Sustos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir sobre «sustos». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 30 de julio! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

BENEDICTO PALACIOS

Querida Edwige:
Ahora que hace tanto calor, tal vez recuerdes anécdotas referidas al día de San Juan, las cuales te contaba divertido. Empezaba, como sabes, el solsticio de verano y al cumplir los siete u ocho años había que levantarse prontito para ver bailar al sol. Era maravilloso verlo y contemplarlo.
—Pero qué dices. Solsticio significa lo contrario: que el sol no se mueve, que permanece estático —me replicaste.
—Pues yo le he visto bailar.
—No seas fantasioso.
—¿Por qué? ¿Tú no has jugado con fuego alguna vez, haciendo circulitos? Pues igual. El sol también los hacía.
—Y me he quemado. ¡Menudo susto!
—¡Qué miedosa! ¿Te orinaste?
—Es verdad. Me lo decía mi madre: «no juegues con fuego que luego te meas en la cama.»
Cómo nos reímos. Y luego te referí esta historia que contaban los abuelos de mi pueblo.
«Ocurría en invierno, cuando cruzaban el pueblo cientos de ovejas que transitaban por la Cañada Real Soriana. Y los lobos seguían de cerca a los rebaños.
En un día de mucho frío, una mujer que venía de atender a sus animales y llevaba a su hijo en brazos fue asediada por un pareja de lobos. No la atacaban pero tampoco la permitían avanzar. Y la mujer se desesperaba porque el niño no paraba de llorar. Pedía auxilio, pero las puertas de pueblo permanecían cerradas.
Para calmarle, la madre se sacó un pecho y le dio de mamar. Y los lobos dejaron de importunarla.»
—¡Qué mentira tan gorda! A los lobos les dices ¡fu! y se largan.
«¿Lo recuerdas? Estábamos sentados en una terraza, y una señora que paseaba un perro le soltó y vino a enredarse entre tus pies. ¡Qué grito pegaste!»
—¡Qué susto! Es verdad.
—Y era solo un perrito. Si llega a ser un lobo…

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Tenia tanta hambre aquel día que me hubiese comido un cerdito asado.
De pronto, me di cuenta que en casa no había nada más que un huevo.
¡Un huevo! Algo es algo, me dije a mi misma.
Cogí el huevo, le di un pequeño golpe cito y, sorpresa. Ante mis ojos y en le plato me hallo con una puerta abierta y parlanchina que me dice, si quieres comer bien pasa al país de las bolas de «Abeto rajado» y buscas el restaurante de «La cochina madre»
El pasmo se apoderó de mi persona al darme cuenta que mi estatura se había mermado hasta el punto de medir dos centímetros o dos y medio. ¡Vaya susto!
Ahora bien, mi volumen estaba acorde con mi altura y con la puerta.
Aturdida me vi caminando por el grande plato.
Por un momento recordé a los habitantes del país de «Lil, liput» del libro»los viajes de Gulliven»
Valiente pase por aquella puerta en busca del restaurante de la «Cochina madre»
El hambre que tenía era más grande que mi estatura. Por fin el comarero me pregunta ¿que va a comer señora?
Cerdito asado, respondí.
De nuevo el asombro me dejo sin palabras. Un cerdito asado en la bandeja, mostraba su cabeza, sus dientes, sus orejas, su lengua y su piel tostadita que decía comerme..
¡Ay! Que susto ya que la medida del presente era igual al que comen los humanos en el planeta Tierra.
Di un salto de susto y, pude cruzar la puerta misteriosa con tan buena fortuna que en estos momentos me he convertido en el huevo del cuento.


LORENA MARTÍ

Oigo mi nombre en el pasillo de hematología. Ya me toca. Mientras avanzo hacia la consulta vuelvo a tener esa sensación de irrealidad que he tenido esta mañana al hablar con mi hematóloga:

━Silvia, tenemos un problema con los resultados de tu biopsia medular ¿puedes venirte ahora al hospital?

━Eh… sí, claro. Pero…

━Bueno, pues aquí estamos. Ven y te cuento.

━V-v-vale.

Y nada más colgar he tenido esa sensación de sueño, de irrealidad, de alucinación… “Ya está, ya me ha tocado a mí”.

Y ahora, mientras avanzo por este pasillo blanco y metálico, vuelvo a sentir que no me pertenece lo que veo, oigo y huelo. Porque estoy en las profundidades de mi alma, ocupándome del shock que estoy sufriendo. Por eso no distingo bien los contornos de las puertas, las paredes. Por eso me deslumbran en mesura los tubos fluorescentes. Por eso no sé qué ha pasado hace un segundo… ¿desde dónde he llegado a la puerta de la consulta?

Entro. Empiezo a recuperar el control de esta nave. Ahí está la doctora Vives, con la sonrisa torcida y las manos cruzadas sobre la mesa.

━Silvia, bonita, tengo una mala noticia.

“Así, ¿a bocajarro? ¿Esta mujer no tiene ni una pizca de empatía?” Intento sonreír mientras me siento enfrente. Me observa mucho… ¿esos ojos de cordero degollado son de culpabilidad? Joder, chica, que si me estoy muriendo no es por ti…

━Ay, Silvia… lo siento mucho, pero no aspiramos suficiente muestra para poder examinar correctamente tu médula. Siento decirte que debemos repetir el aspirado. Sé que es muy doloroso y me sabe fatal que tengas que volver a pasar… ¿qué es tan gracioso?

“Ahora sí me muero, ¡pero de repente! ¡Me cago en la p***! ¡Qué susto!”

━Nada, nada, doctora Vives. Que pensaba que me moría.


TALI ROSU

Burbujas explosivas.

—¡Capum! —Menudo susto nos llevamos cuando oímos la explosión, minutos después, estábamos hasta el cuello…

Leo, como todos los habitantes del planeta Eggo, tenía una burbuja sobre su cabeza que variaba en tamaño en función del día; a veces diminuta porque alguna persona desalmada se había obcecado en reducirla con menosprecios y rechazos, otras veces más inflada porque el líquido de su interior se había expandido por algún halago o algún sueño conseguido. La burbuja de Leo era azul.

Mari también tenía su propia burbuja, pero la de ella era de un rojo intenso que además de expandirse intensificaba su color. Cada vez más grande y cada vez más roja, se alimentaba de burbujas ajenas reduciéndolas en tamaño mientras pisoteaba las cabezas sobre las que flotaban.

Yo también tenía mi propia burbuja que, como la de Leo, crecía y menguaba en función del día. La mía era amarilla y me gustaba verla resplandecer con el reflejo del sol.

Ana, una buena amiga, tenía una burbuja de colores que hacía crecer con su juego favorito: identificaba burbujas gigantes como la de Mari y no hacía lo que haría cualquiera —alejarse sin más—, ella se acercaba todo lo que podía y, en cuanto veía una oportunidad, sacaba una afilada aguja y las hacía reventar. El pringue salía volando por el aire ensuciándolo todo a su paso y el portador empezaba a generar una nueva casi de forma inmediata. A Ana le gustaba ver como explotaban y como sus cabezas se ponían moradas formando una nueva, los debilita por un momento y, aunque volvían a la carga con una nueva dosis de espesa y repugnante sustancia ególatra, ella podía verlos flaquear por un instante y les recordaba que eran vulnerables.

La burbuja de Ana crecía de inmediato, pero siempre se reducía después de un tiempo. Ella decía que era solo una táctica para mantener alejada a la gente que hacía mal mientras, de paso, su burbuja se veía coloreada y dejaba de ser monocromática; le gustaba el arcoiris que reflejaba en las demás, especialmente en aquellas como la mía o la de Leo que, por culpa de la de Mari a veces parecía que iban a desaparecer.

