Amores prohibidos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «amores prohibidos». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de septiembre! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

BENEDICTO PALACIOS

Mi amigo Julián había heredado una casa de campo, no lejos de la ciudad, en la que se pasaba largas temporadas. La pieza más importante era el salón porque tenía una enorme chimenea, dos butacones forrados con tela de pana color miel, un cesto siempre atiborrado de maderos y un capazo de esparto que servía de cuna a un gato y a un zorro. Cuando lo vi por primera vez no lo creía. Nunca imaginé que zorros y gatos pudieran compartir la misma cama, pero allí estaban juntitos haciéndose carantoñas.
Julián me explicó que los había puesto juntos recién nacidos y aunque a veces disputaban por la comida —cada uno tenía su plato— , al tiempo de dormir los dos se acurrucaban.
—El día menos pensado se enseñaran los dientes —me atreví a opinar.
—Espero que no.
—Haz un prueba.
—Ya la hice. Un pájaro plumón se cayó del nido. El zorro no quiso saber nada.
—Porque no tenía plumas. Prueba con un pollo.
Julián, por si acaso, rehusó la demostración. Los dejó crecer juntos y comer en platos diferentes. Jugueteaban y saltaban, el gatito retraía las uñas y el zorro escondía los dientes.
Un día Julián olvidó cerrar la puerta de la casa y por ella se coló un perro. Abultaba tres veces más que los dos. Les ladró. El gato le mostró las uñas y el zorro saltó por una ventana abierta y nunca más volvió.
Julián confiaba en encontrarle de nuevo. Y lo logró una mañana cuando sintió un enorme revuelo en el gallinero. Buscó al gatito y le puso frente al zorro, pero no solo no se reconocieron sino que se desafiaron, y si Julián no lo hubiera impedido, aquella antigua amistad hubiera terminado en tragedia.
¿Fue lo de ambos un amor prohibido? Fue un amor imposible. Pero esta clase de amor, conscientes o no, la hemos copiado los humanos cuando hemos probado a vencer el imposible. Por lógica este amor suele acabar mal, porque no se ha de iniciar lo que no se puede concluir.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Las casas en aquel poblado estaban sus paredes construidas con adobé.
La gente que en el vivian eran pobres pero llenos de cariño hacia toda persona.
Con dieciséis años Rosalía radiaba por su chico Francisco de dieciocho un amor de ardor que le hacía saltar la ventana de detrás de la casa e ir al monte en busca de su leñador.
Entre mirada y mirada Rosalía ayudaba a recoger la leña que su hombre había cortado para bien del árbol y al mismo tiempo se llenaba la bolsa de monedas destinadas a conseguir la e conomia que les llevará al matrimonio.
Los ojos del capataz de las tierras en donde trabajaba Francisco se habían prendado de la joven y era tal su capricho que no podía presenciar la felicidad de la pareja.
Así pues, el encargado de las tierras fue a visitar a la anciana del bosque.
Una vez explicado el delirio que sentía por Rosalía, la bruja le dio una porción del lisir del olvido… Luego le dijo.
Sí consigues que la chica beba aunque sea una sola gota del preparado, se quedará dormida y, al despertar del hechizo ardera de amor por tu persona.
La botella regalo del capataz llegó a casa de Rosalía explicando en la nota que el presente se debía a su ayuda en la recogida de la leña.
Sólo dos gotas en la boca bastaron pera dejar tirada en las lanchas de la puerta de la casa a la joven
La gente, gritaba, está muerta, Rosalía está muerta le ha envenenado. Las voces llegaron hasta donde estaba Francisco este dejo el trabajo y corrió al pueblo.
No podía ser su amor su vida estaba echada en aquella fría losa más bella que nunca. Al ir el anamorado a besarla su corazón falló y quedó a sus pies muerto…, entonces milagrosamente Rosalía despierta y al ver a Francisco sin vida en su regazo tiembla y siente en sus carnes los ojos del perturbado capataz. Su miedo es tan grande que le da un liptus…

DAVID GUTIÉRREZ DÍAZ

Tenemos que hablar.

Si, ya sé cómo suena, y sí, sé que al final todo se acaba reduciendo a un monólogo, lo siento, de verdad, pero es una inquietud que no puedo sacarme de la cabeza y tengo que expresar.
Es…es…es que me siento mal, de verdad, el sentimiento me tomó por sorpresa y cada vez que te miro siento una especie de vacío en mi estómago, una necesidad punzante, pero luego, luego…me acobardo. Soy un hombre, por definición un zote y un cobarde.
Pero entiéndeme, me faltan las palabras. Si, ya lo sé, qué pobreza declamada la de aquél que no sabe expresar lo que siente y todas esas movidas de intensito vendehumo tratando de colar butifarra, pero de verdad, contigo estoy siendo sincero, sabes que a ti no te mentiría, no tengo motivos para hacerlo. Es, simplemente que no quiero tirar de frases manidas ni del mercedes del vecino, que tu sabes que a mi esas cosas me dan igual, es más, me dan asco. Si, el Mercedes. Y el vecino.
Mira, voy a ir sin rodeos, que a mi esto de darle vueltas a las cosas se me da muy bien, pero me sale muy mal.
No estoy enamorado de ti.
Sé que suena áspero, que no tengo tacto y que después de año y medio de relación leal ya me podría haber ido a la mierda. Lo siento. ¿Qué quieres que te diga? Soy de Badajoz, no me parieron, me varearon.
Ya, ya, ya, lo sé, nacer bruto no es excusa para comportarse como tal, y además, yo te quiero, eso es innegable. Te quiero y te cuido. Cómo tú me cuidas a mi. Pero no te quiero mentir, he visto las relaciones de otros hombres, de la mayoría de hombres, y creo que no te estoy tratando cómo te mereces. Si, también es cosa de la música y el cine, sobre todo del cine. Puto Vin Diesel y su estándares poco creibles. Al final vivimos en una cultura opresiva que te marca el camino a seguir y en cuanto quieres poner un pie fuera te asaltan las inseguridades…
Pero claro, no te estoy diciendo nada que no sepas. Tú has venido conmigo al lavadero. Tú los has visto al igual que yo.
Señores y señoros con distintas combinaciones de chancletas y calcetines, pantalones cortos y camisetas promocionales de grandes superficies pasando toda la mañana del sábado o el domingo con su alma gemela, enjabonando y aclarando, rozando sensualmente sus pechotes de pezones rosados que se transparentan a través de la mezcla de algodón y polyester mientras intentan alcanzar todos los rincones, rítmicos movimientos de vaivén al aspirar los asientos y alfombrillas, encerado y pulido de la carrocería y las llantas, sudor y expresiones de éxtasis y satisfacción absoluta y para terminar, un polvete bien rico por el tubo de escape, asumiendo que les va a salir oscurita, cómo mandan los cánones. Su mañana hecha, su semana feliz, sus huevos bien secos desparramados sobre ese asiento que les ha costado una hora limpiar y ya está pringoso de sudor.
¡Dios! ¡Eso es amor!
Y claro, después de eso, de Fast and the Furious (A todo Gas en España porque nos gusta dar la nota), los reaguetunigngers en cochazos y la Rosalía Tra-trá, que no viene a cuento de ná, pero tra-trá, yo, que iba a darte un manguerazo rápido y por la pereza de no esperar a que los señoros terminen sus sesiones de pasión me acabo volviendo a casa a estar con mi chica, no puedo seguir fingiendo más , no puedo posar la vista sobre esa caca de pájaro que te cayó allá por 2019 y decirte que te amo. No es cierto, no quiero mentir, no te amo, ostias.
Yo te quiero, te cambio el aceite cuando toca, los frenos, neumáticos y hasta te pongo el parasol cuando te aparco para que no te agrietes (Ni me jodas las manos) en los días de sol. Lo mío contigo es más desde el cariño, compréndelo, no soy un Cristian Grey de las cuatro ruedas, ni te voy a poner tiras de led ni subwofer, que luego no me entra la compra del Mercadona. Tampoco voy a a sacarte los bollos porque eres amarillo limón y si alguien te da, no es ni por falta de visión ni por despiste ¿Y quién soy yo para gastarme la pasta en que el mundo no vea que otros conductores y otros coches te tiran la caña? Esos bollos son tus chupetones, tus cicatrices de guerra, tus marcas orgullosas de que levantas pasiones.Tampoco voy a rebajarte la suspensión, me parece una gilipollez, sin más.
Si, ya lo sé, el toque de agresividad y aventura, pero ya sabes que no soy de los que tienen que tirarse de un puente para que se le ponga dura y prefiero un kiki sobre la encimera a irnos a un descampado y hacerlo en el asiento, que Jules y yo medimos más de 1,80 y la palanca de cambio puede acabar abriendo sendero por caminos inexplorados. No es plan de que nos pille lejos de urgencias, por lo que pueda pasar, tampoco sé si lo de cambiar de marcha a golpe de cadera se me dará bien, soy español, no latino.
Y al final, que me enrollo, lo que quería decirte y me constreñía era sencillamente eso, que te quiero, quiero que estemos juntos muchos años de buen rollo y felicidad, de ir de aquí para allá con la música a toda leche, fumando y bebiendo y pasándolo bien.
Pero no te amo.
Tú eres un coche y yo no soy subnormal, no puedo enamorarme de ti.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Roberto era un chico alto y robusto, un adolescente de quince años muy trabajador. Era tranquilo y no se metía en líos hasta el día que se enamoró de Alicia. Alicia era una joven muy atractiva de dieciséis años. Melena rubia, cuerpo exuberante, labios color carmesí.
El problema es que Alicia era la hija del jefe de Roberto, que comenzó a trabajar a muy temprana edad en una tienda de alcohol y tabaco que regentaba Manuel, el padre de Alicia en un sitio turístico de Mallorca.
El horario de Roberto era de tres horas, en las cuales su trabajo consistía en ordenar el almacén de cajas y recibir los pedidos, buscando sitio para poder colocar todo el producto.
Alicia, de vez en cuando visitaba la tienda de su padre y ya había cruzado miradas con Roberto.
Un día Roberto al ver a Alicia la entregó una hoja:
– Esto es para ti-.Le dijo Roberto con una sonrisa y guiñando su ojo derecho.
-Gracias-. Contestó Alicia sorprendida devolviendo la sonrisa.
Alicia se apresuró a llegar a su casa y cuando anduvo sola sacó la hoja y la leyó :
» Soy un bohemio soñador,
cuyo motor es tu amor.
Un poeta libre,
que te entrega su corazón.
Tu cintura,
es una hermosura.
Tu sonrisa,
despierta mi alma adormecida.
Te quiero desde el primer momento
en que te vi.»
Alica no podía creer lo que había leído, a ella también le gustaba Roberto, pero pensaba que era demasiado pronto para estar enamorada de él y le preocupaba lo que pudiera pensar su padre, de su posible romance con Roberto.
Al día siguiente Alicia volvió a la tienda.
-Buenos días papá. – Saludo Alicia al entrar a la tienda.
-Buenos días cariño. – Respondió Manuel a su hija.
Alicia buscaba con la mirada a Roberto pero no lo encontraba. Debe estar en el almacén, pensó. Así es que decidió bajar a ver si lo veía tras comprobar que su padre estaba ocupado atendiendo a la clientela.
Allí estaba Roberto colocando unas cajas de vino.
– Buenos días Roberto. Me gusto mucho leer tu poesía, es preciosa y muy bonita.
-Pues cómo tu. – Contestó Roberto a Alicia, mientras la amarraba por la cintura.
Ambos se miraron fijamente y no pudieron evitar fundirse en un beso largo, profundo, pasional. De pronto, entró Manuel en el almacén presenciando la escena.
– ¡Me voy a cargar en dios! ¡Sinvergüenzas! Así es que para eso venías a vernos a la tienda, luego hablamos en casa.
– ¡Y tu desgraciado, estás despedido y vete de aquí antes de que te rompa la cara!
FIN.

