Distopías (o utopías) – Miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir bulos y desarrollarlos. Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 16 de abril! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

CORONADO SMITH

EL LLANTO DE LAS HIENAS.
Metido en mi agujero,
me pruebo mi disfraz ,
me pongo la soga al cuello,
estoy a punto de saltar.
En el último momento,
me vuelvo para atrás,
abrazo a mi masoquista,
mi cabeza va a estallar.
Sobran las palabras,
el motivo ¿Qué mas da?
Farándula de hipócritas,
Hienas a llorar.
Me escondo de mí mismo,
me avergüenzan los demás,
con su banderita al viento
y cuervos a graznar.
Mi voz está castrada,
mi imagen a secuestrar,
soy un tipo decente,
entre tanta banalidad.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

El sueño de la noche llevaba a María ha revivir la vida bella que durante 75 años había vivido feliz en un mundo hermoso y, próspero en avance tecnológico que permitía comunicarse unas personas con otras en los cinco continentes.
Más en el 2020 una enfermedad llamada Covid19 o Coronavirus con su rapidez de infección nos a recluido a pasar de un mundo de alegría a otro de muerte.
Distopia de mundo nuevo vivimos.
El miedo que tenemos dentro de nosotros a contagiar nos, nos hace ver aquel que viene de enfrente a nosotros con mascarilla y guantes con temor…
Nadie habla. Nadie saluda, un mundo de silencio se ha impuesto sobre la cortesía del ser humano.
El miedo al mal nos hace apartarnos del compañero del amigo del hermano.
Suaño mio, devuélveme de nuevo el bien, de mi mundo perdido por una Pandemia.
Sueño mio, llévame a mi pensar libre a igual era mi persona.
Sueño mio, dejame por un momento que abrace a la gente de mi mundo de antes a todos aquello que íbamos con la cara destapada
Sueño mio, no permitas que el coronavirus adormeca mi carazon para que no sienta.


BENEDICTO PALACIOS

EN GLOBO
Los mandamases de China, Estados Unidos, Rusia y un alemán de origen español se han reunido en Roma con el papa Francisco. (El de origen español era una deferencia por la legua materna del papa). Los presentes han llegado al siguiente acuerdo: A partir de ahora todo el mundo saldrá a la calle dentro de un globo.
He buscado inmediatamente en la web y los hay de todos los precios, hasta con alas y vuelan. Pero yo, como soy pobre, me he comprado el más barato. Me introduje dentro. Es cómodo. El comerciante me advirtió.
—Tenga cuidado, porque este globo se da la vuelta y va a andar usted de cabeza.

TALI ROSU

Hace tiempo

Hace mucho, mucho tiempo, empezamos a jugar un juego;

un juego de guerras y hambre, un juego de dolor y horror.

Hace mucho, mucho tiempo, empezamos a empuñar el arma;

el arma de lo alienado por el orgullo del ser humano.

Y el reloj de la bomba nunca se detiene,

se acelera sin remedio porque nada la entretiene.

Más rápido,más rápido…

Cada vez más rápido.

Hace tiempo que empezamos a arrebatarnos la vida;

llevamos tiempo inmersos en esta absurda distopía.

Hace tiempo que corremos en una cinta estropeada

que acelera nuestra marcha y reventó el botón de pausa.

Y el reloj de la bomba nunca se detiene,

se acelera sin remedio porque nada la entretiene.

Más rápido,más rápido…

Cada vez más rápido.

Hace tiempo que a la tierra la estamos envenenando,

entramos a un tambor que nos está centrifugando.

Hace tiempo que al planeta le hace falta descansar,

del parásito que un día amenazó su bienestar.

Y el reloj de la bomba nunca se detiene

Se acelera sin remedio porque nada la entretiene.

Más rápido, más rápido…

Cada vez más rápido.

Hace tiempo que empezó la cuenta atrás,

Y, aunque la cinta ha parado, el tambor sigue girando.

Nos seguiremos matando cada vez un poco más

hasta que la bomba estalle y podamos respirar…

…Paz.

Y este cuento por fin cambió cuando la bomba explotó,

la utopía había empezado con la consciencia del ser humano.

Y este mundo siguió girando con sinergia y con entusiasmo,

este mundo por fin sanó porque sanó nuestro corazón.


KARLOS WAYNE

Debajo de su desgastada gorra gris de Levi’s, uno de sus primeros trofeos, sus ojos se clavaron en ella al verla salir del portal. Comprobó su agenda. Mismo día, misma hora. Como un reloj. Le fastidió un poco, ya no le motivaba tanto como antes, como antes del virus, que un trabajo fuera fácil. Echaba de menos la adrenalina, la extenuante preocupación de no parecer sospechoso, la alerta constante. La mujer, con su mascarilla negra de marca de lujo y sus guantes de látex rosas dobló la esquina con la bolsa de plástico reciclable de un conocido supermercado en la mano y él, recostándose sobre el asiento del coche, decidió no seguirla. ¿Para qué? En dos minutos llegaría a la avenida, cruzaría la calle y se metería en el súper. Pan, fruta y verdura y dos botellas de Rioja. Luego cruzaría la calle de vuelta, volvería por la avenida, doblaría la esquina de nuevo y a su casa. Eso es lo que había conseguido la pandemia, que todo el mundo fuera predecible. Le había quitado toda emoción a su trabajo. Y después de treinta siete años, de un cuarto de la población mundial desaparecida, aún no había vacuna. Ya nadie esperaba el milagro. Aquel virus era considerado el peor de toda la historia de la humanidad y él, por razones muy distintas a las de los demás, lo despreciaba. No solo se había ocupado de disminuir el número de posibles candidatos, ya que el virus seguía sin hacer distinciones de sexo, edad o religión. Igual mataba niños, que abuelos, futbolistas que maestros, políticos que filósofos. Y eso, a él, le hacía perderle el respeto. ¿Dónde estaba el código moral? Él no tenía nada en contra de la muerte, ni de matar, todo lo contrario, pero no podía soportar la mediocridad del sistema de elección de víctimas que tenía el virus. Si al menos se contagiara por vía sexual, tendría más emoción, pero no, se contagia por el aire. Decepcionante. Y para más inri, ni siquiera quiso jugar con él. Inmune.
Antes del virus era muy complicado matar a quien uno elegía. Había muchos factores a tener en cuenta y más de una vez, la suerte tuvo una presencia determinante. Ahora, pese a seguir teniendo su grado de dificultad y complejidad, todo era menos… ¿cómo decirlo? No necesitaba disimular. Ya no requería dos años de seguimiento continuo para aprenderse lo movimientos de una persona. Las mascarillas, los guantes de látex, cinta americana, botas impermeables, máscaras de metacrilato (para salpicaduras de sangre) e incluso batas de enfermería, todo el kit completo que, para no levantar sospechas, antes de la pandemia debía adquirir en diferentes tiendas de ciudades distintas además de esquivar furtivamente las cámaras de seguridad colocando su cuerpo y su cabeza en un ángulo determinado para no ser grabado. Qué tiempos aquellos… ¡Todo era más excitante! Ahora no tiene más que colocarse unos guantes de látex, una mascarilla y guiñarle un ojo a la cámara de la ferretería de su barrio mientras coloca sobre el mostrador de la tienda los utensilios para poder realizar con limpieza y profesionalidad su gran pasión.

