Entrar en bucle

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «entrar en bucle». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 10 de junio! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Temo entrar en bucle. Mi pensamiento quiere adueñarse de mi persona.
Pregunto…, puede ser que el ser humano le haga daño a otro devido a que ha entrado en el bucle de hacer mal. Se dice hay gente buena y mala. Más cualquiera de nosotros de repente te puedes hallar en una situación descontrolada… Que hacer ante tal situación. Nadie quiere entrar en ese bucle de actos nunca imaginados… Mi ser y mi pensamiento que es uno le pide al cerebro deje al corazón amar al projimo.Y Como no, a la fortaleza de mi persona adquiera la paciencia de ayudar al enfermo ya que el por desgracia no sabe pensar con claridad…

DIL DARAH

Bucle de Sentimientos

Dicen que hay vida en el Universo y nos movemos cuan marionetas, en manos de los Dioses.
Dicen que somos carne y hueso; llenos de gérmenes y también pecados.
Dicen muchas tonterías pero nadie habla del alma.
No es el órgano llamado corazón, que se pervierte o modifica por segundos ni tampoco lo que pensamos. Si lo fuera, hubiésemos alcanzado la perfección de la enfermedad o estaríamos todos en un infierno conjunto.
El alma es simple: es lo que piensas sobre el otro mientras llevas a cabo lo tuyo.
Si hiciéramos lo nuestro mientras observamos bien en lo demás: sería lo suyo; consciencia se llamaría pero no es más que un carrusel de emociones sueltas.
Elijas la molestia que elijas, se desgastan los siglos hasta que aprendamos.
Con lo fácil que es …

BENEDICTO PALACIOS

ATRAPADOS
Le busqué por los lugares más insospechados, los habidos y los por haber, sin dejar un solo rincón. Registré en la cocina, en el pasillo, en la sala, en el doblado. ¿A dónde se habría largado o en qué lugar imprevisible se habría escondido? Es verdad que le pegué un buen grito y que como estaba leyendo el periódico ni corto ni perezoso se lo lancé con rabia a la cabeza. Era un incordio metiéndose entre las piernas.
—Deberías aguantar un poco más. ¡Qué poca paciencia!
—Tienes razón— dije para salir de paso.
Claro que la tenía, pero dar a alguien la razón no garantiza la respuesta apropiada. No basta siquiera para averiguar si el sujeto actuaba o no con razón suficiente. Así que siendo yo el autor de aquel hecho lamentable no me quedaba razonablemente otro recurso que el de asumir las consecuencias y ponerme de nuevo a buscarle. Le compensaría con una cosa rica.
Repasé cada uno de los lugares donde solía esconderse, asegurándome de no dejar alguno sin revisar. Retiré mesas, levanté las mantas por si estaba escondido debajo de la cama y busqué detrás del baúl, su lugar preferido. Ni rastro. He de confesarlo: me sentía mentalmente atrapado. Le daba vueltas a lo sucedido y no avanzaba. Me encontraba una y otra vez en el principio.
Abandoné la casa y entré en el garaje porque me parecía haber oído un maullido lastimero. ¡Eureka! Allí estaba el gatito. Si momentos atrás yo me había sentido confuso y atrapado, lo que acababa de descubrir en nada se parecía, porque el pobre gato estaba atrapado de verdad. Había caído en una trampa para los ratones. Una suerte después de todo, porque los de su especie no tienen una vida sino siete.

ALBERTO MEDINA MOYA

Mi hijo jugaba con la plancha de surf en la orilla de la playa mientras yo miraba las fuertes olas con mi pie lesionado bajo la sombrilla en compañía de mi mujer. Cuando las olas se tragaron la plancha ante la mirada impotente de mi hijo, me miró buscando ayuda. Me encogí de hombros, una cosa es cojear por la arena y otra meterte a luchar en un mar lleno de olas. Le dije que ya le compraría otra y me puso la cara larga.
Unos diez minutos más tarde vi cómo alguien nadaba en dirección a la plancha, que se hallaba a unos 50 metros de la orilla. Cuando salía con ella me fui para él y le dije que la plancha era de mi hijo y tal, y el hombre amablemente me la devolvió. Mi hijo, encantado, comenzó a jugar con ella hasta que el mar la volvió a engullir. Me miró y me encogí de hombros. A los diez minutos vi como un hombre la recuperaba y fui a decirle que era de mi hijo.
– ¿Te estás dando cuenta? -me dijo.
– ¿Perdón?
– Estás en un bucle. Te puedes pasar así días o incluso semanas.
– Sí… vale, gracias -dije mirándole con el ceño fruncido.
Le di la plancha a mi hijo, que se puso a jugar hasta que el mar se la llevó. Mientras veía más tarde a un hombre nadando hacia ella, se me cruzaron los cables y me lancé a arrebatársela. Nadé como un loco, pero al verme aceleró y al final la atrapó él.
Volví a la sombrilla con el rabo entre las piernas y me tumbé al lado de mi mujer. A los cinco minutos rompí el silencio:
– Sólo quería salir del bucle.
– Tú qué vas a querer.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Desgarrando palabras,
maldiciendo letras,
espantando almas.
Cómo llegué a querer,
a la diosa de la muerte,
que deseaba tenerme.
Con su sonrisa fúnebre,
me abre la puerta,
a una muerte en vida.
Con los labios ensangrentados,
el corazón petrificado,
por la sangre derramada.
Alerta ante la tormenta,
de tu terca mirada,
mi alma atormentada.
Cómo entre en este bucle,
sin salida,
con una herida mal cicatrizada.
Desgarrando palabras,
maldiciendo letras,
espantando almas.
Me niego a pronunciar,
las últimas palabras,
mi último suspiro.
La quietud anhelada,
se torna inquietud,
desmesurada.
Buscando el sosiego,
se torna desasosiego,
buscando la paz eterna.
Naufragando en un mar,
sin agua,
a la deriva, pierdo mi vida.
Desgarrando palabras,
maldiciendo letras,
espantando almas.

NEUS SINTES

Me encuentro en un laberinto sin fin. En busca de una salida, sin encontrarla. Se dice que los laberintos son un viaje hacia el descubrimiento; ideales para perderse y encontrar una salida, una nueva ruta, un nuevo reto…¿Qué camino seguir?. Mi cabeza me da vueltas. Mi mente en blanco está. Mire en la dirección que mire, no veo mas color que el mismo verde por todos lados.
En medio de un laberinto me encuentro, en ese espacio para ser recorrido y encontrar los limites entre el paisaje que me envuelve y la arquitectura en qué éste esta hecho.
Caminos iguales con formas distintas que llevan cada uno a un nuevo caminar. Mis ojos vendados parecen estar. Sigo los caminos sin mirar atrás. Perdida en un bucle me encuentro. Sé que mi mente me pone a prueba, permitiendo experimentar a través del recorrido.
¡Oh, laberinto! – Sé, que me estás invitando a recorrer cada uno de los pasadizos, para superar y resolver cada obstáculo que en la vida se pueda presentar. Una sensación de pérdida y búsqueda me invade.
Cierro los ojos, experimentando nuevas sensaciones y liberando mi espíritu. Entonces, percibo como mis pies empiezan a andar con seguridad, con confianza; una confianza escondida que va saliendo a la luz. Liberando la tensión que adentro de mi ser permanecía. Me adentro en el laberinto, sin miedo alguno, sin dudas.
Prometiendo a mi mi mismo no detenerme en el camino. Esquivar a todo aquel que se me interponga, sin mirar atrás. ¿A dónde llegaré?. No lo sé. La fuerza de la voluntad, hará que el destino que me aguarde, tenga la fortaleza de no mirar atrás y ser fuerte ante las adversidades que se me crucen en el camino.

RAQUEL LÓPEZ

A veces siento miedo…
Siento miedo de que la fría niebla del inframundo me envuelva y me lleve al abismo.
Noches que me dejan ante el oscuro silencio
de mi funesta derrota.
Abismo sin retorno,
en el que me asaltan dudas y temores,
pensamientos que invaden mi cabeza,
convirtiéndola en marioneta y moviéndose a su antojo.
Dónde se pierden los deseos con sabor a recuerdo.
A veces…
Siento miedo y me envuelvo otra vez en ese bucle,donde mis pensamientos, suceden unos con otros y mis temores vuelven a despertarse.
Un sudor embadurna mi cuerpo,
no puedo controlar esta¡ ansiedad maldita! y
vuelvo otra vez a empezar..
Y cuando pasa el miedo, a veces y solo a veces..
puedo respirar.

BELÉN AMARILLA

Rumiando como una vaca paso toíta la noche.
_Pero mamá,apaga la luz y duérmete ya,dice la niña con un retintín que no me gusta nà.
Pensamientos nocivos giran por su cabeza a velocidad de crucero.
_Como si fuera tan fácil planchar la oreja le respondo pa mis adentros… no vaya a ser que me oiga y se lie la marimorena.
No tengo yo los nervios mu templaos a estas horas.
Y es que esta niña como no sabe nà de la vida qué va a decir.
Fantasmas perniciosos degradan su vigilia nocturna y pensamientos deformes siguen en bucle alrededor de la pobre María.
Las deudas axfisian, la falta de un trabajo digno le quita el sueño,la carestía de la vida,la subida de la luz …el pelele de la niña es un absoluto mamarracho.
_No pudo poner los ojos en otro muchacho más curtido y menos enclenque .Y la espantá de la vecina del cuarto me dejó a esto de darle un puño y hundirle la nariz …por si fuera poco el bobalicón del novio de mi hermana,la deslenguá se hace el desinteresado para dar pena.
_! Cómo si no le hubiéramos visto ya el percal!
Miro el despertador y ya son las tres y es que con esta caló no hay quien cierre el ojo.
Dicen los entendidos que esto se llama » estrés térmico» pero mi Pepe está roncando como si no hubiera un mañana…y es que esas moderneces no van con él y yo que toíto me lo agarro y se me cuecen hasta los sesos.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

¿Cómo doy formato a esto «loquequieraquesea»? ¡Si no sé ni lo qué es!
¿Cómo escribo sobre lo que escribo, sobre lo que borro, sobre lo que pienso, sobre lo que ignoro?
Ni bucle de oro, ni bucle de plomo…este bucle solo lo deshace la bruja que desde la oculta «biblioteconomiestría» -este palabro es patrimonio brujil– maneja a los pobres diletantes que creen poseer las letras…
Borro, escribo, pienso…escribo, borro, pienso…
No pienso: luego, no escribo, ni borro…
Desde mi bucle dorado espero el momento en que un viento alado –o desalado- borre de mi mente todas las letras sobrantes de un texto que, en blanco, lucirá mejor.
¡Qué bucle! ¡Por el amor de todas las letras!
—¿Quién ha dicho eso?
—Pío, pío, pío…
—Yo: ni pío…

ALBERTINA GALIANO

Se apartó el flequillo de la frente, se dijo que no lo haría más, pero una vez más, nada más una más.
El arcón a sus pies, y dentro todo lo que quedaba atrás.
Nada de faldas, de fantochadas.
Había que volver a empezar.
Sobre la mesa las sobras de otra cena, de otros labios para devorar.
Y el vino rojo, y el temblor de pieles que se rozan sin pudor.
Me quieres?… quién lo sabe si las frases dichas las desvanece el aire.
Aguarda un momento, quererse tanto avecina un final. Dejemos crecer el tiempo entre nosotros, y los sonidos de los días nos lo dirán.
Echaremos el fondo para que esto funcione, para ser dos en una senda larga, par con par. Para recorrer un camino largo que cansa el andar.
De veras esperas ser tú mi amada, ingenua mirada de ojos desconfiados.
Si me arropas del frío te dejo entrar.
Morena frágil en busca de espacios, de hierbas tiernas entre las piernas, donde pacer.
Se apartó el pelo de la frente, y se dijo: esta es la última, no habrá nadie más.

