Filtro – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «vértigo». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 22 de febrero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.


SERGIO SANTIAGO MONREAL

Estoy hasta los cojones de este puto sector donde lo único que quieren todos es llenarse los bolsillos con el talento de los escritores y escritoras.

Y lo suelto así sin filtro, sin anestesia y verás luego en la sala de escritores noveles y escritoras de novelas de Club House, vuelve la madre de la criatura, Tali Rosu. ¡Allí nos escuchamos!

No sigo porque de verdad que no tengo ganas de escribir, pero me están obligando.

Dimitri, por favor baja el arma, no es necesario, ¡ya he acabado mi supuesto relato!

Qué sí, que soy consciente de mis limitaciones, de que no soy nadie e incluso no tengo ni idea de escribir ni de marketing, ni de nada. ¡Soy un ignorante de la vida con avidez para aprender y he aprendido las injusticias de la vida!

CORONADO SMITH

Realmente hay días en los que las sensaciones…, digamos que no son las mejores, pero no dejan de ser sensaciones por ello.

El escritor se puso a escribir para soltar sus demonios, que los tenía, como todo el mundo y en abundancia además. Pensó…, o no pensó mucho, según se mire y a continuación se hizo una pregunta. ¿Y si escribo sin escribir poniendo un filtro a la escritura? Pues de eso es de lo que se trata.

Aquí el estimado y magnifico autor exprime su idea más retorcida según van avanzando las páginas mientras el lector, lectora o lectore se sumerge en el relato como si formase parte de él, para luego llevarse una sorpresa, ¿agradable o desagradable?, eso ya se queda a su propio criterio.

¿Qué se va a encontrar aquí quien se aventure entre estos párrafos, frases o caracteres? En principio relatos cortos, ya que así se titula el compendio en cuestión.

¿Qué va a sacar en claro? Que hay bastante mala uva escritoril por parte del autor, o mucho talento, según se mire.

¿A qué va a contribuir el estimado, estimada o estimade, lector, lectora o lectore? No se, no soy adivino, me gustaría que fuese a engrandecer mi cuenta corriente, pero me da a mí que… el filtro no va a ser comprendido.

-¿Pero dónde está el relato aquí?-preguntó el lector iracundo.

-¡Qué sabemos acá!-contestó el escritor sosegadamente.

-Me parece una tomadura de pelo-añadió la lectora silenciosa.

-Mirad el lado bueno-respondió tranquilamente el escritor.

-¿Y cual es?-pregunto alguien.

-El que más placer me de a mí-añadió con una sonrisa de oreja a oreja el escritor.

-¡Creído!-soltó de pronto la lectora silenciosa.

-¿Vas a relatar algo válido de una vez o vas a seguir mareando al lector?-volvió a preguntar el lector iracundo.

-Yo no entiendo nada-dijo otra voz distinta.

-El filtro es el filtro y hasta aquí puedo leer…, cada cual que se invente lo que quiera, chao, adiós muy buenas y gracias por vuestro tiempo.

-¡Y se queda tan pancho el tío!-se oye decir al fondo.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Fuiste la esponja que frotaba mi piel joven, tersa y llena de ilusión.

Tus manos grandes cogían la esponja impregnada de tu olor corporal que el agua de la ducha al pasar por ella caía con delicadeza de enamorados sobre mí, limpiando me de todo nubarrón posible en nuestras

vidas.

La dicha de aquel tiempo vivido comenzó en nuestra casa a romperse. Voces hirientes alcanzaron la piedra de la construcción de nuestro hogar hasta dejarla menuda.

Las paredes se agrietaron, el agua de la ducha dejó de salir, la esponja al no husarla se endurecio. Tu porte varonil se esfumó por la ventana y alcanzando el cielo hizose nube negra.

Hoy sigo tomando el café en la taza a la cual le he puesto el filtro de papel… Más la sustancia de nuestro amor quedó a fuera de nosotros…

RAQUEL LÓPEZ

Así te quiero,

el espejo de tu cara

me mira con ojos tiernos

y las arrugas de tu alma

dibujan los surcos,

de una tez ya arrugada.

Y los reflejos

que adornan esos cabellos,

envueltos en lampos de plata

de años eternos.

Así te quiero,

con tus virtudes y tus manías

con tu inocencia y sabiduría,

con toda el alma

y todo mi anhelo.

Con esa boca y esa sonrisa,

labios pintados de terciopelo.

Así te quiero,

con tu voz susurrante

que me llena de consuelo,

con tu ademán elegante

que en la memoria conservo.

Así te quiero,

sin filtro,

con tu alma sincera

sin mascaras que escondan

que eres mujer verdadera.

TALI ROSU

Sobrecalentamiento

—Santi, tienes que poner filtro…

—¿Filtros? ¿Para qué? —interrumpió él y siguió con un discurso eterno alardeando de sinceridad.

«Que los pongan otros para no herirte y que hagan oídos sordos si no les gusta tu verdad», pensaba Ana mientras suspiraba y esperaba a que su vecino callara de una vez.

—Filtros mis cojones, no me apetece callar lo que pienso. Pienso decir lo que pienso cuando lo pienso. Tengo derecho a decir lo que pienso…

«A vociferar mierda, sí, todos sabemos tu discurso de que es tu papel en la vida».

—Si no les gusta oír la verdad, que no la oigan, no es mi culpa que la gente sea…

—Santi, ¿me quieres escuchar, ególatra de los cojones? Te quería decir que…

Un fuerte estruendo se escuchó cuando se sobrecalentó el motor del aspirador que estaba usando Santi y reventó esparciendo toda la mierda que había recogido. Todo terminó encima de él y del coche que tanto mimaba y en el que se refugiaba de los sentimientos que pesaban como losas en su espalda.

—Te quería decir que sigues sin poner el filtro de la aspiradora.

Un silencio, divertido para Ana, para Santi no tanto, se adueñó del espacio.

—Vaya, que cara de gilipollas se te ha quedado. Cada vez que te veo aspirando te digo lo del puñetero filtro, pero nunca me escuchas porque solo te gusta oír tu propia voz. Por eso te dejó tu mujer, por eso tu madre te echó de casa, por eso dejé de visitarte aunque vivas en la puerta de a lado, por eso estás solo y vas a estarlo siempre…

Santi palidece y se lleva la mano al brazo izquierdo.

—¿Ves cómo todos necesitamos filtro? Ya se te sobrecalentó la patata otra vez. ¿Llamo a una ambulancia, Santi? ¿Santi? ¿Santi?

BENEDICTO PALACIOS

Lo escardaba en un plato como se hacía con las lentejas, porque el cuarentón de tabaco contenía la hoja pero también trozos de fibra. Estacas, lo llamaba mi tío Ramón. Revisada meticulosamente la mercancía, la guardaba en la petaca.

—Ven, que te voy a enseñar cómo se hace un cigarro.

Entresacaba un papelillo del librito, cogía un pellizco de tabaco y lo extendía sobre aquel, ajustaba con sus dedos de acero los finales del papelillo para que no se perdiera una hebra y contemplaba la obra maestra humedeciendo la superficie engomada. Ni una pizca se le había caído.

Un día me invitó al café en el bar después de comer. Nos sentamos en torno a una mesa redonda de madera esperando a su compañero habitual de partida. Hubo quórum y mientras uno repartía las cartas, los otros liaban un cigarro. Recogían las cartas de la mesa, las organizaban, miraban al compañero a ver si ponían cara de buena suerte y encendían el cigarro. Con él entre los labios empezaba la partida, comentaban los aciertos y maldecían los yerros en tanto el cigarro se iba consumiendo sin quitárselo de los labios. Solamente lo retiraban cuando solo quedaba un trozo del papelillo.

La mesa donde jugaban tenía los bordes quemados, pero no apoyar los cigarros, sino de brasas que se desprendían. Por el mismo motivo todos tenían la blusilla que vestían agujereada.

A mi tío Ramón le pedía a diario su mujer que dejara de fumar, pero a ver, tendría que encerrarse en casa y no acudir a la partida y no era plan. Un día un pariente suyo que vivía en la capital le dijo que probara con un cigarrillo rubio. «¡Aug! Pero si sabe dulce.» Y volvía a liar el cigarro con la hoja del cuarterón. Tosía pero sabía lo que fumaba. El tabaco es solo para estómagos poco exigentes, decía.

De viejo se volvió gruñón porque los hijos le escondían el tabaco. Se puso a morir y avisaron al médico. «Esta grave, así que no le nieguen si algo desea o le gusta.»

—Pues fumarse un cigarrillo eso es lo único que quiere.

—Bueno, bueno, hagamos la vista gorda.

—¿No sería acelerar la muerte?

—No lo creo.

—¿Le encendemos entonces un cigarro?

—Vale, pero que sea con filtro.

DAVID MERLÁN

El Filtro Oscuro

Estamos en el mes de febrero del año 2147. La humanidad ha colonizado las estrellas y las naves interestelares surcan el espacio llevando a los viajeros a mundos distantes y desconocidos sin que sea ya tema de conversación por su novedad desde hace varias décadas. En medio de esta expansión, algo oscuro se ha filtrado en la red de comunicaciones. Una señal, apenas perceptible, que resuena en las mentes de todos aquellos que la han captado.

******

«Entrada 2147_2-8.8. Diario de David Star»

Después de unos días, se ha llegado a las primeras conclusiones: La señal no tiene origen conocido. No proviene de ninguna estrella catalogada y/o estudiada, ni de ninguna de las diez civilización alienígenas con la que se mantiene contacto de forma regular. La señal es como si emergiera de las profundidades del espacio mismo. Los científicos la han bautizado como «El Filtro Oscuro».

FIN DE LA ENTRADA

«Entrada 2147_2-8.9. Diario de David Star»

Ha habido avances con el denominado Filtro Oscuro. Quienes la escuchan experimentan visiones inquietantes. Pesadillas que se arrastran desde las sombras. Los que la escuchan, oyen con terror voces susurrantes que les dicen cosas incomprensibles. Algunos enloquecen, otros, directamente se suicidan. El fenómeno es global en dieciseis planetas de nuestros sistemas estelares cercanos, incluidos nuestra vieja Tierra donde todo empezó. De todas formas, algunos, los más valientes o los más desesperados quién sabe, no han cejado en su intento de descifrar el mensaje.

FIN DE LA ENTRADA

«Entrada 2147_2-8.10. Diario de David Star»

Hoy se ha producido un gran avance: El Filtro no es una simple transmisión. ¡¡Es un código, una secuencia de números y símbolos que se repiten una y otra vez!!. Los matemáticos y los lingüistas trabajan juntos para descifrarlo, pero cada intento solo revelaba más oscuridad.

FIN DE LA ENTRADA

«Entrada 2147_2-9.01. Diario de David Star»

Después de diez ciclos terrestres, los gobiernos han intentado bloquear la señal por todos los medios, pero ha sido inútil. El Filtro penetra a través de cualquier barrera, como si tuviera vida propia. El pánico y la desesperación se han apoderado de los humanos de la Tierra, el primer lugar al que llegó la señal y la primera que ha sufrido los cambios. Las religiones lo consideran una señal divina o demoníaca, dependiendo de su interpretación. Las sectas surgen por doquier, adorando al Filtro como a un dios oscuro. Algunos cientificos sospechan que algo más grande está por llegar.

FIN DE LA ENTRADA

«Entrada 2147_2-9.02. Diario de David Star»

Son tiempos de caos. Los primeros portales se han abierto, dando la razón a aquellos cientificos que lo pronosticaron. Sin previo aviso y ante la atónita mirada de la humanidad, las puertas se abrieron hacia dimensiones desconocidas, mundos retorcidos donde las leyes de la física se rompen. La angustia y la incertidumbre campan a sus anchas. Algunos valientes exploradores se ofrecieron a entrar en busca de respuestas, pero nunca regresaron.

El Filtro se ha convertido en una obsesión enfermiza. La humanidad se divide entre los que lo adoran y los que lo temen. Por diferentes sistemas se repite la misma escena. Las guerras estallan y los mundos se desgarran en luchas encarnizadas. Lo único que no cambia, es el Filtro, que impasible, sigue filtrándose, como una enfermedad que se propagaba sin que nada ni nadie pueda detenerlo.

FIN DE LA ENTRADA

«Entrada 2147_2-9.03. Diario de David Star»

Tras meses de intentos, los científicos han dado con una solución temporal. Una protección auditiva que minimiza pero no elimina, el efecto del Filtro. Por desgracia, con cada atenuación, se deterioran y acaban quedando inservibles. Creo que no hace más que alargar lo inevitable.

FIN DE LA ENTRADA

«Entrada 2147_2-9.04. Diario de David Star»

La población está diezmada. Los pocos que quedamos sobrevivimos como podemos. Las protecciones se están acabando y aquellos que no pueden reemplazarlas, sucumben a la inevitable locura o ponen fin a sus dias. La única esperanza que nos queda es aferrarnos un grupo de científicos que finalmente han descubierto la verdad. El Filtro no es una señal extraterrestre ni una maldición divina como se creía. Es una puerta al corazón de la galaxia, en un mundo olvidado por el tiempo, una puerta hacia algo más allá de la comprensión humana. Algunos opinan que somos nosotros mismos desde otra dimensión, desde un mundo estelar que nos llamamos a nosotros mismos a la salvación para que no nos extingamos. Otros mas osados, incluso se atreven a jurar que han establecido contacto con el que una vez fue David Bowman (1)

FIN DE LA ENTRADA

«Entrada 2147_2-9.05. Diario de David Star»

Los científicos especulan con la idea de que los valientes que cruzaron el umbral nunca regresaran. Pero aquellos que quedamos atrás sentimos una conexión con algo más grande, como si los que atravesaron la puerta, siguieran vivos y quisieran que lo supiéramos intentando comunicarse con nosotros.

Cada vez más, surge la crencia de que una conciencia cósmica superior, una inteligencia antigua que se filtra a través del Gran Filtro tiene por objetivo final que la humanidad se convirtió en algo más. Algo diferente.

FIN DE LA ENTRADA

«Entrada 2147_2-9.07. Diario de David Star»

El Filtro se ha convertido en nuestra salvación y nuestra perdición a partes iguales. Nos ha destruido a algunos, ha elevado a otros. Mientras las estrellas se apagan una a una, el Filtro sigue filtrándose, como una sombra que se extiende por todo el universo.

Esta será la última entrada de mi diario. No tengo fuerzas para seguir. Hace días que se me han terminado las protecciones auditivas y mi mente comienza a jugarme malas pasadas. Espero…, mejor dicho…, deseo que sí alguna vez alguien lee esto, aprenda de nuestros errores.

FIN DE LA ENTRADA

******

—Señor. Creo que debería leer esto. Deberíamos desahernos de estos archivos inmediatamente. Pueden comprometernos en el futuro. Además, falta uno y no sabemos que podía contener―. mientras el mando comenzaba a leer las entradas que tenia en la pantalla de su casco holográfico de realidad aumentada.

—¿Futuro? ¿Qué futuro? No me haga reir. Nosotros definimos el futuro hace mucho tiempo. Su future, como para que ahora tengamos miedo de estas pocas palabras de un visionario—. Respondió tajantemente una voz al mando al otro lado del aparato―.al tiempo que hacía un gesto con la mano en el aire y el texto desaparecia.

******

Y así, la humanidad se convirtió en una parte del Filtro. Se fusionó con él convirtiéndose en una pequeña pieza en un rompecabezas cósmico. Y mientras el tiempo se desvanecía, el remanente de la humanidad se dió cuenta de que solo era una simple gota en un océano infinito. El Filtro nos había cambiado, y ahora eramos algo más. Algo oscuro…, como lo es el Filtro que un día, sin previo aviso, habia llegado desde lo confines más profundos del universe y amenazaba con seguir extendiéndose indefinidamente.

(1) 2001:Una Odisea en el Espacio

FIN

PAQUITA ESCOBERO

A 197.000 años luz de la Tierra estaba la salvación. Alojados como estaban los humanos en la conquista del espacio, limitándose a viajes que enriquecieran aún más a unos pocos habitantes con las visitas turísticas a la luna o a Marte, no fueron capaces de buscar más allá de lo que la avaricia les permitía.

Mientras, un planeta agonizaba dando señales de la colisión en un cataclismo térmico que se mostraba en erupciones volcánicas sin control, inundaciones en zonas del planeta donde nunca habían existido esas lluvias, periodos extensos de calor extremo o congelación en zonas inesperadas de la tierra y un núcleo que se calentaba a ritmos que transcendían a la racionalización de los efectos climáticos conocidos.

Una pequeña parte de científicos, meteorólogos, astrólogos, físicos, especialistas en medicina avanzada, biólogos, etc. que sabían de la destrucción inminente del planeta, pero nadie los escuchó, se coordinaron en secreto para intentar poner a salvo, al menos, a aquellos que pudieran. Una llamada de auxilio reiterada, emitida al espacio durante las cinco últimas décadas de resistencia de los terrarios, entre los años 2024 y 2072, había sido contestada con el envío de 50 naves estelares, bajo la coordinación de una parte del universo en la que convergían 5 galaxias diferentes, Terzagui, Eifell, Degas, Crorix y Nadus. Aunque conocidas por los científicos de la tierra, nadie descubrió que en ellas hubiera planetas habitables y menos vida en ellas.

