Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «elecciones». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 13 de julio!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real. ** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo. *** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Cham-Pú tenía constantes elecciones en su miemblo y bastante fueltes además. La última le había dulado desde el lío Yang-Tze hasta el lío Guadiana. ¿Qué podía hacel pala lemediadlo? Lo había plobado todo, desde japonesas peludas hasta el satisfayel-men con nulo lesultado, hasta que el chamán Pim-Pam-Pum le habia dado la solución, il a España a votal pol Colonado en el tema de la semana. ¿Desapalecel(r)ía su elección?
Estaba repleto, no cabía un alfiler, el aforo al máximo, doscientas cincuenta y cinco almas, llenaban el salón de actos del Hogar del Jubilado Santa Veneranda y el candidato del OPIP (Os Podéis Ir Preparando), para las próximas elecciones generales, Aquilino Fachascal, no acertaba a disimular su entusiasmo.
—Barremos, Carrasco, barremos. Mira qué cantidad de patriotas. Expectantes, ansiosos, impacientes, diría yo, por escuchar nuestro mensaje.
—Sí, Aquilino, estoy seguro de ello, pero no echemos las campanas al vuelo, que una golondrina no hace verano, aquí ninguno baja de los ochenta y loro viejo no aprende a hablar.
—¡Coño, Carrasco, eres un muermo! Estos son los mejores, los que han luchado toda su vida por la nación, defendiéndola para que sea una, grande y libre. Encarnan los valores tradicionales, la esencia misma de nuestro programa, espejo y ejemplo para las nuevas generaciones, esa juventud emergente, sana, vigorosa, emprendedora, libre de influencias malsanas, ambigüedades venéreas y utopías filocomunistas.
—No sé, no sé, Fachascal, lo mismo tienes razón, pero caras vemos, corazones no sabemos, no es oro todo lo que reluce, a lo mejor nos estamos aprovechando un poco de su buena fe y cuando descubran el engaño… En fin, ya sabes, mejor ir por derecho y al pan, pan y al vino, vino.
—¡Joder, Mariano! Hombre refranero, maricón y embustero. Deja ya de darme la vara, copón y ve a comerle la oreja al director de campaña. ¡Señor, qué cruz, contigo!
—Vale, vale, pero a mí, el eslogan me parece pan para hoy y hambre para mañana:
«ERECCIONES GENERALES»
«NUESTRO COMPROMISO»
»Qué quieres, Aquilino, no es serio.
—Un error de imprenta, Carrasco, hilillos de plastilina en el océano de la disputa política, sapos más grandes se han tragado estos gilipollas y sin respirar. No seas tan tiquismiquis y hala, vamos al tajo que hay faena.
Se te eligió con 49 votos de las 50 personas escritas en la sociedad de mujeres» El frontón verde».
Los aplausos que recibes de tus compañeras se oyeron desde el «Cerro chico»
Allí en aquella montaña desierta me hallaba triste, queriendo hebitar a mis oídos escuchar los halagos que te se daban. Gloria para ti si. De mientras yo clamaba a la providencia temerosa que al poco tu mala gestión llevase al cierre a la entidad.
Al parecer solo mi persona de cincuenta conocía tu ceguera por las máquinas de juego.
De esa manera obsesiva dejaste a la organización sin un euro…
«Los científicos acaban de calcular que existe un siete por ciento de posibilidades de que haya otro planeta vecino dentro de nuestro sistema solar, según un nuevo estudio publicado en el servidor de preimpresión arXiv. Aunque las probabilidades pueden parecer escasas, concentrémonos en el hecho de que tampoco son cero.
Este mundo enigmático, especulan los investigadores, probablemente residiría en la lejana nube de Oort, una región esférica repleta de fragmentos de hielo y cometas, que se extiende entre miles de millones y billones de millas del sol.»
El presidente, hizo un ligero gesto con la mano y su oficial ayudante apagó el monitor.
–Señores, ¿Qué vamos a hacer? Es cuestión de días que la opinión pública mundial confirme lo que nosotros ya sabemos. La elección es clara. Cincuenta por ciento. Ir a su encuentro o esperar atrincherados en nuestro planeta Los informes a los que hemos tenido acceso, confirman ese siete por ciento, pero también sabemos que los Oortianos no son precisamente pacíficos.
—Señor. Debemos atacar. Debemos aprovechar el factor sorpresa. No cuentan con que les ataquemos. Se sienten poderosos y confiados—.Dijo el Almirante Nazab adelantándose al resto de los allí presentes.
—Son poderosos y confiados, no me cabe la menor duda de ello, Almirante—. Respondió el comandante en jefe de la nación más poderosa del planeta tierra.
—Señor, si me permite añadir algo a las palabras del Almirante.
—Adelante, Coronel Odrar —mientras apoyaba ambas manos sobre la mesa y bajaba la vista.
—Señor, el Almirante Nazab tiene razón. Nuestros espías confirman la existencia de un plan para atacarnos. Los Oortianos saben de nuestro potencial. Nos han estado vigilando durante milenios y saben que en cualquier momento supondremos una amenaza real. Ellos son conscientes de la supremacía que tienen en este momento sobre los recursos naturales de la galaxia y que podría verse amenazada si nosotros seguimos evolucionando. Y estamos seguros de que no lo permitirán. Las pruebas del trasnpondedor Xfada han sido plenamente satisfactorios y a buen seguro que en estos momentos, ya son conocedores de ello. Señor Presidente, debemos atacar primero.—añadió para terminar golpeando la mesa de la sala de mando con la palma abierta mientras miraba fijamente al Presidente para que este reaccionará.
Unos instantes de silencio dieron paso a la decisión del Presidente. Levantó su mirada y pronunció sus órdenes mirando a sus subordinados:
—Señores. Preparen el ataque.
—¡Señor, si señor! —contestaron al unísono.
En el preciso instante en que el Presidente formulaba su frase, uno de sus comandantes se materializó en un Oortiano y se desvaneció delante de las atónitas miradas de todos los allí presentes.
—¡Es un maldito time handler! —Gritó el Almirante.
De repente, la puerta de la sala se abrió de golpe y una figuro de rango militar bajo asomó su cabeza.
—Señor Presidente. Nuestros espías han descubierto que los Oortianos saben nuestros planes. Se espera un ataque inminente.
—¡Pero como es posible. Acabo de tomar la decisión y acaba de desvanecerse!.
—Señor Presidente. Un Time handler tiene la capacidad de disponer de todo el tiempo en sus manos. Ha podido teletransportase hace días o incluso décadas atrás con la información y poner sobre aviso a sus compatriotas. Me temo que no tenemos ninguna oportunidad—. mientras un resplandor cegador inundaba la sala tras hacer impacto el primer proyectil termoplástico.
ELECCIONES
Sí, las del 77. Elecciones Constituyentes y Cortes Constituyentes. Sonaba raro. Nunca se había explicado en las clases de Política ni en FEN (Formación del Espíritu Nacional) aquella palabra. Recuerdo que mi mujer votó entonces por primera vez e iba contenta y creo que emocionada. La participación rondó el 84%, pese a que la situación económica no era buena: la inflación andaba desbocada y las hipotecas estaba al 14%. El terrorismo etarra golpeaba despiadadamente.
Una antigua alumna acaba de enviarme una carta para informar que se presenta por su partido. Cuenta, como es natural, las ventajas de votar, la obligación moral que tenemos de hacerlo, la conveniencia y necesidad de creer en el sistema que acertadamente nos dimos lo españoles con la Constitución del 78, y termina citando al Ingenioso Hidalgo, que es la razón que motiva estas líneas.
“Vivamos todos y comamos en buena paz y compañía, pues cuando Dios amanece, para todos amanece.” El Quijote 2ª parte, cap. XLIX.
¡Ea, pues a ello!
Benedicto Palacios
Una persona normal, sana, cincuentona, tiene muchas veces partido el corazón y herida el alma. Está lleno de ansiedad pero por su capacidad de aguante casi nunca se le nota nada, aprieta los dientes y calla la mayoría de las veces. Sólo algunas lágrimas se escapan en la soledad de la noche, cuando ataca la impotencia y la sin razón, cuando todo está en calma y silencio. Y te sientes incomprendido.
Hablo de cualquier persona que tiene un trabajo donde ir, una casa que alimentar, una lucha diaria, con toda la ilusión del mundo, y poco tiempo personal para sí, que quiere con el corazón a su mujer e hijos, marido y padres, pero está pasando por la situación de los padres mayores que necesitan ayuda, dependencia, en la mayoría de los casos con cónyuges que son buenas personas, dispuestos a ayudar.
Te sentirás muy agradecido, pero ellas no pueden ver a la suegra, o al suegro, como si fueran sus padres, salvo excepciones; que las hay.
Esa persona tiene que escoger a diario muchas veces, tantas, elegir entre su madre o padre y su mujer o marido, quien tenga la necesidad, manteniéndose a medias entre dos bandos y sin ninguna libertad, los tiene que tener muy bien puestos, para aguantar; para poder seguir con su vida diaria, sin mandar todo al trasto, ayudar todo lo que pueda, cuanto necesiten los dos pilares que mantienen y fortifican su vida. Algunas veces son pruebas para el matrimonio que no se superan. Aunque el verdadero amor todo lo puede, y a tí no te importa lavar, cuidar, atender a tus padres en todo lo necesario mientras estén vivos.
A veces, medianamente bien, pero de vez en cuando cada cual tira de su cuerda. Y empieza la cantinela; el, «Mira lo que me dijo, lo que me hizo» por ambas partes. Oídos sordos y pocas palabras, son la solución a una posible discusión que no lleva a ningún sitio. Y mucho cariño con ambos es lo que te ayudará.
Realmente lo imprescindible de los matrimonios es el cariño, hay que darlo todo, sin guardarte nada, el amor es la única forma de superar los problemas. Y el respeto, sentirte agusto. Yo hoy por tí, mañana tú por mí.
La realidad de tener que elegir entre una residencia donde dejar a los padres y el hogar familiar está en juego. Es una dura decisión.
Adaptarse física y psíquicamente a una determinada elección muchas veces supone un gran cambio en cada uno de nosotros. Un cambio que nos cuesta prepararnos.
