En la tele – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «en la tele». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 25 de enero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.





SERGIO SANTIAGO MONREAL

Encendí el televisor y observé que no hablaban de amor, pero sí de guerras, epidemias y opresión. Encendí el televisor y entré en estado de pánico al contemplar el horror, niños mutilados por bombas, parecía una película de terror. Miré las facturas, el gas había subido, al igual que los alimentos, el dinero en total depreciación, pero no se te ocurra decir tu opinión. Serás señalado y tachado por intentar hacer una revoluciones, acuérdate que esto ya pasó.

Encendí el televisor, me llenaron la cabeza de datos y decían que un grupo de negacionistas eran unos asesinos y terroristas por salir de su casa, haciendo caso omiso a las recomendaciones, eran unos pérfidos traidores que no pensaban nada más que en su derecho de recibir su vitamina de los rayos del sol, egoístas y por supuesto culpables de tanta muerte evitable, era un tema considerable.

Sin más dilación me uno a la revolución, abro la ventana y arrojo con fuerza el televisor, con tan mala suerte que en ese mismo instante pasaba una anciana, pero no me pasó nada, fue otra víctima de la viruela, tienen que engordar las cifras de esta inmensa injusticia y privar al humanidad de su supuesta libertad.

MARI CRUZ ESTEVAN

Me vi junto a otra vecinos «»en la tele».

Sí, os cuento: Extremadura es sorprendente en muchos aspectos, pero aquel día en el pueblo la algarabía en la gente estaba desbordada. Todo aquel que tuviese algo creado o don notorio se presentase a las cuatro de la tarde en la plaza…

A igual un día de fiesta la gente esperaba «le tele»

Se hizo un corro de gente sentada y, otros, de pie pera ver el espectáculo.

El zapatero mostraba al público el arte de arreglar el calzado.

Una pareja de ancianos al unísono envuelve con sus voces el aire que nos da la vida en una melodía.

Una joven con voz de artista acalló con sus coplas el mormullo reinante

Las mujeres vestidas con traje antiguo, del lugar ofrecen dulces al publico.

Unos cuantos cuadros pintados al óleo salidos de mis manos atraen la mirada de algunos .

Todo lo contado lo estamos viendo «en la tele». Vieja que han puesto en medio de la plaza…

CORONADO SMITH

-Mami, mami, pon la tele – suplicó Aurora.

-Por enésima vez, ¡no! – le espetó Mari Cactus a su hija.

-¿Pero por qué?, todas mis amigas la ven – respondió en un llanto incontenible la criatura.

-Para empezar, la tele convierte a los niños en pasivos, poco imaginativos, hay mucha exposición a la violencias y eso hace que tengáis comportamientos agresivos, como tu amiga Luisa, que te rompe las muñecas, tu amiga Bea esté rellenita por pasar muchas horas viendo la tele en vez de jugar a juegos y podría seguir hasta el infinito, pero la principal razón es porque soy tu madre y la que manda aquí – explicó convenientemente Mari Cactus haciendo énfasis en esto último.

-¡Mala! – siguió sollozando Aurora mientras respondía.

-Tienes para jugar además de los juegos educativos, el elástico que mola un montón, si quieres os enseño a jugar a ti y a tus amigas a “uni, doni, teni, catoni, quini, quineta estaba la reina en su gabineta…”

-Yo quiero ver la tele – volvió a responder Aurora.

-Tienes también el hula hoop que es muy divertido, te presto mis mallas de cuando era niña para que juegues, verás lo divertido que es. Tienes estuches de maquillaje, muñecas, tenemos un jardín donde podéis jugar al escondite, pero tele no hay, hasta que no seas más grande y entiendas los peligros, es mi última palabra – sentenció Mari Cactus.

Pasaron los días y Aurora empezó a perder el apetito, no se reía por nada, se peleaba en el colegio con las amigas y no quería salir de su cuarto. Mari Cactus la llevó al hospital donde le hicieron todo tipo de pruebas y no le encontraron nada, físicamente estaba sana. Por último decidió llevarla a un sicólogo, aunque a regañadientes, pues ella no contemplaba que nadie pudiese decirle cosas de su hija que no supiese ya. Después de la visita al sicólogo, comprendió que no podía aislar a su hija del mundo exterior por mucho que quisiese, además de que la niña se sentía excluida al no poder hablar de los programas preferidos de sus amigas y decidió hacer caso al plan diseñado por el profesional, tendría entre dos y tres horas diarias de televisión, si hacía todos los deberes y jugaba con sus amigas a juegos de niñas y los fines de semana se ampliaría en una hora más cada día.

Aurora por fin recobró la sonrisa y la alegría cuando su madre le comunicó la noticia, estaba ansiosa por ver la tele. Era Viernes por la noche, después del telediario, cuando se sentaron a verla. Nada más encenderla, Mari Cactus le dio al menú del mando para ver que canales había, y uno le llamo especialmente la atención, “Tele educativa para niños y niñas” dándole inmediatamente al ok para ir al canal. Nada más llegar al canal, apareció un plató de televisión donde había una serie de músicos preparados para una actuación y un presentador micro en mano presentando dicha actuación, Sras y Sres, niños y niñas, psicopedagogos y psicopedagogas, profes y profes, ¡en directo, Coronado Smith y a aprender! Como un relampago recorrió la adrenalina los cuerpos de los espectadores y la ovación fue atronadora, Coronado hizo una señal de saludo al público que enmudeció al instante, dando paso a los primeros acordes mágicos de la canción, entonándola como solo ella sabe hacerlo a continuación.

¡Esas palmas! (Mari Cactus y Aurora, por supuesto, se pusieron a acompañar con sus palmas el ritmo sincopado y atrayente de la canción, como en una especie de éxtasis coral en conexión con los espectadores)

Chup, chup, churup, churup, chup, Churup, chup, chup, churup, chup

No mendigo a nadie

que me preste su atención,

yo valgo más que eso

y me encana mi voz.

Chup, chup, churup, churup, chup, Churup, chup, chup, churup, chup

Si alguien no me hace caso

no me merece la pena

Y a quien me ignora

le mando a la mierda.

Chup, chup, churup, churup, chup, Churup, chup, chup, churup, chup

Cuando los gilipollas

dominaban la tierra

ahí estabas tú,

chup, chup, churup, chup

Chup, chup, churup, churup, chup, Churup, chup, chup, churup, chup

No quiero ser esclavo

de la convención social

ni hacer lo que haces tú

ni vestir como los demás.

Chup, chup, churup, churup, chup, Churup, chup, chup, churup, chup

El streamming es tu dogma

y el móvil tu religión,

el twich te atonta el cerebro

y te lo atrofia el tik-tok.

Chup, chup, churup, churup, chup, Churup, chup, chup, churup, chup

Cuando los gilipollas

dominaban la tierra

ahí estabas tú,

chup, chup, churup, chup

Chup, chup, churup, churup, chup, Churup, ahí estabas tú.

Ahí estabas tú.

Ahí estabas tú.

Chup, chup, churup, chup

Ahí estabas tuuú.

La ovación fue casi como un tsunami, Mari Cactus estaba radiante, había descubierto que había cosas en la televisión que se podían ver y que además eran educativas para su hija, Aurora tarareaba una y otra vez la melodía, había descubierto la felicidad.

Pasaron los días con el plan establecido, dos horas de tele, juegos, hacer deberes (y trastadas que para eso era una niña) y todo iba sobre ruedas. El viernes llegó y de nuevo madre e hija se dispusieron a ver de nuevo a Coronado (solo salía los viernes y en ese programa), lo tenían ya todo preparado, (los refrescos y las chuches). Mientras Aurora se sentaba, Mari Cactus, de pie, le daba al botón del mando, ¡horror, no funciona, no se enciende!

-¡Aurora, ¿qué has hecho?!-

-Yo nada, mami, palabra –

Mari Cactus se acercó a la televisión intentando descifrar el misterio y se quedó como petrificada ¡¿Quién se ha llevado el cable de conexión?!

-Corre Lisensiado, corre –

-Raudo y veloz Santi, raudo y veloz –

-Había que hacerlo, era la única posibilidad de salvarlas – dijo el enfermero Cabrera

BENEDICTO PALACIOS

Había en las traseras de mi casa un nogal sin dueño, o eso parecía porque de regarlo solamente yo me ocupaba. Hubiera muerto si no. Tenía una altura considerable y en mi cuaderno yo había dibujado cientos de veces sus hojas verdes. Pero era su tronco robusto lo que más me interesaba, porque en él iba escribiendo con una navajilla las iniciales de las chicas que me gustaban, y ya iba por la quinta. Lo cierto es que aquellos garabatos duraban poco porque el árbol no dejaba de crecer y las chicas de olvidarme.

Acababa de cumplir los 18 años, había abandonado los bombachos para siempre y me empecé a dejar perilla. Ahora sí que estaba enamorado de verdad y para demostrarlo, robé a mi padre un escoplo y un martillo y grabé al completo, en la parte más visible del tronco, el nombre de Margarita. Era un año más pequeña que yo pero ambos habíamos coincidido en la rectoría, cuando el señor cura nos enseñaba el latín de la reválida de 4º. Entonces no me gustaba porque contendía conmigo a ver quién se sabía el verbo volo, vis, vult, y siempre la ganaba.

Nuestro pueblo no llegaba a los 900 habitantes y en aquella época solo dos personas tenían televisión: el médico y el cura. A mí solo me gustaba cuando daban corridas de toros y futbol, y rabiaba por que alguien me invitara sobre todo cuando el athletic llegaba a una final. Margarita, el amor grabado en el nogal, era hija del médico y a ella no le gustaba la televisión.

Tengo 63 años y soy padre de dos hijos y un nieto. No me casé con Margarita, la médico del centro de salud al que pertenezco, mi médico ahora. Siempre que la visito recuerda mi ansiedad por ver los toros o el futbol y nos reímos a carcajadas. Ella tiene 3 hijos y una televisión en cada cuarto. Y cuando llegan los nietos otra más en la cocina.

En las últimas navidades el mío se puso enfermo y avisé a Margarita. Vino en cuanto pudo. Estaba muy preocupado porque no le bajaba la fiebre. Entró en salón y se echó una buenas risas.

—Conozco muchas casas pero en ninguna he visto una televisión mirando a la pared. ¿La has castigado? Pues me has dado una idea. Estoy harta. Tendré que fastidiarme pero al fin disfrutaré de una horas de silencio. ¿Piensas levantarle el castigo?

—Ni hablar. Tengo que deshacerme de este cacharro. Ganas me ha dado de lanzarla por la ventana. He pensado volver un día de estos al pueblo y colgarla del nogal.

—No, de allí no.

—¿Por qué?

—Me lo contaste un día y siempre que paso cerca, me detengo ante aquel árbol. Queda en el tronco un resto de mi nombre y es tarde para volver a grabarlo.

¡Qué gracia, cómo nos reímos! Nos dimos gran un abrazo y mi nieto que por momentos se estaba poniendo mejor dijo a voz en grito: «Ven, abuela, abuela. Mira, el abuelo como en la tele. Pero besaros.»

RAQUEL LÓPEZ

Silvia era una niña muy estudiosa y muy buena, pero le gustaba demasiado ver la tele. Podía pasarse horas y horas sin descansar en frente de ella, apenas ni pestañeaba.

A veces estaba tan centrada en ella que se imaginaba que era la protagonista de todos los dibujos y se veía así misma en la tele, atrapada sin poder salir… Hacia falta la voz de su madre para que despertará de ese hermetismo.

Sus amigos iban a su casa para que se fuese con ellos al parque a jugar pero ella nunca quería salir.

Un día la tele se estropeó y Silvia se puso furiosa encerrándose en su cuarto y sin querer hablar con nadie. ¡ Esperar una semana sin ver la tele , dios mío ! Y eso, la enfureció más.

