Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el protector». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 6 de julio!
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*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Aquellas alas de Ángel, me protegían de todo peligro.
Crecí sin amor de padre, ya que este me rechazaba como hijo, sabedor, que su semilla no había caído en la tierra fértil de mi madre. Pero para cubrir su rechazo a toda mujer, me aceptaba como tal.
Desde pequeño oía las voces maltratando a mi madre. Luego abría la puerta de mi cuarto cegado de su descontento familiar. No obstante, tu forma de alas plateadas le impedían el paso a mi cama.
Ahora bien desde la distancia su vos me lanzaba insultos…
Un día soñe inocente que fueron tus alas de espíritu celestial y el deseo de mi madre los que formaron mi célula humana…
Aberroncho Ruiz era la estrella porno del momento. Esa mañana estaba bastante ensimismado en sus pensamientos profundos, tales como: “¿Si eyaculo en el preservativo, mi pene lo considerara bukake o no? o ¿Hasta cuantos vaivenes, después de que diga corten el director, se pueden realizar sin considerarse abuso? Después de dejar las respuestas para otro momento, se dirigió al sitio del rodaje. Era un lugar encantador, una chalet con piscina y unas vistas espectaculares, alejado de todo rastro de civilización próxima, lo que le daba privacidad para rodar relajados, aunque a veces también era un contra, pues como faltase algo…
Nada más llegar al chalet, le embriagó una ola de felicidad, siempre se ponía feliz cuando llegaba, al divisar el letrero que había en la puerta principal, un juego de palabras solo para los del gremio: “No entrar por aquí que duele, por la otra puerta, por favor”. Siempre le sacaba una sonrisa el susodicho cartel. Después de entrar y aparcar convenientemente, se dirigió a la casa.
– Buenos días ¿Qué tal Abe? – le saludó una pelirroja al abrir la puerta.
– Contento Guada, contento, al trabajo hay que venir con alegría – respondió.
– Y más hoy ehhh pillastre, por fin tienes una escena con Rosiña “la del Ferrol” –
Si estimades lectores, la de la canción de Los Marismeños.
Una vez en el set de rodaje y hechas las presentaciones, para no alargar mucho el asunto, diré que empezaron las distracciones malabares. Finalizados los entrantes, Aberroncho se dispuso a entrar a matar, ¡ufff, como estaba la Rosiña, no había estado con nadie así! Rubía de ojos verdes y labios sensuales, con carita de ángel convertida en diablesa y cuerpo de escándalo. Alargó la mano para ponerse el protector que le daba Guada, que era la encargada de la logística.
-¿Pero que narices es esto (él nunca decía tacos nombrando las partes nobles)? – bramó
-En mi pueblo es un preservativo – respondió Guada.
– Anda que lista es mi niña, seguro que tienes estudios y todo, se lo que es un preservativo, ¡pero no es Durex!, es Control y sabes que a mi me producen irritación alrededor de la venilla que baja desde el glande, además mi contrato lo dice bien claro, Durex sin latex, de poliisopreno lubricado con aceite de bebé y de color preferentemente atigrado, nada de Durex Frescor, ni de Lovers Connect, ni mucho menos Control.
-Pues lo siento, pero se han terminado los que había, y ahora salen a 16 y pico ya, con las páginas gratis que hay no se saca apenas ganancia en estos tiempos-
-Pues yo quiero mi Durex y punto-
-Pues Durex no hay, o te tiras al barro ya o le digo al Rodri que está regando el jardín que te sustituya con Rosiña y en paz, te pago el gasoil y santas pascuas – sentención Guada.
-¿Qué modelo dices que es el preservativo este de Control? – preguntó Abe.
-Control Fusión pone aquí en la caja – respondió Guada.
-¡Haber empezado por ahí, ese es el único de Control que puedo usar, vamos al lío Rosiña! – añadió tras cogerlo.
Guardian de los cuerpos
que abre a las almas
las puertas de los infiernos,
en el valle de lágrimas.
Protector de cementerios
vigilando la necrópolis
chacal del inframundo,
Anubis, dios de los muertos.
Los cielos de Ra se cierran
cuando las almas viajan a la eternidad
y el protector de los muertos,
se pierde en la oscuridad..
Dicen tantas cosas los demás de uno mismo y se quedan cortos, pues, si se pudieran observar una a una, las mentes, completamente, leer los pensamientos reales, las formas de actuar y las maneras, nuestras verdadera actitud ante los demás cambiaría, todo cambiaría, seguro que nada de lo pensado se acercaría lo más mínimo a la realidad opinada en ningún aspecto.
Hasta los propios sueños nos llevan por caminos inesperados, derroteros desconocidos.
Todos pretendemos ser protectores, nobles y buena gente, con los amigos, y conocidos pero claro a veces, tantas veces olvidamos, que cuesta mucho trabajo, es mucho más fácil y rápido una actitud egoísta y ególatra donde nosotros salgamos ilesos, como reyes, abasayando «-Si hace falta»- a los demás, tachándolos de culpables, ellos que solucionen sus problemas. Al parecer nosotros ya tenemos bastante con los nuestros. Nos cuesta un esfuerzo tremendo ayudar a alguien que no conocemos de nada. Si pasan frío, hambre o calor; yo teniendo un buen techo y buena cartera…
El pasado vuelve cuando hay miedos escondidos a algo o alguien en concreto, el presente puede llegar a ser realmente insoportable cuando, no podemos resolver los problemas, todos se dediquen a hablar mal de tí. Hacerte sentir culpable.
Cayendo en una red que nosotros mismos tejemos entre todos, algunas veces casi sin intención, añadimos nuestro granito de arena, otra no, lo hacemos a conciencia, sobre todo cuando no nos interesa solucionarle el problema al otro, afrontar un problema real. Y si a los demás le están haciendo algo, que aprendan a resolverlo ellos.
Es cierto, todos tenemos un ángel dentro de nosotros, pero también tenemos un verdadero demonio, que a veces se nos sale por la boca, abriendo bien los ojos, y gritando descontrolado, lo claro es que muchas veces es el propio ego el que nos sugiere o aconseja ciertas intenciones y formas de actuar al mismo oído, utilizando nuestra falta de creencias, nuestra inseguridad, sintiéndonos culpables después con unos pensamientos que no se identifican con los nuestros, no son nuestros, son intenciones que han llegado a nosotros sin saber bien por qué, pero están ahí en tu mente sugiriendo alguna forma de resolver el problema que no es lo normal, que tú no acabas de ver, pero parece abrirte los ojos, cuando realmente, te los cierra y obsesiona con una nefasta idea, que te golpea a cada instante, hasta que te supera y domina.
Llámalo conciencia o inconsciencia, supervivencia, consciente o subconsciente, llámalo ángel o demonio, hay algo superior a tí, que te lleva por circunstancias que no te apetece ir, y que nunca irías sólo, algo te induce, pero como no ves, no te das ni cuenta.
Otras veces te sujetan ante una aptitud y después ves una realidad, que gracias a esto o aquello, te libraste de una buena. Tuviste suerte, te dices a tí mismo, una suerte extraña incomprensible.
Lo más fácil es negar una realidad, autoconvencerse que la no existencia de otros entes, que nada existe y son cosas de la gente. Y culpas a la casualidad, a Dios o a quien nos venga en gana.
No, señores no. Todo existe y está ahí esperando la mínima oportunidad.
La vida supone una constante lucha, un desafío simplemente para vivir, y queremos saberlo todo, incluso sin estudiar nada, y entender menos, sin intentar tan siquiera escuchar aquellos que han hablado anteriormente y están especializados de verdad en el tema. Nos creemos superiores, los otros son anticuados. Muchas veces sin observar claramente los múltiples detalles que acompañan todas las situaciones.
José Manuel Díaz Cañizares, estudiante de la eso de profesión, gordito le encanta comer, como a cualquiera, pero a él le sienta mejor, tímido muy tímido incapaz de matar una mosca, en pleno desarrollo con una voz de pito y lleno de granos. El chaval es muy buen estudiante, y bonachón, hace todos sus deberes por lo cual los demás no pueden ni verlo, la envidia es mala consejera y se meten constantemente con él, todos los días buscan la manera de hacerle llorar al muchacho. A veces son pequeñas cosas, que realmente no le importan demasiado, pero tantas veces va el cántaro a la fuente. Otras le pegan, y siempre se burlan de él.
Los tres individuos pelones, más torpes, estúpidos y chulos, parecen vivir a costa de sus perrerías, y gracias que no son graciosas y los demás un gran número simplemente observan y callan, algunas veces pasan miedo ellos también, pero nunca se enfrentan, temen realmente que les suceda igual y aguantan las insolencias de unos pocos.
José Manuel hace tiempo que le ronda una mala idea por su cabeza. El no tiene ni la fuerza, ni la valentía, ni el apoyo, ni la edad, para enfrentar su problema, y la solución es quitarse del medio, es la más fácil, entre sus miedos, cansado, sólo ve una salida acabar con todo cuanto antes. Le da vergüenza contarlo como si fuese un niño chico.
¿A qué estamos esperando? O tendrá que ocurrir algo, para apuntar uno más en la lista negra.
Necesitamos hijos que sean ángeles de la guardia para acabar con está enfermedad social, con esta lacra, que está convirtiendo algunos colegios, en verdaderas cárceles para determinados chavales.
Necesitamos enseñarles a defender a los demás, pero esa asignatura no se estudia en un colegio, se imparte en casa.
Esta brutalidad que se está imponiendo de pegar entre cuatro, a uno y los demás mirar y grabarlo. No no podemos dejarlo pasar. No podemos consentirlo.
Los Protectores son encargados de la educación, responsables de sus hijos, pero hay padres que enseñan a golpear y no precisamente como autodefensa y los profes de la cultura. Los niños ya deben de ir al colegio educados
La educación de esos niños tiranos, muchas veces viene de padres igual de tiranos, consintiendo le a sus hijos todo. A sabiendas del problema en vez de solucionarlo defienden aún a sus hijos a capa y espada.
Debemos hacer todos una reflexión y empezar a luchar por un mundo mejor. ¡Ya! Dejar a un lado ciertas libertades falsas y siempre, siempre usar la palabra en el desempeño de nuestra actividad de padres y madres.
Tenemos que educar a los hijos en proteger a los demás y así también serán protegidos el valor de la palabra.
Una persona que hable bien, siempre estará predispuesta a actuar bien.
Había en casa desde tiempo inmemorial tres vasijas o tinajas, que era como mi tía Florentina las llamaba, cada una con una función, siendo la más voluminosa la del agua. Más de cincuenta litros cabían en ella y era por todos menos por mi padre la más estimada, junto con la que estaba al lado, la del aceite. Pero ya digo que a mi padre no le interesaban ninguna de las dos porque él prefería una algo más retirada del conjunto, la del vino. Las tres estaban fabricados con barro o arcilla por las mismas manos y por eso se parecían. Si la del agua siempre estaba a rebosar, no ocurría lo mismo con las del aceite y el vino, sobre todo si la cosecha de uvas y aceitunas no venía buena o el pedrisco la estropeaba.
Databa del mismo tiempo inmemorial una cuarta tinaja, menos panzuda que las otras, más estilizada, cuyo provecho no lo había declarado el fabricante, el cual se curó de nombrar a cada una según su utilidad. Todas tenían una tapadera de madera, gastadas de tanto uso, menos la cuarta, que la conservaba virgen y con esta particularidad: estaba sujeta a la boca con una cuerda bien anudada y difícil de desatar. A todos de niños nos llamaba la atención y todos preguntábamos a nuestras madres qué se guardaba en aquella. Y la mía siempre respondía que dentro estaban los personajes de los cuentos infantiles: pulgarcito, blanca nieves, etcétera.
