Experiencias místicas o religiosas

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema «Experiencias místicas o religiosas». Este ha sido el relato ganador:

Tengo que contarlo. Por fin me he atrevido a hacerlo, y no voy a parar ahora, porque sé que si no se lo cuento a alguien, me volveré loca. Realmente cuando lo cuente pensarás que ya lo estaba y, posiblemente, empezarás a tratarme de otra manera, a evitarme poco a poco. Estoy preparada para ello, aunque espero que no llegue a pasar.
Todo sucedió una noche de viernes. Llegué muerta de cansancio tras un duro día de trabajo y no tenía ganas de nada más que de meterme en la cama. Ni siquiera cené.
La casa a oscuras. Mis gatos durmiendo en el sofá. Todo en silencio.
De repente, un golpe y un grito en el salón.
Sobresaltada, salí de mi cuarto, a ver qué podía haber sido. Nada. La casa, a oscuras. Mis gatos, despiertos. «Habrán maullado de tal manera que me ha parecido que alguien había gritado… «, me dije, y me fui a la cama de nuevo.
Al cabo de unos segundos, otro golpe, más fuerte esta vez, seguido del grito más desgarrador que había escuchado en mi vida, esta vez en la misma puerta de mi dormitorio. Temblando, pero reuniendo todo el valor que pude, abrí la puerta despacio, no sabiendo qué me podía encontrar detrás. Oscuridad. Vacío. Nada.
Esto era desconcertante. ¿Me estaría volviendo loca? Mis gatos estaban de pie en el suelo, mirando hacia la puerta, con su pelaje erizado y sus caras crispadas. No, si ellos estaban así, algo extraño estaba pasando. No sabía muy bien qué era, ni si podría explicarlo, pero era evidente que algo había ahí.
Entré en mi cuarto corriendo, cerré la puerta de manera precipitada, y busqué una estampita que me había regalado una monja un día alegando que me protegería. Incluso, con todo lo atea que soy, me colgué al cuello un rosario que me dieron en una visita al Vaticano. «Todo es poco», pensé. Me metí en la cama, con la cabeza bajo el edredón, muerta de miedo.
Y entonces lo escuché. Un chillido de ultratumba sonó a mi lado, dentro de la habitación, junto a la cabecera de mi cama. Lloré y supliqué hasta sentir un mareo indescriptible que hizo que perdiera el sentido.
Y ahora no sé dónde estoy… No… fueraaaaaa… VETEEEE… NO TE ACERQUES A MÍIIIIIIIIII!!!!!!!! NO ME VUELVAS A ATAR A LA CAMAAAAA!!! NO ESTOY LOCAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!

«¿No lo estás?»

Mireia fue perdiendo sus fuerzas, una capa de sudor frío le cubrió la frente, y su vista se fue nublando poco a poco. Estaba haciendo efecto el sedante que le había inyectado el enfermero, y se estaba quedando dormida lentamente.

“Madre mía, pobre muchacha… “, le dijo al celador. “¿Cómo se le puede ir la cabeza de semejante manera a una chiquilla así? Sólo habla para contar una y otra vez la misma historia.”

Doblaron la esquina del gran pasillo central del Psiquiátrico Municipal, dejando atrás el despacho del Director General. No habían llegado a la sala de enfermeros cuando escucharon un chillido helador que provenía de dicho despacho. Pensando que había sido el Director quien había gritado, se apresuraron a socorrerle. Abrieron la puerta de un golpe y sólo encontraron oscuridad. Vacío. Nada.

SANDRA SOL

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EL ARO DORADO

La hora que llega, ya se ha ido;
el minuto que se vive,
ya se ha vivido ;
el instante que se siente,
ya se ha sentido.

Las cuentas vacías
entre los dedos
y el rumor de olas
que enmarca el tiempo,
huyen para siempre
hacia el infinito cielo.

La vida que se vive,
ya se ha vivido;
la muerte que se realiza,
ya es pasado;
y como tal es la Nada
la que sobre el cosmos
eternamente ha reinado.

