Cuevas – Miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «mala suerte». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 26 de agosto! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

Cada mañana mi padre llevaba el rebaño de ovejas a la sierra. El perro pastor que les acompaña se llama Blanquinegro. Su entendimiento es «cien veces» superior a su tamaño.
Mi yo, lo tenía bien claro, cuendo sea mayor quiero ser pastora.
La inmensidad de la montaña se adueña de mi mente humana y, a cambio me donaba el poder de volar y rugir como el viento o arrastrar hasta el infinito una nube perdida.
Ser pastora de ovejas es mi deseo…
Más aquel día siendo yo pastora y dueña de Blanquinegro corríamos los dos alocados por el monte. Las ovejas estaban en su libertad.
De pronto Blanquinegro metio el ocico en un agujero. La tierra comenzó a crujir. La cavidad se tragaba a mi perro. Por suerte pude cogerle por el rabo, más los dos no vimos tragados por aquella boca falta de dientes que nos condujo a la cueva.
Cómo describir la belleza de la cueva que tenemos delante. Las maravillas del mundo conocidas por mi persona no se puede comparar con lo que ofrece esta cueva. Estalagmitas y estalactitas junto con el agua que chorrea por las paredes clara más el llegar al suelo forman ríos de oro y plata. Indudablemente no tiene igualatoria con lo que hay fuera de ella…

BENEDICTO PALACIOS

SALIR DE LA CUEVA.
Querida Edwige.
Explica Platón por medio del mito de la caverna la condición humana y lo penoso y difícil que resulta conquistar o conseguir la libertad. Nacemos los hombres dentro de una cueva, atados de pies y manos, esclavos —con palabras de Platón— en total oscuridad y con la sola visión de las sombras que se proyectan sobre la pared del fondo. Acostumbrados como estamos a ver lo que las sombras enseñan, tomamos aquellas figuras por la realidad. De manera que nuestra existencia, si nadie nos ayuda a salir de la cueva, será una existencia ciega y engañosa.
¿Puede alguien convencernos de que la realidad de verdad se encuentra fuera? ¿Nos dejaríamos fácilmente conducir al exterior por escarpada y empinada cuesta para ver que existe el sol aunque su luz nos deslumbre y moleste a los ojos?
—Buena pregunta.
—Platón deja en manos del filósofo-gobernante esta tarea de ayuda y cooperación. Por amor a la verdad el filósofo nos arrancará, aun con dolor, la venda de los ojos y nos arrastrará hacia arriba, porque el mundo de verdad se encuentra fuera. Será un quehacer penoso y arduo. No es sencillo romper las rutinas —las mentiras son más fáciles de creer— pero aquel, por ser sabio, tiene esta obligación moral.
—Hermosa la tarea ¿no crees?
—Pero no siempre gratificante.
—¿Por qué?
—Nada es más fácil que dejar al ignorante en su ignorancia —que permanezca en el interior de la caverna—, seguirle la corriente y darle argumento a sus mentiras, porque advierte Platón que aquel que se atreviera a retirar la venda de los ojos correría el peligro de ser perseguido o muerto.
—Y todo esto deberían hacerlo hoy nuestros los políticos y gobernantes. ¿Lo hicieron los de aquella época?
—Si no lo hicieron, sí fueron conscientes de este deber, y estoy seguro de que muchos políticos han actuado convencidos de poseer un poder con el que contribuirían a cambiar o mejorar el mundo, aunque a la postre sean ellos los que de verdad han cambiado. El referéndum sobre la OTAN de 1986 fue un ejemplo.
—¿Qué ocurrió?
—Los políticos de aquella década se habían manifestado en contra de esta organización con fines militares, pero no habían contado que para ingresar en la Comunidad Europea era imprescindible pertenecer de hecho a aquella. Un porcentaje significativo de españoles votaría en contra de someterse la cuestión a referéndum. De entrada no que a primera vista significa cerrar con llave y no entrar, los políticos lo convirtieron en no por ahora o de momento y luego en lo conveniente de votar sí.
Todos los políticos desean lo mejor para los ciudadanos y buscan el bien de todos, pero demasiadas veces eran y son esclavos de los intereses espurios de organizaciones o empresas multinacionales.
—Unos títeres.
—Sí, pero el mundo funciona así. Hoy nadie pone en peligro su vida por defender una verdad, nadie muere por amor a una causa.
—Pues no. ¿Podemos entonces afirmar sin temor a equivocarnos que sigue siendo actual la caverna de Platón porque sigue estando llena, a rebosar?
—Y es lo peor que no se dan codazos por salir.

AMALIA MARTÍN

Mi nombre es Aahoo que significa «gacela».Soy afgana y no necesito inventar una historia sobre mi vida.
Mi país está viviendo una crisis humanitaria con el regreso de los talibanes_un grupo armado integrista_ imponiendo severas restricciones que imperaban en el país hasta la entrada de las fuerzas internacionales en 2001.Pretenden el resurgimiento del emirato talibàn e imponer la sharia.
Desde mi burka reivindico al otro mundo ayuda para las mujeres y niños de mi país.
Vivimos atrapadas en nuestra cueva por un velo que nos cubre de pies a cabeza.
Desde aquí sólo veo oscuridad,nuestros escasos derechos han sido abruptamente coartados,nos han privado de libertad,nos imponen matrimonios forzados y se nos impide salir si no vamos acompañadas por un familiar varón.
Nuestras voces y risas silenciadas porque ningún extraño debe oír la voz de una mujer.
Nuestras escuelas y universidades han sido convertidas en seminarios religiosos y se nos impide el derecho a estudiar y formarnos como cualquier ciudadano libre.
Si no cumplimos cualquier norma impuesta nos azotan y recibimos palizas o abusos por nuestra propia familia.
En mi país somos tratadas peor que los animales.
¿Os imagináis que os ocurriera esto a vosotras?
Desde el interior de mi mazmorra huele a miedo, a vidas perdidas,a generaciones lapidadas por el terror impuesto.
Así no merece vivir.
La vida es muerte.
El futuro no existe.
El dolor y miedo te hacen enfermar.
Ni siquiera puedo respirar el aire de la mañana desde mi propio balcón y debemos mantener la opacidad para que nadie pueda atisbar que detrás del burka hay seres humanos con un corazón triste que bombea incesante nuestro cerebro y desde mi cueva apenas vislumbro un rayo de esperanza en el mundo.
No nos dejéis atrapadas en esta cruel sinrazón.Ayúdame a levantar la voz y no permitáis que estos kamikazes primigenios opaquen nuestras vidas.
S.O.S

