Otra oportunidad – Miniconcurso de relatos Cuatro Hojas

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir con el tema “Otra oportunidad”. Estos son los relatos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves día 24! (Solo un voto por persona).

*Todos los relatos son originales y no han pasado procesos de corrección.

REBECA FS

Había una vez un reino, donde vivían el rey de la casa, la reina de la casa y sus dos princesas.
Un día los reyes fueron a comer fuera de su reino, no muy lejos de su palacio. Encontraron a un muchacho pidiendo hábilmente comida. La reina se fijó en él y el rey no pudo evitar los sentimientos de su amada, así que invitó a aquel muchacho a entrar en su palacio, pero para ello tendría que meterse en un agujero negro.
El muchacho dudó mucho, pero pasado un tiempo decidió dar una oportunidad a aquella opción. Muy quietecito se quedó mientras se transportaba.
Llegó a palacio en compañía de los reyes. Las princesas cuando le vieron dijeron :
– ¿ Por qué va a compartir este muchacho nuestro palacio?
Hubo peleas, porque tod@s querían la atención de sus padres, pero pasado un tiempo el muchacho supo cautivar también a las princesas.
A día de hoy, los reyes, las princesas y el príncipe esperan ansiosos la celebración del cumpleaños de aquel muchacho. Se hará la celebración en el palacio, pero el reino no lo sabrá, ¿o sí?


VERÓNICA FERNÁNDEZ LISI

Tanto

Tanto tiempo suspirando,
siendo una, deseando dos
tanto tiempo anhelando
con quien mirar de frente al sol.

Tanto tiempo envidiando
ir por la vida de a dos
completar la sombra mia
complementar mi «yo»

Busqueda infructuosa que revelo
cuan vacia por dentro estaba
tanta lagrima, que anhelaba
el poder llorar de a dos.

Hambrienta de un buen dia
de poder volver a casa
de tener una sonrisa
acariciando mi espalda

De los suspiros,
una semilla nacio
de tanto reir sola
una rosa se gesto

Una flor que esta creciendo
en las grietas del corazon
una raiz en el desierto
que la ausencia lleno

Ya no hay miedo de estar sola
ya no hay miedo al sol
ya puedo sonreir de frente
sin nostalgia de vos


OMAR ALBOR

Cada minuto
siente bien
el cambio
que hizo tu cara
En un segundo
tomamos un trago
para atormentar la calma.
Nos besamos en la mejilla
Y sabíamos que lo nuestro
echaba raíces.
Esto es un vuelo
que da placer en las entrañas
Atrevete a mirar
por dentro y veraz
que solo hay fuego.
Donde la llama se inicia
el día muere, en esta noche loca
de conquista, que ya es casería
Y eres la presa y yo soy el devorador de tú corazón.


TOÑI TORO OLMO

Ojalá la vida te pudiese dar otra oportunidad, porque sería la de tus padres y sería mi oportunidad la de volver a ser feliz. Pero fundamentalmente sería la tuya, la de poder vivir tu vida, esa que te han robado, nos han robado porque la vida no es vida sin Ti. Han pasado dos meses, ya tendrías 15 y miro niñas y pienso ya estaría así. Pero no encuentro tus ojos, ni tu mirada, ni tu bella sonrisa que enamora el alma. Desde que te has ido que pocas cosas tienen importancia. Quisiera tener la oportunidad de dar mi vida por ti, sin dudarlo ni un momento. Pero no puede ser. Nunca te olvidaré pequeña…te quiere, tu abuela.


LA XICUELA DE CORRIOL

Pedían a gritos una segunda oportunidad, ser rescatados del agujero negro y hondo donde se encontraban. Su aspecto no podía ser peor, aunque sin ningún agujero, las bolitas que por inercia pertenecen a cada calcetín tras sus lavados, conseguían que parecieran unos calcetines de continuado uso y duración de mucho más tiempo que su vida normal útil. Queremos otra oportunidad. No sabemos hasta cuando aguantaremos, pero queremos una última oportunidad.


MÓNICA MEDL

¿Cómo no lo vi venir?

