Excesos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema «excesos». Este ha sido el relato ganador:

Sorber
(El exceso de infusión)
Hay dias en que no se que es despertar ,
aletargado por el insomnio me arrastro hasta el escritorio,
4:00am.
Enciendo el monitor y lo veo ahi,lo veo con su parpadeo,
tic,tic,tic,tic,tic… … …
Mi cabeza empieza a agenciar un sonido en donde no existe,
tic,tic,Tic,TIc,TIC!!!
4:30 am.
Observo el reloj y hasta ahora me percato cuanto tiempo pase atado entre ese maldito sonido,
Y pienso:Demonios!!! no otro dia asi…mientras enfurecido pego con los puños en la superficie ya desgastada de mi escritorio,
Se que algo no anda bien.
¿Me estoy quedando sin ideas?
Se me va nuevamente media hora entre pensamientos vanos y arreglar la pijama,
Empiezo a escribir:
Retomemos la noche anterior…fui por ella al aeropuerto alrededor del crepusculo pues viene en plan de negocios,cosas que estresan en demasia a los mortales como ella,como yo y como tu que lees esto.Hicimos una escala en el departamento para dejar sus balijas a la entrada luego fuimos a cenar,no una cena formal si no solo una cena de dos personas hartas de la rutina(empiezo a dudar de algo tan simple,arta?harta?arta?harta?)
Yo al punto de la paranoia
6:00 am.
Suena la cafetera ya programada,
Tomo mi taza y divergente me dirijo a la cocina y en menos de un santiamen cruzo la puerta,
Entro a otra dimension…la sinestecia se hace presente,
Me provoca la explosion de sensaciones relacionadas con la comodidad ,el descanso,la eyaculacion…
Veo el amanecer se que es un dia nuevo de eso estoy seguro ahora,
El sueño una vez mas sustituido por el delicioso cafe’.

KAREN ROSADO

345512835_21a3aaa2ff

La confianza Lloraba desconsoladamente.El entorno donde estaba era desconocido , el malestar, la fiebre , aquellas paredes tan diferentes a las de su casa. La medicina que le habian puesto empezaba hacer efecto. Pero la salvación entraba por la puerta, ya en sus brazos todo era diferente , sus besos, su calor lo traquizo de inmediato y pegado a su pecho se quedo dormido.

MARÍA RUBIO OCHOA


Supongo que era inercia,
como un columpio rojo cuando le impulsa el viento
y por inercia se sacude de la quietud.
La inercia del dolor.
De la inadaptación.
Él había desistido de toda convención moral.
Él había desafiado el límite de la cordura y la locura.
Cuando sus padres le abandonaron,
cuando el mundo le dio la espalda,
cuando su amor se vio truncado,
acudió como niño asustado a las tabernas.
Comenzaba a gestarse una guerra,
lejos,
tan cerca como la raíz de su pelo.
Él era el guerrero en primer puesto de filas.
Él contra sí mismo.
Él contra su cuerpo.
Él contra el mundo.
Él contra el arte.
Pero él no lo sabía.
Llevaba tatuado a Poe en el corazón
y a Kafka en las vísceras,
se masturbaba pensando en Van Gogh
y se corría pensando en Plath,
y después se fumaba un cigarro con Pizarnik.
Para él el mundo era un lugar inquietante,
sombrío.
Y decidió abandonarse a la ley del pensamiento vacío.
No podía soportar en sus hombros
la profundidad de su mente.
Y excedió el límite de alcoholismo.
Tal vez la culpa era de su padre,
Bukowski,
o del pequeño agujero que tenía en el centro del equilibrio de la normalidad.
Pero él seguía bebiendo.
La tierra se le antojaba un poco menos terrible.
Cuando llegaba a casa
vomitaba,
se fumaba el cigarro
y caía en un sueño profundo,
pero sin la belleza del desasosiego de Pessoa.
Él no era artista,
él era arte.
Pero tenía miedo,
le temblaban las piernas ante un patio de butacas,
ante una página vacía,
ante un lienzo que gritaba sordamente.
Y bebió.
Bebió durante muchos años.
Sus publicaciones no servían ni para limpiarse la mierda,
eso le escupía el gordo y estúpido amargado
del editor.
Jugaba con las sombras
mientras veía doble,
proyectaba luz
hasta cuando lo encontraban tirado en medio de la calle.
Drogas, putas, putos, tabaco, café, alcohol y escritura.
Cuentan que fue un hombre tan cuerdo
que el mundo
fue incapaz de reconocer su valía.
Así que lo encontraron
asfixiado
en la cuerda que divide
lo divino de lo humano.
Y después, fue un mito
en la boca de todos
aplaudido por todos
y ayudado por ninguno.