Dando vueltas en su habitación, aburrida, reparó en la estantería que tenía llena de libros y que nunca tenía tiempo de leer por estar absorta viendo la tele.

Comenzó leyendo unas paginas y la entraba sueño, después descubrió que no era tan aburrido leer y continuó su lectura. En poco tiempo leyó todos los libros que tenía.

Al cabo de unas semanas, su madre, extrañada la observaba, era raro que la televisión estuviese arreglada y ella ni siquiera la encendía, ahora se pasaba horas y horas metida en su cuarto leyendo.

Una tarde salió al parque a leer el nuevo libro que la regaló su madre por su cumpleaños, sus amigos estaban ahí, no se atrevían a llamarla para jugar con ellos porque su respuesta siempre era negativa. Pero Silvia, se acercó a ellos y empezó a compartir los juegos.

Pronto se dió cuenta que aunque veía la tele un ratito nada más no era lo más importante que la verdadera amistad y leer un buen libro.

Pues….la hizo despertar la mente y la imaginación y ella no quería vivir atrapada y sola bajo la influencia de la tele.

PAQUITA ESCOBERO

Dosificaría en microsegundos la exposición que tenemos actualmente a la abrumadora destrucción del mundo a través de tu cristal. Los leds y la energía que alimentan las conexiones que nos devuelven con nitidez la imagen de cualquier parte del planeta no se contaminan de la información que transmites como electrodoméstico, pero sí nuestra mente, que cada vez es más capaz de ser receptora de noticias que suceden en un tramo de media hora y que a veces pienso que deberían organizar mejor.

En esa emisión de televisión, nos hacen una relación secuenciada de una noticia tras otra, a veces, sin orden ni concierto, porque tras una noticia de destrucción de una o varias cruentas guerras justificada por unos e ignoradas por la mayoría; la muerte sin razón de alguna mujer, sus hijos, o ambos, por la mano de algún cobarde que no fue capaz de borrarse a sí mismo y decidió anular lo que debía amar; escuchar cómo ha acontecido el abandono de un pequeño ser vivo en un contenedor, comienzan a relatar otras que secuencian el posible futuro que se nos avecina, la aterradora y cada vez más real posibilidad de que las decisiones tomadas en cualquier organización humana, creada en su momento para mantener la paz, abolir las reprochables conductas que el humano es capaz de cometer, donde se hablan de decisiones y votaciones simbólicas que no vinculan a nadie para hacer nada.

Pero los leds no parpadean, no hay una reacción eléctrica de asombro que apague la televisión en el momento de la retransmisión en el que ya se hubieran superados las barbaridades admisibles para una humanidad que se ha olvidado de protegerse y elige constantemente destruirse. No, en ese momento un giro a las noticias de tu pantalla, el fútbol, el tiempo, las estadísticas de algo.

A veces imagino que la televisión comenzará a convulsar en un momento determinado del día, ante la imperiosa necesidad de romper las grietas que se están generando en muchas mentes de este planeta para hacerlas despertar. Y es un deseo como anhelo de algo que espero pueda ser mejor.

La televisión debía tener la capacidad de desestimar todo aquello que no fuera constructivo y contribuya a un mundo mejor. Eso sí que sería una televisión inteligente, una verdadera Smart TV.

Dicen que soy una escritora de emociones, que sangra tinta por las venas cuando habla del mundo, por lo que ve y lo que siente. Que eso me hace ser demasiado empática y sufridora de lo que no puede resolver y que vuelca en las letras aquello que le gustaría curar como pequeña herida de una simple caída al correr tras una pelota en una rodilla de un pequeño, fácil de solucionar con mimos, una desinfección y una tirita.

He repensado el tema tanto, que escribí y tuve que volver a realizarlo para poder entender que esa es la escritora que soy, la que ve el tema de la semana y no se le ocurre nada más que la barbaridad a la que nos someten y se usa para trasladar una gran cantidad de desasosiego y se finaliza con una noticia feliz del día. Quizá el orden en la TV debería cambiar y empezar a dar noticias felices y solo dar cabida a la barbarie en unos pocos segundos. Así que me quedo con una parte de la Televisión, el conector que me transmite una señal diferente, la que se conecta a una Play Station en la que yo decido qué voy a poner para jugar y dejar a un lado todo lo demás. Y si les sorprende la creciente industria de los videojuegos solo tienen que mirar un telediario para entender el porqué.

Pero no podía dejar pasar la oportunidad para dejar constancia de lo que vemos sentados en los salones de nuestras casas, sin juicios, sin acritud, sin nada que decir, porque hemos tenido la oportunidad de nacer en una parte del planeta que aún se sujeta, aunque no sabemos hasta cuándo. Así que a modo de ensayo se construye mi relato de la semana, para decirte que TE VI y no supe que hacer, pero te vi, en el bordillo de una calle que nadie podría reconocer porque las bombas no paran desde hace tanto que ya solo soy capaz de ver tus manos sujetando la cabeza en un llanto desconsolado. Pidiendo una justicia que cada vez está más ciega, por esa madre que era tu hija y que se ha llevado el hijo de otra madre. Subido a una mal llamada barca, con una sonrisa en la cara pese al trayecto recorrido, con un lazo de esperanza anudado a tu alma. Te vi herido y desconsolado deambulando por una calle cualquiera en cualquier lugar del planeta pidiendo a cualquier dios que le ayude y estos han decidió no mirar más hacia la tierra.

Y a ti, también te vi, en el momento en el que la IA de mi televisión tendría que empezar a dar calambres de cordura a tu imagen, que, aunque en caras diferentes es igual de parecida a la de todos los demás que intentan convencernos con sus discursos y gestos de que el bienestar depende de creeros. Pero a ti me cuesta mirarte mucho más y no sé por qué.

Y me pregunto incrédula si otros os verán y te verán, si las lágrimas que a veces recorren mis mejillas al finalizar el noticiario del día, la tristeza que me inunda y llena cada hueco de mi ser, es compartida y anhelo que sea así, porque sino estamos perdidos en tu LEDS.

Te has ido, has sido tan fugaz. Mañana ese espacio se volverá a llenar y las caras serán distintas, quizá sea el mismo lugar, pero seremos incapaces de reconocerlo ya. Quien sabe, quizá la IA de la TV algún día empiece a actuar frente a los que pueden y no lo hacen, tan solo nos deja historias que nos van a contar para destruir vidas y moral.

Apaga la TV por favor. Apaga el mundo exterior que se ha vuelto loco y sin sentido.

SERGIO TÉLLEZ GONZÁLEZ

SÁBADO 4 P.M.

En mi infancia disfrutaba con los únicos dos canales en blanco y negro que existían y sintonizábamos en nuestro televisor de 14 pulgadas marca Phillips.

Solo había unos pocos televisores en mi pueblo, la tecnología llegaba a pasos muy lentos, especialmente en aquellos lugares alejados. Allí se disfrutaba con los amigos de juegos en la calle que no requerían de ninguna ciencia, todo se aprendía en la calle, y nuestras destrezas no eran frente a un computador o a un celular de alta gama.

Con el paso del tiempo nos volvimos unos «gamines» para los juegos(escondidas, yermis, policías y ladrones, canicas, trompo, yo-yo, carreras de ciclismo con tapas de gaseosa, etc.)

Y mientras esto sucedía, nos preparábamos durante la semana para la hora triple A, sábado en la tarde, hora 4 p.m

¿La razón?, emitían por televisión «BONANZA», la serie favorita de todos, con sus protagonistas «Los Cartwright», Ben el padre, y sus hijos Adam, Hoss(el gordo) y Joe con sus hazañas en la hacienda La Ponderosa.

Nuestra casa no era muy grande, tenía una sala pequeña, y los mejores amigos y primos llegaban media hora antes, para tener las mejores sillas y esperar ansiosos el inicio de la película. La sala se llenaba, los más afortunados se acomodaban en las pocas sillas que teníamos, los otros en el piso y los demás que eran bastantes miraban desde afuera por la gran ventana del frente que daba a la calle empedrada de mi pueblo.

Todos se juntaban apretados, los más pequeños subidos en los hombros de los más grandes, y los menos afortunados que no tenían la dicha de ver de ninguna forma esperaban el informe periódico del designado para tal fin, un muchacho pecoso y menudo que yacía en los hombros del gigante del pueblo.

Ahí estaban todos, rogando para que la antena aérea ubicada en la teja no se moviera, esta antena tenía en cada uno de sus extremos una tapa de perol, que se suponía ayudaba a mejorar la sintonía. La verdad nunca estuve de acuerdo con esta teoría.

Unos minutos antes de comenzar el espectáculo, se empiezan las conjeturas, ¿qué pasaría hoy?, ¿El padre Ben podrá controlar el ímpetu de Joe, la fortaleza de Hoss?, ¿Adam encontrará novia?.

Cualquier cosa podrá pasar.

4 p.m. Empieza el show, se escucha la banda Sonora con esa música maravillosa, y todos llevan el ritmo con los pies «tan, taratan, taratan taratantan…»

De repente la casa se llena de silencio, solo se oyen los ladridos de los perros en la calle, todos esperan el comienzo de la película.

El silencio está acompañado por el «pum, pum, pum…» de nuestros corazones ansiosos.

Hubo de todo, Adam galantea con una linda dama, Hoss lucha y vence a cuatro tipos malos, y Joe reta a duelo al nuevo pistolero que llega al pueblo. Pero cuando se disponen a desenfundar sus Colt 45 y decidir cuál es el más rápido, una ráfaga de viento mueve la antena y la señal se cae.

Los presentes lanzan un grito que se escucha en todo el pueblo ¡¡¡Nooo…!!! Suben al pecoso a la teja, todo rapidísimo en treinta segundos el chico mueve la antena y todos gritan en coro ¡¡¡Ahí…!!!, Y aunque todos saben qué pasará (Joe ganará el duelo), están ansiosos.

La señal en blanco y negro vuelve, y desafortunadamente ya ha pasado el duelo, hay un hombre tendido en el suelo polvoriento, y como todos lo suponen Joe es el vencedor, su Colt 45 aún humea.

Al final toda la familia Cartwright (nosotros pronunciábamos «Carruay»), triunfan como de costumbre.

Se acaba la película, todos comentamos ¡buenísima¡ Ahora esperar 8 días… sábado en la tarde

Hoy tengo un televisor de 50 pulgadas, 130 canales a mi disposición para escoger, estoy casi solo en casa, tengo un control remoto, no me levanto de mi silla supercómoda, la señal en HD. es impecable,

Hay tantos canales, navego de un lado a otro toda la tarde de sábado de 4 a 5 p.m. y al final no veo nada y añoro esa época maravillosa cuando todos mis amigos y primos nos reunimos como uno, y disfrutábamos en silencio de «BONANZA» un sábado cualquiera a las 4 p.m.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

SOMBRAS EN LA NIEBLA

Visiblemente nerviosa, Claudia comenzó a dar vueltas de un lado para otro mientras notaba el nudo que se iba formando en su garganta. No lograba entender cómo había acabado en aquel extraño lugar.

Se recordó acostándose la noche anterior, derrotada por las batallas del día a día y abandonándose a un profundo sueño. Todo, en su vida y en su ritual nocturno, había seguido hasta entonces el mismo patrón de siempre. Sin embargo, de repente estaba ahí, bajo la luz de la farola, en una calle desconocida, vestida con ese extraño y curioso traje propio de otro tiempo. Hacía frío y la niebla se extendía por toda la calle. La niebla, esa maldita niebla. Era lo último que era capaz de recordar claramente, una extraña bruma blanquecina y espesa que lo envolvía todo.