El agua rodea mi cuerpo, frenéticamente agitó el jabón. No es suficiente, aún persiste en mí como un tatuaje indeleble, tu ser. Como si te vistiera en mi piel. Tus besos, tus precisas caricias, esas que logran hacerme descubrir sensaciones inimaginables, tu mirada esa que aún persiste en mi retina robando mis secretos mejor guardados.
Cepillo mis dientes pero es inútil, mi paladar sabe a ti, me siento tan vulnerable. Uso mi mejor perfume. Aunque en el fondo huele a ti por todas partes. Llegará y se dará cuenta. Como he podido ser tan tonto. Ya sé. Comprare unas flores y unos bombones. Creo que mejor lo pienso, sería como delatarme. Si nunca la he tenido presente. Siempre olvido nuestros aniversarios. Ella siempre me reclama que no le presto atención. Que vivir conmigo, es como vivir sintiéndose un mueble. Sus reproches, sus cuestionamientos, sus preguntas. Eso me agobia. Me trasporta a otro nivel y sí, pienso en ti. Mis amigos me dicen y tú. ¿Qué esperas para dejarla? Lo he pensado, más de una vez. Pero ahora creo que es definitivo. Siento las llaves en la puerta; ella ha llegado del trabajo; yo ya estoy en pijamas; me saluda cariñosamente, me mira y me dice: tenemos que hablar.
Pienso, que me lleven los demonios, se dio cuenta. O peor, nos vio, o alguien le contó. Habrá revisado mi celular, mi correo… Estoy perdido.
– Andrés, Andrés, ¿Me escuchas?
– Si, si Elisa dime.
– ¿Estás bien?
– Eh, bueno, en realidad, es que yo.
– Bueno respira e intenta tranquilizarte.
Andrés respira, se va calmando lentamente. Él era un hombre fornido, de piernas macizas y brazos fuertes. Elisa trae unas copas, sirve uno de los mejores vinos de su cava y le pregunta si esta mejor.
– Escúchame Andrés, tengo que hablar contigo antes de que pase más tiempo.
Internamente me pregunté ¿Más tiempo? ¿Estará embarazada? ¿Enferma? ¿La habrán echado del trabajo? Elisa interrumpió sus pensamientos.
– ¿Andrés estas aquí?
Y reacciono ante el reclamo de Elisa.
– Si, dime. Tú sabes que la intriga me mata, que no me gusta esperar, que soy ansioso. ¡Dilo ya por Dios!
Elisa le regala una sonrisa tierna, lo acaricia deslizando cada uno de sus delgados dedos por su rostro con la barba crecida de un par de días, recorriéndolo como si fuera la última vez.
– Ay mi pobre Andrés ya no eres tú. ¿Te has dado cuenta?
– ¿De qué hablas Elisa?
– De que ya no somos los mismos. Esos locos adolescentes enamorados. Nos fuimos perdiendo en el camino de la rutina. La vida nos ha matado.
– Pero ¿Qué dices Elisa?, no entiendo.
– Mira Andrés, quiero decirte que he conocido a alguien y que es la persona que deseé toda mi vida, que me escucha, me comprende, que me acepta tal y como soy. Es quien quisiera compartir conmigo cada anochecer solo para despertar en la misma cama a mi lado, que me mira mientras duermo y cuida mis sueños. Es quien me ve y para quien no pasó desapercibida.
– Elisa, pero…
– No, Andrés. Escucha. No tardaré mucho y será la última vez. Quiero agradecerte porque gracias a tu falta de atención e interés. Conocí al amor de mi vida. La persona con quien deseo envejecer y compartir el resto de mis días. Quiero decirte que te dejo. Has ganado, ya tienes tu libertad.
– Pero Elisa.
– No insistas Andrés, mi vuelo sale en un par de horas. Me voy y te deseo que seas muy Feliz.
– Pero Elisa, tenemos que hablar.
– Ya es tarde Andrés, nada cambiaría. Mejor déjalo así.
Elisa le dio un beso en la frente a Andrés. Le deseo que Dios lo bendiga. Y partió para nunca más volver.
Andrés quedo mirando la puerta sin comprender. Sentía un vacío sombrío. Sólo pudo llorar como un niño, hasta quedarse dormido.

Nota de la Autora: No siempre hay otra oportunidad. Aprovéchala cuando se te presente. 