ENRIQUE OSORIO BELTRÁN


OJOS

Argonauta en el barco de la desolación guiado por el lento viento de la soledad.
Me hallé ante las ruinas mortecinas de una vieja iglesia que difuminaba su pétreo esqueleto al cielo ceniza que le hacía de mortaja.
El suelo estaba sembrado de seres descuartizados, y los restos de lo que el tiempo ha indultado, de sus rostros, me miraban, y bocas solitarias, se reían de mi desgracia.
Adornos vegetales, sobrevivían, a la hiedra que estrangulaba con sus manos lo poco que quedaba de aquella vieja, y abandonada iglesia, en medio de la nada, en medio de un todo.
No era la primera vez, que acudía a este lugar, buscando el refugio de su olvidado recuerdo, y la compañía del polvo que todo lo invadía, adhiriéndose a mi piel como escarcha, fría, cruel, cubriéndome un frío de muerto.
El silencio, pesado y triste, agónico y desesperado. Como una lápida tan pesada como el universo.
Cerré los ojos, dejándome ahogar por olas gigantes que eran mis pensamientos. Y cada respiración, era un grano de arena en el reloj cósmico que acercaba mi existencia al destino fatal.
No sé por qué razón, pero, en un ángulo de las ruinas, me fijé en una añosa puerta, cubierta de vegetación que nunca antes había visto y que ahora, por capricho de los finitos dedos de la lluvia caída el día anterior, ésta, había descubierto.
Nó sin temor, me levanté del sitio donde estaba quemando mis suspiros, y me acerqué a la puerta. A simple vista, era una puerta firme, dura, rajada por el paso del tiempo. Por entre las rendijas, acercándome el rostro, sentía como un beso, una brisa fría y húmeda.
Así un antiguo candelabro de pie, de buena forja, que se hallaba debajo de unas piedras.
Miré fijamente la puerta, como un enemigo a batir, y con la fuerza que me daba la curiosidad, di tal envite a la puerta, que ésta, con quejumbroso y dolorido lamento, dejó al descubierto, una abertura, por la cual, desvirgué la oscuridad que había dentro.
Tras de mí, tímidos, me seguían los rayos de un sol que empezaba a dormitar.
Cuando mis ojos, se acostumbraron, a las tinieblas, me encontré con una talla en mármol, de una virgen cubierta con un velo de telarañas, que la hacían parecer una novia, esperando lo que nunca llegó.
Como un novio, le retiré el velo de telarañas del rostro, y dos ojos almendrados, vacíos, crucificaron con su mirada mi alma, y me hicieron hincar las rodillas en el suelo.
En posición orante, contemplé el rostro de aquella virgen desconocida para mí.
Nunca vi en mujer alguna, rostro, ni figura semejante, que me hiciera palidecer, ni sufrir delirio tal, que pareciera que estuviera invadido por febril ensoñación.
El perfil de su cara, estaba dibujado por una onda producida por una lágrima al caer solitaria al agua. Sus labios eran dos gotas de rocío cosidas por hilo de luna. Y la faz, tan blanca como el más puro papel, para escribir mil besos.
El rastro ondulado de las hojas al caer al vacío, cubría su cabeza.
En el cuerpo, etéreo como un suspiro, cubiertos por vaporosa gasa, sobresalían dos senos cálidos, como fruta madura y firme.
Sus manos, finas como retazos de nube.
Sus ojos. Esos ojos almendrados vacíos, que, fijamente, habían anclado en el mar de mis pupilas.
Maldije, mil veces al autor de prodigiosa y milagrosa obra.
Él, que había sido capaz de robarle a Dios, un trocito de paraíso. Él, que acaso amó, mancilló la carne, y la hizo piedra. Él, que dio luz a su alma con esos ojos que ahora me miraban….Él, que la cubrió con el manto de sacra imagen, para que nadie, más que él, bebiera del manantial de su amor.
Bajé la cabeza, y aré mi rostro, con surcos de lágrimas, y sembré lamentos.
Nó, no era una virgen, era una mujer, que amó, que amo.
Una honda pena, me invadió tan lentamente, como el sol se cubría con la mortaja nocturna, y en mi último suspiro, alcé la mirada, y pude, por última vez, ver esos ojos, vacíos…tan rebosantes de vida.

EMILIANO HEREDIA JURADO


Con diez años hice mi primera comunión. Durante un año entero, hasta los once, fui religiosamente a misa todos los domingos yo sólo pues mis padres no eran demasiado católicos. Solía ir con los zapatos, pantalón, cinturón y camisa del traje de almirante de mi comunión. Algunos niños se reían un poco cuando regresaba a casa, lo cual me hacía sentir violento, pero no llegaba a ser suficiente del todo como para cesar mi empeño de ir con mis mejores galas para lo que suponía una celebración espiritual y de clase. Creo que todos los niños a esa edad somos, como poco, algo clasistas. De hecho, me parece incluso bien que se usen uniformes en colegios. En aquella época me daban doscientas pesetas de paga semanal de las que yo dejaba religiosamente cincuenta en el cepillo.

Aquella dinámica pasó, pasado el año, no sé muy bien el motivo. Supongo que por pereza, porque empezaban a interesarme otras cosas para las mañanas de domingo o por pura imitación. Tardé algún tiempo en descubrir que el dinero que dejaba en el cepillo no era para los niños pobres, sino para el cuidado y mantenimiento de la parroquia y monaguillos. Estos tendrían una edad parecida a la mía. No voy a decir que esta fuera la razón principal por la cual decidiese no hacer la confirmación a los dieciséis porque a esa edad quería ser como Kurt Cobain.

