Desconocido – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «desconocido». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 20 de julio!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO IN MEMORIAM

Según la R.A.E.
1.[persona] Que no es conocido.
«el nuevo maestro era desconocido de todos»
  1. 2.adjetivo[cosa] Que no es conocido. «Bartolomé Díaz, en su viaje por África, exploró más de 1250 millas de costa hasta entonces desconocida»
Cuando la Gran Madre Chisttt, propuso el tema, no sabía la que se le venía encima. Desconocido, así sin más, ni desconocido/a o desconocid@. Según algun@s de los participantes, acabamos de retroceder unos cuantos años en cuanto a inclusividad, según otros participantes así es la forma correcta. ¿Pero que opinará Bartolomé Díaz, que exploró a la África, que hasta entonces no había conocido varón, el muy pillastre? Creo que su opinión es la opinión de un desconocido.
PD. ¿Y de la Participante Anónima de estas dos últimas semanas, que pensáis, es desconocida o representante de smothie's de remolacha?

DAVID MERLÁN

EL CUADRO
Las sesiones de espiritismo resultaban cada vez más aburridas ya que, tras el frenesí inicial, se habían convertido en monótonas y repetitivas. La curiosidad por indagar en lo desconocido y misterioso del supuesto “más alla” había comenzado a decaer y perder intensidad. Sin embargo, en aquella ocasión sucedió algo que lo cambió todo. El día en el que James, invitado por el anfitrión del viejo caserón a orillas del pantano de Preston, se incorporó al grupo, algo maravilloso ocurrió.
Cuando todos el resto de los presentes, cinco invitados como él, se encontraban en éxtasis, el escéptico James asistió a unos hechos que lo dejaron estupefacto. El recién llegado iba ya a tirar la toalla y a romper a reír, burlándose de toda aquella situación, cuando la luz de la vela que se encontraba en medio de la mesa se apagó de repente. James buscó una explicación lógica.
Alguien o algo, una corriente de aire posiblemente, la habría apagado. Sin embargo, el hombre se quedó de piedra al quedarse a oscuras toda la estancia inmediatamente después. Mientras todos se preguntaban qué habría pasado, la luz de la vela se encendió de nuevo como por arte de magia. Su tenue luz iluminó la estancia y, para el horror de James, este se encontró solo sentando a la mesa.
La habitación estaba sucia, llena de polvo y aparecían telarañas por doquier.
James miró a su alrededor desconcertado. No entendía qué estaba pasando.
De pronto, la temperatura bajó tan bruscamente, que una ráfaga heladora le recorrió el espinazo de arriba a abajo y un escalofrío sacudió todo su cuerpo.
Repuesto del susto inicial, el hombre se levantó de la silla y se propuso buscar una explicación realista a lo que allí sucedía. Por un momento pensó que todo aquello tenía que ser obra del gran sentido del humor del que, desde siempre, había hecho gala Willian Horsire, su gran amigo y anfitrión aquella noche.
Unos instantes después, agarró el portavelas con cuidado de no apagar la luz para no volver a quedarse a oscuras. Tras un ligero tintineo de la llama que le hizo temer lo peor, puso la palma de su otra mano por delante a modo de escudo y decidió salir de la habitación.
Empujó con cuidado el picaporte y, tras un ligero crujido, la antigua y pesada puerta de madera se abrió.
La luz iluminó generosamente la entrada de la casa, también descuidada. Dos butacones y un tresillo se encontraban tapados por unas amarillentas, viejas y raídas sábanas, que alguna vez habían sido blancas. Miró hacia lo alto. Una escalera de grandes proporciones ascendía majestuosa hacia el piso de arriba y flanqueaban su ascenso diez cuadros igualmente tapados por sábanas. En realidad, todos menos el último, que se vislumbraba desde donde se encontraba, pero que no alcanzaba a ver con tanto detalle como para adivinar su temática. Todo aquel lugar le resultaba desconcertante y por veces, desconocido, como si nunca hubiese estada alli antes.
Intrigado por ello, James comenzó a ascender por las escaleras sin dejar de mirar hacia el cuadro. Los peldaños crujían a cada paso e, instintivamente, se agarró con la otra mano al pasamanos. Unos instantes después, se encontraba delante de él. Alzó un poco el portavelas para alumbrarlo mejor.
Lo que vio, lo perturbó aún más. El cuadro versaba sobre la habitación en la que acababa de estar. En él se reconoció a sí mismo, visto desde una perspectiva casi cenital, acompañado de otras cinco personas que creyó reconocer como sus anteriores acompañantes. Uno de ellos, sin duda, era su amigo Willian. Se fijó todavía mejor y, para su horror, se percató de que detrás de él, de pie, a su espalda, una sombra lo acechaba amenazante. Un presentimiento recorrió su cuerpo aterrorizado. Se giró muy despacio, sintiendo que aquella negra amenaza se encontraba detrás de él, pero para su alivio, al darse la vuelta no había nada y el hombre soltó un resoplido de alivio.
Todo aquello lo perturbó más de lo que podía soportar y decidió salir de aquella casa lo antes posible.
Bajó las escaleras con rapidez, sin llegar a saciar su curiosidad sobre lo que habría en el piso superior. Una vez en la puerta, apoyó el portavelas en la mesita que se encontraba en la entrada, también tapado con un pequeño lienzo, y recogió su sombrero y su abrigo. Abrió la puerta y, cuando se disponía a salir, una sombra enorme apareció ante sus ojos, impidiéndole salir. Aquella cosa lo miró fijamente a los ojos y él, hipnotizado por su mirada tenebrosa, se quedó absorto en ella.
—James, es la hora —escuchó con claridad en su cabeza.
—Lo sé. Por una extraña razón, lo sé —. contestó seguro de sus palabras.
— Vámonos, te están esperando.
—¿Quiénes?
— Los cinco, ¿quiénes si no?
James conocía aquella respuesta antes de escucharla y se echó a andar.
—¿Tardaremos mucho en llegar? —preguntó con curiosidad.
—En absoluto —. volvió a escuchar en su cabeza.
La puerta del caserón se cerró a su espalda.
Un cuadro de la escalera se descubrió.
¿Cual era la temática de ese nuevo cuadro?
Quién sabe… Para descubrirlo, tendrás que entrar en el viejo caserón junto a la orilla del pantano de Preston.
FIN

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Desconocido en estos momentos eres ya que el terrible incendio que deboro tu casa y disfiguro tu rostro te dejo sin personalidad.
El fuego respetó tu cuerpo varonil, ojos y voz. Pero nadie te conocía. Ahora bien tu fortaleza ante el infierno vivido te lleno de luz…
Tuviste que llevar sin haber covid mascarilla, gorra y una correa en el cuello de piel aterciopelada.
Desconocido eras caminando en la tierra de todos.
Esperanzado me buscabas…
En nuestra niñez tu y yo compartimos vecindad y amistad.
En el coro de la iglesia tu voz destacaba por encima de todas las demás.
Tanto era así que la bóveda del cielo al escucharte se abría de par en par pera dejar salir a los ángeles a escuchar tu canto blanco… Llamaste a mi puerta y solo escuchar tu voz, supe que eras mi amigo del alma.
Mi energía humanitaria luchará para que el mundo vuelva a reconocer la que fuiste…

DIL DARAH

Des Conocidae Anima
Al ponerle nombre al cielo, también inicié la contemplación del vaivén de sus nubes, la incesante metamorfosis de sus colores; tuve que escuchar sus truenos, o tratar de comprender los silencios, y quise inmensamente entender su extensión, o cómo hace para envolvernos hasta el más allá, pero el cielo envanecía de universo a otro y entre universos se sucedían vacíos espacios que absorben hasta las lágrimas sin verter, más me desintegré de tal manera que al final del nombre del cielo olvidé mi propio nombre.
Con esa amnesia entre las manos, colapsé a la orilla del siguiente desastre cercano, porque no había otro lugar, ni sentaban mal sus iridiscentes olas circundando a mis rodillas derrotadas, o los frágiles murmullos a mis ideas desvanecidas: ¿alas de vuelos abatidos antes de consumirse el tiempo de los tiempos o después de comenzar el mío?; me sumergió la falta de identidad donde la gravedad nacía corales y me dijo que su nombre era mar, pero yo desconocía ya por completo la acepción de lo que quiera que fuese un nombre, más los corales intentaban abrirse paso entre mis costillas, y dolía a desgarrar…
Evadiendo la agónica confusión a través de un diminuto túnel oscuro, metafísico para mí y metacarpiano para los que aún recordaban sus conclusiones condicionales: llegué a lo más profundo de la tierra, a un origen que no reclamaba más que mi continuidad; compuse una nueva criatura, simple y simbiótica de su barro y la obligué a elevar la conciencia para volver a contemplarse, en cualquier espacio y de cualquier manera, cual alma que no necesita la cueva, el mar o, siquiera, un nombre para existir.
NA: He probado las frases extensas, en honor a mi estimada, querida Loli Bel-bel, que lee a Proust en original en estos momentos, y he usado términos clave de los escritos de Carles B., cuyas observaciones literarias también me resultan fascinantes. Respeto en ambos la capacidad de retratar el mismo sentimiento de mil y una maneras y aplaudo que hayan optado por el amor, el único que lleva a la creación del alma.
Deseo un buen y agradable domingo a todo el grupo de escritura creativa, y ¡viento literario en popa!

MARÍA RUBIO OCHOA

Desconocía el regalo de poder pasar el verano en la tierra donde nací y me crie. Mi pequeño pueblo rodeado de montañas. El destino era ir a lugares desconocidos a ganarse el pan.
Ahora al volver a ver las montañas, los prados verdes, el monte, ver sus rincones, las sendas olvidadas sin motivo, el agua de las fuentes, el aire puro. La vida a cambiado pero sigue su esencia. Desconocía que ahora lo pudiera valorar tanto, que me diera paz, sosiego,esa tranquilidad tan ansiada. No lo desconocía pero ahora lo aprecio, lo valoro, me parece un regalo de la vida. Dormir en verano con la ventana cerrada, ponerse a la sombra y no sentir calor.
Desconocido y apreciado el sentir.

MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ

NO ME RECONOZCO
Son muy desconocidas para mí, las emociones sentidas, la violencia de tus besos, la brutalidad del sexo bajo la ducha… Espero que revientes, antes o después te haré daño.
Aquel día me quitabas la camisa a tirones, y yo, mientras tanto, soñando libertad, deseando que el anochecer se hiciera alborada, lo deseaba… Te hubiese arrancado la cabeza, descuartizado, matado a pellizcos… Pero me hiciste sentir, llorar, desearte… No te puedes imaginar cuanto me pones, morena. ¿A quién se le ocurre enamorarse de un psicópata?
Y te agachabas… Y estirabas de los pantalones y me comías bajo el chorro de agua. Era el momento perfecto, la sangre correría por el desagüe; menos que limpiar. En pleno éxtasis soñaba arrancarte la piel a tiras, pero me amaste. Mordisqueaste la entrepierna. Tuve que cerrar los puños y levantar las manos con la intención de golpearte. Tú no te enteraste de nada.
Me arrepiento de no haberlo hecho, ahora soy tu presa. Estoy a punto de morir, atado a las cuatro patas de la cama… Me cuesta respirar, la bolsa en mi cabeza lo impide. Noto tu ansia, la caricia en mi pecho, la puñalada traicionera…

FÉLIX MELÉNDEZ

Frente contra frente, a tres palmos de distancia, hay dos caras; como si no hubiera nada, bastante juntas al parecer. Una prima y una cuñada. Ni se miran, ni se ven, ni se dicen nada.
Dos cuerpos agarrados a una barra. Tres, cuatro, hasta quince personas juntas unas con otras, algunas de pie y otras sentadas. Sin hablar absolutamente de nada, sin dirigirse una palabra, desconocidos de a diario. Completamente cada cual en su mundo con sus problemas, tal vez una perdida mirada, esperando que pase el tiempo, una sonrisa desafiante, forzada, que no llega a ningún lado, sin contestación.
Siempre estamos delante de desconocidos, en una clase, en el super, en el cine, en el médico. Con un ratito que estemos juntos ya es suficiente para contarnos algunas veces la vida. Hay situaciones donde se habla más claro con un desconocido, que con alguien familiar.
Todos parecemos tener prisa y salimos corriendo cuando la puerta del metro recibe la orden de apertura, de salida, se abre cual redil a la deriva. Salimos como borregos rápidos dejándonos parte de nuestras vidas allá donde estuvimos serios y callados.
Desconocido soy yo frente a mí, cada mañana despierto ante mi propia indiferencia. La intención de vivir, la apariencia, esa extraña costumbre que nos mantiene aquí.
la intención de regalar la sonrisa mejor vestida, ser amable con cualquiera, al momento se me olvida después de observar sus maneras. Es un acto reflejo de cualquiera.
Desconocido eres tú ante mí, aún sabiendo tu nombre y apellidos, te miro, te observo; pero no dices ni tan siquiera, buenos días. Con tus ojos grandes también me miras e ignoras, cambiando la mirada al infinito. Volviendo la cara.
Sales a la luz de la calle y hay tantas caras extrañas, cada cual con su cuerpo y sus características: más altos, bajos, gordos y flacos, feas y guapas. Todos los desconocidos andando cada día, calle arriba, la misma calle del olvido de nuevo.
Cada cual con sus rasgos y todos vamos corriendo por el mismo lugar, en la misma dirección. Así se nos pasa la vida corriendo sin contemplaciones.
Éste me recuerda a Pedro, aquel se parece a Vicente, todos son iguales y diferentes. Un ejército de desconocidos patrullando la ciudad, al lado mío, codo con codo, rozándome al pasar, llenando plazas, calles, parques y avenidas, esperando el semáforo que les indica su falta de libertad.
Un abismo de ojos observadores, desconocidos vigilantes mirando a los demás desafiantes, manteniendo las distancias, la prudencia que nos han enseñado y obligado.
Yo, que hasta para mí soy algunas veces un completo desconocido, pretendo conocerte, juzgarte a ti, intento descubrir tus mentiras, tus acciones y enterarme cada día de tu vida y amoríos. Para contarlo a los demás.
En este tránsito de vida en constante cambio, siempre seré para mí mismo un completo desconocido.
Sólo tengo que mirarme en cualquier espejo y recordar quién he sido, quién soy y seré.
Una desconocida llegó a mi vida ayer y la transformó completamente y es lo mejor que me ha pasado. Otro desconocido es hoy mi mejor amigo. Entre desconocidos vivo conociendo gente. Y desconociendo los conocidos imprudentes.
Desconocidos se vuelven los hermanos cuando ya han muerto sus padres y se han repartido cuanto había. Desconocidos son los hijos cuando se han ido.
Conocernos es lo mejor que tiene el ser vivo. Conocernos y compartirnos. La capacidad de conexión. La seguridad al convivir. Necesitamos empatizar para una buena relación, descubrir de los demás su mundo, su parte buena y olvidar las penas y tanta tontería que nos atormenta cada día.
Después de todo, sólo somos desconocidos hasta hablar con la gente.