LUISA VÁZQUEZ

«Segundas oportunidades. Paciencia infinita con la vida, con el momento. Como el padre que le dice al niño colérico, «cuento hasta tres y te levantas del suelo». Y llegado al 103 lo único que ha conseguido es que la pequeña «bestia» pase de estar sentado a revolcarse directamente, de llorar, a dar berridos como si le estuvieran descuartizando.
Segundas oportunidades. A veces pierdes el tren de lujo y la existencia cruel no permite que vuelva a pasar. En cambio, el borreguero, ese que va atestado de almas tristes, zombis que no viven solo existen. Ese que te obliga a permanecer de pie todo el viaje y ni siquiera puedes dejarte caer porque los cuerpos pegados al tuyo no te lo permiten. Ese que una vez te has subido requiere de una lucha titánica para poder apearse. Ese, pasa una y otra vez por tu estación y…¡Ay de ti si no lo coges!.
Dicen «la vida da oportunidades». Lo que no dicen es que no da segundas oportunidades.
El camino recorrido se borra conforme avanzas, desaparece dejando a tu espalda un abismo insondable. No te equivoques al tomar un atajo, luego no podrás volver atrás.
Pero desgraciadamente, sigue vívido en tu mente, candente como una herida en el alma. Atesoras para siempre los recuerdos de los errores cometidos, de las vicisitudes pasadas, de las tristezas sufridas.
Tú le das a la vida segundas oportunidades, ella a ti no.
Es un juez implacable de los fallos humanos. Por tanto, hay que bebersela. No mirar jamás atrás. No detenerse. No arrepentirse.
Y, sobre todo, no decir nunca que no».


KARLOS WAYNE

Duele que no duela
Tu ausencia
Desapercibida
Inexistente

Duele que no duela
El vacío
Que no has dejado
Que llevaste contigo

Duele que no duela
El tiempo invertido
Desvistiendo el alma
Lámina a lámina

Duele que no duela
Tu pérdida
Descolorida e inócua
Impalpable

Duele que no duela
La indiferencia
Seca y retorcida
De esta mentira

Que es que no duele
Que en realidad mata
Esta nueva oportunidad
Que ahora demandas


FUEN CALDERÓN ROMERO

Se llamaba Nala. Una pequeña podenco de apenas un año. Cuando la vimos en la protectora estaba en los huesos y en su pelaje aún eran visibles las heridas y las úlceras consecuencia del maltrato, el abandono y las palizas de algún malnacido. Pero lo que más nos impresionó por encima de todo fue el miedo, el miedo terrible al ser humano que aquella pequeña llevaba impreso en su alma. Nos la llevamos a casa dispuestos a intentar que Nala conociera una parte del hombre desconocida para ella hasta entonces: la ternura.
Apenas nos acercábamos a ella huía de nosotros con el rabo entre las piernas. Poco a poco se fue dando cuenta de que no éramos como aquellos que la habían maltratado y fueron cicatrizando sus heridas, las de su pelaje y las más profundas, las de su corazón. Aún así, cuando un desconocido se acercaba a ella gruñía y salía huyendo en busca de algún rincón ocultando su rabo con una actitud de pánico que nos provocaba una infinita tristeza.
Al cabo de un tiempo, Nala tuvo un ataque de epilepsia. Aquellas palizas habían dejado su impronta mucho más allá de lo que nosotros pensábamos.
¡Qué lista era! No había nada que se la resistiera cuando se lo proponía. Juguetona, incansable. Pronto fue ella la que se arrimaba y demandaba nuestras caricias. Siempre tuvo una relación muy especial con mi hija mayor. Si estaba triste, Nala lo notaba y simplemente se subía a su regazo y frotaba su cara lamiéndola a besos.
Un día, después de haber estado toda la mañana fuera, encontramos a Nala inconsciente. Pese a los intentos por reanimarla ya era tarde. Nadie que no haya amado a un animal será capaz de entender el dolor que puede causar una pérdida así. Pero cuando la recordamos lo hacemos siempre sabiendo que Nala tuvo la oportunidad de empezar de nuevo a nuestro lado, lejos de la maldad de aquellos que la maltrataron y recibiendo todo el amor que ella nos inspiró. Porque eso era Nala. Todo amor.


