Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «huellas». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 2 de febrero!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
LAS HUELLAS QUE DEJA INTERNÉ EN LAS CABEZAS
Plasencistan a 21 de entero del del 23 + 20.
Yayo Boomer bostezó largamente al tiempo que cerraba los ojos y pensaba en el desayuno, pues el desayuno era la comida más importante de la mañana y él cumplía siempre que podía las recomendaciones de los que saben – o de las que saben -.
Después de desayunar convenientemente y de fregar los cubiertos y/o utensilios usados, niñ@s aprended a ser limpios, se sentó tranquilamente con su café natural de cafetera italiana, hecho con la tapa de la cafetera abierta y sin prensar en el cacillo, edulcorado con stevía y dado vueltas con una cuchara ecológica de la Bio-tienda de moda, al tiempo que prendía su Latop, -que me gusta a mí una buena frase-, dispuesto a sumergirse en ese nuevo universo que había descubierto.
Para poner al no-lector, no-lectora o no- lectore en antecedentes y abreviando lo más posible pues ya sabemos que a la juventud de hoy día le gustan las cosas pin, pam, pum y arrea, pues para ellos ayer ya es prehistoria, decir brevemente que Yayo Boomer es un prolífico cantautor y escribidor, además de auxiliar administrativo en sus ratos libres, de la escuela analógica que acaba de descubrir hace poco el mundo digital.
-Bueno vamos a ver las huellas que deja hoy Onlinestan en la humanidad- dijo al mismo tiempo que abría el Buble y buscaba en sus diferentes redes sociales.
CRÓNICAS NORMALES
Tuirer – @escribidorempático
Cuéntame algo sobre ti,
por ejemplo…,¿qué es lo que más te gusta de mí?
¿Tú también escribes verdad,
qué te han parecido mis libros?
Yo es que no tengo tiempo para leer
entre firmas y presentaciones,
pero seguro que tiene que estar bien lo tuyo.
Organizo un encuentro de escritores
pásate por allí si tienes un ratino,
al igual te interesa algún libro.
CRÓNICAS VIP
¡Se presenta Tiktoketroll
vaya chistes que cuento yo!
María, María, mira lo que
mán vendío en la tienda.
¿Y que tán vendío Paco?
Jamón en tacos.
¡Qué arte que tiene mi Paco!
Narración normal
– Jo petas zetas, y no he abierto “entoavía” el “guasá” madre mía dónde me acabo de meter yo.
Guasá – Grupo ciclista – El vídeo del graciosillo de turno
¿Qué, cogiendo la bici para bajar las lorzas no?
Claro te pones a comer, pues tienes que cagarlo después
y así nos va luego, andaaa deja de mirar bicis y aprovecha
el triciclo de tu hijo y guarda las perras para que estudie.
Ahj, ahj, ahj, feliz año y a pedalear se ha dicho.
Continuará… y con mas mala leche, espero.
Imborrables marcas
dejaste en mi vida,
indudable esencia
sin dejarme herida.
Indolente el tiempo
que nos alcanza
tenaz, a su tiranía,
a cada segundo de nuestros días.
Recovecos de memoria
escondidos en la mente,
en el paraíso ungido
de mi corazón inerme.
Dejaste en mi profundo surco
bajo el cielo abierto, de las estrellas,
imprimiendo mis huellas en tu recuerdo
sin dejar que se borre, mi sueño etéreo…
El deseo de disfrutar de la nieve era tan grande como la caída reciente .
El espesor del bosque pintado de blanco nos hacía ver a toda la familia que íbamos en la furgoneta el paisaje hermoso.
Tardamos un tiempo en fijarnos en aquellas enormes huellas marcadas en la nieve.
El correr del vehículo dejó atrás los árboles para mostrar un suelo salpicado de huellas enormes. La familia al completo ya no disfrutaba del entorno más bien un miedo a lo desconocido nos atrapó en imaginar copos de nieve con forma de bestias que se abalanzaban a la furgoneta y al llegar al cristal desaparecían dejando pegada sus huellas.
Huellas de ventisca alocada…
Por fin dimos con el claro de una meseta cubierta de fina capa de nieve. Salimos todos de la furgoneta como si rayo nos persiguieran. Nuestro desencanto fue al comprobar que las huellas eran de un gatito chiquito…
Hay algo en este grupo que no puedo soportar, y es saber cuál es el tema semanal propuesto y pasar de largo, sin pisar, sin tocar, sin escribir nada. Una semana entera intentando pasar de largo sin dejar rastro, leyendo algunas de las estelas que dejan l@s demás, diciéndome: no escribas nada, no te devanes los sesos, si total, no te van a votar…, pero claro; también creo que el hecho de que no nos voten o no nos lean no es estigma suficiente como para dejar de escribir, y seguidamente continúan martilleándome las palabras; simples; complejas; aisladas; encadenadas; inconexas; sin sentido; incorrectas, como por ejemplo: uellas, que no son si no cicatrices imperfectas, errores en mi ADN, que te encubren y te descubren, te rastrean, se intuyen, se palpitan, te auscultan, se analizan… y te encarcelan.
NOTA: la foto son de mis huellas, la tomé hace unos días, como prueba de que sigo deambulando, yendo y regresando por los mismos caminos.
Habitaba Salvador un claro del bosque en una casa antigua y destartalada, porque era tradición que el guarda forestal atendiera el encargo de vigilar desde su casa del pueblo. Era lo establecido, pero Salvador se pasaba allí el día y parte de la noche y no tenía empacho de habitar aquella casa que estaba únicamente dotada de una cocina de gas y de un camastro de la época de la primera República, porque ya entonces fueron conscientes aquellos gobernantes de la conveniencia de establecer control y vigilancia sobre aquel paraje que hubiera hecho las glorias de fray Luis de León.
Conocía Salvador al dedillo las lindes y veredas del bosque, los pasos angostos por donde se desplazaban los animales, el riachuelo que fluía, las distintas especies de árboles que lo poblaban, la jara, el tomillo, el espliego, y hasta el canto de las aves, el zumbar de las abejas, el balido de los ciervos y el aullido de los lobos. Ciervos, lobos, jabalíes y zorros dejaban sus huellas en las estrechas veredas y Salvador estudiaba sus desplazamientos. Los animales caminaban sigilosos durante la noche y rara vez invadían lo que otra especie consideraba su territorio. Las peleas, cuando tenían lugar, se daban a pleno día y en época de celo. De ello tomaba nota Salvador. Y todo lo apuntaba, como si cuanto sucediera fuera una simple prolongación de sí mismo, de su vida.
La primavera había sido aquel año lluviosa y en el mes de mayo ya empezaba a calentar el sol. Dormía poco Salvador pero en aquellos días descansaba con el oído más avizor que una libre porque era consciente de que cualquier descuido podía originar una catástrofe.
No hubo una tormenta, nadie tiró una colilla, los excursionistas nunca hicieron barbacoa y Vulcano no despertó de su sueño o su letargo, pero en el atardecer de un día sofocante el bosque empezó a arder y los animales huyeron de estampida. Hasta el jilguero que paseaba libre por la casa despareció. Tres días después no quedaba huella alguna de vida. Murió el bosque y murieron los sonidos familiares de los lobos y vuelo majestuoso de los buitres. Y también murió de pena y por inhalación del humo Salvador.
Aquel invierno nevó y la nieve se conservó impoluta, sin una huella que la mancillara. El bosque negro milagrosamente se vistió de blanco. Y dijo el poeta del pueblo que cuando el forense hizo la autopsia al cuerpo ennegrecido y socarrado, Salvador conservaba por dentro el alma blanca.
El hallazgo
― ¡¡¡Ay, priiiimo, ¿esa cosa qué es lo que es?!!!
―Lo que viene siendo una huella de rinosaurius de toda la vida de Dios.
― ¿De un diplofocus de esos antiguos?
―No, pedazo de jumento, este es un piranosaurius res, de la era plestozoide, que no te enteras.
―Acabáramos. A lo menos, lo habrán fichado con el cabrono catorce ese.
―A saber…, eso cuesta un potorrín.
―Dinero no habrá, pero pa tontás…
―Este es de los que se lo zampaba tó.
―Inclusive a los velocitractors volantes, que lo sé de mu buenas tintas.
―Pos, que sepas, que hay más de estas colina abajo, toas enrilerás en fila india.
―Anda tú, que gracia, y paíce que llevaba un rismo flamenquillo, por la candencia lo digo, que divino no soy, aunque espérate tú, que tó llega antes o endispués.
―Sí, y se ponía traje de faralaes, era un rinosaurius trans, ¿no ti digo?
―Pos sería una hembra preponderante, con sus contorneos de culillo y tó eso.
―Como pa dejarla en casa con la pata quebrá.
―Menúo caráster se gastaban las gachís en el antilluvio.
―Asín son ahora, según el darwinismo en bogavante.
― ¿A santo de qué reluces el bogavante?
―Que sepas ques más viejo que el diplofocus.
―Velo pa creelo, es que dominas tós los palos.
―Pa un roto y un descosío.
―Un parto bien aprovechao.
―Pa no, hay que estar preparaos.
―Pa cuando vuelvan los rinosaurius.
―Aaaay, qué cosas, primo. ¿Te has enterao que sa muerto la Eusebia?
―No somos naide.
― ¿Hace un sol y sombra?
―U dos.
―Qué remedio.
―Con algo habrá que pasar los contubernios.
―Ya lo decía el tío Pascual.
― ¿Y qué icía ese santo varón?
―Que al toro y al dintista, por los huevos se les enquista.
―Mu profundo, pero ¿qué quié icir?
―Nadie lo sabe, un misterio mu misterioso.
―Válgame el tío Pascual, menúa pedrá.
―Tamién es verdá.
―Oyes, primo, en volviendo al piranosaurius trans, ¿tú no crees que era un poco señoritingo?
―Juás, salió el charqueólogo.
― ¿Ein?
―Na, primo, cosas mías…
―Aaaaaaaaaahhhhhh, acabáramos…
No recuerdo un momento en el que decidera seguir las huellas de mi hermano. Solo sé que crecí mirándome en él, atento siempre a sus pasos para tratar de seguirlos yo. Él era dos años mayor que yo, y representaba para mí la inteligencia, la fuerza, el poder. Si él pedía una bicicleta yo pedía otra, si él quería ir aprender a jugar al tenis, yo también.
Afortunadamente él siempre consideró esto un halago, y no como una manía del mediocre de su hermano. No le molestaba mi continuo intento de imitarle, y yo nunca cuestioné mi forma de proceder. Mi hermano era mi referencia, y solo tenía que seguirla para estar bien.
En el instituto empezó a salir con una chica guapísima. A mí nunca me habían interesado las chicas, pero un par de meses después le presenté a la mía. No era tan guapa, pero me bastaba.
Poco después se apuntó al grupo de teatro del barrio, y por supuesto, no tardé en hacerlo yo.
Más tarde empezó a tocar la guitarra, y decidí hacer lo propio con el piano.
Al finalizar el instituto se matriculó en periodismo, y dos años después lo hice yo.
Aún me costaba creer que hubiera cogido la moto sin el casco. Y que se hubiera cruzado aquel coche arrebatándole todo.
Siempre fuimos inseparables. Puede parecer paradójico, pero seguir sus huellas me ayudó a madurar antes. Gracias a él me hice más sensato, más honesto, mejor persona.
Mirando su nombre en la lápida sentí frío, y miré alrededor. Al comprobar que no había nadie, cogí la mochila con la soga y me dirigí hacia el árbol.
Esta semana me apetecía cambiar a ciencia ficción, espero les sea entretenida.
Los wulfifonos y sus múltiples huellas.
Un pequeño terremoto apenas perceptible fue el inicio de todo. Los wulfifonos levantaron la cabeza.
En el mismo centro de la pradera nació un circulo de color rojo, la hierba perdió su tono, murió; se volvió crema pastosa.
Cada hora, avanzaba el círculo más y más, secándose todo lo de alrededor. El perímetro se expandía a una velocidad abismal, progresiva, mayor y mayor.
Del mismo centro, un cordón de líquido rojo apareció, cruzando el círculo y marcando extraños dibujos. Era como una diana sobre el suelo.
Algo parecido a las huellas que dejan los aviones en el aire, pero sobre la tierra formando círculos concéntricos de diferentes tamaños.
Una bola de fuego del espacio de cuatro metros de diámetro cayó sobre el mismo centro, como si estuviera predestinado el lugar donde caer.
El ruido que traía consigo ya era bastante estridente, ensordecedor haciendo que los wulfifonos levantaran una especie de muñón como manos al aire y escondieron los oídos, provocando verdaderos fluidos de colores rojos y extraños sonidos.
Eran huellas y marcas fluorescentes, que salían de sus cuerpos endebles como pelotas que reventaban al sonido disparadas sobre el suelo. Las salivas rojas se vertían pensando que iban a comer.
Todos despertaron al unísono, con el ruido y mirando hacia el cielo iluminado completamente por la bola de fuego, parecía de día, como un gran sol venía la bola. hasta que cayó y dió un golpe brutal en el suelo, en el centro del círculo quemado y pintado de rojo anteriormente.
Quedando media bola fuera, y la otra media incrustada, soltaba un vapor de azufre, de un color incandescente, todo a su alrededor desaparecía, poco a poco iba colándose en el suelo.
Los entes elevaron sus manos y emitieron radiaciones junto a un extraño ruido, mirando cómo se hacía de día en la noche, la bola de fuego y frío, venía del espacio exterior.
Con los ojos localizan el sitio donde cayó.
Cruzó el cielo y se desplomó sobre el valle de la esperanza, en la provincia de las Altas Cumbres, más allá de Río Quemado, justo en el altozano del viento.
No era nada extraño que cayeran objetos incandescentes por aquellas tierras marcadas por los dibujos siniestros en el suelo.
Todo el planeta estaba sembrado de chimeneas marrones que surgían directas al cielo, de donde se alimentaban los Wulfifonos. Que bebían verdaderas montañas de fuego de lava ardiendo. En los últimos tiempos a cada nada, venían bolas de diferentes tamaños, algunas se desintegraron al contacto de la atmósfera explotando en partículas incandescentes, eran las perlas que buscaban entre nubes verdes.
Otras las de mayor tamaño, caían y perforaban la corteza hasta llegar al mismo núcleo del Planeta reventando, formando volcanes y agujeros tremendos que no se cerraban nunca, al revés, cada uno de ellos se tragaba la tierra que tenía a su alrededor, un gran hueco aparecía formando galerías y túneles donde vivían los Wulfifonos.
Las huellas rojas que surgieron con mayor frecuencia; cada vez más numerosas se extendían por todo el planeta, eran los dominios de cada pareja.
Los gases que escupía la tierra al exterior se alzaban como una barrera derecha, soltando a chorros un color marrón ocre pesado, parecían fuentes de barro en las cuales se lavaban.
Ya habían desaparecido las ciudades más importantes, tragadas y arrastradas al fondo del planeta.
K10 vivía a orillas de Río Quemado en un platillo romboide que tenía la capacidad de aparecer y desaparecer, interactuar y trasladarse.
Volando por ignición, alcanzaba los 9mil gorlds por segundo.
J16 era su pareja y sus crías que no habían eclosionado aún, dos huevos; M5 y S60. pendientes de tres generaciones de bolas para nacer.
Los wulfifonos eran seres que siempre dejan huella, un poco como si fueran caracoles, se desplazan sobre un líquido rojo que vertían por donde pasaban arrastrando medio cuerpo.
También podían teletransportarse. Su cabeza formada por ásperas escamas rojas, tenía la posibilidad de extenderse como una manguera a varios metros para poder succionar el fuego que era su alimento principal, corriendo como locos a las bolas que caían, después que se colaban en la tierra ya no podían comerlas.
Venían huyendo de la gran ciudad Ratmatia. Donde la mayor parte de sus entes habían muerto engullidas por la tierra.
Desarrollaron una capacidad sensitiva especial, podían predecir donde se formaban los grandes agujeros de gases y respirarlos alimentándose de ellos. Teletransportarse al lugar.
El planeta Sveltia pertenecía a la constelación de las conchas, mucho más allá de Andrómeda. Dentro de la galaxia de los círculos magnéticos. Y era muy conocido por las múltiples huellas que tenía bien marcadas en forma de chimeneas humeantes que se podían ver desde el espacio exterior.
MIGUELA RAMOS. HUELLAS DE UNA VIDA
Pienso que nuestro recorrido por la vida estará marcado por las huellas que dejemos al pasar por ella. Y no hablo de esas marcas físicas que dejan nuestros pies al pisar el barro, al caminar sobre la nieve o sobre la arena húmeda de la playa. No. Me refiero a las huellas que dejamos en las personas que nos rodean, a ese estigma que queda grabado en el corazón de aquellos que caminaron junto a nosotros, a ese recuerdo que guardarán en su mente y nos traerá a la vida, aún después de haber muerto, cada vez que lo mencionen.
