El juego de las damas – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «el juego de las damas». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 18 de enero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Nunca supe jugar a este juego de mesa, no obstante sí que sé jugar al ajedrez. Por eso mi interpretación de la temática semanal será sobre la vida real.

Alejandra era una divinidad terrenal, más conocida por sus argucias para atraer a hombres solteros y sacarles todo el dinero de sus bolsillos para satisfacer sus necesidades materiales. En la villa de Damalandia eran comunes sus dotes de pitonisa por ello se ganó el pseudónimo de «damisela pitonisa sacacuartos».

Su hermana Macarena, era muy conocida porque tenía una canción y ambas competían por el pobre Victorino, ¡Ay! Mientras se escuchaba la canción por las mejores discotecas del mundo terrenal, Victorino esperaba impaciente y maniatado el desenlace del juego de damas que se traía entre sí este par de hermanas afamadas y coquetas.

La primera en atacar fue damisela pitonisa sacacuartos y tras varios años sin un puñetero euro en el bolsillo, Victorino tuvo que darle a Macarena alegría y cosa buena…

Macarena quitó el yugo a Victorino que pese a permanecer pobre y cautivo se enamoró de Macarena hasta la médula, aprendiendo por ella hasta a bailar, menester que por la villa era de sobra sabida que no era el fuerte de Victorino, inclusive aprendió a llamar a su amada para las noches de celo: «ehhhhh Macarena, ¡Ayyyy!

MARI CRUZ ESTEVAN

Si nunca pude controlarte, como voy a anticiparme Alós movimientos del oponente que en este caso eres tú mismo en el juego de las damas.

Me vi en el medio del tablero con paciencia de Santo a igual hacia en casa aguardando tu llegada incierta… Mas lo solemne del día de Reyes y tu regalo para mí me demuestra que tu amor de pareja es «oro» tu olor corporal «incienso» y»mirra» tus mimos continuos que me hacen feliz.

TALI ROSU

Juego de Damas

Mi único objetivo en la vida era devorarlo todo a mi paso; acabar con aquellos que osaran competir conmigo en este juego absurdo al que me trajeron sin pedirme permiso. Sentía un placer indescriptible cada vez que lo hacía, me ensañaba en la tarea y deseaba con todas mis fuerzas llegar a alcanzar los objetivos de la empresa para que me otorgaran los beneficios que me darían ventaja ante los demás.
Estaba en mitad del recorrido cuando miré a mi alrededor y me vi rodeado por otros tantos que deseaban mis sueños. Sudé. Lloré. Grité. Nada sirvió. Vi a un compañero saltar sobre mí mientras una risa inquietante se asomó para saludarme. Me devoró al instante y me expulsaron del juego sin pedirme permiso.

Ahora tengo que empezar de cero en un tablero desconocido y desde atrás observo cómo han avanzado muchos a los que algún día pisoteé. Tengo miedo de pasar a su lado y que vean que yo también he perdido.

BENEDICTO PALACIOS

Dícese de solaz, placer, esparcimiento, juego. Madame Catherine, biznieta del rey que trajo al país la prosperidad y la dinastía reinante, estaba a punto de alumbrar un heredero. Y su médico particular había pronosticado el nacimiento de una niña. Lo había deducido de la proclividad creciente de Madame por devorar en su juventud búcaros de arcilla.

—Me asegura entonces, doctor, que el parto será de una infanta.

—Sin duda, lo dicen mis estadísticas.

Dícese del cambio, la alteración y la mudanza. La ley solo preveía que el heredero fuera un príncipe. El posible nacimiento de una niña obligó a modificar la normativa.

Dícese del pasmo, conmoción y desconcierto. Llegó la hora del alumbramiento y la sorpresa fue mayúscula, mortal. Madame parió un niño sonrosado, un príncipe. Y los herreros no dieron abasto para el tañer y repicar de campanas y esquilones.

