Lo prohibido – Miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema “lo prohibido”. Estos son los relatos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves día 25! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en medios o cuartos).

OMAR ALBOR

En el amanecer del día
un hombre parado en la esquina del barrio, grita la razón de vivir solo está en la próxima noticia, el es el repartidor de diarios.
Hoy llega fresco a tú mesa el pasquín
con noticias, del más allá que también son del más acá, Lo prohibido en muchos lugares
La verdad
La inocencia
La mentira
Alguien oculta Que
Que no debemos saber
Y si así fuese Porque
El poder hace Que
Los pueblos No sepan
Porque….
Lo Prohibido
Es una palabra que saben todos, es el currículum oculto.
Y la sociedad lo sabe.


RAQUEL LÓPEZ

Me levantaba como cada mañana, madrugaba porque sabía a donde me dirigía, mi corazón convulsionaba agitadamente..
Me maquillaba y me perfumaba para ti,
sentía mi cuerpo temblar ante lo que me esperaba en nuestros encuentros.
Al salir de casa, mis pasos, cada vez se hacían más ligeros entre nervios e ilusión por volverte a ver. Al llegar a la estación, nuestro punto de encuentro, mis piernas flaqueaban, bien por miedo de ser descubierta, bien por la alegría de encontrarte.
Llegue a mi destino y allí estabas tú, inconfundible, siempre atento a tu lectura de ese país misterioso.. Hacías encender el brillo de mi mirada.
A partir de ahí, el miedo se hacia invisible, nos dejábamos llevar sin importar las consecuencias, nos sumergimos en un dulce veneno de placer, un cóctel explosivo y sabroso, con sabor a lujuria.
Si, eras mi amor prohibido, todo lo que rodeaba ese encuentro era rebasar los límites de la vida, pero, a quien le importaba en ese momento… Me gustaba, me enloquecia… Y es así, todo lo prohibido nos arrastra, porque nos gusta, nos exhala con su dulce aroma…
y nos hace llegar donde todo está vetado.
Allí, era, donde nos desinhibiamos, donde disfrutábamos de nuestro amor..
El reloj marcaba el poco tiempo
que teníamos para volver, pero ese poco tiempo, se nos hacía inmenso.
Llegó la hora, tenía que volver a casa y todo se desvaneció cuando nuestros trenes se separaban en direcciones opuestas, pero sin dejar de pensar, que todo lo vivido, aún prohibido, era de lo más gratificante y excitante…
En ese devenir de estaciones pasajeras, estábamos los dos y nuestra historia volvía a romper moldes, haciendo caso omiso a esa prohibición que a la misma vez que nos unía, nos alejaba… Pero que en definitiva era lo que ansiabamos,… Y así, serás siempre mío para el resto de mis vidas, que me seguirán dando el placer de lo prohibido aunque solo sea con pensar en ti…….


BORJA ALMARAZ JIMÉNEZ

TRASCENDENCIA.

Puede aparecer el incierto futuro frente a tus pupilas produciéndote unas lágrimas permanentes. Puede surgir un fenómeno que, fusionado con la naturaleza, sea capaz de crear mutaciones horribles. Puede ser que tú mismo protagonices una historia en la que estés atrapado en una habitación y te vuelvas loco por escuchar el latido de tu corazón o por pensar que llevas el mal en el cuerpo.
Todo es tan subjetivo, tan personal, tan tuyo, tan mío, tan vuestro, tan nuestro, tan de todos. ¿Para qué seguir viviendo en esta realidad cuando podemos crear nuestra propia realidad? Es absurdo. Y más absurda es la realidad que nos ha tocado vivir, la vida que nos ha tocado sentir. Lo que deja de ser absurdo es la nueva realidad y la nueva vida que somos capaces de crear simplemente con un lápiz y un bolígrafo, o con una cámara de cine, o con un pincel.
Deformemos todo lo que vemos y hagamos algo distinto. Algo que sólo nuestro corazón pueda saber lo que es y dejemos a un lado nuestra mente. Sigamos el corazón, no el cerebro. Seamos sentimentales, no racionales. Seamos emocionales, no lógicos. Seamos lo que queramos ser, no lo que debamos ser.
Critiquemos aquellas cosas que se suponen que no deben ser criticadas y que deben ser aceptadas por todos como si fuésemos borregos corriendo uno detrás de otro hacia el juicio final.
Seamos revolucionarios, cambiemos el transcurso de todo lo que conocemos y transformémonos a nosotros mismos y al mundo. Hagamos de esto un juego.
La luz produce sombras. Las sombras de nuestros cuerpos, de nuestras entrañas, de nuestro odio, de nuestro amor, de nuestro propio ser. Las sombras de todo lo que nos rodea, sea tangible o intangible. Las sombras son nuestro sino.
El tiempo no existe, sólo es una invención. Todo está en nuestro subconsciente. Debemos quemarlo y destruirlo. De esa manera acabaremos con el tiempo y nada nos podrá limitar.
Pongámosle dramatismo a nuestra existencia. Hagámoslo. Vamos a expresarnos de esta manera tan utópica que es capaz de erizar el vello de cualquier parte de nuestro perfecto cuerpo.


DOMINGO MACHADO BARCO

Desde la primeras guturaciones humanas
que antecedieron la palabra y su verbo
las fuerzas inteligentes creadoras del universo
por consagrar su vida a la Poesía
prohibieron morir a los Poetas
trazando al mismo tiempo su destino:
Un duro e incierto camino
a la efímera felicidad de los momentos
que vienen con el éxito, el reconocimiento
y tal vez por ello, la prosperidad
Porque Ingrata tenía que ser la vida del poeta
que mientras por dentro
viviría el maravilloso mundo de los sueños
colores y magias de todas sus palabras
a la vista del mundo llevaría la vida cualquiera
de quienes no atraen ni se notan
de quienes más bien se ven muy mala apuesta
para apostar a ellos aunque fuera poco
Así que por dedicarse a vivir y escribir la Poesía
les harían comprender a los Poetas
lo que les aguardaba en su oficio puro
sabiendo y asumiendo a todo riesgo de sus versos
que a veces y tal vez por siempre
al escribir y vivir su Poesía y las de otros
les sorprendería el deleite de la vida
en su más placenteros banquetes de caricias y besos
o que a veces y tal vez por siempre
de pronto verían sin poderlo evitar
como en algunos antiguos ritos sagrados aztecas
a su ser inerme rodando escalinatas abajo
tras el rastro sangriento de su corazón desmembrado
para en cualquier instante renacer con sus palabras de nuevo
porque la vida misma en sus más descarnadas palabras
también les sorprendería con el doloroso filo implacable
de su puñal sagrado de obsidiana
Aunque fueran prohibidos por los hombres
y ya no hubiera aztecas…


ROSA MARÍA JIMÉNEZ MARZAL

Me prohibieron verte ,hablar contigo…ser parte de tu pasado por miedo al futuro.
Me cortaron las alas para evitar pudiera así alcanzar tus sueños .Pero mi terquedad se adueñó del tiempo rompiendo la barrera del espacio.
Me prohibieron tantas cosas que ataron mis pies al suelo sin tener en cuenta que saldría adelante y abarcaría su senda .
Hoy miro atrás y recuerdo ,con añoranza, lo guapo que resultaba tu rostro cuando mirarte estaba prohibido.