No supo precisar la hora, pero era evidente que había caído la noche. A su alrededor no había más que soledad y la paleta de colores de aquella escena se reducía a una triste gama de luces, sombras y tonos de gris. Gritó tratando de llamar la atención, pero descubrió, para desesperación suya, que la voz no conseguía huir de su boca. Inmediatamente pensó en alguna clase de experiencia onírica, una pesadilla de la que tarde o temprano acabaría saliendo, desorientada y bañada en sudor, como suele ser habitual en los momentos que suceden a los malos sueños. Fue entonces cuando se notó observada, justo al dirigir su mirada en una determinada dirección. El pánico se apoderó de ella. De repente, sin saber cómo, se había convertido en la protagonista de algo parecido a una antigua película de cine mudo.

Miles de ojos observaban intrigados sus evoluciones en la pantalla, esperando a que sucediera algo, curiosos por saber cuál sería el paso siguiente. Un enjambre de murmullos cuyo volumen iba creciendo empezó a recorrer aquella noche los hogares de todo el país, al tiempo que los espectadores se miraban unos a otros, incrédulos y expectantes.

Más allá de lo insólito, y sospechosamente ilegal, de lo que estaba ocurriendo, era indudable que acababa de comenzar una nueva era en el mundo de la televisión. Un novedoso concepto audiovisual que mezclaba realidad y ficción se abría camino entre las ondas. Un experimento sociológico cuyo objetivo era mostrar sin pudor las imprevisibles reacciones humanas y de camino ganar audiencia en aquel incipiente negocio que era y es la televisión. La mecánica consistía en sacar a personas anónimas de su entorno habitual (aunque secuestrarlas sería un término más acorde) y sumergirlas en antiguas películas de cine mudo. El realismo era máximo, se había cuidado cada detalle. Para conseguir que no hablasen, se les inyectaba un fluido que anulaba sus cuerdas vocales. Se observaban las reacciones iniciales, y poco a poco se iban introduciendo nuevos elementos para aumentar el interés del público. Corrían los años cincuenta y la semilla acababa de nacer. El Gran Hermano y el Show de Truman aún estaban muy lejos, pero ya entonces comenzaban a surgir visionarios de la televisión cuyo principal afán era frotarse las manos.

En el momento de máximo interés, se interrumpió la emisión y comenzaron a pasar los créditos. Se acababa de inventar el concepto de cliffhanger. Eran las doce de la noche y por primera vez surgía también eso que ahora llaman late time. Las luces de los salones en los hogares de medio país se apagaron y los espectadores comenzaron a bostezar camino de la cama, dejando a Claudia atrapada en aquella escena dibujada en forma de rayos catódicos. Quizás para siempre, a veinticinco imágenes por segundo, en PAL o SECAM. No lo sabría hasta el día siguiente, cuando comenzara la emisión del segundo capítulo de Sombras en la niebla.

YOMALCKRY OSORIO

Eran esas tres niñas hermosas ,cada una en su esencia y personalidad ,luego de regresar de la escuela,su mamã les aguardaba con un delicioso almuerzo digno de unas princesas.

Luego de ese momento ,se acostaba cada una en su cama ,en aquella habitacion tan amplia,con dos ventanales uno daba hacia el patio y el otro hacia la calle ,un gran armario para colocar todos los juguetes.

Se ponian de acuerdo que programa ver .

Ella les decia _Despues que cada una realizen sus tareas escolares ,van y se bañan y pueden observar sus dibujos animados preferidos,aquella orden se convertia en una gloria .

Con el transcurrir del tiempo se ha convertido en una hermosa anecdota que han de recordar siempre.

Cada vez que ella viene a la memoria.

Pasaban las horas y sobre todo los fines de semana ,en principio fue en Blanco y Negro con el tiempo se asomaron los colores.

Eran muy diversos los programas de entretenimentos,que se disfrutaban con tanta inocencia y felicidad , y como niño al fin deja los mas hermosos recuerdos y momentos .

Quien no se divirtio viendo como el coyote nunca pudo atrapar al corre caminos.

Piolin con su agilidad se le escapo varias veces a Silvestre.

Speedy Gonzalez con tanta velocidad ,tenia un amigo que se llamaba Lento Rodriguez.

Mazinger Z ,en algun momento pensamos que podia existir.

Que la liga de la justicia en verdad podia hacer justicia.

Que superman se debilitaba frente a la kriptonita.

Meteoro con su max 5 nos hacia ir con el en cada carrera ,y su hermano misterioso era su propia competencia.

Quien no lloro cuando Anthony cayo del caballo ? .

El zorro empuñando su espada junto a su corcel ,y se reia del opresor en su propia cara.

Que recorrimos con Angel la niña de las flores varias partes en busca de la flores de los siete colores.

Y probar la dulce miel de la abejita maya .

Y las fabulas del bosque verde ,nos hicieron ver como los animalitos vivian en armonia y amor.

Marco, buscando a su mamã.

Scooby Doo nos llenaba de aventuras y mistérios .

EFRAÍN DÍAZ

Tendría yo unos cinco años cuando mi padre llegó a casa con aquel aparato cuadrado de cuatro patas.

Tan pronto lo encendió, quedé maravillado. Había gente dentro de esa caja. Y le daba vueltas a una manivela y aparecía otra gente. ¿Como habían podido meter a todas esas personas ahí dentro? ¿Acaso eran enanos? Le di la vuelta varias veces inspeccionando cada esquina en busca de una puerta secreta, algún escondrijo.

Mi padre se rió y me explicó el concepto de ondas y señales. Yo no lo entendí, pero tampoco me importó mucho. Lo importante de ese aparato era que podía ver las caricaturas. Algo que nunca antes había visto. Ignoraba de su existencia y las encontré entretenidas.

Pronto me convertí en el operador del aparato. Mi trabajo era darle vuelta a la manivela para un lado y para el otro al mando de mi padre. Mas tardé entendí que mi trabajo era parte de su vagancia.

Al cabo de los años, cuando ese modelo de televisor estaba obsoleto, llegó mi padre con un nuevo modelo. Ya no era cuadrado, sino mas bien rectangular. También quedé desempleado porque ese nuevo modelo tenía un control remoto.

Todavía continuaba viendo televisión, pero ya no caricaturas. Ahora veía programas enlatados de acción y aventuras.

También había descubierto los libros y dividí mi tiempo entre la tele y los libros.

El tiempo pasó y me llegó la adultez. La programación cambió. Ya no era como antes. La tele se volvió simple, tonta y estulta. Ya no educa. Ya no hay documentales. Ahora solo entretiene y sus entretenimientos son banales rayando en lo necio. Competencias tontas y “reality shows” estúpidos. La programación compite con el reguetón por el premio a “Mejor Basura”.

Me quedé con los libros, que en la tele de hoy día no se me ha perdido nada.

EDUARDO VALENZUELA JARA

El milagro se produjo el día de la madre. Los cuatro hermanos, después de tantos años, se reunieron para visitar a la anciana en su día.

Dejando de lado sus rencores y enemistades habían preparado la sorpresa con anticipación. Juntos acordaron en comprar el regalo y llevarlo personalmente.

Doña Guillermina no podía creerlo cuando vio llegar a sus amados hijos trayendo el enorme bulto. Hubo abrazos, besos y llantos, y a la hora de abrir los regalos, apareció el gigantesco televisor de última generación «para que pueda ver tele a gusto».

Fue Jonás el que sugirió proyectar la imagen de su móvil en el televisor, y así posaron todos «para salir en la tele». La sonrisa de doña Guillermina se fue transformando en una mueca cuando se vio obligada a mirar la pantalla en lugar de poder ver a sus hijos directo a la cara y continuar abrazándolos. En un momento sus ojos se humedecieron. «¡Se emocionó de alegría!», dijeron.

Horas más tarde, cuando ya todos se fueron, doña Guillermina quedó sola con su nuevo televisor. Le costó trabajo recordar cómo encenderlo, pero lo logró y en esos dos metros de pantalla aparecieron las noticias del mundo, con sus guerras, sus hambrunas, sus tiroteos, sus desastres.

Los años han seguido pasando y doña Guillermina aún recuerda el feliz día en que sus hijos se reunieron para visitarla. Lo recuerda cada mañana cuando limpia la pantalla del televisor nuevo que nunca volvió a encender. En la pantalla reluciente ve su reflejo, se ve sola, se ve en la tele.

MP

El primer televisor

De pequeña viví en uno de aquellos pisos promocionados al calor del Régimen de Franco. Esos que por alguna esquina mostraban el cartel con ‘el yugo y las flechas’, señal inequívoca de la propaganda de un dirigente que gobernaba a sus anchas. Tendría unos ocho o nueve años cuando Rosi, mi amiga inseparable, que vivía en la planta de abajo, me dijo que su padre había comprado un televisor. Entonces no se decía ‘tele’. Funcionaba con monedas, como las que mucho tiempo después pusieron en los hospitales.

Por aquel entonces todo se veía en blanco y negro, solían tener mucha interferencia o rayas en la pantalla y sólo había dos cadenas: VHF y UHF. La emisión comenzaba después de comer y acababa a las doce de la noche con el himno nacional de fondo.

Mis vecinos fueron los primeros en comprarlo. Recuerdo que era una familia numerosa muy peculiar. Entre todos sumaban diez o doce y todos se parecían físicamente mucho. Con el tiempo me pregunté cómo dormían y dónde metían tantas camas en un pequeño piso de tres dormitorios. Nunca me salieron las cuentas, pero estoy segura de verlos felices a todos. Gente sencilla y buena. Ese es mi recuerdo.

Ante tanta novedad los niños de mi portal sentíamos una enorme curiosidad por ver algún programa. Hasta que un día Rosi dijo que podíamos ir a su casa a ver el programa infantil, pero que lleváramos una silla pequeña, a ser posible, porque ya en su casa eran bastantes…

A la hora convenida se inició una procesión escaleras arriba y abajo, cada cual con su sillita, todos a ver en el televisor al Capitán Tan y a los chiripitiflaúticos. Nos sentamos todos mudos, atentos, sin pestañear. De vez en cuando se escuchaba una risa conjunta y así pasamos aquella primera experiencia televisiva inolvidable.

Desde aquel día bajamos otras muchas veces y vimos películas y series como ‘Bonanza’, ‘La Casa de la Pradera’ o el concurso ‘Un, dos, tres’. Eso sí, el límite lo marcaba una moneda y cuando se agotaba nos marchábamos, lo que nos dejó alguna que otra vez sin ver el final. Cuando esto ocurría un ‘ohhh’ enorme flotaba en el ambiente de aquel pequeño salón.

Esta dinámica duró un breve espacio de tiempo porque enseguida mis padres y demás vecinos compraron su propia tele, casi todas tenían la misma marca: Telefunken, Werner, Philips…Y se acabó aquel deambular ‘sillesco’ que tenía su encanto porque nos reunía a todos para compartir esos momentos inolvidables en un tiempo tan feliz como la infancia.

Después vinieron series de las que guardo un grato recuerdo sobre todo de una llamada ‘El túnel del tiempo’ que trataba de un hombre que viajaba al pasado y vivía peligrosas aventuras. Narciso Ibáñez Serrador creó la serie ‘Historias para no dormir’ y ese día yo me acostaba temprano porque me daba mucho miedo verla y acababa metiéndome en la cama de mis padres…’Los vengador’, ‘El Santo’ y ‘Misión imposible’ marcaron el transitar de aquellos años de preadolescencia.

La muerte del dictador dejó atrás una época de represión y censura. Abrió una nueva etapa de cambios y libertades que, con el tiempo, desembocaron en el nacimiento de cadenas privadas que cambiaron nuestra vida y nuestros hábitos para siempre.

BEGO RIVERA

El concurso de baile

Las últimas parejas de baile continuaban bailando exhaustos al ritmo de la música. Solo quedaban tres.

Cuando empezaron eran cien personas. Cincuenta parejas.

Summer se inclinó sobre el pecho de Joel, era lo poco que sabía de él, su nombre.

Ya no tenía ánimos de seguir, quería morir, necesitaba morir.

