Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «fuego». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 28 de julio!
* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.
La noche de la absenta había llegado, Mr C estaba nervioso a más no poder, había intentado escapar dos veces de la isla y las dos veces había tenido que desistir, suerte que nadie se había percatado.
Lo vistieron con un taparrabos de higuera negra rematado con ribetes de chopo de río y una guirnalda de nomeolvides en la cabeza a modo de corona. Lo condujeron a una explanada al pie de la piedra de la veneración. La piedra de la veneración era de madera de platanero en realidad, con doce escalones forrados de hoja de musgo Bryopsida, que acababan en una plataforma con una cama de madera de acacia que tenía una especie de colchón hecho con césped.
La Gran Madre Chisssttt llego y se hizo el silencio.
-¡Trebolistas, gentes de Trebalia e invitadas amazonas, que empiece la ceremonia! -.
Un gran trueno sonó al tiempo que un fuego súbito prendía en la leña apilada a una orden muda de la Gran Madre y un ritmo de tambores empezaba a sonar mientras Talita con una inusitada mueca de satisfacción daba vueltas a la marmita con la absenta.
La Gran Madre Chisssttt volvió a tomar la palabra.
-¡Rayos y centellas,
esta es la gran noche
que corra la absenta
y aparezca la princesa!
En ese mismo instante un círculo de fuego se levantó alrededor de la marmita de la absenta y como una aparición espectral hizo su entrada triunfante Matanga Aserejé.
Matanta Aserejé era de una edad… bueno… no tenía edad más bien, era una verdadera reliquia viviente. Era de piel blanca tirando para ocre, de mediana estatura. Llevaba un gorro de lagarterana realizado en tisú espolinado en sedas con motivos florales y decorado con encaje tabular, del que le caía el pelo recogido en una coleta hacía el hombro izquierdo. En los párpados llevaba una especie de piercings de perlas finas, posiblemente para que no se le cerrasen. La nariz era chata, aunque no excesiva y los labios… eran labios, pintados en rojo pasión. Llevaba una hoja de platanero anudada a la espalda con una juncia a modo de top que le tapaba los senos y un cancán de colores vivos con tiras de presiglás a modo de falda, con unas tobilleras de bambú que realzaban sus “esbeltas” piernas.
Nada más aparecer empezó una especie de danza tipo el baile de sanvito y las amazonas la acompañaban entonando una canción ¿nupcial?. Era un espectáculo verla bailar en modo alcayata – como si estuviese pasando por debajo de una cuerda con las piernas rectas y el cuerpo doblado- al tiempo que emitia una especie de canto mas o menos así: breeeelalalalauhuhuheiiiiii mientras sacaba la lengua, extendía los brazos y rotaba las muñecas con los dedos extendidos.
Una vez acabada la danza, obligaron a Belleza Smitha ir hacia la marmita de la absenta.
El quiso tirarse de cabeza en la marmita, pero lo sujetaron convenientemente, mientras se la servían en tazas de bambú pequeñas. La absenta debía de ser milagrosa pues a la tercera taza pensaba que Matanga Aserejé era el amor de su vida y se puso a cantarle “Dos gardenias para ti”.
La Gran Madre Chisssttt ordenó a Belleza Smith, que la subiera en brazos a la plataforma y depositara su semilla en ella. Él en un estado de euforia desmedido la tomo en sus brazos y empezó a subir las escaleras, al tiempo que se fijaba que ella movía los labios al estilo pez cuando respiran y parecía que le tiraba besitos, lo que lo excitaba aún más. Iban por el quinto escalón cuando algo falló y se vinieron abajo rodando los dos. Alguien había dejado intencionadamente un puñado de grarrapiñadas recién fritas para que resbalasen y no se pudiese cumplir la ceremonia.
La caída fue aparatosa pues Matanga Aserejé dió con su princesiles posaderas en un caldero de caracoles en salsa de Tamarindo que estaba cocinándose para el banquete de “después de la ceremonia” mientras Mr C -aka Belleza Smith- se salvó de milagro de caer directamente a la hoguera gracias a un tronco de abedul cortado que había al lado. Lo último que escuchó antes de desmayarse fue: ¡Qué le corten la pilila!
Mientras tanto dos sombras se escabullían por entre la maleza.
¿Dónde se quedó ese ansia de dar un pisotón y hacer temblar el mundo?
Me complace, me apacigua pensar que aún lo sigo haciendo, sutilmente, como regocijo personal, apenas perceptible para los demás; «tibiamente» como me dijo mi concienciado favorito una vez.
La importancia que le doy a las cosas, a las personas, se me ha trastocado. Las prioridades se han ido re-colocando como si el puzzle al que pertenecían hubiera cambiado de forma y ahora esas piezas, esas prioridades necesitaran una nueva localización dentro del marco al que siempre pertenecieron.
Ya nada es como era, pero todo sigue igual:
El clima está que arde,
la política está que arde,
la economía está que arde.
El propio sinsentido que da sentido a la Humanidad está que arde mientras yo recibo la ola de calor sobre mi cara con una sonrisa.
El mundo está ardiendo, pero las chanclas me impiden apagar el fuego a pisotones
Hoy estás para mirarte y pensar en lo que comúnmente se describe como: “¡Pero qué pejiguera eres!”
Tanta gente moriría para estar en Roma y vas y la desprecias. Que si el Colosseum es un vertedero, que si la Fontana Trevi huele a ranas.
Venga, admite la verdad: no te da la gana y punto.
Un año más y te convertirás en una de esas reliquias que solo tiene cabida en un cojín rojo, en un espacio sellado, de museo de vaticinios.
Eventualmente, mientras la gente no sepa de tus inquietudes, no hay peligro.
Avancemos un poco más por los túneles que conectan el Coliseum con tu palazzo y démosles un buen susto a las ratas de alcantarilla, no vaya a ser que piensen que se han quedado solos por más de dos siglos.
Se escuchan voces en el salón de visitas, ¡qué raro!
— El Messere Monster, una… agradable sorpresa.
Tus labios no se han movido. Bien, bien; a él se le ha congelado la sonrisa. Ahora queda en su sitio entre la única escultura de Da Vinci y unas cuantas estatuas de Michelangelo que adornan la sala.
— ¿Y a qué se le debe el honor de su presencia?
Cualquiera que os mire diría que sois amigos, ¡ja! No solo tú recuerdas que os habeis matado el uno al otro a lo largo de cuatro reinos: la gente todavía cose vuestras leyendas sobre arazzi y los expone en bibliotecas. En la de Atrio Libertatis hay un tapiz inmenso con el combate de La taberna del fin del mundo, en Porticus Octaviae hay otro que retrata la gran boda y en Domus Tiberianae exponen el famoso secuestro que se llevó a cabo con la ayuda de la condesa Pamela Rosé, entre otras.
— Estaba preocupado— sentencia por fin él — lleva su señoría más de cinco años sin intentar asesinarme.
¡Pero cómo se atreve a recordarte que te has alejado de tus actividades de ocio! ¡Mamma mia! ¡Sei pazzo! Poned su cuello en una soga.
— Hay asuntos más acuciantes que perseguir toca-violines por el universo, Messere Monster. Pero, me alegra que haya decidido comprobar que Roma sigue siendo tan ruinosa como de costumbre. Además pensaba invitarle a la gran Festa dell’assenzio.
Se ve por su leve parpadeo que no tiene idea de lo que es la absenta. Bene, bene, espléndido.
— La primera Luna Piena, ¿ti sta be´?
La grima que invade su rostro es de lo más delicioso, ay: que bien le sienta el pavor. Si fuera a desorbitar un poco más los ojos te recordaría el día que lo convertiste en erizo.
— Será un evento para notabilidades y alguno que otro de los importantes dignatarios locales— le aseguras y te despides pronto para que no se perciba la inmensa satisfacción que te pondera.
Pasas la semana en una especie de euforia, en parte por la mezcla de ajenjo con hinojo que preparas con dedicación. La melisa y un poco de hisopo le dan el toque perfecto. Hmmm… Imbatible. Dicen que Van Gogh se cortó la oreja por culpa de este brebaje. A ver Messere Monster cómo se comporta, ya que se beneficiará del ingrediente secreto de la fórmula Adler.
Independientemente de tus intenciones, la noche de la luna llena alcanza bella y sedosa. Los jardines del palazzo desprenden frágiles aromas a lirios y rosas y las columnas van envueltas en lazos de seda del telar veneciano Bevilacqua. Las losas de Carara amplían el destello de las copas plateadas de Murano y lo propagan al manto estelar en divina reflexión. Te encantan las exclusividades, no puedes evitarlas.
Los invitados se reúnen en un abanico de lo más exquisito, todos miembros del mismo exponente club Quattro Foglie. Visten brocados carísimos, susurran secretos ancestrales y aúnan suficiente poder como para dominar el mundo, pero les interesa más por ahora la tarta de limón con genuinas pepitas de oro.
Saludas con una amplia reverencia a cada uno mientras buscas con disimulación al objetivo Messere. ¡Oh! Ahí está, con su impecable atuendo de Marqués de la Chitarra, Vizconde de Violino y miembro honorífico de Assemblea di Avventurieri. Gran orador, se hace con la atención apenas pisar el suelo y todos le aplauden las entradas. Vedrai, vedrai.
—Cara condesa— se postra ante ti pero su leve inclinación te resulta una majestuosa burla—. El palazzo ha dejado de hacerle justicia y este evento es más digno del Coliseo. Me preguntaba, además, si recuerda la deuda que tiene conmigo… pero veo que sí.
Su mano sujeta una copa de assenzio, mientras que su descarada mímica indica las escaleras que suben a tu dormitorio. Vedrai, vedrai, que los mangas verdes siempre llegan a horas tardías más nunca solucionan los pesares.
— Bienaventurado, mi estimado Marques. Es usted tan descifrable como una bula papal y tan ameno como un escrito en arameo. Me complace observar que aprecia el tratamiento.
Señalaste con demasiado júbilo su copa y te reprimes en tus adentros por ello. Las suspicacias no convienen. Te salva la misma bendita Condesa Adler, que se os apresura bella, premurosa y sonriente como de costumbre:
—Marqués, si no le importa a nuestra anfitriona, te robaré la atención para comentar un par de detalles sobre el tesoro de los … hermandinos de las hierbas sagradas. No se confundan, en menos de dos trazos quedaremos libres todos.
De perlas, porque así hará efecto la mataegosía, una pólvora que solo Matanga Aserejé vende y ni los Borgia se atreven a usar. Es una delicia contemplar futuras certezas, tanto como el tambaleo cada vez más pronunciado del Marqués.
Cuando menos te lo esperas, Messere Monster sube a un pedestal y declama, burbujeante y barítono:
— No sé en qué mundo vivo, ni la dimensión en que nos hallamos, pero os desprecio a todos en la misma medida.
La reunión queda en expectante silencio de súbito y tú sabes que la mataegosía comenzó a pervertir las células vivas de ese cuerpo y que pronto hará mucho más.
— Os conste, por favor, que no me interesa un pijo lo que pensáis de mi, menos la que aquí parece una condesa y de hecho es una bruja de las más rastreras. Su incomprensible filosofía orgánica irrita mi última neurona y cancela cualquier razonamiento del buen sentido literario.
Bene, bene, los invitados ríen con la escena, el objetivo es adorable y ha descarriado del todo. El aire se mueve para comprimirse en un potente halo, concentrado sobre el Marqués. Se produce una explosión parecida a los fuegos artificiales, que sobresalta el público. En ese nimbo se eleva una música sublime, por la gracia del desaparecido. Las cosas como son. Seguid disfrutando de la fiesta.
Ah, ¿no se dieron cuenta? No importa tampoco, porque Messere Monster despertará en Kastonia, carente de recuerdos y sin pantalones.
¿Dónde está Kastonia? Queridos míos, hay que leer Entre las arenas de Pesenia para entender la nueva trama.
Sólo me pertenece adelantar que la historia de Mr. Monster nunca ha sido fácil y jamás dejará de ser compleja.
El fuego en el bosque destruye la naturaleza y de muerte a personas y animales.
La palabra en la universidad enseña verdades y da conocimientos sabios. Pero volviendo al fuego. Hardia el tronco ancho de una encina en la sierra. El rayo de la tormenta de anoche se había ensañado con ella.
La mañana estaba radiante, la tierra mojada desprendía aromas diverso que el aire recogía y los mandaba a la bóveda celeste.
Mi necesidad de caminar había conducido a mis píes hacia aquel terreno virgen.
Contemplé la escena del tronco quemándose, oí su lamento o era llanto, no sé, lo que si sé es que me sentí inútil al no poder hacer nada por aquella que entre llamas sucumbia.
Comencé a recitar unas palabras de despedida. Decían así.
Nacemos y morimos y, hoy, mi encina preciosa te ha tocado a tí.
Habitaba el ratoncillo Agromón un claro del bosque, en un espacio invadido por un castaño milenario, entre cuyas raíces había fabricado la ratonera. Allí dormitaba la mañana del martes pasado en compañía de su señora doña Rosa y una camada de seis ratoncillos. La noche al parecer había sido tranquila porque había colocado a la entrada unas ramas verdes a fin de evitar la temperatura exterior, treinta grados.
Serían las siete de aquel día cuando doña Rosa le dio un empujoncito, porque notaba un raro olor. Despertando completamente, retiró las hojas verdes y asomó la nariz y los ojillos. ¡Fuego! ¡Horror! Cerró otra vez y volvió al fondo de la ratonera. Afuera solo había logrado ver una superficie muerta. Entonces se sentaron los dos frente a frente y se miraron porque no sabían qué hacer. Al fin se pusieron a revisar las viandas de que disponían: bellotas, castañas, una nuez y un par de saltamontes. Poca sustancia si duraba mucho el fuego. Tendrían que salir y rebuscar en los alrededores. Abandonaron la ratonera de buen día y cuando estaban recogiendo unas moras y los pomos de un espino, llegó medio asfixiado Agroleón, un ratoncillo que traía los bigotes chamuscados y que no se le caía otra palabra de la boca que huir. Él había visto hacerlo a un zorro y a un jabalí y bandadas de aves estaban abandonando el bosque.
—Pero es que tenemos seis ratoncillos. Morirán si desistimos. Tú lárgate, desaparece, y cuando todo haya pasado vuelve a ver si hemos logrado subsistir. Con lo que tenemos en la despensa nos apañaremos.
Pasaron cuatro días y como el olor a humo era insoportable decidieron salir de nuevo. La ratonera además ardía. Establecieron un turno. Dejó doña Rosa al señor Agromón al cargo de los ratoncillos, echó a un lado las hojas que habían perdido todo el verdor y con suma cautela sacó la cabecita. Nada, todo negro. Solo se había librado un arbolito que había nacido en primavera. Se acercó hasta él sigilosa y descubrió entre la raíz un objeto que brillaba. Lo olió y metió el diente. No parecía cosa de comer, pero dentro habían agotado todas las provisiones. A todo correr llegó en aquel instante Agroleón.
—¿Qué comes? Déjalo, no lo comas, parece un objeto raro.
Con las voces apareció el señor Agromón. Roía el caparazón de un mechero.
Estudiaron atentamente el artilugio. ¿Quién lo había abandonado allí y por qué? ¿A santo de qué se había librado del fuego? ¿Para qué serviría? ¿Lo romperían a mordiscos? ¿Lo esconderían bajo tierra?
Moraleja:No te calientas la cabeza preguntando cómo ocurrió. Y para tu santiguada te recuerdo que los ratoncillos no fuman.
Cabizbajo, con los ojos medio cerrados y tristes, muy triste, casi sonámbulo, sólo piensa una cosa, sólo un tema bombea una y otra vez su cabeza.
El temor a una palabra. No se atreve a decirse a sí mismo todo lo que conlleva, ni tan siquiera se atreve a pensarla, asumirla. A tragarla y digerirla.
Cuando el miedo le va ganando la partida, las preguntas más normales aparecen en su vida. Dando vueltas por una mente aturdida ¿por qué, a él?
Las primeras lágrimas estaban escondidas arropadas por la fortaleza. Y surgen como un chorro, un río entre suspiros, la ansiedad, le desborda, se escapan y salen junto con el miedo, ya no puede aguantar, sujetarlo por más tiempo.
Tiene un nudo en la garganta, un miedo que se extiende por todo el cuerpo, un fuego en el estómago.
No, no quiere comentarlo a nadie, ese fuego diario que le quema, le abrasa, ese dolor agudo, la hinchazón del estómago y la pena. Todo es culpable, consecuencia y causa.
El tremendo ardor del reflujo lo está consumiendo lentamente, el fuego que siente en el estómago junto con las pulsaciones del corazón, él sabe que se va a derrumbar en cualquier momento. ¡Que no aguanta más el dolor! Y quiere llegar a la soledad de su casa. Pero tendrá que hacerse el fuerte, un tiempo.
Mientras las fuerzas lo acompañe.
Está triste y pensativo afrontando un presente inesperado, posible proceso por el que no sabe cómo saldrá adelante. Sólo tiene un miedo infernal a qué todo acabe. Un miedo inmenso a lo desconocido, emprender el viaje. A la situación que le ha caído de buenas a primeras. Y sigue sin entenderlo bien. Está confundido entre un final o tal vez será, un principio.
No tiene ganas de comer y la masa muscular va desapareciendo de día en día. A pasos agigantados. Está intentando asimilar, lo inasimilable. En » shock » desde el otro día, que habló con su médico, y este le mandó 24 sesiones de quimio. Así, sin más. A él. Sin previo aviso.
Es un fuego interior que lo abrasa lentamente, después de cada sesión. Un cansancio infinito que lo adormece y lo domina. Una sensación muy extraña que lo debilita. Se siente más culpable, la realidad lo atosiga, no sabe que ha de hacer, ¡que hacer! ante las nuevas expectativas.
El giro tan radical que ha dado su vida.
Se está volviendo su cuerpo casi como una sombra de huesos, donde los pantalones y camisas se volvieron demasiado grandes, y los ojos amarillos.
Es un fuego insoportable que te va consumiendo
Todo el dolor, el ardor se sobrelleva en silencio cuando hay una sola esperanza.
Pero el médico lo dejó claro: ‘depende de las circunstancias’, la evolución de la enfermedad, nos llevará al pronóstico real.
Nada se sabe hasta pasado el tiempo.
-El tiempo como eterno dilema – ¡Qué le ha pasado a mí tiempo! Se pregunta. A los tiempos de tantas gentes en un momento consumidos. Reflexiona en silencio.
.