Yo no conocí en persona a tía Miguela —como así era nombrada en casa —pero pude saber quién era gracias a la estela que dejó en la gente que la conoció y, cómo no, en el rastro que quedó allí donde vivió.
Miguela era una persona buena y muy creyente. Dedicó su vida a ayudar a todo aquel que lo necesitaba y fue una segunda madre para mi abuelo y sus hermanos, que quedaron huérfanos de madre con muy corta edad.
De su casa destacaría dos partes: la sala y el hueco de las escaleras que daban al doblao.
La sala despuntaba por ser la única estancia cuyo suelo estaba cubierto por baldosas y sus paredes pintadas con pintura plástica de brillo —quizás porque era la habitación preferida de tía Miguela— En ella compartía oración con toda aquella persona que la acompañaba. Sus plegarias se dirigían en gran parte a San José de la Montaña, de quien era devota y cuya imagen posaba en una hornacina que había en una de sus paredes. Tal era el fervor que tenía hacia este santo que vendió parte de sus bienes para pagar la capilla de mármol que se sitúa en el Convento Ntra. Sra. De los Remedios del pueblo y que está dedicada a él.
Sin faltar ni uno, todos los jueves llevaba a cabo el reparto de pan en esa misma habitación. Ella encargaba varios sacos a la panadería de Estrella y los entregaba a aquellos que más lo necesitaban.
El hueco de las escaleras, situado en el tercer paso, estaba tapado de forma irregular. Sus protuberancias se dejaban notar entre aquellas paredes lisas del pasillo dejando ver la forma que un día tuvo.
— ¿Ahí había una puerta? ¿Por qué la tapasteis? —le preguntaba a mi abuela llena de curiosidad.
Ella me miró y miró a la pared.
—Te contaré la historia —me contestó
<< Como sabes esta casa perteneció a tía Miguela. Ella era una persona creyente, muy religiosa y que sentía un gran amor por la Iglesia. Pues bien, durante la guerra civil ella ayudó a mucha gente pero también la Iglesia se vio amenazada y, poniendo su vida en riesgo, abrió la pared que tapaba ese hueco de escaleras, escondió el Cáliz y volvió a taparla a fin de que el grial no sufriera daño alguno. Pasado el peligro se devolvió lo guardado a quien pertenecía quedando oculta la cavidad.>>
Y al escuchar esa historia descubrí el significado de esa huella que había en la pared.
…
El escribir detalles sobre la vida de alguien que hace mucho que ya no está con nosotros, en este caso el hablar de tía Miguela, no hubiese sido posible si ella no hubiera dejado esas huellas que dejó en todas y cada una de las personas que la conocieron.
(este texto está basado en hechos reales)
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Mi nombre es Roger, pertenezco al selecto grupo de astronautas Selerius, estoy realizando una investigación en el planeta Nevtir, por el momento ningún vestigio de vida.
El lugar tiene unas condiciones extremas, el termómetro marca cincuenta y nueve grados bajo cero, el traje espacial me protege de las inclemencias de este lugar inhóspito.
Me voy alejando de la nave, pero atrás dejo un reguero de huellas que me ayudarán a regresar sobre mis pasos.
El terreno es árido, casi desértico, ni rastro de agua ni especies animales ni vegetales.
Tras media hora larga decidí regresar a la nave, mi sorpresa fue mayúscula al comprobar que mis huellas sobre el terreno habían desaparecido, había indicios de que algo o alguien las había borrado.
El miedo se apoderó de mí, era atroz. Comencé a sentir el sudor emanando sobre mi frente, me encontraba mareado y tenía la sensación de que me podía desmayar en cualquier momento, mi corazón latía a un ritmo inusitado, jamás había tenido una taquicardia tan severa, mi pecho me dolía, notaba un pinzamiento en la parte izquierda. Me desplome…
Varios días después desperté, un extraño ser me había salvado, cuidado y curado.
El planeta Nevtir tenía vida extraterrestre, el informe fue desclasificado y se mantuvo en secreto, la humanidad no está preparada para saber la verdad.
¡No estamos solos!
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
ROCíO AL AMANECER
Leonardo era una persona de costumbres a la que, poco a poco, los años le habían ido robando el sueño. A las seis de la mañana lo cierto es que no tenía mucho que hacer. Desde que era capaz de recordar, jamás había faltado al ritual diario de pasear junto a su fiel amigo. Siempre en las primeras horas, en ese momento indeterminado en el que la madrugada se confunde con el amanecer, cuando las calles aún no están bien definidas y el sol comienza a despuntar entre las copas de los árboles.
Fue precisamente Aarón, el pastor belga, quien hizo el descubrimiento. Adelantado varios cientos de metros por delante de su dueño, de repente aminoró su trepidante y alocada carrera para detenerse en seco frente al cuerpo. Su primera reacción fue instintiva: lamerle la cara. La enorme lengua babosa comenzó a repasar una y otra vez la misma zona del rostro, como tratando de realizar una infructuosa reanimación, mientras el resto del cuerpo se desplazaba ligeramente ante los envites del perro, sin que por ello mostrase el más mínimo signo de vida.
Sería difícil determinar cuánto tiempo llevaría aquel cuerpo junto al contenedor de basura. A simple vista, mostraba signos evidentes de deterioro, probablemente como resultado de la violencia con la que parecía haber sido tratado. Sin embargo, aún conservaba cada una de sus extremidades. De lo que no cabía duda es de que era un cuerpo femenino. No muy agraciado, todo hay que decirlo. Pero, aun así, era obvio que habían abusado de ella a demanda, con total impunidad. Una cierta cantidad de hojas lo cubrían en su mayor parte, y el rocío de la gélida noche lo había humedecido por completo. Miles de gotitas trasparentes mojaban la totalidad de su superficie, reflejando en forma de cristalinas miniaturas toda la gama de colores del arco iris. Contemplar esa pequeña muestra de belleza sobre algo muerto producía una contradictoria sensación, entre obscena y macabra.
Ni siquiera se habían molestado en borrar las huellas. Sobre el barro fresco, alrededor de aquella víctima inerte, una infinidad de marcas de al menos diez zapatos diferentes ofrecía pistas más que suficientes como para dar con los verdugos. Estos, sin embargo, a esas horas ya se encontrarían durmiendo plácidamente, sin sentir el más mínimo remordimiento, insensibles y ajenos a lo que acababan de hacer.
Resultaba curioso que nadie hasta el momento hubiese reparado en ella. A esas horas, un cierto número de viandantes ya habían pasado junto al cuerpo, sin que este despertase la curiosidad de ninguno de ellos. Si acaso, alguno se había detenido brevemente, observándola y mostrando una expresión cruzada, mezcla de asco y desaprobación. Un adolescente se detuvo a fotografiarla con el móvil. Pero ninguna persona hizo el más mínimo gesto de recogerla, ni de avisar para su levantamiento. De hecho, a nadie le interesaba su origen ni la historia que le había llevado a acabar allí, aunque todos lo podían suponer.
Finalmente, Leonardo llegó hasta donde se encontraba su perro. Al darse cuenta de todo, lo llamó, incitándole a que se alejase rápidamente de allí. A saber, de dónde habrá salido — pensó para sus adentros. Seguramente alguien que ya estaba cansado de ella, o casi con mayor probabilidad, un juguete roto, la estrella de la última despedida de soltero, pasando de mano en mano hasta terminar allí.
Rocío. Aún llevaba su nombre escrito sobre el plástico, con un rotulador. Aquella muñeca hinchable había acabado sus días de la peor forma posible. Rajada, desinflada y con una mueca grotesca dibujada en la cara. Sometida al más cruel abandono una vez cumplida su misión, junto a aquel sucio y maloliente contenedor de basura.
NEUS SINTES
La magia de las letras tienen un poder mucho más fuerte y espiritual de lo que nos creemos. Esa noche Juanjo, se encontraba delante del ordenador. De día trabajaba como diseñador gráfico y por las noches se convertía en escritor independiente.
Apenas dormía, aunque tampoco necesitaba dormir tantas horas seguidas. Su cuerpo aguantaba, aunque el café también ayudaba. Vivía solo en un apartamento de pocos vecinos. Miro su reloj que marcaba las doce de la noche y su mente empezó a imaginar y crear historias por relatar y plasmar en su portátil.
Buenas noches a todo a aquel que me lee, seres de la noche. Criaturas oscuras, provenientes de las tinieblas, almas errantes, almas vendidas al mismísimo Diablo. Y también bienvenidos a mi historia a aquellas almas que encontraron la escalera que les conducía a la Luz.
Sed bienvenidas todos. Sed testigos de mi historia en el camino de la llamada Vida, por el que todos hemos pasamos alguna vez, incluido yo.
La Vida, hermosa y divina como ella misma, aunque temible en ocasiones. A veces, no es como nos gustaría que fuese. No es un camino de rosas. En ocasiones te puedes encontrar con las espinas de cada rosa que dejan huellas en tu piel por el camino…
Echo la vista atrás y aún me duelen algunas de esas espinas que clavadas siguen en mi memoria y alguna que otra en mi corazón. No voy a ser melodramático, pero es que la vida no es tan bella como la pintan. Por eso por las noches hablo con los seres de la noche, aquellos que dejaron la vida para pasar a las tinieblas o volverse almas errantes, perdidas, que vagan por la tierra en busca de compañía. De alguien como yo, que les escuche.
No voy a negarlo, a veces me es grata su compañía. No siempre me vienen a visitar las mismas almas, pero las que en que ocasiones me vienen a visitar en busca de compañía son aquellas que vagan por la tierra, perdidas en la oscuridad. ¿Quien en ocasiones no necesita un poco de compañía?.
No temo a la muerte. He aprendido tanto de las almas y ellas me han enseñado cosas que ni yo mismo ni vosotros entenderíais, por el momento. Mi momento, aún no ha llegado. Todavía tengo espinas clavadas que en esta llamada Vida tengo que resolver.
Regresaré. Más tarde o más temprano y seguiré con mis relatos. Ahora me reclama el sueño.
Buenas noches.
CARLOS RODRÍGUEZ
MAR Y ARENA
Caminaba por la orilla, en esa estrecha franja en la que las olas apenas llegan a rozar la arena, mientras mis pensamientos iban y venían del presente al pasado y viceversa.
Volví mi cabeza y sobre la fina arena no pude ver nada, ni la más pequeña marca de mis huellas, el mar las iba borrando al mismo ritmo que mis pasos las creaban, como si mis pies jamás hubiesen tocado aquella playa, mostrándome lo insignificante que era.
Fue entonces cuando un fuerte deseo se apoderó de mí, algo que jamás había pasado por mi mente la estaba invadiendo por completo, sin dejar espacio para ningún otro pensamiento. Deseaba que aquel mar que mojaba mis pies creciese y viajase en el tiempo, y del mismo modo que hoy borraba mis huellas en aquella playa lo hiciese también en el tiempo, que no dejase rastro de mi paso por las vidas de todas aquellas personas a quienes había hecho daño de una u otra manera, que las cicatrices y heridas que yo hubiera creado desapareciesen del mismo modo en que lo hacían mis pisadas en la arena, sin dejar rastro ni constancia de mi presencia.
Probablemente a algunos os parecerá egoísta, pero os aseguro que todo lo contrario. Quisiera borrar el daño que haya podido hacer, desaparecer de los recuerdos de aquellos a quienes dañé, pero no quiero que nadie desaparezca de mis recuerdos, quiero ser consciente de todo lo bueno y lo malo vivido, pues siempre queda una lección que aprender, una sonrisa que recordar, un beso que añorar….
Lo sé, lo sé, estaréis diciendo ahora que si desapareciese de sus recuerdos es privarse de esa oportunidad de recordar, y eso sí os daré la razón, pero no quisiera que ese recuerdo habrá heridas, cause malestar o tristeza, no quiero que nadie llore por esos recuerdos.
Al fin y al cabo, esta insignificante mota de polvo que soy en el infinito del universo estoy seguro que no habrá dejado huellas tan profundas como para ser recordadas.
Y en estos devaneos continúa mi mente, mientras las olas del mar y el tiempo siguen borrando mis huellas y a mi mente vienen mil recuerdos de otros tantos momentos a su lado, entre sus brazos, en sus labios…
IRENE ADLER
En verano, la ruta debía de ser impresionante, casi festiva. Seguramente, familias enteras equipadas en Decathlon ocuparían el estrecho camino en pendiente, haciendo fotos con los móviles a los niños y a las cabras que asomaban tímidas entre las grietas del desfiladero.
Pero en Noviembre, sin el alboroto de los turistas, bajo un cielo igual de gris que las torturadas rocas de pizarra o de cuarcita y con el rugido de las aguas rápidas del río que zigzagueaba al fondo del barranco, la sensación era aterradora.
Elsa tuvo la extraña convicción de que las paredes de roca se inclinaban, cerrándose, como una glotis hambrienta.
Cuatrocientos millones de años sobre la cabeza eran un peso enorme. Toda aquella furia telúrica implosionando desde un corazón de magma para venir a formar aquellas fracturas grises de cuarcita y de pizarra, como gibas en una espalda atormentada y hostil. Cicatrices del Devónico que servían para recordarnos lo insignificantemente pequeños y absurdos que somos, en un mundo en constante evolución del que no entendemos nada, aunque creamos saberlo todo.
«Vaya mierda de regalo», pensó Elsa mientras oía a Arturo trastear con la bragueta en la oscura oquedad de piedra, un pequeño nicho excavado por los vientos huracanados y el agua milenaria.
«Un hombre sólo es aquello que le permite ser su próstata». En mitad de la nada, Arturo tenía que mear. La había arrastrado hasta allí asegurando que sería divertido, que el aire libre le sentaría bien, que hacía mucho tiempo que no hacían algo juntos. Un regalo de aniversario estúpido. Elsa tenía frío, una ligera claustrofobia, se preguntó qué pasaría si empezaba a llover; si acaso los folletos mentían y sí que había osos allí arriba; por qué no había nadie más haciendo la ruta. Ni pájaros ni huellas. El último rastro de civilización, era el todoterreno de los servicios forestales del parque que habían visto aparcado en la vieja piscifactoría abandonada, justo al comienzo de la senda. Pero podía llevar allí días. Semanas.
Miró el móvil otra vez. Sin cobertura.
-Cariño, estoy cansada y tengo frío. ¿Podemos bajar ya y tomarnos un café?
-¿Arturo? ¡Sal ya, joder! No tiene gracia.
Elsa se acercó a la abertura del nicho, con una aprensión creciente en el pecho. Estaba oscuro. La piedra rezumaba humedades antiguas y no se veía dónde terminaba realmente aquella abertura. Temblando, encendió la linterna del móvil y su luz repentina, como un fogonazo de sodio, iluminó una cueva alargada, sin techo, pero ni rastro de Arturo.
La aprensión inicial se convirtió en una taquicardia. El aire frío se llenó de un intenso olor a amoníaco. Bajo sus botas de trekking, el suelo crujió. Había pisado el teléfono móvil de Arturo. Y a dos metros, la luz oblicua resbaló sobre los contornos de una mochila.
Elsa gritó y la extraña acústica del recinto, creada en el paleozoico, elevó su grito hasta el paroxismo. Luego movió la linterna sobre el suelo, barrió las paredes, enfocó al cielo…La gruta se adentraba en el corazón de piedra y el cielo era, en realidad, la gomosa y espesa oscuridad de una chimenea natural. Volvió a enfocar el suelo de tierra. Vio huellas de botas. Las huellas de Arturo que parecían adentrarse en la cueva. Se dobló por la mitad, con las palmas de las manos sobre las trémulas rodillas y respiró hondo.
Se incorporó y con la mano libre, se secó las lágrimas.
-Ya voy cariño. Ya voy-. dijo, y el eco repitió sus palabras una y otra y otra vez.
Mientras avanzaba, despacio y a tientas, rezó para que la batería del móvil aguantara. Le pareció que afuera y sin previo aviso, había empezado a llover. Oyó un quejido lejano, como una voz desarticulada, y después un rasguño enloquecedoramente suave a su izquierda, como si algo o alguien se deslizara a su lado. Algo caliente, orgánico; una sombra más espesa que la misma oscuridad. La asaltó un olor insoportable y sulfuroso a descomposición y estiró la mano buscando apoyo; buscando a Arturo; buscando a Dios…
Se dijo que un teléfono móvil no es una navaja suiza; que nadie sabía dónde iban a estar el fin de semana; que quizá encontrarían su coche en el pueblo, mil doscientos metros más abajo.
…Y que cuatrocientos millones de años eran muchos años de hambre acumulada para lo que fuera que hubiese logrado sobrevivir allí…
EFRAÍN DÍAZ
El Rey estalló en furia. La ira y la cólera se apoderaron de él. Sus gritos, como rugidos de un león rabioso, resonaban por todo el palacio, haciendo un fuerte eco en cada esquina.
Cambises II, Rey de Persia, se había esforzado por tener un reinado justo y transparente. Una administración sana e imparcial.