Un mal día, Ana reventó la burbuja equivocada y nos enterró a todos bajo una lava ardiente y espesa del color de la ceniza que a su paso iba dejando. Hoy seguimos intentando salir de esa pegajosa situación pero Ana no ha dejado de sonreír cada vez que mira esa cabeza deformada, a ese ser repugnante que no es capaz de reconstruir su dañino ego…

Yo sigo teniendo miedo porque no se me ha pasado el susto de la explosión y, además, el eco permanece recordándome que, aunque saldremos de esta, la burbuja gris de ese ser despreciable, se reconstruye a mayor velocidad, especialmente cuando mira atrás y nos ve aplastados bajo tanta porquería.

Yo sigo pensando que lo mejor es alejarse de la gente con burbujas gigantes… ella sigue convencida de que hay que hacerlas explotar de vez en cuando.


RAQUEL LÓPEZ

Hallóme, vil crueldad
qué casarme yo a ciegas,
no es gusto, ni calidad
desposar mi vida entera.
Más, cuando angélico afán
en convertirme en esposo,
pues no me pude zafar
de un futuro muy brioso.
Y es que, así, sin más
no conozco a la susodicha
y me pretenden casar
para mi mayor desdicha..
Por fin, llegado el momento
de conocer a mi partenier,
emocionado, lo advierto
y los nervios a flor de piel.
Aquí, halló se la dama
cuán gentil galante ría,
esto se convierte en un drama
y el verla.. me deprimida.
¡Que susto y desasosiego,
que desgracia, que tormento!
pretender que yo me case
ante tal esperpento..
-¡Señor-se dirigió a mi
-yo no pretendo gustarle pir mi aspecto,
si no por ser hacendosa,
con mi mayor respeto!
Creóme la duda al momento
de este incómodo encuentro,
no sé, si salir corriendo
o del susto, quedar muerto…


SERGIO SANTIAGO MONREAL

Era una tarde húmeda de abril cuando el viejo t-rex «Sindex» dio su último bocado a su última presa.
A la mañana siguiente tras dormir con la panza llena notó asustado que le habían salido un par de alas y se había quedado sin dientes.
El susto de Sindex fue tal que de un alarido salió fuego de su boca.
Sintex asustado fue a ver a la doctora Sapia, que era una vieja sapo.
No te preocupes Sintex le dijo Sapia croando.
Tienes el «síndrome de la metamorfosis dragonil».
«Este síndrome es normal en carnívoros».
«¿Y qué hago?»
«No cabrearte para no soltar fuego por la boca; y llevar una dieta más variada…»
Sintex hizo caso a la doctora Sapia y en poco tiempo se convirtió en el ser más sano sobre la faz de la tierra.


EMILIANO HEREDIA JURADO

AIRE
Racc, raacc, raccc….
-¡De vuelta en casa cariño!-
-¡Ah! Que gusto dar estar en casa de nuevo, Juan, cariño. Aunque habrá que ventilarla, menuda bofetada de calor, ve abriendo las ventanas de las habitaciones, que yo abriré las ventanas del salón y la cocina.
-Si, Carol, amor-le da un pico, dejando las maletas en la entradita
-Es que parece que en esta casa faltara el aire…por lo menos, la vecina no nos ha abierto las ventanas en una semana por lo menos, y eso que la insistí que, por lo menos, si no a diario, abriera las ventanas cada dos días, no ya para que se ventilara, sino también para que los cacos, no notaran la casa sin movimiento….-va diciéndole a Juan, mientras recorre las cortinas…
-No te preocupes cariño, lo importante es que hemos estado dos semanitas cojonudas en la playa, y hemos podido desconectar de toda la mierda esa del confinamiento…-responde Juan, mientras se dirige a la habitación principal…
-¡ahhhhh!, ¡Juann!
-¡que pasa cariño!-acude asustado Juan al alarido de Carol-¿Qué ocurre?, dime que es lo que te pasa.
Se encuentra a Carol, llorosa, señalando a la terraza del salón. Todas las plantas, ficus, geranios, siempre vivas, helechos, cintas con la maceta en el suelo, todas.
Todas están muertas.
Grises.
Ceniza esparcida por el suelo.
-Es-esta vieja bruja no ha regado ningún día las plantas…-dice compungida-
-Bueeno, no te preocupes, seguro que, con lo despistada que es, habrá perdido las llaves, y no habrá podido entrar, para nada, por cierto, que si las ha perdido, tendré que cambiar la cerradura…- responde Juan abrazando tiernamente a Carol….-por cierto, ¿no notas un extraño olor en el ambiente?-
-Ahora que lo dices-responde Carol-un poco raro sí que huele, me recuerda a la consulta del hospital, huele a desinfectante-se enjuaga las lágrimas con el dorso de la mano.
-A lo mejor es por culpa del olor de las dichosas mascarillas, se te mete el olor hasta los huesos-replica Juan-. Anda, prepárate la bañera, y date un baño relajante, que vienes muy cansada del viaje. Le da un beso en la frente a Carol-
Mientras Carol avanza por el pasillo, Juan, emite un sordo sonido de asombro, al observa cómo, la imagen de Carol, avanza distorsionada, apagándose y encendiéndose delante de sus ojos, como la imagen de un televisor antiguo al que le fallase el tubo de imagen.
Frotándose los ojos, ante lo que está viendo, achaca tal visión al cansancio propio del viaje.
Se dirige a la nevera, para sacar una cerveza…..
-¡ahhh!, ¡hostia joder!- tira la cerveza al suelo…
-¡cariiii!,¿estás bien?-pregunta alarmada Carol, desde la puerta del baño-
-¡s-si!, no te preocupes, es solo que se me ha caído la cerveza al suelo-le responde para tranquilizarla, porque, delante de él, en el vaho de la balda de cristal medio vacía, donde están las latas de bebida, se vé, nítidamente, bien perfilada, la cara de un anciano, que le mira fijamente, con un océano de tristeza desbordándose por las pupilas de sus ojos.
-¡ahhh!, ¡que gusto!…ahora, cierro los ojitos, y me relajo los nervios-dice Carol metiéndose desnuda en el agua templada y espumosa de la bañera, llena hasta la mitad.
.¡BONG!.
¡BONG!
¡BONG!, ¡BONG!,¡BONG!
Unos golpes de origen desconocido, sordos, repetitivos, desesperados, angustiados, en las paredes de Pladur, resuenan por toda la casa, haciendo tintinear los platitos de souvenir de los diferentes sitios en los que han viajado, colgados en la pared del salón.
La vajilla y los vasos de la vitrina, las lagrimas de cristal de la lámpara del salón.
-¡juaaan!,!Juaaan!, ¿te ha pasado algo?, ¡dime algo!, ¿es una maldita broma?, sale a la mitad del pasillo, atemorizada…-.
-¡Cariño!,¡¿te encuentras bien?, ¿te has caído?-sale al encuentro de Carol, desnuda, en el pasillo-
-¡Aaayyy!, ¡juan!,!que susto!- le dice llorando Carol a Juan-
-No te preocupes, seguro que arriba están de obras, y como las paredes son de papel como aquel quien dice…pues habrá sido eso, venga, no te preocupes, vuelve a meterte en la bañera, que ahora subo yó, y les pongo las pilas, mira qué hora es, para hacer obra, las siete la tarde que son yá, no es momento para hacer nada de ruido-abraza a Carol, que parece quedarse mas tranquila, y se vuelve a meter en la bañera-
-Seguro que como se aburren, los de arriba, aprovechando que no hemos estado, habrán tirado media casa abajo, habrán vuelto locos a todos los vecinos, pero ahora mismo subo, y les pido explicaciones, y la licencia de obra, que como no la tengan….se van a enterar, hombre, que ya está bien-va hablando solo, Juan, mientras se dirige a la puerta de entrada de la casa-
¡aaay!-nota un aguijonazo en la paletilla derecha- se echa mano con la izquierda, para darle un manotazo a la avispa, abejorro o el bicho que le haya picado. Lo que faltaba hombre, piensa-
Aterrado, se extrae una minúscula flecha, del tamaño de un lápiz, igual que….
-No, no puede ser, es imposible que haya salido…
Del cuadro de la entradita, un feo paisaje de caza, de estilo medieval, con dos ballesteros con sus perros, cazando jabalís, regalo de boda de una tía de Carol…
Incrédulo, observa como uno de los ballesteros, tiene la ballesta descargada….
Se sienta en el sofá, con un reguerillo burdeos recorriéndole longitudinalmente la espalda, dividiendo en dos partes asimétricas el polo blanco que lleva puesto….
-Cómo me gusta jugar con la espuma, cogerla con las puntas de los dedos, y dejar que caigan otra vez…-se dice así misma, Carol……Un silbido, resuena en el baño…ffsssss, fssss, fssss, fffssss-¿Qué estará cocinando Juan en la olla express?-se pregunta-
-¡Aggg!
Dos brazos de espuma, se aferran al cuello de Carol, que lucha denostadamente por su vida…
-¡aggg!… Juannngg!, ….!auxilio!
-Estremecido, Juan se levanta, aun estupefacto por el suceso de la flecha, dando un bote, e intenta abrir la puerta del baño, pero ésta se encuentra bloqueada…
-¡Carol joder!, ¡te he dicho mil veces que no te encierres en el baño!- gotitas del sudor de su frente junto a gotitas de sangre de su herida, se tiran con el paracaídas de la desesperación al suelo…-
¡BONG!
¡BONG!
¡BONG!.¡BONG!,¡BONG!,-¡Ábreme Carol!- ¡BONG!, ¡BONG! ¡BONG!, ¡otra vez ese ruido!
De un agónico esfuerzo, abre la puerta del baño y observa enloquecido, cómo, un anciano, con camisón de hospital, aferrado a una mascarilla de oxigeno, cubierto de espuma, tiene sus marchitos labios, devorando los labios de Carol, absorbiendo todo el aire de los pulmones de, una desvanecida Carol, con los ojos en blanco.
-¡hijo de putaaaa!, ¡deja a mi mujer!
¡BONG! ¡BONG! ¡BONG! ¡BONG! ¡BONG! ¡BONG! ¡BONG!
La casa retembla.
Juan va a la cocina
La casa gime
Juan coge un cuchillo
-¡hijo de putaaa!.
En su desesperación, las puñaladas de Juan, atraviesan el etéreo cuerpo del anciano, y cose Carol a puñaladas…y cae inerme al suelo enjabonado y encharcado del baño.
Apoyado en la pared del pasillo, se deja resbalar sobre ésta, a la vez que deja caer el cuchillo ensangrentado en el suelo.
El viejo, se le acerca con la bolsa de plástico de la papelera del baño, le cubre la cabeza a Juan….
¡BONG! ¡BONG! ¡BONG! ¡aggg! ¡BONG! ¡BONG! ¡BONG!, Juan patalea, gime, llora, se ahoga…se muere.
-¡ay vecina que desgracia!.
-¡¿Qué ha pasado, Josefina?!-
-Los vecinos de enfrente mía, los que me dejaron las llaves para que les cuidara la casa-dice todo compungida y alarmada-
-¡muertos los dos!, los saco anoche la policía, que les llamé yó, porque se vé que estaban de obras y claro, unos golpazos por toda la casa…
-¡Jesus, María y José!-se persigna la vecina-
-Pues eso –interviene el marido de Josefina, por lo que pude ver, en vez de obras, estaban…bueno, usted me entiende, muy fogosos, de ahí, se entiende los golpetazos en las paredes y como son de Pladur…pues eso, la juventud, que en vez de conformarse con la cama, pues experimentan cosas raras, usted me entiende, que ahora les dá por ahogarse cuando hacen el cotito. A el, lo encontraron con una bolsa asfixiado en el pasillo y a ella desnuda cosida a puñaladas…
-¡Dios mío que barbaridad!-exclama escandalizada la vecina-
-Pues eso, el la estaba estrangulando, y ella a él, con una bolsa de plástico en la cabeza, pero se ve que a él le entró el acojone, y se defendió con un cuchillo…
-¡Jesus, María y José!-se persigna la vecina-
-¡Ay!, que racha llevamos-exclama josefina-no hace ni dos semanas, que nos dejó Don Anselmo, el pobre, que lo encontraron axfisiadito del todo, con la mascarilla de oxigeno en la mano, por el enfisema pulmonar que tenía. La muy zorra de su hija no había cambiado la bombona… porque estuvo un fin de semana de jarana con el novio. Pero ya le digo yo a usted, que ha sido por quedarse con el piso del padre, y vivir con el zángano de novio que tiene, que se ve que ya están planeando reformas, porque el otro día le ví en una tienda de muebles, y de las caras, no crea, de esas de diseño..
-Esperen, ¿no escuchan algo?, ssshh-dice la vecina-
-No se…-responde josefina-
Ponen atención….
¡BONG!