REBECA FS

Queda prohibido preguntar.
Queda prohibido guardar secretos.
Queda prohibido engañarte.
Queda prohibido abandonarte.
Queda prohibido sonreir.
Queda prohibido llorar.
Y tú, si tú: para ti.
Queda prohibido que te prohibas los prohibidos que quedan aquí.
PD: te lo prohibo .


FLAVIO MURACA

La vida es una mentira, es el sueño onirico de alguien más, el infinito bucle, el eterno resplandor de una mente con recuerdos.
El tiempo no existe, son espamos entre vidas, lo irreal se vuelve tan real que asusta, el tiempo desgarra a la razón, tortura al corazón.
Respiramos conciente de que lo hacemos, nos volvemos mecanizados, atados a un sin fin de particularidades olvidandonos del todo.
Nada es absoluto, todo es relativo, la magnanima esencia es una eterna latencia de un suspiro que pronto sucumbira.
Algun dira la verdad sera revelada y en incontables lagrimas caeran los velos de una historia que solemos recordar a cada paso, como fallos toscos de un deja vú indomable.
Ellos estan en todos lados, nos miran, nos observan con sus ojos torvos, somos ilusos, somos alguien más en la cadena de la evolución.
Son lo prohibido, la mentira y la verdad.
No hay más ciego que el que no quiere ver.
No hay más necio que el que asume todo como verdad, porque la verdad esta allí afuera.


ROCÍO ROMERO GARCÍA

MIL FORMAS DE DECIR TE QUIERO.