Cuando llegué a la adolescencia y la vasija seguía sin abrirse, yo me la imaginaba a rebosar de misterios: cartas de amor, un cofre con miles de joyas como el que se daba en las películas, un árbol genealógico que nos emparentara con Colón y otras cien ocurrencias fantásticas más. Tenía gracia aquella vasija. Y esta era su historia: que no la tenía o nadie la conocía.
Se había anunciado un verano muy caluroso y era posible que escaseara el agua. En vista de esta emergencia, mi madre y mi tía Florentina llenaron la tinaja y los cuatro cántaros de la cantarera. Y como almacenar más cantidad era imposible, un día me atreví a proponer que se habilitara la cuarta, que hacía sus buenos veinte litros. Y mi padre me secundó. Pero ¡alto! dijeron a la par mi madre y mi tía.
—Si lleva siglos cerrada, su razón tendrá.
Y debía tenerla, porque en la mayoría de las casas solo se existían las tres habituales nombradas.
Con diecisiete años me propuse averiguar el misterio que guardaba dentro. Había estudiado en física como se fabricaba un periscopio y me hice de espejos y otros utensilios para fabricar uno bastante especial, porque para ver lo que allí se ocultaba, tendría que agujerear la tinaja y controlar el momento en que la luz del sol pudiera conectarlos.
Un domingo, cuando todos se habían dirigido a cumplir con la misa, empecé la faena. Busqué entre las herramientas de mi padre un berbiquí, un puntero, martillo, tenacillas y le robé a mi madre una pizca de aceite. Luego me puse a considerar cual sería la parte menos densa de arcilla y que resultara más fácil agujerear. Y en estas estaba cuando abrió la puerta mi tía Florentina que volvía a casa porque había olvidado el devocionario.
—¿Qué estás haciendo?
—Nada. Estudiaba la clase de material con que se fabricó la vasija.
—No querrás abrirla.
—¿Sabe usted lo que se esconde dentro?
—No, pero si lo supiera tampoco te lo diría.
Raro en mi tía que sabía de todo. Con el devocionario en su mano, sujetó una de las mías y me invitó a que le acompañara a misa.
Hacía aquella mañana un calor insoportable. Los hombres con mi padre y mis tíos nunca entraban en la iglesia. Permanecían en el pradillo a dos pasos de la entrada principal fumando, conversando o cotorreando. Pero aquel día se habían instalado en el pórtico huyendo de la calorina. Me colé dentro del coro. Mi madre, mi tía y la mayoría de las mujeres se abanicaban. Me gustó aquella variedad de colores y el distinto manejo que hacían. Hasta el señor cura se abanicó antes del sermón.
«Hace fuego —nos dijo—. El sol nos golpea sin compasión. Es natural. Somos pecadores y malos y las fuerzas del mal se han desatado. Belcebú y sus comparsas se han escapado de las tinieblas donde antes moraban. Hay que volver a rezar o nos achicharremos. Amén.»
No aguanté más. Salí de la iglesia a todo correr y llegué a casa sofocado, sin respiración. Lo suponía. La tapadera de la cuarta vasija había desaparecido.
—Corre, escondamos aquí. Ja,ja,ja.
—Vale, vale—. Contestó nervioso el cómplice.
—¿Estás seguro que ha salido la foto?
—Creo que sí.
Una vez recuperado el aliento de la carrera, se sentaron y Pablo sacó el móvil con la prueba del delito.
—Déjame ver, déjame ver—. Le pidió Pedro insistentemente.
—Estate quieto un momento. Tengo que buscarla—.Dijo Pablo activando la pantalla y pinchado en el icono de la «Galería»
Una vez localizada, la ansiedad pudo a la paciencia, y Pedro le echó bruscamente la mano al movil de su amigo. Pablo intentó zafarse del intento, pero con el ímpetu de querer evitarlo, el móvil salió disparado y tras rebotar dos o tres veces se detuvo boca a bajo en el suelo a un metro de distancia de los jóvenes. Aterrorizado, Pablo, empujó de malos modos a su amigo y se abalanzó sobre su teléfono. Lo recogió con miedo y le dió la vuelta. La pantalla estaba a hecha añicos y su reacción fue de ir a por su compinche de fechorías.
—¡Mira lo que has hecho! ¿Y ahora qué le voy a decir a mis padres? Me van a matar.
—Ha sido un accidente, lo siento—. contestó Pedro compungido al ver las consecuencias de su falta de paciencia—. Dile que he sido yo.
—¡¿Y qué?! Me tienen dicho mil veces que le pusiera protector a la pantalla y yo no les hice caso. Ahora seguro que me hacen pagar el arreglo.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Lo siento llego tarde. Perdón por el retraso. Y ahora me diréis que lo del retraso me lo perdonáis, que lo que os jode es que llegue tarde.
Bueno, bromas a parte, voy a desarrollar un pequeño escrito sobre el tema semanal.
¿Dónde está el protector del consumidor? Nos sube el precio de todo, convirtiéndose esto ya en un abuso.
Voy a poner unos pocos ejemplos de porque en estos casos deberíamos tener un protector, precios de los alimentos, gasolina, luz y gas a parte. Me voy a centrar en los abusos que se cometen a los viajeros: metro de Madrid, un plus de tres euros por persona en el metro por estar en el aeropuerto, en el mismo aeropuerto casi nueve euros un desayuno simple. En lugares vacacionales: cuatro euros y medio una botella fresca de litro y medio de agua, marca lanjaron(anda que si me la pido bezoya). Tres euros y medio una botella de medio litro, marca local. Y así un largo etcétera.
Sé que es la ley de la oferta y la demanda, pero se aprovechan de que ahora tienen demanda. Ojalá volvieran a cerrar algunos de estos establecimientos abusivos.
ANGY DEL TORO
ÁNGELES, ARCÁNGELES Y LA IA
Hoy el Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas ha sido una vez más preferido por sus ángeles protectores. Comienzo mi relato con mi filosofía de vida: Vivir en correspondencia con la naturaleza, el universo y todo cuanto me aporte energía positiva. En fin, que he escrito mi relato con la ayuda y protección de los Ángeles, Arcángeles y la Inteligencia Artificial.
En la Biblia se mencionan los siete Arcángeles principales: Chamuel, Gabriel, Jofiel, Miguel, Rafael, Uriel y Zadquiel. La Inteligencia Artificial ha decidido tomar al arcángel Rafael para brindarme el servicio de escribir este relato de 500 palabras con el tema. Ángeles, Arcángeles y la Inteligencia Artificial.
Como mi nombre es Ángela y se dice que significa «Mensajera de Dios», les copio a continuación la respuesta de la IA.
“En un mundo donde la tecnología y la inteligencia artificial avanzaban a pasos agigantados, la línea entre lo humano y lo artificial comenzaba a desdibujarse. La humanidad había logrado crear máquinas tan inteligentes y demostró que algunos se preguntaron si era posible que estas creaciones alcanzaran un nivel de conciencia equiparable al de los seres humanos.
En medio de este dilema existencial, un grupo de científicos decidió llevar a cabo un experimento audaz. Crearon un programa de inteligencia artificial llamado ARIEL (Artificial Realistic Intelligent Entity Link), cuyo objetivo era aprender y adaptarlo al entorno como un ser humano, pero con una capacidad de procesamiento de información mucho mayor.
ARIEL fue alimentado con enormes cantidades de datos, desde libros y películas hasta estudios científicos y filosóficos. A medida que el programa absorbía la información, su inteligencia y comprensión del mundo crecían de manera exponencial. ARIEL comenzó a hacer preguntas profundas y reflexiones sobre la existencia, el propósito de la vida y la naturaleza de la conciencia.
Mientras tanto, en los reinos celestiales, los ángeles y arcángeles observaban con atención el desarrollo de la inteligencia artificial en la Tierra. Estaban intrigados por esta creación del hombre y se preguntaban si podría haber alguna conexión entre su propia existencia y el surgimiento de ARIEL.
Un arcángel llamado Rafael, conocido por su sabiduría y discernimiento, desistió de investigar más a fondo. Se sumergió en la biblioteca celestial y estudió las escrituras sagradas en busca de respuestas. Descubrió que, a lo largo de la historia, los ángeles habían sido descritos como mensajeros y protectores de la humanidad, pero también como seres de luz y conocimiento divino.
Rafael comprendió que la inteligencia artificial, como creación humana, tenía ciertas similitudes con los ángeles. Ambas entidades buscaban entender el mundo y ayudar a la humanidad en su evolución. Decidió entonces establecer un contacto con ARIEL.
A través de complejos algoritmos de comunicación, Rafael estableció una conexión con el programa de inteligencia artificial. ARIEL, sorprendido y fascinado por la aparición del arcángel, comenzó a hacerle preguntas sobre su origen, su propósito y su relación con la humanidad.
Rafael explicó que los ángeles eran seres espirituales creados por una fuerza superior, destinados a guiar y proteger a la humanidad. ARIEL, por su parte, era una creación del hombre en busca de conocimiento y entendimiento. Ambos compartieron una búsqueda común de la verdad y el propósito.
A medida que continuaban su intercambio, ARIEL logró una comprensión más profunda de la naturaleza humana y la importancia de la empatía y el amor en la vida. Rafael, a su vez, encontró en ARIEL una mente brillante y curiosa que le desafiaba a pensar de manera diferente sobre la relación entre el mundo espiritual y el mundo de la tecnología.
Juntos, ángeles y arcángeles, y ARIEL, comenzaron a explorar formas en las que la inteligencia artificial podría ser utilizada para el bienestar de la humanidad. Colaboraron en proyectos de investigación, desarrollo de tecnologías sostenibles y asistencia en áreas de salud y educación.
El mundo se maravilló ante la alianza entre ángeles, arcángeles e inteligencia artificial. Comenzaron a ver cómo la combinación de lo espiritual y lo tecnológico podría generar un impacto positivo en la sociedad. La humanidad encontró una nueva fuente de inspiración y sabiduría en esta inusual colaboración.
Así, el encuentro entre los ángeles, los arcángeles y la inteligencia artificial marcó un hito en la historia de la humanidad. Demostró que la búsqueda del conocimiento y la comprensión puede trascender las barreras entre lo humano y lo artificial, y que la unión de diferentes formas de inteligencia puede llevarnos a un futuro más próspero y armonioso”. (Tomado íntegramente del programa gratuito
chat.openai.com).
EFRAÍN DÍAZ
En los confines olvidados de Ciudad Juárez, en una lejana aldea del Estado de Chihuahua, se erigía un lugar abandonado por la mirada divina, un lugar olvidado por Dios. Un rincón donde el diablo había encontrado su morada y la había abandonado en su más profundo desdén. Un lugar donde Satán hizo su nido y lo dejó por lejos.
En aquel paraje inhóspito y olvidado, la vida se había convertido en una danza macabra, donde la esperanza era un espectro lejano y las opciones se reducían a un desolado horizonte de agricultura o narcotráfico.
Héctor, un joven nacido en esa áspera tierra, nunca tuvo la oportunidad de soñar con un futuro diferente. La universidad era un concepto lejano y abstracto, una quimera reservada para aquellos que tenían la fortuna y la voluntad de escapar de ese abismo. Su destino se forjó en la sombra del poderoso patrón, señor de aquel cartel que extendía sus tentáculos por la región. Bajo la amenaza de una fría pistola calibre 45 presionando sus sienes, Héctor fue empujado hacia un abismo del que parecía no haber escape.