Mucho antes de esto, las diferentes dinastías repartidas por las galaxias del universo habían estado de manera, aparentemente invisible, en multitud de ocasiones en la Tierra. Cada vez que intentaban conocer cómo funcionaba el planeta, como se gobernaban y vivían habían desistido de establecer un contacto mayor, al no comprender la destrucción a la que sus pobladores sometían al planeta que los sostenía desde hacía millones de años, a sabiendas de que estaban llevándolo al límite. Una población tan poco preservadora de un mundo, no era merecedora, según ellos, de ser parte del sistema de galaxias existente mucho antes de que la tierra se conformará como planeta.

Garmendia, era el principal planeta de Nadus, el cual albergaba la sede interestelar Unión Meitner, que englobaba a los diferentes Starex, algo parecido a la ONU de la Tierra. Tras las deliberaciones desde la recepción del primer aviso de SOS entre las dinastías que conformaban los llamados Starex y poner en valor si el rescate podía beneficiar o perjudicar a sus galaxias, se tomó la decisión del envío de esas 50 naves de salvamento que se posaron, ante la incredulidad de los gobernantes de la tierra y su intento de destruirlas, por los diferentes continentes, Asía, África, América, Europa y Oceanía. De manera equidistante y calculada para intentar rescatar de cada continente, una muestra de población suficientemente amplia que garantizara la perpetuidad de la especie humana de la tierra y además posibilitara el reparto de refugiados por las diferentes galaxias en función de unos criterios de selección ya estaban preestablecidos antes del envío de las naves, unos filtros que el tiempo diría si eran los adecuados. Usaron su mismo sistema de supervivencia para la recepción de unos refugiados que eran completamente diferentes.

Tras comprender que no había alternativa, los habitantes de la tierra comenzaron un éxodo hacia las naves que más cercanas. Una sola instrucción dada por los Starex, 21 horas para llegar hasta ellas. Fueron tantos los que no consiguieron llegar y tan pocos salvaron la vida, que parecía imposible que los terrarios llegarán a volver a ser un problema en cualquier galaxia.

Refugiados, así pasaron a llamar a todos los que consiguieron un hueco en una de las naves interestelares que cruzaron la galaxia, a la siguiente más cercana y habitable. Según los criterios establecidos, se repartirían 2 de cada una de las naves recogiendo así 10 naves cada galaxia, que después repartirían entre los planetas que las conformaban.

Un viaje cargado de miedo, incredulidad, incertidumbre, alegría, pesar por los que no llegaron y muchas, muchas condiciones. Refugiados repartidos en Bastiones, el sistema que había establecido para la perfecta sostenibilidad de la Unión Meitner. Solo un orden Supremo que gobernaba cada galaxia y 20 bastiones en los que se clasificaba a sus habitantes. Nacer en uno de esos bastiones era un destino, cambiar de bastión era algo aparentemente imposible. Fue la llegada de los Terrarios la que cambió el curso de la historia de los Starex, el comienzo del fin.

Para el reparto de refugiados se planificó un filtro o sistema de clasificación y selección individual, con independencia de que hubiera que separar a los miembros de las pocas familias que habían conseguido llegar juntas. Cada refugiado llegado pasaba por una serie de pruebas que determinaban el bastión al que pertenecerían (obreros, operarios, técnicos, científicos, …).

Pero algo inesperado fue sucediendo pese a la selección realizada. Había terrarios capaces de desempeñar tareas en diferentes bastiones, debido al conocimiento que se tenía de las tareas encomendadas, el adquirido, la capacidad de aprendizaje y adaptación, las habilidades del desempeño que indicaban un mejor rendimiento en otro bastión y lo más importante, la incapacidad el terrario de pertenecer a algo sin aspirar a nada más.

Durante las décadas siguientes comenzaron a surgir pequeños conatos de revolución, que eran apagados inmediatamente por los Starex. Pero la revolución no tiene principio ni fin, solo capacidad de impulso, el que generó el sentimiento de deseo de querer cambiar de bastión, de no conformidad, de alcanzar dinastías, de colonizar lo que no les pertenecía. Como simiente en tierra productiva, ese sentimiento se extendió más allá de los terrarios, empezando a ser un sentir que puso en jaque a una perfecta y equilibrada Unión sostenida en el tiempo por millares de años. Así comenzó el declive del universo.

Un escrito encontrado en el 2326, en una biblioteca de Garmendia, recogía la siguiente anotación de uno de los biólogos que formó parte de la llamada de auxilio: «Da igual donde lleven a la humanidad que pobló la tierra mientras no se establezcan filtros que eliminen de entre ellos los poderes políticos que la conformaron, son y serán el germen que colonizará las mentes de las galaxias. Los Starex consideraron que la llamada de auxilio emitida en esas décadas demostraba que al menos una pequeña porción de habitantes podían ser dignos de un rescate que garantizará la continuidad de estos seres en otro lugar. Pero permitir que el acceso a las naves fuera aleatorio, sin clasificación, sin mirar quienes eran merecedores por sus méritos en la tierra, sus acciones o simplemente por no haber sido conflictivos, parte de los actos bélicos, del intento de destrucción de las naves o los directos implicados en el declive de la tierra, introdujo en las naves a parte de la población no deseada en ningún universo. Muchos terrarios buenos alcanzaron las naves, pero también aquellos que más posibilidades tenían de llegar a ellas, los que más medios pudieron desplegar y no eran la mejor parte de la población.

Así comenzó el declive de 5 galaxias. La simiente de la destrucción iba en el equipaje de los refugiados que condenaron a la Tierra a su extinción y posteriormente a los Starex»

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

LA VIUDA DEL CURA

A ver, Rosario, hija mía,

lo que me pides no es serio.

Por más que en mi ministerio

he visto casi de todo,

mujer, yo no encuentro el modo,

de encajar esa herejía.

¡¿Su ilustrísima lo duda?!

Puede usted llamarme loca,

pero iba de boca en boca

—lo digo sin amargura—,

que era la mujer del cura.

Él ha muerto. Ahora soy viuda.

Tu argumento no rebato,

pero, entiende mi dilema

porque es causa de anatema

el que un sacerdote yazca

con la mujer que le plazca,

ya que infringe el celibato.

Pues si de prueba un botón

quiere, por saber si hay trampa,

mi Juanito es viva estampa

de aquel por quien fue engendrado:

ojos, hechura y mandado,

que el cura era bravucón.

Hija no entres en detalles.

Monseñor, es lo que hay.

No me repliques, ¡caray!

¿A su eminencia le mengua

que haga uso de la lengua?

¡Mejor será que te calles!

Muda soy, lo que usted mande,

pero si no puedo hablar,

¿se me permite fumar?

Es que la boca me arde.

Mira, Rosario, criatura,

no existe en la cristiandad

ama o casera de cura

que cobre la viudedad.

Encuentro antinatural,

mujer, esa pretensión.

Pero no veo razón,

y es a mi juicio tontuna,

no aprovechar la fortuna

de tu habilidad oral.

Monseñor, ¿qué me propone?

¿Fumas a pelo o con filtro?

Obispo, yo me administro.

Pero lo veo venir

y algo tendré que decir.

Habla, hija mía, te escucho.

Pues verá. El roce diario

con mi difunto Gabino,

—es caprichoso el destino—,

me reveló el fundamento

y el mucho aprovechamiento

que tiene el confesionario.

¡Ay, Rosario, no me agobies!

Monseñor, no lo pretendo.

Lo que fume es cosa mía,

no venga ahora su eminencia

a husmear en mi entropía,

que eso tiene poca ciencia

y su proceder no entiendo.

¿Secretos de confesión?

Deje de echarme los tejos,

que así no llegará lejos.

Atienda, pues, con bondad

esto de la viudedad

y tendrá mi absolución.

La eternidad no me aflige,

porque con filtro o a pelo

yo fui la mujer del cura

y por esa chaladura

ya tengo ganado el cielo.

Monseñor, usted elige.

IRENE ADLER

LOS POSOS DEL CAFÉ

Rey le había dejado en herencia el piso de la calle Doblones.

Para Nuria fue una auténtica y algo dolorosa sorpresa, porque no había sabido nada de él en cinco años, cuando sus cartas de bonita caligrafía dejaron de llegar a su buzón desde la cárcel de Mansilla de las Mulas. Cinco años de mutismo que seguían la misma pauta que todos los hombres que habían pasado por su infancia y por la cama de su madre como sombras o fantasmas. Para desaparecer sin decir adiós, gracias o ya nos veremos. Dudosas figuras paternas que nunca le enseñaron nada. Salvo Rey, que la había enseñado a jugar al póker y a beber tequila. El único de todos ellos por el que llegó a sentir algo parecido al afecto, aún siendo él un ladrón de bancos y ella una niña hosca y desconfiada en un mundo de ausencias, abandonos y desplantes. Una niña que arrastraba en la mirada y en los huesos, la culpa sorda del superviviente.

Ya en la entrada, advirtió el tufillo a soledad rancia, descuido, falta prolongada de higiene. Flotaba en el aire la huella de cuerpos latentes y un desorden de cosas tan real como intangible. Nuria imaginó a la policía y los sanitarios entrando y saliendo, rellenando atestados, desechando envoltorios de material sanitario, certificando su muerte por parada cardiorrespiratoria en un sofá orejero y quizá un juez soñoliento levantando el cadáver y bostezando.

Todo en el piso de la calle Doblones acumulaba polvo y tiempo: los muebles, los cristales de las ventanas, las fotografías de las paredes. Rey vivía al borde de la indigencia y lo único que había en el frigorífico, era un imán con forma de sandía sujetando una postal descolorida que decía: «Tu futuro está en los posos del café». Nuria recordó su ecléctica colección de supersticiones de jugador empedernido.

Con el hábito heredado de su condenada madre, se puso a fregar la miríada de tazas que inundaban el fregadero. Odiaba parecerse a ella. Sus impulsos de maníaca y la manera homicida de restregar la vajilla cuando un hombre la dejaba. Su llanto compulsivo y los guantes de látex y el olor ácido del detergente. Notó el escozor de las lágrimas contra los párpados al vaciar la cafetera. Recordó a Rey por las mañanas, bebiendo aquel café negro, espeso como alquitrán y muy caliente que preparaba su madre. Nunca la vio cocinar nada. Rey hacía unos asados riquísimos y crepes dulces con sabor a canela. Su madre sabía apretar los botones del horno, la cafetera y el microondas, meter cosas preparadas dentro y servir la mesa. Nunca la vio comer como una persona normal, sólo hurgaba en el plato con asco, como si la comida fuera una afrenta. Y mientras Rey la acostaba, Nuria oía a su condenada madre restregar con saña los platos, farfullando obscenidades. Así solían ser los preliminares de todas las peleas con todos los hombres de su vida. Hasta que todos, un día, se iban dando un portazo y ya no volvían.

Excepto Rey. A él se lo llevaron esposado y en calzoncillos. Y su madre estuvo fregando tres días. Y luego vinieron los servicios sociales. Y las cartas de él desde la cárcel de Mansilla de las Mulas.

La cafetera tenía mugre y moho. Los posos debían de llevar allí semanas, incrustados en el plástico del filtro permanente. Tuvo que sacarlos ayudándose con una cuchara. Sabía que tenía que tirar todo aquello: los muebles, las fotos, el frigorífico y la cafetera. Sabía que tenía que vender el piso y olvidarse de Rey y de su triste infancia. Sabía que tenía que dejar de comportarse como lo hacía su madre, sumergiendo la frustración en guantes de látex y jabón de fregar. Lo sabía. Pero no podía hacerlo. Hoy no. Habitaba en mitad de aquel sórdido desastre el único recuerdo feliz de su vida. Y quería prolongarlo un rato más.

Entre la pelusa grimosa del moho y los restos de café, Nuria vio relucir contra la pila del fregadero cuatro diamantes como lágrimas. Pequeñitos. Tallados. Perfectos.

Rey la conocía mejor que nadie. Sabía exactamente lo que ella haría al entrar en el piso de la calle Doblones. Y que entraría.

«Tu futuro está en los posos del café».

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

A VECES ME SIENTO UNA CHICA ALMODÓVAR

Ya no llego. Imposible.

Y no es que pretenda ser alarmista, pero creo que, definitivamente, ya no llego.

¿Nerviosa yo? ¡Qué va! Un pelín atacada quizás, no lo voy a negar. Pero ya está.

Llevo un rato notando riachuelos salados y transparentes que no paran de brotar de distintas partes de mi cabeza. Luego se unen, como afluentes, y desembocan en el estrecho desfiladero de mi escote. Estoy empapada. El que sea agosto tampoco ayuda mucho, la verdad.

Harto de esta mala vida que le estoy dando, cualquier día el corazón se me declara en huelga, hace las maletas y da un salto por la boca. Mi estómago se ha convertido en un surtidor de lejía, regado por jugos gástricos que presagian úlcera inminente. Mis tripas, las dos, las delgadas y las gruesas, rugen como una bestia famélica, generando materia gaseosa en abundancia, producto de los nervios. Estoy en zona peligrosa, lo sé. A ver si logro mantener el metano a raya y que no salte la espita. Una guerra bacteriológica es lo último que me faltaba ahora.

En este rato he contactado con todos los servicios de emergencias y fuerzas vivas en activo. Ya me conocen en el 112 y en el SAMUR. He puesto en solfa al ejército, a los bomberos, al glorioso y benemérito cuerpo de la Guardia Civil, a la policía municipal y también a la nacional. Incluso al presidente de la comunidad, que me pide calma. Como si fuera tan fácil. Hasta creo haber llamado al Centro de Alerta Antiterrorista, a Cáritas y al mismísimo Sursum Corda. ¡Yo qué sé! Si es que ya no coordino. Por fin, tras un chupetón al inhalador y rascando unos segundos de calma, he llamado a donde realmente debería. Nada, los nervios, que me nublan el entendimiento. No estoy yo preparada para estas cosas.

Los niños. Ya no llego a recogerlos. La reunión para el contrato con los surcoreanos, al carajo. Ha sido imaginar la cara de mi jefe y el hígado me acaba de escupir una nueva bocanada de bilis, de un verde moco, amarga y pastosa igual que ahora mi saliva.

Me llamo Carmen, soy histérica en mis ratos libres y llevo aquí diez minutos. Seiscientos eternos segundos atrapada como un mono en esta jaula de chapa con botones y no veo la hora de que llegue la caballería. Malditos ascensores, te abandonan cuando más los necesitas. Y lo peor de todo: no estoy sola. Carlitos, el niño del quinto me mira raro. Noto el pánico en sus ojos. Yo y mi estúpida manía de pensar en voz alta. Si es que no tengo filtro. Y claro, luego pasa lo que pasa.

YOMALCKRY OSORIO

Aquel delicioso café se preparaba de una forma sublime y con demasiado amor ,era el passaporte directo al mismo cielo.

El colador curtido por el paso del tiempo,la ollita asignada para tal tarea y el desfile de tazas ,eran sin lugar a dudas las grandes protagonistas del momento.

El colador separaba de solido a liquido aquella excelsa maravilla ,la primera en degustar era la reina de la casa ,todo el hogar impregnado de ese mágico olor ,las mañanas sin lugara dudas eran toda una delicia.

Al tener a la reina degustando,era un instante sin igual.

Ese sabor les recuerda cada espacio .

Hoy se llena de trisreza por que ya ella no está, los momentos se quedaron atrapados entre las paredes, recorren los pasillos y cada habitacion como un fantasma que s4 niegan a desaparecer.

EFRAÍN DÍAZ

Cuando Sócrates tomó por esposa a Jantipa, sabía que se metía en camisa de once varas. Un océano de edad los separaba. Cuarenta años más joven, Jantipa era altiva, regañona, mandona y malcriada. Sus malos humores y mal carácter eran conocidos en toda Atenas y hasta Esparta llegaban los rumores. Jantipa no tenía filtro de ninguna clase. Tampoco quería tenerlo.

Decían sus estudiantes que Sócrates la desposó porque no había hombre en Atenas que aguantara su irritabilidad. Sócrates, por el contrario, decía que se casó con ella precisamente por eso, pues, conociendo su carácter, se había habituado a tolerarla pacientemente con la idea de llegar a la perfección en el dominio de sí mismo y saber tratar con cualquier persona de difícil carácter.

Con el aula llena de estudiantes y Sócrates impartiendo su cátedra, Jantipa se presentó. Luego de injuriarle y agraviarlo de palabra por alegadamente no cumplir sus obligaciones en el hogar, sacó una jarra llena de agua sucia y la vertió sobre su cabeza. Sus alumnos quedaron atónitos. Jantipa había cruzado la línea, pero Sócrates, siempre amable y de carácter afable, dijo “ven, después de tanto tronar, no es extraño que ahora llueva”.

Ya acusado por Meleto por alegadamente no creer en los dioses en los que creía la ciudad y por supuestamente pervertir a los jóvenes atenienses con sus ideas, Sócrates fue enjuiciado y condenado a muerte.

Esperaba en su celda por la cicuta mientras sus dos discípulos más destacados, Platón y Jenofonte intentaban convencerle de escapar y exiliarse. Sócrates se negó, para él era imperioso cumplir las leyes de la ciudad y acatar el mandato de los jueces, aunque fuera injusto.

Sin embargo, cuenta la historia no oficial, aquella que se recoge en las calles, las esquinas y en uno que otro bar, que la verdadera razón de la negativa de Sócrates a fugarse era que al fin saldría de Jantipa, la mujer de malos humores, de mal carácter, e irritable.

MARTU MONFORTE

Toda vida, toda paz.