BENEDICTO PALACIOS

Querida Edwige.
¡Cuánto tiempo! Fue en estos días, el 14 exactamente, porque eras muy francesa. Había que despertar con la bandera en el balcón y allí la encontré cuando llamé a tu puerta para llevarte a la estación de tren. Detestabas las despedidas, dijiste, y refunfuñaste en un francés que no logré entender. «No sé cómo voy a decirte las cosas. No quiero verte.» Accediste a seguirme de malísima gana.
La cola para sacar billete era kilométrica y te pusiste nerviosa. Menos, y tu rostro pasó de serio a complaciente, cuando te entregué el que una hora antes había conseguido para ti.
El tren, lo habitual entonces, llegó con veinte minutos de retraso. Apenas hablamos. Nos lo habíamos dicho todo la noche anterior. Que no podrías olvidarme, que sentías una enorme tristeza, que nadie hasta entonces te había roto el corazón. Yo debí decirte algo parecido.
Subiste los tres peldaños del vagón y yo te entregué la maleta. La dejaste sobre el asiento y bajaste de nuevo al andén. Te echaste a mis brazos sin que lograras controlar las lágrimas. «Te quiero.» Desde la ventanilla me dijiste adiós con la mano.
A la semana recibí una carta tuya. Me proponías matrimonio. No te contesté. Te las apañaste para llamarme por teléfono y la conversación fue breve. Tú querías seguir y yo no.
Volviste a escribirme una semana antes de tu boda con Jean Marc. «Le quiero, pero si vinieras tú, rompería lo acordado. Es seguro que mis padres me desheredarían. Desheredarte por amor suena bien»
Diez años después volvimos a encontrarnos en unas conferencias. Te besé y abracé. Debí decir gracioso, porque reías a placer. Recordamos un viaje en barca por el río. «Estás desconocido, fue tu comentario.» Luego nuestros caminos se separaron definitivamente.
Creo que ha sido una consecuencia del calor de estos días, de la misma calorina de aquella mañana en la que arrancando el tren te lanzaste a mis brazos. Conservaba de ti un recuerdo borroso, pero hoy has aparecido en mi retina gloriosa, divina, sonriente, dulce, desconocida.
Lo he pensado. Son vísperas de la fiesta nacional francesa. A lo mejor tienes un recuerdo para mí. ¿Por qué no pincharía el maldito tren y se escacharraría? Unos días más en aquellas fechas hubieran sido suficientes para cambiar el rumbo. Luego las distancias arruinaron los sentimientos al completo. Con el tiempo los amores languidecen. ¡Hemos cambiado tanto!
Nos vamos haciendo mayores, pero yo te veo al presente como eras, y es el motivo de esta carta: veo que tus ojos no han perdido la viveza, que tu voz no se ha quebrado todavía, que en uno de tus dedos lucirá el anillo que te regalé y que estarás a punto de ser abuela.
Frente a la creencia general de que el tiempo vuela, para ti, en lo que corra de mi cuenta, haré lo imposible por detenerlo. Ese es mi recuerdo y mi regalo.
No espero tu respuesta, y no me digas, si te decides a escribirme que estoy desconocido.
Por el amor antiguo.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

El silencio sólo pensaba en la paz y armonía que le aporta su esencia, mientras el ruido trabaja en aras de alimentar el bullicio. Pero el actor que más miedo e incertidumbre creaba era desconocido, por ser algo nuevo e inexplorado.
Silencio.
Atraigo al sosiego y a la quietud tan necesarias para encontrar la calma y el equilibrio.
Ruido.
Siempre fuiste muy sumiso, ya sabes el dicho » quien calla, otorga». Y tú siempre callas, por lo tanto siempre harás lo que otros quieren.
Yo en cambio, cada vez gano más terreno, el día a día de la mayor parte de las especies viven escuchándome en todas partes. Soy parte de sus vidas, unos me quieren, otros me odian, pero conviven conmigo, hablan de mí, siempre estoy en sus mentes…
Silencio.
¡Cállate ya! Perturbas mi paz interior. Siempre serás mi antónimo, y por ende mi enemigo.
Desconocido.
Siento interrumpir vuestra conversación estúpida. Los dos sois la cara y la cruz, el día y la noche, pero yo tengo una cualidad que vosotros jamás tendréis. El miedo infundido, la incertidumbre que creo, un estado nuevo que por ser novedad atormenta a la mayoría.
El silencio observa timorato al ruido, el cual sigue su estado alocado, mientras el desconocido interrumpe continuamente a ambos.
Silencio.
Al final yo siempre gano y mi aliado es la muerte, cuando nos fusionamos somos la paz eterna.
Ruido.
No creas que eres ni principio ni final. Yo soy aliado del infierno, en aras de conseguir perturbar las almas incluso después de la muerte.
Desconocido.
En cambio yo, soy aliado de ambos. El futuro es mi hermano y no está escrito…
Fin.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

DESCONOCIDOS…, PERO MENOS
Una vez leí que las personas anónimas que aparecen en nuestros sueños existen en la vida real. Me explico. Tu escenario onírico, por poner un ejemplo, es una calle cualquiera, por la que caminas en pelota picada, cruzándote con un montón de gente, que no has visto en tu vida, a la que tu desnudez se la trae floja. Pese a que eres muy progre, estás de vuelta de casi todo y orgulloso de tus michelines, te sientes algo incómodo y pagarías lo que te pidieran por una hoja de parra. De repente aparece tu padre —a este sí lo identificas y lleva una cara de mala leche que acojona—, y sin decir ni pío te despierta con un par de hostias. Pues bien, toda esa colección de extras desconocidos que salían en tu sueño parece que sí existen en la vida real y se han cruzado contigo en algún momento de tu existencia sin que les prestaras atención.
La cosa funciona más o menos así. Mientras andas a lo tuyo, la rutina diaria, en modo automático, tu cerebro, que va por libre, está haciendo un casting: la rubia parada frente al escaparate de la zapatería, el chaval que viene a toda leche por el carril bici, el farmacéutico de Almendralejo que te vendió los ansiolíticos, porque te los habías dejado en Zaragoza… Todo ese material lo archiva en alguna parte y luego, cuando estás metido hasta el cuello en la fase REM, lo pone a tu disposición para que te montes la película. Por eso en la mayoría de nuestros sueños, el 90 % de los intervinientes son figurantes desconocidos. Tiene su lógica. Ya cómo emplees esos recursos es cosa tuya, depende de cómo gestiones tus neuras, tus vicios y cómo andes de imaginación. En esa faceta, a los cuentistas se nos va mucho la mano.
Pasa con frecuencia que estamos tan encantados con nuestra ensoñación, que despertamos, excitados porque allí hay materia para una historia, pero una de las buenas, de premio Planeta para arriba. Nos tiramos de la cama, damos bandazos por el pasillo hasta el escritorio y ponemos sobre un papel hasta el último detalle de lo que recordamos, ahora que aún está caliente la escena. Luego, igualmente a trompazo limpio, desandamos el camino hasta el catre, con la vana esperanza de recuperar la novela en el mismo punto donde quedó. A la mañana siguiente no recuerdas absolutamente nada del puto sueño, pero como lo pusiste por escrito estás tranquilo. ¡Hostias se van a dar las editoriales por publicarlo! Después de la ducha, las tostadas y el café, vas al escritorio, recuperas tus notas, dispuesto a comenzar tu viaje hacia la gloria, y lees:
«Una rubia en tetas se está dando una ducha y me hace un guiño para que la acompañe. De la nada aparece un chaval en bici, con una enorme mochila de GLOVO a la espalda. Dentro va un señor de Almendralejo, en pañales, que me pide un trankimazin. Busco al tipo de la bicicleta y lo veo dentro de la ducha, con la rubia. Cierran la cortinilla. Me meto un dedo por el culo y canto La Marsellesa. Entra al galope un caballo, que tiene la cara de mi tío Anselmo, y se caga en la moqueta».
La evidencia no es solo que te has quedado sin el Planeta, sino que tu sueño está lleno de desconocidos…, pero menos; eres un fanático del cine de Buñuel y debes buscar ayuda profesional con lo de tu tío Anselmo.
Pero hay algo más perturbador. Si esta teoría del casting cerebral es cierta, seguramente tú también serás el desconocido figurante en los sueños de otros, te harán actuar en sus fabulaciones y a saber qué papeles te tocará representar. Que no te pase nada. Con la de pervertidos que hay por el mundo. No quiero ni pensarlo.

RAQUEL LÓPEZ

Noches eternas
que se funden en un beso
mientras en la memoria
se acerca el olvido
firme y voraz,
acecha el miedo.
Siento tu respiración
el silencio te llama
y rozando mi piel despiertas,
mi corazón dormido,
con la avidez
despojando mi alma
absorta y temblando
ante lo desconocido.
Alas negras que me abrazan
mientras el mundo duerme
mientras siento la mordaza,
del fantasma de la muerte…

LEO MEMPHIS GUTIÉRREZ

MUERTE, SANGRE Y CENIZAS.
Experimentar con la muerte se convirtió en un hábito ineludible. Sufrir las consecuencias, para ellos, un hecho consumado…
Menudo y desconocido risotto de ideas solía fraguar en mi cabeza antes de acicalarme frente al espejo, y comprobar de reojo, el aliento, la inexistencia, la imposibilidad de esfumarse tan rápido como le fuese posible… Pero una técnica bien desarrollada e impoluta de imperfecciones, llevada a cabo desde la infancia hasta ahora, en la maduración del tiempo y mis actos violentos, mantenía a la víctima, inmóvil, y esbozada contra el suelo. Qué le den por el culo a Picasso, ya le hubiera gustado saber de mi existencia e inspirarse en mis retratos.
Suelo desangrarlos con esmero y paciencia. En tres días los tengo listos, pero como decía al principio, el risotto de ideas me hace parecer un desconocido. Y es que el maquiavelismo que poseo en ocasiones refleja el padre de familia piadoso que ansía liberarlo, y en otras parezco Edvard Munch con su expresionismo angustioso.
A la vejez, viruelas… Desconocido, cambiante y erudito de mi arte popular entre los de mi clase, ya no sé quién soy. Por si acaso, que os den por el culo a todos, tarde o temprano acabaré mi obra y os mataré a todos…

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

EL RETRO-VISOR
¿Y tú a qué te dedicas exactamente?
Jennifer apenas había prestado la más mínima atención a la cuestión que se le planteaba, ensimismada tratando de sacarse el trozo de lechuga que tenía encajado entre dos muelas. De poco le estaban sirviendo sus grandes habilidades con la lengua, algo de lo que habitualmente solía presumir. La lechuga se le resistía mientras ella seguía, erre que erre, en su encarnizada batalla por extraer el fragmento vegetal, al tiempo que trataba de disimular en la medida de lo posible la incesante actividad bucal.
La muchacha, ¿cómo lo diríamos? era algo indescriptible, un verdadero cromo. Aquella noche se había cebado con el colorete, aplicado en cantidades industriales. Sin cálculo. Los pegotes de rimmel que soportaban sus pestañas rozarían los cincuenta gramos por unidad. Por último, un maquillaje negro absoluto enmarcaba sus ojos, oscuros como boca de lobo, como axila de grillo africano, como callejón sin salida. En definitiva, su rostro era gótico, pero de un gótico tardío. Una verdadera pena esconder aquellos dos preciosos y enormes ojos que brillaban por sí mismos, irradiando esa luz característica que da la juventud.
El que se hallaba frente a ella era Evaristo, improvisado y hasta entonces desconocido pretendiente, más atento al llamativo escote de la criatura que a saber realmente a qué se dedicaba. Desde el momento en que ambos se sentaron frente a frente, aquellos ojillos, agazapados tras unas llamativas gafas de culo de vaso, no habían parado de escrutar el generoso canalete de la chica, un desfiladero infinito y profundo que discurría entre dos generosas montañas de carne arropadas por un minúsculo top de lentejuelas azulfosforito. Todo en ella era minúsculo: el top, la falda y la inteligencia, recogida sobre su cabeza en forma de moño.
El conjunto que lucía Evaristo también era digno de aplauso. Chaqueta de cuadros oriunda de los años setenta, corbata ancha de nudo gordo, procedente de la misma década, y pantalón ligeramente acampanado. Además de un bigote amplio y generoso acompañado de sus correspondientes patillas de anchura acorde. Todo ello regado a conciencia por un perfume clásico que, según prometía la publicidad, era lo mejor para las distancias cortas. Evaristo era un dandy de otro tiempo que pervivía, totalmente desubicado, en aquella época. A pesar de su edad, la experiencia que había acumulado a lo largo de su vida era poca, más bien tirando a escasa. A sus cuarenta y cinco años, seguía viviendo con una madre cuyos consejos e indicaciones seguía a pie juntillas:
— Algún día yo faltaré. ¿Y qué va a ser entonces de ti, alma de cántaro? Búscate una muchacha que sea buena, limpia, trabajadora y educada.
Y en esas se encontraba Evaristo, rascándose la cabeza al tiempo que se preguntaba si la chica que tenía enfrente reunía alguna de esas características que su madre le había recetado.
Jennifer y Evaristo. Cualquier intento de cuadrar aquellos dos nombres estaba abocado irremediablemente al fracaso. Solo con imaginar la invitación de boda, el cachondeo estaba garantizado. Pero el destino es caprichoso, y la ruleta de la vida había movido los hilos para que aquella noche colisionasen los dos en busca (y captura) del amor. Aunque siendo exactos, más que el azar había sido la publicidad encontrada en los buzones la causante de aquel desaguisado. La tarjeta de visita anunciaba, con poca sutileza e ingenio, la actividad de la agencia:
CARMEN-CITAS
Especialista en cítricos
Encuentro tu media naranja, allá donde esté.
Y así era como habían acabado esas dos mitades de naranja, en una sala de fiestas de medio pelo situada en un polígono industrial próximo al aeropuertofrecuentada por parejas disfuncionales, donde eran habituales las actuaciones de bailarinas, magos, ventrílocuos y humoristas de tres al cuarto. Un ecosistema en el que confluían todo tipo de especímenes que, cualquier lo diría, podría ser caldo de cultivo para que brotase el amor.
Mientras la damisela continuaba con el trance de la lechuga, el camarero hizo acto de aparición con la sana intención de tomar la comanda de los segundos platos. Él pidió un solomillo a la pimienta con verduritas de la huerta, regado con el mejor Rioja que el local se podía permitir. Ella, de gustos menos sofisticados, optó por el clásico filete empanado con patatas acompañado de su segundo Red Bull.
Antes de que llegase la comida, ella se disculpó, indicando que debía ir al excusado, a empolvarse la cara (y de camino, sacarse la maldita lechuga de la muela). Evaristo la observó con sorpresa:
— A empolvarse al excusado, dice. ¡No ha visto películas esta! – Pensó para sus adentros.
— Sí, claro. Por supuesto, cariño. Aquí te estaré esperando – contestó falsamente Evaristo.
Una vez la hubo perdido de vista, aprovechó también para dirigirse al servicio, con el objetivo de echar una generosa meada y adecentarse un poco. Desalojadas las aguas, y tras lavarse las manos, sacó del bolsillito interior de su chaqueta un peine que siempre llevaba para la ocasión. Con la destreza de un prestidigitador, recolocó el escaso mechón que le quedaba sobre la cabeza, compuesto por un puñado de largos pelos a modo de cuerdas de guitarra, intentando disimular sin éxito su más que evidente alopecia. Sin ser consciente de que se le veía el cartón, en su imaginación seguía manteniendo la ilusión de que ese peine podía efectuar la magia del camuflaje capilar y la gente no notaria nada. Pobre iluso.
Mientras tanto, en el servicio de señoras, la princesita de barrio abría su bolso y comenzaba el despliegue de utensilios y herramientas clásicas que no pueden faltar en dicho accesorio femenino. Bolso que, en honor a la verdad, se debería denominar alforja. Cepillo, compresas, condones por si acaso, pinturas de cara, pinturas de labios, más pinturas de uso indeterminado, el cargador del móvil… incluso la caja del paquete de Donuts que se había zampado antes de llegar y que guardó en el bolso al no encontrar ninguna papelera.
De repente, se miró al espejo, y se derrumbó por un momento. ¿Cómo había acabado así una chica de su categoría y de su clase? ¿Tan desesperada estaba? Inmediatamente encontró respuesta a sus dudas. Sí, lo estaba. Desesperadamente atraída por él. No sabía cómo explicarlo, pero esa noche había comenzado a sentir un deseo irrefrenable por ese hombre. Tenía la extraña impresión de conocerlo desde siempre, y eso era algo que no lograba entender.
Tras recomponerse, regresó a la mesa, comprobando con alivio que el apuesto caballero español dispuesto a conquistarla aquella noche permanecía sentado en su sitio. Por un momento había llegado a pensar que su cita iba a salir huyendo y que al volver del servicio la mesa estaría vacía. Pero no, todo seguía tal y como lo había dejado. Los segundos platos llegaron, y, tras una sonrisa ingenua y cómplice, comenzaron a degustarlos, mientras se miraban a los ojos sin hablar, como dos tórtolos silvestres.
De repente, todo se detuvo bruscamente. Al ritmo de un sonido punzante y repetitivo, semejante a la alarma de un despertador, comenzaron a aparecer una serie de mensajes de color rojo intermitente. La intensidad fue subiendo y finalmente una luz blanca y cegadora lo iluminó todo. Sabían que el tiempo había terminado.
Lisa y Tom salieron de sus respectivas cabinas. Al principio, tenían serias dudas sobre si aquello iba a funcionar. Su relación llevaba demasiado tiempo congelada y pensaron que la nueva experiencia sería una excelente forma de reactivar la llama.
Corría el año 2059 y la retrovisión causaba furor. Los videojuegos hiperrealistas de realidad virtual en primera persona habían vuelto a poner de moda el estilo retrode finales del siglo XX. Se ofrecía un amplio catálogo de avatares con miles de complementos a elegir. No faltaba un solo detalle. A él le ponían las chonis peliteñidas de minifalda y curvas neumáticas. A ella siempre le habían fascinado los años setenta y los machos de esa época, rancios, con olor a tabaco y colonia espesa, con bigote y pelo en pecho. Una vez dentro de la cabina, el sistema los integraba totalmente con sus personajes y pasaban a ser dos desconocidos.
Tras una breve pausa, suspiraron y se miraron fijamente, dejando escapar una sonrisa cómplice. Ambos sabían que todavía faltaba lo mejor. Entraron de nuevo a sus cabinas de retrovisión, añadieron más crédito y decidieron continuar la partida hasta el final.