JOSMARY PIRATEQUE

Echo un vistazo al reloj en mi mesa, marca la 01:30. Se siente un ambiente demasiado pesado y no entiendo la razón, escucho un zumbido en la habitación proveniente del fuerte viento que sopla afuera, ¡Es una tormenta torrencial! Resulta raro en pleno verano, suena un trueno y retumba todo en la recámara, salto del susto hacia el encendedor, me aterra estar a oscuras justo ahora, presiono el botón tantas veces como si mi vida dependiera de ello… quizás así sea…

¡Sorpresa!

No hay electricidad «cálmate, tranquilízate, es solo un corte temporal por la tormenta» me digo a mí mismo intentando no pensar lo peor, tratando de mantener un poco la calma. Temblando, me dirijo al baño para refrescarme el rostro e intentar recuperar la compostura. Miro al espejo justo en el instante que un relámpago ilumina todo el lugar y mi peor pesadilla se hace realidad ¡El monstruo está justo atrás de mí! Siento que el corazón se me escapa…

Sus ojos de fuego me paralizan a través del espejo, su boca dibuja una expresión espeluznante, puedo escuchar sus gemidos y gruñidos sobre mi hombro … ¡Ya en mi oído! Quiero huir, pero mis piernas, no, ninguna parte de mi cuerpo responde. El monstruo intenta agarrarme y de algún modo logro reaccionar cuando coloca una horrenda garra sobre mi hombro.

Huyo aterrado mientras esa bestia me persigue, cualquier cosa a mi paso se vuelve un arma contra él.

—¡Déjame en paz! —le grito en cada ataque en vano que le hago, su respuesta es solo un rugido feroz que consigue aterrarme cada vez más.

Tomo mi celular intentando llamar a mi madre, Kelly, Jen, Ray o quien sea «¡Necesito ayuda!» es lo único que puedo pensar en este momento. Tal cual en una película de horror no tengo señal

—¡Genial! Voy a morir.

Intento escapar del lugar, pero no consigo abrir la puerta, ¡Maldición! «Estoy demasiado asustado. Quiero salir de este sitio»

—¡Ayúdenme por favor! ¡Necesito ayuda! —grito mientras golpeo con fuerza la puerta de mi habitación.

Trato de llegar hasta el balcón, pero es inútil, siento las garras del monstruo desgarrándomela piel del brazo, carcomiéndome la carne «¡arde!» ¡El monstruo logró agarrarme! Me lanza a la cama, se posa sobre mí, su peso me inmoviliza, me asfixia y ahora es seguro que no me dejará ir. Oigo su risa, su macabra risa que me atormenta cada noche…

—¡Auxilio por favor!

Ya no tengo fuerzas ni para pedir ayuda, lo único que me queda es el miedo mismo, estoy realmente petrificado, mis lágrimas comienzan a brotar «¡Por favor déjame!» solo eso logro suplicar entre sollozos mientras el monstruo permanece sobre mí, su risa es lúgubre. Siento demasiada rabia e impotencia. Cuando el monstruo se acerca me deja ver el reflejo de un rostro, uno demasiado familiar que consigue multiplicar mis temores…

—¡Ya no más por favor! —consigo gritarle con tanto dolor en medio del llanto…

El monstruo solo ríe, gime y gruñe sobre mí.