Ya no se escuchan pájaros, ni perros ni cotorras. Las tardes se comieron los ruidos, los árboles se chamuscaron, son apenas un dibujo en lápiz negro, un monte achaparrado. La calle no es más calle, es nada. Hay pilas de escombros, polvo, campo minado. Las casas se derramaron. La gente huyó abajo, bien abajo de toda esta nada. Las bombas engulleron hasta el espantapájaros del abuelo.
El silencio espera otro estruendo, otra luz mortal en la noche, otro manotazo que devore la vida. Toda vida, toda paz pasa por el filtro de la guerra. Cada día…un poco más.

CARMEN ÚBEDA FERRER

El agujero

……………………

Existen muchos pueblos en donde, bulos, leyendas y supercherías, se transmiten de generación a generación de viva voz.

En el pequeño pueblo que nos ocupa, perdido Dios sabe dónde, me contaron el siguiente suceso.

Así me lo contaron y así lo cuento.

« Antes de la medía noche, desde muchos lejanos años, en la noche de las ánimas, se escuchaba la voz del pregonero:

-Din, don, din , don.

A las doce de la noche

la campana del campanario,

dará el son.

Cerrad puertas y ventanas,

que no queden rendijas,

atravesar bien los cerrojos,

que va a pasar la “Guadaña”

con sus galas de mortaja,

cabalgando en potro

de dos cabezas y seis patas-

Por aquel entonces, sabido era en el pueblo que Justíno el herrero, un hombrón robusto y sano, pero con muy pocas entendederas, que se las daba de listo, había jurado en la taberna, estirando mucho el cuello y cacareando más que un gallo de pelea, que a la siguiente vez, vería semejante cabalgata.

Espesada su necedad por la curiosidad, mezcló el misterio con la realidad y esto le llevó a la obsesión.

En la casa del herrero, no había puerta ni ventana por donde se filtrara un hilo de luz. Su mujer ya le había encomendado, desde hacía mucho tiempo, la tarea de tapar cualquier rendija o agujero.

Cuando llego el tiempo de la noche de los muertos, el herrero, ya no pudo resistir más la necesidad de ver a La Guadaña, seguramente porque ya llevaba muchos días aguantando las guasas de sus compadres y quería quitarse esa mala espina, de modo y manera que cuando su mujer ya estaba metida en la cama y tapada hasta las orejas de puro miedo, esperando que sonara la última campanada de la media noche, el Justino, se echo al coleto varios vasos de vino, (eso mismamente se cuenta en el pueblo de siempre) agarró su navaja y con mucho tiento se metió en la cocina y comenzó a raer un tablón del ventanuco. Trabajaba muy afaenado para hacer un agujero por donde poder mirar con mesura, pero a lo visto, la madera era más dura que un pedernal y la mala hora se le echó encima.

En el mismo instante que sonó la primera campanada de la medía noche, terminó la faena de la buhedera y metió el ojo en el agujero. De pronto la casa tembló como si un terremoto la sacudiera. Tan solo duró unos segundos y luego quedó parada y consistente como si nada hubiera sucedido. Cuentan, ¿sabe, usted? Que se escuchó, por todo el pueblo un golpe seco, como cuando cae un saco de adoquines contra el suelo. Con el susto de estos despropósitos, la mujer del Justíno saltó de la cama y se fue para donde los fogones. Más blanca que una losa se quedó la buena mujer, cuando se encontró al marido tirado en un rincón con la ropa destrozada y el cuello segado.

Aquí en el pueblo, ¿sabe, usted? por si eso… no nos cuesta encerrarnos en la casa la noche de esa fecha que no quiero volver a mentar…»

EDUARDO VALENZUELA

―¡Estás bellísima! ―le dice la madre a su pequeña niña, acicalando sus suaves bucles―. ¿Sabes que antiguamente había quienes consideraban que preocuparse por la apariencia era frívolo y superfluo?

―¿Qué es “frívolo y superfluo”, mamá?

―Se les dice así a las cosas que no tienen importancia.

―¿Y por qué creían eso, mamá?

―Porque antes no existían los “Engendros”.

La madre recuerda las cápsulas de historia. En ellas está registrado que los gigantescos alienígenas habían llegado para quedarse, hacía más de 200 años, en colosales navíos semejantes a ostras japonesas. Eran unas criaturas horrendas, deformes, asimétricas, de más de cincuenta metros de altura. Les llamaron “Engendros”.

―¡Mira mamá allí va un Engendro! ―apunta la niña― ¿Podemos ir a verlo?

―Bueno, vamos, pero no te alejes de mí.

Desde que llegaron los “Engendros”, sus descomunales figuras, como árboles gigantes, coexisten con los humanos. Se pasean entre los edificios, en silencio, con la lentitud de un perezoso. En las calles, los automóviles, se detienen o los rodean cuando se ve el andar de sus largos zancos, como cordeles podridos o sargazos flotando a la deriva, y es sorprendente la delicadeza con la que se mueven sin dañar nada.

―¡Hola señor Engendro! ¡¡Hola!! ―dice la niña, saludando con la mano.

―No grites hija. Él no te oye.

Hasta donde se sabe, los monstruos nunca han hecho siquiera el intento de comunicarse con nosotros. Eso nos hizo creer, en un comienzo, que no les interesábamos. Las capsulas de historia dicen que ante cada iniciativa que hemos tomado para dialogar, ellos nos ignoran, como si no existiéramos.

―¿Puedo tocarlo mamá?

―No hija, no te acerques y no lo molestes, déjalo tranquilo. Ya te he dicho que si tú no le haces nada, él no te hará nada.

La madre miente. Sabe que no es así. Sabe que son unos monstruos, unos monstruos invasores del espacio que, aunque nos ignoran, nos cazan como a insectos. La verdad es que llegaron para cultivarnos como hongos, para alimentarse o para lo que sea que hagan con nosotros. ¡Y nada podemos hacer para defendernos! Son intocables, son inmortales.

―¡Mira mamá, su cabeza allá arriba! Nos está mirando mamá.

―Sonríele, hija. Muéstrale lo linda que eres.

La madre le enseña a la hija a mostrar su belleza, sus proporciones, su simetría, porque sabe que es cuestión de vida o muerte. Los monstruos, que poseen una vista increíble, actúan bajo un filtro: sólo cazan humanos con asimetrías, con defectos, no gustan de la belleza. Por eso ahora la especie humana es tan hermosa. En 200 años los Engendros nos han filtrado, nos han depurado.

Últimamente la recolección se les hace cada vez más difícil, la belleza humana abunda, pocos nacen sin gracia, sólo quedan los accidentados y los que no logran mantener su hermosura en la vejez. Ante la escasez los Engendros quizás decidan irse del planeta algún día.

―Se aleja, mamá ―dice la niña, con tristeza―. Se distrajo. Vio algo por allá.

―Vámonos hija. Otro día veremos algún otro ―la madre la apura, puede ser que el monstruo vaya a cazar a alguien y aún no quiere que su hija vea esas cosas…

Efectivamente, se escucha a los lejos el chasquido de látigo de sus horribles apéndices venenosos y el alarido desgarrado de alguien. ¡Ha cazado!

―¡Mamá! El engendro ha agarrado a ese abuelo y lo levanta en el aire ¿Qué le hará?

―No mires eso hija. Ven vamos por un helado. ¡Mira, allá hay una heladería! ¡Crucemos la calle, pronto!

―¡No! Yo quiero ver ¿por qué nadie lo ayuda?

―No lo podemos ayudar, hija. ¡Ahora ven, vamos a la heladería!

―¿Por qué no podemos ayudarlo?

―¡Porque no! ¡Basta!, es una pena, pero no. ¡Ven, sígueme, cruza la calle!

La madre, distraída, oye la bocina cuando el automóvil ya está sobre ella. Siente el golpe y se desmaya.

―¡Mamá, despierta mamá!

El llanto de la hija, de rodillas junto a ella, la hace volver en sí. Le duele todo el cuerpo. Le duele la cara. Se la toca y duele más. La mandíbula se ha desencajado. Luego ve que su pierna ha sido cercenada por el automóvil y sabe que su belleza se ha ido. Entonces, el Engendro llega.

FIN

GRISELDA SIERRA

EL CANTO DE LAS SIRENAS

La sala estaba repleta. La fauna marina en pleno se había reunido para escuchar la conferencia que daría esa mañana la vieja delfín acerca del canto de las sirenas. La espera ponía nerviosos a varios de los asistentes. Aunque se les había pedido a todos que guardaran la compostura; los peces, por ejemplo, temían ser engullidos por los tiburones, un caballito de mar paría con grandes esfuerzos en un rincón y un pez erizo se sentía ahogar con tanta luz. En tanto las medusas estaban tranquilas y bailaban con gracia al compás de la música de fondo, y las tortugas dormitaban sin que nada las perturbara.

Poco después la delfín apareció en la sala y los asistentes se apresuraron a batir sus palmas. Cuando los aplausos se evaporaron, la conferencista se irguió en el pedestal, y declaró con contundencia.

«No creo en el canto de las sirenas. Es engañoso y, en muchos casos, perverso. Un día ellas te dicen que eres lo mejor que han conocido en el mundo y al día siguiente te ignoran o, en el peor de los casos, te traicionan. No importa que el mar esté en calma; ellas son así, se mueven al vaivén de sus emociones. No tienen filtro para elogiarte ni para desprestigiarte».

Los asistentes contenían la respiración. La delfín tomó un trago de agua y prosiguió.

«Eso pasa casi siempre cuando te ven nadando más allá de tu zona de confort. Supongo que esta mañana ustedes han venido hasta aquí para escuchar de viva voz mi experiencia. Como muchos saben, una vez yo fui amiga de la madre de las sirenas. La amistad duró algunos años y, aunque yo sabía que ella no era del todo buena y que hablaba a mis espaldas, tenía la esperanza de que algún día recapacitaría y seríamos amigas toda la vida. Pero sucedió que escribí mi primer libro de poemas; ella elogió tanto mi trabajo que pensé que verdaderamente me tenía aprecio.

«No pudo soportarlo; al día siguiente, sin que mediara conflicto entre ella y yo, fue y se juntó con un grupo de amigos comunes con quienes vomitó sapos y culebras en mi contra. Y no sólo eso, también me calumnió. Lo que era ella, que no viene al caso decirles, ustedes imagínenselo; lo que era ella, eso dijo que era yo.

«Esa vez ella estaba de visita y se hospedaba en mi casa. Ni siquiera por eso puso un filtro a su veneno.

«Gracias amigos. Por fortuna las sirenas son pocas; no puedo prometer que su hechicero canto terminará, pero es mejor ignorarlo para que no nos paralice».

EMILIANO HEREDIA

Y EL AGUA SE CONVIRTIÓ EN VINO

Queridos lectores.

Ésta historia que les voy a narrar, sucedió hace mucho, mucho tiempo. Bueno, no tanto, para no recordarla.

A mí me la contó mi padre, que a su vez se la contó el suyo, o sea, mi abuelo, que fue uno de los protagonistas de ésta historia.

Pero, en fin, no nos adentremos en más preámbulos, y comencemos.

Esto sucedió en un pueblecito de la meseta castellana.

Donde el tiempo, pasaba distraído por casas y calles. Asomándose por las ventanas, observando los quehaceres de los parroquianos y parroquianas.

La Felipa, haciendo un mantel de bolillos, para el ajuar de su hija Marisa. El Tomás, en su tallercito haciendo útiles de cocina con madera de avellano. La cuadrilla de la quinta del veinte y seis, tomándose unos vinos en la tasca del Ramón, jugando una partida al tute…

En fin, una vida normal, austera y sencilla, donde los hilillos de humo blanco saliendo de las chimeneas, le conferían al pueblo un hálito de vida, tranquila y sin prisas.

Pero ¡ay!, dicen que la calma es el preludio de una tormenta, o que el diablo cuando no sabe qué hacer, con el rabo espanta moscas…

Sucedió que, un buen día, al finalizar la misa del Domingo, la “Asociación cristina de La Virgen de las nieves”, con Doña Felipa al frente, acorralaron al cura, don Cosme, entre la imagen de San Roque y la de Santa Bárbara.

Doña Felipa, como presidenta de la asociación cristiana y mujer del alcalde, el excelentísimo señor Don José García Pérez (así reza en las tarjetas de visita), empieza la andanada:

-Padre, como presidenta de la venerable “Asociación cristina de La Virgen de las nieves”, en nombre de mis compromisarias, aquí presentes, quisiera comentarle un asunto de la máxima urgencia.

-Bueno, usted dirá, pero por favor, le rogaría que fuera breve, ya que tengo unos compromisos…esto… cristianos-responde don Cosme, frotándose las manos nerviosamente. Un cura de pueblo, de sotana abotonada, y la consabida orondez de la barriga debido a los “donativos” de los feligreses del pueblo-

-¡no mienta!-le increpa Doña Angustias, mujer seca como tronco de olmo viejo, cuyo marido es el sargento del muy venerable y respetado cuerpo de la guardia civil-usted va a ir a ese lugar de pecado que es la taberna del Ramón, a tomarse su “copilla de aguardiente”.

-Bueno, va, va, doña Felipe, pelillos a la mar, dígame que asunto le trae entre manos, y aquí paz y después gloria, o cada uno en su casa y Dios en la de todos-responde azorado Don Cosme, frotándose la nuca con la mano nerviosamente, mirando el reloj de su mano derecha-

-Vera, aquí mis compañeras y yo misma, hemos hecho un estudio de campo, y hemos comprobado que la actitud de los hombres de éste pueblo, se ha desviado hacia la perdición-relata haciendo un gesto de alarmismo, con la mano vuelta del envés, sobre la frente, cerrando los ojos, haciendo un suspiro-

-No…no la entiendo-responde Don Cosme, un tanto sorprendido-

-Los hombres de éste pueblo están poseídos por el diablo del alcohol….y éste les lleva a otros vicios…

-¡el juego!-interviene Doña Carolina, mujer del médico-

-¡la lascivia!, que muchos de nuestros maridos van a la capital a ver películas de mujeres encueradas-prosigue Doña Rafaela, mujer del cartero-

-¡la pereza!, los hombres de este pueblo …!se echan siestas de dos horas bajo los efectos del alcohol!-afirma Doña Angustias, mujer del pregonero-

-A ver, a ver, haya calma, señoras, ya sé que los hombres de éste pueblo, no es que sean unos dechados de virtudes, pero vamos, que se confiesan y sanseacabó-responde tajante Don Cosme, mirando nerviosamente el reloj-

-En sesión plenaria, las compromisarias y yo como presidenta, reunidas en el día de ayer, veinte y cuatro de Octubre y como punto único “el efecto del alcohol en los hombres de La Serena”, hemos llegado al siguiente acuerdo:

Exigir a las fuerzas vivas del pueblo, esto es, alcalde, cura, cuerpo de la guardia civil, y médico, la prohibición de la ingesta de cualquier bebida alcohólica, venta, distribución y fabricación.

Solicitamos una sesión plenaria en pleno, del ayuntamiento, para implantar dicha medida, a partir del día uno de Noviembre.

-Pero…eso que me están pidiendo, es un dislate, un despropósito-responde nervioso Don Cosme- además, el señor, hizo vino del agua, el vino es el motor, la chispa que hace que el hombre sea hombre, el motor del mundo….

-Si no se hace la prohibición-responde tajante Doña Felipa-, ya se puede usted despedir de la colada limpia todos los días, de los adornos florales los Domingos, de la comida y limpieza diaria de su casa. Las mujeres de este pueblo, están de acuerdo con este propósito y van a dejar de ejercer sus quehaceres domésticos.

-Bueno…veré que puedo hacer….pero eso que están diciendo, es chantaje, y la coacción es un pecado muy, pero que muy grave.

-Todo sea que el pecado sirva para la salvación de las almas pecadoras de los hombres de éste pueblo-responde muy digna Doña Felipa, dándose media vuelta, saliendo por la puerta de la iglesia acompañada de las compromisarias-

Y, sí, amigos lectores, tuvo lugar la sesión plenaria en el ayuntamiento.

Para no hacerles demasiada pesada la historia, les resumo que:

Después una semana sin que las mujeres del pueblo abandonaran sus quehaceres domésticos, los hombres no tuvieron más remedio que ceder a la petición de la venerable “Asociación cristina de La Virgen de las nieves”, con Doña Felipa al frente.

Para resumir, los hombres se quedaron sin mudas limpias, y algunos comentaban que tenían el culo como los monos esos que salen en los documentales, del roce de las zurraspas de los calzoncillos. Otros, le quitaban las zanahorias a los cochinos, para llevarse algo a la boca, otros, con la ropa con más manchas que un mantel después de una boda…

En fin, que llegó el gran día, el Alcalde, el excelentísimo señor Don José García Pérez (así reza en las tarjetas de visita), salió al balcón del ayuntamiento, que solo se usaba en ocasiones especiales, tal como la fiesta de la virgen, o la fiesta de la cosecha, diciendo lo siguiente:

-Queridos paisanos: en sesión plenaria extraordinaria celebrada hoy día uno de Noviembre, se acuerda lo siguiente:

En proposición de la “Asociación cristina de La Virgen de las nieves”, con Doña Felipa al frente,

mi mujer, aquí presente, se prohíbe el consumo, distribución y elaboración de cualquier producto alcohólico, para retomar la moral perdida de la población humana masculina de este pueblo de “La Serena”, y con lo cual, se ha procedido a requisar todo producto etílico, y se verterá en el alcantarillado local. He dicho.