EFRAÍN DÍAZ

¿ De cuanto tiempo se precisa para consumar una venganza?
El necesario.
Al tiempo que los días fluían, una extraña sorpresa se presentó en el camino de Marta, tejiendo un enigma en su rutina. Al ingresar a su oficina, un espléndido arreglo floral aguardaba sobre su escritorio, un tributo a la belleza que cautivó su atención. Una exquisita maceta de cerámica albergaba una sinfonía de rosas, claveles, gladiolas y anturios, danzando entre el verdor de sus hojas. La intriga se entrelazaba con la admiración en el ambiente. ¿Qué razón justificaba tan magnífico obsequio? No era su cumpleaños ni ninguna fecha especial que justificara semejante manifestación de atención. Sus compañeras de trabajo, ocultando envidias, le dirigían sonrisas cargadas de curiosidad.
Intrigada, Marta tomó entre sus manos la tarjeta adjunta al arreglo floral, con la esperanza de desvelar su origen. Las palabras en ella impresas decían: «Muchas felicidades, cariño. Esta será la primera de muchas sorpresas. Atentamente…». La confusión se apoderó de su ser, al no encontrar en su mente el nombre del remitente. Con apresuramiento y una mezcla de emociones, Marta decidió llamar a su esposo, Andrés. Al otro lado de la línea, la sorpresa de Andrés fue evidente al escuchar el agradecimiento de Marta. Sin embargo, la desconcertó al afirmar que él no había enviado ningún arreglo floral.
La incertidumbre se adueñó de sus pensamientos, tejiendo hilos de sospecha en la mente de Andrés. ¿Sería posible que Marta tuviera un amante secreto, emergiendo desde las sombras del anonimato? ¿O acaso sería un admirador enigmático, anhelante de obtener algo más que la simple admiración de Marta? La semilla de los celos germinó en el corazón de Andrés, envolviéndolo en una capa de desconfianza. En tono dubitativo, le preguntó a Marta si había algo o alguien por quien debiera preocuparse.
Mientras tanto, en algún rincón distante de la ciudad, Mario reía con maligna satisfacción. Su imaginación se deleitaba ante el panorama que se avecinaba, visualizando las caras de desconcierto y angustia en Marta y Andrés. Divertido, se imaginaba a Andrés reprochando a Marta, alimentando la llama de un amante imaginario, un ser inexistente que generaba discordia y dudas en su relación. Marta y Andrés, en su inocencia, desconocían los turbulentos acontecimientos que les esperaban en las semanas venideras.
El sentimiento de injusticia que había sufrido durante dos décadas se regocijaba en el corazón de Mario, quien no vacilaba en su plan de venganza. Marta, con su desdén y humillaciones del pasado, había herido profundamente su alma, y ahora, tras años de espera, era el momento propicio para que ella probara la amargura que él había soportado durante tanto tiempo. No le importaba desestabilizar un matrimonio feliz y apacible, pues su sed de justicia superaba cualquier consideración ética o moral.
Con cada risa que resonaba en su ser, Mario se recreaba en la anticipación de las reacciones de Marta y Andrés, saboreando la confrontación que se avecinaba. Durante veinte años había esperado el momento adecuado, cuando las circunstancias se alinearan para que Marta experimentara el mismo sufrimiento que él padeció. Ahora, mientras Marta se sumergía en las aguas apacibles de la felicidad, desconocía que estas mismas aguas serían su perdición.
Tras una espera larga y dolorosa, la venganza de Mario se iniciaba, y nada ni nadie podría detenerlo. Veinte años de sufrimiento y de espera habían preparado el terreno para este momento, y estaba decidido a llevar su plan hasta el final, sin importar las consecuencias para aquellos involucrados. La venganza, para Mario, era el único medio para equilibrar el pasado y obtener la satisfacción anhelada.

PATXI GONZÁLEZ

Esa mañana Clara propuso a Juan ir al campo para recoger manzanilla silvestre. Quería hacer con ella una pomada curativa con una fórmula ancestral que le había facilitado Susana, la vecina del segundo, echadora de cartas y fabricante casera de ungüentos en la que ella tenía una fe inquebrantable. En el trayecto parloteó sobre las propiedades de algunos vegetales y acerca del futuro inmediato de ámbos que auguraba grandes cambios. Al mismo tiempo oteaba inocente los campos contiguos esperando encontrar a primer golpe de vista las plantas milagrosas. Espera! dijo de pronto… para! pero para…!! Juan, como impulsado por un resorte, hincó el freno hasta la alfombrilla, arrancando música desgarradora de debajo de las ruedas. El coche bandeó de un lado a otro de la carretera perdiendo la compostura y, tras abandonar la carretera, se precipitó ladera abajo dando vueltas de campana, hasta empotrarse en el único árbol que vigilaba la escena. Primero, silencio. Luego una luz que cegaba la vista, acompañada de nubes e imágenes que le acariciaban las mejillas a gran velocidad. Después la calma y el bienestar absolutos. Paz. A Juan no le asustó la circunstancia de no sentir dolor alguno, más bien la caricia de una brisa de colores perfumada que se colaba por las ventanillas destrozadas. Se miró las manos. No parecían tales. Estaban encendidas con llamas que no quemaban, y pudo ver el paisaje a través de ellas. Giró el retrovisor hacia sí, desbaratado de su posición por la inercia, esperando encontrar sangre o heridas. Sin embargo el espejo no obedeció a las leyes de la física devolviendo la imagen de un asiento vacío. Clara aguantaba inconsciente a su lado, y sin siquiera tocarla supo que aún vivía. Intentó zarandearla gritando su nombre, asustado, pero sus brazos atravesaron la carne sin efecto alguno. Tenía un fuerte golpe en la cabeza, de donde manaba un hilillo de sangre sobre una zona ya amoratada. Ella seguiría aquí, pero él se adentraba de pronto en una nueva realidad, en un Universo totalmente desconocido…

HAROLD PADILLA

Asentando el hocico en la acera, Bruno cierra los ojos, saliva, suspira y simula dormir. Su pelo hirsuto y el bigote cano develan sus años y lo hacen indiferente a cualquier extraño. Él siempre está alerta, siempre que no haga paseos noctámbulos que lo dejen desvelado. Aunque la atención que tenía para cuando aún vivía su amo, un hombre anciano de corazón liviano, se ha desgastado y ahora el cansancio lo adormece más pronto. Y es que Bruno ya no es el mismo cachorro de antaño; sin embargo, en sueños juega a serlo y corre tras su amo, – que más que un amo fue un hermano-, jadea, mueve la cola, lo espera y levanta la pata dándole unos cinco con pezuña.
El mundo externo no nota la presencia de Bruno, pues cada ser vivo está embebido en su propia vida. Los pasos pasan por la acera, unos a prisa, otros lerdos, con un «noc, noc» de tacón, algunos sigilosos, o con el «sss, sss» de zapatilla arrastrada. Estas pisadas acompasadas hacen melodía en el día soleado y adormilado de Bruno.
De pronto la melodía y el sueño es interrumpida por un carro parlante y se despierta de un brinco… Es el camión de la basura que obliga a las gentes a dejar en la calle bolsas con sorpresas para Bruno.
Bruno agudiza el olfato y corre hacia una bolsa, pero desde una ventana una mujer de rulos y bata lo riñe. Bruno agacha la cabeza, baja la cola e inútilmente intenta endulzar los ojos. A paso lento regresa acongojado, las tripas le rugen, pero él solo vuelve a su vereda para devolverse a esos sueños corriendo entre la arboleda.
El sol se ha ido y la lluvia ha llegado con gotas que resbalan de paraguas oscuros y en medio de la niebla formada del agua que choca con una calzada acalorada, se abren paso los faros amarillos de una furgoneta que carga una mudanza de nuevos vecinos, de ella bajan a prisa unos padres preocupados por dar refugio a sus niños.
La lluvia no cesará de repente, eso es lo que Bruno sabe de los días intensamente soleados. Se sienta para no mojarse más las motas y abre bien los ojos redondos, con desconfianza, cuando un hombre desconocido se le acerca con cariño.
Bruno ladra al extraño, el foráneo baja la mirada y los segundos son decisivos. Bruno se calma, inclina la cabeza de costado y lo mira confundido, el desconocido es el nuevo vecino que la lluvia ha traído. Ya presentados, el hombre le enseña a Bruno la bolsa que trae en el puño. En ella hay sorpresas con olor a huesos condimentados y arroz graneado que Bruno recibe agradecido…
En una vereda se asolea Bruno. De una furgoneta se oye el claxon. Y el par de orejas alertan que son ellos, sus nuevos dueños, sus nuevos amigos.

EDUARDO VALENZUELA

Su teléfono sonó y ella contestó:
―¿Aló?
―¡Aló! ¿Tía, es usted?
―Sí, sí ¿Quién llama?
―Su sobrino ¿Ya no se acuerda de mÍ?
―¿Eduardo?
―Sí, tía, soy Eduardo ¿Cómo está usted?
―Bien, hijo. Tanto tiempo que no sabía de tí.
―Ay, perdóneme, siempre me acuerdo de usted y nunca la llamo; pero ¿está bien? ¿Cómo está su salud?
―Ya te digo que bien, hijo. Aquí estoy, solita, como siempre, con alguno que otro dolor a los riñones. Ahora estoy tomando unas pastillas que me recomendaron para eso. Me dijeron que eran muy buenas, pero yo no veo que me alivien mucho. Además, tengo esto de los juanetes, tú sabes…
―Uy ¿Sí? ¿Todavía tiene ese problema?
―Sí, hace tantos años ya. Ahora estoy probando con un remedio donde caliento a baño maría unas flores secas de lavanda con aceite de oliva. Después, eso se cuela para dejar un aceite de lavanda que me aplico todas las noches en los pies haciendo unos masajes circulares en esa parte chueca del hueso. Algo me ayuda, pero no lo suficiente. Es que este dolor es tan grande que no se lo deseo a nadie. Pero bueno, así son los achaques de la edad. ¿Y tú, Eduardo? ¿y Silvia? ¿cómo están?
―Más o menos, tía.
―¿Qué paso?
―Es que justo ahora acabo de tener un accidente en automovil…
―¡Qué! ¿Pero estás bien?
―Sí, tía. Estoy bien, pero tengo un problema enorme con la policía… Me están cobrando una multa que, si no la pago de inmediato, me dicen que me encarcelarán…
―¡Uy, hijo, qué terrible!
―Sí, y yo no traigo dinero encima. Me he estado tratando de comunicar con alguien que me ayude para hacerme una transferencia bancaria, pero nadie me contesta.
―Pero, hijo, ¡yo te puedo ayudar!
―Me avergüenza pedirle esto, tía…
―¡Nada de vergüenza! Yo soy tu tía y debo ayudarte. Dame los datos para hacerte la transferencia y ya veremos como lo arreglamos después. Lo importante es que no vayas a parar a la cárcel.
―¿En verdad, tía? ¿Usted podría hacer eso ahora?
―¡Por supuesto que sí! Para eso tienes a tu tía Adela.
―¡Gracias tía Adela! De inmediato le enviaré un mensaje con los datos. ¡Me ha salvado la vida!
―No hay de qué hijito. No te preocupes más que ahora mismo te transfiero el dinero.
El engaño se había consumado. Porque no era cierto que hubo un accidente, ni era cierto que aquel desconocido fuera su sobrino, Eduardo. De hecho, Adela no tenía ningún sobrino y por eso mismo no pensaba transferirle ningún dinero. Lo único cierto eran los achaques y que estaba solita, como siempre; pero al menos había podido charlar con alguien y sentir durante un par de minutos que tenía una familia y que se acordaban de ella.

