Voyeurismo

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir con el tema “voyeurismo”. Este ha sido el relato ganador:

DAVID GUTIÉRREZ DÍAZ

Tal polvo está echando el barrio entero, que aquí estoy yo, en la azotea, echándome un cigarrito a la salud de todes, ahora que tenemos tan claro que fumar es malo, pero es tradición, vosotres folláis por mi, yo fumo porque si, porque los rojos somos así, disfrutamos del mosaico de luces blancas y sombras chinescas, bombillas rojas, azules verdes, moradas e incluso algún neón, gritos, gemidos libres o sordos, mordiscos a la almohada, sábanas maltrechas, miradas al móvil y humo, mientras tanto yo hago humo, comparto vuestro placer y vuestro aburrimiento.

¿Será más placentera una mamada con barba? ¿Se notará? Me parece divertido pensar que si mientras te como el coño, pero mira, a las vecinas del segundo B, portal de enfrente, parece no importarles un carajo, eso es un sesenta y nueve y lo demás tontería, respira, coño, respira, que estoy tela de a gusto con mi cigarro y la brisa nocturna, no quiero dramas de urgencias ahora, tomad nota de los del tercero, martillo neumático por un minuto, paradita para respirar y a seguir, mientras el otro alterna blasfemias con rezos a una virgen que, no sé que gilipollas se pudo inventar que les iba a mirar con desprecio, con lo felices que se les ve, si existe el paraíso, nadie está ahora mismo más cerca que ellos dos, ni siquiera las del segundo B y su buceo a pulmón. ¿Lo ves? Ya te dije – te pensé – que tenías que respirar de cuando en cuando, ahí estás, espatarrada con la cara en un tono entre rojo y morado, pero eso si, sonriente como tu sola, japuta, no veas la envidia que me das, esta calada va por ti, que te lo mereces, boca – pulmón, que hay que saborear las cosas buenas.

La cámara de seguridad baila como puede con un conjunto de lencería frente a un chaval que tiene pinta de universitario, quién la mira extasiado. Creo que me suena del gimnasio, tira como una mala bestia, el cabrón. ¿Y los maniquíes que siempre nos ponen celosos? No merecen mucha mención, cariño, la verdad, sé que no te gusta que fume, pero déjame que de una calada larga y te cuento, ya, son aburridos a más no poder, mucho brazo como pierna de elefante, mucho vientre plano y nalgas de acero, pero tanto él como ella se mueven como si tuvieran osteoporosis, de vez en cuando él intenta ponerse a lo actor porno, con mano en su culo incluida, pero sinceramente, son diez segundos en los que parece que le está dando un ataque epiléptico, Magikarp usó salpicadura, no tiene efecto. No es lo que cuentan en los perfiles de Instagram, pero bueno, si es su película y les gusta ¿Quién soy yo para juzgar? Al fin y al cabo, entre lo que te esperé hasta que volviste y lo que me quieres esperar tú hasta que vaya, mi vida, es probable hasta que olvide como se enebra la aguja y eso es como atarse los cordones de los zapatos, a ciertas edades da bastante vergüenza aprender.
Pero no importa, la vergüenza y la espera merecen la pena ¿Sabes? Los rojos somos así, incluso en los tiempos de Trump, empezamos nosotros, ventana abierta antes, durante y con el cigarrito de después y ahora, mientras el humo inunda mis pulmones y les miro a ellos, me devuelven lo más importante y que más añoro, el recuerdo de tu piel. Mientras el barrio folla y yo, muerto de envidia, me echo un cigarro, nos veo en sus pieles, y eso me pone a mil.

Hasta la próxima vida, mi amor, nos veremos pronto.

*Todos los relatos son originales y no han pasado procesos de corrección.

LA XICUELA DE CORRIOL

Desde mi balcón se divisan pocos lugares interesantes, aunque está en el centro del pueblo. La vista más interesante es la de uno de los tres cajeros de uno de los bancos más importantes. Es muy interesante ver qué tipo de persona y a qué horario se visita al susodicho cajero. Una vez, hasta vi un atraco que salió mal. Fueron tan torpes que lo hicieron en pleno día y pasando una patrulla de municipales. Aunque es un punto interesante para observar, acabas cansándote de tanto ir y venir del personal, porque desde luego, no le falta clientela.