CARLOS COSTA


EXCESO DE ILUSIÓN
“Antes de que el Sol despunte partiré.
Sin armas ni ataduras.
No sé luchar.
Pero aprenderé.
Recorreré caminos, mares y senderos.
Tengo un sueño.
Lo cumpliré “
Así es como comenzó todo:
Escapé una noche cuando todos dormían, no quise despedirme para no ver llorar a mamá, ni a mis hermanas.
Cuando llegué al puerto, el barco ya no era un barco, sino una balsa con muchas personas esperando su turno para subir a bordo.
Quise volver, pero ya era tarde para dar marcha atrás. Me había costado mucho tiempo y trabajo conseguir el dinero suficiente, para echarme atrás sin ni siquiera intentarlo.
El viaje fue largo. Vimos amanecer unas cuantas veces, apoyados unos contra otros. No podíamos ni tumbarnos.
El barco era viejo y el agua del mar se filtraba entre las grietas. Era necesario ir sacando el agua constantemente, a veces el pánico se apoderaba de nosotros.
Recuerdo a un bebé que no paraba de llorar todo el tiempo, hasta que una noche dejé de escucharlo para siempre. Su madre lo mantuvo pegado a su pecho sin despegárselo en ningún momento.
El hambre y la sed eran nuestros mayores enemigos. Cuando alguno moría durante el camino lo arrojábamos al agua como si nada. La situación era tan extrema que habíamos perdido la consciencia sobre lo que estábamos haciendo, incluso confieso que sentíamos alivio cuando esto ocurría, porque así el espacio era mayor.
Ya nada importaba, la única meta era llegar vivos a tierra y eso justificaba todo lo demás.
Rezábamos a dios por los perdidos en el camino, y también porque al otro lado tuviésemos reservado un pedacito de paraíso…
“Buenas tardes, señora”, “Gracias, señora” , ”Ayuda, señora”, “Buenas tardes , ”Gracias” ,y en la mano un vaso de plástico. Ese fue mi primer trabajo.