ALMUT KREUSCH

LA SOLEDAD
El mundo quedó paralizado por el virus mortal que arrasó el planeta, que mató a débiles y fuertes, sembrando el pánico, el miedo, la desesperación y la histeria. Pueblos, aldeas y ciudades se convirtieron en lugares fantasmales, los hogares de sus habitantes en sus propias prisiones.
Elena, recién jubilada, vivía sola; apenas podía esperar a que llegara el día en que pudiera dejar para siempre la oficina. Toda su vida laboral había estado sometida a la competencia entre compañeros, al estrés y a sus superiores, que sólo se preocupaban de su propio ascenso.
El encierro forzoso no le resultó difícil al principio, e incluso agradeció las muchas horas de tiempo para ordenar sus archivos y papeles, sus armarios, su ordenador y su vida interior, que aún sufría las consecuencias de su divorcio; hacía unos años su marido la había cambiado por una mujer treinta años más joven.
Escondida en el último rincón de su armario encontró la caja con los diarios que había escrito desde los doce años. Dejó de escribir cuando su marido la dejó. Por el bloque que le produjo el vacío. Abrió la caja y acarició con nostalgia los cuadernos de diferentes tamaños y grosores, cuyas páginas ya no eran tan blancas. Con el corazón latiéndole con fuerza, seleccionó uno, lo abrió y leyó:
«….Se refugia en su trabajo. Eso es lo más importante. El resto no cuenta……».
Lo cerró violentamente. Los diarios eran su terapia, su alivio, su papelera emocional, pero ahora era el momento más inoportuno para enfrentarse al dolor del pasado.
Cuando ya no quedaba nada que ordenar, Elena se lanzó a su gran pasión, la lectura. Devoraba los libros apilados a la espera de ser leídos, escuchaba música, veía películas, cambiaba la tierra de las plantas de su balcón y les hablaba, llenando el silencio.
Estar sola ni le molestaba ni le asustaba. Tenía recursos. Todavía.
Pero el tiempo pasaba, los cambios llegaban y el tedio se apoderaba de ella. Ya no tenía sentido levantarse temprano y a la misma hora, ya no podía concentrarse en la lectura, el silencio sustituyó a la música, ya no sabía de qué hablar con sus hijos por teléfono, los amigos llamaban cada vez menos.
Y un día una desconocida se coló en su casa, en su vida y sin permiso: ¡La soledad!
Elena se dio cuenta de su presencia y quiso echarla, pero por más que lo intentó, no pudo. Recordaba tiempos pasados en los que necesitaba momentos de soledad para calmarse, ordenar sus pensamientos, recuperarse del ajetreo del trabajo y de los reproches con los que su marido trataba de justificar su abandono.
Lo que no sabía era que la soledad buscada no tenía nada que ver con la soledad impuesta, la que ahora intentó instalarse en su hogar, sin previo aviso y con un único propósito: pudrir la autoestima y el amor propio de las personas para ofrecer a cambio sus golosinas envenenados: Antidepresivos, alcohol, fobias y miedos.
Elena empezó a tener miedo….
Un día, casi por inercia, abrió su correo electrónico. En realidad, ya casi no esperaba recibir correos personales, que con el tiempo habían sido sustituidos por mensajes instantáneos con fotos, emojis, GIFs, y por las video llamadas.
No sabía cómo el anuncio de la UNED se había colado en su bandeja de entrada. «Taller de escritura autobiográfica».
Leyó el anuncio una y otra vez.
Como un presagio, sintió que el destino le llamaba
Asistió al primer curso en línea tímida e insegura, pero pronto sintió la misma pasión como entonces cuando escribía su diario
Siguieron tres cursos más.
Aprendiendo, escribiendo, corrigiendo, reescribiendo, con bloqueos y lagunas; nunca se sentía lo bastante buena, pero el amor por la escritura era más fuerte y la ayudaba a superar obstáculos cada vez más altos
El silencio, la reflexión, la pasión y la creatividad se convirtieron en sus nuevos compañeros, fieles amigos en cuya compañía nunca se sentiría sola, nunca sentiría la soledad que sin haber cumplido su propósito abandonó la vida de Esther para siempre.
Y ahora, confiada y preparada, la mujer abrió la caja de sus diarios y comenzó a tejer la historia de su vida con los colores del arcoíris.

RASPUTINA PÉREZ

Abro la puerta,la luz inunda los sentidos…un nuevo reto salir de casa. Lo desconocido está dos pasos más allá..ruidos inesperados,cambios diarios de un mundo al que no puedo acceder…todo ello supone una muralla que cada día he de derribar. Prueba… prueba un solo día,un puñetero día a cerrar los ojos y enfrentarte a todo aquello que desconoces. Cada momento un abismo a tus pies o no;alguien te toca y las alarmas recorren tu cuerpo; un grito …una palabra¿será a mí?.
Lo desconocido es una constante..una lágrima suspendida en el tiempo, unos hilos tensos que a veces terminan rompiendo

EVA AVIA TORIBIO

Sandra es una chica como cualquiera otra. Bueno, a ella no le gusta que la clasifiquen como mujer, ni tampoco le gusta eso que tanto de moda se lleva. Ella se considera persona. Pues eso, Sandra es una persona, como cualquier otra. Hace mucho tiempo que su trabajo le dio la posibilidad de independizarse, algo poco habitual en las personas de su edad. Trabaja como coach en redes sociales, asiste a convenciones y ayuda a celebridades a lavar su imagen.
—¡Papá, me voy! -grito desde mi dormitorio, mientras recojo los últimos enseres que quiero llevarme de este piso.
—¿Estás segura de que quieres marcharte?
Al pobre le tengo fregando las tazas del café que nos hemos tomado.
—Sí, papá. Necesito un descanso de tanto bullicio. No me mires con esos ojos, que me voy a poner a llorar y no voy a ser capaz de dejarte aquí.
—Tranquila, hija. Tienes que hacer tu vida. A tu viejo todavía le queda mucha guerra que dar -abrazándome con mucha fuerza.
—Te dejo las llaves en la entrada. Ya te pones en contacto con la inmobiliaria. Ya sabes, con lo que saques por el piso, te pagas unas buenas vacaciones.
—No las necesito.
—Pero yo quiero regalarte unas vacaciones y no hay más que decir.
—¿Estás segura de que quieres marcharte a esa casa?
—Estoy segura. Necesita unos arreglos, pero poco a poco yo misma la arreglaré. Aprendí del mejor.
—¡Dame un beso! Por favor, llama cuando llegues. Ya sabes que me preocupo. Tu madre estaría tan orgullosa de ti -me dice llorando.
—Ya, papá, que me pongo a llorar. Te quiero.
Nos damos un fuerte abrazo. Cojo las maletas, cierro la puerta y me dirijo a algo desconocido para mí, estar si mi papá.
Unas cuantas horas mas tarde. En un pueblecito perdido de la mano de Dios. Donde la población es casi inexistente y en la que apenas disponen de servicios mínimos.
—Bueno, pues ya he llegado -siempre hablando en voz alta. Menos mal que no hay nadie, sino van a pensar que estoy loca.
Pues tampoco está tan mal. Yo creo que, con una buena lavada de cara, estará arreglada. Yo con tener agua, electricidad e internet, me apaño. La de la agencia me dijo que en el pueblo hay un bar, una tienda y una pequeña biblioteca, ¡que más se puede pedir!
Dejo las maletas en la entrada y cierro la puerta. Primero quiero llamar a mi padre, mientras le doy un vistazo a la casa. Esta tiene dos plantas y buhardilla. Es un poco oscura, nada que no se arregle con unas buenas manos de pintura y cambiando las cortinas. Los muebles son un poco antiguos, pero están en perfecto estado. ¡Me lo voy a pasar pipa restaurando esta vieja casa!
Se escucha un ruido en la parte superior de la casa.
—¡Dios, que susto!
No me considero una persona asustadiza, pero la verdad, es que la casa es como en las películas de terror, casi me lo hago encima. Me entra la risa tonta, solo de imaginar que tengo por compañía a algún fantasma. ¡Chorradas!
—¡Sandra, ármate de valor y sube las escaleras, total, tienes que hacerlo igual! -y otra vez hablando en voz alta. Si estoy acompañada, si que va a pensar que estoy loca.
Subo las escaleras, que por supuesto, hacen ruido. Como no, de película.
—¡Ja, ja, ja! -no puedo parar de reír, del miedo que me ha entrado. Ya parezco Raúl Antón, que cuando graba unos de esos videos en lugares que supuestamente están poseídos, sea pea del miedo.
Aquí no hay nadie, estoy mas sola que la una. Abro las ventanas para que se ventile.
Siento un escalofrío. Estamos en verano, no puede ser que tenga este frío. ¡Esto es genial, por fin podré dormir! El calor en la ciudad es horrible.
Se escuchan pisadas bajando por la escalera.
—¡Me cago en …! ¡¿Quién anda por ahí?! -dirigiéndome hacia las escaleras.
Si es una broma, la verdad es que es de muy mal gusto. Ahora empiezo a entender por qué los últimos propietarios se marcharon a los días. ¡Llevo unas horas y me están entrando ganas de hablar con la inmobiliaria!
Voy a plantar cara a quien está gastándome esta broma, porque no pienso dejar esta casa. Me gusta, tiene posibilidades. ¡Además, que …, es mi casa!
—¡Es mi casa, ¿entiendes?! -gritando al vacío-. —¡Así que ya estás saliendo de donde estés!
—¿Estás segura de lo que dices?
Una voz, creo que masculina, retumba por toda la casa.
—Sí -me quedo petrificada en medio del salón, pero no voy a mostrar miedo ante algo que no veo.
De nuevo siento ese escalofrío, aunque esta vez es acompañado de un ligero roce en mi mejilla. Pero no veo nada.
—¡Muéstrate! ¡No te tengo miedo!
—Está bien.
En ese mismo instante, una luz alargada se aparece frente a mí. Miro perpleja y llego a vislumbrar que esa luz tiene fisonomía humana. Se aproxima, tanto, que casi siento que me roza.
—¿Qué es lo que quieres? -alejándome un poco. La verdad es que tengo un poco de miedo y a la vez estoy intrigada por saber quién o que es.
—No quiero estar solo -se aproxima de nuevo.
—¡Ja, ja, ja! Pues no lo parece. Otra ya se hubiera ido.
—Estaba poniéndote a prueba. Eres la primera persona que me pide que me muestre. Todos los anteriores propietarios abandonaron la casa a los días.
—Si quieres que me quede, tendrás que dejar de darme esos sustos.
Pasaron los días. Sandra por fin pudo instalarse en esa casa y formar en ella un hogar. Con el tiempo y ayuda de los pocos habitantes del pueblo, descubrió quien era esa luz que la visitaba cuando se sentía sola. Los registros del pueblo dicen que era un soldado que falleció en la guerra civil española. Su viuda, a los años, abandonó el pueblo, como otras tantas personas.
Ahora, Sandra, está enfrascada en una nueva aventura. Un thriller donde las memorias de Pedro son las protagonistas, por supuesto, con un toque fantasmal. Pedro ya no se siente solo y para ella, la luz, ya no es un desconocido.
Besos, La Incondicional.

GRACIELA PELLAZA

Cuando el viejo Suarez murió, pensábamos que la casa quedaría abandonada, sin embargo un jueves muy temprano; Eliseo, que habia vuelto, abrió los candados. No era un desconocido, pero sabíamos tan poco de él que casi era como si lo fuera.Ya ni me acuerdo porque, ni cuando se había ido. En este pueblito lleno de murmullos, él era el de las pocas palabras. Más que un «buen día», un «gracias» y algun comentario de fútbol, Eliseo hizo de su vida, siempre un misterio.
El viejo Suarez tenía la carnicería que daba al fondo de la plaza, pero hacía meses estaba cerrada. Primero su enfermedad fue un susto, luego una certeza y el viejo bueno se murió casi sin darnos cuenta.
Los días pasaban… y Eliseo levantó la persiana, lavó los vidrios, arregló paredes, compró heladera nueva y un lunes de marzo abrió el boliche de su padre. Y todos como bichos curiosos y formales fuimos a saludarle.
Era el mismo que se fue, no habia cambiado mucho, alto, grandote, con brazos amasados a la fuerza, con media sonrisa, la del respeto; con la prolijidad del esmero, todo lo que sabía estaba expuesto. Nada era al azar y el pueblo que apenas lo recordaba, se puso contento. Cerraba cuando el sol caía y ya no se lo veía. Y como en toda intriga, los vecinos tejían historias y se creían sus propias mentiras.
Nunca pasaba nada… ¡Miento!… Pasaba siempre lo mismo; Juan, el maestro, con la viuda de la farmacia, los bailes de los sábados, el bar de Julio, la iglesia llena los domingos y así, rueda que rueda la circular vida; hasta que en diciembre vino un forastero a pernoctar en lo de Elvira. Doña Elvira tenía tres piezas por si algún pescador quería dormir una noche fría. Era raro ver al forastero siempre solo, pero se iba hasta el río y cuando pescaba algo, volvía. Lo que faltaba para el chismerio, un curioso solitario, un desapercibido.
Era mes de fiesta, y de guirnaldas y de bebida. Todo se fue dando, los niños y los perros se soltaban de sus correas y jugaban a librarse de las madres y esconderse en los recovecos de la avenida.No había otra aventura que esa, música fuerte y los vecinos abrazados a la explosión de las chispas.
La noche se hizo día, y se lleno de gritos y bramidos el amanecer; entre los arbustos que habían podado, encontraron a Lucía, la hija más chica de Sofia. Lucía tenía siete años, y en vez de tibia, estaba fría y rota, desnuda y sucia de toda basura; era un ángel muerto, el más pequeño. Nunca más sería virgen el pueblo.
¿Donde estaba él que hizo esto?
Eliseo lo encontró. En silencio.
Lo llevó al fondo de la galería, y le partió el cuello. Lo colgó desnudo, como la desnudó a Lucía, a la madrugada. Prendió las luces, y se aseguró su cuchillo, sellado con tres marcas, el que siempre lo acompañaba. Primero lo afiló en la piedra , y asentando el filo con su chaira, dividió el cuerpo en cuarteadas. La sangre caía pesada sobre los tachos azules donde se separaba el pollo y la chacinada; se tomó el trabajo de colgar en los ganchos giratorios los trozos perfectos del espantajo que pescaba.
Había aprendido la exactitud de los cortes, la precisión que ya tenía su padre. La justicia por mano propia, el castigo sin misericordia.
Cuando terminó, se sentó a mirar como quien mira la media res del esfuerzo, se lio un tabaco y fumó…sin un solo remordimiento.
Cuando volvimos del cementerio, lo vimos irse a Eliseo. Sin una palabra. Así como vino. Con su mochila y la brutalidad de su secreto. Era el hijo del viejo; hoy sabíamos quien era. Quien sabe que dedo justiciero lo había elegido, para hacer una tarea, que nadie hubiera hecho.
Dejó los candados abiertos, para que el pueblo pudiera ver…colgado en los ganchos de Suarez, estaba la mitad del consuelo.

