Relatos vintage

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos «vintage». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 6 de agosto! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

-Camarero, pónganos una cerveza y un vermú.
-¡Marchando! ¿Le pongo una Mirinda al niño?
-El niño viene mirindao de casa, pero póngale una «Pesicola».
-¿Que le debo?
-30 del vermú más 25 de la cerveza y 45 de la Pepsi son 100 pelas justas, las aceitunas las obsequia la casa.
-Ataulfo sacó la cartera, le quitó la goma y cogió un billete de 100 de los de la cara de Manuel de Falla y se lo dió al camarero -Tenga Vd buen hombre y aquí va un duro de propina.
Acto seguido se encaminaron al Supereco donde tenían que hacer la compra.
Nada más entrar y coger el carrito al niño se le antojó un Tigretón, -luego- le djo la madre, que si no no comes.
Robustiana sacó un papel de estraza donde llevaba escrita la lista de la compra.
  • 1 docena de güevos blancos y frescos.
  • 1 tableta de «Avecren».
  • 1 Casera blanca.
  • 1 paquete de bitter Kas.
  • 4 yogures Pimba
  • 1 kilo de papas.
  • 1 tarra de tulicrem
  • 1 pastelito p’al niño.
Después de hacer la compra, se fueron rápidos en el ocho y medio (Seat 850) pués tenían que hacer los huevos con patatas fritas que a las dos empezaba Curro Jimenez y no se podían perder el capítulo, pero eso ya es otra historia.
PD. Los nombres de los personajes son inventados. El relato está extraído de los recuerdos de una vecina octogenaria a la que he pedido ayuda para poder hacer el relato esta semana.

BENEDICTO PALACIOS SÁNCHEZ

¡MUY VINTAGE!
Querida Edwige:
Cuando nos conocimos, la palabra vintage no estaba en el diccionario o en uso si lo prefieres, si bien el vino llevaba siglos inventado. ¡Hace años! Tantos que cuando llegaban las vacaciones, tú te marchabas a tu pueblo y yo al mío. Y la tarde de la despedida íbamos a bailar y nos hacíamos regalos. Yo a ti una sortija de plata y tú a mí un polo. Lo conservo descolorido, pero es que soy muy apegado.
Tampoco en aquellas fechas había móviles, y como en casa tu madre ponía oídos a nuestras conversaciones por teléfono, nos escribíamos cartas. Guardo la primera que me enviaste, la pluma con la que luego te contesté y el polo que me regalaste. Es cuanto conservo de ti. Los he colocado dentro de una vitrina, porque me han contado que son muy vintage.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Volver en el tiempo lo consigues a través de ver peliculas o quizá si tienes una mente prodigiosa puedes crear historias que muestren hechos «Vintage»
Hoy os voy a narrar algo que sucedió en tiempos de los «Ducados cigarrillos».
Mi compañero se fumaba tres cajetillas de cigarrillos al día.
La mandona de la casa que en este caso soy yo, decido, una por ahorrar unas pasetas, y otra para que aquel que trabaja y trae el dinerito a casa, no le falte sus «Ducados» ya que tiene una biciosa necesidad, en estos momentos, de juventud colosal y ciega.
Pues bien, puesta en esa idea, bajo al estanco y compro una caja de «Ducados» que llevan 10 cajetillas, las cuales en dos a tres días se han fumado.
La señora del estanco me llegó a decir, oiga su marido fuma mucho…
Si, contesté pero es el único vicio que tiene.
Así fue pasando el tiempo. Pero un día, al sacar de la caja del tabaco una cajetilla en el hueco que quedó vacío apareció un pullado de Ducados de dinero ¡Ho! Que prodigio. El caso es que cada vez que del corton sacábamos una cajetilla de cigarrillos aparecía Ducados (dinero)
La ansia del dinero nos llevó a pensar mañana bajamos al estanco y vaciamos las estanterías… Más en la ultima cajetilla de cigarros apareció una nota … Decía así. Este dinero es para remediar el mal que el fumador empedernido padece…


GLORIA CEREZO NAVAS

Siempre me habían gustado las palomitas de maíz, desde que tengo uso de razón. Su forma irregular, su textura, el ruido al crujir cuando están recién hechas, ese olor único que casi te hace saborearlas…Pero realmente creo que lo que más me gustaba de ellas es que solían ir acompañadas de una buena sesión de cine. Una película en mis multicines favoritos con la que, en ocasiones, mamá me premiaba por mis buenas notas. Pero esta vez era diferente. En esta ocasión, albergaba la quizás absurda idea de ir al cine sin mis padres. Sólo con mi mejor amiga. Ya teníamos 13 años. Tampoco era ninguna locura. Al menos, así lo sentí aquella mañana de miércoles cuando mamá se acercó a la mesa para acompañarme durante el desayuno.

“¿Puedo ir esta tarde al cine con Ana Belén?”. No sé en qué momento salió ese pensamiento disparado por mis labios mientras ensayaba una y otra vez en mi cabeza. “¿Que qué?” -Acertó a decir mi madre. Poco a poco fui levantando la mirada del vaso de Colacao al que ya tenía medio mareado de dar vueltas con la cuchara, a la vez que le respondía…”Esto…Mamá, han estrenado parque Jurásico. Dicen que es una pasada. Hoy es el día del espectador y cuesta solo 300 pesetas. Puedo cogerlo de lo que me dio la abuela la semana pasada por subirle la compra. Andaaaa. No te cuesta nada. Tendré cuidado. Y del cine, cuando acabe la peli, directa para casa”. Mamá me miró con esa medio sonrisa que conocía tan bien que no hizo falta que dijese mucho más. “A las 22h te quiero aquí. Ni un minuto más. Y papá irá a recogerte a la parada del autobús. No quiero que vengas sola de noche”.

Como un rayo me levanté de la mesa, le di un beso y salí corriendo con la mochila antes de que se arrepintiese.”Graciasss”

Reconozco que esa mañana me costó concentrarme en clase. El hecho de imaginarme yo sola en el autobús me emocionaba de tal manera que la Revolución francesa y sus orígenes, a su lado, me parecían una nimiedad indigna de mi atención en esos momentos.

Cuando el pajarito del reloj de cuco del salón, que andaba un poco afónico últimamente, dio las 17h, ya corría yo por la casa buscando como loca las llaves y pidiendo a mi madre a gritos el bonobús. Por el camino, me encontré el discman que ya habia dejado preparado con el último CD de Alejandro Sanz. Lo eché a la mochila y el sonido provocado hizo que no necesitase seguir buscando las llaves por más tiempo. ¡Qué cabeza la mía! Bonobús en mano, besé a mamá en la mejilla y me apresuré hacia la parada.

Ya en mi destino, visualicé a lo lejos la cola de las entradas. ¡Madre mía, tenía que haber quedado antes con Ana Belén! El roce de mi dedo gordo en las zapatillas me hicieron bastante dolorosos los escasos metros que separaban la parada del autobús de la cola del cine. Aquellas viejas Nike que mamá ya había desechado por quedarme pequeñas, habían resultado ser mi única opción para no desentonar mucho con los vaqueros.

Llevaba 30 minutos ya haciendo cola y Ana Belén no asomaba por ninguna parte. Nerviosa, no paraba de mirar el reloj a la vez que me acercaba peligrosamente a la taquilla. Decidí no esperar ni un minuto más. Pedí a la chica de detrás que me guardase la vez mientras rebuscada una moneda de 25 pesetas en el bolsillo. Afortunadamente, tenía una cabina de teléfono justo en frente y, también por fortuna, no había nadie dentro. Me colé, eché la moneda y marqué el número de Ana Belén. Dos tonos más tarde, preguntaba su madre:

”Si, dígame”

“Hola, soy Yolanda. He quedado con Ana Belén en el cine pero no aparece. ¿Sabe si hace mucho que salió?”

“Uy, qué raro, Yolanda. Debe estar al llegar. Salió gritando que llegaba tarde, pero ya hace un buen rato”

“Vale, pero.viene seguro,¿no?”

“Sí, sí. Claro que va. Pues anda que no se ha puesto hoy pesada ni nada”

“Vale, muchas gracias”

Colgué el aparato y corrí a buscar a la chica que me guardaba la cola. Sólo fueron 10 pasos esta vez pero mi dedo volvía a quejarse. La chica estaba comprando sus entradas, así que la abordé y le pedí que me dejase comprar a mí mis dos pases también.

“Dos para Parque Jurásico, por favor”

“¿Parque Jurásico? Esa película lleva horas con las entradas agotadas”

“¿En serio? Bueno, pues deme dos para la siguiente que tenga”.

“Uhmmmm. Me Temo que la próxima película no empieza hasta las 21h. Es “La Máscara”. ¿Te va bien?”

Nooo. Salí de allí apretando los dientes y maldiciendo mi suerte. De frente me topé con Ana Belén que corría sudorosa. “¿Ya tienes las entradas?”- me espetó. Sin dirigirle la mirada, la esquivé abriéndome paso hasta el kiosko: “Buenas tardes, deme 300 pesetas de palomitas, por favor”


AMALIA MARTÍN GONZÁLEZ

_¡Vamos señora que lleva usted 20 minutos hablando!
_¡Haber venido antes muchacho!

Cada jueves de mi vida universitaria Rafa y yo bajábamos a llamar a nuestros padres con una ristra de monedas para la cabina de la esquina que si no nos apresurábamos habría cola hasta el final de la avenida.
_¿El último,por favor?

Sin duda era un momento «snob» de lo mejor.
Raro el día que no había polémicas por la duración y el tiempo de espera.

Otros,en cambio,era perfecto para socializar y conocer a otros estudiantes que más tarde veríamos en la plaza o en un bar de copas.

Las monedas caían con solo descolgar el auricular como un depredador esperaba a su presa.
_Mamá …que tengo poco dinero.¿Estas bien?
_Hija, Comer bien y no paséis frío.
_No te preocupes mamá.
_¿Cómo está el abuelo y el perro?
_Todos bien.
_¿Y papá?
_También bien.
_Mamaaaaá…que se corta y no tengo más monedas.Que se cortaa…
_Hijaaaa.Cuidaos mucho.
_Adiós mamá

Cuidado que poco dinero echan estos muchachos Ángel.Con la de cosas que tenía que decirles!!

Oíamos conversaciones ajenas sin pudor alguno.
El que voceaba sin mesura.
El enamorado que se marcaba una hora al teléfono.
El vacilón que gastaba bromas.
El intolerante que no tenía paciencia alguna y te marcaba el tiempo a los pocos minutos.

Con paraguas en los días invernales,con un ligero vaho en el cristal intercambiamos cientos de mensajes y otras tantas despedidas con nuestros seres queridos bajo la tenue luz de las farolas de la avenida .

( In memorian de una época vintage)


CURRO BLANCO

Vintage.
El reloj.
Cucú…,cucú…,cucú. Las 10 am. Tic tac, tic tac… El reloj seguia corriendo, inexcusable.
Marisa, sentada en su banquito japonés, releia uno de sus libros favoritos mientras esperaba que de su reloj salieran denuevo sus dos pajaritos apuntando las 11 de la mañana, hora en la que se tendría que deshacer de su viejo reloj.
Su reloj, de Cuco, tenía más de cien años y un peso de recuerdos de cien kilos o más; su valor al « change », incalculable, el toque « vintage » a la decoración de su pequeño loft, inestimable.
Tic tac, tic tac… El minutero volaba, incansable, pareciera que quisiera prevenirle que, detrás, avanzaba lenta pero irremediablemente el eje de las puntuales horas sentado, ora en uno, ora en otro, cual jinete, a los lomitos de los dos ávidos pajaritos del Cuco. Marisa intentaba concentrarse en su lectura. « Relato de un náufrago », de su escritor favorito; pero ni cuando salta del mar el pez verde ni cuando rodean a las tres en punto los tiburones la barca del náufrago estimulaba su concentración, que se diluia, constantemente, entre los tic tac…, tic tac.
Marisa, no tenía otra. Su esquelética hacienda personal naufragaba a la deriva de la inexistencia. Tenia que vender se reloj.

