Consuelo

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema «Consolarse». Este ha sido el relato ganador:

Mi consuelo…ELLA!
Cuando el día acaba me espera mi aliada, la mejor que puedo tener,… mi mejor confidente la que nunca me traiciona.
La que seca mis lágrimas si estoy triste, la que me arropa en mis miedos, soledades o sentimientos nostálgicos.
Ella es la mejor de mis amigas,…la que me entiende cuando al caer la noche me espera Morfeo; para soñar mis ilusiones, mis anhelos, mis ansiados deseos de solventar todo lo que mi mente durante el día no consigue cuadrar en mis pensamientos.
Ella solo me escucha, no me interrumpe, solo oye mi respiración, mis latidos, a veces lentos, otros rápidos,…pero nunca se queja.
Sin ella mis noches no serían viables en la oscuridad de la vida, ésta vida que se necesita desahogar en la intimidad de la que solamente «ella», es capaz de entender y nunca la cambiaría porque la fidelidad que me inspira y la confianza ciega que le tengo,…creo que nunca a nadie se la tendría.
¡¡¡ella,…mi almohada!!!

MARI CARMEN CUESTA

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¿Es posible consolarse cuándo lo has perdido todo?
Las llamas se comían literalmente todo terreno por el que pasaban. Un mínimo soplo de aire en dirección contraria, trasladaba el foco a otro rincón, unas decenas de metros más arriba, más abajo, una perfecta locura. Desesperación, odio, rabia, tu casa, tu huerto, tu pequeña granja de gallinas y patos, tu trabajo, tu sueño, tu vida.
Perdida por una simple colilla de tabaco, de algún irresponsable. Llanto, más llanto, más desesperación, orgullo inconsolable.
Recuerdos de la infancia, adolescencia, juventud, madurez, incluso senectud…….¿cómo consolarse?

NURIA BERGEN


EL CONSUELO DE LA MISERIA
Había que pagar primero.
Daba igual, mi vida ya era una sucia mentira afuera.
Junto al dinero, sobre la cama, yo dejaba también mi miseria.
Ella debía tomar ambos, quisiera o no quisiera.
También traía mi fracaso, envuelto en palabrería y alcohol.
Ella hacía que me escuchaba, quisiera o no quisiera.
Su único deseo era que yo no fuera complicado ni violento.
El mío, en el fondo, no tener que volver a mi infierno de fuera.
Y después unía mi cuerpo al frío. Al suyo casi inerte.
En un miserable encuentro de cuerpos sin alma.
Dos muertos fingiendo estar vivos ….
Ya se me iba acabando el tiempo.
Había que pagar primero.
Pero a mi me sobraba miseria.

JUSTO FERNÁNDEZ


Itinerario
(El consuelo de las almas)
Despues de esta noche solo me haces pensar que el tormento es necesario…
Vienes en sonido a mis recuerdos y es el mismo sonido de los cellos, esos que alguna vez acunaron mi sueño,
Ahora es tan claro el mensaje que no pude descifrar en ese entonces…ahora tan temible la conclusion.
Podria pedir que te alejes de mis madrugadas,
De mis fracciones de segundo aunque extensos y muy mios,
Podria pedirte que no hables,que no llores,que no me recuerdes o nunca me odies,
Podria pedirte en la proxima cita que te alejes,con esto te llevarias todo este dilema,
Distancia,solo distancia… el consuelo de las almas…
Se que no sera asi, no pasara en un sueño, en dos o en mil,
El universo te convirtio en mi constante karma ,si bien trato de no hacer que el efecto bumeran acabe por romper mis tobillos…
Tarde o temprano pasara, mientras intente hacer visible tu volatilidad en esta nube de humo cada vez mas grande.

KAREN ROSADO


NO ME BUSQUES
En una casa sin espejos, donde jamás te puedes ver reflejado, donde nunca puedes ver tu verdadero yo, lo que la vida te ha hecho o más bien lo que tu has hecho con la vida. Sólo un retrato que me recuerde mi mejor yo, quien quise ser y llegué a serlo en un momento concreto de mi vida.
No quiero saber si estoy guapo o feo, si las arrugas me favorecen o me alejan de la experiencia. No quiero saber nada más de mí.
Ahora sólo me queda destruir mi conciencia.

ROBERTO MORENO


JARAPAS Y ELEFANTES
Se tumbó en el sofá, sobre la jarapa de elefantes negros y fondo marrón que compró el domingo por la mañana en el rastro.
No dejaba de mirarla. Le parecía preciosa, se sentía muy relajada y feliz allí tumbada, rodeada de todos esos elefantes dando vueltas bajo su cuerpo.
De pronto, tuvo una sensación de soledad tediosa, un ligero nerviosismo se apoderó de ella, y se le antojo que podría colorearla de tonos vivos y brillantes.
Pero ella, nunca hacia nada, absolutamente nada, sin antes leer el horóscopo.
Cogió su móvil y tecleo en Google horóscopo diario.
Sagitario: hoy no es el mejor día para el arte, disfrutar de una buena compañía será lo más apropiado para ti.
Se dio media vuelta sobre los elefantes sin color.
Estoy sola -pensó-.
Volvió a coger el móvil.
Buscó algo de porno en Google , se levantó del sofá y cogió el taburete de la cocina , fue hasta el altillo de su armario consiguiendo con mucho trabajo alcanzar la caja negra con candado, la abrió, y destapó el papel que envolvía a una compañía ya olvidada.
Custodiándolo entre sus manos se lo llevó al sofá junto a los elefantes.
Haciendo caso a su horóscopo y sin conformarse con la soledad de la que se suponía una tarde tediosa y aburrida. Consiguió pasar un buen ratito en buena compañía.

