la hierba o si a la montaña la (ñ). Recuerdo que una de mis hijas me dijo…, mamá en la escritura hay unas normas que se tienen que aprender.
Aprender qué difícil es cuendo una ya tiene 50 años cumplidos.
Más decidida me apunte a la escuela de adultos. La clase estaba llena de mujeres de mi edad e incluso más mayores. Me dije a mi misma, que habíamos estado haciendo todas nosotras a la edad de ir al cole… (Trabajar)
Yo si, trabaje en un horno.
EN qué consistía…, lo esplico. Con la luz de la mañana y aseada después de dar los buenos días a los del horno y a todo aquel que me cruzaba cogía en cada una de mis manos un pozal de aluminio y marchaba a llenarlos a la fuente de la plaza. A la vuelta al horno tenía que recorrer un largo pasillo empedrado luego cruzar la estancia de horno y allí en el rincón habían unas escaleras que iban a la bobeda en donde estaban los dos deposito
De agua y que yo diariamente tenía que llenar.
Cuando terminaba mi trabajo era medio día. (LA CASA TENÍA AGUA CORRIENTE)
Cuatro meses estuve en la escuela, me llamaron para aperarme de una rodilla. Fueron pocos días de clase pero aprendí cositas una de ellas a utilizar el diccionario… Sigo aprendiendo como puedo pero no volví al cole…

TALI ROSU

De repente me despierto y me doy cuenta de que se han acabado las vacaciones. ¡Menos mal!
De repente me despierto y me doy cuenta de que es hora de volver al cole. Al colegio que me mantiene despierta y viva, al colegio que me trae mil experiencias cada día.
Desperté de un letargo al que entro cada verano, en el que quedo inmersa en una rutina asfixiante de trabajo agobiante que me produce vértigo y que me quita el aire.
Desperté de un día a día cotidiano y de agonía, de estrés constante, dolor de cabeza, sufrimeinto y miedo de quedarme atrapada ahí adentro sin aprender de la vida para el resto de mis días.
—¿Y si ya no puedo volver al cole? —me pregunto con el aliento entrecortado.
Y entonces pienso: «¿Cómo hace toda esa gente que vive al revés? ¿Cómo hace todo el mundo que solo vive dos meses al año?
El colegio de la vida a mí siempre me ha enseñado que estamos aquí para aprender de las experiencias, no para quedar atrapados en un bucle del que solo aprenderemos una cosa: a no querer estar ahí. Yo hace tiempo que aprendí a escapar de aquello y me metí al mejor colegio que hay en el universo: la vida. Yo hace tiempo decidí que aunque tenga que apretar los dientes, no conseguirán meterme en ese saco de consumismo absurdo que solo me puede obligar a salir del cole y a meterme a trabajar, cada día, día tras día, cada mes, cada año, hasta que un día mire atrás y me de cuenta de que el tiempo se ha pasado y que yo, ahí esclavizada en una rutina odiada, simplemente estaré muriendo sin aprender nada.
Bienvenida, vuelta al cole.

BENEDICTO PALACIOS

Corría el año mil novecientos cincuenta y tantos, y caminaba Fabián por contra muy despacio a la escuela. Vivía con sus padres en el barrio de arriba y casi siempre llegaba con la fila formada y a mitad del canto del Cara al Sol. Lo hacía a propósito. Acababa de cumplir los doce años y como ya había cambiado la voz, en el grito de España, grande y libre, atizaba tal vozarrón que a don Abelardo, un falangistón de tomo y lomo, se le conmovían las entretelas del alma.
Hacía frío aquella mañana del mes de febrero. Había nevado la semana anterior, quedaban restos de nieve en las umbrías y algunos charcos aparecían helados. Por las ventanas de la escuela se colaba un sol blanquecino, suficiente para leer sin luz, pero tan parco en calor que no le daba la gana calentar una pizca el ambiente del aula. Y claro, los niños más pequeños tenían los dedos entumecidos y no lograban sujetar entre ellos el pizarrín.
—Don Abelardo, mi primo Paquito no puede escribir. Se le engarañan los dedos —señaló Fabián.
Se quitó el señor maestro las gafas de leer y mandó que acercara a su primo al brasero de picón, que desde primera hora calentaba los bajos de la mesa y los de don Abelardo, el cual se hallaba repanchingado a sus anchas. Luego Fabián se encargó de que fueran pasando por turnos los otros niños, porque en aquella escuela unitaria convivían alumnos grandes y chicos.
Ordenó luego a los pequeños que leyeran el Rayas y a los mayores que preparasen la lección de Geografía. Había que dibujar el mapa de España y junto al Peñón de Gibraltar un barco con la bandera inglesa y navegando en las olas esta leyenda: IDOS A VUESTRA CASA PÉRFIDOS INGLESES.
Fabián lo bordó. La bandera inglesa aparecía rota y el barco empezaba a hacer agua porque un cañonero le había metido un buen zambombazo desde las playas de Tarifa.
El premio por tan buen dibujo era deseado por todos y consistía en llevar el brasero, acabada la tarde, a casa del señor maestro y esperar que doña Juliana, su mujer, tuviera a bien dar al portador una moneda de un real.
Recogió Fabián el brasero e invitó a tres colegas del barrio a que le acompañaran. Y como aún guardaba algunas brasas, tuvieron la feliz ocurrencia de orinar en ellas para apagarlas. ¡Cómo chisporreteaban! Buenas risas se echaron.
A la mañana siguiente, don Abelardo preguntó a Fabián quien había confundido el brasero con un orinal. Y sin esperar respuesta, le sujetó por el pelo, le metió la cabeza entre sus piernas y con la vara de freno le azotó a sus anchas el culo.
—Mear en mi brasero es como hacerlo en mi pechera ¡rediez!
Don Abelardo no era como los otros maestros de pueblo. Era muy bruto y nunca logró entender que Fabián y compañía solo quisieran imitar con la meada una antigua danza del fuego.
Fue un día de escuela cualquiera, salvo por el mucho frío de aquella mañana.