NANE NINONÁ

Caminaba en la noche. Los paseos nocturnos eran su placer secreto desde adolescente. Se escabullía mientras todos dormían y caminaba entre las casas, zigzagueando, hasta llegar al parque. Se sentaba, fumaba un canuto y volvía de nuevo dando largos y serpenteantes rodeos, alargando sus escapadas cuanto podía.
Con los años, esos paseos se convirtieron en una liturgia primero, una necesidad para mantenerse cuerdo después. Era su huida hacia delante… aunque después siempre regresaba.
Le gustaba especialmente el trayecto atravesando la zona residencial. Miraba hacia el interior de las casas, vislumbrando vidas ajenas entre los visillos. No se detenía a observar, simplemente era una furtiva mirada pasajera para retener instantes. Detenerse se le antojaba casi un sacrilegio, algo que le tentaba, pero contra lo que luchaba cada vez. Y se vanagloriaba internamente por vencer. A veces desearía llevar una cámara consigo, pero prefería mantenerse así, como un cazador fugaz, sin poder conservar trofeos para no tentar a la suerte.
Por lo general, nunca veía nada del otro mundo: seres solitarios e insomnes leyendo, viendo la tele, fumando, algún que otro momento de frenesí de alguna pareja aún hambrienta… reuniones de amigos, estudiantes o alguien trabajando ante una pantalla…
Cambiaba a diario sus itinerarios. Jamás se detenía, pero esa noche de luna todo fue distinto. Un cuerpo medio desnudo apenas iluminado por los destellos de un televisor, una cortina que jamás estaba abierta olvidada así casi providencialmente, unas piernas entreabiertas, una mano experta. No sabría decir si fueron minutos u horas lo que transcurrieron hasta que, finalmente, ella suspiró un gemido más largo y cadente que los anteriores. Después se quedó mirándola allí tumbada y quieta, ausente, casi petrificada… Sabía que no debía quedarse allí, como un depredador al acecho, pero no se movió. Tampoco lo hizo ella, que solo después de un largo rato ladeó la cabeza hacia la ventana y le miró.
¿Le estaba mirando? Por supuesto, estaba prácticamente pegado al pequeño muro que cerraba la parte trasera del jardín, a escasos 3 metros de la ventana, iluminado en plata por la luna… ¿cuándo se había acercado tanto? Al volver en sí se dio cuenta de que le vibraba el bolsillo y un leve zumbido atravesaba el silencio de aquella noche. Mierda. Así que ése había sido el elemento delator… Ninguno de los dos hizo nada, solo se mantuvieron la mirada, azorados, con el corazón y sus sexos palpitantes, taquicárdicos por la excitación y la vergüenza, la adrenalina de saberse sorprendidos en sendos quehaceres secretos, con las mejillas ardiendo de rubor al reconocerse… porque se reconocieron, claro. Se habían visto multitud de veces, últimamente siempre absorbidos por las prisas y los malabarismos de la vida moderna, como decía el viejo que regentaba la panadería de la esquina.
De nuevo el zumbido de la vibración de su móvil… retrocedió unos pasos, se dio la vuelta y echó a correr, como si eso pudiera alejarlo de aquel momento, de aquella ventana o de ella.

No pudo pensar en otra cosa en todo el día. Al caer la noche, como cada noche desde que tenía uso de razón, se levantó a hurtadillas, se puso una sudadera y salió a la calle. Esa vez no hubo caminar errante, fue directo al parque por el camino más corto. Sentía un nudo en el estómago y una presión en el pecho que no aflojaba por más hondo que inhalase el humo de aquel porro mal hecho. Estaba decidido a volver a casa. Su liturgia había muerto, había traspasado cada una de sus líneas y lo había estropeado todo….