MIGUEL HERNÁNDEZ


Podría ser el calor, seco, pesado, adheriéndose a mi instinto de supervivencia, derritiéndolo grado a grado. Otro que parecía haber dejado su firma, después de casi nueve días, era el cansancio. Como en un golpe de Estado, acribillaba mi consciencia con «quieto todo el mundo» y todo mi mundo se quedaba quieto, negándose a seguir, negando la posibilidad de irrealidad. Igual era el hambre que estaba haciendo estragos en mi cerebro, pidiendo, suplicando a gritos ser creído, ser aceptado como poseedor de la verdad; o simplemente la sed hackeaba mi visión, tomando los mandos… Posiblemente, o sin ninguna duda me atrevería a decir, eran los cuatro a la vez, esgrimiendo una alianza mortal. Un castigo por mi osadía, por mi imprudencia, mi afán de gloria, de protagonismo. Nueve días. Quemado por el sol. Exahusto. Hambriento y luchando con todas mis fuerzas por no beber el único līquido que mi maltrecho cuerpo podría ofrecer. Una semana, me dije, una semana para atravesar ese desierto. Una semana de comida. Una semana de agua. Pero han sido nueve días. Y ahora, en este noveno capítulo, una naranja me recibe en el camino. En el suelo. Mirándome. Preguntándome si la creo, mientras mis sentidos la llaman mentirosa, espejista manipuladora de sentidos. Me agacho. La sigo viendo. Veo que no está. Y la cojo. Cojo la naranja que no está y la pelo. Pelo la naranja que no está y arrancándole un gajo lo meto en mi boca y espero. Mantengo la boca abierta un instante. El gajo dentro que no está espera ser mordido. El gajo dentro que no está espera que su zumo sea exprimido. Y cierro la boca. Y el gajo de naranja que no está explota. Y el zumo del gajo de naranja que no está inunda mi boca. Y lloro. Caigo de rodillas y lloro. La arena me hace toser. Lloro y cojo otro gajo. Lloro y alguien viene. Me quiere levantar. Pero yo cojo otro gajo. Y doy gracias.

KARLOS WAYNE


Iba por el bosque, las setas son solo una excusa. Una parte de mí conserva la ilusión de encontrarse con una bruja, un duende, un troll, un tesoro o un cuervo parlante. Pero no volveré, al menos hasta que averigüe si lo sucedido fue un hecho puntual o un punto sin retorno.

Aquella húmeda mañana, el bosque me pareció más bonito que nunca, puede que por la hora. Era la primera vez que veía una luz tan blanca reflejarse sobre las hojas pardas y el musgo. Un contraste bellísimo. Mi función respecto a las setas es la misma que la del cerdo buscador de trufas. Luego las cocina y saborea mi acompañante, a mí solo me gustan los champiñones con ajo y jamón. ¡Allí! cuando me agaché a cogerla, un señor salió de debajo para informarme con solemnidad que el pasado no importa, el futuro no ha llegado y hay que vivir el presente. Catalogué la especie como venenosa y seguí escudriñando el terreno, ya con menos alegría, dándole vueltas a eso de un presente mutilado y sin rumbo. !Mira! Otro señor con perilla y la mirada perdida, repetía constantemente: «Si lloras por no ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas». Con el día tan espléndido que había salido. Eso mismo lo llevaba yo escrito en la carpeta cuando tenía 13 años, pero no debía pensar en ello, porque el caballero de la seta anterior dejó muy claro que nada de asomarse al pasado. ¡Ardillas! No, eran cinco coach corriendo alrededor de otra seta, embutidos en camisetas con frases motivacionales. Qué graciosos, si fuese más grande la jaula, los llevaría a jugar con mi hámster en su noria.
Ya era casi la hora de comer y tenía la cesta vacía. Esa enorme no se me podía escapar! O sí, porque resultó ser la sombrilla de una mujer que me reprochó muy severamente la manera en la que estoy envenenando a mis hijos. «Pero si yo no tengo hijos», le aclaré. Me lanzó entonces una despectiva e hiriente mirada y me dío la espalda. Vámonos, le rogué a mi acompañante, despues de echar un polvo detras de un árbol, como medida urgente que me alejase de la depresión profunda en la que estaba a punto de caer tras semejante vapuleo. No volveré al bosque mientras esté plagado de gurús hasta debajo de las setas. ¿Qué coño han hecho con los gnomos?

JEZABEL MONTENEGRO


Hijo del Diablo

Me chupaba la oreja mientras sentía su miembro cabalgándome contra el culo. Sabía que él ya no tenía poder sobre mí, pero estaba caliente, lo admito. Cabía la posibilidad de que todo se fuera a la mierda, estos seudoexorcismos se habían salido completamente de control, pero pueden culparme por querer acostarme con un semental aunque fuera “espiritualmente” tu propio hermano, lo dudo.

Él tenía 36 y yo 22. El estaba casado con Dios y yo era hijo del Diablo, o eso era lo que la gente decía.
De repente sus gemidos se convirtieron en quejidos.
-Estás caliente.
-Si, métemelo con fuerza.
-¡No, estás hirviendo!.

Abrí los ojos: mi piel estaba ardiendo, literalmente en llamas. Sentí su piel pegarse a la mía, nunca lo había sentido tan cerca, sonreí. El perfume a carne quemada me embriagó. El gritaba, yo reía disfrutando el miedo derritiendo su rostro.
La puerta de su habitación se abrió de par en par: ya era tarde, él era solo cenizas.

