Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «optimista». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 9 de febrero!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real. ** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo. *** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
Yayo Boomer se levantó “otimista” que es optimista, pero en Yayo language. Se preparó su famoso café natural en cafetera italiana con la tapa abierta y el cacillo sin prensar, al tiempo que degustaba una suculenta tostada de pan de hogaza con tomate de la huerta murciana, aceite de la Jaén y sal del mar de tus sueños. Enchegó su Laptop – ¡que me sigue gustando una buena frase!- y pronunció su famosa coletilla, ¡jo petas-zetas!, vamos a ver que singularidades nos depara hoy Onlinestán.
CRÓNICAS NORMALES
Tuirer – @escribidoraoptimista
¿Qué pasa gentecilla dicharachera, que onda traemos hoy?
Bueno os cuento, he sido seleccionada por la editorial
Satélite para limpiar sus oficinas centrales de 16:00
a 20:00, me veo ya como la próxima “beseller”.
Deseadme suerte, corazoncitos solidarios.
Directo en Carapan – Oxigenao del Pelo y su primo Hidrogenao
Buenas tardes-noches, son las 10 de la mañana aquí
en Carapan y hoy vamos a hablar de algo novedoso.
Tachánnn, redoble de tambores, sí, vamos a hablaros
de los libros, esos grandes desconocidos en nuestra casa.
¿Y en la vuestra? Os leeemos al tiempo que os escuchamos.
CRÓNICAS VIP
-¿”Qué pasha folloguer”?, soy Tuiterito Nager,
¿crees que para encender la luz hay que darle al interruptor
o solo hay que pulsarlo para que encienda? Ahj, ahj, ahj
-Hola, hola, hola, soy el Youtonto
que más os mola, hola, hola, hola.
hoy tenemos a HYKJFFF, el artista del momento.
-¿Qué nos puedes contar sobre tu última rola, bro?
-Bueno pues…sobre todo he buscado que rime
y que cuente las vivencias que se viven.
-Jo, bro, ¡qué profundo!
Narración del narrador
Yayo Boomer se secó emocionado las lágrimas que le corrían por las mejillas, jo petas-zetas ¿por qué no habría nacido él en esta generación?, y se dispuso a comprobar el Guasá, ya para el éxtasis total.
Guasá – Grupo de músicos- el enterao
Me he comprao un pedal SFX35 que toca solo cuando yo se lo digo, ¿sabéis si tiene autotune también? Es que sería ya la ostia.
Guasá – Grupo de músicos- el pelota
Ostía, que caña tronco, ahora podemos sonar como Tropelía y F,Mangana juntos, ¿por cierto has escuchao lo último del Coronado? Joé, con el Yayo, se empeña en meterle batería y guitarra eléctrica a las canciones y luego se queja el desfasao de que nadie lo escucha.
Narración del narrador
A Yayo Boomer algo se le iluminó en la materia gris, jo petas-zetas, tengo que hacerme una cuenta en Tuirer y meterme en un grupo de Guasá, me lo viá pasá d’abuten -exclamó en voz a medio tono, mientras se rascaba la barba. ¡Qué optimista era el pobrecillo vertebrado!
Salí del portal de mi casa y delante de mí y hacía abajo pasó un Gallardo mozo. Su olor corporal me abrió el sentir del deseo hacía él, así pues comencé a caminar tras sus pasos.
Un optimismo de luz se encendió en mi piel lo cual hizo que los pelos del cuerpo mandasen por el aire lo que mi corazón por tal vivacidad sentía.
De inesperado el que anda sin verme notó mi presencia. Dioses el joven media vuelta.luego clavó su mirada de ilusión en mí y dijo…, por fin te he encontrado.
» Aceptar la vida con optimismo ya es una tarea ardua. Vamos saltando obstáculos como si fuera una carrera por sobrevivir.
Después de pasar una crisis, una pandemia y una guerra que no es ajena, ver el lado bueno de las cosas te reportará que todo saldrá bien o al menos, tendrás otra forma diferente de ver las cosas…»
Hoy despertó el día sin un arrullo de nubes, jovial, dulzón y espléndido. Todo refulge en derredor y yo mismo me siento optimista, bueno lo soy de por sí, porque hay cien razones para serlo y doscientas para ahondar en la veta pesimista. No existe por lo visto proporción, menos son las cien que las ubérrimas segundas. Pero yo me atengo a las primeras, a estas tres maneras de repensar la vida, recordándola, viviéndola en presente y proyectándola.
Es cierto que conviene volver de tiempo en tiempo la vista atrás, al pasado, que es un ejercicio muy recomendable para cotejar yerros y aciertos, porque de todo hay. De los primeros no merece la pena lamentarse aunque son sumamente útiles para comparar con los aciertos. ¿Fue una equivocación despedirnos en un tren, tú llorando y yo sin saber qué hacer, si tenía que retenerte o dejarte marchar? No me siento nada optimista recordándolo y me fastidia contemplar después de tantos años la imagen del tren que arrancaba diciéndote adiós. Fíjate que no he logrado olvidarlo y que al volver a mi memoria me he entretenido un buen rato pensando en la cantidad de trenes que hemos dejado pasar. Pero así es la vida, una suma de oportunidades que unas veces acertamos a aprovechar y otras dejamos que se esfumen como nubes que se come el sol. De eso está hecha la mía, de nubes como cicatrices que por fortuna ya no duelen.
Todos estos momentos, condiciones y experiencias pasadas se han volcado en el presente, en lo que ahora somos. Sin la suma o compendio de todas ellas no seríamos nada o solo un manojo de ideas desarraigadas, unos seres enfermos de alzheimer. Por este motivo me siento optimista. Mi pasado ya no es, mis yerros han quedado arrinconados, lo mismo que aquel tren que partió, del que me queda el recuerdo del pañuelo con que te dije adiós cuando pegabas la nariz a la ventanilla y con el que luego yo enjugué una lágrima.
Si pudiera estar cerca de ti, tal vez me preguntarías por el futuro y te respondería que no lo logro ver con optimismo dada la sombra que proyecta. Y no es en razón de que me desentienda o haya perdido la esperanza, es que cuando lo vislumbro, se tambalea mi mundo de seguridades. Será porque me estoy haciendo viejo y es verdad, pero hay otra de más peso: el tren de vapor en el que te despedí se quedó anticuado, era lento y ahora funciona todo a gran velocidad y me cuesta un mundo adaptarme. Bueno, seguro que tampoco tú correrás ahora los cien metros.
Pero es completamente cierto que sigo, pese a la desproporción, queriéndote. Y ya me dirás si no es eso, después de varios lustros, prueba fehaciente de soy un optimista irredento. ¡Qué lo voy a hacer!
EL OPTIMISMO ES LA LOCURA DE INSISTIR EN QUE TODO ESTÁ BIEN CUANDO SOMOS DESGRACIADOS (VOLTAIRE)
Soy optimista de nacimiento. Decía mi madre, que en el parto, en vez de llorar, como hacen todos los críos, yo me eché unas risas. A lo mejor solo eran cosas suyas, quién la sabe. Qué quieres que te diga, no me acuerdo, pero si ella lo aseguraba será verdad.
No creas que eso de ver la botella siempre medio llena es una suerte, ¡qué va, ni de coña!; a lo que te quieres dar cuenta está seca, vacía y tienes que ir de culo por ahí mendigando un chupito. Todo tiene su aquel y yo soy así, qué le vamos a hacer.
Llevo quince años trabajando en la misma empresa, de repartidor, con una furgoneta, que entró en servicio al mismo tiempo que yo y está la pobre llena de taras: no funciona el aire acondicionado, la suspensión es más dura que un entrecot de uralita y me he quedado sin frenos cinco veces en menos de un año; pero el jefe le tiene cariño, se resiste a darle la jubilación, aunque me ha asegurado que cuando termine la campaña de primavera-verano compra una nueva; total son ocho meses de nada, que se pasan en un estornudo. Hay que ver las cosas con optimismo, ¡coño!
Otro, mi jefe, ¡más majo! Sigo cobrando lo mismo que cuando entré a currar y hago más horas que un reloj, pero el hombre me tiene en mucha estima, dice que soy el mejor operario de la empresa y tiene conmigo unos detalles… Estas Navidades, sin ir más lejos, me regaló una cinta de lomo y dos botellas de sidra El Gaitero. No me digas que no es de agradecer.
Lleva ya unos años diciendo que me va a compensar las horas trabajadas de más, con quince días de vacaciones, para Concha y para mí, en un sitio de esos caros en los que está todo pagado y puedes ponerte de comer y beber como «el tenazas». Yo no hago más que decirle a ella, Concha, mi señora, que se compre ropa de playa, biquinis y cosas así, no vaya a pillarla el asunto con el fondo de armario hecho unos zorros; pero no me hace caso, para mí que no se lo cree, solo me mira y se ríe. Siempre ha sido muy risueña, mi Concha.
Ayer me enteré de que me ponía los cuernos con un vecino del barrio, fontanero él de profesión. Tres años llevan de relaciones, me ha dicho un amigo, pero yo solo echo cuentas de las últimas veinticuatro horas; total es el tiempo que llevo sabiéndolo. La botella medio llena, ya sabes, soy así, optimista; mi amigo dice que eso es de gilipollas. Lo mismo tiene razón.
El caso es que me he subido a la azotea, para refrescar las ideas, fumarme un porro y hacer balance de vida, y estando en estas, por primera vez en la historia, la mía, claro, me ha dado una pájara depresiva, tú, como si la botella, de repente, se me presentara seca, ni una gota, como te decía al principio, y oye, ha sido un repente, un ramalazo, el canuto, quizás: «a tomar por el saco», me he dicho y he saltado.
Catorce pisos, tiene la torre, y ahora que voy por el octavo me da que he metido la pata, me arrepiento del berrinche, estoy jodido, vaya. Pero en fin, a lo hecho, pecho. Seguro que todo va a salir bien: caeré en un toldo, los arbustos frenarán la hostia, aparecerá, de repente, Supermán y me cogerá a medio metro del suelo. ¡Yo qué sé! Soy optimista, te digo que salgo de esta sano y salvo, sin un rasguño, algún hueso roto, como mucho. Ya lo verás.
Hoy ha salido el sol. Hace un día espléndido, de esos que te invitan a pasear, a respirar aire fresco y evadirte de los problemas.
Sales de casa, no sin antes abrigarte bien, pues enero es un mes gélido. Caminas. Sonríes. Sonríes porque hoy eres feliz, porque te has mirado al espejo y te has dicho «la vida son dos días ¿por qué malgastarlos en lamentos y llantos? Voy a disfrutar. Voy a ser optimista. Y voy a vivir»
El lugar hacia donde te diriges no cae lejos, a unas manzanas. Bajas la calle. Justo al volver la esquina te paras frente al escaparate de la pastelería de Nieves. Con placer, miras la tarta de milhojas de hojaldre y crema decorada con chocolate blanco y negro que luce en el expositor, y esas galletas rizadas con sabor a vainilla que te recuerdan a las que hacía tu abuela cuando eras pequeña —¡Qué buena pinta tienen! —piensas a la vez que las devorabas mentalmente.
—A la vuelta me llevaré algo —te has dicho a ti misma mientras vuelves a poner en marcha tus pies.
Sigues el rumbo, callejeando hasta llegar al lugar indicado.
Te da la bienvenida un parque de forma rectangular que se sitúa delante del edificio —un lugar donde te insuflan vida, para algunos; un sitio donde cierras los ojos para siempre, para otros —Allí unos hermosos cipreses moldeados por auténticos genios de la jardinería, te invitan a pasar. De ellos emerge, como si de magia se tratara, energía y fuerza que es inyectada en tu cuerpo al inspirar. Ese oxígeno que desprenden te llena de optimismo y eso hace que vuelvas a sonreír.
Ha llegado la hora. Cierras los ojos y te evades a tu última conversación con Carmen. En aquella sala, fría y llena de testimonios. No era tu mejor día. Estabas distante, tus ojos se mostraban hinchados y parecía que habías enmudecido.
—¿Has mirado a tu alrededor? —te preguntó Carmen
—Aquí cada uno tiene su historia. Todos somos diferentes: unos más jóvenes y otros, como yo, más longevos; para algunos es su primera vez sin embargo otros somos veteranos en esto de la quimio… pero todos compartimos algo: nuestra enfermedad y nuestras ganas de vivir. —añadió
—Sé que es duro —te dijo mientras agarraba tu mano —créeme, lo sé. Pero si pierdes la esperanza, si pierdes la ilusión entonces todo habrá terminado.
Te daré un consejo: cuando sientas que ya no puedes más, que tu cuerpo y tu mente flojea ¡párate! Concédete unos minutos. Respira hondo, tan hondo que el aire que hayas inspirado llegue a cada una de tus células, y regálate estas palabras «¡Yo puedo con esto! Estoy viva y soy feliz” Llénate de optimismo y verás como tus días son más placenteros.
Esas palabras te calaron profundo.
Te diriges hacia la consulta, con los nervios a flor de piel pero sin miedo, como Carmen te enseñó. Y todo sale bien.
Al salir te paras un momento. Cierras los ojos y coges aire. Respiras tan hondo como ella te enseñó. Abres los ojos y ríes levemente sin emitir sonido alguno. —Gracias Carmen. Gracias por todo —susurras.
Es más, donde se ponga un buen drama que se quite cualquier historia romántica. Me encantan las noticias fatalistas, me hacen sentir que estoy viva. ¿Sabes, a mi amiga fulanita la han detectado un cáncer y además la han despedido del trabajo? !Menuda situación tiene en su casa con dos hijos pequeños y separada! Esto vende, hace que te escuchen.
Por otra parte, mi amiga menganita acaba de pegar el pelotazo de su vida, se ha casado con un multimillonario y además por amor, está feliz como una perdiz. Esto lo único que provoca son envidias y rabia, y preguntarme el ¿Por qué a mí no me pasan estas cosas?
Definitivamente, me encantan las malas noticias, son oportunidades para intervenir en la vida de los demás, me hacen feliz; sin embargo, las buenas, ni fu ni fa, pasan desapercibidas, me dan igual, incluso me entristecen porque sé que esa felicidad no durará para siempre.
Basado en la vida real de mi…, no lo puedo decir por si acaso este relato tiene éxito y se enfada.
Ella era la optimista, yo el que tenía dudas sobre la relación, y ella quería comprar un piso. Tras despedirnos del agente inmobiliario dije que era demasiado pequeño. Ella dijo que compraríamos menos muebles. Yo que era un cuarto sin ascensor. Ella que nos pondríamos como un toro. Yo que estaba muy lejos del centro. Ella que había buena conexión. Yo que había que hacer reformas. Ella que tenía tiempo y ganas. Yo que era poco luminoso. Ella que lo iluminaríamos nosotros. Yo que era un barrio con mucho ruido. Ella que nos acostumbraríamos. Yo que no éramos fijos y nos podían echar, y no podríamos pagar la hipoteca, y nos quedaríamos en la calle, joder, en la puta calle. Ella me miró en silencio unos segundos, y luego dijo lentamente: Si nos quedamos en la calle follaremos en el parque.
Ese fue el momento en que supe que era la mujer de mi vida.
-Ya te vale, Pepillo, me tenías preocupada. Con todo lo que está cayendo y tú, por ahí, tan ricamente, sin importarte lo que estamos pasando los demás.
-Pero, tía, no me seas, que sabes que estoy a punto de conseguir el objetivo y, entonces, me vais a aplaudir con las orejas.
-Tú y tu jodido optimismo, Pepillo, y mientras tanto, aquí nos comemos los mocos, con suerte.
-Tía, eres un coñazo y un grajo, así no hay quien pueda, desanimas al más pintado.
-Es que, tú me dirás, llevas así, por lo menos, un año…
– ¡¡¡Halaaaa, sagerá!!! Si vivo contigo hace tres meses, tú me contarás.
-Me da igual que me da lo mismo. Pa ti la perra gorda. Tres meses engañándome, ¿Te parece poco?
-Se te va la pinza, tía. Te olvidas de que vivo contigo porque tú me lo pediste, rogaste, suplicaste, exigiste, ordenaste. Yo estaba tan pichi a lo mío y acepté tu propuesta. Maldita la hora.
-Pues, Pepillo, si te supone un sacrificio, puedes irte por donde viniste, no necesito caridad ni tus migajas, faltaría más. No me he muerto antes de que vinieras a honrarme con tu caridad.
-Tía, me estás poniendo de los nervios.
-Poco aguantas, para ser tan feo.
-Tú tampoco eres la Venus de Milo que digamos, por algo se largó tu ex.
-Eres gilipollas, mi ex se fue al metro, a buscar oportunidades.
-Calla, que ya está ahí otra vez, nos va a oír.
-Me tiene hasta los huevos, voy a salir a decirle cuatro cosas.
-No hay pelotas, fantasmón.
– ¡¡¡Espera, oigo algo!!! Sí, por fin ha venido.
– «Michi, psss, pssss, ven con papiiiii… Te cogí. Vaaaaaaaámonos, a castrar tocan y, directos a la protectora».
-Yuhuuuu, han capturado al puto gato. ¿Soy o no soy un crack?
-Anda, anda, de pura casualidad. Abre a los niños, que se busquen la vida, no la vayan a palmar de inanición.
-Antes, haré una exploración intensiva, por si el gachó ha echado raticida.