CARMEN LÓPEZ


No sabía si elegir el de chocolate blanco o el de chocolate negro, ambos me gustan y juntos hacen una mezcla de sabor en la boca que me llevan a entrar en mi happy hour inducida, donde no escucho a nadie, no comparto con nadie, no hablo, solo engullo, chupo, muerdo y paladeo.
Cuando llegué, estaba cerrado.
Fui al mercadona y me compré la tarrina de medio litro de chocolate blanco con trozos de chocolate negro por 2.95€. Un consuelo muy muy digno y nada despreciable.

MARÍA JT


CONSUELO
Deja sobre la mesa un plato con galletas, el azúcar, los vasos y el colacao. Calienta leche. Picotea trozos de tortilla de la cena de ayer, mientras prepara los bocadillos para el almuerzo. No queda café.
Acuérdate de comprar a tu hermana el cuaderno, antes de entrar. Al lado de los bocadillos. Cuando os vea sentadas en la mesa. Un besito, cariño. No peleéis. Apagad la tele a las seis. Traeré kebabs. Un beso mi amor, acuérdate del cuaderno.
Se arregla el pelo en el ascensor. Se están apagando las farolas de la calle. Corre hacia la parada del tranvía.
Tengo que ir a mirarme este dolor de cabeza. Y comprar café, que no se me olvide. No soporto la achicoria. ¿Las llaves? Las llaves.
Buenos días, Antonio. Nada, igual, que me hago mayor. Para novios estoy yo. Limpiacristales. El miércoles, mañana no vengo. Voy al tajo, se me echa el tiempo encima. Majísimas, muy formales. He acabado. Anda, anda. Recuerdos a tu mujer.
Coge el circular. Hay asientos. A su lado, un hombre escupe al teléfono un idioma que no reconoce. Entorna los ojos, le duele tanto la cabeza. Por fin, aire. Apresura el paso.
Si no lo va a oir. Se me ha olvidado el café, esta cabeza. Llaves. ¡Nati, soy yo, buenos días! Tres veces, no lo habrás oído. Todos nos vamos a morir. Pues acércate un poquito, ya está muy alta. Bien, majísimas, muy formales. ¿Y de segundo? Después de la siesta. Qué guapa te has puesto. Una manzanilla y para mí, un café, por favor. Se hace tarde. Porque tengo a las niñas solas. Pero si nos vas a enterrar a todos, ya lo verás. Estará muy ocupado. Pronto. No sé, pronto, seguro. Puedes llámarme a mí. Hasta mañana, Nati. Que hasta mañana. ¡Que hasta mañana!
Regresa a casa caminando. Aire. Le gusta el otoño y ver cómo se encienden las farolas de la calle. El supermercado está cerrado. Se dirige hacia el pakistaní. ¿Llaves? Llaves.
Claro que me he acordado. No sé, no sé, ahora pregunto a tu hermana. Por la mitad. Yo no quiero. Pero bajita, me duele la cabeza. Porque son muy grandes. Lee entonces un ratito en la cama.
Moja unas galletas en leche con colacao. Se pierde unos instantes en las formas de la cenefa de la cocina. Tanto silencio. Revisa su bolso. Saca el manojo de llaves, lo agita y lo devuelve al bolso. Se da una ducha rápida, con cuidado de no mojarse el pelo. Toma una aspirina antes de acostarse.
Tengo que mirarme este dolor de cabeza. Que no se me olvide comprar café. Ni las llaves. Ánimo Consuelo, ánimo… quizá mañana.

JEZABEL MONTENEGRO


Viaja el tiempo sobre mi, me consume, me desgasta, me desangra, pero no me consuela.
Me acaricia la piel, pero no me seduce como tus manos.
Se me insinúa en mis caderas, pero no me deja cálida, si no, hace la noche mas fría.
Unas cuantas bebidas sobre la mesa ocupan tu lugar preferido. Ésta noche he enviado a los niños temprano a la cama. Para «morir» en el alcohol y consolarme con los viejos recuerdos de tu sonrisa.
¿ dónde iré ahora, si no sé en qué parte de este camino me he quedado?
¿ deberían sus palabras darme consuelo?
Tu música que nunca entendí, ahora toda habla acerca de ti.
Sola en este viaje, donde el consuelo no se encuentra en una habitación solicitaría, en sus palabras absurdas, en sus pésame como puñales atravesando mi corazón.
Sólo el repasar de tu partida rondando en mi mente sin consuelo.
No existe consuelo alguno para la perdida del ser amado…
¿Lo sería la aceptación, lo divino, la psique, » el tiempo», la medicina, la psicología, el humano, los hijos, Dios?
¡No lo sé!…

