Fiesta de pijamas – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «fiesta de pijamas». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 29 de febrero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

TALI ROSU

¿Por qué las fiestas nunca me salen bien?

Lo tenía todo planeado: haría un gran pastel y una piñata enorme, hinchables, payaso… Todo estaba listo. Al final de la fiesta las niñas se quedarían a dormir en casa y les había preparado un montón de juegos divertidísimos.

Pero ¿cómo podía esperar que las cosas me salieran bien si por lo general todo me sale de cabeza? Por supuesto, el pastel se me quemó, la piñata la meó la perra, los de los hinchables se confundieron de dirección y los enviaron a otro pueblo, que, manda cojones, también estaban de cumpleaños, les pareció bien el precio y decidieron usarlos para su propia fiesta. Y el payaso, qué decir del payaso… llegó borracho y se pasó toda la tarde persiguiendo a la tía Emilia. Al final pude salvar la fiesta haciendo mil malabares y evitando ponerme a llorar en un rincón, pero por la noche… por Dios… la noche fue un infierno. Las niñas gritaban, no me hacían caso y no querían jugar a nada de lo que les tenía planeado, una se cagó, otra lloró eternamente… El estrés me salía hasta por los ojos cuando el payaso apareció bajo la escalera colgado por el cuello. ¿No se había ido detrás de Emilia? Me eché a llorar, no pude hacer otra cosa, y las niñas lloraron junto a mí mientras veían el cadáver boquiabiertas.

¿Y ahora que le digo yo a Emilia? Con lo que le estaba gustando sentirse bonita por una vez…

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Dimitri, Santi y Lisenciado habían quedado para hacer una fiesta de pijamas en la casa de Coronado Smith Todo iba a pedir de boca hasta que Dimitri sacó la coca, era el narco más buscado en el estado.

Coronado de facto invitó amablemente a Dimitri a abandonar su domicilio, tras varias palabras y la negativa taxativa de nuestro amigo del este, Coronado no tuvo más remedio que liarse a guitarrazos con aquel desalmado.

Solucionado el problema, pese a estar absorto Coronado observó perplejo que Santi se había afeitado con su cuchilla. Lisenciado ante la mirada dragona de Coronado intentó detener el altercado sin éxito.

-¡Corre Lisenciado, corre!

-¡Raudo y veloz Santi, raudo y veloz!

Coronado fue detenido por las autoridades por causar lesiones irreparables a nuestros queridos personajes que en estos momentos se debaten entre la vida y la muerte.

El abogado de Coronado por su parte pide una inmediata absolución y una indemnización porque a su cliente se le ha roto la guitarra.

Fin.

MARI CRUZ ESTEVAN

Mamá me dijo: Abril, mi amiga me había invitado a la fiesta de pijamas que hacía en su casa.

En aquel momento, me sentí más pequeña de lo que soy y, eso, que ya cumplí los seis años.

Seis años poniéndome para dormir aquel blanco camisón lleno de puntillas que mamá con tanto amor cosía.

En mi soñar despierto me vi volando por encima de las cabezas de mis amigos a igual un fantasma

De pronto mamá entro en la sala y me entrega un regalo. Esparta ti cariño , ábrelo.

Me sentí feliz, en mis manos tenía el pijama más colorido jamás soñado. Ahora sí quiero ir a la fiesta de pijamas de mi amiga Abril…

CORONADO SMITH

Inés y Bea eran “mejores amiguis” desde la guardería y ahora a sus cuarenta y muchos, habían planeado recuperar una tradición que solían hacer “La fiesta de pijamas”.

-Aló diguiiii- dijo Bea descolgando el teléfono.

-Holiiissss ¿Qué tal tíiiah? He estado pensando sahesss ¿Por que no hacemos una fiestuqui de pijis como las que hacíamos hasta la Uni?- sonó la voz de Inés al otro lado.

-Jo pe tíiiah sería muy random, díselo tú a Fefi y a Pitita- contestó Bea.

Después de que Inés se lo comentase a Fefi y a Pitita, Bea se encargó de tenerlo todo preparado, pues las fiestas siempre eran en su casa de campo. Había varias reglas: llevar un pijama con animalitos, una diadema de flores y unas zapatillas de paño estampadas.

El día señalado llegó y allí en la casa de campo se juntaron las cuatro.

-Premua, mua y requetemua- se saludaron efusivamente.

-¡Qué bien tíiiasssh, otra vez de mejores amiguis!

La fiesta fue un éxito total, comieron chuches, palomitas, vieron toda una temporada de Melrose Place y acabaron dándose con las almohadas unas a otras.

-¡Toma!-

-¡Ayssshhh-

-¡Qué random das, tíiiah!

-Y las petardas de Luli y Cuca de fosilización con sus maridos- jash, jash, jash, reían las cuatro como hacía tiempo que no lo hacían.

A lo lejos, dentro de una nave espacial, dos seres contemplaban atónitos la escena.

-¿Pero por qué nos mandará el capitán Coorr a observar este planeta?- dijo uno de ellos horrorizado.

-Creo que fue por no dejarle ganar la partida del otro día- contestó el otro.

-¡No quiero volver aquí, este planeta está abocado a la autodestrucción, pon los motores en marcha- añadió el primero.

-¡Como un rayo mi capitán, como un rayo!, ya solo nos falta que pusiesen una de Almodovar-.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

COSAS QUE NO SE PUEDEN CONTAR

—¡Uf, qué ganas de echar el cierre, menudo día! Yo os digo que si esto sigue así algo habrá que hacer, no lo soporto, estoy muerta.

Un petardeo de tubos de escape llega desde la calle y alguien, ajeno a lo intempestivo de la hora, golpea la puerta con la esperanza de que le dejen entrar.

—¡Ay, no, por favor! ¿Es que nunca tienen bastante? Si hoy no he pasado por cien clientes, no he pasado por ninguno. ¡Dios mío, qué locura!

Desde el fondo del local surge una voz grave, de señora mayor, admonitoria.

—¡Qué quieres, hija, es que vais provocando! No tapáis nada. Minifalda, dicen, cinturón ancho, como mucho. En cambio, a mí solo me han probado un par.

El comentario provoca un carraspeo generalizado y alguna que otra risita malvada.

—Señora, es que las tallas grandes tienen menos salida, pero no se apure, ya vendrán las rebajas, que se vuelven locos y entran a todo —siempre hay una lengua bífida más descarada que las demás.

—Más vale tener, que no desear, pingo, más que pingo —responde la otra sin poder disimular el cabreo.

Un gruñido sordo viene a zanjar la disputa.

—¡¿Queréis dejarlo de una vez, copón, ya?! Algunas queremos dormir y no hay manera con vuestros cacareos.

—Pues no sé cómo lo vas a hacer, cariño, con semejante escandalera —apunta otra, llamando la atención de todas sobre el estrapalucio de risas, vocerío y gresca, que llega nítido desde el piso de abajo.

—Ya estamos como todas las noches, fiesta de pijamas en la sección de lencería. Yo no sé para qué está el vigilante, los tiene cuadrados, por favor. Menudo inútil.

Genaro lo escucha todo en silencio, parapetado tras un biombo chino en el departamento de muebles.

—«Esto lo digo yo en la central y no se lo cree nadie» —piensa mientras sigue haciendo la primera ronda—. «Menos mal que solo pasa en el área de textil, porque sería para volverse loco. De todas formas, no me quejo, unos grandes almacenes siempre son más llevaderos; peor se pasa en una obra, toda la noche vigilando materiales».

Y con su secreto a cuestas, se pierde en las oscuridades de la tienda, porque hay cosas que no se pueden contar.

PAQUITA ESCOBERO

LA SOGA

Mi nombre es Amna, nací en el año 2004 en Gaza, la ciudad principal de ese territorio que llaman la Franja de Gaza. Mi historia no es diferente a la de otros chicos o chicas de mi generación, al menos los aquí nacidos, con la diferencia de que solo recibimos el nombre de centennials por haber nacido en los años 2000, pocas cosas más compartimos en cuanto a generación y además muchos no han llegado a conocer el año 2024.

Mi madre no sabía que llamarme Amna tendría en el 2023 el mejor de los significados posibles, Paz.

Hablo tres idiomas, árabe, por nacer en este lugar del mundo; inglés, por ser el idioma que hablamos casi todos y español, por tener una madre nacida en Málaga, una gran doctora que consiguió trabajar en el Hospital Árabe al-Ahli, conocido como el hospital del pueblo árabe. Un padre de ancestros árabes que nació en Gaza. Hizo su postgrado de Periodismo en Sevilla, España, donde se enamoró de la mujer morena más hermosa de Al-Ándalus y de la que, según él, he heredado su color de pelo negro carbón, los rizos en bucles infinitos, los indescifrables ojos verdes como un olivar y el coraje de ganar mil batallas .

He crecido escuchando a los mayores locales hablar de lo que llaman Alhabl en árabe, the rope en inglés o la soga en español. La forma que utilizan para referirse a ese cerco que se estableció a mediados del año 2007, impuesto por Israel y Egipto, cuando yo solo tenía 3 años y 4 meses. Un cerco que nadie sabía que nos dejaría aislados del mundo, empequeñecidos e insignificantes ante la mirada del resto de personas y en el que lo peor no es el aislamiento sino el olvido.

Cuando naces entre escombros y escasez, desesperación, muerte y ocupación, restricciones, controles y miedo, la esperanza del cambio es la razón de seguir despertando cada día para conseguir algo mejor. Creía que era posible abrir huecos de luz entre las tinieblas y por ello, animada por mis padres desde que tengo 15 años, colaboro con la ONG “Creciendo juntos” que trabaja con niños y niñas de Gaza que se han ido quedando huérfanos por conflictos bélicos que no eligieron y que conviven con nosotros desde antes de nacer yo. Tantos años de segregación y asilamiento han dejado una población infantojuvenil sin visión de futuro.

La suerte de tener padres, aunque hayamos perdido amigos, familiares y conocidos o vecinos, se debe compensar con todo el apoyo que podamos aportar a los que no tienen esa suerte. Esa frase se ha dicho tanto en mi casa, que la tengo pintada en la pared de mi habitación:

إن حظ وجود الوالدين، حتى لو فقدنا الأصدقاء أو الأهل والمعارف أو الجيران، يجب تعويضه بكل الدعم الذي يمكننا تقديمه لمن لا يملك هذا الحظ.

Todos los día al despertar puedo leerla en el frontal de mi cama, para recordarme los días que no me apetecía ir a la ONG diciendo que quería tener una tarde más normal, como la joven de 20 años que soy, que mi fortuna es mayor que la de la mayoría de las personas que convivimos en Gaza.

Mi abuelo solía contarme historias de su trabajo en el campo, la importancia de mantener las tradiciones pese a los cambios que pudieran llegar. También, que debía disfrutar cada segundo de mi existencia y dar gracias por lo que tuviera cada día como el techo bajo que nos cobija, comida en la mesa, unos brazos que cuidan y el amor de la familia. Siempre decía que la vida transita por una línea de tiempo tan fina, que solo se precisa un segundo para cambiar el rumbo de la historia. Y eso sucedió hace tan solo unos meses que parecen años, pero lo peor es que no solo ha cambiado el rumbo de la historia, sino que ha destruido más de 30.000 vidas dejándome la culpa del superviviente.

La tarde del 6 de octubre de 2023 sería la última que iría a mi ONG y vería los ojos negros de Guzmán, el chico más bueno que había conocido después de mi padre. Quizá por eso le pusieron ese nombre. El 7 de octubre de 2023 fue el día que nuestra soga se tensó aún más, tanto que no podemos respirar.

Muchos de nosotros tenemos raíces que nos conectan con diferentes partes del mundo, somos voluntarios nacidos del amor que unió a gazatís con argentinos, irlandeses, franceses o españoles, entre otros. Somos una nación de naciones, como decía mi abuelo y estamos construidos de los cimientos de aquellos que como el nacieron aquí y se quedaron, los que se fueron para aprender y volvieron para aportar y otros muchos que conocieron en sus viajes de ida y vuelta, que se unieron sus vidas y corazones a Gaza, por amor a este linaje de tantas culturas.

En todas las partes del mundo existen las tradiciones, los bailes, la música que los identifica, la gastronomía, los cuentos tradicionales, etc. Por eso mismo quisimos hacer un día diferente en la ONG con los chicos que allí asistian, para dejar por un día a un lado el conflicto y enseñar lo que nos une. Un día para mostrar sus raíces y también las de otras naciones. Habíamos organizado muchas actividades para esa tarde, entre ellas un Dabkeh, nuestra danza más tradicional que está tan arraigada a la tierra y al derecho a la misma como su origen. Semanas antes se estuvo explicado las raíces de la danza llamada resistencia pacífica, heredada de los agricultores, cuyos movimientos a la hora de arar y sembrar se perciben en cada sutil paso del que danza, transmitiendo sin palabras, ese derecho a la tierra.

Era una forma de que todos los chicos y chicas que acudían las tardes de animación sociocultural que la ONG organizaba, conocieran parte de su historia. De esta manera queríamos empezar a romper el sentimiento de desarraigo que deja la orfandad y que empezaran poco a poco a ganar confianza en sí mismos, trabajar en equipo y aprender de la herencia.

Queríamos que la tarde fuera de alegría como el baile transmite, pero también ir más allá en esa convivencia y preparar una jornada de tarde-noche completa. Nos organizamos por grupos para hacer espacios de comidas del mundo, cuentos universales con distintas versiones en función del origen y algo inusual por completo, se pidió permiso para hacer lo que en otras partes del mundo se conoce como una noche de pijamas. Aunque a los dirigentes de la ONG les extrañó esa parte de la jornada de convivencia, la explicación que dimos los voluntarios de traer alguna costumbre de compartir tiempo con los amigos en las casas, algo que no podían hacer la mayoría de los niños de la ONG, les convenció para destinar parte del tiempo de la noche a un simulacro de fiesta.