LUCIDECES ROMUALDO RAMÍREZ

MEDIAS RASGADAS

Porque terminas
tirada
en la calle
con las medias
rasgadas,
el rímel
se te corre
ensuciándote
la cara.

Una llave
perdida
entre tanta
puerta cerrada,
si necesitas
abrir alguna
coges el teléfono
y me llamas.

Como si fuera
un cerrajero
que acude
de urgencia,
te recojo
de la calle
y me cuentas
tus experiencias.

Sueles decirme
entonces
que tengo
ganado el cielo,
porque me quedo
a tu lado
hasta que se
te baja el pedo.

Pero en el fondo
piensas
que soy
como los otros,
que solo
me quedo
porque
cuando despiertas
te apetece
echar un polvo.

No voy a ser yo
quien te corte
las alas,
pidiéndote
que solo
te desnudes
en mi cama.

Pero
no me pidas
tampoco
que no me afecte,
saber
que cualquier noche
puedas dormir
bajo la intemperie.

Porque terminas
tirada
en la calle
con las medias rasgadas,
el rímel
se te corre
ensuciándote
la cara.

Si te diera
otra oportunidad
volverías
a hacerme daño,
¿qué puedo hacer
si no me sale ya
someterme
a tus manos?

Si te diera
otra oportunidad
no serviría de nada,
cuando la confianza
se rompe…
no se vuelve a bajar
la guardia.


EMILY RUIZ

Super expreso norte hacia la tierra de las oportunidades

Había una vez un chofer que conducía entre seis y doce horas al día la línea uno, de todas las cosas que había vivido en su oficio, nunca le había pasado que alguien quisiera quedarse en el bus después del último paradero, menos una dama. El chofer repitió desde su asiento, perdiendo la paciencia: ¡Último paradero, señora! La mujer seguía absorta en el más allá de la ventana, fija en el tráfico o en todo lo que le quedaba por hacer ese día: Limpiar, cocinar, volver a limpiar, lavar, planchar, etc… El conductor apagó el vehículo, despegó su trasero húmedo del asiento, volvió el calzoncillo a su posición natural, se sacó un moco, lo pegó como amuleto en el respaldar de su asiento y fue hacia ella. Miraba confundido su quietud y se acercó repitiéndole que tenía que bajarse. Conforme se acercaba fue endulzando la voz, el caso le resultaba bastante enigmático y comenzó a considerar la oportunidad de conocerla. Tal vez podría comentarle que él también iba a otro lado y terminarían acompañándose. La mujer no daba ningún indicio de querer voltear, estaba inalcanzablemente sumida en la gran diferencia entre calidad del servicio que debía dar y el que recibía a cambio.

Esa mañana, bueno, no, desde el día anterior, se preparaba para su gran oportunidad laboral: Un día de prueba en una empresa reconocida. Durante dos horas atormentó a la dependienta de la zapatería buscando la talla más adecuada para sus pies regordetes, que además disimulen el juanete, un color que combinara con el vestido y el bolso, y el descuento de rigor porque todavía no cobraba un sol y todo lo que gastaba era en calidad de préstamo. En la peluquería eligió el tinte más adecuado, el color y diseño para las uñas de las manos y de los pies y, sobre todo, una depilada completa de brazos, piernas y axilas, porque las pelucas en esas zonas no se permitían en ninguna oficina. Después de un baño de media hora, quince minutos de repaso sobre los vellos, veinte minutos de maquillaje y quince minutos de encaje en el vestido, salió rumbo al éxito… El chofer no había encontrado ni rastros de aquel glamur, en el transcurso de unas horas era la ruina de sí misma y, gracias al violento debacle, una posibilidad para él.

En la oficina fue recibida con una indiferente cortesía, algunos le dieron un vistazo, otros nunca supieron quién era. Lo primero que le pidieron fue que se dirigiera a la sala de conferencias y le preguntara a los directores lo que querían servirse: Un café expreso con dos de azúcar, un americano con edulcorante, un cortado con nata, un café solo y un té con panela. Aunque tomó bien el pedido y lo preparó correctamente, no se preocupó de fijar en su memoria quién le había pedido cada cosa, así que las entregó con una gran sonrisa y se fue de ahí para siempre… No supieron valorar las ampollas que consiguió por querer ser más alta, ni todos los sofocos que pasó tratando de entender el orden de los cajones, los colores de las facturas, las diferencias entre las comas y los puntos en los códigos de proveedores y los códigos de los clientes y un largo etcétera que terminaron por colapsar su poca paciencia en un terreno desconocido. Cuando terminó la jornada le dieron un cheque que no cubría ni el peinado y las gracias de rigor. Al salir del edificio, tras separarse unos metros de las cámaras de seguridad, se sacó los zapatos y suspiró de alivio, imaginándose remojar sus pies en agua tibia y sal mientras miraba su novela favorita.

