Tirar la toalla

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «tirar la toalla». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 2 de septiembre! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

No puedo ni quiero tirar la toalla como dijo Sergio en su escrito.
Sí quiero volver atrás y recordar aquel punto de nuestra juventud en donde el compromiso del noviazgo nos hacía recorrer playas de agua limpia y azul como la toalla también azul que me regalaste y juntos esténdiamos en la arena para después tirarnos en ella al sol.
Dusistir ante la enfermedad que padeces me llebaria a tirar la toalla y no quiero. Más la realidad es visible como el azul del cielo y la mar…

BENEDICTO PALACIOS

Gabriel, el protagonista de esta historia, acababa de cumplir 18 años, había aprobado el curso, alguna asignatura con matrícula, y nada más llegar al barrio donde vivía, se presentó en el comercio de ultramarinos que regentaba su padre y del que era además dueño. Y fue el certificado de notas lo primero que le presentó.
—¿No las habrás falsificado. —Hasta ese punto desconfiaba de él.
—Firmado y compulsado. He cumplido con lo prometido. Ahora te toca a ti hacer lo propio..
—Sí, cierto que hice esa promesa, pero los tiempos no han venido buenos.
—Tampoco han sido malos, nunca peor.
Le había prometido una moto, pero las ganancias habían sido magras y chapuceras, así que tendría que esperar. —El curso que viene sin falta.
Aquel incumplimiento le pareció a Gabriel una traición. Rabiaba, era una injusticia.
Se lo contó a Lidia, su compañera de pupitre.
—Pues méate en saco de la sal.
—Ya, pero en mi casa no hay gatos. Menuda la bulla en cuanto mi padre cayera en la cuenta. Es capaz de correrme a gorrazos y hacerme contar uno a uno los granos de arroz que entran en un kilo.
—Bueno y qué. Para algo te servirá el diez en matemáticas.
Algunos compañeros de Gabriel estaban en parecida situación e igual de cabreados. La bicicleta prometida, el carné de conducir y el patinete tendrían que esperar o pedírselo a los Reyes.
—Se han puesto de acuerdo. Juegan a las cartas y se lo cuentan todo. Para fiarte de ellos. Ganas me dan de divorciarme y tirar la toalla.
—Hombre, de los padres no conviene divorciarse —replicaba Lidia.
Leandro, el padre de Gabriel, jugaba a la primitiva con los colegas del mus, con el médico, el veterinario, doña Amparo, la mujer de Alejo el rico del barrio y Alfonso, el dueño del bar donde echaban la partida. Y por más que cambiaban de método, ni una docena de veces habían conseguido el reintegro. Los números no se dejaban camelar.
Una tarde de finales de junio, merodeaba Gabriel por los alrededores del bar y como los encontró dentro con un boleto en la mano a punto de rellenar, se pidió una cerveza. Unos se acariciaban la barbilla y tocaban la cabeza y algún otro se comía los padrastros. Y todos discutían si colocar un 2 o un 22.
—El 23 es una buena elección —terció Gabriel.
Y salió el número 23. Doña Amparo lo comentó en casa y Alejo no dudo en hacerse el encontradizo con aquel.
—Dicen que adivinas los números de la primitiva.
—Me gustan las matemáticas y hago mis cálculos.
—Te compro la moto, si logras adivinar los de la próxima semana.
—En ese caso no necesito regalos.
—¿Estás seguro? ¿Te gustaría un adelanto? ¿200 euros te van bien? Si los aceptas, y ganas, nos repartimos las ganancias.
Al verle dudando, a punto estuvo de ponerle en las manos mil, porque allí estaban la suerte y el futuro, aunque no acaba de fiarse. A él las cuentas le salían pese a no haber estudiado matemáticas. Y Gabriel, por su parte, tampoco sentía por él afición especial ni mucha estima, pues aunque rico, era mezquino y roñoso. Lo comentó con Lidia.
—Le conozco, es muy tramposo, pero el que engaña al tramposo y al ladrón tiene cien años de perdón. Estáfale si puedes.
A la semana siguiente le presentó un boleto amañado por él con cinco números premiados. Alejo no se lo creía, pues aun en caso de fuera verdad, ¿se conocía el número de acertantes? A lo mejor solo tocaban a 100 euros. Pensó no obstante que nunca vendrían mal unos miles de euros caídos de un guindo, y le prometió otros 200 con el propósito de comprarle el boleto si, como decía, estaba premiado con los cinco aciertos.
—Mil o no hay negocio, le espetó Gabriel, que había hecho caso a Lidia.
—Espera, espera, no te lances. ¿No querías una moto?
Pasó el tiempo y Gabriel se había olvidado de la moto y de la primitiva. Hacia números por puro entretenimiento. Un día sin saber qué hacer se presentó en el bar de Alfonso. Y allí estaban todos jugando una partida. Faltaba su padre. Aquella tarde a doña Amparo se le había dado fatal el tute cabrón. La habían desplumado y no quería seguir jugando. Se le alegró la cara en cuanto Gabriel apareció por la puerta.
—Ahora que ya somos cuatro ¿por qué no jugamos al mus? —Dijo doña Amparo y pidió a Gabriel que jugara de compañero.
Y se jugaron el café y una copa y ganaron no solo una partida sino tres. Reía feliz doña Amparo, aquellas ganancias le resarcían del disgusto anterior. Disfrutó la copa, se despidió luego y marchó tan contenta que nada más poner los pies en casa, ensalzó delante del marido las habilidades de Gabriel. Y decidieron comprarle los servicios durante lo que quedaba del mes de septiembre, consistentes en rellenar solo para ellos un boleto de la primitiva. Si acertaba aunque no fuera el pleno, le encargarían la moto.
Gabriel que en su vida había hecho tantos números, echó mano de cien combinaciones matemáticas y solo logró acertar un boleto de cuatro números y con premios irrisorios. Los cálculos fallaban y se sentía mal y furioso, porque la moto estaba gripada antes de arrancar, y también se arrepentía de haberse dejado comprar a título de nada. Entonces, para salir del embrollo y que le dejara en paz, se le ocurrió presentar un boleto manipulado por él con los seis aciertos, y Alejo lo creyó a pie juntillas. Le invitó a comer en el mejor restaurante y sin pararse a comprobar si había o no truco, le encargó la moto.
No dormía, aquel embuste le traía los nervios de punta. No aguantaba más, no podía. Le contó a Lidia que tenía un avispero pegado al culo.
—Tienes que decirle la verdad, sentenció ella.
—Pero es que primero me mata él y luego me remata mi padre.
—Pues vístete con un chaleco antibalas, pero cuéntale la verdad.
Y Gabriel lo hizo, le dijo que el boleto era falso, que era un engaño, que lo había amañado, que no estaba premiado. Dio lo mismo, pues Alejo en lugar de aceptar el embuste, creyó lo contrario, que Gabriel le mentía y quería quedarse con todo el premio. Y hasta preguntó en el juzgado si podía denunciarle.
—¡Alejo, que le estoy diciendo la verdad, que no quiero la moto! Se lo ruego, me pongo de rodillas, si es preciso.
Ni por esas.
—¿Qué hacer si he roto ante sus narices el boleto? —preguntó a Lidia.
—Nada, aguanta lo que puedas y si el rico viene con una escopeta, prepárate y tira la toalla.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Tirar la toalla,
surcando las olas,
saladas.
Tirar la toalla,
en la arena blanca,
en la orilla de la playa.
Tirar la toalla,
y no pensar,
que tengo que hacer mañana.
Tirar la toalla,
relajarse en ella,
como en una almohada.
Tirar la toalla,
no pensar en nada,
soñar eternamente,
en la orilla del mar.
Tirar la toalla,
cerrar los ojos,
en un eterno estado onírico,
desistir en el intento
y no hacer nada.
Tirar la toalla,
me rindo,
no puedo ni quiero,
hacer nada,
solo tirar la toalla…

