Semana 9 Taller de escritura – Composición narrativa

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, continuamos con la adaptación de nuestro Curso de Escritura Creativa y, en esta ocasión, proponíamos escribir un relato atendiendo a la composición de la historia. Estos son los relatos recibidos.
En las votaciones ha habido un triple empate entre Airam, Xicuela y Alejandro, ¡así que disfrutad de todos!

*Todos los relatos son originales y no han pasado procesos de corrección.

 

Amor, me gusta que revolotees mi pelo con tu aliento,que llenes de palabras el silencio de mi almohada…me gusta,amor que seas promesa y acierto,ternura y esperanza. Yo…yo no soy nadie si pierdo tus huellas,si mis manos no se tropiezan con las tuyas…me quedo aterrada cuando la noche me sorprende en tu ausencia.
Yo…yo no soy nada si me olvidas, si descuidas mi risa,si dejas escapar mis sueños.

ROSA MARÍA JIMÉNEZ MARZAL


«Podría pasar toda mi vida contando los lunares de tu cuerpo», dijo él.
«Sería una buena manera de vivir?», contestó ella sonriendo.
«La mejor»

SANDRA SOL


TE ODIO. TE AMO.
-¡vaya mierda de sitio!.
Piensa Carolina, al contemplar lo que la rodea. Carolina, mujer con la piel acaramelada, delante de la fachada desconchada y blanca acafetada de la casa que tiene delante.
Carolina, mujer talluda y alta de pechos pequeños como oteros, entra en la casa de enormes balcones y amplios ventanales…cerrados.
Carolina, flor de papel pinocho con olor a perfume de vainilla, se baña en el mar alcanforado del interior de la casa en la que acaba de entrar, levantando una nubecilla de polvo, al dejar su troller de marca en el suelo.
Carolina, con vestido de algodón blanco bailando con las cortinas al ritmo de la brisa que entra sin permiso.
-¡joooder, está peor de lo que yó recordaba!
Exclama Mario, que está zarandeado por las manos de la curiosidad, escudriñándolo todo como la ardilla que lo contempla desde la rama de uno de los pinos que circundan la casa familiar.
Mario, hombre delgado con barriga. Con las puntas de los pelos pectorales que se asoman por el balcón de su camisa de marca medio abotonada, canosos como las puntas de los ocotes.
Mario, pintado a brocha por el pintor rayos uva de la capital, bermudas verde botella, camisa blanca a rayas rosas, arremangadas hasta medio brazo, con un doblez impecable, en cuyas muñecas, desembocan una esclava de oro en una, y un reloj de titanio en la otra. Náuticos sin cordones, para su pies de pedicura.
Mario, cuyo ego lucha contra su asco, al entrar en la casa, y encontrar animalillos momificados por el suelo.
-¡bueeno!, ¿por dónde empezamos? –le pregunta Mario a Carolina, pasándose la mano por la nuca, y peinándose el pelo canoso y engominado con la palma-
-¡Nó!, empezamos nó, empiezas tú, es tu casa, es tu limpieza, ¡ahí te quedas! –responde con altivez Carolina, desde la entrada de la casa, mirando hacia afuera- yó me voy a la playa-.
Sale por la puerta, abre el maletero, saca una exclusiva bolsa de playa color marfil, preparada ex profeso, se la cuelga al hombro, y se dirige al camino que lleva a la playa.
Mario, que la contempla, observa divertido y un poco excitado, la marca de la goma de las braguitas blancas de Carolina, marcándose levemente sobre el vestido, cuando ésta, está medio introducida, inclinada hacia adelante, para coger la bolsa, y nó advierte de la vigilancia de su marido.
-¡ahí te quedas, payaso!- grita Carolina, con evidente mal humor, farfullando palabras ininteligibles, siguiendo el curso del río térreo que desemboca en el mar-
El vestido, inflado por abajo por un viento terral caliente, le hace recordar a Mario, los globos de papel de seda, que hacía de pequeño, y los hacía volar con una pastilla inflamable para encender fuego, salvo que a éste globo, que él estaba mirando ahora…le faltaba fuego, piensa, llevándose la mano, a la entrepierna, por dentro del bolsillo, discretamente.
Entra en la casa, donde los fantasmas se resisten a salir, es la hora de comer, y se niegan a dejar en el plato del tiempo su ración de polvo aderezado con salsa de olvido.
Una a una, vá quitando todas las sábanas que abrigan a los muebles del frio de la soledad.
Las ventanas protestan perezosas, porque tienen que dejar entrar al viento y al sol que con gritos de júbilo ocupan las habitaciones, los rincones, y devoran con gula las sombras.
Mario suda, Mario gime, resopla, la camisa se ha teñido de sudor, le duelen los pies, la espalda, y lo que más le jode, es que tamaño cansancio no se corresponda con un buen polvo.
Son las dos, el sol está en lo más alto, y Carolina aún no ha regresado.
Es la hora de comer, Mario no tiene hambre de comida y sí de Carolina, que no está a su lado.
Recorre el salón, ultima estación de los muebles que nadie quiere en la ciudad, y los envían con billete de solo ida a la casa del pueblo. Esta extraña mezcolanza hace que esta estancia, se parezca más a una tienda de antigüedades que a otra cosa. Dos sillas marrones, cuatro blancas y seis azules…una mesa enorme y pesada de roble, con las patas labradas, hermana mayor de otra más pequeña, blanca con dos cristales, uno donde comer, y otro de papelera donde se dejan las revistas que se van a leer, y nunca se hace. Enfrente, un sofá horroroso de cuatro plazas color verde aceituna con un estampado que dá dolor de cabeza. Flanqueado por dos sillones color chocolate que devoran al que se sienta en ellos.
En un mueble bar, lacado color cereza, encuentra una botella de whiskey de la época de vaya usted a saber. Se sirve un vaso, y se sienta en uno de los dos sillones de mimbre que ha sacado al porche cubierto de los restos mortales diseminados por todas partes de lo que antaño fue una enredadera que trepaba por dos columnas que sujetan la enorme terraza de la planta de arriba.