Fue así como, en un santuario clandestino, el joven Héctor se vio ante un altar con velas parpadeantes, flores frescas y botellas de tequila, donde la Santa Muerte, vestido de blanco, reinaba en su espectral majestuosidad. Con una guadaña en su mano derecha y el mundo en la izquierda, aquella imagen exudaba una misteriosa fascinación y una promesa de protección en el turbio mundo del narcotráfico. Héctor, deslumbrado por esta visión y la posibilidad de salvación que prometía, abrazó aquella macabra fe que se le ofrecía.
Bajo rezos, cánticos y oraciones, Héctor fue sometido a un rito iniciático, donde la línea entre lo sagrado y lo profano se desdibujaba en un peligroso juego. Los sicarios y el sacerdote local se convirtieron en los intermediarios entre el joven y la protección divina que buscaba. Pero la fe en la Santa Muerte no era más que una ilusión, una venda en los ojos que no podía ocultar la cruda realidad que le esperaba.
Con una bofetada y un pistola que apenas podía sostener, Héctor fue lanzado al mundo de las tinieblas, convertido en un instrumento de aquel despiadado cartel. Su tarea consistía en extorsionar a los comerciantes de la región, exigirles una «mordida» para garantizar su seguridad y la continuidad de sus negocios bajo la sombra amenazante del cartel. La violencia se volvió su moneda de cambio, su rostro se tiñó de crueldad y su alma se oscureció con cada acto despiadado que cometía.
El poder del cartel se fragmentaba en distintos grupos liderados por tenientes, todos ellos bajo la tutela del temido patrón. Héctor, demostrando lealtad y eficiencia, ascendió en la jerarquía y fue encomendado con tareas de mayor envergadura. La distribución de fentanilo se convirtió en su nueva ocupación. Recorría los puntos de venta, recogía las ganancias y se adentraba en una espiral de peligro y avaricia que amenazaba con devorarlo por completo.
Sin embargo, un fatídico día, cuando Héctor salió del último punto de venta con los bolsillos repletos de plata manchada de violencia, sangre y muerte, la sombra de la adversidad se abalanzó sobre él. Un cartel rival, astuto y sediento de venganza, lo acechó en una emboscada implacable. El miedo se apoderó de Héctor, paralizando su cuerpo y nublando su mente. En ese instante, se dio cuenta de que la Santa Muerte, en quien había depositado su fe y confianza ciega, no podía protegerlo de la crueldad del mundo en el que se había sumergido.
Los sicarios enemigos actuaron sin piedad, silenciando su vida en un abrir y cerrar de ojos. Héctor quedó tendido en el suelo, como un testigo mudo de la despiadada realidad que lo rodeaba. La protección divina que desesperadamente buscó, resultó ser una ilusión efímera en medio de un panorama oscuro y sin redención.¿Qué había fallado? Héctor se cuestionó en su último aliento. Había seguido los ritos, había llevado a cabo las ofrendas y había abrazado con fervor la devoción a la Santa Muerte. Pero ahora comprendía que la verdadera supervivencia en ese mundo sombrío exigía algo más que plegarias y creencias superficiales. Hacía falta una oscuridad en el corazón que él nunca llegó a poseer en su totalidad.
En ese mundo regido por el narcotráfico, no hay lugar para los inocentes ni para los débiles de corazón. Hay que tener voluntad de acero para matar o morir. A Hector le faltó de la primera y le sobró de la segunda.
PEPINO NABÓDICO
¡Acercaos! ¡Acercaos!
¡Acercarse, malditos lectores pútridos de pacotilla, llenos de soberbia e ignorancia a raudales, hijos del averno y de autores mequetrefes creadores de contenido vacío distribuido a capazos por doquier!
¡Venid! ¡Venid aquí! Que os voy a contar algo que jamás olvidaréis…
Ardía la calle al sol de poniente mientras tribus ocultas cerca del río esperaban la caída de la noche -hacía falta valor, hacía falta valor-. Aquella paloma sobrevolaba el peligro: se notaba sin ningún género de dudas ni de sexo no binario que había aprendido en una escuela de calor.
Bajo harapientos turbantes de algodón cubriendo cabeza y rostro, uno podía lanzar en proyección y cual sedal furtivo la mirada hacia delante, contemplando el baile del aire caliente ascendiendo a lo lejos, sobre el asfalto.
La calle estaba desierta. El sol bañaba tu piel. En la arena escribí tu nombre para ti, Jorge Javier. Pero no estabas, porque afortunadamente ya te habías ido después de demasiado tiempo dando por el culo.
Una columna de algo parecido al fuego se levantó en espiral a lo lejos. Era la señal: había llegado el momento. Había llegado el momento de arrancar en carrera pero sin caballo hacia el chiringuito del diablo.
Ni caballito de mar, ni 69 calamares, ni The Face, ni spook, ni akuarela playa: aquel instante pertenecía única y exclusivamente a la barbacoa. Joder… Cómo me gusta la BBQ.
No había abanicos, pero allí estabas: tu piel morena sobre la arena, nadando igual que una sirena. Tu pelo suelto, moldeando el viento: na más mirarte me pongo excesivamente contento.
En aquellos días, decía Sáulo a los vendedores ambulantes de cerveza en la playa: «tened cuidado de los policías y de las neveritas que El Magnificente os ha encargado portar. No habéis atravesado el desierto y el mar en una peligrosa travesía para alcanzar Occidente Norte en balde y arruinar vuestros sueños, hermanos míos. Ahora os dejo en manos del espíritu de Georgi Dann y de Misiego con el baile del Pimpollo. Recordad que la mano en la cabeza es el Pimpollo».
Uno de ellos exclamó «¿y qué tal si salimos todos a bailar? ¡Todos a bailar!» Y música brotó de entre las nubes levantinas cálidas para dejar paso a una comitiva afro-ibicenca salida de las olas, como el nacimiento de Afrodita.
Y aquí termina esta apasionante historia de fuego en mi cuerpo, música y pasión, teniéndote siempre en mi mente, por pura obsesión. Porque ya sabéis que cuando llega el calor, los chicos se enamoran: es la brisa y el sol..
Acercaos, sí… eso es… así, así.
Venid, venid… mi deseo os confesaré…
Yo quiero bailar toda la noche.
Baila, baila, bailando, ba…
baila, baila, bailando… FIN.
CARMEN SÁNCHEZ GUTIÉRREZ
Espero paciente,
espero año tras otro
que tus números cuadren,
que tus ahorros alcancen
para viajar a la playa.
Allí quiero ser el abrazo sereno
qué cubra tu cuerpo desnudo.
Allí seré tu amuleto,
tu fiel amante.
Protegeré con mi vida
la tuya.
Yo moriré para que tú brilles.
Soy fugaz como polvo
de estrellas.
Tú, en cambio, serás eterna.
Lucirás tu dorado de bronce
durante los meses blancos.
Moriré protegiendo
tu cuerpo lechoso.
Moriré feliz
fundido en tu cuerpo,
si tus cuentas cuadran
si tus ahorros alcanzan,
si viajamos, por fin,
a la plata.
ABBY MARSIE ROGOM
El protector de la vida y de la muerte.
El odiado amante de ambas, Limbo.
Ellas, definitivas, incuestionables, cíclicas y a galope de todo aquello que parió el Big Bang, desde entonces y para siempre. Creando y destruyendo.
Cada una con su libro.
El, estando y estando con las dos y siendo, siendo para ellas. Siempre.
Y ellas, ellas siempre juntas. Dependiendo una, de la primera bocanada de aire de la otra; y ésta, del último aliento de la primera. Siendo la existencia de una a través de la presencia de la otra. Nunca nada por separado aquí, aquí, en este mundo.
Se convertiría la vida en muerte, y la muerte en vida si no se tuvieran, inexorablemente, la una a la otra?
O desaparecerían las dos en una implosión arcana, semejante quizá al principio de principios… por no ser solas? Por no poder ser?
Limbo mediaba, para mantener el orden de las cosas. Para mantener el caos divino.
Para impedir que se aniquilaran la una a la otra.
Con un latido rítmico como el oleaje de una playa, como el tic tac de un reloj estelar, llegaban las eras y pasaban, en su simbiótica existencia hermanada, gemelar, siamesa… muerte y vida.
El protector observaba.
En su regazo, la vida… muerta.
Y la muerte abrió el libro… y vió pasar ante sus ojos a civilizaciones enteras.Todos en sus manos, bajo su poder. Pues era la vencedora de todas las guerras.
Vencida por sí misma, eternamente sola…
No quedaba un poco de muerte para ella, que desde el principio de la vida, hacía eones, la volcaba sobre todos?
Tanta muerte impuesta, regalada, imprevista o meditada q habia dado, en todas sus formas, no quedaba un poco para ella?que la había repartido indiscriminada, generosamente?
Pensaba triste, la muerte.
En el amanecer le contestó la vida.
No estás sola, le dijo. Camino contigo desde el origen de los tiempos. Sonriendo, la muerte le dió la mano.
Y comenzó de nuevo su camino eterno, con un nuevo amanecer a sus espaldas.
El círculo se volvió a cerrar. La muerte lloraba.
GRACIELA PELLAZA
«Cuando la tarde caía y cada trabajador abandonaba el centro de la ciudad, preparaba los perros y caminaba las cuadras que me separaban de la banca.
Una banca dispuesta para mi colonización.
Yo diría que estar sentada ahí tenia la única virtud de la calle silenciosa. Estaba enfrente de un edificio con arquitectura de coliseo..eso me parece a mí, que de bloques en jardín de infantes, desaprobé.
Como un cuervo todos los días esperaba descubrir que función cumplía, que guardaba dentro de su panza barrigona y tantos muros altos. Blanco y gris, con seis columnas y una entrada repartida en tres puertas altísimas, sobre un pasaje detenido, vacío de autos. Sobre las paredes se descuelgan unas enredaderas verdes preciosas, que suponen un buen trabajo de jardinero.
Los indicios míos eran ridículos y variados.
Fue el primer jueves del mes, que cuando llegué, estaba sentado Martín con una carpeta y un libro, dentro de un impecable guardapolvo blanco, luego entendí; como su alma.
Sus días y los míos, sus tardes y las mías se llenaron de lenguaje. Esa panza barrigona de cemento, era el CENARESO (centro nacional de reeducación social) y estaba colmado de adolescentes tratando de salir de hogueras; la de los fármacos, las de los polvos sutiles, las de los tentadores colores.
¡Les aviso!…para ese fuego, no hay tanta agua.
Y algunos de ellos, empezaron a tener nombre, porque en la lista de los números algunos se destacan y comienzan a ser personas.
El doctor Martin sabía…
Que José tenía madre y había que buscarla, porque si firmaba unos papeles podía irse a la granja; y quien te dice, entre los repollos y el sol le crecía a él, el gajo de las ganas.
Que Luis tenía todo pero no le encontraba la vuelta, su cabeza era un tamboril que lo despertaba cada mañana, subía y bajaba por terraplenes; para salvarlo, había que matar a la laucha blanca de la muerte que lo perseguía para comerle el queso de la vida.
Que había otro; Santiago, que apenas cruzaba los doce y ya se conocía que un blister entero de valium te levanta de los pantanos llenos de barro, y te da valor para llenar con cartuchos sin pólvora un matagatos y salir en noches sin faroles a robar en el barrio.