RAQUEL LÓPEZ

¡Cuántas veces quise tirar la toalla!….
Cansada y vencida por las circunstancias
mi mundo, deja de girar y se detiene ante mí
y el vacío y la frustración que llevo dentro
me deja paralizada. Las cargas llevadas, pesan demasiado y mis manos, no pueden seguir sosteniendo la toalla que tantas veces he querido tirar…
Afuera, el calor es agobiante, pero yo cada vez siento más frío, mi mundo se sigue partiendo en pedazos y no me queda aliento para seguir caminando,para seguir luchando… desfallezco…
-¡Mamá! grita mi adorada niña¿te encuentras bien? y tomándome de la mano fuertemente, calma todos mis temores y me llena de calor..
Ahora seguiré sosteniendo la toalla que tantas veces quise tirar.
La seguiré sosteniendo con fuerza… por ella.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

Yo finjo hasta los tiramientos de toalla: me tiro en la toalla a tomar el sol y no desisto hasta que ‘lorenzo’ se oculta…finjo tirar la toalla, pero la tengo bien amarrada bajo el muslamen de este cuerpo pez-globo que se ha adosado a mí como si fuera mi hígado o alguna parte esencial de mi existencia…y me digo: «¡no tires la toalla qué ya no se consiguen baratas ni en Portugal!»…y sigo pegada a ella con mi libro y mis deberes escrititorios…y no tiro la toalla por más que el universo se empeñe en hacerme desistir de vivir el sueño de un recuerdo perfecto en bikini sobre un mullido lienzo.
Las tres de la tarde y sereno en aquella residencia de señoritas…la guardiana paseaba los pasillos con sus andares de gato, almohadillados, trillados y soñolientos como su propia personalidad en busca de una paja que se moviera para ponerle el punto sobre su ‘i’ correspondiente. Era un sistema carcelario, disimulado, y muy bien vendido a padres creyentes de la dictadura encubierta reinante y causante del alienamiento infligido a aquellas futuras señoritas bien educadas, que reinarían en una sociedad aparentemente perfecta…pero…¡siempre hay un pero! o dos o tres…
Lea: Haciendo honor a su nombre que en francés significaba ‘fuerte, valiente’, no iba a tirar la toalla así de buenas a primeras y mucho menos a segundas…
Castigada de por vida bajo mandato divino o decreto divinamente patriarcal por haber abierto la boca, por haberse atrevido a decir lo que su mente gritaba en el interior, encapsulado, liberado por ella que era una excéntrica y un poquito heterodoxa.
Gracias a todos estos atributos acabó con su cuerpo en aquel antro de perdición, que es lo que era ese laberíntico lugar, repleto de obsoletas reglas, de cánticos al alba cuando ni el gallo había adquirido facultad para cantar.
Con las rodillas despellejadas de fregar suelos adoquinados con lustros de huellas marcadas entre sus juntas…las manos llenas de sabañones, abultadas cual pez globo y la espalda dolorida por el encorvamiento de horas sobre ese inmundo empedrado. Cada domingo aparecían los progenitores con una sonrisa bobalicona y las respectivas provisiones que ella no llegaba a catar porque después del revisionamiento al que eran sometidas quedaban las migajas que las directoras del cotarro tenían a bien dejar…
«¡La madre que os parió a todas! Un día me alejaré de aquí sin tirar la toalla a no ser que sea para extenderla en una playa desierta y tirarme sobre ella por el resto de los días» …
El día llegó pues en la vida todo se mueve de forma circular y unas veces posiciona arriba, en medio, abajo y de lado…hasta que la rueda cambia y se sale volando de la noria con renovadas energías…
Lea jamás se rindió, siguió bandeando las ondas que cada tormenta traía consigo sin hundirse ni ahogarse por más que a veces notara que la faltaba el aire. Sus progenitores pasaron a mejor vida…
Lo que en su día había constituido el mal llamado ‘núcleo de sangre’ dio paso a la liberación con la que ella se identificaba cual siamesa…los barrotes cayeron, la playa inundada de toallas relucía al sol que un día quedó oculto a causa de una praxis que jamás debió ser inventada…
—Lea ¿a ti como te gustan las toallas?
—Voladoras…