El asiento se queja, gruñe, con el peso de Mario.
Mario mira hacia el mar, y distingue en la lejanía la figura de Carolina, que está tomando el sol en la playa del final del camino.
Carolina se levanta, y se sumerge en el mar.
Carolina nada, y a cada brazada, Mario le dá un sorbo al vaso de whiskey.
Carolina nada. Mario bebe.
El nado de Carolina es hipnótico, en un gigantesco coctel de Caribbean blue, con reflejos dorados de angostura.
Mario la observa, y se traga un tubo de pastillas de recuerdos el solito ayudado por la botella de whiskey.
El mar alumbra a Carolina en la orilla del mar, ésta, corta el cordón umbilical de espuma, dá unos torpes pasos, como una potrilla recién parida, coge la toalla e inicia la subida del camino que lleva a la casa.
Carolina está hermosa como una novia veraniega con un biquini blanco de ganchillo, llevando un velo de nubes de tormenta encima de ella, que acecha la isla.
-¿ya estás aquí?, – le pregunta Mario, con evidentes signos de embriaguez-
-¡déjame tranquila!, ¡estás borracho! –Responde, ufana, entrando estolada con la toalla de playa al hombro, por la puerta de la casa-
-¿y tú, colocada?- le espeta Mario, sujetándola fuertemente por su muñeca derecha-
– ¡¿Qué coño estás hablando?! –Intenta zafarse tirando del brazo de Mario, sin éxito-
Mario, se levanta como un resorte tirando con ello, el viejo asiento de mimbre, que se va castigado a un rincón del porche. Ase fuertemente a Carolina por la cintura por la espalda.
Cara con cara, cuerpo con cuerpo. Cuerpo de sal, cuerpo de alcohol.
Carolina, hace una muesca de asco, le provoca repulsión la mezcla de olores de Mario, una asquerosa esencia de alcohol, sudor, after shave y perfume caro.
-¿Qué de qué hablo? –le susurra, salpicando con su salivilla de borracho su nuca. Un viento chambelán, fuerte anuncia la inminencia de la llegada de la tormenta-, cocainómana, putilla de camello –saca de su bolsillo, una papelina- ¿Qué hacía esto en tu bolso?, lo encontré buscando tabaco, que no tenía, hace unos meses. Te seguí, en un taxi, al día siguiente, y vi cómo entrabas en un portal de cierto barrio donde nunca pensé que ibas a ir. No me fue difícil dar con el piso del camello, tus gritos mientras follabas con tu camello se oían por todas partes.
Un bofetón de Carolina, restalla en la cara de Mario, a la vez que un rayo retumba cercano.
-¡Cabrón, hijo de puta! –le grita Carolina mientras Mario la introduce a empujones al interior de la casa- ¡por lo menos folla mejor que tú!, ¡maricón!, ¡¿te crees que no tengo mis propias necesidades?!, ¡si ya ni tan siquiera me miras, me rozas, me deseas!, ¡te doy asco, me das asco!, ¡seguro que tienes una amiga por ahí, hipócrita, hijo de puta! –Carolina subía el tono de la discusión con el botón del volumen de su miedo, y los tronos competían para ver quien gritaba más-
-¡Preeemio para la señorita!, ¡ un perrriiito piloto!, – braceaba Mario borracho con la botella en la mano, y las copas de los pinos se zarandeaban furiosas- ¡tu amiga Pili folla que es la hostia!,
¡¿Qué te crees, que no tengo derecho de cuernada?!, ¡los pones tú, los pongo yó!, ¡siiiii, no pongas ahora esa cara de mosquita muerta de no saber nada! – Hace aspavientos con los brazos, y las adelfas querían salir corriendo de su sitio-, ¡sé que lo sabes, porque te lo dijo ella misma, y nó me dijiste nada porque la señorita perfecccta –ceceo de borracho- , elegante, discreta, nó quería montar ningún espectáculo ¡prrrrrffff- hace una pedorreta con la mano, una contra ventana golpea el marco, pidiendo permiso para entrar.
-¡¡¡¡¡te odiooooo!!!!, -grita Carolina como un alarido, a la vez que la lámpara de araña del cielo, con un gran fogonazo y un gran estrépito, se rompe y miles cristales diminutos empiezan a caer con desesperación al suelo-.
Mario, agarra a Carolina por el cuello. Ella, está aterrorizada, el, loco.
Miedo, locura.
La besa, se besan. Con gula. Con lujuria. Se abrazan, se exprimen, a dentelladas se arrancan la ropa, como dos fieras encerradas en la jaula de su ego. Ruidos de muebles que se caen, que se tiran, de ramas que se rompen de resecas, el mar que ruge.
El sonido sordo de las embestidas de sus dos sexos como dos carneros en celo, se acompasan con el chapoteo de la lluvia furiosa sobre las oquedades de la roca caliza del jardín repletas de agua.
¡clap!, ¡clap!, ¡chof!, ¡chof!.
Gemidos de orgasmo, chirridos de bisagras oxidadas movidas por manos tormentosas.
Cuerpos empapados, derrotados en el sofá verde aceituna con horrible estampado.
Suelos encharcados, la lluvia ha entrado a mirar.
Llora fuera y llueve dentro.
Hojas secas mojadas en el suelo, ropa empapada y bragas rotas en el campo de batalla.
Respiración agitada que se vá serenando. Vendaval que se vá amainando.
Sexo del que aún rezuman gotas perladas. Sexo receptor aún palpitante.
Dos amantes que se aman. Que se odian.
Dos palomas que miran. Que se arrullan. Que vuelan juntas.
-Carolina-
-Mario-
Se miran y se hablan. No dicen nada, porque yá lo han dicho todo.
Huele a tierra mojada. A carne húmeda.
-Seremos más fuertes ahora que hemos sacado toda la basura que teníamos apartada en la entradita de nuestros corazones esperando a alguien que la tirara por nosotros- le dice Mario a Carolina, con el alma a tumba abierta hacia el abismo del rechazo-.
-Mario:
Te odio. Te Amo.
Dos amantes desnudos abrazados pecho con espalda. El detrás de ella.
Debajo del quicio de la puerta, viendo como el sol barre con su escoba de rayos los jirones de la tormenta.
Debajo del quicio de la puerta, viendo como el rencor se vá con las maletas cargadas de odio y miedo.