DIL DARAH

De Cuevas, Leyendas

Había una vez, porque si no lo hubiese habido no estaríamos aquí.
En un país lejano, a lo largo de un riachuelo plateado, se juntaron las cimas de seis montes, cada cual más agreste que el otro, a formar un desfiladero.
El viento y las lluvias, más el paso intrépido de los hombres, pavimentaron con el tiempo un camino norteño, a perderse entre la oscuridad de las rocas y quienes se aventurarían a atravesarlas, desaparecerían para siempre.
Por esa razón dicen que nació la cueva… por los desesperados intentos de la gente, de retornar. Sin conseguirlo, se tumbaron a dormir y pararon de cavar, hasta que poco a poco creció la gruta: ancha desde los montes y estrecha si fueras a buscarla desde la ladera del pueblo. Dicen que, si te acercaras demasiado al desfiladero, las luciérnagas te engañarían a seguirlas, escucharías las llamadas de socorro y te sentirías tentado a ir y ayudar, hasta en contra de tu voluntad.
Cuentan los lugareños todavía más: que los murciélagos que habitan la caverna, son almas de los extraviados y también que por ello se asentaron las casuchas en las faldas sureñas de los montes o pusieron un monasterio delante: a asegurarse de que las tinieblas se mantendrían a raya, entre sus rocosas cuencas, evitando las tragedias.
No obstante, nada de las tretas sirvió hasta la aparición del santo y aquí es donde surge la complicación a esclarecer.
La curiosa historia de San Gregorio el Decapitado, separa las opiniones como el desfiladero los seis montes, de los cuales ahora pendemos en cada letra. Unos creen que siempre fue así mientras otros se niegan a creer, hasta que lo vean.
Mires como mires la caverna, se seguirá llamando De los Murciélagos, pero su uso queda libre hoy en día, o sometido al gusto de cada cual a la hora de elegir el paso.
Antaño, cuando apenas contarías dos pastores y un monje, vino a juntarse con ellos un joven desaliñado en vista de sus ropajes, pero de mirada más curiosa y despierta que las garzas en busca de ranas.
— ¿Y qué haría una garza entre montes? — dijeron los hombres.
— Pues asentarse en el campanario y sentirse en casa, como tú y cómo yo— contestó el monje.
El recién llegado, sorprendió los presentes con un saludo caluroso, en busca de la Cueva.
— De aquí para adelante — quiso levantar el brazo Pedro.
— No vayas — intentó susurrar Pablo, pero el cura les calló a ambos con un ademan de su gruesa manga de lana.
— ¿Por qué?— inquirió desde las espesas barbas, que trenzaban más inviernos que veranos — ¿Por qué alguien tan sano buscaría una muerte tan segura?
Gregorio alegó que no existía, tan solo la errónea creencia de que se produce cuan finalidad y efectivamente se dirigió a los montes como si fueran su casa, para retornar a la semana.
De sus bolsillos cayán luciérnagas y los pastores echaron a correr espantados, mientras el monje calló, entre duda y certidumbre. Él no era quien, para juzgar a los locos del mundo, pero no por ello dejarían de existir.
Al mes de aquello, el joven volvió a bajar de entre las borrascas y los pinos, a pedir un martillo y cuatro clavos y a los seis meses, su delgada cara resplandecería de gozo:
— La nueva capilla está lista.
El viejo monje espetó las preocupaciones cuan letanías, una por una, mientras con la mano derecha hacía girar el rosario y en la última, se santiguó con diligencia. No se veía suficientemente limpio para enfrentarse a los demonios que ocupaban los seis montes. Jamás subiría a la gruta.
Por tanto, nuestro joven se tornó solito a su cueva, a celebrar su amor al mundo en rezos profundos y campanadas alegres.
Transcurriendo el tiempo, los pastores se multiplicaron y así ensanchó el pueblo, contando ahora más de cuatrocientas ovejas entre veinte casas. El viejo monje, no daba abasto de trabajo y hubiera olvidado su antaña promesa, de no ser por las rodillas que buscaban más la tumba que el camino; de hecho, perdió sus piernas y durmió para siempre sin saber por qué no fue a visitar a Gregorio.
El día del entierro del venerable cura, hizo la aparición el joven, que ahora era un ermitaño de pelo largo, hábitos oscuros y palabra sosegada. A su alrededor volaban tantos murciélagos que el cielo mismo se tenía de tonos plomizos: levantaron el cuerpo del difunto monje y lo llevaron arriba a las cimas, como el viento el suspiro de angustia de los presentes.
Oficiados los ritos, Gregorio invitó a los habitantes del pueblo a subir a la ermita de la cueva y ellos por supuesto no se atrevieron.
Dice la leyenda que se apenó tanto el hombre, que de sus lágrimas nació una cascada, a ocultar la parte ancha de la cueva.
Durante años se supo sin embargo que seguía vivo por el sonido de las campanadas y en el último año de nuestra historia ocurrió lo que os digo. Los demonios se pusieron de acuerdo en echarle de la cueva, para alimentar de nuevos su insaciable apetito de almas.
Mandaron pues una cohorte entera, vestidos de soldados y amaneció el pueblo bajo la amenaza de que se quedarían sin cabezas o convencer al ermitaño que bajase al monasterio del valle y dejara libre el paso a los montes.
Cuando lloraban de desesperación hasta las ovejitas, hizo su aparición el ermitaño y ofertó su propria vida a cambio de todas, o no habría pacto.
Los soldados, intentaron imponer su voluntad y masacrar el poblado, pero pasó una curiosa cosa: que los murciélagos les atacaron y dejaron ciegos a muchos de ellos, a pesar de las gruesas corazas de acero.
El ermitaño, volvió a ofertar su cabeza por la futura paz del lugar y esta vez las criaturas del infierno consintieron llevársela y lo hicieron.
Una vez decapitado, los demonios quemaron el cadáver delante de los habitantes y desaparecieron para siempre, como el humo de las cenizas de San Gregorio.
A partir de aquel día, cualquiera del pueblo sería libre de pasear entre los montes y encontraría fácilmente el camino de vuelta por la ayuda de las luciérnagas, más en la cueva la salida por el vuelo incesante de los murciélagos.
Hoy por hoy, si te acercaras a la gruta, lo único que escucharías sería el susurro de la cascada y de vez en cuando una campanada.
Descubrirías que jamás hubo una campana en la ermita y que en la tumba de la lado hay dos cuerpos, ambos enteros.
PD: Adaptación apresurada de una historia más extensa

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

En una cajita de cuatro esquinitas redondas tengo yo guardada una novelita. Una novelita rosa y amarilla que busca su saldo, que no se publicita.
En esta novela que no es rosa que no es amarilla, no existen dragones ni rosas ni espinas; y la voluntad de escape se queda dormida.
Ruge, de vez en cuando para recordar que sigue con vida; nadie la escucha, ni siquiera yo, y, vuelve a su adormecimiento a la espera de una varita que se pose en su lomo susurrando sobre la capa de polvo que cubre su cara: ¡levántate! ¡vamos! ¡haz que el mundo te vea!
En una cajita que no es azul ni rosa ni verde ni amarilla con sus cuatro redondas esquinitas duerme una novelita de irreversibles relatos sin princesas ni dragones ni vientos del norte…
Sus letras doradas se deshacen entre el polvo del tiempo dejando yermas las páginas cubiertas de un día…
A veces quisiera salir de su cueva dorada…pero…
Solo a veces, grita…

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Aquella cueva hechizada,
guarda un secreto
y una maldición,
a las personas que lo revelan.
Aquella playa secreta,
tras su cueva,
una maldición portaba,
en el seno de una montaña.
Aquella cuerda atada,
en un árbol,
ya quitada,
donde los huesos se quebraban.
Puntos de sutura,
en barbilla, nariz y codo,
cicatrices cuán tatuajes en mi cuerpo,
y un dedo quebrado.
Aquel día fatídico,
que me atrapó el hechizo,
su maldición tuvo compasión,
al parar mi caída,
a escasos metros de una gran piedra,
un par de metros,
que salvaron mi vida.
FIN.