Aunque parezca mentira, muchos niños no tenían pijamas, no los habían tenido jamás, dormían con la ropa que disponían y no era algo realmente que fuera de especial necesidad. Así que, durante el tiempo de organización se consiguió juntar muchos pijamas divertidos, con superhéroes, dibujos animados que algunos veían por la televisión satélite, o simplemente bonitos.

Con esa idea de día de convivencia internacional nos juntamos, aun siendo de madrugada, los voluntarios que estaríamos allí para empezar la organización de todo lo que se iba a precisar. Tan temprano en la mañana que nadie sospechaba que ya había empezado el final de nuestra historia.

Cada pareja de voluntarios tenía asignado un grupo de niños con los que pasarían la tarde desde la hora de comer hasta el día siguiente. Por lo que empezamos montando mesas, escenarios, preparando comidas. A mí me tocó adecuar la zona donde se haría esa especie de fiesta de pijamas. Junto con una amiga Hanane colocamos los sacos de dormir y sobre cada uno de ellos un pijama por niño, un cuento que habíamos conseguido de otra ONG y una pequeña bolsa con galletas y dulces preparadas por algunos padres de los voluntarios que quisieron colaborar, todo para dar una noche mágica y especial a niños que habían perdido tanto en estos años de Alhabl.

¡Cuántas sonrisas recuerdo brillar en ese pequeño espacio destinado a olvidar por momentos, lo que la vida marcaba a fuego y sin errar!

Mientras peinaba mi pelo y preparaba el vestido para el baile, pregunté a mis compañeros si alguien había visto a Guzmán. Era extraño que no hubiera llegado ya nunca solía faltar y menos sin avisar, pese a la distancia que había entre la ONG y el kibutz donde vivía con su familia en una comunidad cercana a la Franja. De una u otra manera siempre se las apañaba para llegar por la tarde. Con tanto que hacer no le di importancia, seguro que conseguía llegar antes que los niños.

Un segundo entre ese pensamiento y el acto de coger el teléfono que sonaba en mi bolsillo a la par que, en muchos otros, fue en el que la alegría de las caras cambió por la incredulidad. Nadie sabía realmente que pasaba, aún hoy no soy capaz de contar con total certeza lo que vimos, vivimos y menos predecir lo que nos quedaba por vivir. El espacio se llenó de carreras, llantos, gritos, la cara de miedo mi madre en el teléfono y en mi mente Guzmán.

— Perdona, ¿puedo coger un pañuelo? dijo Amna a la persona que le hacía la entrevista.

— ¡Claro, por supuesto! dijo la periodista aclarándose la garganta, ¿Quieres un poco de agua o una cocacola? Tengo unas galletas que he conseguido pasar en la mochila, dijo Irina entre el llanto y la sonrisa, una periodista ciega por un accidente que ahora estaba recopilando las historias de todos aquellos que queriendo romper silencio, se atrevían a contar.

— Sí por favor, gracias. Dame un minuto, necesito respirar.

Mientras se tomaban un descanso, el teléfono volvió a vibrar en el bolsillo de Amna, era su padre para saber dónde estaba y cuándo iba a regresar a casa. En su familia eran uno menos ya. En estos meses el hospital del pueblo árabe había sido destruido en un bombardeo de los que se producían cada día al azar, donde tantas personas se fueron a refugiar. No fue el día más sangriento pero tampoco uno más.

— No tardaré mucho `ab, tranquilo, me llevarán a casa en coche.

Amna terminó de relatar su historia e Irina escribió su titular «Pijamas doblados para una fiesta que nunca se celebrará»

Paquita Escobero

22/02/2024 Derechos reservados

Imagen creada con Leonardo ia

En esta historia, que no es la de nadie en particular se recogen nombres con significado real:

Amna nombre árabe que significa Paz ; Guzmán, nombre de origen Israelí que significa hombre bueno o Hanane para llamar a una mujer amor, gracia o compasión. Así como el nombre del Hospital es real, la historia puede ser la de cualquier madre, doctora o persona que pereciera en él. A veces un relato puede ayudar a que nadie caiga en el olvido.

IRENE ADLER

LA NOCHE FEROZ

A los veintisiete años, Eva seguía asistiendo a terapia con médicos de voz suave y analgésica que le hablaban como sí la conocieran. Cómo si fueran capaces de entender, explicar o poner nombre a sus miedos. Cómo si hubieran estado allí, con ella, aquella noche.

Y todos esos médicos, sin excepción, la obligaban a repetir lo ocurrido antes de recetarle una pastilla nueva, una terapia nueva, cerrar sus odiosos cuadernos y sonreírle con piedad pero sin entendimiento, antes de volver a dejarla sola en aquel pasillo oscuro, con el frío de las baldosas de mármol mordiéndole las plantas desnudas de los pies.

La habían castigado a limpiar los zapatos de todo el dormitorio: cuarenta y ocho zapatos negros con borlas o cordones, que ella lustraba y frotaba sentada en las escaleras del desván. Era tarde y hacía ya mucho rato que las luces se habían apagado. Sólo estaba despierta ella, bajo el anémico charco de luz de la bombilla del desván, con el cepillo en una mano y el último zapato en la otra. Recordaba tener sueño, frío, quizá hambre. Sólo le quedaba un zapato y podría irse a dormir.

Y entonces oyó las voces.

Subían entrecortadas por el hueco de la escalera desde el descansillo del primer piso, que era dónde dormían las niñas mayores. Voces de hombre, algo inverosímil en un colegio femenino, dónde los únicos varones eran el cura y el conserje y a los que sólo veías durante el día. Nunca por las noches. Jamás en los dormitorios.

El cepillo empezó a temblarle en la mano. Por instinto, golpeó el interruptor de la luz con la suela del último zapato para que no la vieran, y se quedó muy quieta, escuchando.

Llegados a este punto, los médicos hacían siempre un inciso y formulaban las mismas repetitivas preguntas. ¿Cuántos hombres? ¿Qué decían? ¿Realmente viste un hacha o sólo creíste verla? ¿Por qué no fuiste a pedir ayuda? La habitación de la señorita Fina estaba al final del pasillo…

La habitación de la señorita Fina estaba al final del pasillo, pero había que pasar por delante de la escalera que subía desde el primer piso, y luego pasar la enfermería y su cuarto, donde dormían las veinticuatro niñas dueñas de los cuarenta y ocho zapatos. Los hombres la verían. La oirían. Se había descalzado por si tenía que correr. Tenía betún negro en el pijama y sostenía el zapato en alto como quién sostiene un arma. Pero tenía miedo y todas las ventanas del segundo piso tenían rejas. El colegio estaba diseñado como las cárceles: para que nadie saliera; no para impedir que alguien entrara.

Asomada por encima de la barandilla, vio un destello metálico contra los barrotes. La verdosa luz de metano de la salida de emergencia se reflejó contra el filo de un hacha. Oyó algo parecido a un chasquido o al traqueteo de una locomotora. Estaban subiendo y arrastraban el hacha contra la barandilla y la lentitud de sus movimientos la sumió a ella en una parálisis aún más honda. Porque no tenían prisa ni urgencia ni miedo. Uno de ellos silbaba. Los olió cuando estuvieron arriba y uno señaló la puerta del dormitorio de las niñas, su dormitorio. Y el otro siguió por el pasillo hasta la habitación de la señorita Fina.

Aquí era dónde los médicos le preguntaban siempre por las tijeras. ¿El hombre que entró en el dormitorio de las niñas llevaba unas tijeras? ¿O las llevaba el otro hombre? Unas veces eran tijeras de podar y otras eran tijeras de costura. Eva tenía dificultad para recordar los detalles.

Después se desató el infierno.

Las niñas corrían, gritaban, se atropellaban unas a otras en el pasillo. Era como una fiesta de pijamas enloquecida y sucísima. Y ella estaba allí de pie, helada e inmóvil, con un lustroso zapato en la mano, mientras veía a sus amigas resbalar y caerse porque el suelo de baldosas estaba mojado, pegajoso, cubierto de un líquido carmesí muy parecido al jarabe para la tos. Y sus camisones blancos flotaban al aire como sudarios o mortajas, en el resplandor ambarino de una iluminación lejana: la luz que salía de la habitación de la señorita Fina.

Luego se desmayó. O la empujaron y se cayó por la escalera. O uno de los hombres la atacó. No podía recordarlo. Se despertó en el hospital con una contusión en la cabeza y mucho miedo. Pero tuvo más suerte que la señorita Fina y aquellas siete niñas que nunca despertaron de aquella noche feroz.

A los veintisiete años, Eva seguía manteniendo su versión de lo ocurrido en la que ella era la víctima, el testigo confuso, la niña aterrorizada que sostenía en alto un zapato como quien sostiene un arma.

Nunca hubo tal zapato, ni un hacha, ni dos hombres. Lo único real eran la agresión y el internado. Cuando consiguieron reducirla llevaba en la mano unas tijeras de costura y gritaba enloquecida que no quería limpiar los zapatos de nadie y puesto que la habían castigado por organizar en su dormitorio una fiesta de pijamas, iba a darles la mejor fiesta de pijamas de sus vidas. Tenía sangre y betún en el pijama y en las manos y por toda la cara.

Y sólo tenía —aún tiene— ocho años.

EFRAÍN DÍAZ

Cuando Ana María cumplió sus quince años, recibió de su padre Aníbal el regalo que tanto ansiaba, un crucero por el Mediterráneo.

Su madre y su padrastro, impedidos económicamente de competir con Aníbal, pensaron en una cena formal en un fino restaurante de la capital. Sin embargo, Ana María tenía otros planes. Prefería una fiesta de pijamas con sus diez mejores amigas.

Su madre y su padrastro accedieron. Aunque la casa era cómoda, albergar diez personas era un reto. Entonces el padrastro sugirió que en vez de utilizar la habitación de Ana María, utilizaran su “man’s cave” en el sótano. Una habitación grande, que tenía una pantalla gigante, una nevera con cervezas y licores fríos, cómodas butacas para fumar puros y un par de mesas para jugar al póker. Ahí se reunía el padrastro de Ana María con sus amigos a jugar póker, ver fútbol y peleas de “mix martial arts”.

Ana María estaba felíz. Podría reunirse con sus mejores amigas y disfrutar de una fiesta de pijamas con la privacidad necesaria para hablar y hacer lo que hablan y hacen las niñas de quince años.

Una por una fueron llegando las niñas. Eran recibidas en la puerta por la madre y el padrastro de Ana María. El padrastro llevaba a los padres de las niñas al sótano donde compartirían. Allí les mostraba los colchones donde dormirían y las comodidades de las cuales disfrutarían durante la noche.

Cuando llegó la última de las niñas, tomaron sus aperitivos y se dirigieron al sótano. Había comenzado la fiesta. Las niñas disfrutaban con la privacidad que ofrece un sótano.

Arriba, la madre y el padrastro vieron televisión, tomaron vino y luego se fueron a la cama.

Gracias a los efectos del vino, la madre se quedó profundamente dormida. El padrastro aprovechó, sigilosamente se levantó y se dirigió a su oficina.

Una vez en su despacho, encendió sus sistema de cámaras de seguridad y comenzó a espiar a las niñas.

Algunas vestían pijamas clásicas de camisa y pantalón. En cambio, otras vestían sensuales conjuntos de bragas y sostén. Hacia ellas el padrastro dirigió las cámaras. Comenzó a mirar sus juveniles y voluptuosos cuerpos. Sus firmes carnes. Sus tersas y lozanas pieles.

Se excitó, tuvo una erección y comenzó a masturbarse mientras miraba a las niñas.

Entonces tocaron la puerta de su despacho.

-Abre la puerta por favor- gritó la madre de Ana María.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Mi primera fiesta de pijamas!!

Estaba emocionada.

Primera noche con mis amigas de fiesta.

La noche empezó bien, chuches, confidencias, hablar de chicos.

A eso de las dos me quedé dormida, alguna seguía hablando.

Me despertó un ruido. No sabía que. Todas dormían

No se, pensé, ruidos de casas que no conozco.

Fui al baño.

Una luz, unas voces.

Me asomé a la barandilla.

Allí abajo unos tipos tenían retenidos a los padres de mi amiga, había pistolas.

Casi grito.

Como pude volví al dormitorio, con cuidado puse un mueble delante de la puerta.

No me atrevía a despertar a nadie por el ruido.

Cogí el móvil y llamé a la policía.

Muy callado. Eso sí.

Los de abajo eran la policía, me dijeron.

Qué estaban haciendo una redada de droga.

Hay qué joderse, en la noche de mi primera noche y última fiesta de pijamas.

EDUARDO VALENZUELA

Después de la guerra de almohadones, las chicas usaron las mullidas armas para sentarse en el suelo alfombrado, formando un círculo. Anita se levantó para acercarse a su cómoda, de donde sacó una linterna a baterías, y luego caminó hasta el interruptor de la pared. Al apagar la luz las chicas gritaron.

Anita encendió la linterna bajo su barbilla para alumbrar su cara de manera espectral y dijo:

―Vamos, Bego. Cuéntanos una historia de terror.

―¿Yo?

―Sí, tú. Toma, usa la linterna para alumbrarte la cara desde abajo, así.

―Pero yo no soy buena en esto ¿Qué quieren que cuente?

―Ya se te ocurrirá algo. Toma. Empieza.

Bego sujetó la linterna con sus dos manos siguiendo las instrucciones.