EMILIANO HEREDIA JURADO


Pensamientos:
«…Parece que a veces tiene que pasarnos algo en la vida,más o menos grave, para poder tomarnos un tiempo. Y muchas veces si no es porque el médico nos obliga a reposar ni siquiera nos lo planteamos.
Y la verdad, que qué a gusto se está viviendo sin tener que correr siempre, sin esa presión del llegar tarde constante, sin el latido angustioso en el pecho a golpe de reloj.
Así puedes, a ratitos, saborear la vida, que vista desde la calma, ves que pasa volando, salpicando de vértigo a todos los que en ella van subidos, apretados como en el metro por las mañanas, perezosos, somnolientos y quejándose de tener que subirse en ese apestoso vagón.
Y puedes ver pasar ese tren, decirle adiós con la mano, y elegir darte un paseo respirando a tu ritmo la mañana o simplemente sentarte a mirar por la ventana como va cayendo el sol.
Pero nunca tenemos tiempo de nada…ni de hablar, ni de escuchar,ni de bailar, ni de sentir. Casi ni de respirar. Y así nos va… que corriendo y corriendo los días también pasan, y volando y volando la vida se nos va.
A veces se nos va de una forma inesperada, a veces se nos va estando aún vivos. A veces se nos van las personas, los amigos, la familia, o el amor. A veces se nos van los sueños, la ilusión y la fuerza. Y otras veces,simplemente, los dejamos ir…
Y en este ir y venir sigue sonando el tic tac implacable,imparable, imposible… Entonces, a empujones, con desgana, otro día más,vuelves a subirte a ese tren.»