CARMEN LÓPEZ


Las botellas de cerveza se amontonaban por todas partes mezclándose con el polvo, colillas y telas de araña. Los únicos objetos que se libraban de tal inmundicia eran los micrófonos, guitarras, el bajo, los cabeceros de los amplificadores y la batería. El olor a marihuana y cerveza rancia inundaba todo el local de ensayo cuando estaba vacío y, si estaban ensayando, a ese olor se añadía el del sudor de los cuatro miembros del grupo.
El grupo lo formaron «el Batres», bajista/cantante, y «el Rata» batería, desde hacía 6 años. Después entraron » el Cuerda» y «el Mirlo» como guitarristas.
Fue fácil ponerle nombre al grupo: » los Cloaka». Lo que no era tan fácil fue conseguir el equipo.
Lo que no podían robar tenían que comprarlo, y para sacar pasta había que bajar al moro y luego vender el costo antes de fumárselo. Así se lo fueron currando hasta que grabaron su segunda maqueta, que tenía un tema con un estribillo pegadizo y algo alejado de su estilo rock/punk, por el que eran conocidos en el mundillo de la música de su ciudad. El tema que se llamaba «Mi serpiente juguetona». Sin grandes méritos musicales fue haciéndose popular entre la gente de la noche y algunos locales nocturnos comenzaron a incluirla en sus repertorios, cosa que llamo la atención de un productor discográfico.
El día que el productor Juan Vergel llamó al Batres, este estaba de resaca y al principio no le hizo mucho caso, pensando que era el Cuerdas con una de sus bromas por el teléfono. No obstante, el productor insistió y, esta vez el Batres se puso algo más serio y, aunque desconfiaba de que fuese una encerrona de los maderos, aceptó ir a la cita acompañado, eso sí, de los otros miembros del grupo.
Se presentaron los cuatro en la cafetería del centro donde les había citado el productor. Ellos con su pinta de chicos de barrio donde las sonrisas las vende un gitano en bolsitas de 10€, y el productor con un estilo copiado a Maruhenda, que se apresuraba a que el camarero les sirviera a toda prisa cerveza una y otra vez.
Ellos no hacían ascos a lo que el camarero les servía y, como ya venían fumando petas por el camino, se cogieron un buen colocón. Lo que el productor les explicaba les sonaba a chino, pero le decían a todo que sí. Una hora más tarde ya habían firmado un contrato en el que cedían todos los derechos de sus canciones a cambio de un 20% del beneficio de su venta y un 40% de los conciertos y el compromiso de grabar dos discos. El productor les entregó 20000 euros en concepto de adelanto.
Cuando salieron de la cafetería creían que el mundo les pertenecía. Ninguno cabía dentro de su cuerpo, y qué iban a hacer, pues celebrarlo lo mejor que sabían… Y corrió el alcohol, las drogas y el jamón.
Fueron al local a brindar con sus instrumentos, pero al llegar allí la puerta estaba abierta. Les habían limpiado el local, pero no los litros y las telas de araña, sino todos los instrumentos.
Se alteraron mucho más de lo que estaban pero esta vez en negativo. El Cuerdas y el Rata rompieron botellas vacías a patadas mientras juraban matar a quien fuese el autor o autores del robo. El Batres, algo más avispado, salió para preguntar al cabrero que vivía al principio de la calle, y este le describió con pelos y señales la furgoneta que había estado parada en la puerta una media hora, pero sólo con la marca y color del vehículo ya sabían de quien se trataba. Era un chatarrero al que le decían «el Caracuerno».
El Caracuerno se las tenía jurada desde hacía algunos años porque los Cloaka le robaban el gasoil de las máquinas de la chatarrería para bajar a Marruecos, y hoy había consumado su venganza.
El mirlo, que era el más sensato de todos, o el que menos colocado estaba, propuso olvidarlo y, con la pasta que les había dado el productor, compra un equipo e instrumentos nuevos.
-Mi guitarra es mi mujer y no se la va a quedar un kinki de mierda -dijo el cuerdas.
El Batres propuso ir a casa de los mercheros del barrio a comprarles unas pistolas, idea que secundaron inmediatamente los cuatro.
Una vez en casa de los mercheros, estos no disponían de ninguna arma corta, por lo que les proporcionaron una Benelli de cañones recortados y tres subfusiles Cetme modelo L, más la munición, todo por 2000 pavos.
Para no perder el ardor guerrero, continuaron colocándose de camino a la chatarrería.
Al llegar se la encontraron cerrada, cosa lógica, ya que eran las cuatro de la mañana, por lo que decidieron colarse por donde siempre y esperar dentro a que llegase el chatarrero.
Saltaron la precaria valla que cercaba el recinto como si fuesen un grupo de operaciones especiales y, una vez dentro, se percataron de que salía una tenue luz de la oficina y en la puerta de esta aparcado un BMW x6 negro.
Pensaron que el coche era otro botín del chatarrero y decidieron entrar en la oficina, pues suponían que allí estaba el equipaje que les había robado.
No les importó hacer ruido mientras avanzaban entre las chapas que había tiradas por toda la nave, ya que iban bien armados. Esto alertó al chatarrero y los dos tipos que estaban en el interior de la oficina salieron a toda prisa enfocando con linternas hacia donde provenía el ruido.
Uno de los compañeros del chatarrero sacó una pistola y disparó al aire dos veces y los Cloaka respondieron descargando todo el fuego que llevaban.
Los tres tíos cayeron acribillados al suelo y sólo entonces los Cloaka dejaron de disparar. Se acercaron lentamente a sus víctimas. No sentían pena ninguna, pero empezaron a ponerse nerviosos porque no sabían quiénes eran los dos tipos que estaban con el Caracuerno.
Entonces les entró el pánico y salieron cagando hostias con el BMW.
Cuando hubieron recorrido unos kilómetros, el Mirlo se percató de un maletín que estaba en la parte trasera del coche que contenía dos paquetes de un kilo más o menos de un polvo marrón. Los cuatro supieron al momento que era caballo del bueno, lo cual les hizo olvidar la tropelía que acaban de cometer y, sin casi proponérselo, estaban justo delante de una farmacia donde comprar una buena cantidad de chutas y suero. El coche lo dejaron en un parking con todas las armas en el maletero y se fueron a pata hacia el local de ensayo.
La tarde siguiente, harto de llamarles por teléfono, Juan Vergel, el productor, acudió al barrio a preguntar por ellos y no tardó mucho en localizar el local de ensayo: entrando a la calle vio al Cabrero sentado en la esquina y les preguntó por los músicos, y este le dijo que los había visto entrar en el local a primera hora de la mañana y ya era extraño que no hubieran salido.
El Cabrero caminó junto al coche acompañado al productor. Cuando llegaron, la puerta estaba entreabierta y por la ranura podían ver el cuerpo del Mirlo y en su brazo una chuta colgando junto a dos chorrritos de sangre seca.
El Cabrero le dio una patada a la puerta y esta de abrió dejando ver los cuerpos de los cuatro aparentemente sin vida. La autopsia determinó que la heroína que se metieron era mucho más pura de lo que los Cloaka habían imaginado.
El productor hizo su trabajo y entregó la canción con el estribillo pegadizo a otro grupo fichado por su productora. Eso si le cambió el nombre, la llamó» come ranas».