―Eh…, pues este… Hay una historia verdadera de unas chicas que estaban haciendo una pijamada y de pronto todo quedó a oscuras…

―¡Qué bobo! Eso no asusta.

―¡Pero déjame contar!

―Dale.

―Lo que las chicas no sabían era que esa sería la última pijamada de sus vidas, porque el espejo de la habitación, ese mismo que hace un rato habían usado para pintarse con labial y maquillajes, era un portal a otro mundo, a un lugar de sombras y reflejos imaginarios.

»En ese otro mundo vivía una chica similar a las reales y que siempre quiso participar en una fiesta de pijamas, pero sólo podía verlas desde su lado del cristal sin que nadie se diera cuenta de su existencia. Hasta que en esa oportunidad, cuando las chicas de la fiesta apagaron la luz, ella pudo cruzar.

―¿Y qué pasó, entonces?

―Pues que al cruzar ella al mundo real, como si fuera un reflejo, las chicas de la pijamada quedaron atrapadas del otro lado del espejo.

―Esa no es una historia verdadera ¡Estás inventando!

―No. No es invento. Es real.

―¿Y cómo lo sabes tú, Bego?

―Porque yo siempre quise estar en una fiesta de pijamas y ahora ese sueño se me ha cumplido.

―¡No juegues!

―Es una lástima que ustedes me hayan hecho contar esto… Era mi secreto, chicas. Ahora deberé buscar otro grupo de amigas.

―¿Por qué?

Bego apagó la linterna, dejando todo a oscuras y dijo:

―Porque ahora ustedes pasaron al otro lado.

Las chicas gritaron cuando vieron que en el espejo se veía la habitación iluminada, pero sólo Bego estaba allí. Entonces, la puerta se abrió y apareció la mamá de Anita que se quedó viendo a Bego.

―Linda ¿Por qué te han dejado solita? ¿Dónde están las demás?

―No se preocupe, señora, que ahora estamos jugando al escondite y me toca buscarlas.

―¡Ah, ya veo! Pues tengan cuidado.

―Lo tendremos, señora. Y déjeme darle las gracias, porque esta es la mejor fiesta de pijamas que he tenido ―dijo Bego e hizo un guiño hacia el espejo, donde las demás chicas lloraban y gritaban, haciéndose pedazos las manos tratando inútilmente de romper el cristal.

JOSÉ LUIS USÓN

Cuando aquella tarde, Daniela llegó a casa después del colegio y vio encima de la mesita de la entrada, el sobre rosa con corazones, ya pudo imaginar el contenido del mismo. Hacía ya unos días que lo esperaba, pero verlo allí encima, le infundió un denso terror. Lo tomó con sus manos trémulas y despacio fue separando la solapa, hasta que el contenido quedó a la vista. Se trataba de un papel del mismo tono rosa que el sobre y con los mismos corazones diseminados por el mismo.

Hola corazón, si estás leyendo esto

significa que estás invitada a mi fiesta

de pijamas. Se celebrará en mi casa,

este viernes desde las diez hasta muy, muy tarde.

Trae tus mejores y más íntimas galas.

Martina”

Desde que había empezado en el nuevo colegio, temía un momento así. Después del paso por otros dos centros educativos, en los que había tenido que hacer frente a la incomprensión más irracional, al execrable desprecio por una parte de compañeros y compañeras, los padres y madres de éstos, e incluso parte del profesorado. Después de aguantar durante tanto tiempo las miradas de soslayo y los comentarios impertinentes de la mayoría, no estaba dispuesta a tirarlo todo por la borda.

Había sido un proceso muy largo y doloroso, que en algún momento le removió las entrañas. Primero tuvo que conocerse a sí misma, entender lo que sentía y porque lo sentía, que era eso que le estaba pasando y solo ella veía. Estaba viviendo en una jaula de la que no podía escapar—es difícil escapar de uno mismo—, odiaba los espejos que se empeñaban en devolverle a un ser distinto. Solo así, fue posible que sus padres la llegaran a comprender y la acompañaran en el largo y doloroso camino que tenía que recorrer. Primero fueron las interminables sesiones de psicólogo, —horas enteras hablando de su situación—, las evaluaciones, y después vino la parte más física, la medicación y las cirugías —de las que todavía le quedaban algunas—.

Ahora todo iba bien, todo el mundo la trataba con respeto, había conseguido integrarse en un grupo y contaban con ella para todo, e incluso, como ahora, la invitaban a sus fiestas de cumpleaños. No quería que esa magia se rompiese, tenía que evitarlo a toda costa, no pensaba ir a esa dichosa fiesta de pijamas. No podía estar segura de que, si se desvelaba su secreto, todo siguiese como hasta ahora.

Que pensarían, como reaccionarían, cuando se quitase la ropa y vieran que todavía, habitaba en ella una parte de Daniel.

AMPARO SORIA

-Fiesta sorpresa-

La fiesta de pijama prometía esa noche en la vieja casa de la abuela de Raúl. Los insulsos pijamas grises, serían todos iguales a sugerencia del anfitrión, que les tenía preparada una sorpresa.

– ¿Jorge no viene?

Vendrá más tarde.

A media noche la fiesta estaba en pleno apogeo; música, baile, bromas, risas…incluso una sesión corta de ouija, a modo de diversión. Raúl avisó de que era hora de la sorpresa. Apagó la luz. La estancia quedó en penumbra, alumbrada tan solo por la luz de la luna a través de las ventanas. El grupo de amigos aplaudieron entusiasmados y expectantes. Una sombra apareció desde el exterior tras una ventana abierta. Poco a poco la imagen se hizo más nítida. ¡Era Jorge vestido con el mismo pijama que ellos! Sin embargo, algo en él les horrorizó. Su aspecto no era el suyo, en su rostro, blanco como la cera, no existía su eterna sonrisa y su mirada, sin mirar, les aterrorizó. La luz se encendió…

– ¡Va, tío! ¡¿Qué broma es esta?! –protestó Gabriel. –¡Jorge, entra ya! Enhorabuena, nos habéis acojonado por un momento.

No es ninguna broma. Es Jorge, mejor dicho, era Jorge. Nuestro amigo falleció hace cinco años a causa de un infarto, poco después de marcharos. No lo sabíais, lo sé. -añadió al ver la sorpresa de sus amigos.-Se os fue de la mano la broma con la maldita ouija aquella noche. Y ahora ha vuelto por nosotros.

La luz volvió a apagarse. Jorge apareció en la puerta, impasible, iluminado por la luz nácar de la luna. Sergio se acercó a él dispuesto a romper aquel juego macabro. Jorge desapareció ante sus ojos. El corazón de Sergio golpeó con fuerza su pecho, dio varios pasos atrás espantado. Jorge volvió a parecer ante ellos. Escucharon un susurro áspero y débil, pausado, mencionado el nombre de cada uno de ellos.

Sus pijamas les produjo un frío intenso. Era como si su amigo se hubiera adentrado en ellos. Fue la última vez que celebraron una fiesta de pijamas.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

PIJAMAS

Todo iba bien. Hasta que apareció María, con las manos cubiertas de sangre.

Pero dejadme empezar como se empiezan las buenas historias, por el principio.

A mitad de los ochenta, con tan solo doce años, entenderéis que una fiesta de pijamas con sus mejores amigas es lo máximo a lo que puede aspirar una niña. La ilusión en estado puro. Sandwiches, refrescos, juegos y confidencias alineados para crear la noche perfecta.

Al principio éramos cinco, como en la famosa saga de Enid Blyton. Las inseparables: Marta, Lucía, Candela, Laura y Blanca. Sin embargo, pronto nos encontramos con la inesperada sorpresa de la sexta invitada, María. La rarita de clase a la que nadie hacía ni caso a la que Blanca, en un alarde de piedad y empatía nunca vistas en ella, se había tomado la libertad de invitar. Nada más llegar, la miramos de arriba a abajo, con esa inevitable sensación de que la noche se nos acababa de fastidiar. Pero pronto, algo dentro de nuestras cabezas debió decir: ¡Qué narices, seguro que resulta divertido! ¡La rara esta nos va a dar juego!

El ritual comenzó con la vestimenta requerida para la ocasión. Una a una fuimos saliendo del baño luciendo, como en un desfile de moda, nuestros uniformes nocturnos. Casi nos partimos de la risa. Todas, sin excepción, como si nos hubieran fabricado en serie, vestíamos flamantes pijamas de color rosa llenos de flores y ositos por todas partes, comprados por nuestras madres para la ocasión. Incluso se dejó ver algún que otro unicornio. En aquel momento nos pareció gracioso, pero ahora, con la perspectiva del tiempo, me pregunto a quién se le ocurrió la enorme estupidez de que el rosa, las flores y los osos amorosos son elementos de obligada inclusión en las prendas para dormir de las niñas. Pero así era la sociedad por aquel entonces.

Luego llegaron los sándwiches, servidos por mi madre en una enorme bandeja junto a las bebidas. Una vez pertrechadas con todo el avituallamiento, cerramos la puerta, echamos el pestillo y bajamos la luz. Había llegado nuestro gran momento. Era hora de dar comienzo a la siguiente fase: juegos y secretos. Tras los esperados cotilleos de qué chico le gustaba a quien, lógicamente, había que jugar al “yo nunca”, un juego que básicamente consiste en averiguar, a base de preguntas incómodas, si una ha hecho o no determinadas cosas que jamás ninguna de las demás podríamos imaginar. Preguntas del tipo “yo nunca me he desnudado en público”, “yo nunca he besado a un chico” o “yo nunca he robado nada”.

Como era de esperar, María, la rarita, fue el centro de todas las miradas nada más llegar su turno. De repente, se descolgó con la frase “yo nunca he matado a nadie, ni persona ni animal”. Todas nos quedamos blancas. Con María, ese tipo de frases nunca se sabía si iban en serio o no. Y aunque nadie se atrevió a decirlo en voz alta, en el fondo todas teníamos serias dudas acerca de lo que sería capaz aquella chica extraña y solitaria. Por un momento se nos erizó la piel, solo de pensar lo que circulaba por la cabeza de María.

Finalmente, la noche transcurrió según lo esperado y el sueño nos acabó venciendo. Todas muy valientes, al principio, pero doce años no dan como para aguantar toda una noche despiertas. Así que, poco a poco, fuimos cayendo como un castillo de naipes y las últimas conversaciones se fueron apagando alrededor de la una de la madrugada.

Todo sucedió exactamente a las cinco. Fue el grito de Laura lo que nos despertó. Sobresaltadas, nos fuimos frotando los ojos hasta ver de pronto, con las caras desencajadas, a María llorando frente a nosotros, con las manos completamente rojas. Pronto los gritos alertaron a mis padres, a los vecinos e incluso a Coco, nuestro perro, un enorme mastín blanco que acudió curioso al notar el alboroto.

Tras los primeros minutos de confusión, vimos como mi madre se dispuso a secarle las lágrimas. Acto seguido, la cogió en brazos y se la llevó. Todas pensamos que nunca más volveríamos a ver a María. Ninguna supo exactamente lo que había ocurrido aquella noche, ni de quién era la sangre. Una niña de doce años no está preparada para algo así. Mucho menos ella, María, en cuyos ojos se podía leer el desconcierto y la confusión más absoluta.

Al día siguiente lo supimos. María acababa de tener su primera regla.

MANUEL SERRANO

MI FIESTA INOLVIDABLE.

Aquel día estábamos repasando los ríos, montañas y puertos. Cantábamos los nombres según los marcaba el maestro, el señor Peres. Era divertido. Un repaso para preparar el examen de la semana siguiente. Llamaron a la puerta. Era el señor director y, tras él, unos hombres con abrigo largo a los que no conocíamos. Nos levantamos, como siempre. El señor director nos mandó sentar y le habló al oído al maestro que movía la cabeza diciendo que sí. Después de un rato se marcharon los tres.

—Vamos a dejar la lección por ahora.

—¡¡Bien!! —gritamos a la vez — ¿Y qué vamos a hacer?

—Una excursión.

—¡Bien! —Estábamos entusiasmados.

—¿A dónde vamos? —preguntó Miriam.

—A una fiesta de pijamas —dijo el señor Peres.

—¿A qué casa? —quiso saber Daniel.

—A un sitio especial.

—¿Cuándo nos vamos? —preguntó María.

—Ahora mismo.

—¿Sin avisar a los papás? —Se extrañó Rebeca.

—Os recogerán allí.

—¡Qué divertido!

—Bien, ahora poneros en fila que nos vamos.

—¿Vamos andando?

—No, nos llevan en camión y después en tren.

Obedecimos al señor Peres. Hicimos la fila y en medio de codazos y risas de alegría, subimos al camión y nos sentamos muy apretados.

—¿Usted no viene, señor Peres? —le pregunté.

—No, Sara, voy en otro. Nos vemos allí.

Mientras el camión iba hacia la estación cantábamos. Al llegar nos acompañaron a los vagones.

—Qué divertido, no tiene asientos, solo paja —dijo David.

—¡Bien!

Y el tren se puso en marcha poco a poco. Cuando ya era de noche llegamos. Bajamos en el mismo sitio donde se iba a celebrar la fiesta. Enseguida nos dieron los pijamas. ¡Ya podemos celebrar la fiesta! Mañana nos llevarán a desayunar al horno.

GRACIELA PELLAZZA

«¿Vas a ir? ¿Vamos juntas Anita? Si vemos que se pone raro, llamamos a mi madre y nos vamos de la fiesta.

A los diez años buscábamos la medicina que nos alterará los sentidos, algo que provocará esa alerta de titubear si saltábamos o no al vacío. Estábamos ensayando y no lo sabíamos.

La vida es un juego de disyuntivas.