BORJA AJ

LA CÓPULA DE LOS DIOSES
Escrito Por
Borja AJ
09/07/2023
Drazen Amerys quería ser Escritor por encima de todas las cosas en el mundo, pero sufrir un Trastorno Obsesivo Compulsivo con obsesiones puras no era algo que le ayudara demasiado en su camino de Escritor. Estaba estancado desde hacía años y lo único bueno que le había pasado en el último mes era haberla conocido a ella, pero una hora después de hacer el amor, aquella Diosa a la que contemplaba por las calles con su vestido blanco en forma de fantasía onírica perfecta le había dicho que nunca podría quererle. Por supuesto, no había jugado con sus sentimientos. Lo decía muy en serio y hasta ese momento no había podido decirlo.
Estaban distantes y fríos. Drazen no podía dirigirle ni una sola palabra y ella ya no le sujetaba de la mano cuando iban juntos por la calle. No obstante, ella sí le miraba. Observaba aquel rostro sumido en los pensamientos de un mundo interior tan vasto como el propio universo. Suspiraba mientras caminaban por la calle con aquella horrible distancia que ya no sólo era física. Los besos, los abrazos y el sexo entre sudor y tristeza habían quedado atrás. Drazen se veía de nuevo sumido en el infierno de anhelar escribir historias y no ser capaz de hacerlo debido a la perfección que le exigían sus obsesiones.
Entraron a un restaurante. Drazen pidió un refresco y ella una cerveza. Odiaba el alcohol, y por ende, odiaba que ella bebiera cerveza. Pero si se estaba enamorando de ella, sentimiento que tenía que olvidar, debía aceptarla tal y como fuese. Pidieron algo de comida y no pronunciaban palabra. Durante toda la comida no hubo conversación alguna entre ellos.
-Dime algo-dijo ella una vez que ambos terminaron de comer.
-¿Qué quieres que te diga?-preguntó Drazen.
-No lo sé. Algo. Estás callado y no dices nada.
-Ya no tengo nada que decir. Lo he dicho todo.
-Bueno.
Silencio. En el fondo, Drazen quería hablar. La lucha de su interior se debatía entre el amor que estaba sintiendo por ella y su propio orgullo.
-No se me ocurre qué decir.
-¿Y qué vamos a hacer?-preguntó ella.
-¿Con respecto a qué?-preguntó Drazen a su vez.
-Pues con nosotros. ¿Te vas a ir?
-Si no me quieres y no vas a poder quererme nunca, ¿cómo crees que puedo quedarme a tu lado? He de irme de tu vida para siempre.
Y aquellas palabras le dolían mucho más a Drazen que a ella porque él quería quedarse en su vida, no irse, y ver cómo cada uno crecía con el paso del tiempo, pero no era posible para su corazón. Si lo hacía estaría poniendo en peligro su vida. Acabaría enfermo, desquiciado y saltando por la ventana, con el fatal sino con el que contaban los personajes de H. P. Lovecraft, Escritor al que Drazen Amerys adoraba sin ningún tipo de límite.
-Yo no quiero eso-dijo ella.
-Yo tampoco, si te soy sincero. Pero no tengo otra opción.
-Siempre tenemos elección.
-Sí, es cierto. Y en este caso también. Pero yo ya he tomado mi decisión.
-Eres muy importante para mí, Drazen. Siempre lo vas a ser.
-Te creo. De verdad que te creo. Pero no puedo quedarme a tu lado.
Silencio. Drazen Amerys miraba por la ventana con unos ojos vacíos y la mirada profunda en la que se podía palpar la tristeza. Ella no dejaba de observar a Drazen y él sabía que le observaba. Se preguntaba qué estaría pensando ella mientras le miraba.
-Cuando alguna vez, de las pocas, me has dicho que me querías, ¿lo decías en serio o era para contentarme y que cerrara el pico?-preguntó Drazen.
-Lo dije de verdad-respondió ella.-Con el mismo verdadero sentimiento que te he dicho hoy que no voy a poder amarte, Drazen.
-Stephen King dice que el momento más aterrador es justo antes de empezar. Creo que no le falta razón, pero el momento más devastador es justo antes de terminar.
-¿Por qué siempre hablas como si estuvieras en un libro o en una película?
-Porque es para lo que estoy hecho. Para las historias, las películas y los libros. Me han salvado la vida en decenas de ocasiones y tras este momento de mierda que estoy viviendo contigo también me salvarán para impedir que no sea más que un despojo en el camino.
-No digas eso, Drazen.
-Ahora lo único en lo que me quiero centrar es en escribir historias personales y en ser Escritor. Quiero ser Escritor. Quiero ser Escritor por encima de todo en este maldito mundo. No deseo otra cosa ahora mismo. Si pudiera escribir historias y ser Escritor, podría ser feliz y no necesitar nada más. Podría renunciar a todo lo demás. Comida, descanso, amor, sexo, familia, amigos, trabajo. La escritura es mi vida. Quiero que sea toda mi vida.
-Drazen, es bueno que tengas tanta pasión por la escritura, que es tu sueño, pero no lo exageres tanto. Lo idealizas y es malo idealizarlo. No hay nada perfecto en la vida.
-¿Cómo lo sabes? No se tienen pruebas de ello. Además, la escritura… es algo que no pertenece a este mundo. No puedo explicar qué es, pero siento que la escritura es la energía más poderosa que existe en el universo y en la realidad. Es lo que sustenta todas las cosas conocidas y por conocer. Esa idea está metida en mi cabeza y no puedo sacarla de ahí.
-¿Y por qué piensas eso?
-Porque lo siento así en mi corazón y en mis entrañas. Y eso, huelga decir, se traslada a mi mente. El ser humano no tiene el más mínimo ápice de idea del poder, la fuerza y la esencia de la escritura. Únicamente cuando miro las estrellas cada noche es cuando siento que la escritura está haciendo una incisión en mis pupilas, mostrándome todo lo que puedo conseguir con un papel en blanco y una pluma.
Para ella, esas palabras eran las de una auténtica obsesión enfermiza, y aunque ella tenía sus propias limitaciones, para Drazen era la creencia más perfecta que había conocido en su vida. Algo en lo que de verdad tenía auténtica fe, y eso era mucho decir para un agnóstico que se lo cuestionaba todo, incluida a la propia ciencia.
Ella terminaba de beber lo poco que le quedaba de la cerveza. Se mantuvieron callados por un momento.
-Tengo algo que te puede servir para tu escritura-dijo ella, y cogió su mochila de piel, rebuscando hasta dar con su monedero. Lo abrió y sacó una tarjeta que le entregó a Drazen. Él la leyó.
Era la tarjeta de una biblioteca que estaba abierta las veinticuatro horas del día. La tarjeta rezaba »Biblioteca Quiero Ser Escritor».
-¿Una biblioteca abierta todo el día?-preguntó Drazen en voz alta, más para sí mismo que para que le contestara ella.-Y ese nombre…
-¿No te gusta?-preguntó ella.
-Sí, me encanta. Pero me parece muy curioso.
-A mí también me llamó mucho la atención cuando lo vi. Estaba en el buzón y me acordé de ti. La guardé y quería dártela porque quizás ir allí te pueda ayudar con tu problema para escribir.
-Muchas gracias-dijo Drazen.-Iré a visitarla.
Drazen pidió la cuenta a un camarero que pasó cerca de su mesa. Él pagó toda la cuenta como el último detalle romántico que sabía que tendría con ella. Regresó el camarero con el cambio, Drazen lo recogió y se lo guardó en su billetera.
Ella intentaba coger la mano de Drazen, pero él se zafaba.
-Cógeme la mano, por favor-dijo ella mientras él alejaba sus brazos.
-No, no puedo.
Ella comenzó a llorar. Cuando aquellos ojos se llenaban de lágrimas era como si a Drazen le clavaran un cuchillo en el corazón.
Ella volvió a intentar coger las manos de Drazen, pero él se volvió a zafar porque no era capaz. Ella se levantó de la silla, llorando aún, y se marchó del restaurante. Drazen se quedó allí sentado, solo, esperando a que ocurriera algo o a que no ocurriera nada. Menos de un minuto después ella regresó.
-¿Es que no te vas a despedir de mí?-preguntó ella con las mejillas llenas de unas lágrimas ensuciadas por la tristeza de un amor que no pudo ser, pero de una experiencia lo más intensa posible.
-Adiós-dijo Drazen, y no por frialdad, si no porque su corazón no le dejaba decir ninguna otra cosa.
Finalmente, ella se fue para siempre. Drazen Amerys se giró y vio cómo se alejaba de él y salía del restaurante, haciendo que aquel vestido blanco que tanto le gustaba, bailara entre el ruido urbano y entre la gente aprisionada por una vida que odiaban. Se quedó mirándola hasta que desapareció y nunca más volvió a saber de ella.
Drazen se quedó mirando la tarjeta de la biblioteca que tenía en las manos. Salió del restaurante, pidió un taxi y le dio al taxista la dirección de la biblioteca, inscrita en la tarjeta.
Llegó al destino, pago al taxista y se bajó del taxi. Miró el edificio de la biblioteca. Era un lugar muy grande y hermoso. Entró y era la biblioteca más perfecta que había visitado nunca. Estanterías repletas de todo tipo de libros con distintos y preciosos colores. Mesas con gente leyendo y escribiendo. Aparatos y herramientas de escritura y documentación para trabajar en todo lo relacionado a la palabra impresa.
Fue a la recepción de la biblioteca y se hizo un carnet de socio para sacar los libros que quisiera cuando quisiera.
Recorrió la gran biblioteca varias veces, caminando y caminando, hasta que comenzó a sentir un ligero dolor en las piernas. El tiempo pasaba y la biblioteca le había hipnotizado por completo.
En uno de los pasillos escuchaba el teclado de muchas máquinas de escribir. Los dedos las golpeaban sin cesar. Un golpe tras otro. Golpes fuertes y furiosos. Provenían de una puerta a la que no había prestado atención desde el principio, y eso le cabreó, porque era muy observador y se castigaba duramente por no captar todo detalle de cuanto acontecía a su alrededor. Una de las funciones de ser Escritor era tener los ojos bien abiertos frente al mundo para observarlo y de ahí sacar el jugo y la esencia para escribir historias.
Abrió la puerta y entró a la sala de donde provenía el sonido de las máquinas de escribir. Era enorme. Drazen Amerys creía que sería una sala pequeña en la que cuatro soñadores ociosos querrían ser Escritores y aporreaban las máquinas de escribir, pero nada más lejos de la realidad. Allí había muchas personas y era como un gran estudio de Escritor ideal para crear historias. Un búnker literario.
Drazen caminó despacio por la habitación observando cómo todos y cada uno de los Escritores estaban centrados en sus historias, pero no quería acercarse mucho a ninguno de ellos ni ser inapropiado. No quería que lo tacharan de ladrón plagiador.
Al final de la habitación, entre la pared y una estantería de libros había una puerta con un cartel que rezaba »La Cópula De Los Dioses». Se quedó plantado frente a ella.
-Escribe tu historia y vívela como ella te ha vivido y te ha escrito a ti-le dijo un tipo detrás de él. Llevaba gafas con las patillas con la forma del mástil de una guitarra. Tenía los ojos azules y el pelo rizado, pero corto por los laterales. Un estilo de pelo mohicano. Drazen Amerys se quedó mirándole, callado, sin saber qué decir. El tipo le sonrió y se marchó de allí. Se sentó frente a una máquina de escribir, introdujo un papel en blanco y comenzó a teclear. Drazen se volteó y volvió a mirar la puerta. La abrió y entró.
Era una sala muy pequeña, sin ventanas, con una pequeña luz que colgaba del techo y que iluminaba vagamente lo poco de la habitación, pero lo esencial que había en el centro. Un escritorio con folios en blanco y una pluma estilográfica. Drazen Amerys se preguntaba cuál sería el motivo por el que había tres habitaciones distintas con máquinas de escribir y no una única habitación. Estaba la biblioteca en sí, la más grande de todas, donde había centenares de personas leyendo y escribiendo. Después, estaba El Búnker Literario, algo más pequeño pero con muchas personas también y el sonido hipnotizador de las máquinas de escribir. Y por último, estaba esa pequeña sala en la que se encontraba. Era como un juego de muñecas rusas.
Drazen se acercó al escritorio y se sentó frente a él. Del montón de folios que había encima, cogió el primero y leyó lo que ponía.
LA CÓPULA DE LOS DIOSES
Escribir es hacer el amor con uno mismo.
Escribir es hacer el amor con los Dioses.
Borja Almaraz
Cuando lo leyó, sintió que una electricidad le recorrió el cuerpo. Nunca había leído algo tan perfecto e ideal sobre la escritura. Le recordó a la idea que tenía sobre el arte de escribir historias. Pensó que ojalá él mismo pudiera haber escrito una frase tan maravillosa como esa…
Escritor. Amaba la palabra Escritor. Escribirla, verla escrita, pronunciarla y escucharla. Incluso le generaba excitación sexual.
Drazen Amerys dejó a un lado el folio en el que había escrito esas palabras aquel Escritor desconocido, Borja Almaraz. Cogió un folio en blanco, cogió la pluma estilográfica y le quitó el tapón. Estaba en el momento más difícil de todos. El momento en el que siempre se paralizaba, se echaba a llorar, se tiraba de los pelos y se ponía a gritar. Pero… ¿por qué en ese momento no había ocurrido aún nada de eso? Sin duda era un misterio. Con mucho cuidado, despacio, Drazen Amerys fue bajando la pluma estilográfica hacia el folio hasta que la punta toco el papel. Tenía una historia en mente. Una muy buena historia en mente. La mejor historia que había pasado por su mente durante toda su vida. Así pues, sin mayor demora, comenzó a escribirla.
Sus manos movían la pluma estilográfica por el papel entintándolo con palabras para crear su historia del mismo modo que sus manos estrujaban los tersos pechos de ella y la yema de sus dedos recorrían cada palmo y poro de su cuerpo mientras hacían el amor sin contemplaciones. Podía acabarse el mundo que hacían el amor. Podía acabarse el mundo que Drazen Amerys estaba escribiendo una historia.
-Sí… sí…
Drazen comenzó a lanzar gemidos de placer. Una erección fuerte, al mismo tiempo dolorosa, excitante y placentera se elevaba en sus pantalones. Empezó a estar mojado. Estaba escribiendo y hacía el amor. Imaginaba cómo hacía el amor con ella, con la cara entre sus pechos, metiéndose sus pezones en la boca, sintiéndose dentro de ella, empujándola, embistiéndola, haciéndole sexo oral, escuchando sus gritos de placer y observando aquel rostro lleno de lujuria mientras su lengua inundaba la entrepierna como a la Venus más perfecta de Milo. Escribía, escribía y escribía. Seguía escribiendo su historia. La historia más perfecta del mundo. Y comenzó a gritar y a llorar. Siguió así, conteniéndose, durante dos largas horas hasta que escribió un cuento. La velocidad a la que se movían sus manos era incognoscible para cualquier mortal. Era totalmente cierto. Escribir era hacer el amor con uno mismo y al mismo tiempo era hacer el amor con los dioses. Pero para él, su Diosa era ella. Por eso escribió una historia sobre ella, por eso se imaginaba cómo hacía el amor con ella mientras escribía la historia y por eso acabó eyaculando en una explosión de semen, energía, placer y éxtasis cuando concluyó de crear y escribir su propia historia.
Pasado un rato, después de recuperar un breve lapso de energía, leyó la historia, sonrió y lloró de emoción y felicidad. Tres mil palabras de felicidad en siete folios en blanco. No tenía la más remota idea de quién era Borja Almaraz, pero sabía perfectamente que le había ayudado a escribir y a tener el más perfecto orgasmo que había tenido mientras escribía su primera historia.
Salió de allí con los folios en la mano, no sin dejar el folio escrito por Borja Almaraz encima del resto de folios y el tapón de la pluma puesto en su sitio.
De nuevo, el tipo le estaba esperando frente a la puerta cuando salió, en la habitación de las máquinas de escribir.
-Me llamo Borja Almaraz y soy Escritor-dijo el tipo.
-Tú eres Borja Almaraz…-respondió Drazen Amerys.
-Te has corrido, ¿verdad?
-¿Qué me has hecho?
-Absolutamente nada. Ha sido la escritura. Te has abierto a la escritura. Tu deseo de escribir era tan grande que te ha conectado a la escritura.
-Pero ha sido por estar en esa habitación. O por leerte. O por escribir en esos folios y con esa pluma.
-Nada de lo que hay en esa habitación es mágico.
-Entonces…-dijo Drazen.-¿Qué ha pasado?
-La escritura es un misterio mayor que la propia vida-dijo Borja Almaraz.-Tú, Drazen Amerys, ahora Escritor, has escrito tu propia historia y la has vivido. Deja que tu historia te escriba a ti y vívela.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Porque yo te he escrito a ti. Tú eres mi historia. Te he vivido. Ahora he de dejar que mi historia me escriba a mí y tengo que vivirla.
Drazen Amerys no supo qué decir. Quedó boquiabierto en mitad del juego metaficcional y metaliterario que había creado y escrito Borja Almaraz.
-Ahora eres libre-dijo Borja Almaraz.-Adiós, Drazen Amerys.
Borja Almaraz se dio la vuelta y se marchó de allí, dejando solo a Drazen en mitad de aquel enorme búnker literario con las máquinas de escribir sonando como una sinfonía infinitamente más perfecta que cualquiera de las que compuso Beethoven.
Drazen Amerys miró los folios que tenía en las manos donde había escrito su historia. Sonrió. Quería escribir otra historia. Había probado La Cópula De Los Dioses y era Escritor.

