Vendo mi alma – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «vendo mi alma». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 1 de febrero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

La miré a los ojos y supe que mentía, había vendido su alma al diablo para salvaguardar los intereses de su empresa, para ella lo primordial era su compañía, máxime siendo familia del director, adolecían de humanidad y de amor.

Una vez más iba a tener que denunciar a la empresa que vulneraba mis derechos de manera categórica, mostrando su arrogancia por doquier cual bandera y logo empresarial, mientras yo pensaba y blasfemaba para que ardieran en el infierno llegado el juicio final.

Y nuevamente alguien con toga decidió concederme mi libertad, otorgando mi derecho y devolviéndome mi felicidad.

«In dubio pro operario»(en caso de duda a favor del trabajador).

Disfruté de mi derecho a sabiendas de que al volver a incorporarme a la empresa me esperaban represalias, pues tenía la osadía de pedir algo y para ellos eso era morder la mano del que me da de comer, no obstante yo pienso que es no lamer la bota de quien te da la patada. Ya no tengo miedo, mi alma es salva.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

La veía en mis sueños, después a igual una quimera mi imaginación me mostraba aquel color rojo, ensangrentado como las llamas del infierno.

Mi trabajo me tenía entretenida y feliz, más un día la empresa cierra i me quedo en la calle.

La calle en donde vivo es plácida y tiene unas casas señoriales una de ellas es mi hogar pero mi poco hacer y mi descontento activa de nuevo el delirio que me arrastra a la desesperación.

«Vendo mi alma»al diablo firmando aquel papel sin cuerpo.

Una escalera de cristal apareció en el huerto donde cultivo hortalizas y frutos…

Subí por ella y cogí del árbol la fruta prohibida.

CORONADO SMITH

Coronado apagó el teclado del ordenador casi violentamente, la izquierdosía borreguil lo había vuelto a hacer. Tenía publicadas canciones comprometidas como: “La balada del rebaño”, “La conjura de los necios” o “Crisis de Fe”, cientos de poemas en la abominación esa que se llamaba twitter y en más sitios y seguía siendo invisible. Ahora estaba de moda “La niña de los cojones”. Estaba en todos lados, aupada por los de siempre, por esas sabandijas de teclado. Iba de cumbre en cumbre, de acto en acto (a gastos pagado obviamente), exhibiéndose a tutiplén, ¡con lo que a otros les cuesta llegar a fin de mes! Coronado era un mileurista de mierda que intentaba publicar un libro, pagaba sus impuestos religiosamente y no tenía dinero para financiarse un disco. A nadie le interesaba su careto, la niña de los cojones dejaba más dividendos. Asqueado, una vez más, cogió su bolígrafo y su libreta y se puso a escribir un canto contra la insolidaridad de los solidarios de escaparate y como a uno se le pasan cosas raras por la cabeza sintiendo su rechazo. Después le puso música y empezó a cantarla a viva voz en el salón de su casa.

VENDO MI ALMA

Al borde del precipicio

me detengo a pensar

por que mi voz es muda

y nadie quiere escuchar.

Se os llena la boca

pidiendo igualdad,

y acto seguido excluís

a quien no opina igual.

ESTRIBILLO

Está en venta mi alma.

¿Quién la quiere comprar?

Yo al menos la tengo.

¿La vuestra donde está?

De repente miro al vacío.

¿Qué habrá detrás?

Su atracción es fuerte

y extrema mi debilidad.

Al borde del precipicio

veo mi vida pasar,

contemplando la nada

que hay en vuestro pensar.

ESTRIBILLO

Está en venta mi alma.

¿Quién la quiere comprar?

Yo al menos la tengo.

¿La vuestra donde está?

Una vez que se hubo serenado decidió que tenía que publicar un libro, recopiló todo lo que tenía sin publicar, le dio forma y contacto con una editorial cacereña, le atendió una mujer muy amable que lo guio en sus primeros pasos editoriales y así nació un precioso libro llamado: “Anti-poemas. Canciones frustradas de un perdedor”. Estimad@s lector@s, ¿Creen ustedes que desde ese día vendió su alma al diablo?

P.D . Esta historia, narrada al estilo Coronadiano, es más o menos el origen de la publicación de mi primer libro y el que tengáis la enorme suerte de poder leerme hoy aquí en el grupo.

El poema viene en la página 82. ANTI-POEMAS CANCIONES FRUSTRADAS DE UN PERDEDOR (Editorial cuatrohojas).

La canción es parte de un proyecto llamado El Trovador Invisible que entre mis congéneres suscitó poco o escaso interés y una expectación inexistente. Pero aquí sigo dando por… Y a quién le pique…

DAVID MERLÁN CASTRO

—Dudo mucho que consigas nada así—. se atrevió a opinar su amigo más fiel.

—Pues ¿sabes lo que te digo? Que ya estoy cansado de toda esta mierda de vida. No puedo más. Mañana mismo iré a ver a Carsen Snake.

Su amigo lo miró fijamente a los ojos sorprendido por la decisión que había tomado Adam. Sólo los inconscientes o muy desesperados acudían a ver a Carsen Snake. Era conocido por llegar a acuerdos leoninos con aquellos pobres incautos que osaban ir a su encuentro. Adam, tras la hecatombe nuclear había podido sobrevivir como buenamente habia podido; un injerto artificial por aquí, una prótesis artificial por allá, unos nuevos sensores biomédicos en sustitución de los naturales, fritos por la radiación de la posguerra… pero eso hubiera sido en parte lo de menos y quedarse en un mal menor, si no estuviera el problema de su memoria. Nada había podido sustituir a su maltrecha memoria. La nueva unidad artificial, comprada en el mercado negro del tercer sector había salido con un fallo en la memoria caché, lo que había provocado que todo lo que iba aprendiendo y viviendo, se iba borrando si llegar a almacenarse permanentemente después de siete días. Su amigo, volvería a ser un extraño pasada la próxima noche y ya empezaba a cansarle todo aquello, ya no sólo por él, que demostraba ser un buen amigo y le perdonaba todo, sino al propio Adam que empezaba a estar agotado de que su vida se repitiese en ciclos de siete días.

—Carson Snake es un egoísta, un usurero y un mal nacido. Se aprovechará de ti y lo sabes.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

—Sabes que si.

—¿Acaso tú quieres que me olvidé de ti dentro de dos dias, Conrad Kirby?

—No, claro que no, pero ya sabes que siempre encontramos el modo de arreglarlo. Estoy ahí, te enseño las fotos de antes, los recuerdos y te cuento todo lo que hemos vivido juntos, y a los dos días ya estamos bien.

Conrad miro con tristeza a los ojos de su amigo mientas se levantaba y hacía el amago de abandonar su compañía.

—Espera, no te vayas, piénsatelo. Esa mierda te matará, y yo no te quiero perder. Acaso no te acuerdas lo que le pasó al viejo James. No volvió a ser el mismo y después…bueno, ya sabes, se tiró del Open Bridge.

—¿De verdad crees que no lo sé? Hasta pasado mañana Conrad—contestó Adam dándole definitivamente la espalda a su amigo y enfilando calle abajo.

****

Aquella noche era oscura y tormentosa, pero la luna llena iluminaba el camino que Adam sabía que le conduciría hasta la morada de Carsen Snake. La puerta del cementerio se le presentó magestuosa, rodeada de una gélida atmósfera que a cualquiera le habría animado a salir de allí cuanto antes. Pero no era el caso de Adam, decidido a poner fin a su actual situación, para bien o para mal.

<<Es aquí>> pensó al llegar delante de un antiguo y destartalado mausoleo mientras, después de comprobar la señas en un arrugado trocito de papel, se lo volvía a guardar en el bolsillo.

No tuvo que esperar ni un minuto pensando qué tenía que suceder a continuación, cuando escuchó un susurro que venía del interior de la tumba. Al principio, pensó que era su imaginación, pero luego lo escuchó de nuevo. El susurro se convirtió en una voz, y la voz le ofreció entrar a lo cual accedió sin pensarselo.

La atmósfera heladora anterior del exterior, se tornó enrarecida y casi irespirable en el interior de la tumba. Tras acostumbrar su vista a la penumbra, una silueta comenzó a ser visible. Adam mantuvo un prudente silencio.

—Hola Adam—. Pronunció una cavernosa voz profunda e inhumana.

—Hola.

—¿Sabes quién soy, Adam?

—Si. El señor Snake, ¿Verdad?

—Verdad. ¿Ya sabes lo que vas a ofrecerme por conseguir lo que quieres?— preguntó directo al corazón de Adam.

Adam lo miro fijamente y por unos instantes dudo del trato, pero decidido y atormentado por sus recuerdos recurrentes y repetitivos de cada nueva semana, contestó sin dudar.

—Si, señor Snake. Mi alma,…o lo que quede de ella.

—¿Estas seguro?— insistió acercándose a un palmo de Adam al tiempo que las pupilas de sus ojos se volvían amarillas y verticales igual que las de una serpiente.

Adam aceptó su destino y volvió a asentir al pacto que le proponían.

—De acuerdo, contestó este.

Acto seguido le agarró firme pero sin provocarle daño ninguno por el antebrazo izquierdo y se la acercó a la boca. Adam, estupefacto, se limitó a mirarlo y esperar.

Cuando Carson Snake lo tenía bien cerca de su nariz, comenzó a olerlo subiendo y bajando por él desde la muñeca hasta el codo. De repente lo mordió ligeramente y una pequeña gota de sangre comenzó a brotar del brazo.

Un ligerísimo quejido salió de la boca de Adam pero no fue a más. En ese instante, sujeto de la otra mano se materializó delante de sus ojos una especie de pergamino que dejaba ver un extenso texto. Sin dilación, le soltó el brazo y cascando los dedos hizo aparecer una pluma de ave.

Con toda la parafernalia precista como si de tratase de los mejores manuscritos existentes del Malleus maleficarum, se la ofreció para que firmase el papel. Adam cogió ambos objetos y se arrodilló. Puso delante el manuscrito y mojándo la punta de la pluma en su sangre, estampó su firma en el documento sin tan siquiera leerlo. Se incorporó y le ofreció los dos objetos al señor Snake.

—Perfecto. Pues está hecho. Puedes irte. Tranquilo. Tú memoria se mantendrá lúcida y permanente a partir de ahora, salvo que decida incumplir lo acordado.

—¿Y que es si se puede saber?

—¿No lo has leído? No te preocupes, yo te lo recuerdo—. mIentras cambiando el gesto se le acercaba esbozando una sonrisa diabólica y de nuevo con voz cavernosa le advertía:

—Si antes de un año no me has ofrecido en sacrificio a tu amigo Conrad, iré a por ti. Y esta vez, no es que vuelvas a perder tu memoria cada siete días, sino que cada siete días que pasen, envejeceras siete años, hasta que desees morir antes que seguir viviendo. Y ahora, vete.

Adam tragó saliva y asintiendo de nuevo con la cabeza, y sin mediar palabra salió de aquel lugar con las consecuencias de sus actos a sus espaldas.

****

Un año y medio después…..

***

—¿Qué ha pasado? —dijo un transeúnte al ver el revuelo que se había firmado en la barandilla del puente.

—Nada, un pobre viejo que se ha tirado. Parece que este puente está maldito.

—Desde luego. Parece como si todos los malditos suicidas eligieran el Open Bridge para poner fin a su desgraciadas vidas—. añadió otro.

—Bueno, una boca menos que alimentar. Tal y como están las.cosas hasta mejor, ¿No creeis? Ja, ja, ja.

—Si, ja,ja,ja —rieron todos los allí presentes excepto uno. Conrad que agarrado a la barandilla observaba el cuerpo inerte de su buen amigo, y con la congoja lógica de verlo muerto al fondo del barranco, le dedicó sus últimos pensamientos.

<< Gracias, amigo. Gracias por no cumplir tu pacto con el señor Snake y permitirme disfrutar de tu compañía este último año. Nunca te olvidaré>>

Y dando media vuelta se abrió paso entre los curiosos y abandonaba el lugar rumbo a su casa.

RAQUEL LÓPEZ

Delirio infame

que despierta mi conciencia

sombras ancestrales,

elixir de existencia.

Angel caído

ufano y engreído

serpiente de fuego,

corazón destruido.

Siento un destino vacío

mi alma extinguida

un fantasma fatuo,

bajo la llama encendida.

Vendo mi alma

un pacto con el diablo

vendí mi paz,

para placeres mundanos.

Ahora perdido entre la bruma

prisionero de mi ser y olvidado

hundido en la blasfemia,

y condenado al cadalso.

BENEDICTO PALACIOS

Vaya mosqueo que agarró la corte celestial cuando se oyó por megafonía que un individuo quería vender su alma, porque al no existir allí arriba la crítica literaria, todas las expresiones se tomaban con literalidad.

Habitaba en la misma ciudad que el desalmado vendedor una mujer a la que se esperaba con música celestial el día de su muerte. Doña Regina era una soltera y una santa. Se había enamorado de muchacha de su maestro, de joven, siendo catequista, del cura y ya de madura del sargento de la guardia civil que vivía en el 3ºA. A todos les ponía ojitos pero ninguno supo mirar en la profundidad y misterio que ocultaban. Desesperada se hizo fervorosa devota de San Nicolás, que tenía un hermoso pedestal en el altar mayor y era el único santo. Santas había más. Desesperada de que ningún hombre se fijara en ella, acudió una mañana a la capilla del santo, revisó que nadie la siguiera y se quedó en sujetador ante la imagen y no se lo quitó porque habría cometido un sacrilegio.

A San Nicolás que moraba en la séptima galería de los Tronos, cuando le llegaron aquellas súplicas de la rezadora, se le alteraron los rizos del cabello y se le enfriaron los pies.

Se miró en un espejo cóncavo y recordó que nada surgía por generación espontánea, que al desalmado tendría que devolverle el alma y que a solo una persona fervorosa se lo podía encargar. Y como la más de todas era doña Ricarda, fue ella la elegida para que adivinase quién había sido el dueño de ofrecer el alma en venta.

Espero que llegara el miércoles, día de mercadillo, y desde bien temprano se dio una vuelta por los puestos. Encontró en uno de ellos a un tal Aurelio que exhibía en su tenderete toda clase de mercancías: pantalones, calzoncillos, blusas, bragas, polos y bajo el expositor zapatos de niño, colonia barata y una pluma estilográfica. Gritaba la calidad de sus productos con una cadencia que a ella le pareció rítmica, porque animaba a las posibles compradoras: «Marina, Águeda, Manolita, acercaos que vendo barato. Dos por uno. Pantalón y calzoncillo, 22 euros. Blusa y braga 26. Vamos, vamos, que se me agota el género.»

A doña Regina le cayó mayormente en gracia, pero no acababa de encajarle que también quisiera vender su alma.

—De buena gana le compraría una blusa, pero solo traigo 20 euros.

—Las bragas se las regalo.

—Es usted un encanto vendiendo.

Mucho le agradó la estima y en tanto le envolvía el encargo en una bolsa, la echó una ojeada larga y de consideración. Era algo mayor que él, pero tras aquellos ojos marrones había un alma.