Nunca habíamos visto su casa, ni a sus padres, tenía un hermano pequeño que ella traía al jardín. Era de las raras, pero cumplía años. Se usaban las pijamadas en esa etapa de la infancia, toda una noche de euforia al principio y luego ronda de confesiones, entrada la madrugada.

Sara tenía esa oscuridad que alimenta la curiosidad.

Cuando llegamos nos recibió, despidió a mi madre, y ahí quedamos en un patio grande que hacía de antesala, con nuestras mochilas y los pijamas. Éramos las tres y su hermanito, pregunté por las otras compañeras y me contó que habían cancelado, y que estaba feliz que nosotras dos hubiéramos aceptado.

Nos invitó con alegría a su cocina, puso una olla con agua, prendió una garrafa, la mesa tenía un mantel a lunares y unos vasos de plástico.

Hirvió unos fideos, mientras sonreía y su hermanito la miraba con ojos de perrito alegre, nos ofreció una gaseosa, y sirvió los platos con manteca y queso.

Sara

¡Ay Sara!

Te seguí, cuando llevaste al dormitorio el plato que le tocaba a tu madre.

Ella te miró y babeaba.Tuve miedo.

No coordinaba de tantas pastillas que había tomado.

Tuve miedo Sara.

Y pena.

Entendí que no hay cotillón en algunas casas, y que las niñas raras cumplen años y muchas veces no tienen torta. Que no importa que se come, pero sí es elemental el amor que abraza.

Sara

¡Ay Sara!

¿No te conté que me gustan muchooo los fideos con manteca?»

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

Eran los años 20 del siglo pasado.

Don Cipriano de las Heras, famoso notario, quería que sus hijos tuviesen un buen conocimiento de las lenguas, así que, cuando Juan, el hijo mayor hubo acabado sus estudios en el Liceo Francés y antes de iniciar los correspondientes en la Universidad, optó por enviarlo un año a un internado en Inglaterra, a fin de incrementar sus conocimientos ya iniciados en el Liceo, sobre la lengua de Shakespeare.

Como él era una persona estricta en cuanto a educación se refería, pidió ayuda a Don Matías, un amigo de su padre que había estado de embajador en Londres durante un largo período de tiempo. Y, siendo este señor viudo, tuvo a bien invitarlo a comer.

Aunque era un señor bastante serio, su seriedad había de ser neutralizada en casa, ya que, tras Juan, seguían ocho hijos, algunos niños aún; además, convivía con ellos un hermano joven y soltero que preparaba a su vez oposiciones a juez y con frecuencia se agregaban dos o tres compañeros para ponerse al día del temario, intercambiar ideas y, sobre todo, que la casa no se les cayera encima. Y por si esto fuese poco, su mujer por aquello de “donde comen dos, comen tres, invitaba con frecuencia a una hermana suya viuda sin hijos y con gran tendencia a la nostalgia.

Y el día “de autos”, resultó que en la mesa se encontraban ni más ni menos que diecisiete, si, lo he dicho bien, diecisiete personas.

Por suerte, los pisos de aquella época medían entre dos y trescientos metros cuadrados y, un notario de categoría como era don Cipriano, podía permitirse cocinera y más personal de servicio.

Y, tras la comida, llegó el momento cumbre en que se le pidió a don Matías que expusiese los consejos a dar a Juan sobre la estancia de Juan en Londres.

Lo primero que hizo este señor fue recomendar el colegio donde habían acudido sus hijos durante su estancia allí, explicando que estaba situado en un pueblo próximo a la capital, motivo por el cual estuvieron internos, para proseguir con la explicación detallada de la distribución del edificio, las instalaciones deportivas y el trato del personal docente.

Tras todas estas explicaciones, Carmen, la mujer de don Cipriano pasó a preguntar algo tan práctico como:

-Don Matías, ¿puede decirme qué ropa y otros enseres habrá de llevar? Es para comprarlo, claro- dijo cogiendo una libreta pequeña y un lápiz dispuesta a tomar nota.

Don Matías se rascó la cabeza pensando en lo que sus hijos necesitaban cuando estaban allí y, tras un pequeño silencio, empezó diciendo:

-Pppueeesss- dijo con el típico tartamudeo de muchas personas cogidas de sorpresa, para finalmente acabar diciendo:

-Claaaaro, digo yo que camisas, calzoncillos, pantalones, jerséis, un abrigo- paró un momento- ah sí, claro, como estarás en verano, llévate un traje de baño y, déjame pensar- siguió pensando para acabar con -¡claro, dos camisones!

-El ¡¿quééééé?!- gritó al unísono toda la mesa mientras Carmen levantando el lápiz a la altura de la cabeza, añadió riendo-¡que se está confundiendo con sus hijas, don Matías!

-No, no, no me confundo, no tengo hijas, solo hijos por ellos lo sé.

Los días siguientes y tras hacer la compra de las cosas normales que podría necesitar su hijo, Carmen y se armó de valor y comenzó la búsqueda de la tal inusual prenda.

Preguntó primero en establecimientos donde ella compraba normalmente, pero nadie había oído hablar de tal cosa.

Fue luego a otros de aparentemente artículos más anticuados y, unos la tomándola por loca le respondieron un NO rotundo y, la siguieron por miedo a que se rezagara. Otros rieron y proponiéndole enterarse si existía algún museo de ropa antigua, acercarse de noche gran cuidado y hacerse con alguno.

Finalmente, fue al casco antiguo y allí, en una tienducha de mala muerte un hombre de aspecto espectral le respondió que miraría si encontraba algo.

Tras buscar y rebuscar en armarios que no se habrían abierto desde la época de la invasión napoleónica, sacó de muy al fondo unas cosas aparentemente tela color amarillento que Carmen miró con horror, pero no le quedó otro remedio que comprarlas aunque pidió que estuvieran bien envueltas, ya que le daba grima tocar eso, que fue introducido en el lavadero con agua muy caliente con una botella entera de lejía más el resultado de rascar un par de pastillas de jabón Lagarto.

Pasados días, y tras un largo viaje, que aún no existía aviación comercial regular, Juan llegó al colegio inglés. El director los reunió en el salón de actos dándoles la bienvenida y mostrándoles las estancias donde pasarían una larga temporada.

El día transcurrió sin otras novedades que las presentaciones de los profesores, las actividades a realizar y un normal etcétera.

Y llegó la noche. Antes de entrar en los respectivos dormitorios, un encargado les advirtió que, si tenían necesidad de acudir a la “toilett”, se cambiasen antes de acudir y, una vez allí, respetasen el turno de llegada.

Así lo hicieron todos y Juan fue de los últimos en llegar ya que el modelito recomendado, que le costó Dios y ayuda ponerlo, una vez introducido dentro su cuerpo no sabía casi moverse. Pero la sorpresa sería a continuación, ya que cuando finalmente pudo llegar, se encontró a todos vestidos con pijamas como los que él había dejado en su casa. Pero lo peor de lo peor vino al instante:

-¡Bienvenido Mr. Scrooge! Va a ver usted una novedad: La Gran Fiesta de Pijamas- dijo uno riendo.

-Mire, mire- dijo otro cogiéndose el pantalón del pijama- así irán los de generaciones futuras.

-¡¡¡Que se ha olvidado del gorro, ja, ja, ja!!! -dijo un tercero.

-¡¡¡Veniiiid, venid todos, a contemplar la moda española!!! -gritó un cuarto.

Y en medio Juan, humillado estuvo a punto de echarse a llorar, pero dejó pasar el bullicio y aclaró lo que había pasado.

Finalmente se retiró a su cuarto acordándose de los antepasados del tal don Matías y jurándose a sí mismo ir antes del desayuno a comprar su deseada ropa.

ANGY DEL TORO

La noche de los pijamas locos

Los integrantes del grupo literario «Cuatro Hojas» se habían hecho muy amigos a través de Facebook, donde compartían sus escritos, sus gustos y sus anécdotas. Este grupo lo integraban tanto adultos mayores, jubilados o pensionados, así como, jóvenes estudiantes, trabajadores y amas de casa de distintos países, culturas y religiones. En fin, que, de manera muy amena y divertida, disfrutaban de la lectura y la escritura para expresarse y pasar el rato. Como fin de curso, habían decidido hacer una fiesta diferente: una «pijamada» en la casa de campo de uno de ellos, donde podrían pasar la noche charlando, jugando y riendo.

Para hacerlo más entretenido e interesante, las mujeres organizaron una rifa sobre lo que cada uno debía aportar para la fiesta. A la mayoría de los hombres les tocó llevar pijamas para las mujeres y a las mujeres, también pijamas y calcetines de variados colores para los hombres. Además, ellos, los hombres, debían usar pijamas cortos para que pudieran lucir sus peludas piernas. La idea era que cada uno creara su propia confección, usando su ingenio.

El día de la fiesta llegó, y los asistentes, cargados de maletas y regalos se reunieron en la casa de campo. Las mujeres se fueron a una habitación para cambiarse y los hombres a otra. Cuando salieron, el espectáculo resultó hilarante. Los hombres habían hecho unos pijamas tan ridículas que parecían disfraces de carnaval. Algunos pijamas traían ilustraciones de leopardos, otros de Superman, y otros que parecían ser de payasos. Los calcetines que les habían regalado las mujeres eran tan coloridos y llamativos que contrastaban con sus pijamas. Algunos tenían lunares, rayas multicolores y flores, otros, cuadros y estrellas superpuestas al estilo de Picasso.

Las mujeres no se quedaron atrás. Los pijamas que les habían hecho a los hombres eran tan absurdos que parecían ser sacados de una película de terror. Había pijama que lucían haberse confeccionado para novias, enfermeras, etc. Se divertían vistiendo de brujos, de conejitos y también cual si fuesen ángeles. Los hombres habían usado telas viejas, recortes, botones, encajes, plumas y todo lo que habían encontrado. Algunos pijamas eran tan grandes que les quedaban como sacos y otros tan pequeños que les parecían bikinis.

Los amigos se miraban unos a otros y estallaban en carcajadas. Se abrazaban y felicitaban. Se tomaban fotos y las subían a sus respectivos muros en Facebook. Luego, salieron al jardín, donde habían preparado una mesa con bocadillos, bebidas y dulces. Comenzaron a contar historias fantasmagóricas, a hacer bromas, a cantar, a bailar y a jugar. Se lo pasaban tan bien que se olvidaron del tiempo y del sueño.

La fiesta estaba en su punto más álgido cuando de repente se oyó un ruido fuerte. Era la puerta de entrada que se abría con violencia. Los amigos estaban helados. ¿Quién podía ser a esas horas de la noche? Asustados, se asomaban con cautela, y al ver que un grupo de policías armados entraba en la casa, y que, junto a ellos, estaba el dueño de la casa de campo y que resultaba ser el alcalde del pueblo comenzaron a sentir un gran temor. Los policías les apuntaban con sus pistolas, les ordenaban que se tiraran al suelo y se acostaran boca abajo. El alcalde gritaba que eran unos ladrones, y unos estafadores. Les acusaba de haberle robado la casa, de engañarlo con una falsa reserva y de haber montado una orgía con disfraces.

Los amigos no podían creer lo que estaba pasando. Intentaban explicar que todo era un malentendido, que ellos eran unos escritores inocentes que solo querían divertirse, que habían pagado la reserva por internet y que los pijamas eran parte de una broma. Pero el alcalde no los escuchaba. Estaba furioso y convencido de que eran unos delincuentes. Les dijo que iba a denunciarlos y a meterlos en la cárcel.

Los escritores Facebook-seros se miraban unos a otros con incredulidad y miedo. ¿Cómo iban a salir de esa situación? ¿Qué iban a hacer? ¿Qué iba a pasar con ellos? Entonces, uno de ellos se levantó y dijo:

— Señor alcalde, le ruego que nos perdone. Todo esto es un malentendido. Nosotros no somos ladrones ni estafadores ni degenerados. Somos escritores. Y, gústele o no, así es nuestra historia.

Los policías se quedaron perplejos al escuchar las palabras de la escritora y administradora del grupo. El alcalde también se sorprendió, pero no se calmó. Siguió insultando y amenazando a los amigos. Entonces, uno de los policías reconoció a la escritora. Era su tía, una famosa autora de novelas de misterio. Le dijo al alcalde que se había equivocado, que esos eran unos escritores respetables y que él los conocía personalmente. El alcalde se puso rojo de vergüenza y se disculpó con los amigos. Les devolvió la llave de la casa y les dijo que podían quedarse el tiempo que quisieran. Los policías se retiraron y el alcalde, apenado, se fue con ellos.

Los amigos respiraron aliviados y se abrazaron. Se rieron de la situación y se felicitaron por haber salido bien de ella. Decidieron que esa era la mejor historia que habían escrito y que la iban a publicar en el Libro Grupal del 2024 de la editorial. Estaban tan contentos de que decidieran continuar con la fiesta. Comenzaron a recomponer sus pijamas locos. Al finalizar la fiesta, cada cual decidió donde deseaba dormir. Unos se fueron para el sofá, otros al suelo, en las sillas o donde encontraran. Antes de cerrar los ojos, comentaban entre sí cuánto se habían divertido en aquella maravillosa e inolvidable pijamada.

NUMIRALDA DEL VALLE

EN AQUELLA FIESTA DE PIJAMA

Paola entró a la iglesia del brazo de su padre. Lucía radiente vestida de blanco. La armónica marcha nupcial inundó todo el recinto. Los labios dibujaron una sonrisa, ante el altar la esperaba su amado novio.