Él se quedó sólo, completamente cuando ella murió. Tenía todo el tiempo del mundo para él, le sobraban tantos recuerdos. Pero ahora es muy diferente. Se le vino todo el mundo abajo. Se acostumbró a una soledad permanente, del trabajo a casa, y de casa al trabajo. ¿Cómo afrontar el día de mañana?
Ahora que me queda. ¿Qué he de hacer? Sólo recuerdos amontonados de una vida casi pasada. ¿Para qué, todo ese esfuerzo de vivir? Esas ganas de ahorrar, el increíble y diario esfuerzo, trabajo. ¿Para qué?…, si al final…
Si, en cualquier momento tendré que morir. Asimilar ese final. Entre el fuego de la vida, y el abismo por sobrevivir, en esta deriva de no saber dónde ir.
Repartir el tiempo que me quedé. Es lo único que puedo hacer, me leeré un último libro de esperanza en el más allá.
Tarde oscura de invierno, como tantas tardes frías y solidarias, se terminó la historia de una vida más. ¿Cuántas personas han muerto en soledad? También les tocó luchar, entre el fuego de la vida y el silencio de la muerte. Cómo todos tenemos que cruzar ese puente.
A todos aquellos que se vieron abrasados por el fuego de una quimio, y lo llevaron con una resignación impecable, les quiero dedicar mis letras de hoy.
Y es ese el juego, como el de aquel todopoderoso primer fósforo; así el respeto constante y continuo por los demás y por uno mismo; el cortejo; el galanteo; el enamoramiento; la ilusión de estar vivo; el ser útil y sentirse satisfecho, el único fuego que se debe mantener encendido.
Eran casi las nueve y media de la noche cuando alguien gritó al fondo del restaurante: “¡FUEGO!”. Transcurrieron unos segundos en los cuales los clientes buscaron inquietos con la mirada una señal que los sacara de la incertidumbre, y la encontraron al ver salir corriendo de la cocina a un muchacho gritando que a la calle todo el mundo. Entonces se desató la locura: codazos, empujones, pisotones, todo valía con tal de salvar el pellejo. Él los miraba desde su mesa, dando cuenta de una rica tarta de queso. En cuestión de segundos se quedó solo, paladeando el postre. Al terminar sacó el dinero que había calculado que costaba la cena, lo colocó sobre la mesa, y con parsimonia se dirigió a la puerta del restaurante, justo cuando llegaban los bomberos. Todo quedó grabado en la cámara que había en la sala, y no tardó en ser emitido en los noticieros. “Se produce un incendio en un restaurante, y vean la reacción de uno de los clientes”. Así se lo contó un periodista que, asediado por la curiosidad, no cejó hasta encontrarlo, en el rincón de la calle donde tenía sus escasas pertenencias. Tras escuchar la pregunta que todo el mundo se hacía, aquel hombre miró con aplomo al periodista y afirmó:
– Hay un fuego que arde y un fuego que quema. Como puede usted ver, lo he perdido todo. Tengo unas mantas, un poco de comida. Ese día me acicalé especialmente para comer como Dios manda. Para mí era algo especial, y nada me iba a estropear la velada. El fuego que arde no me asusta. Trabajé varios años de bombero. Lo que debería asustar es la codicia, la envidia, la ceguera, ese es el fuego que a mí me quemó. Primero me quitó el sueño, y después todo lo demás.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
El fuego de tu mirada,
alumbra una sonrisa,
junto con una caricia anhelada.
El dios del fuego,
comienza su hechizo,
haciéndonos presos,
de su destino.
Desnudos comenzamos a danzar,
al compás de las olas que rompen en la orilla del mar, pronto la luna llena atrapará nuestras almas y las depositará en el reflejo del agua convirtiéndonos en espectros, muertos en vida o en sirenas.
Las estrellas rodean el horizonte,
el olor a quemado,
atrapa mis sentidos,
mientras aguardo mi final.
LOLY MORENO BARNES
¡ LAMEBOTAS!
Querido amigo :
¡Con tu fuego en la boca, y en alas incandescentes, me has acercado las musas para mi relato!
Sin tener fundamento, ni conocerme de nada, me has llamado “ lamebotas” y me rindo a tus pies, por entregarme con tu bocanada ardiente tal inspiración.
Igual te digo amigo, que no ofende quien quiere, sino quien puede.
¡ Tú no puedes ofenderme con tal niñería!
Se dice que cuando una ofensa busca destinatario y esté no la recibe, su patrimonio sigue siendo del remitente y se queda para sí mismo todo lo cruel que quiere entregar.
Quizás nunca leas esta misiva porque no estás entre mis contactos de vida, donde sólo están agregados los que tienen algo bueno que dar o recibir.
Aun así, me he tomado un tiempo a dedicarle atención al vocablo con el que me describes : “lamebotas”.
El diccionario dice:
Lamebotas:
Persona que hace un alago con un interés .
Se puede escribir separado o junto “lame botas” o “lamebotas” y por cierto es un americanismo. Eso que tanto repeles.
He pensado sobre ello y no le encuentro lógica, porque al contradecir tus ideas en cuestión ( que no vale la pena ni describir), solo pretendía hacer justicia y aclararte que no teníamos la misma perspectiva del asunto, aunque respeto tu opinión.
En ningún momento tuve la intención de recibir recompensa de nadie por mi aporte en comentario escrito .
Sirva de ejemplo, que cuando sale fuego por una boca es porque hay más en el interior, como en un volcán, material y temperatura propensa a ser combustible.
Atentamente :
Tu supuesta amiga ”lamebotas”.
CÉSAR BORT
El consejo se reunió alrededor del fuego eterno que nunca debe apagarse. No eran buenos tiempos. Hacía días que los hombres no cobraban piezas de caza ni los árboles, secos como piel de lagarto, daban frutos. Los azules nos habían contado que, al este, existía un rio y tiendas hechas de barro a las que llamaban casas. Que habían domesticado tierra y animales para tener siempre comida y no tener que andar tras ella.
Estábamos famélicos y cansados. Había que decidir si ir, como cada año, hacia el oeste, siguiendo a las manadas que buscaban hierba fresca, o probar fortuna en el rio y sus cañizales.
La matriarca amamantaba a su bebé, mientras escuchaba las opiniones. Nasim se puso en pie, echó un leño al fuego eterno que nunca debe apagarse y habló:
―Los azules dicen que en el este hay comida y agua en abundancia, mucha gente pero escasos guerreros. Dicen que son débiles y se quiebran, fácil y rápido, como rama seca.
»Nosotros somos pocos, pero tenemos buenos arcos. Nuestros ancestros nos enseñaron a perseguir la comida y ahora está en el este, miedosa y quieta.
Nasim se sentó y acomodó las manos en el regazo. Se levantó Liana y alimentó el fuego eterno que nunca debe apagarse:
―Los azules dicen que en el este hay tiendas hechas de barro, que han domesticado la tierra y los animales. Dioses poderosos los asisten y les prestan su magia…
Un murmullo interrumpió a Liana.
―Dejad que termine ―dijo la matriarca.
―También nosotros tenemos un Dios poderoso que nos asiste ―protestó Nasim señalando el fuego eterno que nunca debe apagarse.
―Dejad que termine ―insistió la matriarca. Y apartó al bebé de su pecho y se lo dio a Ben Sain para que lo acunara.
Liana continuó:
―…, pero nuestro Dios es más poderoso, encendió el fuego eterno que nunca debe apagarse.
Nasim asintió, entendiendo qué quería decir Liana. La matriarca se puso en pie y echó un leño al fuego eterno que nunca debe apagarse y decidió:
―Resguardad, en el Arca, el fuego eterno que nunca debe apagarse. Iremos al este.
Estábamos preparados para partir, con la primera luz del alba, cuando llegaron los azules. Se les había apagado el fuego que les habíamos dado. La matriarca les ofreció que nos acompañaran, que se unieran a nosotros. Ellos conocían el rio y sus cañizales; nosotros teníamos el fuego que necesitaban.
Subimos la ladera y contemplamos las tiendas hechas de barro, la tierra partida; cruzada por pequeñas acequias; los animales encercados. El rio se movía majestuoso, lento y en silencio como una serpiente buscando presa.
Abrimos el Arca y prendimos las flechas en el fuego eterno que nunca debe apagarse. Atacamos. Los azules delante, pues su carne era más barata, nuestros guerreros detrás, disparando las saetas incendiarias.
El fuego eterno que nunca debe apagarse se extendió por campos y casas. Devorándolo todo: animales, personas y dioses. Propagándose hasta llegar al temor de la gente e instalarse, como en el nuestro, en sus corazones.
ARCADIO MALLO
LLAMARADAS
Prendió el fuego y se sentó pacientemente, a ver como las llamas escapaban ladera arriba, como pecadores perseguidos por el mismo diablo. Y bien cierto es que convirtieron la noche en un infierno y la montaña en mártir de un sin porque.
Lejos de lamentar sus actos, se jactó en el bar del pueblo, cuando aún no todos habían podido volver a casa. Dio con el culo en la cárcel, claro, pero nadie llega a entender por qué hizo aquello. Si tenían claro que loco no estaba, aunque sus hechos fueran propios de uno.
Condenado al exilio, no dudó en repetir sus actos cada vez que quedaba libre. Quizás, y solo quizás, fuese una forma macabra de transmitir al mundo que su vida era un infierno. ¡E igual se consideraba un artista! Lo cierto es que, metafóricamente, ayer, terminaba su periplo, precisamente en uno de sus infiernos, quemado por el fuego divino.
Y es que ya lo dice el refrán: quién juega con fuego…
PEDRO A. LÓPEZ CRUZ
RUMIANTE
No podía dejar de pensar. Pero seguía sin encontrarle un sentido a todo aquello. Trató con todas sus fuerzas de soltar lo que llevaba a sus espaldas… sus pensamientos confusos, las múltiples dudas y ese sentimiento de culpabilidad que se le clavaba como una cuchilla a medida que avanzaban los minutos. Lo sabía. Había llegado la hora de pedir perdón. Antes de que fuese demasiado tarde. Eran muchos los errores que había cometido y aquel momento era decisivo, un ahora o nunca. Sentía como algo decisivo e irreversible estaba a punto de suceder. Definitivamente, en cualquier momento. Y eso le producía un pánico indescriptible.
De pronto, su mente regresó a la realidad y volvió a ser consciente de dónde se encontraba. Tumbado sobre el polvoriento suelo de arena, apenas podía moverse para alcanzar su fusil. Miró hacia arriba y solo alcanzó a ver las copas de los árboles, que se cernían amenazantes sobre él. Sin embargo, al bajar la vista a ras de suelo, pudo comprobar horrorizado como todo su batallón había caído. Un rosario de cuerpos destrozados y vísceras sangrantes se encontraba, disperso, ocupando ambos lados del camino.
A escasos cientos de metros de su posición el fuego devoraba literalmente la selva. La densa humareda y el olor a carne quemada eran insoportables. Hacía pocos minutos que todo había comenzado a ser arrasado por el napalm y las llamas avanzaba sin control. Una cortina devastadora que había surgido, como si se tratase de un conjuro, tras la incesante lluvia de bombas incendiarias con las que enemigo les había obsequiado. Pero ni siquiera el impulso que da del pánico más irracional conseguía hacer que se incorporase, ni dar un solo paso.
Fue entonces cuando la vio, al tratar de girar la cabeza, emergiendo de entre las llamas. No podía dar crédito a sus ojos. Al principio supuso que aquella pequeña cabra blanca era propiedad de alguno de los aldeanos y había escapado huyendo del fuego y la destrucción. Pero fue al detenerse frente a él cuando comprendió que había algo más. Dos profundos ojos negros que lo miraban fijamente mientras el animal parecía poseído por una extraña rigidez, transmitiendo un presagio realmente inquietante. Luego se sucedieron unos minutos de un tenso silencio, solo roto por el crepitar del fuego. Y sucedió algo inaudito. De repente, la cabra fue transformando su aspecto, aumentando de tamaño e incorporándose de manera progresiva sobre sus dos patas traseras. Los ojos habían cambiado a un rojo intenso, totalmente inyectados en sangre. En aquel momento, su fisonomía sobrehumana nada tenía que ver con el inocente animal que minutos antes había aparecido de la nada. Al intenso olor del napalm se sumó otro mucho más nauseabundo, un olor que aquel experimentado militar nunca antes había conocido.
De repente entendió dónde estaba y fue entonces cuando comenzó a entrar en shock. Tembloroso, comenzó a ser consciente de la verdadera realidad que estaba viviendo y un escalofrío recorrió su maltrecho cuerpo. Consideró que treinta y tres años no es edad suficiente, pero hay cosas que no entienden de reglas ni de plazos. Al igual que el resto de integrantes de su batallón, él también había cruzado el umbral hacia el otro lado, adentrándose en los oscuros dominios de una muerte que hacía tiempo que ya se había apoderado de él. Algo que, hasta ese momento, desconocía.
Por su cabeza comenzaron a desfilar las imágenes de la barbarie y las atrocidades que había cometido. Poblados arrasados, criaturas masacradas, niñas y mujeres salvajemente violadas y cientos de cadáveres a sus espaldas que iban aparecieron uno a uno, frente a sus ojos, con una nitidez pasmosa. Solo entonces sintió verdadera repugnancia. Un profundo asco por sí mismo y por las bestialidades de las que puede ser capaz la especie humana. Pero algo le decía que ya era tarde, y que el tiempo del perdón había concluido.
El macho cabrío se acercó entonces hacia él, con una media sonrisa. Lentamente, procedió a extraer su alma, asegurándole así la estancia eterna en aquel lugar infernal, pasto del fuego y del tormento más angustioso que una mente pueda llegar a concebir. Nada que ver con el lugar que le habían descrito en la catequesis. En aquel instante, supo que el verdadero Infierno es prácticamente imposible de describir. Sobre todo, para alguien que nunca ha estado allí.
DAVID DURA
Los pobres animales no tenían donde esconderse en la antigüedad, bueno tampoco ahora. Los incendios no eran controlados, podían durar meses y arrasar sin fin.
No existían medios para poder apagarlos y el ser humano no estaba detrás de su autoria.
Entre un ciervo, un gato montés y una tortuga, siendo los más listos de la selva, también otros eran listos pero estos ya tenían página web, fueron en busca del inicio del incendio.. ( quizá el primero).
Andaron, atravesaron huertos sin pisar lo plantado y muchos peligros.
Allí estaba, uno de cuatro hojas con un mechero y folios de otros autores con escritos básicos para el.
Malditos egocéntricos.
Su cabeza giraba entorno a él.
De ahí su mareo..
Tiempo después, los escritores de cuarto milenio hojas eran todos animales y así surgió la cosa, a veces no ser perfectos ni tan listos.
Tampoco es para pegarle fuego a la cosa…
NEUS SINTES
Después de muchos intento por huir de la casa donde residía. Sin logro alguno. Decaída y maldiciendo su mala suerte en este mundo. Una noche de tantas otras despertó acalorada por las pesadillas que la atormentaban. Oía los gritos de sus padres resonar frecuentemente en la vivienda, mientras los vecinos se quejaban constantemente, Tanya derramaba lagrimas sin cesar, al ver la violencia constante que en en su casa frecuentaba.
Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad de una vida de tinieblas. Su vida se derrumbaba a cada paso, a cada instante. Quería huir, sin ser consciente de las consecuencias que podría tener. Tanya no sabía cuántas denuncias habían puesto los vecinos, quejándose de los ruidos y destrozos.
Una noche dejaron a Tanya sola en la casa. El silencio le era nuevo para ella. Incluso agradable. Aunque sabía que duraría para siempre. Solo había una solución. Huir sin dejar huellas, sin dejar rastro de su paradero ni de su atroz vida anterior. Ahora o nunca.
Del cajón de la mesita de noche de su padre, sabía que allí guardaba su cenicero junto al montón de tabaco que guardaba. Encendió el fuego, y lo dejó arder, mientras se alejaba de allí, para siempre.
EFRAIN DÍAZ
Cuando entré, el auditorio de la universidad estaba abarrotado. No habían asientos disponibles y los estudiantes que no tenían asiento, optaron por sentarse en los escalones, en los pasillos y en las esquinas. Decidí tomar la conferencia de pie. Era mejor de pie a no tomarla. Me aposté en una esquina y esperé. Faltaban escasos minutos para que comenzara la lección magistral a cargo del filólogo Manuel Alvarez Nazario, Presidente de la Academia Puertorriqueña de la Lengua.
Pasados los actos de presentación, el catedrático Alvarez Nazario tomó el micrófono y preguntó al público «cuál ha sido el invento o descubrimiento que revolucionó a la humanidad».
-El internet- contestó uno de los estudiantes.
-El internet revolucionó la forma de comunicarnos y de acceder a información, pero no revolucionó a la humanidad, bueno, en cierta medida sí, pero vayamos más para atrás- indicó el filólogo.
-La imprenta- contestó otro.
-La imprenta revolucionó la forma de imprimir y distribuir, pero no revolucionó a la humanidad. Vamos un poco más para atrás- dijo el filólogo.
-La escritura- gritó un estudiante desde el fondo.
-Si, la escritura definitivamente revolucionó a la humanidad. Aprendieron a documentar, pero no me refería a eso precisamente, Vamos más para atrás, vamos.
Se hizo un silencio sepulcral en el auditorio. Un silencio tan ensordecedor e incómodo, que si hubiese caído un alfiler al suelo, hubiese hecho un estruendo.
Entonces el filólogo rompió el hielo.
-El fuego, mis queridos alumnos. El fuego ha sido el descubrimiento que ha revolucionado a la humanidad. Cuando el «homo erectus», nuestro predecesor, descubrió el fuego, todo cambió y cambió para siempre. Con el descubrimiento del fuego, hace poco más de quinientos mil años, el hombre aprendió a protegerse del frío, de los depredadores, a cocinar alimentos, pero lo más importante del descubrimiento del fuego, es que aprendieron a reunirse en torno a él. Gracias al fuego, descubrieron que no todo era cacería y trabajo. En torno al fuego, descubrieron el ocio. Al congregarse en torno al fuego, comenzaron a compartir. Comenzaron a contar historias. Historias de cacería, historias de batallas entre clanes. Exageraron datos y hechos y comenzaron las leyendas. Aparecieron héroes y mitos. En torno al fuego, contaron historias, cultivaron la imaginación, reforzaron tradiciones sociales y crearon cultura. Alrededor del fuego nacieron los primeros narradores. Y gracias a esos primeros narradores, esos primeros contadores de historias, es que nosotros estamos aquí hoy. Gracias a ese primer fuego que reunió al homos erectus y lo indujo a contar cuentos y a inventar historias, nosotros existimos. Somos la herencia y el legado de esos primeros contadores de historias. Ya no nos congregamos alrededor del fuego. La tecnología nos permite contar historias y cuentos sin necesidad de encender una fogata. Sin embargo, el fuego significa esa primera llama de cultura y literatura que surgió y no debemos permitir que se nos apague. Debemos mantenerla siempre viva y ardiendo en nuestras mentes y en nuestros corazones. Debemos continuar con la tradición de contar cuentos e historias. Honrar la memoria de aquellos antepasados que junto al fuego, comenzaron la tradición de contar. A eso se reduce nuestra existencia, queridos alumnos. A contar historias. Los filólogos y los literatos contamos historias. Somos cuentistas. Somos el patrimonio, la transmisión y la continuidad de esa milenaria costumbre que comenzó con el fuego hace miles de años, y que con fuego o sin él, debemos de continuar. Contar, contar y contar. Mantener viva la tradición hasta el último soplo de vida, mis queridos alumnos. Tal y como lo hicieron nuestros predecesores junto al fuego.