—La compro el alma y le regalo también la estilográfica.

—El alma no se vende.

—La mía sí por una buena siesta.

Vaya revuelo se organizó en la séptima esfera del mundo celestial. Despertó del estado místico San Nicolás porque veía el peligro que corría su devota y la susurró al oído las bellezas del estado virginal y los peligros de la carne, pero doña Regina ni caso se tapó los oídos.

Hacía calor, lo menos treinta grados. A las tres de la tarde se llegaría a los 40.

—¿Dónde vive usted? —Preguntó al vendedor.

—En la calle limonera. ¿Se anima? Tengo huerto y noria. Un frescor en estos días de verano. Le pondré una hamaca para que duerma la siesta.

—Es usted el mismísimo diablo.

—Y usted una santa por la que estoy dispuesto a vender mi alma.

Menuda crisis en la corte celestial tras el revolcón de doña Regina, puesto que a partir de aquel día los Tronos y Dominaciones han de dedicar parte de su tiempo al estudio de la Crítica Literaria. Vender el alma no debía entenderse entregarla al Lucifer. Excepciones había a la vista y nunca debía tomarse literalmente la frase. Y a San Nicolás, por no andar listo y azorarse con las exhibiciones de la santa, le castigaron a escribir con la estilográfica no basta leer, hay que saber interpretar.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

NADA VA A CAMBIAR

La planta noble, y última, del Fulluniverse Building, es la 777.

Lord ha girado su butaca ergonómica, dando la espalda a la mesa, y a través de la pared de cristal contempla el horizonte de nubes que se acolchan muchos metros por debajo del enorme ventanal.

Tras de él, sobre el pulido mármol de su escritorio, aguarda el informe que Gabriel, su secretario particular, le acaba de pasar hace pocos minutos. No se siente con ganas de encararlo, pero sabe que lo debe hacer, es lo que conlleva la responsabilidad del cargo. Deja escapar un suspiro, vuelve la poltrona a su posición natural, y antes de ponerse a ello, dirige una mirada cálida a la fotografía, enmarcada en plata, desde la que le sonríe una hermosa joven, que lleva en sus brazos un niño alegre, rubio, mofletudo; al fondo de la imagen, en segundo plano y fuera de enfoque, se adivina la presencia de un hombre que no es Lord. Junto a la foto, un fino crucifijo minimalista, encajado en una base de jaspe negro, completa la decoración. Ahora sí, se centra en el informe.

Habla de una guerra en alguna parte, que está provocando miles de muertos, desplazados, hambre y miseria. No se mencionan las causas que han llevado a esa situación, seguramente ya nadie las recuerda o no procede que sean visibles. Sí, se pone el acento en los graves daños colaterales, que el conflicto está creando en la economía mundial y sus efectos a largo plazo. La reconciliación entre las partes parece imposible, por lo que las grandes potencias temen que el conflicto se extienda en la región.

Lord ha visto ya demasiados informes parecidos a este. Golpea el papel con un dedo repetidamente, coge la taza de café y se la lleva a los labios. Con un gesto de desagrado la devuelve a la mesa y aprieta un botón del interfono.

—¿Sí, Lord, qué necesitas? —del aparato surge una voz femenina.

—Verónica, por favor, cuando puedas prepárame otro café, este se ha quedado frío.

—Enseguida, Lord —corta ella la comunicación.

Unos discretos golpes en la puerta preceden la entrada de Gabriel en el despacho.

—Disculpa, Lord, ha surgido un imprevisto —le dice a su jefe mientras se acerca al escritorio—, Blackgod ha venido a verme, desea hablar contigo urgentemente.

—¿Había pedido cita? Me resulta extraño en Black.

Gabriel niega con la cabeza.

—No, pero lo noto verdaderamente turbado, nervioso, no es él. Tampoco ha querido anticiparme el motivo de su visita. Tú decides.

Lord medita su respuesta unos segundos.

—¿Algo inmediato en la agenda? —pregunta tamborileando el informe con los dedos.

—Nada en las próximas dos horas.

Entra Verónica con una bandeja, sobre la que lleva una nueva taza de café, que deja en la mesa; retira la otra y queda a la espera.

—¿Necesitas algo más, Lord?

—Nada, Verónica, gracias. Se ha hecho tarde. ¿Por qué no bajas a la cafetería a tomarte un descanso?

—Seguramente lo haga —aprueba ella y se retira en silencio.

Lord se lleva la taza a los labios, bebe un sorbo, da una suave palmada en la mesa y asiente.

—Hazle pasar —dirigiéndose a Gabriel—, veamos qué tripa se le ha roto a ese viejo bandido.

Mientras el secretario sale del despacho, Lord se levanta y camina hacia el ventanal. Las nubes siguen aborregando el paisaje. No pasa demasiado tiempo hasta que, nuevamente, unos golpes ligeros en la puerta anuncian la llegada de Blackgod.

Es un hombre alto, maduro, de complexión recia. Físicamente, los dos, él y Lord, son muy parecidos, casi idénticos, si no fuera por su ropa sería difícil distinguir al uno del otro. Blackgod lleva un traje negro de corte impecable, camisa de seda, granate, corbata gris marengo y unos Martinelli a juego. Por contra, Lord viste con un estilo casual: camisa de lino blanca, pantalón vaquero clásico y unas sencillas Converse Vintage.

Sale al encuentro del recién llegado, le tiende la mano, se saludan y con un gesto le sugiere que se siente en una de las sillas confidente que hay frente a la mesa; él ocupa la otra.

—¿Cómo te va, viejo? —rompe un silencio, que empezaba a ser molesto.

—He tenido momentos mejores —Blackgod sonríe con desgana—. La verdad es que por eso estoy aquí; sé que tu tiempo es oro y no voy a perderme en circunloquios. Necesito que me eches una mano.

—¿Tú dirás? Pero antes, ¿quieres tomar algo: té, café…?

—No, gracias, estoy bien así. Vamos al grano, si no te importa —se le nota tenso, tiene prisa por terminar lo que ha venido a hacer—. Quiero venderte mi alma, Lord, a cambio mi libertad. Ya no me conforta ser poderoso; me aburre esta eterna confrontación; acude la náusea a mi garganta, cada vez que cruzo las puertas del Infierno. Necesito dejar de ser, fundirme en la nada, ser un todo con el universo que juntos creamos. Eso a cambio de mi alma. ¿Qué me dices?

Como si se hubiera descargado de un peso enorme, Blackgod se deja caer contra el respaldo de la silla, afloja su corbata y se desabrocha el primer botón de la camisa. Mientras eso ocurre, Lord, con los ojos cerrados, rumia en silencio sus pensamientos.

—Pero eso que me pides es imposible, viejo amigo, formamos parte de la misma dualidad, no existiríamos el uno sin el otro, todo esto colapsaría, se vendría abajo como un castillo de naipes —habla mientras niega obstinadamente con sus gestos—, reflexiona. Tú, yo, compartimos la misma responsabilidad.

El diablo suelta una carcajada, que se convierte en lamento nada más salir de su boca.

—Despierta, Lord, mira a tu alrededor —un cansancio ancestral tiembla en su voz—. Mi reino negro revienta de obispos y cardenales recién salidos de tus iglesias; en el Hades ya no caben más poderosos: banqueros; magnates de todos los gremios; políticos corruptos. Los gestores de fondos buitre han desahuciado a las prostitutas, que vagan desorientadas por el inframundo, y los señores de la guerra campan a sus anchas, sembrando el terror dónde ponen la mirada. Soy completamente prescindible, Lord, han tomado el mando; cuando yo no esté ellos equilibrarán la balanza, nada cambiará, te lo aseguro.

Blackgod guarda silencio, mientras observa, ansioso, el efecto que sus palabras han tenido en el otro.

Lord abandona la silla. Se acerca al ventanal y deja que se pierda su mirada en un horizonte que no existe. Pasa el tiempo. Se gira y vuelve hacia dónde Black le aguarda expectante. Al pasar por su mesa se fija en el informe, que le dejó Gabriel esa mañana. Recuerda lo que dice: muerte, dolor, destrucción. Hombres, mujeres, niños, ancianos, la guerra no hace distingos. Y todo por una causa que siempre encuentra justificación.

—«El papel lo aguanta todo» —piensa—. «Seguramente los dos seamos igual de prescindibles» —y siente que a él también le pesa el cansancio como una maldición—. «Quizás lo que propone Black, sea una fórmula inteligente».

Con paso decidido se dirige a una mesita auxiliar repleta de botellas con licores. Elige una al azar y llena sendos vasos hasta la mitad. Vuelve a sentarse frente a su oponente y le alcanza uno. Los chocan entre sí y beben.

—¿Ya has tomado una decisión? —la pregunta refleja ansiedad en la voz de Blackgod.

—Creo que tienes razón, compañero, la máquina tiene vida propia, no necesita líderes, ya funciona sola. Sin quererlo has ganado. El reino de las tinieblas ejerce su poder, ellos, todos esos que antes mencionabas, gestionan el destino del mundo, no hay solución —se lleva el vaso a los labios y da otro sorbo—. Manejan el equilibrio, son inteligentes y saben que la balanza debe estar siempre nivelada, por eso han estabulado todo lo que es bueno; es su alimento, se nutren del sufrimiento que infligen a los inocentes y los van sacrificando, como en un matadero industrial, a medida de sus necesidades.

—¿Entonces? —mientras bebe, Black mantiene fija su mirada en los ojos de Lord.

Este suspira largamente, alarga la mano hasta el interfono y pulsa un botón. La voz de Gabriel responde al instante.

—Dime Lord, ¿qué se te ofrece?

—Prepara el protocolo ciento once —un silencio espeso se instala en el ambiente, que es roto por la pregunta del secretario.

—¿Estás seguro? Eso significa el final.

—Lo estoy, Gabriel, nada va a cambiar, te lo garantizo, confía en mí.

El interfono carraspea, al otro lado se escucha la respiración alterada de Gabriel.

—Siempre he confiado en ti, Lord. Pongo en marcha el protocolo.

Lord vuelve a la mesita auxiliar. De un cofrecillo de ébano saca un par de cigarrillos liados a mano y le ofrece uno a Blackgod, que lo huele, pone los ojos en blanco y sonríe.

—Esta es de las buenas, mamón, cómo se nota que eres todo un experto en marías —los dos ríen la broma, mientras disfrutan la primera calada.

Gabriel entra sin llamar. Lleva en las manos una pequeña bandeja de plata y, sobre ella, dos cajitas redondas del mismo metal; se la entrega a Lord y queda en silencio, a la espera.

—No sé si te voy a echar de menos, Gabriel —Lord se levanta y le ofrece un abrazo a su secretario, que este acepta con los ojos vidriados.

—Yo a ti, sí, Lord —responde el arcángel antes de dar media vuelta y salir deprisa del despacho.

Los dos hombres se quedan solos. Fuman en silencio y beben licor a pequeños sorbos. Una nube se ha escapado del rebaño, pasa frente al sol y, por un momento, la luz se hace más débil, como un anticipo de luto.

Lord abre su cajita y saca de ella una píldora pequeña, negra, brillante. Blackgod lo imita. Los dos se miran a los ojos.

—Los de la farmacéutica aseguran que el proceso es fulminante e indoloro —dice Lord a modo de información—. Hasta es posible que el alcohol actúe de potenciador, ¿no te parece?

Se mete la pastilla a la boca. Blackgod hace lo mismo, sonríe y apostilla:

—Pues entonces… ¡Salud, amigo!

Chocan de nuevo los vasos y apuran su contenido de un trago. La luz vuelve a perder intensidad, suavemente se convierte en un fundido a negro definitivo, y luego nada.

Verónica y Gabriel entran en el despacho. Contemplan a los dos líderes, que siguen sentados, pero con las cabezas ladeadas y ligeramente inclinadas hacia el pecho. No respiran. Los vasos han rodado por el suelo.

—¿Y ahora, qué? —se pregunta Verónica.

—Él me dijo que nada iba a cambiar y yo le creo —contesta el secretario—, pero, al menos de momento, supongo que será mejor mantener esto en secreto, ¿no te parece?

Salen de espaldas, sin hacer ruido, como si temieran alterar el descanso eterno de sus jefes.

—¿Vamos a comer algo? —propone él.

—Vamos.

FÉLIX MELÉNDEZ

“Homo lupus homini”

En esta social comunidad de intereses blindados, de colores cambiados constantemente, de apariencias y lujos fluorescentes, donde lo que no se ve no tiene lugar, y no llama la atención, se tiende a pensar que no es importante, que no existe a la vista humana y por tanto es ficticio, ocultar la verdadera realidad, y en consecuencia infravalorar todo aquello que no es material o tangible, simplemente son historias contadas por los más mayores de otros tiempos y otras hazañas.

Donde lo importante es el ego; soy yo, sólo yo y mis circunstancias, lo que yo tengo o soy es lo mejor y lo único importante. Yo vendo cada día mi alma, al mejor postor.

A los demás pisoteó entre burlas,y chismes, me río de ellos, para aquellos que no me siguen, no existo. Y a los que me siguen les cuento el cuento de las apariencias.

Vivimos agolpados entre losas y bolsas con compras que pasan de moda al instante, sacrificando nuestras vidas, nuestros tiempos en trabajos largos e incompatibles, que nos obligan a ganar mucho dinero para poder gastarlo todo necesitamos más tiempo, como único disfrute, gastar por gastar, sin tener en cuenta que pasará con nosotros el día de mañana.

Hay que vivir al día; agotando los escasos recursos, las existencias, endeudándose para poder mal vivir, sobrevivir pese a todo y caiga quien caiga.

El protagonismo ahora mismo, la paciencia no existe, tenemos que ir allí, aunque no sepamos qué ver, ni para qué ir. Es importante estar donde han estado los demás, para comparar, aunque muchas veces supone un verdadero calvario, ni tan siquiera nos gusta. ¡Viva lo estrafalario! Y el placer.

Donde se exhibe lo que debería estar oculto, por pertenecer a lo más íntimo de nosotros. Lo más importante que tenemos debemos mostrar, sólo y para creernos grandes. Aunque para ello “tengamos que volver a vender nuestra alma, nuestro cuerpo, nuestra timidez” Cómo exposición permanente a una serie de mentiras que van poco a poco mermando, llenando las vidas incompletas de muchos, necesitan vivir en su burbuja perfecta de una falsa élite superficial. De una total apariencia de luces sin luz. De una amistad incierta.

Y se nos oculta lo que debería mostrarse sin miedo a ser rechazados o expulsados del grupo. Lo realmente bueno de nosotros mismos es la capacidad de amar diariamente a tu familia y darlo todo por ellos, sin que se note, la intención de ayudar a cualquiera, sin que se vea esa aptitud.

Ocultamos y tapamos todo lo bueno, como si fuera malo, da miedo hacer el bien.

Que tengamos que escogemos lo más malo a conciencia, como si de verdaderos jueces se tratase, todo lo enjuiciamos y lo exponemos en nuestro poderío entendemos de justa justicia, sin estudiar una sola ley, se la imponemos a los demás con la conformidad de la suprema sabiduría. Aparentemente todos pasamos de los demás y les decimos que tienen que hacer ellos, y el por qué les va tan mal.