Lavar, y ayudar a la higiene personal, controlar las pastillas, el azúcar, y el trato, las citas, los cambios de humor, no es nada fácil. Van de la mano ante circunstancias que se presentan de imprevisto y tienes que aprender a afrontarlas. Nadie elige ser de nuevo como niños, con los propios caprichos de cada cual. Pero al igual que ellos nos criaron con todo el amor del mundo, así debemos de pagar nosotros, con la misma moneda, mimándolos con todo lo que puedas. Y nunca imposición y fuerza, que solo rompe la cuerda.
Elegir en esta vida, algunas veces es difícil, muy difícil y siempre la vida es una constante elección. En función de nuestra aptitud encontraremos las soluciones o los problemas sin resolver, siempre determinados por las acciones que hagamos. En frío se piensa mejor. Todo pasa, no hay circunstancias eternas, nada queda.
Lo realmente importante es sentirse que estás en la elección correcta, cueste lo que cueste, y salga el sol por donde quiera. Nunca se debe de abandonar a un padre o madre. Esta vida es una continúa elección.
Y de nosotros dependen la mayoría de las circunstancias de ellos al final de sus vidas. Al igual que ellos pusieron una cuna en su alcoba, nosotros debemos hacerle un hueco en nuestras vidas, ponerle un catre donde entre nosotros. Es mi elección y mi forma de pensar, cada cual que haga lo que más le convenga. Yo lo hice así.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
El sabor de tus besos,
liberando tu aroma,
elixir prohibido,
caricias infinitas,
cicatrices eternas,
inocente mirada,
oración inacabada,
ninguna palabra,
encuentra consuelo,
sapiencia encontrada.
Querido Redy: el tema semanal podría dejarlo tal cual, con un acróstico mañanero, pero me apetece hablar contigo y decirte lo acertadas que han sido mis elecciones este año.
¡Ostias! Que nos están leyendo, qué cotillas. Seguimos la conversación por privado Redy…
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
No era la primera vez. De hecho, aquella especie de ritual siempre le ocasionaba un verdadero dilema que se veía obligado a sortear a diario, de manera estoica, hasta que terminaba escogiendo sin estar nunca seguro del todo. ¿Corbata lisa o estampada? ¿Roja, verde, azul… o cualquier otro color del arco iris, incluyendo toda una serie de gamas intermedias? ¿Traje gris, negro, azul, de rayas o quizá alguno de esos modelos atrevidos que reservaba para días especiales? ¿Zapatos de charol, mocasines, castellanos, de hebilla ancha, o quizá unas deportivas de diseño que sentenciasen definitivamente el atrevimiento ya anunciado por el traje?
Mientras trataba de evitar el naufragio en su mar de dudas, observando el contenido de aquel vestidor de dimensiones irreales, casi imposible de abarcar por la mirada de un ser humano, ella lo observaba desde la distancia, con paciencia e inusitado interés. Había llegado por sorpresa, sin que nadie la esperase, reservando todo su tiempo en exclusiva para él. Ese día no tenía otra cosa que hacer ni existía persona más importante en la que fijar su atención.
El transcurso de un aluvión de años y un meditado conjunto de decisiones le habían llevado a ser quien era: la persona más asquerosamente rica, ambiciosa y envidiada en miles de kilómetros a la redonda. Por sus manos pasaban asuntos de vital importancia. Estaba acostumbrado a analizar, discutir, valorar y finalmente elegir. Constantemente, una y otra vez. Desde lo que iba a desayunar hasta los asuntos más cruciales y decisivos del país. Su vida era una permanente elección y había aprendido a hacerlo bien, a escoger como nadie.
Finalmente, suspiró satisfecho. La decisión estaba tomada. Poco a poco, comenzó a cubrir su desnudez con el lote de prendas seleccionadas, que reposaba impoluto sobre la cama. Un exclusivo y elegante modelo de Louis Vuitton cubriendo una camisa de Gucci abrochada con puños rematados por gemelos de oro macizo, conjunto que se completaba con un par de zapatos John Lobb de color caoba y ébano sobre los que parecía flotar.
Se encontraba terminando de anudarse la corbata de seda cuando ella le sorprendió con su fría e inesperada presencia. Sin saber cómo, se sintió rodeado por sus brazos, notando una presión preocupante y angustiosa. Hasta entonces, no había reparado en ella. Esa era la idea, debía ser una sorpresa. Apenas tuvo tiempo de girarse y contemplar su rostro cuando cayó desplomado sobre el suelo veteado de mármol de Calacatta. Pálido, inerte y con un gesto desencajado. La dama vestía de negro, como de costumbre, pero no había rastro de la legendaria guadaña ni de ningún otro instrumento. Tampoco lo necesitaba. Satisfecha, lo observó por última vez con su cadavérica e inexpresiva mirada, justo antes de abandonarlo y partir hacia su siguiente destino.
En los segundos previos a la muerte, un pensamiento fugaz cruzó por su cabeza. En un instante comprendió que la vida es un camino sembrado de decisiones. Todo el rato tenemos la ilusión de estar eligiendo para, al final, darnos cuenta de que somos títeres de un macabro y absurdo teatro en el que nos hacen creer que tenemos el control. Pero la triste verdad es que cada elección, sea la que sea, siempre nos acaba acercando sin remedio a nuestro final, una historia que ya está escrita desde el primer día en que abrimos los ojos a este mundo. Y todo ocurre como ocurren las grandes cosas: por sorpresa.
EFRAÍN DÍAZ
De la cuna a la tumba, la vida se teje en un intrincado telar de decisiones, hilos que se entrelazan y conforman el destino de cada individuo. Desde temprana edad, se nos arrebata la inocencia y se nos obliga a elegir, ya sea con la claridad de la información o en la oscuridad de la incertidumbre, pero elegir, sin opción de evasión. Como solía decir mi tío Pedro, «se hace lo que se puede».
Cuando JP me eligió como su padrino de bodas, un halo de honor envolvió mi ser. Habíamos compartido los avatares de la existencia, riendo y llorando juntos. Salvo por su madre, nadie lo conocía mejor que yo.
Tras graduarnos en Derecho, dejamos de lado las seguras sendas de las firmas establecidas para erigir nuestro propio despacho, cimentar nuestro destino con esfuerzo y honradez. Los primeros pasos fueron arduos, pero, con tenacidad y labor infatigable, ganamos renombre y reputación. La vida nos sonreía y, en nuestro despacho, dos secretarias y un paralegal se encargaban de aliviar las pesadumbres cotidianas.
Volviendo a la boda, comenzamos con los preparativos. Sara, su prometida, era una mujer de deslumbrante belleza. Mas más allá de su exterior, lo que importaba era su alma, radiante de dulzura. Cariñosa y comprensiva, encarnaba la compañera anhelada por cualquier hombre.
Los meses se deslizaron entre nuestras manos mientras los preparativos continuaban. El lugar del enlace fue elegido, la banda musical contratada, el banquete y la bebida seleccionados con esmero. Sara, con su traje majestuoso, blanco como su pura esencia, había hecho su elección. JP y yo ya disponíamos de nuestras etiquetas, los impecables esmoquin que nos aguardaban.
Una semana antes de la boda recibí una llamada de JP. Noté agitación en su voz. Una inquietud febril se apoderaba de él. Me rogó que nos encontráramos para dialogar algo que no podía revelar por teléfono.
Al salir del tribunal, me encaminé hacia el lugar donde solíamos almorzar. Allí hallé a JP en una mesa apartada, su rostro impregnado de inquietud y pesar. Sus ojos, hinchados por el llanto, delataban el peso del mundo que cargaba sobre sus hombros.
Por supuesto, le inquirí sobre lo sucedido y, con voz temblorosa, me confesó que no podía llevar a cabo la boda. Se sentía el hombre más desgraciado de la faz de la tierra. No podría presentarse ante el altar, pues JP había embarazado a una de nuestras secretarias. Habían sostenido una relación oculta, tan velada que ni yo mismo la había percibido.
Palidecí. Mi corazón galopaba desbocado, amenazando con escapar de mi pecho. La compasión me envolvió, agradecido de no encontrarme en sus zapatos, pero cuando JP me reveló su decisión de no asistir a la boda ni siquiera para comunicar la verdad a Sara, la compasión se transformó en una tormenta de indignación en mi interior.
¿Cómo podía infringirle tal crueldad a Sara? Dejarla plantada en el sagrado umbral del altar era un acto de cobardía que ni ella ni nadie merecían. Los problemas, le dije, deben enfrentarse. Si fue lo suficientemente hombre como para engendrar un hijo con alguien indebida, estaba obligado a enfrentar las consecuencias. La elección más difícil, pero también la más sensata, era confesar la verdad a Sara y permitirle a ella decidir el curso de su propio destino. Lo peor que podía suceder era que Sara cancelara todo, y con justa razón. No existe sentimiento más doloroso que la traición, pues por definición, nunca proviene de un enemigo, sino de aquellos más cercanos a nosotros.
Pero JP estaba obstinado en su determinación. No le diría nada a Sara y tampoco acudiría a la boda. Dejaría las cosas como estaban y permitiría que siguieran su curso natural, enfrentando las consecuencias de su elección. Había comprado un pasaje hacia un destino incierto, dispuesto a desvanecerse en la bruma del olvido por un tiempo indeterminado.
Le dije que, por respeto hacia Sara, asistiría a la boda. Fingiría desconocer los acontecimientos y, por supuesto, esperaría su presencia para que cumpliera con su deber como hombre, o bien, que hablara con ella previamente y se enfrentara a las consecuencias. Me levanté y me alejé de la mesa, dejándolo sumido en sus pensamientos turbados.
Llegado el día esperado, cumplí con mi deber como padrino. Allí estaba Sara, deslumbrante y radiante. Una sonrisa de felicidad iluminaba su rostro mientras se preparaba para unirse al amor de su vida. Yo, en cambio, estaba lleno de expectativas y dudas. Ignoraba si JP cumpliría con su palabra o si, por el contrario, se sumiría en la oscuridad de la huida.
Los invitados fueron llegando y la iglesia se fue llenando de susurros y expectación. Estábamos todos, excepto JP. Sara me pidió que lo llamara, pero su móvil permanecía en silencio, apagado.
El tiempo se deslizaba con la lentitud de un corazón afligido. Tres horas transcurrieron hasta que Sara, atormentada por la ausencia de JP, comenzó a comprender que él nunca llegaría. La había dejado plantada en el altar, envuelta en su vestido blanco y desolada en su alma. Las lágrimas brotaron desconsoladas de sus ojos, su ser sumido en la más profunda tristeza. Sus padres, enfurecidos, ardían en ira. Sus ojos reflejaban la llama del resentimiento.