Pero ahí estaba. De nuevo. Ante aquella ventana… de nuevo la cortina abierta. De nuevo los destellos catódicos iluminando la estancia. Ella sentada, mirándole. Se levantó y se acercó a la ventana. Se quedó un rato sin hacer nada, observando a través del cristal. “Vete”, se dijo él, pero ninguno de todos sus músculos respondió. La ventana se abrió. Él abrió la boca para tratar de decir algo, ella negó con la cabeza y, dando media vuelta volvió al sofá.
Sin dejar de mirarse instauraron una nueva y mutua liturgia, rutinaria y metódica, secreta y prohibida. El tándem perfecto de quien mira y se deja mirar, sin otra sola interacción complementaria. Ni falta que hacía.
“Juntóse con topóse”, que decía el viejo de la esquina… El viejo al que siempre, en los buenos años de sus infancias y también después de las broncas y rupturas familiares, ambos llamaban “abuelo”.


GERARDO BOLAÑOS

Presa de una actitud cotidiana, tenía sexo dos veces por semana con ese hombre que ya no la exitaba, ya no había misterio, la pasión ya no la acompañaba en su cama las golondrinas habían huido por la ventana, tan llena de todo se sentía vacia y cansada, tan cansada como si despertar en las mañanas fuera una grosería.
Solo se llenaba de vida, al presenciar la algarabía de los 20 años de su hija Lucía, a la que amaba como si nada más importará.
Pero había algo que la incomodaba y que guardaba en secreto como si fuera su sentencia, por las noches esperaba con una mezcla de coraje, traición y bendición, la llegada de Mauricio el novio de Lucía, quién se colaba religiosamente tres días a la semana hasta la seguridad que le proporcionaba la alcoba de su amada, y dejaban actuar todas sus pasiones propias de la edad. Mismas visitas que la señora de la casa descubrió un mes antes y por un descuido de Lucía presenció el acto de amor que se llevaba a cabo en su casa, al principio un coraje inexplicable la invadió, pero una extraña sensación mengüo la sorpresa que estaba dispuesta a darle a los amantes, y solo se quedó observando la escena, y se sintió agradecida de que alguien como Mauricio proporcionará a su hija un placer como aquel, bendijo esas manos que la acariciaban como si fuera su karma. Al mismo tiempo ella disfrutaba de esa espalda grande, de ese cuerpo hermoso y bien formado de Mauricio, el no se imaginaba que al mismo tiempo le hacía el amor a dos mujeres. Treinta minutos después poco a poco y sin hacer el menor ruido se retiraba a su realidad, mientras los jóvenes amantes se quedaban tranquilos, ignorantes de que han sido descubiertos.
Dormía intranquila, consideraba su acción como pecado, su mente no estaba en paz, y es ahí precisamente en la mente dónde se esconden todos sus demonios.


OLGA LUJÁN

POSTUREO AL FIN Y AL CABO
Y el profeta dijo:
«Llegará el día donde el hombre, carente de vida propia, muestre al resto una realidad diferente a la que le tocó en suerte. Cansado de su aburrida existencia presentará imágenes de un día a día feliz, popular, dichoso, satisfecho, divertido… en definitiva envidiable, escondiendo un trasfondo totalmente lleno de todo lo contrario. Tan solo huecos de soledad rellenos de tristeza.
Poseído por un instinto de superación mal entendido decidirá ser superior a su prójimo. Animado por los halagos que recibe a través de una vida virtual, tan superficial como ficticia, irá engordando y alimentarlo el ego, hasta que le devorará en soledad. Caerá en las redes que se extienden por toda la humanidad.
Entonces, en ese momento, al exhibir la primera imagen adulterada de photoshop entrará en el reino de los voyeurs tecnológicos. El paraíso de la contemplación, la curiosidad y el postureo. Donde todos observan a todos. Algunos ávidos de reconocimiento otros tan solo pletóricos de mediocridad, aunque eso sí, la gran mayoría erigidos en jueces supremos dictando sentencia.
Y yo os digo: Bienaventurado aquel que sepa disfrutar de lo que tiene porque solo él podrá salir del reino.»


REBECA FS

De viaje al pantano de Zorita
Éramos cinco, y nos fuimos a casa de un amigo, a pasar el fin de semana del verano del 89. El caldo de agüita del pantano, los bocatas como ágape, las cervezas con hielo precocinado de la gasolinera en la nevera de camping y el calorcito del verano, hizo que regresásemos pronto a casa, con alguna rojez en el cuerpo.