Todos los funcionarios del reino habían sido cuidadosamente seleccionados para evitar que cayeran en las garras de la corrupción. Quería el Rey crear instituciones públicas que gozaran de credibilidad y que su pueblo tuviera plena confianza en ellas.
Por eso estalló en ira y coraje cuando su secretario personal le informó que Sisamnes había sido acusado de prevaricación.
El Rey, incrédulo y sorprendido ante tal acusación, exigió la prueba. Después de todo, Sisamnes era su amigo de la infancia. Habían crecido juntos. Habían ido a la misma escuela y por su integridad, honestidad y sentido de la justicia, lo había nombrado juez del reino.
Luego de examinar personalmente a los testigos, verificar los testimonios y leer la sentencia, Cambises II cayó en una profunda tristeza. Su amigo de la infancia, quien gozaba de toda su estima, había prevaricado. Había dictado una sentencia injusta a cambio de un soborno.
Con su acto, Sisamnes había traicionado toda la confianza que el Rey había depositado en él.
Apesadumbrado y afligido, Cambises II arrastraba una fuerte congoja en el alma y en el corazón. La traición es el peor de los sentimientos que un ser humano puede experimentar, pues nunca viene del enemigo. La traición, por definición, siempre viene de un allegado, de un aliado, de un amigo.
Decepcionado por el acto de Sisamnes, el Rey mandó a sus guardias por él.
Lo trajeron apresado. Esposado de manos y pies, Cambises II, con voz entrecortada, leyó en voz alta la acusación. Cabizbajo y abochornado por su acto, Sisamnes aceptó haber prevaricado. Aceptó haber dictado una sentencia injusta a cambio de un soborno. Con lágrimas en sus ojos y sollozando, pidió clemencia.
Cambises II tenía que ser implacable. La prevaricación es el peor de los actos que un juez puede cometer. Tenía que mandar un mensaje claro, contundente e inequívoco. Que sus funcionarios temieran incurrir en actos de corrupción.
Luego de consultar con sus asesores, estaba listo para dictar sentencia.
Con la misma tristeza que había leído la acusación, leyó el fallo. Sisamnes fue condenado a ser desollado vivo y en público. Fue despellejado frente al pueblo y con su piel, el Rey ordenó tapizar la silla judicial en la cual Sisamnes había presidido sus juicios y audiencias. La misma silla en la cual Sisamnes había prevaricado.
Para culminar su sentencia, astutamente el Rey nombró Juez del reino a Ótanes, hijo mayor de Sisamnes. Sentado en su trono, le tomó juramento y acto seguido le recordó de dónde venía el tapizado de su silla judicial para que lo tuviera en cuenta al momento de dictar sentencias y emitir fallos. Para persuadirlo a que no siguiera las mismas huellas de su padre.
JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA
¿Sabéis cómo se gestiona en el espacio el tratamiento de los residuos fisiológicos humanos? Esta fue una cuestión planteada desde el inicio de las misiones espaciales, ya que aunque siempre fuese primordial el cumplimiento de objetivos científicos, estos asuntos debían tenerse muy en cuenta. El equipo del Apolo XII liderado por su enérgico Comandante, John Saymour, seguía al pie de la letra las instrucciones dictadas por los máximos responsables de la organización del viaje; todo debía hacerse en un compartimento estanco reservado para el cometido y después debía ser expulsado en una maniobra de vacío, buscando contaminar minimamente las instalaciones de la aeronave.
Los desalojos fisiológicos estaban programados 6 veces al día y en condiciones de falta de gravedad terrestre generaban continuamente situaciones que relajaban la seriedad del proyecto; especialmente en los procesos de micción, ya que la orina expelida por los astronautas se transformaba en una pompa de diferentes tonos que quedaba flotando libremente esperando el momento de abandonar la nave. Los astronautas desataban entonces su humor con frases como éstas: ¡ Hagámoslo de uno en uno por favor! ¡ Mira, mi pompa es más grande que la tuya!, ¿ Quién se ha olvidado de desalojar su pompa?
De todos los miembros del equipo, Saymour era el que menos disfrutaba de esos momentos, y la razón no era su carga de responsabilidad, sino el recuerdo de la persona que constituía su razón de vida, que no era otro que su hijo Patrick de 8 años. La madre de Patrick falleció en el parto y Saymour aplicó sin descanso toda su voluntad en la crianza del niño; se convirtió en lo que nunca creyó poder ser y llenó los días de Patrick con todas las dosis de cariño que pudiera imaginarse. El niño creció fuerte, sano y responsable. Sin embargo, probablemente por la ausencia de la madre, Patrick desarrolló una incontinencia urinaria de origen psicológico que aún no habían sido capaces de superar padre e hijo; y fue precisamente contemplando su pompa de las 7:30 a.m. cómo a Saymour se le ocurrió un nuevo sistema de ayudar a su primogénito, y sería en el momento culminante del alunizaje.
Justo cuando Saymour descendió del módulo lunar, seguido a distancia por millones de espectadores, entre ellos Patrick, y de cerca por dos de sus compañeros de misión y en el preciso momento del izado de la bandera; Saymour cuál famoso prestidigitador, sustituyó el glorioso emblema por uno de sus calzoncillos que mostraba además un sospechoso círculo de orina, dando a entender que aquello era muy normal que le sucediese a chicos tan inteligentes y preparados cómo los astronautas.
Lógicamente los calzoncillos duraron en el improvisado mástil, lo que otra acción de prestidigitador de otro astronauta tardó en cambiarlo por la divisa de las barras y estrellas. Pero se dice que desde entonces.
– Un muchacho llamado Patrick pudo desbloquear por fin su mente.
– El Sistema de eliminación de restos fisiológicos de las misiones espaciales mejoró considerablemente.
Y extendidos en algún lugar sobre la superficie de la Luna, cómo huella de aquellos hechos, unos calzoncillos quedaron como recuerdo de lo que un padre puede luchar por su hijo.
CAMINO DÍAZ GÓMEZ
Abrió el cofrecito, y con dedos arrugados y temblorosos sacó delicadamente de su interior un pequeño capullo de rosa blanca con huellas aún de carmín, el mismo que le regaló el día que se conocieron, ella lo había besado, prometiendole que lo guardaría siempre.
Por unos instantes el presente se desvaneció, y los felices recuerdos del pasado cobraron vida de nuevo; pero el hechizo se rompió cuando su nieto mayor abrió la puerta del cuarto y le recordó con tristeza que le estaban esperando para acompañarles al cementerio a despedir a la abuela.
ASAPH FERNÁNDEZ
Dicen que la venganza es un plato que se sirve frío, pero también debes saber que es un camino que se recorre más de una sola vez. Hay huellas que te indican el camino.
Era lunes lo recuerdo bien, Georgi llegó corriendo con los ojos bañados en lágrimas, de inmediato supe que algo le había ocurrido a nuestro hermano. «Es Michael…» dijo sin dejar de lloriquear ni siquiera un momento, «lo ha perdido todo» en ese momento un extraño presentimiento me inundó la cabeza «lo destazaron hermano» dijo por fin y mis sospechas se hicieron ciertas.
Me indicó donde había ocurrido, y seguí las pisadas dejadas en el barro, sabía que su «perpetrador» estaba cerca. Los indicios me llevaron al final de la calle 23, una casa de dos plantas se alzaba ante mí y al lado había una tienda.
–buenas tardes– dije intentando disimular mi rabia contenida –¿aquí vive Carlitos?
–sí muchacho, toca la puerta bien fuerte porque casi no escuchan– me dijo el dependiente de la tienda.
Di las gracias y procedí a efectuar mi venganza.
Inmediatamente salió, sabía quién era y a lo que había venido, al verme una sonrisa se dibujó en su rostro, miré su pantalón, aún llevaba el botín que había obtenido de mi hermano. En ese momento quise arrebatar de su rostro esa maldita mueca pero no, aunque no está del todo dicho, hay reglas que deben llevarse a cabo y que jamás se deben romper, algo así como «un acuerdo entre caballeros»: «Los duelos deben efectuarse de una manera limpia, sin trampas, es ganar o perder hasta que uno de los dos caiga en manos del otro y por fin sea destazado.»
Sus movimientos eran ágiles y muchos de ellos certeros pero lo que me había llevado era la venganza así que por ningún motivo debía perder. Lanzó un golpe y falló, se veía el cansancio y la desesperación en su rostro. Llegó mi turno y con cada acierto vi como su cara y esa maldita mueca que tenía hace unos instantes comenzaba a deformarse, se iba quebrando.
Al fin gané y me retiré del lugar. Saludé a don Carmelo y me marché del lugar. Los mismos pasos que había dejado Carlitos son los que tuve que recorrer para efectuar mi venganza, el mismo barro se incrustó en la suela de mis zapatos. El mismo camino me reconoció, era testigo de que la victoria había sido mía.
«lo dejé tirado» le dije a Georgi y sonrió al ver qué no llegue con las manos vacías. Mientras ambos celebrabamos mi victoria papá se acercó y preguntó:
–a qué se debe tanta bulla…– mamá fue atraída por la curiosidad y entre ambos nos miraron con cierta desconfianza.
–Jaime destazo a Carlitos y recupero lo que nos había ganado a Michael y a mí– dijo Georgi
El rostro de mamá se horrorizo y papá me tomó por los hombros preocupado.
–como que destazaste a un niño, no, no puede ser… yo jamás crearía a un monstruo–dijo acongojado
–si, nos batimos en duelo, y después de hacerlo pedazos le gane todos sus tazos mirá– le dije mostrando los pequeños discos plásticos con imágenes de las caricaturas de moda que tenía en mi bolsillo.
El rostro de ambos se paralizó por un momento y rompieron en una risotada tan grande que podría asegurar se escuchó hasta el final de la calle.
Michael salió de entre las sombras de la habitación y después de limpiarse los mocos río tanto cómo nosotros.
ANNAMARIA TOMMASETTI
Trato de recordar tus manos sobre mi piel, miro y busco, busco y miro si entre tanta piel te consigo, el calor de nuestros cuerpos, tus manos recorriéndome, el murmullo de tu voz en mi oído un canto de Epifanía que transportan mi ser, te busco en sosegado movimiento tratando de recordar cada uno de esos instantes en que en un silencioso gemido te sentí.
Trato mi amor de buscarte entre mis vellos erizados una y otra vez, en aquella ropa en el suelo a cuadros, en mi mano cuando la cruzaste con la tuya, en aquel beso suave y sublime que recorrió mi espalda como un torbellino eléctrico. En las esquinas cuando entre risas nos tocábamos, trato mi amor después del tiempo si alguna huella de tu vida existe en la mía, pero solo siento como mi corazón palpita con solo pensarte, como mi piel se encrespa y mis labios se hinchan dilatándose alocadamente.
Mi memoria se pierde entre neblinas de oscura soledad, más tú marca, tu huella, tu estela, tu paso por mi vida jamás en milenios se irá.
ANNERIS GARCÍA
«Hola, ¿Qué tal? hace mucho que no hablamos, ¿Estas bien? Dime si estas ocupada, si te puedo llamar, necesito hablar contigo»
Vanesa había oído el mensaje en su teléfono pero estaba muy atareada bañando a su bebé, era su hora favorita del día. Su hijo ya se sostenía en su sillita en la bañera y jugaba con sus ballenas y patitos chapoteando con sus manitas en el agua. Ella, sentada en el water le hacía reir y jugaban al cucu tras. Era además la última hora que Darío estaría despierto, después del baño, tocaba biberón y a dormir, dejando tiempo a su madre para su vida de adulta.
Terminadas estas tareas, decidió chequear su móvil y se quedó sorprendida, hacía más de un año que no sabía nada de Javier. A su cabeza vinieron miles de momentos, momentos maravillosos vividos junto a él, siempre amigos, siempre cómplices, alguna vez juntos, alguna vez reñidos. Se conocían desde crios y siempre, a pesar de las idas y venidas, a pesar de la distancia, habían conseguido mantener el contacto.
«Hola, si que hace tiempo, más de un año. Ahora estoy disponible, si quieres me puedes llamar, antes no podía»
Le envió el mensaje y casi al momento sonó el teléfono, era él.
-Hola, si que necesitas hablar, dime, ¿Qué tal estas? ¿Cómo te va?
-Voy a ser padre…
Vanesa sintió un vértigo repentino, tuvo que sentarse en el sillón, por un momento sintió que la habitación se había dado la vuelta. A duras penas consiguió recuperarse.
-¿Si? ¿Y eso? ¿Es, con aquella chica, la que fue contigo a la boda de José?
-Si, con ella, pero… no paro de pensar en ti.
Vanesa por un momento tuvo que tomar aliento para contestarle.
-Javi, nos conocemos desde hace mucho tiempo. Como amigos funcionamos muy bien.
-Lo sé, pero es que siempre soñé que seríamos padres juntos, ya ves, creo que tengo morriña, como decís en vuestra tierra.
-Lo que te pasa es que estas nervioso, tienes miedo, y ya sabemos que cuando tienes miedo, sueles salir corriendo…
-Es posible, tú me conoces como nadie, sabes lo que pienso y lo que siento, no tengo esa conexión con ninguna otra persona en el mundo. Necesito verte.
-Pues eso va a ser un poco complicado, vivimos a más de 600km
Silencio…
-Estoy abajo, veo la luz de tu salón encendida, sé que estas en casa. ¿Puedo subir?
Otra vez el vértigo, no tenía escapatoria, se levantó como un resorte del sillón y empezó a recoger los juguetes de Darío. Los metió en el cochecito y los llevó a la habitación que tenía libre. De camino al salón, pasó por el espejo de la entrada, se atusó el pelo, se pellizcó las mejillas, se estiró el vestido. Entonces se asomó a la ventana.
Ahí estaba, debajo de la farola, tan guapo como siempre, con esos ojos negros y esa sonrisa nerviosa. Vanesa abrió la ventana.
-¿Vas a subir? Te abro.
Tardó menos de un minuto en subir los escalones, sólo era una planta, cuando llegó Vanesa le esperaba con la puerta abierta. Se fundieron en un abrazo, hacía mucho que no se respiraban el uno al otro. Habían muchas confesiones pendientes. Sus labios se buscaron, por costumbre, por deseo, con sentimiento, con voracidad.
Llegaron al dormitorio sin casi pisar el suelo, se desvistieron con prisas, se fundieron en besos, abrazos, jadeos, gemidos. Fueron otra vez uno, otra vez fuego, otra vez pasión. Se echaban de menos, si, pero conocían cada palmo de su piel, seguían sus propias huellas.
BEGO RIVERA
Cuando mi novio Óscar me dijo que fuera a vivir con él no me lo pensé .
Aunque cuando nos conocimos dejó muy claro que él era muy independiente y no quería una relación seria, por tanto me sorprendió.
Llevábamos saliendo solo seis meses pero quería libertad y con mis padres no la tenía.
Óscar vivía en una casa que perteneció a sus abuelos.
Realmente no sabía mucho sobre él; me dijo que heredó la casa de sus abuelos ya fallecidos. También sus padres murieron cuando él era un bebé. Sus abuelos lo criaron.
Óscar estaba reformando la casa en sus ratos libres. Trabajaba desde casa en su ordenador, pero nunca me dijo exactamente en qué, comercial me decía.
Yo entonces no tenía trabajo pero escribía, que es mi pasión.
Cuando entré la primera vez hace dos meses—Óscar no estaba, cosa que me sorprendió— me pareció una casa normal, moderna, gracias a la habilidad de Óscar. La cocina estaba casi terminada, llena de herramientas y utensilios.
Quedaba el dormitorio principal, dónde dormíamos, que aún no estaba reformado.
Desde el primer momento no me
cómoda ahí.
La primera noche después de amarnos durante horas y quedarme dormida, noté cómo alguien me despertaba dándome besos en el cuello. Primero pensé que era Óscar y sonreí, pero al abrir los ojos lo vi a mi lado durmiendo. Me quedé rígida sin saber que hacer, apenas podía respirar.
No me salía la voz, quería gritar y despertar a Óscar.
Habían parado lo besos pero algo o alguien se sentó en la cama, podía notar su peso, su presencia.
Entonces chillé y chillé, Óscar pegó un brinco en la cama asustado, preguntando que ocurría.
Le expliqué lo que pasó, naturalmente me dijo que era una pesadilla.
Volvió a dormirse.
Volvió a ocurrir las siguientes noches me despertaba esa presencia con sus besos y caricias, me quedaba rígida, el miedo me impedía pensar, gritar.
Una noche cuando ‘eso’ me despertó conseguí moverme, encendí la linterna del móvil; me fijé que en el suelo se distinguían unas huellas, parecían de pies descalzos y se dirigían en ambos sentidos hacia la cocina.
En la oscuridad, solo con la luz de la linterna para no despertar a Óscar, seguí las huellas.
Acaban en la cocina, al lado de la puerta de la despensa.