Los hombres, apesumbrados, observaban como por medio de los números de la guardia civil, toda bebida alcohólica desaparecía por las rejillas del alcantarillado local.

Un zagal, iba repartiendo a todos los hombres, disimuladamente, un trocito de papel blanco, haciendo con el dedo índice en la boca, la instrucción de que no dijesen nada.

Amigos lectores, solo comentarles que, los peces, cogieron la merluza de su vida, las coliflores salieron de color tinto, los tomates torcidos, con sabor a anís, las zanahorias rezumaban aguardiente….

Los hombres del pueblo, esa noche, con el pretexto de tomar el aire, acudieron puntuales a la entrada del molino viejo, a las doce en punto, lugar y hora de la cita a la que estaban citados, en el papelito blanco doblado que les dio el zagal en la plaza.

En ese viejo molino, vivía Günter, un científico un poco mochales, que vino de Alemania no se sabe cuándo, ni por qué.

Estaban todos como sardina en lata en el salón, donde les estaba esperando Günter, un científico chiflado como sacado de una película barata de ciencia ficción, de unos ochenta y algo, con el pelo blanco alborotado como su homologo Albert Einstein.

-Queridos amigos, ustedes se estarán preguntando por qué les he mandado llamar. Sé de su problema. No por vivir aislado del pueblo, desconozco de sus necesidades, de sus problemas…en fin, ya sé que en el pueblo ya no queda ni gota de alcohol, en cualquiera de sus variedades…

-¡sí!, yo ya no tengo ni alcohol de desinfectar las heridas en el dispensario-dice Don Rafael, el medico del pueblo-

-¡yo ya no soy el borracho oficial del pueblo!-protesta sollozando Hilario-

-Mi aguardiente medicinal de después de misa ya no me lo puedo tomar, y tengo que usar gaseosa en la eucaristía-protesta Don Cosme-

-Ahora en vez de vermut tengo que beber la cochinada esa de Coca Loca que, al ser del mismo color, da el pego-dice el sargento de la guardia civil.

-Calma, calma, señores…no se alboroten, aquí tengo la solución a su problema-dice, entre el murmullo creciente de los hombres del pueblo-

En la mano, sostiene un aparato no más grande que una radio de bolsillo, con forma de cilindro, con una fila de veinte lucecitas de colores más otros tantos botoncitos.

-¿Eso qué es lo que es? –pregunta intrigado el acalde , rascándose la cabeza-

-Esto, amigos míos, es el invento definitivo, la solución a su problema, les presento “El filtro 2000”, el filtro del futuro-lo presenta al personal, de manera triunfal, alzándolo con la mano hacia arriba-

-¿y eso, como va a solucionar nuestro problema?-pregunta el cartero-.

-Amigos míos, este filtro que ahora poseo en mis manos, convierte el agua potable en cualquier tipo de bebida alcohólica que se desee. Cada botoncito, corresponde a un tipo de bebida alcohólica, es decir, el uno, vino tinto, el dos, vino blanco, el tres, clarete…y así sucesivamente

-¿y nuestras mujeres no sospecharan nada?.

-Podríamos probar en mi taberna-propone Ramón- el Liborio que es un manitas, me puede poner veinte grifos, porque…¿usted de cuantos filtros de esos dos mil dispone?.

-De todos los que ustedes quieran-responde Günter-

-¿pero eso funciona?-pregunta el Hilario-

-¡oh!, por su puesto, pasen , pasen a la cocina, que he puesto un filtro al grifo de la pila.

Se van a la enorme cocina, y allí, ven como el científico, enchufa a la corriente el filtro, que está colocado en la salida del grifo, le da al número uno, se enciende la lucecita, y en unos segundos llena una frasca de dos litros de vino, y luego otra, y la reparte entre los paisanos.

-Vamos, vamos, no se apuren, sírvanse.

Uno a uno, se van pasando las frascas.

-¡Salud amigos míos!-dice Günter, levantando su vaso al aire-

-¡Salud!-responden todos-

Después de unos segundos de silencio, un breve rumor va naciendo, hasta que crece en jolgorio y felicitaciones hacia Günter.

-¡Viva el Alemán y la madre que lo parió!-dice el Hilario-

-¡Éste vino está excelente!-dice el sargento de la guardia civil-

-Gracias, gracias, no las merezco-dice Günter humildemente, con una sonrisa de oreja a oreja-

-¡un momento!-Dice don José el alcalde pidiendo silencio-¿Cómo lo vamos a hacer para que nuestras mujeres no sospechen del engaño?.

-Se me acaba de ocurrir-interviene Don Cosme-si le parece bien al Ramón, que, en cada grifo, se coloque una estampa de un santo, ocultando el filtro, y así, los bendigo como agua bendita medicinal, y nuestras mujeres no sospecharan nada.

-¡Viva Don Cosme!, ¡viva Don Günter!-dice Don José-

-¡viva!-responden todos-

Para no alargar más la historia, estimado lector, comentarle que el Liborio le colocó los veinte grifos al Ramón, que Don Cosme, en solemnísima ceremonia, con la “Asociación cristina de La Virgen de las nieves” presente, bendijo la inauguración del “club social masculino de la Serena y de todos los santos”, donde el primer artículo de sus estatutos, era la prohibición de la mujer en dicho club (para no levantar la liebre), y el segundo, que dicho club masculino se funda para la reflexión e ingesta de agua bendecida y medicinal, de veinte santos con otros tantos grifos de “agua bendita”

Pasó el tiempo, y las mujeres del pueblo, estaban más azoradas e inquietas que antes. Sus maridos volvían más borrachos que antes, y estos aludían al trance que sentían al beber agua bendita. Don Cosme, alarmado por el abandono de la población masculina, que habían dejado de lado sus quehaceres, por su entrega total al agua bendita, se fue a ver a Günter.

-¡hombre Don Cosme!-saluda Günter dándole un abrazo-¿Cómo van las cosas por el pueblo?

-Mal, don Günter-responde apesumbrado Don Cosme-

-¿Y eso?, ¿van mal los filtros?-pregunta preocupado-

-Ése es el problema, van demasiado bien….y los hombres del pueblo han dejado de lado los campos, las bestias, sus quehaceres..en fin, por beber tanta agua bendita.

-Vaya, vaya, -responde pensativo Günter-usted déjeme a mí, que el Domingo lo arreglo.

-Muchas gracias Don Günter-se despide Don Cosme, saliendo por la puerta-

Al Domingo siguiente, la iglesia estaba de bote en bote.

Don Cosme, subido al pulpito, para empezar a declamar su sermón, se ve interrumpido por grito que lanza Doña Felipa, presidenta de la “Asociación cristina de La Virgen de las nieves”.

-¡Milagro!, ¡Milagro!-dice, señalando al cristo-

El Cristo, con una luz tenue, enfocándole la cara, dice a los presentes:

-hijos, e hijas mías. Estoy apenado por el caos que reina en este humilde pueblo. Mujeres, respeten a sus maridos, dejen que tengan un rato de asueto, después una dura jornada de trabajo. Hombres, respeten a sus mujeres, el vino en demasía agria el matrimonio, gusten de beber, dos vasos no más, para cobrar energía y amar a sus mujeres. Retiren los grifos de agua bendita, que con un rezo es suficiente para recibir una bendición. Retiren la prohibición del consumo de bebidas espirituosas, que al hombre una confortacion en su justa medida es necesaria.

El rayo de luz, desaparece.

No se habló en toda la semana del caso. Las aguas volvieron a su cauce, los grifos desparecieron, y las estampitas quedaron colgadas en la pared de la taberna del Ramón.

Al tiempo, Don Günter y Don Cosme, se volvieron a ver.

-Buenas tardes, Don Günter-saluda Don Cosme-

-Buenas tardes, Don Cosme-responde Don Günter-

-Quisiera agradecerle lo del Domingo pasado.

-¡oh!, no fue nada, un simple olograma, desde el coro, con un altavoz.

-Ya, pero en el pueblo todo el mundo está con la mosca detrás de la oreja…

-¿Por qué?.

-Porque la cara del cristo, se parecía demasiado a José María Íñigo-le guiña un ojo-

Don Günter se encoge de hombros, guiñando el ojo.

MANUELA CÁMARA

NO SE MATA LA VERDAD

Me llamo Ana, pero en esta nueva ciudad en la que vivo, tan lejana a mi ciudad natal, me llaman Nani. Fui una audaz e implicada estudiante de periodismo. Siempre me ha gustado la investigación, indagar en los hechos hasta encontrar la raíz y contar historias, pero nunca pensé que una de ellas me pondría en peligro.

El problema comenzó con un correo electrónico anónimo con un archivo adjunto. Mi remitente me informaba que contenía una información importante sobre unos fondos europeos, que era un caso de corrupción en el que estaban involucrados los políticos de más alto nivel del gobierno. Y me daba la oportunidad de publicarlo también en mi blog, que a estas alturas ya contaba con una respetable cantidad de seguidores y estaba alcanzando cierta fama entre lectores críticos.

Al principio, pensé que era una trampa, pero no pude resistirme, me pudo la curiosidad. Abrí el adjunto y leí los documentos que contenía, vi las fotos, repasé varias veces los videos. Eran la prueba de que dos políticos habían recibido sobornos, favores y regalos, uno a cargo de una empresa constructora a cambio de otorgarle la construcción de obras públicas, en otro de los documentos se mostraba el desvió de fondos europeos hacia tales fines.

Quedé impresionada. Aquello era una bomba informativa. En aquellos momentos de mi vida, todas las noticias que llegaban con primicia a mis manos las consideraba la oportunidad de mi vida. Tras la euforia inicial comenzaron a asaltarme una serie de dudas. ¿Quién me había enviado aquello? ¿Qué intereses tenía? ¿Cómo había conseguido esa información? ¿Era todo cierto y por qué me hacían llegar la noticia a mí?

Decidí aplicar el filtro del periodismo: verificar las fuentes, contrastar los datos, buscar otras opiniones, consultar a expertos. No quería caer en el sensacionalismo ni en la manipulación. Quería hacer un trabajo serio y profesional.

Me puse manos a la obra. Empecé a llamar a mis contactos, a buscar en internet, a revisar los documentos y a contrastarlos con los que el mismo gobierno ofrecía. Comencé a seguir de cerca a los personajes y enterarme en lo que estaban trabajando y con quien. Cuanto más avanzaba, más me convencía de que la información era veraz. Pero también me daba cuenta de que estaba metida en un lío.

En mi intento de descubrimiento y a lo largo del proceso de investigación, alguien se dio cuenta que yo tenía esa información. Comenzaron a amenazarme. Empecé a recibir llamadas con número oculto en la que una voz distorsionada me instaba a alejarme de aquella investigación, me llegaban mensajes intimidatorios, en los que me repetían, que dejara de investigar, que borrara todo el material, que me olvidara del tema. Que, si no, lo iba a pagar caro.

No sabía quién estaba detrás de esas amenazas, pero supuse que tenía que ver con alguno de los dos políticos o las empresas afectadas. Me asusté, es cierto. Pero mi enfado fue muchísimo mayor. No podía permitir que me callaran, no tenían derecho a callarme. Tenía que hacer público lo que sabía. Era mi deber como periodista y como ciudadana.

Escribí el mejor artículo de mi vida, con todos los detalles kde sus gestiones, las pruebas y las fuentes, y las cuentas con datos exactos. Lo publiqué en mi blog, lo compartí en todas mis redes sociales. Fue un éxito absoluto. En pocas horas se hizo viral, miles de personas lo leyeron, comentaron, compartieron, la difusión estaba hecha. Los medios de comunicación se hicieron eco y el escándalo estalló.

Los dos políticos fueron relegados de sus cargos. Las empresas personales de estos salieron a la luz y fueron investigadas. La justicia se vio obligada a actuar y yo me sentí muy orgullosa de haber contribuido a que la verdad saliera a la luz y a pararle los pies a estos delincuentes de traje y corbata. Pero pagué un alto precio.

Un día al salir de la universidad en el turno de tarde, me siguieron dos hombres. Me empujaron, me golpearon, me robaron el ordenador, y el móvil. Me dijeron que me habían avisado, que me habían dado una oportunidad y que debería haber sido inteligente y saber que cumplirían sus amenazas.

Me detectó el vigilante del campus universitario a través de una de las cámaras, un bulto humano se movía en una esquina de su pantalla. Pasé quince días en el hospital y cuarenta más con la pierna escayolada.

Al final las heridas se curaron, pero el miedo no. Me sentí sola, vulnerable y desprotegida. Nadie me ayudó. Ni compañeros, ni profesores, ni colegas de blog, ni medios de comunicación, ni la policía que alegaba no poder descubrir a los asaltantes. Cerraron mi blog y todas mis redes sociales. Todos me dieron la espalda. Me dijeron que me había pasado de lista.

Me di cuenta de que el periodismo no era lo que yo pensaba. Que no era una profesión noble, valiente, independiente. Que estaba sometido a intereses, presiones, censuras. Que no se premiaba la calidad sino el espectáculo.

Abandoné la carrera cuando solo me faltaban dos meses para la licenciatura. Cambié de vida, de ciudad, y de amigos. Me alejé de todo lo que me recordaba a aquel episodio intentando olvidar.

No pude.

Cada vez que veo una noticia en cualquier medio, me pregunto si es cierta o falta y qué precio estará pagando el periodista. Si hay alguien que la ha filtrado o que la ha ocultado. Si hay alguien que la ha verificado o que la ha manipulado. Si hay alguien que la ha contado o que la ha callado en base a los intereses de otros.

Y me pregunto si yo hice lo correcto. Si me utilizaron para filtrar una noticia. Si valió la pena arriesgar mi vida por una historia. Si fui una heroína o una imprudente. Si fui una periodista o una simple persona manipulada.

ANA DEL ÁLAMO

Vuelvo al barrio donde crecí, donde engendré mis sueños, tan efímeros como el tiempo.

En el callejón, las rejas del viejo almacén siguen perennes, igual que mis recuerdos…

Los gatos aun se cuelan entre sus hierros oxidados temerosos de lo desconocido.

Me pregunto si todavía existe el portal oscuro donde quedaron atrapados nuestros miedos. Pero no voy a comprobarlo.

La gente transita distraída, sin reparar en mi intrusa visita.

No veo niños revoloteando entre los coches aparcados en la plaza.

Ya no se juega en la calle como entonces, desgastando los zapatos, hastiados de correr y saltar.

Levanto la vista y puedo oir a nuestras madres en el balcón desgañitadas rompiendo nuestros juegos mientras nosotros veíamos pasar veloces las horas , sin reloj ni calendario.

Busco el quiosco del Sr. Pepe, ahora transformado en locutorio.

Eso sí lo compruebo.

Con él murieron los chicles Bazoca y el regaliz dulce. También eran efímeros.

La bodega donde se vendía vino y aceite a granel, deja entrever su mostrador altivo a través de las rendijas.

Una mota de polvo hiere mis ojos empeñados en descifrar el interior.

Aun puedo sentir el oro líquido resbalando por mis entrañas.

Como una buena cafetera, mi mente ha filtrado los recuerdos apartando los posos.

Percibo un olor reconocible que

envuelve mis sentidos y me trasporta sin permiso a la niñez.

Sé de donde proviene: son las empanadas del horno de Amparín

Las que no me permitía comprar.

Con las que soñaba escrutando la vitrina como un buho en una noche cerrada.

Las que han logrado resucitar mi infancia.

SERGIO TELLEZ

UN VIAJE FANTÁSTICO

Ascendían meciéndose de forma agradable, la sensación de placer y relajación era intensa. «Ploc» no quería salir de ese estado de éxtasis, «Gotita» tenía la misma sensación, pero era consiente por experiencias anteriores de que está subida junto a su compañera de viaje no sería eterna y en poco tiempo acabaría.

Llegaron al gran cúmulo blanco, reuniéndose con millones y millones de compañeras que de a poco iban llegando.

La tensa calma del comienzo se fue convirtiendo en murmullo, una a una se iban agregando más compañeras. Se fueron apretando cada vez con más fuerza, el color blanco y apacible del cúmulo se convirtió lentamente en gris claro, pasando luego a gris oscuro y terminando en un negro intenso.

El frío penetrante comenzó a hacer efecto en el cumulonimbos, la combinación de agua y electricidad produjo una serie de fuegos artificiales fantásticos. Por unos instantes la multitud se extasió y luego oyeron un ruido ensordecedor y majestuoso que los hizo entrar en pánico, se apretaron aún más, y de un momento a otro debido al gran peso de los millones de gotas, se dispararon hacia el fondo del abismo.

—Gotita, ¡no me dejes solo!— grito Ploc con todas sus fuerzas.

—calma Ploc—replicó Gotita.

—Esta situación la he vivido en infinidad de ocasiones, siempre permaneceré junto a ti.

Se precipitaron a veinte Km./hora

En caída libre.

En minutos las dos gotas de agua junto con millones más fueron cayendo poco a poco. Gotita y Ploc aterrizaron en una humilde casa en el extremo oeste de la ciudad, la teja de barro las recibió plácidamente. La canal que fungía como tobogán alegro nuevamente a Ploc, se deslizaron por unos cuantos metros, para luego caer nuevamente. Tropezaron con el duro suelo, y luego fueron arrastradas hacia una cuneta que los recibió junto con gran cantidad de compañeras.

Prosiguieron su camino, empujadas por la eterna gravedad hacia un pequeño arroyo que los condujo a una quebrada más ancha.