-Hay que joderse con don perfeccionista. Que son ratones, coño.
-Sí, sí, pero no quiero bajas en la tropa, me gustaría que no muriera ninguno de los diecisiete, que ya son, cacho coneja.
-Pos, estoy preñada otra vez.
-Pero, tía, que está la cosa mu mala, ¿cómo se te ocurre?
-Qué jodío, como si tú no hubieras puesto tu granito de arena.
-Donde pongo el ojo, pongo la bala.
-Anda, pírate de una vez y trae un poco de queso para los retoños, y si es manchego curado en aceite, mejor que mejor, que nos han salido de morro fino.
-Joooooder, casi estábamos mejor con el gato ahí fuera.
-No haber llamao.
– ¿Serás hija de rata alegre?
-No te pases, que te arranco los bigotes de un bocao.
-Qué carácter, cuando me sedujiste eras tan dulce…
-Y tú tan imbécil…
-Emigro al metro, esto no hay quien lo aguante.
-Ya te estás tardando, ecce homo, y montas un dúo con mi ex, los hermanos ratabrava, juás.
-Tu te lo has buscado, adiós, aquí os quedáis.
– ¡Niños, ya podéis salir, que el tontolaba de vuestro padre se ha ido para siempre!
-Menos mal, mamuchi, nunca he entendido qué viste en ese zafio.
-Ni yo, hija, ni yo. Arréglate un poco, a ver si de ratita presumida encuentras al príncipe ratón que nos saque de este agujero y nos traslade a una mansión sin gato.
-Me explotas, madre.
-Tira, niña, y no me chistes, que te mando al metro.
-Eso nunca, ¿cómo quieres al príncipe, moreno, castaño, cachas, tirillas, intelectual, obtuso tal vez?
-Con que sea de posibles…
-Vaya tela, ¿seré así de mayor?…
SERGIO SANTIAGO MONREAL
La reina del trébol anunció el tema.
Cris.
El tema para esta semana es el optimista o la optimista (u optimiste esto último lo omitió, no es muy dada a llevar la contraria a la RAE).
Sergio.
Pues yo lo veo todo muy negro, es verdad que siempre tenemos que ver el lado bueno de las cosas pero yo soy más realista.
Coronado.
Pues yo lo voy a escribir y lo voy a cantar.
Raquel.
Yo sí que soy optimista, me gusta el tema semanal, seguro que la inspiración tocará mi pluma.
Montse.
Sabéis que podéis leerlo en directo los lunes a las siete de la tarde en club house. Por cierto Sergio yo suelo escribir Monse así, sin la «t». Aquí no se pronuncia. Y dale caña a los diálogos.
Sergio.
En ese aspecto soy optimista, estoy intentando estudiar los diferentes ámbitos de la vida real para plasmarlo, la vida real si te fijas bien da para muchos relatos y por supuesto esas situaciones que voy observando o imaginando las seguiré escribiendo. Soy optimista y sé que las musas nunca faltarán en el reino del trébol.
PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ
AHORA MISMO, NO TENGO TIEMPO PARA EL OPTIMISMO
(Un martes junto al mar)
Maldito sol de las narices…
Quién me iba a decir a mí que un día cualquiera entre semana, martes para más señas, iba a acabar montándome un improvisado gimnasio a base de darle meneo a los remos de un bote. Adelante y atrás, una y otra vez, taca taca, pim pam… vamos que llegamos. ¿A dónde? Si en kilómetros a la redonda no se ve otra cosa que agua salada. Ahora entiendo a los que se cagan en la mar salada. Ganas me están entrando. Litros y litros de océano azul turquesa, algo que a buen seguro quedará muy bonito y atractivo en las fotos de las agencias de viajes, pero que a mí se me ha atravesado desde hace días. Qué asco de sol y qué asco de océano. Y mientras la agüita esté tranquila, bien. Que ayer, con el oleaje y la fuerte marejada de componente sur rolando a poniente casi me veo con la barca bocabajo y mis carnes a merced de la tiburonería que según dicen habita por estos contornos. Esa es otra… vivo obsesionado con la inquietud de que de un momento a otro asome una aleta por la lontananza, dubitativa, con movimiento nervioso, hasta que finalmente me huela, me localice y se arranque de pronto como un Mihura en dirección al bote. Remos para que os quiero… Para bote el que iba yo a pegar. Acongojado vivo paso las horas entre remada y remada, he de confesar.
Ha transcurrido una semana desde el hundimiento, y mis costillas comienzan ya a aflorar, resaltando sobre la textura de mi moreno bronceado. Empiezo a ser la envidia de todos los náufragos. Suerte que agarré el bote a tiempo. Los incautos que saltaron desde arriba no calcularon bien y ninguno de ellos dio en el blanco. Solo yo, que estaba agazapado justo al lado y me deslicé en el momento oportuno. Desobedeciendo la consigna esa de las mujeres y los niños primero, accedí como una exhalación a la cáscara de nuez para finalmente, una vez concluido sin éxito el concurso de salto al vacío sobre barca adosada, quedar ganador en la categoría de remero. Un bote para mí solo, repleto de agua y víveres. Como en la noche todo se confunde, finalmente nadie reparó en mí, por lo que lentamente me fui alejando con la rapidez y la falta de elegancia de una rata almizclera. Y es que aquello no pintaba bien, sobre todo cuando el barco se empezó a poner de pie, encabritado y encarando el fondo del mar como su nuevo destino turístico, mientras a lo lejos, dese mi posición, observaba con asombro al resto del personal que no paraba de saltar, como minúsculas pulgas desesperadas.
La barquichuela no cuenta con grandes comodidades, es cierto, pero la travesía se lleva bien. Con el traje de novia, lo único que conservo de ella, me he fabricado un improvisado tenderete con el que al menos me resguardo del sol, cuando me canso de remar. Entre el avituallamiento con el que venía equipada la barca, he encontrado un mapa y un astrolabio, pero ni sé dónde estoy, ni tengo la más mínima noción de cartografía, ni conozco de astros. El puñetero sol, el rey de todos los astros, es el único que he conocido bien a lo largo de esta fascinante semana. Nos hemos hecho muy amigos. Él me proporciona mi envidiable moreno y yo le correspondo con insultos, a cuál más imaginativo.
Calculo que debe ser mediodía. La hora de la cerveza. Aquí la tengo que sustituir necesariamente por unos buchitos de agua dulce. Racionada, eso sí, que cada vez queda menos, y sin tapa ni nada que arrimarle. He descansado un momento de los remos y me ha dado por pensar. Desde que estoy aquí, disfrutando de la barca, pienso a todas horas. No tengo mucho más que hacer, aparte de sobrevivir.
He recordado el momento exacto en el que Rose y yo subíamos por las escalinatas. Tuvo que ser un martes. Y el regalo de boda tuvo que ser un viaje en trasatlántico. No había otra cosa, no. Los caprichos de mi novia, siempre financiados por su acaudalado padre. El Titanic se llamaba. Todos aseguraban que aquel descomunal mazacote de acero era insumergible. Coño insumergible… pienso yo, mientras agarro de nuevo los remos y prosigo con la rutina del fitness marinero.
MARÍA JESÚS MARTÍNEZ SANCHO
«El poder de crear creyendo»
Se consideraba una persona positiva o incluso práctica pero poco más.
Siempre le había parecido una soberana tontería cuándo le decían que era una virtud ver el vaso medio lleno en lugar de medio vacío y que era una suerte ser tan optimista. Al fin y al cabo el vaso estaba al 50% y a nadie le iba a ir mejor en la vida ni iba a correr peor suerte por verlo de una manera u otra.
Últimamente llevaba siempre consigo un cuaderno rojo precioso con portada de piel que le regaló su padre. Según él, ahí podría anotar todo lo que le pasara por la cabeza a su alegre chiquilla, pero realmente no había escrito ni una palabra aunque el regalo le hiciera mucha ilusión; hasta que su padre murió repentinamente. Vivió un duelo duro, difícil…acababa de estar con su padre hacía un par de horas y de repente estaba en una sala de hospital reconociendo el cuerpo de la persona que más quería en el mundo. Infarto fulminante,murió solo en una calle llena de gente ¡que paradoja!
Asumir algo así le resultaba imposible mientras todo el mundo le hablaba entonces de su fuerza y su valentía para salir adelante, le hablaban sobre la herencia que su padre le había dejado pues él era la persona más optimista del mundo y mil cosas más que no conseguían levantarle el ánimo…hasta que unos meses después entre tanta oscuridad reparó en el cuaderno rojo y pensando porque su padre le habría hecho tal regalo descubrió dos cosas: que se le daba bien escribir cosas bonitas que le servían para superar la pérdida y la segunda (más sorprendente) que con el tiempo lo que escribía se materializaba y se convertía en realidad. Lo atesoró cómo lo más bonito del mundo de aquel momento en el que el vaso estaba en la peor mitad y allí plasmó cosas maravillosas que en breve espacio de tiempo se transformaban en historias reales.
Eran tonterías pero cada vez que escribía, alguien cercano le decía que le había pasado exactamente lo mismo. Así que se dedicó a imaginar historias preciosas que veía cumplirse con ilusión entre la gente que conocía. No se lo contó a nadie ¿Y si tenía un don? ¿Y si aquel regalo era su misión? Su padre siempre veía en ella cosas que ni ella misma era capaz de ver y que siempre achacaba al gran amor que su progenitor le profesaba…¿Pero y si era cierto que tenía el poder de hacer realidad lo que escribía?
Y en esas estaba cuándo pensó en Miguel. Era un amigo con alma noble y sensible que llevaba mucho tiempo dedicándose a escribir de verdad. ¡El sí tenía un don con las palabras! Quería vivir de ello, pero la incomprensión de su entorno y el poco apoyo que recibía le hacían seguir en un trabajo que odiaba porque su gente le decía que «era para lo único que servía»
¡Ella no pensaba igual! Después de leer el precioso libro que Miguel había escrito y en el que había invertido todos sus ahorros por autopublicarlo, pensó que a ella también le quedaba mucho por escribir en su cuaderno rojo y ahí si fue optimista pensando que todo lo que creía lo creaba. Y si Miguel con todo en contra seguía teniendo fé en su talento para la escritura con gran acierto, ella iba a utilizar lo que quedaba de su cuaderno para crear la historia más bonita que había escrito hasta ese instante.
Dos años después se encontraba en aquella cena tan importante a la que su amigo Miguel la había invitado. Después del tenso momento hasta que pronunciaron su nombre, decidió que iba a contarle la verdad. Mientras subía al escenario la miró lleno de felicidad, sorpresa y emoción para después pronunciar un precioso discurso en el que no se olvidó de agradecer el apoyo incondicional de su buena amiga… y ya premio en mano, decidió compartir con él su secreto. Estaba exultante y a duras penas se lo llevó a la terraza del lujoso hotel diciéndole que tenía que contarle algo importante y conseguir que se centrara en lo que ella le decía. ¡Ese era el momento porque si no nunca la creería!
Le mostró su cuaderno dónde describía con todo lujo de detalles la historia de Miguel. Cómo tras un esfuerzo soberano por demostrar a todo el mundo la elegancia con la que su amigo escritor reunía las palabras para crear historias con alma, se pusieron en contacto con él a través de un grupo de escritura en el que publicaba sus relatos para darle una oportunidad pues un miembro del grupo trabajaba en una importante editorial y de ahí a la luna. Porqué su libro fue vendiéndose poco a poco hasta convertirse en Betseller y llegar a una décima edición que le plantaba de lleno cómo finalista del mejor concurso nacional de literatura qué ganó.
¡Todo estaba ahí!… escrito en ese cuaderno rojo que ella le enseñaba en mitad de la euforia tras recoger el premio y él…él entre tal mezcla de asombro, emoción e incredulidad escuchando todo lo que le narraba su amiga no sabía que decir pues vio en ella tanta felicidad y orgullo que lo único que pudo hacer en aquel momento fue abrazarla y susurrarle al oído: GRACIAS
ANNAMARIA TOMASETTI
Tengo que escribir sobre el optimismo, busco alguna historia que sea simpática que tenga algo de romance, que tenga suspenso y un buen final, pero solo veo por la ventana aquella casa vieja de madera carcomida por polillas y humedad, desde mi ventana puedo ver una pequeña luz que no alumbra realmente nada, pero deja una estela de Luz en el espacio a penas iluminado, y pienso sobre esa pequeña e insignificante luminiscencia.
¿como alguien puede vivir así?
En penumbras, en aquel ambiente hostil.
Quedó en silencio ante mi visión, solo siento mi respiración, mi mente por segundos dejó de pensar quedándome allí en aquella ventana parado, mirando sin mirar hasta que aquella visión se vuelve borrosa en un punto inexistente.
Vuelvo a la realidad sobre el escrito, “optimismo”, que carajo es el optimismo, ¿será que debo ir al diccionario y buscar su etimología? Rodeado de tantos escritores debo poner esmero para no quedar como un idiota incauto.
Sigo viendo desde la ventana, han pasado segundos pero mi inquietud siente que ha sido mucho más, el café humeante que había servido seguía elevando sutilmente su aroma por la habitación.
No se exactamente cuándo pero la luz suave que aquella cabaña expedía por su ventana ya no estaba, la curiosidad de su desaparición hizo el olvido presente sobre aquella palabra por escribir.
Me puse de puntillas como queriendo abarcar más mi ángulo visual y buscar donde aquel haz de luz se había marchado, todo era oscuridad, salí corriendo atravesando la habitación con el corazón bombeando y de un solo golpe baje el interruptor de la habitación, la transpiración de aquel momento lleno mi frente de una humedad indeseable y un calor corporal me invadió.
donde se había ido aquella luz, era la única pregunta que por mi cabeza pasaba, una y mil veces como un mantra sin respuesta.
Como un autómata volví a la ventana con aquella pregunta en mi mente, solo había un negro espacio exterior, a penas claras sombras, la luna de aquella noche no ayudaba mucho y el cielo no contaba con ninguna estrella, la ciudad estaba tan distante que apenas una raya de luz marcaba la distancia.
Tome mi taza de café cuestionándome si aquella bebida estimulante había sido la mejor decisión de aquel momento, erguido ante aquella ventana con la oscuridad de la noche ante mi, con tantos pensamientos uno tras de otro y aquella bendita palabra por escribir…optimismo.
Cuando la vi, una visión espeluznante que me quitó el aliento, aquella sombra femenina sostenía entre sus manos una lámpara de queroseno, el viento levantaba con exquisitez el foulard incoloro que la rodeaba, por un momento el pánico ante aquella aparición me desconcertó, miraba mi taza de café fría para aquel instante, pensando que cosas me hacía ver aquel líquido amargo, miraba de frente, miraba la taza, como buscando respuesta ante aquella sorprendente alucinación de perfección femenina, pues la lámpara y aquellos pequeñitos destellos mostraban una glamorosa piel porcelana, como una diosa ante aquella noche oscura, desapareciendo nuevamente la luz hacia la puerta, iluminando ante mi aquella habitación otra vez, ruido, movimientos, luz, aquella cabaña vieja volvió a la vida ante mis sorprendidos ojos.
Faltaba poco para que las primeras luces del alba se asomarán y el mundo comenzara un nuevo día, yo seguí observando perplejo aquella mujer misteriosa que entre platos, cajas, y ropa se movía silenciosa por aquella vacía casa justo enfrente de la mía, suspiré un largo y lenta exhalación, me llene de optimismo, una esperanza lleno mi corazón, ya no estaré solo pensé, incluso sonreí reflexionando sobre aquel escrito olvidado, me senté finalmente en el escritorio y en una hoja de papel azul claro una historia escribí, escribí, escribí.
GLORIA ALBADALEJO
MI PERRO BOB (2ºparte y última)
Los montículos de nieve, siguen acoplados en el paisaje que se ve por la ventana de mi habitación. La nieve este año, es demasiado abundante y el frío es aterrador. Por lo menos, me siento más protegido teniendo a Bob en casa, aunque ya tengo mis dudas si es un buen vigilante, por lo que pasó hace unos días, ya no estoy tan seguro. Estaba demasiado asustado allí, en un rincón del corral, a donde depositamos los granos para los animales y también están instaladas las gallinas y otras aves. Los demás animales, también se veían asustados y los aullidos que se escuchaban, no parecían solo de Bob. No entiendo nada y no puedo sacar conclusiones.
Esta noche, creo va a ser larga porque me siento inquieto y presiento que algo va a ocurrir.
Lo único que se escucha a esas horas altas de la noche, es el chasquido de los troncos quemándose en la chimenea. Me produce calma, pero esta se rompe enseguida cuando comienzo a escuchar de nuevo esos poderosos aullidos de lobo. No estoy cómodo y menos, cuando escucho a continuación, que Bob se une también. Es como si estuviesen hablando entre ellos y eso me inquieta.
Al otro lado de la habitación, está la cama de mi abuelo, pero él duerme sin inmutarse de esas conversaciones. No entiendo, como puede tener el sueño tan profundo, yo soy incapaz, me despierto con mucha facilidad y esta noche, todavía no he podido dormir y ya son más de las once.
Bob, está muy pesado y lo he pillado queriendo salir de nuevo por la ventana, pero está bien cerrada y no puede salir, aunque la otra vez que se escapó, también estaba bien cerrada y no sabemos cómo, pero consiguió abrirla y se fue. No entiendo porque quiere irse con los malditos lobos. Esos animales son muy malos y pueden matarlo. Me extraña que no lo hayan hecho ya.