Abrí la puerta con cuidado, estaba oscuro, el habitáculo estaba helado, enfoqué la estancia y un grito desgarrador salió sin yo quererlo. Óscar yacía en el suelo… muerto.
Estaba descompuesto, parecía que llevaba días muerto.
De repente las luces de la casa se encendían y apagaban. Salí corriendo hacía el dormitorio. Óscar no estaba.
Pensando a toda velocidad me di cuenta que lo que soñaba en realidad era que Óscar estaba vivo y dormía junto a mí y que la realidad era que esa presencia era Óscar que me quería avisar.
Apenas sin poder respirar y tropezando intenté alcanzar la puerta de la calle. Oía chillidos, eran los míos, mientras un viento helado me lo impedía.
Por más que lo intento no me deja irme.
Y nadie sabe dónde estoy.
ANDREA ROSSI
NUESTRAS HUELLAS, HERENCIA INMUTABLE DE LAS CAVERNAS: NOSOTRAS, LAS CIGÜEÑAS
Siendo yo muy niña, una amiga de mi madre tuvo un bebé y como recuerdo del nacimiento entregó un diminuto libro, en la tapa tenía el dibujo de una simpática cigüeña llevando colgado de su pico un sonriente bebé, al abrirlo tenía los datos del bebé, nombres, peso, altura o sea largo, día del nacimiento, mamá, papá, y unos versos que aún recuerdo:
«En el cáliz de una flor
un pico de cigüeña
hoy por fin depositó
un bebé muy pequeñito
para mamita y papito
como premio a un gran amor».
Pasaron los años, como es natural pero no obligatorio, me encontré esperando a la simpática cigüeña, tímida e ignorante, fui a comprar ropa para bebé.
Allí estaban, además de la dueña del negocio y su hija, dos señoras que me diagnosticaron para sus adentros: ¡embarazada!, y sus entrañas gruñeron desperezándose, estirándose, haciendo sonar los dedos, carcajearon en silencio, aspiraron con fruición el aroma de carne inocente, oídos virgenes, se miraron una a la otra, se sincronizaron, y sus bocas comenzaron a emitir voces de mamás experimentadas, las palabras cobraron volumen, textura y forma, sí, se convirtieron en una red, sus hilos eran parto, parto, parto, y dolor y más dolor, me lanzaron la red con sus miradas turbias de placer, transpiraban y se sofocaban con su propio delirio, aquello fue un aquelarre. El embarazo nos une, nos identifica, estamos maravillosamente marcadas al igual que nuestras antecesoras, ellas iluminadas e hipnotizadas por esas fogatas allá en las cuevas, cubiertas con pieles, estar embarazada significaba recibir ayuda, comprensión, hoy por ti mañana por mi, no lo he leído ni escuchado pero he visto a los animales en esa situación y no hay burla ni maldad, hay compañerismo.
Pero… caí con el grupo donde el ser inteligente por excelencia, el ser evolucionado, el que ya no es primitivo, el que ya no tiene recuerdos ni gestos de manada, se comporta así.
Era muy joven, tal vez inocente de maldad pero no tonta, sabía que no podía con ellas y sabía que mi cerebro no poseía rayos desintegradores, así que mi única salvación era… la puerta. Delicada cual mariposa salí a la calle, y… lloré.
Los años siguieron pasando, juguetones , traviesos, caminando algunas veces, corriendo otras, mi primera y segunda cigüeña se jubilaron, yo adquirí natural y obligatoria experiencia.
Una noche me encuentro una vez más, frente y dentro de una situación con mamás experimentadas. Esa noche cené en casa de un matrimonio conocido, junto a otras parejas.
Un grupo de personas amables, todos de buen humor, buena cena, estábamos muy a gusto y en armonía. Llegamos a la sobremesa, y algo automático damas a la izquierda, caballeros a la derecha, ¿es algo que se corresponde con la Y y con la X? ¿Empezó en una caverna cuando ellos (X) pintaban y ellas mataban piojos?
No lo sé, el caso es que las señoras ocupamos cómodos sillones, y se instaló en el grupo un tema importante, muy importante: ¡embarazo! que por supuesto siguió con: ¡parto!.
Y en un tris tras, se produjo el cambio, la transformación, todas las integrantes del grupo éramos expertas en todo eso, miré a izquierda y a derecha, cinco mujeres y les aseguro que tenían antenitas y estaban en la posición que adoptan los corredores de los cien metros esperando el «pum»… no quiero ser así, me asusté.
Así que sigilosa como una mariposa, me deslicé hasta la puerta, no las he vuelto a ver.
Claro que… otras veces envuelta en la cálida noche caribeña camino hasta la fogata donde me reúno con mis ancestrales compañeras cigüeñas y disfrutamos lo grandioso que es reír a carcajadas, mientras «ellos» pintan. ¿Será que la evolución se olvidó de mi?… Como sea, mis huellas están impresas y se continúan…
MARÍA JESÚS MARTÍNEZ SANCHO
En medio de una carretera que no conocía y en mitad de aquella tormenta, le tocó controlar el vehículo cómo pudo y parar ante el descontrol absoluto de su coche que parecía poseído por el mismísimo demonio.
Jamás se había visto en una situación parecida y trató como pudo tanto de controlar su respiración, como el susto enorme que se había llevado.
La lluvia caía en tromba arremolinada por el viento e incluso perdió uno de los parabrisas en mitad de aquel caos que no esperaba y había sido tan repentino que le había producido una inquietud importante. No estaba seguro de cómo iba a ser capaz de llegar a casa y no entendía cómo era posible que el parte meteorológico no hubiese previsto algo así.
Con las luces de emergencia encendidas, en el arcén de una carretera secundaria en mitad de un bosque lleno de sombras, se dio cuenta de que ni siquiera tenía cobertura.
¡Con lo bien que había ido la mañana! Cerrar el trato con aquel cliente tan importante para la Compañía era un punto a su favor de los grandes y ahora estaba tirado en una cuneta en mitad de la nada sin ni siquiera un poco de información acerca de cuándo acabaría esa tormenta repentina.
Intentó respirar hondo y pensar… Le inquietó aún más que no apareciera ni un solo vehículo en el rato que llevaba allí, pero se tranquilizó observando que la lluvia parecía remitír un poco. Por lo que indicaba el GPS se encontraba a pocos kilómetros de la autovía y con suerte todo quedaría en una mera anécdota y estaría a salvo antes de lo previsto viendo la que se había liado en un momento.
No supo bien porqué, pero justo en ese instante en el que la lluvia remitía pero el viento era tan intenso que llegó a pensar que él y su coche iban a salir disparados en cualquier momento de aquel lugar; la inquietud comenzó a dar paso al miedo.
Sin cobertura ¡Mierda! No tenía manera de pedir ayuda ¡y ni siquiera pasaba otro maldito vehículo al que poder pedirla! ¿Que podía hacer?
Encendió las luces largas para observar mejor lo que le rodeaba y vio asustado un poco más adelante la huella de lo que parecía ser el derrape de una moto, directo a ese bosque lleno de sombras que tanto repelús le estaba dando.
¡Lo que faltaba! Un accidente y él… Él solo, perdido, deshubicado y sin poder pedir ayuda… Salió de su coche de alta gama último modelo obsequio de la Compañía, no sin antes hacer un esfuerzo sobrehumano luchando conta las ráfagas de viento que seguían siendo intensas y siguió la huella en mitad del asfalto temiendo lo peor. Seguía sin cobertura y estaba a punto de derrumbarse de miedo e incertidumbre…. Y entonces la vio. Vio la moto tirada un poco más abajo del arcén y mientras bajaba los pocos metros que habían entre la calzada y la moto, escuchó primero el portazo de su coche que él no había cerrado y segundo el rugido del motor al arrancar y pasar veloz y flamante por delante de sus narices avanzando por la serpenteante carretera en mitad de la nada… El pobre desgraciado aún buscó si había alguna víctima en mitad de lo que parecía ser un estado de skock, empezaba a llover intensamente de nuevo y no… no encontró nada más que la certeza de que la única víctima allí era él y su estupidez dando por hecho hacía unas horas, que ese había sido un gran día.
TESS LORENTE
No puedo evitarlo.
Todas las personas que se asoman sigilosas a mi vida van dejando en mi alma diferentes huellas que me marcan.
Algunas de esas huellas son profundas y se incrustan en mi mente y en mi ser de una forma tan abrupta que modifican mi forma original cambiando por completo mi forma de ver la vida, en definitiva cambiando mi ser.
Son esas personas las que con su ejemplo o su carisma me van dando pistas de la persona que quiero ser y no me queda más remedio que tomarlas como ejemplo.
Pero también hay huellas de personas tan tóxicas que me hieren sin responder a ningún motivo aparente. Quizás llevados por la envidia, el rencor o el egoísmo, te ensartan heridas que no sabes cómo sanar ya que tu naturaleza desconoce el origen de tal maldad.
También hay personas que pasan por tu vida y sus huellas acompañan a las tuyas, en un único sentido, a tu lado. Son esas personas que permanecen contigo a las malas y a las bravas, de día y de noche, en invierno y en verano. Y te preguntas cómo sería tu vida sin esas huellas a tu alrededor y sabes inconscientemente que sería más pobre y más fría. Agradeces su contacto y su compañía porque sabes que esas huellas hacen de tu vida un paseo más ameno, con calor y cariño. Son huellas de compañeros y amigos, familiares, conocidos… huellas humildes y desinteresadas. Huellas nobles.
Pero ¿qué pasa cuando descubres que hay alguien que pisa Justo donde tu pisas? ¿Qué pasa si su fuerza, su medida y su silueta se adapta perfectamente a tu huella? Esa huella que quieres dejar en la vida, esa huella con la que quieres que se te recuerde, esa huella que da razón de ser, a tu existencia.
Yo te responderé: el día que encuentras a esa persona que pisa exactamente igual que tú , sabes que has encontrado a la horma de tu zapato y por fin sientes que estás completo.
Pisáis el camino de la vida juntos y cuando miras las pisadas que vais dejando en el sendero te sientes feliz.
EL FARO
Parecía famélica la pregunta ante mi curiosidad hambrienta; pero inexcusable.
¿Como lo iba a resolver?
Estaba ahí en medio de una rueda y estas eran mis sortijas.
Y aunque no era una niña inexperta todo daba como para temblar y tener insomnio.
La pieza estaba alquilada, eso era un buen panorama, aunque le faltaba cariño y pintura, tenía baño y no era poco; contando que en las veinte piezas solo eran tres la que lo tenían.
Estábamos el enano, la chinita y yo parados ante la puerta, y quien sabe que teníamos en la cabeza los tres.
No pregunté.
Sentía que mejor era correr, tal vez a golpear otras puertas para pedir consuelo y albergue.
Pero
¿A quien yo debía mostrarle mis pasos? A aquellos dos que tenían media sonrisa, y unos ojos de niños clavados en la vacilación del destino.
Y arrancamos..menudo viaje.
Cada día un esfuerzo y una marca en la pared, desde lo elemental hasta los premios tenían grado de consenso. Agradecida anduve, pero no dejé que el rumbo de este bote de teca viejito pero fuerte, lo manejará nadie más que yo.
Levantarse antes para calentar el agua, no gastar tanta garrafa, dormir juntos en una cama grande hasta que vinieran las otras, el enano cuidando a la china mientras mamá trabaja.
No se falta a la escuela porque se aprende y se come, y la tele no existía si había problemas de regla de tres simple y compuesta.
Quizás eran muy chicos ( con esa ventaja sostuve las indicaciones) porque aceptaron lo importante sin quejas.
Era un equipo de fútbol
Tú atajas, vos al lateral y yo la clavo en el ángulo.
Si llovía mucho ponía baldes donde goteaba, y en la venidera tormenta la chinita hacía eso cuando yo venía por el pasillo corriendo de los aguaceros.
¿Parece triste?
No lo fue. Se acostaban premiados con potes de helado o frutillas con crema.
Reíamos
Todas las noches estudiaba con libros en la cocina cómo iba a ser la receta que me iba a tocar en la mañana. Estaba cocinando la salsa de la vida y estos dos miraban cómo pelaba cebollas y salaba.
Revolvía los ejemplos.
La biblioteca era lo único que ostentaba raro en ese ambiente que se fue modificando.
¿Fue duro?
Si..
Hoy somos adultos y nos sentamos los tres a mirar como juegan nuestros perros en la playa
Hace tiempo camine sobre arena..
Ellos ponían despacito sus pies sobre mis plantas.
EMILIANO HEREDIA
ADIOS
Todas las cosas malas que nos acontecen en esta vida, ocurren.
Sin más.
No sirve de nada darle vueltas, encontrar un sentido a algo que realmente no lo tiene.
O una explicación a algo, a una situación ante lo cual no existen o no se encuentran palabras para darle un cariz de razón.
El tiempo, ante las cosas malas, empatiza con éstas.
Llora, mojando las cosas y las gentes.
Refunfuña llevando las cosas por los aires, como queriendo barrer aquello que produce el daño o el mal.
Porque, realmente, si tiene que suceder, sucederá, por mucho que te empeñes en que no suceda.
Esto que voy a contar, sucedió hace muchos, demasiados años.
Como no podía ser de otra forma, ese día hacía frío.
Pudiera haber sido un frío normal de Diciembre, con el cielo dormido, con los parpados grises cerrados. Las copas de los árboles del revés, con las raíces al cielo.
Pero, ese frío.
Ese frío era un mal augurio. Un mensajero que traía todo lo malo que después hubo de venir.
Una pareja de guardias municipales, entraron en el portal del viejo edificio donde vivíamos mis hermanos y yo con nuestros padres.
Iban acompañados por un funcionario serio como un funeral y con gesto de tragedia.
Preguntaron por el presidente de la comunidad.
Don Agustín, un profesor retirado a la fuerza por haber impartido clases en las escuelas populares de la república y cuyo hermano, afiliado de la falange, le salvó de una muerte segura en la tapia del cementerio de Carabanchel.
Subieron al tercero derecha, donde vivía con la sola compañía de un canario pelón, de viejo que era, y sus discos de pizarra, de viejas óperas y zarzuelas.
El fúnebre funcionario, le entregó una carta, y se fue por la puerta del portal, con los dos municipales.
El mal ya había sido sembrado.
Al rato, Don Agustín, salió de su casa, y llamó a los vecinos por el hueco de la escalera del edificio, con toda la potencia de voz que su edad le permitía.
-¡Vecinos!, ¡vecinos!, ¡Favor!, salgan, ¡favor!.
Como golondrinas saliendo del nido, los vecinos fueron asomándose por el hueco de la escalera, para ver que le pasaba a Don Agustín, que le temblaba la carta recibida como hoja de árbol a punto de caer.
La verdad, es que tampoco éramos muchos vecinos, de diez y seis familias, solo quedábamos resistiendo en el fuerte, seis familias, repartidas entre los cuatro pisos que formaba el edificio.
-¡Don Agustín!, ¡¿Qué tiene?!, ¿Qué le pasa?-preguntó Lola, una maña muy resuelta y con un genio de mil pares-
-¡Don Agustín!, ¿Qué es todo este jaleo?-pregunta Don Jaime-Que tengo que dormir para la noche, que los serenos tenemos que estar frescos para servir al ciudadano-
-¡Don Agustín!, ¿Qué tiene?-pregunta Manolo, el más joven de los vecinos; hijo de Isidro e Isolina, que se fueron años ha, al pueblo, a pasar los últimos días-
-¡Bajen al portal!, ¡junta de vecinos extraordinaria urgentísima!-responde Don Agustín-
-¿ahora?. –pregunta Doña Patro- que tengo las lentejas al fuego y se me van a quemar
-¡si se queman no se iba a notar la diferencia.-le dice a Doña Patro, Doña Elvira, vecina que tiene sus diferencias vecinales-.
-¡Eh oiga!, ¡eso usted no me lo dice a la cara!-responde Doña Patro, hecha un basilisco-
-¡vale!, ¡cállense!-les increpa Don Agustín.-esto es mucho más importante que las dichosas lentejas, bajemos todos al portal, que este asunto es de suma importancia y de extrema gravedad.
Rechistando, los vecinos bajan al portal.
Todos, Mayores y niños, están en el portal. Con la atenta mirada de Milagros, la portera, con escoba en mano.
-Gracias, muchas gracias por bajar-les dice Don Agustín todo azorado a los vecinos-verán, hace cosa de media hora, han venido unos agentes municipales, acompañando a un funcionario de la vivienda, y….me ha entregado esto….por favor, Don José, léalo usted, si no le importa, yo…siento que desfallezco-se deja caer, atribulado, sobre el banco donde esperan las visitas.
-Tranquilícese, Don Agustín, tampoco será para tanto-responde don José-a ver que dice……
Don José, lee entre dientes la carta, y sintiéndose desfallecer le dice a Don Agustín:
-Deje sitio, Don Agustín-se deja caer a plomo sobre el banco, con la carta en la mano-
-¡¿Qué es lo que ocurre?!¿que dije la carta?-pregunta Doña Elvira, alarmada-
-¡que nos echan!, Doña Elvira, ¡que nos echan!-responde casi sollozando Don Agustín-
-¡Cómo que nos echan!-responde con un ataque de nervios Doña Patro-.