Tic tac…., tic….tac…..

Cucú…Cucú…Cucú.

– Hola. Si, pase usted, lo tengo en el salón….


GONZALO HAYA

Infancia y más cosas.

¿Alguna vez habéis echado la vista atrás y habéis anhelado aquellos tiempos donde no se tenían responsabilidades? Es curioso pero cuando uno es niño la responsabilidad es nula o muy escasa. Conforme uno crece se va ganando libertad pero por arte de magia también se ganan las responsabilidades.. No sé en qué momento sucede pero sucede.
Yo hay cosas que echo de menos, cosas que ya se han perdido y que si las cuentas a tus hijos no las creerían. Hay cosas que no, obviamente. Una vez pregunte a un buen amigo cual era su primer recuerdo de la infancia y me sorprendió que fuese el de la escuela, en el patio, todos en fila uniformados y cantando el cara al sol… Sin duda ese no es mi recuerdo, por suerte yo no viví esa época.
Si recuerdo por ejemplo ir con una talega a comprar el pan directamente a un horno, entrar allí y undir la mano en una cesta de picos calentitos, el olor a pan recién hecho, recuerdo untar la mantequilla que se derretia simplemente por el calor que emanaba del pan. Si recuerdo ir con una taza y comprar leche a granel o hacerle favores a la viejecita de mi calle y comprarle 25 pesetas de aguardiente… (la inocencia y la ignorancia nos impedía ver sus síntomas claros de alcoholismo). Recuerdo ir al mercado con mi madre y comprar cangrejos vivos…pasábamos la mañana jugando con ellos hasta que llegaba su hora….(ahora que lo pienso no me parece muy ético). Recuerdo hacer equipos de fútbol con chapas, jugar en la calle hasta que te llamasen por el balcón…. antes todo parecia más seguro ¿no?.
En verano, las abuelas salian a la calle con sus sillas “con la fresquita» y estaban hasta las tantas….recuerdo el sabor del frigopie.
También recuerdo otras cosas que ahora puedo llegar a comprender, cuantos jovenes perdidos por las drogas, generaciones enteras. Hace tiempo vi la pelicula de grupo 7 y está muy bien adaptada… Las cosas antes eran así, recuerdo llegar del colegio y tener que pedirle a los toxicómanos que me dejasen pasar para subir a casa…. No todo era de color de rosas. Recuerdo el kas manzana, a mi me gustaba. ¿Habia cosa más entretenida que una obra? Una caja grande de cartón significaba tener cabaña para todo el fin de semana. Si tenias una bicicleta BH eras el amo del barrio y si el balón era un Mikasa nadie quería ser el portero, esos balones iban a comisión con las ópticas. Las colecciones de cromos de fútbol, los intercambios entre vecinos, los trompos, las peonzas, los teléfonos sin prefijo y marcando número a número con la rueda giratoria…. Luego crecimos y empezamos a ganar libertad…O tal vez a perderla, no estoy seguro.


RAQUEL LÓPEZ

Todo empezó con un simple gorro de castor…
Lo usaban los exploradores y a raíz de eso, se empezaron a fabricar en grandes almacenes, objetos relegados a ser de segunda mano y de gente pobre, pasaron a convertirse en objetos de deseo, un ejemplo de ello, los hippies, no sólo porque esa ropa era barata si no porque era su filosofía de vida.
El éxito vintage, conectó con la música, el arte, los movimientos sociales…
Vestirse así, sugería.. distinción.
Yo recuerdo desde la trastienda, aquellas viejas polaroid, que te dejaban inmensos recuerdos de los lugares visitados. La literatura de nuestra infancia, los tebeos de mortadelo y filemón o zipi y zape, que nos compraba mi padre cada semana.. Las maquinas de marcianitos,las únicas consolas de nuestros tiempos. Los bollos de pantera rosa, los recortables, los scalextric..
Las reuniones en familia alrededor del televisor en blanco y negro viendo películas del oeste, o verano azul y tantas otras que aunque hoy nos parezcan ñoñas era lo que había y lo que había, gustaba.
NUESTRO PEQUEÑO MUNDO DE E. G. B.
Lo Vintage, no es aquello que vuelve con cada etapa de la vida, si no aquello que nunca se va..