RAQUEL LÓPEZ

Aquellas cuevas en las que jugábamos tanto de niños, guardaban los secretos de una España triste, hoy en día, las gentes de la aldea cuentan que siguen resonando en sus cabezas las voces temerosas de la gente víctimas del terror y el pánico refugiándose en ellas por los bombardeos de la guerra, una guerra que no dejó más que desolación..
Había cantidad de pasadizos que comunicaban unas con otras y a día de hoy forman parte de nuestra historia y de nuestro patrimonio,al que miles de visitantes vienen con curiosidad.
En una de esas cuevas, Pablo, un octogenario y sobreviviente, se acerca todos los días para recordar a todos los que lucharon con él en esa masacre..
-¿Abuelo, estas ahí?
-Sí, aquí estoy, ven, quiero enseñarte algo.
Él, siempre me enseñaba lo mismo, su cabeza empezaba a fallarle, pero a mí no me importaba que me mostrará siempre las firmas de todos los soldados, las paredes de esas cuevas, hablaban por sí solas.
Para algunas personas, al igual que para mi abuelo, fue un duro golpe y unos momentos muy tristes, pero para mí fue un momento feliz porque mi abuelo llegó a casa sano y salvo y continuó formando parte de esta familia maravillosa que ahora tengo.

BEATRIZ ÁNGEL

*LA CUEVA DE JEN*
Es increíble como la cambia la vida de un momento a otro.
Eso debió pensar Jenifer cuando se vio atrapada en aquella cueva oscura.
Los acontecimientos de aquel día habían ido complicándose hasta el punto de no retorno en el que se encontraba ahora. En aquel tétrico lugar sus pensamientos retumbaban tan fuerte que podía oírse a sí misma, había momentos en los que dudaba si estaba susurrando o si solo era su cerebro que luchaba por mantener la cordura.
No dejaba de darle vueltas a cómo había acabado allí, en qué momento se sumergió demasiado y ya no pudo volver, sentía que el mar se la había tragado y parecía encontrarse en las mismísimas entrañas del mediterráneo.
Quizás debió subir en vez de bajar, pero sabía que el oxígeno que le quedaba no sería suficiente para alcanzar la superficie y la fuga de su bombona aceleraría el proceso, así fue como decidió bajar hasta la cueva de las morenas, la llamaban así porque los pescadores atraían con cebo a las morenas hasta la oscuridad de aquel lugar y allí se hacían con decenas de ellas.
Ahora solo una idea rondaba su cabeza, como podía conseguir que supieran que estaba allí, no tenía agua, pero eso no era lo peor, la cueva tenía señales de que se inundaba en algún momento, la pregunta era si se inundaba cada día o solo en algunas épocas del año. Fuera como fuera el móvil allí abajo no le servía de mucho, la cobertura dentro de aquella cueva era más que inexistente, ¿qué podía hacer? Rompió a llorar desbordada por la situación.
Allí dentro solo podía oír su propio latido que parecía ir al compás de una gota de agua salada que rezumaba entre la roca y dejaba un surco blanquecino a su paso. Olía a mar, a humedad salada, a mineral, se preguntó si habría oxígeno suficiente para pasar la noche o los días que iban a pasar hasta que la encontraran o tal vez… Su sangre se heló al pensar que iba a morir allí, sola, sus hijos, sus padres. ¿Quien enseñaría a su hija a ser una mujer fuerte y valiente? Ese pensamiento la hizo ponerse de pie, no iba a rendirse, no iba a morir allí.
Cogió su teléfono, escribió un mensaje de socorro con su ubicación y se lo envió a todos sus contactos. Metió el teléfono en su bolsa hermética y lo ató a una bolsa de plástico que flotaba en la cueva, por una vez no iba a maldecir la odiosa contaminación que invadía los mares, podía nadar hasta fuera de la cueva, llenar de aire la bolsa y hacer que elnmóvil subiera lo suficiente como para tener cobertura y se enviaran los mensajes, alguien lo leería y vendrían a buscarla.
Preparó todo lo necesario, enganchó su piloto luminoso a la bolsa y se colgó todo del cuello.
La salida de la cueva no estaba lejos, comenzó a nadar con la fuerza que le daba la esperanza, nadó hasta la salida y cuando estaba a punto de salir la bolsa de plástico se enganchó en una roca, supo al instante que se había agujereado, su grito ahogado por las toneladas de agua que había sobre ella se escuchó bajo el mar como un estruendo, pero no se detuvo, salió de la cueva, rompió las partes de la bolsa que tenían agujeros y llenó de aire de su respirador lo que pudo, se detuvo un instante preguntándose si aquello era buena idea, siempre dudaba de sí misma, pero ya estaba allí y tenía miedo, mucho miedo de que aquel resto de bolsa anudada no fuera suficiente para hacer subir su teléfono a la superficie, alargó la mano y lo soltó.
El piloto estaba encendido y pudo ver como, aunque despacio, subía y subía hacia la superficie. Miró el nivel de oxígeno de su bombona y se apresuró a entrar de nuevo en la cueva, no quedaba mucho y debía guardar algo por si le hacía falta.
Pese a que había aguantado el tipo hasta entonces cuando por fin salió del agua volvió a llorar, esta vez desesperada, lloró hasta que se quedó dormida esperando que alguien viniera a rescatarla.
Y así fue como esta cueva pasó de llamarse la cueva de las morenas a la Cueva de Jen, los buceadores sacaban fotos a la placa que hacía homenaje a aquella mujer que luchó hasta su último aliento para sobrevivir y aunque fue demasiado tarde para ella, su legado y su fatídica muerte sirvieron para que la medidas de seguridad y otros aspectos del buceo cambiaran radicalmente desde aquel trágico día, su historia que ella misma dejó escrita en la roca de su puño y letra se conserva en memoria de Jennifer, para que nadie olvide nunca que siempre hay esperanza y siempre hay que luchar.

ALBERTINA GALIANO

Sal ya.
No, aún es pronto.
Por la edad podrían ser madre e hija. Por la forma de hablarse, más bien hermanas.
Si uno se fijaba, apreciaba evidentes arrugas en la mayor. Pero la otra cargaba sus hombros hacia abajo en una pose senil.
Sentadas casi en silencio.
La habitación, muy parca en decoración, contrastaba fuertemente con la estampa renacentista del entorno. Se diría que no se encontraban en el lugar que les correspondía, y sin embargo ambas llevaban allí toda la vida, cada una la suya, que diferían en poco por cierto.
Dieron las 20:00 en el reloj de la Iglesia, la más cercana.
Date prisa, vamos ya.
No quedaba claro quién guiaba a quién. A veces parecían una sola voz, y no se dirigían una a la otra por el nombre ni por el rol familiar, sino como un único oyente acostumbrado a escuchar.
En el camino no iban juntas ni separadas. No necesitaban tocarse para llevar el mismo paso. Se movían con peculiar destreza en simetría.
Un domingo anodino como lo son todos, final de no se sabe muy bien qué, de una semana de vida.
En el saber del destino las debiera haber frenado el miedo, si no lo hubieran perdido hace años.
Recorrieron calles tan conocidas, casi vacías al sol tumbado de agosto cuando da en acabar. Final de semana, final de un mes que siendo único no lo era en absoluto para ellas.
Y entonces, doblando el último callejón que anunciaba un cambio de escenario, con paredes grafitadas, aviso inequívoco de la peligrosidad del lugar, territorio comanche de individuos ajenos a la manada, levantaron el cartón que ocultaba la entrada a la pequeña oquedad.
La dureza de sus trayectorias las impedía siquiera temer lo que pudieran encontrar allí un mal día. Hoy aún no sería tal.
Entre las dos le sujetaron por las axilas y sin mediar palabra le elevaron casi sin esfuerzo.
Él se dejó hacer. Como venía siendo habitual desde que su mal sino le encadenó a una existencia que no desearía ni su peor enemigo.
Y ya los tres avanzaron a trompicones, en esperpéntica marcha, de regreso al hogar.
Aquel en que la leche materna no se mama, se muerde.