No puedo más, de nuevo ganó.

Percibo su putrefacto aliento a licor y cigarrillos acercándose a mi cuello al igual que sus garras recorriendo mi torso, tocando cada lugar, desgarrando mi ropa y piel. Siento demasiado asco, aversión y terror, ¡Solo quiero que se detenga de una maldita vez!

Ya no quiero sentir…

—¡Para por favor!… ¿Qué te hice?… ¿Por qué me odias tanto?… ¡Ya no más!…

El dolor es insoportable…

—¡Bastaaaaaaa yaaaaa!

Le grito aterrado, de nuevo forcejeo con él. Consigo dar un giro y terminar de golpe en el suelo…

—Se ha ido —logro espetar en un murmullo.

—¿Quién? ¿De qué hablas? No hay nadie aquí, solo nosotros, estoy intentando despertarte desde hace rato ¡Me asustaste!


NEUS SINTES

Ellos están aquí, puedo percibir su presencia. Han llegado de las tinieblas para saciarse de nosotros los humanos. Quieren poseer nuestras almas, nuestras mentes y nuestros cuerpos. Quieren hacer de este mundo un lugar oscuro y sangriento…He avisado a los demás, pero no me hacen caso, no me creen. Dicen que son locuras mías como siempre han dicho, pero lo cierto es que ésta no es una locura mía. Es una realidad Sé que están aquí, cerca, muy cerca. Estoy asustada.

Ellos son el demonio en persona, presiento cómo sus pasos se acercan, sus pisadas son fuertes y las puedo oír perfectamente, cada paso es un paso más cercano y más peligroso. Tengo el pulso acelerado, el miedo se va evaporando de mí, de mi cuerpo y de mi ser.

Me esconda donde me esconda sé que me encontraran y que encontraran a todo aquel que se encuentren a su paso. Atacan en la oscuridad, durante la noche cuando todos están durmiendo.

Huelen la carne humana, la saborean y la consumen…

De nuevo oigo las pisadas, fuertes y de paso ligero. No hay salida para mí ni para nadie. No me han querido creer y ahora ya es demasiado tarde para hacer nada; salvo huir si es que hay salida.

Me han atado a una silla de fuerza, convencidos de mi propia locura, pero no entienden, no me escuchan y los demonios se acercan y están abriendo la puerta blindada de mi habitación…

Oigo risas, unas risas maléficas detrás de la puerta intentando abrirla. Risas diabólicas que percibo terriblemente en mis oídos. Están abriendo la puerta, la abren y al final los veo.

No hay salida, no hay grito que me sirva o que valga para avisar… ¿a quien? Estoy sola con el mismísimo diablo en persona.


ROCÍO RB

UNA MUERTE SORPRENDENTE

Divina, la inspectora más veterana de la comisaría, entraba a la vivienda en el momento en que salía el forense.
-Doctor Avellanos, ¿me hace un adelanto de lo que encontraré ahí dentro? -preguntó mientras señalaba con la cabeza el despacho donde se hallaba la víctima.
-Poca cosa. A falta de la autopsia, diría que es un infarto. Eso sí, provocado por un gran estrés, solo hay que ver la cara del difunto -contestó el médico, sin aminorar el paso y sin despedirse, dejando a la inspectora extrañada.

La reciente viuda estaba sentada en el sofá del salón, tomando lo que parecía una bebida caliente por cómo agarraba la taza. O quizá fuera para controlar el temblor de manos, tan común en los culpables. Porque para Divina, todos eran culpables hasta que ella decidiera lo contrario. La dejó con el agente que hacía el interrogatorio previo y pasó a ver el cadáver.

En efecto, el cuerpo sin vida se hallaba sentado tras el escritorio, erguido, con un bolígrafo en la mano y un gesto de terror y sorpresa. Parecía congelado más que muerto. Sobre el tablero, los útiles típicos de ordinario para alguien que trabaja en casa, pero un vacío frente a él. Divina observó el cadáver con detalle, rodeándolo, agachándose. Vestía camisa sin americana y el nudo de la corbata estaba intacto. No le dio tiempo ni a aflojarlo cuando sucumbió a la muerte.

Salió en busca de la viuda que, al mirarla, evadió el contacto visual.
-Dígame cómo y por qué lo hizo -ordenó de sopetón.
-Yo… no… yo… no sé de qué me habla, le he encontrado así. Bajé a verle porque no subía a la cama y le encontré así. Yo no le he hecho nada -contestó aturullada, removiéndose en el asiento y deslizándose por ello el echarpe con el que se tapaba. Asomaron entonces unos moretones en el brazo que no pasaron desapercibidos para Divina.
-De acuerdo, tengo el por qué. Dígame el cómo. ¿Dónde está lo que leía su marido en el momento de su muerte? Mentirme sería una tontería y ocultármelo otra mayor. No me iré hasta encontrarlo, aunque tenga que poner del revés esta casa.

La viuda, desarmada ante la sagacidad de la inspectora, se echó a llorar por primera vez en la noche. Lentamente se levantó y, caminando alicaída, se dirigió hacia un sillón ajado por el uso, sacando de entre los cojines unas hojas arrugadas que entregó sumisa.

Divina le echó un rápido vistazo y soltó una sonora carcajada.

-Muy hábil, sí, señora. Esto es hacer justicia -dijo.

Se dio la vuelta, aún riéndose, y entregó a otro inspector los papeles.

-Enrique, aquí tienes el arma del crimen. En la vida había visto un extracto de tarjeta de crédito tan largo y contundente. Caso cerrado, termina tú el papeleo y que se lleven a ese cabrón, lo tenía merecido. Me voy a dormir –continuó su camino hacia la puerta, soltando alguna risilla y dejando a todos sorprendidos.


CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

De todos los posibles imprevistos el más inesperado de todos es el previsible-previsto. Mientras organizaba de cualquier forma, sin orden establecido los bártulos en la maleta, iba pensando en esos imprevisibles cabos sueltos que, por insignificantes, pasaban inadvertidos a lo largo del viaje sin billete de vuelta que estaba por iniciar.
Dio tres vueltas a la casa; echó la vista sobre el silencio avaro que se había apoderado de muebles y paredes.
Un timbrazo agudo y punzante del portero automático llevó sus pasos hasta la puerta.
—Ya bajo –contestó.
El conductor –oscuro como el día- acomodó su equipaje en el maletero del coche sin dirigirle siquiera la mirada. Era un tipo imponente, alto, fuerte; su cara llena de cráteres, producto seguramente de haber contraído en su día la viruela junto a un ojo estrábico conformaban el conjunto de un personaje de novela de suspense.
Pasados todos los controles aeroportuarios por fin, intranquilamente sentado al lado de la ventanilla viendo como le envolvían las nubes suspendidas en el cielo impasible, sin movimiento, como prendidas, cosidas al tejido azul…
Sabía que el final se acercaba para él, sin susto ni sobresaltos; preparado para poner en marcha la alarma sin emoción. Apenas un escalofrío cuando la deflagración que precedía a la explosión desconcertó al compañero de asiento y en un nanosegundo vio pasar la insignificancia de una vida, a entender que lo imprevisto sacude cualquier cimiento previsto como invencible.
Hoy hace un año. Nadie recuerda que ese día sin susto aparente el cielo cambió de color.

ARIEL PACTON

Estaba viviendo en Brisbane, Australia en una casa de familia en medio de una foresta, una reserva nacional bellísima. La dueña era Carole, que se definía como valiente australiana, la más valiente de todas las nacionalidades del mundo. Las alojadas éramos dos chicas: una china y yo.