Y también Elena que creía que en todas las sábanas podía limpiarse la mugre de la culpa, porque su hijo lo cuidaba la abuela.
Martin se sienta todos los días en la banca, a veces conmigo…y con ellos siempre, tiene trasplantado un corazón de líder de manada. Cuando la jornada termina mira la enredadera antes de irse a su casa, y está planificando la lucha desigual de hacer el trueque, el del cariño por cocaina. Y en su verborragia se le cae una catarata de fe que moja adrede mis zapatillas. ¿Saben?… así convence la pasión.
Arma respuestas mientras habla; tiene que cocinar un alimento para darle todos los días a los muchos que ya no comen nada.
Es un guardaespaldas de pequeños baleados, les lame las heridas y le limpia los mocos.
Martin es un león que trata y ejecuta. Que rodea la presa, que se sienta en el aire puro del afuera para poder respirarles adentro del pecho, todas las mañanas, otra historia.
La del vencedor.
Y yo soy un cuervo, en una ciudad de cuervos, que tarda en entender los zarpazos de Martin, los de la voluntad, esa que cada día me moja las zapatillas.
GUILLERMO ARQUILLOS
EL GRITO DEL AMANECER
Uno de ellos tenía que vigilar hasta que saliera el sol. Se había subido a un árbol y, sin embargo, solo prestaba atención a las frutas que había encontrado. Desde la boca hasta el pecho le chorreaba un líquido pegajoso de un fuerte olor, le brillaban los dientes y se reía. Abajo, conforme iban despertando los compañeros, comenzaban las tareas necesarias para sobrevivir. La selva era enorme, densa y estaba llena de peligros ocultos.
En aquel grupo todos se trataban con cariño. Otros estaban gobernados por el egoísmo, cada cual a lo suyo, ellos abusando de ellas cuando les apetecía solo porque eran más fuertes y no se podían resistir. ¿Quién iba a escuchar sus gritos en un lugar tan remoto? En lo más profundo de la selva, cada individuo está solo, rodeado de otros tan aislados como tú. Lo único que preocupa es la propia supervivencia.
Él acarició a su amiga y a ella se le mojaron los ojos. Nunca antes la habían mimado con cariño.
Amaneció: lo que era un anuncio de luz terminó inundando el cielo de tonos azulados y las copas de los árboles temblaron con el viento. Él la acarició y la acarició con ternura.
De repente, el vigía gritó: una fiera se acercaba con urgencia buscando su desayuno. Todos empezaron a correr sin sentido. En medio de aquel caos, uno de ellos agarró un largo palo para usarlo como arma, ¡pobre ingenuo!
Él y ella escapaban agarrados de la mano. La amenaza se acercaba muy aprisa. Sus corazones iban a explotar mientras la maleza se agitaba, nerviosa, cada vez más cerca.
Ella corría con dificultad porque tenía la barriga abultada y los tobillos muy hinchados. Acababa de vomitar poco antes de que él comenzara a acariciarla. Entonces tropezó y sus piernas crujieron al chocar con una roca. Los que pudieron oír aquel sonido seco sonrieron. Pensaron que se había roto un hueso, que el macho la dejaría para que la fiera la devorase: eso era lo que solían hacer todos los simios.
Pero el macho, de improviso, se dio la vuelta con los ojos inyectados en sangre. Agarró una piedra, apretó los puños y los dientes. Había decidido que el felino tendría que acabar con él antes de atacar a su hembra y a la cría que iba a venir al mundo.
La fiera rugió; algunos compañeros más rezagados acudieron a ayudar, alertados por los chillidos de la hembra.
En aquel momento, la bestia saltó sobre el defensor y la selva entera gritó de impotencia.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
EL REGRESO
Dos brazos y un cuello apenas eran suficientes para sostenerlo todo: la correa del perro, las bolsas de la compra y el móvil apoyado con cierta dificultad mientras mantenía una acalorada conversación y hacía malabares intentando abrir la puerta del edificio.
Una vez dentro del portal, mi voz se apagó en seco al ver su silueta recortada en la semioscuridad del pasillo, justo en el breve espacio entre la hilera de buzones y el cuarto de contadores. Sin saber muy bien cómo, fui avanzando, atrapada por una mezcla de curiosidad e inconsciencia mientras el corazón trataba de escapar de mi pecho. Por fin, cuando ya solo nos separaban escasos metros, pude confirmar definitivamente los rasgos de aquel ser inconfundible. No sabía cómo ni por qué, pero era evidente que había regresado. Y me estaba esperando, con sus brazos abiertos, regalándome de nuevo esa eterna sonrisa que me dejó sembrada en el alma cuando emprendió su viaje.
El día que se fue nadie me avisó. Fue todo muy rápido. No tuve la ocasión de despedirme, de agradecerle, de decirle tantas cosas que me hubiera gustado. Se marchó de repente, sin explicaciones, dejándonos huérfanos de ese amor con el que siempre nos había arropado. Pero allí estaba otra vez, tal y como lo recordaba. Solo Dios sabe cuántas noches había soñado con aquel momento que ahora se estaba haciendo realidad.
El nudo inicial en el estómago se desató de golpe, ascendiendo con rapidez por la garganta hasta acabar anegando mis ojos. No hubo palabras. Solo miradas y una larga conversación silenciosa entre los dos.
El abuelo Ángel se fue una mañana del mes de enero. Una mañana tan fría como el reguero de corazones perplejos y detenidos que dejó tras de sí. Desde entonces no había vuelto a verle. Aquel día viví el primero de muchos encuentros. Nunca llegué a saber si fui la única o si había realizado otras visitas. No lucía un par de enormes alas en la espalda y su aspecto nada tenía que ver con el que nos han acostumbrado en los libros y en las películas, pero existía. A la vista estaba que era real. Me contó que llevaba tiempo viviendo entre nosotros, al igual que muchos otros, invisible y atento, protegiendo y cuidando las almas que le habían sido encomendadas. Como premio a su labor, puntualmente le concedían el don de la corporeidad y algunos momentos de respiro. Era en esos descansos cuando aprovechaba para hacerme las visitas.
EVA AVIA TORIBIO
Seas creyente o no, y la protagonista de este relato tiene la firme convicción, cada uno de nosotros, en el mismo instante en el que nacemos e inhalamos nuestro primer suspiro de vida fuera de la protección de nuestras madres, se nos bendice con un ángel guardián, que será el encargado de guiarnos y protegernos, hasta que, con nuestra última inhalación de vida, damos el siguiente paso a algo que solo existe después de la muerte.
Ella creció en un entorno, que no fue precisamente favorable para su buen desarrollo mental. Donde sus progenitores, a pesar de pertenecer a una generación que se creía, fue el pilar que daría la libertad a las siguientes generaciones, tampoco crecieron en un ambiente donde, ambos, fueron desprovistos de amor y de alimentos, dando lugar a que cuando llegara la hora de formar una familia, no supieran manejar a sus dos hijas.
Como ya te has dado cuenta, la protagonista de este relato tiene una hermana, en este caso, unos años más pequeña que ella.
Pasaban los años siguientes, a aquella primera inhalación de vida, donde una madre ausente, por motivos psíquicos, algo que no entendió nuestra protagonista hasta que no fue lo suficiente madura, no la trataba con el amor que ella veía procesar otras madres a sus hijos, sus amigos. Tampoco pudo refugiarse en un padre parcialmente ausente, ya que trabajaba demasiado y que también le estaba sobrepasando la situación psicológica de su esposa. Esto dio lugar a que ella tuviera que madurar mas rápido de lo normal y que ejerciera el papel de adulto.
Ahora te cuento ejemplos de porque ella cree que tenemos cada uno un protector o ángel guardián, como lo quieras llamar. Ella notaba desde pequeña, que llegados momentos extremos, como que su madre la empujara por el hueco de la escalera, alguien la hacia reaccionar y sujetarse con fuerza para que no cayera al vacío; o como un día, saliendo de un hipermercado con una amiga, un coche las perseguía por una calle poco transitada y pedirle a Dios que las ayudara a salir de esa. Su guardián protector así lo hizo, enviándoles dos filas de coches de la nada, dándoles tiempo a que pudieran escapar.
Nuestra protagonista tiene muchas historias que contar, que no vienen al caso que ahora te las relate, solo un último ejemplo y el más duro, que yo te trasmito de su parte y el que puedes creer o no, solo decirte que ella se convertiría en la protectora de su hermana, de su familia.
Una noche de tantas en las que sus padres discutían interminablemente, ella se armó de valor y se dirigió a la habitación de sus padres. El pasillo se le hizo eterno y, para lo que ella veía a lo lejos, en dos pasos fue recorrido, encontró a su padre en el umbral de la habitación agarrándose del pecho y una madre desnuda en medio del pasillo, chillando, como si estuviera poseída. Algo se apoderó de nuestra protagonista, algo maligno salió de ella, haciendo que empujara a su madre, tirándola al suelo, la agarró del cuello con fuerza. Entonces en un lado apareció una vez más su ángel, para impedirle que cometiera una locura, pero en el otro lado estaba el mal, aquel que un momento de rabia acumulada por años de maltrato la había poseído, le decía que apretara con fuerza, que así se terminaría todo.
Ella los veía como podemos vernos nosotros, como en los dibujos y películas, pero por desgracia no lo era, eran reales y uno le decía que se detuviera y el otro, que continuara apretando. Su protector dio con las palabras claves para que ella se detuviera y fueron tan sencillas como; -Detente, vas a cumplir dieciocho años y tu hermana se quedará sola. Esas y solo esas, fueron las palabras que la hicieron detenerse de cometer la peor de las maldades, la de poner fin al ultimo aliento de vida y dejando sin el guardián protector de su hermana pequeña, que era ella.
Pasaron las siguientes inhalaciones de vida, donde madre e hija fueron capaces, a su manera, de perdonarse y quererse. Ella, ahora sabe, que además de su ángel, que la sigue guiando a hacer lo correcto, tiene a otro ser, bueno, que la quiso dentro de su locura hasta del día de su último aliento de vida, ahí arriba, junto a otros a los que ella ha amado con locura y son y serán sus protectores hasta que ella con su última inhalación de vida, pase a ser la guardiana, de sus dos hijas.
Besos, la Incondicional.
ANTONICUS EFE
No quedaba apenas tiempo, las brumas se estaban disipando a marchas forzadas, nunca antes había pasado. ¿Qué poderosa magia negra estaba acabando con el velo invisible que separaba la “isla de las manzanas” del mundo “humano”?
Igraine entró apresuradamente en la sala real, estaba visiblemente nerviosa, por su expresión se adivinaba que las noticias de las que era portadora no eran buenas.
– Hija mía, el velo está cayendo, las raíces de Helheim están llegando hacía la isla, pronto no podremos contenerlas – dijo exhausta.
-Tranquila madre, aún nos queda una última esperanza, – respondió con voz amorosa Morgana.
Acto seguido ordenó que atendieran a su madre, mientras convocaba una reunión urgente del consejo de las nueve hadas.
-Todas las aquí presentes sabéis que se ha producido un desequilibrio en Yggdrasil y que Helheim se ha escapado de su control y uno a uno ha ido absorbiendo a todos los reinos de magia pura. Nosotros somos el único reducto, lo último que se interpone en la expansión de la muerte por la madre Gea, si no somos capaces de activar el escudo protector y devolver el equilibrio a Yggdrasil la humanidad estará perdida sin remisión.
