Absurdo / Surrealismo

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos el tema del surrealismo. Este ha sido el relato ganador:

CASTAÑAS
Llegaron los hombres de trajes tristes y ojos corruptos y le arrancaron la bolsa en la que iba guardando las monedas que caían de los árboles al paseo.
-Son del señor Mandamás.
-Pero están en el paseo…
-Sí, pero caen de sus árboles y, en consecuencia, son suyas.
Se llevaron su trabajo, el que hizo, sin quererlo, para el señor Mandamás y, ella, se sentó en el suelo y en represalia, quitó la piel y se comió una de aquellas monedas de árbol, en crudo.
Ese día, fue el mismo que ella dejó de amar el otoño.

LAPECA LAURA

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¡Tierra trágame!
Aquella mañana tenía más prisa que de costumbre, justo a las 9:10 tenía cita en la peluquería, quería hacerme un cambio con urgencia…me lo gritaba hasta mi pelo. Así que dejé a mi hijo en el colegio – como solía hacer habitualmente – solo que ésa mañana no quedé para tomar café con las madres de los compañeros de clase.
Al final tuve que esperar más de 40 minutos hasta que me llegó mi turno y maldije en silencio, porque me hubiese dado tiempo de desayunar con las amigas.
Me tocó Diana, la peluquera más jóven, me preguntó qué quería hacerme; lo tenía claro… cortarme un poco y unas mechas claritas.
Sobre las doce y media salía precipitadamente de la peluquería, aún no había hecho la comida y a las dos tenía que recoger del colegio a mi hijo, mis hijas ya eran mayores y volvían más tarde del Instituto, mi esposo trabajaba en Madrid capital y no volvería hasta por la tarde.
Al llegar a casa, la vecina me piropeó diciéndome, que qué bien me sentaba el nuevo cambio de look, así que se me subió la autoestima…tanto tanto que, decidí arreglarme para ir al colegio a recoger al niño.
Una vez terminé de preparar la comida, aún me sobraba tiempo para mi, me dije,…venga Mari Carmen! estrena hoy ésa camisa rosa que tanto te gusta y me la puse, (ya lo creo) y una falta corta que hacía un par de años la tenía olvidada en el armario, además, ya puesta…me coloqué unos tacones negros – apenas me los ponía – (soy bastante delicada y prefiero estar cómoda, antes que aguantarlos).
Me miré en el espejo más largo de la casa, ése que se nos ve entera jeje. Pero faltaba algo…ah claro!, maquillarme un poco, el carmín rosáceo, el eyeline y la máscara de pestañas, ahora si!, ahora me dió el visto bueno el espejo y yo misma…
Me fui a la puerta del colegio a recoger a mi hijo, algunas amigas me comentaban lo bien que me sentaban las mechas, hubo una que dijo que no me «pegaba», a mi plim – pensé – (anda y que te jodan envidiosa). Comenzaron a salir los niños por orden, según el grado del curso, el mío estaba en segundo de infantil. Así que no tardaría en verlo aparecer por la verja de la entrada principal,…allí estaba! pero ví como miraba a todas las mamás, menos a mi, me dije; vaya, ya se está haciendo el «longui», esperé paciente, pero al seguir sin mirarme y ver cómo se daba la vuelta para nuevamente cruzar la verja, solo que ésta vez era para entrar, fue cuando legrité; Pedroooo!
Se me quedó mirando y continuó adentrándose al patio del colegio…ya era el colmo, me ignoró por completo.
Pensaba que me estaba tomando el pelo, ya que solía contar chistes, hacer el payaso y de mayor en másde una ocasión dijo que, quería ser monologuista.
Ya me cansé y fui directamente a por él… cuando notó que mi mano tomó la suya, se soltó bruscamente y salió corriendo. Dios! qué le pasa a éste niño hoy?
Ni corto ni perezoso se subió a la reja de la verja y comenzó a vociferar con todas sus fuerzas…socorro, socorro, ésta Sra. me quiere secuestrar! Creí morirme de vergüenza, todas los padres, o abuelos que allí habían, me miraban sorprendidos, pero es que, la sorprendida y cabreada era yo…
Corrí tras él, seguía subido a la reja y recorriendo todo el contorno del patio (me pareció una eternidad) máxime con los dichosos tacones que nunca solía ponerme. Para más inri, la pareja de Policia Local de turno, encargada de poner las vayas y vigilar el correcto funcionamiento de la salida de los alumnos del colegio, se volvieron hacia mi, y antes que me preguntasen nada; ya les comenté que se trataba de mi hijo y que era muy bromista.
Seguí corriendo tras él (una odisea con los puñeteros tacones), la gente seguía mirándome y yo cada vez más alterada y roja como amapola de «verano» – era casi final de curso – , ya estaba a punto de decirle a un policía que, por favor me ayudase a retenerlo. Seguía el muy jodido diciendo que lo querían secuestrar…
Ay Dios mío, fue cuando me dije: ¡Tierra trágame!
Finalmente un chico lo agarró del brazo y lo retuvo (un poco más y me da un infarto). Me acerqué lo más rápido que pude – los tacones en la mano – lo así de su mano y lo bajé a la fuerza de la verja. Estaba llorando, su cara desencajada, temblaba…entonces me dí cuenta que, no me estaba gastando ninguna broma. Que realmente no me había reconocido…
Le dije, – Pedro mirame a los ojos – cuando me miró, se abrazó a mi sollozando desconsoladamente, dijo que no me había conocido, que tuvo miedo y pensaba que una Sra., quería secuestrarlo…
Lo abracé casi con lagrimas (evité llorar no fuese a correrse el rimel, para una vez que me pintaba…).
Me fui a casa con mi hijo, super alterada, algunos aún me miraban suspicaces, pensando quizás ; si realmente lo había secuestrado o era su madre.
Cuando llegaron sus hermanas y les conté lo sucedido en el colegio, no paraban de reír a carcajadas y yo aún más cabreada.
Fue tema recurrente durante varios días, lógicamente con risas cómplices y con el consejo de mi hija pequeña que, decía que tenía que arreglarme más (entre risitas irónicas claro).
La mayor me dijo que, eso me había pasado por arreglarme tanto jajaja- terminé riéndome de mí misma -.
Desde aquel día, no ha pasado, ni uno solo que, no salga a la calle; aunque sólo sea con los labios pintados.
PD: Esto me sucedió hace poco más de doce años, ocurrió en junio y en agosto cumplía mi hijo 7 años. He de decir que, aún no le habían diagnosticado el TDAH.
Ahora acaba de cumplir 19 años y está perfectamente, no se acuerda de nada de lo que pasó, pero se troncha de risa cuando se lo recuerdo.
Esto que os cuento es totalmente verídico.