-Si, amigos-interviene Don José-nos echan, se ha declarado en ruina el edificio, y lo tenemos que abandonar antes del uno de Enero-
-¡Anda la Osa!, pos a mí no me echan así como así, que monto una guerra como la
Agustina y me quedo sola-dice Doña Lola-
-¡Mami tengo miedo!¿nos tenemos que ir?-pregunta un niña de diez años a Paloma, la vecian del tercero-
-No, cariño, no, debe de ser un mal entendido, porque es un malentendido, ¿no?-pregunta Paloma-.
-No, no es un malentendido, ojalá fuera eso, un mal sueño, pero no, aquí lo dice bien claro-Dice Don Jose´-nos tenemos que ir….
-¡y la Navidad es la semana que viene!-dice llorando Aurora, la vecina más anciana del edificio-
-Bueno, yo conozco a gente del ayuntamiento, como soy sereno…subo enseguida y hago una llamada-dice Don Jaime, subiendo las escaleras-
-Si ya me escamó el tipo que vino hace dos semanas to trajeao, tomando notas, de to el edificio, y haciendo garabatos en unos papelujos-Dice Milagros-
-¿Y por qué no me avisó?-pregunta don Agustín-
-No quise molestar, mie usted, llegó, dijo que no le molestara, que no hacía falta, y como venía del ayuntamiento.. pos mie usted…
-Mire que se lo he dicho mil veces, Milagros, que esto me lo estaba viendo venir, que el hijo del marqués, que en paz descanse, iba a echarnos a patadas en cuanto muriese el padre….y ya vé, cómo no me he equivocado.
Como un humo negro, los días dejaron su huella de tragedia en las casas y en las almas de los vecinos.
El eco de los villancicos estuvo mudo esos días. Y la última semana del año, vino marcada por las rodadas del ir y venir de los camiones y los coches que se llevaron enseres y gentes.
Después de reyes, las piquetas lucharon contra el edificio, y una bola de derribo lo hirió de muerte.
Muchos años quedó la cicatriz del solar del edificio, una huella fea que se fué llenando de basura y matojos urbanos.
Habitada por mendigos sin rumbo y drogadictos sin norte.
Hoy, he seguido las huellas de aquellos que se vieron obligados a irse.
Hijo, aquí vivieron tus abuelos.
RAÚL LEIVA
Gráfitos y lágrimas
Los recuerdos a la larga te alcanzan, y no siempre te encuentran con las defensas altas.
No pensaba contar esta historia, pero hoy estoy muy flojo y no mido lo que escribo.
Vamos a empezar a contar que mi viejo era carpintero, trabajaba en una escuela dando clases y armaba botes de competición para un club. También tenía una carpintería en casa para enojo de mi vieja que se la pasaba limpiando viruta y aserrín y sobre todo soportando los estridentes ruidos de las maquinarias cortando o cepillando madera.
Yo me estaba casi todo el día con él, dado que no estaba mucho en casa y le encontraba cierto atractivo a la madera siendo modificada por los cortes de la maquinaria. La única virtud que tenía por ese tiempo y que me reconozco, era la imaginación para jugar con pocas cosas y las tremendas ganas de dibujar que siempre tenía.
Un día mi viejo me vio un poco más hinchapelotas de lo habitual y paró las máquinas. Me miró fijo y me dijo —Che cabezón… ¿Qué querés hacer cuando seas grande?
Yo tenía cerca de seis años y le dije —¡Dibujar Papá! El viejo me siguió mirando un poco más, se sacó un lápiz rojo de carpintero del mameluco y me lo dio. —¡Y dale entonces! —me dijo antes de encender nuevamente la maquinaria. Desde ese día ese fue MI lápiz. Lo llevaba donde iba y cuando se quedaba sin punta, mi viejo me lo afilaba con una herramienta llamada formón. Dibujaba todo lo que se me antojaba y sobre todo lo que encontraba: hojas de lija viejas, papeles de molde, paredes, etc. Una vez le dibujé algo que pensé que le iba a gustar mucho. Lo dibujé a él sobre unas maderas cepilladas que iba a usar para hacer unos remos. Eran de un pedido de un chanta del club que nunca pagó y que nunca iba a venir a buscar. Cada vez que le sobraba madera, para no perder la materia prima, mi viejo hacía algo para mi casa, una estantería, una escalerita, bancos, cosas así. Mi vieja no aprobaba que ande dibujando las maderas de mi papá porque eso implicaba un lijado o cepillado extra, y no le afligía el trabajo de más de mi viejo sino el trabajo extra de ella limpiando.
Casi treinta años después, estaba jugando con mi hija Luna y no termino de acordarme cómo, pero terminamos escondidos abajo de la mesa del comedor. Creo que nos escondíamos de mi mujer que volvía de hacer los mandados. En una de esas, y no sé por qué miré para arriba. Veo las tablas de la mesa de diario desde abajo y veo algo que me congeló la sangre. Un garabato maltratado por el tiempo me trajo el ruido de la maquinaria de carpintería y los gritos de mi vieja retándome por dibujar la madera de papá. Ahí estaba mi viejo, garabateado, como yo lo veía a los seis años, y se me vino a la cabeza la sensación del lápiz de carpintero tosco, rectangular y rojo y empecé a lagrimear mucho. Abracé a mi hija que no entendía qué me pasaba y así estuvimos hasta que mi mujer abrió la puerta y la enana salió a abrazarla como era el plan original. Mi mujer se dio cuenta y un tiempo después le conté la historia. Es probable que mi viejo, se haya quedado con la madera de los remos que no fueron y con ella haya construido la mesa sobre la cual, estoy tipeando el texto que usted estimado lector está leyendo. Si activara la cámara de la computadora, usted se encontraría con un grandulón de cincuenta y dos años llorando mal a las 23:58 de un sábado de enero.
No estoy siendo muy cuidadoso con la narrativa, no puedo, sólo dejo la ortografía al open office writer y le pongo la foto del dibujo que todavía está acá, como un mudo testigo, como una huella de que en alguna época tenía claro lo que quería, que ser feliz estaba al alcance de la mano, que el mundo es un lugar para ser modificado a pesar de los gritos de las personas que quieren lo mejor para nosotros, que a veces los chantajes sirven para que atesoremos una traza de nuestra infancia.
Veo el dibujo que hice de mi viejo y el mundo se me vuelve posible, me olvido de lo que veo a diario en los noticieros, y creo y no me equivoco al pensar, que cada vez que necesite saber quién soy, acá nomás , abajo de la mesa, hay alguien que sabe las respuestas y me va a acompañar siempre
MARÍA LORETO ARGANDOÑA
Tus labios depositaron en mi boca su aroma a sal.
Pudo adivinar mi olfato de loba
la sed que tenías.
Bebiste en silencio,
dejando tu huella
como pez en el agua.
ROSA ROSANA
… Y soñé ser arena,
humedecida por el mar.
Y soñé… Que cada grano de arena te contenía.
…Y soñé que me fundía con el mar,
desapareciendo los dos entre caricias.
Cuando te acercas llegando a mi orilla.
Y soñé… Ser brisa y vendaval
Cuando te alejas y el viento te acerca
Cuando vienes y te vas.
… Y soñé que la sal no ardía
Que eran las huellas…
Que sobre mi dejaba el mar
Y soñé…
Que cada parte de mí te contenía
entre las olas saladas que vienen y van
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
La mañana amaneció con escarcha en el campo. Elena se asomó a la ventana y vio la placeta helada, se tomó el café mirando las noticias sin prestar atención.
Cuando el sol daba en la ventana, se abrigo y salió a la puerta, el termómetro daba en la calle -‐5 grados.
Eran las diez de la mañana y decidió dar una vuelta por el campo, qué quedaba detrás de casa.
Unas huellas pequeñas le llamaron la atención en la escarcha.
Las siguió, detrás de un arbusto, primero vio unos ojos marrones, luego el cuerpo enroscado .
El perro estaba asustado, consiguió cogerlo,era pequeño, lo llevo a casa.
Lo alimento, le dio calor.
La mejor decisión de su vida.
ADRIA MANTÍCORA
Todo comenzó con unos extraños puntos rojos que aparecieron en la piel de Emma. Ella no prestó mucha atención al principio, pensando que era un simple sarpullido. Pero pronto descubrió que estos puntos se estaban extendiendo rápidamente por su cuerpo y no podía hacer nada para detenerlos.
Emma comenzó a experimentar dolores insoportables y su piel comenzó a desgarrarse, revelando una masa retorcida de carne y huesos debajo. Sus amigos y familiares la evitaban, asustados por su apariencia cada vez más aterradora.
Desesperada, Emma buscó ayuda de un médico, pero nadie podía explicar lo que le estaba sucediendo. La situación empeoró aún más cuando comenzaron a salir de sus heridas unas extrañas huellas, como si algo estuviera intentando salir de su cuerpo.
Emma se encerró en su casa, aterrorizada por lo que estaba sucediendo con su cuerpo. Pero pronto descubrió que las huellas no eran solo una manifestación externa de su enfermedad, sino que algo estaba viviendo dentro de ella.
Era una criatura desconocida, que se estaba alimentando de su carne y huesos, y estaba creciendo cada vez más fuerte. Emma intentó luchar contra ella, pero su cuerpo ya no le pertenecía. La criatura la controlaba, y Emma se convirtió en su prisionera, su cuerpo su prisión.
La historia de Emma se convirtió en una leyenda urbana, contada por aquellos que habían tenido la desafortunada oportunidad de verla en sus últimos días. Una historia de terror, de un cuerpo que se desmoronaba y una criatura que se alimentaba de él. Una historia conocida como «Huellas»
JOSÉ GREGORIO OROPEZA
De nuevo el dolor que se extiende desde mi boca a la cabeza. El dolor del descuido, de ese descuido que inicio desde joven, que poco a poco se adueñó de mi adultez por carencias, dejando surcos en la arena de mi tiempo. Me esfuerzo y aún así sigue el descuido.
Cada vez que llega el frío me duele, comienzan las punzadas como si un globo estuviese llenándose desde dentro, luego las agujas que se bombean cada vez que mi corazón late, una ponzoña pasa hacia arriba y el dolor se extiende, por último el recuerdo, las memorias, lo que se hizo y lo que no. Quiero quedarme pero a la vez salir, me siento mal desde el cuerpo pero se extiende al ser.
OMAR ALBOR
Cruza un cometa
Y en su estela fugaz
Se cruza la más bella
Seña de la pupila
Tan roja que deja
Caer una pestaña
Sideral
Hoy no llorara
La luna
Es cuarto creciente
Amigos hasta los huesos
Se besan
Cuando será la noche?
Más larga
Hoy es vértigo
Cuando todo el cielo
Explote
El sol dejará
Un círculo asimétrico
Y todos
Firmaran la paz
El mundo
Volverá al principio
CANDELA PUNTO
¿Cuáles son las tuyas?, yo sé de las mías…
Huellas de amor que pululan a diestro siniestro desde que tengo uso de razón en cada rincón de mi cuerpo, en la mente, en el estómago, en el pecho, en el corazón… Antes de ser consciente de ello, las de mi madre llegaban en forma de caricias penetrantes que me abrazaban en su interior, antes de asomar la cabeza, la huella de la existencia marcó mi designio de vida, antes de ser vida, la huella de la creación me formó.
Huellas de valores, dejo al mi alrededor, sé, vive, ama, obra, comparte, besa, desea, lucha… ¡Respeta!
Todo o nada representan mi enfoque de vida, entrega, ilusión, persistencia… Las medias tintas provocan el medio lleno; la otra mitad se encuentra perdida.
Huellas de temor acompañan a las del amor, necesidad, arropo, cobijo, dependencia… ¿Acaso se podría llamar amor sin el temor a perderlo?
Huellas de dolor son las más compartidas, carencia, desilusión, depresión, falta de cariño, desafecto, maltrato… Se sufren y se guardan con el anhelo de echarla a volar un día de estos; los días se convierten en semanas, las semanas en meses, los meses en años… Al final te mueres con ellas dentro.
Huellas de horror, cuando alguien te golpea siendo un niño y te lanza contra la pared del baño quedando incrustado. Al caer, la huella de tu cuerpo deja marcada la pared, quieres salir corriendo, pero la huella del horror sujeta tu cuerpo contra el suelo, nada que hacer, estás perdido.
Esto último, me lo ha contado un amigo…
JOSE ANTONIO ROMERO GÓMEZ
Dedicado a aquellos que son tratados de manera arbitraria por la justicia. Cuando en lugar de utilizar los medios necesarios, se bastan de ideologías y movimientos para nombrar culpables a inocentes. Me he servido de un caso real para escribir este relato, espero os guste.
Colgó el teléfono mientas su señora refunfuñaba de fondo. Miró el despertador de la mesilla que indicaba las dos y catorce minutos de la madrugada. ¿Como era posible que lo despertaran a aquellas horas?
—Ya sabes, esta semana estoy de guardia, amorcito. Al parecer es algo importante, debemos ir los dos— haciendo referencia a su compañero. Peino con la palma su abundante mostacho y levanto su oronda figura del mullido colchón, haciendo rechinar los muelles. Su señora se limito a voltearse y darle la espalda. Se vistió de paisano, como hacia desde que se sacara la licenciatura de criminología y su supervisor lo destinase a homicidios. Lejos quedaban los años en los que recorría las calles limpiándolas de calaña. Ahora trataba temas mucho más serios a la par que escabrosos. Subió a aquella polvorienta camioneta que apestaba a tabaco y se puso rumbo a la granja de los Fernandez.
Aparcó cerca del establo y uno de los chicos que custodiaban la zona le indico donde se había producido el crimen. La luz del porche estaba encendida. Una avejentada casa de madera de dos alturas, muy mal mantenida. Levanto el cordón policial y con mas esfuerzo que maña pasó su voluminoso cuerpo por debajo de la baliza para acceder al dantesco escenario. Entró en el salón y no se topó con nadie. Luego sus pasos hicieron crujir la madera bajo sus pies hasta la cocina. Allí encontró a su compañero, con cara de extrañeza y haciendo sus pesquisas mentalmente.
—¿Que tenemos Edu?
—Sebas, ¿que tal? No estaba seguro de si serian capaces de sacarte de la cama…
—Ya me conoces, duermo con un ojo abierto.
—Claro… —contestó el inspector irónicamente mientas roía el lapicero con el que tomaba apuntes— Doble asesinato. Dos crios… los han degollado mientras dormían.
—Hijo de perr…— retorció los dientes mientras intentaba recobrar la profesionalidad. Jamás imaginó tener que presenciar semejante escena, aunque cada vez, se sorprendía menos de que existieran seres tan crueles e insensibles. Era uno de esos momentos en que añoraba su época de patrullero, donde a lo sumo se encontraba con algun hurto, un navajazo o alguna reyerta conyugal.
—Sí, una locura. También un intento de homicidio, a la madre de las criaturas— apuntaba con la punta del lapicero en dirección a la ambulancia donde atendían a doña Clarisa.
—Ya veo. Pobre señora. Hace un año pierde al marido, y ahora esto —decía Sebas entre que escupía el palillo y se encendía un cigarrillo.
—Si vas a contaminarte, seria un detalle que lo hicieras a varios metros de mi, gracias —espetó su compañero ordenando a Sebas que se alejara con la palma exterior de la mano. Este le dio la espalda y se alejó mientras gruñía. Llevaban un año trabajando juntos y a pesar del tiempo no conseguía acostumbrarse a él. Tampoco ayudaba la diferencia de edad. Eduardo Mendoza era diez años mas joven, entró directamente a homicidios después de sacar plaza nada mas licenciarse en la universidad. Se rumoreaba que por enchufe. A Sebas siempre le había parecido un tipo estirado. Le daba rabia todo de él; su puntualidad, su «profesionalidad» e incluso su metodología. También la forma en que le cuestionaba todas sus técnicas de investigación. Sebas era de los de la vieja escuela, de los que se guiaban por instinto, de los que tenian pálpitos y de los que hacian confesar a base de repartir nudillo. En cambio Eduardo era mas diligente y cuidadoso, parecía querer sacarle punta a todo, preguntar lo preguntado y revisar lo revisado. Algo que sacaba de quicio a Sebas, mucho más impulsivo e impaciente. Le molestaba incluso que fuese tan elegante y pulcro.
—¿Tenemos a alguien?
—Sí, un vecino del pueblo. La mujer lo ha reconocido. Un tal… Ramon Velazquez. Han ido a su casa y ahí estaba, durmiendo como si nada. Ya se lo han llevado. Si hubieses llegado antes lo hubieses atrapado tu mismo. —De nuevo aquel aire insolente en las palabras de Edu hacia Sebastian, que tenia que tragar saliva para no soltarle un buen croché. Suspiró
—Entonces, ¿caso resuelto?— preguntó Sebas guardando la pluma en su bolsillo y dirigiéndose a la salida.