MANUEL ENRÍQUEZ MALDONADO

REFLEJOS

El frio sol de invierno comenzaba a ocultarse tras las montañas nevadas, remolcando tras de sí, sus escasos rayos de luz. Hiriendo de rojo sangre al cielo.
La escarchada noche se adentraba por los extensos campos, en el frondoso bosque. Derramándose por los vastos pastos.
Haciendo castañear los dientes, congelando el aliento, ateriendo los corazones.
El gélido silencio de la anochecida, sólo quebrado por el espectral silbido de las ráfagas de viento y el crujir de la hojarasca helada que arrastraba. Una humilde casa, de muros encalados y encarnadas tejas, resistía estoica las inclemencias del temporal. Su aspecto frágil daba la impresión que iba a desmoronarse en cualquier momento. Tan arraigada a la tierra que parecía haber nacido de ella. En las blancas paredes colgaban los aperos propios de una casa de labranza. Adosado a uno de los lados, igual que el injerto de una planta, una cuadra donde resguardar a los animales y un cobertizo. Que seguro habían conocido tiempos mejores. Las pequeñas y rusticas ventanas estaban cerradas a cal y canto, evitando que el temporal penetrara en su potestad. Todas, menos una. Un halo de luz salía del interior enfrentándose a la oscura noche, como el latido pausado de un anciano.
El cristal empañado, permitía una visión onírica, como un sueño. El rojizo fuego danzaba en la chimenea, anaranjado la estancia igual que el ocaso al cielo. Secundado por la tenue luz de una vela, dejaba entrever el relieve del alojamiento. No había muchas cosas, ni lujosas ni bonitas. Todos eran utensilios rudos y toscos con el único fin de ser útiles. No quedaba sitio para la belleza en este lugar perdido en un inmenso mar de terreno. Tampoco eran necesarias. Una figura encorvada, enlutada de cabeza a los pies. Sentada en la mesa terminaba de cenar un poco de leche fresca de cabra, que había ordeñado por la mañana. Sopando un trozo de pan, hecho por ella, en un tazón de loza. Con la punta del oscuro delantal, atado a la cintura se limpió la desdentada boca. Apoyada en el bastón, y con andar cansino fue hacia la única habitación de la espartana vivienda y que hacía de dormitorio. Los pasos eran lentos, su combada espalda parecía soportar el peso del mundo. Sentándose al borde de la artera cama, sobre un colchón de lana de oveja y unas bastas sabanas. Dejó doblado el negro chal que cubría sus hombros, en una vieja silla de anea junto al lecho. Al desabrochar el sujetador, los flácidos senos se desparramaron hasta alcanzar su ombligo. Suspiró aliviada al dejar de sentir la presión sobre el pecho.
Con dificultad se deshizo de las gruesas medias negras, notando un hormigueo por las piernas al volver la circulación de la sangre a ellas. Como cada noche, desde hacía mucho tiempo. Aunque cada vez con mayor esfuerzo, rascó los dedos de los pies, con tanta ganas como si no hubiera un mañana. Gruñía gustosa por la sensación que le provocaba. Al igual que un perro agradecido cuando le rascan el lomo.
Liberándose del renegrido vestido, introdujo un austero camisón blanco por encima de la cabeza que atusó hacendosa después. Estaba vieja, cansada. Su vida había sido dura, repleta de trabajo, sufrimiento y pesar. No se quejaba. Nunca lo hizo, siempre apretando los dientes y tirando hacia delante. Para eso la educaron, para eso había nacido. Este su destino, y aprendió a aceptarlo. Con el paso de los años, consiguió no pensar, dejar la mente en blanco, ocuparse de los quehaceres diarios. Era más fácil y llevadero así. Lastrada por la artrosis, anduvo fatigosamente hacia una pequeña mesita en una esquina de la humilde alcoba. Sobre ella, unos membrillos, pretendían ocultar el olor a vejez. Un vaso de cristal con unas flores, ya marchitas, intentaba quitar dramatismo a la escena. No lo conseguían. Había también un sencillo cepillo para el pelo. El manchado espejo colgado en la pared completaba el rudimentario tocador. Se sentó en el taburete con la mirada baja, con desazón en el ánimo. Por más que quisiera huir del pasado, por más que intentara olvidar, no lo lograba. El gastado espejo, siempre le evocaba el ayer. Llevaba la tragedia de su vida marcada en el rostro, en la piel. Todas las noches, frente a él, la imagen reflejada le escupía sus recuerdos a la cara.
Suspiró conformada. Empezó a quitarse las horquillas que formaban el moño, con la facilidad de quien lleva años haciéndolo. Una extensa y amarillenta melena resbaló por su espalda llegando por debajo de la cintura. Con el viejo cepillo alisaba su cabello, con la misma delicadeza que al acariciar a un retoño. Clavó los ojos en el espejo enfrentándose a la realidad de su reflejo. Contemplaba su pelo. Era largo, muy largo, le recordaba lo anciana que era. Lo mucho que había vivido. Nunca lo cortó, siempre recogido. Antaño, moreno, espeso. Con brillo. Ahora, ralo y opaco. Lo atusaba mecánicamente observándose. Era menuda, no media más de un metro sesenta. No sabía cuándo nació, oyó decir que cuando estalló la guerra. Que hacía mucho calor. Por eso siempre creyó que pudo haber sido durante el verano.
Achacaba la baja estatura a la escasez y precariedad que había padecido de pequeña. Fueron años duros, donde la falta de alimentos hizo mella en su crecimiento.
Había sido una niña enfermiza y frágil.
Examinando su escuálido cuerpo se sorprendía de haber soportado tanto. Estaba claro que su fuerza no residía en los músculos.
Era la menor de ocho hermanos, de los cuales, solo cinco sobrevivieron a los severos años de la guerra y a los de después.
Su madre, una mujer gruesa y de nariz afilada. Encallecida por el trabajo. Con una perpetua expresión triste en el rostro. Pero siempre con una sonrisa dulce para su benjamina.
Los ojos se le humedecieron al revivirla.
Solía levantarse antes de la amanecida. Salía al campo con el rocío del alba en busca de collejas silvestres, para poder hacer una humilde y amarga sopa, con lo que alimentar a su prole.
No todos los días podían disponer de leche y un mendrugo de pan.
Unos de los pocos recuerdos que tenía y que atesoraba con mimo lo más recóndito de su corazón: Ella, muy pequeña, empezaba a gatear.
Su madre le había hecho una muñeca con una mazorca de maíz y un retal de tela.
Con el sencillo juguete, pasaba las tardes a la sombra de un almendro vestido de blanco. Envuelta en la fragancia de las flores de azahar de los naranjos.
Bajo su atenta mirada, mientras trabajaba los campos con las demás mujeres.
Murió cuando ella contaba cuatro años, de tuberculosis.
Aunque la enfermedad se la llevó, el dolor por haber enterrado a tres hijos, ya la había herido de muerte.
Su imperecedero y taciturno semblante, evidenciaba la pena por la pérdida de su madre.
Al hambre, la escasez y penurias, ahora añadía el desamparo que sentían los huérfanos.
Eran tiempos difíciles, de supervivencia.
El padre, un hombre sencillo de la tierra. Incapaz de manifestar ninguna muestra de afecto, se vio desbordado.
Con escasos recursos y de una simpleza irritante, no tardó en encontrar una sustituta. Una mula por otra.
Alguien que lo alimentara y aseara. Que calentara el lecho por las noches.
No necesitaba más, igual que cualquier bestia de carga.
La madrastra, una solterona marchita, resabiada por la lozanía perdida. Agria igual que el vinagre, por los años de espera. Fea como su amargo carácter. Tan dura de corazón como para casarse con un viudo con cinco bocas que alimentar, antes que quedarse “para vestir santos” en la iglesia del pueblo.
En estos tiempos inciertos, cada cual intentaba sobrevivir como podía.
No era mujer de besos ni caricias y menos para unos mocosos que no eran suyos.
Dormir poco, comer menos, trabajar de sol a sol se convirtió en la rutina diaria.
Enriquecer con su sudor a unos pocos elegidos.
Analfabetos, sometidos por el yugo de la ignorancia a los deseos de las clases privilegiadas.
Sencillos y humildes hasta asquear, procreando a más siervos sumisos para sus impasibles amos.
Sabiendo que su fertilidad estaba a punto de marchitarse, no tardó mucho en traer tres bocas nuevas que alimentar.
El padre iba del campo al establo, del establo al campo, como los bueyes que utilizaba en el arado.
Ella, al igual que una hiena, protegía a su progenie en detrimento de los otros cachorros.
Una necesidad predominaba por encima de todas: Comer. Conseguir mantener a raya el vacío que sentían en el estómago y aturdía los demás sentidos.
Corazones avezados e insensibles. Forjados a golpes de azada. Agrietados al paso del arado. El hambre los mantenía alerta, en guardia. Como una jauría de perros famélicos, dispuestos a matarse por un trozo de pan duro.
La mujer, no demoró mucho librarse de sus hermanos.
Mano de obra fuerte y barata.
Al mayor, con apenas doce años, lo envió a cuidar una piara de cerdos en una de la dehesas de la finca. A los demás lo repartió entre los cortijos cercanos como jornaleros.
A cambio: Un techo ruinoso y un plato de garbanzos.
-Trabajaran duro, pero estarán alimentados.- Explicó al padre impertérrita, entretanto les preparaba un mísero hatillo antes de partir.
-Ya tienen edad de ganarse el pan que comen.- La única respuesta que obtuvieron de él, mientras liaba un pitillo de picadura, desapareciendo tras la puerta para cuidar a las acémilas.
Ella, pequeña para trabajar en los campos, fue enviada con apenas seis años a La Gran Casa.
– A servir.- Sentenció con voz de acero, sentándola en el carro que la trasladaría. Asustada, abrazó la muñeca que le regalo su madre, buscando protección.
– Tú. Ver, oír y callar.- repitió autoritaria con el dedo amenazante cerca de su atemorizada carita.
Aferrándose con más fuerza a la desmarañada muñeca, intentó encontrar un consuelo perdido hacía mucho.
“Ver, oír y callar.” La única regla para estos pobres desgraciados.
Ésta y trabajar hasta deslomarse.
Despojaron su infancia tras un cubo de agua y un trapo. Le arrancaron la niñez de rodillas, abrillantando los suelos de La Gran Casa.
Contempló sus huesudos dedos desollados. Limpió hasta sangrar.
Olió sus manos.
Había sido tanto tiempo un andrajo, que llevaba el hedor a jabón y a sosa incrustados en ellas.
Las mejillas quemadas por el frio, le recordaba aquellas madrugadas de invierno.
Lavando las sabanas y enaguas de La Señora en el rio. Rompiendo el hielo con una piedra para hacerlo. Temblando como un cachorrillo desvalido.
En una de esas mañanas, se hizo mujer.
Desahuciada a la frialdad del oscuro desván. Recostada en un jergón de paja, lloraba afligida su desdicha.
El mundo no tenía más luz que la vela que iluminaba la recámara donde vivía.
Iba del altillo a La Gran Casa, de La Gran Casa al altillo. En una rutina desesperanzadora y cansina, que la anulaba. Sumiéndola en una insondable tristeza.
El domingo, único día que podía salir de La Gran Casa.
Como mujer honrada, debía ir a misa.
Protegiendo una virtud, que sólo conseguía someterla y abrumarla aún más.
Hacía tiempo que había dejado de buscar consuelo en un Dios que creía cruel, injusto e implacable.
No hallaba la paz que necesitaba en este lugar para el recogimiento. Al contrario, las gigantescas columnas difuminadas por la falta de claridad. Los anchos muros que la recluían, le ocasionaban un desmedido deseo de gritar. El empalagoso aroma del incienso la asfixiaba. Notaba clavarse en su piel, como afilados cuchillos, los ojos sin vida de los Santos Mártires. Con sus perennes miradas dolientes. Dedos acusadores, que la juzgaban y sentenciaban. Haciéndola sentir la mujer más infeliz del mundo.
La única salida, unirse a la retahíla de rezos que colmaban el entorno y diluirse en ellos.
Su existencia trascurría en una melancolía palpable. Trabajo, recámara y misas.
Solamente podía hacer, como todos los de su condición: Subsistir.
La Señora nunca reparó en su presencia. No era más que una sombra silenciosa, alguien insignificante y traslucido. Un fantasma invisible por propia resignación. Siempre la miró con desprecio.
No podía decir lo mismo El Señor, un terrateniente de carácter severo y codicioso. Corrompido como sólo hace el dinero. Depravado como sólo consigue el poder. Sentirse impune lo hacía detestable. Afín al régimen, un matrimonio con la nobleza, un título con que medrar. Sin escrúpulos y bota de hierro.
La Señora, de alta cuna. Con un apellido de profundas raíces, nutridas de la sangre de los desdichados, que durante generaciones habían vivido oprimidos por su ilustre familia.
Procuraba mantener el honor que su linaje requería, y que el marido se dedicaba a mancillar con la bragueta de sus pantalones cada vez que tenía ocasión.
Ahora, aquella sombra silenciosa, aquel espectro melancólico empezaba a cambiar.
No era alta, tampoco guapa. El rostro sombrío y taciturno la hacía frágil y vulnerable. Su joven cuerpo, la lozanía de sus pechos, que ya principiaban a despuntar, la frescura de sus carnes. El ensanchamiento de las caderas, anunciando su fertilidad.
Ella también los había notado, no sólo los físicos. Cambios en el interior. Su languidez se acentuó. En ocasiones, sentía un fuego intrínseco que la abrasaba por dentro consumiéndola. Despertándose alterada durante la noche, empapada en sudor.
A veces, traspuesta, espiaba desde la ventana a los jóvenes mozos que venían a trabajar los campos.
Advertía el pulso acelerado. Su pecho bullir inquieto, los pómulos ruborizados al oír el lenguaje desenfadado y desinhibido de los muchachos.
Otras veces la melancolía la abrumaba haciéndola llorar desconsolada.
“Esta muchacha está a punto de desbravar.”
Dijo un día el amo, con la mirada lasciva que tienen los que son dueños absolutos.
Suficiente para alertar a La Señora. Conocedora de los pecaminosos escarceos de su degenerado marido. De los hijos ilegítimos que tenía por los caseríos y aldeas de la hacienda.
Sabía lo frágil que era la honra de esas desdichadas, frente a un trozo de tocino añejo que echar a sus aguadas y míseras cazuelas. Lo portaba con la resignación de una dama de su tallé y época.
La virtud, cosa de mujeres. Ellas las encargadas de salvaguardarla. Los hombres, pusilánimes ante las bajas pasiones, exculpados por una sociedad patriarcal que los amparaba.
No estaba dispuesta que la deshonra atravesara la blanca fachada de su hogar. No era la primera vez que pasaba por esta situación. Sabía cómo actuar, la experiencia la había aleccionado.
Las mujeres que trabajaban en la casa, eran viejas, de agrío carácter y áspero trato. Encallecidas por los apuros de sus vidas.
La tentación, lo primero que tenían que evitar a los hombres. Dado su débil carácter, entregados a los placeres de la carne.
Para las tareas más duras y penosas, se procuraba algunas de las niñas harapientas, con el hambre marcada en la cara. Rebuscaba entre las más pobres.
Madres andrajosas dispuestas a venderlas por un cochino de cría con el que sustentar al resto de su mugrienta prole.
Una boca menos que alimentar.
Todas, con el corazón quebrado, por mercadear con sus hijas para salir adelante.
Tras exprimirlas, una vez que las transformaba en perras fieles y sumisas. Cuando el florecer de la lozanía despertaba los libidinosos instintos del marido, las enviaba como jornaleras a los campos de la hacienda.

Perdida en la imagen avejentada. Observaba su cara tostada por el sol, la tez reseca y áspera. Las manos encallecidas, las espaldas tronchadas como un árbol viejo. Sin poder evitarlo empezó a vagar en un océano de recuerdos. Como cada noche que el espejo le retornaba las marcas de su piel.