SILVANA GALLARDO

¡Mamá, no tires la toalla!
¿Quién en su sano juicio, renunciaría a la magia de la existencia? Abrir los ojos cada mañana y recibir los primeros rayos del sol que nos abraza y nos da vida; para invitarnos a absorber su energía y saborear las jornadas del ser y existir. Cada instante es un milagro, somos nosotros un milagro en medio de la fuerza de nuestro universo. Ver llorar el cielo que bendice nuestra tierra; germinarán las semillas de la vida, que nos alimentan. Sol, luna, lluvia, estrellas; gira la humanidad veinticuatro por veinticuatro, luz y oscuridad; pasa la vida dando vueltas, 365 días eternamente, secar y florecer, frío y calor.
Y nos damos cuenta que nos rige un ser vivo, que se mueve, que respira, que se enoja; que estalla, que ahoga; que se mueve y a pesar de ello, trascendemos por generaciones viviendo, gozando, sufriendo y destruyendo. Mas disfrutamos, a conveniencia lo que nos toca vivir, según las enseñanzas, los principios y valores emanados de nuestros progenitores y ellos de sus antepasados.
Hay en estas reflexiones, escondidas historias, de múltiples matices, incontables, insoslayables, tristes e inspiradoras. Y yo, que soy un puntito ante semejante grandeza, quise tirar la toalla, abandonar lo que tocó a mi sino, sin dimensionar la riqueza invaluable del universo que me abraza. Y en mis reminiscencias acuden imágenes que vuelvo a palpar en mis sentidos cuando la tierra protestó y sacudió nuestras conciencias, nuestras vidas.
Muy temprano lo sentí, creí que moriría. Primero vi que el agua salía furiosa de la cisterna de mi casa. Pensé en el final de mi micro universo, cuando tronaban las paredes. Quedé paralizada, pensé que mi hogar caería. Escuché los gritos de mis niños, asustados, pidiendo por su madre. Intenté correr para reunirme con ellos, pero el tremendo movimiento me desplazaba de un lado a otro. De rodillas subí las escaleras, con gran dificultad; instantes eternos, angustiosos. Estiré mis manos para calmar el llanto de mis hijos. La casa empezó a derrumbarse. Les indiqué con desesperación que entrarán a la habitación que recién habíamos construido, más fuerte y reforzada.
De pronto, se derrumbó parte de la construcción y una losa cayó sobre mí, pero afortunadamente quedé en un triángulo de vida. Me invadió la desesperación. Ya no escuchaba a mis amores. El tiempo transcurrió y perdí la noción del mismo. No sé cuando era de día ni cuando era noche. Pensaba en ellos y no tenía esperanzas, quise cerrar los ojos y abandonarme, ignoraba lo que sucedía con ellos; porque tenía la intuición de que estaban en buenas condiciones.
Recuerdo haber sentido dolores insoportables en mi cuerpo, no podía respirar. Sentía decirle adiós a la vida. En cierto momento pude escuchar la voz segura y consoladora de mi hijo mayor -mami, resiste, no tires la toalla. Ya te van a rescatar, te necesitamos- Sus palabras me inyectaron ánimo y fortaleza, palabras de un niño que a sus 6 años me enseñó a no desistir, a luchar para continuar. Lamerse las heridas y seguir el camino, cuántas veces sea necesario.
¿Quién en su sano juicio, renunciaría a la magia de la existencia? Yo, ¡Ya no!
Han pasado ya 36 años, esos niños ya son adultos que aprendieron a no tirar la toalla cuando por segunda ocasión, y por otras circunstancia, estuvieron a punto de perder a su madre, la que luchó y se aferró a la vida tras una larga enfermedad. Ellos fueron la savia que cambió, que alimentó mi vida.
Y aquí estamos, para brincar adversidades, renacer en la confianza y cumplir nuestro ciclo con el disfrute intenso de lo que nos toca vivir. Dejar esa riqueza a nuestros descendientes, que no acabe el mundo que no acabe el universo. Dejemos que el destino nos premie o nos cobre las facturas de lo bueno o lo malo que hagamos.
Decidí levantarme, frente en alto, utilizar la coraza para proteger mi alma y seguir respirando la lluvia, el calor, la luz, el amor, la oscuridad, el cielo, la vida. Respirar este universo que late y que nos rige, nos asombra y nos atemoriza, pero nos abriga en su fascinación y en su infinito encanto.