—Eso parece. Pero… —Ya empezamos, pensó el compañero obeso mientras tiraba la colilla y detenía el paso.
—Pero ¿que?
—¿Te has fijado en esta mancha de sangre de aquí? —indicaba Edu a su compañero de nuevo apuntando con el lápiz al marco de la puerta.
—Si, es una mano ensangrentada. Seguramente alguno de los críos opuso resistencia y se mancho de sangre. Incluso puede haberse herido él mismo en la refriega.
—El detenido no muestra ningún corte. Es más —alzaba el inspector el tono y en dedo indice, haciendo ver que la siguiente afirmación sería de vital importancia— tampoco hay huellas de sangre en la pala con la que más tarde golpearía a la madre de los chicos.
—La cogería con la otra mano —contestaba Sebas intentando dar una explicación lógica a lo acontecido.
—Si buscases matar a alguien con una pala, ¿realmente lo harías cogiéndola con una mano?
—Pues… nose…—empezaba a dudar— ¿Quizá por eso no la ha matado?
Eduardo negaba con la cabeza. Algo no le cuadraba.
—¿¡Quien tiene una cinta métrica!? —preguntó el joven alzando de nuevo la voz para que todos los presentes le escuchasen. Nadie contestó. Tuvo que venir un agente a propósito desde comisaría para entregarle la herramienta a los inspectores, que aguardaban con el consiguiente cabreo de Sebas.
—Hace una hora que tenia que estar en la cama con mi mujer. —se quejaba este mientras su compañero se dedicaba a medir y anotar cada pulgada de aquella mano ensangrentada en el marco de la cocina.
Dias mas tarde, después de estudiar ambas versiones y gracias a las pruebas realizadas en el escenario del crimen se concluyó; que el detenido jamás había estado en la vivienda donde se cometió el crimen. Que nadie había accedido a la vivienda durante aquella noche y que solo la madre presentaba un corte en la mano derecha, dando por probado que era la única persona con la que coincidían, tanto el tamaño de las huellas como el dibujo dactilar, siendo declarada culpable de parricidio por el asesinato de sus dos hijos.
Mas tarde, también se demostraría que la misma Clarisa, había sido la encargada de envenenar a su pobre marido un año atrás, pero como diría Sebas, ese es otro asunto…
«La primera vez que se usó la comparación de huellas en criminalística fue en 1892, en Argentina. En esa ocasión, el novedoso procedimiento sirvió para condenar a una mujer que había asesinado a sus dos hijos.»
CLAUDIA MTZ DEL C
Una huella en la tierra,
es un momento en el cosmos
y
un instante de luz
en la noche.
JOSMA TAXI
La historia sucedió unos diez años atrás, Carmen llegó a la sección teniendo menos de treinta años, yo pasaba de los cincuenta. Ella era una chica guapísima, de una belleza exótica, elegante, amable.
Nuestro servicio es especial. Es difícil, nos llena, al menos al principio, de temores y dudas. Debemos traspasar esa delgada línea roja que separa el bien del mal.
Nos dedicamos a la información: la seguimos, la compramos, en ocasiones la creamos, pero siempre lo hacemos al servicio de nuestro gran estado, de nuestro país.
Sabemos que no habrá reconocimiento económico, estamos y estaremos mal pagados. Sabemos que no habrá prestigio social, vivimos en las alcantarillas del sistema, sabemos que nadie nos consolará si caemos, negarán hasta conocernos.
Somos servidores públicos vocacionales.
Nuestra forma de vida es dura, cambias una existencia ordenada, segura, reconfortante, por un autoexilio de la zona de confort personal. Llegas a vivir con miedo, miedo a equivocarte, a hacerlo mal, a ser irreflexivo, todo ello podría condenar nuestras misiones al fracaso.
Pasado un tiempo, cada uno necesita el suyo, comienzas a acostumbrarte, a saborear la adrenalina que llena tu vida veinticuatro horas al día. Entonces te autoengañas: “todo saldrá bien, mi vida y la de los míos están a salvo.” Aunque cuando nos quedamos un rato a solas sabemos que todo eso es falso. ¿Quién decide nuestro destino?
El día que llegó Carmen, al presentármela, al darle la mano, supe que ya la conocía, pero no recordaba de qué. Nació en mí un sentimiento de protección, de solidaridad, que nunca había profesado por nadie.
La integré, lo mejor que pude, en mi sección. Últimamente habíamos tenido varias bajas, los colegas utilizaban cualquier excusa para solicitar el traslado. Quedábamos tres, los de la “vieja escuela” nos apodábamos. Un alias propio, compartir horas, días, semanas de trabajos especiales, habían entretejido entre nosotros una red de fraternidad, aprendimos a respetarnos y a ser agradecidos con los compañeros; eso no lo enseñaban en los servicios secretos.
Los primeros días desde que llegó Carmen, fueron rutinarios, carentes de cualquier incidente estimulante. Yo aprovechaba para hacerle preguntas que avivaran su curiosidad, para que repasase como defenderse, a que pudiera como subsistir en la acción.
Un mes más tarde nos hicieron un encargo importante, teníamos que asaltar la caja fuerte de la embajada de la República Dominicana. Estudiamos varios días nuestro objetivo, creímos que no era muy complicado, definimos nuestra estrategia. Al final decidimos utilizar el método clásico, la entrada por las alcantarillas, poco y mal vigiladas. Dada mi edad y lamentable estado físico, yo me quedaría fuera, coordinando nuestros escasos efectivos. Carmen iría en el grupo de asalto, sería su bautismo de fuego.
La noche y hora fijados comenzó nuestra tarea, desde el principio todo se fue complicando, las comunicaciones fallaban, yo no sabía dónde y cómo estaban mis compinches, a la media hora oí unas ráfagas de ametralladora y unos quejidos humanos, intuí lo peor.
Dos minutos más tarde reventaron la puerta del piso franco en el que yo aguardaba. Al frente de los asaltantes apareció Carmen, era imposible que en ese tiempo llegara desde la embajada a mi ubicación, sentí miedo…
Fue la primera en entrar, se acercó a mí, me apuntó con su arma y me descerrajó dos tiros en el pecho y dos en la pierna izquierda.
El chaleco antibalas me salvó la vida, aunque tuve que someterme a dos operaciones.
Sigo sin recordar por qué pensé que conocía a Lucía, pero ahora mi cuerpo conserva sus huellas.
ALMUT KRESUCH HOFFMAN
Ernesto regresó a España en 1954 a bordo del barco Semiramis. Seis días duró el largo viaje desde Odessa a Barcelona.
229 supervivientes, voluntarios españoles como él, que habían luchado contra el comunismo junto a sus compañeros de la 250 División de Infantería alemana. La División Azul.
Ante la inminente derrota, fueron abandonados por sus aliados en medio de la nada helado, y los que no perecieron por los disparos o congelación fueron abatidos y capturados por el ejército ruso.
Fueron enviados a Gulags, bautizados como «trituradoras de Carne» y sobrevivieron once años en condiciones infrahumanas hasta que la muerte de Stalin les devolvió la libertad.
Su dignidad y su personalidad fueron » triturados» por la tortura física y psicológica, por el trabajo forzado en las peores condiciones, por el hambre y el frío, por la humillación y las ejecuciones. Sentían la impotencia de ver morir a sus compañeros por enfermedades no tratadas. Y durante los interrogatorios a menudo tenían que desnudarse. Era la esclavitud más cruel del presente.
Camino a Odessa, experimentó una extraña y al mismo tiempo sospechosa sensación de libertad. Si de repente un pelotón armado les hubiera obligado a regresar habría obedecido sin rechistar. Pero nada de eso ocurrió. En todos los años de horror había aprendido que sólo a través de la obediencia había alguna esperanza de sobrevivir.
Tenía miedo porque no sabía cómo enfrentarse a su mujer, a su hijo huérfano y a la vida en general. ¿Aceptarían al marido y padre fracasado y humillado? Su mermada autoestimo le hizo pensar que los verdaderos héroes eran los muertos. Los que murieron en la lucha por la patria. ¿Cómo se recibiría a los fracasados ?
En el barco fueron despiojados y, después de once años o incluso más, volvieron a sentir el placer de una ducha caliente. Les daban ropa demasiado grande para sus cuerpos tan delgados.
Cuando abrieron las puertas del gran comedor, el olor a comida le produjo tal nauseas que Ernesto no fue capaz de comer más que un trozo de pan y beber agua. En los días siguientes se esforzó de ingerir alimentos pero apenas pudo probar bocado. Y así seguiría para el resto de su vida.
Miles de personas les esperaba en el muelle, en primera fila los representantes del Estado. Gritos, cohetes, voces de júbilo, compases de música militar, banderitas, madres, esposas, hermanos …
A Ernesto le entró pánico, la multitud le asustaba. Temeroso de no poder soportar tanto alboroto, se tapó los oídos y corrió escaleras abajo para ponerse a salvo en la bodega del barco. El suave sonido de los motores aún en marcha le tranquilizó y cuando los nervios le permitieron otro intento, volvió a subir lentamente. Fue el último en bajar por la pasarela.
Nada le costó reconocer a Ángeles que apenas había perdido su belleza. La acompañaba un chico, su hijo Rafael. El abrazo ocultó el rostro asustado de ella, el niño le miró con cautela.
El autobús les llevó al pueblo. Ernesto se sintió como un borracho cuando miraba a su mujer, a su hijo, que no le quitaba ojo, y el paisaje exuberante de su tierra del norte.
En el pueblo le esperaba el comité de bienvenida. El alcalde, el cura, el maestro y el farmacéutico. Y los vecinos que le miraban sonrientes o con pena. Aplaudieron y algunos rompieron a llorar cuando vieron el fantasma bajar del autobús.
Ernesto intentó adaptarse a la vida normal y familiar, pero las huellas de su encarcelamiento eran demasiado profundas, imborrables y le acompañarían para siempre.
Volvió a trabajar en la sucursal bancaria.
Nunca habló con nadie, ni siquiera con Ángeles, de las atrocidades de los once años de cautiverio. Ella nunca se lo preguntó, vio la tristeza y la resignación en sus ojos y no quiso abrir heridas que, si no cicatrizaban, quizás ya no dolían tanto.
El apoyo incondicional y el amor, la comprensión y la tolerancia de su mujer ayudaron a Ernesto a recuperar cierto equilibrio emocional. Tuvieron un segundo hijo, y el colmó a los chicos de todo el amor que había acumulado en doce años.
Es difícil imaginar la magnitud del daño en el corazón de Ernesto, que marcó su vida tanto o más que las huellas visibles.
Nunca volvió a encontrar placer en la comida, comió siempre solo y poca cantidad, nunca mejoró su extremada delgadez y sintiendo frio en cualquier estación del año. Su frágil salud deterioró poco a poco, sufría una ulcera de estomago, el hígado y los riñones dejaron de funcionar con normalidad. Pero nunca se quejó.
Ángeles le cuidó con su inagotable paciencia. Se había acostumbrado a los frecuentes cambios de humor de su marido y a su necesidad de pasar largos ratos en soledad. Ernesto se relajaba con la música, frente al piano o escuchando a sus compositores favoritos por la radio y leyendo novelas históricas.
Nunca volvió a mostrar interés por la política.
Murió a causa de un infarto antes de poder disfrutar de su jubilación, en silencio y por la noche en la cama.
Ángeles nunca se atrevió a preguntarle por qué no podía desnudarse delante de ella.
NOVATUS LITERATUS
Croquis de un recuerdo confuso,
Rio seco en su cauce rememora una tormenta,
Niños lloran luchando contra el invierno,
Nadando en la sala y salvando su recamara.
Luego del invierno, la tragedia…,
Luego de la sequia ,una ironía,
Y un grupo de paramilitares pateando cabezas.
Huellas eternas en un niño sin rostro,
en lo profundo del olvido…
SON SONIA
LA HUELLA DE MI BESO
Atravieso un momento de crisis… bueno, si llevo años así, quizá no sea un momento sino un momentazo.
Quiero ser lesbiana y no lo consigo. Y no sé porque no lo consigo, la verdad. Cuando me pongo a comparar, son muchísimas las mujeres con las que podría ser pareja y son muchísimos los hombres con los que no.
Hay quien es bi. Yo no quiero ser bi. Tampoco quiero ser lo que soy, hetero. Estoy segura de que tengo un enorme potencial como lesbiana… pero no doy con el paso de peatonas que me cambie de acera. No he encontrado ningún tutorial al respecto y no será por buscar y buscar. Soy una aspirante a lesbiana que no encuentra su lesbianismo por ninguna parte. O sea, no encuentro el armario del que tengo que salir.
El sexo. Menudo problema esto del sexo cuando no te motiva en la dirección que quieres que te motive.
Y lo he intentado. Sip, lo he intentado.
La primera vez que dije en voz alta que quería hacerme lesbiana no esperaba que pasara lo que pasó: me surgieron dos voluntarias. El problema fue que una de ellas era muy buena amiga mía y me declaró que llevaba años enamorada de mí. Dios bendito, menudo comienzo: yo no deseaba ni un beso y ella me ofrecía su corazón. Un desastre. Tuve que salirme por la tangente y reafirmar mi heterosexualidad para no romperle su órgano cardíaco.
Segundo intento. Cosas de la vida, conocí a una mujer bi con quien comencé a tener una extraña amistad que consistía en sus intentos por tentarme y mis intentos por lograr encontrar esa tentación. Al final, una noche de juerga me decidí. Decidí que tendría que emborracharme por primera vez en mi vida para lograr besar a aquella mujer.
Ella era guapa, estaba requetebién, diez años más joven que yo y me gustaba su personalidad. En definitiva, me gustaba todo de ella pero no sentía la dichosa atracción sexual. Yo, que me pongo chispa con solo un chupito, ante la idea de besarla el alcohol no me hacía efecto. Tres cubatas cargados me hicieron falta y al final pensé: “va a ser mejor que la bese y deje de beber porque no me va a salir rentable a este paso”.
Allá voy. Estábamos en medio de un pub de bailoteo, bailando una frente a la otra. La miré. Que sobria me sentía, joer. Levanté mi mano derecha para deslizarla entre su largo cabello y sujetarla por la nuca para atraerla hacia mí. Yo me decía: “piensa que eres un hombre, tú piensa que eres un hombre”. Vale, me metí en el papel. Primero rocé sus labios con suavidad. Entonces pensé: “piensa que es una medicina que te tienes que tomar sí o sí”. Pensé en esos jarabes que me dan repelús y hacen que me sacuda asqueada después de tomarlos. Frente a eso, besarla no podía ser peor. Así que tomé su boca por asalto y me dejé de remilgos. La besé de tal forma que, cuando me separé de ella, ella me miró como atontada y dijo: “Wooowww”. Yo le dije: “espero que te haya gustado porque no pienso repetir”. Y puse en mi cara la que esperaba fuese mi mejor sonrisa de consolación.
Me parece que ese beso no solo le gustó a ella; un montón de hombres a nuestro alrededor nos miraban como si fuésemos agua en el desierto.
¿Por qué no me gustó ese beso? Porque sus labios eran suaves, su lengua era suave, su boca entera era suave. Por más pasión que puse en el beso, besarla era como comer nubes, igual de no excitante.
Creí que después de eso a ella se le pasaría su fijación conmigo pero, la huella de mi beso hizo que redoblara esfuerzos. Sin embargo, yo tenía claro que ni con todo el alcohol del mundo podría volver a besarla. Tardó mucho en rendirse.
Tercer intento. También había salido de juerga nocturna con un par de amigas. Otro pub. Cantidad de gente ideal para bailar con libertad. Llega al local una pelirroja acompañada de un hombre. Me encantan las pelirrojas. Pero no solo eso me llamaba la atención de ella. Toda ella era como un imán para mis ojos. La observaba. No solo yo la observaba sino que también había llamado la atención de varios hombres. En mi observación, concluí que el hombre que la acompañaba no era su pareja. Ella comenzó a fijarse en mí y algo (a saber qué) me hizo saber que yo le interesaba.
Yo no había bebido nada de alcohol. Nada. Allá me voy y la saco a bailar (en otra vida debí ser tremendo casanova). Suelo ser más alta que las demás mujeres. Además, por ese entonces llevaba el pelo cortito y teñido de pelirrojo. La verdad, hacíamos muy buena pareja físicamente. Aún por encima, resultó que era psicóloga (ideal: terapia gratis) y… lesbiana. Mientras yo la seducía con piropos dignos de Romeo (tipo: “parece que las estrellas se han colado en tus ojos”), ella me lanzaba unas directas del tipo: “quiero colarme en tu escote”. Ningún hombre me había mirado tanto el escote como esa mujer en los tres o cuatro bailes que me llevó renunciar a su proposición de pasar la noche juntas. Tras mi galante negativa, me dio su teléfono por si cambiaba de opinión.