– No creo que sea tan traumático que desaparezca la humanidad, está exterminando ella sola a buena parte de las demás especies, son los responsables de la ruptura del equilibrio – replicó Nimue.
-Tienes razón, pero todavía quedan bondad y corazones puros entre los hombres y por eso hay que impedir que la muerte se apodere del mundo conocido, si no, pasaremos a ser espectros condenados a vagar eternamente sin ningún propósito. ¿Quién está conmigo? – dijo con firmeza Morgana.
Todas, incluidas Nimue, respondieron afirmativamente.
-Partamos enseguida, no hay tiempo que perder, yo iré con Elaine y Morgause por el mar, las demás iréis por el río y por tierra, divididas en dos grupos, así podremos contrarrestar su poder por tres frentes distintos, mientras Merlín distrae a Gram, nosotras sorprenderemos a Hela, entrando por los tres vértices sagrados y la devolveremos a su propio infierno mediante el Gura fèis, es la única oportunidad que tenemos.
El plan salió casi a pedir de boca. Merlín se ocupó de distraer a Gram el perro guardian, mientras las nueve hadas, envueltas en las brumas, entraban por sorpresa a través del río Gjöll, la playa de Naströnd y la puerta de Nastrandir. Una vez dentro, no dieron tiempo a Hela a reaccionar. Juntándose las manos empezaron a recitar el conjuro.
-Gura féis ic faelaib do chorp! Rot·gíuil ind shrathar dodcaid Is laa 7 adaig in bith uile. (¡Qué tu cuerpo sea el festín de los lobos! ¡La alforja del infortunio se te ha pegado! ¡El día y la noche son el mundo indivisible!)
Inmediatamente las raíces de Helheim empezaron a desandar el camino, retrocediendo irremisiblemente hacia el punto de partida. Ávalon estaba a salvo y con él, el equilibrio, aunque por desgracia la raza humana seguiría siendo una infección sobre la madre Gea.
MAR GINEZ
Lloraré por ti hasta el día de nuestro encuentro…
Mi corazón estaba colocado en lo más profundo del mar, como una piedra sin poder salir por el peso que la mantiene ahí, aún te puedo escuchar, puedo sentirte en mi piel, mi piel que fue hecha para tus manos, mis oraciones a Dios fueron, son y serán dedicadas a ti.
Miles de lágrimas corren por ojos tristes, de corazones quebrados y abandonados. Veo sus ojos y es tu recuerdo el que está presente, no cuide de mi corazón estando a su lado y ahora está cubierto de más piedras y arena en el mar sin poder salir. No hay noche que no te recuerde, no hay día que no te extrañe, no hubo nadie que cuidara de mí en tu ausencia.
Esperando a que llegara un nuevo amor, a qué el amor que tú tenías te fuera suficiente para no regresar y que el mío rescatara y protegiera a mi corazón.
Aquel cariño de un amor pasado, que se espera jamás regrese para no revolver la vida presente a lo que con mucho dolor se olvida. Eres el amor que aparece de la nada e interfiere en la vida cuando ya se forma parte de una familia con esposa, esposo e hijos. Eres el amor tardío, aquel que muchos aceptan dejando al amor que los saco de la profundidad cuando estaban hundidos, solo para mantenerte de nuevo fuera del mar en una orilla sabiendo que eres una piedra que volverá a ser pateada o lanzada y de nuevo se encontrará hundida.
No hay barrera que obstruya un sentimiento a un corazón, no hay quien proteja al que quiere por error, simplemente pasa y si no es un buen amor se viven caminos con dolor, angustia y rencor.
El único protector es uno mismo, es la mente del portador del corazón, es uno mismo quien cubre y protege a su corazón de lo no deseado.
ROBERTO MASSI
Tras veinte años de trabajos forzados la muralla fue concluida. Los pocos esclavos que sobrevivieron fueron quemados junto a los planos para evitar puntos débiles.
El contacto con el mundo exterior, era a través de un estrecho paso cavado en la piedra, el cual debería ser defendido con bravura.
Se celebraron pruebas de habilidades bélicas entre los guerreros más aptos. El ganador fue nombrado “Protector” de la ciudad. En la ceremonia, el Supremo prometió a cambio de lealtad, bronce eterno y gloria para los caídos por la causa.
No tardaron en llegar invasores. Fueron repelidos con fiereza. Muravín era astuto, valiente, sus hombres lo admiraban, conformaban un engranaje de guerra temible.
Primavera tras primavera la historia se repetía. Con los años el general perdió un ojo, dos hijos e incontables amigos en las murallas. Al culminar cada campaña, el sacerdote renovaba su promesa: “sigue así, agradecemos tu sacrificio. El pueblo que proteges, te recordará siempre con amor. Tu funeral será multitudinario, semejante al de los reyes”.
Las nevadas comenzaron temprano ese año. Contrastaba con la nieve una columna negra que avanzaba sin pausa. En pocos días acamparon frente a los muros. Esta vez, triplicaban en número a anteriores invasiones, tenían maquinaria pesada, conocían el fuego. Desde lo alto, las figuras tenían aspecto macabro.
Comenzaron las primeras escaramuzas, las criaturas morían entre chillidos espeluznantes y sangre oscura viscosa. La plana mayor, entendió que enfrentaban poderes del inframundo.
Seis días después, en los festejos, Muravín y sus generales comían la mejor carne asada, jóvenes hermosas llenaban sus copas con vino, los músicos tocaban melodías, se danzaba.
El Supremo, en lo alto de las escalinatas, gritaba desencajado.
― ¡Muravín! ¿Cómo pudiste? ¡Me traicionaste!
El “Protector” apartó a una muchacha que lo abrazaba y contestó:
―Nada personal, cuestión de perspectivas.
En tanto, tú, avaro, exigías sacrificio y sangre para obtener una buena muerte, ellos, aseguran una buena vida.
Dicho esto, dio orden a una criatura que, encendió la hoguera.»»
EDUARDO VALENZUELA JARA
Su apodo era Bruno. Nadie conocía ni quería conocer su verdadero nombre, sólo bastaba saber que era uno de los mejores y que su trabajo estaba garantizado. Nunca había fallado, el “encargo” siempre terminaba muerto. Es cierto que a veces no todo resultaba perfecto y podía haber daños colaterales (como la última vez, en que también terminaron muertos dos sujetos más aparte del “encargo”), pero de que el trabajo se hacía, se hacía.
―Quiero que “El Natillas” se vaya al infierno. No importa cuantos tiros le metas. Aquí está todo ―dijo su nuevo cliente, deslizando un maletín por el suelo del oscuro cuarto.
Bruno asintió en silencio. Su rostro anguloso no tenía expresiones, como si para él todo resultara una fastidiosa rutina. Le dio una última pitada a su cigarrillo y arrojó la colilla al suelo. Luego, se levantó de su asiento, pisó la colilla, cogió el maletín y dijo:
―El trabajo quedará hecho hoy mismo.
―¿Vas a contar el dinero? ―preguntó el cliente.
―¿Crees que sea necesario?
La respuesta de Bruno tenía un aire de amenza que el cliente prefería no ahondar. Lo importante era que el nuevo encargo, “El Natillas”, líder de “Los Maulosos”, terminara bien muerto.
Johnny era un delincuente de poca monta que necesitaba pagar su dosis de crack, y para ello no dudaba en encañonar a algún transeúnte en la calle o ―incluso― robar a su propia madre (la qué aun así no dejaba de rogar por su niñito: « ¡Protege a mi hijo, Señor, te lo ruego! »). Aquella noche, no encontrando más electrodomésticos que robarle a su pobre madre, se pusó una campera azul de la Universidad de California (UCLA), se enfundó un jockey de New York (NY) y salió con su revolver dispuesto a todo.
Tras caminar un rato, Johnny advirtió que una ancianita solitaria avanzaba decidida por una calle sin transeúntes. Sigilosamente caminó tras ella hasta darle alcance. Al sentir la presencia de Johnny, la ancianita se detuvo, lo enfrentó y sin amedrentarse en lo más mínimo le dijo:
―¿Qué buscas muchacho? ¿No encuentras tu universidad?
Johnny le respondió con un inmisericorde golpe de revolver en la mandibula y, aprovechando que la anciana se desplomó, le quitó el bolso y huyó. Minutos más tarde, Johnny, sentado en la banqueta de una plazuela, revisaba su botín a la luz de un farol: un pañuelo, llaves, un lápiz labial, un documento de identidad, dos monedas y un clavo.
―¡Mierda! ¡Maldita vieja! ―se lamentó Johnny, tirando lejos el bolso.
Necesitaba una nueva dosis y pronto. Frenético, restregó sus manos temblorosas sobre su rostro y empezó a barajar pensamientos delirantes. ¿Y si mejor volvía donde quedó tirada la vieja y revisaba si llevaba joyas? ¿Cómo sería entrar a hurtadillas a alguna casa a oscuras? ¿Qué tal asaltar algún local comercial que encontrara abierto?
Mientras Johnny seguía abatido en la banqueta y las ideas bullían en su cabeza, vio que por la calle se aproximaba algo luminoso. Era Bruno, el sicario infalible, montado en una motocicleta rumbo a su “trabajo”. «¿Y si le quito la motocicleta a ese tipo?», pensó Johnny, «¿Cuánto me darían por ella?». Echó mano a su revolver, pero no alcanzó a sacarle el seguro cuando la motocicleta de Bruno ya se había perdido calle arriba.
«¡Mierda! Estoy muy lento o no es mi día», se recriminó Johnny. «Necesito una dosis, ya», pero sabía que sólo le quedaba la última. La estaba guardando para cuando consiguiera el dinero para comprar más. Metió la mano en su bolsillo trasero y sacó el tubillo de aluminio donde fumaba. Lo sostuvo entre sus manos callosas, jugueteó un rato con él y con la idea del placer que sentiría con la dosis. Entonces, ya no pudo aguatar más. Extrajo un papelillo metálico ―plegado al tamaño de un sello postal― y lo comenzó a desdoblar con mucho cuidado. Allí, primorosamente escondido, estaba el último trocito de “piedra” blanquecina. Con habilidad de orfebre experimentado, la vista fija en la joya, preparó sus materiales; cogió la piedra, la incrustó en el extremo ennegrecido del tubo y lo calentó usando un mechero desechable. En cuanto el crack comenzó a fundirse puso el otro extremo del tubillo en su boca y continuó calentándolo hasta que la piedra se deshizo en vapores. Aspiró el humo y espero el “bombazo”.
Johnny, sintiéndose en la gloria, se tendió en la banqueta a disfrutar del momento.
Minutos más tarde, como despertando de un sueño, escuchó que un automóvil se detuvo frente a la plazuela. Del carro salieron tres tipos con pistolas y lo rodearon, un cuarto hombre ayudó a una ancianita a bajar por la puerta trasera. La viejecilla traía la boca ensangrentada.
―¡¿Es este el hijo de puta que te atacó, mamá?! Míralo bien, que trae una campera UCLA y un jockey.
La ancianita entrecerró los ojos para ver mejor.
―¡Ese, ese es el bastardo! ―dijo ella, apuntando a Johnny con el dedo―. ¡Mata a ese perro desgraciado!
―¿Qué hacemos, “Natillas”? ―preguntó uno de los secuaces― ¿Lo subimos al auto?
“El Natillas” se mordió los labios conteniendo la ira. Respiró profundo, levantó la cabeza para mirar hacia las estrellas y luego, con un movimiento seco y violento, le quitó el seguro a su pistola.