LIDIA FUENTES

Iba a hacerlo, tirar la toalla, entrar en apatía y poner la atención en otra cosa. Iba a abrir mis manos y soplar sobre mis sueños como secas hojas. Entonces pensé en la configuración de las galaxias, en la tierra mojada, en el camino recorrido y me invadió un cálido sosiego.
Iba a dejar deseos arrinconados pero pensé…
«A pesar de todo, alguien sigue poniendo el arcoíris en el cielo»

NEUS SINTES

¡Cuántas veces por mi mente no habré pensado en tirar la toalla!. – cuando veo las cosas del color de la oscuridad y no avivo ninguna chispa de luz en mi vida. No será la primera ni la última vez que habré deseado tirar la toalla, hasta que pienso en las sabias palabras que mi abuelo siempre me decía – Lucha hasta el final.
Uno no puede, no debe tirar la toalla, sin luchar primero. Tal vez, fracase o no en la batalla, pero nunca lo sabrás, si no lo intentas. Por dura que sea, esa es la verdad. El motivo de que la vida sea una lucha constante de acontecimientos, que hagan que nuestros ojos se nublen por el camino, que nos duela en el pecho y en el alma.
Tirar la toalla es una de tantas pruebas a las que nos vemos sometidos en la vida. A veces sentimos que es más fácil decirlo que hacerlo. Si caes, levántate. Si hay una salida o una posibilidad, por pequeña que sea, donde la luz brille, aunque oculta se encuentre, hay que intentar encontrarla.
No es fácil, lo sé. Aunque tampoco la vida lo es. Los obstáculos de la vida, son pruebas a las que no hay que rendirse a la primera. Puede haber cabida para una pequeña esperanza de ser feliz. Luchemos por ello.

EMILIANO HEREDIA JURADO

TIENE GUASA LA COSA.
-¡Buenas noches y bienvenidos a otra noche más, en …..¡Tiene guasa la cosa!, queridos radioyentes, hoy, tenemos a uno de los humoristas de éste país, con la lengua más afilada que una maquinilla de afeitar Gillet, hoy tengo el gustazo de presentar y es un honor para mí, el que hoy esté con nosotros…¡El gran Fermín!….
-Gracias, muchas gracias, no merezco todo ésto, bueno, el cheque sí, ¿eh?, que yo no hago monólogos por la face, bueno queridos y queridas parroquianos y parroquianas, perdón, es que por la ley de igualdad, tengo que nombrar a ellas y ellos, bueno, al colectivo LGTB, también, ¡Madre mía!, para ser correctamente político en este pais tienes que citar hasta el colectivo de partidarios de la capa castellana…
En fin, hoy voy a hablar de….¡Tachannnn».
«Tirar la toalla».
No, no voy a hablar de rilarse, no, voy a hablar de tirar la toalla literalmente.
Todos tenemos en mente, esas emocionantes imágenes del principio de éste verano, de la carrera internacional de sombrilla playa de Benidorm.
Cientos de jubilados, de yayos bien entrenados, a las seis de la mañana, esperan, con la sombrilla a que la policía municipal, corte la cinta…y dé el pistoletazo de salida.
Si se retransmitiera, queridos oyentes, y oyentas, sería algo así como…
¡AAA atención! Gervasio sale como una exhalación hacia la orilla, con silla, sombrilla y toaaalla de ultramarinos Pepi…
¡Leeee sigue a corta distancia Robertson, del Reino Unido…¡Ojo!, Que Robertson, haaaaa perdido una chanclaaa, al recogerla, le sobrepasa el Peruano Jonatan Rodríguez, que, ooooo debido al exceso de carga, nevera, torre de sonido, mesa y sillas plegables y un peeeerroooo, se queda a medio camino, sobrepasado por Jesús Poyales, ¡Ojo!, Que tal vez esté usando calzado ilegal… sí, lo confirma el Var… sí, descalificado por usar caaangrejeras
¡Atención, ¡Gervasio!, ! Gervasio!, ¡Ganó Gervasiooooo! ! campeón Gervasiooooo!
El resto de los participantes, van ocupando su parcela, según la llegada, y sí, me lo confirman, éste año, el centímetro cuadrado de toalla en Benidorm, se cotiza más que un Bitcoin…
Y si no, queridos escuchantes y escuchantas, piensen, en esas maravillosas vacaciones de una familia media española, en un apartamento de quinto pino de la playa….
Esa madre, que antes de que el gallo cante, tiene preparada la tortilla de patata, los filetes, nevera de veinte y cinco litros de capacidad, repleta de bebida, dos bolsas del Lidel, de las buenas, con chuches, platos, cuchillos, servilletas, Cuchillos
¡Iiiiiiiuuuuuuu!, Campana y se ha acabao,»os creeis muy listillos, pero habéis repetido cuchillos»
! Perdón!, que me lío, no sé en qué estaría pensando..
Pues eso, el padre, coge una carretilla de esas porta bultos, y mete-ata:
-Dos sombrillas
-Cuatro sillas plegables.
-La nevera de 25 litros.
-La bolsa de las toallas.
-La bolsa de las toallas
-Las dos bolsas de chuches
-La bolsa con juguetes de playa.
-La bolsa con los inflables (flotadores, barca con dos remos, cocodrilo, colchoneta y un donuts de Homer Simpson gigante)
Éste pobre padre de familia, si cubriera todo esto con una lona azul, la gente creería que se va a Algeciras a coger el ferry
Cuando se llega a la playa, después de varias paradas en tiendas de souvenirs y en el kiosco de granizados, el sufrido padre, arrastra por la arena, su pesada carga, como Jesucristo.
En cuanto localiza el, que cree mejor sitio, su mujer, se pone en modo Carl Sagan, y calculando la rotación de la tierra, y hallando el logaritmo Neperiano (no tengo puta idea de lo que es, pero queda guay)de la inclinación del Sol, decide que el mejor sitio, son unos metros más allá, al lado de unos chicos que parecen majisimos.
Una vez echo el desembarco, observa éste sufrido padre de familia, después de inflar la balsa con dos remos, la colchoneta, el donut de Homer Simpson, clavar las dos sombrillas, colocar las cuatro sillas, la nevera y el sum sum corda, éste padre, como decía, observa orgulloso su obra, se sienta con una cerveza sacada de la nevera de 25 litros, se dispone a relajarse…..y los chicos majisimos, ponen a todo trapo:
«…Peeeepaas el agua pa las seeecass…»
Y para terminar, y no aburrirles y aburrirlas, y ya va terminando la hora contratada, trasladen la misma situación de éste sufrido padre de familia, a la piscina, después de las vacaciones.
Elije un sitio extrategicamente determinado por su mujer, sin inflables, pero con todo lo demás.
Pone el césped,una tela de esas enormes que venden señores del norte de África (no se puede decir moro¡Ay!, Perdón).
Y las toallas tiradas encima.
Viene una familia de origen africano, de color marrón chocolate con lecheee, Netstleee extrafino.
! hola!, A la izquierda, se colocan dos familias de Sudamérica, unos asiaticos detrás, unos entrañables oriundos de Rumanía, y con su familia, parece el juego infantil de cartas de las familias.
En seguida, empieza el festival de Eurovisión.
Reggaeton, combinado con acústica africana, alegre ritmo rumano y música de supermercado de todo a cien.
Éste pobre hombre, siente que, le falta algo, tumbado en su toalla,para que su felicidad sea completa…
Por la megafonía de la piscina se escucha:
”Peeeepas, el agua pa las seeecass…».
Ahora sí, piensa nuestro protagonista, que ya no le falta nada…
-!y haasssta aquí!, Queridos oyentes…
-Y oyentas ….
-La divertida historia del graaaan Ferminnnn
-Buenas noches a todos y todas, me importa un mojón que les haya gustado, mientras cobre ….