¬—¡Ni que fuera usted a matar a alguien, amigo! —bromeó el dependiente— Menos mal que le conozco y sé que viene cada dos meses por nuevo material. ¿Sabe? Hace usted muy bien, hay gente que aguanta con el mismo par de guantes durante semanas y acaba contagiada…

—De matar ya se encarga el maldito virus, ¿para qué iba a molestarme yo? —sonrió él debajo de la mascarilla.

—¡Y que lo diga! —el dependiente comenzó a colocar la compra en una bolsa—Pero de verdad que hace usted muy bien, con lo que lleva aquí no va a coger ni un resfriado.

Y a la semana siguiente, el hombre de la gorra gris desgastada se sorprendía, gratamente, de la excelente calidad de su nueva mascarilla negra de la marca Louis Vuitton.


DIL DARAH

Una bandera blanca
# Distopias #
# photography© alexeysmirnov#
A los once meses de enfrentamientos, el general Bitubi sentía ganas de llorar al ver el palo de cortina en lo alto del edificio, de hecho, comprobó cuatro veces la visión antes de decretar el cese del fuego.
Se hizo silencio, poco a poco, no se lo creía nadie.
A medida que amanecía, los soldados se reunían lento; parecían una panda desconfiada de muñecos rotos y ensangrentados, formando un círculo inmenso delante de la entrada principal. Observando como hienas.
La puerta se movió a los cinco minutos, empujada por el mismo palo de cortina.
Hizo la aparición una pequeña mano y detrás, el primer grupo de contrincantes. Eran los del servicio de atención al cliente, aún llevan micrófonos colgando sobre el pecho y alguno que otro un teclado bajo el brazo; una chica mordía compulsivamente sus auriculares.
“El más viejo aparenta veinte” suspiró el general para sus adentros “cómo hemos llegado aquí”
Tendrían hasta cierto punto una disculpa: obedecer órdenes de un superior, necesitar un empleo, necesitar una casa, necesitar una consola de videojuegos; llorarían unos veinte años en la cárcel. Tal vez se reformarían, no todo estaba perdido en el primer grado.
Los siguientes eran cuarenta y cinco y mucho peor.
De supervisión, vestían gorros verdes, con un diminuto puerto USB en la parte frontal y una cámara web en la parte trasera: grotescos minions esbirros, vestidos de hadas madrinas. Parte de ellos traían a sus espaldas team lideres, aun sodomizando, pero la situación era demasiado grotesca para que nadie se entretuviese: se marcaron como intermedios todos. Ni uno mostró remordimientos, y eso que muchos de los soldados les repitieron hasta cuatro y cinco veces la pregunta.
Ante la expectativa de los últimos combatientes, los soldados levantaron las armas, con visible odio y el general tuvo que dar un paso adelante para asegurarse que nadie dispararía.
Se arrepintió al segundo paso, el hedor alcanzaba desde las puertas con virulencia y a medida que los ejecutivos se acercaron, sintió reales ganas de vomitar; su frente quedó empapada del sudor del esfuerzo de contenerse.
Llevaban todo el mismo traje, azul marino con solapas violeta, los mismos zapatos y corbata. Miraban alrededor cuan animales acorralados y no paraban de tocarse los bolsillos. Un rubio larguirucho, vio una moneda de cinco en el suelo y se agachó a recogerla, parando la fila de atrás; los soldados saltaron a pegarle y Pato les amenazó con la corte marcial a todos.
El rubio guardó la moneda, miró con servil agradecimiento al general e hizo el amago de besarle las botas.
El general Bitubi, acabó vomitando delante de sus militares, el veneno acumulado en once meses, tres días, cuatro horas y veintisiete minutos.
La pelea contra el banco Santander se había ganado.
Faltaba la guerra.

LORENA A. MARTÍ

*VIDA HUERA*

Hola Abu,

Ya soy casi tan vieja como te recuerdo. Mi vida va llegando a meta y estoy metiendo todo en una caja para cuando me vaya. Para no dejar retazos desordenados. Para clasificar recuerdos y poder encontrar alguna armonía en toda esta maraña de sonidos y ritmos que ha sido mi existencia. Y en los recuerdos más antiguos siempre estas tú. Mi querida Abu. Miro mis manos y veo pliegues y manchas como las que recorrían las tuyas cuando me acariciabas. Hoy en día nadie acaricia. Es de las cosas que más echo de menos. Te recuerdo rozando mi mejilla con una sonrisa henchida de satisfacción. Te veo filosofando, preguntándote y no aceptando a la primera de cambio. Te recuerdo lamentarte porque tu hermana, viviendo a cien metros de nuestra casa, te felicitaba los cumpleaños por vídeo-llamada. Qué dirías ahora si supieras que en una misma casa nos comunicamos por red sin usar la voz, sin mirarnos a los ojos… Ya no sabemos quienes respiran tras los paneles de nuestros habitáculos. La palabra vecino está en desuso. Seguramente, algunos de los que seguimos por las redes viven en el edificio de enfrente. Pero solo conocemos su proyección, su exposición.
Tus peores temores están aquí, abu. Y, a veces, solo a veces, me alegra que tu ya no estés para vivirlo. Porque a ti te dolía pensar en que muchas personas pasaron de largo cuando tu amiga Lola cayó en medio de la calle y no se podía levantar. Ahora ya no pasan apenas personas por la calle, Abu. Sólo servicios robotizados. Las pocas personas que pasan, no están. Solo está su cuerpo andando. No se ven, no se oyen, no se huelen. Nadie para a socorrer a nadie porque las calles están vacías.
Ya no tenemos comunidades, ni tribus. No tenemos amigos de carne y hueso. Sólo seguidores bronce, plata u oro. Nadie te pregunta cómo estás sino «¿para cuando un nuevo vídeo?» Ya no comemos en familia, ni conversamos sobre cómo nos ha ido el día. Veo a mi hija por la red y comentamos el último meme viral. Mi nieta me saluda a veces, pero no la huelo, ni la acaricio orgullosa como tú hiciste conmigo. Cada uno está en su burbuja, en su huevo. Pero son huevos hueros. No hay nada que nutra, en realidad. No hay nada que llegue al estómago y lo haga dar un vuelco.
Menos mal que no estás aquí, Abu. Porque tú no podrías vivir una vida tan vacía. Una vida huera.


PEDRO PARRINA

Y de repente ¡tan vulnerables!

Se nos hizo añicos nuestra imagen, la que teníamos de nosotros mismos, así, de repente, ante nuestros ojos, tan distantes unos de otros, tan alejados, tan solos.

De repente se nos quebraron los abrazos y los besos enfermaron, tan distantes los hijos; los padres; los amigos.

De repente éramos espejos rotos, quebrados en pequeños trozos, tan iguales los unos a los otros, tan menguados, tan humanos.

¡Tan dañados! ¡Tan abatidos! ¡Tan débiles! ¡Tan asustados!

Tan dolientes, de repente, afilados como cristales a los que tan solo un pequeño golpe fue necesario para desbaratar nuestra utópica inmortalidad.

Éramos tan miserables que no nos habíamos dado cuenta de lo que era realmente importante, y de repente…


SERVANDO CLEMENS

El retiro

Compré una casa en el campo, lejos de la ciudad, pensando en vivir tranquilo después de mi jubilación o cuando mi esposa me mandara al diablo. Los planes se adelantaron. Ya saben lo que pasó y no quiero ni mencionar al maldito virus y ese tema tan manido. Me largué y mi mujer no quiso seguirme, no le gustaron mis planes.