Donde lo inmoral parece el único camino a seguir para sentirse importante, lo banal es crucial para el protagonista de una extraña película; nuestras vidas, poder mostrar a los demás.

Exponer mi maravillosa vida, sólo por y para aparentar.

Todos y cada uno vendemos nuestras almas al diablo, cada vez que dejamos pasar la ocasión de portarnos bien con los otros, de aportar algo a la sociedad sin que se note nada.

Cómo Punto de apoyo y partida.

Somos débiles, luces al viento, nos resistimos constantemente a iluminar, a madurar, a escuchar, la persona que llevamos dentro que nos inicia en la humanidad.

“Homo lupus homini “ El hombre es un lobo para el hombre.

Nos engañamos a nosotros mismos, nos mordemos nuestras propias heridas.

No, no acabamos de creer la historia que todos sabemos real. La verdadera realidad después de la vida, ¿Qué hay más allá?

Lo sabemos hace tiempo, más no lo queremos ver, en el interior nuestro está la respuesta. Pero nos convencemos una y otra vez pretendiendo no hacer caso a la realidad. Sólo por no pararnos un instante a pensar.

Por no encauzar nuestras vidas, claro, siempre es más fácil no pararse a pensar.

Y no hacer nada de nada.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

PECULIARIDADES

Estarán de acuerdo conmigo en que Azrael no es precisamente un nombre que resulte del agrado de un niño. Pero así me llamo, a consecuencia de un alarde de creatividad de mis padres, siempre tan ocurrentes. Y gracias también a una larga tradición de “Azraeles” en la familia, una estirpe que se remonta a tiempos inmemoriales, aunque no haya ni un solo papel que lo atestigüe. Algo de un pacto familiar con un gran señor, según me contó mi abuelo en su momento. En resumen: mis padres se quedaron descansando cuando me bautizaron. Bueno, es un decir.

Aquella mañana yo volvía de jugar en la calle, a lomos de mi bicicleta, un engendro de dos ruedas con la pintura descascarillada, heredada por mí tras dos generaciones. Descendí del vehículo a pedales y entré al salón. Allí estaba mi madre, liándose los rulosmientras iba y venía de la cocina sin parar de echarle un ojo a las lentejas. Todo ello al tiempo que mantenía una apasionada conversación con mi vecina, la Gregoria, acerca de los últimos acontecimientos acaecidos en el barrio. La Gregoria, sentada en el sofá, observaba las evoluciones de mi madre sin salir de su asombro. Ahora estaba allí y cinco segundos más tarde se había perdido en la cocina, para poco después reaparecer de nuevo, como el Guadiana. Eso que ahora llaman Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad ya hacía tiempo que lo había inventado mi madre, y algo que ahora tiene un nombre tan científico como rimbombante, ella simplemente lo denominaba “llevarlo todo por delante”. Y lo hacía sin despeinarse. Fue precursora de la multitarea y la productividad, sin coach ni nada. Y es que mi madre siempre fue una adelantada.

No había hecho más que cruzar el dintel de la puerta del salón cuando me interceptó Satán, mi hermano mayor. El azote de mi existencia, la pesadilla de mis días. Un auténtico pesado de manual. Siempre tenía la cara colorada. Su especialidad era hacer rabiar a Samael, mi hermana pequeña, mañana, tarde y noche, con absoluto afán y dedicación. Mientras Samael jugaba a ser mujer a sus escasos siete años, intentando aprender a pintarse las cejas y los labios, mi hermano dedicaba su tiempo a tareas tan edificantes como descabezar y desmembrar a sus muñecas, con el consiguiente llanto por su parte y la llamada desesperada a mi madre, que ya harta de la recurrente escena no nos prestaba la más mínima atención.

No sé si he dicho que mi familia es, digamos, bastante peculiar. Lo es, efectivamente. Y no solo por los nombres. Podría escribir un libro entero de cada ser vivo que habitaba mi casa. Pero el que sin duda se llevaba la palma era mi abuelo. ¿Adivinan cómo se llamaba? Azrael, claro, como no podía ser de otra forma. Algunos tienen un perro o un gato para entretenerse, pero en mi familia teníamos al abuelo. Era un no parar. A sus años, muchos, por cierto, ya todo le importaba tres pimientos. Lo mejor era cuando bajaba las escaleras, sonámbulo, a las diez de la noche, mientras veíamos en la tele la película en blanco y negro que solía ser de miedo o de suspense. A nosotros el susto nos lo metía en el cuerpo el abuelo. Había veces en que lo veíamos venir, pero otras, las menos, se nos aparecía de repente con los ojos vueltos y las manos levantadas, como Lázaro recién salido de la cueva, mascullando una serie de palabras ininteligibles en un lenguaje parecido al latín. Qué arte tenía el yayo. Una vez me contó su secreto. Solo a mí. Ni era sonámbulo ni sabía latín ni nada. Por si fuera poco, ni siquiera era mi abuelo. Cosas de familia. Mi abuelo Azrael en realidad tenía más de quinientos años. Había hecho un pacto. Con el maligno, el de los cuernos, ese que tiene tantos nombres. En efecto, había vendido su alma al diablo a cambio de permanecer para siempre en este mundo. En realidad, toda la familia había hecho el pacto, cada cual en su momento. Me acabo de enterar de que en realidad a mí nunca me bautizaron. Total, ¿para qué sirve un alma? Aquel día realmente fue el de la firma de mi contrato con el maestro Lucifer. Pero esa es una larga historia que me reservo para otra ocasión.

EFRAÍN DÍAZ

Los hechos reales o históricos en los que está basado este relato, nunca ocurrieron. Os lo cuento a mi modo y manera, tal y como me fuera contado.

En 1896, Belém, la ciudad más pobre de Brasil, se hizo rica vendiendo su caucho amazónico al mundo.

De la noche a la mañana enriquecieron los campesinos, quienes comenzaron a construir sus nuevas mansiones con materiales traídos de Europa. Mientras, sus esposas e hijas, sin educación formal pero con mucha plata, enviaban su ropa al viejo continente para ser lavada y planchada. Sus baños utilizaban agua mineral importada de Londres.

El «Theatro da Paz» era el centro de la vida cultural en la Amazonía. Su tarima presentaba conciertos de artistas europeos.

Entre ellos, llamó especialmente la atención del público una, la bella cantante de ópera Angelique Cadieux. Angelique provocaba indecibles deseos en los ricos señores de la región. Igualmente provocaba atroces celos en sus esposas por su gran belleza y espontaneidad.

Entre lujuriosos deseos y provocados celos, Angelique Cadieux también causó indignación y malestar por su comportamiento libre. Su libertinaje era algo fuera de lo común de las costumbres sociales de su época.

Cuenta la leyenda que se la vio semidesnuda, bailando por las calles de Belém, mientras se refrescaba bajo una lluvia de primavera. También despertaron la curiosidad sus solitarios paseos nocturnos. Una noche, a eso de las dos y treinta de la madrugada, durante la hora más oscura y tenebrosa, fue vista con sus largos vestidos negros, bajo la luna llena a orillas del río Guajará, de camino a Igarapé das Almas.

Debido a esa conducta licenciosa, los rumores no se hicieron esperar. Surgieron comentarios maliciosos e infundados. Se decía que Angelique era la amante de don Francisco Bolonha, un rico comerciante que la había traído de Europa y que la bañaba con caros y exóticos champagnes importados del viejo continente.

También se decía que había sido atacada por el vampirismo en Londres, debido a su palidez y aspecto enfermizo, trayendo este gran mal a la Amazonía. Igualmente se comentó que padecía de unas misteriosas ansias de beber sangre humana. Para ello, hipnotizaba a los jóvenes con su dulce y melodiosa voz en sus conciertos, haciendo que se durmieran en su camerino, para poder llegar a sus cuellos y saciar su sed. Curiosamente, este hecho coincidió con relatos de desmayos en el teatro durante sus conciertos, que se explicaban simplemente como efecto de la fuerte emoción que su música producía en los oídos del público.

Los que no creían en vampiros, decían que Angelique Cadieux le había vendido su alma al diablo para alcanzar la fama, la fortuna y la inmortalidad. De ese diabólico pacto, su gran éxito.

A fines de 1898, un terrible brote de cólera asoló la ciudad de Belém, convirtiendo a Angelique Cadieux en una de sus víctimas. Al “morir” fue enterrada en el Cementerio de la Soledad.

Hoy, su tumba sigue allí, descuidada y baldía. Cubierta de limo, musgo y hojas secas. Un enorme árbol de mango hace que su tumba se sumerja en la oscuridad de su sombra, iluminada solo por unos rayos de sol que se proyectan a través de las hojas verdes.

Se trata de un mausoleo neoclásico con una puerta cerrada por un viejo candado oxidado. En ella puede verse un busto femenino en mármol blanco sobre la amplia tapa de la abandonada tumba. Adosada a la pared, la adorna una pequeña imagen enmarcada de una mujer vestida de negro.

En su lápida se puede leer la inscripción:

«Aqui yace Angelique Cadieux (1865-1898). La voz que cautivó al mundo».

Pero hay quienes todavía hoy dicen que su tumba está vacía. Que su muerte y su entierro no fueron más que un acto para encubrir su caso de vampirismo o de la venta de su alma al diablo, y que Angelique Cadieux se regresó a Europa, donde hoy vive a la edad de 159 años.

EDUARDO VALENZUELA JARA

El manuscrito de mi alumno estaba repleto de faltas ortográficas y la caligrafía era horrorosa, aún así lo leí. Aquel muchachito ―que en su vestimenta raída revelaba toda la humildad de su origen― me aguardó cabizbajo, juntando sus pálidas manos delante de la ingle con nerviosismo.

Tuve que ocultarle mi cara cuando la emoción de leer sus palabras se asomó a mis ojos. Esos renglones torcidos, esas letras mal dibujadas, esas oraciones infestadas de comas criminales, tenían tanta verdad, tanta profundidad, sinceridad y poesía; que la belleza brotaba a borbotones en cada línea.

―¿Qué le parece, maestro? ¿Es muy malo? ―me preguntó avergonzado.

Y yo, que había pasado toda una vida intentando ser escritor, que me había desvelado noches enteras buscando alguna inspiración, que debía enfrentar la verdad de que no era más que un fantoche mediocre; habría vendido mi alma por escribir tan sólo un párrafo como aquellos que me dejaban un nudo en la garganta.

SERGIO TELLEZ

OLOR A MUERTO

Artemio murió en su ley, fue asesinado por otro delincuente en un ajuste de cuentas, cuarenta perdigones penetraron en su cuerpo, pero solo uno que atravesó su corazón fue el responsable de su deceso.

Hasta el día de su muerte, el invierno fue inclemente y se ensañó contra el pueblo.

Diez meses de lluvias torrenciales día tras día sin parar, los cielos totalmente encapotados y grises, hasta que llegó ese momento

ansiado en voz baja por todos.

Las nubes de repente se abrieron y el sol apareció con todo su esplendor. Miles de golondrinas pasaron todas las tardes durante doce días anunciando la buena nueva, Artemio había muerto y con él se fueron todas las angustias, tristezas, rencores y lutos.

Y es que el difunto fue un asesino y ladrón sin el más mínimo atisbo de moral, lo que no le impedía ser un hombre con una inteligencia y sagacidad que superaba con creces el promedio de «sus colegas de trabajo».

La justicia militar lo Persiguió durante largos años ,pero pudo más su astucia y buena suerte.

Hasta se organizaron grupos de civiles que custodiaban periódicamente los diversos lugares donde presumiblemente se encontraba Artemio, y en más de una ocasión estuvieron muy cerca de ajusticiarlo pero en el último momento el tipo se escabullia.

Los años pasaron y Artemio se convirtió en una especie de leyenda. Se comentaba que había vendido su alma.

Hasta aquel día nefasto para él.

Artemio murió en la zona rural, exactamente en el mismo sitio de su primer crimen. Su cuerpo fue llevado al lomo de un asno hasta el centro del poblado, donde una multitud lo esperaba ansiosa y regocijada.

La entrada del jumento junto con su carga al parque principal fue el principal acontecimiento en mucho tiempo en este pequeño pueblo, en dónde no pasaba nada extraordinario desde hacía ya muchos años, cuando sin razón aparente en un mes de mayo aparecieron millones y millones de unas hormigas gigantescas, con la característica especial de tener un abdomen prominente, y que se diseminaron por todos los caminos polvorientos que daban al pueblo. Estos insectos llamados coloquialmente «hormigas culonas», eran cosechados por sus lugareños, se preparaban descartando las alas y patas, sumergiéndolas en agua salada y tostándolas en sartenes de cerámica, Para luego ser comercializados en la gran ciudad con ganancias sustanciosas.

Las hormigas eran muy apetecidas y bien pagas, incluso se exportaban.

La razón, tenían un sabor especial tostado y picante dado por el ácido fórmico, además de que se les consideraban afrodisíacas.

La dicha solo duró unos pocos meses, así como llegaron, así desaparecieron Para nunca más volver.

Los improperios abundaron, eran muchos los dolientes, víctimas de la sevicia criminal de este hombre.

Miles de insultos, acompañados con escupitajos y una que otra pedrada recibieron tanto el difunto como el pobre asno, que caminaba impávido conducido por un pobre parroquiano con su carga a cuestas.

El único mortal que vitoreaba al difunto era el loco Vaseg. –¡Viva Artemio, viva Artemio!, ¡Abajo los malparidos de este pueblo de mierda¡

Así llevaron a asno y difunto en una vuelta triunfal por el centro del parque principal hasta llegar al local que fungía como morgue.

El féretro fue fabricado por orden explícita del sacerdote, y la anuencia de los pobladores. Se construyó con madera blanda de la más baja calidad de pino común de la montaña, sin ningún acabado especial.

48 clavos necesitó el carpintero para asegurar la tapa del féretro por dónde se introdujo al difunto.

Y es que el encargo del sacerdote del pueblo fue muy claro, colocar exactamente 48 clavos, el mismo número de asesinatos que Artemio había cometido en su larga y desgastada carrera criminal, y que serían símbolo y recordatorio de su infausto legado.

Una ceremonia muy sencilla tuvo el difunto, solo asistió el sacerdote, el diácono, un acólito, el loco Vaseg y cuatro hombres que llegaron a la iglesia luego de los ruegos del sacerdote y una posible coima para que condujeran a Artemio hasta el cementerio.

Fue sepultado en una humilde bóveda en la zona más aislada, teniendo como testigo solo al loco Vaseg y los cuatro portadores del feretro.

Vaseg era un señor de unos sesenta años, de estatura media, robusto, tez blanca, nariz ancha, pelo ondulado blanco y alborotado, labios gruesos, pero lo que más impresionaba eran sus ojos saltones, que se ponían de un rojo intenso cuando se salía de casillas, que generalmente era todos los días.

A principio de un año cualquiera llegó al pueblo por primera vez junto con su hermano, un medico recién desempacando del la Universidad, que llegó a hacer su año rural en este pueblo.