GAIA ORBE

Era una tarde donde los racimos de letras tintas colgaban pesados en las hojas. No lograban engarzar unas con otras, porque aún era invierno y los últimos lagrimeos de la parra deshacían las vocales. Sin embargo de repente, apareció una vara recta sobre la que varias sílabas comenzaron a girar en círculos. Me di cuenta de que buscaban algo desconocido contra lo que chocar y las seguí. Era claro que no les interesaba anclarse a otro tallo similar. Iban de prisa pero con pausas hacia algún lugar desconocido, lejos de su punto de nacimiento. La vara expandió sus giros para formar una hélice que se ató a la punta de mi lengua como si fuera un alambre tendido entre la medianera del edificio y la puerta de mi habitación. Entonces llegó la primera oración, luego una segunda más pulposa y la tercera trepó en un tintineo de pepitas dulces, hasta los oídos. Pero, cuando la emoción de brisa cambió a ráfaga, surgió un problema. Los dos extremos del zarcillo, el que estaba unido al soporte y el que había nacido de la planta, estaban fijos por lo que no podía seguir enrollando las letras a la izquierda. Y mucho menos, unir párrafos sin palabras. Pasó un mes, otro y dos cambios de estación, entonces el zarcillo con el sudor del dios Ra de los egipcios, aprendió el truco. Se enroscó en el sentido contrario, a la derecha, armó el muelle que sostiene a las palabras y ya maduro, desgranó sin resistencia, tiernas bayas.


ROBERTO MASSI

Enésima mudanza. Los muebles y artefactos están en el camión. Por la casa, en ordenado caos, reguero de cortinas, almohadones, ropa de cama, cuadros. En cajas y canastos, desde hace un mes, espera lo que ha sobrevivido a mis estados de ánimo. Discos de vinilo, elementos deportivos, libros, instrumentos musicales, posters, álbumes de fotos.
Apilé todo en la Ford 71 roja con parsimonia de cortejo fúnebre. Para el último quedó un canasto del tamaño del que utilizan los encantadores de cobras. No lo recordaba, calculé sería pesado, doblé las rodillas para tomarlo bien de abajo, lo atenacé contra el pecho. De camino, saltó a mi vista, una foto de mi familia de vacaciones en Córdoba. Esas que los fotógrafos coloreaban. La recordé, era en la Toma, Cosquín.
Bajo un sauce llorón, mí padre, por prender el fuego para el asado, mi hermana alcanzaba ramitas, mi hermano apilaba piedras a modo de embalse, mí madre con la boca a medio abrir sorprendida en alguna canción. Los vi luminosos, perfectos, pares, felices. ¡Momento! ¡Falto yo! ¡ No es posible!
Sin dejar de caminar, apretujo con fuerza el canasto para poder meter la cara dentro, dejo la nariz haciendo equilibrio sobre el borde superior. La foto a pocos centímetros de los ojos, sigo faltando. De pronto, como si penetrara al andén nueve y tres cuartos de Harry Potter, siento al canasto entrar en mi pecho. Salto dentro de la foto como perro circense a través del aro de fuego. La brisa suave desprende hojas del sauce, floto junto a ellas, ingrávido. Llamo a mis hermanos, a mis padres, nadie contesta. Descubro la piedra donde estaba sentado. Pretendo llegar hasta allí, hago enormes esfuerzos, casi rozo la boca de mamá, entreabierta de canción. La escucho decir: -somos tan felices los cuatro-
Remolineo junto a alargadas hojas, las acompaño haciendo círculos en el agua, arroyo abajo.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Lo qué despertó al pueblo fue el ruido, descrito como una explosión.
Los qué estaban despiertos, declararon ver una luz blanca cegadora.
Policía primero, luego el pueblo se lleno de investigadores de toda clase.
Nadie comprendía lo que había pasado.
Solo que había un socabon en la huerta de Antonio, tomates destrozados.
Y pasaron los días y los investigadores no sabían qué era aquello.
Otra noche sin luna, los qué vigilaban, primero miraron cuando el agujero empezó a iluminarse, cuando muchos seres empezaron a salir, los vigilantes empezaron a correr.
Nadie sabe lo qué pasó, algo desconocido.
Los habitantes del pueblo, policías e investigadores desaparecieron.

ARITZ SANCHO MAURI

Desconozco
Desconozco quién ganará este juego que me está dejando loco. Desconozco cómo he podido ser víctima de técnicas de manipulacion que conozco a la perfeccion. Desconozco el porqué del teatro, de inventarte una escena para asustarme, donde los actores ya habían actuado antes y subestimes mi inteligencia. Tu eres lo único que desconozco que no me da miedo.
Desconozco que sueña tu mirada, con que ilusiones despiertas, cuales son tus ambiciones. Desconozco cuanto tiempo aguantare o si el sacrificio tendrá alguna recompensa. Desconozco si tengo fuerzas para sobrevivir a la tormenta, si volveré a tomar el timón del barco para cambiar el rumbo. Desconozco si te gustaría acompañarme. Desconozco porque ahora soy un triste y excluido desconocido. Desconozco que tú mirada y tu lenguaje no verbal y el resto de acciones sean contradictorias. Desconozco cuál es tu miedo para que me mientas. Desconozco porque me miras como una fan, te vuelves torpe e incluso cuando piensas; «intenta no parecer tonta», no puedes ni articular dos sílabas seguidas.
Desconozco si volveré a perderme en el brillo del horizonte de tus ojos, cerca del calor de tu voz que me da la calma. Desconozco si volveré a ver el cariño de tu hacer o el resplandor de tu sonrisa. Lo único que conozco es que tengo que luchar por mi misión, por lo que creo, que es tan puro, bello y cristalino como mis intenciones.
Desconozco si resolverás el mensaje de la publicación anterior y aparecerás radiante.
Desconozco cómo has conseguido cautivarme de tal forma que haya olvidado a un amor que arrastraba ya hace 7 años y me siento orgullosamente afortunado por lo que siento.

IVONNE CORONADO

Conocido desconocido
¿Se puede haber vivido con alguien creyendo conocerlo, y luego comprender que nos equivocamos al creerlo?
Esto fue lo que me sucedió.
Mario y yo nos conocimos en una fiesta de unos amigos y fue amor a primera vista.
Nuestras familias y amigos se entendieron muy bien.
Al año nos casábamos, fue una ceremonia altamente emotiva. Mi padre fue el que nos unió.
A los tres años salí embarazada. Cuando nació José fue una alegría indescriptible, era el primer nieto de ambas familias. Mario era hijo único; yo tenía un hermano, pero no se había echado la soga al cuello, se la pasaba viajando.
Parecía nuestra historia sacada de un cuento, donde al final “todos vivieron felices.”. De repente, Mario perdió su trabajo como vendedor estrella de vehículos. Me dijo deprimido que últimamente no había hecho muchas ventas.
Mi trabajo como gerente en un banco era sólido, y mi salario muy bueno. Le dije que no se preocupara y buscara uno nuevo.
Él se ocupaba de ir a traer a José a la guardería, y el resto lo pasaba enviando su CV y chequeando los anuncios de empleo.
José ya tenía cinco años.
Al llegar del trabajo, yo preparaba la cena, y jugaba con José un poco antes de acostarlo. Era un niño pequeño y ocupaba todo mi tiempo libre.
Mario bajaba a seguir con su computadora, después de cenar.
Lo miraba tan preocupado, que pensé que unas vacaciones nos caerían bien a los tres.
Teníamos una cuenta de ahorros, y aun cuando él no trabajara, teníamos, según yo, suficiente, para una semana de descanso.
Cuando le dije mis planes, se puso serio, y me confesó que había perdido nuestro dinero apostando en línea. Que tenía deudas de juego y que si no pagaba podía irse a la cárcel.
Me tardé un poco en asimilar lo que estaba oyendo. ¡No lo podía creer! ¿Cómo es que nunca fui curiosa de saber a qué jugaba al bajar al subsuelo? Tenía todo un equipo para juegos de video. Nunca pude sospechar esta traición de un hombre tan dedicado a su familia, de un amante perfecto.
Ocho años de creer conocerlo. Le di una oportunidad, pero le dije que sería la última. No quería que mi hijo creciera sin su padre, pero tampoco que tuviera malos ejemplos. Planificamos como salir de esa deuda, y me dijo iría a buscar ayuda. Desde joven le gustaba ir a los casinos. Había dejado de hacerlo, pero la tentación se le presentó de nuevo. Tuvo la intención de hacer simplemente un préstamo de nuestra cuenta, pero le llego la mala suerte de perder muy seguido. Cuando se ama a alguien, se aprende a perdonar, pero también a hacer el esfuerzo de rectificar nuestros errores.
Me vino a la cabeza un dicho: “Para conocer a alguien bien, hay que comer un quintal de sal juntos.”.
Ese día empezamos a conocernos, a comprender que la vida no es un cuento.

RAÚL LEIVA

Borradores indelebles

Nos enseñaron a buscar metas y metales,
a lograr objetivos propuestos y pospuestos,
a mejorar constantemente de la manera que sea,
a evolucionar como raza sin revoluciones,
a tomar lo que es nuestro sin preguntas,
a conquistar lo desconocido a pesar de su precio,
a ahorrar para los tiempos duros,
a sembrar para cosechar,
a cumplir con el deber.
Nadie te enseña a soltar,
a aceptar que ciertas cosas pasaron,
que algunos finales ya llegaron,
que solo contamos con lo que sentimos,
que lo desconocido habita en nosotros,
que hasta la memoria nos abandona cuando más la necesitamos,
que nos pueden dejar de querer en cualquier momento,
que los recuerdos valen más que todo el oro del mundo,
que casi siempre morimos de hambre y con dolor,
que frente a nuestros miedos estamos solos.
El día que nos demos cuenta que, en el final,
es muy probable que estemos como al principio,
y entonces le daremos valor a otras cosas,
y no dejaríamos caer ningún momento en el olvido,
que los cafés son tan necesarios como el aire,
que una charla sana más que un auto nuevo,
que las distancias a veces son necesarias,
que el tiempo no cura nada,
que los rencores duelen como los silencios,
que somos junto con otros,
y no lo que los otros esperan de nosotros.
Somos nuestros propios desconocidos.

MARÍA ISABEL PADILLA SANTERVAZ

La espera
Cada noche vago por las sombras, marcada por la tristeza, el remordimiento y mis fantasmas. Son los recuerdos de días pasados que golpean mi alma, los silencios que me sacuden hasta la médula.
Cuando el mundo entero duerme, yo sigo despierta, en alerta, con los temblores que agitan mis párpados impidiéndole el descanso a mi alma.
Me engaña la luz que se filtra bajo la puerta de mi alcoba, me hace creer que es él quien gira el picaporte, pero es una de mis pesadilla, el fantasma que a veces me visita y se sienta a horcajadas frente a mí para juzgarme y recordarme la historia.
En mi vigilia sigo aguardando, no me importa que mi cabello encanezca y lo habiten pajarillos con graznidos de cuervos. Sé que tocará a mi puerta como un desconocido, pero yo lo reconoceré, jamás lo he olvidado.
No más castigo impuesto por la ignorancia, el miedo y la sinrazón. No más noches de vigilia, no más fantasmas. Dejaré de nuevo la ventana abierta, toda la noche, esperando a que el viento me traiga el aroma dulzón de su cuerpecito, el zarandeo de sus manitas para volver a mirarlo con el alma en los ojos.