MARI CARMEN CUESTA


Absurdos
Aquella era una mañana común y corriente, típica del curso lectivo, caracterizada por el corre, corre y el ajetreo de todos los días. Me había levantado a las cinco de la mañana, como de costumbre preparé el desayuno y dejé almuerzo listo para la familia, yo como era típico no tenía tiempo para desayunar, de modo que ya había desarrollado la pésima costumbre de desayunar en mi escuela, en el primer recreo.
Nuestro sistema educativo se caracteriza por estar envuelto en una enorme maraña de papelería, de modo, que se pierde más tiempo en hacer y reportar informes sobre toda clase de planes y proyectos que en el propio trabajo de aula o con los estudiantes que deberían ser la razón fundamental de nuestro sistema.
Era fin de año y para esas fechas se triplica el trabajo y entre informes solicitados por las instancias mayores y la evaluación de rendimiento académico y reportes sobre proyectos de infraestructura educativa y la organización de la última Asamblea General y la graduación, los directores apenas tenemos tiempo para respirar.
Esa mañana, tenía que pasar a la librería a comprar unas tintas para la impresora y decidí correr un poquito más con la esperanza de pasar antes que ésta se abarrotara de clientes y que se hicieran presas en las calles, pero parece que todos los docentes nos interconectamos con la misma idea, de manera que el negocio estaba saturado de gente. No había donde estacionar el vehículo y cada minuto contaba, en ese momento, por ventura salió un compañero y dejó un espacio libre, de modo que, me estacioné ahí. Entré rápidamente , pero los minutas transcurrían con la lentitud de un milenio, ya empezaba a sentir el cosquilleo típico del estrés cuando un amable jovencito me atendió. Salí despavorida y me disponía a abordar mi automóvil para seguir con el correteo, pues debía conducir alrededor de 15 kilómetros para llegar a mi destino, cuando me llevé aquella desagradable sorpresa: toda la parte izquierda de mi automóvil estaba con unos enormes rayones, la puerta del conductor hundida totalmente, aquel carro parecía que había chocado contra un tráiler a algo así, mis ojos se querían salir de sus orbitas ante aquel desastre, no era posible que no lo hubiera visto antes, era tanto el ajetreo mañanero que no me percaté, inmediatamente llamé a mi hijo adolescente para pedirle explicaciones, él había usado este carro la noche anterior para ir al colegio nocturno, ¡Qué barbaridad, lo había chocado y se había quedado calladito sin mencionar el asunto! en ese momento pasaban mil ideas por mi cabeza: ¿ Habrían habido heridos en el accidente? ¿Le habrían hecho alguna multa de tránsito? ¿Cómo había quedado el otro vehículo? Esta vez mi hijo iba a tener que escucharme, al otro lado del teléfono me contesta mi hijo con la voz más pacífica que he escuchado:- ¿Qué pasó ma?
Yo, como todas las madres cuando los hijos se jalan una torta semejante, empecé a decirle toda suerte de regaños, desde que él tenía que pagar el arreglo del carro, hasta que no lo volvería a usar, cuando yo lograba hacer una pequeña pausa para respirar escuchaba la voz de mi hijo insistiendo en que él no lo había chocado y cada vez que él lo decía yo más me enfurecía por el cinismo de mi hijo en negar aquel hecho tan evidente. En una de esas pequeñas pausas que hacía para respirar, mi hijo me dijo que quizás alguien lo había rayado en el parqueo del cole y él no se había percatado, a lo que yo le respondí a la vez que tocaba la puerta del carro: ¿Cómo va a decir que no se percató esto no son unos simples rayones, usted me dejó el carro hecho un “gajo”, un “zarandajo”, una “chatarra”. No había terminado de buscar más epítetos despectivos para ilustrar aquella situación, cuando escuché una voz a mi espalda que me decía con un tono algo divertido : tranquila señora, ese zarandajo es el mío, su carro está estacionado detrás. Miré detrás de aquel “zarandajo” y efectivamente, ahí estaba mi carrito intacto, no tuve la delicadeza de disculparme con aquel desconocido, porque ante aquel impacto tan vergonzoso me entró un ataque de risa descontrolada, que mi hijo al otro lado del teléfono me decía que pasó ma? A lo que yo no podía pronunciar palabra alguna por aquel ataque involuntario de risa, mi hijo ya enojado me respondió: -usted está loca ma y me cortó el teléfono. –yo ante aquella situación que no podía controlar seguí “dis que” hablando con mi hijo, para evitar que la gente pensara que estaba loca riéndome sola.
Esta anécdota la considero como la más extrema experiencia suscitada a raíz de tanto estrés por sobrecarga laboral, ya que una persona medianamente razonable no confunde su automóvil con el de un desconocido, después vinieron las disculpas y el perdón solicitado a mi hijo y aun cuando recuerdo la experiencia me quiere dar el mismo ataque de risa.

YAMILETH NÚÑEZ DELGADO


ABSURDO-JAJAJAJAJA
¿Habrá algo más absurdo que el momento político y social que vivimos?
¿El despilfarro a diestra y siniestra que respiramos en quienes tienen sus vidas solucionadas?. ¿Mientras las nuestras penden de un hilo?
En el que en las elecciones ganan todos, repetimos elecciones, los sanitarios y enfermos no tienen recursos para ser bien atendidos, los salarios son de explotadores de la época del catapúm, mientras sueldos mensuales de dirigentes políticos triplican el de cualquier trabajador (por no decir más).
Los enfermos no son un problema social, son enfermos, y el problema es que mucha gente se ha llenado los bolsillos con el diablo don dinero, y los demás que se jodan. Se han cerrado plantas enteras de hospitales, pero no se ha cerrado el grifo de los corruptos.
Si no puedes vivir con lo que puedas cobrar, apriétate más el cinturón, hasta que no te quede cintura. Que yo seguiré voyante.
¿Dónde está Rita? Pobrecita ella.
Y muchos otros más, que se zafan con un poco de suerte y un poco mucho de dinero ganado dudosamente. El país entero es una pandereta. Una pandereta que asusta a los mayores con el pago de sus pensiones.
La pandereta puede ser más grande, pero no por éso suena más fuerte. Sólo faltaría. Aunque aún podemos caer más bajo.
Vivimos reducidos a vivir como quieren los demás. Pero muchos no saben que no es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita.