Nadie osó interrumpirlo. Todos estábamos hipnotizados ante su cátedra. Cuando el profesor terminó, el auditorio estaba en completo y absoluto silencio. Silencio que fue interrumpido por un aplauso, luego por otro y otro y otro, hasta que el auditorio se transformó en un sonoro e interminable aplauso.
El fuego ha sido el descubrimiento que transformó a la humanidad para siempre. Si hoy día hay quienes nos dedicamos a contar cuentos y narrar historias, se lo debemos al fuego y a esos homos erectus que se congregaron en torno a él.
RAÚL LEIVA
Resonancia 4.0
El duro rostro se encontraba iluminado por el fuego.
A su alrededor el paisaje se le antojaba surrealista, sin bordes ni sombras. Toda quietud se encontraba mitigada por el fuego. No había ningún sonido además del crepitar de las llamas.
La imagen de la casa ardiendo se multiplicaba en sus ojos que ya no parpadeaban.
Dentro de la vivienda estaba su familia o lo que quedaba de ella.
La mano de su madre lo perturbó posándose en su hombro.
Desde atrás lo miró con tristeza mientras una sonora convulsión comenzó a crecerle en el pecho. Las lágrimas comenzaron a brotar al mismo tiempo que los insultos. Sus brazos se aferraron más a sus piernas convirtiéndose en una bola de carne dura que vibraba en la noche.
—Era necesario. Nunca te ibas a librar de sus miradas. Ellas no podían entenderte — Intentó tranquilizarlo la madre y se agachó a abrazarlo. Sus cuerpos se fundieron en uno. Sus corazones latían al unísono. —Te llamaron “Cenicienta” maliciosamente, te robaron la historia y tu padre te alejó de mis brazos.
Con un fuerte empujón se separaron. Miró a su madre a los ojos con los puños cerrados al punto de lastimar sus palmas. Contuvo su respiración más de un minuto mientras la miraba. De un solo tirón se arrancó la mugrosa camisa y descubrió su pecho.
—¿Me vas a explicar que significa esto? —Le gritó a su madre con todas sus fuerzas.
Ante el silencio reinante comenzó a arañarse el pecho intentando arrancar la piel.
La madre no tuvo corazón para contarle el significado de ese nombre. Podía significar muchas cosas tales como un puerto, una ciudad de origen, alguien que pudo ser su padre, pero en realidad era mucho peor que todo ello junto. Ahí estaban escritos los destinos de los nacidos como él. “Los malditos” los llamaban en el pueblo, “los hijos de la resonancia” los habían bautizado en el laboratorio, a él las hermanastras por el color de su cabello, le decían “Cenicienta”. La mayoría habían muerto al nacer, solo unos pocos lograron ver la luz. A algunos los adoptaron, a otros los compraron como atracciones de circo. La suerte quiso que su destino fuera la casa de tres degenerados.
No pudo más con la culpa y le separó los brazos del pecho. Lo abrazó con todas sus fuerzas hasta que pudo calmar tanta rabia contenida.
—¡Ese nombre no te va a solucionar nada! ¡No pierdas el tiempo buscando explicaciones! ¡Ya lo que hiciste no tiene remedio! Esos que mataste no son tu familia, los únicos que podemos ayudarte somos nosotros, tus doce hermanos y yo. Ese Nombre te va a trascender, pero no va a ser gratuito. Vos eras el último que quedaba por buscar. Todavía estás a tiempo de salvar tu propósito.
El rostro del bastardo se desfiguró intentando leer el tatuaje, en vano fueron los esfuerzos por entender. En un acto desesperado de entre sus ropas sacó un maltrecho cuchillo. Miró los ojos de esa mujer y sintió una tremenda sed de venganza, pero también necesitaba un propósito, una respuesta. Pensó de prisa y sin orden: era ella o él.
—¿Vamos? —le preguntó la mujer.
Tomó el cuchillo con extraordinaria fuerza hasta quebrar su mango en dos. Aflojó los músculos de su cara y decidió seguir a la mujer a través del camino del bosque. Atrás quedaba la casa convirtiéndose en cenizas.
Marcharon en silencio durante una hora hasta dar con una mugrosa cabaña. Dentro de ella estaban los doce bastardos. Tenían los ojos grises, sin brillo, como muertos en vida.
—Hemos llegado. Ya es el tiempo de los destinos. Ahí están las respuestas —dijo la mujer. Los “malditos” lo examinaron de arriba a abajo, el que se encontraba más cerca le arrancó la camisa con un tirón. Entre la sangre y la suciedad se alcanzó a leer la sigla de los laboratorios donde los habían engendrado. Cayeron de rodillas y sentaron al último bastardo en medio de ellos. Las preguntas sobraban, la comida se terminaba como el tiempo que les quedaba para resolver lo que había comenzado hace treinta y algo de años. Un silencio los envolvió, la calma nunca estuvo tan alejada de su significado. Sin mediar avisos, las puertas cedieron ante los golpes y los gritos. Los aldeanos entraron por cada abertura a la precaria cabaña y se los llevaron a todos, encapuchados con trapos malolientes y golpeándolos todo el tiempo. “Malditos” le gritaban todo el tiempo, “bastardos” los señalaron, “aberraciones del destino” hubiera sido el titular del diario que cubriría la noticia. Los separaron, solo dejaron viva a la madre como un testigo de los hechos. La soltaron luego de unos años desvariando y buscando a tientas cabos sueltos que nunca encontró. En otra parte de la ciudad, los resonadores y el laboratorio Ingeniería Nacional de Recursos Industriales se desmantelaron para que nunca nadie hable de ello. Los cadáveres fueron quemados en distintos puntos del país, ante la vista de todos. Al último maldito, lo exhibieron muerto y desnudo clavado en lo alto de unos maderos, con los brazos abiertos. Le habían arrancado la piel del pecho y la habían colocado sobre su cabeza para que todo el mundo lea esas cuatro letras que se grabarían a fuego en el inconsciente colectivo.
Hay hogueras que nunca van a apagarse.
GABRIEL MARTÍN CUVILLAS PÉREZ
«AMARGO»
Lo vio todo. Decidió no atestiguar con la ley. Caminó silbando una milonga rezongona. Entró en el Bar El Ombú. Pidió mate amargo y tortas fritas e invitó una ronda a los parroquianos. Sorbió el primer amargo y pensó en ella, en el incendio y el porqué.
GUILLERMO ARQUILLOS
DE NO SE SABE DÓNDE
No tenía ningún uniforme especial, pero se veía que era un profesional por la manera en que corría, recortaba ramas del suelo y por cómo golpeaba con ellas las llamas, sin descanso, sin respiro. Gritaba para ponernos a nosotros en marcha. Nos daba órdenes, aunque nadie lo había puesto al mando.
—Tú y tú, id a aquella parte. Golpead la base de las llamas con las ramas. Tened cuidado.
—¿No sería mejor bajar a las casas a por cubos? —preguntó uno.
—Ni hablar —dijo—. No da tiempo. Las llamas cruzarían la carretera y vuestra urbanización quedaría destruida.
La verdad es que yo no entendía muy bien cómo podría atravesar el fuego una distancia tan ancha y sin vegetación, como era la carretera asfaltada. Pero confiaba en él, porque transmitía seguridad en lo que hacía: era el único que sabía de qué forma actuar.
Tendría como unos treinta años. Era moreno, alto, de constitución fuerte. Se veía que estaba en buena forma física. Había aparecido allí, no sabíamos cómo, para ayudar a que no ardiese el otro lado del camino.
El fuego se iba avivando en aquella parte del monte. El viento contribuía a que las llamas fueran más y más altas y se inclinaban con peligro hacia los que intentábamos apagarlas.
No teníamos agua. Los camiones no habían llegado, quizá porque en algún punto más bajo del monte la carretera estaba cortada por el incendio. De vez en cuando, pasaba uno de los helicópteros y dejaba caer agua sobre los árboles que estaban ardiendo. Durante un momento, aquellas llamaradas perdían energía. Incluso, en algunas zonas, se apagaban por completo. Pero el incendio permanecía con toda su fuerza monte arriba. La humareda nos hacía difícil respirar cuando las rachas de viento soplaban hacia nosotros. Casi todos teníamos los ojos llorosos por el humo y por la impotencia. El calor que desprendía aquel desastre era insoportable. Algunos nos habíamos puesto pañuelos en la boca para filtrar el aire viciado y evitar que el humo se nos metiera en el pecho.
«Con más fuerza, ¡ánimo!», gritaba. «No dejéis de golpear la base de las llamas».
La cuneta del lado superior de la carretera estaba ardiendo por completo. De pronto, el viento levantó algunas ramas prendidas que, empujadas por una mano macabra, volaron por encima del asfalto y fueron a parar a la cuneta del lado de las viviendas.
En ese instante comprendí lo que decía aquel desconocido: las llamas podían cruzar con facilidad. Tuvimos suerte: dos de los nuestros consiguieron sofocar el pequeño incendio de este lado. Y proseguimos todos en aquella lucha imposible.
¿Os habéis sentido alguna vez así? ¿Habéis comprendido de repente que no sois nada frente a las fuerzas irracionales: el fuego, el viento, las llamas…? Os aseguro que uno llega a convencerse de lo poco que puede hacer. Es como si aquello que está sucediendo no fuera real. Y te das cuenta de que cualquier racha de viento va a lograr que te abrases sin remedio. Lo único que está en tus manos es seguir luchando. Solo eres capaz de apretar los dientes para continuar. Te llenas de rabia y de miedo.
Creedme: es una experiencia horrible. Siente uno la imposibilidad de evitar lo que no se atreve siquiera a pensar. Sabes en ese instante que todos nosotros somos solo pequeñas briznas secas que se elevan por el calor que se desprende del fuego. Que las llamas te llevarán donde quieran llevarte.
Pasó de nuevo un helicóptero contra incendios. Esta vez soltó la carga de su bolsa a poca distancia de nosotros, justo por encima de la cuneta que intentábamos apagar. Los pilotos de los medios aéreos suelen tener cuidado de que el agua no caiga sobre las personas porque, al arrojarla con fuerza, puede causarles graves daños. Por eso intentan empapar la vegetación cerca de ellas, pero con precaución, para no golpearlas directamente.
Así, quedó una zona que ardía en la cuneta opuesta y estaba alejada unos pocos metros del incendio mayor. Entre ambos sectores había una banda de cenizas mojadas.
Aquello supuso para nosotros una inyección de moral. El fuego había perdido gran parte de su fuerza. Ahora solo quedaba sofocar aquella cuneta abrasadora, llena de ramas y maleza incendiada.
«Parad, parad», gritó aquel desconocido por encima de todas nuestras voces. «Parad y respirad un poco. Vamos a ser capaces de controlar la situación. Este maldito fuego no podrá con nosotros».
Y nos detuvimos para tomar aliento.
Fue horrible: la peor escena que he visto en mi vida. La más espeluznante, la más espantosa. La he reconstruido cientos de veces en mis pesadillas: una racha de viento sopló muy fuerte, bajó de la cima del monte y levantó una lengua de fuego de la cuneta. La llamarada se inclinó con rapidez sobre el relajado desconocido, que todavía estaba diciendo que descansáramos unos minutos.
Su ropa se incendió en un instante. No gritó, no se quejó. Todos pudimos ver pavor en sus ojos. Mientras algunos golpeábamos con las ramas, él intentó apagar su cuerpo rodando por la carretera. Pero las llamas fueron más fuertes y lo vencieron en la lucha. De repente, la bola de fuego en que se había convertido aquel hombre, se detuvo. Ya no giró más sobre el asfalto. Ya nunca giraría más sobre el asfalto. El olor… ¡mejor no os describo lo horroroso que era! No lo podremos olvidar jamás.
Pasó de nuevo el helicóptero que, al ver que nos habíamos alejado de la cuneta, se acercó lanzando ahora su carga sobre ese maldito incendio. Actuó con gran precisión: lo apagó casi por completo e incluso cayó agua sobre el cuerpo inmóvil de nuestro amigo. Ya era tarde.
Todos nos situamos cerca, pero sabíamos que aquel hombre estaba muerto. No podía haber sobrevivido a la violencia y al calor de aquella llamarada. Muchos empezamos a llorar. Yo sentí el gusto amargo y salado de mis propias lágrimas.
Volvió a caer agua desde el otro helicóptero.
Fue un día triste. Nuestras casas se habían salvado. El incendio se terminó extinguiendo. Cientos de árboles quemados son testigos de lo que digo. Al otro lado de la carretera todo son ahora cenizas que tardarán muchos años en dejar ver un nuevo bosque de pinos.
A este lado, nuestras viviendas: intactas.
Y, en el centro de la urbanización, una escultura que recordará durante muchos años la memoria del que supo ayudarnos a conservar a salvo nuestros recuerdos y que protegió nuestras vidas: el bombero que apareció de no se sabe dónde.
.
ENRIQUE DIAGO
4 am de la Mañana por la década de los Noventa… E menor con fouco: Ay que FRÍO hace y yo aquí subido en un árbol porque no hay donde dormir, aquí me siento protegido de los LADRONES y del mal… Aquí caliento mi cuerpo con el Fuego de tus recuerdos en este arbolito que es lo único que tengo esta noche: el Fuego de tus recuerdos que recorren mis células que las sellan y las encapsulan solo para que no se llenen de ácido porque ya no estás… Pero tengo algo esta noche…algo que me acompaña… Algo lleno de frecuencias lleno de emociones y de imágenes que ponen a VOLAR y VOLAR mi imaginación: aquí mientras estoy subido en un árbol lleno de frío a las 4 de la mañana… Sí. es un: Hermoso Radio muy pequeñito color azul con una antenita casi de juguete, el me acompaña como si tuviera el mundo a mi disposición solo por una frecuencia, esa frecuencia de escuchar gente para sentirte menos solo… Hasta qué… Hasta qué… Ay me quedé dormido en mi almohada natural y estalló una pila de mi radio y el fuego arrancó… me sentía tan bien tan bien con ése calorcito como si estuviera en un hotel natural cinco estrellas en el caribe… que rico se sentía el frío desaparecer … Si era hermoso
ése fuego en medio de ése bosque de árboles y yo como un CORDERO natural muy SABROSO listo para el sacrificio de la naturaleza por el pecado de no tener donde dormir; yo el más pecador ahora sacrificado porque una pinche pila explotó… a punto de morir… y morir… y morir… mientras sonaba esa esa canción de Remmstein en mi cerebro : ¡FUEGO LIBRE! oh que paradójico que bella muerte músical y artística, E G B F SOSTENIDO de la vida solo porque se rompió ésa rama y caí y caí y no puede haber caído más fuerte a la tierra con mis ojos observando ése fuego al amanecer; podía VER asombrado un cuadro hermoso solo para mí… ésa noche llena de Frío y Fuego solo para mí: que bella pintura era ése bosque incendiado… ésa noche fría pero tan caliente a la vez, que hasta le eché Candela a otro árbol y a otro y a otro y otroooooo oh oh oh oh pero:
ALICIA TEJEDOR GARCÍA
Recuerdo aquel verano en el que me invitaron a pasar la noche de San Juan en Málaga.
Había quedado con mi amigo Miguel, iba a pasar unos días en su casa. Llegué el mismo 23 de junio y mi amigo me recogió en el aeropuerto, nos alegró mucho volver a encontrarnos ya que no nos veíamos desde hacía tiempo.
Dejamos mi pequeña maleta en su casa y nos fuimos a buscar al resto de sus amigos con los que Miguel había quedado para celebrar esa noche tan mágica….
La ciudad era un bullicio de gente había fiesta en los barrios pero sobre todo en la playa donde ya se empezaban a preparar las hogueras.
Miguel me presento a sus amigos y amigas todos muy simpáticos y hospitalarios, nos fuimos de tapeo y cañas, el ambiente estaba muy animado,las terrazas, los chiringuitos de la playa… Poco a poco fue anocheciendo y nos quedamos en la hoguera, había un montón de gente bailando y cantando mientras el fuego ardía llevándose lo malo para dejar paso a lo bueno por venir, me dirigí al chiringuito más cercano a por una cerveza,y allí la vi… detrás de la barra, morena, ojos verdes, me sentí atraído nada más verla, sonriendo me preguntó que qué quería y le pedí la cerveza tras unos segundos que tarde en reaccionar, no recuerdo bien creo que le dije que me recordaba a una actriz famosa a lo cual ella se rió con ganas.
Me volví junto a mis amigos pero no podía dejar de mirarla.
Según iban disminuyendo las llamas la gente se fue animando a saltar la hoguera, mientras los que observábamos aplaudimos, Miguel me dijo que se pedían deseos durante el salto. No me lo pensé dos veces, sin duda envalentonado por las cervezas cogí carrerilla y salté la hoguera!! La sensación fue bestial!!!! Que chute de adrenalina!!!! Mi amigo estaba ojiplatico, no sé lo esperaba…..
De repente… Ella estaba allí se ve que me había visto saltar, me tendía su mano mientras me llevaba hacía el mar, nos bañamos desnudos bajo la luz de la luna,si fue mágico….
Al día siguiente desperté en la playa, no había nadie conocido, si quedaba algún que otro en un estado similar al mío…. Miguel y sus amigos habían desaparecido y la morena … también.
Pero esa noche no la olvidaré en la vida…..
JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO
AMANECER DE FUEGO
«¡Fuegoooo!» —Fue la última voz que escucharon de aquella persona con bigote al mando de aquel pelotón de fusilamiento. Los atronadores disparos impactaron en los hombres alineados junto a la tapia del cementerio y cayeron de bruces al suelo. Los que ocupaban los extremos enristraron su fusil y fueron hacia los caídos, comprobando a puntapiés que no quedaba vida en aquellos cuerpos sangrientos. A uno de ellos hubo que rematarlo de un tiro en la cabeza. Después volvieron al camión y se largaron. El enterrador, que presenciaba la ejecución con los ojos cerrados veinte pasos atrás, ya se encargaría de arrastrarlos hasta la fosa común.
«¡Fuegoooo!» —Fue la primera voz de alarma que salió de la garganta de aquel hombre de bigote que daba voces y agitaba los brazos mientras miraba la puerta atrancada de aquel barracón de temporeros que vivían en semiesclavitud. Entre la intensa confusión y el espeso humo, algunos de ellos consiguieron derribar la estrecha puerta y salir al exterior. Otros muchos quedaron atrapados cuando se les cayó el tejado incendiado encima. Cuando las llamas se extinguieron, solo encontraron la desolación salpicada de cuerpos carbonizados. El enterrador, con los dientes apretados, les daría solitaria sepultura en otra fosa común.
«¡Fuegoooo!» —Fue la única voz interior que acompañaba al enterrador cuando cavaba al amanecer la que sería su fosa. Antes había entrado al dormitorio de aquella bestia con bigote y le había clavado el pico en el pecho.
JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA
FUEGO CREADOR.
Salvo que seas un perturbado mental, todo el mundo le teme al fuego; y no importa que alguien te hable de su poder purificador ó transformador. El poder del fuego es siempre invencible cuando lo tiene que enfrentar un solo hombre y sentir la huella de su destrucción es traumático a pesar de la regeneración que pueda llegar tras él.
El primer recuerdo de mi vida es estar huyendo del fuego del devastado Londres, como consecuencia de la primera campaña de bombardeos otorgado por la fuerza de la aviación alemana, corría el año 1941 y mi familia aprovechó la oportunidad de ver desmoronarse los muros de la fábrica que levantaran mis gloriosos antepasados, para evitar la vergüenza que podía caer sobre el prestigio de su apellido por los turbios negocios que mi padre había emprendido amparado en sus pocos escrúpulos. Mi padre fue también la única víctima familiar de aquellos días cuando al ver al fuego devorándolo todo, se lanzó como alma que lleva el diablo a su corazón para rescatar algo al grito de ¡Si no lo recupero estoy perdido!; debía estar realmente perturbado para anticiparse a lo que el futuro le estaba preparando.
Después de la luz y el extremo aliento de las pavorosas llamas, mi siguiente recuerdo es el de llegar a aquella granja y ser recibidos por sonrisas de desconocidos que se entregaron a ayudarnos sin recibir nada a cambio y a darle forma a lo que sería la realidad de mi niñez, el Destierro. Pasarían años oyendo esa palabra entre los aldeanos para referirse a nosotros, al principio no le presté atención salvo cuando alguna vez se pronunciaba en voz baja y en circunloquio cuando caminábamos por el pueblo, pero la vida era tan plácida y libre de sinsabores que ni siquiera esa palabra podía distraerme de la realidad que estaba viviendo.
La granja actuó de escuela en todos los sentidos, entendí cómo actuaba la naturaleza, a leer sus señales, a reaccionar ante sus golpes y sobre todo a respetarla profundamente. La naturaleza me enseñó a madurar y a estar preparada para el momento en que toda persona debe entregar sus frutos e incluso a aprender como hacían las aves, cuando es el momento de marchar a un lugar dónde el clima sea mejor y dónde poder encontrar mejores recursos para seguir creciendo. Para entonces ya había aprendido muchas lecciones y recordado en el momento oportuno que el fuego para los perturbados es la mejor manera de provocar un cambio.
RAQUEL LÓPEZ
Fuego en tu mirada
que arde creciente,
volcán encendido
flamígera lengua
que la llama asciende.
Fuego de dolor
que no calla silencios,
calcinado mi alma
furia de sentimientos,
coronado entre llamas
mecidas por el viento,
como espectros de luz
adornando los cielos.
Infierno de azufre
lagos de fuego
dolor de olvidó
que todo lo envuelve.
Danza luminosa
que a la tierra ha incinerado,
de una vida que aún latía
a un pasaje desolado.
SANDRA PATRICIA ECHEVERRI LUGO
FUEGO ABRAZADOR
El viaje había sido tan largo y las dificultades numerosas, pero Ringer montaba su caballo con agilidad, era difícil preveer lo que tenía en mente, nadie se le enfrentaba y todos le obedecían. No le preocupaba la presencia de saqueadores, porque tenía numerosos hombres que lo respaldaban lo que le aseguraba una buena protección. Muchos creían que estaba trastornado debido a las múltiples batallas que había presenciado. La caravana seguía adelante envuelta en una nube de polvo. El sol era cada vez más feroz, en la piel se sentía el abrazo de su fuego consumidor, que sólo disminuía con las gotas de sudor que recorre el cuerpo. Alguien llama a Ringer y pregunta cuánto falta por llegar? Todos alzaron la cabeza y él con su gran ímpetu dijo: tardaremos lo que se deba tardar! nadie volvió a preguntar nada, de pronto Ringer se puso al frente y dijo a todo pulmón, acaso no hemos combatido a numeroso enemigos? Acaso no hemos Sido fuertes en las tormentas de arena? Porque nos vamos a derrumbar ahora que ya hemos avanzado tanto? Porque no ver en sus mentes esas cosas que tanto desean?. Alguien levantó la voz y dijo tenemos hambre, ya casi no hay provisiones y Ringer preguntó, qué es el hambre? Acaso en sus mentes no llevan los mejores manjares que han probado? Acaso las ganas de vivir se han ido de sus cuerpos?. Miren adelante y dibujen en sus mentes las murallas del lugar al cual llegamos y sólo así el camino ya dejará de ser tormentoso y se convertirá en el guía que los llevará hacia una nueva vida. Todos lo observaban en silencio. Pero de manera sorprendente todos caminaban con más energía. Algunos comenzaron a recordar sus metas en aquel lugar y el hambre desapareció por un largo rato. Al entrar la noche. El viento comenzó a refrescar el entorno. El agua se bebía por turnos y todos soñaban con aquel añorado lugar. El fuego abrazador del sol ya no era tan agobiante y la arena era un océano en calma dónde se dibujaban todos nuestros sueños.
Días después mi cuerpo ya no parecía tener importancia. Con los labios resecos y sangrantes, la lengua áspera e inflamada, el estómago vacío ya no sentía el molesto dolor del calor sobre la piel. Todos mirábamos la inmensidad descorazonadora del desierto y una vez más recordé las palabras de Ringer y nuevamente me llené de energías para seguir, de pronto mi compañero cayó al suelo, casi agonizante me dijo que había olvidado porque estaba allí, que sabía que ese era su final y que era digno para alguien como él. Una vez más Ringer se aproximó y me dijo que lo dejara allí. Yo aterrado me negué porque mi amigo todavía estaba vivo, aquel tirano hombre me dijo, si él no ve dentro de si la vida que tiene por delante entonces ya estaba muerto en vida, por lo tanto su cuerpo ha respondido a esa forma de pensamiento. De pronto alguien gritó a lo lejos y hacía señas, todos nos mirábamos no podíamos creer que alguien a diferencia de nosotros pudiera estar en aquel lugar, una vez más escuchamos los gritos de saludos, Ringer se puso al frente, su caballo se veía cansado y todos tenían los ojos vidriosos del fuerte calor del desierto. Alguien pregunta serán enemigos? Pero si fuera así no haría tanto ruido. Unos jinetes se ven a lo lejos y cada ve se aproximan más a la caravana. Todos estábamos en alerta pero ya no teníamos energía para enfrentar a un enemigo, por tanto sólo nos quedamos observando cómo aquellos hombre se aproximan. Yo estaba determinado a morir, pero y todo lo que había planeado? Y todos los sueños de los que estábamos dispuestos a vivir para ver manifestados nuestros sueños? Bebí el último trago de agua, estaba caliente, me ardía la garganta al tragarla pero al menos era lo último que poseía y me lo llevaría si esos eran mis últimos momentos. De pronto algo sorprendente sucede llegan aquellos jinetes y abrazan a Ringer. Yo estaba estupefacto, no podía creerlo. Ellos se bajaron de sus caballos y comenzaron a repartir agua fresca a todos. Había olvidado la frescura del agua y la comida casi no pasaba por mi garganta. Ringer estaba sentado sobre la arena, ahora me pareció que estaba bastante mal, aunque siempre lo ví muy fuerte ante todos. Un rato después estábamos nuevamente llenos de energía para continuar la travesía, pero ahora teníamos la seguridad de que estábamos cerca y que llegaríamos a nuestro destino. Entonces algo extraño ocurrió, el mundo entero me pareció diferente. Por fin comprendí el valor de mi propia existencia, por lo cual jamás me permitiría morir en el desierto, entonces apareció frente a mi todas las cosas que tenía qué hacer antes de morir.
Me tambaleaba sobre mis piernas debilitadas, pero en mi mente había nacido un hombre conquistador de mundos, me estremecí ante la nueva idea. Me dije, tal vez ha Sido la idea que Ringer ha estado cultivando dentro de sí y por eso a pesar de todo el tormento que hemos vivido se ve como el más fuerte.
Después de un rato de silencio, sentí un frescor en el aire, había aromas que había olvidado, habíamos llegado por fin a las murallas de la ciudad. Mis ojos se llenaron de lágrimas, no podía correr me caí y después de varios intentos me levanté y todos juntos entramos a la ciudad donde nuestros sueños han comenzado hacerse realidad, porque sólo cuando se está determinado se encuentran los medios y la mente se hace clara enseñándonos el camino hacia la victoria.
TESS LORENTE
Fuego en las entrañas siento
al verte aparecer
Contoneándote como gata en celo
Seducido por tus armas de mujer.
Fuego que escapa raudo
cuando toco tu piel
Mis dedos tiemblan de celos
pues te quisieran coger.
Mi aliento encuentra al tuyo
cuando te dejas querer
Suplicando que tus labios se acerquen
deseosos de placer.
Que se me mueve por dentro
Un fuego, un padecer
Que me paraliza al momento
Cuando me roza tu piel.
Que soy solo un hombre
deseoso de la miel
Que me regala tu cuerpo
cuando te hago estremecer.
Líbrame de este fuego
Sofócalo de una vez
Que me hierve hasta el alma
Cuando te siento en mi ser.
MARÍA JESÚS GARNICA PARDO
Me levanté temprano para preparar la comida, a fuego lento, como a mi me gusta.
Un sofrito de ajo, cebolla, pimiento y tomate.
Ya, no me digáis, yo no le echo cebolla, yo no le echo ajo.
Es mi receta, vale.
Luego le añado la carne, cerdo ,pollo.
Ya, no me digas qué eres vegana. Ponle verduras.
Pimienta, clavo, pimentón, un poco de perejil.
Ya, no me digas qué el clavo se te repite, no le eches.
Ahy! Qué complicado.
Tres horas después le echas el arroz.
Ya, no te esperabas un arroz, qué no es paella, que si no se lia gorda.
Todo a fuego lento.
Buen provecho.
RAKEL VALDEARENAS MATE
Llevo días sin dormir, ya afecta a mi estado mental.
Sufro alucinaciones y mi mente me juega malas pasadas, este infierno afecta demasiado.
Decido salir a dar un paseo y la calle parece un horno, me encuentro a un vecino que no soporto.
Y no se si por el calor o por el fuego que sale de mi cuerpo me abalanzo contra él, muerdo su cuello hasta hacerle sangrar.
La policía llega y me lleva detenido, ahora la boca me sabe a hierro y fuego.
MARÍA ISABEL PADILLA SANTERVAZ
TAJOGAITE
Hace mucho tiempo que el monstruo vive agazapado en las arterias de la tierra. Lleva en sus genes la violencia y la maldad de sus ancestros.
Tiempo atrás, brotaron sus lenguas de fuego a la superficie arrasando valles y barrancos como azotes del diablo.
En su afán de reproducirse, el monstruo pasa las madrugadas aterrando a la montaña. Provoca temblores, colisionan las placas, comienza a latirle el corazón, ansioso de reventar y conquistar las cumbres. Sabe que una vez que rompa la corteza, su sangre rodará desde la cúspide, convertirá bosques y valles en el malpaís donde no volverá a crecer la hierba. Será como Othar, el caballo de Atila, que envenenaba la tierra por donde pisaba.
Pronto comienzan las primeras contracciones, al principio débiles, más tarde vertiginosas, hasta que los aguaceros de cenizas dan señales del inminente parto. Sus rugidos tambalean la isla. Comienza a vomitar materiales calcinantes, piedras, gases que guarda en sus entrañas para la ocasión. Su triunfo va in crescendo, las llamas muestran su poder, su instinto destructor, herencia de sus antepasados.
De color rojizo, la sangre empieza a brotar por las grietas, baja por las laderas de la montaña realizando acrobacias para atrapar cultivos, animales, viviendas y corazones indefensos.
El día se hace noche cuando el monstruo escupe más cenizas al viento y los cernícalos, los mirlos y los herrerillos escapan. Sus plumas chamuscadas buscan las rutas del Alíseo, los montes de laurisilva, las acequias donde refrescarse. Pero los dedos de fuego siguen alzándose, llenan de resplandores las tinieblas para asustarlos y evitar la huida.
Monte abajo, el mar brama caldeado por los ríos de fuego. Muestra sus garras de espuma para detener la avalancha de sangre que lo contaminará.
Tiempo después, todo llega a su fin. En el silencio de la devastación, solo queda impotencia, desolación, la angustia del alma. La brisa se detiene en los espectros de los árboles carbonizados, mientras los valles duermen un coma inducido.
Tal vez, cuando despierten, se produzca el milagro y de entre las coladas, aún ardientes, asome una flor.
JOSÉ HUETE
EL FUEGO, NOS HACE PEOR
Triste e insatisfecha,
la Madre Naturaleza,
llorosa, mirando al Cielo,
esperando, agradecida,
que, duerma en silencio,
el cierzo.
Presentimiento de Madre,
el agua ya, emperezó,
el viento ha tomado asiento,
y el susurro, lo empeoró.
Si el tiempo, no acompañare,
sosegada, desazón,
hay mentes calenturientas,
con sublime, sinrazón.
NO es cada año, lo mismo,
cada tiempo es, PEOR,
cansada NATURALEZA,
se pregunta, la razón.
Cuando levanto la vista,
cuando miro alrededor,
siento llorar a las flores,
y tristeza en el ruiseñor.
Nadie se puede explicar,
la maldad e intencionalidad,
de quien, busca el regocijo,
quemando el bosque, sin más.
No hay peor, casualidad,
que, aquella que aconteció,
dejando, la sensación,
que, pudimos hacer más,
el mirar y el abrazar,
y la razón, al hablar,
siempre nos lleve a pensar,
que, debemos BIEN cuidar,
esa alfombra verde y clara,
y gigante realidad.
Cuando el niñ@, nos pregunte,
digámosle la verdad,
se escuche, en todas partes,
que, llegó para quedar,
ese fuego que calcina,
sospechoso de maldad,
descarado y sinvergüenza,
que, campea por el lugar.
Arde, la piel de toro,
llora el Abuelo, al pensar,
se deprimen los caballos, …
la noche tiembla de más,
el fuego no se resiente,
duro, como el bravo mar.
Vuelve la gente, a sus casas,
el miedo no se destapa,
arropado en la mirada,
hay dolor y desventajas,
nadie, ose sonreír,
los bosques NO son migajas.
Aplausos, a quien sufrió,
al Bombero, al Militar,
al Agente Forestal,
al Vecino del Lugar,
a tod@s y cada un@ que,
luchan para salvar,
cada metro de la Tierra,
que, se abrasa sin piedad.
Que tengáis un buen día.
GAIA ORBE
Al sur se elevaron las llamas. Los árboles se prendieron de golpe. Un estruendo, olor a quemado y el campo entero comenzó a arder. Y de repente era hora de irme. Sonó la alarma. Estaba llorando la despedida, ¿de quién? De un sueño. Pero, como sucede despiertos, no hay manera de prepararse para decir adiós.
La congoja me persiguió durante todo el camino al hospital y al llegar a su puerta, sentí un gran deseo de dejar el sistema, de huir a algún lugar donde pudiera ser libre. No soportaba más. La pandemia del Covid19 se había convertido en endemia. La historia microbiológica no conocía microorganismos con agresividad dirigida a grupos etarios mayores de sesenta años y a las personas que por enfermedades crónicas tienen baja inmunidad celular, hasta la aparición de la primera cepa de Covid19. Además, luego de la campaña de vacunación masiva, se desarrollaron nuevas mutaciones amenazantes para la salud de la población. Al principio éramos un grupo enorme de científicos cuestionando las medidas sanitarias. Hasta que el miedo se apoderó de mis propios colegas, incluso de los que en un comienzo resistían a las autoridades. Yo misma dejé de hablar, me aislé de las comunidades científicas y decidí seguir luchando desde mi lugar en lo que pudiera. La medicina no era lo que había conocido en mis inicios. Extrañaba ese encuentro cara a cara con los pacientes y con sus familiares. Las recorridas, cama por cama, donde aprendía de mis maestros. Ellos ya no estaban y las nuevas generaciones solo sabían seguir protocolos como robots. Le duele acá, le duele allá, tome esto y vuelva a hacer la teleconsulta. Al menos, yo que luego de varios derroteros por especialidades había elegido trabajar en ese mundo de virus y rikettsias, era considerada personal esencial. Eso me daba cierta posibilidad de acción, involucrándome hasta lo que me dejaban en el trato directo con otros humanos. Pero, ¿cuánto más duraría? La nanomedicina robótica avanzaba y el futuro se enfocaba en el control y manipulación de procesos a nivel celular para el diagnóstico y tratamiento a través de nanochips manejados por médicos desde sus casas. Quizás irme a vivir a la aldea era lo que tenía que hacer. Aislada del contexto social me sentiría más feliz.
—¡Buenos días, linda! —dijo Esteban, sacándome de mis pensamientos al entrar al hospital.
Esteban era un cirujano que, sin saber cómo, me lo cruzaba a menudo en la sala de internación o en el comedor o en los pasillos. Los cirujanos en general se creían dioses adentro y fuera del quirófano. Pero, aunque Esteban era excelente operando y poco soberbio comparado con sus colegas, igual a mí me resultaba un pesado porque una y otra vez, tiraba onda para encontrarnos fuera del hospital. Yo le contestaba con evasivas, no tenía ganas de salir con él.