NEUS SINTES

En las grandes ciudades empezaron a construir edificios llamados rascacielos, por sus enormes dimensiones y sus maravillosas vistas desde lo alto de las torres. Muchos eran ciudadanos que subían a diario y se posaban en los bordes de piedra para contemplar las vistas. Algunos con sus cámaras de fotos, otros se sentaban con las piernas cruzadas a meditar y respirar el aire o leyendo un libro. Buscando la tranquilidad y la paz interior. También era un refugio para aquellos enamorados que subían arriba para transmitir su amor a su amada.
Un sin fin de rascacielos, pero uno en especial cuyo nombre es mejor no rebelar por temor a despertar al fantasma que según cuentan todavía vaga por la gran torre del rascacielos. Considerada la más alta torre de los rascacielos que se han construido. Y también la que más aterroriza a la a gente por su leyenda y su misterio que a través de generaciones ha sido revelada a los habitantes de la ciudad.
Un cartel «Prohibido pasar», en la entrada principal, roído por el tiempo aún perdura…
Hace muchos años atrás en el tiempo, una pareja de enamorados subió a la torre para esconderse y poder amarse sin preocuparse de ser vistos. Encontraron en el rascacielos un lugar tranquilo donde todas las preocupaciones se desvanecían, dando lugar a la pasión.
Gabriel, pertenecía a una familia de nobles. En cambio, Rosa era una sencilla campesina. Gabriel, en una ocasión acompañó a su padre para ver los campos donde los habitantes más humildes estaban cosechando bajo los rayos del sol y las mujeres recogían las hortalizas que habían crecido para luego venderlas en el mercado.
Fue allí donde Gabriel vio la silueta femenina de una linda muchacha de cabellos largos y de andares decididos, terminando de recoger los frutos que ya habían crecido. Perturbado por tanta sencillez y belleza, se detuvo cerca de la muchacha ante la oposición de su padre de que tenían que seguir el camino.
-Hemos de seguir, Gabriel – le ordenó su padre
-Un segundo, padre – le contestó saltando del carruaje
Rosa no se había percatado de su presencia y ensimismada recogiendo los último frutos, cantaba bajo los rayos del sol una hermosa canción. Tenía una voz preciosa y tan dulce que Gabriel creyó haber encontrado a su amor.
-¡Oh! – perdón se disculpó Rosa al ver al noble. – Sonrojándose
-¿Perdón?, ¿Por qué? – Admiro tu sencillez, y tu forma de trabajar bajo el sol, con fuerzas todavía por cantar esa bella canción.
-Gracias – le respondió, sorprendida.
-Me llamo Gabriel – se presentó. Ahora me tengo que ir. Mi padre me está llamando. – señalando el carruaje que le estaba esperando.
-Rosa. Mi nombre es Rosa – respondió sonrojándose, de nuevo.
-¡Gabriel, se hace tarde! – le recriminó su padre.
-Me gustaría volver a ver, Rosa. – si así lo deseas.
-Por supuesto. Estaré encantada. Me encontrarás por por aquí – señalando las tierras – tímidamente
-Prometo regresar. Deseo conocerte.
-Ven cuando quieras, Gabriel – éstas también son tus tierras. Solo soy una simple campesina…
-No una cualquiera.. – le afirmó. Mientras echaba a andar a donde se encontraba el carruaje.
Pasaron los días y Gabriel no dejaba de pensar en Rosa. Los días y las noches se le hacían eternas. Sin parar de preguntar a su padre cuando volverían a ver las tierras. Pero éste siempre no sabía cuando regresarían.
Su padre empezó a ver un comportamiento un tanto extraño en su hijo. Lo notaba siempre con la mirada ausente, como si éste estuviera pensando, soñando despierto. Pensó en un principio que sería la edad, pero Gabriel no dejó de pensar en Rosa. En sus hermosos cabellos y naturalidad de su sonrisa. Por las noches la melodía que escuchó por vez primera le venía a la mente.
Desesperado, una noche cogió un caballo del establo y de escondidas fue al encuentro de Rosa. Quería verla, aunque fuera arriesgado. Sabía que los campesinos se levantaban temprano para trabajar, deseaba verla.
Se acercaba a las tierras donde permaneció en silencio, esperando que una señal le indicará ver a la mujer de que la cual se había enamorado. Tras los matorrales vio la luz encenderse en uno de las habitaciones. Pudo ver que se trataba de una silueta de mujer. Se estaba despojando de su blusón de dormir, sus cabellos eran largos, de movimientos ágiles se fue vistiendo a medida que empezó a cantar una bella melodía. La misma que había oído y que de su mente no había podido olvidar. ¡Era ella!, Su Rosa.
Por otro lado temía la reacción que ésta pudiera tener con él. Esperó lo suficiente y la primera en bajar al campo fue ella.
-¡Rosa! – le llamó, bajando del caballo. – ¿Me recuerdas?
-¿Gabriel? – preguntó a medida que se le acercaba.
-Rosa, necesito que me escuches atentamente y te comprenderé si me tomas por un insensato.
-Te escucho – posando las manos sobre, para tranquilizarlo.
-Desde el día en que te vi por vez primera, no he podido conciliar el sueño, me he enamorado de ti, Rosa. – Tu melodía es tú única compañía. Sé que mi padre no aprobará nuestro amor, si es que algún día llega a hacerse realidad… – Debía decirte, tenía que decirte mis sentimientos. Comprenderé que no me ames, como mi corazón te ama.
-Gabriel – pronunció su nombre con los ojos brillantes. No me pareces ningún insensato. Es la primera vez que un chico me dice tan bellas palabras. No me importa tu rango. Sé que eres hijo de un noble. Pero lo que me guía es mi corazón. Sé que en ti puedo confiar. Lo aprendí desde muy joven. En creer en los hechos. Has venido hacía aquí, a escondidas, con la necesidad de decirme que me amas. ¿Qué chica sería tan insensata de no declarar su amor a un chico cómo tu?. – Una lágrima resbaló de la mejilla de Rosa.
En ese momento sin dar importancia al tiempo ni al lugar, ambos se besaron instintivamente guiados por una pasión que solo ellos entendían y sentían en sus corazones. Continuaron con su noviazgo a escondidas. En ocasiones se veían en el campo, otras se sumergían en las profundidades del bosque más alejado para satisfacer su amor. Un amor lleno de pasión incontrolada. Sabían que sus padres no aprobarían su amor, por ser de distintos rangos.
En una ocasión encontraron un edificio que según oyeron decir se trataba de un rascacielos. Subieron a él aunque todavía estaba a medio construir. Pero les pareció un buen sitio para gozar de su amor. Tenía unas impresionantes vistas. Hasta habitaciones separadas por columnas dentro del mismo rascacielos. Era hermoso. Al mirarse a los ojos, comprendieron que estaban cansado de huir siempre, y decidieron permanecer en el rascacielos, vivir en él.
Pasaron varios meses viviendo juntos. Su amor era infinito. Prometieron no separarse nunca, ocurriera lo que ocurriera.
Un día, el padre de Gabriel los encontró en lo alto del rascacielos, lleno de ira.
-¡Gabriel! – te desheredo como hijo. – Voy a destruir vuestro amor.
-Padre… – no puedes guiar los sentimientos del corazón.
Enfundando un arma, amenazó en disparar a su propio hijo. La ira le cegó, apretando el gatillo, pero Rosa quiso proteger a su amado y la bala le hirió en el corazón. Rosa falleció en los brazos de Gabriel.
-¡Dame el arma! – ¡maldito! – le gritó eufórico Gabriel, con lágrimas de dolor en su corazón al ver a su amada.
El arma aterrizó cerco de los pies de Gabriel. Temiendo el padre por su vida.
-¡Maldito! – ¡Asesino! – me has roto el corazón. Lo que mas deseo es que tú me veas morir para irme con mi Rosa al cielo.
-¡No lo hagas! – rogó el padre.
-¡Padre, tú lo has provocado. Has sabido acertar, donde más sabía que me dolería! – y apretando el gatillo, el joven, disparó.
La imagen de Rosa y Gabriel quedó grabada en la memoria del padre, encarcelado como autor del crimen.
Han pasado los años y el rascacielos cerrado está por la leyenda que se va contando. La terrible tragedia de Rosa y Gabriel, el de un amor prohibido que terminó en desgracia. Lo que todos temen no es sólo lo ocurrido sino que muchas noches la melodía de una voz femenina se oye en lo alto de la torre. Todos deducen que es la del fantasma de la joven.

IRENE ADLER

ELOÍSA Y ABELARDO
No os amo, señor. Nunca os he amado.
Si acaso, amaba en vos el crepúsculo. La tinta bajo las uñas. Los latines dialécticos y almidonados. Una idea de vos, que era como un castillo de arena inacabado, tan efímero y frágil, como caprichosa resulta la marea.
No os amo, señor. Nunca os he amado.
Si acaso, amaba en vos la poesía. Cierta imprudencia torva, vuestro desprendido amor por los halcones. El modo en que veíais, sin mirarlas, las estrellas.
No os amo, señor. Nunca os he amado.
¿Acaso sospecháis, que ese renglón de tinta emborronado, deberse pueda a una lágrima furtiva, derramada sobre el pliego dónde escribo? Erráis en vuestro juicio, si así fuera.
No lloro, señor. Nunca he llorado.
Al humedecer la pluma en el tintero, derramé con torpeza un vaso de agua sobre la escribanía, y los polvos de salvadera no secaron a tiempo el estropicio. O quizá no…
Quizá escribo en el claustro, entre los tilos. Ha empezado a llover, y esa misma lluvia dócil y mansa, que tanto me deleitaba siendo niña, ha invadido estas líneas, provocando en mi carta los borrones.
¿Acaso suponéis, que mi trazo es endeble y algo errático? ¿Qué me tiemblan a la vez, pulso y corazón, mientras escribo? ¿Qué me invade, sin vos, entre estos muros callados, la tristeza o la melancolía? ¿Suponéis, señor, qué os extraño?¿Qué añoro vuestra voz contra mi oído? ¿Qué os escribo, tal vez, porque aún os amo?
No os amo, señor. Nunca os he amado.
Y sin embargo…
Os he amado más soñando que os amaba, aún sin amaros, de lo que habéis amado vos, amando tanto.
Eloise de Argenteuil.

LIDIA FUENTES

Amor prohibido
Iba Maruja cabizbaja con la compra en su mano derecha y su amor prohibido pesándole más sobre su izquierda. Viuda de Paco » el chapista» , viuda de amor, viuda de caricias, tan viuda que parecía que pronto enviudaría hasta de vida.
Cada día bajaba a la plaza, hacía una pequeña compra, daba un ligero paseo, hablaba con las amigas del pueblo y regresaba a casa informada de quien se estaba divorciando o quien había perdido su empleo. Y en esas rutinas diarias se llevaba a cuestas historias que contarse en la soledad de su vivienda.
Maruja se había topado con unos ojos conocidos, el tiempo había blanqueado su cabello, arrugado su rostro, era tan viejo como ella pero seguía viendo a un muchacho guapo de quince años. Ramón también la reconoció, asomaba una entrañable sonrisa mientras se levantaba de la silla para saludarla. Maruja se acercó y como tenía su compra en la mano derecha Ramón le agarró la izquierda y con sus dos manos fuertes y manchadas por la edad se la llevó a su pecho y la besó.
Fueron novios durante dos meses hasta que el padre de ella se enteró. Las rencillas entre las familias de ambos no impidieron que se enamoraran, quedaban a escondidas y un despliegue de besos y caricias crearon el refugio de paz que los salvaban de la la tormenta que habían desatado a su alrededor. Era su amor prohibido, hijo de un ladrón para su padre y un holgazán para su madre. Ramón se mudó a la ciudad, prometieron verse, escribirse, seguir amandose aunque les fuera prohibido, prometieron seguir cuidando aún en la distancia el amparo de paz construido secretamente en el corazón de ambos.
El tiempo marchita sentimientos , decolora los tonos muy vivos y lapida esos refugios con nuevas vivencias que construyen otros caminos. Todo se desvaneció y se alojaron los recuerdos en el baúl de la memoria. El padre de Maruja dejó de espiarla y a relajar el gesto, la madre dejó de revisar su ropa íntima. Ramón no volvió a regresar al pueblo. Pasaron tres años, Maruja se enamoró de su Paco y en un año se casaron.
Habían pasado muchos años, tantos que la vida pide silenciosamente tierra, pero un destello de alegría inesperado salía de esos ojos conocidos y añorados. Ramón la invitó a sentarse, entonces ella se percató de que no estaba solo y miró a la anciana que estaba junto a él, con la mirada perdida,sentada en la silla de ruedas, tan callada, tan ausente.
Ramón le presentó a su mujer, le contó que llevaba dos años enferma de Alzheimer. Habían vendido el piso de la ciudad y se habían comprado una casa en el pueblo, cerca de la iglesia, a dos calles del centro de salud y a cinco minutos del parque. Ramón le contaba su vida con suma naturalidad, como si no hubiera existido distancia ni recuerdos de un amor prohibido entre ellos. Mientras hablaba le ofrecía a su señora trocitos de pan con mantequilla y mermelada, le limpiaba la boca, le rectificaba la postura ,todo eso sin perder el brillo de sus ojos y el hilo de su historia. Entonces Maruja también le habló de ella, de su Paco, de sus hijos, hicieron un repaso mutuo de sus vidas. Un largo silencio se apoderó de ellos, largo en miradas intensas que alcanzó a abrir el baúl de la memoria y el recuerdo de caricias y besos hizo en ese instante acto de presencia . Olvidó Maruja que era viuda y Ramón que estaba en presencia de su esposa.
En ese sutil e intenso encuentro comprendieron todo, hay amores negados, prohibidos, tal vez velados por otros quehaceres más urgentes.
A Maruja le entró la prisa, rompiendo a adrede la magia inventó que sus hijos venían a verla y tenía que preparar comida. Ramón se quedó terminando con paciencia de darle el almuerzo a su señora. La seguía con la mirada mientras en esta ocasión era ella la que se mudaba lejos, había cogido suficiente información en ese inesperado reencuentro. » Quien no entiende una mirada jamás entenderá una larga explicación «
Iba Maruja cabizbaja de camino a casa, con su compra en la mano derecha y el peso de su amor prohibido en la izquierda.
Viuda de Paco » el chapista » viuda de amor, de besos y caricias.
Quizás en unos días…viuda de vida.

RAQUEL LÓPEZ

Este amor prohibido
que hace que mi corazón
este yermo,
de caricias y de vida.
Desnudando mis noches
de miradas lascivas,
de gozos y gemidos,
quizás, utopía..
Este amor tan silente,
sediento de besos
es difícil callarlo,
porque grita desde mis adentros.
Noches prohibidas de insomnio,
percibiendo el aroma a delirio,
tomamos el tiempo en segundos,
paso a paso… sorbo a sorbo…
Nuestro amor oculto,
silente en la noche
que la vida nos prestó,
enajenado a veces,
enquistando nuestros cuerpos
de besos clandestinos
y relámpagos de pasión.
Este amor, sórdido, para algunos,
para otros, loco…
es tan solo un espejismo languidecido,
que la distancia y el tiempo
irán enterrando,
sin importar, que un día,
fue, nuestro «dulce pecado».

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

La noche inmensa, la espera larga. Largos pasillos circulares en un aeropuerto de tercera; de repente, un fulgor, dos truenos y tres rayos, y el movimiento ondulante de unas caderas acompasando la tormenta que se avecinaba. Eran las tres de la madrugada, llevaba siete horas pegado al asiento de plástico en el hall gris y frío de aquel enclave estepario.
Un «frú-frú» se acercó por su flanco derecho, fue como una revelación.
«El amor o se presenta así, o mejor, dejarlo pasar». No era su figura, no era su cara, no eran sus piernas perfectas y largas, era el halo que despedía todo su ser…con los auriculares puestos, parecía la esencia de otro planeta.
Un pitido seguido de una voz chillona anunciaba que el vuelo, al fin, por fin, estaba listo; la tormenta amainaba, hubo un murmullo de comentarios admonitorios de sorpresa, de ruido de maletas, de sonrisas agazapadas tras rostros de miedo.
Pasado el control, subida la escalera, y alcanzado su asiento en el pájaro, a su lado, y para su sorpresa, como compañera de vuelo, tomó asiento la «Revelación». Quería hablarle, pero, tenía la absoluta seguridad de que si abría la boca en ese momento solo emitiría ruidos guturales. Embobado, absorbido por la aparición, perdió el control sobre sus pensamientos, solo podía mirar, solo podía sentir aquello que jamás se había cruzado en su camino. Deseaba que el vuelo durara toda la eternidad. Mientras, la revelación sacó de su portapapeles una libreta negra y una pluma, con mano firme y gesto elegantemente obsceno garabateó: «El amor imposible es el más posible de todos. Lo demás no deja ser una vulgaridad». Él, observaba, creyendo no ser vigilado, pero su compañera de asiento lo veía todo, todo, todo…sin mirar, sin pestañear, como ausente, estaba presente en cada movimiento de todo lo que la circundaba.
Que la azafata se acercara con el carrito de los helados, vino a salvarlo de una situación que él no sabía cómo vencer. La escena dio pie para que a la pregunta de la aeroservidora sobre si querían tomar algo, interpretando que viajaban juntos…él, tartamudeando intentó explicar de mala manera que no, que no se conocían, pero que estaría encantado de invitar a la «Revelación» y de paso hacer las correspondientes presentaciones…
—Hola, mi nombre es M. es un placer compartir espacio con Vd.
—Mi nombre es Reve. De momento no siento placer alguno.
La respuesta le dejó mudo del todo. Ahora sí que no sabía cómo continuar con lo que para él –así lo sentía- era el amor imposible de todos los amores posibles que hubiera podido soñar.
La noche larga, el vuelo bacheado, la mente a mil revoluciones.
Un altavoz chirría, la voz anuncia de forma robótica y maquinal la próxima tomadura de tierra en el país del sol, las montañas y los mares…
Abrió los ojos al compás del rayo de sol que se colaba por la ventana. La tormenta había desaparecido. La figura que ocupaba el asiento contiguo, también.