Sentí una fuerza abrumadora que me incitaba a revelar la verdad, pero eso me convertiría en cómplice de la tragedia. Fingí desconocer cualquier explicación plausible, guardando silencio en mi alma la verdad que amenazaba con estallar. Los invitados, uno a uno, comenzaron a abandonar la catedral, dejando a Sara sumida en la más profunda desolación. No comprendía lo ocurrido. Su vida se había desmoronado por culpa de alguien que no supo elegir sabiamente, por un cobarde que se perdió en las sendas de decisiones erróneas.
Días más tarde, el cuerpo de JP fue descubierto colgado en una habitación de hotel. No resistió el fardo de culpabilidad que lo atormentaba. Junto a su cuerpo yacía una carta en la que JP explicaba lo sucedido y pedía disculpas, aunque sabía que estas palabras no podrían aliviar el dolor que había infligido.
Desde la infancia, se nos impone el peso de la elección y, en ocasiones, ya sea por temor, cobardía o ignorancia, tomamos decisiones incorrectas, elegimos caminos equivocados. La historia de JP y Sara es un doloroso recordatorio de las consecuencias que una mala elección pueden acarrear.
ANTONICUS EFE
La Ciudad estaba toda engalanada de carteles, por primera vez en siglos, había elecciones a Alcalde. La Ciudad era la capital de La Región, que anteriormente había sido el reino, pero al abdicar El Rey, la monarquía feudal había desaparecido dando paso a lo que se podía considerar una especie de democracia. No me voy a extender en los entresijos de como se llegó a esa situación, pues esa no es la historia que nos concierne ahora. La junta electoral estaba formada por el Consejo de Sabios donde estaban representados todos los estratos sociales, excepto a los vagabundos y desharrapados, dicha democracia no estaba tan avanzada todavía. Había dos candidatos: La Hipócrita y El Avaro, ambos perteneciente a la aristocracia, entonces no existía ese invento moderno de derechas e izquierdas. Los ciudadanos con derecho a voto lo ejercieron casi en su totalidad, resultando ganadora La Hipocresía, que obviamente había sabido venderse mejor, por un 72% frente a un 27% de los votos y un 1% nulos. La ganadora, después de celebrar generosamente su victoria con sus seguidores y equipo electoral, se retiró a sus aposentos. Acababa de darse un generoso baño de espuma con pétalos de rosa y jazmín, cuando oyó la sutil voz tarareando una vieja tonada.
–”Sólo cuenta la pose,
enseñar la vanidad,
pero los gusanos
nos tratarán por igual.
Tú miserable tiempo
también se ha de acabar
y al final tu hipocresía
te va a devorar” –
-¿Quién eres tú? – dijo intentando mantener la compostura, al tiempo que se daba la vuelta.
-¿No lo sabes? – añadió burlescamente El Ser Extraño.
-¡Sal de aquí inmediatamente, harapiento! – bramó colérica.
-Soy tu propia vanidad y he venido a ejecutar la sentencia que se me ha encomendado – dijo al tiempo que su mano izquierda, en un movimiento veloz, le clavaba un picahielos en la garganta.
Con la otra mano, le inclinó la cabeza hacia adelante para que cayese la sangre al suelo y cuando consideró que el charco era los suficientemente grande, le estampó la cara contra él.
-Un problema menos – dijo mientras desaparecía de la estancia como por arte de magia.
La noticia corrió como un reguero de pólvora por La Ciudad, El Consejo de Sabios se reunió de urgencias y nombró Alcalde, al Avaro.
-Era necesario Juez, a éste al menos lo vemos venir – dijo El Gobernador.
-Totalmente de acuerdo Gobernador, aquella nos hubiese dado problemas – respondió El Juez.
A salvo de cualquier mirada indiscreta, El Hombre Bueno anotaba cuidadosamente en su diario todo lo acontecido, mientras observaba desde las sombras como El Inspector procesaba la escena del crimen.
IRENE ADLER
EL FRANCOTIRADOR PACIENTE
Un blanco en movimiento siempre es difícil, hay docenas de variables a considerar: la fuerza y la dirección del viento; la distancia; la velocidad y la resistencia que harán que el proyectil se fragmente o no lo haga. Ésto último depende, casi siempre, de su propio peso.
El éxito de todo francotirador radica en su capacidad para mimetizarse con el entorno. Acoplar su respiración y sus latidos hasta que formen parte del ambiente que lo rodea. No sudar. No dudar. Sentir que el arma es un apéndice más de su propio cuerpo, como un ojo o un esfínter. Un francotirador ha de ser, sobre todo, paciente.
La elección del blanco es algo íntimo y personal. A veces el color horroroso de una camisa; una determinada e irritante manera de caminar; una risa genuina que le produce rencor o envidia. Otras veces lo echa a suertes en su cabeza, observando a los desprevenidos transeúntes: pito pito, gorgorito…el tercero por la izquierda. ¡Bang! Nunca mira atrás. Desaparece con sigilo por entre los tejados. Como un trazo o una sombra.
Abajo, en la calle, se forma un pequeño revuelo. Alguien grita. Algunos buenos samaritanos ofrecen su ayuda, pañuelos de papel, sus condolencias…
Después del grito, alguien ríe nerviosamente, con esa vergüenza propia de la desesperación. Se aceptan de buen grado los pañuelos y los pésames, pero la mancha blanca con motitas grisáceas tiene la habilidad de expandirse cuando la restriegas. Es lo que en balística llaman una bala expansiva.
Un chillido agudo y repentino sobrevuela el corrillo de gente. Todos alzan la cabeza, entre la resignación y el cabreo. Una gaviota blanquísima cruza el cielo como una sombra o un trazo.
Y con la misma risita nerviosa y la mierda ácida formando un bonito dibujo abstracto en su chaqueta, el hombre del grito piensa: «¿Cómo eligen a sus blancos las gaviotas?»
EDUARDO VALENZUELA JARA
Vivímos tiempos extraños. Se acerca la primera votación panglobal de la historia y todo es debate y más debate. Aunque no es para menos, pues lo que está en juego es el futuro de la humanidad.
Todo comenzó hace cosa de un año cuando se cumplió el deseo de muchos y el temor de otros tantos. Fuimos visitados ―a vista y paciencia del mundo― por entidades extraterrestres. El evento ocurrió simultáneamente en todo el planeta y conmocionó a la humanidad. Millones y millones de esferas luminosas, de aproximadamente un kilómetro de diámetro cada una, cubrieron los cielos de la Tierra, detuvieron el tráfico aéreo y bloqueron todo tipo de telecomunicaciones. De más está decir que ningún ataque terrestre sobre las esferas surtió el más mínimo efecto. Afortunadamente los visitantes venían en son de paz, pues no respondieron con ninguna represalia, sólo se mantuvieron quietos en el cielo, sin hacer nada durante veinticuatro horas.
Lo escalofriante vino después, cuando tomaron control de todos los medios de comunicación del planeta. Durante una semana se dedicaron a transmitir su mensaje, repitiéndolo una y otra vez, en todas las lenguas y en todos los dialectos existentes en el mundo. Decía:
“Gentes de la Tierra. Hemos venido en paz. Aunque nuestra civilización es infinitamente más desarrollada que la de ustedes y nuestros conocimientos son inalcanzables para sus mentes aún primitivas, estamos dispuestos a ayudarlos, estamos dispuestos a enseñarles y a guiarlos. Hemos venido a hacerles una oferta. Les ofrecemos ser sus tutores de aquí a la eternidad. Nunca más sufrirán hambre, ni enfermedades, ni desigualdad. Vivirán cuanto quieran y como quieran. Nuestra única condición es que dispondremos de un 1% de la población mundial para nuestra alimentación. La elección de quiénes serán devorados será completamente al azar. Esa es la oferta. Volveremos en dos años más para conocer su decisión”.
Los extraterrestres, tal como llegaron, se fueron y todo volvió a la normalidad. O casí todo, pues desde entonces comenzaron los debates. Hay quienes están dispuestos a aceptar la oferta y hay otros que se niegan rotundamente.
«¿Cómo es posible que se les ocurra vender a la humanidad como si fuera ganado?», dicen unos.
«Actualmente la tasa de mortandad en la población mundial es del 1%. No perderíamos nada, al contrario, por primera vez dejarían de existir las enfermedades, habría riqueza e igualdad en el planeta», dicen otros.
Quienes más se oponen son los creyentes, dicen: «¡No podemos entregarle la creación divina a estos seres demoniacos, sería darle la espalda al creador!».
«Si decidimos que nos devoren extraterrestres es porque “ese” era el plan divino», dicen los contrarios.
Y así, la discusión sigue y sigue. Por eso se realizará, por primera vez en la historia, una votación panglobal para conocer la elección de la humanidad y estar preparados cuando los visitantes vuelvan. Ciertamente, vivimos tiempos muy extraños.
EVA AVIA TORIBIO
Desde el principio de los tiempos, siempre hemos tenido la oportunidad de elegir que acción tomar. No voy a extender un tema que tiene mucha controversia y es cuestión de fe. En todo caso, diría que, “Eva” tomo la decisión de ser libre y que pongamos “Adán o Dios”, se lo negó.
————-
—¡Dios, que pesadilla mas horrible! -me despierto muy agitada y empapada en sudor.
Miro a mi alrededor y la habitación en la que estoy, no es la mía. Ni siquiera mi corte de pelo es el mismo con el que me acosté. Incrédula y pensativa, sintiendo que todavía estoy en esa pesadilla, salgo de la habitación y solo veo que es un pequeño apartamento, eso sí, todo ordenado e impoluto. Miro las pocas fotos que hay en el pequeño mueble y ahí no están. ¡No están! Y en ese instante, me da una punzada el corazón.
Suena un teléfono, que escucho en la habitación en la que desperté.
—¿Quién? -respondo con miedo, porque no se ya que esperarme.
—Soy tú.
El teléfono se desliza entre mis dedos, cayendo estrepitosamente al suelo.
—¡Eyy! ¿Estás todavía ahí?
—¡Sí! -grito, cogiendo apresurada el teléfono-. —¿Ha dicho que soy yo? -pensando en voz alta.