El aullido de Bob, comienza a ser insoportable y los lobos de nuevo, se aproximan a nuestra casa. Me levanto nervioso y me aseguro que todo esté bien cerrado. Mi abuelo, a pesar del movimiento, no reacciona, solo se da la vuelta para incorporarse al otro lado.
No puedo con Bob, está extraño y los lobos ya están muy cerca. Los veo quietos, a pesar de la oscuridad. Sus ojos rojos los delatan. Están mirándonos y no me gustan sus ideas. Los veo a través del cristal de la ventana y empiezo a pensar, que esta no sea demasiado fuerte y salten por ella, haciéndola añicos.
Intento controlar a Bob, lo cojo por el cuello, pero ahora empieza a ladrar también y su ladrido es brusco y a la vez tenebroso. Me da miedo esa situación y no puedo más y llamo a mi abuelo. Le doy varias sacudidas, pero no responde. Le llamo varias veces, pero sin resultado. Me empiezo a poner más nervioso todavía y entonces le grito con toda mi alma.
-Abuelooo…
Bob comienza a gruñir, pero no sé si es a mí o a mi abuelo, o tal vez a otra cosa que haya cerca nuestro. Me empieza a dar miedo y se pone a andar nervioso por toda la casa. Cierro la puerta, ese ya no es Bob y él, se queda aislado en la otra parte de la casa.
Al final mi abuelo se mueve y acaba despertándose costosamente, me mira con un ojo medio cerrado y después, se vuelve a dormir. Parece ser que tiene un sueño muy profundo. Claro, deben ser las pastillas que toma.
Bob, al otro lado, no para de ladrar y mis nervios van en aumento. Entonces comienzo a escuchar unos ruidos al exterior, como si estuviesen escarbando en el portal de casa. Miro por la ventana disimuladamente, son los lobos, hay cinco. Con la persiana bajada, sigo viendo los movimientos de los lobos, parece que quieran entrar. Han debido oler el alimento de la carne humana y creo que hasta que no consigan entrar, no van a parar.
Bob, también está participando en el juego y está rascando la puerta, quiere salir. Menos mal, que la nieve les impide que hagan un hoyo y consigan entrar de alguna forma. Hay montones de nieve cubriendo la puerta. Creo que mañana, me tocará volver a sacarla con la pala.
Al final desisten y se van y Bob, también se va tranquilizando. Ya puedo abrir la puerta y saludo al perro. Este vuelve a ser el de siempre, pero temo que esto no haya acabado y vuelva a suceder lo mismo.
Apenas he pegado ojo, pero tengo que volver a la rutina al día siguiente. De nuevo tengo que hacer la misma maniobra, así que salto por la ventana que hay a pie de calle y con la pala, quito la nieve acumulada del portal de casa. En un descuido Bob, también salta y se escapa.
– ¡Maldito perro!
Mi abuelo intenta correr detrás de él, pero se vuelve a resbalar y no puede moverse. Mientras tanto, los animales del corral, vuelven a estar nerviosos y Bob, se mete a dentro. Vuelven los aullidos, no solo de Bob. Me da la sensación, de que todo esto ya lo he vivido antes, pero esta vez no quiero usar la escopeta de caza. Pienso que, si Bob quiere ir con ellos, por algo será y me confío. Me siento optimista.
Antes ayudo a mi abuelo a levantarse, no parece que se haya hecho daño. Así que valientemente, me acerco de nuevo a la caseta de las gallinas.
Enciendo la luz con cuidado y lo que veo a continuación, me sorprende más que nada.
Ahí está Bob, pero con compañía. A su lado tiene una preciosa loba, parece joven y en medio de los dos, hay cuatro cachorritos, ¿pero cuando…?, se me quedan mirando todos con esa carita de…, inocentes. La loba no parece salvaje y se ve muy a gusto con su querido Bob.
-Vaya, -le digo a mi abuelo- creo que tendremos que alimentar a más animales a partir de ahora. ¿Ves abuelo, el misterio?, era este. Bob se ha echado una novia y no solo eso, si no, que han tenido cachorritos, pero abuelo, ¿tú sabes la ocasión de este resultado?
-Vaya, vaya- dice mi abuelo- parece que las veces que el condenado se ha escapado, ha sido por un motivo justificado y los dos nos echamos a reír, mientras los cachorritos y papás, se lamían sus caritas.
ROSA ROSANA
El optimismo
es querer ver más de lo visto.
Es sobrepasar el infinito.
No es real
Está engrandecido,
y no es agradecido.
Cuando vuelves a ver
estás en el mismo sitio.
Con él alzas el baremo
creyéndolo ver positivo
y sólo te engañas a ti mismo
No agrandes lo pequeño
No pienses tener
más de lo que tienes
Baja un listón amigo
Justo para encontrarte contigo
Ni arriba ni abajo
Saber estar en el sitio
En la realidad de lo vivido.
En la línea del centro
El optimismo es el futuro
que aún no ha venido
El pesimismo es el pasado
anclarse en él es restar
Quédate en lo real
En el lugar que estás
Ahora mismo, piensa positivo
Despacio
Un paso y luego otro
Se llena de contenido
«El optimismo es una perspectiva esperanzada del futuro, de sí mismo y del mundo que lo rodea.»
EFRAIN DÍAZ
Salí de mi trabajo y allí estaba él, debajo del puente. A pesar de su juventud tenía la cara arrugada por el tiempo, surcada por la dura vida de la calle. Su ropa estaba sucia, rota y raída. Llevaba semanas sin bañarse y quién sabe cuánto tiempo sin probar bocado.
Con sus manos sostenía un letrero hecho de cartón. En una hermosa y perfecta caligrafía decía: «Soy PhD en filosofía. Soy refugiado ruso y necesito trabajo y comida».
Me compadecí de él y detuve mi vehículo. Con un grito le dije que viniera. No dudó en hacerlo y comenzó a caminar hacia mí. Podía tratarse de un asalto, pero su vida era tan miserable que valía la pena correr el riesgo.
Al llegar, le extendí la mano en forma de saludo. Él dudó si estrechar la mía. Quizá no quería contaminarme con su suciedad y mugre, pero al ver que yo sostuve el saludo, me dio un fuerte apretón de manos.
Estuve a punto de preguntarle si tenía hambre. La pregunta hubiese estado demás. A veces decimos lo que pensamos sin pensar lo que decimos y nos metemos en serios problemas.
En la esquina había un restaurante de comida rápida y le invité a una hamburguesa. Al entrar y de mala manera, el gerente gritó que no permitía harapientos en su establecimiento. El ruso lo entendió sin problema alguno. Con vergüenza, le pedí que me esperara afuera y compré dos hamburguesas con papas fritas y tres botellas de agua. Salí y nos sentamos en una esquina del estacionamiento, en el piso y comenzamos a comer. Desde adentro, el gerente puso mala cara, pero no se atrevió a sacarnos, pues varios clientes protestaron por su falta de sensibilidad.
Aunque su apetito era voraz y llevaba mucho tiempo sin comer, guardó los modales para demostrarme que era un hombre educado.
Le pregunté si realmente era ruso y con un fuerte acento me dijo que sí. Era egresado de la Universidad Estatal Lomosonov Moscú, Terminó bachillerato, maestría y doctorado en filosofía y por su promedio, había pasado a ser docente de filosofía en dicha universidad.
Todo le iba bien y la vida le sonreía. Enseñaba la materia que amaba y disfrutaba de lo que hacía. Sin embargo, cuando estalló la guerra contra Ucrania, él había sido la voz disidente. Comenzó a manifestarse en contra de la guerra desde su cátedra. Comenzó a ser entrevistado en los medios y lideró un frente y toda una campaña contra Vladimir Putin. La administración de Putin comenzó una campaña de desprestigio contra el profesor. Lograron que lo expulsaran de la universidad y le bloquearon el acceso a todo tipo de trabajo. Poco a poco lo fueron convirtiendo en un paria en su propia tierra. Una noche sufrió un atentado contra su vida y se dio cuenta que tenía que irse del país.
Se unió a una caravana de refugiados y cruzó a Finlandia y de Finlandia se fue a los Estados Unidos.
Pensó que por ser refugiado ruso lo recibirían como un héroe, pero nada más lejos de la verdad. Lo procesaron como cualquier inmigrante que ingresa ilegal a los Estados Unidos y ahí estaba. Pidiendo limosna en la calle para poder sobrevivir. Es su responsabilidad arreglar su estatus migratorio en un país ajeno, del cual desconoce sus complicadas leyes migratorias y donde no recibe ayuda de ninguna clase.
Le propuse un trato. Le ofrecí pagarle veinte dólares la hora (hubiese querido pagarle más pero el dinero no me sobra precisamente) tres veces a la semana para que me enseñara filosofía. Vi que los ojos le brillaron y sin ningún tipo de vacilación ni reserva mental, aceptó.
Comenzamos a reunirnos en el estacionamiento del restaurante de comida rápida. Aparte de los veinte dólares la hora, le compraba comida y comencé mis clases de filosofía.
Era un magnífico profesor. Me llevó de la mano desde la filosofía básica. La aristotélica, la platónica, la socrática. Le pedí que abundara en Diógenes de Sinope y con una sonrisa me enseñó todo de Diógenes. Luego comenzamos con filósofos más modernos. Yo le dije de mi afición por Camus pero él me dijo que simpatizaba más con Sartre. El arrogante de Sartre.
Pasaron las semanas y yo avanzaba en mis conocimientos, pero quería hacer algo más por él. Así que hablé con dos muy buenos amigos, ambos profesores de la universidad de la ciudad. Les dije que tenía un amigo, profesor de filosofía de Rusia, que recién se había establecido en los Estados Unidos y estaba buscando trabajo como profesor. Organizamos una cena.
Cuando se lo dije al ruso, primeramente se negó. Estaba sucio y andrajoso. No estaba en condiciones de conocer a nadie. Ni siquiera tenía ropa.
Le dije que no se preocupara por eso. Lo llevé a mi casa y le dije que se diera una buena ducha. que se tomara su tiempo. También le di útiles para que se afeitara si deseaba. Le presté ropa que más o menos le quedó y fuimos al centro comercial. Le compré ropa adecuada para ir a cenar y nos fuimos a cenar con mis dos amigos profesores. Lo único que le pedí fue que no hablara de su estatus migratorio. Que me dejara eso a mi.
Llegamos al restaurante y ya mis dos amigos estaban sentados en la mesa. Ambos se pusieron de pie y los presenté. Entre comida y vino tuvimos una de las conversaciones más completas, cultas e interesantes que jamás había tenido. Mis dos amigos quedaron encantados con el ruso. Fue ahí que intervine y les dije que a él le interesaba quedarse en los Estados Unidos y quería enseñar en la universidad. Bill dijo que tenía una excelente relación con el cuerpo rector de la universidad. Le dije que el ruso no tenía visa de trabajo.
Ya para el lunes Bill le había conseguido una entrevista de trabajo al ruso en la universidad. Compramos algo de ropa más profesional y el ruso salió de la entrevista con trabajo. La universidad se encargaría de regular su estatus migratorio, pues tenían profesores de otros países dictando cátedra. Para ellos era un trámite rutinario.
El ruso no sabía cómo agradecerme. Yo le dije que no me cobrara por las clases de filosofía y estábamos a mano.
Ya llevamos once años de genuina y sincera amistad. Eventualmente el ruso se casó y bauticé a su primer hijo. Y todo comenzó con un letrero de cartón a la altura del pecho y una hamburguesa y una idea.
Este relato no tiene absolutamente nada que ver con optimismo ni optimista ni con la puta que los parió, pero sentí la necesidad de contarla.
CÉSAR BORT
Malavez (Optimismo)
Ulises Augusto Flavio Malavez se levantó, como cada día, a las cinco de la mañana; bajó en pijama y bata de seda a desayunar las habituales dos tostadas con mantequilla y mermelada de ciruela, el huevo pasado por agua y el zumo de naranja. Pidió que le prepararan un café como mandan los cánones: caliente, amargo, fuerte y espeso. Aunque, como acostumbraba a suceder, solo pudo saborear dos sorbos, tras los cuales, tuvo que ir presuroso a evacuar el compostaje.
Tras el alivio, subió a su habitación. Con método y disciplina se cepilló los dientes y se enjuagó la boca. Se puso los calzoncillos, los calcetines con sus elásticos para que no se bajaran, se ajustó la pistola de muñeca que escondió bajo las mangas de la camisa blanca, se vistió los pantalones que aseguró con tirantes, el chaleco de terciopelo bien abotonado y la chaqueta negra demasiado abotonada. Se calzó los zapatos de charol con alzas. Se peinó y repeinó ante el espejo, se aceitó el bigote hasta dejarlo brillante, cogió un pañuelo del cajón, lo dobló con cuidado y se lo puso en el bolsillo de pecho, se ajustó la pajarita con esmero y finalizó enguantando sus manos de blanco.
Se miró de frente y de revés y bastó un pequeño ajuste en la pajarita para que diera por bueno el resultado. Volvió a bajar, pasó por la cocina y, ante la estupefacción de sus sirvientes, cogió, él mismo, un racimo de uvas que se fue comiendo mientras iba canturreando hacia la biblioteca. Se sentó en la butaca tapizada en cuero marrón, situada, sin tocar la pared, en una esquina y bajo la lámpara de pie; estiró un cordón dorado y trenzado, y sonó una campanilla en la cocina. Se presentó un sirviente que hizo media reverencia y se quedó esperando órdenes en el umbral de la puerta.
―Tráeme agua, Néstor.
―Sí, señor ―volvió a encorvarse.
―Espera.
―¿Señor?
―Llévate esto ―dijo Malavez mostrando el racimo sin uvas.
Néstor se acercó, lo tomó teniendo sumo cuidado en no rozar a Malavez y se retiró. Volvió, al cabo de un rato, con una jarra y un vaso en una bandeja de plata reluciente que dejó en la mesa al lado de la butaca y, sin hacer ruido, pues Malavez ya estaba enfrascado en la lectura de un libro amarillento y envejecido, abandonó la biblioteca y cerró la puerta con sigilo. Aun con las precauciones y la prudencia que había observado, Néstor pudo oír que Malavez soltó un bufido desaprobatorio por el ruido de la cerradura y cuando llegó a la cocina, afirmó:
―Hoy, el señor Ulises se ha levantado de buen humor.
―Esperemos que le dure ―dijo la cocinera.
―Eso es mucho esperar ―sentenció Néstor con una sonrisa amarga en los labios.
A las nueve de la mañana, Malavez pidió un tentempié, aunque rechazó la acostumbrada ensalada de frutas que le sirvieron, pues le apetecía algo más… «Suculento». La palabra hizo saltar las alarmas en la cocina:
―¿Algo más suculento? ¿Qué es algo más suculento?
Néstor se encogió de hombros y aseguró que:
―Solo ha dicho «suculento».
La cocinera se limpió las manos en el delantal y empezó a mirar a todos lados, intentando encontrar eso suculento que Malavez tenía en mente.
―¿Por qué no le has preguntado? ―le recriminó a Néstor.
―Te parece muy fácil, Matilda, pero el señor Ulises estaba leyendo…
La campanilla volvió a sonar y Matilda ahogó un grito de sorpresa o terror poniéndose la mano en la boca. La quitó para mostrarle la puerta a Néstor y decirle:
―Anda, ve y esta vez no te quedes pasmado y pregúntale.
Cuando Néstor volvió a la cocina, Matilda estaba preparando una tabla de quesos frescos y frutos secos con cebolla caramelizada y mermelada de grosella, por si sonaba la flauta por casualidad.
―Deja eso ―le aconsejó Néstor.
Matilda preguntó:
―¿Qué quiere?
―Callos.
―¿Qué?
―Callos.
―¿Callos?
―Sí.
―No puede ser.
―Pues quiere callos.
―Pero… ¿te piensas que los callos se hacen en cinco minutos?
―¿No?
―Pues claro que no.
―¿Cuánto tardan?
―Horas.
―¿Horas?
―Sí, de tres a cuatro.
―Vaya, eso es un proble…
La campanilla volvió a sonar y, esta vez, Matilda y Néstor suspiraron aliviados, imaginando que Malavez había cambiado de opinión. El sirviente asintió con confianza, le hizo un gesto con las dos manos a Matilda para pedirle calma o demandar paciencia, que de ambas cosas pensaba que iba necesitada, y fue hacia la biblioteca. Volvió con cara de circunstancias y dijo:
―No muy picantes.
―¿El qué?
―Los callos, no muy picantes.
―¿No le has dicho que, por lo menos, hasta la una no estarán hechos?
Néstor puso cara de pocos amigos y replicó
―Sí, sí, sí se lo he dicho. Dos veces ―levantó dos dedos para confirmar la frase.
―Y él, ¿qué ha respondido?
Néstor tragó saliva.
―No ha dicho nada.
―¿Cómo?
―Creo que no me ha oído, ya sabes, cuando lee…
Matilda tiró el trapo sobre la mesa y empezó a negar con la cabeza, a Néstor le pareció escuchar que murmuraba: «No sé si eres tonto o lo haces ver».