JUAN JOSÉ GARCÍA DE HARO

Las cosas me cuentan cosas
De forma casual, mirando la bandeja del
fiambre de mi frigorífico, acabo de tener
una revelación: la respuesta a por qué en
los entornos compartidos exentos de dirección o autodisciplina, donde el libre albedrío se ejerce sin limitaciones de ningún tipo, triunfa (casi) siempre el
desorden, el desastre, la indolencia, la
mediocridad, incluso a veces el mal.
Es porque el desordenado, el desastrado, el
indolente, el mediocre, o incluso el malvado, lo son sin esfuerzo, de manera natural, quizás a veces congénita. Por el contrario, quien se empeña en arreglar los desaguisados que
los anteriores provocan, o hasta en intentar
corregir su conducta (de forma racional y
no coercitiva), se enfrenta a una tarea
ardua, constante y exhaustiva que con
frecuencia termina siendo imposible de
mantener en el tiempo por ser agotadora
(física y psicológicamente) e infructuosa.
Creo que las personas pueden cambiar de opinión (según en qué caso) pero no de carácter. Me resulta inútil e insano pensar lo contrario y tratar de influir en ellas como si fuera posible. Es una guerra perdida de antemano contra una causa que triunfa sin necesidad de luchar.
La bandeja del fiambre de mi frigorífico siempre será desorden, desastre, indolencia, caos, espacio mal aprovechado. Porque ya me he cansado. No puedo con ellos y nunca podré.

CURRO BLANCO

«No tiro nada que está la cosita muy mala»
He estado en una cueva oscura, muy oscura. He tenido suerte y, mala, muy mala suerte. Sentí vergüenza cósmica, interplanetaria…, y me comí una tortillita francesa «sin pan ni na». Con mucha «Karma», intenté cambiar de religión, pero mi religiosidad no me lo permitió, por si acaso… Una luz inquietante me turbó, creí enloquecer, pero resultó ser mi Paulino con sus bromas desde el más allá… Naufragué en la gran ciudad. Adiviné sin mucho esfuerzo qué le sucedía a J.J. («Punto y aparte»)
Leí Hayati, Españistán y otras más…, aprendí BUCHO. Entré en bucle porque estaba enamorado pero al darle el primer mordisco a mi bocadillo se me pasó. Conté que me contaron que había una vez unas ovejas carnívoras que fueron felices. Me cogieron mis vergüenzas, bien cojidas, en una cita a ciegas, pero yo, como si escuchara llover. Compartí, con vuestro permiso, una carta de Gabriel G. Márquez sobre reflexiones suyas en sus últimos días de vida y me emocioné.
Tuve un affaire con la «sabidurida» del pequeño saltamontes y desde entonces soy un Tonto-Listo. Por «el Internet», pretendí tus carnes pero no las encontré.
A estas alturas no, no tiraré la toalla.
Por el camino, me fui enamorando de tí; te he cogido tal cariño, que a pesar de nuestras diferencias me encanta sentirte. Mejor me llevaré bien contigo. Quiero seguir a tu lado, Vida. Durante toda mi Existencia.