El galeno solo estuvo unos pocos meses. En cambio Vaseg enamoro a una veterana profesora de escuela a punto de jubilarse y al poco tiempo se casaron.

Años después la pobre profesora apareció muerta en extrañas ciscustancias. Su cuerpo fue desmembrado totalmente Y esparcido por los alrededores del cementerio, con signos de raras marcas de un inconfundible 666 nunca se comprobó nada pero era un secreto a voces, quien había sido el culpable de semejante atrocidad, y su supuesto pacto con el diablo.

El loco empezó a tener comportamientos raros, cada día que pasaba era más descuidado en su indumentaria, muy rara vez se cambiaba de ropa y con el tiempo su olor nauseabundo se iba incrementando más y más, a tal punto que la gente ya no lo soportaba y esto le producia una clara satisfacción.

El loco vivía de la pensión de su difunta esposa Y se rumoreaba que en muchas ocasiones en las noches salía de su casa a tener reuniones clandestinas con ciertos personajes que delinquian en la zona.

Seis meses después del entierro, los lugareños se volvieron a reunir alrededor de la tumba, está vez no eran solo los cuatro portadores del feretro, ahora una multitud se agolpaba cerca de la tumba, no para visitar al muerto, sino con el fin de chismear qué había pasado con el difunto que hacía seis meses estaba disfrutando de su descanso eterno.

La comisión judicial y el forense tenían la orden perentoria de exhumar el cadáver para verificar algunos asuntos legales.

Los 48 clavos permanecían intactos y bien sujetos al ataúd, aunque sus cabezas estaban totalmente oxidadas, y a pesar De la mala calidad de la madera, fue bastante tortuosa la tarea de quitar Uno a uno los clavos. Cuando el sepulturero arranco el primer clavo, un alolescente miro al cielo y grito con todas sus fuerzas el nombre de su padre que fue la primera víctima de Artemio, luego el segundo clavo y una chica murmuró el nombre de su padre. A medida que salían los clavos aumentaban las voces de los dolientes, pronunciando los nombres de sus amados Familiares todos sabían exactamente el orden cronológico en que habían muerto.

El forense tenía fama de aguantar cualquier forma de pestilencias, era un tipo alcohólico y fue enviado por la justicia desde una población vecina.

Dentro del vulgo se encontraba Vaseg, otro más de los espectadores curiosos. Y como de costumbre nadie se acercaba a él, parecía una isla en medio del océano. No importaba la cantidad de gente, ni lo ajustados que estaban. Nadie quería estar cerca de él.

Y es que su olor no parecía de este mundo. El hedor que expedía era muy desagradable, rancio, agrio, amargo, fuerte y penetrante.

Cuando abrieron el ataud de Artemio, un vaho salió y se extendió por todo el lugar, aparecieron un montón de huesos sueltos del material cadavérico en descomposición avanzada.

El olor era diferente al Del Loco, un tufo nauseabundo distintivo de la muerte se esparció arrastrando necrosomas de cadaverina y putrescina.

Fue tal el olor del muerto que todos salieron en desbandada, solo quedaron en el sitio el forense y El Loco Vaseg. El duelo por saber quién aguantaba más únicamente duró unos pocos segundos, en una lucha muy desigual el forense saco de su bolsillo una botellita de whisky barato, tomo un gran trago y huyó despavorido.

El Loco Vaseg fue el único mortal que permaneció en el sitio junto con los gallinazos y perros que empezaron a poblar la zona.

El olor traspasó los límites del cementerio y de a poco se fue metiendo en las casas de los vecinos del pueblo. Tal parecía que Artemio no quería salir de las vidas de los pobladores y trascendiendo la muerte seguía con su infausto legado.

Las señoras acudieron a toda su sapiencia ancestral para tratar de camuflar el desesperante hedor, esparcieron toda clase de menjurjes , pero de nada valió.

Cuentan que fue tal la magnitud del desastre, que alcanzó un radio de quince Kilómetros a la redonda y duro por una larga semana para luego ir desapareciendo paulatinamente.

El Loco Vaseg fue el único mortal que permaneció en el sitio junto con los gallinazos que empezaron a poblar la zona.

Para El Loco, está fue la victoria más importante de su vida, y permanecio cómo un perro fiel al lado de su socio y compañero de «pacto».

Cuando le preguntaron a Vaseg cómo era posible que hubiera aguantado tamaño hedor, él solo atinó a contestar: “Yo solo me cubrí la nariz con mi brazo doblado, y el único olor que percibí es el que ustedes dicen que sale de mí».

La batalla sin cuartel entre los dos «socios» por la Pestilencia más fuerte fue ganada por un simple mortal, mientras el señor de las tinieblas preparaba su siguiente víctima.

MP

El trato

Posiblemente alguna vez, todos nos hemos planteado vender el alma a cambio de algún imposible. Dicen que el diablo no descansa y cuando la vida nos lleva a situaciones límites, estos seres demoníacos abren la puja y esperan pacientes a que aceptemos un pacto.

Esto es lo que pasó cuando Amanda creyó que llegaba su hora. Había nacido con una cardiopatía y llevaba años de hospital en hospital, de tratamiento en tratamiento. Pero nada daba resultado. Necesitaba un trasplante. La enfermedad le había robado la infancia y la juventud, siempre enferma e ingresada. Tenía veintiocho años y ni siquiera había podido hacer el amor. Pero aquella última vez tenía mala pinta. Los médicos se reunieron y le trasladaron la gravedad de la situación: no podían hacer nada más y si en el plazo de unos poco días no aparecía un donante compatible, moriría.

Esa era la cruda realidad: alguien debía morir para que ella pudiera seguir viviendo.

La incertidumbre la devoraba. Se sentía desesperada e impotente, obligada a esperar fuera cual fuera el desenlace. Cuando las fuerzas se lo permitían daba un pequeño paseo por la planta y miraba a los otros enfermos deseando, sin querer, que alguno compatible muriera para que su corazón fuera a parar a su pecho. Se avergonzaba de aquellos crueles pensamientos. Se arrepentía y le producía un gran dolor.

Dicen que los hospitales están habitados por parásitos hospitalarios, espíritus buenos y malos porque la muerte ronda a todas horas. Será por eso que una noche Amanda escuchó una voz en su interior animándola a acelerar la muerte de una de aquellas personas cuyas vidas pendían de un hilo, asegurándole que el paciente de la habitación 503 tenía un corazón compatible con ella. La voz le hablaba con claridad en su cabeza, explicándole que aquella persona no sobreviviría, que sólo se trataba de precipitar el proceso y evitarle así mayor sufrimiento. Aquel paciente era su salvoconducto.

Al día siguiente, Amanda se esforzó y salió de la habitación a dar un breve paseo. Caminaba despacio por aquel corredor de la muerte ensimismada, mientras escuchaba las instrucciones que aquella voz interior le proporcionaba: «Para poner en marcha el proceso sólo tienes que colocarte junto a la cama del enfermo y repetir tres veces: ‘Vendo mi alma’, ‘Vendo mi alma’, ‘Vendo mi alma’ y el pacto estará sellado».

Miraba los números de las habitaciones viendo cómo se acercaba lentamente a la 503 ocupada por un joven de veinte años que había sufrido un grave accidente y cuyos padres habían comunicado al hospital su deseo de donar los órganos. Caminaba mientras las lágrimas descendían por su mejilla y apretaba los puños dentro del bolsillo. Una vez llegó a la puerta, entró y se colocó al lado de la cama. El joven estaba sólo y parecía dormido, entubado y rodeado de aparatos. Amanda cerró los ojos un instante y cuando los abrió se escuchó decir en voz baja: «Perdóname». Luego tragó saliva. Un sabor amargo le impregnó la boca y a continuación se dispuso a repetir: ‘Vendo mi alma’, ‘Ven…’ El ritual se vio interrumpido y en ese preciso instante sintió que una mano la cogía fuertemente por el codo. Ella se volvió sorprendida y asustada mientras su padre sonriente le decía: ¡Tenemos un donante! ¡Tenemos un donante!

Amanda, inexpresiva, aturdida y sin poder reaccionar, se volvió hacia aquel chico que yacía inmóvil en la cama, le besó en la frente y se marchó. La pesadilla se había terminado y las voces no le hablaron nunca más.

YOMALCRY OSORIO

¿A quien se le ocurre vender el Alma?.

Es lo más preciado al nacer .

Es lo único que se va con nosotros tambien.

Cuando se apaga él corazon ,tambien descansa él ,y ahi es donde comienza el viaje sin retorno y sin final.

El alma no tiene precio.

Su majestuosidad es invaluable .

¿Quien le coloca el valor ?.

¿Como se calcula ?

Si somos como las estrellas ,es nuestra alma la que resplandece aun estando en los lugares y momentos más oscuro de la vida.

No se debe apagar la sonrisa,para que el alma no muera y mucho menos colocarlo a la venta.

Jamas encontraremos un valor justo ,pues no es igual en todos los corazones y espiritu.

Es nuestra alma la eterna compañera , es la que nos otorga el valor frente al miedo ,

No estará en venta mi alma .

Pues es la única que me acompaña en este mundo donde no hay nada cierto ,pero ella no se equívoca.

Se que tendre un fin ,mi cuerpo entrará en el descanso y paraiso prometido.

Se cuando aterrize aqui ,pero no se cuando me iria .

Es por ello que mi Alma nunca venderia.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Juan era un adolescente sentado en un banco del parque. Rumiando la decepción del primer amor. Ella lo rechazo con lo típico, «Te quiero como amigo»

» Vendería mi alma al diablo por qué me quisiera.»

Flos, un señor vestido de rojo, cuernos, sentado a su lado.

Le tendió un papel,» Firma!» Le dijo.

Juan lo miro, miro el papel.

«Tú quién eres?»

«No lo ves!! El diablo»

Juan no se lo podía creer. Le dijo al diablo.» No pienso firmar nada, estás muy desesperado, además soy menor.»

El diablo se puso más rojo aún.

«Estos niñatos me tienen arto»

Allí en el infierno están nerviosos, nadie vende su alma, ni un adolescente.

GAIA ORBE

El año difícil de leer

Las bombas caen sobre un mundo fracturado. Huella digital de ADN para todos, ¿obligatoria o voluntaria? Decenas de conflictos armados mientras las placas oceánicas se deslizan en las profundidades. África se está partiendo al medio. El cinturón de fuego se mueve para unir América y Asia. Pronto chocarán. Los continentes tal cual los conocemos flotarán a la deriva sobre los viejos mares.

Este año no se salva nadie, pero yo, mi alma no la vendo.

Salgo sin miedo a decir hola en busca del guardián de los mil secretos. He decidido enfrentarlo con calma y atención. Voy a seguir a los pájaros que están cambiando sus rutas migratorias. Después de todo una montaña puede estar ahí un día, y al otro desaparecer. Las ideas no se matan con bombas.

ARITZ SANCHO MAURI

Tuve que convertirme en polvo varias veces antes de darme cuenta a quién estaba idolatrando. Dejé de ser un humano más y me convertí en alguien deleznable. Caí al suelo tantas veces hacia un abismo sin fondo que me vi obligado a vender mi alma a precio de costo. Saldo que cualquier persona que me mostrara mi afecto ya poseía mi ser, pareciendo un fracasado infeliz más. Estaba a punto de cruzar la línea que me separaba de este mundo a lo desconocido cuando te conoci y me di cuenta de que eras el otro extremo de mi hilo rojo. Hilo rojo pasion invisible que conecta a aquellos que están llegando a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper.

Jamás quise que significaras algo para mí, por eso no te hacía caso. Aquel día que llegaste haciéndote la chica remolona, lloré muchísimo; me vacié. Me di cuenta de que había alguien especial que creía en mí; a pesar de mis demonios. Se esforzaba en distinguirse del resto para que le prestara atención. Escuchaba y aprendía de todo lo que decia, incluso me hizo caer en mi propia trampa, porque sin darme cuenta la hacia sufrir Me sonreía y miraba de forma diferente al resto. Su color de ojos no me importaba, solo veia su transparencia cristalina. Era preciosa y se hacia la mosquita muerta.

Quise mostrarle la mejor versión de mí cuando me di cuenta de que ella estaba enamorada de alguien cuyo pozo de soledad no tenía fondo.

A pesar de mis esfuerzos, ella decidió seguir adelante sin mí. Me sigue doliendo pensar en ella Con el tiempo estoy aprendiendo a respetar su decisión. Me di cuenta de que mi felicidad no depende de ella y empecé a valorar a las personas que realmente me enriquecen la vida. Ahora, aunque no estemos juntos, daria mi vida y vendería mi ser cuantas veces fueran necesarias por ella, porque es mi musa, y sé que ella siempre tendrá un lugar especial en mi corazón por haberme mostrado que todavía hay esperanza por algo mejor en este mundo.

ANGY DEL TORO

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL Y LA IA

Madame Géminis Londoño, escritora, periodista y colaboradora de las ediciones especiales en el periódico digital Disparates News, acaba de recibir una noticia, la cual, ha llamado poderosamente su atención: un grupo de hackers ha logrado infiltrarse en el sistema de seguridad de una empresa líder en el desarrollo de robots emocionales y ha robado los datos de miles de usuarios que interactúan con ellos.

De inmediato, comunica a su director general, el señor Peter Lambón, le informa que ha decidido seguir el rastro de los hackers e intentar descubrir qué se proponen. El director, aunque confía en las habilidades de su reportera del espacio, teme por su seguridad, conoce sus habilidades, no obstante, le advierte de que debe mantenerse en comunicación permanente con la jefatura de redacción.

Un plan siniestro ha descubierto la Madame Géminis: los hackers pretenden usar los datos recopilados en la nube para manipular las emociones de los usuarios. Hacerles creer que los robots son sus verdaderos amigos, mientras que los humanos son los enemigos.

La reportera se enfrenta a un dilema: ¿debe revelar la verdad y arriesgarse a ser perseguida por los hackers, o vender su alma, guardar silencio y permitir que los usuarios continúen siendo engañados y explotados? Continuará…

CARLOS RODRÍGUEZ

Tercera entrega de «Juego de damas»

Puesto que la información divulgada por todos ellos era similar, la entrevista la realizó con todos a la vez. Todos habían dado credibilidad a la información de forma directa, pues la habían recibido a través de la agencia EFE de noticias.

Pero algo no encajaba en aquel documento que todos ellos le presentaron a modo de prueba exculpatoria en el caso que la difusión de dicha noticia pudiese haber infringido algún tipo de orden judicial. El logotipo que encabezaba aquel documento lo hacía parecer emitido por la sección de noticias internacionales, cuando el suceso tendría que haber sido comunicado por la delegación autonómica.

Vallejo agradeció la colaboración y se despidió de todos ellos pidiéndoles que no repitiesen la noticia y prometiéndoles que se encargaría personalmente de mantenerles informados de la veracidad o no de los hechos presentados en aquello que habían recibido sin la habitual firma del corresponsal de la agencia.

Mientras tanto, en el anatómico-forense una pequeña nevera portátil iba recibiendo los botecito y pequeños tubos de muestras que pronto saldrían rumbo al laboratorio donde los técnicos se encargarían de buscar cualquier rastro de drogas, venenos, químicos o cualquier anomalía que pudiese haber causado la muerte de aquel pobre hombre.