JOSUE GONZÁLEZ


Me acusaban
de alterar el orden público
por dislocación del corazón
en su lado izquierdo.
Cuando te conocí.
Justo cuando llegué al final
de las Ramblas de Barcelona
gritando que te amaba
que eras lo mejor que había cruzado de lado a lado por mi estómago,
a velocidad límite.
Eché las culpas a unas cuantas birras de más
y a unos te quieros de menos.
Me encarcelaron
por cursi,
por hombre extremadamente romántico.
Por persona non grata.
La segunda vez que me llevaron a prisión,
fue cuando te desnudé sin tocarte
frente a la Sagrada Familia,
sólo con una sonrisa
y dos miradas de complicidad.
Te derretí hasta el elástico de tus bóxers,
y hasta las gaviotas
desviadas
que habían volado de la Barceloneta
hasta allí.
por verte sonreír
sintieron envidia de tus deseos.
La tercera vez fue en un restaurante,
cuando comencé a cantarte nuestra canción,
y tú te morías de la vergüenza
pero no dudaste en bailar encima de la mesa,
apartando a pasos torpes
y bañados en Vodka
los restos de comida que nos sobraban.
La cuarta vez
fue por decirle al Taxista
que nos llevaba de vuelta a casa
que nos dejara al final del mundo,
justo en ese límite existente
entre tu ombligo y mi ombligo.
La quinta fue cuando dije
que era poseedor de drogas
y cuando la pasma se presentó delante de nosotros
señalé
tus labios,
tus orejas,
tu cuello,
tus ojos
y tu polla.
La sexta vez que me detuvieron
fue por haber gastado todas las sales de baño
del Mercadona
junto al papel higiénico
y vino barato
por nuestro aniversario.
La séptima
por atracar el huequito
que me dejas en la cama.
La octava
fue cuando me despidieron
del trabajo
por no dormir
a causa de no dejar de mirarte.
La novena y las que la siguen
fue
sencillamente
porque jamás
habían visto a una persona
tan feliz
con tan poco,
tan loca
dentro de la cordura.
Que pudiese volar
sin haber pagado billete
y alcanzar el universo
sin tener ni puta idea
de lo que es.
Y sobre todo
por haber logrado
en ti
crear la ilusión
que habías perdido.
Y ojalá me sigan deteniendo,
si cada vez que lo hacen
estás tú lanzándome besos desde el otro lado,
porque no encuentro otra manera mejor
de consolarme
que sabiendo que te he puesto el cielo
y el infierno
a sólo dos llaves de mi habitación.

CARLOS COSTA


No hay mayor consuelo que tu existencia
– La sed no acaba nunca – su voz es ronca. Afectada y algo dramática. – No hay consuelo para un alma perdida –
Lo miro un poco perpleja mientras su piel pálida y grisácea se ilumina con las claras del día.
– No lo entiendo – digo con toda sinceridad. – lo del consuelo – aclaro
– Nuestra ‘vida’ – y remarca la palabra con un tono irónico – es una constante búsqueda de consuelo – y deja caer las palabras como si fuesen a descansar a algún sitio que no conozco
– ¿por qué? ¿por qué sientes pena por ‘ser’ como eres? – digo las palabras con cuidado de no despertar ese otro ser que habita en su interior y que no he visto nunca del todo pero sé que vive ahí.
– ¿crees que me gusta ser así? ¿que es divertido o acaso especial? No lo es. En absoluto y de ninguna forma que puedas imaginar. Yo no elegí. No pedí ser así. Fue, ¿como dijo él…? ‘una gracia Divina’ – y masculla una risa entre dientes. – Los mortales, los vivientes, la gente como tú no conocéis la tristeza y el vacío del mismo modo que lo experimentamos nosotros. No tenéis que enfrentaros a la desazón de perder a aquellos que os hacen sentir vivos uno tras otro sin remedio, no experimentareis nunca, en toda vuestra ridícula y efímera existencia la sensación de ansiedad que te abrasa el pecho si no tienes cerca un alma viva que te de siquiera una migaja de su vitalidad por compasión en forma de sonrisa que te permita aguantar unos minutos más sin plantearte devorar un vagabundo o un asesino en un callejón…
Lo miro sentado en el suelo. Tan perfecto. Con su piel cérea y suave como el mármol oculta en la sombra y tenuemente iluminada por los débiles rayos de sol. Y los ojos se me inundan de lágrimas porque entiendo al fin que no habrá consuelo para su alma y su existencia en toda la inmensidad del tiempo.
– Nunca había pensado en eso – y acaricio su cara. El posa su mano en la mía. Está fría. Y siempre estará así. Por toda la eternidad.
– Siento no poder consolarte –
– Oh! Caroline, tu eres el consuelo más vívido y emocionante que hay en esta existencia.- y apoya su cabeza suavemente en mi hombro mientras amanece otro día más.