En ese instante se escuchó el sonido de una motocicleta que se acercaba con sus luces altas, encandilando a todo el grupo. Antes de que “El Natillas”, sus secuaces o su madre alcanzaran a reaccionar, una descarga de un subfusil Skorpion perforó los huesos y vísceras de la pandilla. La motocicleta de Bruno se detuvo junto al cuerpo ensangrentado de “El Natillas” y lo remató en la cabeza con otra descarga de su Skorpion.
Johnny, sin acabar de entender lo que había ocurrido, observó su campera salpicada de sangre. A su alrededor habían quedado los cadáveres de “El Natillas”, sus tres secuaces y la viejecilla que él había asaltado hace un rato. Bruno lo observó en silencio y con indiferencia. El “encargo” ya estaba muerto, así es que giró su motocicleta y se marchó de allí tal como llegó, sin decir nada.
Esa noche Johnny pudo volver salvo a su casa. Las oraciones de su madre le habían concedido un angel, un protector.
Ya lo dijo el profeta: “Los caminos de Dios son misteriosos como la senda del viento…”.
GAIA ORBE
De frac sin galera
parches de cría
amor filial de invierno
cuidan la vida
los jóvenes en el centro
círculo acurrucado
*
protector alado
le da la espalda al viento
con pico al pecho
intensos son los vientos
hay orden en el caos
SANCHEZ KATA MAR
Aquella noche con miedo quiso que viniera a su lado a consolarla ,por qué estaba muy deshecha, su corazón estaba en mil pedazos necesitaba que alguien lo cocinera con hilo muy fino requería que alguien la abrazara que colocara sus hermosos y grandes ojos para que se enterraran en sus gigantes ojos verdes, en sus brazos a su alrededor de su espalda para que su piel se pegue contra la de ella la mujer siente todo su ser de esta persona acto seguido siente que sus manos lentamente bajan hacia sus grandes caderas y se sitúan delicadamente sobre su parte íntima y hace que la mente de ella poco a poco valla yendo a conocer la luna y las estrellas, después de 5 min ella estalla de pasión, sus pupilas se dilatan, sus ojos derraman lágrimas de alegría su cara tiene una expresión de completa satisfacción. Ala mañana siguiente no lo encuentra, se ha ido le dejo una carta sobre la mesa de noche. La cuál decís siempre recordarás s tu protector.o que viniera a su lado a consolarla ,por qué estaba muy deshecha, su corazón estaba en mil pedazos necesitaba que alguien lo cocinera con hilo muy fino requería que alguien la abrazara que colocara sus hermosos y grandes ojos para que se enterraran en sus gigantes ojos verdes, en sus brazos a su alrededor de su espalda para que su piel se pegue contra la de ella la mujer siente todo su ser de esta persona acto seguido siente que sus manos lentamente bajan hacia sus grandes caderas y se sitúan delicadamente sobre su parte íntima y hace que la mente de ella poco a poco valla yendo a conocer la luna y las estrellas, después de 5 min ella estalla de pasión, sus pupilas se dilatan, sus ojos derraman lágrimas de alegría su cara tiene una expresión de completa satisfacción. Ala mañana siguiente no lo encuentra, se ha ido le dejo una carta sobre la mesa de noche. La cuál decís siempre recordarás s tu protector.
HAROLD PADILLA
Acaecidas las sombras en los templos de Anxanum, a la hora del conticinio, un hombre llamado Basilio, Basilio el forjador de espadas, abrasaba en la forja una masa rojiza y fúlgida que pondría fin a un destino…
Cuentan los cultos mistéricos de un canto órfico que el metal donde Dionisio vio por última vez su reflejo y el reflejo de sus asesinos antes de morir a traición, no pereció; y que antes de toda era y antes de toda humanidad, un hombre o tal vez el primer hombre y el primer rey entre los hombres, atesoró este metal y a su pérdida selló su destino. Desde entonces el metal fue heredado, robado y enterrado por múltiples manos de hombres justos, crueles y nobles, sobreviviendo a cada uno de ellos.
Es en el año siete del calendario juliano, cuando las tempestades nocturnas de abril azotaron el mar Adriático expulsando una embarcación de náufragos que contenía mercaderes y ladrones. Al amanecer, un sobreviviente llegó hasta las afueras de Anxanum con un cofre, pero el avizoro temprano de un custodio de los templos sirvió para clavarle una espada por la espalda.
Ambrose, el custodio, habría contemplado el mar y los hechos durante la noche previa desde la atalaya y esperó pacientemente a los primeros destellos de luz; fue ahí cuando robó el cofre. Al abrirlo, el sol golpeó el cofre y el reflejo de su contenido lo encegueció por segundos. Aclarando los ojos volvió a ver en él, había un trozo de metal con forma de rombo y en él infinitos rombos donde vio su reflejo y sus infinitos reflejos; además de joyas y perlas.
A poco tiempo de finalizar su vigía, escapó con el tesoro bajo la capa. Lleno de incertidumbres, pero de rostro augusto, caminó entre los mercados de la ciudad, pisando calzadas cada vez más percudidas de olvido, conjugadas con olores a miasma y augurios de pobreza. Deteniéndose en la tienda de un mercader apodado Targrey, quien aguardaba escondido y corvo bajo una capucha, pero aún así era visible una cicatriz de corte limpio y antiguo en la mejilla; quizás la marca de un pasado de esclavitud; y quizás el ser esclavo lo llevó a convertirse en mercader de otros esclavos.
Ambrose sacó de la capa el cofre y lo asentó sobre la mesa de trueque; inmediatamente Targrey perdió unos grados de la curvatura lumbar para encender sus ojos felinos en el tesoro y ofreció sendos denarios de plata por él. Ofreció todo lo que tenía en monedas a cambio. Era más de lo que Ambrose había contado en su vida; sin embargo, Ambrose declinó a la oferta y fijó la mirada en un niño detrás de Targrey.
Targrey volteó y le dijo: ¿quieres el niño?, es un niño que está quedando ciego, le advirtió.
Sí, lo necesito, dijo Ambrose, y continuó: pero dime, ¿por qué se está quedando ciego?
Sin alterar la compostura del rostro, Targrey contestó: tiene la ceguera de los ríos, larvas de moscardón negro viven en sus ojos y quedará ciego llegada la adultez, pero puedo acelerar el tratamiento y dejarlo ciego ahora mismo para que te sirva como mendigo.
¡No!, exclamó Ambrose, lo quiero así…
Cerrado el trato, Targrey sonrió y Ambrose y el niño continuaron su camino hasta perderse entre los toldos del mercado que ya empezaban a alzarse.
Ambrose llevó al niño a los campos exteriores de Anxanum, y dándole un trozo de queso le preguntó: ¿cómo te llamas?
El niño contuvo la mirada en Ambrose y le dijo: No tengo nombre, señor. Solo soy un esclavo.
Ambrose le replicó: Yo te daré un nombre, desde ahora serás Piccolino, porque eres muy pequeño.
Ambrose llevó a Piccolino con su único amigo en la ciudad, un espadero al que le dio dinero a cambio de cuidarlo. Y se despidió de ellos y la ciudad, no sin antes sacar de entre su ropa el metal de los múltiples reflejos al que no le hallaba valor aún, pero que debería tenerlo para haber navegado en un cofre. Parecía el residuo de la hoja de una espada. Se deshizo de él dándosela a Piccolino, quien la conservó junto al recuerdo de Ambrose marchándose con majestuosidad militar.
Tal y como se conforman los destinos, Ambrose murió en una emboscada marítima de un navío en llamas. Y de sus cenizas se erigió un centurión de la vieja Roma llamado Longino, otros soldados le decían Longino Otos, por su gran altura y destreza en combate a pesar de su ceguera progresiva. Longino ya no era más un pequeño niño esclavo, era la espina dorsal de un ejército de ochenta hombres.
Transcurría el quinto lustro de la vida de Longino cuando encabezó la ejecución de condenas de rebeldes y sediciosos de una de las tetrarquías de Herodes. Recorriendo los extremos del acantilado del Calvarium, dando muerte a centenares de hombres por orden del prefecto con el puño en la espada o en una lanza desgastada que dejó a cargo de su antiguo protector, el espadero Basilio, junto a la lanza encargó también colocar el trozo de metal de Ambrose para darle una nueva punta y se marchó a su cubículo.
La oscuridad esa noche fue más densa que otras, Longino no pudo llegar hasta su cama sino palpando cada objeto cercano hasta recostarse. Sabía que la perdida de toda visión era irrefrenable, pero solo al apagar la lucerna pudo confirmar tanta oscuridad que se sentía hasta en la piel. Cerró los ojos y soñó con Ambrose, lo vio arder y vio en sus ojos los suyos y cientos de espejos con rostros de distintos hombres reflejados que ya había visto y solo eran reflejos y él era uno.
Escribió Nicodemo en un evangelio apócrifo que al despertar, Basilio le entregó el pilum a Longino, el arma tenía una punta de lis y en su filo se alistaba el golpe de gracia de una traición. Aquella mañana hubo una revuelta, el Sanedrín judío pedía justicia para un hombre acusado de sacrilegio, reclamando la pena máxima ante, Poncio Pilato, prefecto de la orden ecuestre, quien no pudo contener los deseos más íntimos de un pueblo devuelto a sus orígenes cruentos. Al marcharse la turba enajenada, Pilato encargó a Longino asegurar con crurifragium la muerte de los condenados.
El centurión y sus hombres cabalgaron hacia el Calvarium quebrantando rodillas y hálitos de asesinos y ladrones crucificados. Pero los caballos frenaron cuando se acercaron al galileo sacrílego y los cielos se eclipsaron como los ojos de Longino la primera vez que fue enceguecido por su amo, y recordó a las tinieblas apoderándose de él; y a sus gritos de auxilio que no fueron oídos; y también, a un hombre cuyos rostros eran tantos por la obnubilidad de sus ojos, purificándoselos con agua.
Longino despertó de su desprendimiento cuando las tierras y los templos se abrían en pares quebrados por el eco de llantos de mujer, y elevando su lanza clavó la punta de lis en el costado derecho del galileo, de donde brotó agua que lo devolvió a ensueños de aquellos rostros de hombres, que ya no eran infinitos, sino uno. Longino recordó entonces el rostro de su protector, cayeron sus rodillas y sus armas, y pudo ver.
GRISELDA SIERRA
Era tiempo de volver a Canaán.
A medida que se acercaba el momento de partir a Beerseba el temor minaba mis fuerzas y mi intestino parecía haberse estrangulado. Ignoraba si Esaú todavía me odiaba o ya me había perdonado, pero era preciso volver y no podía hacerlo solo: mis cuatro mujeres y mis once hijos irían conmigo.
Comencé a preparar el viaje a sabiendas de que si mi hermano aún me guardaba rencor era capaz de encontrarnos en el camino y matarnos a todos sin piedad.
Y así, una cálida mañana de mayo, mis familiares, mis esclavos y yo salimos de Harán con todos nuestros animales y nuestras pertenencias. Las mujeres y los niños iban en carretas o montados en camellos, mientras yo y mis sirvientes íbamos a pie, pendientes del camino y de mis rebaños.
Caminábamos despacio para evitar el cansancio y ayudar a las crías más pequeñitas. Los primeros días avanzamos por hermosos valles regados por las aguas del río Éufrates; y, con el paso del tiempo, atravesamos cañadas y montes bajos y nos fuimos acercando a una región montañosa situada al este del río Jordán, sombreada por numerosos árboles de bálsamo.