AMALIA MARTÍN

Viola se levanta cada día a las cinco de la mañana y camina 16 kms para ir al cole entre caminos empedrados y polvorientos.
Sube la pendiente de barro descalza mientras cuelga sus viejos zapatos al hombro y enrolla el bajo del pantalón para evitar que se ensucien.
Su aldea está demasiado lejos de cualquier vestigio de civilización en la Colombia rural.
Tiene 10 años y 7 hermanos.
Hay días que prefiere acortar el trayecto y cruzar un arroyo que en época invernal además de peligroso es desaconsejable.
Regresa a las cinco de la tarde y ayuda a su madre en las labores de casa.
Sus padres tienen que trabajar muy duro en los cultivos de maíz o yuca y vender sus productos en el mercado para obtener escaso dinero que invierten en tres cuadernos y zapatos de segunda mano que carezcan de agujeros en los meses previos al inicio del curso.
Viola es feliz con su cabello trenzado y su mochila de esperanza a la espalda.Cada mañana se pinta una sonrisa y se pellizca los pómulos antes de salir de casa.
En el cole aprende álgebra ,lee poemas y viaja a otras civilizaciones.
Quiere ser abogada para que todos los niños de su país tengan una partida de nacimiento y puedan recibir una educación digna.
Viola no quiere un ordenador ni acceso a wifi, no desea un móvil para chatear con sus amigos.
No necesita un coche para desplazarse al colegio porque… nunca lo tuvo .Viola demanda esperanza y sueña con una sociedad más equitativa.
Viola recibirá una educación y algún día ella y otros niños en su adultez podrán exigir la justicia que la sociedad les adeuda.
Algún día comprará sus zapatos nuevos antes de la época invernal porque los niños son niños allá donde se encuentren.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Beatriz era una niña de diez años. Para ella la vuelta al cole era una auténtica tortura, sufría maltrato psicológico por parte de una gran parte de sus compañeros. Y según pasaban los años ese maltrato iba en aumento.
Sus padres habían tenido varias reuniones con los sucesivos profesores de Beatriz e incluso un par de veces con el director de la escuela, el cual no daba importancia al asunto. Pero los padres de Beatriz estaban dispuestos a que su hija cambiará de centro escolar, con tal de no verla sufrir.
Cada año la ansiedad de Beatriz aumentaba y sus cambios de carácter eran habituales, le costaba conciliar el sueño y se pasaba tarde a tarde llorando diciendo que no quería volver al cole. Por las mañanas, desayunando no había quién sacará una palabra o una sonrisa a Beatriz.
La época más feliz de su corta vida fue durante el confinamiento, mejoró mucho su rendimiento por no tener que asistir presencialmente a las clases.
Al año siguiente todo cambió, los niños y niñas volvieron de otra forma a las aulas, ya no había una sonrisa pícara en su rostro cubierto con una mascarilla y en sus ojos no se apreciaba ese brillo de antaño. Y tenían que guardar entre ellos un par de metros de distancia, respectivamente. Para Beatriz no resultó difícil pues ya antes de la pandemia que asoló y cambió el mundo ya guardaba esa distancia por miedo, pero esta vez sus agresores también estaban asustados.
Beatriz comenzó a hablar con diversos compañeros y comprobó que la actitud de estos había cambiado. Su intención ya no era la de meterse con ella.
La conducta depresiva de Beatriz también fue mermando, un atisbo de esperanza para sus padres que habían sufrido tanto con la situación.
Beatriz volvió a sonreír.

RAQUEL LÓPEZ

Hola, soy Ana, tengo ocho años y tengo que decir que estoy un poco deprimida con eso de la vuelta al cole, ¿el lado positivo? que volveré a ver a mis amigos…
Poco nos queda ya de las vacaciones tan ansiadas, en cuanto llega agosto, todo ese mes, nos vamos a la playa al apartamento que tienen mis tíos, también van varias parejas amigos de mis padres, ellos van dos semanas de hotel pero luego nos juntamos todos, ¡menudas vacaciones se pegan!… En conclusión, que nos juntamos allí ciento y la madre.
Días antes de acabarse las vacaciones, se le empieza a ver a mi padre mustio, su vuelta al trabajo le produce trauma,algo así como lo que me pasa a mi cuando empiezan los días de clase y él, nos amarga los últimos días. Mi madre comienza a hacer las maletas con adelanto y yo, empiezo a pensar en la vuelta, volver a ver a Manolito, el pesado de turno, a Nerea, que tiene más lazos en la cabeza que pelos, a Juanito¡y que bruto es, jolines! te pega un empujón, eso si, sin maldad pero te lo pega, que te deja seca y no me extraña que esté fuerte porque se come los bocadillos de dos en dos.
Lo que más me divierte, es cuando nuestros padres empiezan a enseñar las fotos de las vacaciones a los demás padres, presumiendo, que si yo he estado en la playa, que si me he comido una mariscada…. ¡Estos adultos!
Total que mi madre ya empieza a estar histérica con las compras:que si las mochilas para mi hermano y para mi, los cuadernos, el material escolar, que la verdad muchas veces ni usamos… y para todos los padres supongo que la cuesta de enero.
Y ahí estoy yo, el primer día de punta en blanco frente a la puerta del cole, todos nos abrazamos y nos sentimos contentos de volver a vernos y bueno, al fin y al cabo no está mal la vuelta al cole, te desquitas un poco de los adultos que son unos pesados, para volver a vivir nuestras aventuras estudiantiles y además vas pensando en que las navidades están a la vuelta de la esquina y otra vez volveran a, ser vacaciones… 😂