NEUS SINTES

Habían transcurrido unos años en busca del Elixir de la vida, el de la Eterna Juventud. Su búsqueda llegaba a su fin. Después de viajar por todo el mundo y ver lo inimaginable, arrodillado tras el cansancio acumulado y sediento de sed…Levantó la vista, aún nublada por las gotas de sudor que caían de su frente y ante sus ojos, contempló el paisaje que le envolvía. Había escalado una montaña que creía imposible.
A sus espaldas una puerta de piedra maciza marrón se hallaba cubierta del musgo verde y un cartel amarillento y roído por el tiempo, cuyas palabras escritas en una caligrafía de un rojo intenso decían: «Si Abres esta puerta, tu camino será seguir la vida eterna.»
Leyó de nuevo esa frase intentando entender lo que quería significar. Siempre se le habían dado mal los acertijos. Éste ere uno de ellos. Apoyó la mano sobre la gruesa puerta y entró con cautela.
Sus ojos contemplaron con asombro una vez adentro con un cierto cosquilleo en el cuerpo, preguntándose si debía o no regresar. Demasiado tarde. Oyó cómo si un golpe de aire cerraba la puerta detrás de sus espaldas. Se hallaba solo, dentro de una cueva de la cual no sabría salir. El miedo empezó a surgir de sus entrañas cuando en la oscuridad de ésta, unos diminutos ojos le observaban en silencio.
El iris azul de sus ojos se fueron adaptando lentamente a la oscuridad. Aquellas paredes de un intenso negro le daban pavor. Era una cueva demasiado tétrica.
Una destello «blanco» llamó su atención al final del pasillo. A medida que se acercaba, éste brillaba con mas intensidad. Tuvo que parpadear varias veces para averiguar que no era un sueño ni ninguna alucinación. La oscuridad de las paredes de la cueva habían dado paso a ser de un plateado donde captó a sus lados a pequeños murciélagos que lo miraban con curiosidad.
Allí en medio de la nada una especie de escultura de una Diosa sostenía una copa. El contorno dorado de la copa, rellena de un líquido morado, parecido al del vino, hizo relamerse sus labios sedientos. Era o no era el Elixir de la vida…solo había una manera de saberlo.
Sostuvo la copa con ambas manos y bebió de ella con ansia. No sabía a vino…Su sabor era muy parecido a la sangre…Al terminar de beber, su piel empezó a volverse pálida, se tocó los labios y éstos estaban fríos como el hielo. Unos pequeños colmillos crecían en su boca.
-Bienvenido – le susurró una voz femenina. La viva imagen de una chica muy parecida a la estatua de la Diosa.
-Soy la Diosa de este templo o mejor dicho del Elixir de la Vida Eterna. Son muy pocos los que han podido y sabido llegar hasta aquí. Tú eres uno de ellos. La inmortalidad es tuya.

LIDIA FUENTES

Como casi todos los domingos después de la comida recogíamos la mesa mientras mamá preparaba los dulces y el café. Papá se acurrucaba en el sofá y se quedaba dormido en un minuto.
‐¡ Qué bárbaro! – decía mamá cuando se asomaba alertada por los ronquidos.
Laura y yo debatiamos sobre qué película ver. Aquel día en lugar de oír el sonido típico de la cafetera de cápsulas que le habíamos regalado a mamá por su cumpleaños, escuchemos el viejo molinillo de café. Nos llegó al salón un exquisito y penetrante olor que hizo que papá se incorporara inquieto del sofá y abriera los ojos, gesto en él que nos sorprendió porque nada parecía perturbar su sueño,ni las acaloradas discusiones nuestras ,ni los zarandeos que le daba mamá.
Papá se levantó como sonámbulo, nos miró interrogante mientras movía de forma curiosa sus fosas nasales dirigiéndose hacia la cocina. Laura y yo le seguimos mientras nos empujabamos para ver quien conseguía cruzar la primera por el estrecho umbral de la puerta del salón. Ahí estaba, a fuego lento, la antigua cafetera italiana de nuestra madre desprendiendo ese humectante y delicioso olor.
Mamá dejó escapar una pícara sonrisa cuando descubrió que la observabamos en silencio, nos miró entre complacida y misteriosa. Nos hizo acercarnos a la puerta del jardín y nos señaló una planta de casi dos metros de altura que se abría majestuosa entre sus vigorosas manzanillas. Nunca antes nos habíamos percatado de ese nuevo arbusto.
–¿Recordáis la bolsita roja de tela bordada a mano que me trajisteis hará un año aproximadamente? – nos preguntó mamá a Laura y a mí.
Mi hermana y yo nos miramos mientras nos venían imagenes de ese día en el que salimos a hacer senderismo por la sierra y encontramos una cueva, yo no quería entrar, sentía miedo hacia los lugares oscuros pero al final Laura me insistió tanto que me convenció. Con linterna en mano caminamos hacia el interior hasta que tropecé con una piedra, al alumbrar la zona donde me había caído y justo debajo del pedrusco un trozo de tela rojo llamó nuestra atención . Al tirar de ella vimos que era un pequeño saquito que contenía unas extrañas bolitas en su interior, parecían ser semillas. Abandonemos la idea de seguir y retrocedimos hasta la salida. Al llegar a casa le entreguemos a mamá la bolsita y olvidemos con el tiempo ese hallazgo.
Mamá intuyó lo mismo que nosotras , que podían ser semillas, pero…¿De qué? Esperó la llegada de la primavera y plantó en varias zonas del jardín aquellas bolitas. Las regó y vigiló con esmero su crecimiento como hacía con las demás plantas de exterior.
La planta en su crecimiento desprendía un agradable olor que le era familiar. Le hizo unas fotos y se acercó al invernadero para ver si allí sabían decirle el nombre de la planta que se desarrollaba sin problemas junto al resto. Don Ambrosio le aseguró que era una coffea y que pronto le daría un rico café. Le contó también una leyenda sobre una especie de cafeto similar a esa misma variedad que se extinguió hace miles de años pero un monje budista logró transportar sus semillas desde el Tíbet a España en un largo viaje de peregrinación porque decían tener poderes curativos y efectos placenteros de alteración de la conciencia. Dudando Don Ambrosio de la veracidad de la historia felicitó a mamá por su peculiar planta y por lo bien que la había cuidado logrando su óptima germinación y desarrollo pues era muy exigente en clima y en substrato.
De todas las cosas que imaginemos aquel día encontrar en aquella cueva oscura que parecía gritar al cielo un ancestral secreto, jamás sospechamos mi hermana y yo topar con las semillas de esa extraña planta de café. Mamá tras hacer sus investigaciones guardó silencio hasta ese momento.
Probamos con cierto recelo el café, papá bromeaba con mamá mientras la acusaba de su oculta intención de envenenarnos y librarse por fin de lo que decía ser la causa de su estrés y sus continuas jaquecas.
Minutos siguientes a la ingesta del delicioso café no fuimos testigos de ninguna muerte súbita ni de ninguna carrera precipitada al baño, en lugar de ello sobrevino una armoniosa sobremesa donde nuestros padres hablaron con fluidez y sin reproches durante horas. Laura se puso a escribir guiada por una inspiración que la mantuvo absorta y yo saqué mi bloc de dibujo donde con carboncillo di forma a un extraño ser; mitad mujer , mitad serpiente. No supe definir que extraña sensación me había conducido a crear ese dibujo hasta que Laura leyó su relato describiendo a la perfección mi obra. Ambas habíamos sincronizado misteriosamente. Se trataba de Equidna, una mujer hermosa cuya parte inferior de su cuerpo era una enorme cola de serpiente. Hace miles de años la llamaban víbora, desde niña sufrió el rechazo y la burla de los niños de su época y vivió escondida en una cueva.
¿Sería aquella cueva donde encontremos las semillas el refugio de Equidna?