—Buen día — le respondí.
Se puso a mi lado en el ascensor para decirme al oído:
—Hoy es mi día permitido de salida. Vayamos a un bar.
—Gracias, pero no es el mío.
Entramos a la sala prequirúrgica. Había varios colegas parados frente al televisor mirando las escenas de un incendio forestal en el sur del país. Las imágenes que estaba viendo me recordaron el dolor que había sentido en la mañana. Esteban me seguía hablando al oído, yo no lo escuchaba. Las nubes de humo en la pantalla se convirtieron en un cordel potente que me ató la garganta, apretando tan fuerte que necesité mis dos manos para masajearla hasta hacer desaparecer esa sensación. De pronto comprendía que la despedida había sido con los antiguos habitantes de esas tierras. ¡La puta madre! ¿Es que me había conectado con espíritus mapuches? ¿Cuántos quedarían vivos después de los años de exterminio?
ARNION FROZEN THRONE
Cabizbaja, maniatada, obligada y guiada con resignación, era llevada a la muerte.
Irene apenas vivía veinte primaveras, siendo usada por los amos del caserón donde servía. El joven Nicolás, hijo primogénito de los Leblant, la cortejaba y agasajaba a escondidas. Durante uno de los muchos encuentros en el lugar de siempre, junto a las ruinas de la ribera, eran vistos por uno de los hombres del padre. Llegó hasta él con habladurías y con veneno en sus palabras. —Su hijo señor, está con una esclava en la ribera y los encontré besándose. No es por alarmar, pero esa sirvienta segura lo tiene embrujado.
—¿Mi Nicolás? ¡Arresten a esa bruja!
Llegaron en grupo y armados apuntando con el filo de la espada al delgado cuello de Irene. No dieron tiempo a nada e incluso golpearon a Nicolás, dejándole inmóvil para calmar la furia que había despertado.
—Alejen a esa bruja de mi familia. Llévenla con la inquisición y que la azoten hasta que afirme que es una de ellas. Mañana mismo la quemarán en la hoguera.
—¿Qué hacemos con el señorito?
—Enciérrelo en una celda.
Irene fue maltratada, azotada hasta no quedarle piel que rasgar, violada y pisoteada. La condujeron hasta la hoguera y una vez dejada allí, prendieron fuego al madero.
—Irene, ya sabemos que eres bruja, ¿Tienes algo que decir en tu defensa?
—No, pero ojalá se pudran todos bajo el fuego del infierno.
Irene escupió al arzobispo en la cara y este se santiguó con la señal de la cruz, viendo como todos ardían en las llamas y la bruja, desnuda y sin amarres, caminaba entre ellos.
JOSÉ TAXI e IRENE ADLER
VEGUEROS DE VUELTA ABAJO
El calor aturde, asfixia, vuelve el aire quieto y sofocante. Derrite la voluntad y los sentidos. Hasta los pensamientos, desordenados e ingrávidos, se derriten, quieren ser agua, humedad, saliva o llanto.
La fábrica de tabacos es un barracón con techo de hojalata y paredes de adobe. La selva lujuriosa lo envuelve, otorgándole, quizá por ósmosis, una cualidad exuberante y sensual. Prestándole su perfume de hierba macerada, de canciones de esclavos y nostalgias, de calor y pieles bañadas en sudor tibio de trópico y cansancio.
En una bancada, a la sombra de la oscuridad caliente y torrefacta, una mujer enrolla con oficio y con constancia una hoja de cohiba contra la cara interior del muslo terso, prieto, que reverbera en la penumbra con relumbres de sudor, azogue y ébano.
Hay algo hipnótico, magnético, en el chasquido castigado del vegetal contra la carne. El borde estampado de una falda arremangada, muestra con descuido la blancura de nieve de una enagua, y más allá, la piel sudada que destella como el cedro húmedo, oscura entre tanta oscuridad, y que se adivina suave como el tabaco que trabaja, caliente como el barracón, ligeramente salada.
Se mueve absorta y eficaz al son de una música imaginaria. Pareciera brotar de ella: de la memoria taína y esclava; de allende un océano de infamias, fusiles, hambrunas. Es un cántico antiguo de Macumbas y Santería, de raíces heridas y ocultadas después entre los azulejos rotos de su corazón. Una música analgésica que acompaña al trabajo y a la vida, como si fuera una oración, un dije, un mantra.
Algún día, en alguna parte, un desconocido le prenderá fuego a ese puro veguero de Vuelta Abajo, nacido con dolor entre las manos y los muslos de una mujer callada, sufrida, insoportablemente dulce. Una mujer herida de muerte, como lo están la Soledad y la Memoria, la Melancolía y la Nostalgia.
Que por algo llevan nombres tristes de Mujer.
Pero no dio tiempo a que el desconocido prendiera el fuego. Una tormenta caribeña, lanzó un rayo sobre la fábrica de tabaco, y el fuego, otra vez el fuego, acabó con el negocio.
Tomás Saavedra Ramos, nieto del creador del negocio, pensó en reconstruir la fábrica, pero optó por irse a tomar unos buenos vasos de ron, la juerga terminó, en un prostíbulo.
Dos días después, el amo apareció con una resaca impresionante.
Diego Maradona, uno de los trabajadores, se ofreció al amo, a la reconstrucción, incluso a la compra del terreno que ocupó el barracón.
Tomasito le dijo: ¡os regaló todo, en realidad no sacaba dinero de la fabricación de puros! Diego corrió a comunicar a sus compañeros la noticia, vislumbraba un éxito seguro. Sin embargo, quedó decepcionado, sus compañeros habían buscado otras labores: recogida de fruta, de algodón, incluso de las hojas de tabaco.
Sólo una caribeña guapísima, llamada Beatriz Sancho Taxi, se apuntó al proyecto.
El primer problema que tuvieron que afrontar fue la falta de dinero, necesitaban ayuda, ellos habían intentado fabricar los ladrillos de adobe, pero no daban abasto.
Salieron de la situación cuando encontraron una cuadrilla dispuesta a trabajar a cambio de un plato de comida, muy trabajadores y cantores de guajiras.
Beatriz se reveló como una cocinera, más que aceptable en una fogata, guisando directamente sobre las brasas era capaz de hacer varios platos: mangú, arroz blanco, habichuelas, ensalada verde, que acompañaban de agua de un viejo pozo, por más que fuese de dudosa potabilidad. Fueron incapaces de costear el techo de uralita que cubría la antiguo fábrica. Lo sustituyeras por otro de palmas de cocotero, entretejidas. Cuando acabaron las obras dieron una pequeña fiesta, a la que naturalmente fue invitado el viejo amo, que por supuesto no asistió.
EMILIANO HEREDIA
DJIIN
En el pequeño pueblo de Terreros del Conde, ubicado en uno de esos tantos parches de la meseta castellana, se respira aire de fiesta.
Los cohetes que se escapan al cielo de las lanzaderas de algunos lugareños, crean tras su breve explosión, pequeñas nubes de algodón que se evaporan en el inmenso cielo azul que se asemeja a un mar nunca visto por los pobladores de esta pequeña población.
Un abuelo, pasea de la mano de su nieto, buscando la escasa sombra de un mediodía caluroso de Julio.
La frescura de la casa familiar les recibe con un ramo de aromas que indica que la comida recién hecha está dispuesta sobre la mesa, esperando a los recién llegados, la abuela, su hija y su marido.
-Ya tardabais-regaña cariñosamente al abuelo y nieto-
-¡ca!, nos hemos entretenido pasando por casa María y le he comprado la hogaza que me has encargao, y unas perrunillas pal café-responde sonriendo el abuelo, haciendo una carantoña el desmadejado cabello del nieto-
-Abuelo-le pregunta el niño-
-Diiiime-responde dando un suspiro el abuelo, mientras con la navaja, va cortando rebanadas de pan, y repartiéndolas a los comensales-
-¿me cuentas la leyenda de los Djiines?-pregunta el nieto, con la cabeza apoyada en los brazos puestos encima de la mesa-
-¡hijo!, si ya te la he contao miles de veces-responde el abuelo, abriendo los brazos-
-Porfa abuelo, que papá no se la sabe, venga, va…-insiste el nieto, tirando de la chaqueta de la camisa, blanca como la nieve, del abuelo-
-¡Ca!, está bien, pero solo si te comes todo el plato que te ha puesto la abuela-le responde el abuelo, señalándole con el dedo índice, y mirándole fijamente-
-¡sí abuelo!-responde el niño, metiéndose la primera cucharada de gachas en la boca, masticando un torrezno-
-Pues, como sabes, hijo, hoy se celebra el día de los Djiines, que eran unos demonios de los tiempos de los moros, que tan pronto servían para hacer bien, o mal, según se les usara.
Los presentes, comen prestando atención a la historia del abuelo
-Pos veréis, en tiempos del rey Alfonso al que le llamaban el sabio, que mandaba en toas estas tierras y las que no se ven más allá de donde se pone el sol, había un Conde, que Don García le llamaban, y gobernaba en paz y buen seso, y buen vecino y amigo de un rey moro que le llamaban los de su lado, Noa, que creo recordar que en castellano bien hablao, significaba “el bondadoso”, de tan buenas que eran las relaciones de vecindad con el Conde Don García y sus súbditos.
Como iba diciendo, éste rey moro que Noa le llamaban, tenía a su servicio, un ejército de genios veníos de sus lejanas tierras, que trabajaban en el mantenimiento de la paz y la prosperidad en aquestas tierras.
¡pero ay nieto!, éste rey moro, que el bondadoso le llamaban, tenía un hijo llamado Al-qasi, contrario a su padre, llamaronle los lugareños, tanto moros como cristianos, el cruel, pues tal era su crueldad, que azotaba a sirvientes, violentaba doncellas, y tenía gran envidia al Conde, y hasta de la bondad de su padre.
-Cuenta más, abuelo, cuenta más-insiste el nieto.
-Pos como iba diciendo, Al pobre rey Noa, que bondadoso le llamaban, le entraron unas malas fiebres, y murió un mal día dejando desolao al Conde, gran amigo suyo.
Mas, ¡ay nieto!, el hijo, Al-qasi, que el cruel le llamaban, le faltó tiempo pa faltar al duelo de la muerte del padre, y declarar la guerra al Conde, obligándole a pagar grandes impuestos, a cambio de no lanzar a los Djiines, contra las cosechas de las tierras, ya que, estos demonios o genios, puen ser tan buenos como nube de tormenta o nube de empedrá, según se le use, pa cosas buenas o malas.
Pos como iba yo diciendo, al pobre Conde ya no le quedó ná pa pagar al Al-qasi, y éste en venganza, lanzó a los Djiines contra las cosechas, tal día como hoy, y las gentes, veían con gran espanto, cómo estos demonios, negros como carbón quemao, se vestían de fuego y danzaban a su antojo por las cosechas, los bosques, quemándolo tó.
Es por eso, al ser día de San Isidro el patrón de los labraores, las gentes del pueblo, le rezaron junto al conde, para que detuviese tal tropelía y le rezaban creo que así… a ver si me acuerdo…:
San Isidro Labrador,
ejemplo de vida entregada al señor.
Te pedimos tu intercesión ante Dios,
para recibir la lluvia en nuestros campos
y la protección de nuestras cosechas,
para que de esta manera podamos obtener
el pan nuestro de cada día
para gloria de tu santo Nombre.
Y cuentas la crónicas, que cayó tal tromba de agua, que los fuegos se apagaron y los demonios se fueron rabiando con el rabo entre las piernas, llevándose con ellos al infierno al hijo del rey Noa que bondadoso le llamaran.
-¡que chulo abuelo!.
Anochece. Se apagan las luces del pueblo. A su entrada, unos cien hombres, vestidos de negro de arriba abajo, con una cola negra postiza, cosida al traje, y una antorcha cada uno en la mano, salen corriendo avenida abajo del pueblo para intentar quemar la iglesia de San Isidro labrador, al otro lado del pueblo.
Las gentes, asomadas por los balcones, les van arrojando cubos, palanganas, jofainas, cacerolas, cualquier recipiente que pueda contener agua, para apagar el fuego que portan los Djiines, que van a todo correr, mientras, van repitiendo la letanía a San Isidro.
San Isidro Labrador,
ejemplo de vida entregada al señor.
Te pedimos tu intercesión ante Dios,
para recibir la lluvia en nuestros campos
y la protección de nuestras cosechas,
para que de esta manera podamos obtener
el pan nuestro de cada día
para gloria de tu santo Nombre.
Poco a poco, los puntos luminosos, se van reduciendo a medida que van recibiendo jarreazos de agua de los vecinos, hasta que solo queda uno que, jadeante, llega a la plazoleta de la iglesia.
Se hace el silencio, se acerca a la entrada de la iglesia….y empieza a llover a cantaros, apagando la antorcha, acompañada de un relámpago que ilumina el pueblo a obscuras, seguido de un enorme trueno que retruena en el valle.
-Qué bonito abuelo-dice el niño, agarrado de la mano de su abuelo y su madre-
-Hijo, vamos, corre, que entoavía nos vamos a calar.
PABLO CRUZ ROBLES
El fuego en el agua
Debido a los últimos acontecimientos, mi conciencia me obliga a contar todo lo que sé.
No diré mi nombre, ni los del resto de mi equipo, por cuestiones de seguridad. Aunque me consta que muchos de ellos ya han sido silenciados; quizá yo sea el siguiente.
Primero vino el calor, luego, el fuego. Los bosques de Europa fueron arrasados en un 70%, llegando a extinguirse algunas especies animales y vegetales oriundas de la zona. Al otro lado del océano, la escasez de agua provocó graves enfrentamientos entre todas las naciones del continente americano.
Por todo el globo, grandes masas de población se ven obligadas a emigrar a tierras mejores. Algunos eligen el continente Africano, otros, el Oriente Medio, pero la gran mayoría vienen aquí, a China, donde empezó todo.
En 2017, el gobierno Chino autorizó y financió una serie de experimentos en los que trabajamos mis colegas y yo. El proyecto consistía en bombardear las nubes con yoduro de plata, y otras sustancias naturales, para provocar y controlar las lluvias sobre la región. Sobra decir que fue todo un éxito.
Muchos países y comunidades vecinas expresaron sus preocupaciones. Creían que nuestro invento robaba el agua de sus nubes y que esto provocaría graves sequías en sus regiones. Se equivocaban, ya que el proceso solo aprovechaba el agua potencial de nuestras nubes, era inofensivo para ellos. Pero no para el resto del mundo.
Por lo visto, el ciclo del agua es más complejo de lo que creíamos. Tiene un cierto orden, que si se ve alterado, tiende a utilizar las herramientas de las que dispone para solventarlo.
La herramienta en cuestión fue el torbellino de agua; corrientes convergentes de agua en espiral que funcionan similar a un agujero negro en el espacio. Todo lo que entra, desaparece.
Pronto, uno de los mares interiores de China — El más cercano al laboratorio— empezó a engendrar uno de estos monstruos de agua, y todo el equipo del proyecto acudimos atónitos al lugar. No podíamos creerlo.
En aquel momento era invierno y las temperaturas de la zona solían oscilar entre -8 y 2 °C. Pero cuando llegamos, la sensación térmica era la de un verano suave. Tan buena era la temperatura, que algunos miembros del equipo decidieron darse un baño en las aguas de aquel mar.
Lo seguimos estudiando durante unos meses. Parecía que el torbellino se hacía más grande con el tiempo hasta, llegado su tope, dividirse en decenas de mini- torbellinos, que, eventualmente crecerían y repetirían el ciclo. No encontramos ninguna forma de revertir el proceso.
Por culpa de esto, el calor en aquella zona alcanzó límites récord, y el gobierno Chino restringió el acceso bajo penas de alta traición. Se apoderó de todos nuestros informes y estudios y nos apartó del proyecto. Nunca volvimos a saber nada del experimento. Poco después, el Atlántico norte comenzó a llenarse de torbellinos de agua y todos los medios de comunicación hablaban de golpes de calor como nunca vistos.
Por eso, desde este humilde escrito, pido perdón a todo aquel ser vivo que fuese afectado por nuestros experimentos.
Solo queríamos hacer llegar el agua a todo el mundo, pero como siempre pasa, alguien lo aprovechó, y sumió a medio mundo en las llamas de la codicia.
[Nota: No pretendo crear ni airear ninguna teoría de la conspiración con este relato, solo divertirme y dar rienda suelta a la imaginación]
GLORIA ALBADALEJO AYALA
LAS PESADILLAS DEL INFIERNO
Mi rostro sudoroso reclama piedad, justicia, reproche. El sufrimiento de los pájaros rebrota en mis oídos hasta ensordecerme. Sus gritos me martirizan, me enloquecen, me desesperan. Sus ojos negros y redondos, me observan. Sus cuerpecitos cubiertos de plumas se posan en mi cabeza y sus picos alargados, me amenazan con picarme. Los espanto llevando mis brazos hacia un lado y otro, pero sin resultado. Mi cuerpo se ha vuelto resbaladizo, las gotas de sudor frio, recorren todo mi cuerpo y no puedo ver, han entrado en mis ojos nublándome la vista. Quiero huir de esa multitud de aves que vuelan en círculos, que me desploman, me atacan y yo no puedo alejarme. Estoy atrapado en ese infierno infinito que recorre todo mi alrededor. No puedo respirar, mis pulmones se cierran, mi respiración se bloquea y mi cuerpo se quema.
Me levanto sobresaltado. He vuelto a tener una maldita pesadilla. Estoy ardiendo, parezco tener fiebre y el vértigo que me asombra de improvisto, me hace perder el equilibrio. Las pesadillas se van acentuando, cada noche es peor. Tengo miedo de cerrar los ojos, cuando lo hago, aparecen esos males diabólicos que me torturan. Veo esas criaturas que vuelan y por alguna situación desconocida, me agreden. Veo como sus pequeños rostros se transforman y sus miradas se vuelven asesinas. Veo como todo a mi alrededor, esta negro y maloliente. Veo colores anaranjados que brotan de los montes y entonces una brisa ardiendo, me recoge y me lleva con ella. No puedo respirar, ver y mi alma desaparece en la nada, pero estoy muy cansado, deseo dormir a todas horas, pero es imposible.
Este día es más caluroso de lo normal, rondamos los cuarenta y cinco grados, algo menos en la sombra. No puedo caminar, estoy agotado. El calor se junta con la falta de sueño, me siento débil, como si me fuese a desvanecer en cualquier momento. El cielo está extrañamente naranja y rojizo, como si se tratase de un paisaje en un cuadro. Mi inconsciente me avisa de que algo va a pasar, pero no sé descifrarlo. Mis pasos son cada vez más pesados, mi mirada se vuelve turbia. No se distinguir las imágenes que tengo a mi lado. Mi corazón palpita velozmente, me hace daño, creo sentir un infarto, pero sigo vivo, caminando despacio y respirando con dificultad. El sudor de mi cuerpo es cada vez más intenso y creo sentir un murmullo que me llama.