EMILIANO HEREDIA JURADO

RESURRECCIÓN
En una céntrica calle de una vieja ciudad.
Cientos de muchachos, se arremolinan en la entrada de un edificio centenario de el casco histórico de ésta urbe.
Los más pequeños, agarradas sus manitas por las de sus mamás, hacen fila, vestidos con sus babies, de cuadritos, y sus mochilitas, con el sándwich y el zumito de a media mañana.
En el estremo opuesto, los mayores, de tercero de bachiller, en grupitos bien diferenciados de colegas y amigas, comentan entre ellos, el comienzo del nuevo curso, de los profes que les ha caído en suerte. O de cómo ha cambiado tal chica, o tal chico.
En medio de toda ésta marea estudiantil, una unidad móvil, del programa del canal autonómico ‘Tu comunidad al dia», está entrevistando al concejal de educación del ayuntamiento, para dar el pistoletazo de salida al nuevo curso escolar.
-¡Buenos días!, tenemos con nosotros, a Don Benito Peláez, concejal de educación de ésta hermosa ciudad, que, nos va a comentar, cómo va a ser el inicio de éste curso escolar, desde éste emblemático edificio. Expliquemos, señor concejal, el porqué la elección de éste colegio, para dar comienzo oficialmente al curso escolar-la locutora, una muchacha recién salida de la carrera, morena y pizpireta, le ofrece el micrófono al concejal, un señor burocrático, con una sonrisa populista en la cara-
-¡Sí!, buenos días, a los señores espectadores. Bien, hoy tengo el enorme placer y un tremendo orgullo, de dar comienzo al curso escolar, desde éste emblemático edificio, del siglo dieciséis, que ha tenido diferentes usos a lo largo de su historia, y entre ellos, quisiera reseñar, el servicio que ha prestado durante los últimos ciento cincuenta años a la comunidad, como colegio de carácter privado, regido por los padres Píos, a los que, ésta ciudad, les está profundamente agradecida.
-Eso, hasta hace dos años, según nuestras informaciones, ¿No es así?-pregunta la presentadora-
-Efectivamente-responde sonriendo el concejal-como usted bien sabrá, dicha orden, cesó su actividad, hace unos dos años, y éste ayuntamiento, compró el edificio, con la ayuda del ministerio de educación, y durante el año pasado que estuvo cerrado, se realizaron las necesarias reformas, para llevar a tan ilustre colegio, al siglo veintiuno.
-Bueno, como nuestros telespectadores pueden observar, mientras charlábamos con Don Benito Peláez, concejal de educación de ésta ciudad, los alumnos, ya están en el interior del edificio, y al fondo, descubrimos, tan sólo algunos alumnos, de Bachillerato, son llamados por el bedel, para que entren en sus respectivas clases. Hasta aquí, la crónica de la inauguración del curso escolar, muchísimas gracias, concejal, por atendernos.
-Gracias a ustedes, éste proyecto, es el cumplimiento de una promesa de éste gobierno municipal, a los ciudadanos, que demandaban la recuperación de tan significativo edificio. Buenos días.
María, una chica de tercero de bachillerato, se acomoda, respantingándose de mala forma en la silla, whatsappeando, sin importarle demasiado la gente que la rodea que, están haciendo lo mismo que ella o, conversando, haciendo flotar en el aire, un murmullo constante.
-¡Blam!
Un portazo, al igual que una aguja hace explotar un globo, sobresalta a los alumnos.
El pensamiento es generalizado
¡La hostia puta!, ¡La momia!
-¡Buenos días!-espeta, con energía, la profesora, soltando con brusquedad un maletín de cuero viejísimo y sobadísimo-me alegra ver las caras de ¿sorpresa?, de algunos de ustedes-dice con ironía-
-¡Joder!, Creía que la tipa esta la había palmado-cuchichea María a su compañera-
-¡Pues nó! señorita …. María Galván-la señala, con sorna- Sí, estaré mayor, pero no sorda y, aún habiendo pasado un año, no me olvidado de ustedes, y ya veo que, aún habiendo reformado el edificio, los modales, no…¡Pongase recta señorita!
María, del susto, se pone recta y deja caer el móvil.
-Bueno, bueno, bueno….ya tenemos la primera voluntaria para salir a la pizarra…¡Salga a la pizarra!-ordena a María-
Doña Lola, mujer de sesenta y ocho, sesenta años de vida en el colegio, entre alumna antigua y profesora, baja de estatura y regordeta, de mirada desafiante y lengua afilada, escribe en la pizarra, una integral compuesta-
-A ver, señorita Galván, si es capaz usted de resolver ésta integral, con la misma rapidez que desliza sus dedos para escribir WhatsApp…-le ofrece la tiza, que María coge con apuro, con angustia-
María, como puede, intenta resolver la dichosa integral, se equivoca, borra, se vuelve a equivocar, vuelve a borrar, bajo la inquisitiva mirada de Doña Lola, alias «La momia».
-¡Mal!, ¡Muy mal!, -grita Doña Lola- el borrador no tiene la culpa de que sea usted tan burra, ¡Lo va borrar con la lengua!
-¿cómo dice?-pregunta sorprendida y asustada, María-
En respuesta, la profesora agarra por el pelo a María y le restriega la lengua por la pizarra. María, chilla de dolor y pánico, he intenta zafarse de las manos de la profesora, inútilmente.
-¡Y ahora, me va a escribir en la pizarra la palabra burra!, ¡y recuerde que es con «b»!-dice furiosa-
Le agarra la cabeza con las dos manos y, con un estridente chirrido, con los brackets de la chiquilla, graba en la pizarra la palabra «burra»
Los alumnos chillan, María se retuerce de dolor, en un rincón, sangrando por la boca, llorando sin parar. Dos chicos, se envalentonan y se lanzan a por la profesora.
-¡Quien les ha ordenado que se levanten! -coge a los dos chavales, atléticos, por la pechera de sus polos, y los cuelga de los percheros, atravesados por las perchas.
-¡Si no saben sentarse!, ¡Deberán estar de pié hasta nueva orden! -mira furibunda, al resto de la clase-¡Orden!, ¡Oooorrrrdennn!-furibunda, aporrea con la mano, la mesa-
Las sillas forman un círculo que rodean a los alumnos, y giran al rededor de éstos, espantados, mirando incrédulos y fuera de sí, a «la momia».
Las sillas y las mesas, se abalanzan sobre los alumnos, y atraviesan con sus patas, y asfixian con los tableros.
Tras unos minutos de gemidos, de aullidos, se hace el silencio, tan sólo roto por el llanto entrecortado de María, que permanece en el rincón.
-¿Y a tí?, ¿Qué te pasa?-pregunta-no es para tanto. El querer poner algo de orden. Anda, recoge la clase, mientras vuelvo del aseo. Espero que cuando vuelva, tus compañeros y compañeras, estén más tranquilos, y predispuestos a aprender-cierra la puerta con cuidado-
El nuevo director, sube las escaleras con una joven, interina, que escucha con atención las palabras del director:
-No te preocupes por el retraso, eres nueva en la ciudad, y se entiende. Además, como es tu primer día, prefiero presentarte a los chicos, no son malos, algo revoltosos, lo normal en su edad. Además, les tengo que comunicar una triste noticia. La que fue su profesora, Doña Lola, ha fallecido recientemente. Toda una institución en este colegio. No creas, ¡Nada más y nada menos que sesenta años en el colegio!, ¡Fiuu!, ¡ahí es nada!. Era una persona… peculiar, de fuerte carácter, pero querida por todos. Mira, ésta era su clase. Entra.