Mientras caminaba por el largo pasillo recordó fugazmente el inicio del noviazgo. Lo conoció paseando por un parque. Bajo el sol naciente las miradas se cruzaron. De complexión delgada, con la timidez reflejada en el semblante, sintió en el palpitante corazón una nueva emoción. Él, de agradable aspecto, bajo la sombra de un frondoso árbol, con palabras dulces como un canto melodioso, rompió las barreras que ella, tiempo atrás había levantado.

Lo hizo en aquella fiesta de pijama cuando todas sus amigas se burlaron de ella por no tener senos. Era plana como una tabla, en su pecho apenas se notaban los dos diminutos pezones. «Pareces niño», «ningún chico se fijará en ti», «te vas a quedar solterona» fueron algunas de las expresiones que le dijeron entre risas y mofas, mientras le brotaban las lágrimas. «Fue una broma, disculpanos», expresaron luego. Ya era tarde, las palabras pueden ser el arma más dañina y no pueden recogerse, son como agua derramada en la arena.

A sus catorce años, debido a su introvertida personalidad, las tomó como una sentencia a cadena perpetua. Embargada por la vergüenza y la tristeza, surgió en ella un complejo hasta ese momento no experimentado. Sintiéndose inferior a las otras chicas de su edad decidió no tener amigos rehuyendo de cualquier acercamiento con los varones. Temía que se burlaran al notar su plano pecho. Jamás se expondría a la burla de ninguno de ellos, se juró a sí misma.

A medida que crecía los cambios propios de la adolescencia favorecieron su cuerpo desarrollando unos pequeños, pero muy bonitos senos. Sin embargo, no se comparaban con el tamaño de los de las otras muchachas. Su inseguridad y el rechazo a amistades masculinas eran sombras persistentes.

A decir verdad tampoco nadie había llamado su atención hasta que coincidió con Germán, en aquel momento, en aquel lugar que se convirtió en el favorito para ambos. Paseando entre flores y aromas, compartiendo sueños, risas y el susurro de las palomas acercándose a buscar de comer, surgió el amor. Las tardes se transformaba en un mágico escenario donde el tiempo se detenía en un tierno abrazo. Había conocido al hombre ideal.

Casi sin darse cuenta la ceremonia matrimonial transcurrió, los recuerdos quedaron atrás. Hoy estaba allí, feliz entre sus brazos, ya era su esposa.

LOLI BELBEL

RECUERDO DEL FUTURO

Seguía pasillo abajo. Era larguísimo. No llegaría nunca -se dijo. ¡Qué pena! Todo estaba en penumbra. Sus pasos se debilitaban por momento. No llegaría, no.

Y pareciera como si el pasillo fuera una muralla infranqueable. Se quitó los zapatos por si sus pies pudieran ser más ágiles. Corría y corría, pero el pasillo seguía tan largo o cada vez más. Ni una puerta al fondo; ni una luz; ni una rendija. Estaba definitivamente acorralado. Exausto, se tumbó boca arriba mirando lo que creyó ser un techo. El techo del edificio donde estaba. ¿Dónde estaba? – se preguntó chillando. «¿Dónde estoyyy?» Y dicho eso, se oyó un eco, «oooyyy». Se asustó, se irguió levemente y ahora profirió un aullido infernal.

Perdió el conocimiento y se sintió arrastrado hacia una gran habitación con luces de todos los colores. Abrió despacio los ojos que se enrojecían con los destellos. Se vio tumbado en una cama enorme que se balanceaba de un lado para el otro. Era una sensación entre mareo y placer…

Le habían drogado. Era novato. Ya había llegado finalmente a la primera noche de su residencia universitaria. Empezaron a jalearlo y tirarle almohadas, cojines, pelotas, zapatillas, y toda clase de objetos de lo más variopinto: probetas, vasos de plástico y colores. Estudiante de química de primer año, Enrique, no sabía si reir, llorar, preguntar … Recordaba cuando niño la «noche de pijamas». Pero no imaginó nunca que le recibieran así tan mayorcito. Se resignó y siguió el juego como si nada…

Pasada una hora aproximadamente, dos de sus nuevos camaradas le trajeron un cofre de color cobre y se lo pusieron en las manos. «Abrélo» -le dijeron- en un tono autoritario. Él dudó un buen rato. No quería abrirlo. Y miró a todos diciendo: -«no lo abriré»… -«Lo harás o te echaremos de la habitación». -«Echadme». Todos se quedaron mudos. ¿Qué dirían para persuadirlo? -«Enrique, no te pasará nada. Nada de nada. Por favor…»

Es la última prueba, Enrique. Volvió a dudar y finalmente abrió el cofre con gotas de sudor en la frente. Vio una especie de pergamino amarillento. Lo cogió con manos temblorosas; y empezó a leerlo en voz alta:

«Enrique:

Queremos que sepas que ya han pasado diez años desde que estás aquí. Descubriste una poderosa molécula que curará una terrible e incurable enfermedad. Y por ello tendrás que permanecer e investigar en esta universidad. Tu descubrimiento es de suma importancia para la ciencia y toda la humanidad».

Se desvaneció, y a la mañana siguiente, dio los buenos días a sus compañeros mientras tomaban su café como si nada, antes de dirigirse a la primera clase:

«Operaciones básicas de laboratorio».

MARTU MONFORTE

Dragones y amores rojos.

Todo estaba preparado, las seis amigas habían realizado juntas la escuela primaria, pero ya hacía un año que se habían separado, iban a tres colegios secundarios distintos.

Regina, Sarita, Olivia, Isa , Alai y Francesca seguían manteniendo una profunda amistad y se realizaban las habituales tres noches de pijamadas por año.

Esta vez tocaba organizar en la casa de Regina donde reinarían las lecturas, porque la anfitriona amaba leer y escribir cuentos . Cada una llevaría lo de siempre; cartas, dados, alguna historia jugosa, palomitas, la infaltable peli de terror, la guerra de almohadones que las llevaba un rato al tiempo de infancia.

Una nota de color: todos sus pijamas eran del mismo tono. Hacía dos años que usaban el rosa viejo; aunque a Regina y Francesca, les estaban quedando chicos y tan cortos que daban risa. Ese sería un tema a tratar esa noche, se votaría el futuro color.

Aunque sin duda, el tema más importante eran los comentarios sobre sus primeros amores que llegaban y por eso, cada día les importaba menos el color del pijama y más los latidos de sus corazoncitos, esos primeros rubores, esas confesiones a medias de las que algunas iban un paso más.adelante. Alai por ejemplo tenía un amigovio. Por eso la rodeaban, querían saberlo todo. Ella se daba aires, contaba algunas cosas, otras las resguardaba. Y lo que todas sospechaban : a veces inventaba.

Ya instaladas, las hamburguesas y papas fritas consumidas, Regina leyó su cuento. Antes comentó que últimamente la fantasía la atrapaba. En fin, suspiró, así comienza:

Violet tenía otros planes para su vida pero la orden de su madre fue terminante; debía alistarse para ser jinete de dragones; había muchísimas personas que deseaban ese lugar; por eso debía cuidarse.

Esa noche tuvo un sueño, al final de un pasilllo un dragón de alas doradas y cola infinita la esperaba. Violet se detuvo, miró sus ojos y comprendió el mensaje. Cuando despertó

sintió una fuerza poderosa, juntos vencerían todos los obstáculos. Y después, convertida en valiente guerrera, seguiría con su vida.

Al finalizar los combates, Violet se durmió agotada, al despertar descubrió que le habían nacido alas doradas….y una cola infinita.

Ahhhhh ¡ Qué horror!

Es fantasía…

Pero no. No. No. Un dragón.

Y entre risas y gritos y aplausos, llegó la guerra de almohadones y Regina quedó media ahogada. ¡No importa, voy a ser escritora!, decía.

La casa dormía, su mamá ya había pasado a saludarlas; era el momento de que Alai contara TODO.

Con los ojos entrecerrados, comenzó a narrar el último encuentro. En la plaza, al atardecer. La bolsa de palomitas pasaba de mano en mano, la ansiedad crecía. Alai arrebolada, les tenía una sorpresa dijo. Y tardó. Mucho. Generás tensión, dijo Regina, la futura escritora. Cállate, contestaron todas. Alai disfrutaba. Y lo deslizó, suave, pausado, logras atmósfera chilló la anfitriona. Shshshshhhhhh fue la respuesta de todas.

Alai lo dijo. Enroscado y de tal modo que no era verosímil, acotó Regina.

Vero queeeeeeé???

Alai había recibido y dado su primer beso.

El silencio fue fatal. Total.

Alai era la Reina, con los ojos cerrados y un aire de nubes. Regina interrumpió con un «mintió». «Miente». No fue clara, eso lo vio en una peli.

Envidiosa.

Qué sabes, nena.

Y cómo es? Qué te dijo? Y después.

La mirada fría de Regina perturbó a Alai. Vos nena, hablas de dragones y ? Esto fue un beso, real. No como esas alas que te van a crecer y esa cola… que asco. Prefiero soñar con Samuel y su beso, dijo.

Regi se avalanzó sobre su amiga, ves? SOÑAR DIJISTE, ESTÁS MINTIENDO. LO SABÍA.

Nadie recordó el color de los nuevos pijamas, ni la pelicula de terror pendiente.

Alai estalló en llanto y admitió que sí. Con Samuel apenas hablaban de las tareas de la escuela. Eran ilusiones…

Y por qué nos haces esto? gritó Sarita.

No sé. Porque es noche de fantasía. De pijamada. De encuentro. Y cada una trae algo. Y a uds les gusta saber más de estas cosas y yo …

Recogió sus cosas, dijo que iba a llamar a sus padres para que la busquen.

Todos miraron a Regina. Empecemos de nuevo, dijo. Con los ojos acuosos agregó: yo tampoco escribo cuentos. Los copio de un reto de escritura que participa mi mamá. Quiero ser escritora pero…no me salen. Sé todo eso, tensión, atmósfera, metáforas. Pero no sé. Mi cabeza se vuela, en cambio Alai si podrá contar buenas historias de amor…

Estamos creciendo dijo Francesca. Y para calmar la angustia gritó: Miren… mi pijama me queda re cortito. Entre lagrimas, todas rieron. Y si votamos el nuevo color???

Rojo gritó Olivia.

Rojo pasión dijo Francesca.

Rojo inspiración para Regina.

Rojo emoción para Sarita.

Rojo fulgor para Alai.

Rojo rojo rojo amor se animó a decir Isa.

ABBY MARSIE ROGOM

FIESTA DE PIJAMAS.

La calle nocturna que llevaba al restaurante de Amy cerrado hacia seis meses, estaba fría y vacía esa noche. Vivía en el local, un poco a las afueras de una pequeña ciudad. Nítido el cielo estrellado.

Había hecho pocas amistades hasta entonces, dos. Y dos fiestas de pijamas. Con Sabrina y Luana. Sabrina era divertida y extrovertida, pero un poco loca y rara, por lo que iba de un grupo de amigos a otro, y no era completamente aceptada en ninguno. Luana, cuya abuela era japonesa y ella lo parecía totalmente; era un poco tímida, pero quería ser aceptada y necesitaba de amigas. Un poco anticuada, resultaba la burla de todos, sobre todo si hablaba, ya que tenía un leve tartamudeo, que empeoraba con los nervios.

Estaba claro que no podías fiarte de nadie.

Hacía unas semanas que había conocido a April, una chica corpulenta y un poco zafia, no es que tuviera mal carácter, pero siempre estaba a la defensiva con todo el mundo, y gritaba por cualquier cosa, siempre vestida de negro.

Ésta desde luego no se fiaba de nadie, o casi nadie. ¿Estaba bien ser así? Bueno, quizá de ese modo pretendiera evitar que le hicieran daño.

¿Qué haría con sus amigas si tenía que irse?

Las conoció a las tres en el último año, no eran íntimas, pero sabía bien lo que era no encajar en tu comunidad, por eso se fue, una vez más del último lugar donde estuvo, como lo hizo en primer lugar de su ciudad natal hacía mucho.

Luana llevaba toda la vida allí, Sabrina se había mudado hacia tres años, y April acababa de llegar a la localidad. Ella llegó hacía casi dos años para montar su restaurante, y cuando empezaba a funcionar tuvo que acabar cerrando al llegar un negocio de comida rápida de marca conocida. Seguramente tendría que dejar el pueblo, haber hecho tres amigas no era suficiente para quedarse.

Ya pensaría qué hacer, le gustaban sus amigas y el número cinco, aunque no mucho la gente del pueblo.

April venía en el coche con ella. Le puso música a su gusto, era una rockera de pelo pintado brusca, con más testosterona que su hermano Roni.

Atravesó el local con April hasta la parte de atrás, abrió la puerta de la cámara frigorífica y desde el fondo y en ropa interior la miraron Luana y Sabrina colgadas de los ganchos.

Era bajita Luana, Amy miró sus pies pequeños, que tocaban de puntas el suelo. Parecía una bailarina. Arrastró a April hasta el fondo después de quitarle el pijama, y la dejó sentada contra la pared.

Cuatro ganchos. Los compró para ellas, realmente de oferta; no sabía si aguantarían pero sí. Quedaba tan bonito. Pero siempre le pasaba igual. Querían irse. De hecho ésta última ni siquiera quería venir a fiesta. Ya sabía que era más desconfiada. A las otras dos les pareció divertido salir de casa en pijama, una por estar un poco loca, la otra por dejarse llevar.

Le gustaba el cinco. Le faltaba una amiga y junto con ella, tendría el grupo perfecto.

Qué rabia. No quería pensarlo, al final tendría que marcharse de nuevo y empezar en otro lugar.

Abrió la puerta de su habitación con el pequeño martillo en la mano, y miró el hueco que quedaba en la pared, perfecto para el pijama que llevaba bajo el brazo; quedarían uno al lado del otro.