Aria y Ava eran jóvenes y hermosas, una viva imagen de sus padres.
Ava era hija de Atenea, diosa de la guerra. Era alta y delgada, fuerte y valiente.
Tenía las mismas facciones que su madre, la misma melena castaña, los mismos ojos azules y desafiantes.
Aria era hija de Ceo, titán dios de la inteligencia.
Aunque no era tan alta como su padre había heredado su larga y ondulada melena rubia, sus ojos verdes y curiosos.
Ambas eran muy diferentes.
Ava era aventurera, guerrera. Le gustaba explorar, correr riesgos.
En cambio, Aria era muy tranquila. Las únicas aventuras que conocía se escondían en los libros, en pequeños rincones llenos de curiosidades y sabiduría.
A pesar de ser como la noche y el día ambas coincidían en algo: No entendían la finalidad o la utilidad de los sacrificios.
Ava no comprendía por qué su madre beneficiaba a aquellos que comenzaban guerras por culpa de la avaricia, por querer ser los reyes del mundo y conquistar hasta el último rincón de Grecia. No entendía por qué aquello que podía palparse, lo material, los sacrificios podían estar por encima del bien y el mal. Por encima de cualquier moral.
Atenea se veía envuelta en muchas guerras, la mayoría de ellas innecesarias. Aseguraba poder, protección y victoria a aquellos que le ofreciesen algo a cambio y Ava no podía comprender cómo su madre no defendía a aquellos que luchaban por una buena causa, por aquellas guerras que podían cambiar el mundo.
Lo mismo sucedía con Aria. Su padre aportaba sabiduría, momentos de lucidez y grandes ideas; descubrimientos que podían provocar mucho bien o desencadenar grandes caos si caía en las manos equivocadas.
Ceo inspiraba y dotaba de grandes ideas y soluciones a gente muy poderosa, personas con las manos manchadas de sangre inocente y un corazón lleno de culpabilidad.
Aria apreciaba la cultura, la sabiduría y la inteligencia. Lo consideraba un arma muy poderosa apta para mentes privilegiadas y extraordinarias, no para aquellos que pensaban que el saber se adquiría a través de monedas de oro.
Aria y Ava eran conocedoras de la existencia de la otra. Nunca habían hablado, ni siquiera habían estado juntas en un mismo lugar, pero era inevitable no pasear por el Olimpo y desviar la mirada.
Siempre iban acompañadas de sus padres, no podían mantener la mirada durante demasiado tiempo, tenían que ser cautelosas. No querían que la furia de sus padres cayese sobre ellas, y es que, Atenea y Ceo eran fervientes rivales.
Ceo repugnaba los ideales de Atenea, su capacidad de otorgar armas y poder; de tener en su mano la decisión de elegir quién vive y quién muere, quién gana o quién pierde.
Atenea tampoco podía concebir los ideales de Ceo. ¿Cómo era capaz de criticar su forma de actuar, de juzgarla de una forma tan despectiva cuando él otorgaba conocimientos más poderosos que las balas y las bombas a personas con la cabeza vacía? No tenía derecho a opinar.
A causa de esta gran enemistad Aria y Ava no podían conocerse, no podían hablar, ni siquiera mirarse.
Por eso, cada vez que sus miradas se encontraban a lo largo del Olimpo, actuaban con disimulo. Aunque lo que sentían no podía ocultarse tan fácilmente.
No sabían si era porque estaban prohibidas, porque la adrenalina inundaba su cuerpo como un río cada vez que sus pupilas se clavaban la una en la otra o porque sus espíritus rebeldes les incitaba a desobedecer, pero cada vez que se miraban algo dentro de ellas florecía.
Algo cobraba vida y les provocaba un cosquilleo y un nerviosismo contante, de pronto volvían a ser aquellas niñas inocentes e impresionables, crédulas. Se ilusionaban.
Un día, mientras Atenea y Ceo se ocupaban de sus deberes como dioses Afrodita decidió reunir a Aria y Ava.
Afrodita era conocedora de los sentimientos de cada una. Como diosa del amor tenía ese don y su obligación era unir a los amantes tanto en vida como en la muerte.
Para que eso ocurriese, Afrodita tenía que presenciar un amor puro y fuerte. Se sorprendió al descubrir el amor entre las dos jóvenes, nunca había presenciado uno tan inocente y desconcertante, aunque demasiado fuerte como para romperse.
Las tres se encontraron en un lugar apartado del Olimpo.
La situación era incómoda y vergonzosa para Aria y Ava, tenían miedo de que sus padres las descubriesen. Sus latidos eran cada vez más punzantes.
— Os estaréis preguntando por qué os he reunido.
— No deberíamos estar aquí. — dijo Aria. — Nuestros padres podrían descubrirnos, su irá caería sobre nosotras.
Normalmente a Ava le hubiese parecido una respuesta cobarde, siempre estaba dispuesta a hacer cosas nuevas. Pero también tenía miedo y, además, la voz de Aria le había parecido tierna y cálida. No podía juzgarla.
— No os preocupéis por eso, asumiré toda responsabilidad.
Afrodita dijo aquello con la esperanza de calmarlas, para que pudiesen concentrarse en lo que ella tenía que revelarles.
— Puede que os sorprenda. Puede que al principio penséis que os estoy engañando y entréis en estado de negación. Solo os pido que mantengáis vuestra mente abierta ante cualquier posibilidad.
Los nervios y el miedo pasaron a segundo plano y la atención de Aria y Ava se centró en las palabras de Afrodita.
— Estáis destinadas a ser. Sois almas gemelas, debéis disfrutar de vuestro amor mientras sea joven y fuerte.
— ¿Qué? Eso no puede ser posible, no es natural. No es real. — dijo Aria con un tono asustadizo e indignante.
— Que no aparezca en los libros no significa que no sea real. — respondió Ava.
— ¿Estás de acuerdo con lo que dice? Ahora entiendo por qué mi padre no os considera buena influencia.
La cara de Ava cambió. Su expresión pasó a definirse como una fina línea que dibujaban sus labios. Miles de respuestas pasaron por la mente de Ava, respuestas hirientes. Pero, y eso es lo que más le asustó, se negó a darles voz. Aún seguía viéndola como la persona más tierna del mundo.
— Debéis ser pacientes y calmar a vuestra cabeza. Eso que sentís cuando os miráis no es fruto de la adrenalina ni de la desobediencia. Nunca he presenciado un amor tan extraordinario como este, no trabajo en vano. Nunca me equivoco.
— ¿Y cómo sabemos que no nos estás mintiendo? — preguntó Ava.
— Juntad las palmas de vuestras manos, sin miedo.
Ambas obedecieron, una más insegura que la otra, y juntaron sus manos.
De pronto sus pieles ya no eran opacas, sino transparentes. Sus manos y brazos se habían convertido en papel, brillaban como si hubiese una luz dentro de ellas. Podían ver sus venas.
Ambas se fijaron en una larga vena roja que acababa en sus dedos meñiques, donde se encontraron con un pequeño punto rojo brillante y vistoso.
— ¿Qué significa esto? — preguntó Aria con la voz entrecortada.
— Esa vena roja comienza su recorrido en el corazón y acaba en el dedo meñique. Solo es visible para aquellas personas que están predestinadas.
Si aún no me creéis, ¿por qué no probáis a abrazaros?
Ambas se separaron, volviendo sus manos y brazos a su estado natural.
Obedecieron sin cuestionar a Afrodita, sin ni siquiera cuestionarse a ellas mismas.
Cuando se abrazaron sus pechos se iluminaron, se volvieron tan finos como el papel, transparentes, dejando desnudos sus corazones. Pudiendo observar como estos se tocaban.
— Cuando las personas que están destinadas a ser se encuentran y se tocan sus corazones se unen en un mismo latir y así los amantes se convierten en uno.
Tardaron unos segundos en separarse. Por mucho miedo que sintiesen o por mucho que la incertidumbre bailase alrededor de ellas no querían separarse. No podían, el mundo se paralizaba por un momento. Igual que cuando se miraban.
— Si me tocáis a mí, si me abrazáis o tocáis mi mano esto no sucederá porque no estamos predestinadas. Mi trabajo es advertiros de lo que sois, convenceros de que lo que sentís es real y hacer todo lo posible porque acabéis juntas.
— Por mucho que quisiéramos estar juntas no podríamos, nuestros padres no lo permitirían. — dijo Aria.
— No debéis dejar que nada se interponga entre vosotras, el destino es caprichoso. Debéis intentarlo, no podéis dejar escapar el amor de vuestra vida.
Ambas llegaron a tiempo con sus padres, antes de que se diesen cuenta de que habían desaparecido.
Estuvieron pensando durante toda la noche que podrían hacer, rememorando las palabras de Afrodita. ¿Realmente merecía la pena luchar?
A la mañana siguiente Ava decidió ir al lugar donde estuvieron con Afrodita con la esperanza de encontrarse con Aria.
Ava estaba dispuesta a intentarlo, su instinto se lo pedía, su espíritu aventurero y la curiosidad por saber que pasaría.
Sonrieron al ver que ambas habían ido al mismo lugar.
— Creo que deberíamos intentarlo. — dijo Ava. — No tenemos nada que perder.
— Perdemos a nuestros padres.
— Deberían aceptarlo, entender que nosotras no debemos seguir sus pasos. Es su guerra, no la nuestra.
— No creo que sea buena idea, Ava.
— ¿Sientes que esto es real? Porque yo sí y estoy de acuerdo con lo que dice Afrodita. No podemos dejar que el miedo nos paralice, debemos ser valientes. El fracaso ya está de nuestro lado, tenemos que ir en busca de la victoria.