SILVANA GALLARDO

Momentos efímeros
de epifánica felicidad,
escondidos en el alma,
atrapados en prejuicios
sepultados en la culpa,
agazapados en la oscuridad.
Vuelan en abrazos intensos
de fuego abrasador
para tocarse los labios;
tsunamis de caricias
que inundan la existencia
sin pena, sin límite, ni resabios.
Miradas atrapadas en la nada
de instantes fervientes
que se esfuman;
corazones ardientes
fundidos en brasas calcinantes
de hombre luz, mujer enamorada.
Instantes de otro amor robados,
de fascinación y olvido;
envueltos en secretos escondrijos,
dos seres que se encuentran
extraviados, en su amor prohibido.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

Cada día te espero ardoroso, impulsivo,
con la ansiedad urgente de un novio primerizo.
Por la avenida llegas, estimulante, hermosa,
engalanada tu aura con la luz de mil soles,
homenaje rendido de galaxias lejanas.
Despliegas, fascinante, tu magia seductora,
como una luna nueva cargada de promesas.
Con celosa impaciencia de amante cotidiano,
espero en tu mirada un brillo apasionado
y un beso volandero se escapa entre mis dedos,
caballero del viento, que agita tus cabellos.
Al vuelo lo recoges llevándolo a tus labios,
con un guiño en los ojos de amor correspondido.
“¿Será hoy, por fin, el día?”, me pregunto impaciente,
buscando en tu postura la respuesta que anhelo.
Pero tu rostro amado se nubla de nostalgia,
como oscurece el día la nube pasajera,
cuando niegas, de nuevo, rompiendo mi esperanza.
«Quizás mañana sí».
Lenitiva la brisa me entrega tu promesa,
mientras tu boca alumbra un beso de consuelo.
Y te alejas despacio, majestuosa, bella,
dejándome doliente, febril, enamorado,
sabedor que hoy a otros regalarás cariño
sosegando sus almas con caricias de hielo.
Qué fatal providencia, qué amargo desatino,
consentir con la muerte hallarse prometido.

BEA ARTEENCUERO

Primer día del curso de literatura, nos inscribimos con mi amiga
Evelyn.
– Vamos, acompañame, no quiero ir sola, de paso aprendes, ya que te gusta escribir..
Ahí estábamos, junto a un grupo de gente de nuestra edad, algunos con experiencia en el mundo de las letras, otros como yo, aficionados.
Nos estábamos presentando, cuando te vi entrar, creí que eras un compañero más, pero no.
– Señores…buenas tardes, soy el profesor, él que los va a llevar hasta los sueños más profundos, y cuando estén allí, den rienda suelta a sus emociones internas y vuelen con la magia de la imaginación.
Dicho esto se presentó…
Alejandro Posadas.
– Bien a trabajar..
Sus clases eran magistrales; me enamoré de su mirada calma, la forma de hablar…pausada, su cabello castaño entrecano.
Entre verbos, gerundios, comas y puntos, yo tejia mil historias, en todas el protagonista eras vos, pronunciaba tu nombre y te amaba en silencio.
Hasta que un día, me anime y …
– Profesor, no entendí lo que explicó en la clase anterior, no logré hacer nada para presentar.
– Bien Sonia, en el receso te explico;
Así fue, lo tenía tan cerca y tan lejos,
mientras me explicaba yo sólo me perdía en sus ojos, su mirada profunda, sólo conseguí enamorarme más.
Busque mil excusas para quedarme a solas con él, lo sentía mío en esos momentos.
Fue un día de lluvia, después de la explicación que le pedí, me dice.
– ¿Donde vivís? Te acerco si querés, con este temporal te será difícil viajar. Por supuesto que acepte, era más de lo que podía desear en mi loco romance imaginario; le indique la dirección, ya en el auto, curiosamente el tomaba ese camino, no se le complicaba dejarme de paso.
Sin querer rozó mi mano, mi corazón latio tan fuerte, creo que hasta él lo escucho. Al llegar le agradecí y me anime a invitarlo a pasar para compartir un café, rehusó pero de pronto…dice.
– Bueno, me hace falta.
Fue el principio de muchos café.
Una tarde, sin saber cómo estaba en sus brazos, nos besamos; sus besos profundos , explorando con su lengua la cavidad de mí boca, explotaron mis sentidos y nos entregamos con loca pasión, sus manos recorrían mi cuerpo desnudo en una caricia interminable, despertando mis deseos en un éxtasis total; bailamos juntos al compás del deseo, la pasión y la lujuria estaban ahí, en cada entrega
nos adueñabamos del cuerpo del otro, fundiendonos en un sólo ser en el fuego que desprendía la piel de nuestros cuerpos. Nos entendíamos con tan sólo mirarnos..
Fueron muchos viernes, en cada encuentro…volabamos cada ves más alto.
Te amé, sin preguntas , en una entrega total.
Se Acercaba el final del curso, la reunión anual.
Fui con Evelyn (ella sabía de mis Sentimientos y mis encuentros) imaginando el después de la reunión, estar juntos.
El salón estaba casi completo cuando llegamos, nos sentamos junto con compañeros, estábamos charlando, riendo de anécdotas del año Cuando lo veo entrar…Elegante, ¡hermoso a mis ojos!
Pero…No estaba sólo, alguien lo acompañaba, quedé muda, Evelyn
al verlo, me miro perpleja.
Paso cerca nuestro sin vernos.
Deje pasar unos minutos y me acerco, estaba rodeado de alumnos que lo saludaban; cuando me vio… me miró largamente y me dijo:
– Sonia te presento a mi esposa!
Quise hablar y no pude articular palabras, las luces giraban y giraban, no recuerdo más nada, desperté en la camilla de enfermería, rodeada de compañeros.
Me llamó muchas veces, no lo atendi y no volví a verlo.
No regrese al curso.
Me refugie en mi interior; me di cuenta que sólo me dedique a amarlo, sin preguntas…
¿ No se que fui para él ?
El…él fue ¡¡ Mi amor prohibido!!
Sólo que yo no lo sabía….

EMILIANO HEREDIA JURADO

DESPIERTA
Obra de un solo acto y una escena.
Reparto:
Adela: Rosa María del Calvario Guzmán.
Adelino: Fernando de la Cruz Núñez.
Criada: Josefina Martínez Aranda.
Se abre el telón.
Un salón, ricamente amueblado.
A la izquierda del escenario, un aparador de madera de nogal con rica vajilla. En el centro, dos sillones de oreja, de terciopelo rojo burdeos, flanqueando una chimenea, con una mesa de te, de marquetería, con un juego de alpaca, de tetera y dos tazas, sobre un tapete de chantillí.
En el lado derecho, una puerta de dos hojas correderas, color caoba, y en el rincón, una mujer madura, de unos cincuenta y algo años, con falda gris marengo, de buen paño, medias de algodón, zapatos de buena piel, de amplia lengüeta y bajo tacón, negros, con una rebeca de hilo, azul marino, arropando una camisa beis con volutas longitudinales que ocultan los cinco botones nacarados de ésta.
De rostro sereno, se aparta un poco el lado derecho de su pelo, a media melena, recogida por atrás, con una pinza de carey, con la mano que sostiene una estilográfica. Está reclinada, apoyado el antebrazo izquierdo, sujetando un folio, que está escribiendo en el secreter, con la portezuela de persiana corrediza, subida, iluminando éste. Un flexo articulado de latón. Sentada en una silla madera, a juego con el secreter, respaldo de cinco láminas de madera, con el borde superior curvado, para dar sensación de comodidad.
Dos golpes, suaves, suenan en la puerta.
Adela:
¿si?, – se gira, dejando la estilográfica con cuidado, encima de la superficie del secreter, apoyándose con el brazo derecho en el respaldo curvo de la silla, mirando hacia la puerta, esperando la respuesta a su pregunta-
Criada:
Señora. ¿Da usted su permiso?-pregunta tímidamente, desde el otro lado de la puerta-
Adela:
Adelante, pase.
Criada:
Señora, perdóneme si la he interrumpido, pero hay alguien en la puerta que quiere hablar con usted. Un asunto urgente, dice- le dice apurada a su señora, una chiquilla de no más de diez y ocho años, pelo recogido en rodete con dos guedejas, que las tapan una cofia almidonada, que corona un uniforme negro, con un mandil igual de blanco y almidonado, así como los puños de las mangas del uniforme-
Adela:
Sea quien sea, haga el favor de decirle que venga mañana por la mañana, que es cuando está el señor-responde con desdén y desgana, volviendo a su escritura, sin mirar a la criada-
Criada:
Disculpe la señora, pero la persona que se encuentra a la puerta, me ha dejado encargo que la diga que, no se moverá de ésta, hasta que no consiga hablar con usted, y que sería mejor que sea usted quien le atienda, porque, si hablase con su marido, irían las cosas a mayores-dice con pudor, con la cabeza un poco gacha, mirando de soslayo a su señora, con las manos cruzadas por delante- eso me ha dicho, señora.
Adela:
¡hola!, así, que el desconocido personaje que se encuentra a la puerta de mi casa, se atreve, nada más ni nada menos…que amenazarme, ¡a mí!, en mi propia casa!-exclama, en voz alta, mirando al aire, con la estilográfica, apoyada en el labio inferior, mientras habla-dígale a ese desconocido, que si no se marcha ahora mismo, llamaré al comisario, y recálquele que es muy, amigo mío-le dice a la criada, mirándola con desafío-
Criada:
Señora, la visita, me ha encargado que la diga que, en previsión de que usted no le quiera recibir, y que llamase a las autoridades, el escándalo que iba a formar se escucharía en diez leguas a la redonda-dice nerviosa, y ya sin mirar a su señora-
Adela:
¡Bueno! –se levanta con ímpetu, dándose unas palmadas a los muslos, antes de levantarse-está bien, todo sea por evitar el escándalo-exclama con una mueca de disgusto-haga pasar al misterioso visitante- se dirige al centro del escenario, donde, una lámpara enorme de lágrimas de cristal de swarosky, irisan con sus reflejos, el suelo y el cuerpo de Adela-
Criada:
Disculpe usted el atrevimiento, señora, pero usted si le conoce, es el Adelino, el hijo de la cocinera
Adela:
¡¿quien?!-responde con un respingo, girándose bruscamente, hacia donde está la criada, esperando sus instrucciones pacientemente en el umbral de la puerta-¡ese mentecato!, ¡venir a mí!, ¡ a mi casa!, ¡con ínfulas de qué!, ¡de qué!-alterada, deambula por el centro del escenario, con los brazos en alto, escandalizada, con la mirada furiosa-¡hágale pasar, y retírese!
La criada se va, y aparece en escena, un mozalbete, de unos veinte años, con el traje limpio de los días de misa y de fiestas, y una impoluta camisa blanca, oliendo a jabón de lagarto.
Adelino:
Disculpe el atrevimiento, señora-dice, humildemente-lamento muchísimo el trastorno que la estoy causando con mi visita, pero es menester que escuche lo que le tengo que decir, que es de capital importancia-traga saliva, se retuerce las manos, nerviosas, sin saber a dónde mirar-
Adela:
¡osadía!, ¡le llamaría!, ¡amenazarme a mí!, a tu señora!, ¡tú, que comes gracias a la limosna que le doy a tu madre!-le reprocha, con toda la soberbia del mundo- ¡a ver!, que es eso tan urgente de “capital importancia”-dice irónicamente- que me tienes que decir, y abrevia, que mi tiempo es demasiado valioso como malgastarlo en gente baja como tú- se vá al lado del aparador, con gesto adusto-
Adelino:
Señora- avanza unos pasos, acercándose a la señora, porque de los nervios, la voz, le sale bajita-es menester que, conozca los acontecimientos que me han obligado a estar aquí en estos momentos, junto a usted, para que escuche lo que tengo que decirla-explica, humildemente-
Adela:
Tú, ¿a mí?-le responde, mirándole con repugnancia, de los pies a la cabeza-Venga, abrevia, que ya va llegando la hora de la cena.
Adelino:
Señora, usted, me ha visto crecer entre estas cuatro paredes, junto a mi madre, siempre entre los fogones, pelando patatas, fregando los cacharros, haciendo lo que a usted ha creído menester mandarme, sin yo, tener la más mínima objeción o haber salido de mi boca, la más mínima de las quejas.
Adela:
Acaba, que tengo mejores cosas que hacer- le dice, dándole la espalda, observando distraídamente un cuadro de caza, al lado del aparador-
Adelino:
Pues eso, que venía a decirla que, si usted me ha visto, como la he dicho desde chico, yo, he visto, como sufría, por culpa, y perdone si descalifico, de ese troglodita que tiene por marido, de todos los desprecios, de las mujeres que han pasado y pasan por sus manos, sus borracheras….
Adela:
¡bastaaaa!-grita furiosa, empujando hacia el centro del escenario a Adelino, que recula, dando torpes pasos hacia atrás-¡eres un desagradecido!, ¡hablar así de la persona que tenías que besar el suelo que pisa!, el que os da de comer a ti y tu madre-le señala furibunda con el dedo!, que me tiene como una reina, me da todos los caprichos, esta casa, esta vida…!y sí!, ¡si para ser una señora digna, he de pagar el precio del engaño! ,!así sea!-le da la espalda a Adelino, arropándose con la rebeca de hilo, poniendo una pose de señora muy digna-
Adelino
Señora, pero hay algo que él no le ha dado ni se lo va a dar nunca- dice, acercándose a Adela, casi rozándola-
Adela
¡¿Qué es eso de lo que me estás hablando?!, -se da la vuelta, burlándose de Adelino-¡¿Qué es eso que él no me da?.
Adelino:
Amor, el amor infinito que siento por usted, que le daría hasta el último de sus días
Adela.
¡Fuera!-le da una bofetada a Adelino que humillado, sale por la puerta-Fuera, fuera….-va diciéndose a sí misma Adela, cada vez más bajito, como un murmullo, llorando, gimoteando de rodillas, encima de la alfombra que abriga el suelo-Adelino, fuera, que seas tan feliz como yo lo quisiera para mí, contigo.
Se baja el telón
Fin