LIDIA FUENTES

En la entrada del colegio hay un alto y atractivo eucalyptus que con sus hojas lanceadas hacia abajo parece sonreír a maestros y a niños. Entre sus ramas un grupo de pájaros pian contentos, saben que han llegado los meses en los que no hay que volar muy lejos para conseguir alimentos. Gorgojean con gozo por la vuelta al cole, durante la hora del recreo las manos pícaras sueltan algunas galletas, esconden entre los árboles puntas de pan con queso y lanzan migas de bizcocho al cielo. Después de la sirena agitan sus alas y a saltitos los pájaros recorren el patio recogiendo para sus nidos el júbilo que da un buche lleno.
La vuelta al cole, las aulas abiertas, padres y madres con sus niños llegando. Las calles huelen a estrenos, a libros, a lápices, a nenuco , a ilusión y a un poquito de nervios.
En la entrada del colegio un grupo de madres ilusionadas despiden a sus niños, se adentran por un camino que les conduce al campo, inauguran con sus nuevas running sus primeras horas libres. Cerquita del paso de peatones para el coche Lorena, va dando lecciones de prisa a los niños, su miedo a llegar tarde al trabajo no la deja disfrutar ese momento en el que sus hijos cruzan la calle de un brinco para pasar de cuarto a quinto.
Con la vuelta al cole vuelve la abuela Josefa a despertar al abuelo Antonio justo después de que cante el gallo, hay que abrir puertas, preparar el desayuno y recibir a los nietos todavía con sus pijamas. Hay hijos que no pueden ajustar su jornada laboral al horario escolar pero tienen la gran suerte de conciliar el sueño porque tienen dónde dejar temprano a los niños, porque viven con sus brazos abiertos y esperando pacientes sus queridos abuelos.
Y con la vuelta al cole llega el otoño a recortar los días, a dorar las hojas, a estar lista la cosecha de nueces, a soplar el viento y a migrar las aves.

SILVANA GALLARDO

SANTIAGO YA NO VOLVIÓ AL COLE
El colegio es como un cosmos, los discentes brillan como estrellas junto al sol, sus risas cargadas de libertad, parecen ecos de voces melodiosas que se graban en las paredes de las aulas. Les gusta el colegio porque tienen amigos juegan, corren, comparten diálogos que emanan de su espíritu alegre; despreocupados por el futuro, sólo su presente les da vida.
Cada uno tiene su historia, feliz o desgraciada; a veces lloran, se aislan, escondidos en su otro yo, ese que les recuerda que, en cuanto termine la jornada escolar, volverán a su cielo o a su infierno. Y es que pertenecen a una gran diversidad social, generalmente de familias disfuncionales que les roban la energía de sus almas.
Intentan asimilar las enseñanzas de sus Profesores, quienes les hablan de la superación, del aprendizaje que los hará mejores para tener buena calidad de vida. Ser triunfadores, hombres y mujeres de éxito. Muy bonitas palabras, alejadas, muchas veces de su realidad.
Hablaré de uno, Santiago. Se sentaba siempre adelante de su fila. Era un adolescente distraído, no cumpía con sus tareas, no participaba en clase; siempre callado, no daba problemas más allá de su irresponsabilidad.
Llegó el tiempo de vacaciones. El último día de clases, todos los chicos acostumbraban a bailar, cantar, abrazarse. Se despedían con nostalgia, porque allí, en ese lugar se sentian en familia, entre compañeros y maestros.
Eran sólo quince días que dejarían de verse. Festejarían las posadas y la navidad con sus familias y regresarían gozosos a contarse de nuevo sus vivencias, sus experiencias. Para Santiago, ese tiempo era eterno. No se sabía que acontecía en su mente, en su corazón, en su vida.
Dice un dicho «No hay fecha que no llegué, ni plazo que no se cumpla». Llegó la fecha de regreso al Cole. Una maestra ya esperaba a sus alumnos en el salón de clases, para darles la bienvenida. Notó algo extraño en la actitud de todos. Entraban cabizbajos, tristes, desanimados. Se percató que todos portaban un moño blanco prendido en la manga del uniforme.Ya habían entrado todos, sólo un lugar permanecía vacío, desocupado.
– ¿Qué sucedió?- preguntó al grupo. Callaron por segundos hasta que una alumna tuvo el valor de contestar, con voz entrecortada: «Santiago se suicidó». Si- dijo otra voz,-muy triste, -eligió irse en Día de Reyes, y no hicimos nada.-
La maestra no pudo hablar. Las lágrimas rodaron de súbito por sus mejillas; por su mente desfilaron esas escenas de un adolescente introvertido, a quien no le dio mayor importancia, a quien nunca se acercó para darle una palmadita en la espalda, que sintiera algo de afecto.
Solo tenía trece años. Y los adultos que lo circundaban, toda una vida para arrepentirse por no haber detectado el fantasma que arrojaría a Santiago a los brazos de la muerte.

GABRIELA MOTTA

Aquí en casa la vuelta al cole siempre es caótica; Mamá dice que le encanta porque vuelven las rutinas; Papá dice que debo ir para ser alguien en la vida (cada vez que lo dice me hace sentir mal porque ya soy alguien, aunque mi padre aún no lo sepa); Yo digo que prefiero las vacaciones, pero como aquí lo que yo digo no siempre es escuchado, pues: he vuelto al cole.
Primer día, me reencuentro con mis compañeros, aunque hay algunos nuevos. Después siempre lo mismo, la maestra, el recreo, la directora, la salida y volvemos a casa.
Segundo día, lo mismo que el primero solo que le agregan las tareas.
Tercer día, lo mismo que el primero y el segundo solo que esta vez nos quedamos sin recreo.
Para el cuarto día ya estamos todos cansados de madrugar, incluyendo a mis padres, y llegamos tarde.
Quinto y último día de la primer semana de vuelta al cole, estoy muerta, mis papás no tanto, la maestra nos despide contenta y yo regreso a casa desbordada por una semana tan sacrificada, contando los días para jubilarme.
Mis padres se ríen y comentan: —¡Para jubilarte tenes que trabajar primero!
Yo los veo enojada y pienso: «¡Cuando me jubile seré libre al fin, ya lo verán!»