Entonces, oyeron los zapatos de charol que resonaban en el embaldosado como si fueran de claqué. El señor Ulises se había cansado de esperar y no había hecho sonar la campanilla, sino que, «Madre del amor hermoso», pensó Matilda, había salido de la biblioteca. Se pusieron tensos, preparándose para la que se avecinaba; dispuestos, como tantas veces, a capear el temporal como buenamente pudieran y las orejas gachas.
Ulises Malavez se paró ante la puerta de la cocina, miró a sus sirvientes que acusaban sudores fríos y tembleques, y dijo:
―Voy a salir. Néstor, prepara el coche, nos vamos en seis minutos ―y sonriendo―: Y alegrad esas caras que no se ha muerto nadie… ―aunque añadió―: todavía.
Néstor aguardaba, dentro del coche, en los jardines a las puertas de la mansión. A las diez en punto, media hora más tarde de lo acordado, pero dentro de lo previsto, salió Malavez. Néstor le abrió la puerta del coche, tras cerrarla se puso al volante, arrancó y preguntó:
―¿Adónde, señor Ulises?
―A Sinalora-Fundadores, a la tienda de Tomás Uralde.
Néstor emitió un suspiro de alivio imperceptible, al que siguió media sonrisa. Tomás Uralde le causaba repelús, le daba grima. Creía que tenía cara de rata, aunque sabía, porque Matilda se lo había dicho, que eso era solo una ilusión provocada por lo que pensaba de él y que hacía que se reflejara en lo que veía, mezclándose con sus fobias. Era cierto que no pensaba nada bueno de Uralde y que las ratas le causaban terror. «Seguro que Matilda lleva razón», se dijo y no pudo más que alabar la sutil psicología, aprendida y perfeccionada entre ollas y sartenes, de su compañera. De todas formas, daba igual, él no tenía que tratarlo y por eso se había alegrado. Su cometido era llevar a Malavez, entrar antes que él, saludar con educación y, sin que se le notara la repulsión que sentía, asegurarse de que no había clientes, avisar a Uralde de que echara el cierre, aunque nunca había hecho falta recordárselo, salir a abrir la puerta del coche, decir: «Todo en orden, señor Ulises», e irse para volver a recogerlo a la hora convenida.
Si todo resultaba como de costumbre y nada hacía sospechar que no fuera así, no tendría que aparecer por la tienda gourmet hasta las cinco o las seis de la tarde y eso era mucho tiempo libre, casi unas vacaciones que Néstor malgastaba o disfrutaba, invariablemente, sentado en un banco del parque Las Familias Fundadoras, suspirando de felicidad, mientras comía pipas o daba de comer a las palomas.
―Recógeme a las cinco y media ―le ordenó Malavez.
―Sí, señor Ulises ―dijo Néstor sabiendo que serían las seis pasadas cuando saliera de la tienda y se fue a saborear su merecido descanso y la calma chicha.
Malavez esperaba, en medio de la tienda, manos a la espalda y la mirada más perdida que curiosa en alguno de los productos de los estantes, a que Uralde bajara las persianas. Lo miró cuando oyó que decía: «Hecho». Lo vio acercarse frotándose las manos y con sonrisa de vendedor entrenado. Llevaba sus inmortales pantalones de pana, una camisa a cuadros verdes y amarillos, y un chaleco de tela fina. Soportó la mirada de Uralde, parecida a la de un sastre o a la de un enterrador tomando medidas. Estiró el brazo para que mantuviera la distancia, pues el vendedor tenía la mala costumbre de acercarse demasiado para hablar. Arrugó la nariz al percatarse de que las ulceras del cuello habían crecido, llegaban casi hasta la quijada y supuraban. Carraspeó para dominar su asco y preguntó:
―¿Está abajo?
―Abajo, abajo, está abajo ―confirmó Uralde.
Y como Uralde no se movía, tuvo que animarlo:
―Pues venga…
―Sí, claro, vamos, señor Malavez, por favor, sígame.
Ulises miraba, mientras lo seguía, la espalda jorobada de Uralde y pensaba que nunca habría entrado a esa tienda a comprar nada, al menos, nada de comer. Sin embargo, Uralde poseía otras cualidades que lo convertían en valioso.
El tendero abrió una trampilla del suelo oculta bajo una alfombra tras el mostrador. Bajó cuatro escalones, encendió la luz y siguió bajando. Malavez, sacó el pañuelo, se lo pasó por la frente y la nuca, y lo siguió. Los escalones de madera crujían y, aunque hubiera sido aconsejado, Malavez evitaba agarrarse a la barandilla ni tocar la pared. El polvo le hacía sentirse incómodo, carraspear y estirar la pajarita como si le apretara demasiado el cuello y no dejara entrar el aire.
Al final de la escalera, había un pasillo largo, estrecho y mugriento que acababa en una reja cerrada con una cadena con candando. Uralde sacó una llave que llevaba colgada al cuello, lo que provocó que Malavez pensara que no la tocaría ni aunque le fuera la vida en ello.
Abrió el candado y la reja chirrió al ser empujada. Entraron en una habitación oscura, Uralde le dio al interruptor y Malavez pudo ver a un hombre atado a una silla, amordazado y que los miraba con ojos rojos de desesperación, impotencia y pánico.
Malavez miró a Uralde y ordenó:
―Quítale la mordaza y déjanos solos.
Uralde hizo una reverencia exagerada, desenmordazó al hombre y salió sin mediar palabra, esperaría arriba, ordenando o reponiendo los estantes hasta que lo llamaran.
―¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren de mí? ―sollozó el hombre.
Malavez, antes de contestar, miró con desagrado la silla vacía que estaba colocada, a una distancia prudencial, frente al hombre. Desestimó sentarse en ella y dijo:
―¿Estás seguro de que no me conoces? Mírame bien.
El hombre observó a Malavez, los ojos se le fueron abriendo como platos y balbució:
―Ulises Malavez…
―¡Ulises Augusto Flavio Malavez! ―le rectificó.
―Sí, sí, señor, disculpe. No quería…, por supuesto que conozco su nombre: Ulises Augusto Flavio Malavez. Uno de los cinco senadores vitalicios. Yo trabajo en una de sus fábricas.
Malavez asintió y, sin miedo a equivocarse, dijo:
―Te preguntarás por qué tú, un hombre que no vale nada, que nunca ha hecho algo excepcional…, estás atado a una silla ante un senador vitalicio.
―Sí, sí señor, debe ser un error. Yo no soy nadie, nadie…
―No es ningún error ―Malavez disfrutó la cara de asombro del hombre y continuó―: La otra noche estuviste en casa de una mujer que se llama Rebeca, ya sabes…, pelirroja, encantadora, dulce, cariñosa, guapa como una diosa.
―Ve, es un error, nunca he estado con nadie que se llame Rebeca. Sí es cierto que estuve con una pelirroja, pero se llamaba Laura y no se parecía en nada a la que usted…
Malavez levantó una mano, emitió una risita que sonó tétrica y dijo:
―Laura, Julia, Manuela… el nombre da igual, cada noche tiene uno distinto, pero yo sé que es ella y ahora ―empezó a tensársele la tela de la entrepierna previendo el placer por llegar―, me vas a contar, sin omitir detalle, qué hicisteis en su casa. ―El hombre se quedó callado, mirando sin entender a Malavez que le apremió―: Empieza.
El hombre comenzó tentativo, temeroso de decir más de lo que debía; de ser demasiado explícito. No tenía clara la relación del apóstol con la chica y no quería exponerse. Pero Malavez lo empujaba a descubrir detalles sórdidos con preguntas que reflejaban sus anhelos, sus fetiches y sus fantasías sexuales: «¿Cómo son sus pechos?»; «¿Callaba, gemía, gritaba?»; «¿Qué posturas hicisteis?»; «¿Cómo se movía?»; «¿La agarraste del pelo?»; «¿Le lamiste las pecas?».
Ante la excitación evidente y en aumento de Malavez, el hombre no obvió nada; nada se calló y creyendo que era la única manera de salvarse, incluso, adornó algunas respuestas. Malavez se giró cuando el reo contaba que le pasó la lengua por las pecas del cuello y las persiguió hasta el vientre.
De la garganta del apóstol salió un gemido sordo y gutural. El hombre pensó que había cumplido con las expectativas; estuvo seguro de que Malavez había eyaculado. Aunque se equivocaba: Malavez nunca soportaría la viscosidad pegajosa en sus partes ni el olor a semen derramado.
Ulises Malavez lo miró, sacó el pañuelo y se secó la frente y la nuca.
―Llama a Uralde ―le dijo.
El hombre gritó el nombre del tendero que bajó al instante.
―Libéralo ―ordenó Malavez.
Uralde asintió, el hombre dejó descansar la barbilla sobre el pecho y suspiró confiado y tranquilo, hasta que la seguridad y el sentirse a salvo se convirtieron en terror cuando Uralde lo agarró del pelo, tiró de él hacia atrás y notó la hoja fría de un cuchillo que le rebanaba la garganta. Tuvo tiempo de mirar a Malavez y oírle decir:
―Después de lo que has hecho y lo que has visto, ¿no pretenderías salir vivo de aquí?
Uralde soltó la cabeza. La sangre salía a borbotones y se colaba por un sumidero a pies de la silla. Malavez, con las manos a la espalda, observaba cómo la vida del hombre se perdía por las cloacas, disfrutaba de la estética y el mensaje que evocaba, y se sentía a gusto consigo mismo, pues era de la opinión que un amante no tenía solo el derecho, sino también la obligación de matar por celos, aunque estaba muy lejos de sentirlos.
―¿Para cuándo el próximo? ―preguntó Malavez estirándose los guantes.
―¿El próximo?
Malavez levantó una ceja sorprendido por la pregunta de Uralde y lo observó. Supo que estaba nervioso porque se rascaba las úlceras. Dejó de hacerlo cuando sintió los ojos llenos de repugnancia de Malavez y dijo:
―Sobre eso… No sé nada de la señorita Rebeca, el hombre que la seguía ha desaparecido.
―¿Qué estás diciendo? Busca una solución. Pon a otro a seguirla.
Tomás Uralde tragó saliva, era la primera vez que veía perder la compostura a Malavez y eso ni le alegraba y ni le tranquilizaba, y, aunque no quería, tuvo que confesar:
―Eso hice, pero la señorita Rebeca no ha vuelto a su casa, le hemos perdido el rastro.
Malavez se pasó el pañuelo por la frente y la nuca, y lo guardó sin doblarlo.
―Hay que encontrarla…
―Tal vez ha abandonado las Mil Torres y mis informadores no llegan tan lejos ―se excusó Uralde―. Puede que el hombre que la seguía todavía lo haga, si es así no tardaremos en tener noticias, pero si no es así… No sabría por dónde empezar.
Malavez no quería arriesgarse y pensó en Degré, él no tendría problemas para encontrar a Rebeca, pero no podía ni quería exponerse a que supiera nada de aquello. Volvió a secarse el sudor, respiró hondo y preguntó:
―¿No conoces a nadie? El dinero no importa…
Tomás Uralde se permitió media sonrisa ante lo que entendió era una súplica de Malavez y una gran oportunidad para él. Se quedó un rato pensativo y aseguró:
―Conozco a alguien en Kopelka. Hace tiempo que no la veo, pero si alguien puede encontrarla, es ella.
―¿Discreción?
―No está asegurada, pero me cuidaré muy mucho de que su nombre no aparezca.
Malavez se quedó pensativo, al final, con optimismo más que fundado, dijo:
―Déjalo, ya encontraré a otra Rebeca.
MARY CORREA
Ese verano era el más caliente en hacía por lo menos doce años, los campos estaban secos las cosechas apunto de perderse, los animales apenas tenían que comer, los vecinos del pueblito «El optimista» estaban a punto de sucumbir a la desesperanza, todos estaban reunidos en el bar del pueblo discutiendo sobre el gran problema que tenían, ¿qué vamos a hacer? ¿que haremos con los animales? ¿que pasará con el riachuelo que está a punto de secarse? mejor dicho ¿que pasará con nosotros si está sequía sigue? entonces Dionisio, que era el más viejito en el pueblo les gritó -Cállense todos, los eh estado escuchando queje y queje, van a ver cómo en un rato nomás se larga la lluvia, porqué Dios aprieta pero no ahorca.- Manolo el dueño del bar le contesto- Dionisio tú siempre tan optimista, creo que el pueblo se llama así por ti, ¿de dónde va a llover? si hay como 45 grados y nos estamos derritiendo- A lo que Dionisio replicó -Ya lo verán va a llover, mis viejos huesos no se equivocan nunca- en eso entra corriendo al bar Martin a los gritos -¡Se quema el campo!- -Lo que nos faltaba que se nos quemara todo- gritó Manolo, todos salieron a las corridas a tratar de apagar el fuego, solo Dionisio se quedó ahí sentado en el bar -no se preocupen no pasa nada ya se viene la lluvia- decía el viejito mientras miraba al cielo que se había empezado a pintar con grandes nubarrones, a lo dicho el hecho el chaparrón se largo apagando el fuego, los vecinos del pueblo volvieron empapados y a las risas bajo la lluvia, encontrando a Dionisio sentado en la silla junto a la ventana del viejo bar disfrutando del fresco aire y de el peculiar olor a tierra mojada. -Vieron, les dije que no se preocuparan, que iba a llover- Manolo miro al viejito y le contesto -Tenés razón Dionisio no sé cómo le haces pero siempre tenés razón, es que al pueblo deberíamos ponerle tu nombre «Dionisio,el optimista»- él viejo frotándose las rodillas contesto- Es que mis huesos nunca me mienten, si te digo que llueve, agarra un paraguas porque llueve todos en el bar se echaron a reír. En el pueblo «El optimista» llovió por varios días y las cosechas de lechuga, tomates y demás hortalizas de estación no se perdieron y los animales tenían dónde pastar. Ese fue uno de los mejores años, para el pueblo «El optimista».
BEGO RIVERA
El secreto
La librería estaba llena de gente, como solía ocurrir los sábados por la mañana.
Luciano miró disimuladamente alrededor y se guardó el libro con disimulo en el bolsillo de su abrigo.
Luciano no estaba nervioso, no era la primera vez que robaba. Había tenido muy mala suerte toda su vida, según él los astros no le acompañaban.
Nació estrellado al contrario que otra gente nacía con estrella, lo tenía claro.
Se veía ahora en esa tesitura por culpa de su cuñada que era una persona » Happy» como se refiere la juventud a las personas optimistas y felices por naturaleza.
Ana, su cuñada, intentaba cambiar sus pensamientos que decía eran negativos. Él no estaba de acuerdo, cada vez que intentaba ser optimista el destino le golpeaba con una desgracia. Así que se auto definía realista.
Ana le recomendó que se leyera el libro «El secreto» de Rhoda Byrne. Un betseller.
» Piensa en positivo, visualiza lo que quieres y lo tendrás» le decía Ana.
Cuando esa mañana llegó a la librería de los grandes almacenes fue directo a por el libro.
Estaba en esas, cuando debajo de todos ellos vio un libro pequeño titulado también «El secreto», pero no de esa autora; no venía nombre de autor ninguno. Lo abrió por las primeras páginas, en la segunda escrito a mano se podía leer:
» Ten cuidado con lo que deseas».
Al final de la página se leía:
Firmado:
Luciano.
Se quedó pensativo. ¡ Que casualidad que fuera su nombre el que aparecía!
Nunca le gustó su nombre, era un chico joven y hubiera preferido llamarse de cualquier otra manera.
Hubiese pagado el libro, el problema era que no tenía puesto el precio, ni la etiqueta típica de esos grandes almacenes, ni código de barras ¡ Nada!
Estaba seguro que si pasaba por caja no se lo venderían, así que, lo sustrajo. Si le pillaban diría que era suyo, además venía su nombre.
Respiró profundamente y salió de la tienda.
Vivía en un pequeño piso que era una ruina, alquiler barato, aún así debía meses de pago. El casero la había ordenado que se fuera, pero la opción era irse a casa de sus padres, y eso nunca.
Cuando llegó a su casa abrió el libro. Empezaba con una fecha, precisamente la del día en que estaba: 11/01/2023.
Era un diario.
«11/01/2023
Hoy he estado en una librería, he visto un libro rojo y no he podido evitar llevármelo sin pagar.
No sé sobre que irá «
Luciano lo releyó perplejo y siguió leyendo:
«12/01/2023
¡No me lo puedo creer! Nunca echo lotería de ninguna clase; ayer compré un cupón en un kiosco y me ha tocado! «
Luciano estupefacto y asimilando lo leído tuvo la urgencia de ir a comprar un cupón. Si… Era una tontería..¡ Que demonios! Se dijo.
Salió y compró un cupón.
Cuando volvió a casa abrió de nuevo el diario para seguir leyendo. No había nada más escrito.
Dejó el diario sobre la mesa, con desdén, diciéndose que menos mal que no lo había pagado porque era un timo.
Se olvidó del diario hasta el día siguiente que se enteró que su cupón estaba premiado.
Nervioso, exultante, eufórico, besó el diario entre grandes carcajadas llegando incluso a la histeria.
Jamás tuvo un golpe de suerte, no podía asimilar semejante alegría.
Tres días después de repente el diario se abrió, se fijó en las páginas y vio que había más escrito. Estaba seguro que los días anteriores no había nada.