GAIA ORBE

furtiva noche:
insaciable dominio
de lo prohibido
rojo y blanco
resplandor del cielo
cae al olvido
otra aurora
ceniza otro humo
vedada pasión
ilícito amor
danza en llamaradas
historia final

CURRO BLANCO

» La vió «.
La buscó por todos los lugares. Se resistía a creer que algo tan bello se pudiera extinguir así, tan de repente. Sin avisar.
Ahora, estaba allí, a dos palmos. Aún olía a élla; el mismo aroma balsámico de aquél día, insinuante, fresco, cautivador…
Nunca la olvidó. Creyó haberlo hecho. Imaginó que después de tantos años ese amor prohibido se apagaria para siempre. Que después de haber intentado lo inconcebible en aras de ese amor ya no habría lugar para engastarlo.
Hizo un amago con su pierna izquierda para girar sobre si mismo y dar media vuelta y marcharse. En ese preciso momento, su voz, lo paralizó. Se maravilló; su timbre era igual que hace cuarenta años, con la dulzura y alegría de entonces.
Retornó de nuevo su pierna al mismo lugar recriminándose a si mismo qué dónde iba, que qué hacía tontolaba…. Hacía cuarenta años que deseaba este momento. Quizás no volvería a verla más y que solo estaba nervioso pero nada más. Se aproximó un poco más a ella, poco, quizás un par de centímetros, pero lo suficiente para sentirse arraigado en su decisión de quedarse. Su voz de nuevo hizo vibrar sus recuerdos: » y además del kilo de tomates bien maduros, me pone un pepino, medio de zanahorias y mitad del cuarto de pimientos».
Quiso, pero no pudo, dirigirse a ella y decirle que él compraría lo mismo, que hoy, como todos los Martes, haría gazpacho y que además él, le ponía medio ajito crudo y unas ramitas de hierbabuena que le iba muy bien y que si por casualidad el ajo crudo se le repetía en digestión, que podía sustituirlo perfectamente por media cebollita.
Pensó – y más tarde se reprocharía a si mismo que porqué pensó, si él en el capítulo 1345 de Kunfú aprendíó perfectamente que en determinadas ocasiones mejor no pensar-, que mejor así. Que ella tendría como él, hecha su vida; con su esposo y sus hijos, con sus venturas y desventuras, con sus amores y desamores. Le vastó con impregnarse de su voz, de su olor… De mirarla hasta la saciedad de sus pupilas.
Ahora sí. Se giró sobre si mismo dando media vuelta y se fue.
A medio camino de llegar a casa se dió cuenta de que no había hecho la compra. Se volvió sobre sus pies y con una sonrisa etrusca que sintió nacer desde sus vísceras más reconditas y que se le reverberaba por encima de la barbilla y por debajo de la nariz, dijo: quien no tiene cabeza tiene piernas y, copón, no siempre tienen que acertar los consejos de la serie Kunfú….

MARI CARMEN CANO REQUENA

Se llamaba María, la criada de Don Cosme y Doña Teresa, una mujer que a pesar de su temprana edad con tan solo 22 años, era una auténtica criada pues sabía hacer de todo. Desde las tareas más laboriosas de la casa hasta cocinar y hacer remiendos en algún que otro roto en las ropas de los señores.
Era pulida y disciplinada se limitaba a su trabajo, trabajaba desde muy temprana hora, hasta casi el anochecer, apenas tenía tiempo para ella y el poco rato del que disponía se lo pasaba en su habitación pensando en é.
Sabía hacer muchas cosas, pero una de las que mejor se le daba por encima de todo era seducir…. Estaba obsesionada con el señor Don Cosme, tenía una necesidad desbocada de verlo a cada momento del día, lo buscaba a todas horas pendiente de el a cada momento sin levantar sospechas delante de la señora. Todas las mañanas le preparaba su desayuno y se lo subía a su habitación aprovechando que Doña Teresa a esas horas se levantaba y salía muy temprano de casa para desayunar con sus amigas después de dar una buena caminata, así que no aparecería por casa hasta bien pasadas las 10 de la mañana.
Maria se subía los pechos por encima de la puntilla del escote de su uniforme, se apretaba un lazo bien grande en la cintura y dejaba caer las cintas por encima de su trasero, se recogía el pelo con un moño dejando caer unos tirabuzones pelirrojos por las mejillas para ir apartándolos con delicadeza cuando lo veía necesario, se pintaba los labios rosa púrpura con un toque de brillo que le daban un aspecto apetecibles, un poco de perfume en sus muñecas y sus zapatos negros de charol que le hacían juego con el lazo.
En una mano la bandeja y en la otra el periódico, subía por las escaleras con ese taconeo que solo esos zapatos sabían hacer.
-Don Cosme le traigo su desayuno….. habiendo picado antes a la puerta.
-Pasa y déjalo en las mesa, en un rato me lo tomaré.
Ella se contoneaba por delante de él como si de un pavo real se tratara, exhibiendo sus plumas para llamar su atención….. le acercaba el periódico a la cama…..
Antes de salir de la habitación Don Cosme la miró y le dijo….. no me había fijado en ese lazo tan grande que llevas, es muy bonito.
María se quedó parada y le dijo, -siempre lo llevo, su corazón se aceleró y sus mejillas se ruborizaron dejando escapar una sonrisa apretando sus labios carnosos que brillaban a más no poder.
-Hoy estas distinta, te has hecho algo diferente? No se, el pelo quizás?
-No señor, siempre lo llevo igual.
-Puedes acercarte y sentarte a mi lado?
-Por supuesto señor.
María estaba nerviosa, pues nunca le había dicho nada parecido, se sentó a su lado y lo miró deseosa de cogerle la mano, pero en su interior había algo que la paraba….. respeto.
Don Cosme tenía 70 años y a ella le parecía un hombre muy atractivo, quien podría sospechar que a ella le interesara.
Estaba tan cerca de el que podía ver los poros de sus mejillas.
El señor le pidió el periódico haciéndole una señal para que no se levantara y lo cogiera desde el lado de la cama en el que ella se situaba, de tal manera que se girara de cara a él. Ella se ruborizó pues la situación se complicaba por momentos.
En ese momento el señor le puso la mano sobre su nalga con mucha delicadeza y le dijo…..
-Querida mía, no imaginas lo que te deseo desde el primer día que entraste por esa puerta, eres una joven preciosa con una piel aterciopelada que despierta en mi deseos que nunca había imaginado.
María le cogió la mano y lo besó, señor yo lo amo en silencio desde hace mucho tiempo, tenía un sin fin de frases en la cabeza que deseaba decirle pero….. En ese momento la puerta de la calle se cerró y se oyeron subir pasos por las escaleras hacia la habitación. Era Teresa!!
– El señor la miró asustado y le dijo…. Siempre nos amaremos en silencio sin pasar esta puerta, será nuestro amor prohibido………
María supo que ese día sería el único, último e irrepetible.

CONCE JARA

Abel camina diligente por los pasillos y coloca todo aquello que no está en el lugar, en el milímetro adecuado. Al final, orgulloso, se detiene y observa el conjunto. Ama su trabajo, ama el orden en la distribución de los electrodomésticos… los ama a ellos. Y es que para Abel desde el más pequeño hasta el más grande tienen un lugar en su corazón, así viene siendo desde hace casi dos décadas.
Renuncia a su libre semanal y llega dos horas antes del inicio de su jornada, con el hipermercado aún en penumbra. Una vez allí y saca brillo uno a uno a todos los electrodomésticos de la sección, dejando para el final su predilección.
Pero antes, se quita la camisa y con ella da lustre mientras acaricia a su nuevo amor: una lavadora joven, de una eficiencia energética de A+++, diseño elegante y sofisticado acero inoxidable. Nada menos que una Bosch de 9 kilos de carga, con una potencia de 1400 r.p.m. Y es que la diferencia de este modelo con otros es su función de autodosificación.
Abel está deslumbrado, totalmente enamorado. Cuando copula con su mujer, en la oscuridad de la habitación y los ojos cerrados, se imagina que penetra a esa joya por el hueco del tambor, gritando como un poseso en el clímax de la copulación:
– ¡Te voy a rellenar entera… Bosch!!
Su mujer está acostumbrada y es que una temporada es Zanussi, otra Miele, otra Samsung… ahora le toca Bosch. Ella se consuela pensando, mientras apura el pitillo de después, que al menos no es con otra mujer.
Hoy una señora le pregunta por una lavadora, y él, con una sonrisa, le muestra tres modelos de las características que ella busca, explicando las funciones de lavado, las ventajas de cada una de ellas, su manejo. Su clienta duda, no sabe bien cuál elegir, momento en el que se fija en la amante de Abel, quien con todo el dolor de su corazón enseña a su joven amor.
Acompaña tristemente a la clienta a la caja, mientras sus compañeros, apoyados en el mostrador, observan con envidia la operación, ya que Abel, como otro de tantos días, lleva el récord de ventas de la sección, pero al mismo tiempo con guasa, ya que se avecina el fin de la “relación”
Son las ocho de la tarde y Abel sigue con su tarea inquisidora de colocar y observar, cuando se da cuenta de que hay manchas color fresa sobre algunos de los electrodomésticos. Bayeta en mano busca y limpia entre pasillos y paneles al culpable del desaguisado, al que finalmente identifica abriendo y cerrando a golpetazos la puerta de un horno de última generación.
Raúl, así se llama el culpable, agarra un chupa Chups pringoso, gritando incoherencias, mientras se tira por el suelo, se levanta, lanza y recoge una tortuga de peluche, a la que mete en su preciada lavadora…
—¡Noooo!—piensa—, ¡no toques a mi amor prohibido!
Abel, a punto de estallar en un grito, se acerca agarrando fuerte el brazo del niño y le pregunta con sonrisa forzada:
—¡Hola, pequeño! ¿ Y tus padres? —Raúl se le queda mirando y le saca la lengua lentamente, color fresa para escaparse, seguir corriendo, sin dejar de plasmar su impronta palmar en todo lo que pilla a su paso.
El mundo de Abel se ve amenazado… es la hora de la visita del jefe de sección para hacer caja. Abel recorre los pasillos tras el pequeño, gritándole ¡asesino, hijo de puta, cabrón!, hasta que escucha como le llaman por el altavoz del hipermercado, requiriéndole para que se dirija a su mostrador. Le espera su jefe.
El encargado muy serio, al verle sudando, con la corbata descolocada, y despeinado le pregunta si le ocurre algo:
—Sí señor -dice ofuscado y con el corazón en un puño-, tenemos un grave problema: un pequeño monstruo incontrolado, sucio, vandálico, recorre nuestros pasillos con sus mugrientas manos, manchando la exposición, aunque estoy intentando localizar a los inconscientes de sus padres.
En ese momento, de detrás del mostrador, aparece Raúl, que señala con su cruel dedito a Abel:
—¡Este es papa… el hombre malo que me insultaba y quería pegarme!

DANI GALLEGO ALEMÁN

Mi amor está prohibido, caduco, fermentado…
Como el hilo que sujeta un amanecer, mi amor es frágil, casi invisible, llenito de espuelas microscópicas.
No está vacío, mi amor, roto quizá, astillado, estacado, pero no vacío. Al menos no del todo.
Está perdido, escondido y perdido, más escondido, que perdido digo ,allí o aquí, dónde aguardan las hadas moribundas que habitan el whisky.
Prohibido, mi amor está prohibido, amargo, aún sin fruto.
Un día, mientras la noche se zurcía el pijama, fue arrancado, de cuajo, mi amor. Como una verruga que se seca y cae.
Y entonces lo prohibí. No entonces claro, después de todo el dolor, mientras alguien que no era yo usaba el papel de mi cabeza para dibujar realidades en ese silencio que no dejaba de sonar.
Me repito, que está prohibido, una y otra vez, mi amor, harto del que sigue, del que persigue, del que no consigue.
Sin pretextos, subterfugios, escapatorias o evasivas, sin argucias, falsedad o disimulos…lo prohibí.
Creo que hice bien, o quizá no.
A veces me siento y me como una manzana al sol, roja, llena de sabor o verde , que rechina dientes.
Y no escupo las pepitas y lloro a carcajadas y brilla en mi mano, efervescente, el miedo.
¿ Dónde está el tiempo ahora ?.
En el primer cajón de la mañana.