Ploc era feliz, las variadas sensaciones que experimentaba en su recorrido le alegraban constantemente, Gotita sonreía al ver la tremenda alegría de su compañera inexperta.

Luego de unas horas la quebrada los condujo a un río más grande dónde navegaron tranquilas durante varios días.

—Gotita, ¿Por qué conoces este recorrido?

—La verdad, es la primera vez que lo hago, cada ciclo que realizó es diferente, nunca lo repito.

—Dime, ¿por qué no recuerdo nada de mis «ciclos» anteriores?, pregunto Ploc.

–No lo sé, me han comentado unas compañeras, que cuando caemos en tierra firme y no nos desplazamos, se crea un filtro que nos conduce a un lugar tenebroso, oscuro y subterráneo y posiblemente se borró tu memoria.

—¿Y desde cuándo estamos en estos continuos ciclos? Preguntó Ploc.

—Tampoco lo sé, supongo que he perdido la memoria en varias ocasiones, quizá cuando me filtré e introduje a los subterráneos oscuros.

—Tal parece que nunca moriremos, somos unos eternos viajeros mojados, ja, ja, ja.

Luego de dos días llegaron a un gigantesco rio de aguas mansas que discurrían lentamente. Gotita y Ploc se volvieron las mejores amigas, Gotita le narro innumerables historias fantásticas de sus largos recorridos. Fueron experiencias maravillosas que les alegraron el alma.

Al cabo de unas semanas el gran río con sus dos viajeros desembocó en el océano descomunal.

—¿y ahora qué? Preguntó ploc

—En cualquier momento el gran astro que vez allá arriba nos calentará a tal punto que nos evaporaremos y subiremos nuevamente hasta formar una nueva nube. ¿No te parece magnífico?

—por su puesto que si—respondió Ploc, y agregó:

—»Solo te pido que no me sueltes nunca, que siempre me lleves de la mano».

GRACIELA PELLAZA

«Como bateria agotada, un dia termina.

Falta poco me dijo mi viejo amigo, doctor experto y piadoso con sus palabras, me dió a elegir

-¿Quieres irte a tu casa?

-Y la verdad, que sí.

No hay hueco más bello que el hueco tibio de mi cama. Lo conocido siempre es bello. Tuve esos ataques de miedo, pero prefiero el sillón de la sala, el baño pequeño, mis toallas.

En estas situaciones odiosas aparecen los filtros, el cedazo por donde uno intenta pasar todo, en malla de metal arroja uno los días vividos.

La cabeza no guarda todo…selecciona.

Una piel, una herida, un llanto ajeno, un gato un perro, el agua limpia, un techo, el gusto de la salsa, lo que provoca la risa. Un suelo verde, unos zapatos nuevos, una carta, una vecina, un regreso y una despedida. Un beso, un nombre, una calle, la burbuja del champaña.

En el filtro esta el suero.

Cuento con los dedos las cosas maravillosas, esas por las que vale la pena venir al mundo y morirse.

¿Viste el pan amasado? Descansa y se eleva.

Estoy repartiendo el pan.

Eso que no se cuenta infla el mundo, las palabras mudas.

Por eso las escribo.

EVA AVIA TORIBIO

Filtro

¿Recuerdas a doña Antonia, a su hija Silvia y a su nieta Katherine?, imagino que sí y si, todavía, no te has adentrado en las aventuras de estas tres mujeres, búscalas, te prometo, que vas a reír. Pero hoy, la protagonista, con la ayuda de ellas, va a ser otra. Pues no hay mas filtro, que el que posee nuestra protagonista, una trabajadora del supermercado de la esquina.

9:00 de la mañana, de cualquier día de la semana. Abriendo las puertas del supermercado.

“Madre mía —suspiro y pienso en voz alta. Están todos ociosos por entrar, ni que se fueran a terminar todas las existencias de la tienda”

—¡Buenos días! ¡Bienvenidos! —estoy muerta y pensar que todavía me quedan seis horas de trabajo. Pero, Aida, ya sabes, tienes que ofrecer tu mejor sonrisa.

Medio minuto ha transcurrido desde la apertura y la cola ya llega a la perfumería.

—¡Buenos días! —le digo al primer agonioso de la mañana. ¡Buenos días! —le repito. Bueno, pues no hay buenos días —susurro entre dientes para que no me escuche. 0,48 céntimos. ¡Gracias! Que tenga un buen día —metiendo el dinero en el cajón.

—¡Buenos días! —pasando el primer producto, con sumo cuidado.

—Una bolsa —me dice sin levantar la mirada, mientras sigue colocando los productos en la cinta.

—¡Buenos días! —le repito, mientras continúo pasando su compra al otro lado de la caja.

—¿Cuánto me ha dicho que le debo? —me dice con cara malhumorada y señalando su compra.

—Perdón, todavía no le había dicho lo que le cuesta la compra. ¿Tarjeta o efectivo? —pues tampoco hay buenos días. 20,69 —intentando ayudar a embolsar, pero me quita la bolsa de mano.

—Efectivo —sacando la hucha.

“Tierra, trágame. Giro la cabeza dirección a la cola que me va a liar y no puedo hacer nada”

—¡¿Puedes llamar a otra cajera?! —grita una clienta que está al final de la cola.

—¡Buenos días! Vengo para que me devuelvan el dinero de este jamón cocido, tiene moho —me dice una señora que ha entrado por la puerta.

—Un segundito, por favor, que termine con este cliente y la atiendo enseguida —asintiendo, mientras cuento las monedas.

—Ténganme un poquito de paciencia, que es la hora del almuerzo —dirigiéndome a los clientes de la cola.

—¡Madre mía, terminan de abrir y ya están almorzando! —suelta otro malhumorado con una lata de cerveza.

“¡Dios, dame paciencia! Ya de buena mañana y ya borracho”

—Muchas gracias, que tenga un buen día —guardando los 20,69 en monedas en los cajetines.

—¿Cuándo compro este jamón cocido? —abriendo el paquete. Mientras la cola se hace más larga.

—El martes pasado —enseñándome el tique.

—El martes pasado —asintiendo con la cabeza mientras pienso que cojones quiere que le devuelva, si se le ha estropeado en casa. Un segundito que le llamo a la gestora, cogiendo el teléfono para llamar.

—Buenos días, bonica —me dice, doña Antonia.

—Buenos días, doña Antonia. ¿Cómo está su nieta? Katherine, ¿verdad? —mientras observo toda la compra que lleva, ella sola no va a poder.

—En su cueva. Cualquier día salen ratas de su habitación. ¡Que cruz! —agitando la cabeza, mientras levanta su carro.

—¡Ja, ja, ja! Que buena eres —pasando los productos. Menos mal que de vez en cuando hay alguna clienta que me alegra el día.

—¿Me deja pasar? —dice el borracho a la clienta que va detrás de doña Antonia, al que miro y tengo ganas de quitarle la tajada de un bofetón, pero, no puedo.

—Hay que ver, que tejada lleva. ¡No le da vergüenza a estas horas de la mañana! —le dice, doña Antonia, levantando un poco el paraguas que lleva siempre por bastón.

—¿Vienen su nieta o su hija a ayudarla? —el borracho se está poniendo nervioso y me está alterando al resto de clientes.

Cojo el teléfono y llamo a la gestora.

—¿Puedes ponerte en la caja de Juani?

—Por orden de cola pasen por esta caja —les señala, Suni, que ha acudido inmediatamente.

—Enseguida viene mi hija, que está en el estanco —mirando al borracho que está a punto de caer.

—¿Cóbrate? —dándome las monedas.

—Un segundito caballero, que todavía no he terminado con la señora.

Doña Antonia está comenzando a enfadarse y eso no es buena señal.

—Tranquila, que aparco la compra y le cobro al caballero.

—0.32 céntimos —levantando la mano para recoger las monedas, pero el me las tira. Que asco, lo que hay que aguantar y encima no tiene más mierda porque no se puede.

—¡Caballero! ¡Toma! —dándole con el paraguas, provocando que caiga al suelo. ¡Y ahora te vas a dormir la tajada, guarro!

—¡Mamá! —grita, Silvia, entrando por la puerta, perpleja por ver la actuación de su madre, aunque en el fondo no le sorprende.

No lo he podido evitar y me ha entrado la risa. Doña Antonia es todo un personaje y parece que me ha leído el pensamiento. El borracho se levanta a tientas del suelo y se marcha. El resto de los clientes, ya más sosegados porque se a puesto Suni en la otra caja, murmuran sobre lo sucedido.

—¡Ni mamá, ni ostias! ¡Borracho de los cojones! ¡Que cruz, lo que tienen que aguantar estas pobres chiquillas! —dándole golpecitos a su hija, para que mueva más rápido las manos.

—¡Que esperen, yo no tengo prisa! —le responde, Silvia, a su madre.

—Llama a la niña para que salga de la cueva y venga a ayudar. ¡Que haga algo, la floja! —dice, Antonia, sacando la tarjeta cliente y la de pago.

—Mamá, aquí no —asintiendo resignada.

—Tranquila, no pasa nada —riéndome. Son 169.69€ —moviendo el separador, para hacer sitio al siguiente cliente.

—¿Me has pasado la tarjeta? —mostrándome la tarjeta cliente.

—Por supuesto, es lo primero que he hecho.

—¿Cuánto me has dicho?

—169.69€ —sonriendo, porque ya la veo venir.

—¡Ayyy! Que tiempos aquellos en los que una gozaba del 69 —con cara picarona.

—¡Mamá!

—¡Tú calla, que a este paso te salen telarañas! ¡Y llama a la floja de una vez! Que cruz…

—¡Ja, ja, ja! Gracias y hasta otro día.

Todos sabemos la definición que nos da la RAE sobre filtro, a este le añado las respuestas a ciertas actitudes de nuestro día a día. Este es un ejemplo sencillo. Filtrar nuestras emociones, en ocasiones, es una ardua tarea y muy poco valorada. Como yo digo, trabajar cara al público, no está pagado.

CHIISAY UMI

Un día te conocí, un día del que recuerdo cada segundo como si hubiera sido fotografiado cuadro por cuadro, ese día tenía tanto miedo en todo mi ser como si algo me estuviera poseyendo y no sabía por qué, nunca supe que pasó realmente, pero seguro era el inminente choque de dos estrellas de universos distintos.

Luego, al verte empecé a sentir que todos mis miedos se diluían, es sólo un muchacho (me decía a mi misma), y cuando me di cuenta ya habían pasado 5 horas y yo ya había descubierto que te amaba y era claro que no era de esta vida.

Seguramente, ese día hubo una alineación atemporal para que el sol y la luna pudieran verse aunque sea un instante, y descubran que puede existir un trozo de tiempo para que puedan amarse intensamente, como los sólo los eternos amantes de varias vidas lo hacen.

Y así empezó nuestra historia en esta vida, así tu oscuridad y mi luz empezaron esa danza llena de amor y sensualidad en cada encuentro, asi empezaron a llegar las risas, los abrazos y los te amo, asi como llegan los regalos de navidad, uno tras otro, asi como llega el aire a tus pulmones, sin que lo pidas, sin que lo esperes, todo llegaba, todo se daba y este amor iba creciendo y la intensidad empezaba a resquebrajar tu frágil mente.

Y fue ahí que me dí cuenta que tu no veías nuestro universo con claridad, como yo lo hacía. No, tu tenías un velo en tu mente que a veces te nublaba y eso te empezaba a distanciar de mi, de nuestro amor, de todos los milagros que ocurrían día con día.

Y mientras tu no veías con claridad, yo tampoco lo hacía, porque este universo que creábamos con cada encuentro era como un sueño del que no quería despertar.

Yo no quería ver que había una diferencia de casi 20 años entre tu y yo, tampoco quería ver que tenias ansiedad y depresión, tampoco quise ver que me estaba enamorando como una adolescente de ti.

Y como dos ciegos, nos amábamos. Y como todo sueño, un día me desperté y ya no estabas ahí, sólo había silencio y quietud.

El tiempo pasaba lento, lento como si cada segundo fuera tan pesado que no pudiera avanzar, y esta sensación de ahogo en mi pecho que me traía cada madrugada y que desembocaba en un llanto incontenible, eso y tus recuerdos que inundaban todo mi ser, esos eran los compañeros que ahora tenía por no haber podido ver a tiempo que sólo en las películas los amores asi tienen finales felices.

Y ahora, que ya no lloro, ahora que ya he podido retomar mi vida, ahora es cuando me doy cuenta que a veces uno pone filtros convenientes para no ver lo evidente, filtros que te hacen parecer algo mas hermoso de lo que realmente es, filtros para poder sonreír aunque sea un instante, filtros para seguir teniendo motivos para seguir viviendo.

BEGO RIVERA

Este relato puede causar malestar a gente sensible pues está escrito sin filtro, abstenerse de leerlo.¡¡Gracias!!

Sin filtro

Aunque a Lucas —quizás debido a su edad—nunca le había interesado la tecnología acabó absorbido por las redes sociales. De lo único que se arrepentía era de no haber querido explorarlas antes.

A sus cincuenta y seis años apenas llevaba unos meses navegando por ellas y ya le era difícil imaginar su vida sin ellas.

Sin trabajo y sin ganas de trabajar vivía de un subsidio del estado— según él muy merecido— después de pasar diez años en prisión por pedofilia.

Los tiempos habían cambiado, antes se conformaba con su vieja cámara Nikon para inmortalizar sus andanzas; ahora, un mundo nuevo se abría ante él gracias a su ordenador. Tardó poco en encontrar su coto de caza, al principio le sorprendió ver que eran cientos de miles los que gustaban de su mismo placer, y terminó acabando en la Deep web.

Sorbió plácidamente su café caliente mientras lo iba intercalando con caladas de la mejor hierba.

Antes de adentrarse en su placer favorito dió una vuelta por las distintas redes para ponerse al día de las novedades.

Vio que echaban humo como siempre; los vídeos virales eran desternillantes: un tío pegando guantazos a toda mujer con la que se cruzaba en el metro tirando al suelo incluso a una, en otro, unos narcos a toda velocidad en su lancha mataban a dos guardias civiles mientras los perseguían, Lucas no sabía cuál era mejor, se reía a carcajadas. Leyó también las últimas noticias: dos adolescentes matan a su madre, algo haría la madre pensó Lucas, varías guerras, manifestaciones, tormentas, sequía, agresiones, los ocupas eran noticia todos los días, él los animaba en voz alta como si pudieran oírle, total, él era también un ocupa.

Pensó que el mundo había cambiado…mucho; se rió, ahora era más fácil delinquir que antes, ahora salía barato.

Pegó otra carcajada y se levantó de su escritorio, eso le hizo recordar que su madre no había comido aún. Abrió la puerta de uno de los aseos, su madre seguía encadenada al lavabo, había sido lo suficientemente generoso para dejarle un par de mantas y tenía el WC al lado, así él no tendría que limpiar sus cosas, pues a él le daba asco, sin decirle nada cogió la bolsa de pienso y se lo tiró, vio que la mujer se lanzaba con ansía y con miedo a la comida.

—¡Qué asco! ¿ No te da vergüenza ser tan cochina?— sentenció más que preguntó —si no fuera por tu pensión…

Salió enfadado y se dirigió a su dormitorio, los dos niños con caras asustadas le miraban.

—¿ Quién os ha dado permiso para que me miréis?

Uno de ellos cerró los ojos, el otro seguía mirándolo.

—¡ Maldita sea! ¡He dicho que no me miréis!— gritó zarandeándolo hasta que el chico encadenado cayó, percatándose en ese preciso momento que estaba sin vida —¡ Mierda! ¡ Otro que no aguantó!

Lo soltó de las cadenas y lo bajó al jardín, donde lo enterró junto a los demás.

Silbando se encaminó hacia su ordenador a seguir donde lo dejó.

LOLI BELBEL

TU SUEÑO EN MI SUEÑO

Te escondí

para que nadie

más que yo pudiera verte…,

en lo más hondo de mi corazón

en el centro abierto de mis entrañas,

en el lado bueno de mi alma…

Edifiqué

una casa colgando del cielo

para que tuvieras siempre la luz del día

y la luna en la ventana…

Seré

siempre tu cobijo sin nubes

sin sombras…,

-un sueño dentro de tu sueño-.

Masticaré

tus lágrimas de antaño,

y vestiré

tu cuerpo de versos

y de espejos…

Mi espíritu íntimo

volará

esparciendo como los pájaros

sus secretos al viento…

Y tú,

recogerás

mis palabras

parando relojes

bajo el rocío de la vida…

-sin arrugas ni filtros

que pudieran ajarlas-

ROBERTO MASSI

Se encontraron en una app de citas on line.

Estudiaron perfiles de Facebook e Instagram, intercambiaron mensajes y pautaron un encuentro.

Eliana llegó primero era puntual y ansiosa. Esteban la encontró sentada junto a la ventana controlando los arribos. Dejó ver en la mirada que agradecía no mintiera las fotos, incluso en persona, le pareció más guapa. Acercó tímido su rostro de mejilla helada para un saludo. Los nervios, los primeros movimientos torpes, hicieron que casi rozaran sus labios. Sonó a marca registrada, un recuerdo que podía durar para toda la vida.

Pidió un ristretto y ella un café con leche grande y una porción abundante de selva negra.

Comenzaron hablando de temas triviales, ninguno habló mucho de sí, tampoco preguntaron nada que incomodara. No obstante, descubrieron puntos en común y motivos para reír sobre las preferencias.