» 15/01/2023
Todo me va de maravilla, de pronto todo lo que hago o decido sobrepasa todo lo que siempre imaginé y deseé.
Parece de locos… pero creo que el diario tiene algo que ver.
La única inquietud que tengo es que tengo una extraña obsesión: estoy convencido que alguien está leyendo mi diario, este diario.
Si es así, por favor, dime tu nombre.
¡Que locura por favor! «
Luciano sorprendido e intrigado procedió a escribir en el diario:
«Luciano «
Enseguida en el diario unas letras rojas —¿ Era sangre? — se iban definiendo hasta poder llegar a leerlas.
Leyó como acababa de vender su alma a la bestia firmado con su característico 666…abajo del todo en letras de sangre también, la palabra «Firmado » y debajo su nombre, que acababa de escribir.
Mientras gritaba sin emitir sonido alguno, iba desapareciendo a la par que el diario.
Sería una desaparición más, de las muchas enigmáticas sin resolver.
Almudena daba vueltas por la librería cuando le llamó la atención un pequeño libro rojo.
Lo observó por todos lados: ni autor, ni precio, nada.. solo el título «El secreto». Lo abrió en la segunda página leyó:
» Ten cuidado con lo que deseas»
Firmado
Almudena
¡ Vaya que casualidad! Pensó.
Miró para todos lados para comprobar que nadie miraba y se lo metió en el bolso.
ANGY DEL TORO
LUZ Y MOVIMIENTO
Envuelta en un escándalo, producido por el mal comportamiento de mi marido, había caído sumida en la desidia más profunda. Abandoné el presente y en mi vagar por esos mundos de Dios, hice mi primer alto en el camino, Intenté reflexionar y me pregunté, ¿Hacia dónde voy?
Absorta ante un óleo sobre lienzo, encontré una enorme farola, al parecer eléctrica, busqué en lo alto y sentí como me elevaba entre los colores que brillaban cual la luz de las mañanas.
¿Escapaba?, pues sí, claro que quería llegar, sin saber a dónde, pero sí, huir y encontrar mi equilibrio, conocer eso que le llaman “armonía del universo”. Los paparazzi y las redes sociales ya me hartaban.
Impresionada, alcancé la diminuta luna que en una de las esquinas del cuadro brillaba. Ante el avance logrado, me sentí optimista, vislumbre el futuro, salí a la luz y solo entonces fue cuando encontré la forma de crear un clima donde evolucionara. Atrás quedaba aquel mundo de odio, desengaño y traición.
Deambulé, pero avancé, comprobé que mi vida siempre había ido en dos direcciones diametralmente opuestas. A la que me habían llevado y la otra, la que yo quería y vería a través del color, la de un futuro colmado de luz y movimiento, tal cual Giacomo Balla, el reconocido pintor y poeta italiano, defensor del arte futurista concibió.
FUENTE: Giacomo Balla, Farola, c. 1910-11 (fechado en 1909), óleo sobre lienzo, 174,7 x 114,7 cm (Museo de Arte Moderno de Nueva York)
RAKEL VALDEARENAS MATE
-Hoy voy a encontrar trabajo, estoy seguro de ello- Decía delante del espejo – si se que voy a encontrar el trabajo de mi vida- se guarda la pistola.
Sale a la calle cerrando la puerta de su casa con llave y se dirige con paso firme al inem puesto que ahí fue donde le rompieron sus sueños. Saca su pistola y entra en el local, abre fuego y dispara contra todo el que puede y se cruza en su camino, avanza unos pasos y se coloca delante de la chica que le atendió esta mañana y que le dijo que jamás iba a conseguir un buen trabajo y que pasaría la mayoría de su vida en la calle, agarra a la chica del cabello y la saca fuera de su mesa le apunta con el arma y le dice:
-Como ves ya he conseguido un trabajo y resulta que me encanta hacerlo, y ahora te diré; que si no eres optimista las cosas no te van a salir bien- dispara su arma.
Sale a la calle como si no hubiera pasado nada y entra a una cafetería cercana para desayunar, se limpia la sangre de su cara con la manga y se sienta en la barra a tomarse su café.
By: Rakel Valdearenas.
GABRIELA INÉS COLACCINNI
Tema de la semana: La optim
No te preocupes, la gente del grupo entiende igual.
EDUARDO VALENZUELA
Gestas agonizaba y tosió atragantado con su propia flema. Luego, la escupió diciendo:
―Me duele respirar. Ya no doy más.
―Gira la cabeza así, ¿ves? ―le mostró Dimas―. Te será más fácil y podrás aguantar más tiempo.
―¿Qué dices, tonto? ¿Para qué prolongar esta agonía? Si ya no nos queda ninguna esperanza más que morir pronto.
―No lo sé, Gestas. Yo creo que aún…
―¿Aún qué? Dimas. Si somos basura, si perdimos todo derecho a piedad. Moriremos aquí, como perros.
―Aún nos queda Dios… Se que le fallamos y se que merecemos nuestro castigo, pero espero que si le suplicamos perdón, Él haga algo por nosotros.
―Eres estúpidamente optimista, Dimas. ¿Por qué crees que le importamos a Dios?
―Por qué él lo dijo ―señaló con la barbilla al hombrecillo que permanecía en silencio junto a ellos.
―¿Y cómo sabes tú lo que él dijo?
―Por que mi madre y mi hermana lo escucharon predicar. Que si Dios da alimento a las aves que no siembran, y vestidos a las flores del campo que no hilan ¿Qué no haría por nosotros que somos sus hijos? Y que Dios conoce nuestras necesidades, que no nos agobiemos con lo que sucedará mañana, pues ya es bastante con afrontar las dificultades de cada día…
―Pues debiste pensar en eso antes de robar, tonto… Pero ¿cómo es que crees lo que haya dicho este idiota? ¡Míralo! ¡Está peor que nosotros!… ¿Y éste es nuestro Rey?… Eres un tonto optimista y crédulo, Dimas. Ambos lo son… Ahora solo nos queda morir.
―No seas así, debes tener esperanza.
―¡Oye, tú!… ¿No eres el Mesías?¿Ah?… Sí es así ¿Porqué no usas tu poder para salvarte? ¿Eh?… ¡Idiota, sálvate tú y de paso sálvanos a nosotros!
―¡Cállate, Gestas! ¿Es que no respetas nada, ni aún ahora que estamos muriendo?… Él es inocente, no ha hecho nada malo; en cambio, nosotros sí estamos recibiendo un justo castigo… ¡Jesús!, por favor… cuando llegues a tu reino… acuérdate de mí.
El hombrecillo, macilento y ensangrentado, crucificado entre Gestas y Dimas, parecía en trance. Pero, al escuchar la petición de Dimas, giró su cabeza para mirarlo a los ojos con ternura y decirle, con un hilillo de voz:
―Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Gestas rió burlón, hasta toser y atragantarse con su propia flema. Luego, la escupió y dijo:
―¡Vaya optimista!
CAMINO DÍAZ GÓMEZ
Caminaba lentamente por el arcén de aquella infinita carretera, oteando expectante el amplio horizonte que se extendía ante él.
Cuando desde la lejanía veía acercarse algún vehículo, lo observaba fijamente, esperando anhelante que se detuviese, pero estos pasaban siempre de largo, sin apenas fijarse en él. Con un suspiro continuaba caminando, sin perder la esperanza, siempre había sido un ser lleno de optimismo y jovialidad y estaba seguro de que tarde o temprano, el auto que esperaba se detendría, subiría y continuarían felices el viaje, olvidado quedaría el error cometido con él.
A intervalos regulares los vehículos continuaban pasando, pero ninguno se detenía.
Las horas transcurrían lentas, empezaba a anochecer y comenzaba a sentir frío; olía a humedad, alzó el rostro al cielo y sobre él vio pizarrosas nubes que comenzaban a apretarse presagiando lluvia, pronto sintió las primeras gotas y en los siguientes minutos el más fuerte aguacero que había visto nunca, acompañado de heladas ráfagas de viento que le calaban hasta los huesos provocándole una fuerte tiritona.
Comenzó a correr buscando inútilmente donde refugiarse, estaba empapado y además, su estómago comenzaba a protestar, no había ingerido nada desde la noche anterior y ya se encontraba algo débil.
¡ Deberían de llegar ya! – pensaba sin perder aquel ciego optimismo.
De pronto detuvo su alocada carrera, los faros de un vehículo se acercaban a gran velocidad.
¡ Si, era el auto! ¡ Eran ellos! ¡ Ya se habían dado cuenta y regresaban a buscarlo!
Feliz, se dirigió a su encuentro, se metió en la carretera, el coche se acercaba cada vez más, los potentes faros se echaron sobre él, rodeandole de una intensa luminosidad … .
El choque fue brutal- comentaba un guardia de tráfico a su compañero, contemplando ambos tristemente los despojos del pobre animal, reventado en mitad de la carretera.
El malnacido que lo atropelló ni siquiera paró, y fíjate, el perro llevaba un collar, otro cuyo dueño se deshizo de él abandonandolo en la carretera … .
GUILLERMO ARQUILLOS LLERA
LO QUE PASÓ
—¿Qué ha dicho mamá?
—Lo de siempre, papá. Está enfadada. Desde que no estás con nosotros, siempre me está regañando, haga lo que haga. Es un rollo.
—Bueno, es lo normal. Lo ha tenido que pasar muy mal, ya sabes. Primero tuvimos una de las gordas, y luego…
Chisco cierra los ojos porque se le viene a la mente lo que pasó. Cuando los vuelve a abrir, ya los tiene mojados.
«No voy a llorar porque ya soy mayor —piensa—. Javi, que es más mayor y tiene doce años, todavía llora, yo lo he visto. Parecía un perro chico cuando le pisan una pata. Cuando yo sea más mayor, como Javi, no voy a llorar nunca».
A Chisco se le han quedado en la cabeza los gritos que dio mami y los cuchicheos de los vecinos.
—¿Por qué no me mandas una foto, papá? Hazte un selfi sonriendo, es que mamá siempre está seria.
«Ya no me acuerdo de la última vez que vi sonreír a mamá. Antes se reía con las payasadas de papá. ¿Quién no se va a morir de risa con los chistes y las tonterías de papá, si hasta las piedras se reían? —piensa el crío—. Pero de eso ya hace mucho, porque luego fueron las peleas y pasó aquello…».
—No puedo mandarte una foto, ya sabes —escribe el padre—. ¿No tendrás tú una foto mía en el móvil?
Berna llegó un día a casa diciendo que lo habían despedido, que le daban una indemnización y que lo mandaban a la calle. Estaba serio, aunque intentaba no dramatizar. Luci, la madre, empezó a dar gritos diciendo que de qué iban a comer. Él le dijo que no se preocupara, que seguro que encontraba algo, que tenía un tiempo de paro y que las empresas buscaban empleados que cayeran bien, sonrieran a todas horas e hicieran muchas ventas. Gente optimista.
—¿Optimista? —dijo ella—. ¿Ya me estás echando en cara otra vez que yo soy una persona seria y que me tomo las cosas en serio?
—No, nena, no he querido decir eso, yo nunca…, ya sabes…
—¿Ya sé? ¿Ya sé? —Luci estaba gritando— ¿Qué es lo que yo sé? ¿Que no soportas mis depresiones? —Hablaba atropelladamente—. Es una enfermedad, aunque no te lo creas. Lo mío es una jodida y maldita enfermedad.
Chisco no quería oír los gritos de su madre. Cuando se ponía así, corría a encerrarse en su cuarto, se colocaba los cascos y subía el volumen al máximo.
En el salón había una pelea de gallos. Berna también estaba muy nervioso y se estaban levantando la voz. El hombre había querido convencerse de que su simpatía y su experiencia eran suficientes para encontrar algo rápido, pero estaba muy preocupado. No tenían casi nada en el banco, porque él tenía la obsesión de disfrutar del dinero día a día y ahorraban muy poco. Discutían muchas veces por eso. Algunos compañeros habían ido a la calle hacía más de un año y todavía andaban buscando lo que fuera, a un paso de que se les terminase el paro.
A Luci le duró el enfado una semana entera. Cada día se iba poniendo más y más nerviosa, apenas dormía, no se arreglaba, siempre estaba esperando a que llegara Berna para preguntarle si había encontrado algo para trabajar. Fuera lo que fuera.
—No te preocupes tanto, nena. Seguro que encuentro cualquier cosa. Es cuestión de días.
Con una sonrisa, cerraba un poco los ojos como si estuviera satisfecho por algo.
Cuando su esposa no lo veía, ladeaba la boca, se acariciaba la sien y fijaba la mirada en la pared. En cuanto venía Luci, intentaba recomponer la sonrisa y hasta soltaba alguna broma.
***
A Luci se le congeló el pensamiento un martes. De repente se le ocurrió que todas las desgracias les venían porque vivían en una casa muy grande, demasiado lujosa para ellos. Decidió que la odiaba y que debía destrozarla. Sí, la casa era el origen de lo que les ocurría.
El fuego consumió el edificio en poco tiempo y, cuando todo pasó, encontraron carbonizado el cadáver de Berna. Luci no sabía que su marido había vuelto tan pronto y, cuando se dio cuenta, ya no había manera de salvarlo.
Mucho tiempo después, los vecinos todavía cuchicheaban sobre lo que había pasado esa noche.
***
—Papá —escribe Chisco—. ¿Vas a seguir hablándome por WhatsApp mucho tiempo?
—Eso espero, hijo. Seguiremos hablando por aquí hasta que seas mayor y tu mente deje de imaginarme. Tú eres quien tiene que decidir hasta cuándo. Yo, de todas formas, siempre voy a estar contigo.
Chisco quiere hacer una captura de pantalla de la conversación y, como siempre que habla con su padre, el móvil se reinicia.
IKER YELED
«El secreto olvidado una y otra vez»
Elliot, en aquella escena de su película favorita, se había dado cuenta de que el protagonista se había suicidado hacía poco tiempo. Casi al inicio de la trama. Pero no recordaba por qué motivo lo hacía.
La película no tenía las habituales características de un hilo narrativo al uso. Era diferente. Su argumento trataba sobre un hombre solitario que vivía con un gato, en un piso del centro de una gran ciudad. Y que durante la mayor parte del tiempo, permanecía perdido en el salón, sentado en un sofá, en la sala de estar, viendo la televisión o escuchando música clásica (normalmente artistas impresionistas como Debussy o Satie, dos grandes músicos franceses que adoraba).
Era una situación difícil de comprender por personas no demasiado cinéfilas… y en especial, de esa clase de música, no muy valorada ni reconocida en la sociedad actual. Pero Elliot sí podía empatizar con él porque también escuchaba ese tipo de música. Se sentía identificado con él. Un ser solitario como él podía llenar salas de cine o despertar curiosidad en la gente. O también viajar a través de las secuencias y planos del séptimo arte. La fotografía que tenía era impresionante y le creaba una gran fascinación. Por ese motivo era su película preferida desde que tenía uso de razón (si realmente lo tenía, claro).
La sinopsis, para no cometer el delito de hacer spoiler sobre las película, nunca revelaba el desenlace de la historia, que paradójicamente terminaba de manera positiva, con bastante optimismo del que podría él haber imaginado la primera vez que vio la película en el cine cuando era más joven, hablaba de un secreto olvidado que el protagonista no recordaba y siempre despertaba por la mañana olvidando que había soñado… Y así cada día… Siempre sonreía pero desconocía por qué. Era el optimismo que se le aparecía de manera repentina. Y después desaparecía para no regresar.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Muerte de un optimista.
Siempre vi el lado bueno de la vida. El sol, el café de la mañana, la risa de mis niños.
Pero algo cambió.
Cuando la vida me pateo una vez a lo grande, murió un poco mi optimismo.
La segunda vez, mi lado optimista intentaba nadar en aguas negras.
La última, por ahora, me pateo bien.
Las noches negras eternas, donde nunca llegaba la luz del sol.
Hay murió mi optimismo.
FLORENCIA BARRICHI
Hoy me siento especialmente optimista. Estoy siendo feliz como nunca antes lo fui, estoy brillando por mí y aprendiendo a reír. Descubriendo el sentido de vivir. Aprendiendo que ser feliz no tiene que ver con sentir que alguien te quiere en su vida, sino con querer tu propia vida, a pesar de tener a alguien que te quiera en la suya. Y como «ser feliz» no existe para siempre, no puede depender de alguien más. La felicidad es una carga personal. Y aunque no sea eterna, se puede atesorar. La memoria es el cofre al que van a parar los grandes momentos de felicidad. Mi experiencia me ha dado varios de esos aunque el tiempo, casi de inmediato, los haya pasado al cajón de los recuerdos. Sin embargo los quiero, y los conservo. Y de vez en cuando, pero no tanto, los repaso un instante. Los voy revolviendo, para que no se amohosen, para no entumecerlos. Para cuando no sienta felicidad, poder rememorar el sentimiento. Es que es así, la felicidad es eso. Un puñado de instantes fugaces, enemigos del tiempo, y presos del recuerdo.
FEDERICO ANDREOLI
En esta charla pretendo ser optimista, pero no lo soy.
O quizás si, siendo optimista, se que nunca podrás entender esto que voy a decirte. No por alguna falta en ti, simplemente tu entenderás aquello que quieras o puedas entender, y quiero ser optimista a pesar de esto.
Con esas palabras inicio la charla.