Arrastraba su pierna herida por el suelo de cemento, donde la sangre y excrementos de los bailarines forzosos habían cubierto la improvisada pista de baile. Iban esquivando los cuerpos ya sin vida de los vencidos. El olor era nauseabundo y aunque a esas alturas ya debió haberlo asimilado lo tenía encima. Aguantó todo lo que pudo, gracias a las ventanas de la oscura nave sabía que era la tercera noche, pero al final se hizo sus necesidades encima como todos los demás, notando como el calor líquido bajaba por sus piernas. Su compañero venció a tan imperiosa necesidad horas antes.

No les habían dado de comer en esos días, solamente les daban bebidas isotónicas que tomaban mientras bailaban.

Joel la sujetó y le susurró que aguantará.

El Tango seguía sonando sin parar, como ellos. Los dos primeros días apenas hubo un centenar de espectadores, en el tercer día empezó a llegar gente sin parar para ver a la pareja ganadora y recoger sus ganancias de las apuestas.

El premio era la vida. Solo podía haber una pareja ganadora.

Miró a sus rivales levantando un poco la cabeza, le pesaba.

Su hermana Abigail seguía en pie agarrándose fuertemente al novio de Summer. Cuando los secuestraron y les obligaron a participar en semejante dislate le pidió a Germán que cuidara de Abigail.

Ella escogió a Joel porque lo vio fuerte y había acertado.

La tercera pareja era un matrimonio, ella no paraba de llorar, llevaba cojeando mucho tiempo, no aguantarían. El marido la sujetaba casi sin resuello.

Los captores estaban en primera fila, de tanto verlos ya casi los conocía. Contó que eran unos veinte, la mayoría hombres.

Los gritos del público desacerbado acallaron la música por un instante.

Summer intentó ver que sucedía. Había caído la tercera pareja, el intentaba levantarse sin éxito mientras ella yacía entre los fluidos humanos.

Uno de los secuestradores se acercó y le rebanó el cuello a ambos, como habían hecho con todos los demás anteriormente.

Su hermana y ella se miraron, no hacía falta decir nada. Una de las dos iba a morir.

«Solo podía haber un ganador.»

Summer lo tenía claro, tenía que ganar Abigail y Germán. Aflojó para tirarse al suelo, los brazos de Joel la sujetaban con tanta fuerza que era imposible.

Lo miró y le ordenó que la soltara, él se negó, no iba a dar su vida por nadie.

Volvió a mirar a su hermana, de no haber sido por ella no estaría en tan ardua situación. Fue ella quién animó a su hermana a ir con ella y sus amigos al festival de música .

Los secuestradores aparecieron de pronto, matando a la mayoría, unos pocos escaparon y los demás fueron llevados hasta allí.

Lo que no sabía Summers es que estaba siendo retransmitido a nivel mundial por los secuestradores y que millones de personas seguían el macabro concurso de baile.

Al principio las televisiones de los países cortaban la señal por catalogarlo de inhumano, hasta que se dieron cuenta que las audiencias eran astronómicas haciéndoles ganar millones gracias a la publicidad.

Aunque nadie reconocía que lo veía la cuota de pantalla alcanzó máximos históricos al quedar dos parejas, el público expectante quería saber qué pasaría con las hermanas.

A pesar de los esfuerzos de Summer por dejarse ganar por su hermana Joel lo impidió, aguantó hasta que Abigail cayó con el rostro desencajado por el horror y antes de que Summer pudiera gritar Germán y Abigail eran degollados rápidamente.

Abigail y Joel fueron liberados.

Mientras, los productores de varias cadenas de televisión de varios países competían en ser los primeros en lanzar al aire un nuevo concurso de baile similar.

ARCADIO MALLO

La tele

El abuelo, siempre que hacía una afirmación ajena a sus conocimientos, la reforzaba con la coletilla “lo vi en la tele”. Lo de “tele” lo usaba solamente con nosotros, unos niños llenos de fantasía e ignorancia, faltos de rodaje en la vida y con toda la buena fe que se tiene a esas edades. Supongo que era de escuchárnoslo a nosotros, o simplemente, por dar ese toque cariñoso que las personas mayores usamos cuando hablamos con los niños, como si tuviéramos la necesidad de suavizar una realidad devastadora.

La tele, su tele, era una Telefunken en blanco y negro colgada en la esquina de la cocina. Su recuerdo me lleva a mi evolución como persona. Desde el niño que solo podía escoger un canal en el que echaban partidos del Real Madrid y tardes de corridas de toros, dónde todo era gris, hasta los tres canales: la primera de Televisión Española, La Segunda y la Televisión autonómica. Y realmente, la segunda no se sintonizaba bien. Luego ya estaba Antena 3 y Telecinco. Todos hablaban de esas cadenas y de la televisión en color, pero en casa del abuelo todavía seguía la vieja Telefunken con sus tres canales y sus dos colores. La resistencia al progreso o, quizás, la prioridad de las necesidades ante un presupuesto familiar muy ajustado. Y la televisión, por entonces, todavía non era una necesidad básica.

El día que la vieja pantalla dijo basta, el abuelo dejó de usar su coletilla favorita. Fue como si la televisión en color que mis padres compraron para el sitio, multicanal y con mando a distancia, restase toda la credibilidad a lo que proyectaban en la caja tonta. Y no es que dejara de mirarla, al contario, conforme le pasaron los años y le menguaron las fuerzas, más horas echaba sentado frente a ella. Hasta un día de otoño en el que quien se apagó fue él, ya en la era del TDT y los mil y un canales.

Hoy llueve. Hace una de esas tardes de domingo de invierno, como en las que echábamos leña al fuego y veíamos, sentados con el abuelo, la película de vaqueros que ponían por las tardes, de John Wayne o Clint Eastwood. Me he acurrucado en el sofá con el portátil a escribir estas letras. De fondo suena la tele. E inevitablemente, me he acordado del abuelo y su falta de credibilidad en la televisión a color. ¡Si viese lo que hay hoy en día en la tele moderna!

MEYER DUNAYEVICH

-LA TELE-

En la tele Javier vislumbra los restos que el país ofrece…

en la tele Javier mira a gente morir..

en la tele Javier ve a gente reír..

en la tele Javier ve pasar los meses…

Mil voces se oyen, mil voces se atoran…

todas iguales, hablan sin demora..

de algun tema trivial

y es que nada en la tele es real..

Y es tan real lo que te digo..

que se ha vuelto absurdo este mundo..

y deja a Javier meditabundo..

deja a Javier sin amigos..

En la esquina de algún lugar Javier mira la pantalla..

en la esquina de algún lugar se libran mil batallas..

Javier mira la tele..Javier se mira a él..

Javier yace en el piso de algún set de TV

Después de que algún enfermo le disparara en la sien..

Javier ahora es la noticia principal del canal diez..

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Verano del 1986.

La noche estaba calurosa, apagué la tele y me tumbe en el sofá, arriba en los cuartos hacia más calor.

Estábamos mi hermano mayor y yo, mis padres estaban cuidando a nuestros abuelos.

No me dormí, no me dio tiempo.

En la tele apareció un ser, qué me hablaba telepáticamente.

Me decía qué fuera con él.

Yo comencé a gritar, mi hermano bajó rápido.

No se si fue un sueño. Creo qué no, mi mente racional quiere pensar qué si.

GRACIELA PELLAZA

Tengo vecinos nuevos. Hace seis meses alquilaron la casa de la abuela Josefa, los hijos se la llevaron a la ciudad. Es un matrimonio y dos niños. Uno creo tiene doce, y el otro menudito y con anteojos paquetes, tiene seis.

Nuestra tela de amistad con Lucio, el más chico, la tejió mi perrita cuzquita, la paticorta, Nina.

Y así entre cerco y cerco nos hicimos amigazos con Lucio.

El seis y yo…sesenta más. La mejor edad para hacerse amigo.

Los padres contentos de que haya alguien que los mire, trabajan casi todo el día, y los veranos sin escuela, para el que la lucha, se hacen largos, larguísimos.

-Graciela, en la tele dicen que un francotirador entró y baleó a tres niños!

-Ey Gra, en la tele dicen que los que son de otro país van a tener que irse.

-Gra, dicen en la tele que una bomba no sé bien dónde, lejísimo creo, mató a diez familias.

-¿Los tornados donde son? Porque en la tele dijeron que arrasa las casas…¿Qué quiere decir arrasa?

-Lucio,desde mañana te preparas, vamos hacer un plan de aventuras. ¿Quieres?. Le pediré permiso a tus padres.

Apaga la tele. Puede venir tu hermano si gusta. Cuéntale.

Si caminamos para el oeste, allí donde está el río, vas a ver como se esconde el sol. Entre los juncos hablan las ranas, si prestas atención hay unos cangrejos simpáticos con unas tenacitas en las manos, y quien te dice si tenemos suerte le damos de comer al carpincho. Hay unos sauces que son unos árboles que se peinan para adelante, y unas flores que flotan. Lucio ¿tú sabes como crecen los tomates? ¿Y cómo se plantan las zanahorias?

Si el paseo es corto, llevamos a Nina.

Y así todos los días nos pega un poco el viento.

¿Como lo ves?

Luego hago una torta y te muestro unos libros, donde está todo esto que te cuento. Están llenos de palabras y fotos. Y te llevas uno de vez en cuando para después de la cena.

Y así…mientras llegan del trabajo los padres, nos sentamos en la reposera y hablamos de la vida.

Es tan linda, Lucio… pero tan linda.

¿Te parece?

EVA AVIA TORIBIO

En la tele

—¡Mamá! ¿Otra vez viendo esa serie? —le dice, Silvia a su madre, que está enganchada a las series turcas desde que su amigo Alfonso Pacheco le habló de ellas.

—Ni te imaginas lo que es ver a esos hombres en pantalla gigante, ¡ja, ja, ja! Son colágeno puro para esta anciana —saboreando, Antonia, su bol gigante de palomitas.

—Desde luego, mamá, eres mujer de costumbres —dice decepcionada, porque ahora están de moda los coreanos. Hoy es sábado, toca película en familia, así que pon el canal de pago y elige la que te apetezca ver, que voy a sacar a la niña de la cueva.

—Katherine —abriendo la puerta de su habitación. ¡Ahhh! —grita. ¿Pero se puede saber que es esta jauría?

—¡Joo, mamá! Que me desconcentras.

—¡Te desconcentro! —soltándole una colleja. Ahora vas a saber lo que es desconcentrarse. ¡No se que es peor, que estés enganchada a los video juegos o a la mierda de las tentaciones! ¡Ordena, pero ya, esta cueva y sal cagando leches, que hoy es sábado, para tu información! —saliendo enfurecida.

—¡Qué pesadas que sois con los sábados en familia! A ti te gustan las series coreanas, a la abuela las turcas y a mí, los tentadores. ¡No se para que nos compramos tres teles! —dice, resignada.

—¡Mocosa malcriada! ¿A quién has llamado pesadas? —le grita, la abuela, entrando a la habitación.

—¡Joo, abu! ¿Tú también? —levantándose de un salto de la cama.

—¡Vamos, mueve tu culo, pero a la voz de ya! —estirándole de la oreja. ¡Qué cruz…! Nos espera sesión de miedo.

—¡Joder, encima, ni siquiera podemos ver cine erótico! ¡Qué cruz…! —farfulla entre dientes, Katherine.

—¡Lo que te faltaba! ¡Las cochinadas en tu cueva! ¡Y abre la ventana, que huele a humanidad! —le grita su madre.

—Si tú lo dices, mamá. Bueno y ¿con qué nos va a deleitar la abu? Ya puede dar mucho miedo, que sino me duermo —recostándose en el sofá nuevo.

—¡No fastidies, mamá! ¡Anda que no hay películas y tienes que poner una de miedo turca! —cogiendo chocolate.

—No esperes que la abuela te ponga una de coreanos —le contesta mientras se tapa con la manta.