CURSOS SOLDADURA


Por excesos adelgazaba y engordaba. Por tus excesos .
Por tus excesos no supero la mierda de tener que estar delgada para gustarte, hasta el exceso de que ya sin pretenderlo, murió quien de mi orgulloso se sentía, he desarrollado una patología seria. Me dices cuidado, la culpa no te permite avanzar, pero te culpo y sabes que con razón.
Nos hemos visto de nuevo y hemos follado con exceso de lejana confianza, aunque fuera bonito, todo se embarra. Estoy peor de lo que estaba y ya es decir bastante

MIGUEL HERNÁNDEZ


No era una noche tonta y caliente, de esas que te pega el sol en la frente, no. No era verano del 97 ni yo me moría por ver a nadie. No, no. ¡Qué va! Resúltase que se tratara de algo acontecido hacia 2003. Llevaba una mala racha, a una edad también complicada. Era uno de esos momentos prolongados en la vida cuya oscuridad parece no tener fin. Solía sentir un vacío interno parecido a estar tumbado bocabajo en el suelo de tu casa con un yunque gigante sobre ti, soportando un peso capaz de quebrarte las costillas al intentar liberarte, con la impotencia de una cucaracha bocarriba cual artrópodo indefenso. Me marché a Granada, tierra de ensueño. Cien culturas que llegaron de todas y de ninguna parte impregnaron en el tiempo la esencia de esta ciudad, materializada en algo mágico como la gota que resbala lentamente por la estalactita. El aire frío y el cambio despejaron mi cerebro tanto que la sensación fue de tener amnesia. ¿Habéis notado alguna vez estar en un lugar y de repente no recordar quién sois ni de dónde vienes? Ya ni me acuerdo. La noche siguiente a mi llegada, partí rumbo a Madrid. En la autovía, ningún tipo de vehículo ni población humana se encontraba a menos de 3 horas de distancia mía. Yo, en aquel momento estaba siendo un feto en fase embrionaria, desarrollándome como un misterio hacia una forma diferente y nueva en la que todo comenzaba. El termómetro del coche marcaba -3 grados centígrados en plena Sierra Nevada. Ni siquiera la luna o las estrellas, escondidas tras densas nubes, iluminaban un rasguño de mi porvenir. De repente, pensé: ¿Qué pasaría si apagara las luces aquí y ahora, conduciendo a 120km/h en total oscuridad? Lo hice. La sensación fue indescriptible. No veía absolutamente nada. Sólo negro. Sin percepción. Sin contrastes. Sin futuro. Era una recta. No sabía si estaba dentro de una aeronave o dentro de mi coche. Tampoco cuanto faltaría para que el neumático sonara al pisar las rugosidades de la línea que avisa del final de la calzada inminente al arcén. Las encendí. Aquello me supo a uno de esos polvos que saben a adrenalina. Me sentí lleno de vida durante un minuto. Volví a pensar: ¿Qué pasaría si apagara las luces de nuevo aquí y ahora, en mitad de la nada, y al intentar encenderlas fallara el sistema eléctrico del coche?

Volví a apagarlas.

PEPINO MARINO ERRANTE


EXCESO DE EMPATÍA
Comencé mi vida laboral muy joven. Me hubiese gustado formarme como enfermera o psicóloga, pero no me alcanzaba el tiempo para hacer los deberes de algunas compañeras, prepararles el almuerzo y además, estudiar. Quizá fue la espinita de no haber podido cubrir la necesidad de bocadillos de toda la clase, la razón que me empujó a solicitar empleo en un supermercado, cuando me echaron del colegio. Me encantaba ese trabajo, siempre en contacto directo con las necesidades de las personas, y sentí mucho que me despidieran por los descuadres de la caja, cuando la solución era tan simple como esperar a que los clientes comprometidos con pagarme otro día, trajesen su dinero. No guardo rencor, entiendo que el estrés al que están sometidos los encargados y altos ejecutivos de los supermercados, les obligue a veces a tomar decisiones precipitadas. Aprendí la lección y desde entonces, tanto en el restaurante como en la perfumería, cuando algún cliente no llevaba cambio o era pobre vergonzante, adelantaba yo el dinero. También generó mucho estrés esta fórmula y no terminó de cuajar. Actualmente trabajo por cuenta propia. Mi madre se ha marchado a vivir al pueblo y como me he quedado sola en el piso, he montado un negocio de prostitución. De esta manera, sigo en contacto directo con las necesidades de los demás, trabajo sin límites horarios y no tengo que dar explicaciones a nadie sobre los problemas económicos y afectivos de mi clientela. Les ofrezco café, buena conversación, de uno a dos actos sexuales y casi siempre se marchan a casa con una sonrisa. Ya me pagarán otro día.