Hora después, Esteban pagó la cuenta. Se miraron con ternura, al unísono expresaron que el tiempo había pasado volando y quedaron en verse en una semana. Se marcharon con la certeza que se habían gustado, que allí había algo.

Para Eliana esperar tanto era morir de a poco. Esteban en la oficina estuvo ensimismado. El viernes se preparó para otra cita pactada de antemano. Durante el baño pensó en Eliana, no podía sacarse de la cabeza su sonrisa, sus hombros, el casi roce de labios y tuvo una erección poderosa. Acudió fastidioso al bar, al llegar, descubrió que la candidata abusaba de los filtros en las fotos y se escabulló silbando bajito. Al regreso, proyectó sobre una larga pared blanca, la cara de Eliana riendo.

Encontró la pizzería del barrio abierta, pidió cerveza y dos fugazzetas para mitigar el hambre y demorar el reencuentro con la soledad. Se preguntó si era justo tener que contar toda su historia otra vez. ¿Servía de algo documentar los fracasos? ¿Quién mentiría primero? Volvió a repasar la primera cita. Algo no le cerraba. Ya volverá, volverá o se lo llevará el viento, pensó.

La semana de Eliana pareció de diez días. Desarreglos estomacales la tenían a mal traer. Elucubraba diálogos hipotéticos. ¿Qué lugar sugeriría? ¿Que contaría y qué no? Esa noche, soñó que el mejor sexo que había tenido en la vida tenía la cara de Esteban.

Llegó el día deseado, restaba entrar a la app, colocar lugar, hora y disfrutar lo que llegara.

Eliana, planchaba el vestido por segunda vez cuando se le ocurrió sopesar los últimos ocho años. Las preguntas subieron de a una por las escaleras del sótano: ¿Beberá? ¿Cómo serán sus amigos? ¿Tendrá esposa e hijos? ¿Habrá golpeado alguna vez a una mujer?

Esteban estaba frente al espejo cuando visualizó el detalle que no recordaba: ¡un ristretto contra un café y una exagerada porción de torta! Si así pide la primera vez, ¿qué será capaz de pedir después?

Los dos se sentaron ante la computadora al mismo tiempo. La luz apagada, los mismos gestos de desilusión en la cara y con un movimiento mecánico, se dieron de baja del sitio de citas.

MARÍA JOSÉ AMOR

LA NOVEDOSA FILTRACIÓN (Para el tema filtro)

Facultad de Ciencias de una universidad cualquiera. Mes de junio, mediados de los años 90 del SXX.

La profesora de Análisis Matemático del Grupo 2 del segundo curso de la Licenciatura en Física, estaba intrigadísima. Un grupo de alumnos bastante numeroso, en las respuestas de tipo test coincidían en los mismos aciertos y los mismos errores y en uno de los problemas, todos cometían el mismo fallo, por tanto, se habían copiado, pero ¿cómo? ¿de qué manera? Porque, lo recordaba bien que los conocía a todos del año anterior, estaban muy separados entre sí.

Tras darle vueltas y más vueltas, y totalmente desconcertada fue a hablar con la jefa del Departamento a ver si se le ocurría algo y resultó que, habiendo puesto exámenes distintos ¡en los otros grupos había sucedido lo mismo!

Conclusión: se habían filtrado las preguntas y unos cuantos habían hecho el examen “en común” y lo copiaron de una “chuleta” preparada en casa.

-Hay que investigar cuál ha sido el filtro por donde se han colado estas preguntas – dijo la jefa en la reunión convocada para hablar del tema.

Cada uno dio su opinión, aunque sabiendo de entrada que era bastante alejada de la realidad. Pero, de momento decidieron no decir nada ni por supuesto poner notas.

Comenzaron a indagar preguntando al personal si había visto algo extraño, comenzando por los que habían estado presentes en el examen ayudando a vigilar: doctorandos y profesores de prácticas, pero nadie detectó nada, excepto un par a los que se les llamó la atención por hablar y otro al que se le sacó el examen por descubrirle una “chuleta”.

Fue interrogado también el personal de la limpieza, ya que tenían acceso al armario donde se guardaban las llaves de los despachos de los profesores, a los que cada mañana entraban para limpiar, por si habían detectado alguna novedad tanto en las llaves como en los despachos, pero ¡nada!

A todas estas, en Secretaría les azuzaban de entregar las notas ya, que era el único departamento que no lo había hecho, así que, sin saber qué hacer decidieron hablar con el Decano para exponerle el caso.

Él, a su vez, comentó que también había notado algo similar en Geometría, que era su asignatura, aunque en menos proporción por lo que no le dio demasiada importancia.

En esas estaban cuando entró su secretaria llevando un documento para firmar urgentemente, parándose en ese momento ya que de su bolsillo salía un extraño sonido.

-Perdón un momento- dijo, a la vez que sacaba un, aparentemente, teléfono portátil, por el que se limitó a decir-luego te llamo- colgando a continuación.

Tras firmar el documento el Decano le preguntó:

-¿Desde cuándo nos han instalado un portátil aquí?

Ella, sonriendo respondió:

-No es un portátil doctor, es un móvil ¿no los conoce?

Y lo enseñó, explicando su funcionamiento y que, a través de él, podían mandarse mensajes. Uno a uno, se miraron entre sí cayendo en la cuenta del porqué la extraña estructura de aquellas máquinas de calcular que utilizaban algunos alumnos.

JOSÉ LUIS USÓN

SOLILOQUIO

Kentwood (Mississippi)

12 de febrero de 1924

Yo, Jewel Guilligan, cuando ya casi puedo sentir en mi cuello el abrazo áspero de la soga, que paciente aguarda mi llegada. Quiero contar aquí y ahora —sin disfraces ni artificios que pudieran ofrecer de mí una imagen amable, un filtro que la humanizase, distorsionando lo que realmente soy—, la verdad de lo ocurrido aquella noche, en la que el difunto señor Powers, acudió puntual a su cita con su destino, mi destino.

La noche, hacía ya rato que había cubierto con su negra capa, toda la esfera del cielo. Las puertas de todas las tabernas vomitaban despojos de humanidad y se apagaban las luces de las lámparas. Como tantas noches, mis pasos torcidos por el whisky, se dirigían, más por costumbre que por algún atisbo de racionalidad, hacia el establo del señor Snopes, lugar en el que, desde que perdí mi casa y mis tierras, paso las noches junto a las mulas. A cambio, le ayudo en las labores de la granja en la medida de mis posibilidades, que no son muchas, debido a esta maldita cojera que arrastro desde hace años —No sé qué hubiera sido de este saco de huesos, sin la bondad y la caridad del señor Snopes—.

Cuando doblé la esquina de la calle de aguadoras, lo vi. Se despedía cordial de otros terratenientes, que, como él, se repartían las pocas tierras que aún no tenían dueño y usurpaban con malas artes las que aun, teniéndolo, estos eran tan zafios e ignorantes, que se dejaban engañar en un juego, que tenían perdido de antemano. Tal fue mi caso. Cuando comenzó a caminar hacia donde yo estaba, instintivamente busqué cobijo entre los álamos que había al otro lado de la calle —el que no estaba ocupado por edificios—. Me agaché con la infantil idea de hacerme invisible, y una vez en cuclillas, mi mano nerviosa fue a dar con los bordes duros e irregulares de una piedra. Juro ante Dios Todopoderoso, que hasta ese instante mi intención era alejarme del señor Powers, poner distancia con la persona que había cogido mi vida y la había sacudido, hasta dejarla convertida en un lecho de despojos. En ningún caso hasta ese momento tenía intención de causarle ningún daño, lo Juro. Pero de pronto, algo cambió en mí, un brutal rasgo de mi personalidad que siempre había estado ahí, dormido, despertó con tal furia que fue imposible hacerle frente. Ojalá pudiese decir que era el whisky el que guiaba mis actos, el que movía mis manos, ojalá. Pero no, en las postrimerías de mi miserable existencia he prometido no aplicar filtros a lo que soy, no quiero aplicarme una piedad que no tuve con el señor Powers. Cuando llegó a mi altura, pude aspirar el dulce y embriagador aroma del humo, que, en pequeñas volutas, ascendía de su pipa. De golpe, me levanté blandiendo la enorme piedra en mi temblorosa mano, la cenicienta mirada del señor Powers convergió con la mía, amarilla de rabia. Nada en el mundo habría podido cambiar mi decisión en ese momento. Con toda la fuerza que pude, bajé la piedra hasta hundirla en su enorme cráneo, que sonó como una sandía que cae al suelo. El señor Powers quedó tirado boca arriba, sus ojos, ahora vacíos me miraban sin verme, y en un arrebato de ternura se los cerré con mis manos homicidas.

Juzguen ustedes si soy o no, un monstruo que merece cien veces el castigo que hoy voy a recibir. Yo por mi parte ya me he juzgado.

MARÍA JESÚS GARNICA

Voy a contar la historia de mi tía Carmen.

Mi tía Carmen, era según ella sin filtro, soltaba lo qué salía por su boca, qué según pensé yo alguna vez no por su cerebró.

Por qué, está bien qué seas sincera, pero tía Carmen, siempre para mal?

Mi tía Carmen creo qué tiene algún trauma, mi madre, su hermana intenta justificar, pero no.

Hay anda, en la vejez sola, según ella, por qué dice lo qué piensa y la gente no está preparada para la verdad. Su verdad.

La única que la aguanta es mi madre, bueno la sufre.

Alguien tiene una tía Carmen? Seguro qué si.

NILA J BOHORQUEZ

«Aromas de café»

¡Con mi mirada en lontananza, apoyada en mi pintoresca mesita del jardín y asida entre mis manos, una taza de café…aspiro su exquisito aroma deseando compartir sorbo a sorbo, sentimientos de alegrías, satisfacciones y otras tantas emociones salpicadas de añoranzas!…

¡Y al concentrarme en esa taza de café… mi imaginación revolotea y entre la aromática humareda percibo letras dibujadas con hilos de humo, describiendo hermosas escenas del ayer con palabras mudas rozando con nostalgias el alma solitaria!…

¡Y así… mientras saboreo lentamente el café, ese café que ha sido colado con el más exigente filtro, mi mente va marcando las líneas de los recuerdos que hoy se han asomado a mi frágil memoria!…

NUMIRALDA DEL VALLE

SIN FILTRO

No sé si fue sin querer

O si queriendo lo hiciste

Sé que me lastimaste

Sé que mucho me heriste

Con tus caricias me embriagaste

Tu dulzura me atrapó

Sin imaginar jamás

Lo efímero de tu amor

No te quiero, nunca lo hice

Con saña lo soltaste

Sin filtro, sin compasión

Con aires de gran señor

Tal vez tú te liberaste

En cambio yo… Yo aquí estoy

Con mi alma triste

Dolida, sin ilusión

Al cielo pido consuelo

Del tiempo olvido espero

Para sanar las cicatrices

Que tu ausencia me causó

Segura estoy de lograrlo

Porque a nadie concedo el poder

De mi vida destrozar

De mis anhelos romper

Las decepciones van y vienen

Ellas no matan, enseñan

Forman parte del periplo

Que nos toca recorrer

Fulgurante como el sol

Muy pronto me sentiré

Es verdad, te quise mucho

Pero más, más me quiero yo.

SERVANDO CLEMENS

Sin corazón

Él decía que la había conocido gracias a una aplicación para citas. Que platicó con ella durante un año y que con el dinero que le daba la gente en las calles pagaba una hora en el café Internet. Y que ella accedió a conocerlo.

—No te pareces en nada al hombre de las fotografías.

—Usé uno que otro filtro.

—Tampoco me dijiste que eras vagabundo y viejo.

—Tú no dijiste que no tenías corazón.

—Hmmm…

—Pero te quiero así.

También contaba que cuando le besó sus labios duros y fríos sintió una descarga eléctrica en el corazón mientras veía que una señorita enojada se aproximaba.

—¡Señor, ya le dije que no toque los maniquíes de mi tienda!

MAITE BILBAO PÉREZ

Soy Ana. El tiempo se agota mientras deslizo mi dedo sobre la pantalla, atrapada en la red de algoritmos que tejen una telaraña de contenido. Me he convertido en una mosca más en esta burbuja digital, un capullo artificial que me protege del mundo exterior.

Aquí dentro me siento segura. Apenas opuse resistencia cuando llegué. Otras lo intentaron y fueron silenciadas. Observo a mi alrededor, imitando las conductas de las que permanecen visibles. Debo demostrar mi docilidad. Los filtros que nos rodean son flexibles, invisibles e irrompibles. Resulta fácil dejarse llevar. Luchar contra la corriente es agotador.

Bailamos al son que nos marcan, olvidando las otras melodías. Mientras haya música, la disonancia se ignora. Ayer sentimos vértigo. Hoy no. Nos hemos adaptado. Eso es bueno, según los gurús del algoritmo.

Anoche nos pusieron a prueba. Una nueva voz se acercaba a la burbuja. Sin terminar de ser escuchada, la aplasté con argumentos irrefutables, la disfracé de irrelevancia y la silencié. Ahora está segura, fuera de nuestro alcance.

Han hablado tanto de lo sucedido que siento que la burbuja me oprime. Será por la satisfacción del triunfo. Mis compañeras me imitan. Las redes apenas soportan mi peso, rompiendo la diversidad. El orgullo me invade. Me llaman desde las alturas, tal vez me van a premiar por mi ortodoxia.

De repente, cortan mis filtros. Dicen que me he radicalizado demasiado. Siento una punzada de miedo mientras desaparezco.

–¿Qué será de mí ahora? ¿Podré sobrevivir fuera de la burbuja? ¿Habré perdido la capacidad de pensar por mí misma?

Esta es mi historia, solo soy una mosca atrapada en la telaraña digital.

MATEO VIERA

Despertás sobresaltado. Con una profunda inspiración, que retenés en los pulmones un momento. Mirás en derredor espectante, sin mover un músculo. Estás helado, sin embargo una oleada de calor se va posando en tu costado. Ella está a tu lado, acurrucándose suavemente con un murmullo ininteligible. Afuera llueve copiosamente. Casi parece una cortina gris, da la impresión de no haber nada más allá de un par de metros.

-Buen día. Le susurrás al oído. Su pelo te envuelve como una hiedra, dándote comezón. Ella responde con un ronroneo perezoso, acurrucándose aún más.

-Voy a preparar café. Te sentás suavemente en la cama y ella sonríe con los ojos todavía cerrados, y su sonrisa ahora es la tuya. Te acercás a oler sus cabellos y llenarte en su fragancia. Sabés que ese momento va a quedar grabado a fuego en tu memoria.

Prendés la caldera y molés el café mientras la contemplás, y ella aún sonríe.

-Sabés que tenés que irte. Te dice sonriendo sin abrir los ojos. Detenés la molienda pensativo.

-¿De qué hablás? . Le decís mientras continuás -No es bueno lo que hacés, Tomás. Se corre el cabello de la cara con una mano -Sabés que estás postergando las cosas.

-No entiendo. Pensé que estaba todo bien entre nosotros.

La caldera empieza a silbar, la apagás antes de que hierva.

-¿No viste los filtros de café? Creo que se terminaron. Buscás en los estantes sin éxito.

-¿No entendés? ¿O no querés recordar?

-¿Recordar qué? Girás la cabeza y la mirás de reojo.

-El accidente, del accidente Tomás. Tu cabeza se llena de ecos y esas palabras reberberan profundamente trayendote imágenes difusas. Caminás un poco confundido hasta la ventana.

-Que curioso, afuera no hay nada.

-Es porque es un recuerdo Tomás. Ya es tiempo de que continúes. Bajás la cabeza y suspirás hondo. Te girás y donde ella estaba acurrucada hay un paquetito, con un sobre de filtros de café.

SHELO SHELO

En un pequeño pueblo, entre árboles, colibríes y querubines, vivía una tierna niña llamada Eliza. Las casas del pueblo eran de múltiples colores, encerradas en verdes enredaderas con flores rosadas y naranjas. Desde temprana edad, Eliza mostró un profundo amor por la poesía. Cada atardecer, lleno de destellos del sol que se ocultaba, le daban la esencia de la magia que anunciaba el término del día. Se sentaba junto al arroyo que fluía cerca de su casa, dejando que las palabras danzaran en su mente y se entrelazaran con el rumor del agua.

Un día, mientras exploraba el cuarto de su abuela, Elena, descubrió un cuaderno pequeño cubierto de polvo. La pequeña nariz de Eliza empezó a experimentar un olor extraño para un cuaderno antiguo, pues no olía a agrío sino a verde pino, eucalipto fresco. En su interior, encontró un poema titulado «Sinfonía Angelical», el cual hablaba de los cielos que hacen un filtro muy especial para poder entrar al mundo de la sinfonía y la melodía.

Eliza leyó en voz alta un fragmento de dicho poema:

«Se abrieron los cielos

donde las hermosas nubes cantan,

miles de ángeles hacen fila para llegar a ese anhelo

de cantar en el coro de abuelos donde conejos de alegría saltan.»

De repente, ella cierra los ojos. Sus oídos oyen cantos suaves de guacamayas, susurros de vientos cálidos y armónicos, zumbidos de tiernos zancudos que se zambullían en el aire, ramas frescas, perfume natural de las pequeñas flores que se encontraban en el suelo. Sintió que estaba en un pastizal, este era suave al tacto con sus pies pequeños descalzos, lleno de duendes y hadas con alas de escarlata que cantan un soneto de ensueño.