IRENE ADLER

NOCHE DE MIEDO EN VILLA DIODATI
La puerta por la que entra, nunca es la misma por la que después, sale. Es una puerta cóncava y convexa, siempre verde, y a menudo, muy parecida a un espejo.
Siempre ha querido saber qué hay detrás. De las puertas que no cruza. Y de los espejos en los que se mira sin reconocerse. Imagina los meandros que forma la espesura del azogue, por detrás, allí dónde la vista no alcanza,
precipitándose hacia un mar de olvido o lava, como los desaparecidos ríos de Heráclito, cuyas aguas nunca son iguales, nunca son las mismas. Como esa puerta verde. Como su imagen en los espejos en los que ya no se mira. O se mira, pero sin reconocerse.
Desde que regresó, su mente se confina o se dispersa, en ese sótano que es laberinto cretense y mar de los Sargazos. Tras esa puerta verde, donde las paredes son de cemento húmedo como la noche, no hace mucho, alguien emparedó una risa y un recuerdo, y ahora ambos golpean furiosos contra la tapia de su nicho de insomnes, como un corazón delator o como un reloj suizo, acompasada y rítmicamente, sin armar alboroto pero con insistencia. Aúllan lobos transilvanos en alguna parte, entre la noche y el frío, en la distancia entre su voz y el espejo. Y se dice que en ese año de 1816, no hubo verano en Villa Diodati. Espera ver aparecer a Polidori, sosteniendo en alto el atizador de la chimenea; a Byron lánguidamente reclinado en una otomana, con ese aire de duelista predestinado a morir joven ; y a Claire, su hermana disoluta a la que adora, riéndose con procacidad de fulana de Whitechapel. Quiere que Shelley cruce el espejo, la puerta, el tiempo detenido en las orillas del río y en la humedad de las paredes, y la rescate. Que se incline hacia sus ojos y su boca, y le tienda la pluma como quien tiende una espada, y le diga, como solía, con pasión homicida y devoción de súbdito leal : escribe, querida, escribe…
Pero sólo la criatura la ha seguido hasta este laberinto oscuro, a través de la puerta cóncava y convexa; a través del espejo ciego y sordo, de los ríos de Heráclito y su olvido perpetuo. Suyos son la risa y el recuerdo emparedados. Suyo el frenético golpear reclamando la herencia y la vida. Suyos son los aullidos de los lobos transilvanos, y sus quejidos lastimeros como llamadas desesperadas al celo,
que le gritan: crea, querida, crea. No escribas. Crea… Engendra vida. Engendra algo que no muera casi al tiempo de nacer.
Tras la voz y los pasos de la criatura, flota la sombra fluorescente de la Christabel de Coleridge, y el espectro errante y meláncolico de Milton, que también vivieron en aquella casa, enredados en atávicas pasiones, y afligidos, cómo no, por sus demonios. Quizá perseguidos, igual que ella, por la misma idea torva que la siguió hasta aquí, atravesando la cordillera, desafiando a los tiránicos relojes, fustigando su cordura y doblegando su fe, tan escasa.
Crea, querida, crea…
Escribe, querida, escribe…
Engendra algo que no muera casi al tiempo de nacer.
Su maternidad soportada como un castigo. Siempre el mismo sacrificio bíblico y homérico. Sus hijos muertos en el útero o la cuna, víctimas propiciatorias de su propia existencia, culpables de pecados que quizá, cometió ella.
Amar. Vivir. Ser libre. Ser ella…
Engendra algo, querida….
Y así nació de la noche y del espejo, del laberinto, el nicho, el miedo, la frustración, la puerta, el orgullo y la soberbia… La Criatura.
La puerta por la que entra, en esas noches en que ni duerme, ni vive, ni escribe, ni sueña, nunca es la misma por la que después, sale. Tampoco ella es la misma. Ni el espejo. Ni lo que es capaz de recordar de Shelley, de Byron, de aquella noche sin verano en Villa Diodati. De las maneras de fulana de su hermana Claire, a la que adora. Del pobre Polidori. La ausencia insondable de sus hijos… Siempre ha querido saber qué hay tras la puerta y más allá del azogue del espejo. Y ahora, ya lo sabe.
La Criatura.
El monstruo que creó, mientras escribía.
El único de sus hijos que sobrevivió.
El hijo no deseado, concebido en una noche de fantasmas y tormenta, una noche de miedo en Villa Diodati.
El único de todos ellos, que aún sigue aquí, al acecho o a la espera. Y al que no consigue amar, ni en la locura, ni por la fuerza.

SERVANDO CLEMENS

El bucle
Víctor compró una novela experimental en el bazar de la esquina. El administrador del establecimiento le había dicho que era de su autoría.
—No me interesa ese libro —comentó Víctor en un principio—. Sólo vengo por una lámpara de segunda mano, algo económico, ¿comprende?
—Por ciento cincuenta pesos te llevas el libro y la lámpara, amigo, es un ofertón.
—No, gracias —dijo Víctor, algo molesto—. Yo únicamente quiero una lámpara. —Es una metanovela donde las historias se bifurcan y por último se unen. El final te va a desgarrar el corazón, como si se tratara de una espada bien afilada. —De verdad, no —insistió Víctor—. No me gusta leer.
—Bueno, bueno… por ciento diez te ofrezco los dos artículos.
—Ya —dijo Víctor, con tal de que el tipo lo dejara en paz.
Víctor regresó a su departamento, colocó la lámpara en una mesita y hojeó la novela con desgano. Al final encontró una nota que decía:
«Cuando la noche caiga… te asesinaré».
—¡Vaya estupidez! ¡Ese hombre estaba chiflado!
Víctor se asomó por la ventana y advirtió que el sol se ocultaba entre las montañas, en seguida se cortó la luz eléctrica, tumbaron la puerta de una patada y escuchó con claridad el sonido de una espada al desenvainarse.
—¡Me lleva el diablo!
Víctor despertó sobresaltado con la novela que él escribió entre las manos y que nadie quiso publicar. Necesitaba dinero para pagar la luz. Se levantó pesadamente, tomó la lámpara de la mesita, guardó el libro en una mochila y se dirigió al bazar de la esquina.
—Le vendo esta lámpara por cien pesos —ofreció Víctor al entrar—, y por cincuenta más le entrego este libro que escribí, es una ganga.
—No, gracias —dijo el dueño del bazar—. Aquí nadie compra libros.
—Deme ciento veinte por los dos.
—Te doy ciento diez —dijo el encargado.
—De acuerdo, trato hecho.
Víctor se marchó satisfecho por la transacción. El dueño del bazar encendió la lámpara, echó un vistazo al libro y observó una nota en la última página que señalaba:
«Cuando la noche caiga… te asesinaré».
—¡Qué simpleza! ¡Ese tipo estaba loco de remate!
Se cortó la electricidad del establecimiento, pero la lámpara siguió funcionado, y en ese momento, un hombre de aspecto amenazador y que portaba una espada, ingresaba al bazar. De pronto, cuando estaba por caerse, despertó en una butaca del negocio, sudando frío, con la novela que él escribió y que ninguna editorial aceptó.
«Fue un mal sueño, otra vez», pensó.
En ese instante entró Víctor y dijo:
—Ando buscando una lámpara de segunda mano.
—Por ciento cincuenta pesos te llevas esta lámpara y una novela que yo escribí.
—Te ofrezco ciento diez.
—Ok, ok —accedió.
La mentada lámpara se estropeó y la penumbra envolvió a los dos personajes. Acto seguido, tú ingresas al establecimiento para darle luminiscencia al relato. Aluzas con la linterna de tu teléfono y les preguntas a los dos individuos:
—Buenas tardes, estoy buscando una lámpara antigua para regalársela a mi suegra, ¿qué me recomiendan?
Uno de los sujetos te ofrece por ciento diez pesos una lámpara que está situada en el mostrador y una novela que asegura que él escribió.
—¿Qué pasa con ustedes? —preguntas al descubrir que el otro encargado desenvaina una catana.
Una hora más tarde, de manera inexplicable, despiertas en la cama, con una novela en el pecho. Abres el libro y en medio hallas una hojita que dice:
«Cuando la noche caiga… te asesinaré».
—Esos dos vendedores estaban bien locos —dices.
La lámpara de tu mesita de noche se apaga. Quedas a oscuras.
—Y para acabarla de amolar —continúas hablando—, me timaron con esta lámpara chafa. Un segundo…, esta novelita, ¿la escribí yo? Bueno, supongo que tengo que venderla.
Notas que a tu habitación ingresa la silueta estirada de un hombre, saca una espada y después…