IRENE ÁLVAREZ


CARTA DE UNA HIJA A SUS PADRES RECIÉN FALLECIDOS:
MAMÁ, PAPÁ, SOY…
Supongo que esto no es necesario. Supongo que no tiene sentido ya que os habéis ido con el tiempo como la arena se va con la brisa marina. Pero es lo único que me consuela. Lo único que puedo hacer.
Aún recuerdo el día que me llamaron del hospital, diciéndome que habíais sufrido un accidente de coche del cual, no lograsteis sobrevivir. En aquel momento, experimenté un abanico de emociones que me ahogaban cada vez más hasta transformarse en lágrimas corriendo por mis mejillas. Fuisteis unos buenos padres. Os preocupabais por mí, por mis amistades, por mis estudios… Sobretodo por mis estudios. Recuerdo las palabras que me dedicabais: «Dios tiene un plan para ti, y por ello, debes estar preparada, debes llegar lejos. Es lo que Él querría». Me matriculásteis en un colegio concertado y católico. No había día en el que no diésemos gracias a Dios. El nivel era muy alto, tanto que hasta llegué a sentirme impotente e inútil cuando algo no me salía bien. Las amistades podían contarse con los dedos de la mano, si te llevabas mal con alguien, te llevabas mal con todos. Recuerdo que íbamos todos los Domingos a misa, a escuchar como un hombre vestido de negro nos decía que si rezábamos todos nuestros problemas y temores de irían. Que tendríamos la paz interior y obtendríamos la Salvación. Siempre quisisteis ser una familia modélica. Algo icónico, digno de admirar. Intentabais reflejar la horrible perfección… Por fuera erais de oro, pero por dentro, de un negro carbón. No había noche que papá no llegase tarde del «trabajo», no había noche en la que mamá aguantaba un día más a base de antidepresivos… No había noche en la que yo no cenara sola. A pesar de la presión que me ejercíais, que me ejercía el colegio y me ejercía a mí misma; a pesar de la hipocresía en la que mi vida se basaba, seguía esforzándome. Seguía trabajando duro porque sabía que eso era lo único que realmente os hacía feliz. Era ese trofeo que guardabais en la vitrina, esa fotografía que inmortalizaba un momento épico, esa joya que guardaba mil historias increíbles detrás, esa figurita de porcelana que pasaba de generación en generación. Sin rasguños. Sin defectos. Cuando acabé Bachillerato y Selectividad, llegó la hora de elegir Universidad. Creo que fue la única decisión que tomé por mí misma desde… Siempre. Cuando llegué allí, me prometí disfrutar. Recuperar el tiempo perdido, la adolescencia perdida entre pilas y pilas de libros. Nuevas amistades. Nuevas experiencias. Nuevas oportunidades. Y eso no hizo que mis notas bajasen, no hizo de mí una persona distraída. Es más, me fortaleció. Se abrieron miles de puertas a mi alrededor. Experimenté. Exploré. Exprimí cada momento como si fuese el último. No os gustaba aquello, pensabais que me iba a cambiar. Que iba a ir a peor, que iba a arruinar mi futuro. Dios, si hubieseis sabido lo que pasó aquella madrugada… Habría dejado de ser ese trofeo, me habríais fundido. Habría dejado de ser fotografía, me hubieseis quemado. Habría dejado de ser esa joya, me habríais vendido. Habría dejado de ser esa figurita de porcelana, me hubieseis roto en pedazos. Y aunque tengo miedo de escribir esto, aunque sé que voy a notar vuestras miradas de decepción y desaprobación… Estoy haciendo esto para mostraros quién soy, quién es vuestra hija. Aquella noche, salí con unos amigos, entre ellos, mi compañera de habitación. No sé si fue por el alcohol, por la música estridente y motivadora, por aquellas luces epilépticas y coloridas, pero no dejaba de mirarla. Y ella tampoco paraba de mirarme. Entre baile y baile, bebida y bebida, nuestros ojos hacían una escapada y nuestra bocas dibujaban una leve sonrisa al ver que nuestros ojos se encontraban. Salimos del local casi de madrugada. Llegamos a la habitación, el sol estaba empezando a colarse por las rendijas de la persiana, quemando mis pupilas. Ambas nos encontrábamos en un extremo de la habitación, sin apartar la mirada. Nos fuimos acercando poco a poco, hasta estar tan cerca que podíamos sentir nuestras respiraciones y oler nuestro aliento alcoholizado. Ambas cerramos los ojos y, simplemente, dejamos que nuestras cabezas empezasen a inclinarse hasta besarnos. Posé mis manos en su cara, ella posó las suyas en mi cintura. Estuvimos así, de beso en beso, hasta que sus manos bajaron hasta el botón de mi pantalón y éstos cayeron. Lo próximo que fue en rozar el suelo fue mi camiseta y lo siguiente, su vestido. Su cuerpo tenía una serie de lunares que escondían una historia, un momento de su vida. Aún recuerdo como sus uñas de clavaban en mi espalda para luego bajar sus dedos despreocupadamente. Creé un nuevo lunar que escondía gemidos, y ella me tatuó sus suspiros. Mamá, papá… Ella no fue una simple compañera de habitación. Ella no es una simple compañera de piso. Ella es algo mucho mayor y mucho mejor. Y me siento mal por no haber sido lo suficiente valiente, por no haber dado un paso adelante y por esperar tanto. Esto no debería estar escrito, debería haber sido contado… Pero, ¿cómo iba a hacerlo? Claro que me siento mal, pero ¿cómo podía hacerlo sabiendo vuestra respuesta, vuestra reacción? He pasado tanto tiempo esperando vuestra aprobación, intentado haceros felices, siendo vuestro salvavidas… Nunca busqué lo que realmente era importante: mi felicidad. A la mierda rezar, a la mierda las misas de los Domingos. A la mierda vuestra «perfecta familia», ni siquiera fuimos una en condiciones. A la mierda ese sentimiento de culpabilidad, necesitaba salvarme a mí misma, encontrar a alguien que me ayudase. Y la he encontrado. Os echaré de menos. Os querré siempre. Pero no voy a seguir arrepintiéndome. No voy a seguir diciéndome que todo podría haber sido distinto… Porque no es así. Porque hubiese pasado a ser un error, un fallo, un pecado. Después de tanto tiempo escondida, después tanto tiempo en ese armario… Mamá, papá soy lesbiana.

ROCÍO ROMERO GARCÍA


Consuelo.
Te busco ahí acurrucada, entre tus brazos. Intentando que los ruidos no lleguen a ese rincón, a mi rincón.
Quiero que pase por encima de mi todo el día, lo bueno, lo malo, lo regular………….todo.
Quiero que este instante, me consuele del día pasado, de las prisas, de los gritos del mundo, de los egoísmos vividos.
Quiero que este instante sane mi alma, se siente cansada, necesita respirar, y coger aliento para seguir adelante, sonriendo. Para poder ser yo consuelo de los míos de lo que más adoro en mi vida.
Sé que tú eres mi consuelo, ese rinconcito que hacen tus brazos, son mi consuelo, son mi huequito, un oasis para recuperar mi equilibrio, hacer que la sonrisa vuelva a ser el eje de mí. Quitar las caretas construidas, que me hacen fácil enfrentarme al mundo. Luchar como gladiador contra la desazón, la amargura………….
Tú eres mi consuelo, tus brazos son mi consuelo. J.