AIRAM OGRAL


BARROTES (ACUATEXTO))
Cuando me llamó, lo invité porque me daba pena, pero nada mas verlo en el umbral de mi puerta, una corriente de cariño surgió de mis entrañas y con lagrimas en los ojos, le di un abrazo.
La verdad es que hacía tiempo que me había jubilado y cuando lo estreché entre mis brazos fui consciente de que en los últimos años, la soledad , el aburrimiento y mi creciente tendencia a la evitación de todo lo que me incomoda, habían anestesiado mis sentimientos, cubierto de polvo las neuronas de mi memoria y sentía que vivir era más de lo mismo. Incluso creo, que la pereza que me daba esperar un día tras otro mi final natural , comenzaba a proponerme abreviar un poco la cosa…
En realidad no me sentía culpable por ello, soy médico..bueno era..porque aunque tengo la titulación ya no ejerzo. Creo que un médico solamente es médico cuando tiene un paciente delante y me siento tan vacío como mi título que cuelga inútil en mi despacho. Pero no os puedo negar que cuando luego Luis abrazándome como a un padre, me llamó Doctor…mi Doctorcito… me llene de luz por dentro y por un momento, sentí que dejaba de ser nadie, para nadie y más para mi mismo.
Le hice pasar, lo senté en mi sillón en el comedor y le pedí que esperara mientras preparaba un café e iba a buscar la botella de coñac y un par de copas, pero cuando volví de la cocina, el sillón estaba vacío y un cigarrillo negro humeaba triste en el cenicero de metal.
Me quedé despagado, pensé por un instante que se había ido…, que mi decrepitud lo había espantado y allí de pie, en el comedor con la bandeja en la mano me, quedé abatido mirando como el humo del cigarrillo ascendía azulado y sinuoso.
Pero cuando el sonido de una respiración me hizo volver la mirada hacia la alta ventana enrejada de mi comedor, lo vi… Luis se había encaramado al amplio alfeizar formado por el grosor de los antiguos muros y como un simio estaba agarrado a los barrotes plegando su joven cuerpo contra ellos. La verticalidad de aquellos hierros y la luz radiante de la mañana lo habían atraído irremisiblemente como una polilla a la luz y ahora ensimismado, miraba hacia al callejón.
No quise molestarle. Tampoco le pregunté qué estaba haciendo porque lo entendía. Simplemente me senté en silencio en una banqueta a esperar sus palabras contemplando el bello contraluz que su figura oscura con el rostro iluminado, había recortado contra el cuadrado dorado de la ventana.
-Doctor…¿sabe..? la echo de menos como cuando allí encerrado lo echaba de menos a Vd.. Vd..era allí mi único amigo, y si en algún momento deseé la libertad era solo porque sabía que Vd. estaba fuera. Pero ahora…, ahora que soy libre…, la echo de menos…
Recordé como ese hombre de treintaicinco años que aparentaba cuarenta por el trato carcelario, había aparecido un día con sus veinte años en busca de amparo por la puerta de la enfermería de la cárcel donde yo ejercía.
Luis era hermoso y joven y eso era nefasto tras aquellos muros de la prisión en los que la ausencia de mujeres hacía que los hombres más salvajes y peligrosos se convirtieran en fieros depredadores que se disputaban la piel fresca.
No me tuvo que decir que no era como los demás, yo ya era por entonces un gato viejo que solo con oírlos respirar, incluso sin mi fonendoscopio, ya sabía quién era culpable y quién estaba allí adentro por estar en el lugar y el momento equivocado.
!Quince años! !Quince! les cayeron a los cuatro de la panda. Jamás pensó Luis cuando entraron a gamberrear y llevarse unas latas de cerveza en el bazar chino de su barrio marginal donde los taxistas se negaban a entrar, que aquel amigo loco llevaba un arma escondida y le iba a dar «matarile» al dependiente en cuanto se puso a gritar como un conejo.
Para Luis, mi enfermería, se convirtió entonces en una prisión dentro de la prisión y para mí, Luis, en un entretenimiento para las muchas horas que allí pasaba.
Al principio, solo se limitaba a limpiar y ordenar la enfermería, luego, el muchacho me ayudaba en las curas y a atender a los ingresados. Las horas que no se pasaba sentado viéndome escribir y consultar mis libros, las pasaba agarrado a los barrotes con el cuerpo pegado a la reja hasta que se le marcaba, para poder recibir los escasos rayos de sol que solo con el mediodía entraban verticalmente y por un par de horas por el deslunado.
Se me cayó el alma a los pies cuando un día algunos meses después de su llegada me preguntó si era difícil leer y escribir. ¿Cómo no me había dado cuenta? ¿Qué poca atención le había prestado a aquel buen chico pensando que solo con acogerle ya había hecho bastante?
Os ahorraré detalles, pero no puedo negar que lo que a continuación sucedió cambió tanto mi triste y monótona vida de viudo sin hijos, que logró hacer que me levantara con ilusión cada día y fuera con alegría a mi oscura pero necesaria labor, porque cuando le enseñé a Luis leer y a escribir, me sucedió como al agricultor que de casualidad le cayó la mejor semilla en la tierra mas fértil en la más lluviosa y soleada primavera y sin apenas esfuerzo, vio brotar la planta más frondosa y fuerte que le dio los frutos más dulces.
Pocos meses después, era yo el que observaba a Luis como en los ratos libres se concentraba completamente en los libros. Primero fueron los de literatura clásica y de aventuras de la biblioteca de la prisión, luego mis propios libros de filosofía y biología y en los últimos años, complejos ensayos que a petición suya le traía bajo mano de la biblioteca nacional. Su sed de conocimiento era insaciable y su aplicación inagotable, pero no solo entraba saber en su cabeza, sino que también salía.,Luis hacía trabajos, resúmenes, extraía conclusiones , se formaba opiniones propias e incluso cursó derecho por correspondencia para poder ayudar a otros presos con sus conocimientos con lo que se ganó su respeto e inmunidad.
-Doctor.. Me dijo Luis sacándome de mis recuerdos cuando bajó de la ventana ¿Sabe..? No entiendo porqué a veces aun la echo de menos…
– Mira Luis…, la naturaleza humana es tal que solo nos damos cuenta de las cosas buenas cuando las perdemos. Somos tan gilipollas que no solemos ser conscientes de cuando somos felices y malbaratamos los mejores instantes como si fueran fáciles de conseguir. Tu y yo hemos pasado buenos momentos allí, en nuestra enfermería, en compañía de nuestros barrotes, sabiendo quien éramos, que hacíamos y a quien importábamos y con nuestra separación, pasamos a depender de los demás a los que interesamos un carajo.
– Bueno Doctor…Al venir a buscarlo hoy no quería importunarle, solo quería contarle que cuando Vd. se fue, me dediqué a estudiar por correspondencia las asignaturas teóricas de medicina con los libros que Vd. dejó y ahora que soy libre solo me quedan dos años de prácticas para ser médico.
La verdad es que no me sorprendió. Nunca me dijo nada, pero. en los últimos tiempos en que estuvimos juntos observé que con aparente indiferencia pero mirando de reojo, no se perdía detalle de ninguna consulta, operación, ni movimiento mío alguno.
-¿Podrías quedarte conmigo mientras acabas la carrera?, me sobra sitio, me falta compañía, no sé en qué gastar mi pensión y aquí con estos barrotes de mi casa, aún nos quedan algunos buenos momentos que pasar juntos…
-Gracias Doctor. La verdad es que sé que decirle…, no era esa mi intención cuando lo llamé… Yo no venía a eso…
-Tranquilo… ,ya lo sé Luis. Solo es que me gustaría disfrutar de ver como inicias la nueva vida que te espera a partir de ahora que tu titulación y tu inteligencia lograran borrar tu pasado. Ahora podrás ser alguien en quien jamás habías podido ni soñar….podrás llegar a ser un afamado neurocirujano o cardiólogo, ganar mucho dinero y disfrutar del lujo y una bella esposa que te dé tres o cuatro hijos como te mereces.
– Mire Doctor…Siento decepcionarle, pero a mí no me interesa nada de eso..
– ¿ No…?¿Y qué te interesa Luis…?
Luis esbozó una serena sonrisa llena de afecto y me respondió haciendo que mi alma se agarrara otra vez a la vida como si estuviera cosida a ella, para no soltarse jamás por su voluntad…
-!Doctor…,!!Solo me interesa llegar a ser tan buen médico de las prisiones como Vd. lo fue!.
FIN

FRANCISCO BALLESTER


Tenía 9 años.
Hassam vendía pan por las calles de Xauen.
Se desdibujaba entre las casitas azules repartiendo Kessra, el pan que su familia venía repartiendo durante generaciones.
Recorría las calles irregulares con una velocidad y limpieza propias del viento. Siempre una sonrisa en su gesto amable.
Sus pies, descalzos, programados como el mejor de los navegadores, lo acercaban a cada uno de sus vecinos. Décadas de prosperidad.
Estaba muy orgulloso de su padre SAMÎR.
SAMÎR era único, un tipo entrañable, lleno de historias llenas de tierra, historias de miedo y sudor, de esperanza a medias, de amor y de suerte.
SAMÎR era un tipo feliz. Su pan, amén de su familia, era su vida y elaborarlo su pasión. Décadas de prosperidad como ya decía su padre.
Éra un pan ácimo con sémola de trigo duro extra fino, un poquito de aceite y otro poquito de sal. Pero lo más importante era el toque familiar que había pasado de generación en generación y Hassam aún no lo conocía y estaba deseoso de hacerlo.
Cuando terminaba de repartir el pan, Hassam iba a buscar a su amigo Sâber, prácticamente se habían criado juntos.
– Vamos!! dijo Hassam.
– Siiiii, Akchour!!!, salgo en dos minutos. Respondió Sàber.
(Continuará)

DANI GALLEGO


El destierro.