— Claro que creo que esto es real, aunque no tenga una explicación o no sepa cómo funcione. Pero para ti es fácil, tu madre es la diosa de la guerra, sois valientes y decididas. Mi padre es el dios de la inteligencia, nosotros somos más racionales, sobrevivimos con nuestros conocimientos. No soy valiente, no creo que pueda hacerlo.
— ¿Y no estás cansada de saber y nunca actuar? Deja tu papel a un lado, olvida de donde provienes o cuál es tu función. Sé que eres valiente, deja que esa faceta brille tanto como las otras.
Las mejillas de Aria de sonrojaron. Su forma de hablar, su voz firme y la seguridad que desprendía hacía que su corazón se saltase latidos que necesitaba.
— ¿Y cómo lo haríamos? No podemos estar juntas aquí. — dijo Aria, intentado ocultar una sonrisa tonta.
— Deberíamos buscar un lugar apartado, un sitio que nuestros padres no conozcan.
— Es imposible, no hay rincón del Olimpo que nuestros padres no conozcan. ¡Incluso conocen este lugar!
— Entonces debemos buscar en otros lugares, fuera de aquí. En la Tierra quizá.
— ¿Qué? No podemos bajar a la Tierra, no tenemos suficiente poder para volver, necesitaríamos a alguien que nos recogiese. Y además, es muy peligroso. Ahí no somos inmortales, estamos expuestas a cualquier peligro.
— No tiene que ser peligroso, yo puedo proporcionarte armas para protegerte. Podríamos bajar a la Tierra las dos, cada una un día, podríamos ayudarnos a regresar y comunicarnos mediante cartas. Podríamos esconderlas en algún lugar que solo nosotras conozcamos.
A Aria le pareció una idea original, incluso racional. Parecía posible y le tranquilizaba.
— Conozco un lugar. — dijo Aria. — Lo leí en un libro, es una catarata. Es un lugar precioso y tranquilo, oculto en los confines del bosque, muy poca gente conoce su existencia. La pared de piedra de la catarata tiene agujeros de diferentes tamaños, podríamos esconder las cartas ahí. — dijo Aria con voz entusiasta.
Ava sonrió. Era la persona más dulce y tierna que jamás había conocido.
— ¿Eso significa que vamos a intentarlo?
— Sí, claro… Supongo. — dijo Aria con una sonrisa tímida que pronto se convirtió en una más amplia.
Durante los próximos días siguieron el plan.
El primer día bajó Aria con una bolsa de piel llena de pergaminos y una pluma. Escribió una carta y la escondió en el agujero más grande de la pared.
Cuando terminó Ava la estaba esperando para ayudarla a regresar.
El segundo día bajó Ava con espadas y cuchillos y una pluma para poder responder a las cartas.
Ambas se sentían vivas, más que cuando eran diosas. Respiraban aire puro, escuchaban el gorgoteo de la cascada; sus vestidos y faldas bailaban junto al viento y sus melenas se despeinaban junto con las hojas de los árboles.
Sus sentimientos fueron creciendo, haciéndose más fuertes gracias a los poemas y canciones que Aria componía o a las anécdotas y aventuras que Ava contaba.
No eran tan diferentes como ellas creían, coincidían en un punto crucial para ambas: Las dos estaban de acuerdo en que el poder, la divinidad y la eternidad no estaban reñidos con una buena posición moral.
Aquellas cartas las hacían impacientes, dichosas. Sus pieles se erizaban cada vez que tocaban con sus dedos la caligrafía de la otra. Pero si había algo que hacía temblar el corazón de Ava era aquella piedra grabada.
Uno de esos días Aria grabó en una piedra la frase «te quiero» en mil idiomas distintos con un cuchillo forjado a fuego que Ava le había dado.
Cuando Ava la encontró al día siguiente en aquel hueco y leyó la carta su corazón se derritió, la cascada ya no era lo más hermoso: «Siempre hay mil formas de decir «te quiero» y tú mereces conocerlas todas. — Aria.»
Ava estaba cansada de no poder estar a solas con Aria.
De no poder tocarla.
De no poder sentir como sus corazones funcionaban a un mismo latir.
Un día, mientras Aria estaba en el bosque, Ava decidió bajar.
No le importaba no poder volver al Olimpo, no le importaba ser humana y sentir dolor o enfermar, ni siquiera le importaba morir. Nada importaba si Aria estaba junto a ella.
— ¿Qué haces aquí? No puedes bajar a la Tierra, eres mi contacto con el Olimpo. — dijo Aria sorprendida y algo molesta.
— No quiero volver al Olimpo. No puedo volver a un lugar donde no podemos ser lo que realmente sentimos.
— ¿Y qué piensas hacer? ¿Quedarte aquí y exponerte de verdad a todos los peligros? No tenemos comida ni refugio, no tenemos poder Ava.
Ava se acercó al agujero de la catarata y cogió la piedra y las cartas.
— Quiero que esto sea real. Quiero poder contarte todo lo que te he escrito, que oigas las historias con mi voz. Quiero poder decir «te quiero» en mil idiomas distintos y aún así no ser suficientes para expresar lo que siento por ti. Quiero abrazarte y que nuestros corazones se vuelvan a tocar. No me importa exponerme o correr peligros, no me importa morir si estoy contigo.
El pulso de Aria estaba acelerado, la cabeza le daba vueltas. Sus mejillas ardientes y más sonrojadas que nunca, mordiéndose el labio inferior.
Lo que había dentro de ella había florecido más de lo que cualquiera podría imaginar, ya no eran suficiente aquellas cartas ni aquellos viajes. Necesitaban más.
Sin pensarlo, con lágrimas de emoción en los ojos, y el sentimiento tan vulnerable de llorar por primera vez se acercó a Ava y la besó.
Acercó su rostro al suyo lo máximo posible, sin importar si el aire se acababa. No quería soltarla nunca.
— Te quiero. — dijo Aria, dedicándole una sonrisa llena de paz.
De pronto el rostro de Aria se volvió inmóvil, su boca dibujó una fina línea, sus ojos denotaban inexpresividad.
Se apartó poco a poco de donde se encontraba Ava y cayó al suelo, desmayada, atravesada por una flecha.
— ¡No! ¡Aria! — gritó Ava. Fue le grito más desgarrador que el mundo jamás había escuchado.
Se agachó en el suelo y abrazó el cuerpo de Ava, empapando sus manos y cuerpo con su sangre.
— Lo siento, mi amor. Tenía que hacerlo.
Su visión era borrosa, estaba mareada y débil. El dolor apenas la dejaba respirar.
Pero aún así, con esa capa de lágrimas borrosa en los ojos, pudo diferenciar la figura de una mujer alta y delgada. Fuerte con una gran melena castaña: su madre.
— ¡¿Por qué lo ha hecho?!
— ¿Creíais que no sabía lo que estabais haciendo? ¿Que no os iba a encontrar? No podía permitirlo, no era algo natural.
— ¿Natural? ¿¡Por qué no era algo natural, por ser la hija de su mayor enemigo?! ¿Acaso he ofendido a alguien? ¿Acaso he dañado a alguien? No creo que haya hecho tanto daño como lo ha hecho usted.
— No digas eso Ava.
— ¿El qué? ¿La verdad? Se ha cobrado vidas inocentes, ha matado a gente. Le ha dado poder, estrategias y claves a personas que creen que dominar hasta el último rincón del universo y estar rodeado de riquezas es tener el cielo y no es así. Ha dotado de un poder más grande que usted a personas con el corazón vacío, a gente que está rota por dentro. Ha iniciado guerras absurdas y todo ¿a cambio de qué? ¿De un mísero sacrificio? Ella era mi cielo y me lo habéis arrebatado. — dijo Ava, llena de ira.
— Ceo me pidió que lo hiciese, no podíamos permitir una unión así.
— ¿Qué? ¿Por qué siempre tenemos que sufrir las consecuencias de vuestras batallas?
Ava se secó las lágrimas y respiró hondo. No entendía como el mundo no se había acabado aún.
— No sé por qué Ceo es tu peor enemigo. Sois iguales. Igual de crueles y despiadados, igual de interesados por lo material. Estáis vacíos.
— ¡No me hables así!
— No mereces mi respeto, ya no. No voy a volver al Olimpo.
— Debes volver.
— No, no pienso obedecer esta vez. No pienso abandonarla.
Y tan rápido como pudo sacó un cuchillo de una funda atada al cinturón de su falda y se lo clavó en el pecho.
Su cuerpo cayó, con el puñal clavado, junto al cuerpo de Aria y su sangre comenzó a mezclarse volviéndose más brillante y rojiza.
Murieron siendo humanas y sus almas subieron al Olimpo.
Cuando Afrodita las recibió la pena se apoderó de ella, le dolía saber que tenía en su poder dos almas con un amor tan puro e inocente en su interior.
Afrodita quería cumplir su promesa, quería que estuviesen unidas para toda la eternidad. Un amor así no podía ser desperdiciado.
Pidió ayuda a Artemisa, diosa de la naturaleza, para transformar las almas de Aria y Ava en un árbol.
Un árbol grande, fuerte y hermoso; un árbol cuyas raíces estuviesen unidas, cuyo alimento fuese el mismo para ambas.
Un árbol donde el corazón podía bailar a un mismo latir.
Aquel árbol creció allí donde su sangre se derramó. Sus troncos tenían forma de corazón y de sus ramas nacían hojas pardas, perennes.
Allí se encontraba el símbolo de un amor imposible, en uno de los lugares más preciosos del mundo, dónde nadie más que la soledad y la naturaleza podían disfrutar de su belleza.
Y junto al árbol, inmóvil e intacta yacía la piedra grabada con mil «te quieros» escritos en distintos en idiomas.
Porque siempre hay mil formas de decir «te quiero» y ellas se merecían conocerlas todas.