LOLY BÁRCENA


PIEDRAS
—¿En qué piensas?
Ella se volvió. Tenía los ojos brillantes, un poco enrojecidos, y se apoyó en él.
Estaban sentados en un banco, frente al bar que acababa de bajar su persiana. Eran la seis de la mañana y el cielo comenzaba a clarear.
—Pienso en cuánto tiempo tardarás en volver a hacerme daño.
—No voy a hacerlo nunca más.
—Saber que les contabas a otros lo que yo te decía en absoluta confidencialidad…
—Ya, la cagué, pero eso no volverá a ocurrir.
—¿Sabes cuánto me dolió?
—Lo sé, pero no volverá a pasar.
—Me cuesta ¿sabes? Me resulta muy difícil fiarme de ti.
—No lo hagas, yo lo haré por ti. Sé que no volveré a cometer un error así.
Ella se enteró sólo dos días después. Sí, era cierto, aquello ya había pasado en otra ocasión, no podía decir que la pillaba por sorpresa y, aun así, dolió más que la primera vez.
La traición pesaba como una piedra. Incluso comenzó a caminar encorvada, encogida, con una sensación de vulnerabilidad que la aturdía. El engaño era su culpa, porque no era el primero. La decepción quemaba.
Apretó los puños y decidió convertirse en una roca. Sabía que no podría y que, ahora, era ella la que se mentía, la que buscaba consolarse como fuera, pero pensó que no perdería nada si lo intentaba. Poco a poco, dejó de doler. Poco a poco, volvió a erguirse, a no sentir miedo a ser dañada. Empezó a confiar de nuevo, a sentir que merecía la pena hacerlo.
Sólo entonces se dio cuenta de que la solución no era volverse roca, sino sacar cada una de las piedras que hacían que el corazón pesara tanto.