– Pues ahora podríamos dar un paseo.

– Yo, me quedo…necesito vinagre y paños para paliar lo que me va a deparar la noche. La veo noche toledana.

– Nosotros también nos quedamos.

Y así fue, ellos se metieron en la habitación, y yo en la mía. Concentrada en lo que hacía, buscando el silencio que a menudo, me alivia.

<<¿Eso que suena son jadeos?>>

Maldita sea mi estampa. Yo aquí estoy roja pero no sorda. Solo me alivia el afterson caducado de mi madre que me metió en la mochila y no rozarme con nada.

<<¡Más jadeos! Gritos de placer por doquier. No se cortan ni un cacho. Mi gozo en un…>>

Empiezo a sentir que entre el dolor de mover un brazo, el placer de rozar mi clítoris, y el “sonido del sexo” estoy entrando de lleno en el paraíso.
No les veo, pero les oigo, y participo con sonrojadas curvas de piel, entre el purgatorio de dolores y placeres, de pecados y bendiciones, en el esperar que no se me escape ningún sonido para no ser descubierta. El tiempo, empieza a dejar de ser medido.

– ¡Ya volvemos!


EMILIANO HEREDIA

Tics cotidianos.

Vosotros, no lo sabéis.
Cuando, vais en el transporte público, absortos con diversos entretenimientos electrónicos, yo, os observo, como si fuera, un hombre invisible que, entre curioso y divertido, se pasea en un museo de manías humanas.
Un obeso veinteaňero, con gorra con la visera hacia atrás, camiseta de manga corta tipo funda de coche, con pantalones deportivos tipo «cagaos», mientras escucha una monoritmica y tediosa canción con los cascos enchufados a su móvil, como si de un cordón humbilical se tratase, alimentando de estupidez su cerebro, se rasca la curcusilla del culo.
Nó hay placer orgasmico más inocente que el rascarse la raja del culo. Observo divertido, cómo, del alivio de rascarse, se pasa al placer, con un notorio aumento de la presión en el rascado.
Más adelante, un trajeado cuarentón, oculto detrás de la pantalla de su tablet de diez pulgadas, intenta, sin éxito, extraer de una de sus fosas nasales, un moco atrincherado. No hay nada más frustrante, que intentar sacase un moco seco aferrado desesperadamente a los pelos de la nariz, para no ser extraído. El nerviosismo aumenta, si, como es éste caso, las uňas están recién cortadas, y hay que usar las yemas del pulgar y del índice, con lo cual, el tiempo de extracción aumenta aritméticamente al riesgo de ser descubierto. ¡Hola!, lo ha conseguido, ahora, viene el solemne acto de pegarlo debajo del asiento, o de hacer una pelotilla, para que jueguen las hormigas reunidas entorno a un puňado de gusanitos caídos.
Más allá, un obrero con mono azul, ajado y manchado de blanco, mientras lee por su móvil, las desventuras de su equipo de fútbol, sin pudor alguno, se rasca los huevos, y a continuación, se hurga la cera del oído con el dedo meňique. Ésto es un misterio sin resolver. Porquè después de rascarse los huevos, algunos se sacan cera del oído. ¿Los huevos estarán comunicados con el conducto auditivo?, ¿de ahí viene la expresión «sordo de cojones?.
Una chiquilla adolescente, con melena negra, coronando un uniforme escolar, WhatsAppea divertida, mientras, acompasadamente, se peina el pelo con la mano derecha, intercalando palabras con peinadas de su cepillo manual.
Más adelante, un hombre, jugando al Candy Crush, cada dos por tres, se coloca las gafas impulsivamente.
En fin. Somos una fauna humana, con nuestras propias manías, tics, de los que, he querido reseňar algunos, aunque, quedarían muchos por citar.


ROBERTO MORENO CALVO

Voyeur del bueno.