—¡Por fin una de tus neuronas se despertó, porque si pensabais que iba a dejar de ver a esos hombres, vais listas!

—¡Qué cruz…! —dicen, ambas al unísono.

Una hora más tarde.

—Mamá, —hablándole bajito. La abuela se ha dormido. Cambia. Pon una de esas antiguas de esas que el fantasma sale de la tele —dándole el mando.

“—¡Corre, abu, por lo que más quieras! ¡No la ves! —estirándole del brazo.

—¡Joder con la niña! ¡Que sale de pozo! —grita, Silvia

Y cuando ambas están viendo como la niña sale del pozo y camina dirección a ellas…”

—¡Buuu! —les grita Antonia, despertándolas. Colocada delante de ellas, con su cabello blanco largo cubriéndole la cara.

—¡Ahhh! ­­—gritan ambas.

—Que susto, joder abu. Me he meado —le dice, Katherine.

—Tan joven y con perdidas de orina ¡ja, ja, ja! —le contesta a su nieta.

—Ya te vale, mamá. A estas edades y jugando —levantándose del sofá.

—Si es que ya os lo digo yo, hacer caso a esta anciana. Lo único que vale de la tele, son los turcos.

Besos, la Incondicional.

MARÍA JOSÉ AMOR

En los lejanos y muy lejanos días de mi infancia surgió no sé de dónde, una revista semanal llamada ¡Hola! que mi madre acostumbraba a comprar cada domingo saliendo de misa.

Como sigue siendo en la actualidad, se trataba de una revista dedicada a acontecimientos sociales, especialmente entre la nobleza donde se mostraban señoras guapísimas y elegantes al lado de señores a su vez del mismo estilo.

Por supuesto no había comidillas morbosas y todo parecía transcurrir en perfecto orden y mucho glamour. Y la gente, claro está, los imitaba.

Y entre toda esta nobleza, que, como estaba mandado, surgían bodas que luego eran publicadas con pelos y señales.

Sin embargo, había un soberano que, mayorcete él, que permanecía soltero y al que nunca se le había conocido ningún tipo de flirt a lo largo de su vida. Se trataba del rey Balduíno de Bélgica. Tampoco sobre su persona había comentarios. ¿Razón? No frecuentaba festejos como el resto de sus congéneres, permaneciendo siempre a la sombra.

En la actualidad siempre saldrían comentarios sobre romances de tipo homosexual y, por supuesto se le buscarían posibles partenaires. Pero en aquella época no solo aquí, sino en cualquier lugar de la tierra tal presunción era inimaginable y menos en una persona de su rango.

Así que el hecho de que se publicasen pequeñas notas tales como:

-Balduíno de Bélgica permaneció el fin de semana en el Monasterio de….

O también:

-El Rey Balduíno ha asistido en privado a la inauguración del Hospital de Santa…dirigido por las Religiosas…para la recuperación de niños que hayan recientemente pasado poliomielitis (entonces, sin vacuna todavía en Europa, era una enfermedad bastante frecuente que dejaba secuelas de por vida).

Y otras siempre asistiendo a lugares similares, dio lugar a que las “marujas” de turno comentaran entre sí:

-Este “chico” va para monje.

Si algún periodista, siempre al acecho de posibles noticias, lo escuchó, se apropió del comentario como si fuese de su propia cosecha, o tuvo la misma inspiración que esas mujeres no lo sé. Pero sí poco tiempo después en el ¡Hola! apareció una noticia cuyo título, sin mencionar nombres era:

¿PODRÍA UN REY ABANDONAR SU TRONO PARA CONSAGRAR SU VIDA A DIOS?

Y a continuación una serie de reflexiones morales sobre el deber con respecto a Dios, a la patria y un sinfín de cuestiones anexas.

Esta noticia dio pie para incrementar el cotilleo de las “marujonas” y no digamos si había en ciernes la boda de alguna Casa Real a la que Balduíno hubiese de acudir con comentarios y suposiciones previas de con quién (dama soltera, claro está) pasaría la velada. Y lo mejor venía después del acontecimiento, concretamente en el reportaje del mismo, en exclusiva en dicha revista, ya que tras todos los pormenores con imágenes incluidas (en blanco y negro) del periodista de turno, siempre había un comentario sobre esta persona del estilo:

– Al Rey Balduino no se le ha visto bailar con ninguna princesa.

Y así pasó tiempo y tiempo, incluso años, con la total indecisión del monarca mientras los “cazanoticias” no daban al abasto con sus investigaciones, todas ellas estériles.

Y a finales de julio, principios de los años sesenta (SXX) una pequeña nota salía por los medios comunicando:

-Aunque falta la confirmación oficial, ya es seguro que Balduino de Bélgica entrará en breve en una Cartuja, aunque de momento se ignora su ubicación. Por tanto, será elevado al trono su hermano Alberto, casado con Paola…

-¡Vaya!- comentaban las marujas, ahora de vacaciones mientras saboreaban un helado de vainilla y chocolate- al fin se ha decidido a dar el paso.

Y, claro está, aunque los periodistas continuaron sus pasos “sherckholmianos”, el tema quedó en suspenso durante unas semanas. Y cual, si del principio de acción y reacción se tratase, un día de agosto, en plena canícula estival, los periódicos matutinos mostraban en letras mayúsculas que ocupaban casi la mitad de la primera página el notición:

BALDUINO DE BÉLGICA CONTRAERÁ MATRIMONIO EN BREVE CON UNA SEÑORITA ESPAÑOLA

Vueltos ya de vacaciones de verano, las comidillas no solo se reanudaron, sino que se incrementaron de manera que, fuese en la panadería, la frutería, comprando pescado, manzanas o lo que tocase (no había tantos supermercados como ahora y menos aún grandes superficies) cuando dos conocidas se topaban, comenzaba la conversación a la que se agregaban el resto de la clientela (recordemos que pocas mujeres casadas trabajaban entonces y eran ellas las encargadas de esos menesteres).

Y siguió y siguió hasta aproximarse el “día de autos” pocos días antes de Navidad.

La televisión, en blanco y negro, ya había llegado a las principales ciudades españolas[MJAP1] pero no todo el mundo la poseía. Y lo que no quería ninguna de esas personas que tanto habían especulado sobre el tema, era perderse la retransmisión en directo, acontecimiento único, ya que era la primera que se hacía desde el extranjero.

Y aquí intervinieron de manera “espontánea”, más como autopropaganda que por hacer favor a la ciudadanía, las casas de electrodomésticos, anunciando que enfocarían varios aparatos desde los escaparates, hacia la calle, para que la gente que quisiera pudiera seguir tal acontecimiento.

El tal día amaneció helador. Helador quiere decir que hasta cayó agua nieve. Ya antes de la hora, las aceras se llenaron alrededor de las tiendas para poder estar en la fila uno y no perder detalle. Ante el agua nieve que caía con intensidad los paraguas empezaron a abrirse y las señoras, todas mujeres de mediana edad, con gruesos abrigos, muchos de piel, pero con las extremidades inferiores solo protegidas por finas medias de nylon y zapatos de tacón, no precisamente diseñados para aguantar bajas temperaturas, apretadas unas contra otras, se cobijaban a la vez de la lluvia así como se daban calor “de contacto”, mientras iban contemplando las imágenes, que no el sonido, que iban sucediéndose en la tele.

¿Cuánto rato duró la ceremonia? ni idea, pero allí estuvieron ellas, estoicas, como si de la guardia del Buckingham Palace se tratara, de hasta que todo acabó.

Curiosamente, al cabo de dos o tres días, hubo entre las mujeres de mediana edad, una auténtica epidemia de resfriados

[MJAP1]

SHELO SHELO

ESPERA ETERNA

En el ocaso del día sentada al lado

del televisor de tubos veo las fotos familiares

con mucha nostalgia, se me asoma una

lagrima por la mejilla como ríos sin

cause que los seque.

Mi mente recordaba cuantos juegos

juntos, risas juntos, atardeceres juntos,

ahora que ya estoy en mis noventas ni

una llamada he recibido, mil pensamientos

vienen mientras la mecedora me mece.

En el ocaso de la tarde me sorprendió el

timbre del teléfono de cien años, era mi hija

que me decía que algún día vendría

mi corazón salto de alegría al oír

tan agradable noticia, enseguida se le fue la

sordera a mi oído izquierdo, empezó a escuchar

al arcoíris.

En la noche la luna con su inmenso resplandor me

dijo que tan anhelado día nunca llegaría, entre las

cobijas me estremecí, me sentí como una niña

perdida buscando el dulce color del iris.

Los días pasan y pasan, la paciencia se convierte en

impaciencia, no llega nadie, cada vez la preocupación

me consume, la enfermedad me sume con su amargo

perfume, las estrellas me miran con desdén y tristeza.

Cada día espero en el rancho junto a las fotos que ahora

son mis inseparables amigas a que mi hija venga a ver

a esta pobre vieja que los añora con el corazón cuyos latidos

son como la llama de la vela apagándose poco a poco.

Cada día es la misma sentada, encorvada, desenfocada esperando,

esperando nuevamente la llamada que le daría un vuelco total a mi

desesperada alma la cual esta desencajada de mi cuerpo ya viejo

carente de belleza.

cada día sigo esperando en vano, muy dentro de mi mente ya mermada por los años me dice que nunca vendrán a, veces me pongo a pensar que solo fue mi imaginación… ahí ya ni se lo que digo… el verdadero hijo es aquel viejo tv ya el pobre esta tan envejecido que ya ni prende, me toco conformarme con poco, verme a mi tan sola, íngrimamente sola en la pantalla negra de la tv..

GAIA ORBE

Mi morada

El azul violáceo de la genciana vive mientras las demás flores mueren con la escarcha.

Los hombres hacen sus abluciones bajo mi gran boca.

Ellos, los agricultores, imploran por la lluvia.

Soy el dragón de madera, la deidad que controla el agua.

Es otoño y en las pozas del río, mi morada, se enredan las ramas.

—¿Te gustó el poema? — dijo alzando las plumas de su cabeza.

— ¡Qué belleza! —le respondí.

La poesía era horrible, pero el movimiento de su enorme cuerpo había llenado el espacio de reflejos verdes y rojos que me subyugaron.

—Sabía que te iba a encantar.

Las plumas eran largas, angostas y flexibles como las colas de un ave. ¿Era un ave gigante o un dragón como él decía? En la cresta tenía unos cuernos que coincidían con las lecturas sobre dragones que habíamos hecho en el viaje. Además, los bigotes largos le daban aspecto de caballo a su cara. Aunque cada vez que abría su bocaza manaban torrentes y cuando la movía caían gotas de lluvia sobre las hojas de las plantas. Así que alguna relación con el agua debería tener.

De pronto, la criatura se hizo a un lado de la puerta de la cueva estirando su cuello y arrastrándose por el suelo me empujó a entrar:

—¡Vamos a jugar escaque!

Entonces supe que era una serpiente emplumada. Debía enfrentarme a mi miedo bajo tierra como si estuviera persiguiendo a un dragón porque habíamos llegado a Teotihuacan.

—¡A dormir! Basta de tele que mañana comienzan las clases en la escuela.

—Pero mamá, estoy viendo viaje a nuestros orígenes.

—Eso es una pavada. —dijo Estela y agregó: —Más importante es que aprendas sobre la inteligencia artificial que te enseñarán tus maestros.

CARLOS RODRÍGUEZ

Continuación del relato de la semana pasada «Juego de damas»

– ¡Vaya! Sin duda habrá que hablar con la sala de atención telefónica de emergencias, van a tener que repasar sus protocolos y revisar las preguntas de triaje para que este tipo de cosas no se repitan – comentaba el inspector, mientras la forense se disponía a iniciar una llamada telefónica.