DONALD MCLEOD


EL FACTOR SORPRESA

– He encontrado arquetipos muy diferentes a lo largo de mi carrera profesional. Por mucho que nos guste particularizar, o por lo individualistas que seamos, la verdad es irrefutable: pertenecemos a grupos de clasificación. Eso simplifica hasta cierto punto mi trabajo y el proceso suele ser idéntico a la hora de desempeñarlo.
Me limito a observar y analizar, a escuchar y procesar la información recibida, relaciono entre si ambos aspectos y por lo ultimo, en base al veredicto, trato de ayudar al paciente a entender por si mismo la naturaleza de su problema, ayudarle a actuar para solventarlo, a través de su enfoque personal y los recursos emocionales de lo que disponga en esos momentos.
El tiempo es un factor importante ya que la primera impresión carece de fundamento científico y, verídica o no, crea una sola imagen de un cuadro amplio; en cierto modo es como seleccionar sesenta segundos de una película de hora y media de duración lo cual te daría a lo mejor pistas sobre el argumento. A lo mejor no. Imaginen una escena oscura, violenta. Eso les induciría a pensar en un filme de terror pero puede ser perfectamente un breve flash back ajeno a la realidad presente. Puede ser una simple imagen dentro de otra imagen, en absoluto modo Tarkovski. Por igual podríamos seleccionar sesenta segundos de campos idílicos, flores y mariposas y rodear todo en una trama bélica, las posibilidades son múltiples y los extremos no se excluyen entre si, no tienen porqué hacerlo.El caso es que luego de visualizar la hora y media entera podemos formular un juicio completo sobre la trama y clasificar adecuadamente el genero.
Lo mismo sucede con los seres humanos y la primera impresión no es más que el ligero esbozo de una historia completa.
Las herramientas psicológicas tienden a modificar los finales, siendo lo único que podemos hacer teniendo en cuenta la inamovilidad del pasado; las terapias dependen de cada especialista y de cómo decida enfocar el caso según el método que haya escogido a seguir: yo personalmente soy jungiano.
Ahora bien, nada viene a ser predeterminado: por mucho que hayamos avanzado en el campo de la psicología siempre quedará el factor sorpresa,el cual niega cualquier patrón, arquetipo o clasificación.
Imagínense un cirujano que haya llevado satisfactoriamente a cabo más de doscientas operaciones a corazón. Tiene en su subconsciente los datos respecto a cada uno de esos episodios, sabe lo que va a encontrar porque lo ha comprobado una y otra vez y es posible que actúe de una forma un tanto mecánica por el simple hecho de dar por sentado que todo está controlado. De repente ha de usar electro shocks para una persona . El médico sabe dónde viene a ubicarse el corazón, cuántas descargas ha de aplicar o la dosis exacta de nitroglicerina necesaria. Pero ese día, en ese preciso momento su paciente es uno cuya curiosa mutación hace que sus órganos estén invertidos por tanto lleva en el pecho un riñón.
¿Es culpa del cirujano por actuar en base a previos conocimientos en su intento de salvar aquella vida? ¿Del paciente por no llevar un cartel de aviso al cuello? ¿O de la madre naturaleza misma por ser irrespetuosa con el código genético?
El tema es universal y conlleva muchos puntos de vista, todos tenemos nuestros desperfectos y cometemos errores hasta en nuestras mejores intenciones. Siempre existirá el factor sorpresa y en mi caso su nombre es Beaujeaunotte.

Pierre tenía treinta y cuatro años cuando se presentó en mi despacho y los lucia sanamente.
Era un varón blanco de rasgos delicados pero firmes, de estructura atlética y cierta tendencia a introversión juzgando por su breve forma de estrechar mi mano y la mirada un tanto evasiva. Su forma de vestir era común, bastante despreocupada, sin embargo su lenguaje a la hora de la comunicación era elevado, fluido y correcto en todo momento. Le indiqué sentarse y buscó el refugio de un sillón de butaca alejado a mi escritorio lo cual me obligó a abandonar mi perímetro de seguridad y atenerme al suyo.
Pierre no era dado a abrir su alma fácilmente pero no por lacras emocionales sino por ser un observador. Necesitaba tomarse un tiempo antes de formular juicios y actuar en base a ello. Una vez concluido el proceso era un excelente comunicador.
Tenía un buen trabajo en el campo de la informática y se sentía cumplido a nivel profesional.
Llevaba una relación a punto de formalizar con una mujer adorable que le correspondía en el amor y hacían juntos esa serie de cosas que una pareja hace: planes, aventuras, momentos buenos y rifi rafes sanos acabados igual de sanamente en un par de besos y sin dramas. A veces barajaban tener hijos pero él consideraba que Laura , a sus veintisiete años, aún necesitaba libertad absoluta.
¿ Amigos? Muchos. Algunos para echar pintas y ver partidos, otros para ir de escalada y Mateo para todo desde el primer año de Universidad que cursaron juntos. La mejor amiga de Laura tenía todas las de acabar con Mateo cosa que a Laura le emocionaba hasta el punto de hablar de bodas conjuntas.
Le ofrecí una taza de te y Pierre optó por uno verde: le recordaba las charlas con su madre Ninette. Tenían buena relación y se llamaban a menudo por teléfono por tanto a pesar de no poder visitarse en largos periodos de tiempo sabían todo , o casi todo, el uno sobre el otro. Su padre era un hombre sano y adoraba a Laura tanto como a su única Ninette. En Navidades cocinaba con mucho gusto, y precisión, cena para los cuatro y daba conversaciones para ocho. Era una familia digna la suya y se sentía un afortunado de tenerlos.

Nuestras sesiones se hicieron amenas. Yo estaba acostumbrado a ataques de pánico y llanto, a depresiones agudas y tendencias suicidas. Pierre, taza de te verde en mano y rutinaria calma en el cuerpo ,era una onda de aire fresco en mi ámbito laboral y nos despedíamos como amigos al final de nuestras alargadas horas de charla.
¿ Le inquietaba algo?
Una pregunta muy lógica teniendo en cuenta su presencia en mi despacho, pero » inquietud» no era la palabra más acertada porque en realidad él buscaba respuestas por parte de alguien acostumbrado a lidiar con la mente humana y venia a ser yo lo más asequible en la escala de especialistas.