«Niña, tú no dejes de mirar y avísame si pasa algo raro» Las indicaciones de su abuela eran siempre las mismas y los informes de Alba también: – No ha pasado nada. Me das los cinco duros –

Las visitas a casa de la yaya se habían vuelto rutinarias a la vez que aburridas. Una hora pegada a la ventana tras el visillo. Su abuela le había dado instrucciones claras de cual era la posición buena para no ser vista y ahí pasaba la sobremesa Alba, mientras su abuela aprovechaba para recoger la mesa y fregar lo platos y cacharros de la comida.

El miércoles, tras hacer las compras en el decomiso, Juani recibió una trágica noticia. Y es que la Mari le juraba y perjuraba que el día anterior había visto a su Antonio meterse en el portal de enfrente sobre las tres. «Qué trafuyera y mentirosa. Como no sabe que tengo ayudante se quiere vengar de haber descubierto el escarceo de su marido con la Pili. ¡Mira que es!»

Trafullera o mentirosa pero le generó la duda. Esa mañana haciendo la comida no paró de darle vueltas al asunto. «Su Antonio, habrase visto». Si el pobre llevaba diez meses desde que se jubiló llendo al bar día tras día a jugar la partida. Y dale que te pego, dándole vueltas a las lentejas y al asunto.

– Juani me voy.

Por primera vez en su vida como mujer casada dejó los cacharros tal cual, se fue directa a la ventana del cuarto y mandó a Alba al salón. «¡Ay Dios! Maldita Mari.»

– Alba ven aquí ahora mismo.
– ¿Qué pasa yaya?
– ¿Tú has visto alguna vez al abuelo entrar al portal 16?
– Si, yaya.
– ¡Pero como no me lo has dicho antes! ¿Para que te dejaba vigilando?
– Yaya, siempre me has dicho que si veía algo raro o diferente y el abuelo siempre hace lo mismo.


LUCIDECES ROMUALDO RAMÍREZ

Si es otro sí…

¿A quién 
le apetece
tomarse algo
al lado
de unos cubos
de basura?

Seguro que
aunque os invitase
me diríais que no,
pero porque soy yo
quien os lo propone….

Porque he comprobado
que si es otro…
os parece bien
aunque os tengáis
que dejar los cuartos.

Sí, si es otro,
no os importaría respirar
ese olorcillo característico
que suele haber,
como es normal
por otra parte,
cerca de los
cubos de basura.

Pero sí, si es otro
quien lo ofrece
no os importa
que sea
un foco de infecciones
ni por asumo
un lugar poco saludable.

Pero sí,
si es una cadena
de comida rápida
y os ponen
una mesa
con cuatro sillas, sí,
ya no importa
ni el olorcillo,
ni que sea
un foco de infecciones
ni un lugar poco saludable.

¡Ya no importa nada!

Si es una cadena
de comida rápida,
seguro que alguno
de vosostros
os sentáis tan felices
y os dejáis las perras
en cervezas y tapas.

Y es entonces
cuando me detengo
y miro
y observo
con atención
desde donde
nadie me pueda ver,
como gran voyeur,
como se muestra
solo para mí…
la estupidez humana.


MARÍA JT

-El Genaro estaba el otro día cenando en la plaza del pueblo con una que no era su mujer, qué vergüenza. Bien que se lo he dicho a mi Paco para que lo sepan todos, que aquí semos pocos y tós nos conocemos. No sea que, por mano der demonio, eso sea cosa de ponerse de moda.

-Pues no sé yo, Remedios, porque la otra tarde escuché tacones subiendo la escalera del rellano, y ya sabes tú que a mí no me gusta meterme en ná, y que pa mí, la vida de ca’ uno es la vida de ca’ uno, pero me extrañó, porque la Sole con el problema tan grandísimo de piernas, tacones no calza que va siempre en babuchas, y el viudo de arriba, er que me pisa a mí, ese o se ha hecho trasformi de eso o ese no es.
Y claro, resulta de que me tuve que poné en la mirilla pa ver quién era, y me veo una morena bien plantá con el pelo mu liiiiiso, arregleteá toda, que dije yo, ésta no vive aquí, se ha confundido, y tuve que abrir. Y a la que le doy las buenas tardes, se me da la vuelta, la Encarni del Genaro, que se ha cambiado el luki dice, vamos, que se ha teñido la melena rubia y se ha dejado el pelo liso como si le hubiera metido una chupetá una de las vacas de tío Saúl.