Para llegar a mi nuevo hogar, tuve que viajar en una pick up 4X4. El camino era insufrible.

Oh, santo cielo, qué paz tan bella se vive alejado de toda esa gente ruidosa. Todos los días salía temprano a correr y podía escuchar mi respiración. La vista era hermosa: árboles, arroyos, senderos y animales silvestres.

Pasaron los meses y siempre me preguntaba: ¿qué será de la civilización? ¿Ya habrá pasado todo?

Una tarde quise retornar a la ciudad para saber cómo estaba la situación; sin embargo, la camioneta ya no encendió. Entonces pensé: ¿qué será de mi mujer? ¿Se habrá casado de nuevo?

Un perro delgado y maloliente llegaba a mis terrenos y yo le daba comida, él era mi compañero, era el único que me comprendía.

—¿Cómo estás, perrito?

El animal nunca contestó. Me estaba volviendo loco con tanta soledad. Lo dejé pasar y me dediqué a sembrar de tiempo completo.

Dos años después (aproximadamente) vi que un anciano montado en un burro se acercaba a mi huerto. Miró mis cultivos y dijo:

—Buenas tardes, señor. Veo que ha sembrado papas y tomatillos, oh, también tiene árboles frutales, ¡qué maravilla! Hace días que lo he vigilado con mis binoculares. Luego se ve que usted no está loco, no del todo.

—Así es, también he cazado algunas aves para sobrevivir. Y no, no estoy chiflado, no por el momento.

—¿Podemos hacer trueques?

El viejo cargaba un costal lleno de latas y frascos.

—¿De dónde sacó esa mercancía?

—De las tiendas, lo traje de la ciudad, pero no encontré verduras y mucho menos frutas frescas.

—¿Acaso robó todo eso que trae?

—No se le puede robar a los muertos —dijo, indignado—. Sólo tomé lo que quedaba en los estantes, lo que ya nadie necesitará.

—¿No quedó gente con vida?

—Uno que otro desquiciado, señor, pero ya no se le pueden llamar gentes.

—¿Viajó en ese burro hasta la ciudad?

—Sí, tardé cuatro días para llegar.

Hicimos algunos intercambios, platicamos un par de horas, luego el anciano se despidió, pero antes propuso:

—No nos hará mal un poco de compañía, de vez en cuando, ¿no cree?

—Sí, supongo que tiene usted razón… ¿algún día me prestará su burro?

—¿Para qué?

—Para corroborar algo. Quiero ir a la ciudad y buscar a mi exmujer.

—Claro, cuando quiera se lo presto, sólo tenga cuidado con los caníbales.


SILVIA TRAMO

Eran las 5 de la madrugada, cuando Sara se dirigió de camino a su trabajo. Se encontraba muy animada, pues por fin podía salir a la calle tras tres meses de cuarentena, además de que eso significaba que iba a cobrar un poco más, cosa que le hacía bastante falta.
No había nadie por la calle, aunque no era algo raro pues aún era muy temprano.
Apenas le faltaba recorrer una calle para llegar al centro, cuando al girar la esquina se topó con un hombre, que se abalanzó sobre ella intentando morderla.
Sara atinó a darle un golpe con su bolso y corrió muy asustada, no entendía porque ese sujeto la había atacado sin mediar palabra.
Tras recorrer unos cuantos metros y tras estar segura de haberle despistado, respiró aliviada.
Llamó por teléfono a su jefe para comunicarle lo ocurrido y así informarle de que se iba a retrasar unos minutos.
Tras varios tonos sin ningún resultado, decidió colgar y encaminarse de nuevo hacía su empresa, cuando vió un grupo de personas que caminaban en dirección a ella, su aspecto la sobresaltó pues no lucían como seres vivos, al contrario, a algunos les faltaban trozos de carne, incluso a dos de ellos una extremidad.
Entonces entendió que el virus había mutado y los había convertido en zombies.


VALERIA MEZNAR

Humanidad.
Miramos para afuera y solo distinguimos las oscuridades, y aprendemos de eso; muerte, desolación, contaminación, odios, envidias, necesidades, falta de libertad. Abrimos la mirada en busca de justificación… vemos que otro obra de un modo y en seguida nos creemos mejores, por ser «menos malos». El mundo está así, y yo no me hago cargo, porque no soy tan asesino como ese, no soy tan aprovechado como este otro, no le llego ni a los talones al que silenció las opiniones de los demás en los medios. Me conformo con mi poca maldad, porque creo que estoy bien, solo contamino un poquito, solo trato mal un poquito. Lo mío son miguitas en comparación al pedazo de pan de responsabilidad que se deberían llevar los demás.
Corre peligro dicen, la humanidad. Que la gente es cada vez menos humana. Y más desalmada. Más solitarios todos, más desinteresados por lo que le sucede al otro. Más cerrado cada uno en su propio mundo de intereses e importancias.
Y tristemente tengo que decir que sí. Que yo lo ví. Que todos los días lo veo, incluso, encarno en esta problemática que nos sucede.
Pero también vi esas chispitas de humanidad naciente. Chispitas brillantes. Muy intensas.
Las vi en lugares, en personas, en gestos, y en miradas.Creo que esas son nuestras puertas de salida, por ahí podemos pasar para volver a lo que un día fuimos… o no, volver no.Para evolucionar, una nueva sociedad. Aprender algo de todo esto.
Mi lugar preferido donde sé que siempre voy a poder encontrar humanidad: los ojos de mi abuelo. Orgullosa estoy de descender de personas que llevan tanto amor solo en la mirada. Y agradecida porque marcaron y guiaron mi vida. Sé que puede sonar tonto. Pero los abuelos llevan todo ese rasgo de humanidad que el mundo necesita. Y cada nieto puede verlo en los ojos de sus abuelos. Nada como esa humanidad.
Otro lugar donde encontré humanidad: en las manos amigas que me ayudaron cuando más necesité, en esa solidaridad encontré humanidad. Esos momentos donde había que caminar en el frío de un invierno incipiente y entonces la mano de un vecino te extendía una manta, te ofrecía su comodidad, para que vos la puedas volver a tener, y sientas que no todo está perdido.
La ví también en los ojos de madres. La maternidad o paternidad es lo más humano que tenemos todos.
Mi mamá cuando me estaba yendo, hace seis meses, me miró con esos ojos que tiene y sentí eso que ella me estaba transmitiendo. Les juro que le saqué una foto. ¿Cómo no me di cuenta antes que mi mamá me miraba así? Una madre acunaba a su bebito y lo veía dormirse, lo veía en ese momento donde él cerraba los ojitos con paz, con conciencia de saber que estaba en las manos del ser que más lo ama en la tierra. Y ella lo miraba, y todo eso era reflejo de nuestra condición humana, que es amor.
La humanidad también en esos niños inquietos que llegan aveces a nuestras vidas, no entiendo todavía como, pero pienso que son ángeles. ÁNGELES, con mayúsculas. Nos enseñan, nos explican con sencillez, nos abrazan sinceramente, nos dan lecciones de humildad, y por sobre todo nos permiten volver a ser humanos. Sí, volver. Porque en un momento de la vida nos olvidamos, nos perdemos, nos distraemos de tanto, pero los niños nos hacen volver. Respiramos eso que algún día fuimos y vemos esa simpleza que es vivir, con humanidad, y entonces nos transformamos, renace de nosotros ese verdadero rasgo, nuestra compasión, nuestra capacidad de amar, nuestro comprender que simplemente estamos vivos, para eso, para dejar una huella de humanidad.
Creo que, todos tenemos esa condición de humanidad. Algunos la pueden tener por ahí escondida en lo profundo de su ser. Otros la reflejan por donde vayan. Pero todos sentimos compasión, bondad, solidaridad, amor y eso nos hace humanos, y eso es lo que importa. Y a eso tenemos que apuntar.
Porque aunque muchos lo digan, no está tan perdido ese rasgo.
Fíjense, ¡qué lindo cuando nos descubrimos humanos! Cuando sentimos la necesidad de ayudar al otro y lo hacemos, porque es algo necesario, indispensable por el mundo.
Puede ser algo más que simple, tan simple como darle el asiento a los mayores, tan simple como tirar la basura en los tachos de basura y no en la calle, tan simple como dar lo que ya no necesito, o lo que otro necesita más que yo. Tan simple como regalar una sonrisa. ¡Ahí está la humanidad! No hay que buscarla en cosas inmensas, no! Está en nosotros, en lo sencillo, en lo humilde y en lo bello de dar. Es la única salida, repito, la única, para un nuevo mundo.
No está en riesgo, no. Solamente nos olvidamos que la humanidad está en lo simple.