Fregaba de rodillas los suelos de La Gran Casa, cuando su mirada postrera se encontró con los elegantes zapatos de La Señora, que la ojeaba desde la superioridad de su estirpe. Encogida desde su condición de inferior, esperó órdenes.
Dirigiéndose a ella, como si de un insecto se tratase.
-Ya estas mayor para seguir sirviendo en la casa. Eres una muchacha sana y fuert.
Tu lugar está en el campo. Tan joven e inocente, mejor alejarte de las tentaciones. Antes que algún mozo te encandile y te haga una desdichada.
Una mujer decente, a tu edad, ya debería tener un novio cumplidor y a punto de casar.
Te he buscado a un hombre trabajador, honrado y decente que te despose. Para llevar una vida como manda Dios y La Iglesia.
Es el gañan de las cuadras. Parco en palabras pero sabrá cuidar de ti, y tú le podrás dar hijos sanos y robustos.
El Señor posee unos terrenos dedicados al cultivo del grano. Hay un ruinoso barracón, que tú adecentaras y convertirás en un hogar. Estoy segura que allí, podréis servirnos bien.- Alejándose de ella, con el desinterés con el que llegó.
Terminaba de sentenciar una vida, y le importaba lo mismo que haber pisado una cucaracha.
La contempló marcharse con elegancia aristócratica.
Continuó fregando con ahínco, con la apatía del que no puede cambiar su destino.
Inició un noviazgo frio e indiferente. La relación más impersonal y falta de pasión que pudiera recordarse.
Su pretendiente, apenas más alto que ella. Menudo, como si un niño hubiera dejado de crecer, y se hubiera quedado a mitad del desarrollo. De ojos claros y mirada intransigente.
Templado en palabras, rudo en sus actos, oscuro en el gesto. Incapaz de mostrar afecto o ternura. Más bestia que los animales que cuidaba.
Como todos Los Hijos de la Tierra, trabajador obediente, cansado de dejarse la sangre en los campos. No sabían ni tenían tiempo para florituras. El hambre les agriaba el carácter.
Supervivientes de la misma vida que vivían.
Acostumbraban a verse por la tarde. Solían sentarse en el banco de la explanada, con el rumor del agua fresca, que bullía de la fuente. Un lugar de paso, transitado por mujeres que llenaban sus cantaros. Hombres abrevando al ganado. De niños que jugaban salpicando con el agua fresca. Una algarabía de risas infantiles.
A la vista de todos. A los ojos de viejas chismosas y fervorosas beatas.
En una época, en que la superstición y la superchería emponzoñaban corazones y embrutecían espíritus.
Donde un beso, una caricia, un leve roce, se consideraba inmoral. El deseo pecado.
La religión, culpabilizaba las almas de estos ignorantes pueblerinos.
No estuvieron demasiado prometidos. El Señor requería de un hombre en las tierras, La Señora librarse de la tentación lujuriosa.
A los diez meses contrajeron matrimonio.
La boda, al igual que el noviazgo, fue triste y desapasionada. Sin ilusión ni pretensiones. Faltaba amor. Solamente mansedumbre y aquiescencia.
Se habían casado “Como Dios manda”: Por la iglesia y virgen. Muy importante para consagrar la unión a un Dios que temían y del que no esperaban nada.
La ceremonia, gris y sin alegría, como sus vidas. Una unión fruto de la necesidad y la conveniencia. Igual que cuando apareaban al semental con las yeguas.
Ellos, aseguraban la continuidad, el poderío de Los Señores.
Cambió la triste y fría buhardilla, por una humilde casa, perdida en un extenso terreno dedicado al cereal.
Avocada a trabajar hasta la extenuación unas tierras que no eran suyas. A cuidar un marido que no amaba.
Nunca le puso la mano encima. No hacía falta, su sola presencia le imponía y la aterrorizaba. Sus pequeños ojos claros, de mirada severa la empequeñecían.
El lugar que ocupaba cada uno, él lo tenía muy claro. Así lo habían educado.
Él, era el hombre. El señor de la casa. Su palabra ley.
La mujer, trabajaba hombro con hombro con él. Además se encargaba de la casa, la comida, del cuidado de los hijos. Debían obediencia absoluta al esposo.
Ellas, los pilares fundamentales de una sociedad machista y misógina.
Nunca se quejó, jamás desobedeció. De ningún modo lo miro a los ojos, ni apreció una caricia suya sobre la piel.
Madrugaba para ir a los campos, ella antes que él.
Al sentarse a la mesa, ya hallaba el fuego encendido. El puchero humeante, y el desayuno preparado: Un tazón de leche fresca y una rebanada de pan con aceite.
Comía en silencio.
Navegaba hacendosa de acá para allá, ante la indiferencia de él. Limpiándose la boca con la manga de la sucia camisa, tras el último sorbo, carraspeaba ligeramente. Esa la señal que indicaba que había terminado. Se reclinaba hacia atrás y esperaba. No tardaba en aparecer, recogía la mesa. Ponía una pequeña copa de cristal, la llenaba de coñac. Lo bebía de un trago. Cogía un cigarrillo sin filtro de un paquete que ella dejaba todas las mañanas al lado de la copa y encendía un pitillo.
Ella tosía. Él fumaba más.
Sin hablar, cogía la talega que le había preparado y salía, dejando tras de sí una apestosa estela de humo.
Lo contemplaba alejarse con la indiferencia de un extraño.
No salía siempre al campo, solamente cuando la requería o en época de cosecha.
Dedicada a las tareas domésticas, del huerto y cuidado de los animales.
Al atardecer, cuando el cielo sangraba, regresaban a sus humildes hogares.
Al divisar su figura por el camino, añadía leña al fuego, acercaba la silla a la chimenea. En la mesa, como a él le gustaba: Una botella de vino blanco, un platito con aceituna, que ella había aliñado y el paquete de tabaco. Se descalzaba en la entrada, aseándose en el pilón que estaba cerca de cobertizo y entraba.
No decía nada sentado frente a la lumbre, se servía un vaso de vino y encendía un cigarrillo con las ascuas.
Fumaba y bebía. Bebía y fumaba. Ocasionalmente cogía una aceituna.
La vista, ajena en los campos sembrados que enmarcaba la ventana.
Sentada al otro lado, enfrascada en algún quehacer, lo miraba con tristeza y un desierto en el interior.
Cuando el vino embotaba sus sentidos, volvía a carraspear gruñón. Atenta, dejaba la labor, para ponerle la comida delante. Le vertía más vino, sirviéndose otro plato ella. Comían en el más categórico mutismo.
Diligente, recogía al acabar.
Él permanecía un rato al calor del hogar.
Bebía y fumaba. Fumaba y bebía.
Ebrio, con andar vacilante se encaminaba al dormitorio.
Solamente cuando quería el favor de su cuerpo: “No tardes mucho en acostarte.” Decía.
Sin besos, ni caricias. Una absoluta carencia de ternura. Tendida soportaba su peso, hasta recibirlo en su interior. Después, él se daba la vuelta y dormía la borrachera.
Nunca sintió placer. Era su obligación como esposa satisfacer al marido.
Esa la vida que tenía. Una rutina que le provocaba arcadas.
Jamás lo amó, ni siquiera llegó a tenerle aprecio. Una persona impenetrable, poco dada a afectos. Un hombre simple. De la tierra.
Siempre subyugada al machismo de él.
Nunca le faltó una camisa blanca, un pantalón de pana planchado. Una botella de vino o tabaco.
Ella careció de palabras amables, muestras de cariño. Consuelo para seguir.
Quería olvidar, pero su reflejo persistía en lo contrario.
Acarició los pechos arrugados. Palpó los enormes pezones oscuros. La piel se le erizó, una descarga eléctrica recorrió su espina dorsal. Durante un momento, un instante fugaz, creyó sentir a sus hijos alimentándose.
Llevándose la huesuda mano al corazón, experimentó un terrible vacío. El rostro sombrío, la eterna expresión triste le hacía rememorar a su progenie.
Las únicas caricias que recordaba eran las de sus retoños nutriéndose con avidez de ella.
Los cansados ojos se inundaron de lágrimas al evocar los frutos de sus entrañas.
Se aferró con fuerza al vientre queriendo apreciar otra vez la carne de su carne en su fuero interno.
Encogida, con el alma llena de melancolía, volvía a desvanecerse en sus ensoñaciones.
No tardó, después de casada, en quedarse embarazada. Era lo que esperaban. Traer al mundo vástagos sanos y fuertes. Nuevos siervos para perpetuar la servidumbre. Sometidos a la crueldad de Sus Señores.
El primero, como los demás, concebidos sin deseo ni terneza.
Eran Hijos de la Tierra, como sus padres. Al igual que lo fueron los padres de sus padres. Destinados a trabajar y a vivir de ella.
Para frustración del marido, fue niña. Los hombres del campo, preferían que el primogénito fuera varón. En su ignorancia primaría, les hacía sentir importantes. Una notoriedad que les orgullecía. El orgullo de los humildes, de los sencillos.
-Ha sido hembra.- respondía con desgana, cuando le preguntaban. Sin ocultar su desilusión.
Ella también hubiera preferido niño. Si la vida era inclemente para ellos. Para Las Hijas de la Tierra, era aún peor.
Tenían que doblegarse a los deseos de Los señores. Al machismo del hombre.
Someterse a una sociedad que aceptaba la brutalidad hacía ellas, incluso la consideraban necesaria.
El embarazo fue agotador, a la pesadez de su estado, tenía que añadirle la severidad del campo. No dejó de trabajar durante toda la gestación.
Chirriando los dientes, mordiéndose los labios. Soportando en silencio y sin quejarse. La educaron para aguantar. Era mujer para eso había nacido.
Una fría y lluviosa noche de invierno, se puso de parto.
El alumbramiento fue difícil, ser primeriza no ayudaba. La tormenta impedía que su esposo fuera al cortijo más cercano, en busca de la comadrona.
Parió a su hija entre gritos, sudor y desesperación. La neonata nació débil y enfermiza.
Otra noche tormentosa, con apenas cinco meses, una neumonía quebró su endeble vida, arrebatándosela.
No pudo llorarla, el trabajo y la avanzada preñez en que volvía a hallarse, la obligaba a estar fuerte. No les concedían ningún instante de flaqueza. Tragándose la pena y las lágrimas, para la perpetua soledad de su jergón.
Si el marido lamentó la muerte, fue algo que no supo. El oscuro carácter y su mesura de palabra, una trinchera infranqueable. Un parapeto que le impedía saber que acontecía en su interior. Era un hombre de barro. No había espacio para la sensiblería, ni lugar para los débiles.
Una cálida tarde, durante la siega, protegida por la sombra de un olivo. Asistida por las otras mujeres dio a luz.
Esta vez, fue varón.
Su primer llanto, se diluyó con el olor del grano recién cortado. Mezclándose con el sabor de la tierra, la primera leche materna que engulló.
Tuvo una infancia corta, Los Hijos de la Tierra crecían rápido.
No demoró en quedarse en cinta de nuevo. Los campesinos, solían tener muchos hijos. Sus condiciones duras y en algunos casos extremas. No todos, llegaban a la edad adulta. De esta manera aseguraban que alguien de su extensa prole lo lograra.
Durante los primeros días de Diciembre, cuando el frio empezaba a despellejar y enrojecer las caras. Disponiendo los preparativos para la matanza del cerdo. Un intenso dolor abdominal provocó que perdiese al hijo que esperaba.
Tirada en el suelo, desgarrada de dolor, rodeada del aroma de las especias para hacer los embutidos.
Acariciando su arrugado vientre se estremeció, al recordar ese momento.
Tardó en recuperarse.
Más rápido fue limpiar y asear el lugar donde se había producido el aborto.
Lo adecentaron en silencio. Cada una soportando el dolor, la pena por su condición de siervas.
En la hacienda no había tiempo que perder.
Endureciendo la mandíbula, reprimió el llanto. Ignoró el dolor que sentía en los riñones y en el bajo vientre.
Sintiendo todavía la humedad de la sangre en su sexo, comenzó con los avíos del chorizo.
El lúgubre mutismo reinante, donde las mujeres, quebrado por las voces de los hombres y los chillidos de los cerdos que llevaban a degollar.
Esta era su vida, dura y sacrificada. No había lugar para la compasión.
No recibió consuelo del marido. Mostrar sus sentimientos, era signo de debilidad.
Contempló su rostro en el sobrio espejo, arrugado, abatido. El sufrimiento que había resistido marcado en la piel.
Sus vidas, acontecían, como siempre: Trabajo y más trabajo.
En el hogar, la indiferencia abismal seguía tenaz entre ellos.
El único que conseguía extraerle una tímida y tierna sonrisa era su hijo. Su inocencia todavía brillaba en sus grandes y vivos ojos.
El zagal, apenas había principiado a caminar, cuando comenzó a acompañar a su padre al campo.
Una forma de aprendizaje. Una manera de endurecerlo. Nacían hombres, dispuestos para la faena.
En la víspera, acompañado de la apacible brisa de la tarde. Del sosegado cantar de las primeras aves nocturnas.
El pequeño, fue a revisar los lazos y redes que había puesto por la mañana. Su idea, cazar algún conejo o un par de zarzales. Añadir algo de carne al paupérrimo puchero que cocinaba la madre.
Comía las moras o vallas silvestres que encontraba, en su caminar por el monte. Con el objetivo de aplacar el hambre que lo consumía por dentro.
Cuando lo echaron en falta, fue demasiado tarde. Lo encontraron de madrugada. Después de buscarlo durante horas.
Lo hallaron al fondo del barranco por donde se despeño. Roto, quebrado.
El brillo de sus ojos se apagó para siempre al desnucarse en la aciaga caída.
Contaba nueve años de edad.
Una tragedia añadida a la penuria de vida que llevaban.
Lloró su muerte, hasta secar los ojos. Ahogó su desgracia en lágrimas. Enclaustrándose. Soportando el duelo que le quebraba el alma.
El marido, como la vez anterior, sobrellevó la pena en la soledad infranqueable de su corazón.
En esta ocasión, parecía afectado. La pérdida de un varón, era un infortunio para un descendiente de la tierra.
Se abstrajo en el luto riguroso que ordenaba la tradición y La Santa Madre Iglesia.
Deambulaban de un lado a otro como un fantasma. La mustia y blanquecina tez resaltaba en el vacío del negro. Su aflicción desgarraba la afasia que gobernaba su vida.
Volvió a quedarse embarazada, en un exasperante intento de dejar descendencia.
El deber que tenía para su esposo.
Esta la necesidad de los simples. El deseo de los serviles.
Enlutada de pies a cabeza, y en el avanzado estado de gestación que se encontraba, parecía absorber la luz a su paso. Asemejándose a la oscura entrada de una caverna. Tan negra como las fauces de un gigantesco lobo.
Tanto ella, como sus riñones, soportaban con paciencia los fuertes dolores que padecía, por el fruto de su vientre.
Las ancianas, aseguraban que por la hechura picuda de la barriga, el perfil alargado del rostro, signo inequívoco que pariría un varón.
Una mañana de Abril, cuando el sol surgía triunfante por el Este, calentando los campos. Los gorriones y jilgueros alegraban con sus trinos el comienzo de otro día.
En esta hermosa jornada de primavera, los rayos del sol, se tornaron cuchilladas de amargura. El jaranero piar de los pájaros en alaridos de desesperación.
Ataviada con el preceptivo luto, cargaba cansina dos calderos de agua que traía del pozo cercano. Con el fin de abrevar a las bestias, antes de que el marido las llevara al campo a faenar.
Una mula torda, testaruda y asustadiza, se sobresaltó al ver su descomunal figura azabache. Lanzó nerviosa una fatídica coz, alcanzándola de pleno en su corpulenta barriga.
El impacto la hizo caer con violencia. La patada fue tan perniciosa, que no sólo logró arramblar la vida del nonato, sino además, le arrebató la posibilidad de tener vida, más allá de la suya propia.
Otra vez les golpeaba la desdicha, al igual que un devastador huracán, asoló con ellos.
La tristeza tal, que se olía atrincherada en cada rincón de la modesta casa. Esparcida por los cultivos, tan densa que casi se podía saborear. Estaban inmersos en un silencio que ahogaba.
Los labriegos, empezaron a esquivarlos. Tanto su infortunio, que pensaba que era contagioso. Que atraían a la mala suerte.
Decían que encontrarse con él, hacía mal parir a un carnero. Que la mirada de ella secaba el pecho de una parturienta.
Supersticiones de los crédulos.
Esto ocasionó, un aislamiento mayor, acrecentando la carga que ya sostenían.
Vagaba por la casa como un espectro. Sin rumbo, engullida por el negro que la cubría. La pesadumbre, se asentó perpetua.
Él buscó refugio en las tareas del campo. Bregaba de sol a sol, perdido entre olivos y trigales. El consuelo de los sometidos. El trascurrir del tiempo.
Trabajó hasta la extenuación. Fumó hasta que le estallaron los pulmones. Bebió hasta reventar el hígado.
Fue a la caída de la tarde, sentado a la frescura. Con los dedos manchados de nicotina, los ojos ambarinos por la cirrosis. Arrugado como una pasa, quebrado como el casco de un barco hundido. Se desplomó, dándose de bruces con la tierra que lo vio nacer.
Volvía al seno de La Madre que había regado con su sudor. Alimentado con su sangre. Retornaba buscando descanso.
No lamentó su muerte, pero tampoco la vida que llevó con él. Ese había sido su destino y lo acataba.
A la deriva, envuelta en un infinito luto.
Como viuda, murió el día que su marido. Enterrada en vida, la única opción como mujer honrada y decente. Salvaguardar la reputación del esposo. Honrando su memoria. Sólo podía llorarlo, hasta que volviera a encontrarse al otro lado.
Obligada a ser invisible. Olvidada en el único mundo que conocía. Abandonada a una sociedad prescrita.
Referente de un pasado desdeñado que nadie recordaba. De una generación en blanco y negro. Una época gris y triste.
Hijos del sufrimiento, de la sumisión. Hermanos del hambre y la penuria.
Pertenecientes a una nación de pandereta, de supersticiones y beatas. A una España de censura, represiva e ignorante. Una España rural, subdesarrollada y analfabeta.
Hombres y mujeres con cicatrices profundas y heridas aun por cerrar.
Crecieron en la adversidad. Pilares fundamentales del país que conocemos hoy.
Lucharon y murieron por dejar a sus hijos un futuro mejor que el que conocieron.
Hijos de la Tierra, del estoicismo y la carencia.
Un mundo que ya no existía. Un mundo que jamás debió existir.
Contempló su reflejo en el desconchado espejo. Cansado, tronchado, marchitado.
Suspiró resignada. Era una mujer abnegada, como tantas otras de su tiempo.
Una Hija de la Tierra, de una época extraviada de la memoria.
Con la ayuda del bastón se incorporó, acercándose a la espartana cómoda. Del cajón saco un pequeño objeto, envuelto en un fino paño de lino, su mayor tesoro. Con delicadeza lo desenvolvió descubriendo la desgastada muñeca. La acarició con ternura, recordando el abrazo protector de su madre.
Trasladándola a una infancia lejana y muy corta.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. La comisura de los labios dibujo una imperceptible sonrisa, mientras la arrullaba con dulzura.
Evocó la oronda figura de su madre, cubriendo la luz del sol. Arrojando una benefactora sombra, que le hacía sentir segura.
-Toma mi pequeña.- le dijo con una sonrisa y su siempre cansado tono- Esta muñeca es para ti.-
Alargó los brazos con el rostro iluminado, ansiosa por aferrar entres sus infantiles manitas, el humilde juguete.
La mujer la cogió amorosa, ella se acomodó gustosa entre los enormes pechos.
La miró a los ojos y acariciándole el pelo le dijo:
-Mi pequeña niña. Mi frágil flor. ¿Sabes por qué te llamas Esperanza?-
La chiquilla la miraba curiosa, con una viva expresión, la madre seguía atusándole el cabello.
-Para los pobres, como nosotros, la vida duele. Duele mucho. Nosotros, solo podemos tener esperanza. Y tú, mi niña, eres la mía. Mi dulce y tierna Esperanza.-
La posó con suavidad a la sombra del nevado almendro.
Con andar cansino, regresó al trabajo.
Emocionada al revivirlo, guardó la muñeca con delicadeza, en el cajón donde había estado siempre.
Dirigiéndose al espartano lecho. Se arropó al calor de la lana, aguardando el sueño.
Estaba cansada, muy cansada. Esperaba con alivio, el eterno descanso.
Difuminarse en el olvido, al igual que el tiempo que le tocó vivir. Tan remoto, que parecía hubiese acontecido hace mil años.
Era una Hija de la Tierra, ansiosa por volver a ella.
Afuera la tormenta se encrudecía. La lluvia golpeaba con furia los cristales de las ventanas.
La violencia del viento parecía que iba a arrancarla de sus cimientos.
La humilde casa resistía estoica, como si naciera de la mismísima tierra.