Estoy durmiendo de nuevo, pero no sé a dónde. Siento un calor intenso, más todavía, que me recorre hasta mi alma y de nuevo veo muchas aves que me invaden, me rodean, gritan alarmadas y llenas de terror. Chocan con mi cuerpo y mueren.
Estoy despierto, ahora solo veo fuego en todas direcciones que me abrasa. Los árboles mueren, los pájaros mueren y sus crías que no pueden escapar, otras especies de animales también mueren y todos los insectos no voladores y algunos de estos, también. Las montañas, las plantas, las flores, los montes enteros mueren y yo muero.
JAISON LÓPEZ
Su mano sostenía la mía mientras el fuego nos consumía.
– ¿Crees que estaremos bien? – Dijo Emma mientras lloraba.
– Tú sabes que sí – Dijo George mientras la calmaba – Aun después de la muerte nuestro amor seguirá por siempre.
Los bomberos hacían todo lo posible por apagar el fuego, pero las llamas cada vez se hacían mas y mas grandes, al final lograron apagarlo y el pueblo estaba más calmado.
– ¿Dónde está Emma? – Pregunto George mientras despertaba inconsciente en el hospital a unas calles del incendio.
– ¿Cuál Emma? – Pregunto el doctor que estaba encargado de su salud.
– Mi esposa Doctor, ella estaba conmigo en el lugar de los hechos.
– Lo lamento mucho – Dijo el doctor – Pero los bomberos informaron que usted era el único que se encontraba en aquel lugar.
Ahora toda tenía sentido, dijo el bombero mientras llenaba la ficha de lo ocurrido, La señora Emma Brown murió en un incendio en la misma casa de aquel hombre que “inconscientemente” había dejado la llave del gas abierta.
JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
FUEGO APACIBLE
No hay en tus ojos fuego desafiante,
de ardorosa mujer enamorada,
ni en tus manos, la urgencia desbocada
de una caricia audaz, beligerante.
Pasión no queda, en mis labios de amante,
ni en mi pecho la huella acalorada,
lujuriosa, febril, asilvestrada,
de ese último estertor agonizante.
Pero nos queda amor en cada arruga,
en las hebras de plata de tu pelo
y en la mano amistosa que te tiendo.
Y ese fuego, mi vida, yo te ofrendo,
pues tu tierna presencia me subyuga,
compañera en la tierra y en mi cielo.
EL FARO
“Solo si te caldearas en la sopa de las penas viejas me entenderías.
En la olla del desacierto.
Porque el amor no es siempre un acierto.
Fuego de carbón, coronado de chispas.
Creí que era alimento lo que cocinaba y morí de hambre.
Y así como se consume el agua cuando hierve, así se hizo vapor tu mentira y la mía.
Porque yo también quería irme.
Entibie todos los ambientes de la casa, para que pareciera un hogar; y entraba por los pasillos el frío glacial de un amor que se parecía a los huracanes del trópico. En un segundo eso que fue fuego de soles se mutó y se ahogó en lágrimas.
Iba a llover..mucho.
Todo iba a terminar y yo abría las ventanitas donde ya no entraba nada; para que ventilara. Amasaba el pan y compraba la harina.
Buscaba sostener ese repetido cronograma de vivir bajo el mismo techo y no perdernos.
El desamor; tendría que caer como un rayo en medio de la mesa, donde comen los hijos y ese par de tontos..para salvarlos.
Incendiarlos!
No sirve que se derrita lento.
Solitario y lento.
Porque la lava deja de quemar en los trayectos largos y transforma en piedra..lo que va tocando.
Graciela Pellazza
RELATOS NORA GUEVARA
Comparto un segundo escrito con ustedes.
Espero sea de su agrado y puedan anotar alguna sugerencia para mejorar el desenlace. Me parece que me quedé corta. Gracias.
El fuego está vivo de Nora Guevara García
En la Era Media, que los grandes sabios han situado que cronológicamente entre los siglos XX y XXIII, ocurrió el gran desastre. En esa época la gente tenía la creencia de que dominaba el fuego, pero ahora, luego ese gran desastre, sabemos que no es cierto. Es el fuego quien nos domina y para demostrárselos basta pedirles que se detengan a observar el comportamiento de un solo hilo de fuego durante un incendio, traten de percibir cómo actúa de forma caprichosa, cómo intenta comunicarse con nosotros a través de colores y movimientos, cómo intenta acercarse y establecer contactos con nosotros. efímeras criaturas de carne que, ante su más leve roce, aullamos.
El fuego, que durante la Era Media fue catalogado una fuerza irrefrenable e indomable de la naturaleza para nosotros, los oráculos del fuego, es un dios y sabemos que su lenguaje es fuerte y claro y que solo hay que saber leerlo y escucharlo.
A los antiguos posesos del fuego se los llamó pirómanos, para nosotros fueron profetas, hombres y mujeres que siempre supieron que este dios requiere de sacrificios para que la humanidad siga existiendo. Ellos, los conductos del fuego, que fueron considerados enfermos, en realidad eran los más grandes guerreros, sacerdotisas y sacerdotes que existieron, ellos fueron la semilla de este despertar y fue el mismo fuego el que, con su sola mirada, los consagrados desde su nacimiento.
Un 23 de junio de 2576 Sonia, la sacerdotisa suprema del fuego fatuo ordenó atar a los 6 tributos al altar. El fuego fatuo pasó sobre ellos, siseando como una víbora, hasta que se detuvo y envolvió a una de las elegidas. La multitud celebró con vítores. Los tributos despreciados, lloraron. Solo la familia de Sonia tendría el honor de entrar al reino de las siete tazas, en donde no se pasa sed ni hambre, en donde no se enferma ni envejece, en donde luego de superar las siete pruebas de lealtad, se tendrá el honor de mirar el verdadero aspecto del fuego, de tocarlo y hacerse parte de su Universo. Éste era el privilegio que Sonia regaló a su familia con su sacrifico y también había salvado a la raza humana de la ira del fuego, que arrasa sin piedad a los no creyentes.
La familia fue llamada al umbral del reino, cada uno se inclinó al pasar al lado de cuerpo calcinado de la niña, para luego cruzar el inmenso pórtico de roble, cuyas figuras talladas se retorcía como luciérnagas en la noche. Tras la puerta, un bosque. Al otro lado del bosque, un camino amurallado. A ambos lados del camino, dos quimeras acorazadas portando lanzas. Al final de camino, sobre un acantilado cuelgan siete puentes fabricados con miles de hilos de oro que unidos forman poderosas lianas adornadas con piedras preciosas. Siete puentes que se abren sobre un inmenso acantilado por el cual corren ríos de lava.
-Escojan sabiamente. Cuando hayan pasado sobre el fuego, obtendrán lo prometido, les dijo la sacerdotisa. Esta es una prueba de fe. No hay vuelta atrás.
-El fuego sintió su miedo-, dijo la sacerdotisa a los otros miembros del culto. Las quimeras tuvieron que picarlos con sus lanzas para que caminaran sobre los puentes y ante sus gritos de miedo y dolor, se alzó como una enorme ave y con su aliento los envolvió. La familia de los tributos no pasó la prueba de fe. Todos se desplomaron sobre los puentes y se hicieron cenizas. Todavía no encontramos la forma de salir de este acantilado.
Luego de la reunión la sacerdotisa ordenó que sonaran los inmensos tambores de cuero. El dios del fuego, ha aceptado el tributo y la familia de Sonia vive integrada a la fuerza purificadora y creadora del fuego. Un nuevo ciclo ha comenzado.
NICOLÁS MUÑOZ
Siempre me ha interesado el tema de los sueños, el de los sueños lúcidos en particular. Porque si topo con fuego como un soñante lúcido, seguro que me quemó, seguro que puedo calentar mis alimentos, como si fuera un evento del mundo real, del mundo que le pertenece a los seres en estado de vigilia. Por lo demás fue el fuego, otrora en la prehistoria, el elemento decisivo del progreso humano (si es que se me permite hablar de progreso). Los cambios tanto a nivel cerebral como a nivel práctico que implicó el descubrimiento-invención del fuego, ya son bien conocidos y están bien registrados en nuestros libros de viejos saberes. Y ahora nuestros cuerpos arden de símbolos y de anhelos por un mundo mejor; un mundo que, sin embargo, transita a cenizas y humos, que de poco pierde su solidez, su seguridad y su estabilidad climática.
EDUARDO IVÁN JUÁREZ
PELIGRO DE EXTINCIÓN
Llegaron al complejo siendo casi las 6 pm, justo cuando el sol comenzaba a enrojecer el horizonte. Sin apuro, bajaron del auto las maletas y demás pertenencias, y entraron a conocer la casa. Era una hermosa vivienda de estilo colonial: techo a dos aguas, de tejas rojas, paredes con revoque blanco, y puertas y ventanas de roble. El piso de parqué y el living-comedor contaba con un enorme hogar a leña. Ninguno de los dos lo dijo, pero la casa les recordaba a la que alquilaban cuando comenzaron a convivir, hacía ya más de diez años, por lo que les pareció un buen sitio para pasar el fin de semana largo.
Irene se puso a desempacar y guardar la ropa en el placard del dormitorio con cama matrimonial. Germán metió unas cervezas en la heladera y se encargó de entrar la leña para encender el hogar. Eran troncos gruesos de quebracho colorado, lo que le demandó varios fósforos y papel, y un buen rato de soplidos para alcanzar una buena llama. Al terminar sus tareas salieron a recorrer el predio. A menos de un kilómetro de distancia, hacia el Oeste, nacía la montaña que a esa hora se teñía de un tono violáceo. Al Este, el lago se escondía detrás de más de un centenar de eucaliptos y coníferas varias. Caminaron por el enripiado sin hablar demasiado. Sólo se preguntaron por lo que estaría haciendo su hijo en casa de los abuelos y por la gata. Irene iba de brazos cruzados, calentando sus manos entre las axilas. Él prefirió guardarlas en los bolsillos del jean. Vieron hundirse el sol en el agua mansa y fría del lago y volvieron a la casa. Ella arrojó el abrigo sobre un sofá y se dió una ducha caliente. Germán agregó un par de troncos al fuego y después salió a fumar. Cuando Irene se terminó de vestir discutieron sobre la cena; acordaron encargar una pizza de vegetales. Mientras esperaban al delivery Germán se fue a duchar. Irene entre tanto abrió una lata de cerveza y dió un trago, un trago largo. Preparó la mesa y encendió el televisor. El delivery llegó con algo de demora por lo que la pizza estaba apenas tibia. Al comer miraron un programa de preguntas y respuestas. Ella, como era costumbre, acertó más que él. Al término del programa Irene bostezó y estirando los brazos avisó que se iba a dormir porque se sentía muy cansada. Se acercó hasta él y se dieron un beso con la punta de los labios. Germán miró televisión hasta después de la medianoche. Antes de acostarse agregó tres troncos, de los más grandes, al hogar y fumó otro cigarrillo.
Durmieron hasta cerca de las 11. Los despertó el canto de las calandrias sumado al sol que se filtraba por las rendijas de la ventana. Irene se levantó primero y preparó el mate. Germán no tomó, dijo que se sentía mal del estómago, que la pizza no le había caído bien. Intentaron organizar lo que quedaba del domingo pero no se pusieron de acuerdo. Él prefería almorzar pescado a la parrilla en algún restaurante a la vera del rió, pero ella, que odiaba el pescado, propuso ir a Mc Donalds. Para ello había que salir del pueblo y conducir varios kilómetros y Germán no estaba dispuesto a hacerlo. Terminaron comiendo unos panchos en la plaza del centro.
Más tarde visitaron una pequeña reserva animal a la orilla de la ruta, en la montaña. Observaron una familia de gansos, la jaula de los carayá, a los flamencos rosados. Al llegar al montecito que habitaban tres pumas, una especie en peligro de extinción, Germán manifestó su descontento con la reserva. Sostenía que esos lugares no debían existir, que los animales deberían estar en su hábitat natural. Ella, en cambio, pensaba que gracias a las reservas aún seguían con vida. Faltando parte del recorrido Irene dijo que quería volver a la casa. Durante el viaje permanecieron callados. A las 4 pm ya estaban de regreso. Ella fue directo a la habitación, pegó un portazo y se recostó a leer. Germán buscó un tronco y lo tiró al fuego. Encendió un cigarrillo y caminó hasta el lago. Se sentó sobre una piedra con forma de tortuga y se quedó allí, quieto, inmóvil, hasta que asomaron las estrellas. Al volver, notó que Irene continuaba en el dormitorio. Golpeó la puerta y entró. Irene dormía. Volvió sobre sus pasos y sigilosamente cerró la puerta. Pensó que haría falta buscar más leña para soportar el frío de la noche, pero eligió sentarse sobre el parqué, cerveza en mano, a mirar cómo el fuego se extinguía lento.
ALEXANDER QUINTERO PRIETO
El rostro de las llamas
Todos tienen un incendio adentro. Incendios que pueden quemar pueblos enteros y esperanzas; otros incendios que podrían encender las llamas de la pasión y el entusiasmo. De cualquier manera, cuando un incendio llega a la vida o se prende en el interior del alma, quema, transforma, dejando cicatrices indelebles, testigos de nuestro sacrificio.
–Tiene fuego en su interior- Dicen algunos, cuando observan al pusilánime o al filántropo entusiasta. ¿Pero, como diferenciar el fuego, producido por llamas con rostros de demonios y destrucción, del fuego de apacibles flamas en una fogata calentando las veladas familiares de la noche?
El fuego es fuego, y arrasa el campo que en el futuro florecerá. La intención del pirómano no debería condicionar la naturaleza de las llamas. A veces el fuego produce una bondad prístina con pequeños ecos de maldad colateral, o viceversa. Depende del juicio de quien apague los incendios…
M ADELA CID
Del álbum Estampas de mi Aldea.
Basado en un hecho real, ocurrido en ésta comarca.
El señor Vicente de los ¨caramuxos¨ de Ancado siempre fue un tío desagradable, que con los años fue a peor, tanto, que llegó a ser un problema.
Las vecinas que se sentaban en las tardes en el banco bajo el ¨canastro¨ grande, lo saludaban al pasar, como a cualquiera; pero tan pronto se perdía en la curva del ¨Barrocal¨ respiraban aliviadas, comentaban los últimos desmanes del susodicho y hasta alguna terminaba persignándose.
—¡Nada que hacer! —se quejaba María a sus amigas. —No colabora con nada. Es mas agarrao que un ¨trasno¨. Ayer mi marido estaba trabajando en la ¨horta¨ de la ¨leyra¨ de la ¨corga da ribeira¨ del Viñó , ¨pelexou¨ como un poseso, Toño trató de explicarle que enterraba los residuos de la cosecha y las podas porque, ¨podres¨, van a alimentar el suelo, como si fuera abono, igual que el estiércol; además, con el tiempo que hace no se puede quemar. —María suspiró— Casi se van a las manos.
—Dijo a todo el mundo que estaba cansado de tanta tontera, que no iba a permitirlo —recalcó Palmira, echándole mas leña al fuego.
Todas tenían la mirada atrapada en la humareda que venía de la zona de las ¨leiras ladeiras¨ de la ¨corga¨ del Viñó.
—Allí están los ¨carballos¨ que sembró mi padre. Están tapados por el humo —dijo Rosa.
—Los árboles están más arriba, Rosa, no te preocupes. El Vicente está quemando las ramas, las plantas de guisantes y ¨millo¨ vencidas, la hojarasca y los ¨fentos¨ secos recogidos en el campo yermo de la tía Delaira, la que emigró a Argentina, que separa la ¨horta¨ nuestra de la suya. Los ¨marcos¨ se perdieron en la ¨ribanxeira¨ del año pasado. Desde entonces él, actúa como si todo fuera suyo, por eso no quiere que mi ¨home¨ entierre allí esos residuos para luego ponerlos en el suelo preparado en la nuestra, cuando se siembre.
En la zona de canastros, ubicada en lo alto del ¨Oteiro¨, sentadas en el banco bajo el ¨canastro¨ grande, las amigas se reunían cada tarde después de las largas y calurosas jornadas de verano desde toda la vida; saludaban a todos los viandantes, los que incluso si no les era camino pasar por ahí, se obligaban a que lo fuera para poder comentar las nuevas y enterarse de las otras, a la sombra del ¨castiñeiro¨ gigante, donde siempre ¨fai bo¨.
Allí tenían el fresco que trae el aire naciente al final de la tarde y para refrescarse más, a sus pies corre el regato que comienza en la propia ¨fonte do Oteiro¨, factor importante para el ambiente agradable del lugar. Es el alto con las mejores vistas: a todas las laderas circundantes, al camino, las bellas puestas del sol veraniego y la luna, que aquí sale antes, que a veces no se esconde y que cuando es roja concede los deseos suplicados en secreto por medio de la ¨moura Lua¨ de la charca del ¨oteiro¨.
—¡Arden los ¨carballos¨! —se lamentó Rosa.
—¡Ohhh, sí! —exclamó Palmira.
—¡Esto se ha desmadrado! Se ven las llamas, ya no es solo humo —dijo María, espantada. —Todo se está poniendo negro y rojo, mira las nubes, mira la luna.
A Rosa le corrían lágrimas por las mejillas.
—¿Estás bien, Rosa? —insistió Palmira.
Rosa se acercó a la fuente, murmuró alguna cosa y luego se mojó con las frías aguas los brazos y el rostro.
El calor era insoportable.
—Veo personas que corren hacia allá. No puedo ver quienes son —dijo María.
—¡Viene el helicóptero, ya viene! —exclamó Palmira, señalándolo… Y todas se volvieron hacia allí.
El aparato amarillo pasó roncando, con su vuelo de libélula, por encima del ¨Oteiro¨ . Llenó su caldero en la fuente del alto de ¨Quinta¨. Luego, bajó y soltó su carga a lo largo de la franja en llamas. Dio dos viajes más a Quinta, posándose, después del último, en un lugar cercano al sitio del ex siniestro.
Cuando las amigas, terminando casi el ¨luscofusco¨, convencidas del buen final de la operación y con la primicia en su haber por permanecer en primera persona observando, ya se preparaban a regresar a sus respectivas casas; llegaron los primeros aldeanos de los que fueron a cooperar con los bomberos. El primero de todos fue el Paco de Chan do Forno.