LAPECA LAURA


Un simple abrazo
Corrió las cortinas de la ducha con tanto ímpetu que hasta le pareció escuchar el sonido de las piedras zen que las decoraban chocando entre si.
También creyó oír la tapa del vater cerrándose, pero era tan improbable como un terremoto en un estampado de tela, así que salió en busca de la toalla y se envolvió en ella tiritando.Al anudarse las esquinas por encima del pecho , mirando la laca desgastada de sus uñas y observando la necesidad de una pedicura, el rabillo de su ojo derecho vislumbró la tapa moviéndose, pero no fue eso sino el claro clac del plástico en caída lo que la propulsó de vuelta al refugio de la bañera.
Tontamente agarró la alcachofa de la ducha.
Se sentía muy estúpida , así que, con la otra mano, pescó un tubo de gel de ducha, el más grande y se quedó en absoluta quietud en medio de su escondite. El agua del pelo comenzó a salpicarle los hombros, alguna que otra gota se escapó a la bañera y el eco un tanto cavernario aumentó el frío que Clara ya estaba sintiendo. Pronto sus labios comenzaron a restringirse sobre los dientes y deseó haber puesto la calefacción en marcha.
Su madre le había insistido veces en que usara la funda impermeable del móvil ,para que se lo pudiese llevar hasta dentro de la bañera, alegando que el mayor porcentaje de los accidentes caseros sucedían ahí,en el baño, y Clara se negó siempre con la misma cantinela : sus pececitos de goma con ventosas antideslizantes hacían un buen trabajo. Qué tonterias dicen las madres.
» Pues tírale ahora tus peces a la cabeza a Jack el Destripador» pensó Clara con amargura y apretó con fuerza la alcachofa de aluminio para disminuir el pánico que estaba sintiendo. Al cabo de un largo rato de frío y razonamiento » Ningún asesino sale por las tuberías, esto es el barrio de Varea por el amor de Dios y no un escenario de Hitchcock. Habrá obras por el vecindario, arreglarían los conductos de agua y el aire falso se escucharía a través de los grifos, no seas gilipollas Clara haz el favor» .
Colocó confiada el gel de ducha a su repisa esquinera . Se giró luego para alargar el otro brazo ,alcanzar el soporte de pared de la alcachofa y volver a colocarla en su sitio.
En ese preciso momento vio claramente una apertura entre la tapa del vater y la taza y ahogó un grito.
La tapa se movía poco a poco y Clara quiso morir antes de sentenciar aquella horrible realidad. Comenzó a morderse la mano , lo hizo hasta sentir el sabor de sangre y los dientes casi encontraron el metacarpo pero consiguió silenciar su segundo grito . La televisión le había enseñado a Clara algún que otro documental , sobre mascotas extraviadas o abandonadas por sus dueños , pero en su barrio pequeñito con forma de pueblo, alejado incluso de las faldas de la ciudad , la gente tenía periquitos, peces y gatitos .
» Por favor Dios, haz que sea una iguana»
Había tantas criaturas sobre la faz de la Tierra: muchas desconocidas, otras oídas y pocas vistas y de todas odiaba las que más y con toda su alma las serpientes, hasta tal extremo que su fobia le impedía ver una simple fotografía . El cuerpo se le entumeció automáticamente hasta un punto doloroso, que le quebraba los huesos , con solo plantear la posibilidad. Su aversión hacía las serpientes era bíblica, con la diferencia de que no sentía el impulso de aplastarles la cabeza con el talón sino de alejar sus talones a otra dimensión del Universo, cuanto antes. Ni ella misma entendía semejante odio pero eso no le restaba grados a su pánico .
Hincó de nuevo los dientes en sus carnes ,miró enloquecida las barras metálicas que sujetaban las cortinas de la bañera, la pequeña ventana, atascada por la pintura en su marco hace años, que de todas formas no hubiese dejado pasar más que una cabeza , miró la puerta a mano derecha , barajando una posible escapatoria, mientras lagrimas se le escurrían imparables sobre las mejillas y decidió que había llegado su hora. Ahí, en esa bañera , a siete grados de temperatura invernal, envuelta en su ridicula toalla playera ,Clara notaba como la sangre de su cuerpo desaparecía por momentos.
Tomo conciencia de dos cosas simultáneamente: tenía que dejar de morder su mano y la serpiente, porque era una serpiente después de todo, no se movía.
Su enorme cabeza blanca reposaba sobre la taza del vater, limitándose a observar el mundo a través de sus ojos naranja-rojizo en un estado de absoluta quietud.
Clara bajó la mano herida, en un arco que parecía interminable y trató de vendarse con una esquina de su toalla, fue entonces cuando la serpiente retiró si cabeza , la tapa sonó seca y la mujer acabó liberando el grito que tanto mantuvo en los pulmones. Esperaba que la criatura hiciera ahora su aparición , saltara,y la engullera a bocados, pero la tapa quedó cerrada y un silencio espeso se instaló en el cuarto de baño.
En ese segundo , con el coraje de la desesperación , Clara saltó literalmente de la bañera, echó a correr hacía la puerta, tropezó en la toalla que se le escurría hacia las rodillas , en plena carrerilla empujó la puerta a peso de cuerpo para caer al otro lado , a lo largo del parquet y , muy cerca de la cama .
Ahí perdió el conocimiento.
Al despertar el cuarto estaba oscuro y su mente nublada.
Ganó conciencia de su desnudez, a medida que parpadeaba con confusión. El frío le mordía el cuerpo entero , sin reparo, salvo las costillas y el hombro derecho.
Por negra que fuera la noche pudo distinguir nitidamente la enorme rosca blanca pegada a esas partes de su cuerpo, vio la cabeza de la serpiente reposando sobre su hombro y se desmayó de nuevo .
Dio una vuelta por las huertas hasta llegar a la de Lucio , con esos sempiternos calabacines de horticultor coleccionista. Al fondo, entre unas sombrillas de Coca Cola desvaídas , su madre y Amelia , enfrascadas en una conversación, la miraban sonriendo. En cuanto quiso acercarse a ellas un balón de fútbol le movió la cabeza sobre los hombros , pero no en impacto , sino en un toque lánguido de goma fresquita escurriéndose por la nuca, para pararse finalmente a sus pies descalzos entre los hierbajos. Vino corriendo su sobrino, Hugo : – Te he metido un gol ¡tía! vaya cabezazo que podías haber dado, jo, es que no juegas bien al fútbol. – Le agarró la mano y trató de arrastrarla lejos de su abuela, de Amelia y de los calabacines de Lucio. Hugo era imparable en sus muestras de amor posesivo y de tanto extenderle el brazo la trajo de vuelta al mundo terrenal.
Acabó despertando.
No quiso reconocerlo, ni siquiera abrió los ojos, tal vez la realidad se fuera, pero la realidad estaba ahí , enroscada a su brazo derecho y finalmente Clara tuvo que admitir que , lejos de pasear por las huertas apaciguadamente estaba desnuda sobre el parqué de su dormitorio , con una pitón enorme al lado.
La mente le decía que no iba a volver a desmayarse y en lo más profundo de su conciencia sentía que la peor parte había pasado, como cualquier dolor que una vez llegado al auge se aprende y se torna soportable.
Eso no impedía que su corazón bombeara locamente, ni que sintiera menos frío o que estuviera menos asustada, nada de eso. Era la simple conciencia de que a partir de ahí, pasara lo que pasase no volvería a perder el contacto con la horrible realidad. En su retina , detrás de los parpados cerrados todavía, refrescó recuerdos remotos : las serpientes grandes no son venenosas, basan sus defensas en la fuerza pura, comen ratones, por lo menos en los laboratorios y hay gente , muy poca, que las adora.
No ayudaba mucho. Y tampoco importaba .
La serpiente dormía. A Clara hasta le parecía sentir su respiración en las costillas, y pensó que dentro del frío su piel le resultaba incluso calentita. El tacto era muy desagradable aún así. Si no hubiera quitado la cabeza de su hombro le recordaría a David , curiosa reminiscencia teniendo en cuenta que se separaron hace tres¿cuatro años? Por primera vez en todo ese tiempo deseó no haberlo vivido, se lo dijo a si misma sin tristeza , de hecho lo concluyó con la misma naturalidad con la que había deseado usar estúpida funda de plástico regalada por su madre o haber puesto en marcha la calefacción.
El parqué se le antojaba capa de nieve , apenas podía ya mover los dedos de los pies de tanto frío.
Pensó fugazmente que si la serpiente hubiese querido matarla ya lo habría hecho. Eso hizo que después de todo el instinto de supervivencia prevaleciera al miedo, por tanto alargó el brazo libre a la cama, enganchó una manta a punta de dedos y la arrastró lentamente hacia si. Cuando el extremo de la manta alcanzó el suelo la serpiente levantó la cabeza , no de forma brusca sino con curiosidad . Siseo al aire.
Clara se hizo la muerta, cosa que no le resultó demasiado difícil. A los pocos segundos la pitón se sumió nuevamente en su tranquilo sueño y Clara pudo acercar poco a poco la manta a su cuerpo , hasta que cubrió parte de su piel gélida. Una vez que el calor de la lana hizo efecto el terror volvió a nacer .
Estaba atrapada en su propia casa por un gigantesco reptil.
Podía matarla de diferentes formas y ninguna agradable . Estaba ahí, entre sus costillas, y ella no podía hacer nada para evitarlo.
La noche pasaba demasiado lenta, la situación era demasiado inconcebible y Clara sollozó sin querer. El reptil no se inmutó esta vez y en el absoluto silencio del dormitorio, quebrado por el leve siseo , cuan arena de clepsidra, Clara comenzó a desarrollar escenarios en los cuales se levantaba corriendo, iba a la cocina y con la ayuda de un cuchillo se defendía destripando la criatura. O le atravesaría la garganta en que abriera las fauces con el paraguas del pasillo.
Fantaseó tanto como lloró, en la exacta misma proporción. Lo hizo hasta que en algún momento indefinido se quedó dormida al amparo de la manta de lana, al lado del espantoso animal con el que compartía el parquet.
Al amanecer Clara seguía en el suelo pero la serpiente había desaparecido. Se levantó como después de una noche de demasiado alcohol, con el cerebro pugnando dentro de su cabeza y la boca seca. Arropó la manta alrededor del cuerpo e incorporó el cuerpo milímetro a milímetro hasta verse recta. No dejó de mirar el dormitorio a su alrededor pero por mucho que lo observara no había rastro del reptil.
Estaba loca. Tan loca como al verse abandonada por David al cual, año después de largarse , le parecía escucharlo a la puerta o le parecía sentirlo por la noche en la cama. A veces incluso le escuchaba canturreando por la casa y así se lo dijo al psicólogo. Él le aumentó la toma de pastillas de tres a cinco y pretendió entenderla.
Clara había estado al borde de la locura y esto no era sino un resquicio de su anterior episodio.
Trató de despejar su mente y avanzó unos cautelosos pasos en dirección a la puerta del salón. Ahí, sobre la mesita del centro dejaba de costumbre su teléfono móvil, bastaba con cogerlo para salvarse .
La puerta estaba entreabierta, enmarcó su cabeza en la apertura y rodeó el salón con la mirada. El teléfono estaba en su sitio, al igual que la tele, los libros de la estantería o la alfombra. Dudaba mucho que ningún reptil se escondería detrás de la puerta para sorprenderla por tanto reunió todo el valor para seguir adelantando, a pasos ínfimos, respirando con dificultad y aferrando la manta como si de una coraza se tratase.
El reloj de pared marcaban las nueve de la mañana. En media hora ella debería de personarse en el trabajo , si no lo haría la llamarían por teléfono, si no contestaría la seguirían llamando y tal vez llamarían a sus padres para preguntar por ella. Así de alerta en alerta descubrirían que está secuestrada en su propia casa y la rescatarían. Le costó más de quince minutos acercarse al recoveco del sofá, pasarlo y hacerse con el teléfono. Fue el metro y medio mas largo de su vida, pero por fin tenía el teléfono en posesión. Comenzó a teclear el numero de emergencia cuando sintió la serpiente envolviéndole la cadera y subiendo hacia su torso.
Giró enloquecida los ojos pensando simultáneamente en salvarse, correr, gritar, o morir pero no esbozó un gesto al final.
Simplemente paralizó bajo el tacto del reptil que subía ahora lentamente la cabeza hacia su cara y se quedaron enfrentadas mirándose mutuamente. El abrazo de la pitón no era estrecho , aún así Clara apenas conseguía encontrar aire para sus pulmones.
No estaba loca. Dentro de desquicio resultaba hasta un alivio descubrirlo.
Soltó el móvil, se lanzó en una carrera desesperada hacía la cocina, arrastrando la larga cola de la serpiente detrás de si por el suelo, alcanzó un cuchillo y se quedó con la mano por los aires sin acabar de sentenciar su gesto.
La pitón abrazaba su hombro , ajena a su desesperación y le respiraba cerca de la mejilla.
El espejo de pared de la cocina las mostraba a ambas, entrelazadas y el pelo de Clara estaba tan blanco como la piel del reptil. El animal apenas se movía, simplemente estaba ahí cerca de su alma, como David estuvo hace tiempo, antes de él decretase que eso no funcionaba, antes de que otros también lo hiciesen, antes del psicólogo y sus pastillas, antes del extremo cuidado sobreprotector de una madre que ve a su hija cerca del abismo.
La serpiente era un capricho de alguien y estaba abandonada por igual. Desencajada de su mundo.
Clara se dejó caer en una silla.
Se preguntó qué comerían las serpientes y de seguido echó a llorar acariciando suavemente la gigantesca cabeza fría .