La cola para subir al bus era más larga que el día que había tenido. También más solitaria, nadie le explicaba nada y solo le dirigían la misma orden: Avance, señora. Y de vez en cuando la pisaban o la empujaban. El pudor le impidió subir a dos buses. Una ola de gente la revolcó al interior del tercero haciéndole perder la bolsita con sus zapatos nuevos. Con mucho esfuerzo alcanzó el pasamanos, como si tuviera un espacio donde caerse. El aire estaba tan cargado de sudor que el bus se chorreaba y los pasajeros desarrollaron branquias. En el siguiente paradero, completamente aceitada, subió otra marabunta de personas. La mujer creció varios centímetros con la presión, sus pies no tocaban el piso y el corazón perdió el espacio necesario para latir, aunque muchos pueden hacer sus vidas así, ella murió en el acto. En el paradero final no tenía ninguna pertenencia y el rigor mortis le impedía caer; sin embargo, todavía cargaba con sus últimas preocupaciones mientras la secaba el aire.

El chofer, a medio metro de lo que quedaba de ella, regresó a su asiento y abrió la guantera. Sacó una colonia y se dio una rociada completa: Para el beso, el abrazo y por si acaso. Preparado y con una mejor disposición, se acercó nuevamente para intentar obtener una respuesta amable. La tocó anhelante en el hombro… La sacudió ligeramente… Apenas la cacheteó… Con una repentina desesperación, la remeció a dos manos… Y nada. La miró desde todos los ángulos antes de aceptar que estaba muerta. Incluso así, su caballerosidad había despertado y estaba dispuesto a realizar un sacrificio: Despegó los dedos del pasamanos y cargó a la mujer entre su brazos. Le golpeó la cabeza varias veces con los asientos mientras la bajaba, tuvo que dejarla en el piso unos minutos para descansar. Cuando volvió a levantarla quedó con la cara pegada a su axila y su olfato aún no había muerto: Fue tal la urgencia de retirar el rostro que el corazón comenzó a latir, los músculos del cuello se llenaron de sangre, giró la cabeza y abrió los ojos. Al sentirla moverse, la bajó con cuidado y le preguntó el motivo de sus lágrimas. Agradecida por la nueva oportunidad que le había dado, no quiso herir sus sentimientos, solo se puso de pie con dificultad y se fue caminando. Él se ofreció a acompañarla siguiéndola a unos pasos. Ella comenzó a correr y cruzó la pista sin mirar, venía la línea dos.


MARTA TORRES

Una mas , como siempre terminar dándole otra oportunidad a quién te lástima una y otra vez. Por que como siempre parecé realmente arrepentido , y promete nunca mas agredirle de nuevo. Ella confusa y con la esperanza que el cambiará y ya no la golpeara. Pero ilusa cómo siempre le da otra oportunidad .
Que al pasar un mes , de nuevo regresa el agresor a domar a su presa tonta. Pero un día aprenderá que a veces no debe de de haber otra oportunidad…


ÁNGEL MARTÍN GARCÍA

AZARES DE LA VIDA

Escribir palabra tras palabra sin mirar atrás,
no pensando en si puedo o no puedo,
en lo que acontece o nunca llegará a ocurrir.
Permisiones de un autor sin conciencia ni dios.
Son licencias que uno se toma cuando siente
que nada de lo que diga puede empeorar la situación,
que los azares en los que se basa nuestra existencia
se han cebado con el botón de darle interés a la vida,
hasta el punto en que sin pretenderlo,
llegas a la conclusión de que has sufrido
una sobredosis de aprendizaje.