No es muy profesional por mi parte admitirlo pero la verdad era que me moría de curiosidad de descubrir el motivo de sus visitas, hasta el punto de que le adelantaba las horas de consulta a defavor de otros de mis pacientes con tal de acelerar el proceso. En la quinta semana y la décima taza de té llegó. No como yo lo esperaba. Sentí que de repente los papeles se habían invertido y el psicoanalizado era yo.
Ese día Pierre cruzó el umbral de mi escritorio, se sentó cómodamente y me escudriñó con una mirada abierta:

– ¿ Tiene ya una opinión formulada respecto a mi patrón?- me preguntó de una manera que por poco me lleva a confesar la verdad.- Supongo que sí, al igual que doy por sentado que no figura entre sus procedimientos compartirla. En realidad no importa porque sé cómo soy.
Como ser humano he evolucionado adecuadamente, he cumplido las normas sociales y me he integrado perfectamente en nuestro mundo. Lo sé- suspiró de repente un tanto afligido y yo creí observar el inicio de un colapso.
Pero una vez más Pierre Beaujeaunotte me sorprendió.
– Siempre he deseado hacer algo espectacular, solo para mi y mi beneficio, aunque suene egoísta. No soy un materialista, lo habrá observado ya, por ende mi deseo queda para a los ámbitos de la experiencia emocional relacionada a sucesos. Me encanta viajar y he procurado siempre escoger destinos no comerciales, para hacer descubrimientos que de normal la gente pierde entre las ofertas de las grandes compañías dedicadas a facilitar tales fines .
Estuve en las minas de azufre de Ijen, he comido grasa de foca junto a los inuit y he pasado por Migingo. Pero no fue lo que anhelaba, veras , es cómo buscar una pareja: tú no sabes exactamente cómo quieres que sea pero la reconoces si la casualidad te la trae delante. La observas, la analizas, sientes que es para ti y te sientes lleno: yo quería eso aunque no tuviera un destino concreto ni la más remota idea sobre qué debía de ofrecerme.

Con Mateo muchas veces hemos realizado escapadas, luego lo mismo con Laura y fue fantástico en cada ocasión. Pero quería algo mio y fuera de lo común, por tanto hace cuatro veranos decidí marchar de nuevo a África. Ninette ha llorado , implorando que recapacitara: era una tierra pobre y mal acondicionada, de hábitos insanos y muchas guerrillas, ¿ por qué le hacía sufrir de esas maneras? Al final me convenció y abandoné la idea a favor de explorar territorios de América del Sur.
Al principio fui un tanto a desgana. pero poco a poco la belleza de los paisajes encontrados me cautivó hasta el limite de perdonar a mi madre y a su chantaje emocional- sonrió Pierre largamente antes de proseguir- Las mujeres tienen una forma única de enrevesarnos ¿verdad?
Mapa en mano y mochila a la espalda atravesé montañas y parajes belicismos hasta que me perdí en la inmensidad verde de aquel rincón remoto del mundo. Dejaron de existir mi pasado y mi futuro, el tiempo se aletargó,me indujo a pensar que podía vivir así , aislado y comiendo frutas de achachiarú eternamente.
Cuando me rodearon los cuatro hombres con lanzas estuve observando mis alrededores en busca de una cámara de grabación: era demasiado perfecto para ser sino un escenario organizado. Sus cuerpos oscuros quedaban pequeños al lado del mio y mis ropas de la tienda de Intersport parecían una impudicia frente a sus atuendos de hojas trenzadas . Se movían con tanta naturalidad que apenas les veías deslizando el paso y lo que a mi me costó un mar de sudor a ellos se les hizo un paseo.
Vivían en una cima, cerca del refugio de una cueva ocultada por una cortina de lianas y musgo, tan espesa que de no señalarme la entrada no la hubiese atravesado. Una luz perpetraba por una apertura en lo alto de las rocas e iluminaba un precioso lago interior rodeado de tiendas de piel de animal y enseres que demostraban que ese era el hogar para todos ellos.
Los seres humanos seguimos siendo mamíferos a pesar de nuestro uso de razón y sobre todo en su ausencia. Llamémoslo fusión natural, llamémoslo estupidez: no sentía ni la más remota onda de miedo en mi cuerpo y les percibía pacíficos a pesar del extraño de la situación. Uno no espera , repito, esa clase de suceso fuera de las grandes pantallas o las pulgadas de una televisión corriente al igual que yo no esperaba ni por asomo la sensación de paz y de por fin haber encontrado aquel algo único y totalmente mio que anduve buscando. Para más inri, uno de ellos chapurreaba francés.
No sabía de Canadá ni le importaba tampoco. me preguntó por la jefe de mi tribu y por mi consejo de sabios. Nombré a Mateo , a mi padre y a dos de sus vecinos con los que solía jugar ajedrez en sus fines de semana de tranquilidad. ¿Yo? Era un visionario que interpretaba señales que pocos conocían aunque todos viesen.
Su poco pero útil francés venía de herencia, no se me permitió indagar más y yo lo respeté.