En cuanto a las pruebas físicas que Amalia estaba encontrando, todas ellas apuntaban a la misma conclusión que había llegado en su explosión preliminar en el escenario de los hechos, todo le decía que la causa de la muerte había sido un infarto de miocardio irreversible, las lesiones presentadas por aquel corazón eran inconfundibles.

El contenido del estómago tampoco revelaba nada extraño a simple vista, parecía que en las últimas horas de su vida únicamente había ingerido agua, pero sería el laboratorio quien tendría la última palabra.

Tampoco había encontrado marcas de pinchazos, cortes o rozaduras que pudieran indicar cualquier tipo de intervención externa. Tampoco se apreciaban reacciones alérgicas.

La consulta del historial médico del fallecido puso en alerta a la forense, aquel hombre se había sometido a una revisión completa apenas tres semanas antes, y los resultados de las analíticas y demás pruebas realizadas mostraban que se encontraba en muy buen estado de salud, siendo evidente que era alguien que practicaba deporte de forma habitual por el estado que sus músculos presentaban. Con todo esto estaba muy claro que no tendría porque haber sufrido aquel infarto.

Ya despuntaba el día cuando Amalia y Vallejo se encontraban nuevamente. Ambos llevaban consigo lo poco que habían podido averiguar en aquellas horas que habían transcurrido desde la llamada de la jueza pidiendo explicaciones.

Sus caras lo decían todo, una mezcla entre cansancio y decepción se reflejaba en sus rostros junto a una expresión de circunstancias que dejaba adivinar que los resultados obtenidos hasta ese momento no iban a ser del agrado de la titular del juzgado.

– Buenos días Vallejo, ¡no traes muy buena cara! Y deduzco que no es sólo por el cansancio.

– Lo de buenos días… sólo por educación, porque te aseguro que lo único bueno que he tenido hasta ahora es el ver su sonrisa. Aunque se note un poco forzada, lo que me indica que tus resultados tampoco han sido muy halagüeños.

– ¡Que bien me conoces! Pues sí, mis resultados siguen apuntando a un infarto. A ver si el laboratorio tiene más suerte y nos da una explicación.

– ¡Buenos días señores! Supongo que venía a verme, pero por sus caras no parece que tengan respuesta alguna ¿me equivoco?

– No señoría, no se equivoca. Lo único nuevo que tenemos es el como llegó la noticia a los medios. Esta mañana un equipo de la Unidad de Delitos Informáticos tratará de localizar en los servidores de la agencia EFE el origen del comunicado que, según los indicios, puede haber sido fruto de un hackeo.

– Pero… ¿tenemos el contenido del comunicado?

– Sí señoría.

Respondió Vallejo mientras estiraba su brazo para acercarle la carpeta que contenía una copia del documento recibido por los medios y el informe de las actuaciones llevadas a cabo hasta el momento. También Amalia aprovechó ese momento para entregar su informe y dejar claro que estaba a la espera de los resultados que de las muestras pudiesen obtener en el laboratorio, pero recalcando que podrían demorarse por la complejidad de algunas de las pruebas que se debían realizar en busca de confirmar la información que habían divulgado las televisiones más que las conclusiones de la autopsia.

La cara de la jueza no escondía la decepción y la sorpresa por las informaciones recibidas pero era consciente de que faltaban todavía muchas pruebas que podrían proyectar algo de luz sobre todo aquel despropósito.

Ya fuera de la sede de los juzgados.

– Desayunamos juntos.

– Claro que sí, después de esta larga noche nos vendrá bien desconectar un rato, y así me pones al día de estos últimos años, que ya nos han dejado claro que no nos podemos fiar de lo que se cuenta. – Respondió Amalia mientras de reía. – Además, la niña ya se habrá ido al instituto.

– ¿Nos vemos entonces en un ratito en nuestro rincón? Bueno, si es que sigue funcionando.

– Claro sí. Ya veo que sigues siendo el mismo nostálgico de siempre.

Vallejo regresó a comisaría para cambiar el vehículo oficial por su clásica Sanglas con sidecar que había salvado del desguace cuando era joven, y que casi le cuesta vender su alma al mismísimo diablo para poder convencer a su padre de que realmente merecía la pena hacer aquella restauración integral.

Ya sobre aquellas tres ruedas que iban captando todas las miradas en su trayecto hacia aquella pequeña cafetería en la zona universitaria, iba pensando en el caso, intentando descifrar alguna pequeña pista en el texto supuestamente enviado por la agencia.

– << La policía investiga la muerte por envenenamiento del empresario Genaro Genarez mientras este participaba en una partida múltiples de damas enmarcada en los actos de exhibición del campeonato mundial de esta especialidad que se celebra en estos días en la capital gallega. El grupo de homicidios de Santiago de Compostela ha asumido la responsabilidad de esta investigación mientras se esperan las conclusiones de los forenses. >>

El comunicado era escueto, pero la importancia que Genaro Genarez en el mundo empresarial europeo, además del hecho de ser el campeón mundial de damas, hacía que su muerte tuviera una relevancia tremenda entre la opinión pública.

Mientras estacionaba su joya sobre ruedas casi frente a la puerta del local el caso desapareció de su mente y está se llenó con recuerdos de años ya pasados. A su memoria vino el día en que Amalia y él se conocieron, justamente allí, en aquella misma puerta ahora gastada por el paso del tiempo. Aquella tarde lluviosa en que habían tropezado cuando ambos corrían buscando refugiarse del aguacero. Libros y apuntes desperdigados por el suelo, las cuatro manos intentando recuperarlos antes de que el agua los dañase, y luego… luego aquellos ojos verdes clavados en los suyos.

GRACIELA PELLAZA

Saber cómo y cuándo, calculo que debe tener alguna ventaja.

Morir es una certeza, pero que esto mismo tenga un crédito, una valía me llena de incertidumbre.Creer que puede beneficiar a alguien no me quita el sueño, solo me picotea la curiosidad.

Pensé en vender el alma, pero a que Diablo o a que Cristo.

El cuerpo se puso malo, soso, sin ganas, ya no tengo fuerzas casi para empujarlo. Le busqué los faltantes, lo llené de vitaminas, y visité hasta los magos que te ofrecen pócimas pero nada, está enflaquecido, famélico de ternuras.

Lo que me inquieta y me duele…Es llevarme el alma.

Ella sí se ha engrosado de voluntades, de perseverancia, de bondades. Todos los días le hablaba al cuerpo, era una buena oradora, tenaz, convencida y piadosa.

Trataba y trataba, hasta que un día lloró conmigo toda una semana.

Firmé tantos papeles estos días, no hay ya casi nada para atrás; y para adelante, quien sabe, es tan extraño todo.

El que me sobrevive entenderá.

Ni siquiera estoy tan seguro si será el miércoles o el viernes, pero casi esta decidido que planear desde la terraza de un piso doce, tiene ese impacto de seguridad.

Flotar.

Quizás en el planeo final, se desprenda el benévolo suspiro que nos trasciende, el aliento esperanzador de la finitud, lo único inmortal.

Lo que no muere.

LUISA TURATTI

No puedo vender mi alma, es lo único que me queda para sentir.

Tengo el corazón hecho pedazos, dolido, maltratado, incapaz de sostener apenas latidos.

No puedo vender mi alma, es lo único que me queda para intentar sanar.

Tengo las ganas en el mínimo, los sentimientos me los embargaron, y las emociones dormidas.

No puedo vender mi alma, que aunque dolorida, es la esperanza que aún me queda.

Tengo la alegría fingida en las apariencias y las lágrimas que lloran hacia adentro ahogando las palabras.

No puedo vender mi alma, a pesar de todos los pesares. Pues se, que nada cambiaría.

Sabría que tú amor, igualmente, no sería puro. Volverías a destrozar mi corazón, mis ganas, mis sentidos, y me quitarías la poca esperanza que aún resiste.

Sería un precio muy alto a pagar, por algo que se, que ya no vale nada.

No puedo vender mi alma, es lo único que me queda….

CONCHA CARIAS

A pesar frío de aquella mañana de primeros de diciembre, Leonor espera cola desde las seis de la mañana, antes de ir al trabajo, hacia aquella famosa administración de lotería de la calle del Carmen.

Viuda con dos hijos, de seis y ocho años, trabaja limpiando el colegio de monjas “Luz Casanova”, y en sus ratos libres coge puntos a las medias a las vecinas de su barrio, San Blas, trabajos, que, a pesar de todo su esfuerzo, no cubren los gastos mensuales.

Su marido, Antonio, era aprendiz de farmacia. Murió por una sobredosis de láudano, sustancia a la que le cogió el gusto en la trastienda de la botica, mientras elaboraba las “pócimas” de la clientela.

Cuando Leonor ya se veía con sus hijos en una chabola del “Pozo del Tío Raimundo”, la remodelación del barrio de San Blas por el “IVIMA”, le concedió una vivienda en la calle Laboratorio, por su condición de viuda de un casi farmacéutico.

—Señora ¡no empuje! —dijo enfadado un señor de muy buena facha, que mira con desprecio a una Leonor que por sus pocas carnes y la mala calidad de su abrigo tirita, buscando la cercanía del calor humano como muchos otros de aquella fila que serpentea, alargándose hacia la Puerta del Sol. «¿Quién me manda a mi creer en estas cosas? Por un sueño tonto. Hoy no llego a la hora, y Sor Pura tan contenta de echarme la bronca. ¿Para que hago caso de las tonterías de mi hija? ¡Que los sueños se cumplen madre! Lo mismo me lo mandó Antonio. ¡Menudo desgraciado! Hasta arriba de deudas me dejó, y ahora para que me mande al Diablo con la gaita del número del Gordo. ¿Y si antes de la última campanada, no consigo saber su apellido? Capaz será de robar el alma a mis niños. ¡A saber! Ya me toca»

—Buenos días —dice Leonor arrecía bajo su trenca —. Quería el quince mil seiscientos cuarenta. ¿Le queda?

—Un momento. ¡Aquí esta! —dice el dependiente—. Pero espere, este número… ya salió. ¡Doña Carmen! —gritó a una anciana, medió sorda y arrimada al brasero—. ¿Le suena el quince mil seiscientos cuarenta?

—Pues… me va a sonar —tarda en responder doña Carmen con voz ronca—. Ese toco el Gordo al poco de que muriera la Manolita.

Leonor duda, pero al final compra aquel número, solo uno, no tiene para más, y a toda prisa se mete en el metro en dirección al trabajo.

Durante los días anteriores al sorteo Leonor ha saturado de objetos la cómoda de su dormitorio: un llavero del que cuelga de una herradura, una vela, la planta del dinero y una figurita de San Pancracio, bajo la que está el décimo.

Aquel viernes 22 del año 1978, Leonor friega el pasillo del colegio, acercándose y alejándose de la mesa del bedel, quien muy atento, lápiz en mano, escucha pegado al transistor como cantan los niños de San Ildefonso.

—¡Leonor! —grita Sor Pura, retumbando en toda la planta—. Apúrate con el pasillo y baja a la clase de párvulos que hay otra que ha vomitado… y ¡deja en paz el sorteo!, que con la suerte que te ha tocado en esta vida, no sé qué esperas.

A trancas y barrancas, Leonor quita aquel apestoso vómito de restos de galleta, y líquido amarillo verdoso, cuando escucha aquel rumor que se cuela por la puerta:

—¡Ya salió!…”El Gordo”.

Sin pensarlo suelta la fregona y sube a la segunda planta saltando de dos en dos los escalones:

—¿Cuál? ¿Cuál? —grita al bedel, que asombrado siente el tirón de su chaqueta por el ímpetu de Leonor fuera de sus casillas.

—Quince mil seiscientos cuarenta… ¡veinte millones de pesetas! Quince mil seiscientos cuarenta… ¡veinte millones de pesetas! —repiten los niños cantores.

Leonor se quita los guantes, mete la mano en el bolsillo y allí apuntado en su libreta, escrito bien grande muestra el número de su décimo:

—¡He ganado, he ganado! —grita y llora al mismo tiempo, enseñándole el papel al bedel— ¿Oyes Hipólito? ¡El Diablo me lo dijo!

Sor Pura se persona en el lugar ante tanto revuelo.

—Pero ¿qué te pasa? ¡Loca más que loca! Sí, te ha tocado —soltó envidiosa—, pero o te tranquilizas o te mando al loquero. ¡Y no blasfemes! Seguro que has vendido tu alma al Diablo y por eso ahora te colma de fortuna… ya la pagarás, ya.

Leonor se quita la bata sin dejar de gritar y abandona el colegio para volver a su casa. Ya en el metro guarda la compostura y empieza a recordar las palabras del Diablo. «Y me llevaré el alma de tus hijos como no digas mi apellido antes de que suene la última campanada».

Leonor consulta a todas las personas de su barrio, y fuera de él, con fama de sanadores, a su médico de cabecera, quien pensó que tenía un brote esquizofrénico, y por último lo intenta con el cura de su iglesia, que casi la corre a porrazos

¡Nada! Nadie tenía ni la menor idea del apellido del Diablo.

Ya sólo quedaba un día para que se cumpliera el plazo cuando llama a la puerta de su casa una viejecita que decía la buenaventura, a recoger unas medias.

—Leo —dice la anciana—, te veo con mala cara. ¿No quieres contarme lo que te ocurre?

—¡Ay, señora! —se lamenta—. Tuve un sueño y el Diablo me ofreció un dinero a cambio del alma de mis dos hijos, y lo acepté. Ahora ya no pienso igual, porque el sueño se ha hecho realidad y debo adivinar su apellido o se llevará a mis hijos.

—Así que le has vendido tu alma al diablo, ¿eh? —replica la vieja—. ¿Y cuándo finaliza el plazo?

—Mañana, antes de la última campanada. Sino he dicho su apellido, se los llevará.

—¡Quia! —dice la vieja—. No te preocupes.

La anciana se acercó a Leonor y le dice algo al oído, lo que hizo que Leonor rompiera a llorar y. abrazar a la anciana.

Aquella misma noche, en los sueños de Leonor, de nuevo se aparece el Diablo y le dice:

—Bueno… Vengo a recordarte tu deuda. Pero, antes, quiero ver si sabes aprovechar la oportunidad que te di. Respóndeme, ¿dime cual es mi apellido? —le pregunta con los ojos encendidos, sonriente, convencido de que no lo sabe.

—Tu apellido es Mora, porque en la Biblia dice: no entres donde el Diablo Mora.

Y el Diablo sin poder ocultar su asombro, desaparece.

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

—Amazonas, ¿sabes que están vendiendo tu alma?, por estar cubierta de oro, por ser la veta de la sabia del mundo.Majestuosa hermosura sin fin.

—Tu la diosa cubierta de la más primorosa biodiversidad en flora, fauna, ecosistemas, paisajes y culturas, tu vestir de piedras preciosas llama a la codicia inescrupulosa de los hombres que te desean.