Buenas noches señoría, soy Amelia Cardoso, la forense de guardia. Me encuentro junto al cadáver del supuesto crimen para el que hemos sido requeridos, en el examen preliminar no se aprecian signos de muerte violenta y por eso le llamo, si lo desea puede usted ahorrarse el desplazamiento y si da su permiso podríamos proceder al levantamiento del cadáver y su traslado al anatómico-forense para realizarle la autopsia a primera hora de la mañana.

– Muchas gracias por su llamada señora Cardoso, procedan ustedes al levantamiento y hágame llegar su informe. ¿Quién es el inspector a cargo de la investigación?

– El inspector Vallejo señoría.

– ¡Ah! Estupendo. Hágame el favor, dígale que me envíe copia de su intervención en cuanto tengan sus conclusiones.

Amalia trasmitió el mensaje a Vallejo, quien ordenó a sus hombres que dejasen a los testigos abandonar el inmueble previa identificación de todos ellos por si fuese necesario volver a entrevistarles más adelante.

Mientras los auxiliares del anatómico-forense se encargaban de embolsar el cuerpo para su traslado Amalia conversaba con el inspector en un rincón del salón apartado de los posibles “oídos curiosos” de los demás presentes.

– Oye, si no tienes ningún compromiso ¿por qué no te pasas luego por casa? Seguro que algún trozo de tarta habrán dejado y a Valeria le encantará verte. Desde que has vuelto de tu traslado a la brigada en Madrid no os veis, y ya me ha preguntado varias veces por ti.

– No he querido molestar, me habían dicho que estabas con alguien y no me gustaría que pensase lo que no es.

– No seas bobo, tú nunca molestas, y eso que te han contado no son más que habladurías.

– Esta bien, en ese caso cierro el operativo y me paso a tomar un vino y felicitar a la niña, que debe de estar hecha toda una mujer ¿qué son, quince años ya?

– Sí, veo que sigues teniendo tan buena memoria como siempre. Te esperaremos entonces.

Cada cual supervisó aquello que le atañía para despejar el escenario y se despidieron de forma muy profesional y formal, como si únicamente se conociesen por sus trabajos, abandonando el edificio cada cual en su vehículo y en direcciones opuestas.

Habría transcurrido apenas una hora cuando Vallejo hacía sonar el timbre de la puerta en el domicilio de Amalia. Fue Valeria quien abrió la puerta y con una cara, mezcla de sorpresa y alegría, se abalanzó sobre el inspector colgándose de su cuello.

– ¡Feliz cumpleaños Valeria!

– Este sí que es el mejor regalo que he recibido hoy, ni te imaginas cuánto te he echado de menos en estos años, recordando muy a menudo aquellas tardes de juegos y risas con mamá y contigo.

No hubo tiempo para charla, Amalia llamó a voces a Vallejo…

– ¡Corre Vallejo! Están hablando en la televisión de nuestro cadáver.

– Pero eso no es posible, no se ha informado a los medios.

– Pues espera a escuchar lo que están diciendo, tendremos que olvidarnos de todo lo que habíamos hablado.

En ese momento sonaban al unísono los móviles de ambos, se miraron mostrándose mutuamente las respectivas pantallas… era la jueza de guardia quien les estaba llamando simultáneamente.

– Dime señoría, buenas noches – respondieron sincronizadamente.

– ¿Alguno de los dos puede explicarme lo que es lo que estoy viendo en las televisiones? Todas las cadenas se están haciendo eco de la noticia. Creí que habían concluido que la muerte había sido por causas naturales.

Tras unos incómodos segundos de silencio fue Vallejo quien tomó la palabra.

– Disculpe señoría, pero no creo que podamos darle explicación alguna en este momento. De lo único que estoy seguro es que los medios no han sido informados todavía de lo sucedido, y mucho menos en los términos en que están manifestando que han ocurrido los hechos.

– Entonces ¿cuál es la realidad? Radio y televisión están hablando de homicidio y ustedes me han dicho que se trataba de una muerte natural…

– Nosotros también estamos extrañados, pero nos pondremos a trabajar en ello de inmediato. Realizare la autopsia esta misma noche, aunque probablemente el laboratorio no podrá darnos los resultados de las muestras que pueda enviarles, pero les pediré prioridad con las pruebas de tóxicos.

– Yo hablaré personalmente con los responsables de las cadenas para saber de dónde ha salido esa información que están trasmitiendo, alguien tiene que haberla enviado a todos ellos.

– Por favor, pónganse a ello y ténganme informada. Vallejo, si necesita alguna orden de registro o petición de información llame al juzgado y pídalo, mi personal ya está avisado y la cursarán de inmediato.

– Gracias señoría, la informaré de los avances a primera hora de la mañana.

Mientras Amalia se dirigía a la morgue para comenzar la autopsia, Vallejo se dirigió a comisaría, donde había convocado a los responsables de noticias de todas las cadenas de radio y televisión, a quienes había solicitado llevasen consigo todo lo tuviesen relacionado con la noticia que habían emitido.

SÁNCHEZ MAR KATA

MEODIAS DEL BOSQUE ( TEMA DE LA SEMANA EN LA TV)

En el murmullo del mañana sentado en

la mecedora, viendo en el único aparato

con el que cuento, un televisor de tubos viejo,

a blanco y negro estoy viendo a los pájaros volando.

Mientras oigo el sonido distorsionado del televisor

cierro los ojos, mi mente recrea las más hermosas

melodías cantadas por pájaros cantores de colores,

nubes van susurrando al compás de viejas notas que a la

par están danzando.

Colibríes y musas cantan al unisonó, las verdes hojas de

grandes arboles siguen El suave ritmo balanceándose de

lado a lado, mientras que aguas Tocan suaves acordes que van rodando.

En mi mente veo el cielo como un arcoíris, increíble

Pentagrama, mis oídos escuchan enormes pinceladas

de notas musicales en escala do mayor, a su alrededor

van danzando y girando.

El televisor a través de su pantalla negra me ha permitido haberSoñado, haber pensado haber dejado que en el aire dulces acordes viajaran por Mi mente inerte dejando verme a mí mismo reflejado en la tv danzando en el recuerdo de mi pasado deshojado.

MANUELA CÁMARA

¿ERES GATO BLANCO Ó GATO NEGRO?

GATO BLANCO

He terminado un largo día de trabajo, por fin me acomodo en el sofá con la firme intención de que nada me malogre una noche tranquila frente al televisor. Tomo la varita mágica y con un par de clics entro en el universo caótico de la televisión. Me saludan por cinco minutos anuncios publicitarios con un entusiasmo desbordante prometiéndome productos milagros que van desde cortadoras de césped voladoras hasta esponjas que prometen limpiar hasta el pecado original. Me quedo con ganas de probar las patatas fritas nuevas y las anoto en mi lista de la compra.

Después de la publicidad comienza el reality, más interesante que la última película de ciencia ficción. Me encuentro con personajes que harían palidecer de envidia a los mejores escritores de comedia, tienen unas historias tan estrafalarias que el más hábil guionista se quedaría sin palabras.

Me llama Ana. Intuyo que está haciendo lo mismo que yo.

Pon la cinco -me dice y cuelga sin que me dé tiempo a decir nada. Ya sé que, si no lo veo, no pasa nada, ella me lo contará mañana cuando salgamos de la oficina para desayunar, pero lo pongo. Y yo, que no soy de telenovelas porque a esas horas siempre estoy en el trabajo, me engancho a un culebrón aún mayor: los amores de una reina casquivana y promiscua me dejan estupefacta, su historia tiene unos giros argumentales que hasta Duna que está tumbada a mi lado levanta la oreja izquierda con incredulidad. Pero no me afecta, a los españoles nada nos afecta excepto que nos quiten entero el sueldo de un año, y eso está por experimentarse.

A la parodia real le sigue la parodia política, la versión más humorística de la realidad, donde los políticos son caricaturas exageradas de sí mismos. Sus discusiones acaloradas son puro chiste que harían reír hasta al tiburón más serio.

Finalmente me topo con un concurso de talentos en el que la definición de talento debe haberla hecho algún comediante extraterrestre. Malabares con malabares, imitadores, y cantantes de ópera con voz de pato, compiten por el premio al acto más inusual. Me sacan la carcajada y me pregunto si no deberé presentarme con mi habilidad especial de recordar los nombres de todos los dinosaurios.

Hora de dormir, soy un gatito blanco de escayola intacta, todo me bota y rebota, me voy a la cama pensando en lo divertidos que son los programas, lo necesario que es el humor en la vida cotidiana y en que mañana, Ana y yo, en nuestro desayuno, pondremos fina a la gallina.

GATO NEGRO

He terminado un largo día de trabajo, por fin me acomodo en el sofá con la firme intención de que nada me malogre una noche tranquila frente al televisor. Ese aparato excluido de mi vida por veintidós años, entró en la época de la pandemia. El aparato que durante el confinamiento me sacaba del estrés carcelario, ahora siento que me sumerge en un mundo plano del que solo extraigo un somnoliento adormecimiento de todos los sentidos.

Ahora cuando enciendo el televisor y comienza con cinco minutos de publicidad siento como bombardean mi conciencia de una forma tan rápida y efectiva que consiguen que yo no pueda razonar, y me adentran en un bucle que me incita a comprar productos que no necesito en realidad. La pantalla se llena de atractivas imágenes de vidas perfectas y cuerpos estructurales. No me doy cuenta de primeras, pero termino deduciendo que me están creando unas perspectivas irreales de lo que debería ser mi vida y están sembrando en mí y en todos nosotros las semillas de la insatisfacción. Todo ello a una velocidad ante la cual yo me siento indefensa.

Voy pasando de un programa a otro, se consume mi tiempo de una manera insidiosa. Las horas pasan volando si me dejo llevar por esas malas historias ficticias que hacen que desconecte de mis responsabilidades y mis metas personales. La televisión se convierte en una distracción que socava mis aspiraciones, si no soy objetiva y crítica, solo conseguiré que el tiempo se escurra entre mis dedos.

Y si solo lo pongo para las noticias, por estar enterada de lo que pasa en el mundo, estas me ofrecen un mundo cargado de dramatismo y negatividad. Quedo atrapada en su bucle de informaciones impactantes que solo alimentan el miedo inconsciente y la ansiedad. Y repiten y repiten. Y la repetición de tragedias y conflictos desgasta mi espíritu, contaminan mis mejores energías, porque al final, crean una perspectiva distorsionada de la realidad.

¡Ay Ana! si me dejara llevar por todo lo que me prometen, proponen y propinan, lo único que conseguiría sería que el mundo real se fuera desvaneciendo. Y las conversaciones significativas que tengo con mis amigos, serían reemplazadas por las que mantengo cada mañana contigo, unos diálogos superficiales sobre las cosas que salen en televisión. Si lo que quiero es adormecerme, dejar de razonar y apagar mi espíritu crítico, nada mejor que zamparme todos los programas populares que le quitan importancia a mi realidad haciéndola borrosa.

Por no hablar de la luz azul que emana. Si no la saco de mi vida terminaré como Ana, interrumpiendo mis patrones naturales de sueño y dejándome las noches en un descanso fragmentado. No me extraña que se despierte cansada, sin fuerzas para hacer nada y de una mala leche impresionante.

La televisión, esa fuente aparentemente inofensiva de entretenimiento, es mi enemigo secreto, es un agente silencioso de manipulación que lo primero que pretende minar es mi bienestar físico y luego el emocional. Es hora de reconsiderar si quiero que una pantalla plana moldee mi vida o si en cambio prefiero vivir en un estado de equilibrio saludable, que por supuesto, hay que elaborarlo, pero dentro de un mundo real.

Ahora escucho atentamente hablar a Ana de cosas que no tienen nada que ver con ella, de necesidades que le inventan cada cierto tiempo, de cosas nuevas que no para de comprarse y con las que está muy feliz. ¿Quién soy yo para romperle su burbuja, ese mundo consumista creado para que nadie lo podamos abandonar sin caer en el vacío de enfrentarnos a nosotros mismos? Y recapacito sobre cómo ella religiosamente responde a las necesidades de moda.