Una tarde, cuando entré a la casa había gritos y llantos que salían del cuarto de Zen, mi compañera china. Carole, con los zapatos de la china en la mano, me mostraba que estaban comidos en la puntera y en español (para que Zen no comprendiera) me decía que probablemente era una rata y que mi compañera estaba en un ataque de nervios armando su valija. Me pidió ayuda para colocar tramperas en la casa. Mi cerebro quedó congelado repitiéndome: ¡Ratas! ¡Ratas! y como un autómata respondía a los pedidos de Carole, para correr el freezer, la heladera. Ella cortaba quesito, lo ponía en las tramperas. ¡Nunca las había visto en vivo y en directo!

Carole se fue abajo, entré a mi cuarto y ¡shit! en el cajón de mi ropa había caca de rata. Saqué todo, mis cosas estaban bien, limpié los rastros que iban hasta el cuarto de Zen y de ahí a la ventana del baño. Pensé: ¡Seguro que se fue al parque!

Le golpeé la puerta a Zen. Ella estaba más calma. La convencí que se quede porque probablemente la rata ya se hubiera ido.

Antes de acostarme, revisé la cama, debajo de la cama, el placard, puse todo en bolsas de residuos, adentro de la valija.

A la mañana siguiente, Zen ya había salido a la Universidad y Carole subió para mostrarme que el queso no estaba en las tramperas. ¡Mierda! La rata estaba en la casa. Ella ajustó las trampas, puso más queso. Carole me dijo que a las ratas le gusta el calor de los motores. Entonces, otra vez la ayudé a correr los electrodomésticos.

Me olvidé en el día, y a la noche, la tensión de ver las tramperas. El queso en su lugar. No hubo novedades. Pasaron tres días y todo seguía igual, lo que me hizo pensar que el, o los, o la, o las se habían retirado.

A la cuarta noche, estaba hablando por teléfono con mi tía en Argentina, cuando de prontó sentí un clack, clack y chillidos. Unos segundos de calma y otra vez, chillidos, plaf, plaf, plaf cada vez más fuertes y con el auricular en la mano grité: ¡Es gigante! ¡La rata es gigante!, mientras la veía caminar hacía mí con la mitad del cuerpo en la trampera.

Mi cerebro volvió a congelarse como cuando vió los zapatos de Zen comidos. No podía moverme. La rata avanzaba claqueando fuerte con la madera sobre el piso, chillando y yo estaba tiesa.

Cuando la tuve a dos pasos, escuché la voz de mi tía: ¡Agarrá un palo! ¡Matala! ¡Un palo! ¡Rata! ¡Matala!

Corrí escaleras abajo, desperté a Carole con mis gritos:

— ¡Rat! ¡Enormous!

Y Carole, entredormida, dijo:

—¡Matala con un palo!

Entonces, le respondí:

— Vos sos la valiente australiana. Yo soy una simple argentina que está cagada de miedo.


CURRO BLANCO

Siempre pensé que tarde o temprano volvería a verlo, pero nunca imaginé que sería así. No pude esquivarlo, fue tan inesperado y sorpresivo que no tuve tiempo de discernir cuando ya lo tenia a menos de un palmo de mi.En principio el susto hizo que se movieran mis entrañas, tal como lo visualizaba en mis pensamientos agitados durante años, pero en apenas unos segundos aquel susto voraz se convirtió en un sosiego extraño; algo dentro de mi cambió con el tiempo, con la espera, al fatuo encuentro,. Lo miré sin odio, con una mirada valiente y franca, sin reproches, sin rencor….Sus ojos, al encontrarse con los mios, fueron declinando mi mirada emitiendo destellos de arrepentimiento hasta que desaparecieron.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

Hace mucho tiempo, en el año 2000;
La horrible historia de cuatro jóvenes, era tan fuerte que nadie la podía creer.

Terminaron las clases de Junio en el instituto, los chicos entusiasmados, celebraban las vacaciones de verano hasta septiembre.
Unos jóvenes alumnos de E.S.O como todos los días, caminaban hasta sus casas, a las afueras del pueblo, en una pequeña villa. Andaban por un camino sin asfaltar, en medio del campo, entre algunas casas abandonadas, derruidas por el tiempo y la fuerzas de la naturaleza.
No era la primera vez, que alguno de ellos, tenia la idea de entrar en alguna de estas casas. Siempre el más veterano, hacia la clásica broma de los fantasmas, inventando historias del lugar.
Nunca antes pasaron a la famosa casa del «Loco» ya desde tiempo atrás, muchas eran las historias no se sabían si ciertas o no, contaban que desaparecían niños o se escuchaban voces. Él cabecilla, los reto a entrar, diciéndoles gallinas. Para no quedar como miedosos, lo acompañaron a la aventura.

– Dicen de la casa del «Loco», que los niños que entran no vuelven a salir, si ves al «Loco», vendrá tras de ti, y si corres como un loco, tu alma quedará atrapada aquí – Contaba el mayor acercándose a la casa.

Tenía un antiguo muro de piedra, cubierta por enredaderas y una segunda alambrada oxidada. Las puertas de madera corrompida por el pasar del tiempo, también la cubría la barrera de alambre, pero se podía percatar un pequeño hueco por debajo.
Los chicos pasaron por debajo de la verja, él más benjamín de ellos quedó enganchado con uno de los alambres sueltos. Ayudado por él veterano pudo pasar.
Apreciando el lugar, quedaron un rato en silencio. Desde la puerta de afuera, hasta la casa, habían grandes jardines. Los jardines, que antiguamente estaban llenos de rosales y árboles frutales, ahora estaban secos, con partes de tejas y ladrillos. En gran parte estaba todo lleno de telarañas.
Un poco más adelante, se podía ver una antigua piscina, y bajo un tejado metálico, un coche antiguo destrozado y oxidado por completo.
Andaban hasta donde estaba la puerta principal de la casa. Él cabecilla, los mando a callar.

– ¡Shhh…! Callaros me a parecido oír algo – Dijo intentando darles miedo.

Todos ponían atención a los ruidos del lugar, en ese momento por el viento, se escuchó el golpe de una ventana.

– No corráis, ya os dije que no podemos correr, quedaréis atrapados para siempre – dijo al ver que todos corrían asustados.

Al pequeño, se le ocurrió la idea de hechar a suertes para entrar. Les pareció bien, el mayor no quería participar.

– Yo me quedo aquí, entráis vosotros – Dijo presuntuoso.

– Pero… ¿ Porque no entras ? – Le preguntaron.

– Alguien tiene que vigilar, por si acaso – contesto muy seguro.

Quitaron unos tablones que bloqueaba la puerta, apenas se podía abrir un poco, por la corrosión del óxido de las bisagras. Entre un enorme chirrido, empujaron todos cayendo al suelo uno tras del otro. Asustados se levantaron corriendo, llenos de polvo y telarañas.

– Pasa tú primero –
– No, pasa tú –
– No, No, pasa tú –
Nerviosos, se retaban entre ellos.

Él veterano al ver que no se decidían. Los empujo hacia dentro, y cerró la puerta rápido.

– ¡Abre, abre, …!- Gritaron.

Insistieron un rato, pero nadie abría la puerta. Miraban uno a uno hacía dentro, buscando un poco de luz de alguna ventana. Había un pasillo enorme, con muchas puertas, al final se podía ver una habitación abierta, donde colgaba una cortina rota. Él benjamín se hizo el valiente, pidiéndoles que lo siguieran. Cogidos de la mano, caminaban despacio intentando no golpear nada, o caer con nada tirado por el suelo. Uno más asustado, no paraba de decir que sentía ruidos extraños de todos lados. Las habitaciones estaban cerradas, algunas por viejas tablas y parte del inmobiliario. No queriendo entrar en ninguna de ellas, siguieron recto, llegando a encontrar unos pocos rayos de luz, que entraba por el tejado destrozado por la lluvia.
Parecía una cocina comedor, tenía una mesa grande de madera en el centro, unos almacenes a los lados, varios hornillos antiguos, una chimenea hundida, ganchos en techo y pared para agarrar las patas del jamón, los chorizos y otras carnes que solían comerse en la época. Sin tocar nada, buscaban por todos lados para encontrar otra salida.