ALBERTINA GALIANO

Su madre la levantó temprano, como a sus hermanas.
El babi blanco inmaculado con botones atrás marcaba la diferencia, porque la falda era la del día anterior. La que se puso para jugar en la puerta de la casa, tras volver de comprar los libros, los de verdad, los de leer en primaria.
El desayuno con sorpresa de picatostes, cocinados por la abuela, que también anda por allá.
La mochila cargada, pesando una enormidad, porque la incertidumbre y el miedo se coloca debajo como plomada y todo lo que va encima ya es por demás.
El toque final son las trenzas, perfectamente alineadas, paralelas, brillantes y negras, rubricadas con sendas gomas que arrancarán algún mechón cuando las vaya a retirar.
Camina adelante siguiendo la blanca manada.
Pero algo la detiene a pocos pasos de casa, y no la deja pasar.
Es una mano que sale de la tierra y tiende los dedos hacia arriba como garfios.
Ella ya sabe que la quiere agarrar, que lo hará aunque pase a más de un metro de distancia.
Una mano que ha salido de sus pesadillas y ha tomado forma humana.
Si avanza la prende. Si se queda ya no aprenderá nada.
Suelta la cartera allí mismo, a sabiendas de que ninguna excusa la librará del regaño, pues los libros son dineros sacados del bolsillo.
Corre alrededor de la mano, con pasos de desconfianza.
E inventa un conjuro que la llena de poder y templanza:
Si me tomas del mandil, mi blancura congelará tus garras, y se desharán chorreando en la tierra árida.
Y sacando un lápiz del estuche se lo puso con destreza entre el índice y el pulgar.
Si quieres que te atienda y no te tema, dibuja en la arena tu nombre, y encima de él tu cara.
Y si tus ojos me hablan con ternura, y tus labios se ablandan, sabré que me quieres enseñar, sin comerme con patatas.
Así lo hizo la mano.
Y como era diestra, del contorno de la cara sacó un cuello, unos hombros, unos brazos, y la izquierda. Y con agilidad pasmosa unas piernas con zapatos de maestra de enseñar.
Y también dibujó un pupitre donde con cuidado y calma la animó a sentar, en la fila de la ventana.
Y colorín colorado el primer día de clase ha comenzado.

MANUEL ALBÍN EXTREMERA

El curso anterior estuvo en el 4° de primaria, era un crío, estuvo de vacaciones y al llegar Septiembre, cada día que pasaba hasta la vuelta al cole eran semanas. Por fin llegó el día deseado, muy temprano se levantó preparó su maleta y con impaciencia esperaba la hora de irse con su madre en el coche familiar.
Al llegar ya estaban todos esperando a que abrieran las puertas, había un murmullo comentando dónde y cómo han pasado las vacaciones.
Por fin están dentro, todo es algarabía y el murmullo se convirtió en jaleo, hasta que entró en el aula una señorita con un genio un poco amargo. Así empezaron un nuevo curso, con sus altibajos, pero en el fondo contento de volver a ver a sus compañeros. ..

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

‘No hay colegio en el fin del mundo’
Están los que a pesar de todos los inconvenientes inventados aprenden solo con mirar al cielo. Están los que no aprenden ni, aunque por una rendija pudiera ser introducido en su cerebro toda la sabiduría del mundo. Por otro lado, hay una mayoría silenciosa que aprende e inventa lo no enseñado: esos son los imprescindibles.
En la vuelta al cole después de meses cazando ranas, nadando hasta el ocaso, corriendo por campos entre guijarros y resecas plantas, por arboledas y riachuelos…según en el lugar del mundo que el azar los puso…
Hay colegios levantados con cuatro palos y otras tantas ramas colocados de la mejor manera que se pudo elegir. Existen colegios de élite donde unos parvulitos bien alimentados, alienados y adoctrinados, llegarán a ser los dirigentes del planeta. Hay colegios donde se enseña a ser sin parecer. Hay colegios donde por encima de todo se aprende a aparentar sin ser. En unos huele a riquezas intangibles, en otros, a podredumbre. No hay protagonistas en esta historia o al menos no uno principal. Cada ser que comienza su andadura arrastrándola año tras año hasta conseguir juntar una letra con otra, aprender matemáticas, física, historia…estará obligado a descubrir per se lo realmente imprescindible para transitar la vida: ética. Sin este ingrediente de poco sirven todos los demás y dará igual si el lugar donde naciste pertenece al primero, segundo o tercer lugar planetario.
El maestro que te enseña a leer crea una impronta que acompañará de forma inconsciente alguno de tus actos; siempre presente sin que se note su halo, como si guiara tu mano y tus ojos a través del papel…la escuela fría de aquel lugar estepario donde las manos congeladas impedían cualquier intento de escritura…en el lado opuesto un calor derritiendo la tinta o el grafito del lápiz derramado por el papel…allí no existe el olor a carteras nuevas, a impecables uniformes allí el atuendo uniformante se ha evaporado, ha sido sustituido por la ausencia de fundas en los pies, y parte de unos cuerpecillos que crecen contra todo pronóstico bajo la espada de Damocles de la desnutrición.
El primer mundo llena depósitos de comida desechada que el tercer mundo miraría ojiplático…
En el mal llamado primer mundo –las clasificaciones deberían ser borradas por un sistema igualatorio- se inicia el curso como una fiesta llena de color y algarabía. Ante mí, aparece la imagen de una fila de niños en África caminando por un sendero reseco, bajo el sol, durante un tiempo que para este mundo acomodado de primera categoría sería infinito, difícil de resolver. Mientras el primer grupo goza de placeres efímeros, el segundo lleva dentro de sí la esperanza de una promesa de vida en ese mundo de papel que añoran por desconocido.
Entre tanto, una legión alienada de traje corbata y zapatos de charol se encamina a formar parte de la lista de hombres importantes dedicados en cuerpo y alma a engordar su ego. En el primer mundo existe ese otro mundo que tanto cuesta mirar, delator de conciencias reveladoras de inmoralidad.
Ellos van alegres, saltando, aprendiendo de cada piedra del camino, ignorando que quizá un día el colegio que habitarán se está construyendo en la profundidad del mar; allí su historia se escribirá en los corales, cincelada por los habitantes de un mundo sin calificación.
En memoria de todos los y las:
Alika, Bakary, Naina; Nayeh, Taleh, Jaya, Kala…que sueñan con un mundo sin muros…