NURIA BERGEN


– El surrealismo de la cotidianidad (teoría) –
Nota: Utilizo aquí «surrealista» en su acepción de la cualidad de una creación que aflora directamente del inconsciente. Es precisamente su aspecto incoherente y extraño lo que la hace inaccesible a la propia consciencia.
Enunciado: Lo surrealista está por todas partes, entreverado con lo cotidiano. No nos percatamos dado que solo nos sentimos confortables con lo que entendemos. A lo extraño le aplicamos un inconsciente y sistemático «bypass».
Ejemplo: Veamos un caso práctico, que es, por cierto, lo suficientemente sensacionalista como para llamar vuestra atención y así poder optar a las mieles del reconocimiento de esta semana:
¿ Cómo demonios logro yo, que soy un hombre serio, razonablemente equilibrado, responsable y cabal, olvidar que esa mano es la mía cuando me masturbo ?
Si te aproximas con actitud meditativa a la escena, no tardas en percatarte de que esa dinámica no está resuelta con la lógica de la razón. Es evidente que lo que está discurriendo en mi cabeza durante el proceso onanista logra anestesiar y colapsar la conciencia (la mía) de que la mano que mece mi cuna es nada menos que mi propia mano.
Si vostr@s, amados y admirados compañe@rs de este maravilloso grupo, deseáis compartir conmigo esta experiencia de autoconocimiento de mi, no tendré inconveniente en enviaros un video documental de la escena de la cuna para que podáis corroborar con vuestros propios oj@s lo surrealista de lo aquí expuesto.
Conclusión: No hay ninguna (ni la habrá).
P.S: He querido hábilmente utilizar la metáfora de la cuna para no tener que escribir la palabra polla.

JUSTO FERNANDEZ


TRINFAGÜE.
Le conocí en el instituto, parecía un marinero, tan delgado, con esa piel de cuero, tan morena y seca. Vivía con su abuela y apenas hablaba con nadie. Estudiaba y se marchaba, con la mochila raída al hombro. Sonreía poco. Decían que olía mal y era pobre. No olía mal, puedo jurarlo, quizá a sal.
Trinfagüe siempre buscaba el sol, en el pupitre, al lado de la ventana o en el patio, apoyado en el muro. Un dìa me senté a su lado. Y otro. Y otro. Parecíamos dos lagartijas pobres, pegadas a la pared. Tardé un tiempo en atreverme a preguntarle por las cicatrices que recorrían su cara y sus brazos. Me contestó que luchaba duro contra el mar, quería recuperar un sueño que le había robado. En ese momento, me enamoré para toda esta vida y alguna más, probablemente ya estaba enamorada de él en vidas anteriores.
-¿Qué te ha robado el mar?
Le hice la misma pregunta decenas de veces. Por fin, cuando acababa el curso, me respondió:
-A La Reina De Los Mares.
Me dio un ataque de risa, él bajó la cabeza y muy serio, se marchó sin decir adiós.
Merodeé por los alrededores de casa de su abuela casi todo el verano. Un domingo desesperado, no pude más y llamé a la puerta:
-¿Está Trinfagüe?
-¿Quién pregunta?
-Agláope, una compañera de clase.
-Trinfagüe se enroló a principios de verano en un barquito chiquitito, le dije que aquel barquito no sabía navegar, pero estaba como loco y no pude retenerle. Pasaron una, dos, tres, cuatro semanas sin noticias de su paradero y temí lo peor, pero a las seis semanas, cuando ya no me quedaban esperanzas, supe por unos pescadores que aquel barquito, contra todo pronóstico, navegó.
-¿ Y hacia dónde se dirigía? ¿Cuándo volverá? ¿Volverá?
– Quién sabe. Es un muchacho excepcional, pero está maldito. Busca a su madre. Se adentró en el mar y nunca salió. Como Trinfagüe, tampoco sabía nadar. Él era muy pequeño cuando ocurrió. De ella solo tiene algunos recuerdos borrosos y este precioso pañuelo bordado de seda… ¡Oh, qué torpe! Gracias querida… ¡Oh, lo siento, otra vez!
-No se preocupe abuela, yo lo vuelvo a recoger.

JEZABEL MONTENEGRO


El multiverso de los pequeños fracasos.
Son o fueron – cuando comencé a escribir – las diez de la mañana de un Domingo trasnochado, media hora de sueño y cuatro de duermevela incómoda, manos que huyen y caderas que se rechazan. Empieza a ser tan habitual que estoy por darme a los dogmas de Cohelo, puestos a dejar morir a la ilusión, mejor matarla como la heroína que siempre quiso ser. Una jodida mártir.
Y es que no sé si llegando a los treinta la falta de sabor viene a ser lo natural o es que mi morse está al nivel de mi alemán y siempre transmito el mensaje equivocado. Sea como fuere, me veo en disposición de volver a dormir, solo esta vez, pero no de soñar.
Son o fueron – cuando comencé a escribir – las diez de la mañana
de un Domingo trasnochado y por algún motivo llevo media hora haciendo el Lemur, con el cuerpo destrozado y más sueño que siete, pero sin poder dormir. Tal vez si lo cuento se evapore mi última gota de semen, la que tengo en el cerebro y pueda conciliar el sueño otra vez. Llevábamos un tiempo buscándonos y anoche, previo acuerdo, nos encontramos, no es el comienzo de una peli que vaya a protagonizar Hugh Grant ni lo pretendía, aunque ambos coincidimos en que tampoco iba a tener nada que ver con el tontopollas de Grey y su cenicienta de Ebay, nos apetecía algo de verdad y tras la primera mirada quedó patente que nuestros planes encajaban como los sinsentidos en la resolución de un capítulo del equipo A. Vinimos, vimos, vencimos y la conversación de por la mañana fue tan llevadera e insustancial que tal vez repitamos de cuando en cuando, justo después del momento de cenar.
Son o fueron – cuando comencé a escribir – las diez de la mañana del Domingo. Anoche se me acabaron las series y me hice tres pajas, dos de ellas bastante bien, con la primera aun tenía el cierre de temporada en la cabeza y ni fu ni fa. No sé que coño hacer hoy con mi vida pero me recuerda a una peli de Al Pacino «Un Domingo cualquiera». Por el título más que nada. Era una mierda de peli. Probablemente la vea luego a la hora de comer.
No sé que hora es ni me importa, sé que es Domingo porque tengo una vaga sensación de apremio, como cuando te quedan cinco cigarros en el paquete y todos los estancos están cerrados, catorce o quince horas antes de un Lunes de impostada realidad y quiero aprovecharlas. La conocí anoche y ahora sé que el tiempo no se para, salta, entre conversaciones en las que te perderías por siempre, miradas que dejan al sexo a la altura del betún, besos que te transportan de lo físico a lo infinito y polvos que el reino salvaje se pararía a ver en un documental. Y ahora, desde hace tiempo, sé que el amor es eterno mientras dura y tiene la mala costumbre de durar lo que parece un suspiro, pero me siento como un nuevo rico recién incorporado a una mesa de póquer, con todo por perder y muchas ganas de apostar. La vida debería ser siempre así.
Es una mañana como cualquier otra en Canadá y Byron ha tenido a bien traerme un salmón que aún colea para desayunar. Al principio me daba un poco de asco la idea de ponerme a cocinar algo que llevara las enormes marcas de sus colmillos de oso, pero con el tiempo me sabe a gloria. Hoy me he soñado de vuelta en España, metido de nuevo en esos zúlos a los que llamaba habitación y penando por desamores improbables. Miro a Byron y parece que me leyera el pensamiento y sonriera, vaya idiotas con los que me da por soñar. Me levanto a abrazarle mientras el salmón se va haciendo al calor de los restos de la hoguera y jugamos un poco. Hoy me consigue él el alimento, mañana la diñaré y me devorará sin contemplaciones. Eso es amor.