-Oioioi…. qué necesidad tendrá esa mujer de cambiarse el luki.

-Y tanto. Menos mal que estaba yo en la mirilla.


ANITA MIMOMBA

Cuando decidió irse a vivir del pueblo a la gran ciudad estaba a punto de descubrirse. Su obsesión iba a más y ya no podía controlarse. Debía hacerlo cada noche, no importaba a quien – hombre o mujer – siempre que hiciera algo interesante, algo nuevo e inesperado, lo de siempre ya le aburría. Necesitaba estímulos nuevos, caras nuevas, cuerpos nuevos en nuevas casas y en nuevos cuartos. La gran ciudad le brindaba esa oportunidad, miles de personas bajo su lente. Todos ellos desconocidos para los que su presencia era invisible e inexistente.

Por supuesto, se compró un ático, de esos que parecen una casita ajardinada en lo alto de un edificio muy alto. Tenía vistas a todas partes: al parque de enfrente, a los bloques de apartamentos que había detrás -y estaban plagados de gente, gente desconocida e interesante -, a las oficinas que se encontraban a la izquierda de su bloque y, el más interesante de todos, al Gran Hotel Central. Los hoteles le gustaban, cosas interesantes pasaban en los hoteles todos los días, la gente se desinhibe cuando no tiene que limpiar lo que ensuncia o no hay nadie conocido a kilómetros alrededor.
Sentía que la suerte le acompañaba, su trabajo estaba muy bien pagado y le permitía trabajar desde casa a cualquier hora, la programación informática en sistemas de seguridad era lo que tenía: mucha libertad. Luego estaba el poder tener o fabricarse cámaras y sistemas de vigilancia indetectables por nadie.

El primer mes se dedicó a estudiar su nuevo entorno: mejores vistas, puntos ciegos, escondites, posibles localizaciones para sus cámaras, etc. Hacía salidas a diferentes horas, observaba los horarios de los comercios y oficinas, sus trabajadores, repartidores, etc., quería saber qué y cuándo pasaba lo cotidiano en aquel lugar para luego ir viendo lo demás. Pronto empezó a quedarse con los «quién» eran los protagonistas hasta que por fin allí estaba, la persona a la que andaba buscando.

Esta vez era una mujer de unos 30 años, morena, normal, la típica vecina de cualquiera, la había visto cuando fue a inspeccionar la fauna del sex-shop de la esquina comprando un látigo, ropa de látex, unas esposas peludas y un par de cintas de raso. No podía haber tenido más suerte, nunca había visto nada así. La gente del pueblo era muy sosa y poco imaginativa, salvo el carnicero, lo suyo le pareció simplemente increíble, casi le pillaron aquella vez, por el sobresalto.

En cuanto tomó la decisión empezó a prepararlo todo para empezar a observar. La siguió hasta su portal y fingió que iba a ver a un amigo que vivía en la última planta, de este modo pudo averiguar en qué bloque y planta vivía. Cómo parte de una conversación informal sobre las bonitas vistas de la ciudad, descubrió que efectivamente su casa daba al lado correcto. Al llegar a la última planta esperó unos minutos, como si efectivamente, hubiera llamado a la puerta de alguien que no está, bajó y se fue a su casa.

Preparó todo el material, su potente telescopio estaba conectado al ordenador, de modo que podía verlo todo sin asomarse a la ventana, y además grabarlo para volver a revivirlo. Desde fuera solo parecía un telescopio solitario en una terraza, nadie podía ver a nadie mirando o haciendo nada raro.
Por fin, localizó la ventana de la mujer, que ya estaba a vestida con aquel traje de látex tan ceñido y minúsculo. Le encantaron sus botas altas de plataformas…disfrutaba con lo que veía cuando llamaron a la puerta y ella desapareció de su vista por un instante. Pronto apareció acompañada de un hombre, que le dió un fajo grande de billetes, claro, ahora todo tenía sentido, era una dominatrix atendiendo a un cliente en su casa…

Sin duda, mudarse fue la mejor decisión que, como voyeur, había tomado nunca.


 

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18 comentarios en «Voyeurismo»

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