Ovidio estaba a punto de darle la revisión final a su gran poema mitológico cuando Augusto lo obligó a abandonar Roma y trasladarse a la remota ciudad de Tomis. Corría el otoño del año 8 de nuestra era, y Ovidio atravesaba un momento plácido: era un poeta inspirado y famoso, se sentía a gusto con su mujer, su hija y sus nietos, y vivía con holgura gracias al patrimonio que había heredado de su padre. Pero, justo entonces, tuvo que despegarse de todo lo que amaba y marcharse a vivir al fin del mundo. Debió de sentirse como el rey que, tras haber probado todos los lujos y haber oído todos los halagos, es expulsado de su palacio y ha de dormir medio desnudo a la intemperie. Entre los romanos, el destierro se consideraba un castigo mayúsculo, casi tan odioso como la pena de muerte, pues forzaba al individuo a abandonar su lugar natural, el que le habían señalado los dioses para su nacimiento y su defunción. Para colmo de males, Ovidio fue relegado a uno de los territorios menos deseables del imperio: la cudad de Tomis, hoy Constanza, que se halla a orillas del mar Negro y pertenece al actual territorio de Rumanía. En aquel tiempo, Tomis acababa de incorporarse al imperio romano, así que sus habitantes ni siquiera hablaban el latín. Para un hombre como Ovidio, que adoraba los ocios refinados y la vida pública, ser desterrado a aquel mundo de bárbaros era un sucedáneo prematuro de la muerte. ¿Qué alicientes podía encontrar en Tomis, donde no había libros que leer ni hombes de letras a los que escuchar ni seres queridos con los que compartir la pena y la alegría del calor del fuego?

Durante siglos, los historiadores se han preguntado por qué Augusto se encolerizó con Ovidio, pero las razones siguen sin estar claras. Según el propio poeta, se le castigó por culpa de «un poema y un error», explicación que, a fuerza de sintética, resulta enigmática. Los estudiosos coinciden en que el poema que motivó el destierro fue El arte de amar, libro que Augusto mandó retirar de todas las bibliotecas públicas de Roma. De hecho, cuando castigó a Ovidio,el emperador se hallaba embarcado en una cruzada moral contra las malas costumbres de los romanos, a los que acusaba de vivir en la disipación y de ser permisivos con el adulterio. Empeñado en construir una Roma de personas decentes, Augusto promovió la castidad entre los jóvenes, aprobó leyes que castigban la infidelidad, fundó un tribunal penal dedicado a juzgar los delitos sexuales y llegó a decretar la obligatoriedad del matrimonio, insólita medida destinada a aumentar la natalidad. Su celo llegó a tal punto que incluso desterró a su propia hija cuando se enteró de que la joven era infiel a su marido. Es lógico, pues, que El arte de amar irritara a Agusto, ya que el libro reivindicaba con desparpajo los placeres de alcoba, promovía la mentira como estrategia de seducción y ofrecía consejos prácticos para entregarse con seguridad al adulterio. A las damas casadas, por ejemplo, Ovidio les explicaba cómo cartearse con sus amantes sin que el marido se oliese el engaño, y a los hombres les recomendaba que llorasen lágrimas de cocodrilo cada vez que quisieran conmover a la mujer deseada. El arte de amar discurría, en suma, a contracorriente de los intereses de Augusto. Era un libro inmoral, y resultaba particularmente peligroso porque gustaba mucho. Es muy probable, pues, que Augusto castigara a Ovidio con intención ejemplarizante: quería demostrarles a los romanos que el tiempo de la depravación había concluido.

No obstante, El arte de Amar no pudo ser a única razón del destierro, pues el libro ya llevaba diez años circulando cuando Ovidio fue castigado. Hay que pensar, pues, que el «error» tuvo que ser tan importante como el «poema». Según el propio Ovidio, su equivocación consistió en «tener ojos», es decir, en ver algo que no debía. Una hipótesis sugrente dice que sorprendió desnuda a la mujer de Augusto, y otra más creíble conjetura que ayudó a la nieta del emperador en unos amores adúlteros. Hay quien opina que Ovidio pudo presenciar uno de los ataques de cólera de Augusto, que no soportaba que lo viesen airado, o escribir unos versos satiricos en los que ridiculizaba al emperador. También se ha supuesto que el poeta, movido por su natural curioso, asistió a los riuales consagrados a la diosa Isis, que solo podían presenciar las mujeres, o que tras aficionarse a la adivinación del porvenir, participó en una reunión en la que profetizó la caída de Augusto, predicción que, por razones obvias, indignó al emperador.

Ovidio relató las penalidades de su destierro en dos libros de epístolas «manchados por las lágrimas»: Tristes y Cartas desde el Ponto. El primero fue largo y pesado, pues se hizo en pleno invierno y a bordo de un barco que tuvo que afrontar fuertes vientos contrarios. Ovidio envió las Tristes a Augusto, pues el propósito principal del libro era ablandar el corazón del emperador para que le permitiera regresar a Roma. Por eso mismo, el poeta describió el lugar de su destierro con tintas muy negras, como un terrtorio inhóspito donde se comía mal, abundaban los peligros y hacía tanto frío que el vino se conglaba y era preciso comprarlo a pedazos. A los getas, nativos del lugar, Ovidio los pintó como gentes rústicas y violentas que saqueaban a sus vecinos y los mataban a sangre fría. Para comunicarse con aquellos bárbaros, el poeta debía recurrir a gestos, así que su vida diaria era un martirio de soledad e incomunicación. Decidido a ganarse el perdón del emperador, Ovidio reconoció en Tristes que se había equivocado, si bien dio a entender que Augusto había vulnerado el derecho de los poetas a abordar los temas que les apetezcan, con independencia de que gusten o no gusten a quienes mandan. Ovidio, en todo caso, estaba convencido de que el futuro lo absolvería: por más que lo humillaran, nadie podría arrebatarle la gloria que manaba de la belleza eterna de sus versos.