BEA ARTEENCUERO

– Vení unos días, me invita mi amiga Gena que vive en Capital, barrio de Flores.
Después de pensarlo, me decido. Me dio las instrucciones y viaje , voy en el último colectivo, tomé 2 anteriores, este me dejaba a 2 cuadras del departamento donde vive , consiguió un empleo en una empresa de una línea de belleza como directora y no dudo en tomarlo.
Somos amigas desde la primaria, con los años inseparables, nos costó separarnos, con la promesa de que en algún momento la seguiría.
Pasa el tiempo y no me decidía a dejar a mí madre,
Por ahora voy a pasar mis vacaciones, después veré.
Voy viajando sentada del lado de la ventanilla, me gusta mirar los grandes edificios.
Se detiene el colectivo en una parada, donde hay mucha gente para viajar.
De pronto siento la mirada de alguien fija en mí, giro la cabeza y allí lo veo, alejado de la parada, sus ojos azules como el cielo mirándome.
Nuestras miradas se cruzaron, no podía dejar de mirarlo.
El colectivo continúa, nos miramos hasta que se perdió en la distancia, no puedo desprender de mi mente sus ojos fijos en los míos, tan solo un instante que duró una eternidad .
Cuándo llegó le comentó a mi amiga.
– Olvídate, siempre tan romantica, yo te voy a presentar mis amigos.
Así fue…Conocí gente, salimos..Los días pasaron veloces y emprendí el regreso, en mi mente tenía la loca esperanza de volver a cruzarme con esos ojos.
Fue solo eso…Pero su rostro quedó impreso en mí, nunca olvidé esa mirada, en mis sueños de mil forma se aparecían.
Un día el dolor golpeó mi corazón, mi madre enfermo y en poco tiempo me dejó.
Mi amiga, me acompaño en ese momento tan triste, se quedó varios días y fue mi apoyo.
El día de su regreso me abrazo y ne dijo…
– Nada te retiene ahora, vení conmigo.
Al mes viaje y me instalé con ella, me consiguió un puesto de trabajo en la misma empresa que ella trabajaba.
Trabajar me ayudó mucho y aprendí a vivir con él dolor por la pérdida de mi madre.
Paso un tiempo, me afiance en el trabajo, hice nuevas amistades. El episodio de la mirada quedó en el recuerdo.
– El sábado vamos al cumpleaños de Fermin.
– Fermin, quien es?
– El primo de Joel
Joel. es él novio de mi amiga.
Sábado…
– Apúrate Delfí, en media hora pasa Joel.
Llegamos, la reunión es en una quinta que tenía la familia de Fermin.
Los invitados estaban, la mayoría disfrutando de la pileta .
Ya cambiadas nos dirigimos hacía el parque, cuando Joel nos sale al encuentro con otro joven.
– Les presentó a Fermin.
Al verlo me paralice, solo dije…
– Sos vos?
El me contesto..
– Sos vos?
No hablamos más, las miradas dijeron todo…
Ante mí estaba él desconocido que un día nuestras miradas se encontraron tan solo unos instantes y yo me hundí en esos ojos color cielo.
El destino une aquellos seres qué están predestinados.
La ley de la atracción está más allá del tiempo.

ABBY MARSIE ROGOM

EL DESCONOCIDO Y…
LA NADIE .
El llegó. Borracho, como cada día.
Ponme de comer !! _ le dijo a Lidia.
Ella fue a la cocina, quizá habían pasado dos minutos, y el bramó :
_ ¿todavía no has tenido tiempo de hacer la comida ?
Ella se deshizo en explicaciones, y cuando se dió cuenta de que se estaba justificando, se calló, avergonzada de sí misma .
La mesa quedó puesta rápidamente, pero el se fue al baño. Nerviosa, la mujer le recordó que la cena estaba lista.
Una especie de gruñido le contestó que se callara.
Tardó diez minutos en salir, pasó delante de la mesa lista y se fue a cambiar de ropa a su habitación, que hacía tiempo había dejado de ser la de ella también.
Lidia se retorcía las manos, temiendo que la cena se enfriara.
Lo llamó de nuevo :
_ Mane, se te enfría la comida .
La bestia le contestó a gritos que no se lo dijera más ( le parecía a él que ella era muy pesada )
Cuando salió de la habitación fue al balcón y encendió un cigarro, al fresco de la noche, mientras a pié parado se tambaleaba de adelante hacia atrás.
Ella temía que se le saliera el corazón por la boca cada vez que expulsaba el aire al respirar. Dos veces calentó la comida mientras el deambulaba entre las habitaciones de la casa.
Se sentó Mane y Lidia también, le temblaban las piernas.
Lo observaba de reojo mientras el llevaba el primer bocado a la boca, blancas de saliva espesa las comisuras de los labios y borrachas también las manos, incapaces de levantar el tenedor sin que se le cayesen los alimentos.
En los ojos de Lidia no cabían el miedo, el asco y el odio.
Y nadie se perdió en la nada, mirando fijamente al suelo con la cabeza vacía de pura saturación.
Un estrépito de platos y vasos rotos la despertó.
_ Es que me tengo que comer la comida fría en esta casa ?
No sirves ni para poner de comer !!, le dijo a nadie barriendo con el brazo la mesa y tirándole encima lo que no había ido a parar al suelo del primer manotazo.
En otra ocasión ella lo habría mirado impotente y asustada, lo que al parecer a él lo enervaba más, y ayer, ayer mismo, se levantó y la agarró por el cuello, poniéndola contra la pared de un golpe, como un resorte.
Pero de repente le pudo la rabia .
Lo miró con los ojos claros, sin velo, y vio que era un hombre realmente insignificante, que ni siquiera podía mantener un tenedor en la mano, que no podía pararse sin tambalearse como una mecedora .
Nadie se levantó y dió un único golpe con las palmas de las manos en la mesa, llorando de rabia, diciéndole un mundo de cosas sin palabras.
Por un segundo se invirtieron las cosas. La sorpresa en los ojos de él dió paso a algo así como un temor agazapado. Hizo un amago de levantarse para golpearla, pero con la misma rapidez desapareció, quedando sentado observándola con algo parecido a una confusión expectante.
A partir de ese día cada vez que venía borracho se metía en la habitación en la que ella hacía mucho que había dejado de formar parte de la ecuación, y se acostaba sin pedir la comida, esa mesa servida que jamás era de su agrado. En tres meses estaba libre, sola y separada de ese miserable energúmeno.
Nadie se reconvirtió en ella misma, en una versión nueva y mejorada, más fuerte, con una nueva lección aprendida : Has de enfrentar tus miedos para vencerlos, y si la persona con la que estás no te hace crecer, sino empequeñecerte, se abandona.
Mejor sola que mal acompañada. Y aprendió algo más. Uno tiene que amarse y respetarse a si mismo.
Y con su nuevo yo de la mano, salió a la vida.

RAKEL VALDEARENAS

Arthur se encontraba trabajando en el laboratorio de su padre, estaban buscando una nueva fórmula para contrarrestar los síntomas de una nueva enfermedad causada por un virus que aún no conocían.
Eran las tres de la mañana, ya pasada la hora de haberse ido a casa, cuando Arthur descubrió que si mezclaba la sustancia roja con el suero de aquel virus era posible que hubiera encontrado la cura, lo mezcló todo y espero a la reacción del liquido, sus ojos se cerraban por culpa del cansancio y su mente ya no estaba en plena forma.
Se levantó de la mesa y aturdido por el cansancio abrió la neverita del laboratorio, cogió una botella y sin mirar el contenido se lo bebió de un trago, lavo el recipiente, apagó la luz y se marchó a casa.
A la mañana siguiente Arthur siguió el mismo ritual de siempre, se hizo el desayuno y desayuno viendo las noticias matinales. Una última hora llamó su atención:
“Anoche se vio un ser monstruoso en los alrededores de los Laboratorios Cheng, tengan cuidado si se topan con él”
No dieron más detalles, agotado se metió en el baño, no había dormido muy bien, se miró al espejo y entonces se dio cuenta, su cara estaba cubierta de pelo y completamente deforme, sus ojos inyectados en sangre daban mucho miedo.
Ahora se dio cuenta, aquel ser monstruoso era él, pero que contenía el frasco del que bebió aquella noche ¿que era ese mejunje desconocido? Debía descubrirlo y acabar con la amenaza.

ROSA GARCÍA MATENCIO

Hoy es un día gris.
Después de diez años de relación con Ricardo sin querer ver la realidad, me han servido dos meses de convivencia para aceptarla.
Cuando nos conocimos me gustó de él su alegría y que todo le era fácil.Soltero, sin hijos, viviendo de rentas y de un trabajo esporádico gestionando alquileres y ventas de pisos.
Al contrario que yo, separada hacía nueve años, con una hija de trece y una pequeña tienda de ropa a la que le dedicaba mucho tiempo.
Con él todo era fácil,siempre estaba de buen humor y sus máximas preocupaciones eran donde iríamos de viaje o a cenar.
Me iba bien, yo no quería convivir con nadie en ese momento y no le daba importancia a su impuntualidad, ni al hecho de que a veces llevara sobres con dinero. Lo único que le reprochaba y no entendía era que nunca se hubiera independizado.Seguia viviendo con sus padres y una hermana soltera.
Hace un momento le he dicho que se marchara de casa. Ahora sólo escucho el silencio.
Salgo a la terraza y me enciendo un cigarro. Mi mente navega hacía Diputación 285.
Llevábamos un año y medio de relación y aún no conocía a su familia. El evitaba ese encuentro con excusas. Que sus padres eran de la burguesía catalana,y claro yo separada, dependienta. A ellos no les importaba que yo tuviera estudios y su hijo no, y para adornar más el tema la novia de su hijo pequeño o sea yo era del extrarradio,no como ellos que eran de Barcelona. En fin…Quedé con Ricardo a las doce. En el trayecto hacía su casa estaba muy nervioso. Yo no entendía nada y me producía risa la situación.
Cuando llegamos dejó el coche en el garaje y nos dirijimos a la entrada principal. Era una finca regia. La portería rimbombante, pinturas en el techo.Mi boca no se cerró hasta que advertí la presencia de una señora.» La portera» me dijo él.Ella saludó al señor y a mí apenas me miró. Me sentí una impostora.
Por fin Ramón abrió la puerta y nos recibió Margarita. Recogió el abrigo de Ricardo y lo dispuso en el colgador.! Madre mía ni que fuera manco! – pensé -.
Ricardo se dispuso a enseñarme la casa.Muebles tallados de madera noble,un sillón enorme,figuras de Ébano. Una foto del rey Juan Carlos presidiendo la estancia y otra de la madre de Ricardo engalanada con un vestido blanco, sombrero y sombrilla.
Pasamos al salón principal. Era precioso. Grandes ventanales, sofá tapizado de flores, mesas de cristal, láminas de Tàpies adornando las paredes. Y donde están tus padres?Le pregunté. En el otro salón dijo.
Nos dirijimos a las habitaciones, las cuales miré tímidamente. (muchos volantes y puntillas, y grandes, muy grandes). El baño de uso diario era horrible,sanitarios verdes, cortina de plástico desgastado. La cocina igual, grande, muebles de formica y fea Me llamó la atención que teniendo una mesa grande en el inmenso salón según Ricardo comían en la cocina.
Por fin su habitación..Era como el resto del piso inmensa pero soló había una pequeña ventana que daba al interior. Un armario gigante de madera oscura y una tele también gigante. En las estanterías ni un sólo libro,estas estaban repletas de latas de coca cola colocadas a modo de pequeños castillos, olía a tabaco, montañas de periódicos, llaveros encima de ceniceros, un polvillo blanco, un ordenador antiguo y cartas de banco, cartas y más cartas.Captaron mi atención unas fichas que parecían de la ruleta o algun juego. Ricardo me invitó a salir enseguida y pasamos al salón, cual fue mi sorpresa al ver lo pequeño que era. Muebles viejos repletos de libros comprados para no ser leídos.
Un sofá de pared a pared y los padres sentados en unas ridículas butacas.
A nosotros nos dispusieron unas sillas frente a ellos.
Después de las presentaciones me senté frente a la madre que era como si Ricardo se hubiera maquillado de Drag Queen. El padre no decía ni mu y la madre me escaneaba de arriba a abajo.
Margarita trajo unos refrescos y galletas llenas de azúcar glas que tiñeron mis botas de blanco. Escapo de mis recuerdos y tomo consciencia de que me duele el estómago.
Hasta hoy no había vuelto a pensar en ese día.
A ellos no les caía el azúcar glas, apariencias, secretos,los sanitarios verdes, la cerámica, las latas de coca cola, el polvillo blanco, las fichas… Esas fichas…
¿Cómo he podido tardar tanto tiempo en conocer al otro Ricardo?
Al del salón pequeño,al de los libros no leídos, al de la habitación pestilente, al actor de su vida.
Ahora lo entiendo. .
Al salir de esa casa, tanto ese día como en las pocas ocasiones que volví, Solo quedaba en mí retina el salón grande,el ébano y la cerámica Lladrò.

SÁNCHEZ KATA MAR

DESCONOCIDOS
Tras bajarse del tren sus miradas de repente se cruzaron, y sus mentes quedaron en blanco por unos cuantos segundos, sus sonrisas se dibujaron por cortesía luego cada uno se fue por su lado dos semanas después de reencontraron en un café él iba por un 2000 de pan y ella por un capuchino para calentar el frío día, de nuevo sus miradas se vuelven a cruzar, pero está vez sus bocas no expresaron nada. Por qué cada cerebro estaba concentrado en su rollo apurado y afanado. Sin embargo, a él se le cayó en el sitio algo de su bolsillo, a lo cual ella sin pensarlo alcanza en la calle le da el objeto, ahí ambas manos se congelan en el tiempo sus miradas se entrelazan se decían mucho y nada solo un rápido gracias desconocida, fue lo que salió de aquellos coloridos labios.

IRENE ADLER

CARTOGRAFÍA
Más allá hay dragones.