GAIA ORBE

Era un cuerno gigante nacarado en forma de cono con su cola curvada. La apertura tenía al menos seis metros de alto. No me atrevía a dar ni un paso. Estiré mi brazo, mi mano, mis dedos y con mis uñas toqué la pared que se desmigó al tacto. Alargué el cuello hacia adentro. La luz del sol reflejaba en espiral el interior. Una alfombra de ostras cristalizadas cubría el piso. También había descascarados caracoles y mejillones gigantes sin aroma. Mudos testigos de los cambios de la tierra. Escuché un murmullar fluctuante como de olas desplomándose en la costa. Entonces me di cuenta de que estaba parada de frente a una puerta sin puerta que me haría viajar decenas de millones de años atrás. A los espacios que alguna vez ocupó el mar, ahora cubiertos por arena.


LOLY MORENO BARNES

­­___¡Abuelo!¡Cuéntame otra vez la historia de la cueva mágica!
___De acuerdo mi niño…es una hermosa leyenda de amor:
Cuentan que un joven príncipe morisco, en la época del Rey Fernando conoció en un pueblo de la sierra andaluza a una hermosa joven castellana y ambos se enamoraron.
Ni la familia del joven morisco, ni los padres de la joven aceptaban que se comprometieran.
El rey morisco amenazó a su hijo con desheredarlo del trono y despojarlo de toda riqueza de la que disponía si insistía en esa relación.
Desesperado el príncipe abandono a su familia, cargando a sus espaldas con todo el oro y piedras preciosas que pudo de las arcas de su padre.
Su intención no era robar a su familia por ambición, sino ofrecer tal tesoro a los padres de la joven para que aceptaran y permitieran su relación.
Escondió su motín en una cueva de la sierra donde también se guareció del frio de la montaña y pasados unos días bajo al pueblo a encontrarse con su amada, pero antes de poder llegar fue aprendido por los enemigos de su padre, quienes pidieron al rey morisco una recompensa por su vida.
El rey moro pagó con monedas de oro el rescate para salvarle y, exigió al príncipe devolver el motín escondido. Pero cuando llegó a la cueva el tesoro había desaparecido.
El rey, nunca le permitió reunirse con su amada y lo obligó a cruzar el mar hacia otro continente para nunca más volver.
Cuenta la leyenda que la joven salió a su encuentro, buscándolo por la sierra desconociendo su triste destino.
Al llegar a la cueva, una piedra gigante que tapaba la entrada se deslizó y apareció el tesoro perdido junto a la capa y la espada del príncipe.
Desde entonces , nadie vio a la joven.
Se dice que después de muchos años de esperar por él, en el interior, su alma convirtió la cueva en un lugar mágico donde la puerta de piedra solo se abre en días en el que el cielo está limpio de nubes y dos diamantes de aquel tesoro mágico de amor ruedan hacia la entrada de la cueva ,posándose en la mirada de alguna joven enamorada que pase por el lugar y desde allí se puede ver el mar por donde cruzó hacia el destierro el joven príncipe.-

MARI CARMEN CANO REQUENA

«Cáliz del amor».
Siguiendo las señales del mapa de tu cuerpo me dirijo hacia la cueva….
Dunas, pocas, pero dunas porosas y brillantes…. resaltan entre el nacimiento de tu pelo y el tabique nasal, tobogán de sensaciones que desembocan en dos olas suaves y carnosas en forma de corazón rosa fresa, resbalando el mentón hacía el abismo para morir en tu cuello.
Camina un poco más y sube, sube hasta la cima y observa desde lo más alto todo lo que la vista te puede ofrecer.
Y allí a lo lejos está el monte de Venus, esperando impaciente tu llegada. Deslízate por la ladera de tu pecho sin prisa, pero sin pausa.
Desierto de arena y pigmentos dorados, tostados por el sol que te conducen al ombligo del mundo. Vigila!! ….. no pases por encima o serás succionado, el tornado no distingue de sexos y engulle todo lo que a su paso se cruza.
Sigue el rastro que deja tu vello hasta llegar a la llanura….. y allí lo tienes, has llegado al preludio del monte de Venus, no temas y sigue bajando hacía la antesala de la cueva del amor.
Has llegado a tu destino, abre las puertas húmedas de la gran roca y allí encontrarás el más precioso regalo que esconde la cueva. En su interior se observan paredes estriadas que te conducen a la gran sala, levanta la vista y al fondo y en lo alto verás…. el Cáliz de la vida, sírvete tu mismo.
Cuenta la leyenda que quien bebé de sus aguas cristalinas será amado por siempre jamás.

MARIA ROSA ROLANDO

La cueva se encontraba escondida a los ojos de quienes no comprendían su poder. La entrada, sobre la orilla sur del acantilado, estaba rodeada de algas, que bloqueaban su fácil acceso. Ése lugar, era el espacio de encuentros. Cada semana, de cada verano, cuando bajaba la marea, los enamorados llegaban sigilosos. Era un espacio único para vivir libremente su amor, ardiendo en cada abrazo, en cada beso. Gritando sus nombres con fuerza, para que el eco los dijera tantas veces como fuera necesario y consolidar así, el lazo que los unía. Emma, Jesús!!! Sonaban entre las húmedas paredes. Ellos reían disfrutando inocentemente de la mágia. Pero, éstos encuentros prohibidos, fueron descubierto por los padres de ambos e inmediatamente, ordenaron clausurar la entrada con una gran roca, que sellara para siempre el ingreso. Emma y Jesús decidieron ocultarse en el interior y esperar el desenlace final, antes de vivir separados. La cueva fue cerrada y los enamorados, jamás encontrados. La leyenda cuenta que con la llegada del otoño y cuando las enormes olas golpean la roca, puede escucharse el eco de sus nombres, como una melodía triste, nostálgica. Cientos de pescadores y lugareños afirman esto, convirtiendo el lugar en un santuario.
He ido con mis amigos muchas veces y se ven grabadas en la roca, miles de iniciales enmarcadas en corazones, como agradecimiento y ofrenda de quienes fueron testigos del milagro de encontrar su verdadero amor.