Meses atras habia conseguido las entradas para presenciar la charla de este Guru al que tanto habia seguido. Habia pagado muy caro para poder estar cerca y poder sentir su presencia.
Luego de sus primeras palabras, y no se si fueron por ellas, o por su presencia, todo había cambiado en mi.
Se me hacia imposible escucharlo, a cada palabra que decia, venia una asociacion en mi mente que me sacaba del presente, parecia que habia tocado una tecla en mi que nunca habia sido tocada.
Sus palabras dejaron de ser palabras, y pasaron a ser lo que yo podia interpretar, con la consiguiente comparacion de lo que podia interpretar otra persona.
El dejo de ser el que era, pues yo lo había colocado ahí, interpretando sus palabras con todo mi ser.
¿ Como podia ser lo mismo una silla para mi que para aquella persona que nunca habia usado una?
¿ Como podia mantener una charla con alguien, cuando cada palabra que se decia tenia un componente totalmente diferente para cada persona?
Cuando bajo del escenario, esa persona que hasta hace un rato había sido ilustre para mi, había dejado de serlo. Se acerco, se sentó a mi lado en silencio y un rato después me dijo: » Ser optimista es aceptarlo»
ARITZ SANCHO MAURI
Juan y María eran dos personas muy optimistas. A pesar de las dificultades que enfrentaban en la vida, siempre mantenían una actitud positiva y buscaban ver el lado bueno de las cosas. Un día, mientras paseaban por el parque, se conocieron y comenzaron a hablar. Descubrieron que compartían muchas cosas en común, incluido su optimismo.
A medida que pasaron más tiempo juntos, Juan y María se enamoraron. Su amor era fuerte y puro, y nunca dejaron de apoyarse el uno al otro, incluso cuando las cosas se ponían difíciles. Juntos, encontraron alegría y esperanza en cada día, y su amor solo creció más fuerte con el tiempo.
Finalmente, Juan y María decidieron casarse y pasar el resto de sus vidas juntos. Su amor era un ejemplo para todos a su alrededor, y su optimismo nunca disminuyó. Vivieron felices para siempre, siempre viendo el lado bueno de la vida y encontrando la alegría en cada día.
PABLO CRUZ ROBLES
¿Nunca has tenido una racha de mala suerte? Una serie de catastróficos sucesos que inexplicablemente transcurren en un pequeño marco de tiempo. Seguro que sí. Todos lo hemos experimentado alguna vez, o casi todos, por qué claro está, siempre están esas personas de las que la mayoría, erróneamente, pensamos «Todos los tontos tienen suerte».
A diferencia de otros días, hoy no estoy aquí para intentar venderles el milagroso elixir de la buena suerte, ni tampoco pretendo captar adeptos para mi nueva secta; hoy quiero contarles una historia, una historia que transcurrió desde mi infancia hasta el mismísimo día de hoy, pero esta historia no va de mí, sino de Ortega, mi viejo compañero de la escuela.
Podríamos empezar por describir a Ortega. No era un chico especialmente habilidoso en nada. Sus notas medias no solían pasar del suficiente raspado y le costaba socializar con el resto de niños. Se podría decir que el chico ni siquiera llegaba a mediocre, era como un personaje más de relleno en la película de la escuela, pero este personaje contaba con algo que el resto de la clase había perdido debido a las vicisitudes de la vida estudiantil: el optimismo.
Daba igual lo que sucediese: exámenes sorpresa, abusones, balonazos en la cara, castigos después de clase… Que el cabrón siempre lo afrontaba con esa sonrisa de «cartoon» y esa cara de conformismo. Todo le venía bien, no encontraba pegas a nada, y es que, para su corta edad, ya contaba con una forma de pensar que trascendía a la del resto de críos, «De todo se sale, menos de la muerte» solía decir.
Terminó la secundaria a duras penas con sus habituales suficientes raspados, pero con eso le valía, no necesitaba más. Después de eso le perdí la pista durante un tiempo. Luego vino el virus y el encierro, después las guerras y la escasez, siguió la invasión de aquellos microorganismos del espacio y los test de humanidad, y por último, la nueva revolución tecnológica, en la que, las «neurotransmisiones», coloquialmente conocidas como «neuros», abrieron un nuevo y enorme nicho de mercado. Los libros, películas y series quedaron relegados al olvido, ahora todo el mundo quería experimentar las vivencias y emociones de otras personas, y en este punto es en el que volví a saber de Ortega.
Parece ser que lo más cotizado en este nuevo mercado es el optimismo, ese mismo que nos fue arrancado después del periodo de desgracias que comprendió del 2020 al 2050. Y como era de esperar, nada pudo arrebatarle el suyo a Ortega, siempre con esa sonrisa de «cartoon» y esa cara de conformismo.
Hoy es una de las grandes superestrellas de la omnired, pues todo el mundo quiere lo que tiene él; uno de los bienes más preciados y cotizados de nuestros días: Optimismo puro sin cortar.
SON SONIA
Querido Universo:
Esta es una carta de agradecimiento. Es tanto por lo que estar agradecida; tantísimo que ni sé por dónde empezar.
Tengo que darte las gracias porque no me toque la lotería: de lo fácil no se aprende y sé que te has propuesto que yo sea alumna de matrícula de honor. Esto me recuerda aquel 22 de diciembre del 2014, ese gordo de Navidad que me tocó. Sí, recuerdo a la médica comunicándome, justito ese día, lo de mi cavernoma, esa bombita de relojería alojada en mi cerebro y que puede matarme en cualquier momento. Y esto me lleva a la cantidad de veces que mi vida se salvó milagrosamente (tantas que ya he perdido la cuenta). Cierto que varias de esas ocasiones fueron provocadas por errores médicos pero, pobrecitos, de alguna forma tienen que aprender. Claro, me has puesto en estas circunstancias para que aprendiese algo muy importante. Así, cada día me parece un milagro vivir y siempre soy consciente de que cada momento puede ser el último.
A sumar lo horrible. El día que me muera me sentiré sumamente agradecida porque significará no volver a vivir lo horrible. Es complicado darte las gracias por lo horrible y, ese día que me encuentre contigo en el más allá espero tengas a bien explicármelo porque seguro que es mi coeficiente intelectual que no da para tanto.
También estoy agradecida por este talento de memoria selectiva que me has concedido (aunque no sé quién hace la selección). Sin dicho talento no habría repetido tantos tropezones en piedras idénticas, mi vida no habría sido tan montaña rusa y, evidente, tú sabes de mi gusto por las atracciones de feria: cuanto más peligrosas, mejor.
Bueno, y en términos pareja te has lucido de lo lindo. Yo siempre tan segura de que eran ángeles que me enviabas por eso de mi crecimiento interior. Fue fantástico el día que me di cuenta de que la cabrona era yo. No podía ser de otra manera teniendo en cuenta tu buena disposición hacia mí.
Oye… ¿recuerdas aquel pensamiento mío cuando tenía 20 años? aquello de que primero tenía que vivir lo que después podría escribir. Bien, estoy tan, pero tan agradecida por el enorme repertorio de vivencias que me has concedido que ya puedes tomarte un descanso, en serio. Puedes relajarte que yo aún te estaré más agradecida. Es más, es imprescindible que te relajes para que yo consiga escribir porque ya me da para varios libros de distintos géneros.
A todo esto, mil gracias por este sentido del humor que me has concedido y que ha impedido que me amargase la vida. Eso sí, tu sentido del humor, tan insuperable, te ha debido tener partiéndote de risa conmigo y las vicisitudes que ponías en mi camino.
Para finalizar… me parece que el saldo de optimismo se me está acabando. Llevo un tiempo de lo más realista y, la verdad, gracias, gracias, gracias. Debe ser resultado de tanta lección maestra que me has enviado: ningún extremo es equilibrio.
Gracias, querido Universo, siempre gracias.
Atte.
Tu alumna exoptimista
CANDELA PUNTO
OPTIMISMO
Con la intención de aprender la correcta pronunciación de la (r) y evitar las burlas de sus compañeros de clase, Pascual realizaba onomatopeyas simulando que arranca una gran Harley-Davidson, mientras que saltaba, impulsándose fuertemente, las uniones de las baldosas que formaban el acerado para no pisarlas de camino al colegio. Él quería ser como los demás, sin defectos, sin miedos, fuerte y apreciado, querido en su entorno…
Nacido bajo el amparo de una estrella estampada y sin suerte, jamás fue como los demás, vivía en su mundo. Era capaz de estar encima de una colina y saltar desde su pico más alto y desplegar sus hermosas alas y acompañar en el vuelo a las bandadas de cigüeñas migratorias. Estar sentado junto a Tintín charlando de algún misterio por resolver y, al minuto, cruzar la selva amazónica en busca de un tesoro perdido para terminar salvando a su guapa compañera de clase de las garras de un monstruo. Así era Pascual, se evadía de la realidad creando mundos alternativos, en donde todo era positivo.
Cómo decía antes, para Pascual, las juntas de unión de las baldosas no eran rayas, eran pequeñas vallas metálicas que debía de saltar hasta llegar al cole con el sentido de superar los obstáculos de la vida —su esfuerzo le costaba a diario—. Me agacho, salto, vuelo por encima y caigo al otro lado vitoreado por los aplausos de mis amigos, mientras que me poso entre raya y raya. Cada salto en su mente, era un propósito superado; en la realidad, harina de otro costal.
Desde niño, Pascual caminaba solo en su ruta hasta el colegio por un camino distinto al de su hermana —a ella le irritaban sus manías, pero Pascual las superaba en cada salto—. Otra de sus manías, era rascarse todos los dedos de las manos si se rascaba uno o, la de retroceder saltando si al caer, pisaba la raya de delante. Esto significaba que debía de mejorar su salto.
Cuando el profesor le decía en clase que era muy inteligente, pero que se distraía con facilidad y por eso suspendía, Pascual se imaginaba el regreso a casa saltando vallas más grandes. Era su forma de afrontar la dura realidad, con positivismo.
¡¡Zas!!, la colleja sonó a lata en su cuello amoratado y volvió a la realidad.
—Hay que poner la coma en el cociente cuando el dividendo tiene decimales —el pan de cada día.
GAIA ORBE
cuando el sol cae
el vaso medio lleno
palpita en la fe
IVONNE CORONADO
No creo ser pesimista, ni optimista. Tomo la vida como viene y actúo según como se presente. Nunca pienso que algo en el camino va a sucederme, pero soy prudente, miro a ambos lados antes de cruzar las calles, respeto las señales de tráfico, y aun cuando el semáforo esté en verde, tomo las mismas precauciones de mirar a todos lados. Les diré que así evite que me atropellara un loco impaciente que siguió de largo, mientras el semáforo estaba ya señalando el paso a los peatones.
Tampoco soy supersticiosa. Eso de que es mala suerte pasar debajo de una escalera no me parece cierto. Imagínense a una persona con su bote de pintura, pintando alegremente, mientras se encuentra en el último peldaño y la escalera cayéndose a causa nuestra. Mala suerte no, imprudencia. Si puedo, incluso cambio de acera, cuando sucede en la calle.
Llevo siempre en mi bolso alguna que otra curita, una cajita con aguja e hilo. Nunca se sabe si se nos arruina el zipper o se descose un botón, pero es simplemente una precaución, no pienso que va a suceder. No pienso nada.
Salgo con la mente limpia de malos presentimientos, con la seguridad de que todo pasara de manera rutinaria, sin incidentes, y cuando estos llegan a sucederme, lo primero que hago es calmarme, y buscar una solución.
Me recuerdo el día, que estando sentada en el asiento cerca del conductor del autobús, miré que comenzaba a desmayarse. Nunca he manejado un vehículo, pero si he observado como se manejan, pues eso también hago, observo. Ni corta ni perezosa me paré, pedí ayuda y tomé el timón. Logre frenar el bus a tiempo. Me dieron una medalla. Continué tomando el mismo autobús para ir a mi trabajo, sin pensar podía repetirse ese caso.
No veo por qué he de quebrarme la cabeza tratando de buscar soluciones a los problemas que todavía no tengo.
Salgo de mi casa al trabajo, pensando siempre de manera positiva, que todo estará bien. O será que tengo mucha suerte?
JOSMA TAXI
¡ES UNO DE LOS NUESTROS!
Se lo voy a contar todo, ahora ya no tiene sentido ocultar nada. ¡No se ponga nervioso! ¡Deje de apuntarme con esa pistola! ¡Por favor no me dispare!
Esta mañana a las diez yo tenía una cita en el hospital, la espera se alargó y salí de la consulta a las doce y media, eché un par de cigarrillos, busqué un taxi y me vine aquí, no había tomado nada en todo el día y no comería hasta las dos y media. Entré y pedí un café con leche y algo para mojar, me hicieron una tostada con aceite, me encanta el aceite de oliva. Entre risas y café se hizo la una y comenzaron a llegar los amiguetes, a tomar sus cañas y sus vinos. Se sentaron, en la barra, a mi lado: Ramiro, Fernando y Paco, comenzó el cachondeo de yayos, que si tú ya no sirves y no cumples ni con tu mujer, que si no sabemos como te aguanta, en fin, ya sabe.
Ciertamente nos pasamos el día soltando chorradas, aunque en ocasiones hablamos de temas más serios: fútbol, programas de televisión, viajes de ensueño que ni hicimos, ni haremos. Esas conversaciones tan banales constituyen un auténtico bálsamo para nuestros cuerpos y nuestras mentes.
¡Baje usted su arma, por favor! Ha visto que no soy peligroso, ya le he dicho que se lo voy a contar absolutamente todo y me está subiendo la tensión.
Bien en medio de la juerguecita va y aparece Mohamed, el marroquí, lanza un paquete enorme lleno de calcetines de lana y anuncia: “Eso son setenta euros”. Este buen hombre sin ser amigo hace las veces. Hacía más de medio año que no lo veía, me contó que había estado en Jaén, en Granada, ampliando mercados, con poco éxito. Entre nosotros comenzamos a jugar, decidiendo quien le iba a comprar el paquete, Paco le ofreció cinco euros, Mohamed sonrió y le dijo su frase favorita, plena de puro marketing: “¡Tú no sabes nada!”. Mohamed le regateó pidiendo 125 euros por el fardo, casi un cincuenta por cien más que la proposición inicial. Estaba claro que era una bravata.
Paco sacó un billete para pagar la ronda y le dijo al camarero que le pusiera una caña a Mohamed, que no bebe alcohol, pero con la cerveza hace una excepción. Mohamed si hoy pagas tú al día siguiente vuelve adrede para convidarte él.
Cuando Paco sirvió la caña, se oyeron unas voces al final de la barra, a nuestra izquierda, era “el coyote”, un tipo alto, grande y con cerebro microscópico. “Hasta ahí podíamos llegar, ahora le pagan la cerveza, ¡Paco tira al moro ese de los cojones, a la calle!”
Paco se acercó a nuestra zona, pregunto si algo iba mal, le dijimos que de nuestra parte no había ningún problema, pero que Mohamed se quedaba, desde 1.996 está aquí, ya es uno de los nuestros.
El buen Paco se encaró con el coyote, Paco hablaba bajito, es un tipo pequeño, pero fuerte, únicamente se oía esa voz bronca, rota, que utiliza “el coyote” para amedrentar a sus piezas. Yo no oía lo que decía Paco, pero vi que le mostraba, al bravucón, la cámara de seguridad y le indicaba el camino de la calle.
Tras unos cinco minutos de discusión, el grandullón, dejó encima de la barra unas monedas y se dirigió a la salida.
Al llegar a nuestra altura, le dio un pescozón a Mohamed y se dirigió hacia Paco con intenciones agresivas, entonces ocurrió el accidente…
Ha visto que utilizo un bastón para auxiliarme en mi marcha, pues, casualmente, se me escapó de las manos y al recuperarlo, se me resbaló y cayó en la nuca del macho intimidador.
El resto ya lo conoce usted, alguien les llamó, ustedes aparecieron, llegó una ambulancia, se llevó al malherido y usted, tras intercambiar cuatro palabras con Paco, se dirigió a mí. Ya sabe lo mismo que yo.
Soy muy optimista, creo que antes o después el bien vencerá al mal, creo que todas las cosas me saldrán bien, pero usted no baja el arma, empiezo a pensar que no lo hará.
¡Deje de apuntarme con esa pistola! ¡Por favor no me dispare!
EMILIANO HEREDIA
USTED QUE ME ESTÁ LEYENDO.
EN ALGÚN LADO, CREO YO.
Buenos días, usted que me está leyendo.
No es fácil que algo o alguien, saque el demonio que llevo dentro.
Últimamente, tal vez por causas que no vienen al caso, estoy más irritable, o soporto menos, ciertas situaciones o ciertas actitudes de algunas personas.
AVISO ANTES DE ENTRAR EN SITUACIÓN:
SI NO LE GUSTA LO QUE ESTÁ LEYENDO, NO SIGA LEYENDO, ÉSTE RELATO, ESTÁ BASADO EN HECHOS REALES.
NO DENUNCIE, POR FAVOR, AL IGUAL QUE SOY RESPETUOSO, RESPETÉME A MÍ Y NO DENUNCIE
Bueno, hecha la advertencia, pongo en contexto mi situación actual.
Ésta mañana, he estado en Madrid, por temas burocráticos.