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Un nuevo comienzo
Estamos predestinados a ser testigos del eterno despertar, no podemos escapar de los ciclos muertos, de las manecillas sin fin que escapan al tiempo y aparentemente no tienen más función que atormentar a los números que esperan un final.
Katia quiere parar de sufrir. Su mente es como la retina de un niño desde el auto, viajando por la autopista, registrando cada aviso, cada publicidad que se mete en el inconsciente y activa el ser más reptiliano. Un pensamiento lleva a otro y poco a poco deja de vivir, pues olvida que ocurre afuera de su mente. Poco a poco deja de disfrutar la vida. Se aleja de las actividades placenteras y de las necesarias.
Amaba la lluvia, la lluvia sobre su impermeable y el ruido apaciguador que le hacía sentirse protegida. Amaba el calor en sus piernas, la sensación entre fatiga y dolor de unos músculos trabajados día a día. Sentía el rechinar del disco contra la cadena seca que pedía grasa en cada pedaleada; el ruido cauteloso de los frenos de disco y sus pastillas desgastadas. Solía sumergirse en ese mar de sensaciones, olvidando de vez en cuando los transeúntes. De esta manera solía escapar de la incertidumbre de sus días. Del ruido de su mente reverberante y exigente.
Ana y Selene continuaban en esa relación caótica que se mecía entre el clímax y la desolación. Ana dependía, dependía mucho. Todos sus vacíos fueron llenados por la presencia robusta de Selene, por la anchura de sus brazos tatuados que delataban cada mujer que había pasado por sus dedos. Ana y su mente en función de la presencia de su amada, como un radar descompuesto acelerándose antagónicamente con el distanciamiento: ¿Dónde estará en este momento? ¿Por qué no ha llamado, por qué no me demuestra su amor? ¿Soy importante para ella?
Selene también dependía, pero dependía en ocasiones; en otras, se hastiaba del mundo, del amor, del compromiso, de Ana. Huía. Huía mucho. Huía y volvía, como regresan los cucarrones en periodos de lluvia al pastal cálido, al verde húmedo de una temporada invernal. Ese día no aguantaba más, quería desaparecer, exiliarse, dejar de ser incondicional, ser un sapo solitario en los lavaderos de una finca abandonada. Esa tarde deseaba escapar de nuevo, corrió sin cerciorarse de la avenida. Huyó por impulso. Ana rogaba impidiendo un nuevo abandono. No vio la bicicleta, ni la mujer abstraída en sus recuerdos de gloria.
Katía no quiere salir. Ha dejado de comer. No quiere ni pararse de la cama. Sus brazos son ramas que se entrelazan y adhieren con la cabecera de su cama de roble. No se baña, solo cuando tiene ganas. Pero las ganas son lo que más escasea luego del accidente. Entonces huele mal. Pero ni el mal olor la desprenden de sus pensamientos. Sus pensamientos son un halo que recubre la realidad con un color fangoso y cansino. Realiza pequeños cortes que le permiten sentir el dolor, la sensación de vitalidad, la bocanada de aire inflando sus pulmones. Le recuerdan sus días de bicicleta y la fanaticada rindiéndose a sus pies. Cuando no se corta vuelve al incesante bucle del arrepentimiento, de los juicios y las auto verbalizaciones, del podría haber sido, del por qué de sus frenos largos.
Un tintineo proveniente de la calle, el ruido de campanas de bicicleta la conectan con el presente. Una hermosa mujer espera para cruzar la calle. Se delata en la posición de su espalda, en la altura del sillín, su necesidad de ser amada y valorada, cuidada. Katia tiene el inminente deseo de volver a pedalear entre el júbilo, mientras un gregario recibe sus desprecios regocijando un alma solitaria. Katia desea ser de nuevo admirada y aparca su bicicleta mientras saluda con la mano a una mujer que recuerda haber visto antes… Ya se imagina fugándose en su cicla ante sus lamentos.

CURRO BLANCO

Pequeñas cosas.
De su lápiz entre sus dedos. Cuándo se lo llevaba a la boca; cuando se la llevaba a la boca, a sus labios, temblaba. De su libro de texto; que conocía bien el tacto de sus dedos, ensalibado ligeramente por el néctar de su lengua rosa al pasar las hojas.
De la silla de su pupitre; que acariciaba a su antojo las nalgas de su amada. De la barba de tres días de su profesor de matemáticas y del hoyuelo que se le dibujaba en su barbilla al sonreir -pensó que cuando tuviera barba también se dejaría la de tres días, pero que con lo del hoyuelo no podía hacer nada – que según su amada y sus amigas le hacían muy atractivo, les había oído decir.
Sentía celos de pequeñas cosas, y cada mañana desde su pupitre, al fondo del aula, con una perspectiva amplia las veía pasar haciéndolas magnas.
Le ocurría en la primera clase, recién interrumpido su descanso, con la zozobra mañanera. A la hora del desayuno cuando sus molares emprendian el ataque a su bocadillo, justo en el primer bocado decía para sí, ¡seré imbecil…¡ Tener celos de esas pequeñas cosas. Mañana no volverá a ocurrir.
Y, seguidamente, devoraba el bocadillo.

POZO GELES

Cuando un psicólogo te dice que, lo que haces lo haces mal y que tienes que cambiar tu conducta, parece como si ya no pudieras actuar con naturalidad, como si te faltaran recursos.
A mí me habían hecho bullying en el colegio. No solamente me lo habían hecho mis compañeros, también el profesor era cómplice…
Yo era una persona malaje, no tenía agrado con los demás, no tenía buen chiste. Siempre iba con el seño fruncido y la boca cerrada.
No se me daba bien las compañías.
Mis compañeras hablaban entre ellas, contaban estupideces, se reían mucho.
Eran odiosas.
Yo estaba detrás de una que tenía la cara de anormal.
Tenia obsesión. Cuando el profesor daba la clase a mí me gustaba preguntarle para quedarme bien informada. A ella esto no le gustaba y siempre me mandaba callar.
Hay mucha gente maniática. El mundo está lleno de maniáticos y de gente sin sentido
Gente que le gusta dar órdenes, que los demás tiene su propia personalidad.
Y que cada uno tiene su criterio y su ética
La psicóloga me había recomendado una serie de pautas para paliar esos ataques constantes
Yo salía todos los días del colegio medio loca y no podía sacarme de la cabeza mi angustia
Mis semejantes no me interesaban para nada:ni para golpearlos, ni para amarlos, era totalmente neutra a ellos. Yo me distraía mirando una mosca
Sin embargo, intenté de hacer todo lo que la psicóloga me dijo.
Tenía muchas chuletas, de cómo contestar cuando me atacaban verbalmente.
Pero, no parecía afectarles, y no veía que nada les hiciera cambiar de postura.
Eran indeseables, odiosas y traicioneras.
El profesor, solamente quería mantener la disciplina en la clase, siempre se llevaba mejor con las guerrilleras, con las que faltaban el respeto, por lo tanto era aliado de las malas.
Yo no me encontraba a salvo en esa clase
Cada día llegaba peor a clase, y cada día me tiraba más mierda encima , por mi inoperante personalidad.
Algunas veces soñaba que era diferente, pero todos los días mis compañeras me hacían ver que no, que no era diferente, que era una estúpida de las que todos se reían.
El tiempo en el colegio me marchitó como una flor; no tenía ganas de reír, ni de vivir. Sabía que esa situación de nuevo las tendría por todas partes y que no iba a poder vencerlas
Eso me metió en una gran intromisión de la que nunca pude salir. El único refugio que encontré para mitigar mi dolor fue la lectura y la contemplacion.
Esa fue mi salvación.
Los demás no me pude salvar y sigo metida en el bucle.

MERCEDES FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

UNA MANO
La depresión no tiene muchas explicaciones, llega y todo a tu alrededor se derrumba.
Quizás, para definir ese estado sea muy apropiado decir que se entra en un bucle, en una espiral en movimiento que te atrapa y te engulle.
En mi caso, no hay símil más apropiado.
Todo empezó con la ausencia de mi pilar más importante, aquel que nunca falló a pesar de sus múltiples ausencias, pero siempre estaba. De hecho, aún sigue estando a pesar de una más de sus ausencias, la definitiva.
En ese momento, todo se desmoronó a mi alrededor y empezó el maldito bucle.
No podía llorarle, tenía que atender a mi madre.
Decisiones, agotamiento y espadas en alto para defender los ataques.
Sin poder llorar y sin tiempo para recibir el consuelo deseado, apareció mi bucle: crecía la necesidad de desahogo, crecía el ahogo.
Había que seguir a pesar de que el movimiento de la espiral iba aumentando en velocidad, tanto que, mareaba y, a ratos, se llevaba mi consciencia.
El tiempo pasaba con más muerte, más odio, más batallas, más soledad, más tensión, más decisiones y a su paso se llevaba lo más importante: a él mismo.
No había tiempo que perder en lamentaciones ni lágrimas porque la guerra seguía, la paz estaba lejos.
Sin paz, sin tiempo y sin lágrimas.
Bucle.
Sin lágrimas no encontraría paz y sin paz nunca tendría tiempo de lágrimas.
Bucle.
Te aislas. Te arrinconas. Te pierdes en el limbo.
Faltaba chillar, mandar a la mierda, luchar dejándome las uñas, pero faltaba el tiempo necesario para hacerlo, había que estar pendiente de todos y de todo.
De nuevo bucle.
Sumergida y atrapada en medio de esa espiral que se llevaba mi oxígeno, escuché como en susurros, «sal de ahí, agárrate a mí y sal»
Una mano que yo no había visto; una mano fuerte, musculosa, suave y sin callos a pesar del trabajo, una mano tendida ante mí desde siempre y que por fin veía, y a ella me aferré con todas mis fuerzas.
La apreté, la cogí y me puse a llorar en sus brazos.
Esa mano siempre había estado ahí, pero con la velocidad de mi propia espiral, no la había visto.
Me salvó su mano, una mano que lleva junto a mí más de 30 años.
¡¡Tan cerca y yo sin verla!!
Fuera depre, fuera bucle: bienvenidas queridas lágrimas, gracias amada mano.

LIDIA FUENTES

No sabía que decirle y lo poco que se me ocurría no podía terminar de expresarlo porque ella me interrumpía constantemente. Empezaba a arrepentirme de haber renunciado a mi ansiada siesta de los sábados por un café en compañía de Gloria. Llevaba dos semanas sin verla, la última vez fue para oír cómo despellejaba sin piedad a su amiga del alma. Aquel encuentro me dejó agotada y me aclaró más dudas sobre Gloria que sobre esa amiga que al no estar presente no podía defenderse de todo lo que Gloria la acusaba. Había espaciado mis encuentros con ella pero al tener amistades en común era inevitable vernos algunos fines de semana en la pizzería o el pub donde nos reuníamos el grupo de amistades a compartir unas cervezas frescas. Eso sí, yo era invisible cuando estaba Carla, María José o Lucía. No se dirigía a mí para casi nada, le gustaba ser el centro de atención y siempre sacaba los mismos temas; el trabajo , el gimnasio y los continuos mosqueos que pillaba con su novio Fran. Aquella tarde me llamó a mí porque ninguna de sus amigas podía y necesitaba con urgencia desahogarse. Ahí estaba yo, la invisible y aburrida haciendo de buzón para sus quejas y paño de lágrimas. Ésta vez estaba indignada porque le habían cambiado la quincena de vacaciones, cosa que la hizo repetirme su continua aportación y horas extras para el buen funcionamiento de la empresa y que no se merecía esa imprevista modificación en sus días de descanso por parte de su jefa. Entraba en bucle con el tema, amenazaba con dejar el puesto de trabajo pero nunca lo cumplía.
Con su pareja le pasaba lo mismo, decía que lo iba a dejar , que ambos eran incompatibles y terminaba restándole importancia a temas que no veía las consecuencias tóxicas que podían tener para ambos en un futuro. Nunca me preguntaba cómo estaba yo, expulsaba todo resentimiento y cuando se vaciaba miraba su reloj nerviosa , le crecía una prisa repentina que me dejaba exhausta y sola en aquel lugar haciéndome cargo de la cuenta de ambas, porque Gloria tenía dinero para todo pero nunca para el café y tapón de crema de orujo que se tomaba junto a mí.
Aquel día imaginé que una de las palomas que revoloteaban por el parque que se encontraba cerca de la cafetería le cagaba en su larga y lisa caballera rubia, era tanto lo que rumiaba sobre el cambio de quincena que recurrí a mi imaginación para sobrellevar mi agotamiento mental. Me reía divertida visualizando pasar sus largos dedos terminados en uñas de gel untarse con el excremento de esa ave e ir corriendo con cara de asco al aseo a lavarse. No podía evitar esbozar una sonrisa que ella hacía desaparecer en segundos acusándome de que no la escuchaba. En fin, ella se introducía en bucle dramático y yo también lo hacía de otra manera. Gloria era un espejo que me hacía mirar dentro de mí y preguntarme porque me resultaba tan difícil tener amistades más profundas y duraderas donde ambas partes fueran creciendo en confianza y bienestar mutuo en lugar de estas amistades que sólo te buscan para descargar contigo su malestar, que cuando todo les va de perlas brillan por su ausencia en tu vida . Que no saben cuál es tu libro o peli favorita, que sólo existes para ellas cuando te necesitan y ponen miles de excusas cuando es al contrario. Gloria se ponía furiosa cuando las personas de su alrededor no hacían o actuaban como ella esperaba que lo hicieran y chantajeaba de diversas formas para conseguir sus objetivos. Yo sentía penetrar en un bucle de tristeza y apatía cuando compartía mi tiempo libre con amigas así . Sin duda alguna hubiera sido más gratificante quedarme en casa y dormir a pierna suelta la siesta.