LUISA VÁZQUEZ

¿Qué te crees, que cuando abandonas mi cama en la madrugada y vuelves con ella me vas a olvidar?
¡Desengáñate! Mi olor se queda pegado a tu piel. Mis besos dejan una huella en tu boca que nada puede borrar. Mis caricias no desaparecen con el agua de la ducha.
Ella no te va a redimir, tu papel de buen padre y buen marido no te va a curar. Soy el virus que se metió en tu sangre y te ha hecho enfermar para siempre.
Me ocultas, como una enfermedad venérea, crónica y vergonzosa. Te sientes sucio y traidor pero cada día vuelves a mis brazos, porque soy tu adicción. Tu vicio inconfesable.
Soy la atracción que todo hombre, pobre de espíritu como tú, no puede ignorar. Porque te doy la belleza del peligro, el gusto de lo escondido, la emoción de lo secreto.
Soy ese nombre que murmuras en voz baja, esa cara que ves, ese cuerpo que acaricias en tu mente cuando haces el amor con ella.
Soy, lo prohibido.


PEZ DE PECERA

Cuando lo prohibido se hace por venganza.

CREÉME SI TE DIGO QUE HE CAMBIADO.

No puedo negar que la puerta de cristal en el bar, como estrategia comercial, es una buena idea. El cliente puede ver el interior, sentirse invitado y nosotros, a su vez, podemos vigilar las mesas de la terraza. Pero para mantener la temperatura del local climatizado, o lo que es lo mismo, para no escuchar los gritos de Carlos desde el ventanuco de la cocina, a parte de tener cierto espesor, en agosto, la puerta debe permanecer siempre cerrada. Eso traducido a todas las veces que la abro y cierro al día resulta un auténtico coñazo.

Detrás de la barra del bar, limpiaba las tazas de café que se habían acumulado a lo largo de la mañana. Absorta en mis pensamientos rascaba el azúcar pegado en el fondo de una de ellas cuando Marta abrió la puerta de cristal y esa risa se coló junto al calor de la calle. El efecto, en mi, fue inmediato. Se me erizó la piel, por un momento, me quedé paralizada y una voz resonó con fuerza en mi cabeza: «LUCÍA MEONA.»

─ Luci, mesa cuatro ─ dijo Carlos mientras colocaba un plato de croquetas encima de la barra del ventanuco y limpiaba su borde con un trapo.

Incapaz de escuchar, levanté la mirada con cautela en dirección al origen de esa risa. Efectivamente era ella, María. Estaba sentada en la única mesa ocupada de la terraza junto a dos amigas. Detrás de la protección que me ofrecía el cristal la observaba hablar. Gesticulaba con sus manos de dedos largos y manicura perfecta mientras su pelo rubio, rizado, ahora cubierto por mechas dispersas para intentar disimular las canas, se movía al compás de sus palabras.

─ Luci, la cuatro ─ insitió Carlos, nervioso. Agosto y los nervios de Carlos son algo inherente. El Ben´s es un bar modesto, sin pretensiones, situado en una zona estratégica de oficinas que subsiste gracias a los menús del mediodía. Y agosto es un mes de vacaciones.

─ Voy, voy ─ contesté y me activé para marchar la comanda sin dejar de dar vueltas a mis pensamientos.

No sabía muy bien como gestionar la situación. Había pasado mucho tiempo, pero yo, en esos momentos me sentía una niña. La misma que intentaba por todos sus medios recuperar su mochila mientras María la sostenía en alto y moviendo sus rizos, decía con sorna: ¿Qué pasa Lucía? ¿No puedes? La que recordaba perfectamente como el miedo, tras los primeros empujones, le traicionó provocando un calor húmedo que recorría sus piernas, se metía en su calcetín y poco a poco desbordaba su zapato. La que humillada, volvió a casa con el chasquido peculiar de ese zapato encharcado.

─ Dos colas Zero y un agua para la terraza ─ me pidió Marta visiblemente acalorada.

Debía hacer algo pero no sabía muy bien que. En un arrebato de coraje o como resultado de un cúmulo de rabia infantil. Me sorprendí a mi misma diciendo:

─ Marta, ¿Quieres que te cambie terraza?

─ Ah, sí, gracias cariño. Necesito beber algo, me estoy deshidratando. ─ contestó y dejó la nota del pedido en el ventanuco.

Preparé las bebidas, me hice una cola de caballo retirando el pelo de delante de mi cara y con un movimiento de cadera, decidido, abrí la puerta de cristal y salí a la terraza.

María estaba enfrascada en la conversación de la cual era protagonista y tardó unos minutos en alzar la vista para darme las gracias por su bebida. Su cara cambió, perdió el hilo de la conversación. Y yo disfruté con el hecho.

─ ¿Quién tomará gazpacho? ─ dije casi con una sonrisa en la cara.

─ Nosotras tomaremos el gazpacho y las croquetas, y ella tomará el sándwich ─ contestó una de las acompañantes.

Puse los cubiertos apropiados para cada plato con movimientos lentos, deleitándome. Y con una sensación de triunfo entré de nuevo en el bar.

Carlos preparaba los platos cuando el piloto rojo de la freidora se encendió de nuevo. Una humareda oscura empezó a reptar en el ambiente. Era una escena familiar en las últimas semanas.

─ ¡Joder, Marta! Que te digo yo que ya no se fabrica como antes. Que es la mierda esta que ahora les ponen a las cosas para que se rompan cuando pasa la garantía. ¿Cuántos años tiene? ¿dos? La otra nos duró más de diez años. Si es que manda huevos, manda huevos…

Marta, paciente, asentía en silencio para apoyar a su marido mientras cogía una sartén y la llenaba de aceite en espera de hacer las patatas al modo tradicional.

Yo les observaba detrás de la barra, siempre me ha gustado observarles, donde el sándwich destinado a María estaba esperando su ración de patatas. El bacon que sobresalía del pan y exudaba grasa me llamó la atención. Sin pensarlo dos veces abrí el pan y en un movimiento rápido saqué el bacon y me lo metí en el bolsillo de mi delantal.

─ Voy un momento a atrás ─ dije, frase que utilizamos en el bar para indicar que uno va al baño.

─ Vale querida ─ contesto Marta sin mirarme a la cara.

Cerré la puerta tras de mi y miré fijamente el váter. Cogí con fuerza el trozo pegajoso del bolsillo y lo mantuve en mi puño cerrado unos segundos como si quisiera darme la oportunidad de pensarlo. Uno a uno abrí los dedos de mi mano dejando resbalar el pequeño trozo de carne que produjo un leve chapoteo en el agua. Acto seguido, me bajé los pantalones y, entonces, con rabia, ordené a mi cuerpo hacer aquello con lo que me había traicionado en el pasado. «Ves Lucía aquí es dónde mea la gente normal» me dije a mi misma imitando la voz de María. Me quedé unos segundos mirando el trozo de bacon sumergido en el agua ambarina. Reconocía la escena. Metí la mano y lo cogí sin ascos. Lucía la meona estaba acostumbrada a coger sus bienes preciados del váter sin tirar de la cadena por miedo a que este se los tragase. Lo envolví con sumo cuidado en el trapo que colgaba de mi cintura y lo metí de nuevo en el delantal.

Al salir Marta estaba escurriendo el aceite de las patatas y Carlos seguía despotricando. Si en algún momento me sentí culpable, fue por ellos. Eran buenas personas, un matrimonio sin hijos, rozando la cincuentena que invertían todo el amor paternal no canalizado en su pequeño negocio. Si se enterasen, jamás me lo perdonaría.

─ Ale Luci, bonita, mesa siete que llevan un buen rato esperando. ─ dijo Marta mientras colocaba las patatas en el plato.

En la terraza había una mesa auxiliar. Un modo de acceder a las cartas de los menús y cubiertos envueltos en sus servilletas sin tener la necesidad de entrar más veces de las precisas en el bar. Apoyé el plato en la mesa y con un movimiento seguro, con el que quería reflejar naturalidad, saqué el trozo de bacon y lo metí dentro del sándwich mientras vigilaba el interior del bar a través del cristal. Concentrada en mis actos, sus palabras me sobresaltaron.