DAVID GUTIÉRREZ


Johnnie Walker
Nos enamoramos entre dos acordes de un sosegado jazz.
Aquella clase de amor de una noche, con sabor a soledad, pecado y hormigueo en la punta de los dedos. Sin promesas y sin futuro.
¿Quién tocaba? Que me aspen si lo recuerdo, como tampoco recuerdo si ella me invitó a una copa o fui yo el que dio el primer paso.
La mente ha guardado escenas de una manera selectiva, amoldada al momento y puedo describir detalladamente la forma de su boca al consentir mi poco sutil invitación, al igual que puedo afirmar, sin miedo a equivocarme ,que sus senos se acercaban a menos de medio centímetro, cada vez que apoyaba los codos en la barra para poder mordisquearse con tranquilidad el dedo índice. La línea pecaminosa que creaban se prolongaba hasta perderse bajo el vestido blanco y paraba directamente en mi pantalón tenso . Su pelo olía a melocotón ,a maracuya, y su risa sonaba mil veces mejor que el Mi agudo del que abusaba el pianista.
Todo esto lo veo con nitidez pero soy incapaz de evocar qué cenamos, si nos trajo los platos un camarero o una chica, si nos marchamos en mi coche o en un taxi.
Tampoco recuerdo si fue ella la que me quitó la ropa y comenzó a hacerme el amor en medio del pasillo o todo lo contrario, cumplí yo mi fantasía de despojarla de aquel vestido negro y poseerla salvajemente.
Pero sé que ni cuando mi equipo ganó la copa Champions y bebí exactamente una botella y medio de Johnnie Walker conseguí sentirme tan fenomenal.
No era la primera mujer que llegaba a pisar mi apartamento, soy por mi naturaleza amante e infiel, pero cuando me perdí dentro de ella, cuando escuché sus suspiros alterándole la respiración, deseé con locura que fuera la última.
Presa de aquellos pensamientos intenté en determinado momento quitar mi alianza y hacer lo mismo con la suya. Echó hacia atrás su largo cabello del color del cobre y soltó una nube de humo a la vez que una carcajada:
– Sería mejor que te ahorres el esfuerzo. A estas alturas conocemos de sobra nuestro estado civil, es inútil pretender que pudiera desaparecer con tan simple gesto. ¿Y sabes una cosa? Sienta tan condenadamente bien no tener que andarse con mentiras, estoy cansada de hacerme pasar por otra solo para disfrutar de un poco de libertad.
– Un poco fría tú ¿no? – me ofendí sin entender exactamente por qué.
– Igual que el acto de hacerle el amor a una desconocida en tu cama matrimonial ¿no crees?- me guiñó un ojo y se levantó para dirigirse al cuarto de baño. En el último momento se detuvo girando su cuerpo y haciendo que el mundo entero comenzase a girar:
– ¿Me acompañas a la ducha?
No pude resistirme a su sonrisa provocativa. Ni tampoco quise. En aquel instante creo que la deseaba y la odiaba en la misma medida. La sensación de pisar suelo resbaladizo me frustraba y pagué mi confusión con ella.
Dos veces.
– Me gusta tu tatuaje big-guy– dijo estudiando a punta de dedos el dibujo que adornaba mi brazo derecho y haciendo que se me erizara la piel- creo que mañana me pondré uno igualito en el tobillo. Algo así como un estigma de la infidelidad y el pecado.
Recuerdo haber reído y haberla abrazado intentando hacerla parte de mi cuerpo.
Por la mañana al despertar ya no estaba a mi lado. La almohada olía a melocotón, las sabanas aún aguardaban la caliente forma de su cuerpo. Rechiné los dientes, sin comprender qué era lo que me alteraba .
De aquello pasaron semanas.
Iba todos y cada uno de los sábados al restaurante “All jazz” con la esperanza de encontrármela, como un drogadicto en busca de su dosis. Algo había cambiado a pesar de no estar yo dispuesto a reconocerlo.
Durante la semana era buen amigo, buen esposo y buen de todo. Estaba acostumbrado a hacerlo, ya lo he confesado: soy infiel por naturaleza. Siempre lo he sido.
Pero los fines de semana iba en busca de ella, sintiendo en mis pulmones el aroma de su pelo y en la boca el quemazón de sus besos. Me llevé a otras dos mujeres a mi casa pero no consiguieron hacer que las huellas de su piel desapareciesen de la mía. Poco a poco me hundía por dentro y me veía incapaz de llenar el vacío que su ausencia provocaba.
Un viernes mi esposa se fue a celebrar quién sabe qué con sus amigas y me quedé agradecido en casa. Al menos en soledad y con mi fiel amigo John podía dar rienda suelta a las fantasías, podía rememorar todo aquello que últimamente me quitaba las ganas de seguir con lo que antes solía ser “yo”. Podía reflexionar y decidir quizás qué iba a hacer, porque tenía la conciencia de la necesidad de cambiar algo, de un modo u otro.
En ningún instante me atreví pensar que añoraba a Loraine, eso me podía suceder. No quería que sucediera, habría sido admitir que mi vida asentada acababa . El reconocimiento del final de mi carrera de cazador.
Entre una reflexión y otra acabé la botella. Ya veía mal las letras en la pantalla del ordenador. Sonreía atontado a ratos y ejecutaba solos de guitarra al aire.
Miraba la puerta del baño pero no podía ahuyentar la imagen de ella, guiñándome el ojo con picardía e invitándome a seguirla. Fui a por la segunda botella y al volver Loraine seguía de pie mirándome fijamente.
Llené mi vaso y brindé por su soberbia desnudez, por mi estupidez y por todas aquellas mujeres que antes me habían pedido algo más de consideración y les había contestado invariablemente:
– Querida, lo teníamos asumido ¿no? Yo nunca prometí otra cosa, así que sé buena chica, dame ese beso y olvídame, no valgo la pena.
No estampé el vaso contra la pared para no despertar a los vecinos pero prometo que mi mano se detuvo justo un segundo antes.
En ese preciso momento la imagen de ella en la puerta del baño cambió y yo me froté los ojos como si tuviera un ataque de conjuntivitis.
La vi cayendo a cámara lenta por los suelos.
Un hilillo de sangre teñía su labio inferior, el cabello le cubrió el rostro y yo sentí todo el dolor del golpe en la mandíbula, tan fuertemente que mi cabeza saltó disparada hacía atrás y la silla se tambaleó conmigo.