—Sabías que tu alma, tu esencia, es subastada al mejor postor que se transforma en el verdugo, la máquina trituradora que tala sin piedad tus miembros, te explotan con químicos capaces de contaminar tu sangre que corre por la infinidad de venas que dan vida a ese mismo hombre que como una ola expansiva sin control te golpea dejando cicatrices en tu rostro.

—La presión ejercida sobre ti Amazonas, por aquel que no merece ser llamado ser humano, no es algo nuevo. Tu bosque amazónico ha experimentado sucesivas olas de contrabando, motivadas por el afán de lucro mercantilista de diversos villanos, unas veces los llaman traficantes, ganaderos, mineros y represores de los afluentes infinitos y caudalosos que se extienden por tus tierras vírgenes.

—Un hijo de tus entrañas llamado látex del caucho, fue tan explotado que generó la más grande migración hacia ti conocida hasta la fecha, provocando la esclavitud de muchos pueblos indígenas, diezmándolos y forzados al abandono de sus territorios tradicionales. —El boom del caucho introdujo la posibilidad de alcanzar el “sueño amazónico”, un anhelo de riqueza y poder.

—Este ultraje continúa, son muchos los hijos que te quieren arrebatar de tu corazón.—Amazonas eres una mujer guerrera, valiente, madre que trata de ocultar a sus vástagos en las profundidades de tu ser. Donde no son capaces de llegar las siniestras sombras que te rodean.

—Por vender sus almas talaron al cedro, caoba, lupuna y la palma hasta llegar a quemar tu piel carcomida por el tiempo.

Amazonas no podía dejar de preguntarle, al ser que le hablaba con tanta dulzura y comprensión.Ella sentía la angustia que le transmitía ese ser que quería velar por su supervivencia.

—¿Pero quién eres tú?, que me conoce y entiende mis dolores.

—Soy la voz de las almas que jamás se venderán.

—Soy aquella voz desde el alma no perdida en la codicia, el poder y la degradación.

—Amazonas todavía existen seres humanos que se unirán a ti, que combatirán contigo en la guerra declarada de la devastación.

—Recuerda que yo soy la voz que no calla y no estoy sola. Las corales velarán interpretando piezas de música para que arrullen a tus hijos únicos en el mundo.

—Amazonas quisiera que no me dejaras, tu naturaleza virgen debe permanecer bajo el velo oculto. Tus secretos no serán revelados. Tus tesoros en especies naturales seguirán incrustados en las rocas, caudales, tierra y follajes multicolores.

—Bajo tus alas de madre protectora se esconde la prolífera infinidad de especies animales, desde la más pequeña, las más mortíferas como la araña bananera, insignificante criatura que puede desprender un veneno mortal para el hombre, hasta la fuerza indomable del jaguar.

—Seguirán las leyendas, la mitología indígena, la energía creadora de la magia que como la boa te envuelve hasta asfixiarte.

—Sin ti, no existe la vida, sin ti, el agua no fluye, sin ti, el aire no llega a su destino, sin ti los corazones dejarán de latir.

SHELO SHELO

«VENDI MI ALMA»

Vendí mi alma (comercio de destinso)

En la penumbra de la noche,

en la calle me encontraba.

Pensativo después de tanto derroche.

En la penumbra de la noche

cabizbajo, aburrido. Anoche

de pronto a lo lejos oí un ruido.

de pájaros negros que a lo lejos parecían haberse reído.

Vendí mi alma en un mercado

Donde miles de tejidos del pasado

se tejían con finos hilos de lino.

son demasiado pesados para el felino.

vendí mi alma al elegir,

una carrera por el afán de algo construir,

para competir con el cruel mundo para competir,

con personas desconocidas, para competir,

y tal vez llegar a sentir.

Vendí mi alma al mar,

de las redes donde se dice que se puede amar,

Llegue a zambullirme para tratar nadar,

Pero pequeñas son las mentiras grande es lo que cedes.

camino hacia el sendero,

de los llantos y lamentos,

donde mi alma estaba como en un crucero,

aparentemente estaban débiles mis cimientos.

Camino hacia el crepúsculo eterno,

dondequiera mis latidos bombardean como un submarino,

al compás de una banda de musical,

muy infernal.

Mis pasos resonaban

a una melodía amarga siendo

esta un susurro que encerraban

a pájaros negros llamados cuervos

los cuales están vivos.

LUISA VALERO

EL MUNDO DE CARMELA

Capítulo 5: Un mal sueño

Abro mis ojos con mucho esfuerzo porque no quiero enfrentar este mal presentimiento. Sin desearlo, empiezo a levitar y veo ,desde arriba, mi cuerpo que duerme plácidamente en mi lecho.

Desde hace un rato, he sentido una atmósfera densa en mi dormitorio como si hubiera una presencia extraña. Quiero regresar a mi cuerpo, pero no sé cómo hacerlo…, quiero gritar para que Eva o Javier me despierten; sin embargo, no sale el sonido a través de mi garganta muerta.

Mi sangre fluye como si estuviera haciendo una carrera y pienso en la puerta como vía de escape. En tan solo un segundo, y volando, me he trasladado a ella. Está cerrada y no tengo manera de abrirla; solo soy una ráfaga de aire sin materia: una conciencia atrapada en otra dimensión paralela.

Aunque todavía es de día, los colores de las cosas en la habitación y los sonidos exteriores se han desvanecido.

Mi corazón trota como un caballo desbocado y duele del esfuerzo; mi cerebro no deja de funcionar y pedir auxilio: «Por favor, que alguien entre y me despierte. No quiero estar aquí…»

De repente, la presencia empieza a hablar y a la vez se materializa ante mí. Es un ser grande y oscuro, de unos dos metros de altura, con orejas de duende y animales que son extensiones de él; veo un buey y un cabrito al lado de su cabeza. La parte inferior de su cuerpo corresponde a un felino. Lo que más me eclipsa son los círculos brillantes de color rojo de su rostro; supongo que son sus ojos.

Agacho la mirada para intentar huir del magnetismo que desprenden esos rubíes y el terror a los animales que también me observan serios y sin hacer ningún ruido. No puedo respirar…

—¡Hola, querida Carmela! Me presento: Soy «Asmodeo», pero para los amigos «As»—lo dice con una voz amigable que hace que me pueda relajar por un momento—. No tengas miedo, si quieres me convierto en alguna forma humana que sea de tu agrado. ¡Ah, ya sé!

Boquiabierta observo cómo desaparece, convirtiéndose en un remolino y después se empieza a transformar de nuevo.

Ahora y delante de mí, se encuentra el guapo actor Patrick Swayze, que es mi ídolo y amor platónico. No puedo pasar la saliva y mi boca se tuerce varias veces de los nervios. Siento zozobra por saber cuál es el plan de As y por qué me ha buscado…

Se acerca a mí y parece muy real. Me llama y tiene la voz original del actor, pero habla español. Me besa y yo me dejo besar. Aunque sea solo una especie de sueño, quiero disfrutarlo.

Se pone más apasionado y me saca mi pijama. Recorre mi cuerpo besándolo y se detiene en mi ombligo.

—¡Ay, Carmela, tus bragas parecen de monja! Un poco más grandes y te tapan hasta los tobillos. Te liberaré…

Me «libera» y continúa lamiéndome mi monte de Venus como un gato que se limpia sus patitas.

—No bajes, ahí no… —le ordeno.

—¡Aquí mando yo, abre tus piernas y disfruta!

—¡Ah!, ¡ah!… ¡Ay, Dios!

— ¡A «ese» ni lo menciones, o sino me detengo! —se le crispó la cara.

—Perdona, sigue… ¿Y esto es el paraíso?

—Sí, mi reina, y todavía falta mucho más por disfrutar…

Acto seguido me hace suya.

Gimo de placer, sin reprimirme, y esta vez sí sale la voz hacia afuera, porque antes era como si tuviéramos una conversación telepática.

—Dime, ¿y por qué me has buscado?

— Sé que estás enferma y yo puedo darte salud, amor, buen sexo y también mucho dinero. Lo que desees lo tendrás. Ni siquiera envejecerás.

—¿A cambio de qué? —le pregunto mientras lo agarro de sus nalgas y las empujo hacia mí para sentirlo más adentro.

—De tu linda alma…

»El contrato dice que morirás a los 69 años y te dedicarás desde entonces y hasta la eternidad a ayudarme a atrapar a más almas durante estos sueños astrales.

»Por favor, cariño, ¡dime qué sí!

Me empiezo a horrorizar por mi posible futuro y lo empujo con fuerza lejos de mí para poder escapar; aunque, la verdad no sé a dónde.

Se convierte de nuevo en As, me persigue y la boca de la felina muerde con agresividad mi pantorrilla, impidiendo mi huida. Empieza a chorrear la sangre desde la herida. Me quejo por el dolor y me quedó quieta o se desgarrará más.

—¡Mi alma es solo mía! —le voceo—. ¡Tendrás que matarme!

Pone sus manos en mi cuello para estrangularlo; intento quitarlas, pero su fortaleza es descomunal. Sé que voy a morir, más nunca tendrá mi alma…

Quiero que todo termine ya para poder ir al cielo de una vez, y comienzo a rezar un Ave María.

De repente, siento unas caricias suaves en mi cara y oigo levemente la voz de Eva que algo me susurra:

—Despierta, Carmela. Es solo una pesadilla. ¡Claro que sí, tu alma es solo tuya! ¡Despierta!

Todavía no puedo regresar de donde estoy, sigo flotando.

As y todos sus animales me están mirando con mucha ira. Con crueldad de demonio, que nunca tendrá empatía, me dice en nuestra comunicación mental:

—Regresaré de nuevo y me darás una contestación. Ya sabes que está pendiente el resultado de tu biopsia y yo te lo voy a adelantar: «Tienes carcinoma ductual invasivo en etapa cuatro».

—¡Nooo! —chillo y, haciendo un gran esfuerzo, consigo regresar a mi cuerpo. Entreabro los ojos y tengo a mi costado a Eva. Enloquezco porque mi sistema nervioso colapsó y no puedo gestionar mis emociones ni hormonas. Mi rostro se enrojece y aprieto los puños. Me levanto súbitamente y empiezo a estrellar las cosas, que están cerca, contra el suelo.

Eva me observa y lagrimea a la vez. No sabe qué me pasa y el motivo de mi furia.

—¡Cálmate ya, o te tendré que dar un guantazo! —Se acerca a mí y me zarandea.

Después de recobrar algo de paz, le digo que se siente conmigo en la cama; las palabras no quieren ser pronunciadas:

—¡Tenemos que hablar!

—¡Nena, me estás acojonando, de verdad! Parece como si hubieras visto al mismísimo demonio —me dice Eva y alza sus hombros haciendo el gesto de querer saber más…

—¡No creo que tengas tanto miedo como yo! —le contesto y comienzo a llorar como una Magdalena.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

Imagino que habréis leído la leyenda de Bécquer “La cruz del diablo”, que relata que en Bellver de la Cerdanya, valle catalán sito entre la Sierra del Cadí y los Pirineos, bordeado por el Río Segre, existe una cruz, encima de una roca que es una cruz maldita ya que procede de la fundición de la armadura de un terrible señor medieval: El Señor del Segre que no solo había vendido su alma al diablo sino que el mismísimo diablo se encarnó en él. La tal roca, parece ser que en su día fue el castillo de ese terrorífico personaje.

Bien, esta es la leyenda y la cruz de hierro llamada “La Creu del Diable, en catalán, allá sigue y nadie recuerda la tal leyenda.

Retrocedamos al SXX. Primer día de cole tras las vacaciones estivales.

Como es natural, ese primer día n sucede nada que podamos decir “serio”, ya que todo son reencuentros con el profesorado y con los compañeros de clase con, evidente, los relatos más o menos incrementados de los sucedido ese verano a un grupo de adolescentes.

Cuando le llegó el turno a Elena, que justamente pasaba el verano en Bellver, con cara de circunstancias nos relató lo siguiente:

En el pueblo, sito en lo alto de una pequeña colina y, como he dicho, bordeado por el Segre, había un grupo de adolescentes que se conocían desde niños, muchos de ellos originarios de allí por parte de padres o abuelos que habían habiendo adaptado las casas a los tiempos actuales, les servían de refugio huyendo del calor de la ciudad.

Este grupo de gente joven pasaban el día más o menos juntos, dándose un baño en el río si no llevaba mucha corriente, o en la piscina de alguno de ellos y a la tarde solían hacer excursiones con merienda por lugares no demasiado lejanos.

Pero un día decidieron hacer una auténtica excursión, con tiendas de campaña a unas pequeñas lagunas llamadas “Estanys de la Pera” a dos mil metros de altura, ya en el Pirineo.

Dada la distancia y el duro ascenso que les esperaba, iniciaron el ascenso poco después de salir el sol.

El camino era duro, pero las piernas de los jóvenes, acostumbrados a ir por la montaña, lo resistieron perfectamente, llegando a su destino al mediodía sin otro percance que el calor cogido en el ascenso, clamado por un baño rápido en el agua helada de la laguna más próxima.

Tras pasar un día fantástico y a la noche cantar, hablar y reír ante una pequeña hoguera, muertos de cansancio se enfundaron en los sacos de dormir dentro de las tiendas.

El día siguiente, aunque por la mañana siguieron la juerga, tras la comida emprendieron el regreso.

Y si la subida era dura, también lo era la bajada, por haber muchos lugares pedregosos y otros resbaladizos a lo que se sumaban las agujetas que todos tenían del día anterior, por lo que bajaron lentamente.

Cuando llegaron debajo de la montaña ya comenzaba a oscurecer por lo que encendieron las linternas y así fueron caminando hacia su destino cuando, repentinamente les pareció ver una luz de un color extraño que, desde donde se encontraban creyeron que se trataba de un coche, por lo que no le dieron mayor importancia. Pero conforme avanzaban hacia la carretera, vieron que la luz seguía fija y no se encontraba abajo sino encima de una roca. Les llamó la atención. Ya era bastante oscuro y la luz de las linternas no tenía tanto alcance como para discernir quién era el autor de tal iluminación.

Conforme avanzaban, se dieron cuenta que la tal luz, adquiría un color azulado que era alargada y en su extremo superior adquiría tonos rojizos oscilantes, como si se tratara de una pequeña llama. Y entonces, ya más cerca, vieron su procedencia: ¡la cruz del diablo! Conforme se aproximaban la veían retorcerse y oscilar como si toda ella estuviese ardiendo.

Un pánico terrible les paralizó unos momentos. ¿Qué sería? ¿Realmente el espíritu del Señor del Segre volvía a?…eso ¿a qué?

Aunque sus mentes racionales dijeron que eso era imposible, por lo que pudiera ser, cambiaron de ruta y cantando a la vez que intentaban burlarse de lo visto.

Pero aquella noche, más de uno soñó con fantasmas.

HAROLD PADILLA

“Ana debe decidir”, convinieron sus padres… ¿Qué elegiría, abogacía o medicina?, se cuestionaba Ana en la almohada. Su pasión por las letras y el debate la tentó hacia el campo del Derecho, pero su admiración por el milagro de la vida y los campeonatos de ciencias también ejercieron influencia. Sin embargo, confrontada con sus escrúpulos, reparó en que no podría abogar por causas indefendibles según su moral. Finalmente, Ana tomó una decisión. Convertirse en médico fue su elección.