Quería ser parte de aquel milagro de la vida en medio de la nada, ganar mi atuendo de hojas trenzadas y aprender a caminar como ellos a través de la selva. Olvidé mi mundo por completo y me acomodé en una de sus tiendas como si hubiese sido mía desde siempre.

Los días siguientes se dedicaron a observarme con cierta condescendencia. Trataba de reproducir sus comportamientos para acabar de fusionarme con ellos. Por la mañana moliamos granos y preparabamos pitas y tortas sobre piedra. Por la tarde despellejábamos la caza que los hombres traían y por la noche nos sentábamos alrededor de hogueras, bordeando el lago y reflectando en sus aguas cristalinas el deleite de poder disfrutar de unas buenas costillas asadas , unas caladas de pipa y una charla de sabios que Petomu me traducía por lo bajo en su escaso francés.
Entendí que rezaban a una Diosa y respetaban la fertilidad de sus mujeres , siendo ellas las que encomendaban y dirigían todo salvo los rituales chamanicos. Esos eran trabajo de los sabios y sus largas pipas. Al cabo de un tiempo conseguí aprender sus cinco nombres: Tepitah, Amasol Sha, Keptesuma, Manari Sha y Xatasinduh. El último resultaba ser hijo del hijo de a saber hasta donde pararía la cadena de sus ancestros, los más respetados. Su pipa era azul, las demas rojas. Sus tatuajes eran redondos y no geometricos. No articulaba palabra pero los demas traducían los aros del humo que producía al fumar y el pueblo lo alababa en largas y respetuosas inlinaciones.

Me pidió el sabio Xatasinduh que dejara parte de mi en aquel pueblo, como pacto de honor y tengo que admitir que no pensé ni un segundo en Laura en esos momentos. La creencia de que el riego sagrado de la muchacha que me entregaron para el ritual facilitaba la procreación me tranquilizó un tanto: deseaba ser parte de aquello de una forma que me implicara a mi y no a mis posibles hijos, supongo que mi amor aventurero era cuerdo y razonable. Aun así engañé a Laura con una piel suave cuan fruta de achachiarú en una tienda detrás de la que los sabios aguzaban los oídos para asegurarse de mis performancias y no sentí ni rastro de culpabilidad.

Mi fusión con la naturaleza era perfecta y mis instintos básicos quedaron mas que satisfechos. Xatasinduh me felicitó con largos aros de su pipa en la siguiente reunión y Petomu me hizo saber que el sabio me consideraba preparado para el último paso para ser uno más entre su gente.

A la semana Xatasinduh desapareció de nuestra reunión nocturna y deduje que se trataba de algo especial. No solamente por su ausencia sino por la solemnidad que flotaba por los aires de la cueva, por los preparativos que se hicieron, mucho más pulcros que de costumbre y por verlos tan acicalados a todos al asentarse alrededor de las hogueras.

Los cuatro sabios rodearon el fuego que les correspondía cuatro veces, lanzando largas trombas de humo y moviendo los brazos hacia la Luna que se vislumbraba en lo alto de la cueva y convertía el pequeño lago en una espejo plateado. Ronronearon retahílas de palabras y sonidos entremezclados con cierta musicalidad y bendijeron las tiendas con piedras de ópalo empotradas en las maderas que sostenían las entradas.
Las mujeres del pueblo formaban un circulo aparte , rodeando una larga olla de cerámica y removían un contenido de olor delicioso con ademanes de ritual. Saludaron con respecto a los sabios y les entregaron cuencos de madera llenos de estofado. Mi ración fue traída por el mismo Tepitah, señal de inmensa consideración .
Le di las gracias inclinando la cabeza, esperé que los demás comenzaran a comer, desconocedor del transcurso del ritual y mi traductor me hizo saber que tenía que ser el primero en probar .
Pocas veces he disfrutado tanto de una comida y el alegría que supuso para la tribu mi expresión de placer multiplicó mi sentimiento de bienestar. Bebí una grande jarra de Singani. pedí otra ración de estofado y Tepitah me la alcanzó con un inmenso brillo de satisfacción dentro de sus ojos rodeados de arrugas tatuadas.

Al acabar , caí en un largo sueño y al despertar el lago lucía dorado.
Busqué a Petomu y con él al lado fui en busca de Tepitah ya que Xatasinduh seguía sin aparecer. Le comuniqué que mi deber hacia mi tribu me encomendaba partir sin demora, que volvería sin falta y les traería regalos del jefe Mateo y del sabio Andres.
Tepitah me contestó que respetaba mi decisión y la entendía. Aunque jamás nos volveríamos a ver yo hacía parte para siempre de ellos y ellos de mí. Que habíamos compartido la conciencia de Xatasinduh y eso nos hacia uno mismo.
Recogí mis enseres con cierto pesar, pero las vacaciones se acababan y mi mundo me reclamaba.
Me tatuaron una pequeña pipa en el antebrazo izquierdo como marca de mi pertenencia a la cultura y me llenaron la mochila de frutas y carne salada para el camino. Petomu fue encargado de guiarme a través de la selva hasta el punto más alejado, donde el mundo prohibido a ellos , mi mundo, comenzaba.
Indagué una vez más a Petomu sobre Xatasinduh, expresando mi deseo de volver a verle y Petomu sonrió señalando mi estomago:

– Tú tiene dentro conciencia de sabio. Xatasinduh y Perrejot son uno.