Y te dices: “se acabó”.
Y te dices: “venga, una vez más”.
Y asientes y obedeces y contradices.
Y te dices: “a la mierda con todo”.
Y te dices: “a la próxima irá mejor”.
Y te engañas y te crees y vuelves a intentarlo.

Porque la vida tiene ese encanto,
lo rodea todo de incertidumbre y no nos dice
lo que habrá dos pasos más adelante.
Nos deja planificar,
pero se guarda quince comodines en la manga,
y algunos sonríen con malicia,
y nos vuelve adictos.
Adictos los premios que nos tocan de vez en cuando,
adictos a las sensaciones que aceleran el pulso,
adictos a creer que podemos ganar.
Porque igual que al jugador le cuesta echar el freno
cuando está teniendo una buena racha,
le resulta complicado rendirse cuando lo está perdiendo todo.
Siempre se puede tener un golpe de suerte,
por eso aun cuando estamos con la mierda al cuello
echamos otra moneda,
para ver qué pasa.
Porque todos tenemos derecho a ganar, ¿no es así?

Y aquí estoy,
cruzando los dedos a mi espalda,
apostándolo todo al rojo
porque el negro me ha fallado siempre.
Destruyendo creencias autodestructivas
en pos de una mano ganadora.
Y es que,
mientras nos quede aliento,
no habrá razón para rendirse.
Siempre podremos seguir intentándolo.


OLGA LUJÁN

TAN SOLO DOS HORAS
Ella siempre se retrasaba. Hoy no había llegado. No importaba. Ya estaba acostumbrado. Durante años nos encontramos todas las tardes en el mismo sitio. El Parque de la Rosaleda. En el banco situado bajo el almendro. Era el único modo de estar juntos, de poder verla.
Aunque tan solo fueran dos horas. 
Nos conocíamos desde niños. Siempre nos gustamos, incluso salimos en alguna ocasión. Una mañana al salir del colegio, le robé un beso. Ella me devolvió una sonrisa. A partir de ese momento su madre acudía a recogerla a diario.
Cada uno siguió su camino. Volví a verla años después. Sara paseaba a su padre en una silla de ruedas. Mientras él dormía, ella se sentaba en un banco y leía. Yo, desde que me quedé viudo con apenas cincuenta años, frecuentaba ese lugar buscando el sosiego que tanto necesitaba. Así regresó nuestra amistad. Mientras el hombre dormitaba, nosotros hablábamos de libros, de esperanzas, de ilusiones. Ella soñaba con viajar. Yo soñaba con ella.
Aunque tan solo fueran dos horas.
De pronto dejó de salir.
-Ya no iremos más allí-. Le dijo aquel hombre guiado por el egoísmo, temeroso de perder una hija que le acompañara en la vejez. Cortó de raíz la situación. -Es obligación de una buena hija obedecer a su padre-. Él nunca pensó que los planes no resultan siempre como uno quiere.
Continué acudiendo todos los días hasta que, meses después, mi paciencia se vio recompensada. Sara regresó una tarde. Esta vez sin carabina. Ella se escapaba de casa, aprovechado los momentos en los que su padre dormía.
Aunque tan solo fueran dos horas.
Así pasaron los años, hasta cumplir los sesenta, seguros que el destino nos daría una nueva oportunidad para ser felices.
Nuestro amor nos mantuvo unidos a pesar de las dificultades.
Hoy como de costumbre me senté en el banco que estaba situado bajo aquel almendro. Cuando en primavera, el árbol se cubría de flores blancas Sara solía anudarse alrededor del cuello un pañuelo del mismo color. Decía que le gustaba formar parte de una estación tan bella.
Pero los planes no salen como uno quiere. Ni para su padre ni para mí.
Ahora después de tres primaveras sin ella, he venido solo. Sé que hoy tampoco llegará aunque me engañe a mí mismo aquí, sentado en este banco, con su pañuelo entre mis manos.