—Si, eso dicho. Soy tú y hoy vas a vivir por un día, lo que para ti significa estar sola. Como puedes ver, no están, solo estás tú y lo que supuestamente deseabas con tanto anhelo. Solo decirte una cosa, ¿recuerdas aquel día en el instituto cuando aquel guaperas por el que perdías el culo te invitó a montar en su moto?
—Sí, claro, le dije que no, que mi madre me necesitaba en casa.
—Pues en esta vida que vas a vivir por un día, tú, bueno, yo, dije que sí. Ahora tienes que descubrir que ha ocurrido con esta vida.
—Me debo estar volviendo loca. ¡Dime quien coño eres y que has hecho con ellas!
—¡Pareces tonta, ya te lo he dicho, soy tú y ellas no están!
—¡Esto no está pasando! -pellizcándome, para ver si despierto de esta pesadilla-. —¡Pues no me dice que soy yo!
Al otro lado ya no se escucha nada. No sé que tengo que hacer. Miro a mi alrededor y no hay nada que me indique quien soy. Decido acostarme y desear que pase ese día, esperando que, al despertar, las cosas cambien.
—¡Dios, que pesadilla! ¡¿Y esto?! -veo un teléfono en la mesita de noche
Suena el teléfono
—¡¿Quién es?!
—La pregunta ofende, soy tú.
—¡Esto no puede estar pasando otra vez! ¡¿Dónde están, maldita sea?!
—¿Recuerdas tu tiempo de estudiante, en el que decidiste trabajar los fines de semana de camarera?
—¡Si, claro! ¡¿Pero que tiene que ver eso, para toda esta mierda?! ¡¿Dónde están?!
Ya no se escucha nada,
Salgo de esa maldita habitación, no antes sin mirarme al espejo y ver, de nuevo, que tampoco tengo el mismo cabello con el que me acosté. Esto es una pesadilla que no tiene fin. Miro las fotografías y en estas, tampoco están. En ellas estoy con un perro. Busco por las habitaciones y no hay rastro de ningún ser vivo. ¡Me estoy volviendo loca! Cojo una manta y esta vez, me voy al sofá, ese, que tampoco reconozco.
Suena el teléfono.
Descuelgo, pero no contesto. He tenido una pesadilla horrible. No reconozco lo que me rodea, y tampoco a mí.
—¿Recuerdas el día que le diste el “sí quiero” a Alfonso? Solo recuerda, que tienes que saber las consecuencias de haber dicho que no, porque en esta otra vida, nunca llegaste a casarte con él.
De nuevo, ya no se escucha nada.
Esta vez no hay preguntas, no creo que me esté volviendo loca, o sí, no sé. Solo quiero salir de esta. Quiero saber como hubiera sido mi vida, si hubiera tomado otras decisiones.
Suena el teléfono, pero esta vez no estoy dormida, sigo en esa habitación recostada.
—¿Sí?
—¡Hola, Eva! Soy tú y lo único que te puedo decir, es que nunca sabrás que hubiera sido de tu vida si hubieras tomado otras elecciones. Solo te queda saber, que hubieras tomado la decisión que hubieras tomado, nunca hubieras sido la persona que eres ahora y tampoco vivirías la vida que vives ahora, sea mejor o peor.
—¿Entonces que hago ahora?
—Deja que el sueño invada tu cuerpo. Relájate y desea con fuerza lo que tu corazón en realidad quiere y solo así, se hará realidad. Recuerda que en tus futuros sueños tomes la decisión que tomes, será solo eso, una decisión en un sueño. Aunque, solo por esta vez, al despertar, tienes la oportunidad de ser quien tu quisieras ser.
Me despiertan gritos.
—¡Mamá, la teta no me deja en paz!
Y ahí están ellas, abriendo la puerta de mi habitación, las que me traen de cabeza, despertándome a grito pelado, como locas.
—Chicas, venir aquí, que tengo que contaros una cosa -alzando mis brazos.
Se recuestan una a cada lado, tapándose con la manta.
—Sabéis, he tenido una pesadilla. Solo he de deciros que, en esa pesadilla, no existíais.
—Pero mamá, tu siempre nos has dicho, que los sueños son el reflejo de lo que tu realmente anhelas -dice mi pequeña.
—¿Eso os he dicho? Pues es posible, pero nunca lo sabré. Lo que sí sé, es que no concibo la vida sin vosotras y si no hubiera tomado las decisiones que he tomado, no estarías conmigo. Así, que, perdonarme cuando anoche dije que me gustaría estar sola, porque os amo y esa, amar, es la mejor elección que podéis hacer.
———
Eva, tomó la elección de ser libre y en ese momento, fue lo que ella consideró mejor. Su elección propició un levantamiento que duró y durará toda la vida. Solo pedirte, que cuando tomes una elección, seas consecuente con tus actos ya que estos, afectan a los que te rodean y los futuros seres que en esta Tierra vivan.
Besos, la Incondicional.
CONCE JARA
El verano nos ha dejado distintas. Ya no pisamos el parque con sus zonas de juego, ni abrimos las llaves de riego embarrándonos los zapatos con los bebés de goma olvidados en el suelo, o hacemos peleas con la pandilla contraria… Sin saber por qué, elegimos hablar paseando o sentadas alrededor de un banco de piedra.
En el colegio también hubo cambios: Sor Conce ya no da clases de Historia, por revolucionaria y atea, al hablarnos de las últimas elecciones de la Segunda República y decir que fueron las últimas votaciones democráticas que se habían celebrado en España.
A su vez, a Don Gerardo le han quitado la clase de física y química por hablar indebidamente de las estalactitas, las estalagmitas y también de los meandros. Y es que una madre dijo que su forma de tratar ese tema era indecorosa, y debe de ser verdad porque Don Gerardo tuvo que pedir disculpas a su clase con la madre y la superiora presentes. Ahora Don Gerardo es nuestro profesor de Historia.
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Ya no le divierte saltar la comba y se sentó en un banco de piedra desde el que miraba a las hormigas caminando en fila por la tierra del jardín, mientras pensaba en sus cosas. No se había dado cuenta de que había cruzado las piernas y la monja que cuidaba del recreo se había acercado:
—Las señoritas no cruzan las piernas.
En seguida las descruzó, estirando la falda del uniforme hasta que tapó bien sus rodillas. Pero la madre seguía allí, ante ella y de nada le sirvió inclinarse hacia la fila de hormigas; la monja no se iba. Entonces le soltó:
—Madre, ¿sabe usted quién fue Napoleón?
—Un general francés –contestó la monja.
Y es que Don Gerardo les había explicado, en clase, la historia de Napoleón.
Tocó la campana y finalizó el recreo, pero ella caminaba con aquella congoja, dándole vueltas a que detrás del “Telón de Acero” estaba el “Oro de España” y nadie iba a buscarlo. A lo peor porque la lluvia, el barro o la nieve lo hicieron impenetrable para el ejército de Napoleón y al final se encontraron Stalingrado devorado por las llamas. Después casi todos murieron en el camino de vuelta, congelados. ¿Es que no sabía Napoleón que el invierno en Rusia era muy frío y que iban a morir por la nieve?
Así lo había explicado Don Gerardo y, ¡claro!, ella se preguntaba si Napoleón sería tonto al ir a invadir y conquistar un imperio sin mirar el tiempo: «¿Cómo no lo planeó? Sales en invierno y cruzas el “Telón de Acero” en primavera o verano, aunque, por entonces… ¿estaba puesto el Telón de Acero? ¿Y los aviones? ¿Podía haber enviado aviones para que le dijeran cómo iba el clima?… ¡Qué tonta! ¡Si tampoco había entonces aviones!»
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Hemos ido al cine. Daban “La guerra de los mundos”. Va de marcianos que invaden la Tierra. Da un poco de miedo, pero a Glotario le resultan muy divertidos los extraterrestres, con esos aparatos de guerra que echan tanto fuego que llegan a achicharrar a la gente.
Antes los marcianos no existían, pero ahora, si no te enteras de algo, te dicen: —¿Qué te pasa? ¿Estás marciana o qué? Y eso que yo creía que los marcianos eran verdes y cabezudos, pero resulta que también los hay de metal y gigantescos, como soldados de hierro.
Un chico de la fila de atrás dice que son armas biológicas:
—¿Y tú por qué lo sabes? —le pregunté.
—Porque me lo dijo mi tío, que fue de la División Azul.
—¿Y sabes quién era Napoleón?
—Un chalado.
—¡Pues no! Era un general francés que casi se muere por el frío de la nevada que les cayó encima, cuando fueron a conquistar Rusia.
—¿Y por qué no mandó un espía para enterarse del tiempo? ¡Pues vaya elección!
Y Glotario y el chico se echaron a reír.
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Aquella noche, en mi cuarto, pensaba en los nuevos marcianos de metal y en las armas biológicas. También en Napoleón que se me apareció a los pies de la cama, y sí, era un general francés como el del libro de historia.
—¿Por qué elegiste ir a Rusia en invierno sabiendo que hace mucho frío e ibas a perder la guerra? —pregunté.
—Me engañaron —dijo Napoleón—. Elegimos salir en invierno para llegar a Rusia en primavera, pero usaron armas biológicas que matan con la saliva y luego cambiaron el clima de verano a invierno. Ahora soy el loco de la Historia.
—Gracias — dije más tranquila por la aclaración.
La verdad nos hará libres, dicen las monjas. Y me quedé dormida.
ALEXANDRA FERNÁNDEZ
Data el año 2055, Marc, Joshua, Juan, Akiko y Aka cinco hombres que caminan por la aridez de la tierra del Amazonas en búsqueda de agua. Ya no existe la selva enigmática y frondosa, con la más abundante diversidad de especies, tanto animales, vegetales y minerales. El sol cada vez más fuerte los hace detener, a penas les quedan dos cantimploras con agua, un agua que quizás esté contaminada, pero la necesidad no da para elecciones.
Llevan días tratando de llegar a una pequeña región dentro del Amazonas que a lo mejor se salvó de la deforestación.
Akiko y Aka proceden de la costa de África, ya no existe mar que separe los continentes. Los océanos bajaron tanto sus niveles, que en lugar de navegar, se recorren a pie. Las distancias se acortaron con los movimientos sísmicos.