SERGIO SANTIAGO MONREAL

Este relato se desarrola en la última década del siglo XX.
El personaje Jhon estaba de vacaciones en algún paraje paradisíaco del Mediterráneo.
Era un jovencísimo británico que pese a su corta edad poseía unas habilidades cognitivas inusuales a su corta edad.
Sacó de su bolsillo izquierdo un paquete de tabaco de la marca «regal» y cuidadosamente lo volvió a depositar en su bolsillo tras encender un cilíndrico objeto con una cerilla que guardaba en su bolsillo derecho de un pantalón viejo de campana herencia de su abuelo que falleció un año antes de la secuencia del relato.
Jhon era un solitario intelecto muy seguro de sí mismo.
Una chica coetánea lugareña se le acercó y le pidió fuego.
– Mí no entender español, i’m sorry.
La lugareña le hizo el gesto de encender el cigarrillo con un gesto manual cómo si tuviera un encendedor en su dedo pulgar de la mano derecha.
Jhon sacó nuevamente su caja de cerillas y deslizó sobre su parte horizontal aquella madera con fósforo en su parte superior.
Tras fumarse el objeto cilíndrico ambos cruzaron una mirada de esas que marcan un antes y un después en la vida de cualquier ser vivo.
En la actualidad Jhon y Julia tienen tres hijos varones de diferentes edades y viven en Londres. Tienen un chalet en el lugar dónde se desarrolla el relato que utilizan cómo vivienda vacacional para visitar al vínculo familiar de Julia.

DAVID DURA MARÍN

Buenas madrugadas queridos oyentes , soy Rosa Rosae y ésta es vuestra noche , porque sin tí , cojones en latín.
Y todo gracias a lejía los Tres Ramos , uno para la novia , de parte del marido o el amante , en el amor no hay mancha que no salga adelante.
Tenemos una llamada..

Hola , qué nervios , mi nombre es Julia y estoy muy preocupada.

Hola , mi queridísima Julia , te oímos muy bajito , estás sola?.

Sí , como siempre , mi esposo es un tunante de ésos que le va la noche. Antes no era así pero con el tiempo ha ido cambiando.
Ya lo decía mi madre , al tonto lo ves venir , y al retonto te trae la piedra del camino .
Hasta la vesícula lo llevo de tropezao.

El caso es que siempre viene cargado de llaves ya de madrugada . He perdido la cuenta de sus amantes.
El típico que te abre la puerta y enciende las luces de la calle para hacerte sentir como una reina.

Y el muy cabron dice que viene de sereno .
Tranquilo es un rato pero déspota como su padre.

Julia , es una profesión tan digna como muchas otras , no le cierres la puerta al amor.
Ten confianza y verás como todo se arregla.

Tú mándame diez litros de lejía que ya blanqueo yo mi matrimonio.
Ale , buenas noches y felicidades por tu pograma.


FRANCISCO BALLESTER MONFORT

EL PERRO DEL FOTOGRAFO (ACUATEXTO)
Desde la ventana de la escuela, en aquella fría mañana, la imagen difusa de de Don Marcelo cargado con su maleta, sus extraños bártulos de fotografía y su perrillo, parecía la un extraño monstruo envuelto en la niebla viniendo hacia el pueblo por el camino del apeadero del tren como si al parar, la negra locomotora lo hubiera parido en uno de sus ruidosos bufidos .
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Ahora en mi madurez, cuando recuerdo aquella imagen misteriosa y aterradora que llevo clavada en mi cabeza como si fuera ayer, recuerdo también que no me pude imaginar en ese momento lo decisiva que iba a ser en mi vida.
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Cuando la cercanía disipó la niebla, la visión de aquel hombre vestido de tweed con su barba blanca, su sombrero, sus anteojos redondos y dorados con los cristales empañados, luchando porque su carga rebelde no se le desmoronase sobre el perrillo que lo miraba asustado, disipó mi fantasía infantil, pero lejos de sentirme decepcionado, una enorme curiosidad se apoderó de mí.
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Si, luego supe que Don Marcelo, un famoso fotógrafo de la capital, venía a la casa junto al río y frente a la fonda a establecerse en las montañas para que el aire puro sanara sus pulmones enfermos.
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También supe, en los pueblos se sabe todo en seguida, que Don Marcelo era considerado un verdadero artista que había retratado hasta la familia real y que de haber sido extranjero, sus obras colgarían de los mejores museos de París, Londres o Nueva-York.
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Cuando Don Marcelo habló con el de dueño la fonda donde acudía a comer para buscar un muchacho del pueblo que lo pudiera ayudar en su estudio, hiciera los mandaos y lo guiara transportando sus enseres por los bosques y los montes para buscar paisajes, yo, el hijo del maestro, era el candidato que más previsiblemente acabara ayudando a Don Marcelo ese verano en mis vacaciones.
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Yo era un muchacho solitario…, solitario y sin amigos . Mi padre me había cultivado lo suficiente para ser un estirado intelectual entre los paletos hijos del pueblo pero no lo suficiente para dejar de ser un paleto entre los primos de mi familia de la capital.
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Para estar siempre disponible para él y a modo de compensación, él me fue enseñando de fotografía, de arte, de técnicas de revelado, de enfoques, de lentes y cámaras y también de apreciar la luz, las sombras y la belleza de los colores que según él aunque no pudieran apreciarse en las fotos en blanco y negro, tenían su importancia.
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Cuando acabó el verano, ya me había decidido por la fotografía como profesión. Aquel hombre me trataba como un discípulo y cuando tras las agotadoras jornadas por el campo fotografiando a diestro y siniestro le revelaba los negativos en el cuarto oscuro yo me sentía como un aprendiz de Miguel Ángel en un taller de Florencia.
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A veces me Don Marcelo me permitía tomar alguna instantánea y mis fotos guiadas y orientadas por su genio resultaron tan buenas que cuando las vio mi padre, no se opuso a que a modo de aprendiz siguiera un año con Don Marcelo para más adelante estudiar bellas artes y así dotar de «lustre» a mis conocimientos prácticos.
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Un año no…,! tres años estuve con él ! absorbiendo como una esponja seca todas las enseñanzas que aquel Genio que, sintiendo su final en las fiebres y la tos que por la noche lo atormentaban, no se guardaba nada para sí.
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No negaré por respeto a él, que a sus espaldas y por la noche yo leía en mi casa todo tipo de libros de fotografía moderna, sobre todo los que trataban de avances en fotografía en color y cámaras fotográficas alemanas que estaban haciendo furor en los países más avanzados y de los que él anclado en sus éxitos tenía una opinión negativa.
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De aquellos dos seres decisivos para mí que salieron de la niebla ahora me toca hablar de la otra parte importante…!» Placa»! !Si!, su joven perrita manchada de blanco y negro de apenas un palmo de alzada, orejas de punta, hocico puntiagudo y unos ojos tan ojos tan brillantes y saltones que apenas necesitaba mover la cola para hacerse entender.
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A mí no me gustan los perros y verdad es que cuando los conocí a ambos apenas reparé en ella a pesar de que no se separaba de Don Marcelo ni para ir al excusado. Creo que debí pensar que el perrillo formaba parte del cuerpo del fotógrafo como una mano o un pie y le presté tan poca atención que a pesar de venir siempre con nosotros a fotografiar tardé varias semanas en darme cuenta de que era hembra y que se llamaba «Placa» en honor a las placas fotográficas.
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«Placa» me pagaba con la misma indiferencia que yo le mostraba a pesar de que era yo el que le daba de comer y la sacaba a mear cada tarde. Jamás mostró alegría o agradecimiento por mi presencia y solo gruñía y enseñaba los dientes cuando me acercaba demasiado a Don Marcelo como si quisiera hacerme entender que era de su propiedad.
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Mis días de aprendiz terminaron de golpe una tarde de viernes, cuando regresé de la ciudad y me encontré con que Don Marcelo que había salido sin mí, había muerto ahogado en el lavadero al que debía haber caído cuando andando hacia atrás para buscar un enfoque, debió perder el pie y caer golpeándose la cabeza contra una losa de lavar quedando inconsciente en el canal jabonoso.