Mientras lo clavaba con las pequeñas puntillas, pensó en la curiosa naturaleza humana, observando la prenda de dormir de Lena. Poco colorido, de un azulón grisáceo, sin adornos, un poco soso y aburrido como ella. Sabrina… Su pijama también era como ella, un poco chocante, transgresor y llamativo. La parte de arriba era de uno, la de abajo de otro, no combinaban tampoco sus colores ni estampados, pero tenían algo atractivo.

Terminó de colocar el de April y lo miró. A veces no conoces a las personas. El pijama de April era un conjunto acaramelado de fondo blanco y corazoncitos rojos, femenino e infantil.

En cuanto a ella misma no usaba ropa para dormir, sólo llevaba su pijama de hombre de color negro en raso, cuando iba en las noches a buscar amigas para llevarlas a casa.

LETICIA R MENA

Fiestas de muerte

La noche no tiene luna.

Una densa niebla se pega al suelo y se entremezcla con las tumbas del viejo cementerio.

Suena una lejana campanada de tono lúgubre, muy en consonancia con la noche.

Es la señal.

Empiezan a salir de sus pijamas de madera, desperezándose en un entrechocar de huesos.

La fiesta va a comenzar.

Las primeras notas de un viejo órgano de mil años ya se escuchan.

Sí, si te lo estás preguntando, alguien fue enterrado ya hace mucho con el instrumento que tocaba. A pesar de su tamaño descomunal. Cosas que se hacían antes.

Poco a poco los, en su mayoría sacos de huesos, van acercándose a esa fiesta de pijamas. Una forma un tanto irónica de llamarla, ya que a ninguno le queda cuerpo ni carne que pueda vestir.

Se agitan al lento ritmo de las notas, enredándose la niebla en aquellos despojos.

Alguno busca pareja de baile. Quién diría que dos con varios siglos de diferencia de edad acabarían marcándose un vals.

Algún otro se atreve con el cóctel de gusanos. Mmmm, delicioso.

De vez en cuando se escuchan risas, castañeteo de dentaduras en calaveras. A un par de ellos les gusta contar chistes, y lo hacen bastante bien. Son chistes de humor cadavérico, muy negros por supuesto. De esos que los aún mortales tardaremos tiempo en poder entender.

También están los más intelectuales. Gente muy sesuda en vida, pero con el coco hueco en la actualidad.

Esos montan coloquios donde discuten acaloradamente. Alguno ha perdido a veces algún hueso en el fragor del debate, bien por el enfurecimiento propio o porque se ha llegado a las manos.

Se han visto incluso duelos usando los propios huesos como espadas.

Todo un espectáculo, macabro.

Luego están los que se dedican al arte. Decorar o redecorar tumbas propias y ajenas, para disgusto del sepulturero que llega a la mañana siguiente y que se encuentra el estropicio. El pobre hombre lleva tantos años en el puesto que ya ha visto de todo.

Una vez un grupito de ellos decidió salir de excursión fuera del cementerio. No todos regresaron. No todos regresaron enteros.

A causa de tanto desmadre, los vivos acabaron llamando a unos investigadores paranormales. Fue un cambio, la novedad al principio. Luego se pusieron muy pesados y tuvieron que dejar sus fiestas de pijamas durante una temporada para conseguir que así se marcharan y les dejarán descansar en paz.

Pero la eternidad es muy larga y aburrida. y pronto volvieron a las andadas.

Al fin y al cabo no hacen daño a nadie. Algún que otro susto de vez en cuando. Poca cosa, y solo a los osados que se atreven a colarse en sus fiestas.

La reunioncita siempre acaba cuando empieza a intuirse una primera luz del día.

Vuelven entonces todos a vestirse con sus pijamas de madera.

Hasta la próxima vez.

ALMUT KREUSCH

—¡Mamá , el sábado Marta nos ha invitado a una fiesta de pijama, ¿puedo ir, no?

Los ojos de mi hija Ana , quinceañera, brillaban de excitación ante la expectativa de pasar una noche en casa de su amiga y con otras tres chicas de su clase.

—A ver, quiénes estáis invitadas?

— Pues María, Laura, Sofia y yo.

¿Chicos?

—¡Pero mamá, es una fiesta de chicas!

— ¿Y Marta tiene sitio para todas a dormir??

—Pues claro, si no, no nos hubiera invitado. ¡Haces cada pregunta, mamá!

—Ana, de lo que yo sepa, !la casa de de tu amiga no es muy grande¡

Ana puso los ojos en blanco:—Mamá, dormimos todas en colchonetas en el suelo del cuarto de Marta, ¡que te crees! ¡Eso es lo divertido! Y cada una se lleva su saco de dormir. ¿Me dejas ir entonces?

—Quiero primero hablar con la madre de Marta, dile a tu amiga que te dé el número de teléfono de ella.

Ana, me contestó visiblemente irritada:—Oye, ya no somos párvulos, su madre nos ha dado permiso y no tienes por qué entremeterte!

—Pues yo quiero hablar con la madre, ¿me has entendido hija?

—¿Y por qué quieres hablar con ella?

Buscando una respuesta razonable finalmente le dije: —Quiero darla las gracias por dejaros hacer esta fiesta, porque para ella supone trabajo preparando un picoteo, comprar las bebidas, preparar el desayuno y estar pendiente de vosotras, entre otras cosas. Ana se conformó con mis explicaciones y no quiso saber más sobre mis otras posibles indagaciones.

Para entendiera mis dudas mejor, quizás debería contarle que a mis dieciséis años, mi mejor amiga Claudia me invitó también a una fiesta de pijama. Mi madre no puso ningún impedimento porque conoció bien a la otra familia. Pero nosotras, las invitadas, sabíamos que los padres de mi amiga estaban de viaje aquel fin de semana y esperábamos con impaciencia el día de la fiesta. Toda la casa para nosotras, nadie iba a quejarse por el volumen de la música, una noche sin control, una noche loca entre amigas. Confiados, los padres dejaron a Claudia y a su hermano mayor solos en casa el fin de semana. Los dos hicieron un trato. El quería salir con sus amigos y no volvería hasta el domingo, y a cambio ella, para no quedarse sola por la noche, invitaría a un par de amigas. Pero mantuvo en secreto su plan B.

¿Debería a contar a mi hija que a la fiesta estaban invitados chicos?¿Debería contarle mi primera experiencia con el alcohol?

¿Contarle que bailamos agarrados, confusas por sensaciones nuevas y que recibí mi primer beso con lengua? ¿Que ahogamos nuestras vergüenzas, timideces e inseguridades en la ginebra?

No, quizás, cuando es adulta, muy adulta le contaría todo. No, casi todo.

Pero ahora no me arriesgaré a romper su esquema mental, desvirgar su inocencia infantil, lidiar con su reproche, pero ante todo con su confusión. Crecerá y aprenderá de las experiencias; de las buenas y de las desagradables, que forjan la tolerancia y la prudencia. Pero sobre todo, como madre, no quiero sufrir el más duro de los castigos. El desprecio.

Ahora no la puedo contar que durante aquella fiesta, bebiendo, perdí la vergüenza, se borraron los limites, la noción del tiempo y caí en el abismo de la amnesia. A la mañana siguiente desperté en una habitación que no era la de mi amiga, en una cama desconocida y con un dolor de cabeza bestial.

Ahora no sería el momento para contar a Ana el horror que sentí cuando descubrí mi desnudez, hablarle del escozor de mi entrepierna, del pánico cuando vi la mancha de sangre en la sabana. Y de no acordarme de absolutamente nada.

De la vergüenza que me impidió pedir testimonio a mis amigas. Y que a ellas no se les escapó ningún comentario. Los chicos ya no estaban.

Y como confesé a mi madre entre temblores, pánico y un horrible presagio la tercera falta. Ella

no encontró a ninguna médico dispuesto de practicar un aborto.

Me acuerdo de las bofetadas de mi padre, llamándome puta.

Todavía no puedo confesar a Ana que el parto me destrozó física y moralmente, que odiaba a mi bebe porque a los dieseis años yo misma necesitaba los brazos protectores de mi madre.

Pero lo que jamás sabrá es que su adorado padre no estaba entre los invitados de aquella fiesta de pijama.

EVA AVIA TORIBIO

Fiesta de pijamas. Hécate, ven a mí

Colocada frente al espejo de su cuarto y como única compañía su guardián Ares, un bello malamute de Alaska, Grace se viste con un camisón, que ha encontrado en uno de los baúles del desván, para su primera fiesta de pijamas a la que ha invitado a las populares del instituto. Grace, no es precisamente una chica popular. Ellas, mucho más hermosas, según el canon de belleza estipulado por las pasarelas, son grotescas con ella y tan diabólicas que piensan gastarle una broma pesada.

Lo tiene todo listo en el salón, su madre hoy no estaría, porque ha quedado con una de sus citas en línea. Las velas, serán las que alumbren la estancia. La luna llena reflejada en el espejo, de su cuarto, que ha colocado estratégicamente a un lado del salón, serán el portal que las adentre al ocultismo, junto a un libro antiguo que tenía escondido, su madre, en el desván, quizás, ese, que nunca tenía que haber leído.

Suena el timbre de la casa.

—¡Bienvenidas, chicas! —invitándolas a entrar. Grace cierra la puerta con sonrisa satisfactoria.

—¡Chica, no pensé que esta casa era tan grande! —dice, una de ellas, con esa voz que te entran ganas de arañarte la cara. Rubia, alta, esbelta, la mas deseada de las tres.

—Me…, encanta tu camisón. ¿Dónde lo has comprado? —riéndose por dentro. Otra de ellas, morena, asiática, muy sexy.

—Lo tenía guardado mi madre en un baúl, creo que era de mi bisabuela —mirando satisfecha por su atuendo.

—Vintage, total. ¿Dónde nos podemos cambiar? —le dice, la nueva incorporación al trio. Ella es la intelectual, tímida en apariencia, pero con lo que coloquialmente decimos, la sangre fría.

—Podéis cambiaros en mi habitación, subiendo al fondo a la derecha —les dice, mientras prepara el típico brebaje cargado de alcohol y con algún alucinógeno que se servirán con un cazo, también vintage.

Unos minutos después, las tres bajan con sus camisones vintage que han adquirido para la ocasión, en la nueva tienda del centro.

—¿Estáis listas? Como os dije en la invitación, el tema de esta fiesta va a ser espiritual. Por favor, ayudarme a encender todas las velas, ahí están las cerillas —señalando la mesa que hay al lado del espejo.

Una a una se detienen delante del espejo, sonríen y admiran sus bellezas, quieren verse reflejadas en el. Su egocentrismo es superior a la felicidad de la anfitriona. Mientras tanto, Grace, nerviosa y expectante, todavía no se cree que las tenga en casa. Ares, las ronda receloso, porque nunca las había visto y percibe, como buen animal, algo cruel en ellas.

—Coger algo para beber y sentaros —señalando la alfombra. En el centro hay una pequeña mesa, en la que están colocados el libro y un candelabro.

—Nosotras hemos traído una ouija —dice, la intelectual.

—No hace falta, en este libro está toda la espiritualidad y la magia que necesitamos —abriendo sus páginas. No quiero asustaros, pero este libro ha pasado de generación en generación. Es un secreto guardado por mi familia. Pertenecemos a una de las primeras estirpes de brujas que danzaban en Stonehenge —les sonríe, mientras un escalofrío recorre todo su cuerpo.

—Jooo…, chica. De aquí no sale —levantado, la rubia, su mano y colocándola en el centro, invita a todas que unan sus manos.

—¿Qué tipo de textos hay? —mira y toca con curiosidad las páginas, la chica sexy. Nunca había visto algo así y en mi familia son muy creyentes.

—¡No lo toques! —dándole una palmada. Solo los descendientes podemos hacerlo. Dicen que todo aquel que lo toca y no pertenece a la familia, sufre alguna maldición.

—Eso son solo bobadas, historias de esas que te contaban de crio, porque no querían que supieras más de lo que a ellos les interesaba —dice, la intelectual, tocando el libro.

La chica rubia las observa, temblorosa decide arriesgarse a tocarlo.

—Que no se diga que no os lo he advertido —pasando a la página que se había preparado anteriormente para el ritual.

Pum

—¿¡Qué ha sido eso!? —preguntan las tres, disimulando sorpresa.

—Es Hécate, que está entre nosotras. Es la guardiana de la noche, la protectora del bien y del mal.

Grace sabe que las populares tenían preparado algo cruel, que luego utilizarían para burlarse en el instituto.

—¡Ares, ven! —golpeando en la alfombra. Ares se coloca en su lado derecho, viéndose ambos reflejados en el espejo.

Algo más se ve reflejado en el.

—¿Qué eso que se ve en el espejo? —observando atónita, la rubia, que al parecer es la miedosa de las tres.

Todas giran a ver que es lo que hay, pero no ven nada.

—Es una Erinia, acompaña a Hécate en busca de las malas acciones.

Pum, pum. Ares, se levanta. Su reflejo en el espejo se torna oscuro.

—¡Joder, tías! Decirles a los chicos que paren, que esto me está dando mucho miedo.

—No son los chicos, ellos hace rato que ya no están. Las Empusas los han seducido y se han marchado —levantándose, mira el espejo y comienza el ritual, dando pasos alrededor de ellas.

Pum. Una ventana se cierra por el viento, este provoca que parte de las velas se apeguen.

—Hécate, diosa protectora. ¡Ven a mí! Tú, con tu vehemencia, otórgame la belleza. Quiero ser una de tus hijas —mirando su reflejo.

Todas las velas se apagan. La luna es la única luz que alumbra la sala. Del espejo sale una bruma que envuelve a las chicas.