DIL DARAH


Dicen por ahí que lo malo no es perder, sino la cara de tonto que se te queda. Ésto, sobretodo , lo decía (y continúa diciéndolo) un amigo mío después de los partidos de fútbol, claro está, en el caso que su equipo perdiera. Cuatro jarras de cerveza negra y un par de horas después, ya nadie se acordaba del partido.
Se convirtió en una costumbre para nosotros, pero al final ya daba igual cuándo lo decíamos, porque tanto si ganaban como perdían, la frase, con esa risa socarrona, siempre surgía por ahí. Y la bebida y la juerga también continuaba igual. Total, ellos no nos daban de comer. Los lunes tocaba volver al tajo.
Quien no se conforma es porque no quiere, tampoco hay más que decir cuando se trata de un partido de fútbol.
22 hombres corriendo tras un balón, algunas veces, alguno, tocado por un dedo divino, driblaba hasta a seis jugadores contrarios para finalmente meter un golazo, otras veces lo molían a palos (patadas, en este caso), y así, yendo de una punta de campo a otro, una y otra vez. De aquí para allá. Y de allá para acá. Absurdo, pero deporte. Odio visceral, pero deporte, en esencia.
Lo peor es consolarse cuándo crees que has ganado un partido y en el último minuto lo pierdes, cuando crees que llegaste el primero a la meta, y por milésimas de segundo, se clasificó el otro, cuando tienes tu estrategia perfecta, y te encuentras con un jaque mate en tus narices, e incluso, fíjate lo que te digo, puede que, incluso cuando ganas las puñeteras elecciones dos veces, y te tienen cogido por las amígdalas y los catañlines durante un año.
¿Quién tiene los coj…s de consolarte entonces?