—Cuéntanos Paco. ¿Cómo han podido llegar tan a tiempo? —le increpó Palmira.
—Palmira, es que no sabes que desde el Centro de Mando de San Roque están vigilando el monte, más en estos días de tanto bochorno. Si hay casi unos 50 grados —respondió burlón el Paco, abusando de la confianza.
—Buenoooo, no exageres, Paco —dijo María —Eso queda muy ¨lonxe¨.
—Ellos tendrán sus aparatos allí para ver —sugirió Palmira. —Ya decía yo que era cosa buena poner ese tal Mando ahí. Tiene buena altura.
—Vale, pues —dijo Paco, todo salió bien. Al Vicente ¨caramuxo¨ se le descontroló el fuego. Le dijeron que no había permiso para prenderlo, que se avisó incluso del peligro con tiempo. Se puso un anuncio en la marquesina de San Antonio.
—Sí, sí, pero él… sabemos lo tozudo que es, no oye y no creo que sepa leer —apuntó María.
—Pues pasó un susto de ¨o demo¨, cuando oyó bajar el helicóptero. Trató de esconderse por allí mismo, pero lo vieron desde arriba. Le soltaron encima parte del primer ¨caldeiro¨. Venía agua con fango y de todo lo que flotaba en la fuente de ¨Quinta¨. Lo dejaron tan pringoso como atontao. Después bajaron y lo prendieron. Se lo llevaron en el mismísimo helicóptero.
—Ahhhh, vas a ver lo que va a alardear ese ¨carallo¨. ¿Quién más aquí ha montado en un helicóptero alguna vez? —se lamentó María.
—¡Que va! Si va a echar una temporada preso, una de las largas. Se lo dijeron delante de todos y le va a tocar pagar el viajecito, la paga de todos los bomberos, encima de eso una multa de 500 pesetas y todos los daños a las fincas aledañas.
—Ahhh, jajaja, ¡Eso sí que está bo! —se carcajeaba María— Jajaja…
—¨A todo porco lle chega o seu San Martiño¨ —llegó a sentenciar Palmira, antes de romper en risotadas.
Y Palmira desternillada, se ahogaba en hipo, mientras a la Rosa, le corría otra lágrima por la mejilla sonrojada, esta vez por tratar de contener tanta risa.
—Fin—
ARCOIRIS MORENO
FUEGO INERTE
A flor de piel un corazón salvaje
Luna morena con sabor a canto.
Errante, vagabundo mi linaje
danzando al son de lágrimas sin llanto.
¿Qué fin, ha de tener esta condena?
¿A dónde ha de llevar tal amargura?
De sol, de luz, de miel… son las cadenas.
Presa de lucidez ardo en locura.
Arcoíris.
CARLOS HERNÁNDEZ
Un sentimiento nuevo, que consumía por dentro como fuego a una hoja de otoño completamente seca. Acabo por dentro con toda la bondad, alegría y la inocencia. Se apoderaba el coraje, la frustración de no poder actuar, ni hacer nada contra el. Solo era un niño.
Al ver caer a su madre, inconsciente por el rotundo golpe, que su padre le dio con certeza en la mandíbula.
Inundado por el miedo, oculto bajo lo que era su cama (lo que era una serie de tablas sobre algunos ladrillos y algunas frazadas para hacerlo cómodo). Espero a que el alcohol terminara por adormecer, al monstruo que estaba en el interior de su padre, y así salir corriendo en busca de ayuda.
Soy nuevo por aquí, tengo la curiosidad por la escritura.
Y la lectura pues si me gusta bastante. Se que tal vez tenga algunos errores, pero si quiero seguir aprendiendo de este mundo maravilloso de la escritura y literatura.
RODOLFO ALBERTO MICCHIA
El grito de Linep
Amanecer número 2351:
Una nueva salida de sol nos volvió a demostrar lo inhóspito de este planeta, los encargados de verificar los daños en las estructuras de nuestro coloquial paraje, decidieron que era conveniente reforzar las paredes del extremo oeste ya que estas, presentaban fisuras por donde el enemigo podría filtrar sus fuerzas, por esa razón, mi grupo de comando cumplía su vigilia mientras los expertos en reconstrucción terminaban su reparación. Así mismo, el equipo de expedición regresaba de lo que se denominaba zona de observación con una nueva carga de provisiones.
Las tareas estaban bien distribuidas y cada uno cumplía su función excepto Linep, que se mantenía realizando remiendos a una endemoniada máquina encontrada en las afueras de la ciudad, una tarea que demandaba gran parte de su energía.
La colosal estructura, creada tal vez en los albores de la tecnología dado el deterioro encontrado en la misma, consistía en un armazón de una sola pieza confeccionada en un extraño ángulo, con dos extremos en los cuales pendía una especie de amortiguación, lo que Linep estaba investigando era cuál había sido su aplicación y, que beneficio podría llegar a sacar de dicho artefacto.
Nuestra ciudad estaba emplazada en plena llanura, una desértica zona que tal vez según los antiguos pobladores, en tiempos pasados fue un vergel, una imagen muy distinta a lo que hoy se presentaba como un verdadero desafío, un reto a la supervivencia.
El sol en el cenit marcaba una temperatura extremadamente alta, aun así, en el interior de la fortaleza los pasillos permanecían frescos, por lo tanto, el descanso para los que operaban de noche, como la vida diaria continuaba sin interrupción.
Como era costumbre, el transitar por los estrechos corredores se hacía de manera ordenada y a la vez con suma ligereza eso si, siempre respetando al otro. El asiduo ir y venir había compactado el camino de forma tal, que aunque su paso era liviano, parecía que hubiesen usado una aplanadora.
La tarde se precipitó alargando sus sombras y todo permanecía con demasiada calma, de repente, el estruendo se apoderó del lugar, el enemigo había regresado y esta vez con más ímpetu.
Las vibraciones se hicieron sentir hasta lo más profundo de la fortaleza, enseguida miles se pusieron en alerta, cada cual sabía el cumplimiento de su deber. Linep entró corriendo a la cámara principal con los planos desplegados diciendo que ya tenía la manera de derrotar al enemigo, pero necesitaba ayuda para posicionar el dispositivo.
Un grupo de soldados la escolto a lo que podía ser la parte más débil por donde el enemigo podía ingresar y así fue, la pared se derrumbó tras la embestida exterior y un gran cañón perforó la misma. Linep le pidió a sus soldados que caben una fosa de al menos un metro para clavar parte del arma encontrada y hacer que encastre en su hueco, a la vez, debían estirar y apuntar sus dos mangas y mantener la presión al máximo posible hasta que la gran artillería esté a punto de disparar.
Enterrado sus extremidades en el terroso suelo, los soldados mantenían la tensión de las mangas, Linep tomó una roca en forma de cono y la colocó en una especie de cavidad que el artefacto poseía y esperó… esperó paciente. El gran cañón dilató la boca y en ese preciso instante se escuchó:
—¡Fuegoooo!.
Los soldados soltaron sus mangas y la gran roca salió disparada entrando en el gran cañón como corcho en una botella. El silencio seguido fue estremecedor, al rato, la tierra tembló y el grito de victoria se escuchó en los alrededores. Todos palmearon la espalda de Linep, claro que las jerarquías no existían, todos excepto la reina eran una gran comunidad, al salir al exterior, el pueblo de Asquel vio al enemigo muerto, tal vez por asfixia, el yurumí, más conocido como oso hormiguero, había sido derribado por una sola hormiga, una hormiga que fue capaz de descifrar el código del disparar de una gomera.
MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ
Cuando era pequeña me fascinaban, como a tantos niños, los bomberos.
Imaginaba casi que era un honor que un bombero viniera a casa.
Pero para mi desconsuelo ¡nunca venían!
Pero como todo llega en esta vida, un día sí que hicieron acto de presencia.
Venía con mi madre entonces «mi mamá » del parque pala, cubo y pelota en mano, cuando escuché la sirena.
-Mamá, vienen los bomberos. ¿Dónde habrá fuego?
-Ya veremos-respondió mi madre-parece que cerca de casa.
Nos fuimos acercando y delante de nuestra portería estaban aparcados ¡dos coches, dos!
Eso era emocionantísimo como puede imaginarse.
Aceleramos el paso, yo cogida de la mano bien fuerte, so pena de que echara a correr y cruzase la acera, y llegamos por fin.
-Qué piso será?- dijo mi madre.
-Ojalá sea el nuestro mamá-dije imaginándome yo agarrando una manguera entre llamas y bajando al patio por esas altísimas escaleras. Igual hasta me ponían un casco y todo, pensaba loca de ilusión.
Y si, los bomberos ¡estaban en nuestra casa!
Corrí a ver dónde encontrarlos pues fuego no se veía.
Al fin, los escuché en la cocina y hacia allí corrí como una loca. Pero ¡qué decepción!
Lo primero en hacer fue apartarme
-Sal niña-me dijo uno con cara de antipatico-vete a jugar, corre.
¡Eso era indignante! ¡A jugar como si yo no supiera coger una manguera y trepar escaleras arriba escaleras abajo!
Me quedé en una esquina espiando y ¡decepción mayor!
Otro bombero le decía a mi madre :que era una falsa alarma: la chica que ayudaba en casa, se asustó al ver que un fogón de gas ardía un poco o no sé qué y los llamó.
Total, mi gozo en un pozo como dice el refrán.
ARITZ SANCHO MAURI
SI EL AMOR ES VERDADERO EL FUEGO ESTA POR DENTRO.
Sigo esperando en cómo comenzar esto
intentó verlo todo desde otra perspectiva
escucho tu voz en sueños, jamás contesto,
la luna de la noche me mira, me cautiva.
A dormir de tanto esperar estoy dispuesto,
mi interior me quema de manera sucesiva,
otro crepúsculo de melancolía que detesto
rabia, calor, polvo de ceniza inexpresiva.
Elementos que me traicionan y me molestó;
soy viento, lumbre, ardo porqué me motiva.
Viendo la hoguera que formamos protesto,
escapando de un bucle que no tiene salida.
Rompen las olas por llegar a pisar tierra,
debo cruzar océanos, llegar a la cima;
a la tormenta atravesar, ganar la guerra,
dominar esta pasión. Realizarte esgrima,
estocarte el corazón, tú herida no cierra,
robarte algo de tiempo, cambiar el clima
o verte en nubes y que en tu rostro llueva.
Enfadado, no te tropiezo en esta vida,
lamentandome que te fueras alejando;
fuego en llamas, este amor me suicida.
Uno el puzzle que te continua cortejando,
eres la última pieza, la que está extinguida,
grande el hueco que me está destrozando.
Ojos que aún mantienen la mirada perdida,
esperando que tu llama ande buscando.
Soy luz, un fuego que no lame tu herida,
termina de admitir lo que estás pagando,
asume que siempre serás mi mas querida,
presume con todas las monedas apostando.
Obligame a mirarte como mi preferida,
retame a tenerte la mano agarrando,
dejame el honor de darte por aludida,
explicame ave porque te fuiste volando.
No me avandones como una estupida,
trata de entender, que te sigo esperando,
rios de lava corren por mi vena calida,
oliendote por la noche que te sigo soñando.
BEA ARTEENCUERO
Noche de baile
Nuestra banda favorita
Esta en Cromallon.
Un mundo de jóvenes.
La locura nos invade…
Exitados, alegres
Pensando lo que vamos a vivir.
Al fin entramos.
La música en ese momento
En todo su apogeo.
Luces que invaden
El lugar.
Nos sentimos en el aire
¡Que emoción!
Imposible describir
Lo que se siente.
Una sensación indescriptible
Se filtra dentro de tu cuerpo,
No sos vos, enajenado a todo
Entras en un mundo mágico
Te dejas llevar y vibras
Las luces, la música
Que se eleva más y más.
Los sentidos se van
Volas sin alas
Me entrego total.
De pronto..
Luces de colores
Iluminan el lugar.
Una bengala, dos, tres
No se cuantas.
La locura se apodera,
Y vibras alto muy alto
De pronto,alguien grita
¡ Fuego! ¡Fuego!
SALGAMOS.
Una sola salida
Caos total
Nos amontonados,
Desesperación…
Caemos, nos pisamos
El humo te ahoga
Las llamas caminan rápido
Se apoderan del lugar.
Cuando despierto
Estoy tirada a metros
Del lugar.
Cuerpos esparcidos
Por doquier.
No logro razonar.
Mis amigos…Donde están ?
Busco en vano.
Sirenas, gente que corre
Gritos, desociego.
No está pasando…Pienso
Más, no puedo despertar.
La realidad me golpea
No entiendo como salí
Muchos, cientos
No lo lograron
La muerte me rodea
El fuego implacable…
¡¡Esa noche el infierno
Estuvo allí!!
Pasaron los años.
No logro olvidar
Mis amigos
Quedaron allí!!
Una pregunta se alojo
En mi mente, sin respuesta
¿Quien tiro la primer
Bengala y la otra y la otra…
(Vivencias de un hecho real)
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
«La creadora del fuego»
Sufría una vida rutinaria encerrada en un convento donde era obligada a gestar su conducta y preparada para servir a dios. Ángela tenía nueve años de edad y como todas las niñas de su época encerradas bajo clausura, soñaba con el momento de ser libre y poder disfrutar de todo lo que le era impedida. Igualmente, intuía que nunca podría llegar ese momento de escapar del infierno donde era presa a causa de la guerra y la culpabilidad de haber nacido en una familia pobre de la cual fue de manera trágica abandonada. La única esperanza que habitaba en su frágil corazón era su mejor compañera Luz y el poder que ocultaba con recelo en los salones de su fiel conciencia infantil, la prodigiosa imaginación. Luz, aunque era incapaz de comprender a su mejor amiga, siempre trataba de protegerla guardando su mayor y mágico secreto.
Cuando la hermana Úrsula terminaba de reunir a todas las niñas junto a la cama, las obligaba a rezar antes de ir a dormir. Entonces era cuando Ángela, esperando como máximo el momento en la que se creía la novicia ya se había marchado, llamaba en silencio a Luz y, de puntillas, buscaban a través de la pared un pequeño hueco que las conducían hasta un viejo ropero donde las religiosas atesoraban antiguas prendas y uniformes. Ubicadas en aquel oscuro y frío lugar, Ángela prendía un veterano quinqué, que iluminaba de forma humilde la habitación. Sentada junto a la lámpara, Ángela, comenzaba un extraño ritual de palabras que murmuraba en forma de cántico al fuego, y este, a su vez, danzaba de forma misteriosa. Concentrada y envuelta en un siniestro éxtasis, su conciencia, era guiada por lo largo y ancho de todo el universo, visitando parajes y planetas inimaginables, en busca de un otro ser que, con suerte, podía manejar. Luz, mientras tanto, vigilaba con mucha atención la entrada del ropero y la posible llegada de la hermana que, no muy segura, hacía ronda para ver si todas las niñas permanecían en sus camas. Si alguna vez se diera el caso, Luz, caminaba sigilosa hasta su litera y convencía a la novicia de que su compañera, había salido para hacer sus necesidades en el baño.