Dícese del yerro, la confusión y el extravío. Entregaron la criatura a una nodriza para que le amamantara, limpiara y aseara. Y al punto descubrió el engaño. No era infanta la que tiraba de sus pechos sino infante. Pasó los primeros años ocultando el engaño y frotando cada vez que el infante se orinaba, pero ni dándole a puñados el búcaro de arcilla lograba el grifo convertirse en rociera.

o — o — o — o

Años después, derogada la ley que le había convertido en heredero, abandonó el gobierno y se retiró a vivir en una mansión lejos de la corte. Cambió el nombre de Danielle por Daniel, colgó los atuendos propios de mujer y vestido al uso de los hombres, pasó sus días recorriendo de incógnito el país. Y descubrió una larga cola delante de un dispensario. Preguntó y se interesó. Era la cola del hambre. Gentes además que se derrengaban por sacar la barbilla fuera del agua.

¡Qué ironía! Él había padecido épocas de inapetencia.

Cuando murió Madame Catherine y se iniciaban los fastos correspondientes, retornó a la corte. Nadie le reconoció. Pero el arzobispo que presidía las exequias, fijó sus ojos en los suyos y fue el instante mismo en que aspergeaba sobre el catafalco cuando saltó del hisopo un duendecillo que a los asistentes asustó y al arzobispo quemó las manos y el anillo. Se posó sobre la cabeza de Daniel y dijo que la vida era como un juego pero no de damas sino de ajedrez.

«Os presento a vuestro rey, que defendió la dinastía siendo dama. Os presento a Daniel» —Pronunció solemne.

Se organizó un revuelo que el duendecillo zanjó: «Fin del juego. La partida ha terminado y no en tablas.»

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

SIN QUE NADIE SE ENTERE

Conchi vuelve del lavabo ajustándose las mallas de licra. Tiene las mejillas ligeramente ruborosas y su mirada huidiza es incapaz de esconder un cómplice relámpago de picardía; el lápiz de labios se le ha desplazado hacia espacios que no le son propios y trae en los andares contoneo de hembra satisfecha.

Angelita y Rosi cruzan una sonrisa de «¡vaya perra!», que hace innecesarias las palabras, y las dos escanean el local intentando ubicar a Ronaldo, el camarero venezolano que desde hace tres semanas les alegra las mañanas con cruasanes, algo para acompañar: «corto de café, con leche de soja y en vaso alto, rey», «descafeinado de máquina con sacarina, por favor, cariño», «para mí un chocolatito, bien caliente y con mucho grumo» ―la del chocolate es Conchi―, y tema de conversación al margen de la rutina doméstica.

A Conchi se le retiró la regla hace un año, justo dos meses antes de romper con Benito una relación de toda la vida, desde el instituto, de las que cuesta prescindir. Pero tras los primeros titubeos e indecisiones, ha tomado las riendas de su existencia y puede decirse que se ha graduado cum laude. A los hijos del matrimonio, ya mayores ellos, independientes, la cosa que ni fu ni fa; Benito no cuenta para esta historia; pero a ella, con el tiempo, se le abrió un mundo nuevo lleno de posibilidades. Explorándose, encontró resortes en su anatomía que nunca antes se había atrevido a buscar y desde ese descubrimiento, su cuerpo ―cuerpazo, que se lo machaca en el gym sin misericordia―, no hace otra cosa que exprimir las reservas de estrógenos para mantenerla en un estado de receptividad continua, que disfruta insaciable como una adolescente.

Angelita mira su reloj. Es mucho más joven que las otras dos. Todavía falta un poco para abrir la tienda. Ausente, mordisquea el bollo mientras remueve su café con la cucharilla. No tienen hijos y Marcial dejó bien claro, desde el primer día, que sus «soldaditos» estaban en perfecto estado de revista y no tenían la culpa de nada, negándose a que un laboratorio de tres al cuarto pusiera en cuestión su masculinidad. Él es como es y también tiene sus cosas buenas. Lo quiere, aún la hace reír, pero Angelita necesita realizarse como madre y no entiende la cerrazón de su marido.