Existen poblaciones muy dispersas en el mundo de hoy, la comida entre ellas es insuficiente, no hay variedad para elecciones. Ni rastros de ciudades con rascacielos, aeropuertos, mucho menos con vías de comunicación, la era de la tecnología colapsó. Todo ha desaparecido a consecuencia de las guerras nucleares entre dos civilizaciones que se disputan el poder. Un poder tan relativo y efímero. Solo existen contadas comunidades en el planeta. Las que lograron sobrevivir fue porque habían elegido marcharse a las zonas rurales. Ahora, ya no pueden sembrar como antes, la tierra está tan árida, resquebrajada, rojiza, no da frutos. Las lluvias son muy escasas, y cuando llueve las gotas son de color rojo.
Joshua y Marc tienen muchos meses en ruta, pues partieron de Europa. El clima en ese continente se tornó helado, las altas temperaturas lograron congelar todas las extensiones de tierras agrícolas, no existen ríos caudalosos, ni cascadas, tampoco vegetación.
Millares de comunidades, han muerto por pandemias incontroladas producidas por las guerras biológicas entre los dos bandos que se disputan el poder. Se terminaron los sistemas políticos de elecciones democráticas.
De Centro América viene Juan, con sus rasgos indígenas. En su país también desaparecieron las ciudades con toda la modernidad del momento, desde aerotrenes, hasta naves voladoras.
Juan proviene de una familia Maya, una antiquísima civilización que ha logrado siempre sobrevivir a las múltiples persecuciones del hombre hacia su raza. El sí tiene la certeza que ese lugar existe, pues le llegó un mensaje en sueños de sus ancestros. Juan emprende su viaje con la angustia de dejar a su mujer e hijos. Las mujeres son acosadas por el grupo de exterminio, son buscadas para matarlas, sin ellas se terminará con la raza humana. Los nuevos grupos de fuerza crean autómatas que respondan solo al poder supremo del que gane la batalla.
Marc, Joshua, Juan, Akiko y Aka son tan diferentes tanto en su forma física como por sus costumbres y cultura. Ellos lograron salvarse de la manipulación y de la limpieza de memoria a que han sido sometidas las poblaciones sobrevivientes. A pesar de sus diferencias, todos se han unido, con el propósito de generar una nueva vida, una nueva cultura en el pequeño universo, que en modo de cápsula de cristal los pueda salvar y a la vez sentirse de nuevo en casa.
Reedificar, no solo el ambiente que les rodea, sino también la cantidad de retos, que deberán de enfrentar para lograr el sustento diario.
Es conocer primero sus seres internos, encontrarse y saber quién realmente son y si serán capaces de sembrar las bases de una nueva civilización, totalmente diferente a la que existe y a la que fue antes de caer en la barbarie presente. Por qué fueron ellos los que se dejaron someter por los imperios que predominan en el mundo actual.
En el camino se van diciendo:
Marc y Joshua:
—Todavía hay oportunidad de llegar al oasis en el Amazonas.
—Con constancia y lucha, podremos proseguir por estos territorios inhóspitos.
A lo que afirma, Juan con decisión:
— Llegaremos a la tierra prometida. Nos espera la prístina naturaleza virgen.
Es difícil controlar el tiempo, pues los días se prolongan y otras veces emergen largas noches sin sol. La invención y la creatividad del ser humano es una virtud que no se ha alejado en este nuevo mundo, por ello eligieron crear un sistema para conocer el tiempo. Basado en las temperaturas del sol, que varían, podían saber si estaba amaneciendo o anocheciendo, unido a la posición del mismo.
Aka llevaba el control del tiempo.
Juan es el guía, pues recibe la orientación de sus ancestros.
Marc es el más alto y fuerte del grupo, siempre va adelante del resto de ellos con la mirada fija en el horizonte, a lo lejos, divisó un árbol frondoso, con grandes ramas, que parecían brazos de bienvenida. Empiezan a sentir otra temperatura diferente, fresca, agradable, cuando de pronto, oyen el murmullo del agua, corren a buscar el río, caen de rodillas en la orilla, dando gracias de haber llegado.
En medio de la esplendorosa y limitada zona selvática se encuentran abrazados Marc, Joshua, Juan, Akiko y Aka cinco hombres en búsqueda del futuro. Cinco hombres que en su corazón extrañan a sus elegidas y amadas mujeres, sin ellas no podrá surgir la nueva civilización. No solo por ser las portadoras de la semilla de la vida, si por la elección de crear un mundo diferente y único.
La Madre Naturaleza los abriga, el camino ya está elegido.
GRACIELA PELLAZA
Cuando arrojó la oración como en una misa, la desolación ya le había partido las piernas.
No supe que hacer.
Cuando caes al vacío quizás lo que prevalece es el grito.
-» Yo siempre luchaba para que ella fuera feliz…Pero ella, no era feliz»
¿Arrojarla al mundo fue un error?
«Nunca le encontró el sentido…¡Hoy yo no le encuentro el sentido!
Pensé que lo estaba haciendo bien, supuse que alcanzaba, busqué donde sabían para ver si yo aprendía.Fui espalda de su ánimo, el receptor de sus deseos, el hueco. Hubiera hecho más pero creí en la caridad del tiempo. Sin fórmulas, más que el desborde de amor que le entregaba. Eligió el destierro.
«¡Lo sabía, lo supe siempre…No era su mundo!»
Las arcadas le comieron las palabras. Mientras todos llegaban, alertados por mis gritos, él como un avezado marino…le desarmó la soga que rodeaba el cuello, la arropó con su camisa y la cargó en su pecho.
La resignación como consuelo, el único consuelo.
Y me dió miedo.
MARÍA JESÚS GARNICA
Sin corbata, qué es verano.
No demasiada gomina.
Los asesores siempre encima.
Y llamo ella.
-Pues mira, qué buena propuesta, barco en Ibiza.
A los asesores no le gusto.
Pues fue un éxito en las elecciones, creo misterio sobre mi desaparición.
Mi imagen bronceada y relajada arrasó.
En fin, qué mi asesores tenían razón, lo qué cuenta en las elecciones es la imagen.
Qué más dan las ideas.
YOLILLANA RELATOS
Todo andaba revuelto en la oficina aquella mañana.
Se notaba en el ambiente que algo había sucedido. Nadie estaba en su sitio, incluso se había acabado el café, cosa que rara vez sucedía.
El gobernador debía haber llegado ya y los rumores que circulaban de cubículo en cubículo eran que aquello no iba a suceder.
Había una televisión encendida en la sala de reuniones, a la que nadie hacía caso, hasta que alguien gritó:
-¡Silencio! Están hablando del Sr Porter en la tele
Los casi cincuenta empleados de la imprenta se amontonaron frente a la pequeña pantalla.
Ahí estaba su jefe, el Sr. Porter, junto al gobernador.
Descubierta una red de empresarios que conspiraba para manipular los votos de la últimas elecciones
Era el titular del noticiero.
Aquello era el fin.
Si su jefe no hubiera participado en esa trama corrupta, todos mantendrían sus puestos de trabajo.
Ahora el silencio, el miedo y la incertidumbre se adueñaron de todos ellos.
Un silencio sepulcral invadió toda la oficina.
– ¿Alguien sabe dónde están las papeletas que se imprimieron? – gritó la misma voz de antes.
No hizo falta decir más, todos corrieron hacia el almacén y sacaron de los armarios las papeletas con el nombre del gobernador, y empezaron a meter en las destructoras de papel todas las pruebas de aquel delito político hasta que no quedó ni una.
Trabajando como hormigas, organizados y en silencio, sabiendo lo que tenían que hacer sin que nadie se lo dijera.
Luego volvieron a sus puestos de trabajo como si nada hubiera pasado.
Pocos minutos después, la policía judicial entró en la oficina.
JOSMA TAXI
D. GONZALO
Había enviado el pliego hacía un mes, no había recibido ninguna contestación, lo que me parecía extraño. La distancia que nos separaba del priorato dominico podía recorrerse en una semana. Supuse que a nuestro Prior no le había agradado, así que me encontraba bastante inquieto. Me puse a repasar el contenido de mi escrito:
“Reverendo Prior:
Atiendo vuestro encargo con retraso, pero el fallecimiento de D. Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar rompió mi corazón y perturbo mis entendederas. Cuando estabais reorganizando la orden, me dijisteis que para mí teníais dos opciones: integrarme en la inquisición –dada mi formación en leyes– o incorporarme a las mesnadas de D. Gonzalo, ninguna de las alternativas me agradó. Así que pospuse la decisión, no sin antes someter la cuestión a la intercesión de Santo Domingo, nuestro fundador. Tras una larga semana lo tuve claro, yo era un modesto fraile dominico, incapaz de juzgar a nadie, así que el puesto de capellán militar ganó la elección Me incorporé al ejército en 1.503, asistiendo a las batallas de Ruvo, Ceriñola y Garellano, en calidad de observador.
Allí encontré a su Excelencia D. Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido popularmente como el Gran Capitán, que a la sazón contaba con cincuenta años. Tenía fama de militar y estratega. Era persona de mediana altura, enjuto y un carácter adusto.
Intentaba tomar decisiones justas con su tropa. Corría en los campamentos la historia de cuando a dos soldados que habían cometido un hurto, los condenó a realizar las peores tareas en el pabellón para enfermos terminales, cuando lo habitual era castigar, con cincuenta latigazos, a los delincuentes.
Sus innovaciones en estrategia fueron notables. Entre todas ellas destacaba la defensa circular. Consistía en situar a las tropas en formación radial, de manera que atacará por donde eligiera el enemigo, la defensa estaba asegurada. Si el número de sus efectivos era el adecuado, podía simultanearla con el ataque con pequeñas incursiones, que menguaban al adversario.
Victorioso de las guerras italianas, fue nombrado virrey, por cuatro años, de Nápoles, cuyo mandato ejercicio con inteligencia, yo lo acompañé como asesor.
Al cese de su cargo como virrey de Nápoles, la reina Juana I de Castilla le concedió la alcaldía de Loja el 15 de julio de 1508, adonde se retiró los últimos años de su vida.
En Loja, enfermó y regresó a Granada a principios de agosto de 1515, donde murió el 2 de diciembre.
Aunque puede que no sea más que una leyenda, se cuenta que el rey Fernando pidió a don Gonzalo cuentas de en qué había gastado el dinero de su reino. Lo que visto por este como un insulto. De la respuesta hay varias versiones, la verídica, que conozco, pues intervine en su redacción, dice:
“Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas, para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados, para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey, a quien he regalado un reino, cien millones de ducados.”
Esto, padre Prior, es cuanto puedo contaros.