Me puse de pie temblando, por mucha nube que flotara en mi cerebro aquello lo había percibido de una manera real, tanto que era imposible echar la culpa a Johnnie o a mi mente alterada.
Miré asustado la puerta del baño y ella seguía allí, ahora acurrucada como un feto, entrelazando dolorida sus rodillas.
Sentí un nuevo golpe a la altura de las costillas y está vez me doblé como segado, buscando el suelo, aire y el equilibrio a la par.
Aquello era de locos, fui a la cocina corriendo y vacié con furia la botella de whiskey jurándome que no volvería a probar gota. Lavé mi rostro sudado con abundantes chorros de agua fría y me dirigí con cautela al salón a ver si las fantasmas me habían dejado en paz; paso tras otro, llevando el peso del susto en las rodillas.
Para mi gran alivio Loraine había desaparecido.
Me tumbé en el sofá masajeando con incomprensión mis costillas doloridas y me refugié en un agónico sueño.
– ¿Se puede saber por qué mientes Luis?- mi esposa me miraba con furia- ¡Dios! Estoy harta de ti, no comprendo por qué me haces esto ¿quieres acabar conmigo, esto es lo que quieres? Ten las agallas de decirlo, nos divorciamos, me voy y te dejo seguir con tu vida si esto es lo que quieres.Pero deja de mentirme.
– Juro que no salí de casa, lo juro.
– ¿Ah, no? Entonces el moratón de la barbilla es alucinación mía ¿verdad? ¡Y el de las costillas también! Sabes qué, que te den , no aguanto más ni me merezco esto. Y no veo por que aguantarlo.Estoy… estoy…
Estalló en lagrimas y al contrario de lo que hacia siempre me sentí incapaz de rodearla con mis brazos y susurrarle cuanto lo sentía, que era lo único que me importaba en la vida. que soy un estúpido perdido y ella es mi salvación,que bla y bla y más bla. Una sarta de palabras con significado sin eco en el alma.
Hubiera sido una de las contadas veces cuando no habría mentido pero aún así me vi incapaz de defenderme. Mi mente estaba en blanco, igual de blanco que el que se había adueñado de mi cara al contemplarme en el espejo la mañana siguiente a mi pesadilla y descubrir que tenía el labio inferior partido y amoratado.
Contemplaba los ojos furiosos de Jen y las disculpas se negaban a salir de mis adentros.
Ni siquiera reaccioné cuando vi su palma venir hacia mi mejilla.
Me escoció durante unos segundos pero no me produjo más dolor.Al igual que sus lagrimas.
El mensaje me sorprendió, ni siquiera recordaba haberle dado el número del móvil. Pero indudablemente la muestra estaba grabada en la pantalla de mi móvil: «Tengo que verte. Loraine»
Contemplé cada letra por separado intentando darle el significado adecuado, intentando no hacer caso a la tremenda alegría que apretaba mis sienes.
Estaba pálida. Fumaba compulsivamente. Evitaba mis miradas y a ratos temblaba como si repentinas olas de frío la hubieran atacado.
– ¿Lo has sentido? Dime que no lo has sentido. Dime que esto no está sucediendo.
Estrujó con furia la colilla en el cenicero y encendió automáticamente un nuevo cigarrillo. Las caladas parecían hacerle daño…
– Vayámonos de aquí, llévame lejos, a un lugar tranquilo donde pueda gritar, porque voy a gritar ¡maldita sea!
Durante la media hora que busqué un sitio donde pudiera aparcar el coche, ella no sacó más palabras.
Contemplaba la ventanilla ensimismada y sin parar de fumar. Le tuve que tocar el hombro dos veces para traerla de vuelta a mi mundo:
– Hemos llegado.
Su llanto rompió sosegadamente y el corazón se me encogió en el pecho.
– Debimos de haber hecho algo muy malo en una de nuestras anteriores vidas.
Esbozó una sonrisa encharcada e intenté abrazarla instintiva e impulsivamente, con el ansia del alcohólico ante la botella, con el recuerdo de su cuerpo corriendo por mis venas. Habría hecho cualquier cosa para borrar el sufrimiento de su rostro, pero se negó a ello con un débil ademán, un levantar de dedos que construyó una muralla infranqueable entre nosotros:
– No he venido buscando compasión. Lo que hice estuvo mal, lo mires como lo mires y sabía de antemano qué me sucederia en el caso de ser descubierta con lo cual no por ello lloro, no sé si me entiendes.
– No estás obligada a…
– Déjame acabar. No se trata de eso ¡Maldita sea! No me mires así no tengo por qué dar pena. Me dejé llevar y ahora lo pago, fin de la historia, eran reacciones previsibles.
– ¡Nadie puede tratar así a nadie!- exploté con virulencia y ella se tambaleó como si le hubiese golpeado.
– Lo has visto ¿verdad? Has visto cómo peleaba con él al igual que yo sentí la bofetada de tu mujer ¡ Dios! esto es de locos, no puede estar pasando. ¿ Ves? A esto me refiero ¿sabes cuánto me cuesta admitirlo? ¿Cómo demonios puede alguien asimilar semejante disparate?
Las lágrimas le quemaron las mejillas en un nuevo ataque de pánico, su voz se truncó y admitió por fin el consuelo de mis brazos.
– Sea lo que sea encontraremos una solución-susurré sintiendo que efectivamente hubiese sido capaz de cualquier cometido por ella.
– ¿ Ah, sí? Pues yo me conformaría con sólo una explicación razonable. Porque , veras, puedo vivir con la furia y la reprimenda de mi marido, con la culpa la vergüenza y todo lo demás. Lo que no puedo hacer es vivir contigo dentro de mi mente, viendo aquello que ves y sintiendo todo cuanto sientes. Esto, se me hace inaguantable.
– Si te sirve de consuelo yo disfruto teniéndote aunque sea en mi mente
Aceptó mi cigarrillo. Debo reconocer que, de una manera un tanto egoísta, me alegraba volver a tenerla aunque las circunstancias estaban siendo raras de narices. Su pelo seguía oliendo igual de bien. El labio partido lejos de desencajar la perfección de sus rasgos, le daba el aspecto de gorrión herido e indefenso.
– No me mires así big-guy…
Su negativa era una invitación. Me lancé en busca de agua y me hallé en medio de una tormenta. Nos reencontramos y volvimos a perder la razón. Después de un rato apoyó su cara en el codo doblado y me escudriñó con resignación:
– No funciona.
Percibí el mensaje: había buscado consuelo pero también una solución. Esperaba que si aquello que nos acechaba había comenzado con la unión de nuestros cuerpos acabaría del mismo modo pero demostró no ser así de fácil.