JULIA HERNÁNDEZ

Verano 2016.

En una playa remota de Grecia, un grupo de amigos disfrutan de unos mojitos mientras el agua cristalina acaricia sus pies descalzos. El olor a mar es tan intenso que se mezcla con la hierbabuena y el azúcar de sus bebidas. No saben si existe el paraíso, pero desde luego muy parecido tiene que ser a ese momento.

(…)

Hugo mira a Amaia de reojo, quiere inmortalizarla justo en ese momento; sonriendo, con su piel de color canela y su pelo suelto y alborotado. Sin duda, toda la perfección y precisión que rodeaban a Amaia en su día a día se perdía en verano. (…)

Él no quiere perder detalle, quiere guardar fotos en su memoria de todo lo que está pasando a su alrededor. Hugo no siempre fue así, pero desde que falleció su madre se había propuesto crear buenos recuerdos y exprimir la vida al máximo.(…)

Fue él quien se encargó de volver a reunir a la pandilla y fue él quien propuso la escapada a Grecia; si algo había aprendido tras dos años luchando contra un enemigo invisible, es que cada momento cuenta y cada sonrisa el doble.

(…)

Invierno 2036

Ya han pasado veinte años desde el viaje a Grecia, menos mal que gracias a la tecnología Hugo puede revivir ese momento como si fuera ayer. Fue una suerte que tras la revolución del 2021 una compañía japonesa crease el extractor de recuerdos; una pequeña aspiradora neuronal que recopila todos y cada uno de tus recuerdos. (…) en su momento se creó para conseguir recuerdos infinitos, ahora es solo otro medio de entretenimiento.(…)

Según la teoría del efecto mariposa, «si en un sistema se produce una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande a corto o medio plazo», y eso fue lo que pasó.(…)

En el 2023 el virus LH-5 había infectado a más de 1 millón de personas por todo el mundo, al contrario que el COVID-19 del 2020, el LH-5 se caracterizaba por producir rojeces por toda la piel y atacaba principalmente al estómago. (…) Los ciudadanos que se habían contagiado, eran una especie de zombies, todos estaban llenos de manchas y retorciéndose en cada movimiento por los calambres estomacales. Pero la gente era consciente, además había aprendido la lección tras más de 3 meses de cuarentena en el 2020. (…) Estaban preparados. En las casas había mascarillas, guantes, bolsas de basura y cinta aislante. También había puzzles, pinturas, películas, libros y papel higiénico. (…)

Fue sorprendente que el pueblo tuviese controlado la enfermedad pero no los políticos, y ese fue el hecho que desencadenó la situación actual. (…)

Ya han pasado más de 15 años desde que solo se puede salir a la calle 1 vez al mes. (…)


ROBERTO MORENO CALVO

Golpeaba con el bolígrafo el atril. Esperaba que el piloto rojo se encendiera para darle voz. Ya está. Respira hondo y se lanza con voz amigable pero contundente.

«Españoles, compadezco ante ustedes nuevamente en calidad de Presidente del Gobierno de España. Como vengo informándoos desde hace tres semanas, el Coronavirus ha quedado erradicado.
Ustedes ya pueden salir a la calle.
Hace dos semanas les instigué a volver a sus puestos de trabajo y ante su desobediencia, me veo obligado a anunciarles una nueva medida en la que todo ciudadano que tuviese un puesto de trabajo antes de la pandemia, estará obligado a volver al mismo. El país, más que nunca, necesita de su ayuda para reactivar la economía. Sin ustedes el país no avanza. Por favor, háganme caso, salgan a la calle. Soy consciente que el confinamiento ha hecho de sus nuevos hábitos un estilo de vida.
Por favor, les reitero nuevamente, vuelvan a sus vidas, salgan a la calle. Y recuerden, #YONOMEQUEDOENCASA«


ANAXIMANDRO SÁNCHEZ

Tenía un buen presentimiento para este año, proyectos y otras cosas que es mejor olvidar. Un día sin tener para comer puede ser una eternidad cuando el día anterior tampoco has comido, sobre todo si cargas con el hambre de tus hijos. El gobierno ha detenido casi todo quince días, hay quienes dicen que serán treinta, otros cuarentaicinco, otros no tienen dónde vivir y la policía los invita a esconderse en calles menos transitadas. Los primeros en usar mascarillas fueron considerados alarmistas, los que ahora no lo hacen son degenerados. El día que se anunció la cuarentena me aseguré con un pollo broaster y no invité a nadie. La angustia y el hambre son como el cuerpo y su sombra: Siempre van juntos. Al día siguiente ya no había broaster pero conseguí un par de cervezas. El hambre también puede ser sed. La angustia da hambre, pero el hambre no siempre causa angustia, a veces da sueño, y uno sueña con hamburguesas a la parrilla y mastica alzando los brazos en gesto de invocación, hasta que el castañeo seco de los dientes lo despiertan. Los buses pasaban atestados de gente como cualquier otro día, compartiendo sudor, olor a axilas, audios, pasamanos, baches y el miedo a ser una carga de infectados. Los pasajeros aguantaban la respiración o aspiraban el aire a una velocidad imperceptible, también trataban de sacar la nariz por la ventana; bastaba un infectado sudando en el pasamanos para destruir sus esfuerzos. Un estornudo nos hacía sentir el filo del virus en el cuello. Había largas colas en los cajeros por ajustar el dinero en las manos: El limón despertó costando el triple, un vaso de limonada era un lujo, desde hoy la ensalada con sal es suficiente. En el primer día de cautiverio llovían los mensajes de optimismo, humor y desesperación, uno tras otro, tratando de marcar una postura digna frente a la incertidumbre. El consuelo del bajo porcentaje de muertos no servía de nada para los que tenían padres, hermanos, hijos o amigos incluidos en la población de riesgo. Las cosas se han torcido tanto, caen las bolsas de valores y suben de precio las bolsas de basura, desde hoy es preferible ocultar la tos con pedos. Los que comenzaron burlándose comienzan a tomarlo en serio, los que comenzaron tomándolo en serio ya están desesperados. Los que llevamos desesperados desde el vientre de nuestra madre, desde que imaginamos a nuestro padre procreándonos, apestados desde siempre, seguimos haciendo lo mismo: Resistir con el miedo que derrite de rodillas, firmes y gelatinosos.