– ¡Silencio! He escuchado algo – dijo él menor, dirigiéndo la mirada, hacia uno de los almacenes.

Asustados, se unieron uno con otro agarrándose fuertemente. Callados, se hizo el silencio, acompañado de un fuerte golpe detrás de ellos. Comenzaron a ponerse muy nerviosos, y gritaron a la vez. No queriendo correr, para no separarse del grupo, decidieron quedarse juntos.

– No corráis, por el amor de Dios, no corrais – decía él benjamín, recordando las palabras del mayor.

Pasado un rato en silencio, decidieron volver a la puerta principal. Juntos sin separarse, dieron unos pasos para llegar a la entrada de la cocina. Estando a punto de cruzar.

– ¡Buuuaaaaaahh…! Ja ja ja ja ja ja…- Los asustaba él cabecilla que había pasado solo.

– ¡ Eres tonto, casi nos da un infarto ! – Les insultaban todos.

Enfadados por lo ocurrido, habían perdido el miedo. Siguieron el pasillo recto, pero encontraron, que no podían abrir desde adentro.

– ¿ Ahora como salimos de este sitio? por tu broma, nos hemos quedado encerrados – Dijo él menor.

– Fuera pude ver, que había otra puerta por la parte de atrás – Indicó él mayor, haciéndoles sentirse seguros.

No muy deacuerdo, pero con menos miedo, volvieron tras sus pasos de nuevo a la cocina. Cuando llegaron allí, se escuchó un tablón desde una de las habitaciones caer.

– ¡ Joder tío, otra vez estas con tu bromas ! – exclamó él benjamín.

– Yo no he sido, no me he movido de vuestro lado – dijo él veterano.

Aterrorizados, se unieron de nuevo en el centro de la cocina. Él mayor más acobardado aún, buscaba la salida. Viendo al cabecilla, comenzaron a ayudar. Nuevamente se oyó otro tablón caer.

– ¡ Ayudarme a subir ! – Gritaba él veterano, señalando una ventana de madera.

Colocando las manos en sus pies, el mayor, pegaba con todas sus fuerzas a la ventana. Logrando arrancarla del sitio, escucharon un alarido que procedía del pasillo.

– ¡ Correr, agarraros a mi ! – decía él cabecilla ayudandolos a salir.

Uno a uno se ayudaban a salir. Él pequeño quedando último, agarrado, intentando huir se volvió a enganchar de la mochila. Él mayor lo sacaba por la ventana, dirigiendo la mirada hacía el interior.

– El.. el… e.. Lo…lo..lo Loco, lo he visto – tartamudeaba él cabecilla.

– Ayúdame corre ayudaaaaa…. Mamá… – Lloraba él benjamin desesperado.

Todos palidos, corrían como si no existiera mañana. Él veterano que corría más, los adelanto. Sin darse cuenta pisó unas piedras quebradas, cayéndose a un pozo. Por suerte, pudo agarrarse con los codos. Llegaron los demás para ayudarle, haciendo esfuerzos, nadie podía con él. Cada vez se hundía más, el hueco cedía de los lados. Él mayor desesperado, gritaba pidiendo ayuda.

– Agarrarlo fuerte, que voy a por ayuda – dijo él benjamín.

Agarraron de donde podían, el agujero se habría más. Quedando por completo sin sujeción, cayó por la perforación. Las rocas que cayeron antes que él, tapo el pozo quedando encima de ellas.

– ¡ Estas bien ! – Le gritaban.

– ¡ Siii… Ayudaaa… No quiero morir ! – contestaba desesperado.

Tardaban demasiado, la villa y el pueblo estaban a media hora. El menor corría todo lo que podía, gritaba fuertemente para que todos los escucharán. Los padres del menor acudieron rápido.

– ¿ Que pasa, por qué habéis tardado tanto ? – Preguntó el padre.

– ¡ Se ha caído a un pozo ! – Contestaba él benjamín, sin aliento del cansancio.

Rápidamente, cogieron los coches para llegar lo antes posible. Habia pasado como media hora desde que cayó al agujero. Los chicos, lo llamaban una y otra vez, para ver si seguía con vida. Al no tener respuesta, lo daban por muerto. Llegaron los padres, al lugar con cuerdas y linternas. Miraron dentro del hoyo, lanzaron la soga, no recibieron respuesta, el hueco parecía no tener fondo.
Pasada una hora, llamaron a los bomberos y policías, rapido acudieron al lugar. Cercaron la zona, echando a todo el mundo.
Al siguiente día, la triste noticia se hizo eco.

Dicen de la casa del «Loco», que los niños que entran no vuelven a salir, si ves al «Loco», vendrá tras de ti, y si corres como un loco, tu alma quedará atrapada aquí.


PEPINO NABÓDICO

Menudo susto de muerte
nos hemos llevado todos,
rezándole a nuestra suerte,
pidiendo piedad al cosmos.

El dolor inexplicable
muchas veces cuando llega,
pasa a ser impresentable
cuando los abrazos niega.

Insolente y nauseabundo
selecciona y te arrebata
lo más preciado del mundo,
y el corazón deshidrata.

Familia y lazos de sangre
que no te dejan tocar.
Al tacto de una caricia
que jamás pudiste dar.

La impotencia iba por libre.
La furia por otro lado.
Con arma de gran calibre
un virus las ha juntado.

¿Qué le puedo yo escribir
a quien no se ha despedido?
¿Cómo puedo describir
que el daño los ha partido?


DAVID DURA MARÍN

En mis viajes al cole cogía el autobús desde principio a final de parada. Toda una odisea para tener siete años.
Siempre usaba los últimos asientos donde más cómodo podía leer mis libros de Barco de Vapor y Alfred Hisckot y los tres investigadores.
Era un viaje de imaginación con un bono semanal pagado con el sueldo de mi madre.
En los últimos asientos suelen sentarse quien algo esconde , los que fuman o llevan la lata de cerveza inseparable en su mano , otros con perspectiva altanera lejos de juntar su hombro con un igual.
En esas ensoñaciones de letras y viajeros conocí a seres de otros mundos. No dejaba de ser un niño con su merienda de mantequilla y azúcar.
Un día, estuve junto a la hija de Marilyn Monroe, otro , con un hombre con movimientos extraños de dentadura para producirme miedo .
Allí me contaban sus historias de la última fila .
Podría haber cogido miedo .
Agradecido a mis libros todo quedó en un par de sustos.
Pero el mayor susto , fue uno de un niño comilón , que se bebió tres botellas de gaseosa inflandose como un globo.
No recuerdo el nombre del libro , pero sí su cabeza boca abajo como cometa en vendaval.
Si alguna vez cojo el autobús me agarro bien fuerte de las barras superiores , ya de pie.
No tengo miedo de caer .
Tengo miedo que el pobre se vuele y con él , mi imaginación.