Recuerdo que repetí mi pregunta a Petomu, esta vez deseando que fuera su respuesta un error de su poco conocimiento de francés.

– Tú comí a Xatasinduh. Parte de ti e ahora.

No he vomitado hasta que no me quedé a solas ni pensé en ello hasta que llegué a casa.
Llamé a Ninette para confirmarle que seguía sano y salvo. Hice el amor con Laura como si fuera la primera y la última vez que lo hacíamos y ella me confirmó que había vuelto a enamorarse de mí.
En que quedó dormida me puse al día con los mensajes y entre otros contesté al correo de Mateo a confirmarle que tomaríamos una y le contaría mis ultimas aventuras.

Bastante más tarde comencé a odiarme a mi mismo .

No hay cualificación a ojos de nuestro mundo civilizado respecto al canibalismo , ni justificación moral alguna. Hay precedentes y ninguno perdonable y menos admisible. Me informé de ello como quien descubre de repente que sufre de cáncer y quiere saber cuanto se pueda sobre lo que le está pasando. Mi búsqueda confirmó la existencia del ritual religioso que yo había atravesado y amplió mi malestar físico y mis reproches morales.
Me costó tiempo y esfuerzo asimilar lo sucedido y entender que la situación superaba mi mente moderna. Traté de pensar como los de la tribu que me consideraba ahora , en algun lugar remoto del mundo, como uno más entre si. Sus actos eran inocentes y sus rituales se limitaban al deseo de adquirir conocimientos ajenos para hacerlos perdurar. No atacaban a la gente ni se comian entre ellos cuan bestias, sus razones eran superiorees. Yo no podía saberlo ni tampoco remediar lo sucedido al igual que no podía cambiar el hecho de haberme acostado con Sanati Sha y disfrutar de su piel sedosa y oscura.
Si en su caso la culpabilidad de la infidelidad quedó resuelta por confesión y mucho amor por parte de Laura mi acto involuntario de canibalismo fue exclusivamente mio y sometido a mi conciencia atormentada.
Me tomó tiempo superarlo y dejar de verme como un monstruo. Mi vida volvió a un cauce normal y conseguí controlar mis emociones y convertirlas en energía positiva. Busqué la disculpa, la encontré conveniente y me aferré a ella.

-Pero? – pregunté yo en estado de shock sin conseguir ni intentar disimularlo.

Pierre Beaujeaunotte dio un largo sorbo a su te verde y prosiguió:
– Veras, he encontrado la razón de todo menos un detalle. Soy un ser del siglo actual y mi educación científica me induce a ajustar todo a una posible explicación, porque tiene que haberla. He podido por tanto entender las bases de un ritual, por pagano y reprobable que me parezca. He remediado mi desquicio emocional y me he curado de espantos sin ayuda.
Pero jamas pude entender que vea a los ancestros de Xana ni que sea capaz de hablar Moré»

He sometido a una sesión de hipnotismo a Beaujeunotte para asegurarme de la veracidad de su información. Necesitaba la confirmación de que todo aquello no era el resultado de una mente perturbada y la tuve: mi paciente era más sano mentalmente que yo y que muchos que he llegado a conocer a lo largo de mi carrera. Sus recuerdos venían a ser tal y como él me los había retratado. De forma incomprensible poseía conocimientos que bajo ninguna circunstanciaría podía haber adquirido por si solo.
Mi confusión ante el descubrimiento fue extrema, hasta tal punto que he dejado de ver a Pierre,al verme incapaz de ayudarle, ni de asimilar su historia . No sé si sigue cuerdo o su mente ha sufrido el clac que precede semejante tormenta emocional. Pero puedo aseguraros que mis limites razonables han quedado sacudidos y las bases de la psicología que he aprendido y practicado se han visto puestas a prueba. Me he sentido un fraude .

La respuesta de Pierre buscaba en mi despacho ha quedado flotando alrededor del cajón en el que guardo su archivo y las cintas que grabé de nuestras sesiones.
Se llama el » Factor Sorpresa» y cada vez que lo miro recuerdo que por mucho que escudriñemos la mente humana no sabemos nada de ella ni acabaremos de entender sus limites.

DIL DARAH


Fehaciente 8 de Diciembre.

Cada día yo encendía una vela.
Tal vez por costumbre.
Dudo que ya creyese en ello.
Que tuviese aún tanto amor sin pruebas, con tanta ausencia.
Era costumbre.
Me arrodillaba ante ese altar que se mostró en otro tiempo tan glorioso.
Y susurraba palabras imperceptibles para el resto del mundo.
Solamente Dios y yo.
Como cuando creíamos.
Ese Dios salvaje que luce en plena quietud alumbrado por los interrogantes.
Y desde las alturas me observaba, tal vez con condescendencia, sabedor de que seguía estando por encima de mi, aunque ya no pudiera moverse. Aunque no estuviera realmente delante de mi.
Hubo un tiempo que lloraba cuando lo tenía en frente y estaba solo, solo con él.
La verdad es que no creo que hubiese alguien tan leal a su figura, tan adicto a su mirada muerta.
Me enamoré.
Idealización.
Platonismo romántico.
Vaya usted a saber.
No podía dormir, sudaba, temblaba, me excitaba, masturbaba mis credos pensando en sus orgasmos. Crecía en mi una irrevocable actitud radical, un amor que sobrepasaba el límite del cuerpo y de la sangre, de lo terrenal.
Me hubiera crucificado por él,
hubiera corrido a la montaña de Mahoma,
hubiera vestido túnicas naranjas,
rapado el pelo,
utilizado burka,
saludado a los dragones
o hecho felaciones a la Madre Naturaleza.
Matado niños,
explotando ciudades,
bombas nucleares,
fuegos devastadores…

Hubiera dado mi vida
y la vida de cualquiera
si él hubiese sido una estatua a la que venerar
con fehaciente desconocimiento
en vez de un ser humano
capaz de decepcionarme.