ARIEL PACTON

FASE V
Momento Planetario peculiar.
Reunión de WHO. Análisis de situación.
Tiempo: primer cuarto del siglo XXI
Las últimas palabras de la visión holográfica del Monarca son:
“Los números señalan cómo en cinco años se redujo el gasto en mantenimiento de edificios gigantes como escuelas, universidades. La educación que era un gasto enorme, hoy ocupa apenas el 1,8 % del presupuesto. Todo está protocolizado. Todo se envia a todos por igual en sus diferente idiomas. Al no haber espacios públicos de socialización perdieron la posibilidad de rebartirlos. Leen. Repiten. Aprueban.
Y vamos preparando de a grupos según las necesidades planetarias. El presupuesto de salud también se ha reducido generosamente. A la fecha no implica más que un 1.5% de los gastos totales del Estado global.
Sin más temas que tratar. Les avisaremos la fecha de la próxima asamblea que será en seis meses. ”
Dos de los cuatro capataces del gobierno global de la tierra se quedan conversando.
[19:49, 5/4/2026] Capataz 1:— El aislamiento se logró gracias tu brillante idea. Siempre voy a recordar aquella reunión donde nos explicaste que el punto más débil de los humanos era “el miedo a morir”.
[19:50, 5/4/2026] Capataz 2:— Discutiste mucho mi idea.
[19:51,5/4/2026] Capataz 1:— Es verdad. Al final comprendí que no besarse, no abrazarse era la clave para nuestro gobierno global.
[19:52,5/4/2026] Capataz 2:— La clave fue decirles que debían mantenerse a metro y medio de distancia entre ellos. Esto fue el inicio del fin del contacto entre humanos.
[19:53, 5/4/2026] Capataz 1:— ¡El miedo, amigo! ¡El miedo a morir fue el arma letal!
[19:54,5/4/2026] Capataz 2:—El facebook, instagram, twitter fueron la herramienta. La frase “mas conozco a los hombres, más amo a mi perro.” nos dió la pauta hacia dónde teníamos que apuntar. Por eso les permitimos pasear a sus perros. Eso los sostuvo en la primera etapa del encierro.
[19:57, 5/4/2026] Capataz 1:— Pensé que tardaríamos más años en controlarlos.
[19:54, 5/4/2026] Capataz 2:— El problema actual es que en los últimos meses hemos reducido también los gastos en seguridad. A principios del encierro se correspondía con el 60 % del presupuesto y ahora estamos en un 0,1%.
[19:59, 5/4/2026] Capataz 1:— Eso es un éxito rotundo. No es un problema. Nadie quiere salir a la calle.
[20:02, 5/4/2026] Capataz 2:— ¡Sí, claro!
[20:02, 5/4/2026] Capataz 1:— ¿Qué haremos con las mingas?
[20:04,5/4/2026] Capataz 2:— No creo que sean peligrosas. Se encuentran esparcidas en los confines de la tierra. Separadas unas de otras por mucha distancia. Son núcleos pequeños que se diezman a sí mismos por las peleas internas.
[20:07, 5/4/2026] Capataz 1: —No sé si debieramos relajarnos tanto.
[20:08,5/4/2020] Capataz 2:— Tranquilo, amigo. Nosotros tenemos la inmortalidad. Ellos el miedo a la enfermedad y la muerte. Cierro contacto.
Sin embargo lo que WHO no sabe es, que en las mingas han aprendido a viajar en espíritu por toda la tierra. Entre los dormidos esclavos de WHO hay artistas, artesanos y obreros de la tierra, atentos a las llamadas. No fuerzan al otro en vivir en amor. Buscan el amor dentro de sí mismo. Los encuentros son de alma a alma. Cuando el encierro comenzó, había varios grupos de personas que se sentían a la distancia. El mundo entró en silencio y comenzaron a verse unos a otros. Hoy, se hablan, comparten, se abrazan en el éter. La muerte ya no es una barrera a temer, es una oportunidad para vivir. Lentamente el mundo humano se está despertando del ensueño. La organización se está completando. Pronto ascenderán. El jardín mágico está por comenzar.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

DISTOPÍA, UTOPÍA Y UN RATÓN CHIQUITÍN
Investigadores confinados en un laboratorio de no importa que año ni qué siglo, a la búsqueda de vida inteligente en los límites de la galaxia. Estudian el siglo XXI que, da como resultado: 0. Cero en conductibilidad neuronal vegetativa de orden metafísico…(qué raros son estos científicos a la hora de expresar lo que se puede definir de forma sencilla: cretinez). Pues nada, como no hubo forma, decidieron pasar de la fauna y flora que habitó el terruño por aquellos entonces y se dieron a la faena de plantar y cosechar una especie de bola verde con aspecto de gato que después de 13 días en una probeta, generaba una enzima actuante contra cualquier mal incluso no inventado.
«Hoy no puedo reinventarme…me ha acosado la realidad infinita…y, no puedo con ella…de repente, así, cruda, tal cual es…siento que ni fuerza para enfrentar, ni dominios que poder conquistar…
No encuentro la música que acompañe un sinsentir que aboca a lo indescriptible…
De improviso: ¡se abre el cielo!
¡Que manía la mía! –la de no creer en los milagros».

OMAR ALBOR

Y si me hace mal
que tal
Y si la cerveza te hace mal
Tomarás de la bota vino
Y si el tabaco hace mal
Fumaras la planta más dulce
Que tal patear la pelota
y regalarsela al niño
que te mira.
Porque no ser feliz
con la sensación
Mi mundo es amor
y si no no es
El mundo de hoy es todo violencia
Y las sociedades están ciegas
Y la distopia es utopía inversa
De ser como no ser
Sin Amor no hay Amor
y mis besos recorren
los laberintos de esta
cuarentena llena de pensamientos
y en uno estás tú y yo