No fue el último capítulo en mis aventuras y desventuras por lograr cruzar a la otra acera pero esto tiene que ser un breve relato.
Resumiendo: yo quiero ser lesbiana y no encuentro ese armario del que tengo que salir.
GAIA ORBE
huellas errantes
lejos de lo divino
de cara al tiempo
IKER YELED
Había una señora mayor, vestida de una manera muy extravagante, a saber; con un traje de cuero, un sombrero de plástico de color plateado y con restos orgánicos en el cabello rubio y trenzado, de unos setenta y cinco años, que había visto unas huellas en el suelo, delante de la calle de su vivienda. Desde el momento en el que habían aparecido, siempre se quedaba mirándolas. Esas huellas eran un misterio. Como ella lo era…
Nadie sabía por qué aquellas huellas se encontraban en ese espacio tan poco transitado. La gente pasaba por el lugar, pero ni se inmutaba. Esas pisadas eran de alguien con un número de pie bastante grande, por la longitud que tenían. Podrían ser de un hombre, pero también de una mujer que tuviera un pie grande, o de cualquier otro ser humano o no. Además, era un auténtico misterio porque no parecían desaparecer con la lluvia, el viento, automóviles, ni con el paso de los días. Estuvieron allí sin modificar su forma hasta que un día llegó un camión de la basura y, de manera repentina, se evaporaron sin saber por qué. Quizá necesitaban que los restos orgánicos pasaran por ahí, dentro de un camión de la basura. Al menos parece ser que hicieron un efecto mágico en las huellas: desaparecieron para siempre.
Hablando con la señora que se encontraba cada día mirándolas, dijo que todos estos misterios, que nadie suele poder comprender, cuando suceden en la vida cotidiana de muchas personas, es símbolo de que algo nuevo va a suceder en el lugar. Como cuando alguien dice algo y nadie le parece escuchar o entender. Como cuando alguien dice que tiene un dolor (o eso cree) y nadie le hace caso; cuando le ignoran al intentar decir algo que siente, pasan de la persona; cuando le intentan hacer entender que eso es importante.
¿Cuántas veces ocurren estos acontecimientos en los que alguna persona siente que no está ahí, en el centro de atención, que parece estar en el lugar inadecuado y en el momento impreciso?
GABRIELA MOTTA
Aquel sueño se repetía una y otra vez, cuando lo comenté con mi psicóloga me dijo que podría estar relacionado con alguna situación de estrés y me pidió que se lo contara.
—Siempre es igual: hay un corredor lleno de huellas, yo las sigo, me cruzo con una mujer que huye, la veo pasar y continúo, cuando llego a la última huella veo un anciano muerto y me despierto.
—Terminamos por hoy —dijo— dejándome con la sensación de ser una asesina encubierta por mi propio inconsciente.
En la siguiente sesión me preguntó cómo me sentía y si el sueño había vuelto, le comenté que no, que no lo soñaba todas las semanas, pero que se repetía a veces con más frecuencias que otras. Insistí en que no creía que estuviera asociado a una situación de estrés, ella sonrió y no dijo nada, era evidente que pensaba que en mí estaban actuando resistencias.
—Sin embargo, es tan real, aunque no me identifico con el siempre me altero cuando veo al hombre muerto porque es como un déjà vu. Hay días en los que soy consciente de que estoy soñando y de lo que sucederá después, pero nunca puedo llegar antes que la mujer. Conozco de memoria el camino, los detalle de las huellas, del corredor y estoy segura de que hasta podría reconocer al muerto.
—Muy bien —dijo— dejamos por acá. Te quiero pedir para adelantar unos minutos la próxima sesión porque voy a salir con mi papá. Yo estuve de acuerdo.
Cuando llegó el día de la siguiente sesión salí más temprano de casa y me encontré con la calle del consultorio cerrada teniendo que tomar otra camino. El GPS del celular me marcó una ruta que nunca había visto antes y de inmediato me hizo pensar que estaba tan cerca de casa y era desconocida para mí, conecté con otro pensamiento que me llevó a las rutinas que tenía incorporadas a diario y que no me permitían conocer nuevas cosas. También pensé que sería buen tema para volcarlo en terapia.
Estacioné lejos del consultorio porque el corte en la calle había trancado todo el tránsito, sería más fácil caminar que esperar a que se descongestionara. Entonces mientras estaba parada en una esquina vi el corredor de mi sueño, no, no podía ser verdad, ¿estaría yo delirando? No dudé en acercarme y de inmediato pude ver las huellas y recordé cada momento del sueño. El terror comenzó a correr por mi cuerpo y la adrenalina hacía que mi corazón quisiera salir por la boca. Pensé en llamar al 911, pero ¿qué les diría? Tenía demasiado miedo para seguir hasta el final del corredor y mientras me debatía entre lo que debía y no hacer pasó corriendo por mí la mujer, se me erizó hasta el último bello de la piel, no dudé más, seguí y justo al final de la última huella encontré al anciano muerto.
Entre en shock, salí corriendo para el consultorio, cuando llegué mi psicóloga me miraba sorprendida, no podía creer que me había olvidado del cambio de horario.
—No, no lo olvidé es que … No lo podrás creer si te lo cuento dirás que estoy alucinando.
—Pasa —me dijo— me tomó de la mano, me sentó en un sofá, me invito con agua y me pidió que me relajara, dijo que en cualquier momento llegaría su padre por lo que no podríamos tener la sesión completa, pero mientras él no llegaba estaba dispuesta a escuchar. Entretanto yo me reponía del susto, ella sacó de su bolso un portarretrato y lo colocó sobre su escritorio.
—Este es mi papá —dijo— enmarqué su fotografía porque sé que se pondrá feliz al ver que lo tengo presente a diario.
Comencé a llorar, ella no entendía y le pidió a la secretaría que llamara a la emergencia, yo estaba totalmente descontrolada, cuando pude recobrar por fin el aliento le dije entre llantos que el hombre del portarretrato era el anciano muerto de mis sueños.
VICTOR MANUEL VELASCO
El primer hombre que existió sobre esta tierra tuvo que inventar muchas cosas. Por ejemplo, inventó el pensamiento, la fogata, la cueva, el camino y la caza. El primer hombre vivía en paz caminando e inventado pequeñas cosas por aquí y por allá. Un día, mientras pasaba frente a un gran árbol vio en el suelo unas huellas que no eran suyas, entonces inventó el miedo…
GUILLERMO ARQUILLOS
EL HOMBRE SOLITARIO
Cuando volvió del trabajo, Ricardo se fue mirando en todos los espejos del pasillo. Entró en el cuarto de baño y, mientras revisaba su cara en busca de bolsas en los ojos, sintió un escalofrío: el armario donde Julia guardaba sus cremas de belleza estaba abierto. El caso es que tenía la seguridad de que no lo había dejado así cuando se fue. Además, la chica de la limpieza iba por las tardes, cuando él se iba al gimnasio. Nadie más entraba allí.
Debía mantener la calma. Lo primero que hizo fue intentar controlar la respiración porque no quería que le estallara la cabeza con la fuerza de sus latidos.
A partir de la muerte de Julia, Ricardo se había encerrado en sí mismo y se había apartado de sus amigos. La mayoría de sus días eran irrelevantes y no le quedaba más ilusión que su físico. Iba al gimnasio cada tarde, se cuidaba con mil cremas de belleza y se hizo adicto a recibir masajes. Cada día subía un selfi a Instagram con algún truco para potenciar la imagen y recibía cientos de me gusta de sus seguidores.
Cuando consiguió calmarse un poco, cerró con cuidado el armario sin querer preguntarse de nuevo por qué estaba abierto y fue a la cocina a merendar. Allí encontró la segunda huella de algo que no entendía: la taza de Julia estaba en el fregadero con un dedo de café. Estaba caliente; sí, estaba caliente, pero eso simplemente era imposible. Se asustó. Fijó sus ojos en la taza, comenzaron a sudarle las manos y sintió mucho miedo. No sabía qué hacer, no podía entender nada. Empezó a respirar con dificultad y sus pensamientos se descontrolaron. Para calmarse, decidió que lo mejor sería tomarse un par de pastillas de orfidal.
La tercera huella de que sucedía algo extraño la tuvo al ver el cenicero que, desde la muerte de Julia, solo utilizaba para dejar las llaves. Había una colilla. La marca del cigarrillo era la misma que fumaba Julia, no le cabía duda, y la mancha de carmín que tenía también coincidía con el tono que solía usar su mujer. Quien lo hubiera fumado lo había dejado a la mitad, como ella hacía.
Temblando, se tomó más pastillas de las que debía; quizá cuatro o cinco. Le sudaban las manos. Se sentó en el sofá y miró de nuevo el cenicero. Todo aquello debía de ser una broma. No era lógico, luego no era posible.
Se tumbó en el sofá e intentó dejar de pensar. Resoplaba, pero no lograba tranquilizarse. No podía parar de darle vueltas en su cabeza al armario, al café y al cenicero, y no encontraba ninguna explicación. Recordó entonces lo poco que le había costado deshacerse de Julia para disponer del dinero a su antojo, sin las constantes peleas por las apuestas a las que estuvo enganchado mucho tiempo y en las que siempre perdía. Le fue difícil vencer su ludopatía, pero lo consiguió después de envenenar a su mujer. Creía que ya había superado lo de Julia, sin embargo, aquellas huellas de su presencia en casa le trajeron su recuerdo y le hicieron sentir miedo. Mucho miedo.
Empezó a notar el efecto del orfidal y decidió hacerse un selfi para tranquilizarse un poco. Se atusó el pelo y sonrió. Era una sonrisa falsa, por supuesto, una de las que acostumbraba a poner.
De repente, su rostro cambió por completo. Arrugó la frente, se puso a temblar, comenzó a sudar en abundancia, se tomó otro montón de pastillas, sollozó, gimió con el corazón que se le salía del cuerpo. Y sintió un dolor agudo en el pecho. Entonces, se le fue nublando la vista y se fue quedando sin fuerzas. Lentamente, cada vez un poco más, se fue relajando, se le fue marchando el dolor y se terminó durmiendo.
Cuando pasó una media hora, entró la chica de la limpieza. Vio a Ricardo en el sofá y se imaginó que habría tenido un mal día y que, por una vez, no iría al gimnasio. Eso le pareció un poco raro, porque conocía su obsesión con su aspecto físico.
Empezó limpiando la cocina: solo había que recoger un plato, unos cubiertos y la taza favorita de Ricardo. En el cuarto de baño le llamó la atención que el armario de Julia estaba abierto y lleno de cremas de belleza masculinas.
Cuando entró en el salón, colocó en el cenicero unas llaves que no estaban en su sitio y vio que a Ricardo se le había caído el iPhone en el suelo. Era extraño, pero la pantalla estaba encendida. Sobre un fondo azul oscuro había unas palabras que parecían escritas a mano:
«Feliz aniversario, cariño. Hoy hace nueve años que nos conocimos, ¿te acuerdas? Estoy deseando que volvamos a estar juntos cuanto antes».
Había un garabato en el que se leía «Julia».
Solo entonces la chica se dio cuenta de que Ricardo estaba muerto.
GLORIA ALBADALEJO AYALA
Mi querido abuelito me ha regalado un diario, dice que sabe que tengo muchas cosas que contar y hoy lo voy a estrenar para escribir mis experiencias más recientes.
Empezaré contando que me llamo Tom, de Tommy, así me han llamado siempre, aunque no sea mi verdadero nombre. Tengo trece años, pero aparento más. Mi abuelo dice que soy muy maduro para mi edad y muy inteligente.
Vivo con él desde que nací. Mi madre murió al dar a luz de mí y mi padre no lo pudo soportar y se quitó la vida. Me dejaron huérfano sin conocerlos y solo me quedaban mis abuelos. Así que ellos me adoptaron. Me da mucha pena recordar, que mi abuelita, también murió hace solo dos años y sé que mi abuelo está triste. A veces lo he pillado absorto y sé que es en ella en la que piensa.
Vivimos en un lugar muy frío. Todos los inviernos nieva y nos tenemos que proteger. Estamos en lo más alto de la montaña y de allí cogemos grandes troncos de árboles secos durante el verano para hacer buenos lotes de leña y calentarnos en invierno.
Tenemos un perro, se llama Bob, de Bobby, pero a mí me gusta más llamarle así. Es un pastor belga y un buen vigilante para nuestra casa y a la vez muy sociable, pero hace tres días, Bob se fue de casa. No sabemos cómo ocurrió, solo que era por la noche y hacía mucho frío. Por la mañana vimos sus huellas en la nieve, pero se cortaban a medio del camino. Después, ya no habían más. Mi abuelo ponía cara de preocupación, eso no le gustaba y yo lo notaba. Me dijo que teníamos que volver a casa, estaba nervioso. Yo quería que me diera explicaciones, pero solo me gritó diciendo que teníamos que volver lo antes posible. Esa noche mi abuelo, en vez de cerrar con un cerrojo, como siempre, cerró con los tres. Esas enormes llaves de hierro forjado para esa gran puerta maciza, siempre me ha dado escalofríos. Demasiado pesadas y muy antiguas, aunque yo no he conocido otra cosa, siempre he vivido ahí. Solo lo sé por lo que he visto en los libros. Esos libros los leo en casa, mi abuelo me los consigue, ya que la escuela está muy lejos y no puedo ir. Solo hago trabajos de escuela tres horas por las mañanas y después ayudo a mi abuelo a las faenas de casa y ordeñar las vacas, dar de comer a las gallinas, cuidar el ganado en general y todas esas cosas que hay que hacer en un lugar lleno de naturaleza.
Mi animal preferido es Bob y ahora que no está conmigo lo hecho mucho de menos.
Esta noche es de las más frías que he vivido. La nieve deja el cielo blanco, en vez de negro y el paisaje es precioso, pero también peligroso. Creo que mañana no podremos salir de casa. Las montañas de nieve, se están acumulando a la puerta de la salida, losé por los golpes que se escuchan.
Ya es muy tarde, mi abuelo duerme, pero yo no puedo dormir pensando en Bob y ahora también, en la tormenta de nieve. Hace mucho frío, incluso con la chimenea a todo gas. Además, ocurre otra cosa que siempre me ha dado mucho miedo. Esta noche, se escuchan más que nunca los aullidos de los lobos. Temo por Bob, a lo mejor se lo han comido. De mis ojos empiezan a salir lágrimas, hacía mucho tiempo que no lloraba, creo, que desde la muerte de mi abuela. Es injusto, yo quiero volver a ver a mi perro, solo tenía cinco años.
Las masas de nieve, siguen golpeando la puerta y el tejado, parece como si alguien quisiera entrar y los aullidos de los lobos, parecen estar más cerca. Algo les atrae. Quiero despertar a mi abuelo, pero está muy dormido, ha tenido un día muy pesado y creo que se está haciendo mayor.
Parece que, por fin me quedé dormido. Las lágrimas de mis ojos, se han secado y mi corazón, de nuevo está más tranquilo después de una noche movidita.
Mi abuelo, ya me ha preparado el desayuno. Huelo a tostadas recién hechas y seguramente, estarán empapadas con miel. Bajo las escaleras corriendo y ahí está él, sirviéndome la leche calentita y las tostadas con miel. Me da los buenos días y después me dice, que tenemos trabajo que hacer antes de ponerme a estudiar.
Como yo había temido, la puerta de la salida está bloqueada por la nieve. Su idea es que baje por la ventana, ya que la tenemos a pie de calle y que, con una pala, saque toda la nieve que pueda. Él no lo puede hacer, está muy viejo, dice.
Después de desayunar, me pongo a la faena y hago lo que me dice. Antes, me he puesto las botas de nieve y buena ropa de abrigo. Después mi abuelo, me ha pasado la pala.
Estoy acostumbrado a trabajar duro y esto ya lo he hecho antes.
Mi primera impresión ha sido, al ver esas gigantescas huellas de lobo, que se han detenido en frente mismo de casa, pero me ha sorprendido aún más, cuando he comprobado, que las huellas de Bob, están al lado de las otras. Da la sensación, como si nos hubieran visitado todos juntos.
Sigo con el trabajo y después, se lo cuento a mi abuelo. La puerta ya está libre de nieve y se puede abrir.
Las huellas, ya están casi borradas por la erosión del viento y no nos deja ver bien con exactitud a donde se han dirigido exactamente.
Los animales nos están reclamando su comida, tienen hambre y la puerta del granero está abierta. Cosa extraña, siempre la cerramos bien.
Nos asustamos cuando escuchamos un aullido. Creemos que ha entrado un lobo, o dos, o más. Tenemos que ir a por almas. Vamos corriendo hacia casa, pero mi abuelo resbala por la nieve y me dice, que vaya corriendo a por una escopeta de caza.
Me siento muy asustado, se van a comer a mi abuelo y no me va a dar tiempo defenderlo.