JEZABEL MONTENEGRO


Doce zapatos
La guerra le había obligado a cruzar los Tatras sin botas.
También le obligó abandonar a su joven esposa, las cosechas, el canto de los gallos y el asiento numero cuatro de la segunda fila de la iglesia pero al volver lo encontró de nuevo todo, un poco más gris tal vez , algo más abatidos pero ahí, a la vuelta de las colinas que cogía bajo los cuernos de la bicicleta mañana tras mañana para acercarse a la estación de ferrocarriles.
Con la llegada de Ana y Maria las mejillas de su mujer volvieron a sonrosarse bajo las esquinas dobladas del pañuelo que él le trajo del mercadillo de Ramos y ella llevaba, cuan amuleto, domingo tras domingo y enderezaba con gestos enérgicos tras besar con disimulo el anillo del cura y nunca su piel, ya que le daba reparo besar cualquier otra mano que no fuera de su hombre. Jamás lo dijo en voz alta pero Leonic lo sabía, al igual que sabía cómo enderezar las cosechas o tirarles granos a maíz a los gallos en cuanto amaneciesen. Lo supo desde que vio por primera vez sus dieciséis primaveras floreciendo en la danza de Sinziene, desde que doña Amelia le dijo que dejara de mirarla, porqué él era pobre y viejo a sus veintiséis y no se la merecía . Qué va a saber la doña. Él sí lo supo y el tiempo escurrido no hizo más que darle la razón. Elena era suya, Dios la había dejado sobre la faz de la tierra para que Leonic la pudiese encontrar. Por ello atravesó las lineas enemigas , consiguió buscar restos de patatas y nabos congelados bajo la nieve para no morir de hambre, salvó la vida de Elefterio y trajo la carta arrugada de Patelimon a su pueblo, para que la enterasen en vez de su cuerpo atravesado por cuatro balas y una bayoneta. Porque, pasara lo que pasase en el mundo, a la vuelta le esperaba esa mujer falta de un pañuelo bajo el que se pudiese sonrosar .
Elena le curó los males , le ayudó a enderezar el tejado de la casa, le cuidó por igual la espalda dolida o la bolsa de almuerzo que se llevaba por la mañana cuando se iba a dirigir los trenes . Ana y María crecían. El cura le daba un poco de vino junto a las bendiciones de domingo. Los otoños despojaban sus campos y se los mandaba al granero, los gallos se los comían y le daban buenas sopas y ricos guisos. Los trenes iban y venían.
Olvidó poco a poco el sabor de los nabos congelados. Los despertares entre bombas. Los huesos de sus camaradas de los Tatras dejaron de acecharle los sueños por la noche.
Pero el dolor de los pies sin botas no se le pasó. Por mucho calcetín que llevase, por buena que fuera la suela y firme que le anduviese el paso estaba ahí, cruzando de tanto en tanto las venas hacía el alma. Eso no lo remediaba ni Elena, ni Ana y Maria, ni el padre Nicolas. Tampoco los días entre los trenes, las tardes entre cosechas o los domingos de cartas y paz con Filimon y Agapio.
Hiciese lo que hiciese el recuerdo de sus pies descalzos pisando nieves enrojecidas no paraba de atravesarle . Comenzó a pasar cada vez más tiempo en el sótano, arreglando los tapones de los barriles de aguardiente.
Elena no dijo nada, no era mujer de muchas palabras. Pero al año le trajo un escarificador, aguja e hilo y las botas rotas de las niñas al lado. Se lo dejó todo en el regazo , enderezó su pañuelo sobre los cabellos recogidos en trenzas y le miró de hito en hito.
Leonic agarró el mago de madera del utensilio y lo calibró en la palma de la mano: pesaba menos que una cartuchera. Observó los agujeros de las botas: Maria y Ana habían crecido, una cumplía los ocho y la otra los diez ya. ¿Cuántos trenes habían pasado?
Le costó enhebillar pero al rato salió del sótano con las botas arregladas.
Elena no dijo nada.
Le puso delante el plato de sopa, un cacho de pan y se fue a dormir.
Al poco tiempo le trajo los zapatos del cura, un bote de cola y una espátula. Leonic enredó un rato , la cola era rebelde, la espátula ínfima entre sus palmas curtidas pero al final lo hizo y ese domingo el padre Nicolas le dio dos vasos de vino en vez de uno , aparte de unas gracias efusivas en un tono más alto que el de misa, de tal manera que no hubo feligrés que no le escuchase.
Ese lunes el sótano se llenó de zapatos. En una esquina Elena había montado una pequeña mesa de madera. Sobre ella Leonic encontró más botes de cola, un cortador, cuatro ruedas dentadas, plantillas, un martillo de remendón y hasta un diminuto yunque con punta desmesuradamente gruesa en comparación a su tamaño. Leonic lo observó todo, se remangó y para la siguiente semana no solamente había acabado toda la labor sino que se había olvidado por completo de los barriles de vino y aguardiente que le rodeaban.