BEA ARTEENCUERO

Cuando llega la noche, en nuestra mente, cuando caemos en ese pozo negro sin fin y viajas por el túnel del temor, todos los intentos de volver son vanos, cuando el alma herida a través del río del miedo mantiene viva la soledad, entonces intentas consolar el corazón de los profundos silencios internos y sigues cayendo en la inconsciencia del pánico sin poder aferrarse, sólo te sientes rodeada de figuras que no sabemos de donde provienen, pero están allí, martillando los caminos del razonamiento.
Llegar a la tristeza es más fácil que regresar de ella; Nadie maneja las emociones más que uno mismo, el camino del regreso del miedo es imposible cuando sangra el corazón.
Tal vez soplara el viento del cambio en la noche y llegará la esperanza.
Las estrellas saldrán de donde se esconden de día y una de esas luces más brillante que las demás será el principio del sendero de la vida.
Mientras la noche del miedo esta instalada en el interior, el alma flota. Eres luz y viento en el universo.

MARÍA ROSA ROLANDO

Emma está parada frente al espejo, observándose en silencio. Frota la mano sobre la frente para atenuar las marcas de su entrecejo, ellos delatan su nerviosismo y no quiere que él piense que duda de su desicion. Eligió colores cálidos en su guardarropa como una forma de generar el ambiente de tranquilidad necesario, para decirle que no lo ama. Pensó las palabras, los gestos adecuados, lo ha ensayado tantas veces.
Se mira nuevamente, y sonríe. Sabe que los años siguen marcando su paso en el almanaque, que no hay tanto tiempo. Recuerda cuando al cumplir treinta y cinco intentó hacerle entender que ya no sentía lo mismo por él, pero no pudo concretarlo, los niños, la vida , los miedos. Luego al llegar a los cincuenta, un diagnóstico, la aceptación y la certeza que era su oportunidad. La más pequeña se había ido de casa para comenzar sus estudios, y habían quedado solos, como dos desconocidos que se miran tratando de descubrir que fue lo que los unió. Pero el mismo miedo, la volvió a paralizar. Hoy al cumplir cincuenta y cuatro años desea salir de una vez de ese bucle que la agobia. Se dice a sí misma que es el momento, los miedos desaparecieron, sabe de su fortaleza y no lo duda. Se pide perdón y reconoce el amor que siente por esa hermosa mujer que devuelve la imágen en el espejo. Nadie debe hacerla dudar, es hoy el tris. El motor de un auto que se detiene, las llaves que tintinean en la cerradura. Pasa sus manos sobre el cabello, vuelve a sonreírse y sale de la habitación dispuesta a luchar por su felicidad.
Continuará…

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

Más que bucle, tirabuzón
La habitación está a media luz, como en el tango, pero huele a orines de gato y coles hervidas. Hay una mesa camilla en un rincón, junto a la ventana, por la que se adivina un patio interior, cruzado de cuerdas para tender la ropa.
La mesa está cubierta por unas faldas de color granate. Un sofá tapizado en algo parecido a cuero marrón oscuro, se enfrenta a una televisión de por lo menos tres mil pulgadas y al lado de ella una estantería baja soporta, a modo de templete, una capilla del Sagrado Corazón.
La médium, una cincuentona adelantada metida en carnes, camufla los estragos que la edad ha dejado en su rostro, con gruesas capas de maquillaje torpemente aplicadas, como enlucidos de albañil primerizo.
Sendas bofetadas de pimentón le colorean ambas mejillas de un rojo chillón, a juego con los brochazos de carmín que embadurnan los gruesos labios. La guinda del pastel son unos párpados azules, bordeados con un trazo negro, que imitan a los antiguos amuletos egipcios.
En conjunto, si no fuera porque respira ruidosamente y con evidente dificultad, la señora podía pasar por un muñeco, que algún ventrílocuo distraído hubiera olvidado en la consulta de la vidente.
Un tapete de terciopelo negro ocupa todo el ancho de la mesa. En cada una de sus cuatro esquinas, bordados en algo que imita a la plata — un guiño evidente a la liturgia lunar — , se representan los cuatro elementos esenciales: tierra, agua, fuego y aire; en el centro, presidiendo todo el conjunto, el quinto elemento, el principal: el espíritu.
La mujer manipula una vieja baraja, muy ajada por el uso, de la que va sacando cartas con las que ha formado, en el centro del tapete, una cruz de San Andrés. Deja sobre la mesa el mazo con las cartas restantes y observa la figura durante largo rato.
Al otro lado de la mesa, enfrentando a la mujer, un hombre corpulento, empapado en un sudor grasiento, que se enjuga repetidamente con un pañuelo, no puede ocultar su nerviosismo y, expectante, se mordisquea un padrastro del pulgar derecho, con los ojos fijos en el semblante de ella, buscando algún gesto que le adelante el vaticinio de las cartas.
Por fin, la pitonisa rompe el silencio.
— Veo un viaje, inminente, largo.
Él cabecea asintiendo. Es representante de una empresa de jabones y detergentes. Los viajes por motivos de trabajo son una constante en su vida.
— Hay un hombre muy joven, moreno — continúa la bruja —, muy cercano a usted, que desea su ausencia.
— Lo sabía — el hombre gordo no puede evitar un respingo, mientras siente que se le encojen todas las vísceras de su cuerpo —, por eso me ha dado la ruta del norte, la más larga. El muy cabrón de Jacinto, el encargado, así tiene tiempo de sobra para cortejarla, para alejarla cada vez más de mi lado, para robármela como lo que es: un malnacido ladrón.
— Ha salido la carta de los enamorados, junto a la de la estrella. Eso significa amor puro, sin mácula.
— Sí, como todos los meses, doña Rosario, pero yo, mientras tanto, dejándome por esos caminos de dios los cuernos que me ponen, para llenar la mesa todos los días y que no le falte de nada. ¿Qué puedo hacer para terminar con este infierno? — se le quebró la voz en un sollozo —, si la echo de mi casa me mata la pena y si continúo aguantando esta situación, me moriré de angustia. Deme usted una solución. Pregúntele a las cartas, que ellas me saquen de este bucle infernal en que me encuentro.
— Señor Carmona las cartas hablan, nos adelantan lo que va a pasar. De nosotros dependen las soluciones.
El hombre, abatido, se puso en pie. Hurgó en su americana en busca de la cartera. Sacó un billete de cincuenta euros y, resignado, lo dejó sobre la mesa.
— Hasta el mes que viene, doña Rosario. No sé qué va a ser de mi vida si me deja.
Juan y Manuel están echando una partida al FIFA 2020 en casa del primero. Son dos muchachos que acaban de estrenar la adolescencia.
Manuel es alto, delgado, rubio casi fosforescente, mientras que Juan es más bajito y rechoncho, como su padre y de un moreno rabioso. Los dos son amigos casi desde la cuna.
— ¿Cuando se larga de viaje el plasta de tu padre? — pregunta Manuel mientras se maltrata los pulgares con el mando de la consola.
— Mañana, creo — contesta Juan, sin apartar la vista de la pantalla del televisor.
— Mejor, porque es un auténtico toca huevos, con todos mis respetos. Sin embargo ella… ¡madre de dios qué buena está!
— Oye tío, córtate un pelo, que es la mujer de mi viejo. Lo malo es que nos llenará la casa con las meapilas de sus amigas para rezar el rosario y tendremos que emigrar. Jodidas catequistas. Pero lo prefiero a tener que aguantar al muermo de mi padre. ¡Qué coñazo, el tío!
— Todos los meses la misma movida, colega — respondió Manuel —, no hay manera de salir de este puñetero bucle.
— Amén brother