GAIA ORBE

La secretaria, bastante sosa y desgarbada, levantó el asa de un recipiente de metal que tenía una tapa y un tubo en el costado izquierdo. Era de color blanco decorado con florecitas violetas como las que crecen en los jardines salvajes. La mujer deslizó el asa de un lado al otro, agarrándola de la incrustación de madera central, hasta que encontró un tope y el asa quedó en posición vertical. Abrió la canilla y la llenó por el tubo que parecía el pico fino y curvado de los pavos con ese apéndice que les cuelga. Devolvió un chorrito de agua a la pileta. Aseguró la tapa debajo del asa y la puso sobre la hornalla que antes del proceso de carga había encendido. Salió un paciente de la puerta del consultorio médico. Sentí un burbujeo en el fondo de mi estómago. Me paré. Pero la médica no dijo mi nombre. La secretaria seguía al lado de ese caldero en el que el fuego vivo había comenzado a dibujar pinceladas negras en su base. Pensé que tenía que bajarlo y ella lo hizo. Aliviada, volví a sentarme. A los pocos segundos se abrió la puerta nuevamente. Se fue la persona. Inquieta, me alisté para mi turno. La médica cerró la puerta sin llamar a nadie. Comencé a ver que la tapa del recipiente de metal se movía. Me acerqué hasta la puerta del consultorio. Escuché a la médica hablar por teléfono. Mi vista se volvió al cubículo de la secretaria. Del pico salían delicados hilos humeantes blancos. Los minutos pasaban. La médica seguía al teléfono sin poder decidir a qué lugar de la costa iría de vacaciones. Sonó un chiflido en la sala de espera. Golpeé la puerta del consultorio. La médica dijo: “Estoy ocupada”. “Pop, pop”, respondió el recipiente de metal con asa y tapa, mientras que del pico se derramaba el agua apagando el fuego de la hornalla. Tiré la toalla. Me fui sin saludar.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«Mi vecino es un Monstruo»
Sufrí un accidente con once años que casi acabó con mi vida. Las secuelas eran bastantes visibles. La peor parte se la llevó mi bella y dulce cara de niño. Quedé horrible, no podía mirarme al espejo. Me odiaba y repudiaba a mi mismo.
Tenía vergüenza de salir a la calle, pero sobre todo, sentía miedo de como me verían los demás. Permanecí durante veinte años encerrado en casa. Entre cuatro paredes. No salía para nada de mi cuarto y siempre dejaba la persiana bajada o la luz apagada. Odiaba incluso la silueta de mi propia sombra.
Empecé a salir un poco, pero solo lo hacía para fumar un cigarro en la ventana del descansillo. Vivíamos en un ático y los vecinos de al lado, se fueron hace años dejando el piso abandonado. No tenía miedo de encontrar a nadie y podía caminar seguro sin ser visto.
Una noche, encendía mi cigarro como de costumbre cerca de la ventana. Escuché el jaleo del ascensor que subía hacía los pisos de más abajo. Apenas le di importancia y seguí fumando tranquilo. No me percaté de que el ascensor paró en el ático, cuando una chica preciosa bien delicada, pelo rizado platino, ojos celestes y los labios de color carmesí, se acercó a molestar.
—¡Hola! ¿Es usted el vecino de al lado? Encantada de conocerle, me llamo Míriam y he alquilado este piso— dijo intentando buscar mis ojos.
—¡No! ¡No me mires!— le grité.
—¿Le pasa algo? ¿Por qué se esconde?— preguntó mientras buscaba ver mi cara.
—Soy un monstruo, déjame en paz ¡Vete!— le contesté.
—Lo siento, no quería molestar señor, pero no creo que me asuste ver tú cara, estoy acostumbrada a ver de todo. ¡Venga, deja que te vea, no pasa nada!— prosiguió insistiendo, intentando alejarme de la oscuridad del descansillo.
—¡No..! ¡Déjame! Soy un monstruo, no lo entiendes ¡Vete!— le grité de nuevo con más furia.
—Vale, de acuerdo, yo solo quería hacer amigos en este edificio. Lo siento, ya me voy— contestó resignada.
Esperé a que se diera media vuelta, se cortara la luz y pasase a su piso para volver yo al mío. Cuando miré convencido de que ya se había largado, caminé despacio hacia la puerta donde se encontraba esperándome escondida. Apuntó con la cámara del móvil hacia mi cara y sacó un selfi de ella sin poder impedírselo.
—¡No..! ¡Bórrala, puta…!— le grité enfurecido.
—a ver, a ver…. ¡Dios mio! ¡Qué feo eres cabron! Pareces un engendro del demonio, ja, ja, ja, la voy a subir a mi Instagram— dijo burlándose de mi rostro.
Esperé como veinte minutos ocultando mi cara, para que se fuera de mi puerta.
—Quasimodo, mi nuevo vecino, ya está, ahora lo verán todos mis seguidores, gracias. Te vas a hacer famoso, hasta luego…, bye, bye– continuó con la guasa mientras entraba por su puerta.
Por fin me dejó libre y pude pasar por la mia. Ya no tenía porque esconderme y decidí declararle la guerra a mi nueva vecina. <<Juro que me las pagará>>.
Al siguiente día, salí como de costumbre a fumar mi cigarro después de cenar. De pronto escuché el sonido de la puerta de al lado.
—¡Vecino! Tengo una sorpresa para ti. Unos seguidores, encontraron una clínica de cirugía facial que ha decidido ayudarte con tú problema— dijo muy entusiasmada.
—¿¡De verdad!?— pregunté impresionado.
—No, ja, ja, era una broma. No hay quien te quite esa cara— contestó riéndose— Se lo ha creído el imbécil ja, ja, ja— siguió riéndose mientras entraba en su piso.
Estaba tan cabreado que me llevaba el demonio. Apagué el cigarro y volví a mi casa. No había entrado, cuando escuché un grito desde el piso de mi vecina. No sabía que hacer y me acerqué a tocar.
—¡Míriam! ¿Estás ahí?— pregunté para ver si me hablaba alguien.
Empujé la puerta y se abrió sola sin hacer esfuerzo. El piso estaba sin luz y no parecía haber nadie. Seguí mirando por todos lados hasta llegar al salón, dónde vi un bulto en el suelo. Corrí a socorrerla y de pronto se encendió la luz.
—¿¡Míriam, estás bien!?— pregunté girando a la chica que había tirada en el suelo, pero no era ella.
—¡¡¡Sorpresa…!!!— escuché el griterío de un cúmulo de adolescente con un Smartphone en la mano.
Todos apuntaban a mi cara de asombro por la encerrona que me había echo Míriam. No paraban de reírse y decir que era un monstruo y feo. Salí corriendo de allí para mi casa, perseguido por esos enfermos de las redes.
Me convertí en un foco mediático y no me dejaban vivir en paz. La televisión me llamó varias veces para aparecer en programas de telebasura con el tituló: Mi vecino es un monstruo. Volví a encerrarme en mi habitación y me quité de fumar. <<Esta nueva Era, está formada por personas perfectas, sin complejos y ninguna educación. Dejaré mi venganza para otro día>>.