Daniel es muy distinto, tan ocurrente, dulce y amable. Su relación es solo profesional: muestrarios, pedidos, albaranes. No quiere negarse a sí misma que lo encuentra atractivo: sus manos son suaves y cuando entran en contacto con las suyas siente como un hormigueo que le recorre todo el cuerpo. Además, es gracioso, divertido, sabe tratar a una dama. Durante un tiempo estuvo rechazando ir a tomar un par de cervezas juntos tras cerrar la tienda, hasta que al fin consintió. Es tan persuasivo y, por qué negarlo, el tiempo con Daniel se pasa volando. El mes pasado quiso invitarla a cenar. Marcial no objetó nada, oficialmente la cena iba a ser con sus amigas Rosita y Conchi. Lo pasaron bien, la velada fue muy gratificante y se prolongó hasta muy entrada la madrugada.

Hoy ha pedido descafeinado con sacarina; las otras no se han percatado del detalle, pero, además, ha decidido dejar de beber y fumar durante un tiempo. Está feliz, pero quiere que su marido sea el primero en saberlo. Seguro que Marcial va a sentirse muy orgulloso de sus «soldaditos», cuando le enseñe, esta tarde, el resultado del test de embarazo.

Rosi acaba de decidir que ya no quiere más leche de soja en el café; hay cosas que, a fuerza de repetirlas, se meten en la piel, te colonizan como un hongo, sin darte cuenta, y para ella, Manolo se le acaba de revelar como eso, un enorme y cansino champiñón, que lleva toda la vida parasitando su existencia. Han tenido que pasar veintitrés años para darse cuenta, y se lamenta mucho por ello, pero, «oye, nunca es tarde», piensa. Rosa es lo que tiene, jamás se deja vencer por el desánimo y les busca a las cosas el lado bueno.

Los de Amazon le trajeron el paquete por la tarde. Lo aparcó en el armario ―tampoco era plan de que Manolo anduviese fisgoneando―, y salió, como tenía previsto, a meterse a saco en las rebajas de El Corte Inglés. El cuerpo le pedía tralla de lencería fina, le excita el roce de las sedas y aún está en medidas de lucirlas con desparpajo. Ciento ochenta y tres euros se dejó en la tontería, «pero bien a gusto, oye», se dice luego, contemplando sus pechos generosos enfundados en aquellas transparencias negras con encajes, en las que las aureolas parecían dos dianas perfectas, desde las que unos sedientos pezones reclamaban a gritos urgente hidratación.

De perfil ante el espejo, sopesa sus nalgas, satisfecha; «mañana me afeito el felpudo», se dice sin dar demasiada importancia al detalle y así, de esta guisa guerrera, se contoneó hasta el salón, donde su hombre, en camiseta y calzoncillos, con un bosque de latas de cerveza vacías repoblando la mesita baja, y el mando a distancia de la tele en la mano, daba pequeños brincos en el sofá de un lado a otro, frenético, siguiendo las evoluciones del clásico futbolero.

―Manolo, pirata, ¿te gusta lo que ves? ―musitó Rosi con la voz más ronca y sensual de la que fue capaz.

―Van cero a cero, pero estamos jugando mejor que ellos ―respondió Manolo sin quitar los ojos de la pantalla.

―¡Que me mires, coño! ―rugió ella como una leona del Serengueti en plena ovulación―. ¡La madre que te parió!

Arrancado de su estulticia, a Manolo se le salieron los ojos de las órbitas ante el espectáculo que se ofrecía a su vista. Dejó el partido de lado, se aproximó a su mujer y hasta hizo amago de acariciarle un pecho, que ella cortó de un violento manotazo.