─ Lucía, lo siento ─ Me giré bruscamente y me encontré con una María, avergonzada, con la cabeza gacha y mirada al suelo. ─ Perdón, siento haberte asustado. Yo… solo creo que te lo debía. Fui una auténtica capulla. Quiero que sepas que soy consciente de lo que te hice y que aun a día de hoy pienso en ello. No espero respuesta, lo entiendo. Pero mereces oirlo. Créeme si te digo que he cambiado. Volvió a su mesa, después de la breve actuación, y se vistió de nuevo con una sonrisa.

Yo tenía el plato agarrado con fuerza en la mano con el trozo de bacon como vendetta. Esa confesión no me lo esperaba. Por segunda vez, dude de mis actos. Ahora todo era fácil, solo debía dejar caer el plato al suelo, simular un accidente y, en un segundo, todo desaparecería. Pero entonces pensé que el perdón está sobrevalorado. Ya que ese perdón solo ofrecía consuelo a María.

Estaba sentada en la barra del bar, con la ración de patatas fritas fallidas. Para Carlos estaban demasiado hechas para servir al cliente. La calma de agosto me permitía contemplar a María que ajena a todo lo sucedido saboreaba con gusto mi venganza. Definitivamente la puerta de cristal era una buena idea


SERVANDO CLEMENS

Amor diabólico

—Deseo escribir los acontecimientos de aquella noche —digo con calma—, pero desamárreme la camisa, por favor.
—De acuerdo, señor Jiménez —responde la doctora—. Si pierde el control, tendremos que sedarlo otra vez.
—Ok.
—¡Quítenle la camisa!
Siento los brazos entumidos, pese a ello, creo que podré transcribir exactamente los sucesos tal cual.

—————————————————————————
Aura me mandó al diablo y justamente hasta con él fui a parar. Estaba deprimido por la ruptura después de ocho años de noviazgo. La muy zorra dijo que yo era un bueno para nada, mantenido, feo y panzón. Ella no era una belleza, ni siquiera simpática, sin embargo, era lo único que tenía en la vida. Nadie más me haría caso, a menos que fuera una fracasada al que yo.

Esa noche bebía una cerveza en el comedor. Arriba de la mesa había una hoja y una pluma, en ese momento fue cuando pensé ofrendarle mi alma a lucifer a cambio de una noche de placer con una hermosura. Redactar la petición llevó media hora y dos cervezas más. Al terminar la carta prendí el fogón de la estufa y quemé la hoja. Después fui a dormir al cuarto, riendo por la estupidez que había hecho.

Estaba fantaseando con Aura, cuando para mi jodida suerte, los alaridos de unos gatos interrumpieron mis ensoñaciones perversas. Asomé la cabeza por la ventana y vi dos felinos fornicar a muerte encima de una barda. Observé una señora atractiva, tocando el timbre.

—¡No piensas abrir la puerta! —dijo la dama.
Tuve que dejarla pasar, era algo extraño, tenía voz de autoridad que no daba pie a refutarla.
—¿Qué quiere? —pregunté.
—Tú me invocaste, gordo.
No lo podía creer, era el diablo, o quizás una pesadilla muy cabrona.
—Déjate de estupideces que tengo otras almas que recolectar. Vamos a tu dormitorio. No tuve más remedio que obedecerla.
Una vez instalados en el cuarto, ella ordenó que me desnudara. Me quité la ropa y solamente quedé en calzones. Con un chasquido de sus dedos, una música erótica surgió de la nada. La mujer que afirmaba ser el mismísimo Satanás, empezó a bailar sensualmente sobre la cama. Traía puesta una gabardina, y al quitársela quedó en ropa interior negra. Su piel era roja como un carbón encendido. Súbitamente, lo que le quedaba de ropa se incendió sobre su cuerpo y las cenizas cayeron sobre mis tobillos.
Ella se encontraba desnuda, perturbando todavía más mi cabeza… y lo digo sin albur. Sus piernas se veían torneadas y sólidas como las de las tipas que corren los cien metros en las olimpiadas. Al darse una vuelta, observé sus nalgas grandes y firmes. Su vientre era plano. Sus pechos eran medianos y redondos como un par de melones.
Era sexy.
—Quítate los calzones, gordo —mandó.
—Como usted diga, ama.
Me despojé de la ropa interior y casi enseguida, ella ya estaba lamiendo mis piernas con su lengua viperina.
—¿Te gusta, gordo?
—Me encanta.
Sin avisar llegó hasta mi pene y comenzó a chupar con tal fuerza que creí que lo iba a arrancar de tajo.
—Espere un segundo —supliqué.
—Querías esto, pervertido… aguántate.

Sentí que estaba apunto de eyacular, cuando para mi suerte dejó de succionar. Gateó lentamente como una pantera hasta poner su entrepierna sobre mi regazo. Creí que me iba calcinar las pelotas. Agarró mi pene con fuerza y lo introdujo en su vagina. Su interior parecía un volcán a punto de hacer erupción. Ella empezó a cabalgar sobre mí como una yegua salvaje. Arriba, abajo, arriba, abajo. Entrar, salir, entrar, salir repetidamente y sin descanso. Así estuvimos por horas. Parecía que no iba a acabar nunca, era algo retorcido e inverosímil durar tanto tiempo cogiendo. Su órgano encendido al rojo vivo como un hierro no me soltaba.
Cerca de la madrugada eyaculé y sentí un millón de orgasmos reunidos en un solo segundo, parecía que se me había vaciado la vida. La cama y el suelo estaban llenos de fluidos tanto de ella como de los míos. Intenté ponerme de pie y no lo conseguí. Las piernas no respondían a las señales del cerebro. Ella se incorporó de un salto y ya estaba vestida con un vestido blanco que contrastaba con su piel de diabla.
—¿Nos volveremos a ver, hermosura? —pregunté.
—Ni lo sueñes, gordinflón asqueroso.
—Fue genial lo nuestro —gimoteé.
—Era para cumplir mi parte del trato.
Ella se enfiló a la puerta y antes de largarse, susurró sin dirigirme la mirada:
— Recuerda… tu alma me pertenece desde hoy.
—De acuerdo —respondí.
Duré varias horas masajeando mis piernas tratando de que la sangre fluyera. Por fin pude incorporarme, y en ese preciso momento escuché que aporreaban la puerta. Pensé que era ella. Me enrollé en una toalla y salí a echar un vistazo por la ventana. Afuera estaban dos gorilas enormes, quienes después de tumbar la puerta a patadas me amarraron y me subieron a una ambulancia.

———————————————————————
Mi historia fue real, su leen mis notas, le ruego que pidan lo que más ansíen al príncipe de las tinieblas, y verán que sus sueños más pervertidos se harán realidad… vale la pena.

—Tome el cuaderno, señora.
— ¿Aún cree que fue cierto, señor Jiménez? —pregunta ella.
—Fue verdad… ¿ya no se acuerda, ama?
—Vete al diablo, gordo lujurioso.


PEPINO MARINO ERRANTE

Durante los albores de la tempestad todo era caos. El mundo todavía no había sido creado. Aire, tierra, agua y fuego formaban una densa masa compacta llamada éter.

En un abrir y cerrar de ojos apareció un escritor gilipollas dentro del grupo. En otro abrir y cerrar de ojos apareció una escritora gilipollas dentro del mismo grupo. Ambos unieron sus plumas para mojar tinta líquida y engendrar ríos de comentarios típicos de chupapollas y lamecoños, elevando sus egos al mismísimo pedestal celeste desde donde el resto de escritores, conocidos como «la raza de los miérder», quedaba bajo sus cuerpos volátiles y omnipresentes. Ése fue el origen de todo lo que existe. Surcaban el hiper espacio literario universal cuando no estaban en el supermercado comprando letras enlatadas a escondidas.