Nos percatamos de ello cuando a mí me picó un mosquito y ella se rascó la frente con furia.
Nos separamos sin más palabras. Y el vacío de mis entrañas se acentuó más aún.
– “Ya lo tengo”- me llamó la atención al haber pasado el mes casi. Se le notaba llena de júbilo.
Yo tomaba una ducha en mi casa y ella freía filetes en la suya. El aceite salpicó su brazo derecho y yo froté el mío intentando quitar con las uñas el escozor:
– “¿Podías tener un poco más de cuidado con este chisme? Esto me ha dolido.
– “No más de lo que me ha dolido a mí tu resaca de este domingo. Y no es que me haya dolido sino ¡me ha sentado fatal
– Jajaja.
La carcajada se escapó de mis pulmones espontáneamente. Menos mal que estaba solo: mi mujer estaba cada vez más convencida de que yo perdía los estribos y no quería confirmar sus sospechas.
– “¿ Y bien? De verdad crees que va a funcionar?”– le indagué pero ella no me contestó enseguida ya que estaba fregando con suma concentración la sartén.
– “Pues sí. Es lo más lógico. De todo cuanto hemos hecho juntos aquella noche, el tatuaje qué calqué de tu brazo es lo único que nos une”
– “Gracias”
– “No te pongas así, ya sabes lo que intento decir. Si te has dado cuenta nuestros acoplamientos, por llamarlos de algún modo, vienen acompañados por un previo agudo dolor, en mi tobillo y supongo que en tu bíceps. ¿ Cierto?”
-“Puede ser, pero no te ilusiones, también puede que no lo sea.”
-“¿ Tienes alguna idea mejor?… Me lo imaginaba. Entonces deja de ponerme pegas, al menos no hasta que hayas ideado un plan distinto. Y deja de pensar eso… no volveré a caer.”
– “Poder acceder a mi mente no te hace dueña de ella. Soy libre de fantasear gustosamente querida, sobre aquello que elija. Y tú siempre puedes dejar de escrutarme el cerebro y ahorrarte el mal rato. Sólo soy un mamífero evolucionado tomando una ducha y por debajo de ese delantal no llevas precisamente mucha ropa.”
– “Te odio”
– “Pues yo te quiero con locura”
Era cierto. Poder estar dentro de su mente las veinticuatro horas la había convertido poco a poco en mi eje. Ya no era un dulce y atormentador recuerdo de una noche apasionada. Era mucho más. Demonios, costaba admitirlo, pero había llegado a serlo todo.
Muy a menudo pensaba que hubiese sido mejor quedar así para siempre, vivir una versión mutante de Jekill and Hyde. Pero era únicamente mi opinión, a ella le molestaba que la acompañara sobre todo de noche a la cama. Decía que formábamos un trío escalofriante y repugnante. A mí sólo me repugnaba que no fuera yo el que disfrutara de su cálido cuerpo. La consideraba mía , de una manera rara de narices sí, es cierto, y me enloquecía pensar que lo único que nos separaba eran dos trozos de papel más todo un mundo de “hacer lo correcto”.
– «Por esto precisamente cuesta tanto hacer lo justo, porque en la mayoría de las veces es el camino más jodido. Mañana iré a quitarme el tatuaje, a ver si funciona, antes de que me vuelva loca.»
Me dolió. Tanto su impaciencia por librarse de mí como el tobillo.
Las tres sesiones que hizo a lo largo de dos semanas le dieron a mi piel el aspecto de un solomillo a la barbacoa y me costó trabajo camuflar el hinchazón ante los suspicaces ojos de mi mujer.
Pero lo que realmente me sacó de juicio fue que ella tuviera razón, porque poco a poco, con cada escozor y picor molesto perdimos el contacto. Hasta el punto de tener que llamarla por teléfono para saber algo de su vida.
– Hon, lo nuestro fue raro y fue maravilloso. No tuve remordimientos y créeme sigo sin tenerlos. Pero lo que vino a continuación debes reconocer que era surrealista y debes admitir que es mil veces mejor que haya acabado. Siempre formarás parte de mí aunque no nos beneficie en absoluto mi afirmación. Es lo que hay. Es lo que siento. No vuelvas a llamarme, por fin mi marido lo ha superado y,es lo justo. Es lo justo.
Colgué con ganas de hacer añicos el teléfono. Cogí a Johnnie y me fundí con él hasta que el mundo adquirió el color del melocotón a mi alrededor.
A los siete meses Jen se marchó de casa. Había encontrado un hombre mejor, que la quería mucho, la respetaba y le ofrecía todo aquello de lo que yo la privaba. O de lo que carecía.
Me alegré por ella y me sentí tan condenadamente bien al verme solo que hasta me avergoncé durante unos minutos. Recordé fugazmente nuestra boda, las noches locas del principio, alguna que otra sonrisa suya y un poco más. Muy poco para llorar. Bastante para beber un vaso extra. Miré retrospectivamente y me di cuenta de que hacia tiempo que mi mujer se había convertido en una confortable rutina y también asimilé que llevaba la culpa de haberme empeñado a negarlo, cuan caballo que mantiene el rumbo solamente porque las riendas le obligan a ello.
Por supuesto que de seguido pensé en Loraine. Pero me quedé con sólo aquello: el pensamiento ardiendo mis entrañas y revolviendo mi cerebro. Sus últimas palabras habian sentenciado nuestras vidas tal y como estaban y yo no era quién para entrometerme, más de lo que ya lo había hecho.Con lo cual me puse a idear tantas modalidades distintas para pasar bien mis años de divorciado que se avecinaban, tantas y tan divertidas que me quedé dormido.
Sobre las cuatro de la madrugada el tatuaje me escocía tan mal que tuve que despertar.
Mi mirada estaba nublada, me dolía el estómago y el salón se me hizo de repente aterrador,como si hubiera sido la primera vez en mi vida que lo estuviese viendo.De pronto se abrió una puerta a mi derecha y pegué un brinco.Vi a Loraine acercándose hasta que fui capaz de percibir el dulce olor de su pelo cobrizo.Sentí como me abrazaba y hasta me pareció sentir como me levantaba.Sus pechos olían a leche y a melocotón.
Oí sus susurros: «Ya está, ya, vas a despertar a los tatos Luis. Mamá está aqui, shht «,perdí la cuenta del tiempo, el sonido se alejó vertiginosamente y el salón comenzó a dar vueltas y vueltas conmigo.
El tatuaje me dolía de sobremanera , me estreché el brazo con fuerza y eché a llorar .
Al igual que un bebé…