El panadero le daba ahora barra y media de hogaza por el mismo precio. El veterinario le dejó pastillas para los pollos para dos temporadas . El señor Damian, el alcalde , le concedió permiso para construir una dependencia, sin cobrarle por los planos del arquitecto y este último les invitó a Elena y a él a comer a su casa, con la señora Adela la profesora.
En el sótano vinieron a parar zapatos del pueblo de al lado, luego del del sur y poco a poco hasta del fin de las comarcas, donde se celebraban las ferias. Al parecer Leonic era el único que sabía usar un escarificador y sus botas eran más duraderas que las de los negociantes e infinitamente más baratas. La puerta de su casa se abría y cerraba tantas veces que Elena la dejó abierta del todo, para qué desgastar las bisagras, echaba el cerrojo por las noches cuando soltaba los perros y se iba a la cama .
Un día Elena bajó al sótano acompañada por un hombre fornido, negruzco, de cara atravesada por la viruela y, como nunca, dejó entre el cliente y Leonic una botella de aguardiente y dos vasitos. El hombre había traído doce zapatos y botas en su alforja, todos desparejados. Le costó bajar los escalones , su cara sudaba esfuerzo para cuando se sentó al lado de la mesita de trabajo . Se llamaba Valentin . Valentin del Batallón de Infantería 51. Hermano de Pavel. Leonic no recordaba a Pavel. Estaría entre los enfermeros y a los enfermeros no les daba tiempo a hablar, recogían los vivos entre los restos despedazados y huían con ellos a esconderse entre las tiendas. Leonic, gracias a Dios no había pasado por dentro de ellas . Valentin sí. Por ello necesitaba tan solo un zapato, porque le substituyeron la otra pierna por un palo de madera. Eso sí , de calidad, de madera de abedul lacada, no se inflaba con las lluvias y aguantaba la mar de bien las nieves. El caso es que Leonic había cargado con Pavel más de cuarenta kilómetros ¿ no lo recordaba? Pues la verdad era que no, porque había cargado con muchas cosas y de noche todos los gatos eran pardos. A Valentin le dio igual. Brindó de la misma manera por el bien de todos, le dejó por igual los doce zapatos desparejados y se fue cojeando a su camino.
No volvió.
Ni dejó familia que se hiciese cargo de sus zapatos o de su casa de Arboreni. Solo había tenido a su hermano, Pavel y al Pavel Leonic lo salvó una vez pero la segunda no. Aun así lo había intentado y por ello se merecía los zapatos, la casa, las ochenta hectáreas de tierra, el bosque de Limosneni y la pensión de militar veterano de guerra. Así se lo comunicó el notario a Leonic y Leonic giró entre sus manos el sombrero de fieltro un tanto confundido. ¿Qué iba a hacer él con dos casas? encima una al final de las comarcas. ¿Y tanta hectárea? ¿Para qué? Si uno se va a la tierra con lo puesto y calla.
Encomendó a su vez todo a los huérfanos del pueblo de Valentin y de Pavel. Con permiso se quedaría con los doce zapatos desparejados, pero no quería más, gracias por el tiempo y las molestias.
Se fue a casa en su bicicleta y llegó entrada la noche.
Los perros le saludaron con alegria. Las gallinas estaban cerradas, aseguradas contra los zorros. El cielo estaba limpio. Ana se iba a casar dentro de un año con un buen chico. Maria iba a una escuela de señoritas, a la ciudad. Ella también se casaría algún día. Mañana haría buen tiempo, tal vez dejara la bicicleta y se fuera caminando a la estación de ferrocarriles. Tenía que recordar al padre Nicolas que el domingo había que echar un aguardiente y hablar de la boda. Tal vez convenciera a Elena a ir juntos de visita a Bulgaria, a las playas. Jamás habían visto una pero la señora Adela las alababa cada vez que la ocasión se lo brindaba. Elena aquejaba últimamente dolores de riñón, el agua salada del mar sentaba bien, tambien lo decía doña Adela y ella lo sabía todo al parecer.
El aire rodeaba quieto la casa .
Dentro Elena dormía hace tiempo. Su pelo despeinado seguramente lucia oscuro sobre la almohada.
Leonic pensó un rato en ella, recordando sus dieciséis primaveras y la falda estampada de rosas rojas con la que bailaba la que más y se fue al sótano.
Brindó un vasito de aguardiente.Sólo uno al día y así lo haría en lo que le quedase de vida.
Se quedó mirando los doce zapatos en la ventana hasta que le dio el amanecer . Las piernas le hormiguearon sosegadamente sangre hacía el alma mientras el sol nacía sobre el tejado remedado de la casa.