DAVID DURA MARÍN

Llevo cuatro años , seis meses y nueve días en esta isla desierta.
No llegué en ningún barco ni avión accidentado , estoy aquí por propia iniciativa . Me dejé llevar mar adentro con el premio de una caja de chocacrispis para el desayuno.
Dos bracitos hinchables color melocotón.
La odisea tardó seis meses , bebiendo agua de lluvia y alumbrandome con un mechero en la noche.
Al llegar no sentía el brazo con el que sujetaba el mechero.
Valió la pena , puedo hacer fuego .
Hoy , a cuatro de Marzo del 2021 ha llegado a mi costa un visitante vestido con traje y zapatos a juego.
Pensaba que era del gobierno pero me equivocaba , solo un vendedor de alarmas .
Me ha convencido con el tema de los okupas.
Podréis pensar que ya he perdido la cabeza , nada más lejos. En la promoción de la alarma entro en un sorteo , un viaje a ninguna parte , parece interesante.
He tenido que pagar con las tres palmeras de la isla que me proporcionaban agua de coco,
veinte kilos de cangrejos y siete peces en salmuera.
Al único árbol de la isla , de sombra agradable , le he quitado la corteza , secado sus hojas para convertirlo en libro.
Recuerdos de mi época de encuadernador.
Cuando lo tenga terminado y parezca un libro , pasaré mi tiempo de vida leyendo sus hojas vacías.
Quién necesita un texto estando la imaginación ?.
Siempre me ha dado rabia el final de una historia , creo que este libro será eterno.
Ahora ya nadie podrá verme y decir, ahí está el rarito siempre leyendo!.
Cuando uno siente el amor , poco importan las formas…..Fin…