Ángela, ya tenía una larga experiencia en utilizar aquellas artes mágicas que había heredado a través de los tiempos y de reencarnación en reencarnación e incluso muchos antes de existir la temprana formación de nuestro pequeño planeta. Formaba parte de una ya extinta y antigua civilización de los primeros seres conscientes y creadores del cosmos, que con su inteligencia y poderes extraídos de los dioses guardianes de los elementos, podían dominar a la perfección el manejo de la magia y unos pocos elegidos, llegar a dominar la transmutación y la posesión mental. Los Annuk, como eran ya conocidos por otros seres vivientes evolucionados conscientemente, podían teletransportar su cuerpo etéreo a otros planetas o invadir, sin permiso, la mente y memoria de un cuerpo contenedor a su antojo. Elegidos al azar, podían poseer a un animal o persona con vida, para actuar, hablar y moverse, sin impedimento, por cualquier lugar del universo o planeta. Fueron llamados los padres de la creación e incluso en multitud de planetas poco desarrollados, eran catalogados y llamados dioses. Ángela ya tenía un sitio favorito que visitaba con frecuencia por su variedad y riqueza de flora y fauna en similitud con la tierra, pero este planeta llamado Stiglight, era tres veces más grande que nuestro planeta. Las visitas, eran debido a la evolución de los seres inteligentes que se movían libres y gentilmente por todo el globo. En diferentes generaciones, Ángela estuvo ayudando al progreso de la raza dominante y muy parecida con la humana, para que siguieran una serie de reglas y pautas, que con rigidez, haría de esta raza, la más noble y humilde de todo el universo, como también, la más evolucionada espiritualmente. Pero debido a unas consecuencias y problemas que le causaron estar por muchos años sin poder tomar un cuerpo contenedor, Stiglights, estuvo abandonada y sin ser llevada de la mano de un dios creador por décadas. Cuando Ángela, por fin, pudo volver, se encontró que el planeta estaba en una situación deplorable, la raza que había sido guiada, se había mezclado con otras de menor inteligencia y poder, constituyendo la formación de siete diferentes razas conscientes. Los Néferim, era una raza casi idéntica en todo su aspecto a la humana, con la única rareza que los diferenciaban en sus orejas puntiagudas y sus cuerpos más lánguidos y de menor corpulencia, pero con dos veces la fuerza de su peso y la capacidad de manejar los elementos mágicos. Después de varias décadas, estos se unieron a las otras dos razas con pocas posibilidades de crecimiento, los Danark y los Menhir. Dando paso a la existencia de las siete razas gobernantes y de las cuales cuatro de ellas luchaban constantemente en una guerra por el dominio del poder y la conquista. Una de las más oscuras y potentes razas era la Orgrakar, resistentes a las grandes temperaturas y forjados con el hierro, usaban su gran fuerza para sembrar el miedo y la destrucción por donde avanzaban con su ejército. Hijos de Menhir, los señores de la montaña, con cuerpos que llegaban a medir de los dos a tres metros de altura, gigantes corpulentos que dedicaban su vida a la lucha entre su propia raza y la de extraer como posesos cristales y metales preciosos de las rocas. Llegaron a invadir las ciudades elevadas en las montañas escarpadas donde vivían los Néferim, violando y asesinando, como destruyendo todo a su paso para conquistar la montaña. Los hijos nacidos de las madres Néferim, con deformación por su tamaño y la diferencia sanguínea, dieron paso a la raza Orgrakar, de piel oscura y enferma, con mal formaciones en el ochenta por ciento de su cuerpo y rostro, se alejaron de sus madres para vivir en las profundidades de las montañas donde como ratas de cloacas se alimentaban de sus propios sucesores no dignos para la guerra y se multiplicaban sin descanso cada año, hasta tener que ocupar el mismo corazón de Stiglights, como su propio hogar y causando con ello la inestabilidad de su planeta. Los Danark, era una pequeña raza muy similar a los Néferim, que preferían los bosques y lugares frondosos para vivir, construyendo sus casas en los árboles o usándolo como póster central de esta. Los Danark y los Néferim, tenían una buena relación y hacían negocios con el traspaso de pieles y alimentos para los Néferim, como también, les brindaban con riquezas de los cristales y metales preciosos que robaban con gran agilidad a los Menhir. No era extraño que, alguna vez, un joven, Danark, se enamoraba perdidamente de la belleza de una joven Néferim, aunque eso estaba totalmente prohibido, muchos jóvenes enamorados, se marchaban para vivir un romance y no ser descubiertos por los líderes y guardias de sus dos razas. En la unión de estas dos, nacían los llamados bastardos de Néferim, por la mezcla de los padres Danark que eran de un color diferente de piel y por un racismo y rechazo de las dos comunidades, crearon con el tiempo su propia civilización y raza, llamados los Simians. Estos tenían diferente constitución corporal, sus orejas se habían reducido y sus cabezas, como manos y pies, eran algo más grandes. Su aspecto final con el paso del tiempo formó una transformación similar a la raza humana en la tierra. Escogieron para crecer como comunidad la cercanía del mar y los ríos, construyendo grandes ciudades y un gran ejército de hombres preparados para repeler el ataque de los Orgrakar, enemigos íntimos desde hace décadas y que, con violencia, atacaba poblados y lugares donde residían felizmente los Simians. Las otras dos razas originadas por capricho y rareza de Stiglights, se desconocía su procedencia y es que los Nassamar, hijos del agua, se cree que vivían ocultos en lo más profundo de los lagos y océanos del planeta y evolucionaron tras décadas tomando tierra firme y creando sus ciudades junto el sitio que los vio nacer por las bajadas cambiantes de los océanos y la contaminación que producían los Orgrakar en los lagos cercanos a su hogar. Los Nassamar, eran de piel azulada casi plateada, orejas pequeñas y profundas, cara alargadas, nariz pequeña y poco pronunciadas, labios gruesos y sus extremidades se ajustaban a su tamaño de casi dos metros de altos, con la peculiar membrana entre sus dedos que los hacían hábiles nadadores y pescadores. La séptima y última raza también oculta durante décadas, se piensa son parientes cercanos de los Menhir, vivieron bajo tierra durante mucho tiempo y su tamaño es de un metro escaso de alto. Los Tirfus, era una ridícula raza casi extinta que vivían de servir a sus enemigos o aliados con su poca inteligencia, aunque eran muy trabajadores y serviciales, carecían totalmente de sentido común y con facilidad eran convencidos para engañar y traicionar a las personas que servía como esclavo. De piel clara y rosada por la poca luz solar que recibieron durante su exilio bajo tierra, piernas y brazos cortos, con dedos alargados, sin pelo, orejas muy alargadas y nariz muy pronunciada de formas muy distintas entre todos sus congéneres, con unos ojos grandes, pero bastante almendrados, que parecían estar cerrados, una gran boca rasgada y dos paletas muy pronunciadas. Por su aspecto y parecido con los roedores, estos algunas veces eran llamados alimañas y en otras ocasiones conocidos como seres de las profundidades y su aparición, fue debido a los movimientos terrestres por causa de las grandes construcciones de galerías que llevaban a cabo los Orgrakar.
Ángela llegó a tiempo para usar un contenedor, tomando el cuerpo de una niña Néferim, que recogía plácidamente unas setas del bosque y por infortunio, iba a ser atacada por un espía Orgrakar, que vigilaba a escondidas a la joven y finalmente violarla o devorarla para saciar sus necesidades. Viendo la rapidez con la que se movía el enemigo, se acercó disimuladamente hasta su escondite, haciéndole caer por sorpresa en una trampa. Cuando el Orgrakar se abalanzó sobre su víctima, Ángela, empleando el poder de los elementos Annuk, uso la magia de deflagración y lo calcinó en llamas convirtiéndolo en cenizas. Vigilando que no hubiera más enemigos, separó su cuerpo etéreo y ayudó a la joven a escapar dirigiéndose con ella hasta la ciudad de Dfelim. Ángela a penas conocía nada de aquel lugar y se maravilla con la evolución arquitectónica con la que construían los Néferim sus grandes ciudades. La niña incrédula con lo que había ocurrido, se preguntaba si Ángela era un espíritu guardián de las montañas o los bosques y daba su bendición por salvarla de aquel degenerado monstruo. Ángela, para no alargar la conversación afirmó que era un espíritu guardián de los elementos y marchó a la gran sinagoga para ver a los antiguos sacerdotes y líderes de la ciudad. Llevada hasta el fondo del templo por los guardias reales, se presentó como la antigua diosa creadora y guardiana de Stiglights, pero los sacerdotes ya no la reconocían como tal y su último dios, tenía un aspecto diferente que, con gran artesanía, habían grabado en piedra como pieza principal del santuario. Ángela, viendo la negativa de los líderes, tomó el control de uno de los guardias y utilizó todo lo que tenía en su poder para poder convencerlos, pero era tan poca la fe y creencia que tenían a su creador, que por décadas los había abandonado a su suerte que no querían saber nada de ninguna diosa o dios existente, pero mucho menos querían tener un dios que parecía un Simians. Retomando la palabra del sacerdote, Ángela, tomó el cuerpo de un hipogrifo que volaba junto al santuario y viajó hasta la ciudad Simians más cercana.
Cuando Ángela distinguió la ciudad que posaba flotante, justo en el centro de un brillante lago, se dirigió hasta la torre más alta y destacada de la gran espléndida ciudad Simians llamada Stigertan. Allí vigilaban incrédulos unos guardias que huyeron al ver al gigantesco pájaro posarse sobre la terraza.
—¡Fuera bicho, sal de aquí!– apuntaba con una lanza el guardia al enorme hipogrifo.
—¡Quietos! Vengo en son de paz, guiarme hasta vuestro lider— dijo Ángela.
—¿¡Un hipogrifo que habla!?— preguntó incrédulo uno de los guardias.
—No soy un simple hipogrifo, soy la diosa de Stiglights, y vengo a retomar las riendas de este planeta— aseguró Ángela.
—¿¡Una diosa!? La llevaremos junto a nuestro rey Menfis, lo sentimos mucho— contestó el guardia inclinándose.
Bajaron la enorme torre y llegaron hasta el trono del rey Simians, Menfis III, que en ese momento se había ausentado para dirigir su ejército en una batalla contra los Orgrakar en las lindes de Stigertan. Ángela, viendo la posibilidad, se marchó a su encuentro, para ayudar con su poder en la batalla. Cuando llegó hasta la zona en que los Orgrakar, ganaban en número y no paraban de aparecer de entre los confines de la tierra, Ángela, frenó frente al gran ejército y lanzó una gran bocanada de fuego por la boca del hipogrifo, dejando a gran parte de estos convertidos en estatuas que se deshacían con el soplido del viento hasta quedarse esparcidos en polvo de cenizas. Viendo la reacción de la gran ave alada, los Orgrakar, hicieron sonar unos grandes cuernos como trompetas y huyeron uno tras otro hacia la oscura grieta que se había formado en la tierra. Ángela aterrizó sus patas sobre una gran roca y dejando el cuerpo del hipogrifo, lo acarició y susurró con una sonrisa unas suaves palabras en su oído. El animal sacudió fuertemente las alas y voló con un graznido de nuevo al nido. El rey de los Simians, Menfis III, se acercó junto a su ejército, quitando el casco de su cabeza para ver de cerca a la persona que los había salvado en la batalla.
—Permitame la osadía, pero…, ¿Quién es usted?— preguntó el rey asombrado.
—Soy la diosa guardiana de Stiglights, que durante décadas, guio a los Néferim para ser la raza dominante en este planeta, pero acabo de comprender, que la raza que puede ayudar al equilibrio de este mundo, son ustedes, los Simians. Pero a cambio de entregaros el poder y la conquista total de Stiglights, deben cumplir mis órdenes y leyes, como también pasar la prueba final, con la que sabré si son los elegidos como única y pura raza de este mundo— contestó Ángela.
—¡No lo permitiré!— exclamó Menfis.—Podrás ser quien dices ser, una diosa o guardiana, no conocí, ni conozco ningun dios existente, pero creo que las razas hasta ahora sobrevivientes en este planeta, son necesarias para su equilibrio. Somos Simians, negados y abandonados durante siglos por nuestra raza de origen, nacidos de Néferim y Danark, bastardos sí, pero no renegados de nuestra sangre, y lucharemos por nuestro hogar y pueblo siempre que hiciera falta, porque las guerras como parte de ese equilibrio también son necesarias. No necesitamos el poder de un dios para conquistar este mundo, por lo cual agradecemos su bondad y haber ayudado en esta guerra— concluyó el rey de los Simians, consternado por el ofrecimiento de Ángela.
—¡Necios!— gritó enfurecida.—Si esa es vuestra respuesta a la entrega de mi poder y la posibilidad de convertir a vuestro pueblo en la única raza dominante, ya sé qué hacer con este mundo que me pertenece como única creadora, el exterminio y la destrucción total de este planeta— insinuó molesta Ángela ante todos los Simians presentes.
Ángela desplegó los brazos con las palmas dirección al cielo y envuelta entre un torbellino de oscuras llamas, atrapó con su poder toda la luz del planeta, hasta reducirlo todo en una pequeña esfera que aplastó con las manos.
—¡Ángela! Has terminado ya, vuelve Sor Úrsula a hacer la segunda ronda, no va a pillar, acaba ya con ese libro— se apresuraba Luz, para no ser descubiertas.
—Ya he terminado, voy a acabar por siempre con este libro— dijo Ángela, arrancando las hojas y prendiendo fuego a todas las que tenía en la mano.
—Pero…, ¿¡Qué haces!? ¿¡Estás loca!? Vas a prender en llamas el ropero— exclamaba sorprendida Luz.
—No soñabas con ser libre, pues es la única manera de serlo— dijo Ángela con una sonrisa de niña inocente.
En un abrir y cerrar de ojos, el convento se había reducido en llamas que asomaban con fiereza por encima de los tejados y todas las niñas, junto a las novicias, miraban tristemente desde un descampado como se quedaban sin hogar.
MÓNICA ALTAMIRANO
Cuando era niño siempre me intrigaba lo que mi madre guardaba en una vieja caja metálica de galletas, oxidada por el paso del tiempo y haciendo juego con todo lo que había dentro.
A veces ella, sentada sobre su cama, la abría . Lo hacía al caer la tarde, cuando las labores de la casa ya pedían un descanso y ella estaba abatida, y en esas ocasiones, melancólica.
Habían más cosas en esa vieja caja, un antiguo reloj de cuerda con solo un lado de la correa, doblada y de piel gastada por el uso; una medalla de guerra conmemorativa agarrada a una vieja cinta descolorida; y una pesada pluma verde que algún día dejó de escribir aquellas cartas que aún conservaba. Pero también estaba aquello otro que tanto me intrigaba y que se negaba a explicarme porque decía, yo era aún muy pequeño para entender y saber cómo usarlo.
Pero no hay nada que atraiga más que lo prohibido y lo desconocido. Y yo lo cogí un día que ella me dejó solo en casa con la promesa de ser bueno y de no moverme del salón.
No pude evitarlo, llevaba días con aquello en la cabeza. Esperé, debatiéndome entre la flaqueza o la valentía, y me fui, arrastrando mi oso de peluche como complice, al dormitorio de mi madre.
Cogí la caja, y como había visto hacer tantas veces antes, me senté en su cama.
La abrí y lo saqué.
Era más largo que la mano que lo sujetaba, un cabo amarillo y negro bastante grueso con la punta quemada y unida a una rueda con una pequeña piedra incrustada.
Jugué con ello un rato y me di cuenta que podía girar la rueda. Era lo único que se podía hacer y así lo hice tantas veces como mi innata insistencia infantil me dejó, hasta que vi saltar una chispa.
Lo solté rápido sobre la cama. Me asusté.
Dejé mi oso atrás y corri al salón.
Mi madre entró acto seguido. No sé si por destino o por instinto, me miró, y corriendo buscó un cubo de agua y se fue al dormitorio.
Apagó el fuego que acaba de empezar y me trajo el oso.
Ella sabía lo que había pasado y por qué.
Me abrazó y llorando me dijo: es el yesquero de tu abuelo.
Y me enseñó qué era el fuego.
ALMUT KREUSCH HOFFMAN
Al principio el fuego me gustaba. Jugar con las llamas sin quemarme tenía el atractivo de lo prohibido, era un reto emocional y yo estaba en posesión del agua fría que era capaz de amansar al dragón que escupía fuego por la boca.
Agua y llamas se fundieron, el humo se evaporó, permaneciendo el olor a palabras quemadas. El dragón se transformó otra vez en un ser dócil, adorable, con sus dulces palabras con sabor a miel. Sólo mi piel ardía como después de un soleado día de verano en la playa pero él la refrescaba con su aliento y su saliva.
Recuerdo la primera vez que las llamas quemaron un trozo de mi alma, eran más fuertes que nunca, y cuando eché el agua era demasiado tarde. Fue una de las primeras heridas que jamás se curaron.
Después, mi querido dragón lloró arrepentido en mis brazos y yo lo calmé con mi aliento y mi saliva. Quería creer que el tiempo calmaría la lava que hervía en su interior y en el poder de mi agua refrescante.
Mi alma se fue quemando poco a poco primero y cada vez más rápido después. El miedo a no tener suficiente agua para poder apagar los fuegos cada vez más intensos me angustiaba.
No pasó mucho tiempo hasta que mi dragón se convirtió en una bestia incontrolable. Yo huía de él, pero siempre me encontraba, me paralizó con sus ojos inyectados en sangre, me echaba su aliento de llamas como cuchillos al rojo vivo y cuando ya no quedó alma, me abrasó el corazón.
Lo único que no fue devorado fue mi dignidad. Mi orgullo y mi voluntad ya se habían convertido en cenizas. Pero en mi dignidad se reunieron las últimas fuerzas que estaban escondidos en lo más profundo de mi ser.
En aquel momento, cuando el dragón derramó su incontrolable fuego sobre mí con una violencia aún más abrasadora y dolorosa, tratando de quemarme hasta convertirme en un montón de cenizas, yo estaba preparada.
Con manos temblorosas desenfundé la espada y se la clavé en el corazón.
Su sangre fría se derramó por el suelo de la habitación, corría por el pasillo y la escalera, se deslizó bajo la puerta y desapareció en la oscuridad.
A la mañana siguiente se podía leer en grandes y chorreantes letras rojas que cubrían casi la totalidad de la pared de la casa:
Maté a mi maltratador
MAR SHA
Entre la armonía y el furor hubo un cariño y calor inmenso, se apoyaban mutuamente eran los sentimientos que los demás admiraban por su evidente comprensión mutua. Pero derrapándote una noche fría el furor sintió que la duda llegaba y abrazaba a su querida armonía, el trato que hacerla a un lado porque sabía que ella la depresión le llegaba muy rápido y fuerte. A su pesar no pudo, la duda se instaló en el corazón de la armonía, luego llegó el miedo, intriga, mal genio, la armonía perdió su brillo, se veía apagada, ya no era entusiasta, la fe se le acercó y le pregunto qué sucedía ella contestaba con tres piedras en la mano, se convirtió en la IN armonía, la envidia se noria de la risa al verla, la tristeza de a poco se le fue acercando y siendo su paño de lágrimas.
La relación entre los dos se fue enfriando hasta que el furor tomo la decisión de irse, en ese instante llego su amiga la tristeza, con su paño le limpio las lágrimas a la armonía, más adelante llegó la amargura, como los anteriores sentimientos se le metió muy adentro del corazón. ella no volvió a hacer la misma.
Hasta que un buen día estaba bajo los rayos del intensa luna, llorando, de pronto oyó una voz muy suave llamándola ,ahí vio por primera vez a la locura y al amor , enseguida sintió una conexión inexplicable ellos se acercaron con sigilo puesto que sabían como era su nuevo temperamento , la escucharon y la abrazaron, se sintió tan a gusto que los dejo entrar a su corazón, sacando al tiro a los otros sentimientos, esos que no la hacían brillar, se hicieron grandes amigos ante el inclemente sol prometieron que nunca se separarían y desde ahí la locura y el amor llevan a la armonía de la mano.
¿Te gusta leer? ¿Quieres estar al tanto de las últimas novedades? Suscríbete y te escribiremos una vez al mes para enviarte en exclusiva:
Un relato o capítulo independiente de uno de nuestros libros totalmente gratis (siempre textos que tenga valor por sí mismos, no un capítulo central de una novela).
Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar tu experiencia de navegación y realizar tareas de análisis. Al continuar navegando entendemos que aceptas su uso.Accepto Puedes cambiar la configuración u obtener más información sobre nuestra Política de Cookies Leer más
Politica de cookies
Privacy Overview
This website uses cookies to improve your experience while you navigate through the website. Out of these, the cookies that are categorized as necessary are stored on your browser as they are essential for the working of basic functionalities of the website. We also use third-party cookies that help us analyze and understand how you use this website. These cookies will be stored in your browser only with your consent. You also have the option to opt-out of these cookies. But opting out of some of these cookies may affect your browsing experience.
Necessary cookies are absolutely essential for the website to function properly. This category only includes cookies that ensures basic functionalities and security features of the website. These cookies do not store any personal information.
Any cookies that may not be particularly necessary for the website to function and is used specifically to collect user personal data via analytics, ads, other embedded contents are termed as non-necessary cookies. It is mandatory to procure user consent prior to running these cookies on your website.
Mi voto de esta semana es para…
KARLOS WAYNE
Mi voto para:
Guillermo
Neus
Mi voto para:
Dil Darah
Coronado Smith
Guillermo Arquillos
Gloria Albaladejo
Raúl Leiva
Mi voto es para el texto de:
-Irene Adler y José Taxi
Mi voto: Dil Darah
Pedro Parrina
Guillermo Arquillos
Juan José Serrano Picadizo
Guillermo Arquillos
Tema de la semana: Fuego.
Mi voto para:
Guillermo Arquillo
Mis votos para
Raquel
Juan José Serrano
Neus Sintes
Bego Rivera
Gloria Albaladejo
Arnion Frozen
mi voto es para:
JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA
Pedro López