DAVID VERDUGO RIVERA

Hola extraño
¿Qué puedo dejar yo en este mundo?¿Qué es lo que este mundo necesita de mi? Es fácil irse y ser olvidado, mucho más fácil que hacer algo y ser recordado. Dime tú, que quieres de mi. Yo no se si tengo algo que ofrecerte, no se quien eres pero aun así estas aquí, leyendo mis palabras, sí, lo leíste bien, mis palabras, porque aunque yo ya no esté, estas aun me pertenecen. Así que extraño que quieres de mi, si sigues aquí es porque quieres algo.
Bueno nada de nombres, ni el tuyo ni el mío, solo escucha:
Era un martes por la tarde y yo llegaba del trabajo, ¿estás pensando en qué trabajo?
Sabes, la verdad no tiene importancia, así que mejor sigo. Llegaba a mi casa y sobre la mesa estaba un paquete, nada escrito en el, lo tomé y cautelosamente lo abrí. Dentro un sobre con mi nombre y un anillo, ¿sigues pensando cuál es mi nombre? Ya te dije, no tengo porque saber el tuyo, ni tú el mío, así que solo escucha:
La carta era muy breve, me cansé, ya nada es como antes, no eres tu soy yo, lo hago por el bien de los dos; blah, blah, blah. ¿Me entiendes verdad? Al final, solo una linea que decía, no me busques que para ti ya no existo.
No entendía nada, me sentía muy perdido lo único que quería saber es el porque, necesitaba una respuesta. Corrí hacia desván, un sucio cuarto lleno de recuerdos, pero te soy sincero no recuerdo la ultima vez que estuve ahí, solo cajas y cajas cubiertas de polvo, algunas con etiquetas y otras ya destruidas por la humedad. La luz era vaga y alumbraba solo una parte de la habitación, me movía con linterna en mano adentrándome en lo desconocido de los recuerdos que mi mente ya había olvidado. Seguía con terno y mi corbata se entrometía cada que trataba de buscar dentro de las cajas, así que la deje a un lado, colgada en la oscuridad. Mi búsqueda era eterna y la luz cada vez más tenue. El frío entraba por las grietas y me hacía suyo, penetraba mi piel dejándola oscura y sin esperanza pero, mi mente inquieta no se conformaba. Busqué por horas dentro de cada cajón, en busca de una respuesta. El silencio acompañaba la falta de esperanza que había en mi corazón. Me senté y lloré, estoy seguro que lloré por mucho más tiempo del que ocupé buscando en los cajones. Del techo ya caían arañas buscando la luz que poco a poco ya se perdía en el oscuro olvido.
Era tan joven, tan llena de vida, te juro que si la hubieras conocido extraño, tú y ella habrían sido amigos, solo ella soportaba mis pensamientos, solo ella me mantenía lejos de ellos.
Te puedo pedir un favor, yo se que no me conoces, ni tampoco a ella, pero necesito que te levantes de donde sea que estés sentado leyendo mis viejas palabras, camina hacía las gradas pero no las subas, a tu derecha, abre la pequeña puerta dónde seguro guardas los abrigos, dentro, en la esquina derecha encontraras una pequeña soga, tira de ella y unas pequeñas gradas bajarán, sube despacio y con linterna en mano, adentrate en lo desconocido que tu mente aun desconoce. Si giras la cabeza y alumbras a una esquina, ahí debe estar mi corbata descansando sobre una viga y sosteniendo mi frío cuerpo ya en silencio y sin esperanza, me presento desconocido, ha sido un placer hablar contigo.

FÉLIX LONDOÑO G

Una leve neblina prolongaba la noche y el albor del día apenas asomaba. Iba camino a la casa de su suegra con su pequeña hija dormida en su asiento de bebé.
De repente vio al frente a un hombre arrodillado sobre el charco de su propia sangre. Las manos cruzadas en su pecho y en su cara una mirada resignada. Al cruzarse con sus ojos sintió que él sabía que iba a morir. Él lo percibió como su propia muerte.
Una rápida mirada a su hija dormida en su sillín lo hizo avanzar. Se detuvo cincuenta metros más adelante. Un par de forasteros se acababan de bajar de un taxi estacionado a la vera del camino.
El hombre de ruana que iba al frente lo congeló con su mirada.
– ¡Allá hay un hombre herido, por favor ayúdenle!
– Ya lo sabemos, muy pronto va a descansar. ¡Piérdase!
Hundió su pie en el acelerador y huyó, mientras el ruido del motor ahogaba el de los disparos.

BEATRIZ ÁNGEL

Ese momento en el que de la boca no sale sonido alguno, fuerzas la cuerdas vocales hasta hacer que te lloren los ojos, rojos, encendidos, tan abiertos que parecen salirse de las órbitas. Las manos intentan alcanzar algo, alargandose hasta el infinito, arañando una superficie inexistente, agitadas en busca de tierra de firme. La bilis casi toca la garganta, percibes el sabor amargo y dulce a la vez en la lengua seca de luchar por emitir un grito de auxilio, pero el estómago empuja todo el miedo que alberga en su interior hacia arriba silenciando los aullidos de dolor. El aire entra costoso, espeso, caliente, arden los pulmones y cada inspiración es como un puñal candente que atraviesa el pecho al ritmo de los latidos de un corazón que late tan rápido que ensordece cualquier sonido del ambiente exterior. Por un momento todo está oscuro, en silencio, casi en el limbo que invita un paz que desaparece en milésimas de segundo cuando vuelves en sí y te das cuenta de que sigues vivo. Todo ocurre en un parpadeo, un susto que te hace volver a sentir lo valioso que puede ser csa segundo de vida que te queda.

JUAN MANUEL RODRÍGUEZ ELIZONDO

Estaba empezando la temporada de béisbol, Arturo le habló a Memo para ver si quería acompañarlo al juego de la noche, le comentaba que el equipo estaba reforzado y que sería bueno ir porque jugaban contra una ciudad vecina, que siempre es un equipo bien armado, además existe una rivalidad de muchos años. Memo le dice que sí va pero que se tendría que llevar a su hijo de 10 años porque su esposa hoy en la noche se reunía con sus amigas a jugar cartas, Arturo le dice que no hay problema que él se lleva a su hijo Arturito también de casi la misma edad.
A las 7:30 pm Arturo y su hijo pasaron en el carro por Memo y su hijo, estaban listos en la puerta de su casa, lucían una casaca de acuerdo a la ocasión, ambos tenían gorra de béisbol con el logo del equipo local y un cojín para no sufrir tanto con el asiento del estadio, se subieron al carro y se saludaron los 4 con mucho entusiasmo, vámonos al estadio estamos listos dijo Memo. En el trayecto para llegar al estadio, iban comentando que seguro estaría muy bueno el juego, cuando en eso en una de las calles que tiene un semáforo, un camión cargado con arena no se pudo detener y venía directo contra ellos, Memo le grito: ¡cuidado con ese camión!, Arturo alcanzó a frenar y a sacarle la vuelta, total se salvaron de milagro que el camión no los arrollara, se quedaron un momento detenidos y Arturo preguntó: ¿Están todos bien?, ¿nadie se golpeó con el movimiento brusco? Contestaron uno a uno, estoy bien, Arturo le agradeció a Memo que le hubiera advertido de que venía contra ellos el camión, de nada, ese idiota nos acaba de sacar un susto tremendo, bueno vamos a dar gracias y seguirle rumbo al estadio.
Al llegar no encontraban estacionamiento, Memo le dijo que se bajaba antes para ir a la taquilla a comprar los boletos, mientras ellos se estacionaban Memo compró los boletos y unas semillas de calabaza que son clásicas en el estadio. Entraron y buscaron su lugar, estaban el lado de primera base, en las primeras 3 filas, era una vista muy buena para no perderse nada del juego.
Los hijos estaban muy inquietos, querían ir a conocer cada rincón del estadio, los papás no vieron inconveniente en dejarlos ir a pasearse con el fin de que los dejaran ver el juego a gusto, hay un ambiente familiar en el estadio que no ven ningún peligro en soltarlos.
Cada entrada se paraban para descansar de estar sentados y aprovechaban para ver quien estaba de conocido, para saludarlo, además había edecanes de la marca de un refresco en el terreno de juego que se ponían a bailar y aventar camisetas con un tubo con aire de presión. El suegro de Arturo es muy aficionado al béisbol y tiene su lugar reservado para toda la temporada, Arturo al ver que está regresando su hijo, lo manda para que salude a su abuelito, solo le señala el lugar en donde está ubicado, Arturo sigue con los ojos a su hijo para cerciorarse que encuentre a su abuelo, al ver que dio con él, saluda a la distancia a su suegro.
Sigue el juego empatado a 3 carreras, el béisbol es un juego que no tiene límite de tiempo, como puede tardarse 2 horas, si se va a extra innings puede durar hasta 5 horas, es un juego de aguante y no de tiempo. Ambos equipos tienen a su mejor pítcher en el campo para evitar que le metan carreras el otro equipo. Este deporte otra de las particularidades que tiene es que la defensiva es la que tiene la bola no la ofensiva como en muchos otros.
Arturo le comenta a Memo, que hay que estar muy alerta porque algunas veces cuando batea un jugador derecho y no hace contacto bien con la bola, sale a toda velocidad la pelota hacia el público pudiendo pegarte y causarte un grave daño en el lugar que sea el contacto. Apenas le acababa de decir cuando sale un batazo de línea rumbo al lugar en donde estaban ellos sentados, fue como un rayo, lo bueno fue que otro aficionado que estaba en la fila de atrás, estaba muy atento y con un guante pudo atrapar la pelota, Arturo y Memo solo se cubrieron con los brazos la cara al verse amenazados. Al ver que el vecino aficionado los había salvado, que sueltan la carcajada de puro nerviosismo, y comentan que susto nos volvemos a llevar, primero el camión y ahora la pelota.
Al terminarse el juego, al haber estado muy reñido el juego, todas las personas se quedaron hasta el final, Arturo y Memo iban comentando las jugadas que habían visto, en eso se encontraron a un amigo de ambos de la secundaria que tenía mucho tiempo que no lo veían. Se fueron platicando hasta el estacionamiento, se despidieron y Arturo fue a dejar a Memo y a su hijo.
Cuando Arturo llega a su casa, su esposa se estaba desmaquillando sentada en la cama, le pregunta cómo les fue? Arturito se divirtió, en eso se le fue la sangre a los pies, ella lo notó que él se puso pálido, ¿qué pasa? No sé dónde deje a Arturito, la esposa muy enojada ¿cómo que no sabes en donde lo dejaste? No sé, lo que pasó fue que fue a saludar a tu papá y luego ya no me acuerdo. No inventes ¿cómo que se te olvido? El agarra las llaves del carro para regresarse y ella toma el celular para hablarle a su papá para ver si él sabe algo del niño, no puede marcar está temblando, Arturo abre la reja de la cochera para sacar el carro para irlo a buscar, se pregunta cómo se me pudo haber olvidado, sé que no salimos mucho juntos pero se me hace raro que se olvidara y que además el hijo de Memo no le dijera nada de porque no se regresaba el también, golpea el volante de desesperación, cuando un carro le bloquea la salida de la cochera, y ve que es el carro de su suegro, se baja rápidamente del carro y ve a su hijo que venía con su abuelo, le abre la puerta del carro y le agradece que lo haya traído. Entran en la casa y le grita a su esposa, aquí esta Arturito lo trajo tu papá. La esposa corre y lo abraza, que susto me llevé, creía que te habías perdido o que te habían robado.
Arturo reaccionó como buen aficionado al béisbol, cuando la esposa le volvió a reclamar como era posible que se le haya olvidado y él le contesto llego “saif en home”. Fue un día lleno de sustos y sobresaltos, que bueno que se estaba terminando, ojala no me de azúcar con tanto maldito susto.