Eliza se anima, une su pequeña voz al coro. Los duendes la miran encantados y las hadas le dan palmadas suaves en la espalda. Ella siente las manos tibias y cálidas de ellas. Las alas de las hadas a Eliza le causaban cosquillas que le daban risa.

El duende mayor decide dirigir nuevamente la orquesta cantando:

«Duendes mueven sus pies al son del ritmo,

sus manos se pierden con la magia de la vibración,

hadas mueven las caderas con pasión,

voces angelicales salen de sus pequeñas gargantas.»

Ella abrió los ojos llenos de lágrimas que le saltaban de la emoción. Saboreó el salado sabor de las lágrimas doradas. El sonido de los cantos se mezcla con el sabor de sus lágrimas, logrando crear una hermosa serie de notas melódicas.

GUILLERMO ARQUILLOS

EL FILTRO DE LA CENSURA

Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las trece.

Como era habitual, comenzaron las numerosas explosiones distantes que infundían temor a todos; sabían que durarían exactamente una hora. Siempre bombardeaban Praga durante una hora exacta.

Iván se había servido un vermut; desde que el Imperio comenzó a atacar, apenas había vermut en Occidente. Era un muralista privilegiado que hasta vivía en una casa con un tejado casi aceptable, no como los demás artistas. Tenía los ojos verdes y una envidiable forma física porque, desde que conoció a los de la resistencia, hacía mucho deporte. La mayoría de los checos no tenían tiempo para el ejercicio; estaban preocupados por sobrevivir y temblaban ante la posibilidad de contagiarse de las enfermedades que lanzaban las bombas del Imperio cada día entre las trece y las catorce horas.

Iván se había levantado tarde. Aquella mañana estaba planificando nuevas obras que, si conseguían atravesar el filtro de la censura, acabarían embelleciendo las calles y difundiendo las «ideas convenientes». En Occidente, las únicas ideas aceptables eran las que el poder etiquetaba como «convenientes». Los autores que tenían otras ideas eran perseguidos, acusados de colaborar con el Imperio, y los arrestados desaparecían para siempre.

Iván encendió la tele. Poco después de las trece se transmitían las imágenes de los contagiados el día anterior. Los pocos que se aventuraban a pisar la calle entre las trece y las catorce, morían en medio de dolores horribles, con el aliento sangrando y los ojos reventados, con las extremidades mutiladas a consecuencia de una extraña y repugnante lepra. Este espantoso tormento concluía en unas seis horas, de modo que quienes aparecían en aquel momento en la pantalla ya estarían enterrados en las fosas comunes.

Sonrió. Por un instante se acordó de Alicia, la actriz que conoció la noche anterior. Iba casi borracha, luciendo ojos de gata y pechos generosos; y él sintió su magnetismo desde el primer segundo.

«¿Dónde habrá estado escondida Alicia todos estos años?, pensó. «No es una tía corriente, desde luego que no. Si la hubiera visto antes, me habría fijado en ella».

A Iván le brillaron los ojos, agitó la cabeza con rapidez para dejar de soñar y levantó las cejas. Eran más de las trece y media. En la pantalla, una de las infectadas… ¡Era Alicia!

No cabía duda: aquellos ojos, aquel pelo, la forma de aquel cuerpo eran los de Alicia; pero su aspecto era muy distinto del que tenía la noche anterior… Iván arrugó la frente, echó la cabeza hacia atrás, se quedó boquiabierto y contuvo la respiración. ¿Cómo era posible que hubiera trozos de los brazos y los dedos de Alicia caídos en la calle, sumergidos en un gran charco de sangre? Era imposible: aquella chica había estado bebiendo ron con él hasta las tres de la noche. Si se había infectado en el bombardeo del día anterior, tenía que estar muerta.

Se frotó los ojos de nuevo. En la resistencia lo habían avisado de que las bombas, las bacterias y los cadáveres de quienes salían a la calle entre las trece y las catorce eran una enorme mentira del gobierno. Raúl, su mejor amigo entre los rebeldes, hasta decía que la existencia del Imperio era una farsa, que lo único real era el miedo. La población estaba dominada mediante el miedo. La dictadura era la verdadera infección del espíritu de los occidentales; su arma era el temor.

En aquel momento llamaron al timbre, Iván miró hacia la puerta, pero no se movió. Las imágenes de la pantalla eran ahora todavía más dramáticas. Se veían trozos ennegrecidos de varios niños que hacían compañía al cuerpo, ya sin vida, de Alicia.

Volvieron a llamar. Temeroso, se levantó y se dirigió lentamente a ver quién era, pero alguien tapaba la mirilla.

—¿Quién está ahí? —se atrevió a decir.

Inesperadamente, la voz que respondió fue la de Alicia:

—Ábreme, Iván, por favor —suplicó en voz baja—. Necesito que me ayudes.

Le pareció que la chica estaba llorando. No podía ser, no podía ser, Alicia tenía que estar muerta. Pensó que Alicia o quienquiera que fuese le hablaba en voz baja para no alertar a los vecinos.

Iván abrió la puerta e inmediatamente se arrepintió. Trató entonces de cerrarla con todas sus fuerzas. De repente comprendió todo y actuó tan rápido como pudo, pero no fue suficiente: una bota militar de gran tamaño le impidió que volviera a cerrar. Junto a Alicia había cuatro musculosos policías que lo apuntaban con sus armas.

—Pero, ¡qué tonto eres, tío! —dijo Alicia. — ¿A quién se le ocurre contar a una desconocida tantos detalles sobre la resistencia? Eres un estúpido, Iván. Ahora mismo acabamos de detener a tu amigo Raúl. Luego iremos cazando al resto.

Iván no sabía qué decir; le empezó a temblar todo el cuerpo.

—Ahora sí que podrás charlar tranquilamente con tus compañeros —dijo la chica—. Ya sabes, cuando arrestamos a alguien, desaparece. Siempre desaparece —Alicia sonrió—. Por cierto, ¿qué opinas de las imágenes que me grabaron ayer en el plató?

Iván apretó los puños y los dientes. En aquel instante, despejó todas sus dudas. El gobierno había encontrado el mejor instrumento para someter a la población: el miedo.

Era un día luminoso y frío de abril y los relojes daban las catorce y un minuto.

RAÚL LEIVA

El filtro humano

Hay aromas de la infancia que nos marcan para siempre. No se sabe si es la fragancia en sí, las circunstancias del entorno o solamente es la frágil inocencia con que se reciben ciertas cosas en la vida.
Augusto Quiroga, era un anciano setentón y soltero hasta la médula. Su vida pasó más tiempo arriba de un avión que en tierra firme. Fue un viajado ingeniero químico que sabía hacernos reír con explosivos caseros y tintas invisibles que fabricaba con sustancias comestibles que podíamos encontrar en nuestras cocinas de diario. Sin dudas había aprendido mucho en su vida y se afanaba por aplicarlo en lo cotidiano. En su jubilación, decidió mudarse cerca de casa por la proximidad al río y por el clima de campo que se vivía en San Cristóbal.
Pero lo que más nos atraía, era conocer el secreto de sus maníes tostados, tenían un sabor único como nunca ninguno había probado en la vida. Lo seguíamos en secreto, pero todos los intentos terminaban en una puerta que él, ingeniosamente llamaba «Laboratorio Q» y cuya llave colgaba de su cuello. Cada vez que se encerraba en el laboratorio, por la ventana salía el inconfundible olor a maní tostado, y era un llamado que ninguno podía resistir, todos dejábamos el partido de futbol, o las escondidas y corríamos a lo de don Quiroga, quien minutos después, salía con tres enormes cucuruchos de papel de diario repletos de exquisito maní. El secreto radicaba en un filtro de su invención nos decía, frase que nunca entendimos a pesar de nuestra curiosidad de niños.
Nuestras madres empezaron a ponerse celosas y empezaron sin éxito, a probar distintas fórmulas para tostar maní. Lo único certero, era que lo compraba por bolsas en el almacén del barrio, el resto un secreto guardado bajo siete llaves.
Cierta mañana se supo de la muerte de don Quiroga. Los que éramos sus habitués, sentimos una gran pérdida, obviamente en la medida de nuestras posibilidades. Escuchamos en el almacén, que sufrió un infarto mientras dormía llevándose consigo uno de los grandes secretos de nuestra infancia. Como no tenía familiares, los vecinos más cercanos fueron a ordenar sus cosas, los niños de entonces fuimos a ver por última vez la casa. Alguien dijo, «El de la casa velatoria me dio una llave, la tenía atada al cuello, ¿alguien sabe de dónde es?» Como nadie sabía de qué se trataba, la llave quedó allí en una mesa. Nosotros sí sabíamos, era del Laboratorio Q. Cuando estábamos por apoderarnos del secreto, el papá de Diego la agarró y dijo «Debe ser de esa pieza. ¡Vamos a ver!»
Los grandes no repararon en nuestro entusiasmo y curiosidad por saber de ese mundo secreto y casi en forma mecánica abrieron ante nuestros ojos la puerta del Laboratorio Q. No era lo que esperábamos. Siempre nos imaginamos un lugar con frascos humeantes, líquidos verdes y mecheros bunsen y en lugar de eso había un enorme colador de pastas, un tostador ordinario, varias bolsas de maní y una especie de olla. En la pared había infinidad de recortes, pero uno resaltaba entre todos. Era uno que se titulaba «Kopi Luwak». Nuestros padres que sabían leer, quedaron blancos. «¡Que viejo hijo de mil puta!» dijo mi papá, «Con razón había tantos frascos de laxante en la basura.»
Nos sacaron de allí y nunca nos permitieron preguntar nada.
Nadie volvió a mencionar a don Quiroga.
Nunca.

SÁNCHEZ KATA MAR

Pantallas de celulares iluminan la ciudad,

la luz de estas tiene demasiada luminosidad.

Aplicaciones las descargan sin tener piedad,

el sonido es como las abejas, zumban a gran velocidad.

Un mundo de aparatos se vende sin necesidad,

miles de fotos se toman a diario, de afán.

En redes las suben con mucho filtro para ocultar,

la realidad que a menudo prefieren disfrazar.

ARCADIO MALLO

Historias de diario.

Era un hombre rudo. Pelos en el pecho, sobresaliendo por la camisa desabotonada, sucia, de más de una semana sin lavar. Barba de tres días, canosa, y un bigote grande, poblado y desaliñado, más gris que negro, que dibujaba el labio superior alargándolo hasta la barbilla. El pelo grande, despeinado y graso. Muy graso.

Fumaba Ducados sin filtro y no perdonaba la copita de orujo con el café de la maña y media botella de tinto a la comida, cuando no la botella entera, dependía de la sed del día. A media tarde, cervecita fresca y, terminada la jornada, unos vinos en el bar del pueblo, antes de irse a casa. Ya a esas horas, había desaparecido el atardecer y el camino se hacía oscuro, largo y estrecho.

Llegaba a casa con el olor inconfundible de sudor, alcohol y tabaco. Ya nadie lo esperaba, más que la soledad de aquellas cuatro paredes, viejas y húmedas. La entrada estaba presidida por la foto de su madre, «santa y devota», como el mismo se repetía cada noche cuando abría la puerta. Su pasamiento lo había enterrado en vida.

Mirando atrás, en días de filosofía, reflexionaba en como había llegado hasta allí. Buscaba el punto en que su vida se había escorado, llevándolo a la deriva. Posiblemente, todo tuviera su origen cuando empezó a fumar sin filtro. O mismamente cuando empezó a fumar. El idilio con el vino había surgido a posterior, más como remedio que como causa a aquella situación. Perdió el amor de su vida, para el que trabajaba día y noche y que no le faltase de nada, siendo él la mayor falta. Había perdido a su padre, que no había vuelto a tiempo de la emigración para ejercer como tal. Y a su madre, único pilar que sostuvo su deteriorada vida en pie, la consumió el tiempo sin que él lo viera pasar.

Tras la filosofía, venía el llanto agónico, resentido, que rompía el silencio sepulcral de aquella casa. Se dormía en el sillón, a la luz de la chimenea, que no tardaba en apagarse, poco a poco, sin leña que quemar. Como una metáfora de su propia vida, que se consumía lentamente, más de lo que él deseaba

CARLOS RODRÍGUEZ

Una ducha rápida, un desayuno aún más rápido y el autobús que les llevaría a Orense para coger el tren de regreso a Vigo. Probablemente aquel sería el viaje más largo de sus vidas, y no por la distancia, si no por el sepulcral silencio que entre ambos reino durante aquellas interminables horas.

Ya en la estación de Vigo fue ella quien rompió el silencio, había estado todo el viaje pensando en que decir y nada le parecía que pudiese arreglar lo sucedido. No quería separarse de él, pero sabía que Vallejo volvería a Galicia dejando atrás su sueño de hacerse investigador si volvían como pareja, y Fernando le había parecido la escusa perfecta para que aquello no ocurriera. No le importaba sufrir por estar lejos del único hombre al que podía amar, debía ser fuerte y dejar que persiguiera sus sueños y, tal vez, algún día podrían volver a estar juntos.

– No he querido hacerte daño, ni tenía intención de que sucediera esto. Seguramente debería haberte hablado de Fernando, y la verdad es que no sé por qué no lo he hecho. No quiero perderte como amigo, ni que esto nos distancie.

– Todo me ha desconcertado y lo cierto es que todavía no he conseguido asimilar ni lo sucedido ni tu noticia, supongo que necesitaré unos días para volver a colocar cada cosa en su sitio dentro de mi cabeza. Me alegra que hayas rehecho tu vida, pero me ha pillado tan de sorpresa que esa alegría se ha mezclado con la bofetada emocional de esta mañana. Pero tranquila, déjame un tiempo para asimilarlo y volveremos a hablar.

Se despidieron con un par de besos en la mejilla y la firme intención de volver a hablar.

Amalia estaba absorta en aquellos recuerdos cuando Vallejo se acercó a la blanca mesa y con un tono de broma decía – Disculpe señorita ¿está usted sola?¿puedo acompañarla e invitarla a desayunar?- Unas risas sirvieron como afirmativa respuesta aunque fueron acompañadas por una continuación de la broma -Puede hacerlo caballero, pero sepa usted que estoy esperando a alguien y no creo que tarde mucho en llegar.

Con una seña Amalia hizo saber a la camarera que la persona que esperaba había llegado y que ya podía traer el desayuno para dos que había pedido al llegar.

En una pequeña mesa junto al acceso al interior de la barra se encontraba una mujer de unos setenta años que no perdía detalle de lo que sucedía en el local y que de vez en cuando indicaba a la camarera que se dirigiese a alguna mesa en concreto, bien para atender nuevas comandas, bien para recoger y limpiar cuando quedaban libres.

Cuando los desayunos estuvieron listos para llevar a la mesa donde se encontraban Amalia y Vallejo, la mujer se puso en pie y dijo a la camarera que ella se encargaría de servir esa mesa, y así lo hizo, con la misma destreza que lo había hecho toda su vida, no en vano se había criado entre las paredes del que antes había sido el bar que regentaba su padre y del que se había hecho cargo al jubilarse éste. Ahora, aunque ya jubilada, seguía pasando allí las horas mientras eran sus hijas quienes se encargaban de mantener en funcionamiento el negocio familiar.

– Hola chicos, cuanto tiempo sin veros por aquí.

– ¿Es usted, Carmen?

– Claro que sí, hija, con veinte años más pero aquí sigo, aunque ahora sólo vengo a pasar el rato.

– La veo muy bien, y lo que realmente me asombra es que nos haya reconocido después de tanto tiempo.

– ¿Pero cómo no iba a reconoceros? Entre estas paredes se han unido y separado muchas parejas, pero ninguna he visto como la vuestra… me alegra muchísimo que volváis a estar juntos.

– No, no, si no estamos juntos- replicó rápidamente Vallejo.

– Bueno, todo se andará- se sonrió la mujer mientras guiñaba el ojo a Amalia y le asentaba un – es que aquel pijo engreído con el que viniste un par de veces no me gustaba nada, no pegaba contigo.

– Pegaba, Carmen, pegaba, por eso me divorcié de él y no he vuelto a saber nada más de tal elemento.

La cara de Vallejo debió de ser todo un poema, pues Amalia le calmó con un rápido -tranquilo, ya te contaré con calma, pero a nosotras jamás nos levantó la mano –

– Pero mamá, deja a los chicos, se les va a enfriar el desayuno por no cortarte a ti… anda, acércate un momento a la panadería de Manolo a ver si le quedan cruasanes ¿puedes hacernos ese favor?

– Sí hija sí, ahora voy… perdonadme si os he molestado, a mis años ya no es fácil aplicar filtros y controlar las ganas de hablar con los clientes.

– No se preocupe Carmen, no sólo no ha sido molestia si no que nos ha alegrado el día saber que sigue usted tan bien y aquí, al pie del cañón.

Mientras la mujer se distanciaba en dirección a la puerta del local para hacer el recado que su hija le había pedido, Amalia intentaba cambiar previsible rumbo que podía llevar la conversación tras su comentario.

– Bueno, cuéntame, me han dicho que estabas saliendo con una morenaza de anti-drogas ¿ qué tal os va? No será fácil ella en Madrid y tú de vuelta en Santiago.

– No sé cómo llegan las noticias hasta aquí, pero de eso ya hace mucho, estuvimos juntos unos meses pero no funcionó, yo no consigo centrarme en ninguna relación. Pero no me quieras liar, los interrogatorios son lo mío y no es fácil hacer que pierda el hilo ¿qué es eso de que a Fernando le gustaba pegar? Y… ¿por qué no me habías dicho nada? Me habías dicho que te había sido infiel, pero no hablaste de malos tratos.