DIL DARAH


Martes 6:00 a.m. El camión del manchego reculaba lentamente hacia el andén de carga, cuando la rampa del muelle rozaba los primeros centímetros de la plataforma de carga del camión. «El pollo», un mozo de carga, lanza un silbido seco para que el manchego parase el camión.
El manchego bajó del camión saludando jovialmente al mozo de almacén, mientras este ya enfilaba la carretilla para sacar el primer palet de cebollas.
«Son 7400 kilos», dijo el manchego, mientras enseñaba el albarán al mozo, que ya sacaba el segundo palet apresurado, pensando en los dieciséis camiónes que le quedaban por delante. Menos de veinte minutos por camión, el estrés del chico se le reflejaba en su rostro largo de huesos marcados, y las enormes ojeras rebelaban la falta de sueño y el exceso de estimulantes.
Las horas fueron pasando al igual que los camiones. Cuando faltaban unos minutos para el bocata apareció Alex, el encargado de almacén.
«Es todo un tocapelotas», opinaba el Pollo. «Siempre viste como recién salido de una tienda de marca, parece que trabaje en un centro comercial en lugar de una lonja de fruta y hortalizas». Trataba al los mozos como si fuesen sus esclavos y en cuanto vio al pollo empezó a gritarle…
El pollo, pensando más en el bocata, trató de hacer como que hacía caso de lo que Alex le decía entre aspavientos y gritos.
Alex se giró y entró en el camión mientras el Pollo se alejaba hacia el almacén con la carretilla para llevar un palet más dentro de la cámara.
Desde dentro del almacén no se podía ver el interior del remolque del camión puesto que el sol daba de lleno en el muelle de carga. El pollo salía de la cámara a toda la velocidad que podía dar la carretilla.
Atravesando el portón de la nave, había unos metros en los que se quedaba deslumbrado cuando el sol le daba en la cara, pero no reducía la velocidad. Trabajaba de casi de forma mecánica, elevaba la torre en marcha a media altura para enfilar las pinzas en las ranuras de los palets según entraba al camión.
La sombra del camión cubrió su cara dejándole ver el interior, y allí estaba Alex, de espaldas, apuntando los códigos de los palets, pero para cuando el Pollo intentó frenar, la pinza derecha ya estaba atravesando el cuerpo del encargado, y quedó clavada hasta la mitad de su longitud cuando el pollo fue capaz de parar la carretilla.
Alex hacía movimiento espasmódicos.
El Pollo bajo de un salto de la carretilla y miró estremecido a Alex mientras este escupía sangre y clavaba sus ojos desorbitados en el mozo, que le dijo: «Ya no vas a gritar más a nadie».
Alex expiró y su cuerpo perdió la tensión que le mantenía erguido .

TOMÁS PERRO ANDALUZ


Soltar y saltar
No todos salimos bien parados. Las risas no fueron iguales para todos y, a pesar de los consejos y las advertencias, no todos lo lograron.
Ahora, cuando te veo sentado al sol, en cualquier bordillo, con tu botella al lado y la mirada tan perdida que ni siquiera parece que me reconozcas, pienso en mí; sentada a tu lado, creyendo que podríamos con todo, que nos comeríamos el mundo.
Y pienso en el momento en el que salté y solté tu mano, ese momento en que, tú, te quedaste en ese bordillo para siempre.

LAPECA LAURA


LUJURIA
“¡Toma ya! ¡Protegido nuevo! Si es que le tengo comiendo de mi mano. De esta me gano las alas, tampoco es tan difícil la labor; hacer cumplir ese pecado capital que parecía llenársele la boca al nombrarlo… ¡Madre mía! ¡Como está la gachí! Esto parece un ascenso y sólo he de evitar… ¿Cómo me ha dicho? La concurucu…, concupiri…, con-cu-pis-cen… ¡Buah! La TENTACIÓN. Eso está tirao, con ese tipín no comerá mucho.”
Parecía estar feliz. Se deslizaba por detrás de su protegida de un lado para el otro con un ritmo sacado de no se sabe dónde. Un golpe de melena y asomaba su cabeza por el hombro izquierdo, otro golpe de melena y la asomaba por el lado derecho, y así anduvo un rato hasta que apreció que habían llegado a la terraza de un bar, de un pedazo de bar, como se dijo para si mismo.
Ella, se sentó en la silla, se quitó las grandes gafas de sol, las encajó en el escote de su blusa, estratégicamente desabrochada y pidió un Martini Miller con fresas y tónica sabor mandarina. Algo tan difícil de pronunciar, ella lo decía de carrerilla.
Cuando el camarero trajo aquella copa impronunciable también dejó un canapé de salmón sobre la mesa.
“Bueno, bueno, ha llegado el momento de cumplir. Pobrecilla, mira que dejarla sin comer nada, si sólo es un canapé. Pero bueno, el deber es el deber, que luego se me cabrea el jefe.”
Con un gesto rápido lanzó al camarero contra la mesa justo en el momento que su protegida alargaba el brazo para coger el canapé y no siendo este lo que finalmente agarró. Lo demás pasó con fluidez, el camarero se sonrojó y pidió perdón, a lo que ella respondió tirando de su corbata para abajo y acercando sus labios a su oído. No pudo oír lo que le susurró pero los dos desaparecieron dentro del bar durante un buen rato.
“Je, je, je… me ha tocado una golfilla pero por lo menos he conseguido que no se coma el canapé y no caiga en ese pecado capital que tanto insistió el jefe, la lujuria.”