Y dicen que aún me ven,
ciertas noches del 8 de Diciembre
sonámbulo,
subir a su templo
a llorar mientras
su estatua
hace tiempo que fue hecha añicos
y su billete de ida no trajo
procesión de vuelta.

Devoción insana.

CARLOS COSTA


«Una muerte distinta»

No sucedió cuando las ruedas del tren pisaron mi cráneo, tampoco cuando unas dudosas lágrimas cayeron sobre el fino cajón de roble, mucho menos en el momento que la tierra y mis huesos se abrazaron. Estos acontecimientos fueron irrelevantes, pues dejé de vivir el día que aquel niño descalzo me pidió unos cuantos centavos para comer y no se los di.

ALEJANDRO CAMACHO


Tengo un problema muy grave que no tiene solución. Noruega es preciosa, pero ésto que en verano todo el día sea día y en invierno todo el día sea noche, a mi me pone histérica.
Menos mal de mis auroras boreales, son mis experiencias religiosas. Son una magia que te recorre el cuerpo, te eriza el alma, y parece que vayas a salir volando haciendo eses como ellas.
Sólo por las auroras boreales me decanté por vivir en Tromso, precioso. Lo dicho, una experiencia religiosa única e inexplicable para un ciudadano de a pie. Parecen los fantasmas de sábanas blancas de los cuentos, recorriendo el cielo, dibujando figuras al azar, acompañándote relajadamente. Maravillosa experiencia

LA XICUELA DE CORRIOL BENLLOCH


SANGRE JOVEN.

En cada rincón del hospital se recuerda la ida de un niño. Una enfermedad se acomodó en él como si de su casa se tratase y los médicos no consiguieron desahuciarle por mucho que lo intentaban. Las paredes de la habitación donde el niño dejó su cuerpo para cruzar la línea invisible entre mortales e inmortales, añoran los dibujos y las risas que éste hacía y soltaba. ¿No se supone que todos tenemos un ángel de alas plumadas blancas y vestidos de sedas nevados hasta los tobillos con cabellos de oro y ojos color cielo? Pues éste niño, tenía una. Pero no era una ángel cualquiera. Ella no creía en vestidos nevados tan largos que llegaban a los tobillos, ni sus cabellos eran como tiras sacadas de lingotes de oro, ni creía ojos color cielo. Más bien, sus cabellos eran como el carbón que se extrae de las minas. Sus ojos eran de un color chocolate y sus ropajes eran una blusa lisa y blanquecina, con pantalones vaqueros azules y rasgados y botas militares negras y gastadas. Sus alas sí eran plumadas y blancas, y muy voluminosas. Era una ángel diferente al resto de los ángeles, y por ello, era juzgada de malas formas. Pensaban que no podría llevar a cabo su trabajo en el mundo mortal defendiendo a aquel pobre niño. No tenía amistades con quienes compartir pequeños secretos y sus padres eran dos completos signos de interrogación, llenos de dudas. Bajo tanta presión, ésta ángel no pudo luchar contra la malvada y eterna viuda negra, no pudo salvar a ese niño de las frías y duras garras de su mayor enemiga. Cuando la ángel vio que su trabajo había fracasado y que no había sido capaz de salvar una vida tan inocente y vivaracha, decidió ayudar a todos los ángeles amigos que tenía en aquel hospital. Algunos no necesitaban ayuda, ya que eran auténticos expertos, pero otros eran principiantes y no sabían como luchar. Aunque ella se sentía bien por ayudar a todos esos ángeles y niños, honrando así la memoria de aquel pobre niño, sabía que eso no iba a durar tanto como ella deseaba. Las agujas del reloj corrían deprisa, el tiempo no se detenía y ella se iba agotando poco a poco. Sus alas se oscurecían cada vez más… No podía seguir encargándose de mortales que no estaban asignados a ella. Pero ella, seguía intentándolo. Seguía posando su manos en el peso de aquellos críos inocentes y traspasando su sangre joven para que ellos viviesen. Hasta que un día, sus alas se volvieron negras y sus plumas empezaron a caer, y ella, a debilitarse. Sabía que iba a desaparecer, esfumarse de forma literal. Así pues, con mucho esfuerzo, fue a la habitación del difunto niño y se tumbó en su cama. Cerró los ojos y dejó que las últimas plumas negras cayesen. Notaba como su cuerpo se desintegraba de los pies, ascendiendo por las piernas, el cuerpo, los brazos y finalmente la cabeza. Desapareció entre millones de partículas brillantes, tumbada en aquella cama, pensando en como nunca pudo salvar a aquel niño, pero sí a millones.

ROCÍO ROMERO GARCÍA


 

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10 comentarios en «Experiencias místicas o religiosas»

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