Rezaré por vos, para que tengáis la ayuda de Jesucristo, nuestro único redentor, y viváis en gracia de Dios.”
Tras la lectura entendí que no había nada ofensivo en su contenido y me dispuse a seguir esperando respuesta.
Esta misma mañana ha regresado el mensajero al que envié con mi escrito, me contó que lo había entregado hacía tres semanas, tiempo suficiente para que el monarca contestara.
¿Serían ciertos los rumores que señalaban que el prior estaba muy atareado en conseguir votos ante el Santo Padre par obtener el cargo de Cardenal?
No sé si seguiré esperando…
SÁNCHEZ KATA MAR
Era una noche oscura y tenebrosa los crímenes y robos que sucedían ahí era impresionante, los espíritus de niños y jóvenes estaban al acecho los habitantes que ya se habían acostumbrado a estar entre la suciedad y la peste parecían zombis por culpa de la droga anonadados por esas papeletas que les volaban la mente, luego cometían actos innombrables eran como grandes hienas movidas por las sustancias adictivas. Un compañero de paro y mirando al frente de una edificación sin decir ni una palabra parecía petrificado o muy concentrado mirando no sé qué cosa con las manos llenas de pegante de ese llamado bóxer aquel que si lo hueles te perderás para siempre, otros compañeros lo mirábamos con cierta normalidad puesto que suponíamos que era el efecto combinado de alguna de las drogas. Era un alivio leve para los que estábamos en ese mundo oscuro. Por mi parte desde esa oscura noche que me subí a un bus sin rumbo el cual me llevo a ese lugar llamado «la L» atravesé por miedos intensos y noches sin poder consolar el sueño, solo con una «bicha» podía medianamente pasar la noche. Para el pesar de muchos y alegría de unos cuantos esa fue mi oscura elección que me llevo a conocer y s habitar la selva de cemento…
PARTICIPANTE ANÓNIMO
Sin elección
El pequeño no sabía que era un pájaro, o qué una boca de oso, ni por qué se enfrentaba a esa oscuridad pegajosa y sofocante.
Se sacudió un par de espasmos, hasta que un peso se le quitó de encima, y se quedó sin suspirar apenas en medio de aquel nuevo espacio.
A la deriva, en su primera conciencia, se arrastró por lo que más tarde aprendería que era barro, notando en su ala tanto dolor que el pecho se le encogía y unas neblinas rojizas le asechaban la vista.
Después de todo salió de ahí: no recordando cómo había llegado y sin saber a dónde se dirigía. Al rato un primer resplandor le envolvió el pico sediento; se le unió otro desde arriba y ambas luces comenzaron a bailar en sus entrecerrados ojos, hasta perder el conocimiento.
—Curioso cisne, de pecho rojo, ¿no crees?
—¡Está maldito, no me cabe duda!
—¿Los blancos? ¡Jamás!
—Matadlo, pues, y acabemos con la tragedia—. Esa tercera voz vino más baritonal. Tajante y falta de tiempo. De manera igualmente brusca, lo agarró entero para hundirlo entero en lo que más tarde aprendería que se llamaba agua sobre la tierra, bajo el sol.
Dentro de los círculos que produjo encima de su cabeza aquel suceso, el pequeño pájaro esbozó una sonrisa. “Soy un cisne maldito y trágico.”
Al segundo despertar fue diferente y lobos le asechaban. Uno quiso hincarle los dientes; otro se interpuso, alegando que el pájaro está enfermo. Ni un ave venía mitad blanco y mitad rojo, no brillaba de esa intensidad, envenenada casi. Traería una muerte agónica y se llevaría la manada entera con él. Madres, padres y demás familiares, el bosque entero y hasta el oso de la cueva de arriba del monte.
El tercer lobo lo elevó entre las mandíbulas y lo lanzó a lo lejos, provocando más daño todavía, aunque en la otra ala y crujiendo de paso sus diminutas costillas.
«Soy un pájaro enfermo y envenenado”, sonrió por esta vez el pequeño cisne, feliz de descubrir aquello que más tarde aprendería que se llamaba vida.
Aterrizó sobre una nube, por encima de la tierra y por encima del sol, y a su alrededor se adjuntaron manadas de criaturas resplandecientes. Sus voces sonaban diferente, casi como si sonasen en la mente de uno y no cerca del alma que apenas le latía ya.
—Te hizo daño la vida, pequeño cisne, y ensangrentó tu mirada. Te mutilaron, pequeño cisne, y de tu pecho nacen rubíes, y de tu cuerpo se vierten llamas. Sabemos de esto, pequeño cisne, sabemos mucho más de lo que saben: el oso, los lobos y los humanos, que siquiera conociste. Sentimos tu dolor; nos recordó el nuestro, y lo que nos trajo a los ángeles sobre esta nube. ¿Quieres ser un fénix, el atardecer del mundo, o quizá ese apocalipsis que sueñan para enclavar peores que sus mentes? Pídenos y se te dará.
El pequeño cisne sonrió y sus plumas se alisaron, enteramente rojas y tan bellas que deslumbraban. Alzó la mirada y de sus ojos nacieron más estrellas; voló en tal silencio y con tal fuerza que hasta los ángeles tuvieron que callar.
ABBY MARSIE ROGOM
LA ELECCIÓN.
ITZIAR.
Itziar era la hija única y tardía de un matrimonio domésticamente feliz.
Vivía con cuidado dentro de la burbuja imaginaria a la que sus papás la habían lanzado con todo su cariño, antes incluso de que ella tuviera memoria.
Ellos no habían tenido una hija, la habían cazado.
Itzíar, con veintitrés años, era la eterna bebé de sus padres.
Pero era una mujer de ojos verdes y largo
pelo oscuro la que los miraba. Blanca de piel, más blanca aún por apenas darle el sol y el aire.
Caminando entre los dos, sin escapatoria… Delimitada casi en laq cantidad de aire que se
respiraba. En el número de pasos y metros que podía estar alejada de ellos.
Cuando sentía que la ansiedad trepaba por su garganta se aferraba a su pensamiento talismán, y se repetía mentalmente:
«Pero vivo sola, por fin vivo sola».
Jamás había tomado decisiones por sí misma. O algo.
Puede que su novio desde hacía más de cuatro años y que cada vez se parecía más a su padre tampoco lo escogiera ella. Desde luego y no la decoración de su apartamento, absolutamente vacía de sentido, sin armonía y estridente de la que se encargó su madre.
Ni siquiera había elegido esa mañana el vestido blanco que llevaba.
Sólo decidir qué pasta de dientes compraba era complicado con sus padres cerca; y siempre estaban demasiado cerca.
Itziar acababa confundida y nerviosa. Entonces sus amorosamente tiranos papás lo decidían por ella.
Salieron del súper su madre a la derecha, su padre a la izquierda y ella en el centro.
Así caminaban por las calles, como si fuera custodiada.
ELIÚ.
Camisa blanca, corbata bien anudada y pantalón clásico, oscuro. En la mano la biblia, en la otra una carpeta con folletos e información de los testigos del advenimiento.
Hasta los cojones del pastor bebedor de anís.
El chico caminaba rápido. Le quedaban dos visitas.
Le habían castigado dos veces esa semana. Una por no cortarse el pelo. La otra, por cuestionar la autoridad moral de la morsa borracha.
Sus padres pertenecían a la congregación desde antes de que él fuera el proyecto de un proyecto para ellos.
Su padre nunca se cuestionó nada. Le parecía hasta normal hacer donaciones frecuentes y generosas para edificar la casa del Señor, que ya el pastor se encargaba de cuidar digamos en «usufructo» mientras llegaba Dios, y de paso, para un cochazo nuevo que el otro ya estaba feo.
Lo de su madre ya lo entendía menos, pues era bastante inteligente, por lo que su sumisión y su integración voluntaria al rebaño que pastoreaba el estafador alcohólico era algo que no podía entender.
Al cruzarse con Itzíar y sus padres,se miraron. Eliú pensó que a la chica no le sentaba bien el blanco del vestido con el color de su piel. Itzíar pensó que no le gustaban los rubios, y que sus extraños ojos casi amarillos hacían juego con su pelo.
Se perdieron de vista el uno para el otro,siguiendo cada cual su camino. Lo que no impediría que volviesen a encontrarse
Al llegar a casa, se despidió de sus padres costándole lo suyo conseguir que no subieran y la dejaran en paz por el resto del día. La autocaravana era bonita. Le sonrió al pasar por delante. Otro de los supuestos regalos de su padre, que eran más bien para él, pues no dejaba de proponerle fines de semana en familia.
Por fin saboreaba su café, sola y tranquila.
Todo la enfadó cuando escuchó el timbre. ¿Su madre no podía abrir con la llave, como hacía siempre?
Se levantó, descalza y dejó el café sobre la pequeña mesa hindú.
Abrió la puerta, y allí estaba el chico de los ojos amarillos.
Se miraron durante una fracción infinita. Itzíar se volvió y entró en casa.
Eliú no sabía qué hacer, pero sabía lo que quería hacer.
Pasó, cerró la puerta y se quedó frente a ella. Se midieron con sus ojos verdes y amarillos.
El suelo tembló. O fue un ruido, como un crujido?
Itzíar sonrió al pensar que quizá fue la estructura misma del cosmos, ¿Por qué no?
Qué extraño todo.
Sin urgencias, sin dudas, sin palabras, se conocieron con los ojos, con las manos, con la boca.Volvieron después de volcarse la vida encima, sacudiéndose como perros el agua, así ellos revivieron.
Después de ducharse ambos, metió en una mochila algo de ropa, documentos, dinero; cogió las llaves de la autocaravana y le dijo a Eliú «¿Vamos?».
El asintió y salieron, quedando como muestra el vestido blanco sobre la mesa y a su lado, el libro de citas de los testigos del advenimiento.
RAÚL LEIVA
Matar la inocencia
Algunas malas elecciones, casi cuarenta años después nos siguen torturando.
Vamos a situarnos en tiempo y espacio para entender este texto. Yo tenía nueve años más o menos y vivía en una cortada de tierra que una esquina daba a la calle Francia y en la otra, había una villa miseria. La casa de Oscarcito estaba en la esquina que daba a la villa y tenía una terraza austera que nos servía para las precarias diversiones juveniles. Desde ahí le tirábamos bolitas de paraíso con un rulero y un globo a colectivos y autos que pasaban. Justo frente a la casa, había una suerte de lápida que tenía una de las pocas canillas públicas que abastecían a la villa de agua potable. Todos los días iban los habitantes a cargar fuentones, baldes y bidones a la canilla comunitaria, en verano preferían mandar a los chicos a hacer la tarea.