―¡Coño, Rosi, que lo hicimos hace quince días, no jodas! ―se rindió Manolo al hechizo abrazando protocolariamente a su esposa.

―¡Quita, que hueles, guarro! ―lo empujó ella lejos de sí.

―Mujer, son las feromonas, y eso a las tías os pone brutas.

―Qué feromonas ni leches. A choto, hueles, asqueroso. Anda, quita para allá ―lo empujó con rabia mientras iniciaba el camino de vuelta al dormitorio.

Abrió el armario, sacó el paquete, alargado y de respetables dimensiones, lo apretó contra su pecho y pensó: «Menos mal que tú nunca me fallas, Amazon».

Todo esto recuerda Rosi esa mañana, mientras ve a su amiga repintarse los labios. Ronaldo navega entre las mesas como un dios moreno de la fertilidad; al pasar junto a ellas, la mujer percibe un embriagador aroma dulce a ron, canela y melaza: «esto sí, son feromonas, joder», piensa medio en trance a la vez que una breve descarga eléctrica reacciona a la humedad de sus bragas de encaje. Conchi, experta ya en esas lides, se percató de ello. Las dos cruzaron una mirada cómplice. Una movió los ojos en dirección al camarero. La otra, tras pensárselo un poco, dijo que sí con la cabeza…

―Ronaldo, cariño ―llama Conchi la atención del muchacho―. Anda, sé bueno y lleva a mi amiga a que vea el almacén, que tiene curiosidad. Ni te lo imaginas, Rosi, mi amor, vas a alucinar.

Y una mano firme en la cintura, la cálida promesa de su sonrisa, junto a esos dientes de lobo hambriento de Caperucitas en sazón, fue todo lo que Rosi necesitó para entrar, sin reparos, discretamente y sin palabras en aquel arrebatador juego de las damas.

PAQUITA ESCOBERO

El Juego de las Sombras

Despierta, despierta…

05.50 en el reloj de la mesilla.

Tercera noche despertando a la misma hora. El corazón palpita, las imágenes han vuelto a su mente como un film de mala calidad que no permite descifrar todo su contenido. ¿Un tablero de damas, un peón tumbado? ¿Qué posición tenia hoy?

Capítulo 1: La primera ficha.

En la pequeña, hermosa y pintoresca aldea de Piódão, un refugio entre montañas en Portugal con su cotidianeidad florecida y amada por los pocos menos de 250 habitantes, no solía suceder grandes cosas al ser, afortunadamente, una localidad como ellos llamaban tranquila y acogedora.

Un lugar apartado de todo y cerca de nada, que no es localidad de paso, al contrario, el turismo que recibía era por esa singularidad tan particular, el aislamiento entre montañas, la gran amabilidad de su gente, la gastronomía y el descanso que ofrecía el arrullo de sus montes verdes, sus bosques cercanos que cercaban la aldea y a pocos minutos de su centro te introducían en un mágico lugar.

Esa aldea esculpida en piedra en plena Sierra de Acor, era conocida en Portugal por su historia, su peculiar construcción en pizarra, las calles laberínticas y en pendiente que conducían a manantiales o arboledas, pero que ante todo eran el orgullo de sus ciudadanos y el placer de los que lo visitaban.

Allí se había retirado ella hace años a vivir, aunque iba y venía a la universidad donde trabajaba en sus clases de Psicología criminal, Piódão, era el refugio para su mente. El lugar perfecto del que guarecerse de todo lo sucedido, de lo que no deseaba volver a vivir. Atrincherada para no sufrir más lo que no pudo explicar.

Suena el teléfono, las 06.17.

— ¿Fran Beroira?

— Sí, quién es. Es muy tarde, qué sucede.

— Subinspector Da Silva, necesitamos su ayuda. Le esperamos en la entrada del parque, venga inmediatamente, por favor. No sé lo pediríamos sino creyéramos que es necesario y relevante.

Fran duda unos segundos pero casi de manera automática responde, << diez minutos>>.