Como no tengo la vista atornillada a la pantalla del móvil, me fijo y oigo cosas como las que voy a exponer.
Un señor, de tez obscura, de unos cincuenta y algo, esperando el turno, ha llegado a la mesa donde le iba a atender una funcionaria.
El hombre éste, dificultosamente, ha llegado a la citada mesa, arrastrándose con dos muletas, y le ha contado una historia que ríase usted de la telenovela Venezolana.
¡Menudo dramón!.
Con un poco de gusanillo, me he ido a desayunar a la cafetería de enfrente.
¡Cual ha sido mi sorpresa!. El mencionado señor, andaba por la cafetería más ágil que un jilguero, de risotadas con un amigo, también de tez obscura.
Lo primero que he pensado es:»señor, dame paciencia, que como la pierda saco la mano a pasear».
Desayunándome tres porras con café, he respirado hondo, y he pensado que, el caradura es universal, sin discriminación de raza, ideología o religión.
He sacado mi lado optimista, y he pensado:»en el fondo, hay gente buena, en algún lado, creo yo»
Antes de ayer, como usuario de bicicleta, como bien sabe usted, tuve una trifulca con dos conductores de sendas furgonetas de reparto, infringiendo las normas más básicas de circulación vial.
Llevo dos días calificando a éste tipo de conductores de furgoneta, como terroristas viales.
Hoy, más calmado, sé que en algún lado, hay buenos conductores, en algún lado, eso creo yo.
Estoy pasando por una etapa de mi vida (otra más ), muy difícil y complicada. Los amigos de siempre me transmiten la sensación de que me han abandonado. Ni preguntan ni si les espera.
Ésto me produce cierta tristeza.
Pero tengo a mi familia y a algún que otro amigo y amiga que me están apoyando.
Porque sé (tengo esperanza), que éstos amigos que ahora no están, algún día aparecerán, en algún lado, eso creo yo.
Y como de bueno soy tonto, les volveré a dar la mano.
En fin.
Tantas cosas y tanta gente mala a mi alrededor.
Respiro hondo, escribo ésta tontería, y me quedo agusto.
Porque la felicidad, estará por llegar, en algún lugar, eso creo yo.
ALEX VASH
Se Optimistas
Te juro que tu ausencia pesa cómo pesa el mundo en la espalda de atlas, y yo me siento cómo los talones de Aquiles débiles y tambaleantes cuando la noche arropa mis pensamientos, me siento igual que Zeus sin su rayo o Poseidón sin su tridente y a veces solo quisiera mirar a Medusa fijamente a los ojos sin temor y acabar el suplicio de tu temprana partida.
Pero antes recuerdo tus palabras: «Se optimistas y no olvides que eres la persona de la que ayer me enamoré y hoy sigo amando, se fuerte y lucha por lo que conocieras justo, mantén tu escencia y tus virtudes que mi adiós no es adiós si te veré cada vez que observes las nubes y sus extrañas formas en el cielo».
MARÍA JOSÉ AMOR
¿OPTIMISMO?
Pongo el título con interrogantes porque no sé si los casos que aquí aparecen pueden denominarse optimismo, fe en sí mismo o fe en milagros imposibles, como se verá.
Cristina era una joven muy segura de sí misma así como de seguir al pie de la letra los protocolos dados en ese momento, claro) por la OMS (Organización Mundial de la Salud).
Tras acabar con notas muy brillantes la carrera de Medicina, sacó una nota tan buena en el MIR (médico interno residente) que pudo elegir el Hospital donde realizar los cinco años de prácticas de Cirugía.
Estaba Cristina en el segundo año del MIR, cuando a las cinco de la mañana llegó una ambulancia portando a una señora acompañada de una joven que se presentó como su hija, quejándose de un dolor agudo en la parte baja y derecha del abdomen.
Cristina la examinó y como ella esperaba, diagnosticó apendicitis aguda y por tanto, previniendo una peritonitis, tenía que ser operada lo más pronto posible.
Aunque la norma era comunicarlo a la persona encargada (Adjunto).
aquel día lo encontró operando un caso muy laborioso de oclusión intestinal, por lo que decidió no molestar y, decidida se metió en el quirófano dispuesta a operar sin supervisión.
Por suerte la operación transcurrió sin incidentes y, tras prescribir en el control de enfermería del protocolo a seguir, se retiró a descansar en espera de que diesen las ocho de la mañana, fin de la guardia.
A la tarde siguiente, aún sin tener obligación de ir, se acercó al hospital a ver como seguía la enferma, ya que muy allá en el fondo, se preguntaba si no habría cometido algún error, tanto en el diagnóstico como en la cirugía. Pero su gozo fue enorme al comprobar que no presentaba fiebre ni dolor y estaba alegre y animada. Por supuesto, su ego y seguridad en sí misma crecieron exponencialmente y su optimismo la hizo verse en un futuro saliendo en los medios como la cirujana “number one”.
Al ir al control de enfermería comprobó que la temperatura de la operada, llamada doña Rafaela, sobrepasaba los treinta y siete grados quejándose de de molestias en la herida. Cuando hizo la ronda de sus pacientes, la examinó comprobando su buen aspecto y animada. Al decirle la enferma que le molestaba la herida, Cristina le explicó que “son los puntos que se resecan y tiran”, a la vez que, de seguir así, en un par de días podría ir su casa.
Fue al cuarto día cuando comprobó algo totalmente inusitado: doña Rafaela presentaba fiebre así como un fuerte dolor en la herida.
Extrañadísima, fue a verla y, al examinar la zona operada, vio todos y cada uno Diagnosticando “infección hospitalaria”, prescribió un antibiótico utilizado en estos casos y explicó que
que, por mucha esterilización que se haga, siempre puede colarse alguna bacteria por el aire acondicionado, se le prescribieron los consabidos antibióticos y analgésicos y no se le dio más importancia.
Al día siguiente, la herida seguía igual, pero tampoco se le dio gran importancia ya que, como es sabido, los antibióticos tardan en hacer efecto.
Pero al sexto día, la señora no solo no mejoraba sino que estaba peor: fiebre más alta acompañada por incremento de dolor.
Cristina, seguía segura de sí misma pero ante lo que había sucedido, volvió a destapar el vendaje y, con gran horror, vio que la herida no solo no había mejorado, sino que tenía un absceso de pus.
Se lo comunicó a su tutor quien, al ver lo sucedido, añadió un nuevo antibiótico.
Dos días más tarde, ante el hecho de no mostrarse mejoría, el Tutor de Cristina lo comentó en la sesión clínica, a lo que el Jefe de Servicio de Cirugía propuso hacer un cultivo y antibiograma para ver exactamente a qué antibiótico era susceptible tan extraña o extrañas bacterias, así como realizar una analítica exhaustiva para determinar si había algún componente en el sistema inmunitario, carencia de alguna vitamina o metabolito que impidiese la cicatrización.
La analítica solo mostró como era de esperar, gran reacción por parte del sistema inmunitario y poca cosa más, llegando el desconcierto al límite al ver el resultado del cultivo, ya que solo había algunas bacterias causantes de las infecciones de hospitales y en cambio predominaban en grandísima proporción las propias de aguas contaminadas, además de otro tipo de parásitos como amebas e incluso una bacteria tan extraña en un hospital como el Vibrio coma causante del cólera del que no había rastros en aquel hospital.
El Director del Centro, desconcertado, declaró cuarentena en el Centro que quedó fuera de servicio hasta haber realizado una desinfección masiva.
Los enfermos, claro está, así como el personal sanitario, fueron repartidos en otros Hospitales mientras un equipo de personas provistas de las vestimentas utilizadas en las UCIS en la época de la pandemia del Covid y portando todo un equipo de mangueras, frascos, cubos y demás instrumentos más semejantes a una película de Ciencia-Ficción que a objetos de limpieza, iniciaron su actuación.
Vaciaron armarios tirando a la basura de residuos hospitalarios todo elemento sospechoso, y los que no lo eran a su vez se procedía a su esterilización.
Cuando le llegó el turno a la habitación que había ocupado doña Rafaela, llamó su atención la presencia en el armario de una botella de vidrio que contenía un extraño líquido que, al destaparlo, emanaba un olor putrefacto.
Examinaron el exterior de la botella y descubrieron que, grabado en el mismo vidrio se leía:
Caducidad 20-05-2010.
Y pegado más abajo, había un papel en el que todavía podía leerse:
Una vez abierta, guardar en nevera y no usar tras setenta y dos horas.
Se trataba de una botella de Agua de Lourdes comprada en esa localidad a principios del SXXI, que, con toda la fe y el optimismo de que sería beneficiosa, era aplicada con sumo cuidado por la hija a diario.
FELIX LONDOÑO
Soy un optimista consumado. Cuando alguien me pregunta por mi bienestar suelo responderle con una de esas frases aprendidas en los cursos de coaching: “¡muy bien y mejorando!” o “¡hoy es un gran día, me levanté con el pie derecho!”. A veces sazono mi réplica con una dosis de religión y contesto: “¡más bendecido no podría estar!”. Entre colegas parecemos una piara. Una manada de cerdos sonrientes. Tal vez de ahí el verdadero sentido de lo del coaching. Al final de cuentas no somos más que una legión de cochinos. En más de una ocasión mi optimismo se ha ido de bruces. Hay muchas cosas que no me salen tan bien como quisiera, pero procuro que no se enteren. De esta manera mantengo en alto mi aureola de bacán exitoso. ¡Nada que hacer cuando el destino te niega la vida que creías que te merecías! ¿Extirpación de próstata a mi edad y con mi salud de hierro? ¿Será que voy donde otro médico a que me meta el dedo? Eso me pasa por tragarme las flores de Maruja en la cama: “cerdo padrón”.
ALMUT KREUSCH
Optimismo de una niña pequeña
Contó mi madre que, cuando nací, mi hermano mayor, al verme por primera vez, dijo embelesado:
— ¡ Mi hermanita venida del cielo!
Mi otro hermano era aun muy pequeño y todavía no opinaba.
Pero por mi memoria adquirida sé que mi existencia como hermana pequeña estuvo sembrada de obstáculos.
Porque cuando empecé querer participar en los juegos de los dos o cuando intenté apoderarme de coches y tractores, me convertí en un incordio, enemiga número uno y ambos tomaron represalias, algunas bastante drásticas.
Nuestra madre, alertada por mis gritos, no daba a basto liberándome de la amenazante oscuridad de los armarios donde me encerraron estos malvados o consolarme por los daños de un empujón mal calculado.
Deseaba muchísimo de tener una hermana, una cómplice, una aliada, y cuando mi madre quedó en cinta por cuarta vez, las noches de los últimos meses de su embarazo quedaron grabados en mi memoria con todo detalle.
Creo que en esa época germinó la semilla de mi optimismo, que me acompañaría toda la vida.
Los rituales formaron la red protectora de nuestra familia, nos unían y nos reforzaron como unidad. Rituales de cumpleaños, de navidad, los besos de despedida por la mañana, los paseos dominicales después del servicio infantil de la iglesia los domingos, entre otros. El ritual de la noche fue uno de los más queridos para nosotros, los niños.
Por aquel entonces compartía habitación con mis hermanos.. Ellos dormían en literas, el mayor arriba, y yo en mi cama en el lado opuesto. Es un recuerdo muy agradable, los tres juntitos, protegiéndonos mutuamente de los fantasmas de la noche y hablando hasta, uno tras otro, quedarnos dormidos.
Pero antes de eso, los tres, con los dientes recién cepillados y acurrucados bajo el edredón de plumas, esperábamos a nuestro padre, que todas las noches se sentaba en una silla en medio de la habitación y nos leía un cuento.
Para finalizar rezamos para dar gracias a Dios por su bondad y para pedirle a él y a los angelitos que nos protegieran por la noche y el día.
Sólo después se abrió el espacio para los peticiones individuales, que durante esta época fueron siempre las mismas noche tras noche.
— Dios querido, por favor haz que sea un niño, prometemos no pegarle nunca,— repetían mis hermanos todas la noches.
Por lo que yo replicaba: — No, quiero una hermana, por favor querido Dios, otro hermano no es justo.
—¡Un hermano!
—¡Una hermana!
Y nos enfrascamos en un zipizape hasta que mi padre puso fin la disputa:
—Basta ya, a dormir,— apagó la luz y salió de la habitación.
Estaba convencida de que me tocaría una hermana y que Dios había tenido en cuenta mi situación de desventaja con respecto a mis hermanos. Además, mis peticiones eran tan fervientes que no dudaba de que Dios sólo haría caso a mí.
Llegó el día del parto que, como los anteriores, tuvo lugar en casa. La matrona ya entrada en años llegó en bicicleta con su maletín de cuero degastado.
Y había venido la persona que más quería en el mundo. Mi abuela. Pequeña, siempre sonriente, ágil, a pesar de estar ya un poco encorvada. El pelo corto, ondulado y de color avellana (nunca teñido), protegido por una redecilla muy fina. De mirada bondadosa. Reproches o reprimendas nunca salían de su boca, sencillamente no formaban parte de su vocabulario.
Nos llevaba a los tres hermanos a dar un largo paseo por el bosque cercano para que nuestra madre pudiera hacer su labor de parto en tranquilidad.
No me recuerdo cuanto duró la excursión, pero nos dimos prisa en la vuelta, nerviosos y excitados.
En casa un sonriente padre vino a nuestro encuentro.
— ¡Es un niño! ¡Tenéis un hermano!
Me paré en seco. Ni oí los gritos triunfales de mis hermanos, ni las alegres exclamaciones de mi abuela. Era como si de repente mi sangre hubiera sido sustituida por hielo. Corrí a casa y me escondí por debajo de mi cama. Decepcionada, engañada, triste.
Lloré lagrimas amargas.
Mi abuela me encontró.
—Ven pequeña,—dijo con dulzura,—ven conmigo, juntas vamos a dar la bienvenida a tu hermano, es tan guapo y tan pequeño. Tiene ganas de conocer a su hermana mayor.
Salí de mi escondite, y de la mano de mi abuela fuimos al dormitorio de mis padres. La habitación olía a limpio y a través de las ventanas abiertas se veían los árboles frutales con peras y manzanas maduras a la cálida luz de la tarde.
Al pie de la cama matrimonial se encontraba la cuna. Me acerqué titubeando y convencida de encontrarme con un monstruo feo.
Lo que vi me desarmó. El pequeño recién nacido era la cosa más hermosa que había visto nunca. La carita estaba todavía colorada y un poco arrugada, su respiración dulce y rápida. El poco pelo que tenía se lo habían peinado hacia un lado y olía al rico y único aroma de los bebés.
— Es guapísimo, verdad mi pequeña?, dijo mi abuela.
El nudo en mi garganta solo me dejaba mover la cabeza.
Con suma delicadeza y cuidado, mi dedo índice acarició la palma de una de sus diminutas manos, que al instante se cerró en torno a él. En realidad, este pequeño gesto no fue más que un reflejo, pero en aquel momento mi hermano se ganó mi corazón y, olvidando las peleas nocturnas, y con renovado estado anímico, le prometí amarle siempre.
LOLY MORENO BARNES
QUERIDA LUCIA
Te sorprenderá mi mensaje hacia ti en esta red social .
Normalmente no participo demasiado .
Ya lo sabes . Apenas entro en el grupo que compartimos de manualidades .
También sabes que entre otros grupos participo en uno de escritura donde humildemente aporto mis pequeños escritos entre grandes de la literatura a los que admiro.
Esta semana el tema de inspiración es “el optimismo “
Y no se porque se me viene a la cabeza describirte a ti
( perdona el atrevimiento)
A pesar de no conocerte en persona, recibo de ti las frases más optimistas del día a través del móvil.
Yo no tengo tiempo de responder a tantos detalles… y me siento en falta…y me digo :
Lucia ya sabe cómo soy y que desaparezco por días sin responder a nadie.
Entretanto siguen llegando las frases y las imágenes de lugares de ensueño que me alegran el día.
Nunca te olvidas de saludar y me arrancas la primera sonrisa de la jornada.
Luego si coincidimos en mandarnos mensajes me cuentas cómo quieres ayudar a todos tus seres queridos aún a costa de olvidarte de ti , sabiendo que a tu edad también debes cuidarte .
Tu voz revela una persona exquisitamente educada y dulce. Si no conociera tu edad y tuviera que adivinar diría que no tendrías más de veinte años y no desvela tu realidad. Esa vida dura que te llevo a Galicia desde tierras tan lejanas siguiendo los pasos de tus hijos y nietos.
No conozco tu rostro pero si tú alma . La de una mujer optimista que mira la vida con alegría y vence con su actitud positiva todas las adversidades.
Querida Lucia:
Eres mi ejemplo a seguir.
¡Mujer optimista!
OMAR ALBOR
Sin detenerse
El
Se aferró a la cruz
De su cuello
Nunca tuvo miedo
Y cada vez
Que el destino
Cruzaba un palo
En su rueda
El se persignaba
Encadenado a su fé
Tomo los caminos
Sorteo los desiertos
Para llegar al mar
Y ser inmensamente feliz
Nada lo detuvo
Sus ojos se encandilaron con los reflejos de su cruz.
El se volvió arena
Y el mar lo empujó
hacia las profundidades
Sus días descansan en paz flotando en tanta inmensidad.