Un chico en particular nos había llamado la atención, tenía nuestra edad y todos los días de verano a la misma hora cargaba dos baldes de agua y se perdía en la villa entre los pasillos. Un día mientras llenaba el recipiente, nos miró y se encontró con nuestra mirada observadora. «¡Qué mirás pendejo!» le gritó Diego, el más quilombero de los nuestros. Por toda respuesta nos miró y sonrió. «Nos agarra para la joda» siguió Diego. Oscarcito le tiró una bolita de paraíso que picó cerca del primer balde lleno. Una idea idiota nos iluminó, jugamos a embocar las bolitas de paraíso en el balde lleno y empezamos a tirar. Marcelito fue el primero que embocó una y lo celebró con un grito. Lo miramos más con envidia que con admiración mientras el chico de la villa sacaba pacientemente la bolita del balde. La competencia pudo más que nuestro sentido común y volvimos a la carga para ver quien lograba más puntos en este juego dañino. Uno por uno íbamos anotando mientras que el pibe sacaba cada vez con menos gracia las bolitas embocadas. Ya no tenía demasiada gracia el juego cuando Oscarcito se abrió paso entre todos y revoleó algo negro y redondo que fue a dar justo en el balde lleno. Fue impecable. Pasó por encima de los cables y cayó justo en el agua y todos gritamos ¡GOOOOOLLL!. La torta de barro obligó al chico a vaciar el contenido del balde y empezar de nuevo la tarea. La escena se repitió tres o cuatro veces más hasta que nos llamaron a tomar la leche y nos fuimos todos abajo. Vimos Los tres chiflados y después nos fuimos a jugar a la pelota hasta la hora de cenar. La vida era simple por aquellos días.
Pasó el tiempo y una mañana de domingo mi mamá me mandó a comprar pescado para la comida. Iba saliendo del negocio y un muchacho me cerró un ojo de una trompada que me hizo perder el equilibrio y parte del vuelto del mandado. Cuando volví a hacer foco, un flaco de más o menos doce o trece años me miraba con los puños cerrados y un gesto duro. Atrás de él, estaba el pibe de los baldes de agua. «¡Pará! ¡Él no fue! Estaba con los otros pero él no fue. ¡Fue el de rulitos!», le dijo el pibe al muchacho más grande que no me dejaba pasar. Me agaché despacio a juntar el dinero del vuelto mientras trataba de anudar el porqué de semejante trompada por una estupidez que recordábamos muy lejana y poco importante. «¡Cagón!¡Asesinos de mierda!¡Cagones y asesinos!» me dijo a los gritos y se fue mirándome con odio o resentimiento…o creo que fue lástima también al verme tan patético. El más chico de los dos pibes, el de los baldes, me miró con cara de «¿Qué querés que le haga?».
Me fui a casa y en el camino me fui convenciendo que me merecía una piña y que ahí terminaba todo, unas bolitas arruinando un balde de agua por una piña era un negocio justo me pareció. A pesar del golpe, lo que me sonaba a demasiado era la palabra «asesinos». Era muy fuerte para un puñado de chicos entre nueve y doce años. La respuesta vino unas semanas después.
El chico que llenaba baldes con agua, era el tercero de cinco hermanos de una familia de la Villa Pulmón como la llamábamos entonces. El que me pegó era su hermano de doce años, en tanto que el mayor de todos tenía quince y trabajaba todo el día en una carpintería del barrio. También tenían dos hermanitos menores de menos de un año. Ambos sufrían de catarros constantes y diarreas dada la precariedad en la que vivían. Constantemente necesitaban estar hidratados y bajar la eventual fiebre con baños fríos ya que la medicación antifebril era un lujo para ellos. Esa tarde que lo bombardeamos, sus hermanitos estaban convulsionando de fiebre y necesitaba el agua rápido. El chico estaba realmente cansado y su mamá contaba con el agua en forma urgente. Ahí se topó con nuestra estupidez y se demoró más de lo debido. Cuando llegó con el agua, se encontró con un cuadro devastador. Ambos hermanitos estaban muertos y su mamá en medio de un ataque de nervios. Le gritó de todo lo que se le puede ocurrir a una madre que busca un culpable de la muerte de sus dos hijos más chicos e indefensos, no reparó en adjetivos y le tiró el agua encima. El chico salió corriendo con más confusión que dolor y se chocó con su hermano que fue el único que creyó su historia. Cuando pasó el dolor, solo quedó la rabia y el rencor. Se pusieron a buscar a Oscarcito o a cualquiera de nosotros para cobrar, aunque sea, una parte de la deuda de dolor.
Esto pasó más o menos para esta época hace casi cuarenta años, me la contó un primo que hacía reparto de soda en la villa y supo la historia de los hermanos muertos de fiebre.
Es la primera vez que puedo poner esto en palabras. No se la conté a nadie nunca. Fue la palabra “asesino”, la que me devolvió un espejo roto de lo que somos capaces de hacer con nuestra temprana idiotez. No sé si agarraron a Oscarcito, ni a Diego, ni a Guille. Supe que unos meses después la villa fue desmantelada y a la gente la trasladaron a otros pueblos de los alrededores. Allanaron el terreno y hoy se levanta ahí una basílica, quizás la más importante de la ciudad. En algún lugar del terreno están sepultados los dos hermanitos muertos, en algún lugar de esa geografía está sepultada nuestra inocencia arrebatada en el verano del setenta y ocho.
ALEXANDER QUINTERO PRIETO
Este es un escrito que quise realizar para «el protector», pero no me animé del todo, es un esbozo que me gustaría compartir esperando su opinión…
Un nuevo olor a muerte
Visiblemente preocupado, el encargado de la guardia de la noche anterior, el SS- Sturmmann Weber, responde al interrogatorio capcioso de sus superiores, esquivando cañonazos y granadas, con la actitud premonitoria del fin de la guerra, sintiendo las sombras y los pasos de los soldados americanos. Siente el olor de la muerte, ese que pasó a ser hace mucho tiempo un olor rutinario, como el del jabón para afeitar Mühle-Pinsel en las mañanas, o el de los cerezos en flor en las madrugadas de mayo. Ahora, en los calurosos días de Julio, se arrepiente de haber tomado la decisión de portar las camisas pardas en sus últimos días de bachiller, haber sido parte de las juventudes hitlerianas, y haber logrado un ascenso vertiginoso en menos de dos años, mostrando su talante, su odio judío y su devoción al régimen; luciendo con orgullo su uniforme negro y su insignia de las SS-Totenkopfverbände.
Fue un alumno distinguido desde los primeros días. Aunque al principio no entendía muy bien los fundamentos y las razones del odio racial, lo cual le había propinado un fuerte sentido de culpa al asesinar a los primeros prisioneros, poco a poco aquel sentimiento absurdo se desvaneció como la espuma del kapuziner, con la fe ciega en la única y definitiva razón: la superioridad de la raza aria. Las ordenes eran las ordenes. Y más valía, estar con el régimen que cuestionarlo y morir. Una autoridad respaldada por el terror desde la purga de Röhm, llevaba a seguir las órdenes sin cuestionar la brutalidad y la pérdida gradual de humanidad.
El olor a muerte que evocaba y a la vez le era familiar, esta vez era diferente. No era el proveniente de los sacos de huesos que atiborraban en los hornos luego de gasearlos con Ziklon – B. Era un olor que lo enternecía. Que le sacaba lágrimas y le recordaba a sus hijos jugando los fines de semana con Arbin, su Deutscher Boxer. Era el olor proveniente de su inminente pestilencia, al darse cuenta que ante los tres oficiales superiores que le interrogaban, no tenía mucho que hacer, por más tranquilo y por mejores respuestas que emitiera; ya tenía tatuada en su frente la palabra traidor. Habían escapado increíblemente dos prisioneros de dos a tres de la mañana en su turno. No avanzaron muchos metros, siendo baleados con el calibre 7,92 mm de las MG 42.
Y aunque, en parte, las bajas abrían sido parte de su logística, el hecho de que los dos polacos hubiesen alcanzado a atravesar el perímetro, se rumoraba que era parte de una red criminal de cuantiosos sobornos. Los oficiales, de entrada, menospreciaban al cabo por ser un simple suboficial. La camaradería entre oficiales y suboficiales solo era una fachada que se debía mantener en presencia de SS-Obergruppenführer Eicke. Pero de puertas cerradas, el elitismo podía recargar la balanza hacía la culpabilidad del cabo. Incluso, entre los nazis existían pequeñas pero sutiles barreras discriminatorias que separaban unos grupos de otros. Cada vez el compendio de prisioneros era mayor y sobre todo el tipo de clasificación crecía. No solo había judíos, comunistas o gitanos. También había nazis creyentes y nazis homosexuales que eran legalmente torturados desde que un “traidor” como Ernst Rohm, nacionalsocialista abiertamente homosexual, vaticino la exclusión y la pena capital de las personas con gustos sexuales “cuestionables” para el régimen.
Los oficiales cesaron el interrogatorio y fumaron de sus pipas americanas, en contra del régimen y su ley antitabaco, quitando el cerrojo de sus fusiles Mauser Karabiner 98 Kurz, preparados para fusilar al cabo primero. Cuando este se encontraba de rodillas esperando la muerte, sin justificación, puesto que realmente era inocente y no habría recibido coimas de los prisioneros; una linterna alumbró la humanidad de los hombres de camisas negras y una voz grave emitió la orden de que fueran a descansar, haciendo hincapié en su discurso gutural que, un camarada no se debía interrogar, pues era como un hermano al que se debía amar y respetar. Todo lo contrario, a un prisionero, a quien ser debía anular física y psicológicamente hasta que perdiera sus últimas esperanzas, si era el caso, permitiendo que muriera de inanición por medio de trabajos forzados.
Continuará…, algún día…
ALMUT KREUSCH HOFFMANN
La elección
Yosu y Ainoa eran hermanos, así que al menos no tuvieron que soportar en soledad la inmensa desesperación que sufrieron por segunda vez porque estaban confiados de que por fin habían encontrado una familia, una madre y un padre que les querrían como si fueran sus propios hijos.