SILVANA GALLARDO

Revolotean los pensamientos en su cabeza, como moscas merodeando el cadáver de recuerdos insepultos que consumen la energía de su cuerpo. ¡Qué afán de horadar las heridas del pasado!
Dicen que el tiempo cura todo, que alivia las heridas más profundas en el alma; el duelo por las pérdidas aminora con su paso. No es una ley, al menos en su micro universo, pues ya son demasiados los años de tormento arraigado en los rincones más oscuros de su alma y su corazón.
Pasa el tiempo de noches tormentosas, de sueños perturbadores que se vuelven pesadillas y paralizan su cuerpo y todos sus sentidos; sólo su mente inmersa en el infierno de sus propias torturas, percibiendo un miedo aterrador que ahoga los gritos de auxilio en su adolorida garganta, pues una presencia desconocida, abrumadora y demoníaca le provoca la sensación que lo atrapa de manera inconcebible.
Sus propios gemidos emitidos desde el interior de su pecho, lo despiertan y vuelve a su realidad, con las lágrimas que reflejan el azoro por lo vivido en su inconsciencia, en los misteriosos recovecos de su mente.
El alba hace presencia; sin embargo, las horas transcurren tan rápido, que la oscuridad abruma sus sentidos. No desea recostar su cuerpo sobre la cómoda e impecable cama, que a diferencia de otros, le aterra porque sabe que volverá la trepidante sensación del pánico al cerrar los ojos y abandonar sus sentidos en ese espacio que lo hunde en el abismo del horror.
Así, cada día despierta y siente alivio momentáneo, pero se resiste a cerrar de nuevo sus cansados ojos que no controla porque se cegan involuntariamente con la sensación paulatina de parálisis corporal. Pierde control de pensamientos, sólo siente que pierde la batalla contra sus demonios.
Decide buscar apoyo espiritual, porque ya es insoportable su vida, porque desea salir de ese bucle, que lentamente lo conduce a la locura, por laberintos de noches procelosas que le roban la existencia. Así que recurre al esoterismo, para atrapar al espíritu maligno o al demonio que flagela su energía. Cumple cada paso, cada indicación, cada proceso que debe seguir para su sanación mental y espiritual: las flores blancas en la habitación donde duerme, vasos de agua en su cómoda, baños de hierbas, el escapulario sobre su cama, las oraciones…
Día tras día, noche tras noche y la tortura no acaba. -¡Qué infame engaño!- pensó.
Sus delirios, no tenían fin y esa presencia que lo acechaba, no desistía de atormentarlo. Le dijeron -tu espíritu es muy débil, siempre abierto dando paso a las energías negativas que te posesionan ¡Tienes que fortalecerlo! ¡lucha! ¡Ganarás!-
-¿Cómo?- preguntó.
-Enfréntate a ti mismo. Nada ni nadie puede más que tú.-
Las indicaciones las siguió al pie de la letra. Al caer la noche debía cerrar los ojos y pensar que si esa presencia que lo atormentaba seguía en la cabecera de su cama, gritaría y vociferaría en su contra y, al final rezaría una oración con la cual ahuyentaría para siempre sus demonios.
Pero las noches seguían en el proceso irreversible del tiempo; teme cerrar los ojos que fijan con insistencia la oscuridad entre las cuatro paredes de su habitación. Tiembla, llora, piensa en todo y no soluciona nada. Se desespera en su cama, no encuentra acomodo, se revuelve entre las sábanas con incesante desesperación. Su lucha interna le hace levantarse y salir, trastabillea con pasos torpes antes de bajar las escaleras. Lo hace de forma lenta e inconsciente, peldaño por peldaño, y ya abajo, en la sala, percibe una sombra, inmóvil pensativa, mustia, que intentaba enviarle a señas un mensaje de serenidad , pero aferrado ya a sus malestares por tantas noches de tortura, dolores de cabeza y ojos desorbitados, deseosos de cerrarse en sueño profundo, solo lo obligaba a vagar por la inmensa penumbra de la casa. Esa sombra se levanta y lo invita a caminar junto a ella, solo para darse cuenta que era su propia sombra, su alter ego, ese que no le agradaba, que le representaba su peor enemigo, le dijo: -¡lárgate de mi vida! ¡Sólo me has hecho infeliz! ¡Te detesto!- . Ella le habla con voz dulce y armoniosa para decirle que lo ama, que siempre vivirá junto a él y jamás se separarán. Esa era su propia sombra, su ser desconocido que vagaba sin voz, sin color.
Recorrió junto a ella la enorme casa, toda, absolutamente, rincón por rincón y, en el trayecto descubrió otras más, decenas de sombras, cabizbajas, como almas en pena e hicieron migas, salieron al jardín y se sentaron en círculo, se abrazaron y compartieron historias inéditas de sus propias vidas. Volvió a sentir ese deseo de cerrar sus ojos y perderse en sueño reparador pero ellas, las sombras se enojaron por su falta de atención y le gritaron improperios, vociferaron contra él, cuestionándole su debilidad, lo que ocasionó que se enfureciera contra todas ellas, como fiera herida. Se alejó, pero entre sus manos escurría líquido caliente; regresó y las levantó, miró que estaban bañadas en sangre; se asustó y miró a su alrededor. Todas las sombras yacían en el suelo, inmóviles, sin vida, y él sin comprender lo que había sucedido.
Transcurrieron lentas las horas para que la aurora anunciara su llegada y se sorprendió sentado en su jardín, al contacto con el césped, con arma blanca en mano y lágrimas en sus ojos. Acabó con sus recónditos demonios, con sus emociones turbulentas, intensas, con su inseguridad, con sus miedos…
Eran sus sombras y las asesinó. Ya no lo acecharán en sus noches insomnes. Abrió los ojos, hizo a un lado las cobijas de su cama, se levantó de súbito y corrió hacía el jardín para cerciorarse de su atroz masacre. Tenía la seguridad de haber salido del bucle que lo tenía sumido en la desesperanza. Nada ni nadie pudo más que él. Durmió tranquilo, atado con camisa de fuerza y con una sonrisa triunfante en un misterioso hospital psiquiátrico.

GAIA ORBE

Rumiante bucle
que acechas la noche
rizo de azabaches
haces una cosa
una y otra vez
emoción contraria
lazo entreverado
toma decisiones
remonta el espacio
cierra ya la brecha
que quiero dormir

ASTRID QUINTERO PRIETO

La visita.
Vieja amiga de alas rotas, cada día llegas a mi alcoba a contarme tus penas y me contagias de tus tristezas. Ya estoy harta de tus historias de desamores y olvidos.
Siempre con tus sollozos y resoplidos de angustia. Eres como una huérfana que busca refugio en mi pecho, pareces una damita extraviada en la gran ciudad tiritando de frío, con tos y ébria de tanto andar.
¿Por qúe me buscas de nuevo? ¡La ultima vez hisciste que terminara llamándolo¡ y por tu culpa me tomé todo el vino del bar. ¡Vete y no vuelvas! En mi vida abundan los amigos, las fiestas y los viajes. He tenido tantos amantes que te daría envidia si te contara.
Pero siempre vienes a fastidiarme y yo como siempre te recibo ¿Por qué te arrinconas en mi armario y me miras desde lejos?¿No entiendes que quiero vivir y ser feliz? pero sabes que soy débil y que siempre te dejo dormir conmigo, pero bueno, está bien, te dejaré entrar de nuevo.
Acomoda tu paraguas, tu vestidito negro y arrunchate en mi pecho, puedes entrar pero te juro que esta si es la última vez.

ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ

La vida de Carlos se quedó estancada en su juventud, en aquel primer amor que no quiso esperarlo y que sus mejores amigos, como alimañas hambrientas, se lanzaron a por tan bonita presa que a su temprana edad no sabía controlar sus hormonas en expansión por ese cuerpo floreciente.
La rabia impotente ante su traición le hizo sumergirse en la vida nocturna de droga, sexo y alcohol, sin darse cuenta de que el peligro de tanta tentación lo llevaría al abandono.
Su perdición llegó cuando probó aquel polvo en su sangre que le hizo sentir en el mejor de los brazos amantes, se sintió un bebe hambriento y saciado por el abrazo de una madre en su pezón de leche dulce, acunado por el gran bienestar de la felicidad permanente.
Su hipotálamo reservó, poco a poco, toda su capacidad sólo para querer estar flotando en la nube que le arropa su héroe polvo de amapola.
Ni la familia, ni los amigos, ni una nueva chica que lo cuidase, fueron capaces de hacerle salir de tal rueda viciosa que le obligaba, al despertar de su letargo, a buscar la manera, fuese cual fuese y cayera quien se pusiera por delante, para volver a intoxicar su sangre con artificiales y engañosas sensaciones durante todo el día de todos los días.
El destino volvió a juntar en esa misma rueda a Carlos y el amor de su juventud. Los dos vagaban juntos por el mundo de la miserable drogadicción y juntos se inyectaban su adicción en los patios de escalera y en los callejones solitarios.
Al poco tiempo de su reencuentro, después de uno de tantos viajes elevados, Carlos quiso despertarla sin éxito y ella yacía en un charco de orines, con tan sólo su piel cubriendo un montón de huesos, blanca, inmóvil y sin vida.
Ese día decidió terminar con esa vida de buscar y flotar, buscar y flotar y así un sin fin de lo mismo para siempre.
Carlos compró fiado tres gramos de polvo marrón y se sumergió en la gran nube de su tormenta para siempre.

REBECA FS

Paranoia
Yoyó sip
Tutú sip
Elél nop
Ellaella nop
Y vuelta a empezar.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

Hola, llevo una semana sin dormir. No quiero hablar muy fuerte, puede escucharme, incluso leer mis pensamientos. Por favor, necesito ayuda, rápido. Si me duermo otra vez, no sé si volveré de mis sueños.
Encontré un grupo de escritura en Facebook hace unos meses, donde proponían un tema para escribir cada semana. Al principio participaba poquito, pero con los días, me enganché más. Los participantes del grupo te animan y no eres capaz de dejarlo. Poco a poco, te vas adentrando a su secta de locos y escritores maniáticos. Creo que la administradora es una bruja. Me dejé llevar y cuando me quise dar cuenta, era uno más de ellos.
En los últimos meses escribía a diario y sin descanso. No me había fijado que escribía hasta en mis sueños. Sufría el mismo sueño todas las noches. Aparecía en una sala con la paredes de color rojo y unas cortinas de color negro que colgaban hasta el suelo. Podía ver una fila enorme de escritorios donde aparecían muchas personas escribiendo al mismo tiempo. Había un hombre de unos dos metros aproximadamente de alto, de piel oscura, con pezuñas en vez de dedos en los pies, una cornamenta de cabra y dos ojos brillantes como el fuego. Tan solo con mirarte, te hacia temblar hasta el flequillo.
Conseguí salir de mi último sueño, donde por primera vez, me habló aquella cosa oscura. Intenté de todo para no volver a dormir, me borre del grupo y eliminé mi cuenta de Facebook. Ahora me acosan todo el tiempo con mensajes privados, incluso me llaman con número secreto al móvil. Busqué a una mujer que me hizo unas limpias y me ayudo con las personas que me molestaban, pero me dijo que de mi último sueño no podre salir. Vendí mi alma al diablo cuando me hice parte de ese grupo y pueden hacer conmigo lo que quieran a su antojo.
Solo tengo dos opciones, suicidarme o acabar con la persona que me hechizo en el grupo. Creo que voy a tomar la segunda opción, aunque creo que va a ser difícil. Mejor tomo la primera opción…
¡Mierda! Ya estoy en éste grupo de nuevo y está esa cosa ahí enfrente mía. ¡Joder! ¡Me he dormido! ¡No puedo salir de este bucle!

FÉLIX LONDOÑO G

-Oye Adán, mira lo que ha sucedido: una manzana y que delicia de bucle. ¡Todo un helicoide!
– Así es Eva, quien iba a imaginar que allí dentro dormía ese duendecillo de Eros.
¡Momentos helicoidales! … Caín…Abel. El trasgo de Tánatos, los bucles de la errancia.