CONCE JARA
Para Emilio, Berta, su novia, era una chica de lo más normal. Guapa, saludablemente rolliza y muy positiva, quizás en demasía. Trabajaba como ayudante de un veterinario y aunque el diagnóstico del especialista fuera negativo, ella levantaba esperanzas de donde no las hubiera.
Berta era una mujer a la que le gustaba aprender. ¿Pero aprender qué? Pues de todo. Desde que la pareja compartía piso, ella empezó a asistir a la Escuela de Mayores para aprender inglés. Aquel era un macro edificio donde se impartían decenas de actividades.
Las clases de inglés la ocupaban un par de horas, dos días a la semana tras el trabajo. Para Emilio aquello significaba soportar la radio en inglés, las películas con audios y subtítulos, y el continuo chapurreo de Berta en dicho idioma cuando estudiaba los fines de semana, por lo que él debía de preocuparse de llenar a nevera, poner lavadoras, etc. Y es que ella decía sentirse demasiado cansada.
A Berta se le ocurrió organizar una reunión con algunos compañeros de clase para así practicar el dialecto. Aquello pasó a ser costumbre de todos los sábados por la tarde, circunstancia que enfurecía a Emilio, quien se encerraba en el dormitorio con los cascos puestos, viendo la televisión y con el pensamiento puesto en la nevera que había rellenado aquella misma mañana. Berta le recriminaba su falta de hospitalidad y su poco apoyo para alcanzar su sueño. ¿Qué culpa tenía ella de que él se conformara con su insulso trabajo como celador de instituto?
Con el tiempo cada vez más compañeros se apuntaban a la reunión y a la tercera cerveza, la mayoría de los presentes se olvidaba de lo que en realidad habían ido a hacer allí. Aquel despilfarro suponía un gasto tan elevado que Emilio le hizo saber a Berta que aquello había llegado a su fin. Ella siguió asistiendo a clases, pero taciturna y desmotivada.
Una noche regresó de la Escuela muy alegre. Al pasar junto al aula de Artes Escénicas vio como mujeres y hombres cantaban y bailan. Preparaban un musical para el festival de Navidad de la Escuela… “Hoy no me puedo levantar”.
Al día siguiente dejó el inglés y se apuntó. Iba embutida en unas mayas negras, que no mejoraban mucho su figura, pero si sus ganas de comer. Asistía dos veces en semana y los sábados por la mañana debía ensayar en el teatro de la Escuela. En casa se pasaba todo el día cantando canciones de Mecano y haciendo exhibiciones ante todo el que se dejara caer por casa de su cante y baile, hasta que primero cogió una fuerte afonía, después una lesión en el tobillo, que tardó varias semanas en curar, por lo que la directora del musical le comunicó que debía de abandonar la obra.
Berta era optimista “Siempre positiva” decía. En cuanto pudo caminar se apuntó a clases de escritura creativa, ante el pasmo de Emilio. Mientras ella le explicaba: “Mis actividades me llevan a disfrutar de una vida feliz, me inspiran positividad, optimismo”, él la ignoraba dando vueltas al puchero, que luego ella se sentaría a disfrutar.
De la escritura pasó a la restauración de muebles y el salón se llenó de chirimbolos viejos que ella misma recogía de la basura, para un día de éstos arreglarlos y venderlos. Después, le dio por la guitarra española…
A Emilio se le había indigestado la Escuela de Mayores, sus alumnos y profesores, idiotas optimistas que no tenían suficiente con sus vidas que tenían que fastidiársela a la gente, a las familias comunes y corrientes, como era él.
Llegó Navidad y la Escuela se engalanó para su festival. En el participarían alumnos de todas las clases y actividades. Berta había reservado a Emilio un asiento en la primera fila ya que ella participaría tocando la guitarra acompañando al coro de Villancicos. Emilio observaba a aquellos optimistas positivos satisfechos de haber destrozado familias enteras durante aquel primer trimestre, hasta que durante el tercer “rin,don,dan” que acompañaba Berta, apareció en el escenario un hombre que agitaba un machete gritando “Alá es grande”. Aquel descerebrado se dirigió hacia el lugar donde se encontraba Berta. Emilio no se lo pensó. Subió a las tablas como el que se enfrenta a un toro y recibió una, dos, tres cuchilladas, que le hicieron caer al foso del escenario.
Horas después Berta esperaba en el hospital el dictamen de los médicos. Junto a ella, algunos compañeros de las clases de inglés, artes escénicas, escritura creativa, restauración de muebles… todos esperaban el diagnóstico mientras, optimista, Berta comentaba: “Creo que saldrá adelante, son tres incisiones de nada. Mi Emilio es fuerte, resurgirá de esta, y… no me habéis dicho nada de que tal sonaron los villancicos”.
MARÍA LORETO ARGANDOÑA
-¿Y cuántas horas lleva esperando usté? –
La mujer en la silla del lado la mira de arriba a abajo y encogiendo los hombros, se vuelve hacia el muro dejandole claro que no quiere conversación.
Ema se pone un poco inquieta, ya van dos semanas seguidas que no puede ver a su hijo, pero no es la primera vez que los dejan esperando y supone que nadie se acercará a dar explicaciones. Pero no le importa.
Ella viene de lejos, pero siempre viene, puntualmente, los martes y jueves de 10:00 a 12:00 y de 15:00 a 17:00, como reza el cartel.
Ema no pierde las esperanzas.
-Es cosa de esperar- Dice en voz alta, en un diálogo consigo misma que ha aprendido a tener a lo largo de los años, pues aunque la soledad es su única compañera, tiene presencia, pero no voz.
– Uy, ya deben ser más de las tres y media, porque el sol está picando fuertazo- Murmura hurguetiando en su bolsa y saca un pañuelo para sacarse el sudor.
Ema siempre guarda mas de uno, por si acaso,
– Porque una nunca sabe dónde la pilla la necesidá-
Y vuelve a guardar el pañuelo ahora empapado pero bien doblado.
Ema cree que todo pasa por algo. Lo malo, porque hay que aprender una lección, lo bueno, es una señal del cielo por haber aprendido dicha lección.
Es que Ema no se echa a morir.
– A lo hecho pecho, vamoh pa’ delante que pa’ atrás no cunde, dios proveerá-
Si pierde alguna cosa, hace un nudo en un pañuelo.
– Pilato, Pilato si no aparece está cuestión no te desato-
Si se derrama el vino en la mesa,
– Alegría alegría!! – y le derrama vino blanco encima para no manchar el mantel.
Ema cree que todo tiene remedio menos la muerte, y se persigna cada vez que el bus pasa frente a una iglesia.
Lleva no sé cuánto tiempo haciendo el mismo recorrido.
La primera vez se perdió, pero lejos de angustiarse o de enojarse se dijo – Total, me sirve pa’ conocer- y siguió hasta que dio con la dirección escrita por el abogado en un arrugado papel.
A medida que avanza la hora, las personas que esperan desarman la fila, algunas exigen a gritos una respuesta, otras más exaltadas, comienzan a lanzar piedras y objetos que han traído de regalo, y presienten que tendrán que devolverse con ellos.
Ema observa entretenida, está ubicada en unas sillas que arrienda un hombre calvo que se instala entre los dos únicos árboles que dan sombra. Ella llega muy temprano para poder alcanzar una.
– Juan Segura vivió muchos años-
mientras saca un billete desde el costado de su sostén y le guiña el ojo al calvo.
De pronto, se abre la pesada puerta y sale un gendarme serio y fornido, que con un vozarron anuncia que otra vez no habrá visita.
La fila se termina de desarmar en medio de chiflidos, gritos y alegatos, como las hormigas cuando pierden a su guía, pero Ema se queda, ¿cómo saben? ¿Y si ella tiene suerte? No pierde las esperanzas, – La esperanza es lo último que se pierde- se consuela.
– Ya, váyase mamita, si ya no le van a dar na’ la pasá- le dice el hombre de las sillas, mientras las va apilando para marcharse.
Ema se pone de pie y le acerca su silla.
Saca un envase de helado con comida que está debajo de los pañuelos y se la ofrece.
– Tenga, de todos modos no hay quien se la coma hoy y no me diga que no hombre, que es pecado tirar la comida-
Ema, como siempre, se acerca al pesado portón de metal y mira por el espacio que se forma entre las hojas.
– Aló?, Hay alguien? –
Acerca la oreja para ver si oye alguna respuesta, pero nada.
Recoge una piedra y marca otra raya en el muro del costado, y como si el hijo la fuera a escuchar desde el patio cuatro de la calle 18, grita lo más fuerte que puede:
– Hasta el jueve’h hijooooo, aguante no máh mi huachoooo-
Guardó la piedra en la bolsa, en el lugar que ocupaba la comida recién regalada y se alejó conversando alegremente con su sombra proyectada en la calle polvorienta y ahora desierta.
– Mañana será otro día poh, total, no hay mal que dure cien año’h ni tonto que lo resista- En el bus de regreso, ahora en silencio, secretamente reza, para que ocurra un terremoto, o un indulto o un milagro, única posibilidad cierta de libertad para una cadena perpetua.
JULIA VICARIO
Se dice que hablar con la pared es difícil
mas mi anhelo ha sido siempre ese
encontrar del otro lado únicamente mi silueta
ningún ojo áspero para torturar
ninguna palabra que quede demás
solo la esperanza de mi lucidez
RAÚL LEIVA
Apretar por apretar
Se encontraba al filo del tiempo de entrega, tuvo una semana de perros. Nada había salido como esperaba, el salario lo había defraudado, no iba a poder cumplir con algunas deudas y eso lo obligaba a tomar decisiones odiosas.
¿Cómo cuernos pensar en optimismo?
¿De dónde sacar una hilacha para tironear y aunque sea presentar algo?
No encontraba salida, la solución solo aparecía como una irónica definición en el diccionario.
Sin embargo, un hecho le cambió la vida a último momento, fue algo pequeño, casi insignificante que cambió todo. Fue la curiosidad por saber cómo seguir fue lo que lo animó, fue ese deseo por saber causas, motivos, lo que… Ver más
SHEILA SHEILA
Optimista es mi corazón, en cada paso que da
que canta alegre cada mañana.
Ve el futuro lleno de luz,y de alegría,
y en los obstáculos ve oportunidad, y valor.
No hay nubes grises que lo detengan,
más bien hay vientos huracanados que lo impulsan a seguir,
pues su fe en el mundo es inquebrantable.
Sabe que el camino puede ser difícil, y largo el camino.
Optimista es mi alma,
que mira hacia arriba con optimismo.
Cree en la bondad de la gente.
Así es como avanza con valentía,
sin miedo a los retos que puedan venir.
Porque sabe que con su optimismo,
todo lo que desea alcanzar, lo logrará.
Por que el que no se vence a sí mismo logra
lo que se proponga por que la dicha alcanza
lo que la persistencia se resiste.
BEA ARTEENCUERO
EL VESTIDO ROJO.
Hacia un año que estaba de novio con Gustavo, era feliz, se complementaban en todo, lo sexual era fantastico…La relación era completa..
¡Que más podia pedir!
Se casarian en unos meses, soñaba con ese momento!
– Hola May, como estas?
– Mi amor.¡ Que sorpresa!
– Necesito hablarte.
– Que pasa Gus..Recuerda que hoy tengo la cena con las chicas.
– Si lo se, pero mañana viajo, me envía la editorial a la central y quiero verte antes.
– Bien nos vemos donde siempre.
Les gustaba caminar por la playa, se encontraban en el parador de Pablo, amigo de ambos, cenaban y luego
caminaban disfrutando el estar juntos.
Le estraño ese apuro de Gustavo, seguramente no quería irse sin despedirse.
Se comprometian en un mes.
Hacía unos días al pasar por una boutique vio en la vidriera un vestido rojo que la impactó, sin dudarlo entro al local, le quedaba perfecto.
¡Esta bellisima!, opino la empleada .
En realidad cuando vio su imagen reflejada en el espejo, no podia creer, se veia majestuosa.
No le dijo nada a Gustavo, queria deslumbrarlo en ese día tan especial.
Estaba impaciente así que fue unos minutos antes , estaba charlando con Pablo cuando lo vio llegar, fue a su encuentro sonriente, feliz de verlo.
– Hola amor!!, lo beso apasionadamente. ¿ Te pasa algo?
– ¿Porque?
– Te noto distante.
– Bueno Maylen.
Que raro, la llamaba por su nombre.
– ¿ Que pasa? Me estas preocupando.
– Perdón, pero no puedo seguir con esto.
No entendía.
– Explicate.
– Hace unos meses en uno de mis viajes, conocí a alguien, al principio pense que era algo fugaz, luego la volvi a ver una y otra vez, sin darme cuenta me fui enamorando, no puedo seguir así, engañandote…
Perdón.
Me quedé sin poder hablar.
Sin más, se fue alejando despacio,sin mirar atras.
Allí quede con mil preguntas sin respuestas.
Me sente en la arena, mi mente en blanco solo el cielo y el mar me acompañaban.
No se cuanto tiempo estube allí…
El sonido del celular me regresa a la realidad.
– Hola ¿Quien es?
– Soy Graciela.¿Que te pasa? ¿Donde estas?
– En la playa.
– El sabado es la reunión anual de compañeros de la universidad, este año no me dejas sola, te paso a buscar.
Corto, sin darme tiempo a decir nada.
No podía coordinar, solo pensaba en lo que habia pasado; En el torbellino que tenía en mi mente…Recorde.
¡Mi vestido rojo! guardado en la caja… y ….
¿Porque no?
Sabado, la reunión…Entramos al salón, camine segura, altiva,sabía que todas las miradas estaban fijas en mí … Estaba radiante, llevaba puesto…
¡El vestido rojo!
Somos viajeros del tiempo… Venimos a aprender, dar amor, tocar almas.
Transformar y partir sin apegos…
EL FARO
«Uno debería morirse en la cama..no en el asfalto, ni en una bolsa, ni en medio de una manifestación..sino envuelto con la frazada calentita de la casa.
Todos merecemos esa suerte. Y más aquellos inundados de regocijo.
Titi, mi papá, tuvo un intensivo tiempo de salud enclenque. Dias buenos y días muy malos.
Los años pasaban y se iban sumando realidades, pero él que era un optimista no cayó en las redes pescadoras de los desahuciados.
Tenía tatuada la alegría, el saludo amable, la risa y un payasesco disfraz que envidiabamos.
Dejo esa herencia..y cada día pongo el esfuerzo para merecerla.
Que es “el lloro” en la vid?
Es un nuevo ciclo de vida. Cuando se podan los sarmientos anudados y retorcidos ( todo alguna vez termina), la savia sigue subiendo y rebalsa por esos cortes, en forma de lágrimas. La vid llora.
Por eso “el lloro”
Es duelo y es anticipo de nacer.
Es la savia que aprieta y empuja, Temperatura tibia y llega el brote. Verde de vida para arrancar el ciclo.
Te despierta “el lloro” una mañana más cálida, menos triste, luego de negras noches, con luz de madre buena. Y lo ves repitiéndose, la sapiencia de la naturaleza.
Cuando crees que lo muerto no vuelve..se revela.
Es optimista.
Y ahí comprendes.
Mi padre lloraba cuando se estaba yendo.
Creí que ya no lo estaba intentando…
Y estaba naciendo.»
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Tenía hecho mi difícil selección de cuatro pero… el tema de este relato me toca muy de cerca y le quedó original además de ser puro corazón. Mi voto es para:
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AVISO FESTIVOS: Los pedidos recibidos a partir del jueves 5 de diciembre se enviarán el miércoles 11. Descartar
Josma Taxi. Voto válido para cuatro semanas.
MI VOTO:
ALFONSO FERNANDEZ PACHECO
ROSA ROSANA
RAQUEL LÓPEZ
JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
José Armando Barcelona
Bego Rivera
Camino Díaz Gómez (El Perro)
Pedro Cruz Morales
Hay tantas buenas historias. Díficil votar, pero ni modo!
Voto por:
Efrain Díaz
Mi voto esta semana está muy repartido:
– César Bort
– Josma Taxi
– Guillermo Arquillos
– Efraín Díaz
Mari Carmen Merfer
Alberto Macadar.
Alberto no está etiquetado como concursante, sino particip pondré a otro compi.
Benedicto Palacios
Mi voto esta semana:
Benedicto Palacios
Camino Diaz
Bego Rivera
Guillermo Arquillos
Mi voto para:
Mari Carmen Merfer
Candela Punto
Efraín
Bego
Gloria Abadejo, por terminar la historia tan optimista.
Muchísimas gracias Maria. En este relato, lo pude conseguir.
Mi voto es para
Julia Vícairo
Gaia Orbe
Bea Arte Encuentro
Votación
Alberto Medina
Eduardo Valenzuela
CandelA Punto
Muchas gracias
Como Alberto no participa voto a :
Mari Carmen Merfer – Excelente!!
Gloria Albaladejo- Genial!!
Y enhorabuena a todos, muy buenos relatos está semana.
José Armando Barcelona
Bego Rivera
Cesar Bort
Mi voto para
Pedro A.
Mari Carmen
Voto a:
Félix Meléndez
CAMINO DÍAZ GÓMEZ
SON SONIA
Tenía hecho mi difícil selección de cuatro pero… el tema de este relato me toca muy de cerca y le quedó original además de ser puro corazón. Mi voto es para:
*MARI CARMEN MERFER
Gracias a tod@s x el placer de leeros ♥️