—¡Ostia! ¡Esto es demasiado! ¡Tía, creo que te has pasado! —le dice, la chica sexy a la intelectual.

—¡Yo no tengo nada que ver con esto! ¡Os lo juro! —cogiendo la ouija, con la intención de marcharse.

—Hécate, ¡ven a mí! Muéstranos tu poder. Llévate todo el mal que hay en esta sala. ¡Dime que sacrificio quieres! —cogiendo un cuchillo que había escondido en el cojín donde ella estaba sentada, mientras ríe a carcajadas por dentro. Las observa, temblorosas, cagadas de miedo, como quieren salir de la casa, pero los chicos, habían cerrado la puerta por fuera.

—¡Estás loca! ¡¿Qué quieres hacer?! —dicen, las tres.

—Hécate, ven a mí.

Las tres ven como algo sale del espejo y posee a Grace, la que se aproxima a ellas con velocidad. En ese instante, las puertas se abren y las chicas salen corriendo.

Fuera, los chicos que supuestamente las iban ayudar a fastidiar a Grace, son los que conspiraron con ella para castigar los abusos de las populares, en la mejor fiesta de pijamas de la historia.

Lo que no sabía Grace, es lo que en realidad tenía entre las manos y las consecuencias que conllevaría haberlo leído, pues ella creía que todo había sido un montaje de los chicos.

SHELO SHELO

En la noche recibí una llamada era una invitación a una fiesta de pijama, su voz sonaba preocupada.

por el solo hecho de ambos dormir en su cama y ver cualquier programa.pero para mí, ella era una dama, pura y encantada.

Entre la charla, pensamientos enmarañados se entrelazaban,

ideas enredadas, un panorama oscuro presentía.

Sin embargo, algo en ella me trama, le gustan las fotos, a mí los fotogramas. Entre alambres dulces y pentagramas danzan de pájaros,llevando telegramas.

CARLOS RODRÍGUEZ

Un par de besos en la mejilla, que a ambos se le quedaban muy escasos para lo que realmente hubiesen querido hacer, y se volvieron cada cual a su casa.

El resto del día pasó sin pena ni gloria, ni el laboratorio ni los informáticos tenían nada concluyente y seguían indagando entre la infinidad de posibilidades que ante ellos tenían.

La siguiente mañana sí arrojaría algunas noticias en el caso, aunque lejos de traer respuestas venían cargadas con muchas más preguntas de las que ya tenían sobre la mesa.

El ilegal acceso a los servidores de la agencia EFE se había hecho, tras hacer saltar su conexión por equipos de medio mundo, encriptando y cambiando su dirección IP en cada salto. Pero, según decían los expertos, el hacker no era un profesional, al parecer había olvidado algo tan básico como disfrazar la dirección MAC de su equipo, lo que les había llevado a una ubicación algo más que sorprendente pues el falso comunicado había salido de la biblioteca del centro penitenciario de Pereiro de Aguiar.

Vallejo supuso que, al ser equipos controlados, podrían obtener información directa de algún implicado en la filtración de la noticia, pues todavía no tenía noticias de Amalia y los resultados del laboratorio.

Sin perder tiempo se desplazo a la prisión en cuanto colgó el teléfono, les había pedido que tuvieran preparados los registros de uso de aquel equipo y a los presos o funcionarios que lo hubiesen utilizado en una franja horaria que iba desde dos horas antes al envío del comunicado.

Vallejo seguía sumando sorpresas, a su llegada al centro le dejaron con un nuevo agujero en la investigación, el día de autos nadie había utilizado aquel equipo, no sólo era que aquel ordenador no se hubiese utilizado, es que no se había hecho uso de ninguno de los equipos informáticos de la biblioteca o las aulas de estudio. Un error de cálculo de un operario forestal había derribado uno de los postes que soportaban el cableado de fibra óptica que daba servicio a la zona, dejando sin servicio de internet a todos los pueblos de la zona y a la propia prisión mientras realizaba trabajos de tala en una finca colindante a la línea.

Aquello se estaba enredando cada vez más, y a tener demasiados agujeros por los que desaparecerían las pistas como si un desagüe se las estuviera tragando.

Una llamada a los compañeros de delitos informáticos y vuelta a empezar con el rastreo…

– ¡Si es que al final va a resultar que este tipo no era tan tonto!

– A ver inspector Vallejo, hemos seguido las pistas en la dirección que nos iban llevando, pero esta claro que hemos sido engañados por el hacker. Retomaremos la exploración para ver dónde nos equivocamos en nuestros razonamientos y daremos con ese equipo.

– Eso espero Martínez, estoy quedando como un gilipollas.

Amalia estaba en una situación muy parecida, los resultados que arrojaban las pruebas del laboratorio no eran concluyentes, aparecían muchos parámetros con valores fuera de lo normal, que podrían indicar algún tipo de intoxicación farmacológica, pero los técnicos todavía no habían sido capaces de separar la composición exacta, y por tanto el producto específico que hubiese podido ser utilizado para provocar aquel fulminante infarto. Todos en el laboratorio sabían de lo concienzuda que era Amalia, a ella no le bastaba con saber que principio activo había provocado el fatal desenlace, ella quería ir más allá, quería saber el nombre comercial del producto utilizado, y eso sólo podrían saberlo buscando minuciosamente todos y cada uno de los elementos que pudieran formar parte de él y comparándolo con la composición que cada farmacéutica daba al producto que contenía tal principio activo.

El informe final se estaba complicando, pues de la analíticas arrojaba resultados que dejaban claro que aquel hombre de apariencia tan saludable era consumidor habitual de cocaína y otras sustancias estupefacientes, lo que con toda probabilidad habría potenciado los efectos de cualquier fármaco.

Para completar la presión que personalmente se estaban aplicando ambos a si mismos en busca de aclarar y resolver aquel caso, a diario recibían la llamada de la titular del juzgado de instrucción preguntando por las novedades que pudiese haber en la investigación, lo que les ponía en una situación bastante incómoda a la hora de decirle que todo seguía igual.

La semana iba pasando sin que nada cambiase, y sin apenas darse cuenta se encontraban a viernes. Ninguno de ellos tenía guardia aquel fin de semana, y Amalia estaba deseando desconectar de toda aquella presión, de modo que se armó de valor para hacer aquella llamada que estaba segura tendría que haber hecho meses atrás cuando Vallejo había regresado a la ciudad.

Aunque el lunes habían desayunado juntos, aquel rato le había sabido a poco. Ahora ambos eran libres, ninguno tenía pareja ni parecían estar interesados en tenerla, pero sus sentimientos por Vallejo no habían cambiado, seguía tan enamorada de él como lo estaba aquel verano cuando se había quedado a dormir en la casa rural.

Sacó el teléfono de su bolso y casi lo hace volar sobre la mesa del despacho, nada más ponerlo en su mano esté comenzó a vibrar indicando la entrada de una llamada. Recuperado la respiración después del susto inicial miró la pantalla, era Vallejo, pero su llamada no era por trabajo, la estaba llamando a su número privado, y en eso él era intransigente, jamás mezclaba el trabajo con la vida privada, cada cosa tenía su momento.

– Buenas tardes, casi me matas del susto – dijo ella al descolgar

– Holaaa ¿y eso? Si aún no he dicho nada.

– Estaba agarrando el teléfono cuando ha empezado a vibrar, como no lo esperaba me he asustado y ha salido por el aire.

Ambos se rieron durante un rato antes de retomar la conversación.

– Bueno, y dime ¿a que se debe tan grata sorpresa?

– Pues… bueno, la verdad es que después del desayuno del otro he pensado que igual podríamos ir a tomar una copa después del trabajo ¡si no tienes compromiso, claro!

– ¡Vaya! Parece me hubieses leído el pensamiento, justamente para eso estaba echando yo la mano al móvil, pero…

– Tranquila, imagino que ya tenías planes, lo dejamos para otro día…

– No seas bobo ¿no te estoy diciendo que iba a llamarte? Lo que iba a proponerte era una cena, cuando viniste el otro día tuvimos que olvidarnos de la tarta y de todo para regresar al trabajo, y aunque este fin de semana no estará Valeria, podemos cenar en casa y luego salir a dar un paseo ¿qué te parece?

– Me parece mucho mejor plan que el mío… – rió Vallejo – aunque también me hubiese encantado poder charlar con la niña, que el otro día no me dio tiempo más que a saludarla.

– Este fin de semana se va a casa de una amiga, han organizado una fiesta de pijamas entre media docena de compañeras de clase. Todos los meses organizan alguna, rotando la casa en la que se quedan.

– ¡Vaya, que bien se organizan! Nosotros a esa edad ni nos planteábamos algo así…

– Eran otros tiempos Vallejo, eran otros tiempos.

– Sí, ni teníamos la libertad que hay ahora ni estábamos tan espabilados como lo están ellos.

– Bueno ¿entonces qué me dices, te vienes a cenar?

– ¡Claro que sí!… pero yo pongo el vino.

– Me parece bien. Prepararé una lubina que me ha dejado en casa mi padre, fruto de su salida de pesca de ayer con los amigos.

– Estupendo, entonces un rías baixas, esa lubina de la ría se merece un vino de la tierra.

CARMEN ÚBEDA FERRER

Eva desnuda

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Eva se encontraba inquieta y nerviosa desde que aceptó la invitación de Susa a la fiesta de pijamas, que esta, iba a celebrar en su casa el sábado por la noche. No casaba para nada su carácter con este tipo de diversión, pero lo cierto era que, con sus sesentones años, ya bien cumplidos, hacía mucho tiempo que no salía de copas ni de fiestorros. De manera que dijo sí, sin más.

Ni Susa, ni las otras tres compañeras de trabajo que acudirían al party, eran sus amigas, ni buenas, ni malas, su relación era laboral y poco más, tomar juntas algún café de vez en cuando o fumar un pitillo en un momento de descanso.

No obstante Eva, siguió sintiendo cierto nerviosismo cuando recordaba que el fin de semana ya estaba muy próximo. Al fin comprendió que lo que más le perturbó fue la mirada de Susa cuando se le acercó a su mesa de trabajo para invitarla a la fiesta. Sus ojos oscuros de mirada penetrante, parecía que le estaban adivinando los pensamientos o quizá iban más allá… no quería pensar hasta dónde, porque una extraña le recorrió el cuerpo dejándola muy confusa.

-Traéte un pijama chulo, o dos, o los que quieras. Lo mismo hacemos cambios, tenemos la misma talla. Tú me lo prestas, yo te lo presto. Será muy divertido-

Le dijo Súsa, guiñándole un ojo en un cruce, en el pasillo del despacho.

La fiesta fue una orgía de pijamas. Bebió como un cosaco. Fumó hasta lo infumable. Bailó hasta enloquecer…

La voz de Susa sonaba en su oído, sensual, insinuante, maléfica… Seduciéndola en cada palabra. -Eva, te quiero desnuda… Desnúdate…-

De súbito, Eva, sintió una palpitación violenta, dio un salto y se encontró sudada, jadeante y desnuda frente el espejo de su habitación.

LUISA VALERO

Era sábado y a pocos kilómetros del pueblo, una furgoneta blanca se había estacionado en el borde de la carretera. De ella salió una pareja de novios que se dirigían alegres hacía el frondoso «bosque encantado» de Cangas. En sus manos llevaban cestas típicas de pícnic.

De repente, se sintió un fuerte temblor y la tierra se abrió en dos. ; succionó abruptamente a los jóvenes, en décimas de segundos, junto a todas sus cosas incluido el vehículo. Luego se selló la grieta mágicamente. Los únicos testigos de lo que la tierra se tragó fueron los árboles y varios animales salvajes.

***

El día anterior.

—Tía, ya me pinté las uñas. Pásame esa lima tan chula y antigua. ¿De dónde la has sacado? ¿De un anticuario? —dijo Carmen mientras miraba hipnotizada la lima tallada de plata.

—No es mía, me la ha prestado mi arrendataria —dijo Lorena.

«No me gusta coger las cosas “prestadas”, pero la necesitaba para esta fiesta de belleza y pijamas. Mis uñas están quedando tan lindas como las de Rosalía. Me falta echarme el tinte y estaré más cerca de mi objetivo… », pensó con ilusión.

—Terminó con la última uña y le cedió el utensilio a su amiga Carmen para que continuara con la manicura, ya que sus uñas ya estaban barnizadas de colores.

»Carmen, ¿y tu vecina sigue tan odiosa? —preguntó Andrea.

—¡Ni te imaginas! A veces me dan ganas de que un incendio arrase con su casa y así se tenga que ir. ¿Y si lo provoco yo…? —contestó Carmen mientras se limaba las uñas.

—Ja, ja, tú si que eres odiosa y vengativa —dijo Andrea, la tercera chica de la reunión.

—Andrea, hoy estás un poco ausente. Disfruta que es viernes y hasta el lunes no tienes que trabajar —le dijo Lorena—. ¡Disfrutemos de la pijamada! Después de la manicura os haré masajes…

De repente, descorrió la puerta y asomó su cabeza, en la sala de estar, Carlos, el novio de Andrea.

—Chicas, os dejo. Hoy voy a trabajar en el turno de tarde-noche para poder ir mañana con mi «chica preferida» al «bosque encantado».

—Espero ser tu «única» chica preferida… —dijo Andrea con retintín.

—Lo eres, cariño, y si hiciera falta me iría contigo no al «bosque encantado», sino al fin del mundo…

» ¡Disfrutad de vuestra reunión! En el frigo hay dos botellas de vino. Tomádlo y por favor, animádmela que está muy hartica de su trabajo.

Acto seguido le mandó un beso volado a su novia y se fué, escuchándose después el ruido de la puerta al cerrarse.