DANI GALLEGO ALEMÁN

LA VIDA, EL BUCLE.
Sonrió mientras apretaba aún más fuerte la piña que tenía en la mano. La mirada se le iba de un lado a otro contemplando las ruinas de lo que fue su infancia. Dónde un día estuvo la casa de su abuela, en la que solía veranear, resaltaban ahora dos preciosas, negras y relucientes chimeneas, vomitando nubes de humo rancio.
Era viejo, ya había vivido lo suyo, pero odiaba pensar en lo que se convertiría su pueblo, la niña de sus ojos…
Sintió el dolor que le transmitían los árboles, si así se les podía llamar a los tres esqueletos ramosos, renegridos que se erguían cabizbajos en la sombra…
…Lanzó la piña al aire y se oyó un grito, algún «gordo apestoso» había alcanzado en el ojo al jefe de los «Termiqueños», la banda más temida del pueblo. Un grito de guerra se elevó de entre la arboleda y con el clamor de las espadas de madera entrechocando, la gran batalla comenzó.
Serían las dos o las tres de la tarde y en las casas blancas y nuevas humeaban las ollas. En los balcones, atareadas amas de casa, vociferaban llamando a sus hijos. Éstos, atrapados entre el deber de la guerra y el dulce alarido de sus lindas «mamaítas», no tenían otro remedio que resignarse al potaje, las lentejas o cualquier otro plato inmundo, indigno de los príncipes del bosque…
…La sirena del barco resonó en el muelle con fuerza, asustando a las gaviotas y despertando a los cuatro marineros «borrachuzos» que dormitaban a la puerta del bar.
Al barco subió un viejo, alto, de larga melena y barba también larga, blancas ambas como el cielo sobre el mar. Su mirada reflejaba un mundo perdido, donde los niños jugaban a ser elfos y la vida transcurría tranquila, pero en el fondo de sus ojos había un brillo oscuro, tenebroso, como de alguien que ha perdido más de lo que nunca tuvo.
Un día, los niños que jugaban a las guerras de piñas, ávidos de hazañas y gloria, dejaron de interesarse por esas tonterías. Habían crecido y pensaron en lo bien que estaría tener un coche, una moto, beber vino y besar dulces labios.
Pensaron en lo bien que estaría ir a la ciudad donde podrían encontrar todo eso y más.
Y la vida los traicionó, el valiente caballero lleno de esperanzas murió dentro de ellos. Se preocuparon por el recibo de la luz, del agua y de como pagar las letras de su casa, una jaula de ladrillo donde encontrar la felicidad. Seguro que sí…
Pasaron los años y la vida fue marchitándose como los árboles que un día dejaron atrás. Murieron todos los que un día fueron amigos bajo el sol del viejo pueblo.
Sólo uno se acordó, tras un largo camino, se acordó de como había atizado en el ojo, un día ya muy lejano, al jefe de los Termiqueños y recordó también, el ahora añoradísimo, olor de la comida y de la ropa tendida en casa de su abuela, su casa.
Y volvió, recogió una piña, única, abandonada en el suelo, sabía que era ésa la que le dio el honor de haber derrotado a su eterno compañero de juegos. Estaba allí, medio enterrada junto a la raíz de los árboles, antaño verdes y grandes, como recordándole una promesa: «Nunca dejaremos de ser los caballeros del monte, si eso sucede, que el viejo mar nos arrastre desde la roca del Obispo para siempre».
Y ahora allí estaba él, pensando, de camino hacia la roca maldita, cumpliría su promesa.
Le había dicho al patrón del barquito que lo dejara detrás del monte, en la roca que los pescadores llamaban «el Obispo».
Y llegó. Subió a lo más alto, miró al mar y desafiante arrojó lejos la piña, que se hundió formando ondas en las aguas suaves y transparentes.
Como en un espejo, vio a sus antiguos amigos, riendo allá en el fondo, invitándolo a seguirlos.
Serían las gaviotas pero él creyó oír el eco de las antiguas batallas, de antiguas risas sonando jóvenes ahora, llamándolo, llamándolo…

EMILIANO HEREDIA JURADO

LA PUERTA QUE GIRA
La verdad es, que no sé cómo empezar ni cómo contarles la historia, ni la razón ni la causa, explique la situación en la que ahora me encuentro…..
Tal vez, lo mejor, será empezar por el principio.
Me hallaba yo, una mañana, enfrente de un vetusto edificio de los juzgados , sito en la calle Colegios, en mi ciudad, Alcalá de Henares, para tramitar un simple trámite en el registro civil….
Un edificio, cabe comentar que, como casi todos los edificios antiguos de Alcalá de Henares, han tenido uno o varios usos…si la memoria no me falla, creo que este edificio, de 1518, fundado por los monjes agustinos, dedicado a su patrón, San Agustín, y siendo colegio Mayor, impartió con sabiduría en calidad de profesor, durante año y medio, nada más y nada menos, que el insigne Poeta del siglo de oro, Fray Luis de León.
Pero bueno, dejémonos ya de aburridas puntualizaciones históricas y centrémonos en el meollo del asunto.
Me hallaba, como decía, sentado en un banco recio, antiguo, color caoba con el pulido de miles de usos, esperando mi turno.
Aunque, en el pasillo donde estaba esperando, no había persona alguna, tenía una extraña sensación de que alguien, me observaba. Tal vez, fuera fruto del hastío de la espera, del aburrimiento que me hiciera no querer jugar al móvil, o leer las noticias, o mirar al techo, para escrudiñar el hermoso artesonado que lo adornaba, pero, juraría que, tras un frondoso ficus, situado al fondo de dicho pasillo, algo o alguien me estaba espiando, pues juraría que una de mis fugaces miradas hacia aquel rincón, donde se estaba situada la frondosa planta, las hojas de ésta, se movían.
No sé cuántas horas, porque fueron horas, pasaron hasta que perdí la paciencia, llamé a la puerta que tenía enfrente y, con toda la educación que mi indignación me permitía, entré para protestar enérgicamente por la larga espera para realizar un trámite que, solo eran unos minutos.
Cuál fue mi sorpresa, cuando, descubrí al entrar, que las mesas atestadas de documentos atrasados, tres en concreto, que se hallaban tras el mostrador, estaban vacías, los ordenadores apagados.
Lleno de rabia e indignación, me dirigí raudo hacia la entrada del edificio, para exponer una tal vez, baldía protesta.
Estupefacto, descubrí que, el amplio hall de la entrada, estaba vacío. No hallé a nadie. Ni los dos agentes del orden que estaban en el arco de seguridad de la entrada, ni el conserje, ni el ajetreo humano de subida y bajada de las amplias escaleras que daban acceso a los pisos superiores. Ni tan siquiera, el ascensor, tenía una larga cola para ser usado.
Nada.
Despavorido, disipada mi indignación en la taza de mi miedo, me dirigí raudo hacia la puerta giratoria que daba a la calle….
Parecí feliz mi empresa, pero de nuevo….me hallaba en el recibidor de los juzgados…..vacío.
Sin llegar a entender exactamente que estaba sucediendo, volví a salir por la puerta giratoria….y de nuevo retornaba al mismo punto de origen del cual había salido.
Mareado y confuso….me volví a sentar en el mismo banco donde había estado antes, con los codos apoyados en los muslos, y sujetándome la cabeza con las manos, intentando discernir si, lo que me estaba sucediendo, era fruto de un mal sueño, producto de una cabezada que estaba echando, por el aburrimiento, esperanzado con que, al despertarme, todo el bullicio del edifico me llevaría de nuevo a la realidad.
No sólo no fue así.
De las hojas del ficus que mencioné anteriormente, salía una voz, masculina, que me invitaba a acercarme, hasta el enorme macetón de terracota. Algo cursi, con unos cordoncitos con borla, perimetrando el macetón, con un par de angelitos amorfos, mal hechos.
-¡Pssss!,!pssss!, ¡pollo!, ¡pollo!, ¡eh!, acérquese, no tenga miedo.
Con más miedo que vergüenza, pero también, lleno de curiosidad, me acerco y, apartando las hojas con las manos, descubro, acurrucado, a un hombrecillo menudo, de unos setenta y algo, bien vestido, con un traje algo chocante, pues, parece sacado de un escaparate setentero.
-Buenos días –me saluda, muy amablemente, extendiéndome la mano, e irguiéndose, descubro que es de mi estatura, más o menos- mi nombre es Florencio, Florencio García García
-Encantado- respondo, apretándole la mano-, mi nombre es Emiliano, Emiliano Heredia Jurado.
-Bienvenido a la sección de expedientes olvidados-responde el hombre, mirándome con sus ojillos obscuros, y su cara afilada, con nariz aguileña-
-Perdón, ¿Cómo dice? -respondo intrigado-
-Sígame y lo entenderá
-Pero oiga, ¿usted quién es?, ¿trabaja aquí?-le pregunto, mientras le sigo, a paso raudo, y torcemos el pasillo hacia la izquierda, entrando por una puerta…..en la que descubro una enorme sala, donde hay funcionarios trabajando-
-Entre, entre sin miedo….tranquilo, no nos ven…-me invita a entrar Florencio-
-¿acaso es usted el jefe de gabinete?, ¿le conocen?- le interrogo-
-¡Psth!, ¡Psth! ¡preguntas!, ¡hace usted señor Emiliano muchas preguntas!, le vuelvo a repetir, que me siga, todas sus interrogantes serán respondidas a su debido tiempo, ya le digo, que no nos pueden ver, ¿ve?- observo atónito, como Florencio, abre un armarito auxiliar, y coge con total tranquilidad, un paquete de galletas de chocolate Príncipe de Beckelard, lo cierra, y sigue su camino, comiendo una galleta-¿quiere?-me ofrece el paquete- ya le he dicho que no nos pueden ver, pero sígame, sígame….
Salimos a un patio añoso, con un pozo de la época en que se construyó el edifico, y entramos por una puerta en la que, sobre el dintel, hay un cartel que pone: limpieza.
Al entrar en el que se supone un cuarto minúsculo, atestado de útiles y productos de limpieza, descubro una modesta, pero antigua portería, de lo que antaño, fue una residencia de estudiantes.
-¿Qué sitio es este?-pregunto curioso-
-Éste, Emiliano, es donde van a parar los expedientes perdidos, como usted, como yo, y como los demás. No somos muchos, por circunstancias que luego le explicaré, hemos sido bastantes más de los que ahora somos, según tengo conocimiento, hemos llegado a ser cientos….pero ahora solo con usted, formamos un grupo, una familia de unas seis personas. Venga, que se los presento.
Florencio, se pone las manos a modo de altavoz, y grita, en el centro del patio circundado por una corrala que alberga las diferentes estancias.
-¡Amigos!, ¡Salgan!, ¡tenemos un nuevo expediente!
Observo cómo, de cuatro puertas, van saliendo cuatro personas, cada cual más variopinta, que van bajando por la escalera que lleva hasta el patio donde ahora nos encontramos Florencio y yo.
-Venga, que le presento. –Me coge amablemente del antebrazo derecho, y me lleva a reunirme con los cuatro personajes que acaban de bajar-
-Encantado de conocerles, buenos días-me presento-, mi nombre es Emiliano Heredia y, como comprenderán, estoy aún un poco conmocionado, porque, realmente, no sé cómo he llegado hasta aquí, así que ruego me disculpen un poco si notan que estoy un poco aturdido…
-Eso es normal, amigo Emiliano-me comenta Florencio-, ¿le puedo tutear?.
-Claro, claro, por supuesto, amigo Florencio, y lo hago extensible al grupo…-me dirijo a las personas que tengo enfrente-
-Mira, Emiliano, este señor de aquí, es Don Tomás de Quiñones, es el más veterano del grupo…
-Encantado, Emiliano, llevo aquí desde la administración de Don Eduardo Dato, ni más ni menos, necesitaba una licencia para abrir una notaría…y ya vé…-me comenta, un señor de unos cincuenta y algo, obeso, con un traje del año y de la moda del charlestón-
-Doña Rosita Mendizorroza-prosigue la presentación Florencio-
-Buenos días, guapo, se agradece gente nueva por aquí-me comenta, una mujer de unos cuarenta y algo, con traje Channel, color azul celeste, y collar de perlas al cuello-yó, ya ve, desde la guerra civil, militante del PSOE, fui a por una licencia para casarme por lo civil, porque yo de los curas, nada de nada, y entre el revuelo, el tirotéo que se formó en la calle…pues aquí me quedé.
-A continuación, nuestro miembro más joven, un joven hippie, que vino a por un juicio oral, de oral, ni presencial nada de nada….tuvo suerte de encontrarle otro miembro que lamentablemente ya no está con nosotros…lo encontró dando tumbos, saliendo y entrando una y otra vez por la puerta giratoria de la entrada…
-¿Pasa tío?, mi nombre en Miguel, pero llámame Mike-me quedo alucinando, cuando descubro, ante mí, a un personaje salido de una fotografía del concierto de Woodstook-, es un flipe tenerte aquí, creo que vamos a tener buen rollo, tu y yo, detecto buenas vibraciones, tío.
-y por último, Jhon Smith, un americano, de la base de Torrejón, que, enamorado de esta hermosa ciudad, quiso empadronarse, aquí y, entre la confusión del idioma, la burocracia…pues, terminó sus pasos, aquí. A él personalmente, como a ti, lo rescaté, de los pasillos de este edificio. –Miucho giusto, Emiliano- me saluda, un militar de uniforme, alto, americano, muy americano, rubio muy rubio, mascando chicle, con un inconfundible acento yankie-
-Y por último yo, Florencio García, perdido en el gobierno de Suarez, la época donde más residentes hubo aquí, durante la transición, hubo mucho follón, mucho lío….y mucho expediente perdido…
-Estoy encantado de conocerles a todos….pero hay una cosa, que llevo dándole vueltas a la cabeza, desde el momento en que se han presentado. Disculpen, pero no quisiera ofenderles, salvo Miguel, perdón, Mike, y Jhon, todos ustedes, deberían estar muertos, ¿acaso el muerto soy yo y no me he enterado?
-Mira Emiliano-me responde Don Tomás-todos los que estamos aquí, lo estamos porque tenemos asuntos pendientes que nos unen indefectiblemente a este lugar, hasta que se resuelvan.
-¿y si se resuelven?-pregunto esperanzado-
-¡uy chico!-me responde Rosita- eso ha pasado poquísimas veces-pone énfasis en la forma de decirlo-, y los que lo han conseguido, han podido salir por la puerta giratoria por donde entraron….
-Lio mialo, es que, destriuyan tchu iexpediente-exclama apesumbrado Jhon-, ientionces, te iesfumas, tie ievaporas, ¿ientendes mi?-exclama triste, Jhon, en su mal español-
-Mira, tío, aquí, no se está tan mal, ¿capichi?, por el papeo no te preocupes, tronco, como aquí nadie te pipea, afanas la comida de la cantina, ¿controlas tron?
-Entonces….¿estoy destinado a vivir aquí…hasta que se resuelva, encuentren mi expediente….o peor….me evapore si, lo destruyen?. Y si al final, puedo salir por la puerta giratoria….¿volveré a mi vida normal?…-Les pregunto angustiado
-Mira Emiliano, tómate esta especie de reclusión, como una contraprestación a todos los años que vas a vivir de más, mira Don Tomás, ahora tendría….unos ciento cincuenta, doña Rosita….ciento veinte y tantos….y como te hemos dicho, cabe la posibilidad de que encuentren tu expediente pronto y vuelvas a tu vida de antes-intenta consolarme Florencio, poniéndome la mano sobre el hombro izquierdo mientras miro con cierta pesadumbre la puerta por la que hemos entrado….-
-Bueno, no tengo más remedio que asumirlo, encantado de pertenecer a esta inesperada familia a la que me toca pertenecer…tal vez, la felicidad de este sitito, con vosotros, aunque sea enlatada…sea más felicidad que la que tenía fuera de este lugar.