LOLY MORENO BARNES

Cuando salí a la calle llovía torrencialmente
Ni me lo pensé .
No era el día adecuado, pero después de tanto confinamiento me apetecía .
No es normal en mi,salir si pareja, aunque hoy quería estar sola.
Al llegar a la discoteca, a pesar de querer gozar de mi tranquila soledad , encuentro que allí parecía estar todo el mundo ( al menos las personas de mi mundo).-
De frente encontré el chico que me gusta, ( aún más que mi marido), ese,que es dueño de mis fantasías amorosas. Es compañero de trabajo en la oficina .
Hoy , al estar a mi lado ni siquiera me saludó.
Eso me puso de mal humor .
Después lo vi muy acaramelado con una rubia de larga melena y un ceñido vestido rojo .
Más roja que su vestido se quedaron mis mejillas y un calor de impotencia subió por todo el cuerpo.
Cuando logré descalzar mis ojos de la horma de todo él, reparé en mis amigas cuchicheando en un rincón .
Ya me habían visto entrar al local, pero optaron por pasar de mí,( con amigas como estas, no necesito enemigas) , como se suele decir.
¡Se reían descaradamente!
¡Seguro porque habían visto la rubia y el impresentable de mi compañero de trabajo!
Estaba haciendo el papel de imbécil.
¡No lo soportaba!
Salí de la disco.
Ya no llovía y había salido la luna .
Empecé a conducir por una carretera de montaña a toda velocidad.
¡Solo quería alejarme!
De pronto no pude avanzar más, aunque aceleraba y descubrí que el coche se balanceaba montado en una enorme roca al borde de un precipicio .
¡Intenté no moverme!
¡No respirar!
¡No existir!
Observé por el retrovisor las luces de un tráiler inmenso que se acercaba…
Pensé que quizás me podría ayudar su conductor si se percataba de mi presencia .
Pero nada …. muy al contrario, ¡Sentí el rugiente motor, lanzarse
sobre mi y un sonido estridente de metal confirmaba cómo empujaba el coche con mi persona en su interior, cayendo al vacío!

¡Grité con todas mis fuerzas!
Acto seguido , sentí como me llamaban por mi nombre…
¡Despierto! Y…
…Mi marido dice al costado de la cama:
— ¿ Qué te pasa cariño???


ALBERTINA GALIANO

Subrayó su desayuno con un chorreón de miel.
El sendero se retorcía escondiéndose a ratos entre la maleza, mientras ella perezosa miraba sus botas antes de cada pisada.
Ellos delante dejaban crecer la distancia, metidos en sus fantasías, que ella se negaba a compartir.
En un momento determinado el cielo se oscureció, se hizo denso el espacio entre unos y otra, y el juego se volvió peligroso cuando ya no pudo verles, a pesar de acelerar el paso.
Durante todo el viaje, forzado, comprometido, movido por una inercia cobarde y el miedo al cambio que siempre la atascaba, se había mantenido ese deseo inconfesable de perderles de vista, ahora hecho realidad.
Lo cual no evitaba que se sintiese asustada, y, en pocos minutos, también empapada.
Por lo que no pudo evitar tocar la primera puerta que se encontró en su ciego camino.
Una mano de hierro, encaramada a una puerta oscura, muy destartalada, se tendió ante ella y se dejó apretar, y produjo un sonido que movió algo al otro lado del muro, y dejó ver un espacio que a ella se le antojó acogedor, y unos ojos verdes, algo tristes pero altivos, que la invitaron a cambiar su rumbo, el del verano, y el del resto de su vida quizá.
Le ofreció un café y ella descubrió un cuadro en la pared que le pareció familiar. Y que permitió entablar una conversación que no era fácil iniciar, sobre fotos antiguas, sobre el valor del pasado, y el deseo de un futuro en común.
El cuadro lo había pintado él.
Durante unos años trabajó en un barco pesquero y ella veía en él todo lo que no había encontrado antes, a pesar de haberlo buscado con intensidad.
Y se bebía sus palabras, mientras se erizaba su piel.
De pronto unas llaves sonaron en la puerta, y él se levantó como un resorte…
-¡Es mi madre!
Ciertamente, la mujer del cuadro le era familiar. Si bien muy mal dibujada, por cierto, no era otra que la odiada jefa de personal, que por no se sabe qué diabólica casualidad resultó ser la dueña de la casa, y también del pelele de ojos verdes.
Y la causante de que en un visto-no visto se viera corriendo como una loca, sendero adelante, en una búsqueda desesperada de los cretinos y aburridos compañeros de viaje a los que un par de horas antes ni se hubiera imaginado que iba a añorar de tal modo.

¡Caramba!, pensaba, mientras se apartaba las pelijas chorreantes de los ojos.

¡Qué fácil es soñar, y qué difícil elegir con quién y dónde veranear!


 

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15 comentarios en «Sustos»

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