LOLY MORENO BARNES

CUENTO CUARENTENA

Había una vez en un universo cercano, un mundo habitado por seres vanidosos que se creían el ombligo de la galaxia.
A pesar de ser mortales y estar rodeados de una maravillosa naturaleza que se renueva por estaciones, se olvidaron de la importancia que tenía la ecología y las energías renovables .Se volcaron de lleno a negociar con ella y hacer de cuánto destruían su floreciente economía .
Globalizaron el mundo de tal forma que en una carrera desenfrenada compitieron por atraer el mejor turismo, tener grandes empresas cuya principal meta, obtener los mayores beneficios, subir rentabilidad en bolsa logrando en la escalada convertirse en monopolios, pisando a los que se atrevían a desafiar.
Así quedaron pocos ricos y muchos pobres.
Los ricos se aliaron y a pesar de ser menos consiguieron doblegar a los pobres para sacar el mejor partido de su tiempo y trabajo hasta que los pobres olvidaron que un día habían disfrutado del aire puro, la familia, sus valores y los paseos por los verdes prados …
Se contagiaron de consumismo y empezaron a viajar y obtener artículos que a veces ni siquiera usaban …
Los cielos se cubrieron de huellas de motores enormes dejando sus sedimentos.
Los mares se invadieron de plástico en desechos y la tierra de nitrógenos contaminantes.
La idea era conseguir una felicidad ficticia vendida por los ricos dueños del poder.
Se olvidaron de que eran humanos, a pesar de hacer de la cultura su bandera y que podían tambalearse en cualquier momento y solo habían dedicado sus vidas a correr con el cronómetro del tiempo cada vez con menos tiempo.
De pronto el mundo cansado enfermó, se detuvo y entró en cuarentena forzosa.
Ante el nuevo escenario todos desconcertados se refugiaron en sus casas.
Los humanos empezaron a segmentares y blindarse por naciones, luego por regiones hasta tal punto que se anularon gran parte de los derechos fundamentales.
Hasta se trazaron tramos de importancia al derecho a la vida ante la enfermedad y se aplicaron criterios de preferencia.
Se priorizo salvar los más jóvenes y fuertes ante los mayores.
Poco a poco paso la tormenta sanitaria, dejando sus efectos secundarios.
Poco a poco también los pocos ricos, olvidaron el sufrimiento de los pobres e intentaron volver a dominar a los más indefensos intentando hacerles pagar en corto tiempo sus pérdidas de beneficios. Pero nada fue igual desde entonces.
El mundo curo la enfermedad de los humildes en su gran generosidad y la naturaleza brindo una primavera bella con todo su esplendor.
Los humanos se convirtieron en hermanos, hijos de la madre tierra y juntos vencieron.
Juraron que nunca nadie los volvería esclavos de los que se creían poderosos porque ellos mismos eran los mas ricos del mundo si cuidaban su casa tierra y se abrazaban unos a otros con sus mas bellos sentimientos.


DAVID DURA

La pena de muerte se cumplió a la hora prevista.
Había elegido muerte por consumo y la empresa operadora elegida era la mejor.
Tres de Bogotá, dos Argentinos y un prejubilado de Bankia ejecutaron la sentencia.
La empresa de limpieza retiró las pocas pancartas de los cuatro manifestantes a las pocas horas.

Nada más cerrar los ojos por agotamiento,
las nubes comenzaron a llover gatitos de ojos tristes y bolitas de corflins de maiz.

La gatuna le dio la bienvenida con ronroneos mejicanos. De su boca salió una bola de pelo, se la colocó entre su cuello y dejó de notar el fresquito que había tenido durante el ascenso.

Saltarse la cuarentena día tras día por dar de comer a sus gatos sabía que era delito.
Era el mundo de perros que le había tocado vivir y lo aceptó con resignación.


JULIO A CASALLAS

Un viaje sin retorno.
Amanecía de nuevo y su vida era rutinaria, se alimentaba de lo mismo, hacía las mismas cosas y nada cambiaba, sólo permanecía intacto su deseo de conocer al mundo y mostrarle a todos cuán grande podía ser.
Ese momento exacto de salir siempre lo animo a no desfallecer, y lo lleno de vitalidad y ganas, sólo debía aprovechar el momento exacto que llegaría a su debido tiempo.
Un día lo hizo, halló la manera perfecta y lo logró, el maldito lo logró, empezó a ser conocido, su fama estalló de manera exponencial y su nombre se multiplicó en boca de todos, cines, conciertos, mercados, gobiernos, todos hablaban de él, todos lo mencionaban, pero nada en este ciclo vital es completo, pues ya feliz y contento luego de haber sido conocido por 7 billones de personas, preso de una ira incontrolable decidió apagar su existencia, cómo lo hacen las grandes estrellas en el pico de su fama, pero no se fue sólo, también acabó con toda una raza de humanos a su paso.
Su nombre era covid.


ALBERTINA GALIANO

Se dibujaba un mundo perfecto.

Paseábamos agarrados de una mano, mientras en la otra sujetábamos fuertemente la venerada pantalla.

Vivíamos para ser mirados, compitiendo por quién tenía la estela más larga, sobrados de nosotros mismos.

Con miedos difusos, y memorias históricas aún más.

Confundiendo las guerras mundiales con «The Walking Dead», y las crisis entre estados con «Juego de Tronos».

Hasta que un día, no se sabe cómo ni por qué un bichejo diminuto y travieso se extendió como verde musgo y volatilizó nuestros castillos de humano-centrismo, disminuyéndonos de un plumazo cual «Increíble Hombre Menguante».

Se esconden las tarjetas de crédito, con «manchas de grasa en el cajón de la cocina», ridículamente burladas.

Y nosotros, subidos a la banqueta, los pantalones remangados hasta las rodillas, parecemos la versión mala de cualquiera de las películas de Harold Lloyd, mientras nos entretenemos pronosticando un final diferente, en función de las pulgadas de nuestros respectivos equipos tecnológicos.


EMILIANO HEREDIA

Una distopía[Nota 1]​ o antiutopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma.[1]​ Suele ser sinónimo de «mal lugar» y es un antónimo de utopía, un término que fue acuñado por santo Tomás Moro y figura como el título de su obra más conocida, publicado en 1516, un modelo para una sociedad ideal con niveles mínimos de crimen, violencia y pobreza.

Las distopías a menudo se caracterizan por la deshumanización,[2]​ los gobiernos tiránicos, los desastres ambientales[3]​ u otras características asociadas con un declive cataclísmico en la sociedad. Las sociedades distópicas aparecen en muchas obras de ficción y representaciones artísticas, particularmente en historias ambientadas en el futuro. Algunos de los ejemplos más famosos son 1984 de George Orwell, Brave New World de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Las sociedades distópicas aparecen en muchos subgéneros de ficción y a menudo se utilizan para llamar la atención sobre la sociedad, el medio ambiente, la política y la economía, religión, psicología, ética, ciencia o tecnología. Algunos autores usan el término para referirse a sociedades existentes, muchas de las cuales son o han sido estados totalitarios o sociedades en un estado avanzado de colapso.

ASCO

Nueve.
Nueve meses de encierro.
Todo un largo y terrible embarazo.
El ejército, mediante cesárea, ha dado a luz una dictadura oligárquica en los que, como en viejos tiempos, los únicos que ahora viven y sobreviven son los mismos que han puesto a los cirujanos en esta gran mesa de operaciones que es España, para terminar con la agonía que ha supuesto la espera semana tras semana del pico de ésta odiosa pandemia.
Un pico que nunca llegaba.
Poco a poco, los aplausos fueron menguando.
Ya casi nadie salía a la calle.
Hasta que llegó el día.
Ayer.
El ejército invadió las calles, y la gente, se lanzó en masa a las calles, creyendo que traían la carta de liberación de tan prolongado encierro.
La matanza a nivel nacional fue horrible, terrible, nauseabunda.
Las calles se cubrieron de una niebla con olor a pólvora que las armas de fuego producían sin parar.
Excavadoras expropiadas, se encargaron de limpiar las calles, y unos camiones bańera, descargaron su fúnebre carga en nuevos vasos excavados a propósito, en los vertederos de cada Ciudad.
La pandemia, se cortó de raíz.
A los enfermos de los hospitales, a los positivos domiciliarios, a los servicios médicos y toda aquella persona que hubiera tenido contacto con los enfermos, se les trasladó a los grandes pabellones cubiertos de las grandes ciudades.
Todos, hoy, se han incendiado.
No hay supervivientes.
La edad media de España, ha bajado hasta los sesenta años.
Diez millones de españoles, mayores de sesenta años, han sido erradicados en aras de prevenir más contagios.
Se eliminaron todas las residencias, sin sacar a los ancianos de dentro.
Se vaciaron todas las casas de personas mayores de sesenta años.
Se ha «invitado» a todos los extranjeros, a regresar a su país de origen.
Sólo quedamos ya, unos treinta millones en España.
Acabo de escuchar el discurso del nuevo presidente.
La pandemia ha cesado.
Las fronteras están cerradas.
Hemos salido de la unión europea.
Estamos solos.
Ahora, ya no salimos de casa por el virus.
Nó salimos… por miedo.