VERITO TOWERS

Cuenta saldada (De vuelta al cole)
Estaba nerviosa y asustada como cada ciclo escolar que comenzaba. La noche anterior al primer día había dado vueltas por la cama enredándose entre las sábanas. Despertó sin que la alarma de las 6:50 hubiese sonado y se sentó en la cama. Parecía pensar en muchas cosas y en nada al mismo tiempo. Fui a su cuarto para despertarla una vez que sonó la alarma y la miré viendo hacia la pared, inmóvil.
-Buenos días – exclamé contenta. ¿Lista para el primer día del segundo año de kínder?
Solo sonrió tímidamente y se apuró a buscar el uniforme que el día anterior habíamos colgado en un gancho, desde calcetas blancas y zapatos hasta la diadema roja que tanto le gustaba.
El ciclo anterior había sido pesado, el primer año de escuela de toda su vida, pero más por el hecho de que casi al terminar el ciclo, Irene se había portado tan mal con ella. Todavía recuerdo el día en que mi pequeña llegó en el transporte escolar al punto del llanto. Claro que eso solo yo lo sabía porque conocía su carita de contención cuando algo estaba a punto de desbordarse y adivinaba que algo andaba mal cuando solo me miraba sin sonreír como queriendo hallar en mis propios ojos la paz que tanto anhelaba para la contención del llanto. Ese día lloró en mis brazos amargamente para luego decirme cómo Irene le había mordido el brazo. También yo tuve que contenerme ese día para no salir corriendo en busca del autobús escolar, alcanzar a Irene y decirle un par de cosas. Y me contuve, sí, pero al día siguiente claro que fui al colegio a desahogar toda una noche de pensamientos y temores al respecto.
– Sí señora, estamos al tanto -dijo con una noble mirada Miss Pina tras aclarar que Irene y sus papás ya habían sido citados con la psicopedagoga.
Y yo no pude más que serenarme y tomar ese trago amargo que traía atorado en mi garganta. Inhalar, exhalar.
– No creo en la violencia, dije ya más tranquila, porque violencia genera violencia, pero ciertamente esto debe parar, porque de otra manera, yo voy a enseñar a mi hija a defenderse, afirmé como ultimátum determinante.
– Estoy de acuerdo, afirmó suavemente la directora con sus dulces y azules ojos serenos.
El final de ese primer año transcurrió entre festival de fin de año y entrega de diplomas, así como el conocimiento de que Irene no la estaba pasando bien por el divorcio de sus padres, así que un día yo me senté tranquila a explicar a mi pequeña eso de que todos tenemos historias que no sabemos y la importancia de ser amable y tratar de comprender siempre que no volviera a repetirse una falta de respeto como la de aquella mordida que quedó grabada en mi corazón.
– Tratemos de ser amables y entender, puntualicé.
Ella asintió y me miró con sus ojitos bien abiertos como si dependiera de ellos absorber mi breve pero conciso prólogo de cómo ser amable con los demás.
Ese ciclo empezaba y ella tenía miedo, eso era evidente.
Mientras se ponía las calcetas y yo alisaba su cabello, llegó la inevitable pregunta que ya esperaba pero que no por ello dejó de dar un vuelco a mi corazón.
– ¿Y si me toca con Irene?, preguntó.
Su pregunta retumbó en mi cabeza y como esperando que la respuesta correcta me cayera del cielo, miré al techo por unos segundos. Respiré para luego decir:
– Mi Sofi, procura ser amable. Busca a otras amigas y quédate con ellas.
A partir de ese día, todo fue para bien. No volvimos a saber mucho de Irene ni de su familia y el kínder fue una experiencia de celebración. El último año de jardín de niños, Irene ya no estuvo en ese colegio y le perdimos alegremente la pista. Luego vinieron algunas mudanzas, pues decidimos cambiar de residencia y para la primaria escogimos un bonito cole en Quéretaro. Todo marchaba bien y de buenas.
El primer día de primaria era emocionante porque significaba una etapa más de niña grande y Sofi lo sabía. El cole inmenso, con un patio singular y muchos pequeños que corrían por todos lados. Sofi decidió participar en las actividades extraescolares y yo no pude estar más de acuerdo con ello. El fútbol era una de mis pasiones y aplaudí con esmero la decisión de mi niña de practicarle. Cuando el azar nos llevó a enfrentarnos con un equipo de otro colegio, mi sorpresa fue mayúscula al distinguir entre las adversarias a la mismísima Irene, sí, ahí estaba ella con sus rizos y gesto apretados y se acercaba a nosotras que le mirábamos atónitas.
-Pero qué coincidencia, dijo su mamita cuando se sentó justo junto a mí en un espacio libre que debí haber reducido antes para evitarle.
Me quedé muda y Sofi me miró. Durante el partido, Irene mamá me relató lo difícil que había sido para Irenita adaptarse a un nuevo entorno y aunque al principio yo la escuchaba sin escuchar, algo llamó mi atención inefablemente:
– Los primeros días, dijo Irene mamá, sufrimos bullying. Mi Irenita llegó un día llorando y con una mordida en el brazo. Tuve que ir al colegio para aclarar lo que estaba pasando. En la escuela me dijeron que una niña, de nombre Lucía, estaba teniendo algunos problemas familiares y me pidieron paciencia. No sabes qué terrible fue, pero gracias a Dios poco a poco se solucionó el asunto. No entiendo – dijo Irene mamá – como es que hay niñas que muerden a otras niñas.
A esas alturas yo había cruzado mi pierna y tenía la mano en la barbilla mientras escuchaba, con toda atención a la mamá de Irene que seguía relatando con detalle lo que nosotras mismas habíamos experimentado con su hija. Luego de un sorbo a mi café frío, me percaté del marcador 6-0 a favor de nuestro colegio, sonreí amablemente y coincidí:
– “Estoy de acuerdo contigo. No entiendo cómo es que hay niñas que muerden a otras niñas”, y me levanté de mi lugar para echar una fuerte porra a mi Sofi mientras me deleitaba con el dulce sabor del karma y en silencio me decía: cuenta saldada, estamos en paz.
vtowers2021.

ROBERTO MORENO CALVO

La vuelta al cole
me supo a poco.
Las risas aparcadas en el patio
juegan como locas a la comba.
Quiero saltar,
quiero correr.
Ya no huele a libertad.
El sol ya no me saluda.
Cree que le he abandonado.
Tras los cristales del aula
no puede ver mis lágrimas.
Quiero gritar,
Quiero volar.
Ya no oigo la felicidad.
La profe no quiere que estudie.
Me explica la diferencia con aprender.
Yo voy a crecer,
yo voy a ser sabio.
Así es la vida.
Tras 70 años aprendiendo,
repito siempre que:
La vuelta al cole
me supo a poco.