Mientras se recoge el pelo, se viste rápido y repasa mentalmente lo que debe quedarse cerrado, dejar comida a la gata, que hoy tiene clase online con el grupo de alumnos de tercero de Criminología. Se pone los zapatos, coge las llaves y se queda paralizada en la puerta. ¡No, otra vez no!, piensa…

El destino estaba marcado aunque aún no lo sabía, la partida había comenzado de nuevo.

06.49

— ¡Buenas noches, o día!, soy Fran Beroira, preguntó por el Subinspector Da Silva, me ha llamado hace una media hora para que viniera. ¿Qué sucede?¿Porqué estoy aquí?.

Un hombre de abigarrada marcha se acerca hacia ella.

—¡Déjela pasar!, grita

— ¡Sí Subinspector! Pase señorita

— Disculpe las horas Señora Beroira, lamento mucho tener que molestarla, pero necesitamos que vea lo que ha sucedido y explicarle porqué está aquí.

Fran camina al lado del subinspector, agarra el bolso como si fuera un escudo pegado al pecho, nota el corazón en cuello palpitar. Piensa que no quiere estar allí, no puede ser, en PIódāo no. Pero según se acerca más al centro del parque, las cintas amarillas y negras, los traje de protección de los investigadores, las piezas numeradas en el suelo, vuelve al sueño recurrente de estos días y aumenta su inquietud.

— Buenos días a todos, les presento a la Doctora Fran Beroira, les ruego colaboren con ella en todo lo que sea necesario.

— Perdone Subinspector, ¿Qué colaboren conmigo, porqué?

— Por lo que va a ver ahora, sé que no puedo exigirle que nos ayude, pero creo que por su propia seguridad y por lo que verá, es posible que sea la unica forma de solucionarlo y que podamos ayudarla también.

Aún no ha visto nada y ya lo sabe. En medio del camino del parque, un rectángulo mal deliniado de cintas enmarca lo que parece un trozo de madera. Según camina hacia el lugar va distinguiendo los detalles, un tablero de madera que parece de 8 x 8 casillas blancas y negras alternas. Ya de pié junto al tablero sabe porqué la ha llamado.

Trozos de cristal por el suelo, sangre que parece aún reciente, un tablero del juego de las damas, un peón transparente, ni blanco, ni negro colocado en la segunda fila, primera posición por la izquierda, un trozo de papel, unas letras que la invitan a jugar: ¡Beroira, usted mueve!

Se acabó la paz, la partida ha comenzado.

RAQUEL LÓPEZ

Los solteros y solteronas se preparaban para el gran acontecimiento de todos los años, encontrar pareja. Como de costumbre, el gran evento, reunía a todos los pueblos aledaños para conseguir una mujer o un hombre con quien casarse.

La sala donde se hacía era muy peculiar, el suelo era una replica del «juego de damas,» baldosas blancas y negras. Las mujeres y los hombres se colocaban enfrente unos con otros y ellas son las que comenzaban exhibiendo un baile coqueto y sensual moviendo sus cuerpos al ritmo de la música.

El juego de damas había comenzado…

Ellas miraban a su alrededor y cuando había algún hombre de su interés se producía un contacto visual de unos segundos, extendían su mano y se acariciaban los cabellos y les sonreían pícaramente avanzando unas cuantas casillas. Inclinaban sus cuerpos delante del elegido e inclinando la cabeza 45° exponían el lado opuesto de su cuello, permitiendo que éste le acariciase.

Eso provocaba en el elegido una sonrisita de satisfacción y como respuesta empezaban a conversar mientras ellas se posicionaban a su lado agarradas a su brazo y abandonando la sala.

Eso quería decir que el flirteo estaba consolidado.