LA XICUELA DE CORRIOL BENLLOCH


Esa mañana no se entretuvo jugueteando entre los brazos de Morfeo. Su escuálido cuerpo magullado y dolorido le obligaba impasible a abrir los ojos una y otra vez sin piedad mientras su mente le rogaba descansar de la duda, la incertidumbre y el miedo. La visita al hospital de la noche anterior al menos no terminó entre blancas paredes y camas, estaba fuera de peligro.
Un ligero timbrazo consiguió que le zumbaran hasta las uñas de los pies y con toda la desgana que era capaz de albergar ese diminuto cuerpo en el que ella se escondía se esforzó por cubrirlo con su abrigada bata, aquella que su marido le regaló poco después de casarse, y así, siendo ejemplo de la antítesis de la sensualidad se dirigió hacia la puerta. Esa puerta a la que tanto temía, tan oscura, tan siniestra, tan impredecible.
Le sorprendió percibir un rostro extraño tras la mirilla y al abrir sus ojos se llenaron de lágrimas mientras contemplaban el extraordinario ramo de rosas rojas que le ofrecía con una preciosa sonrisa el repartidor de la floristería que había bajo su casa, con él una tarjeta en la que podía leerse “Lo siento, no volverá a pasar. Te quiero muchísimo”. Tras firmar el protocolario recibí cerró la puerta tras de sí y sin fuerzas para nada más se desparramó en el sofá con las flores entre los brazos. ¿Y ahora qué? Todo el ímpetu que minutos antes la impulsaban a irse lejos, a no volver, a arrastrar su destrozado cuerpo y su humillada alma hasta los más insospechados confines del universo, lejos de allí, ahora le habían abandonado.
¿Dónde iba a dirigirse? Ya no se acordaba de aquel lugar idílico que limitaba entre el miedo y la felicidad. Muy atrás había quedado el remanso de paz en el que habitaba junto a sus padres y amigos. Sus abrazos, sus caricias, su consuelo,…
¿Quién le ayudaría? Para eso no tenía respuesta, sabía que se había ganado a pulso estar sola, que todos y cada uno de sus familiares y amigos habían nadado contra corriente para salvar a su barco que se hundía; pero ella les había hundido la cabeza bajo el agua una y otra vez, hasta que se marcharon uno por uno. Él jamás hubiera permitido que mantuviera esos vínculos tan hermosos con alguien que no fuese él y ella se lo había consentido.
Hacía horas que su maleta estaba llena de su agonía, recuerdos de un sinvivir. Su ropa, que poco a poco se había ido modificando, faldas más largas, vestidos más anchos, escotes menos pronunciados, desaparición de cualquier transparencia y un largo e interminable número de transformaciones que sufrieron en su propio cuerpo: desgarros de costuras, pérdidas de botones, roturas de cremalleras y manchas de sangre. Todo había querido llevárselo consigo.
¿Cómo habían llegado a eso? No lo sabía, todo empezó con un simple empujón y, desde ese instante, a una velocidad vertiginosa comenzaron a vertirse sobre ella acusaciones, insultos, exigencias, vejaciones, golpes y más golpes. Se había ido alejando de todo lo que le importaba al tiempo que le arrebataba su seguridad y su capacidad para decidir, para hacer, para hablar, para vivir.
Ayer en el hospital, tras su última paliza, había reunido las fuerzas para marcharse y con esas flores nuevamente la duda inundó el ambiente. ¿Qué haría ella sin él? Ella tenía toda la culpa, se lo había escupido a la cara infinidad de veces. Se sentía tan desorientada y perdida, ¿qué le esperaba si volvía a perdonarle?
Las lágrimas corrieron por su rostro sin consuelo cuando tocó su vientre. Creía que todo cambiaría al quedarse embarazada, pagándole con vida la muerte prematura a la que él la tenía sometida. Pensó que volverían a ser felices, que volvería a respetarla, a abrazarla, a amarla pero no, esa misma mañana había regresado sola a casa desde el hospital, donde permanecía tras la última paliza. Esa pequeña vida que llevaba dentro había pasado horas amenazando con marcharse, para siempre, dejándole nuevamente sola con él pero sus ganas de vivir consiguieron superar los golpes.
Con las últimas fuerzas que le quedaban se levantó del sofá, volvió a dejar en la habitación la pesada maleta de recuerdos, cogió uno de sus más bonitos jarrones y lo llenó de agua. Se abrazó a su pronunciada barriga, su consuelo, su hijo y entonces lo supo. Metió las flores en el jarrón y se fue, cerró la puerta dejando tras ella su miedo, su dolor, su agonía. Ya sólo le quedaba su hijo, su único consuelo, su vida, por quien lucharía e intentaría seguir adelante. Sabía que el tiempo curaría las lesiones de su destrozado cuerpo pero las heridas del alma, esas siempre las llevaría consigo.

VANESSA S.G.


 

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16 comentarios en «Consuelo»

  1. De nuevo me cuesta mucho decidirme, sobre todo entre Carlos, Justo y Dildha, pero me quedo con Dildha, me gusta muchísimo cómo va identificando la angustia del reptil con la del abandono del marido.

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