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Nunca he dicho nada, pero la sospecha de que la falta de aire en sus pulmones le llevara a abandonar voluntariamente este mundo entró en mi cabeza cuando ordenando y recogiendo sus cosas días después, entre sus últimas fotografías encontré una carta manuscrita en la que a falta de familia me dejaba todos sus bienes es decir sus trastos fotográficos, su estudio en la cuidad y una saneada cuenta corriente , con la única condición de que cuidara como una hija a «Placa» hasta su muerte.
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Así lo hice y así lo debió sentir aquel animal porque nada mas enterrar el cuerpo de don Marcelo se pegó a mí como una lapa haciendo mi vida mas difícil.
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Cómo a Don Marcelo le llevaba la correspondencia, escribí a sus clientes y compromisos comunicándoles la mala noticia y presentándome como su ayudante así como ofreciéndome para continuar sus servicios desde mi estudio de la ciudad si lo estimaban conveniente y acompañé la carta de mis últimos trabajos que eran verdaderamente buenos.
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Ninguno de los remitentes rechazó la propuesta y yo comencé con muy buen pie trabajando con las enseñanzas recibidas e incluso ofreciendo los servicios de foto en color que fueron muy bien recibidos.
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Durante tres años más, fui verdaderamente feliz, mis fotos eran geniales y me llenaban de orgullo, ganaba dinero, los clientes del estudio estaban satisfechos e incluso me recomendaban a otros haciéndome así poco a poco cierto nombre entre la profesión.
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El único problema que se me presentaba era andar con «Placa» pegada al culo a todos los sitios aunque ella había cogido la costumbre de precederme para esperarme antes de continuar mi camino o entrar a la sala de retratos y mirar fijamente a los retratados.
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Por fin un día no pude mas, la metí en un saco y la tiré al río mientras me justificaba ante la memoria de Don Marcelo diciendo que había sido verdad porque hasta su muerte la había tratado como una hija y aunque aquel animal me resultaba molesto, siempre la traté bien y jamás le levanté la voz.
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No os lo creeréis, pero desde aciago día, mi vida se fue hundiendo poco a poco, mi inspiración de repente se vació como el agua de un inodoro y mis fotografías, a pesar de mi depurada técnica, se hicieron planas, repetitivas y vulgares hasta el punto de que me las iban rechazado una y otra vez y así fui perdiendo la clientela como la arena en un cesto a pesar de que, sin efecto positivo alguno, consulté a todas las brujas, adivinas y curanderos de la ciudad para que limpiaran mi espíritu que creía tomado por un ser maligno enviado por Don Marcelo en venganza de haber roto mi compromiso.
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Por fin, completamente arruinado volví a mi pueblo apaleado y con el rabo entre piernas y cuando me vi así, se me cayó la venda de los ojos…! !Que ciego debía haber estado en mi orgullo que no me había percibido…! !Era «Placa»! !No era yo! » Era «Placa» la que, como si fuera Don Marcelo, me guiaba a hacer las mejores y más geniales fotos, era Placa la que se paraba en el lugar justo donde el paisaje y la luz eran más bellos, frente al anciano más interesante…al niño pobre más dramático…o la joven de sonrisa más tierna y yo, no tenía mas que llegar al lugar y disparar la cámara, era «Placa» también cuando en el estudio, solo se quedaba quieta cuando yo tenía la mejor toma de un retrato. En resumen… Era «Placa» la que a la vez que yo aprendía la técnica aprendió prodigiosamente de Don Marcelo a captar la belleza y el sentimiento y señalarla con su hociquito o meneando la cola
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¿ Lo sabía Don Marcelo… ?, ¿ Me la dejó por eso…?
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Ahora me da igual…he aprendido a ser humilde, la fotografía es un arte y yo nunca fui un artista, y no…, no vivo atormentado, ahora soy yo el maestro de la escuela y sinceramente, soy feliz recordando aquellos tiempos de gloria que sin Don Marcelo y «Placa» jamás hubiera podido conocer.
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FIN.
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Acuatexto: obra de pintoescritura inseparable que se compone de una acuarela propia y un texto inspirado en ella.

NEUS SINTES

«Mi vida en un Libro»
Gaspar vivía solo desde hacía tres años. Tuvo que ver con sus propios ojos como su mujer tuvo que partir al otro mundo, dejándolo solo y viudo. La recordaba cada día. Pensando en que había sido una gran mujer, paciente y bondadosa. Al cuidado siempre del hogar y de sus hijos. Recordaba los momentos vividos como un recuerdo ahora lejano cuando juntos veían el Un, Dos, Tres…
Fruto de su amor durante una vida de sufrimientos y escasez de comida habían conseguido tener a sus tres hijos, que ahora mas que nunca iban a visitarlo para que no estuviera solo. Pero la mayor parte del tiempo se la dedicaba a leer. De su estantería asomaban muchos libros. Algunos releídos, y otros por leer.
Era capaz de sentarse horas en su balancín leyendo hasta caer rendido del cansancio. A estas alturas de su vida ya se encontraba jubilado. De carácter fuerte y tozudo, había vivido muchas cosas y luchado por su patria, ejerciendo de soldado en la “División Azul”.
Cierto día como otro cualquiera, Gaspar se dispuso a cerrar la radio y escoger un nuevo libro por leer. Quedó mirando la estantería, buscando con la mirada alguno de los libros que le llamara la atención. Entonces se percató de que uno de ellos estaba algo mas sobresalido que los demás. Inclinó la cabeza para leer su título y cuando lo hizo le llamó la atención que éste no tuviera título. Gaspar cogió el libro con ambas manos y efectivamente; no tenía título.
Era un libro de tapa dura con bordes rojos a su alrededor. Parecía nuevo. Sus páginas, así como las de otros libros, no estaban roídas ni amarillentas por el tiempo. Supuso que alguna de sus hijas se lo debía haber regalado frecuentemente, y que el lo había olvidado.
Fruto de la curiosidad se dispuso a sentarse cómodamente y con ambas mano sujeto aquel libro un tanto misterioso al no tener ningún título. ¿de que trataría?
Gaspar se sumergió en una lectura que iba devorando sin cesar. Pasaba las páginas con delicadeza y suavidad.
Las líneas del libro contaban la historia de un chico de catorce años, que a tan temprana edad tuvo el coraje y la valentía de alistarse como voluntario español en la división azul, y luchar contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial.
Relataba como los voluntarios de la División Azul, eran dirigidos por un general, llegando al gran campamento de Grafenwöhr para recibir entrenamiento militar antes de marchar a Rusia.
El himno que se compuso de la División Azul:
Con mi canción
la gloria va
por los caminos del adiós,
que en Rusia están
los camaradas de mi División.
Cielo azul
a la estepa desde España llevaré,
se fundirá la nieve
al avanzar, mi capitán.
Vuelvan por mi
el martillo al taller,
la hoz al trigal.
Brillen al sol
las flechas en el haz
para ti,
que mi vuelta alborozada has de esperar
entre el clamor
del clarín inmortal.
En la distancia queda
gozo del hogar
con aires de campanas,
vuelo de la paz.
Resuenan los tambores;
Europa rompe albores,
aligerando nubes
con nuestro caminar.
Con humo de combate
yo retornaré,
con cantos y paisajes
que de allí traeré.
Avanzando voy;
para un mundo sombrío
llevamos el sol;
avanzando voy
para un cielo vacío
llevamos a Dios.
Pero el protagonista llegó a casa, habiendo visto la muerte de muy cerca y el intento por sobrevivir y volver junto a los suyos le hizo ser más fuerte. Una de sus hijas ya adolescentes se había comprometido y la otra se había unido al movimiento hippie “Paz, no Violencia”, vestida con con sus prendes coloridas y divertidas y de gran comodidad. Iban vestidas con sus pantalones acampanados y estampados diversos. Iban a la “moda”.
Los tiempos habían cambiado, el tiempo había transcurrido y ahora tras la batalla era hora de quedarse en casa, recordando los disparos, los fusiles que oía mientras se escondía y defendía del bando enemigo. Llegó a ser un gran militar, permaneciendo al lado de su mujer y de su familia. Recordando que:
“Aunque partíamos hacía allí, creyendo que no volveríamos”.
Gaspar se frotó los ojos, notaba el cansancio en su cuerpo. La última línea que había leído le hizo recordar sus años atrás. Lo más curioso es que a medida que iba leyendo se daba cuenta que el protagonista del libro se parecía mucho a él.
Cerró el libro y detrás apareció el nombre del autor: Gaspar.
Los ojos de Gaspar se agrandaron. No entendía nada. Fue a dejar el libro en su sitio cuando una luz proveniente del pasillo le deslumbra. Va acercándose poco a poco. Una voz femenina proveniente de la luz empieza a llamarlo. Gaspar reconoce esa voz. La voz de su mujer que lo está llamando.
A medida que se aproxima más, aparece el reflejo de su mujer, quien le ofrece la mano. Gaspar no lo duda ni un segundo y le da su mano. La luz desaparece junto con él…

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«GAME OVER»

Año 1997;
En cada inicio de fin de semana, el torneo de artes marciales más famoso del mundo «The King of Fighters» daba su comienzo.

Equipo Coreano:
El gran Chang Koehan, en Coreano, Koehan significa gigante, un monstruo de dos metros y medio de altura, presidiario. Carga con una bola de hierro en su hombro, atada a su cuerpo.
El viejo Choi Bounge, un asesino de armas tomar, tambien presidiario. Lleva miles de armas afiladas escondidas por su cuerpo. Las más llamativas y usadas, son unas garras de mano muy rapidas.
El joven Kim Kaphwan, es un maestro de «Tae Kwon Do» y considerado a sí mismo como un luchador de la justicia. Atractivo, es quien vigila y custodia a los dos Rottweiler, que tiene como compañeros.

– Todos los luchadores del mundo, se preparan para la batalla por equipos de tres. Los ganadores se llevan un cinturón de oro, la fama por representación de su país y un gran premio de diez millones de doláres.
El grupo ganador del torneo del pasado año, guardan asiento en el «Hall of fame» seran los últimos en luchar, siendo vencidos, entregarán el cinturón de oro y el maletín con el dinero – Sonaba por el megáfono.

El conjunto coreano, se inscribian para saber su turno, le habían tocado penúltimos. Sentados en la parte de atrás, vigilaban los movimientos y formas secretas de moverse de cada uno de sus adversarios.