El aullido es cada vez más fuerte y mi abuelo desesperado, me grita que me dé prisa. Ya la tengo en mi poder, voy corriendo hacia el granero. La puerta sigue abierta, pero eso sigue ahí a dentro. El temblor de mis manos, no me deja apuntar bien, pero me tengo que acercar poco a poco hacia eso y acabar con él o con ellos antes de que eso, acabe con nosotros.
Mi abuelo está detrás de mí, me está dando lecciones de cómo usarla. Cuando por fin consigo entrar, todo está demasiado oscuro y las aves están enfadadas, pero cuando vuelvo a escuchar ese aullido, no sé, me parece familiar. ¿Un lobo herido?, ¡Dios mío!, cuando me acerco más a él y estoy a punto de disparar, me doy cuenta de que es Bob. Era él el que aullaba, pero las huellas de los lobos, estaban a su lado. No importa, hemos recuperado a nuestro perro. Ni siquiera está herido, solo algo confundido y asustado con el rabo entre las piernas y medio escondido. Yo me pregunto, ¿por qué estará tan asustado?.
Querido Bob, como te he echado de menos.
LILA VIVAS
Autor Lila Vivas.
Imágen: extraida de Internet.
Tres de la mañana.El primer dolor.Apenas perceptible.Encendió la luz del velador.Miró a su costado izquierdo,en un sillón extensible,descansaba Exequiel.
Hacía cuarenta y ocho horas que estaba internada.Ya había llegado al período final de gestación,el obstetra les había dicho que si no dilataba , iba a inducir el parto por goteo.
El día anterior ,charlaron con su marido como se iban a reacomodar en el departamento nuevo,con kala , la perrita pequinés ,con Rubio el gato y con Junior , el bebé a punto de nacer. llegaron a la conclusión que Kala dormiría en el cuarto destinado al bebé.Rubio Iría al lavadero y el bebé dormiría en la habitación de ambos.Ya tendrian tiempo de alquilar algo mejor.Después del accidente de Exequiel, hubo que reacomodar muchas cosas.Pero ahora no era momento de pensar en ello,lo más hermoso de sus vidas era el nacimiento de Juniors y estaba por suceder.
Acarició el vientre,una y otra vez ,ese bebé tan dulcemente esperado llegaría para coronar un par de años de búsquedas, de tratamientos de fecundación sin resultados positivos.La realidad era otra ,todo eso ,eran huellas de tiempo pasado.
Un nuevo dolor,hizo que su cuerpo se extremeciera.No le quedaron dudas,eran contracciones.Cuando se hicieran frecuentes,despertaría a su marido.
Miró la habitación.Y un cosquilleo de euforia se hizo presente ,al ver en el mueble rinconero ,la caja decorada con ositos ,conteniendo toda la ropa cuidadosamente doblada,el ajuar del bebé.Le pondría a su hijo un enterito de algodón color blanco para ser presentado ante tios y abuelos.
Sus ojos prosiguieron revisando, al costado aco mpañando la escena, una canasta con perfumes;talcos y pañales.Un conejo de peluche y varios sonajeros. Detrás, asomaba un florero transparente con tres rosas muy perfumadas,detalle de Exequiel,su amado.
Al cabo de tres horas de dolor,vinieron los camilleros a buscarla,trasladandola a sala de partos.Allí el obstetra y la partera de turno esperaron.
El trabajo de la parturienta fue agitado. Junior se atascó de hombros en el canal de parto ,en medio de pujos ,tironeos e incisión de por medio, salió al mundo.El médico efusivamente gritó ¡Bienvenido Juniors,mira papá , que niño más grande y hermoso! Debe pesar más de cuatro kilos.La partera lo tomó en brazos.El padre de la criatura besó emocionado la frente transpirada de su mujer.Ella cerró los ojos para perpetuar el momento y grabar en sus oídos el llanto de su bebé.
Suavemente abrió los ojos…
Un angel blanco colgaba de la pared,una diminuta moldura de madera no más de un metro guardaba para siempre, un cuerpo. Sobre la tapa : Aún con rocío, tres rosas se abrazaban.El llanto,seguido de un
ahogo.-¿Dónde está Exequiel?¿Porqué no está aquí conmigo?¿Porqué mi bebè está ahí? -Fuerza …Sofi (sinf) Una voz familiar retumbó en su incomprensión- Tu marido murió…(sinf) Hace tres meses.Tu bebé ya subió a los cielos.Está con él.
SHEILA SHEILA
Huella
Mientras estaba en el hospital tú estabas a punto de nacer ahora estamos en la casa los dos tu y yo en mi cama mi querido nieto nuestras miradas se entrelazan y en ellas yo veo mi pasado y tu un futuro prominente. Pusiste tu manita en mi mejilla, sentí tu calor juvenil.
Eres mi descendencia, de seguro tendrás cosas mías, de la abuela, de mis papas. y claro
por su puesto de tus padres.
Hoy tengo 97 años de seguro no veré crecer tu vello en la cara, no conoceré a tu primer amor,por que yo ya estoy viejo, y enfermo.
sabes hoy la abuela me visitó, me dijo:
-Mijo, venga que pronto nos vamos a un lugar mejor donde no haya dolor. le dije que por favor me de una esperita porque quería conocerte y mirarte por última vez.
te dejo mis zapatos viejos , para que andes por los lugares que yo anduve, te dejaré mi huella , y espero que dejes la propia para darles un futuro mejor a las generaciones venideras.
A las 3:30 am el abuelo dejó de respirar, teniendo a su nieto a su lado , ambos estaban abrazados.
EDUARDO VALENZUELA
Caminaba descalzo por la playa cuando pisó algo puntiagudo que lo hirió. Cayó en la arena, adolorido, e instintivamente se cogió el pie. Se incorporó para revisar sus huellas en busca del origen del dolor. Vio un objeto brillante, filoso, no parecía natural. Frenético, cavó; luchando contra el agua, la espuma y la arena que, a intervalos regulares, traía el oleaje. Así fue como desenterró el trozo de espejo. Era el primer “objeto civilizado” que encontraba desde que estaba allí.
Hacía semanas que, sencillamente, despertó en la arena; se encontró tirado, con medio cuerpo en el agua, vestido únicamente con un pantalón y camisa blancos. Pero su mente estaba tan blanca como su ropa. No sabía quién era, dónde estaba, ni cómo había llegado hasta allí.
Los primeros días se había dedicado a explorar los alrededores en busca de alguna ayuda, algún alma que le diera respuestas. El terreno, predominantemente rocoso, tenía poca vegetación, sin embargo, contaba con una abundante población de aves marinas que se concentraba y anidaba en las cimas montañosas. Así lo comprobó una mañana en que, a “cuatro patas”, escaló una de las crestas del extremo suroeste. Ese mismo día, desde la vista que obtenía en la cumbre, también descubrió que se encontraba aislado del mundo, pues se hallaba en un pequeño islote de no más de un kilómetro cuadrado. Hacia donde quiera que mirara solo había un mar infinito que se perdía en el horizonte.
Decidió dedicar sus jornadas a acondicionar un refugio y recorrer la costa en busca de lo que fuera. Así, llegó a hacerse una rutina en que, cada mañana su figura blanca, cual monje zen, seguía la misma huella que le permitía dar la vuelta por todo el litoral del islote en unas tres horas. Fue en una de esas mañanas de caminata cuando encontró el trozo de espejo. Lo llevó hasta el refugio y allí permaneció un largo rato observando su rostro. Sí, era su rostro, sabía que era él, tenía consciencia de sí mismo, pero, por más que se esforzaba, todo intento de asociar un pasado terminaba en un borrón blanco como un lago de sal.
Días más tarde, cuando hacia su ronda matutina, en la playa oeste encontró algo inesperado. Nacían desde la arena mojada y se dirigían tierra adentro. Eran huellas, huellas de pies descalzos, similares a los suyos. Las siguió, sin detenerse a pensar con quién se podía enfrentar. Sin embargo, encontró que se perdían donde la arena daba paso al granito. Quien quiera que fuese el nuevo visitante, sin duda se había aventurado a escalar por alguno de los incontables pasadizos que se formaban entre los grandes peñascos. Entonces, se detuvo; sintió miedo, las posibilidades que se abrían por la naturaleza del visitante eran muchas. Regresó a la playa y buscó más pisadas, pero no encontró nada más. Luego, corrió hacia el sur para escalar hasta la cumbre con mejor visión del islote.
Le tomó dos horas llegar hasta la estratégica cima. Al aparecer allí, las aves que anidaban en la cresta huyeron alborotadas formando una enorme bandada que se movía oscilante, como una nube negra sobre su cabeza. Por un momento temió que las aves estaban acusándolo, dejando una gran huella que lo delataría ante el extraño, pero se tranquilizó cuando desde allí divisó un minúsculo punto blanco, el nuevo visitante, que se alejaba hacia el norte por la playa oeste, demasiado lejano para descubrirlo.
El resto de la tarde se la pasó en la cumbre, vigilando los distantes movimientos del extraño. Asi pudo ver, que antes del anochecer, el visitante volvió y se asentó en el mismo punto de la playa donde encontró sus pisadas esa mañana. Entonces, decidió pasar la noche en aquel observatorio para continuar vigiliando en cuanto despuntara el alba.
Al amanecer vio que el lejano y solitario punto blanco apareció nuevamente en la playa. Luego, vio que comenzó a moverse por la costa hacia el sur. A ese paso llegaría a la base de su observatorio en poco más de una hora. Bajó corriendo hasta la playa con la intención de esperarlo oculto en algún escondite rocoso, pero lo que encontró lo dejó pasmado. Hacia el norte se veía la figura de blanco que caminaba aproximándose lentamente, pero hacia el sur, en la playa, había restos de cajas semejantes a ataúdes y junto a ellos había pisadas; huellas de pies en la arena, por todos lados, como si dos o más personas hubiesen vagado por allí hace cuestión de minutos. ¡Qué locura era esa!
Corrió a esconderse entre unos grandes peñascos y aguardó, observando hacia los dos extremos de la playa. Pasaron los minutos y el caminante del norte se aproximó más y más, hasta que su cara fue visible. Entonces, todo pareció tener sentido, porque la cara del visitante era su propia cara y las ropas blancas eran sus mismas ropas. Ambos voltearon para ver las otras huellas y caminaron hasta los ataúdes varados en la orilla. Todas las cajas estaban rotas y abiertas, solo una permanecía entera y cerrada. La tapa decía:
BIONEXT COMPANY
アンドロイド の サービス: モデル OOM 395-W
ドライブ と ケア
ANDROIDE DE SERVICIO: MODELO OOM 395-W
MANÉJESE CON CUIDADO
Juntos abrieron la tapa y dentro encontraron a un sujeto de blanco, idéntico a ellos hasta el último detalle; parecía dormido. Cuando abrió los ojos le dijeron:
«¡Bienvenido!»
ARITZ SANCHO MAURI
Hola soy grafólogo de frutería
Doy clases de caligrafía para puestos de fruta. ¿No te has dado cuenta que todos tienen la misma letra?
Eso es porque han usado el método grafológico y caligráfico de la fructología.
La ciencia que estudia el marketing con frutas y verduras y la psicología oscura en ellas. No me negaréis que ese tipo de número tan perfecto no os deja huella y os hace preguntaros si es la misma persona la que escribe en todos los carteles de todas las fruterías del mundo.
Es una ciencia muy estudiada entre la gente que trabaja en el sector, pero que la gran mayoría de la población desconoce.
Es un secreto muy guardado, en manos malignas podría aplicarse a otras áreas y podría causar el mal y la destrucción.
La próxima vez que mires a un trabajador de frutería ya sabrás que conoce esta ciencia oculta, que hace que todos los números sean legibles.
Si trabajáis en el sector podéis hacer la primera masterclass gratuita sin ningún compromiso en el link debajo de la descripción.
BEA ARTEENCUERO
Isabel, nació y crecio en un hogar humilde, aprendió desde pequeña lo que era desear lo que no podía tener.
Cuando cumplió 18 años, se enamoró de Gaston; Un joven de mala vida, fue su primer amor, él la llevó por los caminos más oscuros.
Cuando quiso alejarse no pudo hacerlo, undiendose cada vez más.
Su único consuelo era dar amor a los niños, concurría a una escuela de barrio, donde era muy querida por ellos.
Tenía un amigo…Pablo, su confidente, él sabía sus desdichas.
Pasaba largas horas a la orilla del mar, era su lugar en el mundo.
Cierta tarde, mirando el ir y venir de las olas, pensando en su vida, decidió alejarse de Gaston, ese hombre que le hacía tanto daño, ya no le temeria, se iría lejos y empezaría una vida sin manchas…
Absorta en sus pensamientos no ve venir a Gaston, levanta la vista y allí estaba, frente a ella, arrogante, déspota…
La increpa.
– Qué haces acá? Te estoy buscando!!
– Solo miro el mar..
– Tengo un cliente, tenes que atenderlo.
– Ya no quiero hacer esto, no me obliges!!
Gaston no podía creer que le hiciera frente, más aún quería dejarlo!!
No lo hiba a permitir, era su negocio.
– Vas a venir conmigo.
Le grita duramente, y la agarra del brazo, forcejean, Isabel cae,
En ese momento llega Pablo, al ver la situación se traba en lucha tratando de ayudarla .
Isabel tirada en la arena, ve caer a su amigo, con un cuchillo clavado en el estómago.
Gaston huye.
– Pablo…Pablo, háblame por favor..No me dejes!!
El mar se viste de rojo.
Isabel toma la mano de su amigo sin vida y se interna en el mar…Lentamente!!.
En la arena sus huellas, se diluyen con el baiben de las olas.
La existencia del ser, sigue estando en algún lugar profundo, fundiéndose consigo mismo y su identidad!!
LOLY MORNO BARNES
¡NO OLVIDIDARÉ TUS HUELLAS!
No apartaré las hojas
que el otoño deja
guardadas en la tierra
de este largo verano.
Por qué borrar tus huellas,
hoy me sabe a pecado.
Quiero sentir que ellas
aún guardan tu aroma,
de los días felices
que hoy se desmoronan.
Te buscaré entre los árboles
que lucen desvestidos y
miraré hacia el cielo,
por si siento tus ladridos.
Jamás fuiste un humano,
insisten en decirme y
que solo eras un perro,
susurran mis oídos.
Entonces,
¿por qué siento
que se me destroza el alma y
junto a tu recuerdo,
entre nubes cabalga?
Ya no pisas la tierra,
donde siempre jugabas y
te busca mi mano,
entre la hierba helada,
tapada con las hojas.
Me dicen que el alma de los perros,
al cielo no va.
Pero la tuya, mi amigo…
EN UNA ESTRELLA ESTÁ !!!!
BÁRBARA L. LÓPEZ CARDONA
Tengo miedo/un miedo terrible a poner por delante lo legal a lo justo/a medir la distancia con mi mirada cansada/ a fingir que entiendo para no ser señalada/ miedo a la aceptación condicionada/ a la pérdida de esperanza/ al sentir cansancio antes de la lucha/ miedo al llanto que desgarra/ a la noche sin mañana/ a la oscuridad del alma/ miedo a la incertidumbre/ a los pasos sin sentido/ un miedo incontenible a la espera de la nada/ a la pérdida de las ganas/ a deambular sin rumbo/ a las puertas cerradas/ a lo que no se dice/ a lo que por profundo nos marca/ miedo a la voz que se apaga/ a no volver a escucharla/ tengo miedo a la risa falsa/ a la mirada vacía/ a la amistad fingida/ a la voz fatigada/ tengo miedo de hablar sin que me escuches/ a no verte mañana/ miedo a que no contestes mi llamada/ miedo a la sombra sin la luz para proyectarla/ miedo a necesitarte más de lo imaginado/ miedo a la falta de caricias/ al triste silencio del adios que no dices cuando te marchas/ miedo a extrañarte cuando te vayas/ tengo miedo a éste miedo que me ata/ a que no me entiendas/ a no entenderte/ tengo miedo a dejar la huella errada.
Mi voto para:
Almut Kreusch Hoffmann
Mi voto es para Maria Loreto Argandoña
Esto cada vez está más difícil. Vaya cantidad y nivel…
Finalmente, mi voto es para:
– Guillermo Arquillos
– Eduardo Valenzuela
Mi voto para:
Loly Moreno
Bárbara L. López
Raúl Leiva
Pedro Parrina
mi voto es para Son SONIA
Mi voto esta semana para:
Benedicto Palacio
Félix Meléndez
Enhorabuena al resto por la calidad de sus relatos.
Mis votos para el tema Huellas
Raúl Leiva
Loly Morno Barnes
Sancho Mauri
Gracias
Mi voto: Almut Hoffman
Vota a Candela Punto y a Raquel López
VOTO:
VICTOR MANUEL VELASCO
CORNADO SMITH
Voto por:
EMILIANO HEREDIA
*Candela Punto
*Pedro Parrina
Casi no llego.
Pedro Antonio López Cruz
Irene Adler
Raul Leiva
Josma Taxi