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«El Amor Prohibido de Iván»
Después del desgraciado accidente con el que me dejaron huérfano y con una fortuna difícil de atesorar, heredé varios negocios de mi padre, dejando por culminada mi carrera profesional. Desde pequeño tenía muchas metas y sueños por lograr y no por ser rico, conseguí hacer realidad ninguna de ellas. Era un chico algo rebelde y extrovertido, ligaba con muchas chicas y no podría contar con cuantas acabé aplacando mi sed de mujer. Tenia la agenda del teléfono repleta de números apuntados entre wisqui y chupitos de tequila . Siempre fui un espíritu libre capaz de todo.
Me casé joven por mi nombre, mi estatus y mi apellido familiar. Mi mujer era hija de un reconocido contratista. Vivimos felices a pesar de todo y con ello llegó el nacimiento de mi único hijo. Nuestro amor era frío y distante. Fiestas y presentaciones fingidas, donde yo era el mejor marido y ella la mejor esposa. Siempre mantuve en secreto que no dormía con mi mujer durante años y desde entonces no teníamos sexo. Visité lugares del pasado en busca de amigas de instituto y la universidad. Volvía a la cama con las mismas chicas del pasado y recordábamos viejos momentos. Busqué un detective privado que terminó dándome la noticia que me esperaba. Mi mujer me era infiel desde el comienzo de nuestra relación. El bastardo que dormía en mi cama cuando yo pasaba la noche en mi clínica de psicología, era un amigo que mantenía una relación con ella antes de conocerme.
Hablaba a menudo con Jeremy, un buen amigo de la infancia y el mejor detective privado de la ciudad. Me marché a un apartamento de alquiler, mientras buscaba la manera de separarme de mi mujer sin hacer nada público en los medios. Mi vida se convertía en un auténtico desastre y terminé siendo esclavo de mi trabajo para mantener ocupada mi mente. Pasaba horas en mi oficina: Cuando terminaba aburrido buscaba alguna nueva trabajadora y con la escusa del aumento, la tenía comiendo de mi mano y de donde yo quería . No era ese tipo de persona, pero la soledad y la sed de tener unas nalgas que apretar, hacían que me olvidara por unos minutos de insignificante que soy. Sobre todo acudían las que pedían un adelanto para un aumento de pecho. El día que no me salía con la mia, vagaba por los prostíbulos de la ciudad.
Me senté desde muy temprano junto a la mesa de mi despacho, permanecía centrado en la nada y pasaba las horas pensando que podía hacer. Había pasado la noche allí y no tenía muy buena cara. Estaba en calzoncillos, con una bata sanitaria y unas ojeras enormes de no poder dormir. Vanesa, mi asistenta, tocó varias veces la puerta.
—¡Señor, se encuentra ahí!—exclamó junto a la puerta. —Traigo los expedientes y las renovaciones de contrato de los nuevos trabajadores— continuó entreabriendo y asomando un poco la cabeza.
—Sí, estoy aquí, puede pasar— contesté.
—Los he ordenado alfabéticamente, como a usted le gusta, que tenga un buen día— dijo despidiéndose y dejando un tocho de documentos en mi mesa.
—Muy amable y usted también, gracias— contesté despidiéndome.
Agotado, dejé caer mi cabeza con un suspiro. Observé la gran cantidad de contratos y decidí buscar un nuevo aumento. Encontré una buena candidata llamada Elena y arreglé todo para el momento.
—Disculpa Vanesa, diga a la nueva limpiadora que se presente en mi despacho— le ordené por teléfono.
Me arreglé un poco mientras esperaba ansioso a la chica nueva. Me coloqué mis zapatos nuevos, la mejor camisa, el mejor traje y me eché mi mejor colonia. Terminé de colocarme bien la corbata, cuando tocaron dos veces a la puerta.
—¡Pase, puede pasar!— le exclamé.
—Buenas tardes, señor Iván. Me ha dicho la señorita Vanesa que me buscaba— dijo un poco nerviosa y sin despegar la vista del suelo.
—Sí, sí, siéntese— dije mientras acomodaba una silla. —¿Quiere tomar algo?— pregunté abriendo la nevera de el mini bar.
—Sí, si no es mucha molestia— contestó.
—¿Qué desea? Puedo invitarla a un té o café, si lo prefiere— volví a preguntar.
—Lo que quiera, no me importa.
Saqué una buena botella de vino y dos copas de la vitrina. Dejé la copa a su lado y le serví el aromático y exquisito líquido tinto.
—Por qué no va directamente al grano y se deja de invitarme y agasajarme— insinuó tomando un ligero sorbo de la copa.
—¿Cómo dices?— pregunté sorprendido.
—Que no soy tonta, y sé que me has llamado para echar un polvo— dijo tajantemente.
Se levantó de la silla sin quitarme los ojos de encima, me agarró de la corbata y estiró hacia ella, hasta juntar sus labios con los mios. Me besaba desatada y de forma muy salvaje, mientras desabrochaba de un tirón mi chaqueta. La agarré fuertemente del culo y la senté en la mesa. Quitaba cada uno de los botones de su bata celeste, mientras ella se deshacía del cinturón, sin despegar en ningún momento nuestros labios. Metió la mano por mi cintura, agarrando el paquete y mordió mi labio inferior con sensualidad.
—Hmm… parece que me voy a dar un buen festín!
Si que quiere renovar el contrato, sabe como ganárselo y regar los oídos. Mi miembro no es para tanto.
Le saqué suavemente la camiseta, besando poco a poco su piel, desde el vientre hasta el cuello. Le di un ligero mordisco en la barbilla, desabrochando el sostén, y dejando respirar sus dos redondeados y puntiagudos senos. Enrede mis dedos en su pelo y incliné su cabeza hacia atrás, deslizando mi lengua por el cuello, pasando por sus pechos y terminando por debajo del ombligo. Quité el botón de su vaqueros, bajé cuidadosamente la cremallera y comencé a besar la cintura. Quitando las zapatillas, arrastré el pantalón por las piernas hasta llegar a los tobillos, lo saqué cuidadosamente y comencé a subir con mi lengua, por el tobillo derecho. Llegué hasta la delgada cuerda del tanga, que terminé rompiendo con mi boca. Dibujé el contorno de su cintura con mi lengua y bajé lentamente, hasta tocar con la punta el clítoris. La escuchaba suspirar y soltar leves gemidos, arqueando su espalda hacia atrás y dejando caer su cabeza en la mesa, mientras jugaba con mis dedos en su vagina. Saboreaba aquel manjar, una y otra vez. La hacia gemir y retorcer de placer. Cuando la veo con los dedos de las manos pegándole bocados a la mesa y los muslos se le tensan alrededor de mi cabeza, la dejo descansar y mientras se relame por más, aprovecho y me quito toda la ropa.
Me gusta hacerlas sufrir. Que pidan mas de mi con cada embestida, con cada amago de mi miembro cerca de su vagina, se pellizquen el pezón. Que sufran de placer antes de abrazar su cintura y la apreté contra la mia. Le asestaba lentas, pero fuertes embestidas, mientras jadeaba sin poder cerrar su boca. La cogí por debajo de las nalgas con mi brazos y la senté sobre mis piernas en la silla. Sin separar la cabeza de la mesa y con la espalda arqueada, hacemos natural lo inmoral. Le cambié de postura, dejando las manos sobre la mesa, separé sus piernas y agarrando de la cintura, volví a introducir mi pene por la vagina. Levantaba la cabeza abriendo más la boca y gritando fuertemente en cada sacudida. Tenía un orgasmo tras otro y no paraba de verter su flujo viscoso que bajaba templado por mis genitales. Agarré sus pechos en mis manos y la senté de nuevo en mis piernas hacia delante y votando suavemente, se deshacía entre suspiros, que formaban una neblina en su boca. La volví a besar en los labios, mordiendo yo ahora su labio inferior. Enrede mis dedos en su pelo y bajando de cuclillas, peleaba por llevársela a la boca. Comenzó a lamer y chupar con repetidos vaivenes.
—Puf, menudo polvazo— le susurré al oído.
Volví a besarla y está vez, ella subía en mis piernas y introducía mi pene en su vagina.
—Dámelo todo, córrete— me dijo.
—¿Dentro? ¿Estás segura?— pregunté.
—Sí… córrete dentro— contestaba jadeando entre gemidos.
La sujeté del culo y la senté de nuevo en la mesa y tirando todo lo que había arriba de ella, me acosté encima y apreté todo hacía dentro, mordiendo su cuello. Me corrí dentro, con desenfreno y sin parar de embestir una y otra vez, hasta culminar del todo. Sudados y reventados, nos quedamos mirando juntos el techo del despacho.
Terminé de echar el polvo y me di cuenta que me faltaban cigarrillos.
—¡Vanesa! Salgo a comprar tabaco y fumar un cigarro, si hay alguna llamada me avisa— dije por el teléfono de la oficina.
Me decidí ir a comprar, recordando que al otro lado de la clínica, había una gasolinera. Cogí mi chaqueta y me volví a echar colonia, coloqué mi corbata y me dispuse a salir.
El día estaba bastante gris y parecía que iba a llover, se notaba la humedad y el aire arrastraba llovizna. Pasé cerca de mi coche y lo presumí un poco, limpiando un faro trasero. Me cubrí debajo del porche del aparcamiento y crucé rápido a la gasolinera.
—Hola Brayan, cuanto tiempo sin verte—
dije saludando al tendero.
—ah! Señorito Iván, ¿cómo tú por aquí?— preguntó.
—A por tabaco, dime que tienes un cigarrillo o una cajetilla para vender— contesté.
—¡Claro que sí! Y más si es para usted— insinuó.
—Dame un cartón de Chesterfield que tengo prisa, ¡ah! Y me llevo también este paraguas por si un caso.
—No hay problema amigo, aquí tiene su tabaco gracias— dijo riéndose por la broma.
—Qué gracioso, de nada, hasta luego— me despedí.
Crucé de nuevo al porche de la clínica y me quedé para fumar junto a mi coche. <<Qué bien sienta un cigarro después de un polvazo>> pensé. Busqué un encendedor en mi bolsillo, pero no tenía ninguno. Había comenzado a llover con intensidad y mirando a lo lejos, distinguí que Daniel, uno de mis celadores, salía también a fumar. Le llamé varias veces, pero no me escuchaba. Me quedé observando su dirección y veía que se dirigía fuera de la clínica. Abrí mi paraguas y me acerqué junto a la puerta para esperarlo.
—¡Daniel, pásame tu mechero, por favor! No encuentro el mío— dije mientras lo intentaba frenar.
Lo agarré del brazo y con un tirón repentino, que casi acaba en una caída, pierde su gorra, dejando al descubierto la cara y la melena de una chica que no era Daniel. La miré fijamente a los ojos y juraría que me sonaba mucho su rostro, estaba con lágrimas en los ojos y la dejé ir. La seguí observando mientras se marchaba, quedando totalmente en shock.
—¡Ya nos volveremos a ver, desconocida!— le grité mientras se perdía por la esquina de la calle.
De pronto, una imagen brotó en mi mente, dejándome recordar el pelo y la cara de esa chica. <<¡Es la tía del polvo!—pensé.— ¿Qué hacía con la ropa de Daniel? Que raro todo>>.
Dejé caer el cigarro de mi boca del asombro y salí corriendo para la clínica. Saqué mi móvil para marcar a Vanesa.
—Dígame, señor— contestó.
—Llamé o busqué ahora mismo a Daniel y dile que lo espero en mi oficina, ¡Ya…!—grité al teléfono.
—Ahora mis.. mismo señor— dijo asustada.
Recorrí malhumorado el trayecto hasta mi despacho, no me explicaba que estaba pasando, a quien me había follado yo. Sonó el teléfono móvil y descolgué.
—¡Qué pasa! ¿Dónde está Daniel?
—Se…, se, señor, Daniel está dormido y no despierta en el almacén de limpieza. Venga rápido!
—Voy para allá.
Descolgué cagandome en dios, estaba que no podía dejar de pensar en quien era esa chica. Llegué al almacén y encontré a Daniel, tirado en el suelo.
—¡Daniel! ¡Despierta ya hombre!
—Creo que le han dado algo para dormir.
—¡Joder!
En ese momento Daniel, comenzó a despertar.
—He! ¡Daniel! ¿Por qué te ha echo esto Elena?— pregunté.
—Ele… ¡Elena! ¿Qué Elena? A sido una paciente que ha escapado, se llama, no se como se llama. Es una desconocida, dice no recordar su nombre. Es número 210902. Hay que encontrarla, es peligrosa.
—Pero… ¿Cómo? Nos van a abrir un expediente por tu negligencia, ¿Qué hacías con esa paciente?
—Lo siento Iván, me ha embaucado, se ha aprovechado de mi con engaños para salirse con la suya.
—!Vístete, y te quiero ahora mismo en mi despacho!— grité enfurecido.
—Sí, lo siento…— dijo asintiendo con la cabeza.
Me dirigí rápidamente a mi oficina y me senté descolocado en mi mesa. Recordaba el momento del polvazo con esa chica extraña, por todo el despacho y por cada lugar en que miraba. Me tenía comida la cabeza, había sido el mejor polvo de mi vida, con una mujer esplendida y estaba anonadado. No sabía que hacer y buscaba por los archivos el expediente numero 210902. <<¿Dónde cojones está?—pensé.—Debería de estar por aquí>>. Me volví loco buscando y me estaba sacando de quicio.
—Iván, lo siento— dijo Daniel, pasando a mi oficina.
—¡Qué lo sientes! Esa mujer se ha echo pasar por una limpiadora y ha venido a mi despacho. ¡Qué pasaría si le da por matarme! Aunque la verdad me ha matado echándome un polvazo de la leche— le dije regañando el acto de Daniel.
—¡Es buenísima verdad! Como mueve esa cintura y el arco de su espalda, puf, me tiene loco— dijo Daniel.
—¿¡Cómo!? ¿Tú también te has acostado con ella? Esto es flipante. Estás despedido Daniel, recoge tus cosas y sal de aquí pero ¡Ya! Ahora tengo que comerme yo el marrón de tú calentura, ¡Vete! Venga sal de aquí ya— grité despidiendo a Daniel para siempre.
No sabía que hacer y se me venía una encima. Miraba mi teléfono móvil y decidí llamar a Jeremy.
—Buenas colega, ¿Qué pasa?
—Qué no me pasa, tengo un marrón del quince y no sé que hacer.
—A ver, cuéntame…
—Mejor ven por mi clínica y hablamos, bueno, mejor ven a mi apartamento y nos tomamos algo mientras.
—Vale, en diez minutos estoy allí.
Agarré todas mis cosas y las llaves de mi coche y me marché a mi apartamento. Llegué muy cansado y preocupado por todo. Me metí en la ducha y me coloqué mi pijama. Colocaba la mesa, cuando sonó el timbre.
—Madre mía, no vas a cambiar nunca, ¿Qué haces con un pijama de pokemon?
—Ja, ja, ja, sabes que me gusta ser un friki.
— Te quitas eso o me marchó.
—Venga va, me lo quito.
—Pero…, que haces? Ponte algo hombre, no te quedes en calzoncillos.
—No, así estoy más fresquito— le[5] dije.—Bueno, tengo algo que contarte y también necesito de tu trabajo— continué.
Hablé por varios minutos con mi amigo y comimos unas pizzas de barbacoa.
—¿Y estás así por un polvazo? La chica la puedo investigar si sabes su nombre.
– solo un numero de expediente, es todo lo que me ha podido decir el celador. A mi despacho acudió con el nombre de Elena.
—¿Y dices que no encontrabas su informe? Está mujer es muy lista, no te conviene Iván, además, tú eres un buenazo y un crío todavía.
—No sé, siento algo en mi interior, que me dice que ella tiene algo que me falta. Lo pude ver en su ojos y también el miedo y su sufrimiento, aparte de ser la mujer que me ha echo el hombre más feliz del mundo por un día.
—Ese tipo de mujeres, solo sufren por sexo, drogas y rock and roll.
—Claro, así es como me siento yo ahora, soy un hombre libre.
—Pero para mostrarme tú libertad tienes que hacer esa pose.
—Es la de sexo, drogas y rock and roll.
—Con esos calzoncillos, pareces chinchan haciendo de ultra héroe— dijo con una risa.—No me jodas que me vas a sacar el culo— continuó.
—Culete! culete!
—Venga, ya me voy de aquí
—Es broma. Bueno, entonces puedes investigar a la chica y decirme si encuentras algo, o mejor, si la encuentras en algún lado me lo dices.
—¿Y si me descubre, no sabemos que peligrosa puede ser?
—Te paso un cheque para que puedas comprar una pistola.
—¿¡Estás loco!? No creo que sea para tanto.
—Pues ya me irás diciendo.
—Vale, mañana te informaré con lo que sea.
Me despedí de Jeremy y me marché a dormir. Pasé la noche en vela, pensando en aquel cuerpo manufacturado por el mismisimo demonio y aquellos ojos que todavia sonrien en mi retina.
Apenas dormí nada y me levanté para ir al trabajo. No sabía que hacer, todavía era martillado con muchos recuerdos en mi cabeza.
—Buenos días señor, ¿Quieres un café?— preguntó Vanesa, al verme entrar por la puerta.
—Sí, que sea muy cargado— contesté.
—¿Querría algo más?
—No, no, solo eso, gracias
Llegué a mi despacho y me senté en mi silla. Otra vez me quedé mirando a la nada y sin hacer nada.
—Aquí tiene señor, su café.
—Gracias Vanesa, es usted muy servicial últimamente.
—Para nada señor, le sirvo como buena asistenta.
—Y tan buena que está.
—¿Cómo dice?
—No, nada, estoy hoy un poco despistado.
—Vale señor, hasta luego.
Me parecía que hasta mi asistenta quería que le echara un polvo. No sabía en que estaba pensando. Revisé de nuevo los documentos que dejó Vanesa ayer sobre la mesa. Leí el primer contrato y el nombre de Elena. Volví a entrar en el recuerdo de aquella chica. Como hacía para sacar esa mujer de mi cabeza. Miré de nuevo el contrato y pensé que con un nuevo aumento, podría olvidarla.
—¡Vanesa! Dile a la nueva limpiadora, a la verdadera Elena, que venga por favor.
—¿¡Señor!?
—¿Qué ocurre?
—¿Por qué nunca me elige a mi para un aumento? Me tiene aquí detrás siempre, escuchando los gemidos de todas las candidatas y soportando mis ganas de que me elijas a mi un día.
—¡Joder! Pues eso no se dice, se hace.
—También tiene usted razón, soy una completa inútil.
—Eso dejamelo a mi que lo valore.
—Uy…, no me diga usted esas cosas…
—¿Vienes ya o qué?
—Sí señor, ya voy.
Vanesa pasó por mi puerta muy despacio y sin hacer ruido. Andaba cansino y muy nerviosa.
—Ven… acércate ya.
—Sí, lo siento…
La agarré de la cintura y la froté contra mi paquete. Empezó a ponerse muy colorada y continué quitando los botones de su camisa. La besé en el cuello varias veces y la escuché soltar un leve gemido.
—Ya, Vanesa…
—No he podido resistirme…
La besaba en los labios y deslizaba mi mano por su cintura. Introducía mi mano entre la falda y acaricié un poco su clítoris. Soltó un jadeo con suspiros entrecortados. Deslice mi mano más abajo, introduciendo mi dedo por su vagina con fuerza y hasta el fondo. Se le escapó un grito transformado en un largo e intenso gemido. Se volvió a correr en mi mano y saqué el dedo para chuparlo delante de ella. Me hizo un gesto de placer con la cara y la puse contra la mesa. Apoyaba las manos sobre mi mesa y levanté su falda. Le abrí las piernasy le aparte un poco las bragas. Me desabroche el pantalón y me disponía a penetrarla. Le introduje lentamente mi pene y se retorcía entre largos gemidos. La agarraba de la cintura, cuando sonó el teléfono.
—¡Mierda! ¡Qué oportuno!
—¡Qué vergüenza!
—Lo siento, tengo que cogerlo.
Busqué el móvil entre las arugas de mi pantalón y lo descolgué.
—¡Dime que tienes buenas noticias!
—Tengo a tú chica y es más lista de lo que pensaba.
—¿Dónde? Voy ahora mismo.
—Te mando la ubicación en el móvil, la he visto entrando en un almacen abandonado.
—De acuerdo, en cinco minutos estoy allí—colgué el teléfono.—Lo siento Vanesa, tengo que dejarlo en tablas. Esto no quita otra— Dije mientras me subía los pantalones.
—¿Seguro?
—Te lo prometo— le susurré besando sus labios con mis dedos en su pequeña barbilla.
Me acicale un poco, me arreglé la camisa y salí con mis gafas de sol. Seguí la dirección con el GPS del coche y no tardé mucho en dar con en lugar.
Entré por una puerta de hierro oxidada con el tiempo. Se escuchaba a lo lejos una caída constante de agua, como una ducha abierta. Busqué el lugar de origen y terminé justo delante de un cuarto de baño. Descubrí a través de un espejo la silueta desnuda de una mujer que reconozco al instante. <<por fin!—pensé.—¿Y si me meto en la ducha?>>. Entré en el baño, desnudandome poco a poco. Estaba de espaldas y no escuchó, ni sintió mi presencia. Coloqué las manos en sus ojos para darle un susto.
—¿¡Pero…, qué haces tío, tu eres gilipollas!?— gritó al ver mi cara.
—Venga, vamos a repetir, aquí mismo.
—!pero tu que te has creido?que por que me has tocado una vez, das por sentado de que me vas a tocar otra vez? No te ha contado nada tú amigo detective— gritó cortando la ducha y cogiendo la toalla.
—¿Qué pasa?
—¿Os pensáis que soy vuestra putita?
—No, para nada, yo no pienso eso de ti. Para mi eres mi diosa.
—Qué nenaza…
—¡Nenaza! Eso no me lo decías mientras te dejaba salir del hospital por la puerta grande, como una señora que eres.tampoco me lo decias cuando clavabas tus uñas en mi espalda.
—¡Esa mierda de polvo! Fingía todo el tiempo.Solo queria mi expediente y lo unico que me separaba de el, era tú y tu ereccion.
—¿¡De verdad!? Me acabas de dar una puñalada trapera en el corazón.
—Que pronto te enamoras, ¡Pero si ni siquiera me conoces!
—Te conozco más de lo que crees, somos mas que parecidos, somos necesarios uno para el otro.Se que tu tambien lo has sentido,corriendo hacia tu anxiada libertad, has sincronizado tu corazon con el mio. No sé porque cuando te miro a los ojos, veo todo lo oscuro que guardo de mi pasado y eso me asusta.
—Puf, ¡Que alguien llame a la niñera!
—Eres mala.
—Soy razonable, baja de tu nube, niño rico!
—Lo siento, pero si no te tengo para mi, no serás para otro.
—yo no soy de nadie! soy capaz de andar con el polvo de mis muertos el los bolsillos y ni pestañear, olvidame!
—Estoy enamorado, y eso lo he sentido por primera vez contigo. He estado muerto pero sin morir y si tengo que convertirte en polvo para tenerte, que así sea.
—No le temo a la muerte, cabron! temo a vivir una vida que no es la mia!
Saqué el arma que escondía en mi cintura y le apunto a la cabeza.
—Tú no te vas a ningún lado.
—¿¡En serio!? Aqui y ahora?
—No— dije mientras limpiaba el sudor de mi frente.—Vamos, móntate en el coche— continué.
Salí con el coche haciendo ruedas y me dirigí a un lugar de mi infancia.
—¿Qué vas a hacer conmigo?
—¡Cállate!
Miraba a esa mujer y a la carretera intuitivamente. Conducía nervioso y retiré la vista por un momento cuando pasábamos por un acantilado. Ella, aprovechó el descuido y saltó del coche abriendo la puerta.
—!noo, no…!
Frene el coche y me acerqué por donde había saltado.
—¡Ayuda…!— gritó a punto de resbalar del todo por el acantilado.
—¡Espera, ya bajo a ayudarte!— exclamé buscando la forma de ayudarla subir el acantilado.
—Dime tu nombre!
La agarré de las dos manos.
—Dime tu nombre o te juro por dios que te suelto y te vas para el otro barrio!
—Ruby! me llamo Ruby.
Tire de ella con fuerza y la apreté contra mi, abrazándola por la cintura.
—Sólo estaba de broma, quiero enseñarte algo.
—¡Hijo de puta!— gritó pegándome una patada en mis partes y empujandome por el acantilado.
Ruby, huyó hacia el bosque, perdiendo su vista por la maleza.
—¡Ruby…! ¡Espera…!
Subí por el acantilado y me dirigí en su búsqueda. Buscaba la pistola por todos lados, pero no la encontraba.
—¡Ruby…! ¿¡Dónde estás!?
—¡Cabrón!– Exclamó golpeandome en la nuca con la pistola y dejándome noqueado.
Desperté sobre la hojarasca con un fuerte dolor de cabeza. Tenía sobre mi pecho la pistola, unos documentos y un sobre. Los papeles eran el fichero de la clínica y el sobre contenía algunas fotos. Al abrir la carta, observé las fotos, donde aparecía Jeremy con mi mujer. En algunas salían acostados en la cama y tomando algo en algún restaurante.
<<Maldito hijo de puta—pensé.—Me la ha pegado todo el tiempo>>. Me empecé a poner muy nervioso y agarré el arma con fuerza. Saqué mi móvil y llamé a Jeremy.
—¿Qué tal con tú chica? ¿Ya habéis echado otro polvazo?
—Sí, hemos echado tres seguidos, pero necesito que vengas un momento.
—¿A dónde?
—Dónde quedábamos de pequeños para jugar en el bosque.
—¿Qué haces en ese lugar? ¿Te la has llevado allí?
—Sí, quería enseñarle el lugar dónde cambió para siempre mi vida y ver si ella, se reencontraba con la suya.
—Vale, ya mismo voy para allá.
Esperé a Jeremy sentado en una roca que permanecía solitaria en un claro del bosque. Aparcó su coche cerquita de dónde me encontraba y le tiré el sobre a los pies.
—¿Y esto?
—Mira su interior.
Miraba nervioso las fotos que habían en su interior.
—Iván, puedo explicártelo, no sabía nada de esto.
—Pues toma tu primer polvo, por cabron— dije dándole un tiro en una rodilla.
—¡Ay…! Pero…¿Qué te pasa? ¡Estás loco! Por eso estudiastes psiquiatría, porque estás loco.
—Toma tú segundo polvo— dije apuntando a su hombro y disparando la segunda bala.
—¡Aggghhh…! ¡Cabron! ¡Matame! ¡Maldito loco hijo de perra!
Noté como Ruby llegó por mi espalda y envolvio mis manos con las suyas agarrando la pistola. Apuntó a la cabeza y le disparo el tercer polvo.
—Así somos lo mismo, no solo nos parecemos, verdad?.
—¡Estás loca! No iba a matarlo.
—Pues ya lo has hecho. Tus huellas estan en la pistola eres el marido cornudo que ha disaparado al amante de su mujer qué vas a hacer, yo que tú, lo dejaria todo y a todas y me convertiria en un profugo libre como yo ¿No querías eso?
—Lo dejaría todo por ti.
Tiró la pistola al suelo y me besó en los labios tatuandome el perfil de su corazon con la punta de su lengua. Mordía mi labio inferior, mirando a mis ojos. Sonreía mientras se preparaba para darse otro festin. Hicimos el amor como dos locos y enamorados liberados.
—Se me olvidó decirte algo.
—¿Qué?
—También te robé la botella de vino de tú bodega.
—No sólo la botella me robaste ese día, también mi corazón.
—¡Nenaza!
—¡Alguien de los dos tiene que serlo!
—Sí, pero que tampoco la tienes tan grande.
—Luego te regalo un aumento.
—Pásame el cigarro, qué te lo vas a fumar entero.
—Jeremy tiene más en el bolsillo.
—No le robes tabaco a un muerto.
—Uhh… qué miedo… ja, ja, ja.
—Lo digo en serio, yo a los muertos una vez que los mato, los respeto. No es brujeria, es ley de vida.
—Hechizas con la mirada.
—Que vas a saber tu de mis ojos, si no haces otra cosa que mirarme las tetas.
—Me has embrujado desde dentro hacia afuera..
—Lo sé…
—Venga, vámonos.