El primer equipo daba comienzo a la contienda, se preparaban en el centro sacando una bola por persona, asignando así un número para la pelea. Elegidos al azar, los contrincantes comenzaban a luchar uno contra uno en el tetrágono. Cada combatiente tenía uno o dos ataques secretos, usando los elementos; el rayo, el fuego, el agua, el viento, la luz y la oscuridad. También existían guerreros mortales, que usaban técnicas de ataque ancestrales cuerpo a cuerpo. Las transmitían de generación en generación.

Los encuentros eran duros, los adversarios que quedaban se lo ponía más difícil. Los coreanos apenas se inmutaban, estaban decididos a ganar. Casi era su turno, pero no se ponían nerviosos. Seguían analizando las estrategias de ataque de cada uno.

Solo quedaba un asalto, cuando de repente estalló el cuadrilátero. Los asistentes discutían por el premio. Aparecieron los vencedores del año pasado, haciendo que todo se volviera más violento y oscuro. Los tres contrincantes eran familia de «Orochi» el jefe final. Los coreanos impacientes saltaron al ring. Todo se volvió un caos.

De la nada apareció «Orochi» destrozando todo a su paso. Todos los gladiadores intentaban pararlo. Nadie era rival para una persona con el poder de un Dios. Los enemigos, se unieron en grupo para reducirlo. Los coreanos, hacían estrategias de lucha entre ellos. Atacando al jefe. Todos eran aplastados uno tras de otro. Quedando últimos en la plataforma, intentaron su último asalto. No teniendo suerte fueron vencidos.

«INSERT COINS»

Player one continúe… 6, 5, 4, 3, 2, 1…

«GAME OVER»


DAVID VERDUGO RIVERA

Un marinero sin puerto

¡Oh Enrique! ¡Ay ese tal Enrique! fue lo mejor que me pasó en la vida, te lo digo Lucia. Era tan ay no se como explicártelo, tal y como lo dice su nombre, un caballero, un hombre de verdad, de esos que te abren las puertas de los coches y te dan la mano para bajar de ellos. No te voy a mentir todo fue tan rápido pero siento que fue lo mejor que me ha pasado en la vida. Todo empezó en el puerto, yo estaba recogiendo a mi hermana que venía de sus vacaciones, la tonta se demoró tanto en bajar que para cuando ella me encontró, el barco ya estaba zarpando de nuevo. Eran las cinco de la tarde y ella no paraba de hablar de su viaje por Europa, yo ya no la soportaba, solo quería regresar a casa.
En cuanto llegamos, ni bien bajé del coche, ya había empezado a llover, mi hermana, la princesa, salió corriendo directo a su cuarto y yo con sus dos maletas ahí en la calle sin saber que hacer, cuando de repente sentí su voz tan masculina en mi cuello, su aliento caluroso sobre mi piel hizo que soltara ambas maletas y todo se desbaratara sobre la acera -¿Puedo ayudarla?- dijo él, se agachó y empezó a recoger todo y guardarlo de vuelta en las maletas, yo solo sonreía sin poder decir palabra alguna. Cuando todo estaba de nuevo en su lugar se ofreció a llevarlo adentro. Y yo temblando y sin poder soltar palabra, asentí mi cabeza y me quedé en la lluvia perpleja sin saber que hacer, él solo sonrió y dijo -¿a dónde lo llevo?
Y fue ahí amiga fue ahí que supe que el hombre era el amor de mi vida. Levantó ambas valijas sin esfuerzo alguno, y luciendo su uniforme de la marina empezó a subir a mi departamento. Esa era mi oportunidad sabía que si no lo besaba antes que bajara otra vez por esas gradas, lo perdería para siempre. Luego de dejar el equipaje en el cuarto de Juliana, el hombre se quitó el sombrero, se presentó a mis padres y pidió que lo disculpasen que ya debía irse, lo acompañé a la puerta y él sin dudar tomó mi mano y me la beso, luego me miró fijamente a los ojos y me dijo que había sido un placer conocerme. Y desde ese instante, sé que lo amo.
-Pero, ¿y tu esposo? Alfonso con el que llevas casada más de treinta años Cecilia ¿cómo puedes decir que amas a un hombre que solo conociste por 15 minutos cuando eras una niña?
Es que nunca lo entenderías Lucia, sé que nunca lo harás.


MARI CARMEN CANO REQUENA

MI VINTAGE!!

Deseaba ansiosa que llegara el día de las vacaciones dejando mi casa para marchar con mis tíos en Alicante, entonces y sólo entonces comenzaba mi gran aventura!!
Recuerdo las caras de felicidad al verme llegar a la estación de tren……¡Ha llegado la niña!…… Decían, recogiendo mi equipaje para montarnos en aquel súper Seat 124 beige que sonaba a lata vieja pero acogedor por dentro decorado con sus cojines de leopardo y su perro situado en la bandeja de la parte trasera del maletero el cual siempre asentía con la cabeza con cada movimiento del coche.
Ya en casa era tradición que mi tía preparara sus yogures caseros en su “yogurtera” siempre que yo llegaba, me encantaban!! después de la comida en familia los mayores hacían la súper siesta, aquello era sagrado, mientras los peques nos escapábamos a jugar con “Juegos Reunidos Geyper”. Ya al terminar la tarde lo mejor era la salida con los amiguetes del barrio para comprar chuches en la ventana de alguna de las casas, yo recuerdo a Anselma que por 25 pesetas te llevabas unas cuantas y los “flashes” de sabores que dejábamos derretirse para bebernos el líquido fresquito.
Ya al día siguiente y cargados con flotadores y neveras nos disponíamos a pasar el día a las playas de Benidorm, y no podía faltar a la hora de irnos andar por el paseo marítimo de la playa de Levante.
Los mejor de los 80 siempre permanecerá nuestros recuerdos, yo aún sigo haciendo los yogures en la “yogurtera” de mí tía…………


ROSA MA

Miko cola

Los restos
aquellos que quedan de las olas
Engullen ferozmente tus castillos
Y ríes y danzas mientras
se aprietan fuerte contra la arena.
Hasta fundirse.

Ruinas húmedas,
efímeras, como aquel Miko cola
que ahora adorna la comisura de tus labios
y hasta parte de tu mejilla izquierda.

Huele aún a sardinas
cuando tu madre recoge la sombrilla.
Aún no ha caído el sol sobre el horizonte,
pero sabes que lo hará algún día.

Y ya no habrá cubos y palas para ti
Y serás tú el que se sienta engullido,
pero recuerda,
hazle recordar al niño,
que a falta de miko colas,
siempre os quedará el Calipo.


ROCÍO RB

-Mami, yo atrás del todo me mareo y Juan no quiere cambiarme el sitio -lloriqueó María.
-Juan, cámbiale el sitio a tu hermana -ordenó la madre de forma automática mientras metía maletas, sillas de playa y sombrillas formando un gran Tetris en el maletero de la furgoneta.
-¡Me pido ventanilla! -dijo alegre Andrés, pegando un salto y subiendo a los asientos centrales.
-Jo, yo también quiero ventanilla, pasa tú primero -decía Lola, intentando convencer a Daniel, el más pequeño, pero el más listo.
-De eso nada, has llegado antes, sube y calla. -Replicaba éste tajante.
-Mami, y también necesito ventanilla porque me entretiene del mareo -dejó caer María, a sabiendas de que se saldría con la suya.
-U os organizais vosotros o lo hago yo, vosotros veréis -sentenció la madre.
Finalmente, en los asientos traseros se instalaron Daniel y Juan, dejando a Lola entre Andrés y María en la fila central.
Mientras tanto, ajeno a todo, estaba el padre de esa gran familia comprobando los niveles de aceite, refrigerante y agua, con la cabeza metida bajo el capó. Curiosamente terminó las comprobaciones cuando todos estaban instalados y el maletero organizado.
-¡Rumbo a Torrevieja! -gritó subiendo a su puesto de piloto mientras arrancaba el motor.
Ese grito fue jaleado por los cinco chiquillos, que saltaban de alegría o se ponían de rodillas en el asiento para hablar con los de atrás.

-Mami, pon la cinta de los payasos -pidió María al poco de iniciar la marcha.
Y así transcurrió una hora de niños entretenidos, cantando a voz en grito «Cómo me pica la nariz», «Mi barba tiene tres pelos», «Don Pepito» y el repertorio completo de las caras A y B.
Cuando el cassette terminó, los críos reclamaban más música, pero la madre dijo que era el turno del padre y, como buena copiloto, introdujo la cinta de Jose Luis Perales que tanto le gustaba a su marido.
La madre inició un Veo, veo que fue muy bien acogido, consiguiendo así otro rato de paz. Cuando la prole se hartaba de un juego, ahí estaba Mami iniciando otro; ya fuera contar coches, cada uno elegía un color; gritar en los túneles hasta que lo atravesaban, lo cual sacaba de quicio al conductor y padre de las criaturas; palabras encadenadas que terminaban en pelea porque Daniel aún no sabía jugar muy bien. Cualquier juego era válido para mantenerles entretenidos durante las casi ocho horas de trayecto, que incluían varias paradas a repostar, estirar las piernas y comerse los bocadillos de mortadela que traían preparados y envueltos en papel «Albal».
La llegada a destino también se celebraba por todo lo alto, queriendo pisar la playa antes incluso de salir del vehículo, pero esa es otra historia, porque preparar ensaladilla rusa, llenar la nevera portátil y cargar con las sombrillas, sillas, cubos, palas y toallas hasta montar el campamento en primera línea de mar, requiere otro capítulo.

R.R.Barrera

PD. Basado, en parte y resumidamente, en hechos reales, ya que soy la novena de once hermanos.


LOLY MORENO BARNES

Acaricio el viejo libro que me acompaña desde niña:
Diminuto , con letras pequeñas e ilustraciones de tinta negra delicadamente estampadas en las finas hojas ya amarillentas .
Cuando me lo regaló mi madre lo veía mucho más grande de lo que es…quizás porque entonces mis manos eran más pequeñas .
Me lo entrego envuelto en un pañuelo azul, exquisitamente bordado a mano y con una orilla de puntilla muy fina hecha a bolillos .
Mi madre que apenas podía deletrear unas letras lo conservaba como un gran tesoro que le había obsequiado su padre .
En esos tiempos las niñas eran más valiosas en casa y solo iban a la escuela los varones .
Aun así , ella aprendió de sus hermanos a leer y escribir deletreando poco a poco vocales y consonantes .
Cuando crecí y ya sabía hacerlo correctamente me pedía con humildad que mirara si había firmado bien, cuando alguna documentación lo requería .Estampar su firma requería tiempo y a veces le faltaba papel o las letras se elevaban a lo largo de todo su nombre
La guerra civil en su niñez le robó la oportunidad de aprender en un colegio, pero nunca pudo vencer su inteligencia y curiosidad.
De memoria sabía una gran cantidad de romances y el libro al que hago referencia, lo sabía recitar, aunque apenas su delicada visión le permitía leerlo .
Supongo que de niños alguien se lo leería y lo retuvo en su mente.
Ya a mis cortos años, con este libro en mis manos, me di cuenta, que relataba una época que sonaba a retro y machista .
Trataba de cómo debería ser la educación de las niñas .
Este libro ha marcado mi vida, pero no por lo que se dice en él , sino por lo que calla.
Cada página leída me dejaba una reflexión .
Es como si tuviese dos libros a la par en mis manos .
Uno, el que leía ,en un señorial idioma castellano antiguo y otro en mi controvertida discusión mental con un pensamiento totalmente antónimo .
Creo que fue la forma de empezar a ser crítica, de discernir mi propia opinión de cómo las normas y los valores pierden sentido cuando evolucionan en el tiempo.
Aprendí a estar en desacuerdo sin discutir .
A respetar los ideales ajenos sin renunciar a los propios .
Amar a la familia sin dejar que ella invada mi espacio .
A pensar y querer libremente
Abrir mi mente a una sociedad diferente .
El pequeño libro habla de una educación de otros tiempos , a la sumisión de la mujer como si los hombres fuesen una escala humana superior .
Guardo este libro como una joya literaria testigo de una sociedad que por suerte ha cambiado para bien .
Y comprendo que no todo lo bonito es bueno, aunque esté bien escrito si no te hace libre para pensar y elegir .
Que todo lo pasado, tampoco fue mejor.
En educación ya no se les pega a los niños en las manos , ni se les obliga a las mujeres a rendirle pleitesía a los hombres , solo por serlo .
Somos todos iguales ante los mismos derechos y mismas obligaciones.
Al mismo tiempo , me deja enseñanzas donde puedo ser selectiva y elegir el camino a seguir.
Aprender del pasado ,intentar ser feliz en el presente y tener esperanza en el futuro.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