Poco a poco el «tablero» se iba quedando vacío y los menos afortunados, decepcionados, se marchaban con la esperanza de encontrar pareja al próximo año.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

Bajo la tenue luz de un quinqué devorado por el polvo, allí se hallaba, inmóvil, sosteniendo entre sus manos el viejo retrato con una agridulce mezcla de estupefacción y a la vez de alivio.

Todo se había desencadenado esa misma mañana. El destino por fin lograba reunir a la práctica totalidad de la familia Sáez de Tejada. Un acontecimiento que iba a congregar a cuatro generaciones y para el cual, Bruno se había auto asignado la colosal y ardua labor de elaborar el árbol genealógico de aquella vasta estirpe, algo que serviría como entrañable obsequio para cada uno de los asistentes.

Aprovechando el largo fin de semana, Bruno se había desplazado junto a su pareja a la antigua casa del pueblo de sus abuelos, en busca de pistas y recuerdos con los que nutrir la investigación que tenía entre manos. Había pasado casi una vida desde la última vez que pusiera sus pies en la tierra donde crecieran sus raíces. El viejo caserón, medio desvencijado, aún se mantenía en pie, acogiendo en su interior un cúmulo de recuerdos de un incalculable valor sentimental.

Tras girar la vieja llave, traspasó el dintel. En ese momento, un extraño sentimiento imposible de describir anegó su mente como una riada fuera de control. De pronto afloraron los miles de recuerdos de toda su infancia, transcurrida entre aquellas cuatro paredes. Los juegos familiares, las canciones de mamá María, los largos paseos junto a su abuelo cargados de sabias tertulias que poco a poco estaban forjando su personalidad sin él ni siquiera saberlo. Demasiadas cosas para asimilarlas de un solo golpe.

Dedicaron gran parte de la mañana a registrar cada uno de los lugares donde Bruno sabía a ciencia cierta que podría encontrar la información necesaria. Todo estaba allí, intacto, como si las capas de polvo hubiesen congelado mágicamente el paso del tiempo. En el armario de la alcoba, enterradas en el fondo de uno de los cajones, finalmente encontró dos enormes cajas de zapatos rebosantes de antiguas fotos color sepia medio descoloridas. Fue entonces, en su ansia por rescatar hasta el último recuerdo, cuando se percató de un detalle casi insignificante. En el cajón, ahora prácticamente vacío, se podía apreciar una especie de doble fondo oculto por una pequeña plancha de madera fina. Tras levantarlo, no sin gran dificultad, apareció ante su sorpresa un sobre amarillento. Con enorme curiosidad, lo extrajo de su escondite, y al abrirlo se dio de bruces con la realidad.

El contenido se limitaba a una sola foto. Sin poder articular palabra, la contempló unos momentos. Eran ellos, sin duda. Su abuelo Eusebio y su tía abuela Casiana. Ambos disfrazados con una especie de extraños atuendos mitad hombre, mitad mujer, maquillados como damas y emanando felicidad de sus rostros, los cuales reflejaban claramente sus sentimientos y el ambiente que se respiraba en el momento de la foto. Enseguida lo entendió todo. Comprendió el significado de aquel juego.

Corrían malos tiempos en los que ciertos comportamientos no solo estaban muy mal vistos, sino que podían ocasionar serios problemas. Durante todas sus vidas, ambos se habían visto abocados a esconder sus verdaderos sentimientos, en forma de recuerdo sepultado en el fondo de un viejo armario del que nunca habían podido salir, ocultos bajo la impecable apariencia de una familia normal y respetable, como Dios manda.

Bruno y Carlos, su pareja, entrelazaron sus miradas y se cogieron de la mano. Aunque habían pasado muchos años y afortunadamente ahora todo había cambiado, la lucha continuaba. Quedaba un largo camino por recorrer y muchos avances por lograr. Mientras contemplaba aquella vieja foto, Bruno recordó a su abuelo con lágrimas en los ojos. Hasta ese momento, jamás en su vida se había sentido más libre y orgulloso de su familia. Pero, sobre todo, de su condición.