ROBERTO MORENO


La boda es en el centro. Imposible aparcar, tengo que ir andando. Además, apenas voy a hacer acto de presencia en la iglesia, dejarme ver y quizás tomar una caña si me da tiempo antes de entrar a currar, que esta semana estoy de tarde.
Hasta ayer no tenía pensado ir, pero mis compañeras me han convencido de que tengo que ir en representación de todas.
Un pantalón de pinzas y una camiseta sin mangas con un enorme lazo al cuello es la única opción aceptable de mi armario. Con un recogido curioso será suficiente, voy a mirar algún tutorial por internet. ¿Dónde puse el lazo de esa camiseta? Me la regaló mi madre hace un par de años y se lo quité desde que me la probé por primera vez. Debe estar dentro de la maleta donde guardo los complementos que no me pongo nunca.
Ya está, casi todo resuelto, salvo porque 15 minutos andando con estos zapatos van a ser una tortura. Mejor me los llevo en el bolso y me voy en bailarinas.
Salgo a la calle. No estoy acostumbrada a verme tan elegante y me siento rara, me da la sensación de que todo el mundo me mira. Quizás cualquier mujer con la que me cruzo va igual o mejor que yo, pero canta a la legua que lo mío es pura pose, un disfraz.
Mi incomodidad va creciendo a medida que me acerco a la iglesia. Busco mentalmente un lugar cercano y tranquilo para poder cambiarme los zapatos, no quiero hacerlo en mitad de la calle, bastante absurda me siento ya.
Doy un rodeo para llegar a una plazoleta poco concurrida, busco un banco y, sin atreverme a levantar la vista, saco los tacones del bolso y hago el cambiazo. Me ajusto el lazo del cuello y me palpo la cabeza para comprobar que el moño no se ha deshecho.
He calculado la hora para llegar unos 20 minutos tarde. No conozco a casi nadie y no me apetece estar como un pasmarote en la puerta. Aún así, la ceremonia acaba de empezar. O ni si quiera ha empezado. La novia acaba de llegar al altar.
Éramos compañeras de trabajo hasta hace unos meses. Ella encontró algo mejor y se fue. Sin más. Yo sigo allí. Desde entonces, ha pasado un par de veces a saludarnos y mantenemos la relación, aunque no hemos sido nunca súper amigas.
Me coloco en las últimas filas al lado de una señora con un vestido largo tornasolado y una pamela. Estoy un poco mareada, creo que tengo la tensión un poco baja.
Me levanto cuando la gente se levanta. ME siento cuando la gente se sienta. Huele a mandarinas. ¡Mierda! Las dos mandarinas que llevo en el bolso para el descanso de la tarde huelen mucho. La señora de al lado hace como que no se da cuenta pero toda la iglesia huele a mandarinas, estoy segura de que no exagero. Huele por encima de la amalgama de colonias y flores.
No había pisado un templo desde mis vacaciones en Estambul en el 2011 y ni si quiera recuerdo la última vez que presencié una misa. Desde luego, a pocas he ido después de mi comunión y siempre por compromiso.
Claramente, estoy fuera de lugar. El atuendo que me parecía el colmo de la sofisticación cuando salí de casa, ahora resulta casi de sport al lado de todos estos vestidos de gala. ¡Pero si son las 12:30 del mediodía! Definitivamente, algo no me cuadra.
Estoy incómoda por la situación, por mi vestimenta, por la sensación de ridículo, por no conocer a nadie, por saber que tendré que irme directamente al trabajo desde aquí… Estoy sudando un poco. Un sudor frío.
No me encuentro muy bien. Me gustaría sacar un pañuelo de papel, pero no me atrevo a abrir el bolso y que el olor a mandarinas se haga más denso. Además, ahora me doy cuenta de que el bolso está un poco sucio. Qué desastre.
Todo el mundo está en pie pero yo tengo que sentarme, me estoy mareando.
Creo que he suspirado demasiado alto porque el señor de delante se ha dado la vuelta para mirarme.
El olor a mandarinas me está dando arcadas.
Qué vergüenza.
Se me nubla la vista.

LASI TISI


 

¿Te gusta leer? ¿Quieres estar al tanto de las últimas novedades? Suscríbete y te escribiremos una vez al mes para enviarte en exclusiva: 

  • Un relato o capítulo independiente de uno de nuestros libros totalmente gratis (siempre textos que tenga valor por sí mismos, no un capítulo central de una novela).
  • Los 3 mejores relatos publicados para concurso en nuestro Grupo de Escritura Creativa, ya corregidos.
  • Recomendaciones de novedades literarias.

10 comentarios en «Excesos»

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Ir al contenido