– Si te lo hubiera dicho te habrías presentado aquí y no era necesario, a nosotras nunca nos levantó la mano, aunque sí era un poco posesivo y gritaba por cualquier cosa. De su afición a soltar bofetadas me enteré al mismo tiempo que de su infidelidad, cuando vino la patrulla a arrestarle por una denuncia. Luego, un error en el juzgado hizo que me asignaran a mi la explicación de aquella chica, una jovencita pelirroja que, si no fuese por los moratones y múltiples lesiones en todo el cuerpo, parecía salida de una revista. Tuve que inhibirme y pasárselo a otro compañero, pero ya había visto los datos del expediente.

RAFAEL MENCÍA ESTEVAN

Mi hermano

A mi hermano le mordió un ciervo. Pero no se ha convertido en un hombre ciervo ¿A lo mejor, si le hubiera mordido un lobo? ¿Un murciélago? ¿Una araña radioactiva? Bueno, no se ha convertido en ciervo hasta cierto punto. A veces pienso, cuando le oigo cantar, que sí, que ha llegado el tiempo de la berrea. Me mira, y doy gracias a que ese mordisco no le ha cambiado la morfología hasta el punto de dotarlo de cornamenta, porque coge carrerilla desde la esquina del salón y me clava la frente en la boca del estómago, sin parar de berrear.

Le quiero más que si fuera como todos los demás niños, y eso que se pasa el día incordiando con todo. Cuando se atasca me río, entonces coge lo primero que pilla, lo levanta para lanzármelo y cuando me tiene a tiro, pongo cara de perrito abandonado, y le entra la risa floja, hasta que se hace un ovillo repitiendo la última palabra donde se atascó. Yo le acaricio el pelo, para comprobar que aún no le han salido los cuernos, y le dejo que siga con su movimientos repetitivos. Cuando se calma me pregunta si lo que le pasa es que se está convirtiendo en ciervo.

El día que le mordió, habíamos subido a la montaña. Era el mes de octubre y algunos árboles empezaban a cambiar de color. Mi hermano y yo somos unos apasionados de la montaña, sobre todo en otoño. Nos encanta escuchar la berrea, observar a los ciervos con los prismáticos desde algún alto. A veces, construimos una cabaña de ramas, con los restos de la última poda, y pasamos el día observando los animales. A mi madre le viene muy bien; es duro cuidar a mi hermano, y también necesita un tiempo para ella y para mi padre, que es el hombre que más tiempo puede sobrevivir, en mi casa, sin recibir una sola muestra de cariño; con una sonrisa perpetua en su cara arrugada.

Desde que nació, mi hermano tiene un superpoder: puede acercarse a cualquier animal sin que éste se asuste. Es como si lo considerasen uno más de la manada, un San Francisquillo. Estábamos en la cabaña y yo me quedé un rato traspuesto, cuando desperté ya no estaba en el interior. Había salido y estaba dando de comer a un enorme ciervo, con una cornamenta de al menos nueve puntas. Yo me asusté muchísimo y cuando salí, también asusté a aquel maravilloso animal, que al marcharse, mordió el bocadillo y la puntita de la yema del dedo de mi hermano. A veces, tengo la sensación de que no me ha perdonado; y otras, que es el muchacho más feliz al que le haya podido morder un ciervo. Está convencido de que se convertirá en hombre ciervo cuando sea mayor y será él quien cuide de nosotros, con su bonita cornamenta.

Durante la semana que le duró el vendaje del dedo, a todos los sitios iba con la mano levantada y el dedo accidentado apuntando al cielo. Cuando le preguntaban que le había pasado, decía que le había mordido un ciervo y añadía, sin filtro, como es él: ¡cómo si no se notara! Reconozco que ha sido lo mejor que le ha podido pasar, al transformarse en ciervo, a su manera, convivimos con una sola obsesión; y eso nos ayuda a concentrarnos en un solo problema.

Lo peor es la apertura de la veda cada año. Su intuición está tan desarrollada, que en esta época, se pone más enfermo desde la mordedura. Cuando empieza el mes de noviembre, él mismo prepara su mochila azul, mete sus cosas de ciervo y se sienta en el porche, esperando a que mi padre lo lleve al centro de internamiento. Allí pasa el mes y vuelve para navidades convertido en reno, dispuesto a llevar regalos a todos los niños del pueblo.

¿Quién diríais que es el otro reno? Y mi padre, Santa, claro está. Mientras, mi madre, hace todo lo demás, que es conseguir que la fantasía de mi hermano, el ciervo, sea lo más divertida posible.

Mis amigos, al principio se reían de mi hermano, pero poco a poco están comprendiendo que tener un amigo ciervo tiene más ventajas que desventajas, y mis puños se lo han demostrado en algunas ocasiones. Así que, cuando es necesario, todos terminan haciendo el ciervo, el reno o cualquier cambio oportuno que haga feliz a mi hermano.

Antes de morderle, cada día era una explosión, y terminábamos por la noche, recomponiendo el desastre que se había organizado. Entonces fue cuando a mi padre comenzaron a salirle las arrugas y a clarear el poco pelo que aún conservaba. Mi madre sólo se permite llorar en el baño, cuando nadie la ve; y todos lo sabemos y nos callamos, para que tenga un sitio donde romperse y recomponerse sin dar explicaciones.

Hoy he encontrado, encima de la mesa de la cocina, una reserva para una cabaña en un parque natural. Creo que ya se ha cansado de ser mamá de ciervo, y busca nuevas aventuras.

IVONNE CORONADO

El dinero en la grama. El filtro que tenemos en la mente, es poderoso para nuestro propio bien. Las escenas dolorosas se quedan aisladas muchas veces. Si tuviéramos constantemente los recuerdos de lo que nos hizo llorar o rabiar, tendríamos lleno el cerebro de basura. Desde niños, no recordamos nuestras travesuras o castigos, las olvidamos luego para llenar de besos a los padres que vienen de darnos una nalgada, y con razón. También filtramos detalles que no son importantes. Algunos nos sorprenden y nos salen al encuentro llenándonos de asombro. Así fue como me acordé, al leer el texto de un amigo, del día que no teníamos dinero para comer; nada raro en realidad, cuando se acercaba el fin de mes mi madre se desesperaba. Unos días antes de recibir su pago había al menos pan y café o frijoles y arroz en la mesa. Vivíamos todavía en la finca. Sentada en la poca grama, cerca de la casa, pensaba «sería lindo encontrarme unos centavos» -cuando al darme la vuelta vi muchas monedas cerca. Al menos tuvimos para comprar pan y café. Mi madre recibiría pronto su salario. Su sonrisa alegró mi día. Lo extraño era que no teníamos a nadie cerca, era una finca, las casitas de los colonos estaban lejos de la nuestra. Nunca pude explicarme de dónde salió ese dinero, ni tampoco porque me acuerdo ahora que peino canas.

ASAPH FERNÁNDEZ

De amores y destilaciones

…el proceso de destilación es muy similar a cómo se produce el amor. Seleccione el agave de vuestro agrado, despojale toda su belleza para dejar a la vista el elemento más importante… el corazón. Ya no hay atractivo y sin embargo, dentro, muy dentro, fluye la savia que nos hace feliz al beberla… el licor que destila el corazón. Pero el licor, extraído de los agaves, aún lleva agua y otras sustancias consigo; no es un licor puro. Hay que someterlo al fuego y a la paciencia del fogonero para separar lo que es de lo que no es. Y las impurezas del licor salen a flote, trepan por la columna de destilación, intentando llevarse consigo al amor en su empresa. Sin embargo, este al tener mayor peso que las pasiones juveniles y la simple atracción por el cuerpo, regresa una y otra vez porque no desespera. Sabe que cuando llegue su tiempo llegará a la cima.

Cuando al fin pasan por todo el proceso de separación se resguardan en una barrica para darles un añejamiento. La pasividad y el reposo los hace suaves y dulces al gusto…

Mientras hablaba de amores y destilaciones me acorde de Sabina, y la silueta de diosa con la que recorría las calles del pueblo. Detenía su paso en cada cristal que reflejaba su cuerpo. Con sus vestidos de sirena hipnotizaba a cualquiera que se encontrara en su camino. El pecho abultado, el enorme corazón que se formaba en las caderas, el rostro moreno claro de labios delgados, y la melena de bucles castaños que caían sobre sus hombros desnudos. Sabía bien cómo robar las miradas de los incautos.

–¿Qué son esas garras Sabina? –Preguntaba aquella que no era su madre pero que formaba parte esencial en la nueva vida de su padre –mejor no te pongas nada…

Sabina dejaba escapar una risotada, exagerada y escandalosa, cada vez que se le reprochaba el tipo de vestimenta que debía o no usar antes las miradas.

–Podré enseñar el monedero –decía mientras se acomodaba el pecho con ambas manos –pero jamás las monedas.

Yo la pretendí hace mucho tiempo, pero mi esfuerzo fue en vano.

–no te equivoques Juvencio – me dijo con cierto desprecio –de versos no se come ni se bebe, ni hablar de una renta. Aquí y en China se vive solo de dinero –dijo frotando los dedos índice y pulgar de la mano derecha. –Y tú… –me dijo barriendome de arriba para abajo – no tienes ni donde caerte muerto.

–pero no recuerdas la promesa que hicimos…

–esas solo eran niñerías. Los tiempos cambian Juvencio, no lo olvides.

Era cierto todo eso, yo solo tenía un jacal fincado a la orilla de un arroyo, levantado con adobe crudo y tepalcates que no cubrían del todo bien cuando llegaban los aguaceros. El agua se filtraba por toda la casa, igualito al amor que sentía por Sabina, se me fue metiendo por cada poro hasta que terminó por inundarme hasta el alma. Los tuétanos se llenaron con cada frase suya. Y sus palabras las convertí en amor, me sentí un alquimista.

«Los tiempos cambian… no lo olvides» sus palabras resonaban en mi mente igual que las campanadas que todos los domingos invitaban a misa.

Tan solo tenía 8 años cuando le juré, ante lo más sagrado, que algún día pediría su mano en casamiento. Sin embargo, el tiempo se echó a reír de la misma forma que lo hacía ella. Porque el tiempo es un ladrón… no, es un estafador que disfraza su rostro. Le ofreció belleza, fama, dinero; joyas que ninguna mujer en el pueblo jamás conoció. Sin embargo, conforme este fue pasando robó su inocencia, su pasado, la promesa que me hizo y el amor que me prefería.

–Ya no eres la misma de antes –le dije una ocasión mientras se paseaba a las sombras de los naranjos.

–Claro que no soy la misma… ¡solo mírame!.

–El tiempo te ha cambiado

En ese momento no se pudo contener y rió a carcajadas. No me extrañó que lo hiciera pues era su sello personal para evadir la realidad de ciertas verdades.

–Y me ha favorecido ¿No lo crees? –habia cierta coquetería en su hablar, o quizá solo era cosa mía de como deseaba que fuera su manera de hablarme.

Asentí con la cabeza y ella hizo el mismo gesto con la misma gracia de antaño; estiró los dedos de la mano derecha y cómo acariciando el aire se despidió de mí para siempre. En ese momento no lo supe sino hasta después cuando fui a su casa y no la encontré.

–Se fue con el de la Silverado de vidrios polarizados muchacho –me dijo Carmela la mujer de su padre.

–¿Y cuándo cree que regrese? –le pregunté con cierta inocencia que cualquiera diría no correspondía para mí edad.

–No creo que en mucho tiempo.

Entré a trabajar a la industria de licores. De pion pase a conocer el proceso que lleva la destilación. Fue ahí donde conocí a Don Artemio, uno de los más antiguos y muy estimado maestro, quien me enseñó que el amor es similar al proceso de la destilación.

–…se cuece a fuego lento, y la paciencia es esencial en el proceso. No debes forzar ni tampoco dejar de avivar la llama. Cuando el corazón esta listo comienza a soltar el licor que te embriagara de dicha y felicidad; las caricias, los besos, los labios, la vida toma un sabor inexplicable.

La destilación es un filtro que ha de retirar las impurezas, así el amor, no hay nada que lo detenga cuando es verdadero amor. Quita esas impurezas del otro, no hay defectos, y el pasado no importa. A él le importa el presente y se entrega día a día. Así que no desesperes, quizá un día lo encuentres.

Sigo en espera de que un día regreses, mi muy amada Sabina, que bebas del amor añejo que esta pobre y vieja barrica tiene almacenado solo para ti.

LETICIA R MENA

Gafas de realidad

Las encontré en uno de esos mercadillos donde te puedes encontrar de todo, incluso lo que no crees que exista.

No son gran cosa, a la legua se nota que son falsas y que los cristales no tienen graduación.

Pero tienen un no sé que qué sé yo que me llamó la atención y me hizo comprarlas.

Nada más ponérmelas ya noté que ocurría algo extraño.

Al hombre que me las vendió se le distinguía claramente que su pelo era falso, que llevaba peluquín, literalmente. En ese momento contuve una carcajada, pensando en como nadie podía no darse cuenta. Pero al quitarme las gafas comprobé yo misma que era imposible percibirlo.

Volví a colocarmelas y di un rápido vistazo alrededor. Descubrí las máscaras y pecadillos que escondían los demás.

Una pareja cogida de la mano paseaba entre los puestos del mercadillo. Ella miraba descarada y lascivamente al amigo de él. Él también.

Habia también un grupo de chicos y chicas jóvenes en pandilla. Cada uno iba disfrazado de lo que se esperaba que fueran. Todos en un mismo tono monocromático de personalidad. Ninguno el suyo propio.

Gente que sonreía cuando en realidad lloraba inconsolable, o que bajo la aparente amabilidad tenía el gesto más grosero y gruñón.

Dediqué los siguientes días a usarlas para observar a los vecinos.

La idílica pareja de arriba en realidad no se soportaban. Los vecinos de enfrente ocultaban secretos que no se pueden contar, a riesgo de acabar bajo tierra o misteriosamente desaparecida.

Fue peor cuando me atreví a usarlas con mis seres queridos.

Descubrí secretos que una nunca debería saber. Traiciones, aprecios falsos y de conveniencia, palabras hipócritas que ocultaban puñaladas por la espalda.

El día que las usé en el trabajo, volví a preguntar por mi subida de sueldo y comprobé que no la habría y que además muy pronto acabaríamos todos en el paro.

Ayer después de mucho dudar, me atreví a usarlas con mi novio. Anoche durmió en el sofá. Mañana vendrá a recoger sus cosas y se marchará.

Hoy, al fin, me he decidido a mirarme al espejo con ellas puestas. Sé que probablemente no va a gustarme lo que descubra.

Pero creo que ya no sé si quiero seguir contemplando el mundo con mis propios ojos, o verlo a través de estas gafas que filtran todo y solo dejan ver la más profunda verdad.

LUISA VALERO

LIBRE

El otro día me encontré con un vagabundo; nos miramos a los ojos y él bajó inmediatamente el rostro. Sentí que estaba harto de infundir lástima o rechazo.

No pedía limosna, seguro estaba por muchas horas sentado en aquel oxidado y sucio banco de un parque cercano al Hospital Dos de Mayo. Imagino —y tal vez esté en lo cierto— que ese oxidado y sucio banco es su único hogar.

En ese momento, no tenía monedas para darle; debido a que, ya las había gastado previamente en darles limosna, con dignidad, a varios venezolanos y comprarles todos sus caramelos. Lo que sí pude hacer fue compartirle todos esos dulces, para que los reevendiera o endulzara sus papilas gustativas por un rato.

—Gracias —me contestó con voz ronca y baja como si tuviera inflamación de garganta, que es lo normal en clima invernal y más si duermes a la intemperie.

—¡Que pase un buen día! —le deseé y casi le di un abrazo, pero no lo hice por el peligro inherente a estar los dos solos.

Podría parecer que me estaba riendo de él al decirle esas palabras. ¿Cómo va a pasar un buen día con frío, sin alimentos, ni un techo para dormir…? La verdad es que me salieron de manera espontánea desde mi corazón que no pone filtros.

Y me cuestioné con mucha tristeza desde cuándo no habría recibido un abrazo o algo de calor humano.

A lo mejor tomó malas decisiones, tuvo mala suerte, y le dieron de lado para terminar así; o a lo mejor no son malas circunstancias, son suyas, y las vive con lúcida locura, siendo más feliz que yo.

Sólo sé que él vive y deja vivir, y es libre de los mandatos y filtros de la sociedad; mientras que para mí será una utopía el poder serlo.

Por un momento quise ser vagabunda, pero mi jueza interna se puso alerta y me torturó por pensar en ello.

Y me imaginé como un pequeño y alegre pajarito, saliendo de mi cárcel mental para volar y reposar después, feliz, en alguno de los viejos y sabios árboles de ese parque…

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16 comentarios en «Filtro – miniconcurso de relatos»

  1. Cada vez se me hace más difícil votar. Cantidad y calidad a raudales.
    Esta semana me he decidido por:
    Eduardo Valenzuela
    José Luis Usón
    Arcadio Mallo

    Responder
  2. Difícil elección
    -Paquita Escobero, x el futuro real.
    -Pedro Antonio López, x su chica Almodóvar.
    -Eduardo Valenzuela, porque, desgraciadamente, la belleza prima ante la naturalidad del paso del tiempo.
    -Bego Rivera, x su dureza sin filtro.
    Besos

    Responder

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