BEATRIZ ÁNGEL

LO QUE MAR OCULTA
Capítulo 1.
Entre en casa después del trabajo, ella estaba sentada en el sofá, nada más verla lo supe, aunque no quise pensar en ello, tal vez sólo eran cosas mías. Había una especie de aire espeso, se palpaba en el ambiente lo que iba a acontecer. El salón estaba a media luz, la tele que había frente al sofá estaba encendida pero no tenía sonido, según me iba acercando vi sobre la mesa varios clinex arrugados, era evidente que había estado llorando, le dije hola y y su respuesta llegó a mi a través de un fino hilo de voz. Le pregunté si estaba bien sabiendo que no lo estaba y aterrorizado por lo que me pudiera decir me fui al baño a simular que me orinaba. Respiré hondo, tal vez sólo eran cosas mías, tal vez sólo había tenido un mal día y estaba cansada o enferma o enfadada por algo del trabajo. Me armé de valor y volví a su lado. Antes de entrar de nuevo al salón sus voz me golpeó como si un yunque me hubiera caído sobre la cabeza. – No puedo más Martín, ya no… Ha sido una decisión difícil, pero muy meditada y lo siento, pero me voy.
Habíamos discutido muchas veces, no podría ni llevar la cuenta, pero eso parte de nosotros, siempre nos reconciliabamos y eso nos hacía más fuertes, o eso pensaba yo.
Sé levantó como si flotara, como si él haberse quitado ese peso de encima le hubiera enderezado la espalda, erguido los pecho y levantado la cabeza, digna y libre. Con el rabillo del ojo vi al fondo de pasillo un leve destello que emitían las partes metálicas de las maletas que estaban preparadas y colocadas para salir. Y eso, eso fue lo que hizo, coger sus maletas y salir de allí susurrando un dulce adiós. Mientras observaba, como desde otra dimensión, la estampa que se sucedía ante mis ojos mi teléfono no paraba de sonar, cuando se cerró la puerta tras ella un impulso que buscaba, quizás la manera de evitar a toda costa entrar en el bucle de la autocompasión y de la autodestrucción, descolgó el teléfono, al otro lado una voz temblorosa casi imperceptible balbuceaba palabras sin sentido, casi como si se encontrase ajeno a mi voz, conseguí entender mi nombre entre los sollozos, estaba claro que era una llamada de trabajo, una llamada que no podía llegar en mejor momento, sabía que era la única manera de escapar del dolor.
Quizás deba hablaros de a qué me dedico, cuando perdí a mi hermano en unas circunstancias cuanto menos extrañas mi familia se quedó destrozada, ya no solo pérdida de un hijo si no por la dolorosa incertidumbre de no saber nunca que había pasado y sin la posibilidad de velar y enterrar su cuerpo que jamás apareció. Bruno tenía 9 años, yo 11 cuando desapareció, se había ido con mi padre a pescar, a él le gustaban esas cosas, yo era más de libros y preguntas existenciales ya desde edad temprana. Mi padre contó que la barca en la que pescaban volcó al intentar sacar un pez del agua y a mi hermano parece ser que lo engulleron las olas pero nunca encontraron su cuerpo.
Después de aquello mi familia se desmoronó como lo haría una montaña de azúcar, grano a grano hasta que el dolor nos separó a los unos de los otros, mis padres se divorciaron y yo me quedé con mi madre porque no soportaba ver como mi padre se destruía a sí mismo día tras día, se refugió en las drogas y el alcohol y murió 5 años después de la muerte de mi hermano.
Yo canalice su perdida estudiando para hacerme investigador de desapariciones de niños, y cuando por fin lo conseguí me sumergí en un mar de preguntas sobre la muerte de Bruno que no tenían respuesta, hasta que se convirtió en una gran obsesión.
Mientras escuchaba la historia de un padre desesperado sólo podía pensar en la imagen de Ana cerrando la puerta, quería escapar de aquel dolor y sin pensar en nada más acepté aquel caso que me alejaría a cientos de kilómetros de la pena contenida que me estaba invadiendo como una plaga mortal.
Continuará….

LOLY MORENO BARNES

Entrar en bucle es, sin darnos cuenta, lanzarse por un tobogán sin lugar, ni reloj que marque las horas.
Girar en todos los sentidos, quedando al fin, tal como al principio, perdiendo el tiempo, las ganas y hasta la dignidad.
¡Así lo siento al hacer balance de mi vida!
¡ Así lo siento al mirar la tuya!
Nunca me prometiste el cielo ni la luna, pero yo aspiraba a llegar lejos en nuestro camino juntos…
¡Casi era una niña cuando nos conocimos y me juraste amor eterno!
¡Yo; una ilusa, te creí!
No es que estuviese perdidamente enamorada de ti. Pero pensé que tu lo estabas de mi, y con ello bastaba para alcanzar grandes sueños.
Yo era de esas personas enamoradas de la vida y como no estarlo también de un buen hombre.
Muy pronto llegó la primera desilusión. Tú no estabas dispuesto a formar una familia con hijos, aunque al fin cediste pero no los deseaste como yo.
Luego llegó el siguiente desengaño; tus sueños y proyectos nunca contaron con compartir también los míos. Entonces cedí yo, postergando y luego descartando los míos.
Un día , cuando pensaba haber tomado la decisión correcta, viviendo solo para ti; llegó la tercera mala jugada del destino.
¡En este tiempo, yo me había enamorado de ti hasta los huesos !
… Y fue entonces cuando me dejaste de lado porque otra mujer ocupó tu corazón.
¡Lloré y lloré hasta que comprendí que debía tomar las riendas de mi vida y no vivir la tuya!
Superé la situación mirándome al espejo para convencerme de mi valía.
Los hijos ya habían crecido, no me necesitaban y dedique mi tiempo a estudiar y forjarme la vida que merecía.
¡Me sentí orgullosa de mis logros!
entonces, regresaste y pediste perdón, reconociendo tu gran error, me dijiste cuan gran mujer era.
Pero no era tan grande ni tan lista, cuando sin pensarlo demasiado te perdoné por mantener la familia unida.
Dicen, que un jarrón que se rompe y se pretende arreglar, nunca queda igual que nuevo.
Aún así junté los pedazos y logré que nuestras vidas brillaran.
¡Tú volviste a tener tus sueños y yo, a delegar los míos!
La historia se repetía una y otra vez…
Hasta que caíste enfermo. Te cuidé durante años. Poco a poco recuperaste tu salud a sabiendas que las secuelas te acompañarían toda la vida y debías medicarte.
Llegados a este punto, con tanto camino andado, decides que no ha sido suficiente mi tiempo ni amor y pudiendo hacerlo no me ahorras la tristeza de verte abandonar tu misma vida y decides cuando y como sera tu tiempo de partir. Que tocará mas pronto que tarde alejarte de mi lado. ¡Solo porque tú lo decides!
¡Aquí es donde el bucle se rompe!
¡ No seré cómplice de tus deseos!
¡ No seré yo , quien te empuje al abismo!
¡ Te dejo libre para que saltes por tu cuenta!