CURRO BLANCO

«El último helado»
Cuando Paulinín a finales de Agosto sentía que la vuelta al cole estaba detrás de la esquina, advertía cierto entusiasmo por reencontrarse con sus compañeros. Con el olor a tiza y a lápiz recién sacada su punta, a goma de borrar «Millan», que en parvulario incluso se las comía, pero ya era un niño mayor y se conformaba con olerlas, a cuaderno y libro nuevo, sobre todo al de lenguaje; siempre olía especial y distinto a los demás, quizás porque en el de lenguaje no había fórmulas ni números, pensaba. El de mates le olía a prospecto de medicinas. Aunque en el último curso, no sabe muy bien porqué, le empezaban a oler mejor, a prospecto de medicina pero no de las que tomaba su abuela, sino al del jarabe sabor a fresa que le daba su mamá cuando tenía tos, que le encantaba; quizás, porque el nuevo profesor de mates explicaba los números muy sosegadamente y no se alteraba nunca cuando se equivocaban o porque su abuelo le dijo un día «que en los números está la respuesta para todo hijo» y el, sintió curiosidad. O por ambas cosas.
Sentía entusiasmo a pesar de que la inminente vuelta al cole significara el cierre de las playas, de las piscinas, de los cines de verano y sobre todo de la heladerías, que era por lo que menos entusiasmo sentía por la vuelta al cole y porque a partir de ahora tendría que contar los días que le quedaban para poder tomar otro helado; su madre le decía que con los helados que vendían en los bares y restaurantes, con esos, se ponía malito, y luego tenía que darle el jarabe para la tos. El no terminaba de entenderlo porque le encantaba tomar el jarabe para la tos y su mamá lo sabía. Al pensar, que por otro lado volvería a desayunar tigretones, chapelas, cuñas de chocolate y donuts y que dejaría de comer tostadas hasta finales de curso exceptuando los Sábados y Domingos, compensaba una cosa por la otra pero que aún así, le salía más a cuentas los helados, ¡vamos!
Sentía también cierta inquietud que le hacía avivar la ansiedad latente, oculta, que le provocaba el pensar que seguramente volvería a presenciar como algunos compañeros se reían de su amigo «Carlitos Cuesta Mogollón» o de «Alex el gordo» y que seguramente saldría él a defenderlos como tantas veces y se ganaría un buen tirón de patillas de don Carrión o de orejas de don Trujillo o lo que es peor, una hora enterita mirando a la pared con los brazos en cruz y con dos libros de mates en las manos; porque al final, en una riña, todos los que participaban, buenos y malos, son castigados. Pero el lo hacía con gusto porque eran sus más mejores buenos amigos.
Terminó la película que proyectaban en el cine de verano, «Dos corriendo por tres calles» (Todos los públicos), que veía con su Papá y su hermana. Al hacerse la luz en el recinto el Papá lo miró y le dijo, «Paulinín, te ha gustado mucho la película ¿no?, el helado se te ha derretido todito en las manos, no le has dado ni un bocado».

KATA MAR

Recuerdo el olor maravilloso de útiles nuevos
maravilloso volver a ver a mis compañeros de clase
volver a correr por el extenso patio del recreo
a correr por que se hizo tarde para ir a clase
a mi clase favorita, espere tanto este día que lo disfrutaré al máximo.
Disfrutaré volver a mis tareas diarias cocer, ver el paisaje que está junto a mi ventana
tareas que dejé de lado por estar pendiente de los críos que corrían y hacían bulla
pendiente de que todo estuviera en orden para poder dedicarme de tiempo completo a ellos
no podía dedicar tiempo a mí misma, ni a lo que más añoraba

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Entre las tres cuartas partes y el final
Quería tener las letras plasmadas a la cuadricula, o a las rayas, o a los carriles grisáceos, dependiendo de la genética de mi madre Norma; la misma que habrían de tener mis otras cien hermanas.
Algunas de ellas tenían futuros inciertos, especialmente las que nacían grapadas a la mitad. Estaban dotadas de una independencia de hogar, forzada por unas manos prácticas, y casi siempre, terminaban sentenciadas al ostracismo, plagadas de soluciones de cuestionario, respuestas incorrectas, e improvisaciones de algún ensayo sin una tesis fundamentada.
Las hermanas mayores, las más antiguas en el orden asignado por la caratula – que podía ser de mujeres despechugadas, cracks de futbol, o la humilde de un solo color y sin pasta dura -, eran las que más sufrían. Eran vapuleadas con versos ridículos, sumas y divisiones estúpidas sin quitar los ceros, números telefónicos y nombres al revés de niñas enamoradas, o una que otra dirección de internet con contenido obsceno. También podían ser cercenadas de sus puntas por algún estudiante práctico y poco psico – rígido; pero no podían llorar, pues todas las lagrimas las habían acabado los arboles que eran nuestra materia prima para existir.
Las hermanas menores tenían una vida digna, pero un tanto obligada y obsesiva, tanto que al final de año, eran las que primero deseaban ser quemadas. Eran decoradas con colores de escarcha, con stickers de carritos, o caritas felices, letras bonitas. Marcadas con amor e intriga. Muchas veces olían a esencias de fruta, efecto producido por otros stickers pegados a la caratula.
Muchas de mis hermanas alcanzaron una vida útil, y se consignó en ellas el conocimiento y la vida de los niños, con dos esferos: uno negro para el contenido y uno rojo para los títulos de las temáticas. También estaban mis hermanas más cercanas, las que rondaban entre el numero ochenta y pico a noventa y pico. Las que siguen aquí conmigo, con la ilusión de, al menos a ser tinturadas con un estero de esos, que escupen gargajos y untan las manos aprendices.
Estamos aquí aún, pasando la mitad del cuaderno, pero lejos del tortuoso y sucio final; congeladas nuestras emociones y nuestras ganas de ser útiles hace mucho tiempo, estancadas en un remoto diciembre de séptimo A que hace años perdió la inocencia. No paramos a la caneca, por cosas del destino, ni nos convertimos en un avioncito sin aerodinámica, ni en origami con ínfulas de superioridad. Solo deseamos que un niño que quiera aprender a escribir nos acaricie, primero con sus gruesas crayolas y luego con un Mirado…, número dos, con buena punta. Deseamos que nos regales, que nos saques de este ático de recuerdos de herrumbre, al menos para ponernos a limpiar…, lo que por descarte nos tocaba en los baños del colegio.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«De vuelta al infierno»
De vuelta al colegio,
con un nudo en la garganta,
viendo que llega el momento,
de pasar la prueba.
Pruebas que maltratan,
a las personas diferentes,
que no saben hacer daño,
y son buenas de corazón.
Castigadas sin motivos,
a tener que alzar un libro,
un bolígrafo o una hoja,
contemplando pasar las horas.
Dentro de una celda,
en el peor de los tormentos,
tragado por un infierno,
que no aprieta, pero ahoga.
Aguantando a los chulos,
al ejército de las risas,
que apuntando con el dedo,
culminan con mi existencia.
No quiero que acabe el camino,
no quiero llegar nunca,
prefiero perderme solo,
pero ese es mi destino.