EMILIANO HEREDIA JURADO

AIRE
Papá.
Mamá.
Necesito deciros una cosa.
No sé realmente, como ni por dónde empezar.
Por favor, necesito que, sobre todo, me entendáis.
No quiero en ningún caso, miradas compasivas, ni falsas palabras de aceptación a lo que, os tengo que decir.
Comprendo que, todo esto que os voy a contar, os resultará algo confuso, extraño, pero, quisiera que, os pido, por favor, que utilicéis todo el cariño que, en cierto modo, me tenéis.
Ante todo, os agradezco todo, absolutamente, todo lo que me habéis dado. No solo lo material.
A ti, mamá, a pesar de las tremendas broncas que me has estado echando durante estos últimos tiempos, de tus escasos, pero apreciados y preciados abrazos.
A ti, papá, que, a pesar de tus silencios, sabía que estabas ahí, en la sombra, protegiéndome como la niña pequeña que siempre te has negado ver crecer.
Necesito respirar, salir de estas cuatro paredes que me asfixian, que estrangulan mi cuello, que hacen retumbar mi corazón en mi pecho, queriendo escapar.
Quiero salir, abrir la puerta de esta jaula dorada que habéis construido a mi alrededor, huir de las miradas obscenas y sucias de los ojos que se clavan en cada poro de mi piel, cuando simplemente, voy a comprar el pan a la tienda de abajo, la de siempre.
Del rumor del rio sucio de los murmullos en los rincones.
Papá.
Mamá.
Quiero llenaros la casa de los niños que siempre habéis estado soñando, correteando por toda la casa, pintando las paredes con sus chillidos infantiles, el runrún de los coches de juguete, por la autopista del pasillo, de la muñeca llamando a su mamá.
Del olor a ropa limpia, a cambio de pañales, a esperas de la salida del colegio y, meriendas de pan con chocolate.
Del sonido de la calderilla en el monedero, para la paga. De desayunos de Cola Cao y galletas María.
Papá.
Mamá.
Todo eso, todo esto, y más, os quiero dar.
No me retengáis más.
Abrir el candado, porque si no, tendré que romper esta cadena, aunque sea con los dientes.
Ni yo soy un tesoro, ni vosotros, el dragón guardián de la guarida.
Me voy.
Aceptarlo.
Cristina, me está esperando abajo.
Mamá.
Papá.
El amor, es como una sopa. Se puede tomar fría o caliente. Pero no siempre en el plato.
Yo, he decidido, tomarla en una taza, sorbo a sorbo. Bien caliente.
Os quiero.

SILVANA GALLARDO

Siento una extraña atracción por las cuevas, creo que en ellas habita el espíritu de nuestros antepasados y han motivado a estudiosos a adentrarse a sus misterios para encontrar las respuestas de su existencia.
En muchos lugares del mundo, existen cuevas cuya existencia me rebela a entes que han evolucionado en ciclos constantes, puertas únicas que motivaron al hombre a soñar y a construir historias para penetrar en la mente, haciéndonos parte de ellas y experimentar a través del tiempo, su metamorfosis. Cada cueva tiene su propia belleza, sus insondables secretos.
Hay cuevas con historia, en cuyas entrañas se guardan secretos rebelados que han dado certeza y evidencia de los primeros pobladores. Paisajes subterráneos que se convierten en túneles del tiempo y que siembran en nuestra mente la magnífica sensación de sorpresa, que nunca debemos perder, pues siempre regala a nuestros ojos y a nuestras almas las maravillas y los misterios que encierra la naturaleza, la que nos da vida, la que nos obsequia impresionante belleza de colores, olores, paisajes, sonido de aves que armonizan con el extraordinario escenario de la existencia.
Hay una cueva, la más grande del mundo con 347 kilómetros. Cuevas inundadas cuya conexión las hace misteriosas. Lugares de fantasía que tocan nuestras vidas con su grandeza; pero las hay también, aquéllas que hacen evocar la profundidad, las tinieblas, lo tenebroso y oscuro que inspira a escribir historias de terror, secretos inimaginables. Pero adentrarse a una de ellas, representa la experiencia más sorprendente e inolvidable pues podemos aprender un poco sobre los seres orgánicos que en tiempos pasados habitaron el planeta y sus restos quedaron fósiles. Maravilloso saber sobre la evolución del planeta y sus habitantes desde que existieron hasta nuestros días, con ello entender y conocer el registro de evidencias de la evolución de la actividad humana, además de que nos enseñan historia y nos motivan a conocerlas y vislumbrar su futuro.
Una cueva fue mi rincón de inspiración, de soledad y reflexión. La descubrí en un sueño recurrente que se volvió realidad. Se encuentra en un lugar hermoso, rodeada de cascadas que semejan guardianes para proteger su espacio. Para llegar a ella, hay que subir escalinatas de madera, interminables. El agua cae con fuerza como para impedir que avances. Pero mi deseo por descubrir su entraña, me dio la energía para luchar contra la corriente.
Por fin llegué, quedé extasiada de su belleza. Al otro lado de ella caía el agua como si fuera una cortina viviente que dejaba asomar un hermoso arcoíris y permitía sentir el calor de los rayos del sol que apenas penetraban iridiscentes. Permanecí largo rato dentro de ella, en exquisita soledad. Llevaba mi pluma y un cuaderno, Me senté en el suelo y dejé que la brisa acariciara mi rostro, mis manos, mi corazón. Sentí la necesidad de escribir y agradecer a la vida y a Dios por tan bendecido regalo.
Fluyeron las emociones, las palabras en esas hojas en blanco, que se deslizaron en sensaciones y premoniciones de acontecimientos que se dieron a la postre, después de haber estado allí. Toqué la muerte y regresé a la vida. Y ahí está, esperando mi retorno, porque mi vida quedo inscrita en sus paredes como testimonio de lo hermoso que es la existencia. Cuando toque otro plano, allí quiero morar eternamente. Ella me espera.

DAVID DURA

Nunca sabes la realidad de una nube , será capaz de mojarte o solo nublar tus últimos momentos de lúcida visión.
La cena copiosa , la sonrisa de la camarera de sueño y la propina de pesadilla .
El coche esperando junto a un árbol , diría un abeto o un ficus de primavera pero a decir verdad era un ciprés.
La relación de un ciprés con la muerte es como la cebolla a las lágrimas , nunca lo piensas pero está ahí, salen solas.
Una nota en el cristal , será la camarera con su número de teléfono?.
Al abrir la puerta ya supe la negativa, el golpe en la puerta hablaba por si solo.
Perdone las molestias , sin querer he destrozado parte de su coche .
Dejo mi teléfono y mis más sentidas disculpas.
Póngase en contacto y arreglaremos esto a la mayor brevedad . Un descuido lo tiene cualquiera.
Madre mía , me he enamorado !.
Dije a los cuatros vientos aunque solo soplaba un aire rancio.
Una nota sin cobardía en el fulgor de la noche!.
Esto último lo dijo el chupito de flores invitación de la casa , no son mis palabras..
Llamé y acudí a la dirección ..
Era una cueva , con un hombre en la puerta con mucho pelo , orejas , nariz y pecho , todo un campo sembrado en la dejadez de la siembra .
Da igual !. Yo te quiero !.
Grité yo.
Abriremos las ventanas y diré mi amor por ti.
No tengo ventanas , chato , es una cueva !. Dijo el.
No es bueno para los champiñones.
Seguro que no para de llamar el del seguro para el parte del coche .
Pero aquí no hay cobertura .
Estarán las nubes llorando fuera?.
Que dejen una nota , como yo he dejado la palma de mi mano en pintura en esta cueva.
Así son las notas , nunca sabes donde te pueden llevar …

CURRO BLANCO

Último atardecer.
Fue a ver el que sería seguramente uno de sus últimos atardeceres. Allá en el Cerro de la Quemá. Había visto muchos, pero no quería dejar de ver otro más, y otro si le alcanzaban sus pupilas, si resistían antes de que se apagaran para siempre. Se conformaba con un amanecer…
Se situó en la vereda La troná, justo en el repecho que la une con el Cerro, orientandose más próximo al oeste, ligeramente escorado al centro. Desde allí, el sol, se avista inmejorable; al esconderse por el horizonte su estela dorada se despide radiante, como si en vez de irse a dormir fuera a caldear otros mundos.
¡Ya estaba ahí¡ A horcajadas en el lomo del Cerro. Dibujando el atardecer perfecto. Una nube tenaz pretendía desdibujarlo impúdicamente pero no quiso el sol desmerecerse y la fulminó con sus colores formando matices formidables.
A medida que se dejaba caer pausadamente en su cueva nocturna, el sol, se apagaba y sus pupilas, al mismo ritmo, se iban desvaneciando, extinguiéndose en su último atardecer.
En adelante, desde la cueva de su ceguera, tendría que estirar de las pupilas de su memoria para ver, en sus recuerdos, aquellos atardeceres que tanto amaba.
Se quiso rascar la nariz dos veces con la mano izquierda, pero se atusó el bigote; quiso atusarse el bigote, pero se rascó la nariz; quiso darse una palmada en su muslo derecho con la mano izquierda, pero se quedó sin respirar porque se dió en el testículo derecho.
Tendió su mano izquierda para que su hijo se la cogiera con la mano derecha y dijo;
» llévame a casa hijo mío «.