ROCÍO ROMERO GARCÍA

No quiero vivir para siempre.

15 de agosto de 2036.

Así es como empezó todo, con aquella carta que escribiste dos meses antes de mi nacimiento.
Con aquel sobre que estaba sellado con un «18».
Con aquel estudio. Con aquellas pastillas.
Con la oportunidad de tener algo imposible en nuestras manos.
Aún recuerdo aquella carta. Cada letra, cada frase y espacio.
La memoricé, me obsesioné con tu caligrafía. Con tus «o» redondas y tus «a» perfectas, por ser lo único que tenía de ti.
Aún la recuerdo.

«15 de agosto de 2018.

Lonnie, mi amor,
mi vida.
Muchas cosas han cambiado. El mundo ya no es lo que era, nosotros no lo somos.
Hemos jugado a ser Dios, a querer lo intangible, aquello que el ojo humano no puede percibir.
Hemos creado un poder tan grande que se nos hace imposible controlarlo.
Y me temo que tú serás parte de ese poder, de esas consecuencias y de la sociedad que hemos formado.
Todo comenzó hace unos años, mi laboratorio llevaba tiempo desarrollando unas cápsulas que permite a las células del cuerpo no degradarse. Permiten que sean inmunes a cualquier afección, que se regeneren al instante si sufren algún daño. Las hace jóvenes, nunca envejecen.
Y después de años y meses, de días y horas de investigación sin salir del laboratorio, sin dormir, lo consiguieron.
Lo conseguí, porque por mucho que me duela admitirlo yo también soy parte de ese estudio, de ese experimento y de ese juego. Y no hubiese aceptado de saber los efectos secundarios que aquello conllevaba.
Al principio estaba ilusionada. Íbamos a conseguir algo que nadie había logrado, íbamos hacer realidad el sueño del hombre: ser inmortal.
Y aunque tenía mis dudas y mis miedos, aunque me parecía imposible y peligroso modificar la esperanza de vida de las células y hacerlas invencibles, decidí seguir trabajando. Y es que el temor que sentía por la muerte era más fuerte que cualquier preocupación.
Terminamos las cápsulas y el siguiente paso era experimentar con ellas.
Escogimos a animales moribundos, con alguna enfermedad terminal y le administramos las pastillas. En pocos días sus estados mejoraron de un modo extraordinario. Sus enfermedades se curaron más rápido de lo que cualquiera pudiese imaginar.
Después de aquello decidimos experimentar con personas.
Escogimos personas con las mismas caracterícas de los animales: con alguna enfermedad terminal.
Al administrarles las pastillas mejoraron rápidamente, sus células se regeneraron y se hicieron inmunes.
Era completamente un éxito, así que decidimos comenzar a hablar con las farmacéuticas para distribuirlas.
Pero no todo resultó ser tan perfecto como pensábamos.
Al terminar el estudio dejamos de administrar las cápsulas a los animales y las personas, pensando que su efecto era duradero… Pero no lo fue.
Sus células sufrieron un «efecto rebote» que provocó que las células se degradasen el doble de rápido, que los órganos y los huesos se debilitaran el doble de rápido y que las defensas se desplomasen en segundos.
Inevitablemente enfermaron y fallecieron. No pudimos hacer nada para evitarlo, no teníamos medicamentos que frenasen aquella degradación ni tiempo para desarrollarlo debido a la rapidez de los acontecimientos.
Intenté convencer a mi superior de no seguir con los contratos de las farmacéuticas, pero él se negó.
Las familias que decidieron someterse a nuestro experimento quisierom denunciarle por negligencia, pero él consiguió convencerles de que eran casos aislados, de que las pastillas estaban en buen estado y su efecto era duradero. Además, les ofreció dinero como una compensación por la muerte de sus seres queridos.
Todos aceptaron. Fue entonces cuando el mundo cayó ante mis pies.
¿Cómo era capaz de ofrecerles dinero por la muerte de un ser querido, como si la vida de alguien tuviese un precio?
¿Cómo eran capaces ellos de aceptar aquel dinero, como si el amor de aquella persona pudiese pesarse y convertirse en billetes y monedas?
Mi superior manipuló el estudio para firmar con las farmacéuticas y comenzar el proceso.
Discutí con él muchas veces, intenté que su conciencia despertara y fuese consciente de lo que hizo.
De que le quitó la vida a personas y animales inocentes.
De que aquello no era buena idea.
Pero él no escuchó, estaba cansado de mí, de mi actitud y de mis reproches.
Y lo más importante, tenía miedo. Miedo de que pudiese hacer algo.
De que pudiese revelar el secreto, de que todo el dinero que iba a conseguir pudiese perderse.
Me amenazó varias veces. Me dijo que sería capaz de cualquier cosa para que aquello no saliese a la luz, incluso de matar a alguien.
Y sabemos a quién.
Pero no puedo dejar de luchar. Nos hemos cobrado vidas inocentes y hemos pagado por el silencio de otros.
Hemos condenado a la humanidad a un efecto irreversible.
He comprendido que no puedo dejar que mis miedos me venzan. Si hubiese pensado con claridad, si hubiese razonado con mi miedo todo podría haber sido diferente. Quizá hubiese cambiado algo.
¿Qué es la vida si la muerte no está en ella?
¿Qué sería de nosotros si no tuviésemos algo que nos motivase a vivir y a crecer, a descubrir cosas nuevas? ¿Qué pasaría si parasemos el tiempo?
Entiendo a todos ellos, a los que quieren vivir para siempre, a los que quieren que sus hijos vivan para siempre porque yo quiero que vivas para siempre.
Quiero que estés segura y quiero hacerte feliz, pero no quiero privarte de crecer, de que tengas miedo o de que tus huesos se rompan.
No quiero privarte del dolor o de la incertidumbre porque, si vivieses por siempre, no experimentarías todo eso.
Voy a seguir luchando, aunque mi vida esté en peligro. No voy a permitir que vivas en un mundo así.
Espero poder contarte esto en persona.
Espero que nunca encuentres esta carta porque eso significaría que ya no estaré ahí.
Si ese es el caso, si ya no estoy viva y esto no lo estás leyendo por casualidad, quiero que tomes una decisión.
Mi superior no sabía que había hecho una copia del estudio. Una copia original, con sus fallos y sus aciertos; con los experimentos que hemos hecho.
Quiero que lo tengas y decidas si quieres hacer público esos datos o si quieres destruirlos.
No te juzgaré elijas lo que elijas, no me enfadaré porque no podré hacerlo.
No quiero presionarte, no quiero que pienses que me decepcionas si decides quemar esas hojas, no puedo obligarte a terminar lo que empecé.
Pero lo más importante, lo que realmente quiero es que sepas es que tu madre nunca dejó de luchar, que lo intentó hasta morir.
Que no se rindió al caerse por primera vez y que tú tampoco debes hacerlo.
Debes luchar por lo que crees que es justo y no parar hasta conseguirlo, debes ser el cambio qué quieres ver en el mundo.
Si no puedo cambiar las cosas entonces no quiero vivir para siempre.
Con amor:
Helena, tu madre.»