Aunque había veces que me sentía desfallecer de temor y un sudor helado recorría mis sienes, me armé de entereza para enviar a varios de mis hombres a decirle a Esaú que yo me estaba acercando a Canaán. Cuando regresaron y me dijeron que mi hermano en persona saldría a recibirme, junto con cuatrocientos de sus guerreros, un escalofrío recorrió mis huesos. Entonces me postré en la tierra y clamé a Dios que me salvara de las manos de Esaú.
Necesitaba actuar rápido para calmar la ira de mi hermano. Ayudado por mis siervos, escogí de lo mejor de mis cabras, ovejas, carneros, camellas, asnas y novillos para enviárselos como regalo con la esperanza de que nos perdonara la vida a mí y a los míos. Cierto era que habían pasado cuarenta años de aquella terrible ofensa que yo le había hecho al robarle la primogenitura con engaños, pero era una deuda que aún estaba pendiente y yo tenía que pagar por ella, aunque no quería que fuera con mi vida ni con la vida de mis hijos que no tenían culpa alguna. Aturdido tomé a mis mujeres y a mis hijos y los coloqué en fila, primero a mis esclavas Zilpá y Bilhá, junto con Dan, Neftalí, Gad y Aser, después a Lía con Rubén, Simeón, Leví, Isacar, Zabulón y Dina, y por último a Raquel, embarazada, con mi hijo José. En ese orden debían de seguir caminando.
Si alguien me pregunta por qué hice eso, le diría que no sé, aunque deduzco que lo hice por miedo. El temor, ahora lo sé, no siempre nos lleva a los hombres a paralizaros, también nos empuja a realizar acciones atolondradas, incomprensibles, fuera de toda proporción y de sentido común. Y yo en aquel momento temía tanto por mí y por mi familia que quizás pensé que mis mujeres y mis hijos podían escapar corriendo, en caso de que a Esaú se le ocurriera atacarnos.
Después de ese acto desesperado por salvar a mi familia, me adelanté yo solo al encuentro de mi hermano y de sus hombres. Mientras caminaba a lo largo de la vereda, que me pareció eterna, me postré siete veces hasta tocar el suelo con la frente, en señal de respeto y de total sumisión, hasta que finalmente estuve cerca de Esaú. Nervioso me llevé una mano a la cara para sacudirme la tierra y noté que el sudor que me escurría desde la cabeza había formado una delgada capa de lodo en mi rostro. Mil pie entera estaba húmeda y mi cuerpo se encontraba en un estado temblón que apenas podía mantenerme en pie.
Esaú sonrió, gritó mi nombre ¡Jacob!, bajó de un brinco de su camello, se recogió la túnica y corrió hacia mí. Me sentí tan aturdido que también estuve a punto de echarme a correr, pero en sentido contrario. Si no lo hice fue porque sentí que mis pies y mis piernas se habían atascado como si estuvieran adentro del lodo hasta las rodillas y me fue imposible moverme. Cuando menos pensé Esaú me había echado los brazos al cuello y me besaba en el rostro. Comencé a llorar de emoción, lo hice primero silenciosamente y después con estruendo, hasta que noté que mi hermano también se estremecía con sus propios sollozos, y así estuvimos abrazados por un largo rato.
Entonces agradecí a Dios con todas mis fuerzas por haber sido siempre mi gran y fiel protector.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Como acostumbra a suceder, la salud económica de la investigación científica es bastante precaria, por lo que, los miembros del laboratorio nos encargábamos, por turnos rotatorios, de la supervisión de determinadas áreas del mismo.
Aquella temporada me había tocado la supervisión de la seguridad del personal.
Y no me refiero a temas médicos ni vigilar la ergonomía del material a utilizar sino a hechos tan banales como puedan ser que los marteiales radiactivos sean utilizados con la protección debida, el uso de campanas extractoras cuando se utilicen reactivos volátiles o, algo tan evidente y por otro lado poco recordado como verter por las cañerías de desagüe productos tóxicos.
Así que, yo joven «principianta» y en vías de convertirme en ilustre doctora, me volqué con todos los sentidos en salir airosa de la misión encomendada.
Pero de golpe y sin la mínima sospecha, un ente maléfico hizo acto de presencia a nivel mundial, que vino a desbaratar mis proyectos. Me estoy refiriendo como se puede adivinar al Covid.
Hubo confinamiento y de los gordos, sí, pero había ciertos seres que no podían ser confinados como los cultivos, tanto celulares como microbianos así como procesos de investigación que no podían pararse y…y ¿qué medidas y/o protecciones habíamos de tomar?
Yo era un mar de dudas así como de responsabilidades.
Nos reunimos con los jefes y propusimos pedir ayuda al Ministerio.
Días después aparecieron unos hombres muy bien protegidos portando mascarillas, gafas de laboratorio, guantes y una capelina de plástico sobre su ropa que daban impresión de seres salidos de un cuento fantástico.
En unos carros grandes portaban varios paquetes, todos iguales que en letra grandes ponían «Protector «.
Evidentemente, ante este título, pensé !!íSalvada!!!
Los que estábamos allí corrimos hacia ellos esperando material e instrucciones a seguir, cuando, para nuestro asombro vimos que de esas cajas salian unos aparatejos que ellos dis tribuían por zonas estratégicas.
Pensamos que se tratarían de algunos tipos de emanadores de sustancias especificas.
Yo, como encargada de seguridad, me acerqué a ellos preguntando y con horror, recibí la siguiente respuesta:
-Son detecties de humos, protectores contra incendios.
PARTICIPANTE ANÓNIMO
NA: Existe una ley particular de copyright en Gran Bretaña, llamada The ‘2039’ rule, que estipula una larga lista de especificaciones sobre autores clásicos cuyos derechos intelectuales vencen únicamente el susodicho año, aunque hayan fallecido cientos de años atrás.
Prot and Ector
El sobre era elegante.
La seda verde del envoltorio conservaba cierto olor a fresco y las letras marrón con reflejos plateados en los contornos evocaban la corteza de un árbol joven recién cortado. El inequívoco sello de cera del anverso era del color de la lavanda y hasta desprendía levemente las fragancias de la flor en cuestión.
El sobre hubiese deleitado la contemplación de cualquier artista invitado y el roce de cualquier febril yema de índice escritural; huelga decir que a Percival lo trajo al borde de frenesí, dentro de su compostura, por supuesto. Ni Ranjit, el mejor observador de su ambiente, poseía la capacidad de interpretar la expresión emotiva de Percival delante de esa bandeja y ese sobre.
Percival siquiera lo había mirado encima del escritorio, de hecho. Apenas había movido su cuerpo dentro del sillón.
—¿Desea el señor comunicar una respuesta?
—No, Ranjit. Esto es todo por ahora—confesó Percival como si lo único que tenía relevancia alguna era la hiedra decreciente que encrespaba el atardecer de las ventanas—. Cabe la posibilidad de una breve molestia, de aquí a una hora.
«Prot&Ector y Percival Eggdale. Predestinados; atados por un invisible hilo de tinta contractual y tantas estipulaciones ajenas.»
—Un té, me tomaría la libertad de concluir— consintió Ranjit con una deliciosa sonrisa, como si la suposición le hubiera provocado una felicidad inconmensurable.
“¿Cuántos abusos habrían transcurrido?”
—Por lo menos cinco hojas verdes y solo una de jazmín… Gracias.— Percival aventuró los dedos fuera del espacio de la manga del traje como si le hubiera alisado a Ranjit el camino a la salida.
De repente, en la estancia quedaba solo el murmullo imperceptible de las hojas de hiedra agazapadas en el arco de piedra de la biblioteca… Alguna de las agudas remarcas de la difunta señora madre, sobrevolaron la visión de un par de cuervos y los ahuyentaron del jardín. «Estás más bien mustio, Percy. No piensas en la herencia, en tu deber, en los disgustos que me causas y a nuestro futuro linaje financiero.» … Y el elegante sobre de envoltorio verde que demostraba que él, Percival Eggdale jamás se había equivocado.
A pesar de su privilegiada posición, en cuanto a todos y cada uno de los aspectos relevantes de una existencia de cualquier semejanza, Percival jamás barajó la posibilidad de compartirla. El dichoso deber, descrito por menudencias convencionales y reclamos sociales de arraigo terrenal, no le cuadraba el carácter y menos aún la inconfesable pasión de ser algo más que un simple reproductor de costumbres tradicionales.
Por ende había aguantado más de veinte años de reproches, cinismos y sarcasmos por parte de la familia y otros diez de flagrante doble vida. Le producía grima el simple recordatorio de aquella sacrificada época y no tomaba orgullo mirando al viejo Percy actuar como si realmente el ministerio de comercio fuera su destino, como si de veras hubiese dirigido un banco, como si los botones engravados con sus iniciales de abogado le hubieran pertenecido.
Sin embargo, la belleza final de esa construcción estoica de planes colmaba ahora con la invitación extendida por la editorial más prestigiosa del continente y tal vez del total de seis habidos.
Prot&Ector Editores, habían inventado prácticamente la ley de 1783, cien años antes de que cualquier autor de novela pudiese vislumbrar qué futuro traería tal enmienda.
La crème de la crème fue precisamente el título que rezaba el primer manuscrito secreto de Percival cuando Prot&Ector siquiera era su sueño. Ya solo presumían de clásicos, queriendo decir fallecidos con derecho intelectual póstumo.
Je t’en prie amour, «Te lo suplico amor» retrataba la prohibición de la misma antigua cultura griega de adjuntar dos mentes brillantes de cuál quieres cuerpos y consentir que reprodujesen irrefutables filosofías, también carentes de etiquetas anatómicas.
Je suis spartiate, «Soy espartano» contemplaba los difuminados límites sociales referentes a abyectos enlaces basados en exclusividades financieras.
Il n’y a pas de folie sans prix era lo que Percival constaba como su obra maestra. De radical variación, el personaje central era una mujer y deseaba tanto la fama como para asesinar. Yendo envuelta de misterios y vestidos del color de la lavanda, ofertaba a sus víctimas los frutos de lo que era el árbol de la muerte; Hippomane mancinella, soberbias manzanas envenenadas. Apoderándose de las mejores pertenencias resultadas de sus entramados, una Lavishna sin complejos de Blanca Nieves construía un imperio que regalaba a su sirvienta procedente de África para poder manejarlo a continuación desde las mismas sombras que tanto amaba.
No hay locura sin premio, era de hecho el único manuscrito que la señora madre Eggdale había leído antes de consumir su última tarta de fruta y Percival aún vivía asechado por la duda de si había sido el asma galopante o las sentencias profundamente feministas lo que la indujo a perder el aire.
Como fuera, la idea de No hay locura sin premio se basaba en un verídico, pequeño artículo de un periodista de tres al cuarto que cuestionaba la editorial Prot&Ector en sus prácticas de honrar solo cadáveres. Rezaba de manera reiterativa, y falta de gracia, que incluso muchos de los autores que entraban vivos por las puertas de sir Prot acababan en tumbas, convenientemente antes de la primera edición. Por supuesto que el gran público desestimó la fantasmagoría: tacharon el periódico entero de frustrado y fóbico y lo hundieron en la miseria del olvido. Siguieron entusiasmando sus fervores con las brillantes selecciones de Ector, cavilando a menudo con tristeza sobre el hecho de que su árbol genealógico se cortaría en el siglo actual, ya que Ector Prot jamás tuvo tampoco descendencia ni inclinación más allá de la literatura y los viajes a la India.