¡ Ay, Ana!, ¿no ves que tantas horas de diversión gratis es porque el producto eres tú? Pero me callo resignada, la escucho con cariño y la comprendo, yo también soy el producto de pensar de otra manera, también durante una época fui un gato blanco, que se ha convertido en gato negro a fuerza de no poderse tragar sus patrones artificiales.

ABBY MARSIE ROGOM

EL OJO.

Para Estruber era el presente, para nosotros el futuro, y para otros será el pasado.

Estaba sentado en un cómodo sillón absorbentemente ergonómico y aerodinámico. De hecho se podía desplazar flotando por su vivienda sentado sobre él. Para el exterior no estaba homologado. Las viviendas eran enormes en esa área, un parque_ vivero rodeado de naturaleza repoblada y sembrada. Los verdaderos espacios naturales eran pequeños reductos en diferentes lugares del planeta, donde lo silvestre y salvaje estaban tan cuidados como santuarios.

Estudiaba la evolución de las sociedades y las civilizaciones.

La anterior civilización creía que era la única y primera, pero no. Habían surgido, evolucionado y colapsado varias.

El lo veía todo en su teléctono y en su telecrón. Dos dispositivos con los que, sin interactuar, se podían observar trazas del tiempo. Fue un gran logro conseguir acceder al pasado, pues » el gran ojo, la fuente, Dios, el creador de mundos» o como se le quiera llamar parece que había creado más dificultades para acceder.

El universo cuántico había abierto una gran ventana hacia el conocimiento.

Pero el ojo parece que quería que el ser humano desvelara las realidades de forma espiritual, más que científica, o al menos que fueran de la mano. Esto ocurrió en la anterior civilización con el descubrimiento de la energía nuclear. No estaban preparados evolutivamente. Fue como si un niño de cuatro años se encontrara con una planta tóxica. A esa edad se lo meten todo en la boca.

Su naturaleza dual tampoco ayudó. La energía nuclear se puede usar para el bien. Se usó para el mal.

Accedimos a fogonazos del futuro, y observábamos.

El acceso al pasado estaba más restringido, pues se podían crear verdaderas paradojas, choque de eventos, implosiones temporales. Incluso desajustes dimensionales. El caos.

Estruber se miró los pies palmeados, y las escamas de su piel.

Pertenecía a una raza intraterrena evolucionada a partir de los reptiles; le acompañaba Yoru, un ser casi luminiscente de más de dos metros. Había varias razas intraterrenas.

Los otros dos eran científicos de la rama espiritual de investigación terrícola.

Tlasxau, de una base subacuática del mediterráneo, un pequeño ser con la cabeza algo abombada, unas extremidades débiles y un poco desproporcionadas, y Asher, procedente de un planeta cercano en términos astronómicos, cuyo aspecto era muy parecido al humano, pero mas alto y con un color de piel decididamente amarillento. Y observaban a Raúl, intentando comunicarse con él, como con muchos otros «enlaces» de ese momento.

Pero a Estruber también lo veía Raúl desde el siglo XX, durante la ola de » contactados».

Al noreste de Méjico, en una casa de campo vivía Raúl con sus padres, sus dos hermanas, su abuela y una de sus tías, la menor de las hermanas de su madre, que se vino a vivir temporalmente con su marido y su bebé. Ellos trajeron otro televisor, así que tenían uno en el salón y el otro en la cocina, que era muy grande. Allí se reunían todos a menudo, cerca de la chimenea viendo noticias, programas y películas, y el viejo televisor del salón había quedado un poco abandonado, además allí la señal era peor, y a veces se iba la imagen y sólo se veían una miríada de puntitos blancos y negros, y un sonido que se parecía al del sonajero del pequeño Leo. Aquella tarde pesada y caliente se sentó ante él, sin prestar mucha atención a lo que veía, pensando mas bien en Rosa, la niña que le gustaba.Se perdió la señal, dormitó un poco, encharcado en sudor; abrió los ojos. Se incorporó un poco, con ambas manos sobre los apoyabrazos del sillón, y afiló la mirada como para ver mejor.

Los puntitos blancos y negros en movimiento habían creado una imagen, la cara de un lagarto lo miraba, y Raúl como si fuera lo mas normal del mundo, se reclinó hacia atrás y se quedó mirándolo, mientras la extraña imagen movía la boca sin emitir ningún sonido, pero como si hablara.

Nadie en casa le creyó; explicó que ese ser le advertía sobre una cosa que se llamaba energía nuclear.

Es cierto que » el ojo» lo ve todo, pero no sabemos si es el creador primordial porque en el universo hay creaciones y creadores.

La tierra,en el sistema solar, pertenece a una galaxia, la vía láctea, que contiene unos cien mil millones de galaxias.

Y del mismo modo que hay conjuntos de planetas con su propio ecosistema formando grupos o sistemas que forman parte de galaxias, a gran escala las propias galaxias giran en torno a un un monumental sistema y éstos forman macrogalaxias cuyo número es incómodamente inabarcable. El universo es una perfecta operación matemática que no alcanzamos a comprender, es una danza vibraciónal, un hálito en expansión. Y los creadores de mundos crecen en proporción y consciencia.

Y desde uno de esos macromundos observaban a Estruber. Porque si para él y las otras razas espacio_ temporales los humanos no estaban preparados para manipular la energía nuclear, para las razas de aquellos inmensos mundos de mundos, Estruber y los demás no estaban preparados para manipular el tiempo, así que el gran ojo los vigilaba a ellos, pero… ¿Quién miraba al gran ojo?

» Fin» leyó Daniela, y los créditos, blablabla, y la música; terminó la película, apagó el televisor.

Aunque relativamente satisfecha, cada vez que veía su creación se le ocurría algo que cambiar, poner o quitar, pero en fin, siempre le pasaba lo mismo y la película ya se había estrenado. Sonrió, pensando que indiscutiblemente, ella era » el gran ojo» de esa obra.

ANGY DEL TORO

MI TELE “Rubín-205”

Había una vez un niño que vivía en un país donde la televisión era un lujo que muy pocos podían tener. Él soñaba con tener una tele en su casa para poder ver los dibujos animados, las aventuras y las novelas que tanto le gustaban a su madre. Pero su papá no le dejaba ir a casa del vecino, que tenía una tele, porque decía que era molestar a quien tan amablemente había brindado espacio para que viese su televisor.

Los tiempos eran difíciles en el país del niño, y para poder comprar una tele había que tener méritos laborales, los cuales se conseguían trabajando duro en el campo, cortando caña de azúcar. El padre de ese niño era un hombre honrado y trabajador que quería lo mejor para su hijo, pero él sabía que no tenía conocimiento para esas labores, ni suficientes méritos para comprar una tele.

Un día, el padre le dijo:

— Hijo, he decidido que voy a aprender a cortar caña e ir a la zafra azucarera para conseguir los méritos que nos hacen falta para comprar la tele. Sé que es un trabajo duro y peligroso, pero quiero que tú tengas lo que yo por el momento no puedo comprarte. Te prometo que volveré con la tele que tanto deseas.

El niño se emocionó al oír las palabras de su padre, y le dio un beso y lo abrazó.

— Gracias, papá. Eres el mejor padre del mundo. Te esperaré con mucha ilusión.

Su padre marchó al corte de caña, y él quedó en casa con su madre, esperando el día en que su padre volviera con la tele. Pasaron los días, las semanas y los meses, y todos esperaban la llegada del padre, se preguntaban si estaría bien, si le habría pasado algo, si volvería pronto.

Un día, al regresar del colegio, vio a su padre en la puerta de su casa, con una gran sonrisa y una caja en sus manos. Corrió a abrazarlo, y le preguntó:

— Papá, ¿has vuelto? ¿Qué es eso que traes?

— Hola, hijo. Sí, he vuelto. Y esto que traigo es un regalo para ti. Es un reloj despertador.

El niño se quedó sorprendido y decepcionado. No podía creer que su padre le hubiera traído un reloj despertador, en lugar de la tele que tanto quería.

— ¿Un reloj despertador? ¿Para qué quiero yo un reloj despertador? Yo quería una tele, papá. Una tele.

— Lo sé, hijo. Pero los méritos que conseguí solo me alcanzaron para comprar un reloj despertador. La tele es muy cara, y hay que tener muchos más méritos para conseguirla. Pero no te preocupes, que yo volveré al corte de caña, y esta vez, sí que te traeré la tele. Te lo prometo.

El muchacho se resignó a aceptar el reloj despertador, y se lo agradeció a su padre. Pero en el fondo, seguía deseando tener una tele.

El padre volvió al corte de caña, y de nuevo él se quedó en casa con su madre, esperando el día en que su padre volviera con la tele. Pasaron los días, las semanas y los meses, y no sabía nada de su padre. Se sentía triste y solo, y se preguntaba si su padre estaría bien, si le habría pasado algo, si volvería.

Un día, al regresar del colegio, vio a su padre en la puerta de su casa, con una gran sonrisa y una caja en sus manos. Corrió a abrazarlo, y le preguntó:

— Papá, ¿has vuelto? ¿Qué es eso que traes?

— Hola, hijo. Sí, he vuelto. Y esto que traigo es un regalo para ti. Es un radio portátil.

El hijo se quedó sorprendido y decepcionado. No podía creer que su padre le hubiera traído un radio portátil, en lugar de la tele que tanto anhelaba.

— ¿Un radio portátil? ¿Para qué quiero yo un radio portátil? Yo quería una tele, papá. Una tele.

— Lo sé, hijo. Pero los méritos que conseguí solo me alcanzaron para comprar un radio portátil. La tele es muy cara, y hay que tener muchos más méritos para conseguirla. Pero no te preocupes, que yo volveré al corte de caña, y esta vez sí que te traeré la tele. Te lo prometo.

El padre donó sus vacaciones al centro de trabajo y regresó al corte de caña. Una vez más, el niño se resignó a aceptar el radio portátil, y se lo agradeció a su padre. Pero en el fondo, seguía deseando tener una tele.

El niño quedó en casa, pero esta vez, cuidando a su madre que también le traería una sorpresa, una nueva hermanita. Con mucha ilusión, madre e hijo esperaban a que llegara el día en que su padre trajera la tele a casa. Pasaron los días, las semanas y los meses.

Un día, cuando el hijo regresaba del colegio, vio a su padre en la puerta de su casa, con una gran sonrisa y una caja en sus manos. Corrió a abrazarlo, y le preguntó:

— Papá, ¿has vuelto? ¿Qué es eso que traes?

— Hola, hijo. Sí, he vuelto. Y esto que traigo es un regalo para ti. Es una tele, una «Rubín 205».

No podía creer que su padre esta vez, le hubiera traído una tele, la tele que tanto quería.

— ¿Una tele? ¿Una tele Rubín 205? ¿Para mí? ¡Gracias, papá! ¡Eres el mejor padre del mundo! ¡Te quiero!

— De nada, hijo. Yo también te quiero. Y te pido perdón por haberte hecho esperar tanto. Sé que ha sido duro para ti, pero espero que hayas aprendido el valor del esfuerzo y del sacrificio. Esta tele es el fruto de nuestro trabajo, y la hemos conseguido juntos.

Abrazó a su padre, y le dijo que lo había aprendido, y que estaba muy orgulloso de él. Luego, entraron en la casa, y abrieron la caja. Allí estaba la tele, reluciente y nueva. La conectaron al enchufe, y la encendieron. En la pantalla, aparecieron los dibujos animados, las aventuras y las novelas que tanto le gustaban a su madre. Todos se sentaron en el sofá, y con una gran sonrisa miraban la tele. Por fin, su sueño se hacía realidad.

MAITE BILBAO

En la tele

—Le he visto en algún sitio, Aurora.