CONCE JARA

Cenaba una pizza y bebía una jarra de cerveza. Acababa de visitar a su padre en la residencia de mayores, por lo que apenas le prestaba atención a aquel telediario, que solo anunciaba muertes, violencia, hambre, paro, desastres naturales, pandemia… estaba cansado.
Daniel eligió un bar cutre del barrio de Lavapiés, pero le pareció que aquella pizza casera era de lo mejor que había entrado en su estómago en los últimos días. Se levantó de la mesa terminando su jarra de cerveza y en la barra pidió la cuenta.
Salió del bar. La calle, mal iluminada, no invitaba a adentrarse en ella y el desasosiego que reinaba su cabeza le invitó a cubrirse la cabeza con la capucha de la cazadora.
Mientras, paseaba pensaba en su difícil situación personal: su padre con un avanzado Alzheimer; él divorciado con un hijo adolescente al que apenas veía, ya que sobre Daniel pesaba una falsa denuncia de malos tratos que acabo en orden de alejamiento y retirada del arma; la reciente jubilación anticipada “por pirado”, de su trabajo como policía, que le dejaría en una situación económica que no le permitiría llevar la vida hasta ahora hacía; seguir compartiendo piso con dos tíos que menudeaban hachís, y lo peor, la soledad en la que se había ido sumiendo, primero su familia, después sus compañeros y por último los amigos.
Recorridas unas manzanas hacia el piso, empezó a escuchar los gritos de una mujer y al volver la esquina vio como un hombre alto y fornido agarraba por el cuello a una chica contra un coche, mientras la golpeaba:
-Ehhh! Tío, ¿qué haces? ¡Se te va la olla! -gritó Daniel-. ¡Dejalá… la vas a matar!
El hombre aflojó una de sus manos para darse la vuelta y ver a Daniel. Volvió a lo suyo y siguió apretando con las dos manos el cuello de la mujer, golpeándole la cabeza contra el coche.
-¡Oyeeeeee! -gritó Daniel- ¡Sueltalá joder, que la vas a matar!
– ¡Vete a tomar por culo marica! Esta zorra va a dejar de follarse a todo el que pilla… ¿o es que quieres ocupar su lugar?
Tras escuchar la amenaza, pensó un segundo…
Junto a un cubo de basura vio una barra de hierro, la agarró, se bajó la capucha y se dirigió hacia el maltratador:
-¡Venga cabrón -dijo Daniel-, no tienes cojones!
-¿Pero qué…? Te voy a arrancar la cabeza, enano… Tú te lo has buscado.
El hombre le pegó un último puñetazo a la chica, quién cayó a plomo al suelo, acercándose a Daniel, quien sin dejar que el otro reaccionara le asestó un golpe con todas sus fuerzas en el costado.
El tipo ni se inmutó, por lo que Daniel volvió a levantar la barra, pero el sujeto le agarró de la capucha de la cazadora, arrancándosela, recogiendo la barra que cayó al suelo:
-Ahora pigmeo, te voy a enseñar lo que es golpear.
Daniel recibió una patada, que le hizo caer en la parte de atrás de un vehículo. El otro le agarró por el cuello y le asestó dos puñetazos en la cabeza. Daniel aún semiconsciente, escuchó a la mujer llorando:
-¡Para Alberto! Le vas a matar…
Daniel sintió un fortísimo impacto en la cabeza que le produjo un dolor inaudito para él, hasta que todo se nubló. Se acabaron los telediarios, la enfermedad de su padre, el ser un estorbo para su familia, para sus amigos, para sus compañeros…
Daniel había decidido esa noche, tras el ofrecimiento de aquel hombre, que quizás era lo único y lo mejor que ya podía hacer con su vida, que debía coger fuerte y de una vez por todas la oportunidad de… tirar la toalla.

ALEXANDRA MARTA IONA

Cart a a dis tan ciiiaaaaa……..
Te pido que confíes en mí, ya sé que me quieres. Le he prometido a mi corazón que mientras siga con sus acordes dándole melodía a mi alma, yo seguiré amasando este amor. Quiéreme cuando el verde de los olivos te recuerda a mis ojos, léeme cuando te escribo que tengas fe en que es más importante el tiempo que la distancia. El cielo y la tierra son nuestros aliados. Cada amanecer que contemplas, nos acerca. Cada atardecer, te invita a la melancolía y alcoholiza los vientos que bebes por mí.
Borracho de deseo, apareces en el lienzo que me regala la noche.
Le muerdo la lengua al miedo cuando intenta besarte en mi ausencia. Entre telas frías atesoro tus caricias y tus “te quiero”.
La distancia es una víbora tuerta por batallar con tantos amores, que con el paso del tiempo se han encontrado a medio camino.
Cuéntale a la carretera que por nuestras venas corre sangre joven y paciente.
Los” te echo de menos”, son plumas que les coso a mis alas. No hago otra cosa que quererte y coser, porque sé que lo fácil carece de belleza y nuestro amor es bello como el sonido de un recién nacido.
No cuentes kilómetros, has como el tiempo, sigue adelante.
Mientras tanto, te regalo mi valentía y mi pecho. Aunque quisiera, no me podría atrincherar rendida, porque sé que tú me esperas igual, con una copa de vino para brindar por haber dejado ciega la distancia.
Se que el amor no todo lo puede, pero también sé que perdura en el tiempo. Amores que utilizan el tiempo para recordar y soñar, para aprender y memorizar, para luchar y no darse por vencidos, tendiendo puentes de golosas oraciones.