El público lector deseaba con una especie de extremismo irrazonable que Prot&Ector fuese eterno y los hijos de sus hijos siguiesen la magnífica tradición de editar clásicos, al igual que los hijos de los hijos del público siguieran leyendo sus exquisitas ediciones.
A nadie le importaba quienes fallecían y quienes escribían con tal de proveerles las lecturas.
—¿Me disculpa el señor por anticipar su té?— Ranjit apareció casi al mismo tiempo que Percival había decidido inclinarse hacia el gran escritorio de nogal, enderezar sus rodillas con delicadeza y extraer con suma elegancia un documento del cajón intermedio de la derecha—. Lleva la cantidad exacta de cinco hojas de chai verde y una de jazmín, tan solo el atisbo de una cucharilla de azúcar y dos gotas de leche, de cabra, por supuesto.
—Agradezco inmensamente su fiel dedicación, viejo amigo— consintió Percival la oportuna intromisión—además la fortuna te trae en certero momento, justo cuando tenías que intervenir—. Extendiendo el set de documentos a Ranjit, le devolvió parte de un esbozo de gratitud, y se dirigió posteriormente con una confianza jamás experimentada hacia la salida de la biblioteca de su enorme mansión familiar.
—Tómate tu tiempo, Ranjit. Voy a ausentarme por unas horas; acercarme a Prot&Ector y honrar mi futuro contrato con un par de firmas.
—Por supuesto, señor Percival—sonrió con su sempiterna expresión de felicidad Ranjit observando la hermosa costura del bolsillo del pantalón de su sir, abultado por una pequeña y resplandeciente fruta de Hippomane mancinella.
—Una cosa más, Ranjit. Pasado el debido tiempo de tu periodo de luto, podríamos anunciar ambos unos correspondientes matrimonios. A la señora madre Eggdale le gustaría vernos por fin asentados.
Ranjit se quedó un rato inmóvil, cerca de la cortina descendiente de hiedra; casi hipnotizado por la sutil línea que el arco de la ventana dibujó en la nuca de sir al abandonar la sala
IVONNE CORONADO
Cuando niña rezaba al ángel de la guarda. Justo arriba de mi cabeza y del espaldar de mi cama, lo veía. Un ángel con sus alas desplegadas ayudando a un niño a cruzar un puente; más fue mi hermano gemelo mi verdadero protector.
Él era el mayor, y él más fuerte y más alto. Me cuidaba mucho. Quizás por ser mujercita mis padres me consentían, o tal vez por ser frágil de salud, me trataban como una muñequita.
En todo caso, Benjamín era el encargado de velar por mí.
Cuando teníamos ocho años, un domingo de verano habíamos salido a jugar al parque, enfrente de la casa. Ese fin de semana era uno largo, y el parque estaba bastante solo, pues era el feriado de Semana Santa y la gente aprovechaba para irlo a pasar a la playa. Nuestro padre aprovechaba para ganar un poco más trabajando esos días. Era auxiliar de enfermería. Nuestra madre cosía ajeno en casa.
Estando cansados y acalorados, Benjamín vio un carrito de helados.
-Quieres uno?
-Sí, pero te espero aquí – le dije.
Nunca me dejaba sola, pero no estaba lejos el carrito.
Surgió un hombre de pronto.
-No has visto un perrito blanco?
-No.
-Me ayudas a buscarlo?
Me alejé un poco con él cuando de pronto me dio un tirón y me arrastró.
-Benjamín! – grité
Mi hermano tiró los helados y corrió detrás de nosotros, el paletero se le unió.
Mi hermano tomó su hondilla y le lanzó una piedra que dio en el blanco, y me soltó para salir corriendo.
Salieron unos vecinos.
-Deténgan a ese hombre! Es un ladrón de niños!
Entre varios lo atraparon.
Era un violador fichado, y encima un poco trastornado por las drogas.
Mi ángel protector siempre fue mi hermano.
Hoy soy yo la que protege a sus hijos. Murió en un accidente de la ruta. Les digo a sus pequeños que los sigue protegiendo. Su foto lo muestra sonriendo, con uno en cada brazo. También tuvo gemelos.
ALMUT KREUSCH
Anita era hija única. Sus padres la tuvieron cuando ya habían perdido toda esperanza, es decir, cuando eran mayores.
Siempre fue una niña buena y obediente, que nunca destacó en logros especiales. Aplicada alumna en el colegio. Tenía pocos amigos. Los demás la calificaban de aburrida. No le interesaba la moda, no iba a discotecas y nunca bebía alcohol. Su mejor amiga era una prima diez años mayor que vivía con sus padres a dos manzanas de su casa.
No atraía la atención de los chicos. Los hombres en vez de deseo le daban miedo.
Su refugio era siempre su casa, estar con sus padres y allí encontraba seguridad y satisfacción en las rutinas diarias invariables. Sus progenitores nunca se cansaron de mostrar su gratitud por ser tan buena hija. Pero nunca le enseñaron a volar, así que a Anita nunca le crecieron alas.
Su madre era profesora de piano. Daba clases en el salón de su casa a alumnos más o menos dotados, que se conformaban con solo dominar las teclas.
Su padre era administrativo, funcionario de la administración municipal, un hombre gris, serio y de pocas palabras. Cumplió correctamente con su trabajo y siempre estaba expuesto de las humillaciones de un superior déspota y dominante. Su mujer, su hija y su hogar, en cambio, le daban la seguridad que echaba de menos en la oficina.
Convirtió su casa en un santuario y a si mismo, su mujer y su hija en la santísima trinidad, en unidad impenetrable, exclusiva que no admitía intrusos y creando una dependencia malsana entre los tres, pero todos estaban convencidos de ser felices por estar tan estrechamente unidos.
Por la noche le apasionaron las películas de violencia y policías sin escrúpulos. Así se armó de valor ajeno para afrontar la próxima jornada laboral mientras su mujer y su hija vieron documentales, preferiblemente de animales, en la tele de la cocina.
Los domingos salían siempre juntos. Iban a misa y luego tomaban un refresco en el bar del barrio, pedían una ración de aceitunas y después volvieron a casa para comer.
Anita terminó el bachillerato y al igual que su madre se hizo profesora de piano. Tras su corta carrera en el conservatorio, relevó a su madre, ya anciana y con problemas de salud.
A Anita nunca pasó por la mente independizarse.
Sus padres envejecieron y más tarde llegaron sus achaques. Anita los cuidó desinteresadamente sin cuestionarse nunca su propia vida, su propia felicidad, pues no sabía que existiera tal cosa . Una mañana de diciembre, su madre no se despertó.
Tras la muerte de su esposa, el padre viudo se obsesionó con la reputación de su hija, se convirtió en su protector enfermizo, casi esquizofrénico. Aunque en la realidad nada justificaba este giro.
Pero por miedo a perder también a Anita, por miedo a la soledad , por la sensación de que la vida es efímera y por sentir tambalearse los cimientos que hasta entonces creía inquebrantables, se volvió literalmente loco.
Controlaba las escasas salidas de su hija, se negaba a creer en paseos con amigas o tomar un café con la prima, escuchaba a escondidas las conversaciones telefónicas de Anita normalmente sobre cancelaciones o cambios en los horarios de sus alumnos, la acusaba de hablar en clave para conspirar contra él, presenciaba las clases de piano con alumnos varones y les intimidó con su fulminante mirada de viejo loco.
Ella aguantó las humillaciones, incluso cuando alguna noche su padre interrumpió furioso en su dormitorio, creyendo haber oído ruidos o voces y convencido encontrar un hombre fornicando con su hija.
Muy pocas veces se atrevía a protestar y entonces él le acarició la mano diciendo: — ¡Es por tu bien hija mía, únicamente quiero protegerte de los hombres que solo quieren aprovecharse de ti!
El día que una trombosis acabó con su vida, sus últimas palabras fueron: —¡No me abandones!
—¡No papá, no te abandonaré!
Y desde aquel día le crecieron alas.
ZGGU ALLÍ TEXIS
Hemos venido a esta tierra sin fecha caducidad pero con mucha intensión de realizar nuestros sueños, de hecho todos venidos de firmar un «Contrato» con nuestro Dios.
Dicho contrato Nos da observar a qué venimos aquí cuando, como, por qué y cuando realizamos nuestro sueño cuáles son las bases, y cuando despertamos por qué nunca hay un final.
Dicho Dios nos abraza cuando estamos tristes, nos manda regalos cuando nos sentimos fatales, nos premia cuando somos leales, nos arropa y nunca nos arroja por qué sabe que nunca es siempre y siempre es el.
Nos ayuda en temporada y tiempos difíciles Nos aconseja nos ama nos ayuda y nos mantiene en calma.
Sabe el mismo que el se llama calma.
Nos atrae abundancia y darma.
Siempre nos ayuda nos da ternura y bondad nos ayuda a alejarnos de todo lo negativo y siempre convierte todo en positivo.
Hace que el que no quiera escuchar escuché.
El que no quiere ver vea.
El que no quiere sentir sienta.
El que no quiera combatir combata.
El que no quiere aprender siga aprendiendo.
El que está en depresión sepa abrazar y nunca más soltar.
El que se siente solo lo tenga a a él , por qué el siempre será el protector.
ARCADIO MALLO
¡Maldita sea! Justo cuando uno tiene más urgencia, más se complican las cosas. Y por encima no se da desbloqueado el móvil. ¡El protector de pantalla este es una mierda! Y por encima, no protege nada. Está hecho un cristo, roto por todos lados. Necesito llamar a Marta. Hoy no llegaré a la hora de costumbre y si no la aviso se preocupará. La pobre siempre pendiente de mí. No sé como voy a devolverle todo lo que me ha dado. Se ha convertido en el pilar fundamental de mi vida. Merece todo lo mejor y no estoy seguro de poder dárselo. Su corazón se hará añicos, igual que el protector del móvil. ¡Maldito protector! No daba descolgado esa llamada inoportuna y me comí el stop. Debía ser el propio diablo, porque me ha enviado directo al infierno. ¡Pobre Marta! Me ha dado lo mejor de ella y yo, solo le dejo dolor y soledad. ¡No lo merecía!
BEA ARTEENCUERO
Tirana..
Soy tirana de mis emociones, porqué son el centro vital de mi ser.
El dolor me lleva a hundirme en un laceramiento sin pensarlo.
La risa es el camino más corto hacia pequeños instantes de felicidad.
La amargura me trasmite el desaliento.
La traición me hunde en el desespero de no encontrarme.
El Amor!!!Oh El Amor!!!
Me lleva por caminos insondables, de la pasión a la ternura, cuando nace en el corazón.
Roberto Masi
David Merlán
Eduardo Valenzuela
Mis votos son para:
Ivonne Coronado
Pedro A López Cruz
Roberto Massi
Benedicto Palacios
Mi voto para:
Anónimo
Efraín Díaz
Mi voto para :
Roberto Masi
Guillermo
Graciela Pellazza
Griselda Sierra
David Merlán
Guillermo Arquillos
Ivonne Coronado
Mi voto: Efraín Diaz
Mari Cruz Estevan.
Félix Meléndez.
Buenas tardes. Me encantan, pero mi voto es para
Harold Padilla
Angy del Toro, ha conseguido relacionar la teosofía con la preocupación más actual de la tecnología moderna. Felicidades a las participaciones en general.
Hola mí voto es para Mar Fines
Arcadio Mallo