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Mas allá de la fertilidad
A medida que sus espacios se llenaban de muebles y de una minimalista decoración consensuada, para su gato era cada vez más difícil sortear los obstáculos. Al mismo tiempo, en una dimensión alterna, su espacio lucía deshabitado y añoraba el rebotar de una pelota con olor a uva, o el sonido del motor de un carrito de pilas, dando la vuelta al estrellarse contra la pared. Luego de cierto tiempo juntos, cualquier pareja, en algún lugar recóndito de sus expectativas y corazones, desearían un hijo.
Y ellos no eran la excepción. Por más libres de prejuicios y cánones impuestos, que se consideraran, la idealización de una familia permeaba en sus ideales. Además, no era difícil que, a una pareja, conformada por un psicólogo clínico infantil y una pedagoga infantil les picara el gusanito de la paternidad – maternidad.
Meses antes habían comenzado asesoría profesional con un especialista en fecundación. No había dificultades de fertilidad confirmada y siguieron a rajatabla las indicaciones. Tomaban la temperatura basal regularmente, evitaban las bebidas alcohólicas y el tabaco. El esposo recordaba acuciosamente la toma del ácido fólico, y claro está, aumentaron la frecuencia de oportunidades en las cuales era más probable que se diera la fecundación.
Antes de tomar esta decisión, el tema era ignorado, – si se puede sería bonito, se decían el uno al otro, mientras observaban a los niños patinando en el parque, observándolos concursando con sus tiernas voces en un programa de canto, o en el balbuceo de sus sobrinos. Había un miedo latente de que el uno no cumpliera las expectativas del otro. Pero siempre al final había un aire de sinceridad y comprensión, en el sentido de que así fueran tres, o si seguían siendo dos, nada cambiaría, el amor no cambiaría, seguiría siendo incondicional, sobrepasaría cualquier cosa y crecería ante la adversidad o la fortuna.
Imaginaban en ocasiones juntos como sería una pequeña versión en miniatura de sí mismos, con la sensibilidad del padre, que lloraba por nada, o la locuacidad y ternura de la madre; la inteligencia de ambos, pero también con sus pequeños y maleables defectos: sería un pequeño gruñón obsesionado por la limpieza. Pero seguro sería una versión mejorada. Y cachetón, muy cachetón, blanco con un cachorro albino, peludito como su padre, con la piel suave y tersa de su madre, con ojos con mayor probabilidad, dominantemente negros, pero quien sabe, tal vez con los alelos recesivamente verdes de los ojos del abuelo.
Era un momento mágico, pensar en perpetuar sus apellidos unas cuantas generaciones más, pero sobre todo inculcar en un pequeño milagro, sus creencias, su forma de ver el mundo y sus convicciones.
El tiempo pasaba y los relojes biológicos también, y aún no había sido posible seguir decorando la casa, ahora con utensilios, enseres y ropa para un pequeño ser indefenso. Decidieron soltar la tensión y organizar un viaje. Después de muchos años juntos, el esposo había entendido que este era un bálsamo ante las tensiones y un lenguaje del amor que debía llenar el tanque de su amada cada cierto tiempo.
Tenían buenos recursos económicos. Poco a poco iban conociendo el mundo y debido a la obsesión de la esposa por las series de oriente, planearon un tour por China y Korea. Visitaron las ciudades más importantes, las reservas naturales más sorprendentes, cargaron a los pandas cachorros en sus brazos, caminaron la muralla china con el riesgo de inflamación de sus entrañas irritables, pidieron pollo dulce con cerveza en un lujoso restaurante en Seúl, y meditaron en un antiguo templo budista, agradeciendo a un Dios omnipotente y omnipresente el regalo de vida al estar juntos.
Durante sus viajes, habían superado poco a poco la claustrofobia de la esposa y pudieron deleitarse apreciando -luego de cierto malestar emocional y unas cuantas lágrimas- lugares recónditos y mágicos como cuevas y manantiales cubiertos por una vegetación exuberante. En la guía turística que los acompañaba durante el viaje, aparecía precisamente un lugar turístico que era conocido por su magnificencia y belleza, así como, por los mitos que le acompañaban. Era las cuevas Reed Flute, al sur de China.
Contaba la leyenda que los enamorados que las visitaban, eran premiados por el Dios de la fertilidad, y como un día ocurrió en el interior de las cuevas, los hogares serían habitados por pequeños niños balbuceando alegremente, observando las formas y los colores de las estalactitas. El esposo, que no creía mucho en augurios, pensaba: – si además de monitorear la temperatura basal, y hacerlo más arduamente en los días fértiles; la divina providencia nos ayuda al milagrito, visitando uno de los lugares más espectaculares del planeta, pues…, ¿por qué no soñar?
Lo que habían escuchado sobre las cuevas, se quedaba corto ante la plenitud de sus flautas coloridas, ante el purificante olor del carbonato cálcico de millones de años, ante el eco de las gotas en la oscuridad simulando el primer grito de su hijo anhelado y ante la fila de parejas agarradas de la mano, anhelando existir más allá de sus propias pieles. Bajaban con mucha precaución, por un camino de piedras azuladas y violetas, cubiertas por un musgo de verdor supraoctogenario.
Ya habían escuchado a la entrada, sobre la precaución al andar y la necesidad de tener un calzado especial para evitar caídas o resbaladas inoportunas. Ante la creación de la naturaleza, una caída se quedaba pequeña. El dolor pasaba a un segundo plano, pues la atención era plenamente dirigida de nuevo en las formas espectrales producto de la humedad milenaria, y del estropeado español de un hombre chino muy parecido a los otros millones de chinos, que servía de guía y no podía dejar pasar el mito por el que, aquel lugar era celebre. Hacia énfasis en el montón de niños que gatearían cruzando las salas de las casas, siguiendo los colores mágicos de las cuevas.
Al salir de las cuevas y dirigirse al hotel, el dolor de la caída empezó a ser cada vez más fuerte en la esposa. Un sangrado abundante bajaba por la entrepierna, imaginando lo peor. Nada más inoportuno que una caída abortiva, en medio de una cueva repleta de fértil misticismo. Mientras lloraban abrazados repetían su mantra el uno al otro, mientras secaban mutuamente y con amor sus lágrimas: – no importa si no lo tenemos, todo sigue igual, nuestro amor es incondicional.
A su regreso, y con todos los planes que seguían andando a pesar de la adversidad y los resbalones de la vida, los designios no se equivocaban. Pedagoga y psicólogo inauguraron un espléndido jardín infantil repleto de pequeños cofrecitos ávidos de ser buenos seres humanos, no solo gateando, sino también corriendo a través del aula de estimulación sensorial, de la cual se proyectaban haces de luces sobre una pared escayolada, que recordaba aquella cueva en el sur de China.