A pesar de las súplicas, Augusto nunca perdonó a Ovidio, quien tuvo que permanecer en Tomis durante nueve o diez años. Con el tiempo, el poeta aprendió la lengua de sus vecinos, en la que se atrevió incluso a escribir algunos versos. No obstante, las Cartas desde el Ponto atestiguan que nunca dejó de añorar Roma. En esos versos de senectud, Ovidio confiesa que su ánimo flojea, que tiene pesadillas, que ha perdido el apetito por culpa de la tristeza, que le falta la inspiración y que su antiguo carácter, tan jovial y expansivo, se ha llenado de sombras. Por lo que parece, en el año 14, el poeta recuperó por unos días la esperanza de volver a su patria cuando Augusto murió, debilitado por una larga sucesión de gripes y colitis. Entoces, Ovidio envió a Roma un poema en que alababa a la familia imperial, y cuyo propósito evidente era conmover a Tiberio, el sucesor de Augusto. Sin embargo, no encontró ni un vestigio de piedad en el corazón del nuevo emperador. Tiberio prefirió dejar las cosas como estaban para no traicionar la memoria del hombre al que debía el poder, así que Ovidio tuvo que permanecer en Tomis. Allí murió, en el año 17 ó el 18. En sus horas finales, debió de consolarse pensando que había creado una obra solvente y atractiva, que estaba destinada a durar mucho más que su cuerpo. Se cree que los getas enterraron a Ovidio a orillas de un lago, y sabemos que, durante mucho tiempo, en la memoria colectiva de aquel pueblo perduró el recuerdo del hombre ilustre que había llegado desde Roma por razones oscuras, con el rostro sombrío de quien lo ha perdido todo y el corazón doblegado por el peso de la notalgia.

PEPINO MARINO ERRANTE


Mis días se llenan de pequeñas batallas. Que superan la realidad y la ficción.
Hace unos días me paso una cosa curiosa, además de interesante. Sociológicamente hablando, y, sobretodo, emocionalmente hablando, y con toda la seriedad con la que puedo dar importancia o no a una panda de ignorantes, aquí empieza la función.

Me levanté temprano, a duras penas había conseguido dormir un par de horas, que ya era mucho.
Ducha fresquita para despejarme, y después agua caliente sobre los hombros y cervicales durante un par de minutos, el ritual diario, vaya. El jabón de siempre, el champú, suave, muy muy suave. El de bebés. Ropa cómoda, más bien holgada, el calor aprieta sólo empezar a salir el sol. Mis zapatos, cómodos, combinados con el vestuario. Gafas de sol, mi bolsa/bolso (siempre he comprendido porqué llevamos casi una maleta disfrazada de bolso, aunque los hombres no lo entiendan).

Unos buenos 16 minutos de retraso llevaba mi autobús, menos mal que sólo tenía que hacer este trayecto para hablar con mi editora, comer juntas, y luego regresar a casa. Una vez o dos cada 3 o 6 meses, dependiendo del volumen de trabajo hecho, presuntamente hecho, corregido, revisado y requeterevisado. No hay ninguna complicación más. Se hacía y punto.
Adoraba mi trabajo. Adoro mi trabajo.

Estabilidad y normalidad ya se habían afianzado en mi vida. No tengo pareja, ni hijos, por lo cuál, conmigo misma, techo donde dormir, comida, y ropa normalita, suficiente para continuar con mi vida. Y disfrutar de las cosas sencillas.

El año pasado fue bueno. El anterior mejor. Éste, debía doblar o triplicar esfuerzos, que no tenía, pero tenía que tirar palante como fuera y con más garra. Tenía mucho qué contar, mucho vivido en sólo cuatro años. ¿Demasiado? Uf, no sé. Pero mucho, desde luego, sí.

Aunque todo eran esquemas, frases y palabras sueltas anotadas en 5 o 6 libretas de las grandes, sin seguir un orden, porque en su momento no lo tenían.
Esas notas necesitaban un orden que cada vez me costaba más encontrar, primero leyendo, después colocando cada cosa en su lugar, revolviendo y volviendo a colocar. Era un puzzle intermitente e interminable. Pero que formaba parte de mi vida, y tendría que completar algún día.

¡ESTOY AQUÍ! ¿NO ME VES?
AQUÍ HAY UN SITIO LIBRE.

Parecía que hablaba pero no salía ninguna palabra de mi boca. Eran las palabras que lanzaba mi cerebro a cada uno de los que montaba en el autobús, pasaban a mi lado y continuaban hacia atrás, aún viendo un lugar vacío a mi lado, y que el autobús estaba casi lleno.

Nadie se puso en mis zapatos. Nadie vio que podía llegar a ser normal llevar una mascarilla de filtros para gases tóxicos de algodón negro. Si llegan a ver la mascarilla grande, que por precaución, va siempre en la casi maleta disfrazada de bolso, me lanzan directamente por la ventanilla.

Entonces recordé por qué seguía adelante con más fuerza, si cabe.
Porque yo me olvidaba que llevaba una mascarilla para no respirar productos y gases tóxicos, pero los demás no.
Y seguían pasando de largo, ignorándome, o incluso apartándose como si fuera algo contagioso.

SEÑORES, YO LLEVO LA MASCARILLA MÁS SUAVE Y LLEVABLE. SOY DE LOS QUE TENEMOS SUERTE. PUEDO SALIR DE MI CASA VARIAS VECES EN UNA SEMANA.