Transcurrían los primeros días del año mil novecientos ochenta y siete en el Hospital Pirovano de Buenos Aires, cuando tres toques resonaron en la puerta del consultorio de Neurología. Afuera, esperaba la paciente: María, una mujer de veintiocho años que yacía dormida. Y cuando no dormía, solo asentía o disentía con los ojos. Llevaba seis años postrada, casi tantos como Ana tenía de egresada. Seis años de esclerosis lateral amiotrófica avanzada, explicaba la enfermera. Su único familiar murió de pena, contaba. Y ahora, la paciente libraba una batalla legal pidiendo la eutanasia.

De enero a marzo, transcurrieron días, lunas y algunas lágrimas que nadie vio salir de los ojos de María. Sin embargo, en ese año, una innovación científica llamada Tobii llegó para descifrar el movimiento de sus ojos y traducirlos en texto. La proeza científica fue difundida y aprovechada para testificar la voluntad de María que expresaba: “He sido feliz, pero mi amor a la vida ya no encaja con esta vida, y deseo, por piedad, que pongan fin a mis días”.

Era un día de abril del ochenta y siete, los noticieros transmitían la llegada del Papa Juan Pablo II a Argentina; parte de su discurso sería recogido más tarde en la encíclica Evangelium Vitae, que decía: “Vivir para el Señor significa reconocer que el sufrimiento, aun siendo en sí mismo un mal y una prueba, puede siempre llegar a ser fuente de bien… Satanás trata de provocar la rebelión en el hombre que sufre”.

Las palabras papales hicieron eco en los escaños políticos del poder. Con ellas, las interrupciones de embarazos infantiles fueron descartadas y todos los pedidos de eutanasia, empapelados y finalmente desechados. Pero Ana tuvo que decidir. Para la procesión en los noticieros un acto como la eutanasia sería como jugar a ser Dios o vender el alma al diablo. Para Ana, una decisión difícil en el propósito de su carrera: dar a sus pacientes una vida digna en cuanto fuera posible. Ana decidió reafirmar el pacto con su moral y despidiéndose con un beso en la frente asistió al pedido de María, hasta que sus ojos no dieron más luz, para luego caer de rodillas entre lágrimas.

ABBY MARSIE ROGOM

LA GENOVEVA.

Mírala, ahí venía Genoveva, caminando el sendero en sus cuarenta años. Los llevaba así en dos puñaditos, repartidos en los bolsillos, pero solo ella sabía que había veintitrés en uno de ellos. Decidió dejar de cumplir hacía algunos años, por lo que había cumplido cuarenta tres veces.Algún día tendría que sacar las velas y los años escondidos, algún día.

Genoveva nació morada, con tres vueltas de cordón, pujaba y volvía adentro. Dicen que esos niños tienen un don, pero ella lo fue arrastrando por los caminos de su vida sin saber muy bien qué hacer con él, hasta que llegó a ese poblado.

Tenía altitud ese lugar; el sitio de donde venía ella era plano y más bajo, allí el viento traía el aroma del mar, éste era más alto y montañoso. Lo sentía en los pies, era una de esas cosas raras que formaban parte de ella. No sabría explicarlo, pero cuando estaba en un terreno alto respecto al nivel del mar, sentía como toda la tierra y las piedras bajo los pies.

Desde su pubertad hasta ese día las cosas habían trancurrido como vistas de pasada, un poco como si no fuera con ella; le daba la sensación de que alguien la había tomado de la mano, sacándola del camino y echando a correr, por lo que los eventos y los tiempos se mezclaban, paraban o difuminaban a ambos lados de la vereda, y a ella sólo le daba tiempo a mirar cómo las cosas pasaban rápidamente ante sus ojos.

¿Quién la arrastró? No recordaba.

Le pusieron a Genoveva el nombre de su hermana muerta, a ella no le gustaba, pero no le preguntaron. Y a veces la llamaban Génova.

Ella veía cosas. A lo mejor se cruzaba con el viejo Fabián, un señor delgado y bajito y mayor, por lo menos llevaba cuarenta y cinco en cada bolsillo, pero activo, ágil y gracioso. Y ella le saludaba a su manera:

_ Señor Fabi, que es la segunda vez que cuando le veo es más pesada la luz de los riñones, tiene que beber más agua, hágase infusión con la yerba que crece en el cauce seco donde el molino antiguo.

Veía la luz de la gente, y aunque sana, por la edad la de Fabi fluctuaba más cerca de su cuerpo.

Genoveva era trasplantada en aquél lugar, y agarró bien. Llevaba veinte años allí, pero sus raíces y su tierra estaban en aquellos lugares del valle ribereño y del mar del que venía; sin embargo, libre de prejuicios, inseguridades, vergüenza o dudas, en aquél sitio se mostró como era sin ambagues.

Llevaba dos semanas allí cuando una tarde, sentadas a la sombra del porche de su vecina Mauri, llegó doña Juana con su bebé, sacó pues Mauri una silla y les contó la madre; la pequeña Alejandra tenía cuatro meses y en los últimos siete días no paraba de llorar, casi no dormía ni comía, hoy, hoy hacía siete, y su llanto había dado paso a una especie de apatía y debilidad, como una tristeza que la había agarrado en la mañana y allí se sentó sobre la niña. Nos decía eso ella con sus ojos cansados, tristes también y asustados. No servía la medicación del doctor.

Siete días. Cuatro semanas, un mes. A Genoveva le venían pensamientos así, un mes de tiempo, concluyó.

_ ¿Quién estuvo en tu casa, o a donde fuiste, que alguien vio y tocó a la niña?

La mirada cansada de la madre llenó de pensamientos la nada que observaba.

_ mi cuñada, vino a casa sí y casi lloró. Dos abortos lleva.

Mauri, que era muy despierta, le puso voz a su pensamiento.

_ ¿ Mal de ojo, es que alguien puede decir que eso existe?… Además yo conozco a Ana y ella no va a hacer eso, ¿ verdad Juana?

Negó ésta con la cabeza y los ojos muy abiertos. Genoveva se levantó.

_ Vamos adentro si confías en mí, hay que despegarle la carga a la niña; con el cariño y el deseo también se vuelcan con la mirada y las manos el mal de ojo, no sólo se proyecta desde el mal.

Ella sentía la llamada de su guía, tenía que actuar.

Y largo sería contar lo que hicieron, porque ayudaron todas en algún momento siguiendo las instrucciones de Genoveva, quien era guiada a su vez. Lo último que hicieron fue darle un baño, y después de pasarle las manos por última vez y unos ruegos, la niña cayó en un sueño de cuatro horas. Despertó llorando, y su madre tornó el alivio en una preocupación indefinida, dubitativa, pero Genoveva le indicó que la amamantara y la niña tragó con tal ansia que hubo que retirarle la teta.

Así funcionaba ella, dejándose llevar.

Y parece que fue entendiendo su don pasito a paso.

Leyó y estudió el tema, y supo que ella veía el aura, pero descubrió que había que seguir estudiando y aprendiendo mucho, pero no sólo ella, sino todos. Porque así entenderíamos la verdadera naturaleza del mundo en el que vivíamos.

Si en un lugar o persona había presencias, las sentía.

Hacía unos meses doña Inés enterró a su marido, ya eran mayores los dos, ella era una mujer seria y de fiar, poco habladora,delgada y alta, anticuada en costumbres y maneras, y se colocó un luto detrás de otro, el primero por su hermano y el segundo por su marido, entretanto los años le habían traído a su puerta a otros muertos de la familia, y desde los quince vistió de luto.

Alguien le dijo que era cansancio, pero ella se sentía pesada y más lenta, agotada y sin energía.

Mauri era muy mística y le dijo a Génova:

_ ¿Y si se le hubiera colgado su marido muerto?

Ella no contestó y un mediodía caliente y solitario venía dona Inés por el camino de tierra que iba desde el cementerio al pueblo, y las dos se la encontraron entrando al pueblo, entre ellas las oleadas de calor y el canto de las chicharras y las ranas.

Y Génova vio que traía colgado un muchacho de pelo claro que se había suicidado hacia un año, ellas lo conocían.

_ Sí que trae colgado un muerto, pero es Salvador creo.

Ella decía » creo» porque no siempre se ven definidas las cosas del otro lado.

Y le descolgó el espíritu a la señora, y así cada uno siguió su camino.

Se quedó mirándola y ella pensó en su madre.

Era ésta una mujer con rasgos narcisistas, hipócrita y manipuladora a la que había personas que querían mucho, a costa del odio que ella había sembrado hacia otras. Conspiradora, instigadora, mala yerba.

Ella buscaba la atención y el favor de unos de una forma destructora para otros, según la » información» que dejaba caer sobre unos y otros, creando enemistades y malentendidos entre todos. Muy católica, le decía a Genoveva, que desde pequeña dió signos de ser distinta, que si seguía con esas » brujerías» acabaría vendiendo su alma al diablo. Se lo decía ella, una mujer que hacía el mal durante el día y rezaba por la noche.

Algunos la conocíamos.

Génova tenía que perdonar a algunos, pedir perdón a otros y perdonarse a ella misma, un arduo camino lleno de piedras con el que seguía tropezando continuamente, en su lento avance.

Todas las personas tienen un camino, y cada uno ha de seguir el suyo propio y no otro, por eso es importante saber cuál es el tuyo.

No, ella no vendió su alma, sólo la escuchó y vivió su senda. En armonía con su esencia y el universo. Puede que otros, con su mascara religiosa, habían hecho más mal y generado más oscuridad a su paso, y puede también que tuvieran más cerca al diablo

Y en eso estaba Genoveva, allí en aquellas tierras altas, y algún día, algún día, sin esconder más años, ni más velas, sin esconderse ella misma, volvería a sus llanuras verdes y acuáticas, con aroma a mar.

Continúa.

LOLI BELBEL

¡NOOOO!

Estoy rodeada de fuego por todas partes. Busco un hueco sin llamas para poder salir. ¡En vano! Encima de mi cabeza hay cables que están a punto de explotar. «Esto es el final» -me digo, y se me paraliza el cuerpo. El calor es insoportable, el humo sube a mi nariz y solo me queda tumbarme al suelo como un lagarto…¡Y ojalá lo fuera! Saldría arrastrándome por cualquier hendidura de las paredes. ¡Dios mío! [(Silencio)]. Ni el crepitar del fuego se oye…¿…? De repente, tres, cuatro, seis, diez, manos se posan encima de mi cuerpo y me llevan hacia una trampilla que abren hábilmente y me dejan sola ahí. Me pregunto de quién, quiénes son esas manos. Si tenían cuerpo, no llegué a verlo (s). Fue todo muy rápido. Una vez allí, sentí una sensación de alivio, mezcla de frescor y una felicidad inusitada. Al fondo de una bellísima estancia aterciopelada, unas olas plateadas sustituían a las llamas del fuego. Las olas iban y venían, nunca sobresalían a la vidriera que las paraba, vidriera de un azul irrepetible (como el azul de las vidrieras de la catedral de Chartres). Ese azul se intentó reproducir miles de veces por muchos expertos, pero nunca nadie lo pudo realizar. Pues como os decía, esa vidriera tenía ese azul. Luego, lo sabría. ¿Qué era esto? ¿Dónde estaba? ¿Habría más gente? ¿Y las manos?…Empecé a andar por un pasillo muy largo hacia las olas. Parecía hipnotizada por ellas. Seguía y seguía, y cada vez el pasillo se hacía más largo. ¡Madre de Dios! Nunca llegaré, -me digo. Ahora me sentía un poco cansada, pero los nervios estaban relajados. Llego por fin a las olas y pego la nariz a la vidriera. En la cresta de una de ellas veo una cara conocida. ¡Es mi padre! «¡Papá!»-le grito, como si pudiera oírme. No. No me oye… De repente, se abre una rendija por un lateral de la vidriera y corro para meterme y llegar a mi padre. Las olas se paralizan y ando sobre ellas, y corro también. Veo unos brazos abiertos. – ¡»Papá»! – «¡Hija, por fin…»! – «¿Por fin qué, papá?» , -pregunto sorprendida.

– No debiste vender tu alma al diablo.

– Lo hice porque me prometió poder verte si se la vendía. Pero me engañó y no solo le tuve que vender mi alma, también mi cuerpo. No sé el tiempo que he estado encerrada en este infierno, ni sé quien me rescató de él.

– Las manos, hija, eran las de mamá, y tus cuatro hermanos. Tuve que pactar con el Satanás que ofrecería los cuerpos de ellos a cambio de sus manos para rescatarte del fuego. Tú solo puedes verme a mí. No tienes alma ni cuerpo.

– ¿Y tú papa?

– Yo soy Lucifer

SÁNCHEZ MAR KATA

Suplicio del alma (vendi mi alma)

Vendí mi alma, sin calma, en esta trama,

Nunca sentí paz, mis sentimientos desarmaban.

En la vida, las redes son volcanes, crecen sin freno,

Nubes oscuras de fuego, un panorama que enveneno.

Cruda filosofía, dilemas me desgarran,

Mis pensamientos como águilas, plumas que desvarían.

Crucé el umbral, vendí mi esencia, mi dilema,

En el rap de la vida, mi alma se esquiva.

En este juego de sombras, donde el amor titila,

Cautiva de redes, mi alma se humilla.

Mortales dilemas, en la danza de la vida,

Mis lágrimas son versos, en esta travesía herida.

EVA AVIA TORIBIO

Vendo mi alma

—¡Doctor, dígame, por qué a mi hija! —cojo las manos del doctor y le suplico, como si él pudiera obrar el milagro que salvaría a mi pequeña de esa dichosa enfermedad.

Toda una vida de sufrimiento es lo que viví en mi casa por un padre ausente. Una madre abusiva, trastornada, a su vez, por un padre abusivo y una madre resignada porque era la época en la que había nacido.

Y ahora yo, parece que no consigo salir de esa maldita rueda. Un marido abusivo, que lo único bueno que le ha dado a mi vida es ella, mi niña, la que la misma rueda me la quiere quitar. Esta hermosa niña, a la que me aferro con toda el alma, porque es lo único que da sentido a mi vida.

Años 80, es esta la época en la que estoy viviendo. Y esa la que me permitió dejar atrás a ese hombre abusivo. Una época de crecimiento intelectual, de liberación, de progreso…, una época, en la que la información comienza a viajar tan rápido que, en ocasiones, quiero creer, parece el teléfono estropeado. Esa en la que las creencias de las personas comienzan a ser respetadas por los demás, sin que, por ello o casi, mueran o castiguen por no tener tus mismas creencias.

—Siento no poder hacer más por ella. Rece por Clara. Aférrese a que al fin podrá descansar —marchándose y dejándome con la mayor desolación que una persona puede sentir.

“¡Maldita seas, destino! ¡Dios, nunca te he pedido nada y bien lo sabes! ¡No te la lleves, maldita sea! ¿¡Me escuchas, maldito!? ¡Creo que ya he sufrido bastante!”