GABRIELA MOTTA

Manolito vivía muy feliz en su casa, dormía, comía, jugaba todo el día ¿qué más podía pedir? Siempre tenía agua a su alcance y juguetes. Era una vida buena. Sus padres lo querían y lo cuidaban mucho. Todo era perfecto, hasta que un día escuchó una noticia que cambiaría su vida ¡tendría un hermanito! Los meses fueron pasando, la panza de mamá se iba agrandando y la casa iba cambiando, todo para esperar al nuevo integrante de la familia.
Hasta que una noche de mucha lluvia, se fueron de urgencia y Manolito quedó solo, esperando que regresarán pronto. Esto no sucedió, se pasaron dos largos e interminables días hasta que por fin alguien vino a la casa. ¡Eran mamá, papá y su nuevo hermanito!
Contento de verlos, salió corriendo hacia la puerta para recibirlos como de costumbre, pero para su sorpresa lo que recibió fueron represalias porque la casa no estaba tan limpia como la habían dejado antes de partir, a Manolito le habían dado muchas ganas de hacer pis y no se había podido contener, es por eso que la casa olía muy mal y él también. Pensó que tal vez si les traía uno de sus juguetes favoritos podía hacer que el enojo de sus padres pasara, pero lo que logró fue que lo encerraran en un cuarto porque con tanto ruido despertaba al bebé. Se sentía muy confundido, pero estaba feliz, papá y mamá habían regresado a casa y con ellos traían a ¡su hermanito!
Con el paso del tiempo, se iba sintiendo cada vez más sólo, era como que todo lo que hacía estaba mal, nada dejaba contento a sus padres, ya no sabía qué hacer, pensó que podría quedarse quietito en su cucha, pero eso era imposible, él necesitaba saltar, jugar y correr. Cierto día su padre le pone la correa y lo sube al auto, por fin iba a salir a jugar se van y su padre conduce sin rumbo, Manolito feliz de estar a su lado, no le importa a donde lo lleve, confía que si está con él todo va a estar bien. Llegan a un gran parque verde, papá abre la puerta y él se baja feliz, por fin vamos a correr y jugar después de tantos meses desconectados.
–Papá baja, tira una pelota muy lejos, yo salgo corriendo muy rápido (pensando en lo feliz que estoy) y la atrapo (luego de mucho correr). Doy la vuelta emocionado para llevársela, pero no lo veo. Corro con la pelota en la boca y lo buscó por todo el parque, ¿no está? Seguro se perdió, éste papá es tan despistado. Se hace la noche, mejor buscó un lugar seguro para dormir, pero llevo la pelota conmigo porque así cuando vuelva papá podemos seguir jugando.
Pasan los días, las noches y papá no vuelve, extraño la casa, extraño a mamá y a mi hermanito. ¿Qué les habrá pasado? Tengo mucha hambre, en el parque no hay para comer y tampoco mucho para tomar, siento que con los días me voy debilitando y enfermando, ¿cuándo volverán por mí? De seguro me deben extrañar tanto como yo a ellos.
No sé cómo pasó, pero de aquel sueño tan agotador en el que me dejé caer aquel día de lluvia, desperté en la casa de una humana muy buena y amable conmigo, no son mis padres, no está mi hermanito, pero me siento bien. Me estoy recuperando gracias a su ayuda, ahora me llama Totito y dice que soy su perrito. Me cuesta un poco adaptarme a que me llame así, pero es tan buena que le hago caso. Los días siguen pasando, ahora salimos a pasear a diario y juega conmigo a la pelota, ¡cómo me gusta jugar a la pelota! Tengo agua, comida y un lugar para dormir, hasta me puso una medallita con mi nuevo nombre, me veo bien, nunca había tenido una. Dice ella que soy su nuevo amigo y de verdad que así me siento. Lo único que me pone triste es pensar que cuando vuelvan papá y mamá la voy a tener que dejar sola, pero ella lo sabrá entender.
Pasan los meses y yo estoy recuperado, no entiendo porque aún no han venido por mí, pero ya no duele tanto, Laura, mi nueva humana, me da mucho cariño y hace que el dolor de no verlos sea cada día más llevadero, aunque sé que jamás los voy a olvidar y tengo la certeza que en algún lugar están los tres (mi familia) buscándome desesperadamente. Pero mientras no nos reencontremos seré feliz y viviré al máximo cada día al lado de mi nuevo ángel, que se hace llamar Laura y a mí me llama Totito, que para serles sincero ya me gusta mucho más que Manolito.


 

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8 comentarios en «Otra oportunidad – Miniconcurso de relatos Cuatro Hojas»

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