CONCE JARA

V O C E S
Autor: Conce Jara
– ¡Oye Popeye!, ¿qué tal el nuevo compañero de celda?
– Se llama Roberto… un poco rarito, -dijo mientras le pasaba al Chato la última “pava” del pitillo- es callado, algo desordenado, no muy limpio, le gusta leer la Biblia… lo único que me crispa es que siempre está… disperso. Por la mañana y por la noche se lo llevan a la enfermería, le dan pastillas, quizás por eso parece estar todo el día colocado. También visita a la psicóloga.
– No ¡jodas! ¡Vaya suerte el nuevo! ¡Con lo buena que está! -dijo haciendo la mano un puño, dejando rectos los dedos índices, y llevándoselas a la altura del pecho-.
– ¡Jajaja! Déjalo Chato, que donde esté mi Sonia, menuda fotografía me ha llegado, la tengo como en un altar, con todas las demás…. pero, a lo que iba… Roberto siempre lleva su Biblia y como marcapáginas una foto en la que sale con su perro, un rottweiler negro. El otro día le veo llorando, le pregunto y no me contesta. Pues tío pasó como una hora y me suelta que echaba de menos más a su perro que a su madre… sin más.
– Pues dicen que le han metido 15 años. Asesinato en primer grado ¡seguro! Además, le han puesto contigo… ¡ya me dirás!
– ¡Eh tronco! Lo mío está más que justificado. Ese cabrón no nos dejaba vivir ni a su hija ni a mi… aquel día de caza me lo puso a huevo. Por los putos guardias… ¡qué manera de ligarme!
Al sonar la sirena de regreso a las celdas, Popeye y el Chato caminaron rápido hacia la fila, era mayo, pero en Almería ya hacía un calor de perros.
-Mírale, ahí está, a lo suyo. Con la que está cayendo, torrándose. Pero… ¿qué cojones hace? Tío, ¿tú lo ves? El colega pasando de la fila y leyendo la Biblia.
– Déjale Popeye, sino se mete ya se ocupará el cabrón del Macías… le soltaran una somanta de ostias y al agujero. ¡Ahora! Ándate fino. Los locos, cuanto más lejos, mejor.
Roberto se unió el último a la hilera de presos, que avanzaba lentamente por la sombra hasta la entrada en el módulo II del Centro Penitenciario de Acebuche. Tras el rutinario cacheo, entraron en el vestíbulo, agradeciendo el frescor que reinaba en la estancia. Tres pisos de altura, cada uno con 25 celdas, la primera y segunda planta para dos reos. En la tercera solo celdas individuales. El Chato se quedó en el primer piso, despidiéndose de Popeye que siguió subiendo los escalones una planta más, en silencio, rememorando lo hablado sobre su nuevo compañero.
“Aún a sus 13 años sufría incontinencia urinaria y sus compañeros se reían de él. Entonces empezó a escuchar que le decían: mata… te voy a descuartizar… Le despertaban por la noche, le enviaban mensajes ocultos a través de la televisión y sufría pérdida de memoria.
Su padre, un hombre muy religioso, murió cuando tenía 16 años, refugiándose en la bebida y los porros, lo que agravó los mensajes. Consiguió terminar un grado superior de Administración y Finanzas. Fue de Erasmus a Francia, pero su tío tuvo que ir a buscarle por indicación de sus compañeros. Lo encontró durmiendo en la calle, diciendo que le habían violado y robado, que tenía que salir de allí. Todo falso… solo producto de su imaginación.
Se fue de casa, compartiendo piso con unos compañeros. Uno de ellos le denunció por maltrato animal, al sospechar que éste había descuartizado a su gato, al que encontró el portero de la finca en el hueco del ascensor, tras varios días desaparecido. Por el modus operandi, se le adjudicó la autoría de otras denuncias similares acontecidas en el tiempo que llevaba viviendo en la barriada de San Pol en Madrid. Le ingresaron por orden judicial en un hospital psiquiátrico y acabó volviendo a vivir con su madre, Sole, de 55 años.
Mientras… los mensajes seguían.”
Roberto se sentaba siempre en el mismo sitio, solo, sin probar apenas bocado, sin perder de vista a Popeye:
– Es que es cansino el tío, no te quita ojo. ¿A ver si es maricón y le vas a gustar?
– ¡Déjame Chato, ostia! Ya sé que me mira… solo quiero comer tranquilo, que bastante tengo ya encima.
– ¿Y eso? Algo más que contar…
– ¡Joder tío!… se mea.
– ¿Cómo que se mea?
– La otra noche me desperté al notar algo húmedo en la pierna… no sé por qué demonios, pero moja la cama. La parte de su colchón que veo tiene una enorme mancha de humedad, y la celda cada vez huele peor.
– ¡Ostias!
– Si, y habla solo, le oigo murmurar, sobre todo de noche… voy con tapones. Luego esa mirada de perro degollado todo el día sobre mí. Le he llamado marica… le he amenazado si no deja de mirarme, pero no habla, siempre ido, con su Biblia. No puedo ir a la ducha tranquilo, ni vestirme, es continuo y cada vez peor. Lo que más me jode es que no tiene ni media hostia. Pero tío, por la Sonia, no quiero problemas…
– Popeye, yo se lo contaría a la psicóloga. A ver, no pienses mal… en serio, el tío no está bien de la azotea, cuéntale lo que te pasa, y que pongan una solución.
A las 11 de la mañana del viernes el funcionario llamó a la puerta. Al escuchar la voz femenina de la especialista, de alguna forma Popeye se tranquilizó:
-Con permiso, traigo a Jacobo Santamaría… el compañero de Roberto… Les cierro la puerta, pero estoy aquí mismo -dijo sentando a Jacobo con las esposas puestas, enganchando estas últimas a una cadena y entregando un papel a la psicóloga-.
– Si, si. No hay problema, cierre… ¿Te llaman Jacobo?
-No. Me conocen por el Popeye, soy el compañero de Roberto García… Verá si he venido no es por mí, le traigo una lista de todo lo que he visto raro en Roberto, no quería olvidar nada… por favor, necesito que me ayude.
En el camino a la celda Popeye respiraba tranquilo, tras escucharle durante más de una hora la psicóloga concluyó que hablaría con el médico de la prisión, recomendando su cambio de celda para la próxima semana, evitando así un posible altercado entre reos, y una revisión de la actual situación mental de Roberto.
Domingo, día de visita.
Popeye estaba contento, bromeó durante el desayuno, reía a carcajadas con el Chato y otros compañeros de mesa. No pensaba en Roberto, en sus manías, su cabeza estaba ocupada por la emoción de la visita de Sonia, en pensar como la llenaría de besos en su bis a bis, en hacerla lentamente suya, para después amarla con besos, cariños, risas, abrazos…
Roberto hoy no miraba, estaba de espaldas, con su lectura…
De vuelta del desayuno, a Popeye le dio la impresión de que su compañero no estaba:
-Estará en la enfermería -pensó, mientras sacaba la sudadera con capucha que le había regalado su madre por su cumpleaños. Repasó el afeitado y se cepilló los dientes a conciencia, todo ello tarareando la canción que tanto le gustaba a Sonia que le cantara, “Por la raja de tu falda” de Estopa-.
De pronto sintió una punzada fría, profunda, en el costado, que pasó a convertirse en un intenso dolor. De detrás de la cortina de la ducha surgió Roberto y se apagó la luz.
“Su hermano sospechaba que pegaba a su madre y no lo denunció, ya que ella lo negaba. Sole cogió depresión, no atendía la casa, siempre con moratones, por lo que una vecina denunció los hechos a la policía.
Los agentes se personaron en la casa les costó convencer a su hijo de que abriera la puerta tras preguntarle varias veces donde estaba su madre, sin respuesta, hasta que por fin dijo que su madre no podía salir… estaba muerta.
Completamente tranquilo, fue enseñando a los policías el piso… restos humanos en varios tápers, la cabeza de su madre sobre la estantería del salón y junto a ella dos manos, una de ellas con una alianza. En el centro de la mesa del salón un cuenco que contenía el corazón… mordido. En el baño un serrucho y la bañera llena de sangre, donde supuestamente la despiezó. En la cocina una muslo en una olla aún caliente. En el comedero de su rottweiler restos de costillas roídas.
Explicó, con los labios teñidos de sangre seca, así como en el interior de sus uñas, que llevaba comiéndose a su madre una semana, a veces cruda, a veces guisada, a veces compartida con su perro, otras… para él solo… así se lo decían las voces.»
Tras llamar varias veces a la puerta número 6 de la celda del bis a bis, dos funcionarios y un guardia civil abrieron la puerta, uno de ellos gritó como un loco, al acudir otros agentes en su ayuda no podían creer el terror de la escena. Roberto había abierto el cuerpo de Sonia en canal, había sacado el corazón y lo había colocado en una esquina de la cama, los intestinos sobre la mesilla, mientras el devoraba como una bestia, con ansia animal, pero ido, disperso, masticaba los pulmones, sonriente… se lo habían dicho las voces… otra vez.
Ezequiel 5:10 – Por eso, los padres se comerán a sus hijos en medio de ti, y los hijos se comerán a sus padres; ejecutaré juicios en ti y esparciré cuantos te queden a todos los vientos.

ALEXANDRA MARTA IONA

Esta asustada,se lo noto.¿Como puede prepararse , envuelta en su tan característica apariencia de despreocupación,con tantas mujeres revoloteando a su alrededor ?
Decidí acompañarla, ya que ella siempre ha estado a mi lado, latente a ratos y gobernante en otros.
Días previos hablé con ella en varias ocasiones, intenté hacerla reflexionar . Y lo hizo.Mientras más lo pensaba más convencida estaba de que tomaba este camino porque quería alejarse de todo y de todos. Era tan joven , ¿como podía tenerlo tan claro? Creo que únicamente viviendo lo que ella ,podríamos desenredar sus pensamientos y actitudes.
Hoy ella ha decidido hacer honor a su nombre utilizando esa barra de labios, rojo vino tinto, que por cierto yo odiaba.
La observaba como hacía malabares llevando unos zapatos de tacón que le quebraban los tobillos. Aunque lo realmente triste era verla como se disfrasaba de mala mujer.
Son casi las seis de la tarde y un taxi la espera abajo.
Antes de irse me pregunta “¿Qué tal estoy? “ . Le conteste que se veía guapa, la mentí . Me horrorizaba verla vestida como una prostituta y que taconeaba escaleras abajo para convertirse en una.
Yo siempre me quedaba en casa esperando su vuelta.
Cada mañana cuando llegaba nos sentábamos una enfrente de la otra ,ella con su taza de café solo y yo con una de té. Con cada sorbo ,cada mañana la veía más apagada, más asqueada y más dolorida . Con cada taza de café solo, ella preguntaba menos y asentía más ,rendida a una rutina de sexo , droga y alcohol.
Pasaban los meses y ella estaba más obsesionada con su nombre, decía que su nombre era su condena y que su nombre fue una premonición porque todos deseaban poseer un trozo del rubín.
Una tarde, se encontraba contando el dinero y descontando suspiros, cuando con la mirada perdida me dice “Ha pasado ya un año ,verdad?”. Antes de poder contestarle , se desplomó en el suelo ,mareada de tanto buscar la salida y agotada de inolvidables gemidos fingidos.
No podía hacer nada, yo era una mera espectadora de su particular película de terror. Solo estaba allí para salvarle la vida.
Todavía seguimos juntas , continuamos dando vueltas consintiendo una relación simbiótica. Avece recordamos sus labios rojos color vino tinto y como un amor la salvó. Ese amor que fue guiándole los pasos firmes y decididos hacía otro vórtice.

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20 comentarios en «Entrar en bucle»

  1. Altísimo niveles, excelente leerlos a todos, un placer y un aprendizaje. Mis votos: Servando Clemens, Jose Armando Barcelona, Emiliano Heredia, Conce Jara.

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