DIL DARAH


MI NUEVA EDITORA
Mi vida ha cambiado algo después de haberme tirado a la mujer de mi editor. No porque fuera un buen polvo; y ni siquiera por que me arrepienta. Es solo que tengo la sensación de haber perdido a un hijo mío en forma de pendrive. Después de la malograda noche, mi editor, vengativo, dijo que lo tiró a la basura. Recuperé lo escrito a través del ordenador, pero no es lo mismo. Tengo la sensación de que mi hijo original está expuesto a los picotazos de las cigüeñas y gaviotas del vertedero de Valdemingómez. O quizá no lo ha tirado y muere en soledad encerrado en algún cajón.
El caso es que he llamado a un amigo bombero que también publica libros. Me ha pasado la dirección de una editora. Ahora no podré fallar: no me gustan los hombres. Aunque vive un tanto lejos, a doscientos kilómetros. Hoy en día parece que las distancias no existen, aunque yo creo que sí. Nos comunicamos con mensajitos y quedamos de la siguiente manera.
Ella tiene una conferencia en Madrid el próximo sábado. Es una buena ocasión. Pero cree que estará demasiado ocupada. Por otra parte, estoy pasando el fin de semana alejado de casa, así que el encuentro lo determinamos de una forma extraña. Nos conoceremos en un punto medio entre su residencia y la mía, más o menos. Así suena. Nos veremos en un bar, junto a la estación de servicio de un punto kilométrico concreto. Allí quedaremos. En la escena que imagino, le pasaré mi segundo hijo a una editora desconocida y recomendada en un bar de carretera. Y eso se me hace raro. Pero es lo que hay. Es el precio de medio polvo.
Dicho día, aparco junto al bar. Hay un par de coches más. El bar, desde el exterior, parece más restaurante. Pero no deja de ser un lugar de paso. Al menos así lo creo, aunque se acerquen un par de clientes del pueblo colindante: se bajan de un ranchera lleno de polvo, echando el humo de los puros que apuran a las doce de la mañana. Y supongo que se meterán para tomar un par de carajillos. Se me revuelve un tanto el estómago, y me aseguro de que mi hijo está a salvo en el bolsillo, tocándolo.
Al cabo de pocos minutos, la editora me indica que está llegando. Salgo del coche y me apoyo en el maletero. Al poco, aparece un coche rojo. Como no aparece ningún otro, no me confundiría. El encuentro me parece clandestino, especial, así que me convenzo de que es buena señal. Busca un lugar a la sombra, tras un enorme ciprés. Apaga el motor y se baja. Se bajan. Sí. Aparece una mujer, que saca del coche a una niña de unos dos años; un chico adolescente y un marido ayudándose de un bastón, con la rodilla vendada. Ella me saluda. Pues sí. Es mi nueva editora. Se acercan a mí, y yo a ellos.

TC CARLOS


VIGÍLAME
– ¡Madre mía! ¿Pero no tenía suficiente seguridad ya la Torre Eiffel que ahora lo precintan todo?
– No. Ya sabes que toda precaución es poca, y más en esta ciudad ahora mismo.
– No lo sé. Mas que sentirte seguro te están recordando todo el rato que puede pasarte algo. Eso sí, sin problemas, ellos te están vigilando.
– Pues que me vigilen, así no tendré cerca a ninguno… – Pi, pi, pi – Lo ves, lo ves, uno que se quería colar, ¿que querría hacer? Ves, para esto viene bien.
– Pero bueno, si le están apuntando con el arma. Madre mía como tiembla.
– Sinvergüenza, si sólo sabe balbucear. Yo no le querría a mi lado. ¿Oyes lo que le están diciendo?
– Si. Le están diciendo que por favor saque lo que lleva en los bolsillos.
– ¿Y por eso llora? Que se impongan, que le han pillado bien pillado. Mira, mira, mira que está sacandolo, ayyyy Dios
– ¿Estás tonto? ¿No ves que es el niño al que le has regalado las chapas antes? Mira, como las saca del bolsillo.

ROBERTO MORENO


RELOJ
En una de mis orgias de delirio mi gemido final se evaporo por una de las grietas de la estancia donde moribundo me hallaba llevandose unida como el fuego y el humo mi alma marchita.
Las etereas manos de las pleyades hicieron de mi ente tinta de adios para escribir versos de olvido.
Un metronomico y lugrube resonar de huesos marcaban el ritmo de mis pasos hacia el borde de un titanico acantilado donde furiosas finitas voces rompian gritando ¡¡¡ven, ven!!!
La nada contenia mi ser convertido en arena, en su doble burbuja de cristal y cada granito que se moria hacia el fondo era una llaga que Cronos con sus agujas al rojo marcaba mi piel.
Y caí, sobre una pradera de mariposas de èbano cuyas alas refulgían bajo el influjo de los rayos de una luna rojo sangre.
Su vuelo caotico dejo al descubierto mi cuerpo mortal alli abajo, envuelto en una enmarañada mortaja, atrapando mi triste cuerpo con las espinas de sus arrugas, como una zarza polvorienta.
Y el reloj…, marcando a hielo en la madrugada las tres…, y mis ojos interrogantes y abiertos, buscando el halito devorado, y el cuervo de Poe, en la cabecera de mi cama, diciendome…¡nunca mas!

EMILIANO HEREDIA


Tenía que entrenar más, concentrarme más. Y también tenía que levantarme temprano al día siguiente. El entrenamiento con Tsel era duro. Las alas pesan. Son grandes y no estamos acostumbrados a llevarlas así que cuando las recibes, tienes que hacerte a ellas y aprender a manejarlas. El resto del mundo no sabe que las llevas porque no son capaces de verlas. Sólo los que hemos descubierto la Esencia podemos ver a los demás iniciados y a los maestros. Es como vivir en un mundo dentro de otro mundo.
Y en el mundo que paga las facturas había que levantarse temprano y trabajar así que, decidí irme a dormir o a la mañana siguiente llegaríamos tarde de nuevo.
Cerré la puerta suavemente mientras la miraba dormir y me despedí del día.