BEA ARTEENCUERO

Dentro de cada ser existen Cuevas, lo descubrimos cuando entramos en el laberinto, de las emociones internas, y nos invade el miedo, recorremos todos los caminos y al final de cada uno, encontramos una cueva sin salida, es como llegar al final del camino y estar en la noche más oscura sin estrellas brillando, ni la mágica luna para guiarnos, te encuentras inmersa en las sombras que sin saber como se adueñaron de tu mente, de pronto crees ver pequeños destellos fugaces de luz y te acercas a ellos para encontrar la salida, pero caes nuevamente en ese sentimiento que te domina y vuelven a tu mente una y otra ves …Los miedos, acechando el momento del quebranto del alma, se instalan cada ves más profundo y te das cuenta que hasta la luz tiene su sombra, en un territorio de tinieblas inexplorado donde habitan las emociones y hay veces que nos llenan de incertidumbre que sin darnos cuenta caemos más y más.
Son las sombras donde no llega la luz, es ahí donde decide el alma lo que queremos, lo que escondemos o nos vemos perseguidos. Es
Descubrir lo que hay dentro nuestro, cuando transitamos la oscuridad de la mente y no estas preparado para sentirlo, el miedo perdura allí inevitablemente.
Estoy aprendiendo a tratar de no alejarme de él, sino a enfrentarlo y luchar para poder seguir adelante, si lo evitas…vuelve, siempre vuelve, está allí agazapado esperando el instante de adueñarse de todas las emociones que hacen que valga la pena estar vivo.
Aprendí que la luz más pequeña, nos puede llevar a encontrar la fuerza de liberarse de las cuevas y la cárcel autoimpuesta, que a pesar de mis miedos debo aprender a superar obstáculos y dejar que el valor del amor le de rienda suelta a mi espíritu errante.
Dicen que hay un tiempo para todos,
Para algunos tiempo de esperanza, para otros de buscar su propia estrella.
Hoy siento que dentro mío, no encuentro ese lugar seguro donde refugiarme de mis miedos,se que debo andar mi propio camino, nadie más que yo vive en mi interior.
La lastima no es el sendero de la libertad del alma.
¿Que es la vida, si no una mezcla agridulce de tristeza, alegría, esperanza y fe.
Hoy me doy cuenta que para librar mi corazón de las emociones que invaden mi mente, queriendo alejarme del sentimiento más puro que es el amor en si, debo respirar mi propio aire y alejarme de la cueva más oscura..¡Mis miedos!
Dicen que en algún instante hay lluvia de estrellas….¿Porque no creer que la habrá para mi?

ALEXANDRA MARTA IONA

Madre
Hoy es mi cumpleaños. Le he preguntado a mi padre que si la tarta es de chocolate. Me acaba de contestar que sí y que encima está escrito “¡Feliz dieciocho cumpleaños, Mar!”
¿Por qué me sienta en la butaca de mama? Me entrega algo que al tacto parece papel. Es un sobre, le acabo de pasar la punta de mi dedo por el cierre. Que regalo mas extraño. Me dice que es una carta de mama. Mi corazón se dispara, parece que se me va a salir del pecho. Empiezo a sudar. ¡Mama, cuanto te echo de menos! Hace siete años que no esta con nosotros, los médicos han dictaminado que fue por un infarto fulminante y que no sufrió. Simplemente cerro los ojos, en un parpadeo y nunca más los volvió a abrir.
Tengo un bonito recuerdo de ella. Era una mujer esbelta, de pequeña cintura, me gustaba cuando la rodeaba con mis brazos. Le gustaba escuchar y siempre me leía. De ojos y pelo negro azabache, así me la describía mi padre. Cada vez que le preguntaba, me decía que los ojos de mi madre era lo único que podía ver, el nada de color negro, así eran los ojos de mi madre, porque yo soy ciega de nacimiento. Sus ojos, es lo único que me va acompañar toda mi vida.
Mi padre, abre el sobre, con la calma que le caracteriza.
“¡Feliz cumpleaños, querida Mar! Mi regalo es la verdad, lo mejor de la humanidad, tus orígenes.
Soy la única culpable de convertirme en tu madre.
Una noche, hace dieciocho años, estaba perdida porque me había confundido en el Cruce del Sol. Encontré una apertura en la ladera de la montaña. Después de retirar unos ramojos, me adentré con la intención de pasar la noche resguardada de los animales.
Una vez dentro, volví a tapar la entrada y al darme la vuelta, allí estabas tu. Solo eras un bebe recién nacido, con las manos pegaditas al cuerpo, tranquila, emitiendo unos sonidos guturales, en paz.
Estabas desnuda, medio sumergida en una pila de piedra. No llorabas. Cuando deje caer, con cuidado, mi mano sobre tu cabecita, empezaste a removerte. Desde la bóveda de la cueva, con precisión milimétrica, te caían unas gotas en la boguita que tu saboreabas.
Invadida por la pena, te cogí de inmediato en brazos, pegándote a mi pecho, intentando reconfortarte.
Pero, todo lo contrario. Tu empezaste a llorar, sin lágrimas, casi parecía un grito mas que un llanto. Mientras mas te apretaba a mi cuerpo, más llorabas. Tu llanto retumbaba y se multiplicaba entre las paredes y los laberintos de aquella cueva.
Por la mañana, volví contigo a casa. Mi marido, al vernos en la entrada, nos abrazo y nos baño con su amor. Me pareció que se alegraba de vernos a las dos. Nunca me pregunto, nunca quiso saber.
Avece, he vuelto para encontrar respuesta, pensando que podría ver a tu verdadera madre, vagando arrepentida.
Pero cada vez que entraba el eco de tu llanto sumergía de la oscuridad. Se escuchaba con claridad, grabado minuciosamente en los muros de la cueva.
Los primeros años estaba convencida de que obré bien, como una buena cristiana, no te podía dejar allí, una recién nacida, te tenía que salvar de tu cruel destino….
Eso es lo que pensaba al principio, pero estaba muy equivocada. Te robe, que secuestre del seno de tu verdadera madre. Ahora lo sé.
Perdóname hija, por haberte arrebatado del seno de tu hogar. Con el paso de los años he llegado a obsesionarme con aquella cueva, con sus laberintos y sus secretos.
Cada vez que iba a adentrarme en búsqueda de tu madre, más me sentía como una madre.
Un día, hace siete años, en una de tantas investigaciones, encontré la pila de piedra de donde te saqué. Estaba intacta, ni una marca ni un mensaje. Desde el techo, goteaba, el mismo líquido que te bañaba. Le hice un hueco en la palma de mi mano y me lo llevé a la boca. Fue entonces, cuando lo entendí todo. ¡Tú eres hija de la vida y de la muerte! Tu eres fruto de la madre naturaleza y de la Tierra y tu eres la oscuridad que defiende la luz del sol en tu corazón.
Tras esa visión, sentía que mi fin había llegado. Solo deseo que me de tiempo a escribirte mi amor más profundo y mi perdón más sincero.
¡Vuelve a tu hogar, hija mía! Sigue tu llanto y encontraras a tu madre. Este mundo no se merece tus ojos. Desde el negro de la oscuridad, vas a poder verlo todo.”
-Papa, guarda la tarta. ¿me llevas a casa?
Continuara….

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19 comentarios en «Cuevas – Miniconcurso de relatos»

  1. «Sentí la necesidad de escribir y agradecer a la vida y a Dios por tan bendecido regalo.» El punto a Silvana Gallardo y felicidades a los relatos participantes en general, sobre todo a Gaia.

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  2. Porque al escribir reivindicamos, denunciamos o alabamos.
    Los hay mejores pero me quedo con el relato de Amalia por apostar por un tema actual por desgracia.

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