Por aquellos tiempos un texto anónimo llegó al grupo, dejado caer desde el pico de una cigüeña. Lectura del Santo Evangelio según San Pablo. Hermanos, no temáis: estoy aquí para ayudaros. Pues vosotros sois los escritores miérders, hijos de mi padre y hermanos de mi bolígrafo. Heme aquí para anunciar al escritos vulgar que quien ensucia el papel donde escribe con sus defectos, será rescatado por su propia alma, por el fulgor de su corazón, por la benevolencia del más común de los mortales. «Vulgaris est quid ego non jactatum».

Impactados por el mensaje epistolar, la comunidad miérder fundó un templo en Bulgaria, miró hacia arriba y prohibió a los flipánders volver a publicar y comentar en el grupo de escritura creativa cuatro hojas.

«Conviértete y cree en el diccionario».


JOSÉ MANUEL PORRAS

Infancia prohibida

Querido diario

Mientras limpio la lágrima que recorre mi ojo derecho para que no cale el papel de esta hoja, me despido. No aguanto más: no soy feliz, no soy dueño de mi vida. Sé que probablemente pienses que es pronto, pero te puedo asegurar que el dolor que recorre mi interior es insoportable, insostenible. Se me ha negado vivir; se me ha prohibido disfrutar.

Siento que mi vida no me pertenece. Siento que el paso del tiempo es una terrible carga que me atenaza y me magulla con cada uno de sus segundos. Y mientras tanto, intento simular que estoy bien, que soy un niño feliz. Pero no te equivoques, las apariencias engañan y yo ya me he convertido en un experto.

Llorar para mí se ha convertido en algo tan habitual que ya no le presto ni atención, vagar por la vida sin ningún propósito se ha convertido en mi modus operandi, pensar en lo innombrable se ha convertido en el único camino que contempla mi pequeña mente de librarse de esta asfixiante vitalidad.

Pero supongo que querrás conocer los motivos. De nada sirve que te abra mi corazón si no hay una justificación válida que la ampare. Eres frío, pero te comprendo. Los sentimientos y las emociones no pueden ser comprendidas, por eso son irracionales. Por eso ahora pasaré a relatarte los que más afligen a mi torturado corazón.

Desde que nací, la indiferencia se ha convertido en una constante en mi vida. Sí, a ojos de los demás, soy transparente o, al menos, eso parezco. Cada vez que abro la boca, mis palabras no son escuchadas, mi voz desaparece, mi punto de vista se hace invisible. Bajo la constante muletilla de que no sé lo que hago, los mayores me silencian. Bajo esa premisa, mis palabras son indiferentes a oídos de los demás. Sólo ellos saben lo que hacen. Sólo ellos pueden decidir lo que está bien o mal para mí. Al fin y al cabo, yo solo soy un estúpido niño que no merece ser escuchado, ni tenido en cuenta. Así ha sido hasta hoy, pero el fin de todo esto está cerca.

En todo este periodo de tiempo los libros y mis escritos han sido mis únicos compañeros de fatiga, mis únicos aliados ante la cruda soledad que asolaba mis adentros. Sin tiempo para hacer amigos ni relacionarme con nadie, ellos han sido los vehículos que he necesitado para poder expresarme, para poder evadirme de este tormento que me azota, para poder hacer el intento de vivir. Pero he de reconocer que es una válvula de escape insuficiente: no se puede sustituir una vida por esto. Y menos, cuando el tiempo para ello es prácticamente un suspiro. Siento que me han robado la vida y creo que, si no puedo vivir libremente, al menos, moriré como me plazca. Creo que es lo único que puedo controlar en estos momentos.

Es lo único que puedo controlar porque mi día a día está dominado por una larga lista de tareas que van más allá de las meramente académicas: inglés para mejorar mis posibilidades profesionales en el futuro, música y pintura para desarrollar mi talento creativo y kárate para mejorar mi condición física y aprender a defenderme. Y, de esa manera, mi tiempo para el esparcimiento personal es casi nulo, inyectándome estrés más allá de lo puramente obligatorio, haciendo que mi vida sea sólo una sucesión de tareas a acometer. Y yo, sin parar, me pregunto: ¿Por qué no puedo vivir?

Sí, vivir. A mis diez años, el estrés ya es una parte inseparable de mi sistema nervioso. Fluye irremediablemente, me golpea. Con tanta fuerza lo hace que a veces me deja inconsciente, con tanta frecuencia aparece que no puedo recordar mi vida sin que los ataques de ansiedad presionen mi pecho. Pero aun así me levantaba, lo intentaba, seguía…pensando que todo se solucionaría, que sólo sería una mala racha…hasta hoy. Hoy he comprendido que, si el fin no llega, debes ponerlo tú mismo. Si mi vida va a girar en torno a cumplir lo establecido y a asumir órdenes innecesarias de mis padres, lo mejor es que elimine de raíz el sufrimiento. Se supone que ellos lo hacen todo para mejorar mi futuro, pero ¿y mi presente?

¿Dónde está mi presente? ¿Por qué no puedo jugar? ¿Por qué no puedo ser escuchado? ¿Por qué tener tiempo libre es tan malo? Demasiadas preguntas sin respuesta. Al tiempo que me las hago, me doy cuenta de que ya es demasiado tarde, probablemente ya he perdido el juicio. Al tiempo que reflexiono, sé que hay muchos niños que lo aguantan, sé que hay más casos como el mío, sé que hay más almas cómplices que han sucumbido a las oscuras artes de la desesperación. Lo sé porque el rostro es el espejo del alma y yo, cada vez que los veo, me identifico: su alma está tan putrefacta, tan hedionda, tan marchita como la mía.

Y entonces, ¿por qué? Papá, ¿por qué consientes que yo sea sometido a este ritmo imparable? Mamá, ¿por qué no impides que esta espiral decadente siga girando? Puede que sea porque ellos también han sido víctimas de él. Puede que, bajo la consigna del futuro mejor”, todo sea sacrificable por enésima vez. Yo no lo entenderé nunca.

No entiendo por qué se ha de sacrificar la infancia, no entiendo por qué no puedo ser yo como uno de esos niños que salen por la tele tan felices, no entiendo por qué disfrutar es algo que debe siempre de posponerse. Siento que mi infancia ha sido prohibida, anulada, aniquilada. Y con esta mella en mi alma, que ya nunca podré llenar, me despido, no sin antes dejar una nota a mis padres:

Sé que nunca me escucháis y que siempre estáis ocupados con vuestros asuntos, pero, por favor, escuchadme, aunque sea por una vez. Sólo os quiero decir una cosa: despertad. Despertad de todas aquellas imposiciones sociales que no sirven para nada, despertad del ritmo incesante de la sociedad y relajaos cuando podáis y, sobre todo, despertad del tormento que os provoca constantemente la incertidumbre futura. Por favor, prestadme atención porque no os lo podré volver a repetir, cuando hayáis leído la página de este diario estaré muerto.