Ester y Luis llevaban cinco años casados en un matrimonio armonioso, respetuoso y unido, y aunque, sobre todo Ester, nunca habían sentido esa pasión loca de la que tanto se habla, pero sabían valorar su amor sólido e inquebrantable.
En un pueblo cercano a la capital, rodeado de montañas y verdes prados, construyeron su casa de una sola planta, respectando la arquitectura rural autóctona. Era el lugar que habían elegido para ver crecer a sus hijos, pero que la naturaleza les negó.
Luis se habría resignado, pero Esther entró en un estado de angustia y desesperación porque para ella la maternidad era el sentido supremo del ser mujer.
—Lo que más deseo es ser madre, Luis, ¡siento que tengo tanto que dar! Los niños son el sentido de la vida.
Y tras recabar mucha información, hablar con profesionales de los servicios sociales y leer innumerables testimonios, decidieron adoptar no solo un niño, sino dos, preferiblemente hermanos.
Y coincidieron: —Llenaran nuestro hogar con alegría y haremos todo lo posible para que olviden los traumas que han sufrido durante sus cortas vidas.
Tras un largo proceso institucional, por fin recibieron el certificado de idoneidad, que además incluía un examen psicológico exhaustivo, pero que en el caso de Ester no fue lo bastante meticuloso, como se demostraría más tarde.
Josu, de cuatro años, y su hermana Ainoa, de siete, cuyos padres biológicos habían perdido su custodia hace años, fueron los elegidos.
La ilusión de Ester y Luis, de su familia y amigos no tenía límites, todos ayudaron a transformar la casa en un acogedor nido con mil detalles para los pequeños. En el jardín Instalaron un columpio y un tobogán, una piscina desmontable y para completar el idilio compraron un perro con carácter de cordero, al que llamaron Bobo
Y así comenzó el largo periodo del «acogimiento pre adoptivo». El pequeño Josu se adoptó con facilidad, disfrutó rápidamente de una vida con mas colores y atenciones que en el orfanato.
Su hermana, en cambio, cargaba con los traumas de los últimos años, con los vagos recuerdos de su madre de pelo negro y que le llegaba hasta la cintura, del fracaso en su primer hogar, de las personas que nunca llegaron a ser su familia, del regreso al orfanato y a la disciplina de las monjas.
Era desconfiada, recelosa y casi sobreprotectora con su hermanito, aunque sin duda también disfrutaba de todas las comodidades de su nuevo hogar y se hizo inseparable amiga del perro. Con Luis se mostró más confiada que con Ester, que se sintió rechazada y decepcionada porque se esforzaba con tanto entusiasmo por ganarse el cariño de la pequeña Ainoa, que nunca le llamaba «mamá». Y comenzó a sentir unos celos absurdos.
Pero poco a poco, se instauró cierta normalidad, los niños fueron rápidamente aceptados por los compañeros del colegio e hicieron nuevos amigos.
— ¿Ester, qué te pasa?», preguntó Luis y observando a su mujer una noche cuando los niños estaban ya durmiendo.
—No sé, Luis,— respondió, —estoy muy cansada. El giro que ha dado nuestra vida ha sido tremendo. Soy feliz con los niños y los quiero mucho, sin embargo siento que mis fuerzas y mi resistencia están agotadas.
Y añadió: —Y me siento muy agobiada por la barrera impuesta por Ainoa. No se deja querer, me siento rechazada y no paro de preguntarme qué estoy haciendo mal.
— No estás haciendo nada mal, sólo necesitas relajarte y no forzarte por conseguir algo para lo que la niña todavía no está preparada. Y ya verás como poco a poco se te irá acercando. Quizás necesites despejarte un poco. Porque no vas a pasar un fin de semana con alguna de tus amigas en un parador o en un balneario? Te vendría bien. Además solo faltan ya pocas semanas para la última evaluación de la psicóloga, después podremos por fin solicitar la adopción definitiva. ¡Estoy deseando de que llegue el momento, para que todos podamos estar tranquilos!
Pero todo cambió.
Ester volvió diferente, se había enamorado. Había conocido a un hombre en el balneario, un ex sacerdote por cierto, y desde el primer encuentro surgió algo muy especial entre ellos. Su corazón latía muy de prisa cada vez que lo veía, y hacía oídos sordos a su voz interior que le advertía: «Aléjate de él, te traerá muchos problemas, no juegues con tus sentimientos, piensa en Luis, en los niños…». Este hombre le robó literalmente el corazón y durante la corta estancia en el balneario ambos sintieron una atracción casi dolorosa y con las peores consecuencias para ella.
Se debatía entre su familia y su nuevo amor, con el que se veía a menudo, entre su compromiso con Luis y su responsabilidad con los niños.
Al final la pasión ganó la batalla. Fácilmente.
No le importó que la gente la llamara egoísta, cruel, irresponsable, equivocada y mezquina. No le importaba el desprecio, no le importaba la desesperación de Luis, y casi se alegró de que la psicóloga concluyera en el siguiente examen que la integración de los niños aún no cumplía con los criterios deseados y que se prorrogaría el periodo de la pre adopción.
Ainoa, que tenía una sensibilidad muy desarrollada, notó muy bien que algo iba mal, volvió a sentir el peligro del abandono y a mojar la cama.
—Por favor, Ester, no nos abandones, los niños han depositado toda confianza y esperanza en nosotros. No merecen vivir más traumas y nuestra responsabilidad es enorme, no te das cuenta?
—Lo siento, Luis,— contestó ella con aplastante frialdad, —no puedo volver a mi antigua vida, he encontrado el verdadero amor, algo que nunca sentí contigo y lo siento muchísimo pero te dejo a ti y a los niños y me voy con él. ¡Quiero el divorcio!
Luis tuvo la sensación de estar ante un bloque de hielo.
—¿Y los niños? ¿Tienes el corazón tan frío que ni siquiera ellos te retienen, su dolor cuando te vas, otro abandono? ¿Fueron solo un capricho tuyo? ¿Un experimento para saber qué se siente al ser madre?
—Los niños estarán bien contigo y sin duda desde el principio fuiste tú su principal punto de referencia, yo nunca conecté con ellos como había esperado.
Todo intento de hacerla entrar en razón, de apelar a su compromiso ético y moral con estos niños, a su consciencia, a su responsabilidad hacia estas criaturas, nada , absolutamente nada le provocó ni un mínimo amago de tambaleo, de duda.
Hizo las maletas, se fui a vivir su amor y su pasión al lado del ex sacerdote.
Luis, destrozado, se enfrentó a un conflicto incapaz de resolverlo de otro modo.
Su elección era terrible y le perseguiría el resto de su vida.
Y con un ruido sordo, las pesadas puertas del orfanato volvieron a cerrarse tras Ainoa y Yosu.
ROBERTO MASSI
La elección
Se encontraron en el sitio de citas.
Estudiaron perfiles, investigaron en Facebook e Instagram sin éxito. Armaron cita.
Eliana llegó primero, la puntualidad era virtud, la ansiedad, condena. Esteban la encontró sentada junto a la ventana controlando de cerca los arribos. Dejó ver en la mirada, agradecía no mintiera las fotos, incluso en persona, le pareció más guapa. Cosquilló a su costado competidor el haber llegado último. Enérgico y confiado, acercó su rostro de mejilla helada en un saludo que, sonó como primer marca registrada.
Pidió un café chico, ella, un café con leche grande y dos medialunas.
Conversaron de cosas triviales. Rieron de hechos de actualidad. Ninguno habló más de media docena de palabras seguidas de sí mismo, por supuesto, tampoco preguntaron nada que incomodara. La charla fue amena, plagada de química, de miradas, de aroma a deseo., de miedos. Hora y media después, Esteban pagó la cuenta. Se miraron con ternura, al unísono expresaron lo bien que se habían sentido. Quedaron en verse otra vez, la semana próxima.
Se marcharon con la certeza que se habían gustado, que allí, había algo.
Los primeros dos días Eliana lo pasó mal. Sobreviviente de tres relaciones fallidas, para las mujeres de la familia, todas de un sólo hombre, era un fracaso. Para distraerse, programaba la segunda cita. Qué lugar elegiría. Qué se pondría. Qué bebería. Que contaría sobre ella y qué preguntaría.
Esteban fue a la oficina como de costumbre. Jueves estuvo ensimismado. Viernes se preparó para otra cita. Lo hacía a menudo, necesitaba sentirse ganador. Durante el baño pensó en Eliana, su rostro, sus manos, el busto que presumía generoso, tuvo una erección desacostumbrada. Acudió fastidioso al restó, al llegar, descubrió que la candidata, abusaba de los filtros en las fotos. Se escabulló silbando bajito, al regreso, proyectó en alguna pared la cara de Eliana. Trató de rebobinar la charla. Había un detalle que no recordaba bien, que no cerraba. La pizzería de paso estaba vacía, una copa de vino, dos fugazetas para mitigar hambre y soledad. Se preguntó si era justo tener que contar todo otra vez. ¿De qué servía documentar fracasos? ¿Quién mentiría primero? No era su fuerte confiar en la humanidad, aunque sus amigos lo llamaran campeón del intento. Volvió sobre lo que no podía recordar. No hubo caso, ya volverá, volverá o se lo llevará el viento.
Para Eliana esa semana tuvo diez días. Caminaba de aquí para allá nerviosa, armaba diálogos hipotéticos. Esa noche, soñó que el mejor sexo que había tenido nunca, tenía cara de Esteban. Despertó sudada preguntándose si sería prudente en la segunda cita.
Miércoles. El reloj arrollaba minutos como tren fuera de control. La ropa preparada sobre la cama. Restaba entrar al sitio, colocar lugar, hora y disfrutar lo que llegara.
Esteban bajó del bondi, el fútbol cinco con los muchachos había sido liviano. Tenía que afeitarse, entrar a la página.
Ella planchaba el vestido por segunda vez, cuando se le cruzó sopesar los últimos ocho años. Las preguntas subieron de a una por las escaleras del sótano: ¿Beberá? ¿Quiénes son sus amigos? ¿Tendrá deudas de juego? ¿Habrá golpeado alguna vez a una mujer?
Él visualizó el detalle que no recordaba: café chico contra café con dos medialunas.
¡En la primera cita! ¡De entrada, el doble, el triple que yo!
Los dos sentados en la computadora al mismo tiempo, luz apagada, los mismos gestos de desilusión en la cara, dieron de baja las cuentas.
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