—¡Bien tenemos vino! …Y ya estamos solas —gritó Carmen.

¡Lore, ve a por el vino, porfa!

Lorena vino con una botella de vino que ya había descorchado en la cocina y sacó tres copas del aparador.

—Andrea, aprovecha y desahógate. —le dijo Lorena mientras le servía vino en su copa.

—A veces quisiera desaparecer, sobre todo cuando viene a supervisar mi jefe. ¡Es un gilipollas en mayúsculas! Mi cabeza va a explotar de tanto ruido contínuo; también, la presión de tener que cobrar «por cojones» las deudas que tiene la peña con el banco es muy fuerte para mi. ¡Me da penica la gente! Si no pagan es porque no pueden…

»Por eso, mi novio planeó la excursión de mañana: para que solo escuche el silencio o como mucho el canto de los pajaritos. Dice que, incluso si hace falta,

guardará silencio todo el día, ja, ja.

—Mentiroso, ¿silencio total? Será imposible porque os vais a dar un festín sexual en el bosque. Cuidadín con los bichos no os vayan a picar en el culo, ja ja. — Se notaba que le estaba haciendo efecto el vino a Carmen porque estaba muy «picarona» y se le trababa la lengua al hablar.

—¡Qué afortunada eres, puñetera! ¿Ya terminaste para darte tu masaje relajante con piedras calientes? —preguntó Lorena que era fisioterapeuta y masajista profesional.

—Si acabo de terminar. ¡Qué bonitas quedaron las uñas con los esmaltes de tu amiga! Toma la lima, guárdala y que no se te vaya a perder –contestó Andrea.

—Bueno, amiga amiga no es. ¡Ya quisiera yo! —argumentó Lorena

—Pero tu arrendataria es mil veces mejor que mi «vecinita»… ¿cómo se llama? —preguntó Carmen y bebió casi de un sorbo otra copa entera de vino.

—Rosalía y es psicóloga. ¡Es la mujer perfecta! —contestó Lorena y se quedó pensando en ella mientras se limaba una uña qué se había quedado un poco picuda; no quería hacer ningún daño al hacer el masaje a sus amigas.

Lorena, Carmen y Andrea disfrutaron de su fiesta de pijamas y durmieron, plácidamente, relajadas por los masajes, sin imaginarse lo que les depararía él futuro cercano; porque a veces se cumplen los anhelos más profundos…

DANIEL CARAZO

Nervios, ilusión y ganas… muchas ganas, es lo que sintió ante su primera fiesta de pijamas.

En su casa, no lo vieron tan claro.

—Igual eres joven todavía.

—¿Seguro que quieres ir?

—Puede que no sea para ti.

Y muchas cosas más, con tal de intentar que no fuera.

Pero nada consiguió mermar su decisión, y menos disminuir un ápice la expectativa de sentirse bien, por primera vez en mucho tiempo, bien.

—¿Y quién va?

—¿Y te vas a quedar a dormir?

—Pero ¿de qué las conoces?

Más argumentos estériles para lo, a pesar de su temprana adolescencia, firmemente decidido.

Y por fin llegó la noche. Y fue a la fiesta de pijamas. Y efectivamente se lo pasó bien, muy bien; y se sintió bien, muy bien. Porque se puso el pijama de corazones, se maquilló, se pintó las uñas y se rio tontamente bailando y saltando encima de la cama mientras imaginaban noviazgos con otros niños de clase. Porque María, Lucía y Adriana le trataron como uno más, aceptándolo como es, lo que nunca hacían Carlos, Iker y Alejandro que, en el colegio, siempre se reían de él.

ARCADIO MALLO

Su último empeño era hacer una fiesta de pijamas, aunque a su edad no fuera lo más habitual. Pero le daba envidia su nieta, que las disfrutaba con sus amiguitos, cargados de ilusión y de emoción.

Cuando ella era niña no existían esas fiestas. Por no haber, no había ni pijamas. Eran otros tiempos, duros, en los que no siempre había un trozo de pan para llevarse a la boca. Por aquellos años andaba su cabeza en los últimos días, ultimando la dichosa fiesta.

La realidad era bien distinta. Se había olvidado de su yo de hoy, de todos los que la rodeaban y de quién era ella en realidad. Solo le quedaban aquellos recuerdos lejanos, en su cabeza silenciosa, que la mantenían lo más parecido a viva.

Aquella mañana se despertó lúcida. Aquel sueño en el que había vuelto a su casa natal la había reencontrado con todos sus allegados. Curiosamente, iba despidiéndose de todos, de los que aún estaban y de los que ya se habían ido. ¡Estaban todos! Sintió angustia a la vez que tristeza.

Esa misma tarde se fue para siempre. Aunque ya hacía mucho tiempo que no estaba allí.

RAFAEL MENCÍA

Yo nunca he hecho una fiesta de pijamas. Éramos de los 80, hijos de obreros en un barrio marginal a las afueras. Compartimos buenos años en el instituto y aunque luego nuestros caminos tomaron rumbos muy distintos, aquel fin de semana que pasamos en la sierra, quizás fuera algo parecido.

Todos andábamos entre los quince y los dieciséis, con la diferencia de haber nacido un mes u otro del mismo año. Unos “yogurines” a todos los efectos; con nuestros cuerpos casi sin terminar, más los chicos que las chicas, ellas ya eran mujercitas con todas sus curvas, aunque con mentalidad de niñas que todavía no se habían deshecho totalmente de sus muñecas.

La palabra “virgen”, en el sentido literal, nos producía dos reacciones muy distintas: en los chicos la negación absoluta a reconocernos en ese estado; en ellas era más complejo (estaban las más feministas y liberales, que de forma andrógina celebraban su desfloración, y las que, con orgullo público y desasosiego púbico, deseaban cambiar de conversación en estos temas tan controvertidos).

Llevábamos las provisiones habituales para el fin de semana, a excepción del pan y la bebida que compraríamos en el pueblo antes de subir a la montaña. “Poco pan y mucho vino”, se convirtió en el estribillo de la canción que, a modo de himno, repetíamos hasta la saciedad, a medida que el alcohol nos desinhibía de los mecanismos de autocontrol, que eran pocos.

La caminata duró cinco largas horas, en las que pasamos de 0 a 2,5 mg de sangre en el alcohol… Sí, lo he dicho bien; en la primera hora y media de trayecto. “Poco pan y mucho vino, que corto es el camino”

“Poco pan y mucho vino…”, y hacíamos rimar a la fuerza todo lo que se nos ocurría, haciéndolo terminar en –ino: culino, chumino, estornino, mariconcino; en fin, cuanto más grosera o escatológica fuera la rima, más risa nos entraba. Cuanto más reíamos más bebíamos, cuanto más bebíamos más salvajes parecíamos, y la rueda nos fue envolviendo más y más, hasta que por fin, llegamos a la orilla del lago donde pensábamos acampar. Medio desencajados por la locura colectiva en la que habíamos caído; algunos vomitando, otros ya vomitados y todos totalmente frenéticos.

Al grito de: “¡Todos al agua!” Siguió el de: (voz masculina) “¡Pero en pelotas!”. Y el de: (También voz masculina) “Yo no me las pienso cortar para bañarme, je je”. Por supuesto que ellas, se quedaron en bragas y sujetador, las más radicales y con camiseta las de la línea dura.

Cuando una muchacha de quince, en los 80, decidía desnudarse delante de sus compañeros de clase, su estado de embriaguez había llegado a tal punto que difícilmente atinaba a quitarse ella sola la ropa, y siempre había una amiga cerca que se lo impedía, muy a pesar nuestro.

Las resacas a estas edades apenas duraban la primera hora de la mañana; por lo que a medio día, tuvimos que enviar una expedición a por más vino, el pan no se había tocado todavía. Los que bajaron al pueblo también cumplieron el encargo de llamar a los padres de todos los concurrentes, dándoles la novedad del frente y prometiendo en su nombre y en el de los demás que no harían más locuras de las necesarias en estos casos.

El mes de Mayo, meteorológicamente hablando, no es uno de los meses más previsibles del año. Puedes sufrir un golpe de calor literalmente el viernes y padecer hipotermia el sábado, eso si no te sucede lo que por suerte o por desgracia tuvimos que pasar nosotros.

La mañana del sábado nos permitió continuar los juegos de baño, los flirteos, roces, pequeños acercamientos y calentones continuos de ambos sexos que no pasaban de meros ensayos adolescentes y pueriles. La noche se tornó desapacible y fría. A las dos horas de haber oscurecido comenzó a llover de forma intensa y con mucho viento. Las tiendas aguantaban porque el peso que ejercíamos dentro impedía que tomaran vuelo hacia el lago. Estábamos pasando un mal rato y terminamos todos juntos en una sola para darnos mutua protección. Cuando se calmó el viento, la lluvia se convirtió en nieve, y en las primeras horas de la madrugada decidimos desmontar el campamento para refugiarnos en una pequeña cueva, que formaban dos grandes piedras, en la falda de la montaña.

Todas las risas ahora eran llanto; en esto las chicas eran más desinhibidas, y los chicos nos desinhibimos por solidaridad. Tan histéricos habíamos reído por la mañana como llorábamos de madrugada; ya no se oía lo de “Poco pan y mucho vino”. Ahora el estribillo eran ayes sollozantes y por dioses en casi todas las escalas musicales, incluidas tres octavas ascendentes, y caras desencajadas por el frío y el miedo.

Extenuados por el llanto alguien dijo:

<< No me gustaría morir virgen>>. No lo dijo muy alto pero todos lo oímos perfectamente.

<<Ni a mí San José>>

Una pequeña carcajada todavía con las lágrimas en la cara nos salió al unísono.

<<Lo digo totalmente en serio, si esta fuese mi última noche en este mundo, me gustaría pasarla haciendo… eso>>

<<Pues yo -dijo una de la chicas- estoy totalmente de acuerdo contigo, ¿quién sabe lo que pasará mañana?>>

– ¡Que levante la mano quien esté de acuerdo!

Nos miramos durante unos segundos con indecisión… Poco a poco todos fuimos levantando la mano, después de que lo hicieran los que lo habían propuesto primero.

<<¿Y, ahora, qué?>>

<<Yo tengo un plan, ¿lo queréis oír?:

Primero, extenderemos toda la ropa que no llevemos puesta en el suelo para que no esté frío.

Segundo, recogeremos algo de leña de los alrededores y haremos una fogata en cada extremo de la cueva, para tener luz y no pasar frío.

Tercero, nos colocaremos espalda contra espalda alternando entre chico y chica hasta formar un círculo.>>

<<No es por nada, pero me parece que esto ya lo traías pensado de casa.>>

<<Sólo soñado.>>

Mientras preparábamos la leña y seguíamos los pasos indicados, procurábamos no mirarnos a la cara, o por vergüenza o porque nos entraba la risa floja. En poco tiempo y entre tantos, la pequeña cueva estaba iluminada y empezaba a ser confortable.

El paso más difícil era el de quitarse la ropa, no por el frío, eso ya estaba superado con el fuego. El hielo que había que romper ahora tenía el espesor de 15 años de adolescencia, formada en los primeros años de la democracia, pero con todos los tabúes de cuarenta años de dictadura eclesiástica donde la simple masturbación, producía ceguera irreversible y la condena al fuego eterno. Si no hubiera sido por la absoluta convicción de ser la última noche que pasaríamos en este mundo y la forma de convencer a las chicas, del que luego fue uno de los políticos más prestigiosos de este país (y lo digo con ironía), estoy totalmente seguro de que, ni siquiera, nuestras retorcidas mentes concupiscentes, habrían sido capaces de imaginar un plan tan inverosímil como el que en aquellos momentos preparábamos, con exquisito rigor científico, ya que inexpertos y primerizos, nuestra primera relación sexual iba a ser un “ménage à dix”, o como se diría vulgarmente: “todos contra todos”.

Matemáticamente, era perfecto. Cinco de cada sexo, formaban un círculo en el que siempre coincidían sexos opuestos; así que, nuestra virilidad quedaba protegida por dos féminas, al igual que su feminidad por dos varones. La práctica fue mucho más caótica, recuerdo como si ahora mismo estuviera pasando, que más de un pene rozó mis nalgas, por lo que tuve que pedir un poco de organización, más por pudor, que por incomodidad.

El calentón fue homogéneo, todos entramos en el círculo amoroso como verdaderos expertos, que no lo éramos, y sólo la física nos estropeó el momento. En plena coreografía, la cueva se empezó a llenar de humo, y muy a nuestro pesar tuvimos que salir medio asfixiados, tosiendo, con los ojos enrojecidos y sin tiempo de vestirnos contra la fría nieve que, sobre todo a los chicos, nos devolvió al estado de reposo “cuasi” instantáneamente.

Todo se iluminó como si fuera de día. -¡Están aquí!- dijo un guardia civil que nos deslumbraba con los faros del coche.

<<¿Pero qué hacéis desnudos con la que está cayendo? ¡Qué juventud! ¡Más que libertad esto es libertinaje! ¡Veras cuando se enteren vuestros padres de lo que estabais haciendo! ¡Se os va a caer el pelo!>>

Hoy nos reunimos después de treinta años de lo sucedido. Voy con la firme convicción de que si, una vez, conseguí desinhibirles con quince, con cuarenta y tantos… está “chupao”

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16 comentarios en «Fiesta de pijamas – miniconcurso de relatos»

  1. ¡Hola! Compartido
    -Irene Adlez (x esa niña de ocho años y sus zapatos)
    -Eduardo Valenzuela (x Bego y su cristal)
    -Jose Luis Usón (x Daniela y la lucha por ser feliz)
    Buenos relatos, besos.

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