IRENE ÁLVAREZ


Yo tuve una vez una cita con el Ché Guevara. El Ché, con puro en la boca y todo. Era un plan informal: él iba con su amigo Fidel y yo con unos amigos a cenar. Hablamos de vernos tras la cena todos juntos, tomar unos calimotxos y un par de copas de las botellas que habíamos llevado en el maletero del coche. Según estaba la economía el botellón era obligado. Y compartiríamos todo, claro, nada de «esto lo trajimos nosotros», «esta botella de Dyc es mía»… Fumar unos habanos, cruzar los dedos para que Fidel y mis amigos, vikingos, encontrasen puntos en común, charlar un rato… Había un par de libros que queríamos comentar…
Era un plan sencillo, inocente, nada subversivo… Pero claro, yo era la reina y muy contrariamente a la opinión popular, las reinas rara vez pueden hacer lo que les apetece…
-El Ché. Guevara. Ernesto. Has quedado para confraternizar con un guerrillero comunista!! -vociferaba el rey sin entrar en razones.
-Pues sí, somos amigos, hablamos a menudo, ya te lo había dicho… Comentó de pasada que vendría, dije que yo también y nos pareció buena idea vernos.- le explicaba yo…
Sabéis esos unicornios que echan arcoiris por el culo?? Yo era aún más angelical y cándida que eso en ese momento. Pero nada hubo que le hiciera cambiar de opinión.
-He visto cómo te mira.
-No me mira.
-Sí.
-No!
-Sí! Y además, su amigo Fidel ya dejó muy claro en otras ocasiones lo que opina de la monarquía… Y de tu corona!! -oh, mierda! Punto para su majestad, argumento sin vuelta de hoja.
Mi móvil sonó durante toda la noche. No lo cogí. Y quería. Pero no lo hice.
Casi terminada la noche, en un baño, mientras meaba sola, contesté a la llamada de la revolución… Para inventarme una excusa y pedir que siguieran sin mí…
Yo era la reina. Y no pude hacer más.

NANE NINONÁ


Estar en la playa desnudo bocabajo tomando el sol y que tu mejor amiga no desnuda coja un palo de madera de la arena y te lo meta por el culo moviéndolo para intentar buscar el orificio, mientras se ríe como una zorra hija de la gran puta disfrutando al observar tus movimientos espasmódicos intentando incorporarte con una mano y con la otra atinar a coger y parar el palo y simultåneamente tu cara estar desencajada casi 10 segundos por la incógnita de si una persona, cangrejo, gaviota o cosa està intentando deshonrarte y por qué motvo.

UNA PERSONA HUMANA


Democracia (española), ¿habrá un término más surrealista? Partiendo de la premisa de que el surrealismo entremezcla sueños y realidad, el sueño constaría de los principios teóricos que defiende la ansiada democracia mientras que la realidad abarca la práctica de la misma, que dista mucho de la anterior.
Siendo pragmática, realista y objetiva, dejando a un lado los sueños a los que aspiramos, soy consciente en mi inconsciente conciencia de que en la amalgama de idílicas buenas intenciones que incluye su teoría (sueño) podríamos llamarla democracia pero el catastrófico cúmulo de contradicciones que encontramos en la práctica (realidad) sería absurdamente absurdo considerarlo del mismo modo. Así y viendo que ni pies ni cabeza tendría incluir ambas partes bajo el mismo término ,creo que será de acuerdo común establecer como memocracia a aquella parte de la surrealista democracia que engloba la totalidad de la realidad práctica que se lleva a cabo en base a ésta. O dicho de otro modo, vivimos en una desastrosa memocracia y la democracia es un sueño y los sueños, sueños son.

VANESSA SUÁREZ GÓMEZ


A partir del mes que viene tendremos que pagar al banco para que tenga nuestro dinero allí. Tendremos que limitarnos a hacer en coche sólo 10 km al día. Con todo lo que esto acarree. Dormir en el coche, asearse, etc.
Sólo sé podrá tomar vino muy pronto, como a las 6 de la mañana, para ya salir de casa cargadito y empezar el día con alegría en el cuerpo. Y finalmente, no por ello menos importante, pagar un momio por cada billete de que dispongamos y por cada año que cumplamos de más (de más de 20 años) .
He dicho.
Creo que el 31 de agosto me adentraré en el mar hasta ahogarme. No quiero vivir con esta imposición de beber vino a las 6 de la mañana. Que después me repite y encima digo y escribo tonterías.

LA XICUELA DE CORRIOL BENLLOCH


Como ya os habréis dado cuenta, en los últimos tiempos, la gente que va en el transporte público suele llevar el MP3 o el móvil con la música puesta. Entre los adolescentes, a menudo, suelen prescindir de los auriculares y ponen la música para todos los presentes (aunque sea un bodrio de ruido mal llamado «música») a un volumen medio alto. Total que el viernes se sube un mozo con la música puesta, pero en cuanto se puso el bus en marcha, dio un paso más allá y empezó a cantar. Allí, el solo en la última fila, como en un extraño escenario de cuatro asientos verdes y grises, donde tu público te da la espalda (quizá por eso no hay vergüenza).

ANITA MIMOMBA




Y fuera de plazo, nos llegó este relato que merece la pena que esté aquí, aunque no entre a concurso:

En una playa cualquiera, con cualquier grupo de amigos, o no amigos, daba igual, era de noche, que importaba, no distinguían sus caras, tampoco importaba. Sólo bailar seguido de un ritmo embriagador, no existía nada salvo la cabeza vacía sin intención de llenar. Felicidad única preparada para transportar a una distinta dimensión. Que se pare el tiempo, así se quedaría siempre, se siente, no se piensa.
Mientras otro grupo muy distinto entraba en una comisaría para denunciar la desaparición de su hija, hermana, amiga. Llevaba 4 días sin mostrar su linda cara. Nadie entendía que había pasado, la pequeña con sus 18 años recién cumplidos solo había dado alegrías a su familia. Unas notas que no bajaban del Sobresaliente. Con esa distinción se podría pensar que era una niña redicha y vanidosa, pero no, era todo lo contrario. Su humildad inspiraba rabia entre sus compañeras que no entendían esa actitud. A ella le dolía esa desaprobación de sus compañeras. No se molestaban en acercarse a ella salvo varios frikis, formando un grupo íntimo de frikis. Eran totalmente heterogéneos. A ellos les contaba sus proyectos de futuro, quería ser médico e irse a África a ayudar en los poblados.
¿Desapareció voluntariamente? Todos los datos indicaban que no.
¿Qué sucedió?, ¿dónde estará esta joya?
Una noche tumbada en una hamaca de su jardín, escuchaba a UB40 mirando las estrellas, se dejó volar por una estrella menor, totalmente lánguida por el efecto de todos los porros de Maria que le había invitado un componente de UB40. Volaba y volaba gozando de ser transportada a cualquier mundo donde pudiese bailar embriagada con UB40.

CARMEN PASCA ÁLVAREZ

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14 comentarios en «Absurdo / Surrealismo»

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