—¡Calla hombre! Tú siempre con lo mismo. Deja de mirarle tan fijamente. Al final se va a dar cuenta y nos va a decir algo. ¡Qué vergüenza!

—Te haré caso esta vez, pero juraría que es alguien conocido.

—Manuel ¡por favor! Venga come rápido que nos espera la niña está tarde.

—Está bien, lo que digas, pero…

—¡Ni, pero, ni nada! Al final harás que se marche. Estoy segura de que tiene más educación que tú. Seguro que hasta te ha escuchado. A veces eres como un niño grande. No sé cómo te he podido aguantar todos estos años.

—Aurora… No empieces. Tienes razón. Habré mirado mal. Si es que tengo que graduarme las gafas.

—¡Si hombre! A mí tú no me das la razón como si estuviera loca. Además, ahora que me fijo bien, pero con disimulo, a mí también se me hace la cara conocida. Me viene a la mente… Pero venga, pareces bobo, ¡ayúdame a recordar!

—¿En qué quedamos? Le miro, no le miró…

—¡Calla! Me desconcentras. Creo que es un escritor famoso. De esos que firman autógrafos en las grandes librerías.

—Mira, me callo. Pero, ya sabes que yo no leo más que el periódico. Así que si fuese un escritor estoy seguro de que no lo recordaría.

—No hace falta que los menciones. Y solo de la sección de esquelas y deportes, que lo dejas todo manchado con grasa del bocadillo de media mañana y traspasa. Luego no hay quien pueda hacer el crucigrama.

—¡Vaya postre que me estás dando, querida! Me estás volviendo loco, y ya ni recuerdo a quién se parecía, y dónde le había visto.

—Eso es por la edad. A mí no me eches la culpa. Ya lo decía mi madre, no te cases con él que te lleva quince años y es ya viejo. Y llevamos toda la vida juntos.

—¡Vaya! Apareció la difunta. No voy a decir nada que los fantasmas me dan miedo.

—¡Respeto, Manuel! Aunque, claro, qué se puede esperar de quien no sabe lo que es eso. Tendrías que tomar ejemplo de mí. No dicen eso de “quienes duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición”. Pues aquí…

—¡Ja! Menos mal que no… O sí. La verdad es que no lo recuerdo. ¡Por cierto, volviendo al tema, ! Ya lo recuerdo! En la tele. No es ese actor, que sale en la serie que vemos por la tarde, “Crónicas de un pueblo” el que hace de maestro. No me sale su nombre… Antonio.

—¡Si ya te lo decía yo! Emilio Rodríguez, el maestro. ¡Qué bien lo hace! Mira, si le pedimos un autógrafo no creo que se moleste. Vamos Manuel, pedimos la cuenta y nos acercamos a su mesa.

Cuando van a saludarle dos personas les agarran de los brazos impidiendo que sigan. Se ponen nerviosos.

—Aurora, Manuel, vengan con nosotros. Estén tranquilos. Les acompañamos. Ya saben que al maestro no le gusta que le molesten. Está aquí para pasar desapercibido y descansar.

—Ves, Manuel, te lo dije. Tanto mirar y hablar que al final se ha sentido molesto y ahora nos echan ¡qué vergüenza! Vamos a acompañar a estos señores. ¡Qué pensará la niña!

Finalmente abandonan el comedor. Les acompañan a sus habitaciones. Tras ello, regresan a su trabajo como auxiliares en la residencia.

GUILLERMO ARQUILLOS

UN PAR DE BOFETONES

—Hacete un favor, yegua de mierda —la voz de Miguel se quebraba—. Tomátelas. No te quiero ver más en mi vida, ¿me oíste? Sos una lacra del carajo.

Miguel la golpeó con fuerza: dos bofetadas, una de ida y otra de vuelta. María sintió dolor, pero contuvo el llanto. No le encontraba sentido a esa pelea; aun así, intentó mostrar una expresión de enfado, incluso de odio. Sus mejillas estaban encendidas.

Más de uno pensó que la situación se estaba yendo de las manos y temió que acusaran a Miguel de maltratador. Sin embargo, tal vez eso era necesario, quizá precisaban que señalaran a alguien, a Miguel o a cualquier otro.

De repente, una voz resonó desde todas partes:

—Ya está.

Hubo un respiro generalizado de alivio porque eso significaba que se habían desconectado las cámaras que funcionaban las veinticuatro horas. La dirección las apagaba a veces sin avisar a la audiencia y ponía grabaciones, incluyendo escenas de sexo entre los participantes lo que aumentaba considerablemente el morbo de la gente. También ponían momentos en que alguno robaba comida o se estaba duchando sin percatarse de que los seguían grabando.

«Desde luego, María no ha nacido para actriz», solía repetir Carlos, el director del programa. En aquel momento entró en la sala con los puños apretados:

—María, ¿eres tonta o qué? Vamos a tener que expulsarte, no nos vas a dejar otra. Anteayer, cuando te enrollaste con Lucas, la audiencia cayó cinco puntos, ¡cinco puntos!, ¿te das cuenta? —La joven lo miraba con los ojos al borde de las lágrimas.

Carlos le gritó que revelarían su pasado como prostituta y que detendrían las ayudas domiciliarias a su madre.

—Tenemos poder para eso y para mucho más, créeme.

Le recordó el contrato, que exigía reaccionar como si las escenas violentas o de maltrato fueran reales. La prioridad era la audiencia, no la dignidad de los participantes. María lo había firmado.

—¿A qué viene esa actitud tan fría cuando Miguel te ha soltado los dos bofetones? Cosas así nos hacen perder muchos espectadores. Hasta los programas de cocina nos van a superar en popularidad.

Los ocho participantes restantes en la casa observaron con atención las puntas de sus zapatos. Algunos estaban tristes, simplemente abatidos; otros estaban enfadados porque María estaba a punto de arruinarlo todo. Si la cuota de pantalla bajaba mucho, cobrarían una miseria, una insignificancia que no justificaba los cuatro meses de duración del concurso.

En ese momento, Miguel tuvo una idea:

—Carlos, hablá con los jefes —su voz resonó con fuerza.

—¿Sí? ¿Y qué les digo, listillo? —Carlos tenía los labios apretados y la boca torcida. No dejaba de mirar a María, quien finalmente estaba llorando.

— Creo que solo tenemos una chance para salir de este lío—continuó diciendo Miguel.

Todos lo miraron en silencio.

— Che, me parece que tenemos que forzar en directo a María, una violación de verdad, así se copa la gente. Es cierto que alguno puede terminar en cana, pero eso todavía haría más quilombo. Lo que queda de esta edición y las que vienen va a ser un éxito tremendo.

Carlos esbozó una sonrisa.

—¿Viste? —concluyó Miguel.

Los demás participantes, los cámaras, los maquilladores y los encargados del vestuario, los decoradores y los asistentes de dirección, el realizador y sus ayudantes asintieron con sus gestos.

Todos compartieron una amplia sonrisa.

ALMUT KREUSCH

La muerte del cisne

Las vecinas le calificaban cariñosamente como rechoncha, hermosa, regordete y rolliza. Cierto es que Katarina desde pequeña disfrutaba con la comida. Nunca dejó nada en el plato y todo le gustó.

Las predicciones de los vecinos no se cumplieron cuando dijeron que todo se resolvería cuando aprendiera a andar.

Ni siquiera cuando aprendió a montar en bicicleta perdió lo que le sobraba. Además no entendía muy bien porque sus compañeras se burlaban de ella, se veía como las demás, quiza con un poco más de tripita, pero no era para tanto!

A regañadientes se sometió a dietas que la deprimían y las pastillas recetadas por un psiquiatra cuando era ya adolescente le quitaban el sueño. La falta de afecto que los psicólogos creían haber descubierto era infundada, ya que Katarina creció en un hogar cariñoso y afectuoso. Al final, los padres llegaron a la conclusión de que había que aceptar la condición natural de su hija y además, ella nunca mostró signos de sufrimiento. Solo querían que su hija creciera feliz y no esclava de dietas y restricciones.

El físico no era obstáculo para el entusiasmo de Katarina por el deporte. Andaba en bicicleta, nadaba como un delfín y montaba en monopatín con una habilidad asombrosa.

Su sensibilidad para la música se hizo evidente desde pequeña, y desarrolló una habilidad sorprendente para el baile. Las clases extraescolares de ballet se convirtieron en su pasión. No hizo caso a los comentarios burlones a sus espaldas cuando apareció por primera vez, como las demás, con el tutú puesto en su cintura prácticamente inexistente. Movió su cuerpo con elegancia y ligereza y las bocas que escupían los comentarios despreciativos se cerraron pronto.

Katarina destacó por su disciplina inquebrantable, por su memoria prodigiosa para aprenderse sin esfuerzo todos los pasos y coreografías, su capacidad de interpretar con sensibilidad cualquier escena y por su habilidad para comunicarse a través del movimiento. Su profesora le recomendó seguir formándose en una academia de ballet.

Cuando se presentó a la prueba de acceso y al entrar en la sala, los examinadores enarcaron las cejas sorprendidos y sólo le prestaron una atención cortés cuando empezó a sonar la música. Tardaron poco en quedarse atrapados por la magia de Katarina, por su entrega, sensualidad e interpretación, la perfección de sus movimientos y flexibilidad, que atenuaban su constitución física.

Katarina aspiraba a graduarse en la Real Academia de Danza y tras aprobar los ocho exámenes básicos, acababa de completar su formación avanzada, que le permitiría entrar en el mundo profesional de la danza.

En una fría tarde de invierno, Katarina estaba sentada en el sofá tapada con una manta, con una taza de chocolate caliente en la mano y un buen trozo de bizcocho delante. En la televisión emitían una selección de las escenas más famosas del Ballet Bolshoi de Moscú.

Cuando Maja Plissezkaja llenó el escenario para interpretar » La muerte del cisne», Katarina se sintió invadida por la magia pura que sólo las grandes bailarinas rusas son capaces de transmitir. El chocolate se enfrió, la manta se escurrió. Se levantó y empezó a bailar con la primera bailarina como si fuera su imagen en un espejo Por casualidad, y sólo por un instante, su mirada se apartó de la pantalla y vio su propia imagen reflejada en el gran ventanal situado detrás del televisor. El impacto fue tan brutal que perdió el ritmo, le hizo tambalearse, y mientras la vida del cisne se apagaba y la Plissezkaja estiraba y doblaba su cuerpo con arte y elegancia inigualables, acompañado por los movimientos de sus cautivadores brazos y manos, Katarina, y por primera vez en su vida, vio la realidad, su propia realidad.

Su mente distorsionada la había protegido durante años, hasta este momento. Por mucho que los espejos de las salas de ensayo habían intentado mostrarle su verdadero físico, sinceramente nunca lo había visto. Pero ahora su propia imagen se le aparecía como una vergonzosa imitación de aquella gran bailarina, una burda y ridícula parodia. Movió y levantó los brazos para asegurarse que era realmente ella y no alguien que se burlaba de ella desde fuera.

El aterrizaje de Katarina en la realidad fue doloroso. Pero el ballet le había enseñado dos cosas básicas: disciplina y fuerza de voluntad. No tardó en verse reflejada de nuevo en el gran ventanal de su sala de estar. Ahora su cuerpo estaba preparado para bailar «La muerte del cisne».

¿Te gusta leer? ¿Quieres estar al tanto de las últimas novedades? Suscríbete y te escribiremos una vez al mes para enviarte en exclusiva: 

  • Un relato o capítulo independiente de uno de nuestros libros totalmente gratis (siempre textos que tenga valor por sí mismos, no un capítulo central de una novela).
  • Los 3 mejores relatos publicados para concurso en nuestro Grupo de Escritura Creativa, ya corregidos.
  • Recomendaciones de novedades literarias.

14 comentarios en «En la tele – miniconcurso de relatos»

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Ir al contenido