BEA ARTEENCUERO

DE VUELTA AL COLE
PRIMERA CITA…
Esa mañana Mariela, guarda los útiles en su mochila, al acomodar las carpetas encuentra una nota:
¡¡Sos muy linda!! La leyó varias veces repitiendo una u otra vez la frase, nunca le habían dicho que era linda..
Su corazón tembló con un aleteo de mariposas y se preguntaba ¿Quién sería su admirador?
A partir de ese día revisa minuciosamente su mochila, pero no encuentra nada, hasta que nuevamente otra nota…
¿Querés ser mi novia? Te espero el viernes en el árbol que esta en el patio de la escuela después del primer recreo.
La intriga era cada vez más grande, decidió ir a la cita y conocer al dueño de las notas, sentía un alboroto interno inexplicable.
Al fín llegó el viernes, como llevo el cabello: si suelto, o atado, con hebilla al costado…Su mamá la mira y le dice: Mariela, estas muy inquieta ¿Que te pasa?
Llego el viernes, las horas de clase se le hicieron interminables…Paso el 1r recreo, la hora de Geografía no terminaba nunca, estaba ansiosa.
Por fín el segundo recreo, bajo rápidamente, Espero bajo el árbol,
mucho revuelo de chicos, Espero a que se normalice tanto movimiento, (el kiosko estaba cerca del árbol).
Espero…espero…
Pasaban los minutos, debía volver a la clase, nadie vino a su encuentro.
Lloro, lloro mucho en esa tarde de Agosto.
Lloró sin saber que, tras la ventana de un aula del 3r piso, también había alguien que lloraba por no haberse animado a bajar..
SEGUNDA CITA.
Regreso a su casa, con un sabor amargo en la boca y el pecho parecía roto en pequeños pedazos de preguntas sin respuesta.
¿ Quién sería el dueño de esas notas? Termino el año Y aún seguía pensando en esa cita…
Pasaron las vacaciones…
Regreso a clase, reencuentro con sus compañeros, algunos nuevos.
Mariela miraba y miraba, esperando descubrir algo que le digera…
¡¡ Ese es !!
Paso parte del año y no olvidó el episodio de esa primera cita, en un lugar del corazón tenía la esperanza de encontrar al dueño de esas notas, que le habían acelerado sus sentidos por primera vez con esa nota que decía….
¡Sos muy linda! La tenía guardada y leía en ocaciones.
Llego septiembre y el baile de la primavera; Que alegría tenían todas para algunas, su primer baile, entre ellas Mariela.
Al fín llegó el día, la acompaño su hermano. Estaba radiante!!
Se reunió con sus compañeras, reían emocionada, felices.
Empezó la música….Vamos, vamos a bailar.
De pronto alguien le dice al oído…
¿Bailas?
Llego a la pista de la mano de aquel muchacho que la miraba tímidamente, después de las primeras canciones, Marcelo (Que así se llamaba el joven) la mira y le dice…¡Sos muy linda!.
El corazón le dio un vuelco…
Esas palabras, esas palabras.
– Mira yo soy…
– Calla, se quién eres.
Siguieron bailando en silencio, sabiendo que a la 2da cita, ninguno de los dos faltaría…

NICOLÁS MUÑOZ

Volver al cole quiero
A mi inocente niñez
Inexorable flecha del tiempo…
que viaja en un solo sentido:
Tarea imposible
Brota nostalgia…
Cuando sumaba paso a paso
Cuando no sabía el por qué estudiar
Cuando sufriendo el amor conocí.
Yo era niño es cierto
Yo no sabía de muerte
Yo era inmortal.

LOLI MORENO BARNES

En aquellos tiempos, la vuelta al cole era complicada para muchos compañeros y para mí, ver las necesidades que padecían.
Crecí en un pequeño pueblo de agricultores de Sudamérica.
La actividad principal es la vitivinicultura y el otoño de vendimia coincide con el comienzo del ciclo lectivo.-
Han pasado muchos años, pero en algunos lugares del mundo, el tiempo se detiene para el progreso y solo avanza para que la pobreza y la vejez llegue mas pronto a la mayoría.
Me sentía una privilegiada por el solo hecho de no tener que trabajar de niña porque la explotación infantil existía , aunque en forma encubierta.
Ningún padre era sancionado por no mandar a sus hijos al colegio, aunque la mayoría los mandaba, no por sentirse en la obligación, sino por el simple hecho de que su prole recibiera gratis el único tazón de leche del día.
Los primeros días de clase, el colegio tenia muchas faltas de asistencia por el tiempo de vendimia.
En vez de ir a clase, trabajaban al lado de sus padres.
Los primeros años, no sabia hasta pasado casi un mes, quien se sentaría en los pupitres que se mantenían vacíos.
Al pasar de los años, siempre eran los mismos que faltaban y los esperábamos ansiosos los compañeros.
¡Ya eran también nuestros amigos!
Cuando llegaban estaban totalmente perdidos en el aprendizaje, en temas que ya teníamos adelantado el resto,-
Cada cual se ponía al día como podía y algunos ni siquiera ponían interés, puesto que en el seno familiar poco importaba su educación.-
Mi percepción era que la vuelta al cole comenzaba un mes tarde porque hasta que no estábamos todos, nada era normal.
Quizás la normalidad era la amistad.
Estar todos juntos. reír , compartir, pasarnos los libros unos a otros conforme iban pasando los años pues muchos no podían comprar.
A ningún niño deberían robarle la infancia para que fueran a trabajar, pero tampoco a los padres se les debería negar un trabajo digno para que sus hijos tuviesen tiempo de recibir la educación como un derecho.
Por suerte en mis recuerdos no veo sus caras tristes porque la niñez nunca la tiene y evoco con cariño esa amistad sellada con manos diminutas que se adaptaban a las dificultades.

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18 comentarios en «Vuelta al cole»

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