Me pusiste en un compromiso, en el ojo del huracán. Me pediste algo que no me veía capaz de hacer.
Acababa de cumplir dieciocho años. Papá me dio aquel sobre diciéndome que era algo que querías que supiese cuando fuese lo suficientemente madura para entenderlo. Ni él sabía que la copia estaba dentro del sobre.
Estuve pensando durante muchos días que hacer, cuál sería la mejor opción.
¿Qué sería más sencillo? ¿Filtrar los datos u olvidarme de todo?
El daño ya estaba hecho, las cápsulas se vendían y se tomaban como caramelos.
Además, tenía miedo. Había leído tu carta, había leído esas palabras, esos párrafos sobre cómo aquel hombre sería capaz de matarte por mantener el secreto.
Pensaba que me pondría en peligro si filtraba los datos.
Y te odié por ello. Te odié por dejarme una responsabilidad tan grande, te odié por luchar. Por no haber obedecido, por haber iniciado una revolución.
No tuve más opción, la ansiedad podía conmigo: se lo conté todo a papá.
Él quería eliminar las pruebas, olvidarse de todo aquello. Nunca creyó que te suicidaras en el laboratorio, pero no pudo hacer nada, así que tu caso se cerró por falta de pruebas.
Pero aquella carta demostraba que él tenía razón, podía cambiarlo todo.
Aún así no quería que aquella herida se abriese.
Era más feliz en la mentira que me contaba cuando era pequeña. Siempre me decía que te habías ido a la Luna, que saltabas de planeta en planeta para encontrar la estrella perfecta, la más brillante para poder traermela algún día.
Estoy segura de que papá también te odió cuando te fuiste. Eras lo único que tenía, la persona que más quería en el mundo. La persona más inconformista que más quería en el mundo.
Yo no quería quemar aquella carta ni tampoco el estudio. Era lo único que tenía de ti.
Papá tenía todo bajo llave: todas las fotos, todos los recuerdos que compartías con él. A veces me colaba en su cuarto y rompía las normas solo para ver alguna foto tuya, para saber cómo eras.
Conseguí convencerle de no deshacerse del sobre, pero no de filtrar los datos.
No quería ponerme en peligro, «tu madre ya pagó las consecuencias» me dijo.
Estuve despierta toda la noche pensando en que hacer.
Me dejaste aquello por un motivo, y sabía que no iba a decepcionarte si no filtraba el estudio, pero aquellas personas merecían justicia. Tú la merecías.
Así que escaneé cada hoja y las subí a Internet, en menos de dos horas ya era TT en Twitter.
Al día siguiente era noticia en la televisión, recuerdo ver a tus compañeros salir esposados del laboratorio.
La policía nos llamó poco después para decirnos que tu caso se había reabierto. Tu nombre aparecía en el estudio y después de aquel escándalo y de las declaraciones de tu superior y compañeros, relacionaron tu muerte con el suceso. Ya no éramos los únicos que creían que no te habías suicidado.
Fuimos a cada juicio. Cada compañero contaba la misma historia, los mismos detalles, las mismas pausas.
Era como un guión, todo estaba pactado.
Entonces llegó su declaración. La declaración.
Nunca he querido hacer tanto daño a alguien como aquel día.
Tu superior, tu jefe, subió al estrado con toda la seguridad del mundo y una sonrisa burlona.
No sabía que entre las pruebas que le inculpaban estaba tu carta.
«Helena era una mujer difícil, era una mujer rota» decía. «Me desobedecía, era muy difícil trabajar con ella. Se sentía culpable por lo sucedido a aquellas personas y quería hacernos sentir culpable a nosotros. Los experimentos científicos son impredecibles, la culpa no es de nadie.»
Le preguntaron sobre el soborno a aquellas familias, sobre las amenazas hacia ti.
«Soy un hombre honrado a carta cabal, nunca haría algo así» decía. No paraba de repetir una y otra vez que estabas loca. Me hubiese encantado hacerle tragar sus palabras.
Pensaba que todo estaba perdido, que no se haría justicia para nadie, pero quedaba una chica a la que tomar declaración.
Una compañera tuya cuyo testimonio no era claro debido al ataque de ansiedad que tuvo cuando encontraron tu cuerpo.
Tenía miedo, estaba temblando. Su voz tiritaba y no sé si fue un acto de valentía en una situación desesperada o un acto de cobardía, pero declaró la verdad.
Declaró que tu jefe te asesinó aquella noche, que te ahogó con una cuerda y luego te colgó de ella para simular un suicidio.
Que sobornó a todos tus compañeros y les convenció de que aquello era lo mejor, de que te lo merecías. Que si alguien confesaba iba a acabar como tú o incluso peor.
Su declaración, que no encajaba con ninguna, no estaba plagada de frases perfectas y espacios medidos; la carta, el estudio que filtré y las declaraciones que llegaron más tarde de las familias que había sobornado fue suficiente para encancelarles a todos durante veinticinco años. Aunque tenían opción de conseguir la libertad condicional en quince años.
Han pasado nueve años desde ese día.
Te has perdido muchas cosas.
Mi graduación en Bachillerato, mi graduación en la Universidad, mi primer novio y todas las novias que le sucedieron.
Mi salida del armario, conocer a Samira, mi compromiso.
La retirada del fármaco de las farmacias, la muerte de cientos de personas por las llamadas «pastillas de la muerte».
Me gustaría que esto no hubiese resultado así, que hubieses estado viva para verme crecer.
Y sí, hay días en los que te maldigo, en los que te odio por haberte salido de lo establecido en vez de obedecer.
Te necesitaba y te sigo necesitando.
Pero entiendo porque hiciste lo que hiciste, porque arriesgaste tu vida para salvar las de otros. Yo también quiero que Samira viva para siempre. Quiero que sea feliz, quiero hacerla feliz.
Sobretodo quiero que no sufra. Quiero ser su refugio al igual que ella fue el mío, al igual que tú lo fuiste al principio.
Entiendo que no quisieses que me dañasen porque lo que sentías entonces lo siento yo ahora. Pero también entiendo porque no querías privarme de ese dolor.
No podemos evitar que hagan daño a la gente que queremos, no podemos evitar que crezcan y maduren. No podemos permitir que sus vidas corran peligro.
Y sé que si ahora estuvieses viva significaría que actuaste en contra de tu voluntad, que no serías quién realmente eres.
Que no serías real. Pero lo eres. Eres real.
Eras real.
Gracias por enseñarme a luchar, a ser real y a ser el cambio que quiero ver el mundo.
Gracias por enseñarme que no necesito vivir para siempre para ser feliz.
Que no quiero vivir para siempre.
Con amor:
Lonnie, tu hija.

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12 comentarios en «Distopías (o utopías) – Miniconcurso de relatos»

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