Pero nada. Nadie me oía. y me dije, más ancha, tú. Más sitio para acomodarte durante los próximos 200km sin más paradas de bus.
Cerré los ojos, y haciendo mis ejercicios de respiración, empecé a calmarme, mental, emocional, y físicamente.
Hasta que llegué a la estación. Mi primera batalla del día superada. Esperé a bajar la última, con toda normalidad, y saludé al chófer al salir, dándole las gracias, cosa que muchos, sin mascarilla, no hicieron.

A por mi segunda batalla….

LA XICUELA DE CORRIOL


NUMBERS

En una fría noche de invierno, en pleno centro de Nueva York, un joven busca refugio en una cafetería. Las calles están decoradas con luces de todos los colores, envidiadas por las estrellas. El suelo se ha convertido en una alfombra blanca y blanda.
Los copos de nieve caen sin cesar, lentamente. La Navidad ha llegado.
El joven muchacho encuentra una cafetería en Times Square y decide entrar.
Se sienta en una de las mesas libres y abre su bandolera. Coge su portátil y se dispone a escribir. El espíritu navideño le inspira.
Una camarera se acerca a tomarle nota. Pide un chocolate caliente y se pone los auriculares. Spotify reproduce «Numbers» de Daughter.
La camarera le trae el chocolate caliente y le da un sorbo. Agradece el dulce calor atravesando su garganta, hace demasiado frío fuera.
Comienza a escribir, parece inspirado. Pero al cabo de un tiempo y con la misma canción terminando, se bloquea.
No sabe como continuar su historia. Aparta los ojos del ordenador y la canción comienza de nuevo. Se fija en una chica rubia que hay frente a él.
Está leyendo un libro, las ondas doradas caen por sus hombros.
La observa, no para de mirarla. No entiende porque le atrae.
La chica levanta la mirada y le mira. Sonríe. Tiene los ojos azules, tan profundos como el mar y el cielo.
El chico se ruboriza y baja la mirada.
Le da otro sorbo al chocolate.
Mira por la ventana y sin saber muy porqué, quizá sea por culpa de la música o del hipnótico caer de los copos, comienza a imaginar. Se deja llevar, y por unos momentos, deja de estar en este mundo para adentrarse en el suyo.
Imagina gran cantidad de escenas, como una película, dónde está con ella. Dónde ella es la protagonista.
Todas pasan deprisa, como fotogramas, una detrás de otra, ambientadas en diferentes lugares.
Una playa, atardeciendo, abrazados con una manta echada por los hombros. La suave brisa, acariciando sus caras.
Un coche, recorriendo una carretera vacía, ella con los brazos estirados, intentando alcanzar el cielo con un pañuelo.
Una cama, con caricias y besos escondidos, con lunares en vez de planetas y sonrisas como destino.
Un día de lluvia, las gotas cayendo lentamente en sus cuerpos, la tormenta perfecta. La paz.
Cuando la canción acaba, se termina el chocolate, que ya está templado y cierra el ordenador. Paga la cuenta y comienza a recoger. En ese momento se da cuenta de que la chica rubia no está.
Cuando sale a la fría calle, la ve. Está en un paso de cebra, el semáforo está en rojo.
El corazón se acelera, nota como la sangre palpita, nota los latidos por todo su cuerpo… ¿Se ha enamorado? No, no puede ser. No puede enamorarse de recuerdos inexistentes, creados por su imaginación. No puede, no la conoce.
La chica está mirando el móvil, de pronto suena el pitido del semáforo, ya puede cruzar.
Pero un coche no ha podido frenar a tiempo y viene bastante rápido. La chica se da cuenta demasiado tarde. El coche está lo suficientemente cerca de ella.
En ese momento, el mundo se paraliza. Los copos se mantienen en el aire como si no hubiese gravedad, nadie ni nada se mueve, no se oyen ruidos de coches ni del bullicio de la gente. El mundo ha dejado de rotar.
El tiempo transcurre con mucha lentitud, demasiada.
El chico se abalanza sobre ella, empujándola fuera de la carretera. Todo vuelve a su tiempo, el mundo vuelve a rotar.
Él la mira. Ella le mira. Ambos sonríen. Y a pesar de tener a un grupo de gente a su alrededor, preocupada, solo son capaces de verse el uno al otro. Saben que no va a ser la primera vez que se vean.