BEA ARTEENCUERO

La vida, me arrancó lágrimas, más no logró borrar mi sonrisa;
Me ha roto el corazón muchas veces, más no consiguió partirme el alma, me ha robado una que otra ilusión, pero no logró quitarme los sueños.
Podrá la vida con el paso de los años, ponerme arrugas en la cara, más nunca podrá envejecer mi corazón.
Así que jamás tiraré la toalla; voy a seguir creyendo en el amor, fabricando sueños, con alguna que otra lágrima cuando duela, sólo recogeré los jirones que quedan y sonreíre con las pequeñas cosas que me hagan feliz.
Porque sobre todas las emociones..
¡Me siento viva!..
Bea..

LOLY MORENO BARNES

Me encontré con la toalla en mi puño y el brazo estirado a punto de lanzarla.
Ni yo, ni ella teníamos color.
Mi cara pálida reflejaba la renuncia a toda esperanza.
El rizo de ella era áspero, sin vida. Ni siquiera blanca como una bandera de paz pidiendo tregua.
¡Ya no pedía nada!
Estaba a punto de tirar la toalla.
A un instante de caer en el abismo sin retorno.
¡Agotado y perdido!
Me imaginaba que después de lanzarla se acabarían todos mis problemas. Se desvanecerían como la niebla de la madrugada al avanzar el día.
Todos sabrían cuánto dolor había costado tirarla y me entenderían… ¡O quizás no!
¡Quizás nadie entendería mi renuncia y me etiquetarían de cobarde! ¡Nadie me echaría en falta!
De pronto caí en cuenta…
¡No era el ombligo del mundo! Y mis dificultades tampoco .
¡Nadie debe luchar o vivir por mí, ni sentir lástima!
Es condición humana levantarse tantas veces como se caiga hasta que el cuerpo aguante.
Aprender de los errores para no volver a caer en ellos.
También es condición humana equivocarse, rectificar, llorar y volver a reír, amar y desenamorarse.
Nos hacemos más fuertes en cada caída y mas experimentados en cada minuto vivido, desnudando el alma de esa toalla mullida y cálida que nunca debemos tirar. –

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Un secreto entre mi toalla
¿Cuántas tortugas tocan la salinidad de las aguas?
¿Cuántas son atrapadas por una rapaz águila?
La tortuga madre puede que llore en un caparazón,
pero acelera el paso con las tres nuevas pequeñas,
que chapotean instintivamente entre los corales.
Una cuarta se ha pinchado una pata,
con una pata cojea dejando una estela de sangre sobre la arena,
por una lata abandonada…
Su madre intenta enterrarla, la pica de forma violenta;
y no es que sea más que las otras ni menos,
es un azar del destino y la fortuna de las más fuertes,
con un poco de manopla humana.
Se convierte en comida para las gaviotas,
en un manjar de vida para unas aves blancas,
y sus polluelos que pronto volarán.
Un día vi a otra que luchó contra la adversidad,
contra la caída desde la peña más abismal
para la conciencia de cualquier tortuga,
y aun así también chapoteó bajo un verano soleado.
¿Y quién dijo que desfallecer no es humano?
En realidad, desfallecer es parte de una vida,
Siempre hay un tronco en el sendero,
que te enseña a evitar el traspié al ahondar
sobre un camino ya recorrido.
Y mirando las tortugas, siento una pequeña ventaja;
y es que a pesar de una poliomelitis
agravada por una crianza negligente,
y una predisposición hacía el consumo,
tengo una herramienta que abre mis posibilidades,
y me da un poco más de ventajas sobre las tiernas tortuguitas
y los huevos prohibidos que les robo…,
tortuguitas que viven bajo el azote de la ley del más fuerte.
Es una herramienta que me permite
convertir la adversidad en oportunidad;
un tronco homicida sobre mi cabeza,
que se esquiva…,
y se convierte en un puente que me salva del abismo.
Es una cábala mágica que permite
sobrepasar la tormenta y florecer como las nubes,
frotar la lámpara mágica sin la ilusión del genio,
lámpara mágica recogida en los tugurios,
que brilla tanto en precio como en reflectividad,
sobre el escaparate de un mar de reliquias.
Es pararse después de la caída y aprender el por qué caigo…
Es seguir a pesar de que otros te digan que tiraste la toalla…
Porque sabes que aprender es perfeccionar a partir de los errores…
Es recoger la toalla y limpiarse el sudor,
es alzarla y colgarla para que se evaporen los miedos impregnados,
es cocerla cuando se ha roto de tanto tirarla y recogerla,
es cuidarla y aceptar que está a veces por ahí, trapeando el piso,
y también a tu autoestima…
Es olerla, tocarla, oírla al sacudirla y volverla a recoger con decisión…
Hoy la tengo entre mis manos…
y adentro llevo otra tortuga naufragada,
levantándose como con un par de alas sobre las gaviotas perplejas,
perplejas,
como mis ganas de vivir…

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9 comentarios en «Tirar la toalla»

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