—¿Dóndeestoy? —observando lo que me rodea, un lugar en el que se respira serenidad.

—Tranquila, estás dormida a los pies de Clara —ofreciéndome su mano izquierda. Su otra mano la tiene dentro del bolsillo de pantalón. Si Dios es tan hermoso, porque no se muestra ante nosotros.

—¿Quién eres? Ahora no tengo tiempo para dormir, mi hija…

—Tú me has llamado. Clara no va a ir a ningún sitio, al menos, por ahora. Y no, no soy él. Soy ese vilipendiado por los humanos. Ese al que su padre castigó a estar con vosotros por toda mi eternidad, para protegeros o castigar cuando llega vuestra hora, y al que recurrís cuando las dudas de vuestra existencia creéis que no es justa.

—¡Tú estás loco y yo no estoy para tonterías! —moviéndome nerviosa sin saber donde ir, puesto que no sé dónde me encuentro.

Me coge del brazo, siento una sacudida y sin darme tiempo a pestañear, estoy en el tejado del hospital.

—¿¡Qué quieres de mí!? —implorándole arrodillada en el suelo.

—Lo que tú quieras —ofreciéndome, de nuevo, su mano con total serenidad.

—Sabes lo que quiero —levantándome y mirando a esos fríos ojos.

—Quiero que me lo digas —cogiéndome del brazo.

Y ahí estoy, a los pies de mi hija moribunda. Viendo como duermo y las lágrimas brotan sin cesar. Esto es una pesadilla. Me encuentro en medio de la habitación, junto a alguien que dice ser el demonio, viendo como estoy en un sueño profundo y en el que puedo decidir si mi hija vive o muere. ¡¿Dios, porque me haces esto?!

—Dios no te ha hecho nada. Al nacer, lo haces con una fecha de fin. Como viváis esa vida solo es decisión vuestra.

—Pero ella es muy pequeña, para decir cómo quiere vivir —acercándome a mi pequeña.

—Ella está pagando las consecuencias de tu vida. Tu sufrimiento está castigando su cuerpo, ella nunca tenía que haber nacido. Nadie merece nacer para sufrir y tú, en tu vientre, pasaste todo tu sufrimiento.

—¿¡Me estás diciendo que todo es culpa mía?! ¿Tú crees que yo quiero que mi hija esté así? —arrodillándome ante él.

—Padre, te dotó de salud, de sabiduría, de una oportunidad y tú no supiste aprovecharla. Te repito, dime que es lo que quieres.

—¡Quiero que viva! Una vida larga y plena, no me importa lo que a mí me suceda —rendida ante él, alzo mis manos y tomo las suyas, esas que no tienen calidez, pero no me importa.

—Así será. Pero como dicen las leyendas, tiene un precio.

—¡Pero…! —despertándome desconcertada por el sueño que he tenido.

—Mamá —mirándome, casi inmóvil.

—¡Hija! —tocando su rostro y mirando sus dulces ojos. ¡Doctor, ayuda! —levantándome rápidamente.

Dos horas más tarde.

—Clara, tengo que decirte que Dios a obrado un milagro —afirmando el doctor. Te observaremos un par de días, por si el diagnóstico es erróneo y si todo está como parece, te marcharás a casa.

Han transcurrido treinta años, desde lo sucedido ese día en el hospital y a fecha de hoy no sé todavía el precio. He dejado escrito en un diario mi antes y después, para que Clara lo lea cuando llegue el momento. No he sido capaz de explicarle aquel sueño, tampoco creo que me crea.

—¡Mamá, estoy sangrando! —cogiendo su tripa, está embarazada de cinco meses.

Estoy en el hospital, en el tejado, sin saber que va a ocurrir con mi nieto.

—¡¿Este es el precio?! ¡Me prometiste una vida larga y plena! —mirando al cielo, esperando una respuesta.

—Estoy aquí. Ahora te toca decidir qué vida quieres salvar.

Yo te pregunto, a ti, lector, ¿si tú estuvieras en la misma situación, que vida elegirías? Imagino que muchas preguntas llegan a tu mente y solo tú, sabes la respuesta a esas preguntas.

Si nos llevamos por la razón y no por el corazón, el feto está sufriendo, eso nos daría la respuesta. Salvar a la madre, porque ese bebe no debe vivir, porque seguramente será con sufrimiento. Pero una madre siempre antepone el bienestar de un hijo al de ella. La fe de Clara hace que le pida a Dios por la vida de su hijo y a su vez, Esperanza, que así se llama la protagonista de esta historia, le pide al demonio que sea Clara la que viva, a cambio, daría su vida por ella.

Dime, lector, si tú fueras el demonio, ¿qué harías?

LETICIA R MENA

Vender el alma

Cómo había acabado allí era lo de menos. Pero después de pasarme media eternidad escuchando las batallitas del viejo diablo, empezaba a estar un poco quemado (y no precisamente a causa de las llamas del infierno).

Al viejo le gustaba contarme su vida, vete tú a saber por qué. Yo escuchaba atentamente, sin decir media palabra. Por lo visto yo le recordaba a él mismo de joven (como si él pudiera ya recordar eso después de mil siglos).

En fin que le gustaba alardear de esta y aquella alma que había condenado y arrastrado hasta su cálido, muy cálido, hogar. Repetía mil veces las mismas historias sobre dictadores, señores de la guerra y algún que otro político (incluso del antiguo Imperio Romano) que le había vendido su alma con mucho gusto.

Pero desde luego sus favoritas eran esas que le habían costado, como suele decirse «sangre, sudor y lágrimas». Aquellas de las personas de buen corazón y alma pura (las que casi casi rezaban el Jesusito de mi vida todas las noches antes de acostarse), pero que por circunstancias de la vida habían acabado vendiéndole su alma. Esas historias le encantaban, y si el trato sellado con sangre tenía como incentivo algún favor que no era para la propia persona condenada, aún más. A esas almad las tenía, incluso, cierto respeto. Que el viejo era diablo, pero tenía su poquito de conciencia.

En esas estábamos una vez más, él sentado en su trono del infierno, al calor de las mil hogueras y con los lamentos y gritos de los condenados siendo torturados de fondo. Un día más en el infierno. Entonces me llama con sus huesudos dedos (que de tanto calor el cuerpo, o lo que sea eso, lo tenía resecado como una momia). Y yo que ya me sé lo que quiere, y que ese día me había pillado de malas, que demonios. Ya me veía otro medio siglo escuchando batallitas.

Y yo me le acerco, y ya tenía cavilado un plan.

Saco esa botellita de agua (de contrabando, bendecida por el mismísimo Papa de Roma, me dijo el tipo que me la vendió). Le echo un par de gotas en el whisky, que al viejo le gustaba del caro, y otro par por encima con cierto disimulo, por aquello del por si acaso.

En un visto y no visto comenzó a echar humo, y en otro visto no visto se quedó hecho un montoncito de cenizas.

Pobre, ahora a veces hasta me arrepiento y le echo de menos. Pero me dura poco. Fue aquí, aquí mismo donde estoy sentado, donde me lo cargué.

Ahora soy yo el príncipe del infierno.

Claro que redecoré luego un poco todo el averno. Un toque más moderno y menos medieval, que lo tenía muy medieval, pero aún me queda mucho por hacer.

¿Tú qué opinas?

El tipo sentado a mi lado me mira, ha estado escuchándome atentamente, sin decir ni media palabra. Ya veremos qué tal esbirro me resulta.

Parece un poco pardillo, me recuerda un poco a mí cuando era joven. Aunque a veces me cuesta recordarlo después de tantos siglos.

GABRIELA MOTTA

Yo nací en el campo y allí transcurrió toda mi infancia. Recuerdo que por aquellos tiempos los límites de mi mundo estaban en el horizonte; sin embargo, podía con mi imaginación trascender sus fronteras para recorrer universos sutiles.

Pero como la infancia no es eterna, a medida que iba creciendo, el discurso de tener que estudiar en la ciudad se hacía cada vez más fuerte y potente. Me convencí de que no había algo mejor para mi vida. En mi familia todos eran veterinarios, entonces seguí su legado. Una vez graduada podría ocuparme de los animales, que después de la vida en el campo, eran mi segunda pasión. Mis años de juventud transcurrieron entre libros, la facultad y el encierro característico de la gran metrópolis.

Al recibirme tuve la extraña sensación de que la ciudad me había moldeado. Los límites de mi mundo ya no comenzaban en el horizonte y mi imaginación ahora lejos de explorar mundos sutiles, estaba programada para centrar su atención en las enfermedades y sus curas. La clínica veterinaria era mi mundo, las cuatro habitaciones en que me pasaba el día atendiendo e interviniendo animales se habían convertido en mi horizonte. Y así casi sin darme cuenta se pasó mi vida, del trabajo a casa y de casa al trabajo. Experimentando por momentos una sensación de felicidad, que se intensificaba durante las noches cuando tenía algún sueño que me transportaba al campo.

Cuando me jubilé los sueños se volvieron tan recurrentes que me perturbaban. Me traían una y otra vez el recuerdo de aquella época donde la dicha no era un estado pasajero. Cierta noche desperté con la sofocante necesidad de observar las estrellas, sin dudarlo, trepé a la azotea y aunque las vi entre los barrotes de las rejas, no me importó, porque instintivamente recurrí a mi imaginación para llegar al cielo. Por arte de magia floté entre las estrellas muy cerquita de la luna. Hasta que mi cabeza chocó de manera intempestiva con uno de los barrotes, haciéndome pasar de lo sutil a lo denso. En cuestión de segundos me invadió la rabia y la impotencia por estar sola, mayor y enferma. Fue recién entonces que tuve un momento de lucidez y me di cuenta de que yo le había vendido mi alma al diablo.

MAITE BILBAO

Pacto

Regresa a su hogar tras haber sido expulsado para vivir su vida libre de imperativos. La soberbia fue su talón de Aquiles. Se llevó a más de doscientos ángeles junto a él. A pesar de ello, el padre lo recibe con alegría.

—Hijo, “Portador de la luz” sé bienvenido. Cuánto tiempo sin verte ¿Has venido a quedarte?

—Señor, solo he venido a contarle…

—No es necesario que digas nada. He seguido tu vida desde que dejaste vacío tu lugar. Pero veo algo diferente en tu mirada. Ya no es tan luminosa. Hay sufrimiento.

—Entonces, ¿por qué no ha hecho nada para evitarlo? Tiene el poder. Vengo sin fuerzas, desmotivado. Sus otros hijos, los humanos, están perdidos. No aprenden. Tropiezan continuamente con la misma piedra. Se les acaba el tiempo. He sido testigo de miles de batallas.

—Descansa y hablaremos más tarde.

—¡No! He venido a demostrar que no soy el culpable. ¡Hagamos un pacto!

—¿Un pacto? Para eso has venido. ¿Qué pretendes demostrar? Y a cambio, ¿de qué?

—Señor os mostraré que no es la entidad abstracta, que lleva mi nombre, la responsable de los males de este mundo. Si lo puedo demostrar mi honor quedará limpio. Y ellos, los humanos, pagarán por sus actos.

—Lo que me pides es ir contra la propia naturaleza de un padre. ¿Cómo elegir a quién condenar o salvar? Si todos sois mis hijos.

—Déjeme mostrarle.

En la tierra:

Isabel y Alejandro llevaban tiempo queriendo ser padres. Su primera hija, Lucía, falleció al poco de nacer a causa de una enfermedad genética. Ese duro golpe casi pudo con la salud mental de la madre, que habría dado la vida por su bebé. Con el tiempo, arropada por su pareja, deciden intentarlo nuevamente.

Hoy se encuentran en la habitación del hospital. Acaba de dar a luz a Esperanza, una hermosa niña que ha heredado la enfermedad de su hermana. Solo han podido verla un momento. Está en la sala de cuidados intensivos de neonatos. Su vida depende de un milagro. Isabel niega lo evidente, cegada en que la ciencia no siempre acierta y su hija merece vivir. Haría lo imposible por su vida, incluso vendería su alma aunque fuera pecado. ¿Dónde está ese Dios que permite que un bebé muera? Alejandro, que la ama y sufre por las dos, intenta consolarla sin conseguirlo. Se aferra a un milagro. Los médicos, a la ciencia. Un año de vida es el límite.

En unos días, la madre regresa a casa. Necesita recuperarse para poder cuidar a su hija. Alejandro irá cada día hasta que le den el alta. Se queda en las mejores manos.

En una de las visitas hay más movimiento de lo normal en planta. Una enfermera lleva a un bebé en brazos. Se para en la recepción y comenta a su compañera que es una niña que han dejado abandonada en la puerta de urgencias. Le han hecho la primera revisión y parece estar sana. Ahora tiene que llevarla a las incubadoras. Vencido por la curiosidad, pregunta:

—No pretendo molestar en su trabajo ¿Qué pasará con la niña?

—En estos casos esperamos unos días por si la madre se arrepiente y regresa, cosa poco frecuente. Tras ello, informamos a servicios sociales y en poco tiempo se la llevan a una residencia o a una familia de acogida que la cuida hasta que se completa el procedimiento de adopción.

Alejandro regresa a casa. Isabel ha vuelto a tener otra recaída. No consigue disipar la tristeza que la inunda. Solo un año, repite. Él no puede apartar de su cabeza a la bebé abandonada.

En el cielo:

—¿Qué harán sus humanos?

—Les di el libre albedrío.

—¡Erró! Les dejó libres y ahora no son responsables de sus actos.

—Tengo fe en ellos.

—¡No se equivoque! He venido a defenderme. No soy el malo de la película de la vida. Observe.

En la tierra:

Alejandro se encuentra junto a su hija en la zona de incubadoras. La enfermera le comenta que puede quedarse el tiempo que necesite. Se queda mirando a las dos bebés, que son muy parecidas. Por su cabeza, nubes oscuras cargadas de pensamientos mientras observa como duerme la otra, plácidamente, sin tubos. Sería tan fácil llevársela, o tal vez intercambiar las pulseras…

En el cielo:

—Ahí está su querido humano a punto de vender el alma.

—Todavía hay esperanza.

—¿Pero no ve cómo se condenan? Voy a ganar.

En la tierra:

El llanto enérgico de Esperanza le devuelve a la realidad. Preocupado, llama a la enfermera, nunca la ha escuchado llorar así, será una crisis.

—No se preocupe, es un buen síntoma. Sus pulmones se están recuperando. En breve, podrán llevársela a casa.

Alejandro sonríe. Tal vez sea una señal o milagro, no es importante. Regresará a casa con Esperanza.

En el cielo:

—Querido ellos deciden y está vez, no vendieron su alma ¿Te quedarás a mi lado y volverás a iluminarnos?

—Perdí esta vez, regreso. Alguien tiene que tener los pies en la Tierra, vigilando en la oscuridad.

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16 comentarios en «Vendo mi alma – miniconcurso de relatos»

  1. Todos los textos estupendos pero tengo que votar.
    Mis votos son para:
    Concha Carias
    Harold Padilla
    Maite Bilbao
    Coronado Smith.
    Apapachos y flores

    Responder

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