ALEXANDRA MARTA IONA

El amor prohibido de Ruby
Me están pisando los talones. Más temprano que tarde, me van a encontrar y eso no lo puedo permitir. Desde que me he librado de mi amiga, vivo como una fugitiva, escondiéndome y pasando mala vida. Estoy cansada. Necesito un descanso, unas vacaciones. Aunque no pienso entregarme.
Me sirvo un generoso vaso de tinto de tetrabrik del super, que acompaño con un porro de marijuana. Con esto tiene que ser suficiente. El cartón de vino no me ha disgustado, pero el porro se me ha atragantado un poco. Empiezo a sentirme relajada, reflexiva y pensativa. Me dejo escurrir por la pared hasta llegar a sentarme en el asfalto recalentado. La luz del sol hace que achine los ojos, me molesta hasta tal punto que los cierro y extiendo las piernas. Mi DNI, el poco dinero que me queda y el diario, los tengo guardados en una taquilla de un gimnasio de mala muerte. Allí nadie va a buscar, apenas acude público, del cual la mayoría son madres cincuentonas buscando lo imposible: rejuvenecer. Mientras visualizo todos los preparativos, antes de quedarme atrapada en un viaje cósmico, rompo la copa vacía contra el suelo y me hago dos cortes trasversales, uno en cada muñeca. Pensaba que iba doler menos, que la combinación drogas y alcohol iba apalear el dolor. Un calor me invade, desde los pies, recorre mi cuerpo hasta el estómago, vomito. Tengo la boca pastosa, miro mis muñecas reposadas en mi regazo y veo la sangre que fluye a un ritmo no demasiado peligroso. Parpadeo lento, con curiosidad y a la vez con mis ultimas fuerzas antes de perder el conocimiento y deslumbro una señora que corre hacia mi empujando el carro del super. ¡La oigo decir “llamad una ambulancia!”.
Ya no puedo abrir los ojos, voy a descansar.
No sé cuánto tiempo ha pasado. Recuerdo fragmentos en la ambulancia, no mucho.
Ahora me encuentro en la cama del hospital. Tengo una vía puesta y las dos muñecas vendadas. Sigo algo mareada y con la boca seca. Al momento se me acerca una enfermera que revisa mis vendas y me pregunta por mi nombre y si sé dónde estoy. A todo le contesto que no, que no recuerdo mi nombre y que no sé dónde estoy. Antes de irse me informa de que mañana va a pasar el médico psiquiatra para hacerme una evaluación. Yo no podía decirle que ya contaba con ello.
Por la mañana a primera hora, entra en la habitación un doctor de mediana edad, con las típicas gafas de inteligente. No me interesa más detalles sobre él, ni su nombre, así que empiezo a llorar y a decir que no estoy loca.
Después de casi dos horas de preguntas, respuestas efusivas por mi parte, más llanto y una conclusión mutua de que volveré hacerme daño hasta lograr quitarme la vida, el doctor dictamina mi ingreso en el hospital psiquiátrico. ¡Por fin voy a poder disfrutar de mis ansiadas vacaciones!
Luego por la tarde me han dado los papeles del traslado y después de meterme en la ambulancia, emprendo el camino hacia mi hotel, espero que sea por lo menos de 3 estrellas y con jardines. Casi notan mi sonrisa.
Han pasado ya dos semanas, se me han hecho cortas. Acudo a mis sesiones de terapia grupal e individual. Me tomo mis pastillas sin rechistar, le he cogido el gusto. Mis heridas de las muñecas se están curando bien, solo tengo unos apósitos puestos para que no les dé el sol.
Tengo entendido que se están planteando mi alta del hospital. Yo no estoy de acuerdo, es demasiado temprano. Después de cuatro días guardándome las pastillas debajo de la lengua, las junto todas y me las tomo.
Me realizan un lavado de estómago. Este nuevo suceso, retrasa mi alta. Me doblan las sesiones de terapia individual y me prohíben los paseos por los jardines. Me cambian de pabellón.
A la semana de mi cambio, empiezo a fijarme en Daniel, uno de los celadores del aula norte. Me he fijado porque he leído en sus ojos la frustración, su necesidad de demostrar su virilidad y su sed por lo prohibido. Sabía perfectamente lo que necesitaba y yo se lo iba dar todo.
Daniel no es un hombre atractivo, pero ese algo que te excita. Es moreno, con algunas canas mal peinadas y de ojos azules que esconden un secreto, a mí. Yo voy a ser su penitencia, su secreto, lo que lo va a volver loco, mucho más loco que yo.
Le observo y el hace lo mismo. Hablamos mucho con la mirada. Ayer, provoqué una caída cuando el pasaba. Al momento que el se agachó para ayudarme a levantar, le metí en el bolsillo una nota en la que había escrito una hora y un lugar. Justo cuarenta y cinco minutos antes de que terminara su turno, en el cuarto donde las limpiadoras guardan las cosas, llega Daniel.
No le doy opción a nada, lo tomo por el uniforme, pego mi cuerpo contra el suyo y le beso. El queda atrapado entre la pared y yo. Solo le da tiempo a coger mi cara entre sus dos manos, mirarme a los ojos, por un instante, antes de caer preso de la pasión. En un movimiento le cambio el sitio y acabo mirando a la pared. El besa mi cuello, aparta mi pelo que sujeta con una mano, mientras que con la otra me baja el pantalón por las rodillas. Busca de nuevo mi boca, mi lengua de la cual no parece saciarse. Coloca sus piernas entre las mías, haciendo que estas se abran lo suficiente como para que él se pegue aún más a mí. Tiene la respiración acelerada y su mano derecha juega por dentro de mis bragas, con mi clítoris. Yo también le deseo, hace tiempo que no echo un polvo. Con la primera investida, casi grito. Me tapa la boca con su mano izquierda y con la derecha agarra mi cintura. Me lo hace despacio, hasta que le digo que me voy a correr, cuando empieza a tomarme con ganas, olvidándose de mi boca, de mis gemidos. Posa sus dos manos sobre mis nalgas, arqueándome la espalda, despegando mi vientre de la pared. Ya no aguanta más, lo noto. Culmina, apoyando la frente en mi nuca. Se viste, yo hago lo mismo. Antes de abandonar el cuarto de las limpiadoras le susurro que dentro de tres días le esperaré en el mismo sitio a la misma hora. Desde aquella noche, sabía, que me iba a seguir como un perro a su ama.
Al día y hora acordados, nos volvimos a encontrar en “nuestro nidito de amor”. Tuvimos sexo, eso era de esperar. También me esperaba que después empezara a hablarme de su vida y de su pasado, de sus aspiraciones. Lo escuché con cierto interés. Toda información es valiosa, por si el día de mañana me podría ser útil.
Después de varios encuentros más, me confesó que era su diosa y que no entendía que hacia una mujer como yo en tal sitio. Me dijo que tenia que ser fruto del destino, que las cosas pasan por algo y que el no pensaba dejarme escapar. Pobre de el…
Todo cambio, cuando un par de enfermas se registraron en el hospital y acabaron en el mismo pabellón que yo. Le escuché a una de ellas hablar, diciendo que vivía en tal barrio y que se quiso quitar la vida porque su hijo se mato en un accidente de coche hace dos semanas. Pero eso no es lo que me llamó la atención. Lo que captó mi interés fue mencionar el gimnasio que aguardaba mi DNI y el diario. Contaba que le hicieron un homenaje en dicho gimnasio y que es una pena que vaya a cerrar. Inmediatamente mis sentidos se agudizaron. No tenía tiempo para esperar una nueva revisión para el alta médica. Tenía que salir lo antes posible y recuperar mi vida. Mis vacaciones habían llegado a su fin.
Lo tengo todo planeado. Ya decía yo que Daniel me iba a servir para algo más que para hacerme correr.
En nuestra siguiente cita, escondidos a ojos de todos los demás y de las cámaras de vigilancia, al tenerlo entregado encima de mi pecho, le cuento que necesito su ayuda. Que tengo que salir de aquel sitio. Le cuento que me siento asfixiada por este encierro y que quiero vivir mi vida junto a él.
Daniel, levanta la cabeza y mirándome a los ojos me dice “estas loca?”. Le contesto que no y por eso quiero irme. Le he confesado hasta mi amor traicionero y embaucador.
– ¡Cariño, sabes que moriría por ti! ¡Eres mi reina de marfil! Pero lo que me pides es imposible, no puedo sacarte de aquí. Para salir necesitas la evaluación médica. Esto es prácticamente una fortaleza y yo solo soy un celador. Tienes que tener un poco más de paciencia y podremos disfrutar de una vida juntos. Yo te voy a esperar.
Asiento, ocultando mi desacuerdo. Son tan previsibles los hombres, dios, ¡odio saber tanto!
Por eso, nada mas llegar el cuarto de la limpieza, hemos compartido una cerveza. En su vaso le he espolvoreado 4 pastillas de Olfidan. Sé de sobra que es suficiente para tumbar un hombre de su peso.
A los diez minutos, cae redondo y rendido, a mis pies.
Me doy prisa en desvestirlo y en ponerme su ropa. Escondo mi pelo debajo de su gorra y me abrocho con cuidado la mascarilla quirúrgica. Después de ponerme su identificación en un sitio más que visible recuerdo que no tengo el expediente, mi expediente. No puedo dejar cabos sueltos. Tengo que conseguir entrar en el despacho del director. Miro a mi alrededor y se me ocurre una idea. maldigo y me vuelvo a quedar en pelotas. Me visto con el uniforme de la limpiadora y guardo la ropa de Daniel en una bolsa. cojo aire y con pasos firmes y sin mirar atrás, me encamino hacia mi querida y prohibida libertad.
La secretaria del director me da paso a su despacho, parece ser que es mi día de suerte. Antes de entrar le pido el favor de guardarme la bolsa hasta que salga.
¡Ya tengo lo que quería! ¡Y don Iván, también!
Recupero la bolsa, entro en el primer cuarto de baño que encuentro y tiro a la basura la ropa de limpiadora y me preparo ajustándome el uniforme de Daniel.
Estoy en el aparcamiento del hospital cuando un hombre vestido de traje y con los zapatos abrillantados, se resguarda de la lluvia debajo de un paraguas que parece recién estrenado.
-Daniel, pásame tu mechero, por favor! No encuentro el mío.
¡Joder! sigo andando, sin cruzar miradas. No le contesto.
-Daniel, espera, hombre! Vas a acabar calado hasta los huesos. No seas bruto.
Me engancha por el brazo y al girarme se me queda al descubierto mi melena. Aquel hombre me mira a los ojos y juraría que, con lágrimas en los ojos, me suelta para poder irme.
– ¡Ya nos volveremos a ver, desconocida!
¿Cómo sabe quién soy? ¡Y no soy ninguna desconocida, soy Ruby! No tengo tiempo para descubrirlo. Cruzo el portón, perdiendo mi silueta entre la lluvia y los días que me quedan por vivir.
Me están pisando los talones. Más temprano que tarde, me van a encontrar y eso no lo puedo permitir. Desde que me he librado de mi amiga, vivo como una fugitiva, escondiéndome y pasando mala vida. Estoy cansada. Necesito un descanso, unas vacaciones. Aunque no pienso entregarme.
Me sirvo un generoso vaso de tinto de tetrabrik del super, que acompaño con un porro de marijuana. Con esto tiene que ser suficiente. El cartón de vino no me ha disgustado, pero el porro se me ha atragantado un poco. Empiezo a sentirme relajada, reflexiva y pensativa. Me dejo escurrir por la pared hasta llegar a sentarme en el asfalto recalentado. La luz del sol hace que achine los ojos, me molesta hasta tal punto que los cierro y extiendo las piernas. Mi DNI, el poco dinero que me queda y el diario, los tengo guardados en una taquilla de un gimnasio de mala muerte. Allí nadie va a buscar, apenas acude público, del cual la mayoría son madres cincuentonas buscando lo imposible: rejuvenecer. Mientras visualizo todos los preparativos, antes de quedarme atrapada en un viaje cósmico, rompo la copa vacía contra el suelo y me hago dos cortes trasversales, uno en cada muñeca. Pensaba que iba doler menos, que la combinación drogas y alcohol iba apalear el dolor. Un calor me invade, desde los pies, recorre mi cuerpo hasta el estómago, vomito. Tengo la boca pastosa, miro mis muñecas reposadas en mi regazo y veo la sangre que fluye a un ritmo no demasiado peligroso. Parpadeo lento, con curiosidad y a la vez con mis ultimas fuerzas antes de perder el conocimiento y deslumbro una señora que corre hacia mi empujando el carro del super. ¡La oigo decir “llamad una ambulancia!”.
Ya no puedo abrir los ojos, voy a descansar.
No sé cuánto tiempo ha pasado. Recuerdo fragmentos en la ambulancia, no mucho.
Ahora me encuentro en la cama del hospital. Tengo una vía puesta y las dos muñecas vendadas. Sigo algo mareada y con la boca seca. Al momento se me acerca una enfermera que revisa mis vendas y me pregunta por mi nombre y si sé dónde estoy. A todo le contesto que no, que no recuerdo mi nombre y que no sé dónde estoy. Antes de irse me informa de que mañana va a pasar el médico psiquiatra para hacerme una evaluación. Yo no podía decirle que ya contaba con ello.
Por la mañana a primera hora, entra en la habitación un doctor de mediana edad, con las típicas gafas de inteligente. No me interesa más detalles sobre él, ni su nombre, así que empiezo a llorar y a decir que no estoy loca.
Después de casi dos horas de preguntas, respuestas efusivas por mi parte, más llanto y una conclusión mutua de que volveré hacerme daño hasta lograr quitarme la vida, el doctor dictamina mi ingreso en el hospital psiquiátrico. ¡Por fin voy a poder disfrutar de mis ansiadas vacaciones!
Luego por la tarde me han dado los papeles del traslado y después de meterme en la ambulancia, emprendo el camino hacia mi hotel, espero que sea por lo menos de 3 estrellas y con jardines. Casi notan mi sonrisa.
Han pasado ya dos semanas, se me han hecho cortas. Acudo a mis sesiones de terapia grupal e individual. Me tomo mis pastillas sin rechistar, le he cogido el gusto. Mis heridas de las muñecas se están curando bien, solo tengo unos apósitos puestos para que no les dé el sol.
Tengo entendido que se están planteando mi alta del hospital. Yo no estoy de acuerdo, es demasiado temprano. Después de cuatro días guardándome las pastillas debajo de la lengua, las junto todas y me las tomo.
Me realizan un lavado de estómago. Este nuevo suceso, retrasa mi alta. Me doblan las sesiones de terapia individual y me prohíben los paseos por los jardines. Me cambian de pabellón.
A la semana de mi cambio, empiezo a fijarme en Daniel, uno de los celadores del aula norte. Me he fijado porque he leído en sus ojos la frustración, su necesidad de demostrar su virilidad y su sed por lo prohibido. Sabía perfectamente lo que necesitaba y yo se lo iba dar todo.
Daniel no es un hombre atractivo, pero ese algo que te excita. Es moreno, con algunas canas mal peinadas y de ojos azules que esconden un secreto, a mí. Yo voy a ser su penitencia, su secreto, lo que lo va a volver loco, mucho más loco que yo.
Le observo y el hace lo mismo. Hablamos mucho con la mirada. Ayer, provoqué una caída cuando el pasaba. Al momento que el se agachó para ayudarme a levantar, le metí en el bolsillo una nota en la que había escrito una hora y un lugar. Justo cuarenta y cinco minutos antes de que terminara su turno, en el cuarto donde las limpiadoras guardan las cosas, llega Daniel.
No le doy opción a nada, lo tomo por el uniforme, pego mi cuerpo contra el suyo y le beso. El queda atrapado entre la pared y yo. Solo le da tiempo a coger mi cara entre sus dos manos, mirarme a los ojos, por un instante, antes de caer preso de la pasión. En un movimiento le cambio el sitio y acabo mirando a la pared. El besa mi cuello, aparta mi pelo que sujeta con una mano, mientras que con la otra me baja el pantalón por las rodillas. Busca de nuevo mi boca, mi lengua de la cual no parece saciarse. Coloca sus piernas entre las mías, haciendo que estas se abran lo suficiente como para que él se pegue aún más a mí. Tiene la respiración acelerada y su mano derecha juega por dentro de mis bragas, con mi clítoris. Yo también le deseo, hace tiempo que no echo un polvo. Con la primera investida, casi grito. Me tapa la boca con su mano izquierda y con la derecha agarra mi cintura. Me lo hace despacio, hasta que le digo que me voy a correr, cuando empieza a tomarme con ganas, olvidándose de mi boca, de mis gemidos. Posa sus dos manos sobre mis nalgas, arqueándome la espalda, despegando mi vientre de la pared. Ya no aguanta más, lo noto. Culmina, apoyando la frente en mi nuca. Se viste, yo hago lo mismo. Antes de abandonar el cuarto de las limpiadoras le susurro que dentro de tres días le esperaré en el mismo sitio a la misma hora. Desde aquella noche, sabía, que me iba a seguir como un perro a su ama.
Al día y hora acordados, nos volvimos a encontrar en “nuestro nidito de amor”. Tuvimos sexo, eso era de esperar. También me esperaba que después empezara a hablarme de su vida y de su pasado, de sus aspiraciones. Lo escuché con cierto interés. Toda información es valiosa, por si el día de mañana me podría ser útil.
Después de varios encuentros más, me confesó que era su diosa y que no entendía que hacia una mujer como yo en tal sitio. Me dijo que tenia que ser fruto del destino, que las cosas pasan por algo y que el no pensaba dejarme escapar. Pobre de el…
Todo cambio, cuando un par de enfermas se registraron en el hospital y acabaron en el mismo pabellón que yo. Le escuché a una de ellas hablar, diciendo que vivía en tal barrio y que se quiso quitar la vida porque su hijo se mato en un accidente de coche hace dos semanas. Pero eso no es lo que me llamó la atención. Lo que captó mi interés fue mencionar el gimnasio que aguardaba mi DNI y el diario. Contaba que le hicieron un homenaje en dicho gimnasio y que es una pena que vaya a cerrar. Inmediatamente mis sentidos se agudizaron. No tenía tiempo para esperar una nueva revisión para el alta médica. Tenía que salir lo antes posible y recuperar mi vida. Mis vacaciones habían llegado a su fin.
Lo tengo todo planeado. Ya decía yo que Daniel me iba a servir para algo más que para hacerme correr.
En nuestra siguiente cita, escondidos a ojos de todos los demás y de las cámaras de vigilancia, al tenerlo entregado encima de mi pecho, le cuento que necesito su ayuda. Que tengo que salir de aquel sitio. Le cuento que me siento asfixiada por este encierro y que quiero vivir mi vida junto a él.
Daniel, levanta la cabeza y mirándome a los ojos me dice “estas loca?”. Le contesto que no y por eso quiero irme. Le he confesado hasta mi amor traicionero y embaucador.
– ¡Cariño, sabes que moriría por ti! ¡Eres mi reina de marfil! Pero lo que me pides es imposible, no puedo sacarte de aquí. Para salir necesitas la evaluación médica. Esto es prácticamente una fortaleza y yo solo soy un celador. Tienes que tener un poco más de paciencia y podremos disfrutar de una vida juntos. Yo te voy a esperar.
Asiento, ocultando mi desacuerdo. Son tan previsibles los hombres, dios, ¡odio saber tanto!
Por eso, nada mas llegar el cuarto de la limpieza, hemos compartido una cerveza. En su vaso le he espolvoreado 4 pastillas de olfidan. Sé de sobra que es suficiente para tumbar un hombre de su peso.
A los diez minutos, cae redondo y rendido, a mis pies.
Me doy prisa en desvestirlo y en ponerme su ropa. Escondo mi pelo debajo de su gorra y me abrocho con cuidado la mascarilla quirúrgica. Después de ponerme su identificación en un sitio más que visible recuerdo que no tengo el expediente, mi expediente. No puedo dejar cabos sueltos. Tengo que conseguir entrar en el despacho del director. Miro a mi alrededor y se me ocurre una idea. maldigo y me vuelvo a quedar en pelotas. Me visto con el uniforme de la limpiadora y guardo la ropa de Daniel en una bolsa. cojo aire y con pasos firmes y sin mirar atrás, me encamino hacia mi querida y prohibida libertad.
La secretaria del director me da paso a su despacho, parece ser que es mi día de suerte. Antes de entrar le pido el favor de guardarme la bolsa hasta que salga.
¡Ya tengo lo que quería! ¡Y don Iván, también!
Recupero la bolsa, entro en el primer cuarto de baño que encuentro y tiro a la basura la ropa de limpiadora y me preparo ajustándome el uniforme de Daniel.
Estoy en el aparcamiento del hospital cuando un hombre vestido de traje y con los zapatos abrillantados, se resguarda de la lluvia debajo de un paraguas que parece recién estrenado.
-Daniel, pásame tu mechero, por favor! No encuentro el mío.
¡Joder! sigo andando, sin cruzar miradas. No le contesto.
-Daniel, espera, hombre! Vas a acabar calado hasta los huesos. No seas bruto.
Me engancha por el brazo y al girarme se me queda al descubierto mi melena. Aquel hombre me mira a los ojos y juraría que, con lágrimas en los ojos, me suelta para poder irme.
– ¡Ya nos volveremos a ver, desconocida!
¿Cómo sabe quién soy? ¡Y no soy ninguna desconocida, soy Ruby! No tengo tiempo para descubrirlo. Cruzo el portón, perdiendo mi silueta entre la lluvia y los días que me quedan por vivir.