ROSARIO PALACIO

“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida” y esta frase de la conocida canción sirve de epílogo a esta historia, una en la que con cara se pierde y con sello también. Irene no tiene escapatoria y hoy, lo único cierto e indefectible para ella es que regresa a un dilema que no le es desconocido, matar o morir.
Hace ya una semana, era domingo como hoy. Irene trota por la alameda que va de la Calle Centenario a la Bolivariana, 10 km de ida y vuelta, el infaltable jugo de naranja en el kiosco de Teresita y continuar la rutina que incluye arreglo del apartamento, lavar y organizar la ropa, preparar almuerzo, tarde de peli, piel y besos en el compartir amoroso con el buenazo de Julián, el amor de los buenos tiempos recientes. Esa es exactamente, la recarga de batería que necesita para otra nueva semana de trabajo.
Pero ese domingo fue diferente, todo empezó a cambiar. Tan pronto llegó al apartamento, llamó a Julián para desbaratar el plan, escuchó su queja por la falta de interés en la relación, por arruinar su domingo e impedir que lo pasara con sus hijos y su madre en el asado familiar al que ya poco asiste por pasar los domingos con ella.
Verdaderamente disgustado, amenaza – un día me voy a cansar y no te vuelvo a buscar –.
No explicó, no respondió a las quejas, sabía que Julián tenía razón. Todo perdió importancia e Irene solo quería pensar en lo que acababa de suceder.
Casi terminaba de correr cuando observó una figura que se acerca a ella, llamó su atención el caminar seguro, casi altanero. No ve su ropa, solo una manta que cubre su figura a manera de gran capa oscura de color y mugre. Por instinto siente repulsión y va a desviarse para evitar el encuentro, pero no lo hace, se detiene, esa masa oscura avanza y su andar le resulta familiar. Irene no para de mirarla, así que, cuando pasa cerca, casi a su lado, sus miradas se cruzan y un nombre, un recuerdo y el terror la paralizan por un instante. Aquel ser Desde que le inspiró repulsión, no era un deconocido.
«No, no puede ser», martillea mil veces ese pensamiento en su cabeza
«Sí, es él», repiquetea otro más fuerte
Y desenfrenada, sin aliento entra en su apartamento. Después de la llamada a Julián se dobla como un ovilo tembloroso en el piso del cuarto de baño.
Desde entonces, el pensamiento obsesivo vuelve una y otra vez, «Es él ¿qué voy a hacer?».
Ya no fue más Irene Salas Callejas la atractiva mujer de cabellos cortos, rizados y negrísimos, piel blanca y figura armoniosa. De un plumazo dejó de ser “risa con alas” y “miss treintañera” según los piropos del amoroso Julian. Se borró la atractiva mujer de 33 años, la eficiente Jefe de Proyectos en Feeldom Insurance, desapareció la docente estrella en la carrera de Administración de la prestigiosa Universidad Interandina, al igual que, la directora de la Fundación CREAR para VIVIR. Toda ella desapareció.
En el rincón del cuarto baño desde hace una semana, acurrucada y temblando como una hoja está una niña que no le es desconocida. Volvió la pequeña guerrera, vestida de pantalón y camisa de camuflado, botas de caucho y sombrero, la que porta un fusil AK 47 y pistola al cinto. Resucitó un personaje que lleva adherido a la memoria, la pequeña reclutada por la fuerza y violada cada noche por el Comandante Francisco, el que manda aquí y su dueño absoluto.
De nada sirvieron la alegría del rescate por las fuerzas regulares, tampoco el exilio, ni el borrón a la vida anterior y la nueva construida. El horror la volvió a atrapar, y hoy una semana después del encuentro, Irene sabe que su paz acabó y de nuevo está en combate. Hoy como antes, es matar o morir.

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

En la Quinta Avenida de Manhattan de la ciudad de Nueva York están los almacenes Saks, allí se encuentra Leonarda comprando los bolsos de piel de camello que le apetecía combinar con sus zapatos Moon Star. A Leonarda solo le gusta comprar y pasar el rato con las amigas, salir todas las noches, riendo y bebiendo. Jamás se ha cuestionado por qué se casó con Frank, un tipo, como dice ella, completamente diferente a su personalidad frívola y un poco excéntrica. Puede que su nombre, Leonarda, le diera la respuesta, ya que en realidad, Leonarda era una fierecilla con el dinero, y Frank era un millonario potentado que había consolidado un consorcio internacional. El confort no se aleja jamás de esta pareja Neoyorquina.
Frank, a pesar de estar rodeado de lujos y desenfrenos, su personalidad siempre ligada a la honestidad consigo mismo, le decía, que ese mundo para él estaba vacío. Muchas noches, Frank se levantaba de su lujosa cama de agua, con sumo cuidado, para no despertar a Leonarda y asomarse a observar las luces más distantes desde la ventana de su apartamento. En esos momentos se preguntaba:
¿Cómo pudiera yo saber de qué forma viven las comunidades pobladas de desconocidos de Nueva York?. De pronto le vino una idea:
Si me transformo en un desconocido, podré llegar a ellos y saber que se siente ser un desconocido de la sociedad del supuesto país más rico del mundo.
Durante algunos días, Frank, muy discreto y con extremo secreto, se iba de compras a buscar el disfraz más adecuado que lo convirtiera en un desconocido. Alquiló un pequeño departamento amueblado cerca del Queens, donde llevó: maquillaje, ropa, sin separarse de su celular y su carro más modesto que todavía conservaba.
Frank, para no levantar sospechas con Leonarda, le dijo, que se ausentaría unos días por viaje de negocios a California.
Frank estaba dichoso de experimentar, ser un desconocido. Pues a sus cuarenta y cinco años, estaba cansado de ser una celebridad.
Sentado frente al espejo en la pequeña y modesta habitación del departamento alquilado, se decía así mismo:
—Eres bien alto, tu cabello está muy bien afeitado, unido a que tus manos jamás han trabajado con una herramienta o fregado algún piso.
—¿Qué haré para disimular tales características?
—Un poco de barba me haría bien, a eso le agregamos, esta peluca, y un algo de betún negro para aparentar suciedad. Los pantalones de mecánico, están gastados y me van. Un detalle me falta, los zapatos. Tendré que buscar en el closet del apartamento a ver si quedan algunos.
Llegó la noche deseada por Frank para sumergirse en lo desconocido. Frank con su muy característico disfraz va rumbo a un barrio de Nueva York.
Empezó por observar el deterioro de la infraestructura, viviendas en mal estado. Las veía muy antiguas y pequeñas, con muchos apartamentos ocupados por varias familias para poder afrontar los altos costos de vivienda, suponía él. Las calles estaban sucias y descuidadas, por la falta de mantenimiento generalizado en aceras y áreas verdes.
A su alrededor una población diversa, con una mezcla de diferentes culturas y etnias.
Frank había nacido en Washington, en un sector de alto nivel social y económico. Para él esto era realmente impactante. Caminaba buscando donde pudieran estar las escuelas y los centros de salud, pues consideraba que eran lo básico y esencial. Logrando solo poder apreciar una vieja y deplorable escuela de educación medía.
Preguntaba por doquier, le gustaba oír los comentarios de la propia comunidad.
Encontró a un hombre contemporáneo, a él, con un saco lleno de latas de aluminio, le dijo:
— ¿Cómo te llamas?
— Neal
Frank le exclamó:
— El desempleo y la pobreza son altos, por aquí. A lo que le respondió Neal
—Sí, lo que lleva a una falta de oportunidades económicas para nosotros los residentes de este barrio.
Frank lo oía atentamente y le preguntaba:
— ¿Te gustaría trabajar, tienes sueños por una vida mejor, Neal?
— ¿Qué te gustaría hacer en lo que te resta de vida, Neal?
Neal, está sin afeitar, con ropa limpia, muy modesta. Se le veía de un peso normal, pues aparentemente comía todos los días. Le había contado a Frank que solía ir a una institución donde le regalaban dos platos de comida diarios con una sopa. En invierno, le daban alojamientos a quince personas más. Pero, por lo menos, el cruel frío lo podían superar.
A las preguntas de FranK les respondió:
— Te diré, amigo, que no he tenido tiempo, ni he querido pensar en ello, prefiero tomarme una cerveza y olvidar, simplemente, olvidar. Vivo sin familia, solo, ando de un lugar a otro sin rumbo.
— Bueno, me voy, ya es hora de ir a ponerme en la fila para buscar mi ración de comida.
— Suerte, cuídate Neal, le dijo Frank.
De regreso a su pequeño departamento, Frank pensaba, ¿De qué vale querer cambiar las cosas?, si cada ser humano se conforma con lo que tiene.
Aquella noche se quitó su disfraz, de desconocido, y trató de dormir, pero sus diálogos internos e interminables seguían haciendo de las suyas en la mente de Frank.
Había pasado más de una semana transitando entre desconocidos del barrio de Queens, que se iban transformando en conocidos.
Una noche se encontró en medio de una pelea a cuchillos, dos maleantes tenían acosada a una linda muchacha pelirroja, que gritaba para tratar de escapar de los dos delincuentes.
Frank era cinta negra de Karate, y dominaba a la perfección el arte marcial, con su técnica y valentía logró, inmovilizar a los atacantes. Al verse derrotados, ambos desistieron, y se fueron tras la oscuridad de la noche sin luna. La pelirroja, todavía temblorosa y temerosa, le dio las gracias, la intención en sus ojos reflejaba agradecimiento, pero también deseaba contarle el porqué esos hombres la tenían amenazada. Pero Frank le dijo, tomándola de la mano con dulzura:
— No te preocupes, ya todo pasó, no me debes nada. A donde te acompaño, no te quiero dejar sola, no sea que regresen.
—¿Pero como te llamas?, y le dijo mirándola a los ojos:
— Te repito, quédate tranquila, tenme confianza que todo va a estar bien.
— La muchacha percibió la dulzura y apoyo ofrecido por Frank, como esa caricia que necesitaba, como ese hombro que buscaba durante largos meses que estuvo debatiendo entre desconocidos en una selva de concreto, tratando de sobrevivir ante, los monstruos de la pobreza, de la droga, y la prostitución.
— Anastasia, me llamo. Pero no merezco que tú me ayudes.
— Porque dices eso, Anastasia, tienes un bello nombre.
— Porque he llegado a lo más bajo que llegan los seres humanos.
Frank le respondió:
— No me importa saber tu pasado o tu presente, solo quiero saber:
— ¿Si deseas salir de ese abismo oscuro donde estás?
Anastasia empezó a reírse, no paraba de reír. Frank, asombrado, le preguntó:
— ¿De qué te ríes?
— De que tú, un desconocido y pordiosero como yo, me preguntes tal cosa.
— Quizás no soy el desconocido que tú crees. La vida da muchas sorpresas.

LOLI BELBEL

PERO YO NUNCA TE OLVIDÉ…
¡Muéstrame el camino al mar!
-Lo olvidé hace ya tiempo-.
Miraba estas fotografías
desde el sillón que da a los ventanales
Y…, lloré.
Lloré mi primavera,
tus preciosas manos
tu insolente juventud,
mis ojos mirándote feliz.
¡Muéstrame el camino al mar!,
allí donde se mezcla con el cielo
donde mi cuerpo se columpiaba
con las olas
donde te acercabas tímidamente
a mí.
Hace casi dos días que no te veo
y en este lugar desconocido
las flores se están durmiendo.
¿Por qué ya no me miras?
¿Por qué ya no me hablas?
Golpearé mi cabeza contra ese cristal
que nos separa…
Y cortaré ese camino.
Me entra frío,
un frío mustio y sombrío.
¡Yo solo tenía treinta años
cuando tu mano dejó la mía tirada
en la cuneta!
Y ahora perdí la cuenta…,
Y te veo aquí…,
Y no te veo.
¡Muéstrame el camino al mar!
Tú.
Sí…, Tú.

MARÍA DESIRELLO

Desconocido. 5 Am.
Mara se despertó, ésta vez una hora antes.Sus ojos se abrieron por algo…
Fue a la cocina, por la ventana asomaba su luz blanca brillante cómo un faro.La luna siempre la maravilla ,la considera su confidente y compañía entre tanta soledad.
Se sentó a contemplarla como solía hacer cuando la visitaba en su esplendor.
Era «SU» momento con una visita especial,que llega sin pedir permiso , porque no lo necesita.
Venía a iluminar su espíritu y alma cansada de tanto dolor. Por un momento el tiempo se detiene al igual que sus pensamientos.Todo es perfecto , ese momento sangrado de silencios compartidos decían mucho.
Agradece su visita, ése instante especial.
Otra madrugada el rito se cumplirá.
5 Am.

PARTICIPANTE ANÓNIMA

<La rabia nublaba su faz cuando me la encontré bajando las escaleras, que dan acceso a nuestra vieja casa de madera. En ese momento ella era como una máquina de vapor, de esas que portan mercancías: larga; pesada; sin rienda, y echando humo por su chimenea. Nada podía detenerla…
Aunque escuchó mi llamada, no se sometió, y continuó corriendo por el bosquejo, hasta llegar al camino de piedras que lleva al río. Parecía cada vez más pequeña, según se alejaba de mí y sus zancadas se aceleraban. Intenté alcanzarla, pero me fue imposible…
Por un instante creí que se había calmado y detenido semejante demencia, al verla agachada sobre la orilla, pero inmediatamente pude darme cuenta que la detención era para aprovisionarse de grandes guijarros, con los que rellenar los bolsillos de su abrigo. Ahí colapsé, y ella finalmente llegó a la corriente, y ya no se detuvo. Parecía como si creyese que podía caminar sobre las aguas… Grité; vociferé y corrí con más ímpetu hacia ella, pero nada de lo que hacía parecía útil. Ni siquiera sabía qué había pasado; qué demonios pasaba por su mente, y el alcance que eso iba a tener para nosotros…
La ropa empezó a mojársele, y poco a poco el agua iba calando más tela. La corriente esa mañana era feroz. Parecía igual de embravecida que Virginia. Supongo que su temperatura comenzó a descender, al tiempo que su gabardina comenzó a pesar más, convirtiendo sus pasos en movimientos cada vez más lentos y torpes, pero aun así, con mucha dificultad, continuó hacia el centro del río, lejos de mi alcance. Estaba claro que no quería detenerse…
Entré en el río en el momento justo que la cabeza de Virginia se sumergía, y aunque nadé; braceé e intenté encontrarla, las aguas del “Ouse” la habían abrazado con suficiente tesón, como para no devolvérmela, como en un abrazo mortal entre dos enamorados… No pude hacer nada… No pude encontrarla. Me pasé horas entrando y saliendo del maldito agua, con la esperanza de localizarla inconsciente en el lecho del riachuelo, hasta que el sol desapareció por el horizonte. Entonces decidí volver a casa y dar parte a las autoridades, para que iniciasen la búsqueda del cuerpo de mi esposa. Y fue cuando entré en el salón, cuando vi la nota que había sobre la mesa. Todavía tenía el aroma de Virginia cuando la leí. Decía así:
<Siento que voy a enloquecer de nuevo, y no estoy segura que podamos soportar otra de esas épocas terribles, al mismo tiempo que sé que no puedo recuperarme esta vez. Comienzo a oír voces que deambulan en mi cabeza, y no puedo concentrarme. Esta maldita enfermedad me convierte en una desconocida para ti, incluso para mí misma. Sé que con esto que he decidido, voy a arruinar tu vida, pero también sé que si no hago nada, seguiré perjudicándote. Quiero decirte que te debo toda mi felicidad; has sido totalmente paciente conmigo, e increíblemente bueno, y si alguien podría haberme salvado, habrías sido tú. Ahora, que aún me reconozco, sólo me queda por decirte, Leonard, lo mucho que te quiero>>.

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14 comentarios en «Desconocido – miniconcurso de relatos»

  1. Eduardo Valenzuela – El sobrino
    Graciela Pellazza – El hijo del carnicero
    Almut Kreusch – La Soledad
    Benedicto Palacios – La francesa

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