ROCÍO ROMERO GARCÍA


Metamorfosis, el devenir del ser.
No podía no dejar de pensar en aquellas palabras, y caí rendido a ellas como el influjo de un amor adolescente, que no se puede quitar de la cabeza ni borrar de la memoria.
No eran monosílabos comunes al oido de un mortal, tenían un significado más profundo, llenos de misterios profusos y de enigmas indescifrables.
Aunque ya la había oído alguna vez-en mi época de sueños profanos- , quizás prefirió adormecerse en lo más recóndito de mi ser, tal vez por el miedo que se nos presenta cuando enfrentamos lo desconocido, lo incomprendido.
El ser y estar, el permanecer y transcurrir son circunstancias que nos atañen como humanos que somos. El olor a tierra mojada, el ruido de una lluvia abundante golpeando sobre techos de chapa, el sabor de una comida deseada y el abrazo de la persona anhelada son mimos que alimentan al alma.
Pero hay cosas indómitas, cosas que deben suceder, como el ser y su circunstancia.
No se puede corregir lo que ya está escrito, no se puede engañar al destino.
Lo hecho, hecho esta.
Todo tiene y tendrá un porque, desde lo más pequeño hasta lo más grande, desde una flor hasta el cauce del mar, la vida y la muerte, todo.
¿ Que ha de ser del hombre sin el principio regente de toda su vida?, ellos existen… no debes atraerlos…
Cuando se enfrenta al destino, cuando se afronta a la irremediable muerte, solo hay dos opciones que elegir, mirarla dignamente a la cara y abrazarse a dios, o luchar contra lo indivisible y volverse un ser ingrávido y maligno fundiéndose en la oscuridad.
Esa frase cuestionaba mi fe, la tumbaba, una fe inquebrantable que había atravesado toda mi estoica existencia, era la mosca que zumba buscandose aposentarse en la podredumbre, era el gusano que desecha la manzana, era… la negación del propio devenir del ser.
Prolongar lo improrrogable se convirtió de pronto en una obsesión interna gobernando todos mis sentidos y dejando en evidencia mis carencias latentes… el egoísmo surgio brotando como un corazón delator que sangra por un amor negado. Ellos se aferraron, surcando mis flaquesas, añidando en mi fragilidad, me olieron, sintieron mi pavor, hurgaron en mi desesperación. Y los deje entrar, ante mis ojos necios se hicieron carne en mí.
Mi alma se escapaba de mis manos como un suspiro de verano y pretendía arrastrarla hacia mí, encadenándola a mi cuerpo lacerado, ante la ignominia que afrontaba porque dios presuroso ambicionaba arrebatármela.
Ante la suma de todos mis miedos, decidí entonces recurrir al ultimo sesgo de realidad que podría tener frente a mí, fui en busca del libro que se nos suele presentar en los momentos tortuosos por los cuales atravesamos durante el camino que recorremos.
Algunos dirán que sus escritos oscilan entre la falacia y la mentira, otros sostendrán que se trata de un libro mágico que dá sabiduría si se lo sabe interpretar adecuadamente y otros, defenderán la idea que es la prueba cabal de lo que el hombre busca desde el origen suyo sobre la faz de la tierra, subyugar a sus semejantes bajo el ala dictatorial de sus menesteres.
Se me había adoctrinado bien, al menos eso siempre supe creer, comencé con todo el ceremonial y protocolo correspondiente que debe hacerse para guiarme hacia la determinación de sus actos.
Y la tentación del azar se hizo presente llevándome a un espiral de decisiones equivocadas, el libro me mostro la senda por donde debería ir, las voces susurraron las palabras que quise oír y mi mente fraguo la verdad conforme a lo que yo más deseaba, perpetuarme en la eternidad, ser uno con el tiempo.
La metamorfosis estaba pronta a crecer en mí, la tría mera me había dado la solución ante mi necedad de perecer, era un acuerdo mutuo de sangre que pergeñe con los demonios.
Porque la muerte es algo irremediable que no podemos corromper, si hay vida hay muerte, es el punto necesario para el equilibrio de las almas.
¿Pero qué sucedería si alguien es salvado de su destino?
Por un alma salvada miles serán masacradas, es la ley de la tría mera, pasados los tres dias los demonios habitaran los cuerpos de aquellos que debieron desaparecer, asesinando a los inocentes… que allí estén presentes.
Ese fue mi trato, mi salvación y mi castigo, mis ojos se convirtieron, volviéndose capaces de observar a aquellos que pronto estaran a morir, los advierto, los libero y los condeno a ser los receptores, se vuelven sus vasijas… y me torno eterno como el tiempo.
No podía no dejar de pensar en aquellas palabras, cada vez que me despedia de alguien, me iba de allí murmurándole al oido, tría mera, tría mera, tría mera.

FLAVIO MURACA


«Cenicienta»

Cenicienta compró un par de zapatos con tacos enormes. Esa noche fue a bailar de falda corta y remera escotada.
El príncipe la esperó más de lo previsto. Cuando la vio llegar se llenó de celos, pues la dama era observada por toda la platea masculina. Cegado por la rabia emborrachó a la princesa y robó sus pertenencias. Con disimulo escondió el cuerpo dormido en un cuarto privado. Rápidamente se puso la ropa femenina y bajó al recinto, disfrutó ser la reina del desvelo. Muchos intentaban acariciarle el cuerpo.
Lo bueno dura poco; a las doce en punto el reloj escupió madrinas mágicas, una de ellas dio en la cabeza del príncipe azul dejándolo inconsciente.
Pasadas las horas el sol golpeó los cristales con furia, el hombre despertó en una enorme cama acompañado de un muchacho fornido; estaban desnudos, abrazados y felices. Había amor en el aire.
Desde entonces Ceniciento camina por los centros comerciales. Adora los calzados y las carteras. Gasta todo su dinero en coches importados que, con el tiempo, se convierten en calabazas.

ALEJANDRO CAMACHO


Cosas de la caseta campo…
Endulzame el día
decía la tele con su ganchillo encima
tengo la boca seca
soy el azúcar más viejo 
que esta caseta
si te cuento mis traslados
soy la mesa, que va de lado a lado
el silencio de las galletas
están tan secas que ni maria
Magdalena
no abras la nevera
seis meses sin luz te esperan
a gritos clama la piscina
me hago pis
pues yo soy tu vecina
recoge las algarrobas
cochina!!
como nadie fuma
creció la hierba
a falta de visitas
dura es la sierra
pasarán los años
el columpio sigue en pie
y cuando éramos pequeños
él que nos vio crecer
jardineras de barro y piedra
ése pino con iniciales
qué decir de ésos veranos
los más especiales…..

DAVID DURA MARÍN


 

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19 comentarios en «Semana 9 Taller de escritura – Composición narrativa»

  1. Mi voto está quincena es para Airam.

    Pero quiero comentar una casualidad que me ha chocado mucho. Creo en las casualidades de la vida.
    Hay dos compañeros que han participado en el relato quincenal, y en el texto de cada uno, no sé si entre ellos se conocen, conocen el lugar, etc….han nombrado cada uno un nombre propio, que corresponde al nombre dos hoteles que conozco en un pequeño pueblo de Castellón de unos 400 habitantes.
    Si queréis averiguar cuáles son, ya preguntaréis en el grupo cuando acaben las votaciones. Si queréis, empezad a pensar.. ..

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  2. Mi voto para xicuela , tenía el corazón dividido pero soy de batallas de lucha y seguro que soy de las que compartiría asiento en el autobús o donde sea.

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