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Las apariencias
Como cada verano, Susana y Verónica se citaban para tomar un té helado en el centro del pueblo que les vio crecer. Rondaban los veintidós años y durante su último encuentro habían recordado anécdotas de su niñez, y su adolescencia, en el colegio del que se graduaron juntas. Habían tenido una ardua correspondencia durante todo el año. Se contaban distintas anécdotas, pero especialmente el tema había tomado visos románticos ya que ambas habían conocido personas que consideraban su media naranja, pero por azares del destino no era posible que se concretara una relación formal. Habían empatizado, en el sentido en que, parecía que ambas estaban pasando por experiencias en las cuales el destino elucubraba para separarles de sus seres amados.
Al contar sus experiencias lo hacían de una manera impersonal, e intentaban enfatizar en expresar sus emociones y desilusión debido a que consideraban que se trataba de amores prohibidos. En su última comunicación quedaron de verse para el verano, y confiaron en dar mayores detalles sobre el por qué de la prohibición y quienes eran aquellos seres que les desvelaban en largas noches estrelladas.
En sus años de colegio eran dos mujeres sociables y encantadoras, además eran muy atractivas y se caracterizaban por su feminidad y elocuencia. Susana era una mona esbelta de 1.75 metros de estatura, de ojos mieles rasgados con una sutil expresión oriental. Verónica era una morena voluptuosa de ojos verdes y cabello negro ondulado. No eran mujeres que pasaran desapercibidas.
El viernes que habían quedaron de verse, se pusieron cita sobre las tres pm, en la alameda central…
Una leve sospecha les hizo pensar que eran la persona que estaban esperando, pero dudaron en saludarse. Había pasado un largo año, pero el tiempo había cambiado drásticamente a esas dos mujeres perfectas que eran el centro de atracción para unos escolares años antes.
Susana ya no era mona, llevaba teñido el cabello de negro y extremadamente liso. Al hacer juego con sus ojos mieles rasgados –que ya no llevaba mieles pues tenía lentes negros- parecía un personaje sacado de una película de terror. Además, su esbelta figura era cubierta por una especie de piyama de un color neutro y daba la impresión de que andaba levitando. Su rostro iba cubierto por una mustia base de color ocre y llevaba lápiz negro fuertemente marcado alrededor de sus ojos.
Por su parte, la voluptuosidad de Verónica no se notaba a primera vista pues vestía pantalones y camisa ancha. Sus senos redondeados eran sutilmente apretados por un camisón ceñido que delataba sus costuras. Su cabello estaba corto y su maquillaje era básico. Parecía más, Verónico. Su voz incluso se escuchaba más varonil.
Se saludaron sin disimular la sorpresa de sus respectivos cambios, pero un abrazo fraterno disipó todos los juicios y recordaron aquella amistad hermanable que las unía como antaño.
Aun así, al recordar el amor prohibido que delataban en cartas, para Verónica no era difícil imaginar que Susana había entrado a una secta satánica y en una de esas sesiones espiritistas había entrado en contacto con un espíritu que solía ser muy apuesto, por intermediación de una espiritista; y que de ahí para allá había contactado a este ser espectral hasta el punto de empezar a morir en vida. De ahí la explicación de su apariencia.
Así mismo, para Susana no fue difícil imaginar que Verónica por fin había sacado su machorrita escondida, y se había decidido a chupar pezones y hacer tijeretas, y que ahora tenía un amor prohibido con una mujer casada, madre de cinco niños que no superaban los diez años, y que no se llevaban más de dos años de nacimiento del uno al otro. Madre, que estaba a punto de abandonar un hogar con una mujer voluptuosa que deseaba desaparecer sus senos y reinventar su cuerpo con un pecho varonil y atlético.
Pues a pesar de todos sus juicios, y los juicios de los que contemplaban esta extraña dupla en un café de la alameda central, bajo la penumbra de los sauces y en la amarillenta tarde otoñal de unos faroles, seguían siendo las mismas de siempre, a pesar de su distinta apariencia. Amaban con locura a hombres peleles, y sentían que eran prohibidos por una u otras pendejadas de las normas sociales: en cuanto a la cuestión económica o social. Pero nada que no se pudiera arreglar con una buena dosis de empatía.
Después del te frio, sin embargo, decidieron tomar algo más fuerte, y delataron lo que pensaron la una de la otra. Rieron por largo rato. Y en sus ojos se empezó a divisar el amor. Luego de unos cuantos tragos y unas cuantas líneas de coca, con unas velas y una ouija sobre la mesa de centro, en casa materna de Verónica, tuvieron una orgía inolvidable con los espíritus y las espíritas más abominables, e hicieron unas cuantas tijeretas, y al otro día amanecieron con el corazón roto, para que se reconstruyeran poco a poco, hasta el siguiente verano.

LOLY MORENO BARNES

AQUEL AMOR PROHIBIDO…
(Tema de la semana)
No existen los amores prohibidos, sino los condicionados por las circunstancias.
Clara lo supo muy tarde, cuando ya no pudo rectificar porque se quedó sin tiempo.
El, se daba golpes en la frente, arrepentido de su mal hacer en temas del corazón, cuando el ocaso lo dejo sin tregua.
El amor es un sentimiento y debe ser libre como el viento y puro como las aguas cristalinas del lecho tranquilo de un río.
Su historia comenzó hace muchos años:
Ella; una joven adolescente de trece años, muy adelantada a sus tiempos que descubrió el amor en unos ojos azules de un joven de veinticuatro.
Nunca necesitaron preguntarse que sentían, porque los dos lo sabían.
Ella, soñaba con sus besos y abrazos que solo pudo saborear de una forma tímida y fugaz.
Él, rogaba a Dios en sus plegarias que le ayudara a reprimir sus deseos y poder alejarse de esa niña sin hacerle daño.
En su corazón, siempre fue su muñeca prohibida.
La sociedad y las familias de ambos marcaron con el tabú de la diferencia de edad el destino de ambos y sus vidas tomaron diferentes caminos.
Los dos amaron la vida y sus diferentes parejas.
Los dos amaron sus familias, hijos y nietos…
Ninguno de los dos se olvidó del otro.
Al final del camino volvieron a encontrarse y sin dejar de amar el camino que recorrieron, sin tocarse, sin besarse, sin abrazarse, encontraron el puente entre sus mundos…
Teclearon sus nombres, taparon con recuerdos hermosos sus canas, borraron los años y volvieron a ser jóvenes enamorados a través de una pantalla.

MANUEL ALBÍN EXTREMERA

Mirada con maldad
al pasar al lado,
mirada con ganas
de tener un amor,
un amor prohibido
con una mujer casada.
Ella no se lo imagina
pero hay un corazón
que está loco por ella,
en sueños le abraza
y su cuerpo y goza
es feliz parece verdad,
No obstante la conciencia
no lo deja pensar
sabe que no está bien,
pero no para de soñar,
de soñar un sueño,
que él cree que puede ser verdad,
y no sabe que es imposible,
cómo no sea una casualidad.

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16 comentarios en «Amores prohibidos»

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