Desconsoladamente
Manu


CAMILO DELGADO

Te vi. Detenida en el tiempo, invocando penumbras que te acompañan desde lejos. Te vi sola. Con sonrisas malgastadas dirigidas a tu atención: brillantes por su falta de sapiencia, oscurecidas por tus modos tan ajenos; orgullosas por sus lazos seductores y aplacadas por tus látigos destructores. Que ilusos, parecen no entender. Parecen no entender que es al caos al que le abres la puerta: Perros extraviados, rosas ennegrecidas, bosques que solo aparecen de noche; matrimonios a medias, luces rojas en un cuarto oscuro y la penumbra que se forma detrás de las farolas. Y sobre todo, esos ojos. Nada más contradictorio. Nada menos simple. y ni siquiera te importa.

2:40 am. Cada vez son más las botellas vacías que me acompañan. Y frente a mi, vos. Inalcanzable. Intocable. No. Inalcanzada y jamás tocada. Mueves un poco tus caderas al ritmo de ese blues y bailas a destiempo con tus dedos en la mesa mientras tu mirada habla. Mientras tu alma llora. Mientras toda tu esencia inaugura el muro donde cientos de miles de bárbaros perderán su vida. Donde yo perderé la mía. Es que se impactan contra mí los proyectiles de tu soledad y esas balas perdidas que lanzas al azar golpean mi pecho y me dejan… herido de muerte. Jodido de por vida. Adicto por siempre a tu destrucción. Y ni siquiera me miras.

Se abre la puerta y entra un tipo. Lo miras. Por un segundo los tambores en tus dedos se detienen. Los míos también. Sus pasos no revelan nada. Como si llegara a este bar de otra época a la espera de encontrar algo… de encontrarte, de buscarte… de… besarte. Suenan la risas de unos distraídos y tu atención se dispersa; tu dedos vuelven a su danza y el tipo ya no te importa. Yo vuelvo a nacer. El tipo muere. El baile de tus dedos con los míos encuentran su ritmo otra vez. Y ni siquiera lo notas.

La cerveza ya no me embriaga, la música apenas si se escucha. Las risas ajenas a esta escena se hacen sonido de ambiente. Lo único que me importa es el blues de tus dedos, el cavar sincopado de tus caderas y ese túnel al vacío que rodea tu mesa. Que te rodea a vos. Que me rodea a mi. Cuento los pasos, las respiraciones y hasta los latidos; analizo la velocidad que debe tener el “hola” qué te grite cuando me pare frente a vos. Me duele cuerpo. Me duele el alma; me duele pues sé que no será fácil captar tu atención. Incluso si lo lograse estaría atando mis brazos a esa caída en picada de tu extraña cordura. De mi extraña preferencia. De tu extraña esencia. De tu rara belleza. Y ni siquiera lo intentas.

El salto de fe, del que tanto hablan, no es más que un brinco. Saltar de esta mesa y condenarme a tu respuesta es el verdadero riesgo. Y sin embargo, no me importa. Me levanto, me arreglo la camisa ya arrugada por la silla y me dirijo a tu mesa. Un “no” sería lava hirviendo quemando mi fortaleza. Un “sí” serían millones de flechas clavadas a mi tranquilidad. Un “hola” sería la promesa de una muerte anunciada. El cimiento de una casa torcida, la colilla del cigarro que causa el incendio en el bosque, el dominó que lo tumba el viento. Un “hola” sería dejar al azar la decisión de escoger mi condena: muerte por ahorcamiento o la silla eléctrica. Y ni siquiera te afecta. Y sin embargo…

Hola.


JONAY GIRA SOLI

Mi nombre es Elena. Nací en una isla llamada Gomera. Recuerdo el aroma que tiene su mar y me embriaga. No estoy segura de si sabes que allí nunca pasa el tiempo. Todo seguirá igual cuando muera. ¡Eso ya no me gusta tanto!. Adoro su mar y sus escarpados montes. Me fascinan sus cumbres, el guarapo, y el olor de sus dulces. ¿Alguna vez has probado los dulces gomeros?, no sabría explicarte cuál es la magia que tienen.

Añoro a mi tierra, aunque mucho más a mi madre. Recuerdo las medias de seda tendidas en la liña de nuestra azotea. Me encantaba ponérmelas y perderme en lo alto de la casa. A veces la bruma era tan espesa que mamá no lograba verme. Ella gritaba mi nombre desde el zaguán y escurrida como un pato con las medias de mi madre, me decía que cuidara de que papá no me viera. Decía que las niñas no podían llevar la ropa de sus madres, que para todo habría una edad adecuada y que el día menos esperado ella sería la primera que me brindaría un par.

Cuando cumplí los quince años perdí el sentido. Empezaron las miradas y los juegos entre mi vecino y yo. Él se llamaba Diego, ¡era un chico tan guapo!, que a menudo pensaba que estaba hecho con el mismo ingrediente mágico del dulce gomero. Como no lo has probado no llegarás a entenderme, aunque poco importa si eres un gato.

Por cierto, ¡qué feliz eres!. Duermes, comes y te escapas para poder verme. Ni una sola preocupación. ¡Yo estoy cansada gato! Me gustaría dejar la calle, también salir de este país y viajar a París. Allí dicen que todas son libres y pueden escapar de la noche.

¿Puedo llamarte Diego?, si deseas otro nombre sólo tienes que pedirlo. Los nombres son sólo palabras vacías hasta que absorben la personalidad de su dueño. Luego es imposible imaginarte con otro que no sea el tuyo. Por ello elegí otro, porque nunca sentí que me perteneciera otro nombre que no fuera Elena.

¡Siento que si te gusta!. Veo como te frotas contra mis piernas. ¿Sabes qué Diego? debo confesarte que amo a mis medias, aunque sean sintéticas, al menos soy también libre para poder ponérmelas.

¡Vaya! Ya amanece Diego, ve a casa. Yo espero volverte a ver, tal vez nos crucemos en París a plena luz del sol pero por ahora tengo que desvelar a Mario.


LUCIDECES ROMUALDO RAMÍREZ

PROHIBIDO SER MUJER

Parece mentira
pero es verdad,
parece increíble
pero es cierto.

En pleno siglo XXI
hombres
con traje y corbata
o con túnica
y turbante
siguen dictando
lo que sí
o no pueden hacer
las mujeres
con su vida
y con sus cuerpos.

Prohibido
abortar,
bailar,
cantar,
dirigir,
escribir,
follar,
ganar,
hablar,
iniciar,
jugar,
kilometrar,
leer,
mejorar,
nacer,
ñequear,
opinar,
parir,
quebrantar,
recorrer,
sonreír,
tomar,
ultrajar,
votar,
wikificar,
xerografiar,
yacer,
zanjar.

Yo soy
muy fan de Eva,
la primera mujer
que hizo lo que quiso,
aunque nos costará
perder la vida eterna.

Yo estoy
con todas las niñas
a las que mutilan
sus clítoris
por las putas creencias.

Y con las maltratadas,
y las oprimidas,
y las esclavizadas
y las violadas
y las asesinadas,
aunque los hombres
con traje y corbata
o con túnica
y turbante
no hagan nada
para protegerlas
ni defenderlas.

Parece mentira
pero es verdad,
parece increíble
pero es cierto.

En este mundo
si eres mujer,
es mucho más fácil
que se convierta
en un infierno.


 

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11 comentarios en «Lo prohibido – Miniconcurso de relatos»

  1. Me encantan todos, tienen mucho talento, pero mi voto es para Domingo Machado Barco. Desde que lo leí en el muro del grupo me encantó. ¡Felicidades a él y a todos los escritores!

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