¡Confesad! ¿vosotros también habéis clamado en más de una ocasión eso de: «si mi abuela levantara la cabeza»?
¿Entenderían nuestras abuelas el mundo de hoy? Los móviles, esos artefactos invento del diablo que nos han robado cualquier resquicio de intimidad que pudiéramos tener, por no hablar del ejercicio de supervivencia a llevar a cabo para no ser engullido por cualquier caminante que, absorbido en sus ondas, te lleva por delante y ni siquiera te ve. Yo, los prohibiría tres o cuatro días a la semana, inventaría un sistema por el cual, dependiendo de tus iniciales, se asignarían los días correspondientes –es una idea, seguro que se puede mejorar.
Las abuelas frente al televisor en blanco y negro viendo estudio uno. Las abuelas de hoy delante de la pantalla colorista y plana en la que, bandas esperpénticas, muestran las miserias que todo humano debería llevar escondidas.
Hubo un tiempo de solanas donde todas las tardes con sus costuras, se reunían alrededor de la radio, silenciosas, como si escucharan misa, los cinco sentidos puestos en las novelas de historias crueles de amor, tal y como es este casi siempre en todas sus facetas. Estos desamoríos iban seguidos de un consultorio de la misma índole que por aquellos entonces dirigía una tal señora Francis, con toda probabilidad la más famosa influencer de todos los tiempos ¡Vaya si influía!
Consultas ingenuo-amatorias sobre cómo actuar ante el género masculino…como tratar a un marido, novio…-aquí amante no cabe, que en la spanish de aquel siglo esa figura no existía por ser un pecado grave, castigado por los cielos con las penas del infierno. Más trágica que la pregunta era la respuesta, sustentada en el ideario católico-apostólico-romano sobre el que descansa la mala educación de unas cuantas generaciones que se tomaban el tercer mandamiento muy a pecho.
—¡Qué señora tan inteligente! ¡Qué buenos consejos da! –clamaban las tertulianas.
Imposible adivinar si las escribidoras seguían los consejos de esta gurú del amor. Cabe la posibilidad de que alguna rebelde hubiera entre el montón.
Todo esto mientras unas –las casaderas- bordaban su ajuar. Antes las cosas, casi todas, se fabricaban en casa, no se iba al descortés-inglesa comprar las sábanas. Se bordaban las iniciales de los que compartirían lecho y penurias; esto en sí mismo encerraba un problema: hubo quien se quedó un arsenal completo de sábanas, manteles, toallas…las iniciales se dieron a la fuga sin alcanzar ese final feliz de película cuyo guion escribe un director llamado vida que cambia las escenas a su gusto.
—Ve «en cá las señá Rita», le encargas dos pollos p’a mañana que vienen tus tíos de Vilapías a comer.
La tienda de la «señá» Rita tenia de todo. Igual comprabas un pollo, un cuarterón de tabaco, una vela, arroz, postales, jabón…o unas zapatillas. Me encantaba el olor que aún guardo en mi memoria; a veces al entrar en alguna tienda antigua de las que pocas quedan en Madrid, me agarra y me transporta a ese tiempo mal llamado vintage. Digo mal llamado, porque me gusta más su acepción en castellano: clásico. Olores de la ropa tendida en la hierba. Del puchero puesto a la lumbre. Del jabón heno de pravia, el olor a lavanda de mi abuela…el de las conservas de dulce de tomate que mi madre elaboraba con una vecina y que se guardaban para todo el invierno…
Domingos en los que con cinco duros podías disfrutar de regaliz, un polo de hielo, chicle bazoca, ¡era la bomba ese chicle! Se hacían con él globos que ocupaban la cara entera. -Como dato, diré que aprendí a hacerlos en una misa interminable de semana santa. Es que era muy duro aguantar horas de aquellos adormileros sermones-.
¿Cómo le explico a mi abuela que a ese novio de Villatripasaltaslo dejé porqué llevaba unos calcetines vintage? No va a entenderlo.
—Abuela: «Esta chica desde que lo dejó con ese novio -o lo que quiera que fuese- está rarísima. Hace como que habla con un teléfono que no tiene ni cables ni de …¡ay! Esta juventud se va a pique…
—Abuela –le digo- mañana vamos a la ciudad con mi padre, de compras para las fiestas.
Ese «dos caballos Citroën» de mi padre que parecía iba a desintegrarse subiendo las cuestas de aquellas carreteras mesetarias; rugía como un caballo a punto de espicharla y se quedaba suspendido unos segundos hasta que conseguía superar la rampa.
Así crecimos, entre sabañones que nos llevaban por el camino de la amargura hasta que aterrizaba la primavera, con los mocos hasta la barbilla como estalactitas, chapoteando por las calles sin asfaltar ni alcantarillado…y…
Donde esté lo vintage ¡hombre por dios, ni punto de comparanza! –se escucha una voz en off.

JORDI VIÑAS REIG

Es época de canicas. La maravillosa etapa de las bolitas de cristal de los setenta y ochenta. Están las transparentes,las de colores,las cariocas( preciosas y más valiosas),las de metal,y unas mucho más grandes llamadas Bombo. La hora del recreo se transforma en el mayor espectáculo deportivo-amateur y no oficial,donde el juego la inocencia,la espontaneidad y la alegría rigen las vidas de niños y niñas. A mi,que me crearon e inauguraron hace pocas fechas,contemplo y saboreo con emoción esta maravillosa energía que me inunda de ternura. Como escuela que soy,hecha de ladrillos, cemento, hierros y demás,me siento un elegido al tomar consciencia de que aunque e lo sepa,yo también tengo un alma que late y respira al compás de mis seres preferidos. Puedo ver y sentir con total serenidad,sus divertidas risas, pataletas y quejas. Tanto como los impagables gestos y muecas de orgullo de futuro hombre por cada canica victoriosa.
Son los niños. Son los niños más famosos de aquel entonces que me mantienen en pie, observando y madurando en el mismo ahora
Son los niños de las canicas

GABRIELA MOTTA

La sencillez de ver dibujitos en los 80′

Esa mañana como de costumbre me levanté y mientras desayunaba me puse a mirar dibujitos en la televisión. En la programación matinal los tres primeros eran mis favoritos, cuando terminaban cambiaba el canal para ver un ratito más de tele hasta las diez. El primero de los dibujitos eran unos niños perdidos que buscaban eternamente un portal para regresar a sus casas, recuerdo mi desesperación frente a la tele cuando cada mañana por un motivo diferente volvían a quedar atrapados en ese mundo desconocido, luego llegaban las travesuras del gato y el ratón, y por último veía a los pequeños hombrecitos azules. Cuando terminaban cambiaba de canal, entonces caminaba hasta el televisor y sintonizaba el cinco, acto seguido, iba para el patio me trepaba de la antena y la comenzaba a girar mientras alguien desde adentro me gritaba cuando había captado la señal de aire, una vez que lograba dar con la señal ocurría que la pantalla comenzaba a «piscar» entonces me daba vuelta a la parte de atrás del televisor (que estaba alejado de la pared justamente para poder solucionar estos inconvenientes) y giraba una perilla negra mientras, otra vez, alguien más me avisaba cuando la pantalla paraba de «piscar». En seguida me sentaba, sin embargo, a veces sucedía que el volumen quedaba bajo con relación al del canal anterior, así que me tenía que volver a levantar y regular el interruptor del volumen. Ahora si era momento de disfrutar, hasta que vinieran los comerciales y debiera regular el interruptor del volumen nuevamente o la perilla negra de atrás de la tele.


OMAR ALBOR

Hoy me levanté
bien temprano
y mientras tomaba
un café mi mirada
se torno cepia.
Me pareció raro
sentirme viejo si solo
tengo 50, pero me fui dando cuenta, que mis gustos musicales eran de otro siglo, que mis autos favoritos, eran los gigantescos V8 y que mi ropa preferida era la de cuero y si tenía que elegir una época eran los 70 o los 60, porque?? no se, pero mi rebeldía venía de otra era, hoy la palabra vintage se volvió museo y mis recuerdos son escenas de los Doors o los Who ya nada será como fue, mi café se terminó y tengo que ir a trabajar soy cajero de un banco al cual algún día ya no volveré, quizás gane la lotería o llegué a la jubilación con más canas que las de ahora, pero en cada recuerdo mi mirada siempre volverá al color más hermoso, el color cepia dónde las fotos aún nuevas serán viejas.


ARIEL PACTON

Con dos discos de madera

unidos a un solo hilo

nacido para cazar

emigrante fue en la Francia

joujou de la Normandie

pasatiempo de los nobles

con joyas que lo ardonaron

entre burgueses el nácar

magia de un rápido rotar

hipnotizador de las damas

juego sutil del ejército

Waterloo y Napoleón.

Complicado de amor se redujo

a un solo disco y ranura

que arrolla un fino cordel

crecido para jugar, atado al dedo se gira

corre un trecho por el piso

vuelve a su ritmo normal

siempre atado con su hilo,

luminoso, psicodélico, viajero del animismo

malabares con las manos

proeza y magia en la calle

cordón de puro algodón, madera duncan dorada

va el perrito por el suelo con un lento caminar

el dormilón lanzado lejos

gira y gira

sin subir y sin bajar

con destreza en las dos manos

el columpio dura un rato, levitando en media vuelta

salta la cerca en un golpe

hasta el espacio conquista

lanzado detrás del brazo con impulso bien te agarro

sos mi yo-yo musical.


ALBERTINA GALIANO

Querida amiga:

Espero que disfrutes
este verano,
yo te escribo esta carta
helado en mano.

Te mando esta postal,
de alguna playa,
que a mí me queda lejos…
¡No ha habido paga!

Me levanto sin prisas,
con leche en sopas,
y si mi madre quiere,
nos compra porras.

Me cateó la profe
la ortografía,
pues como ya te dije
me tié manía.

Cursillos en la pisci
todos los días,
que volvemos a casa
casi rendidas.

¡A ver a quién primero
la piel quemada
le arrancamos a tiras
de sus espaldas!

Jugamos a las cartas,
sólo las chicas,
que cuando vienen ellos
todas se excitan.

“Verdad o atrevimiento”,
tanto me dá,
si al chico que me gusta
puedo besar…

Comemos viendo tele
sin hacer ruido,
que papá trae el coco
hoy dolorido.

Después de comer, siesta,
dice mi madre,
que yo sé que ella quiere
oír a la Francis.

Un ratito a la tarde
a hacer tareas:
clases de “taqui-meca”
con la merienda.

En la calle se juega
a las “alturitas”,
al “balón prisionero”,
ó a “seguirla”.

Al “churro-media manga”,
a “recortables”,
a vestir a las Nancys,
o a hacer retales.

Por la noche a la fresca
van los vecinos:
ellas pegan la hebra,
y hacen ganchillo.

Cuando acaba el concurso
de la “Ruperta”,
salimos como locos
de nuestras puertas.

Esas que a media noche,
cierra el “Sereno”,
pá ahuyentar a los “cacos”
de nuestros sueños.

Y con estas palabras
te digo adiós.
Cuando pasen los años…
¿será mejor?

Dicen las malas lenguas
que pá el dos mil
acabaremos calvos…

¡va a ser que sí!

 

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14 comentarios en «Relatos vintage»

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