SERGIO TÉLLEZ GONZÁLEZ

EL PEÓN EN SU LABERINTO

El campo de batalla era una maraña de cuadrados blancos y negros, simétricamente distribuidos y entremezclados consecutivamente.

En el bando negro se encontraban dos soldados, que por casualidad del destino estaban atrincherados uno al lado del otro, esperando la decisión por la que optaría su gran jefe y sin él cuál ellos no eran nadie.

Y en esta tensa calma que

siempre se presenta antes de una gran batalla, los dos soldados aprovechan para charlar, filosofar sobre la vida, y relajarse, antes de comenzar el combate.

–Amigo, ¿Tienes un cigarrillo?

–No, el juego no lo permite.

–Sabes, tengo muchas preguntas que no me puedo responder.

–cuéntame.

–¿por qué, nos llaman peones y no soldados?

–Son cosas inventadas por esos seres superiores, pero para el fin del juego, esto es lo de menos.

–he pensado mucho en el trato y forma de actuar de nuestros superiores con nosotros, no puede ser que seamos los únicos personajes que no podemos retroceder en el campo de batalla, somos carne de cañón para nuestros enemigos, siempre ponemos el pellejo, estamos en el frente de batalla, y somos los primeros en morir.

–Así es la vida compañero.

–Representamos al pueblo, venimos de las clases más bajas, no es justo que nos traten de esta manera. Aquí entre nosotros y sin que nadie nos escuche, la verdad quiero sublevarme contra nuestros superiores.

–Eso nunca podrá pasar compañero, el juego se acabaría, es una utopía.

–mira, si todos nos ponemos de acuerdo, derrocamos al rey, y seremos libres.

–! Ja, ja, ja¡, ¿quiénes somos todos?, nosotros somos el pueblo, y los otros son la nobleza, arriba está nuestro rey y la dama, y con ellos los representantes del clero, la caballería y fortificaciones; y ellos nunca se nos unirán, no les conviene.

–No es justo.

–La vida no es justa, resignémonos a nuestro triste destino.

–Es que es injusto que ese caballo petulante nos salte por encima, nos muestre sus testículos y siga como si nada.

–Y ese obispo, siempre avanza por el mismo color, será que nos está dando una lección de lealtad ante su Dios?, y además nos engatusa con sus sermones de vida, que ni el mismo se las cree, ¿si lo ves?, camina siempre de lado, nunca de frente.

–La fortificación, la verdad nunca supe por qué camina, si es una construcción sin vida, pero me parece que es muy fuerte, siempre ataca de frente.

–No hables mal de todos, nuestra reina es hermosa. Me maravilla su agilidad, su elegancia, y sus movimientos, es letal y una gran dama. Pará mi es nuestra líder, con el perdón del rey.

–Y nuestro rey, sobrio, señor y magnánimo.

–Pero está viejo y lento.

–Si señor, está viejito y lento, y además siempre se oculta, pero sin él no somos nada, por lo menos en este bendito juego.

–y fíjate nosotros humildes y pobres tenemos una cualidad suprema que no tienen nuestros compañeros de guerra, llegamos hasta el otro extremo del campo de batalla, sufrimos una metamorfosis instantánea, y nos convertimos en seres superiores.

–Si ves, y algunos aún dudan de la reencarnación.

–Solo espero que en este universo donde somos una partícula diminuta, en medio de esos millones de mundos, haya otras civilizaciones con más igualdad entre sus componentes.

–No lo creo, estoy seguro de que el ser supremo nos maneja a todos por igual, con las mismas reglas de juego.

–¿Escuchas a nuestro rey?

–Si señor, nos está convocando.

El rey:

«–Morirán muchos, será una lucha sangrienta, sin cuartel, y nosotros somos superiores a esos blancos pendejos de mierda.

El destino nos dice que no podremos movernos hasta que esos blancos insípidos no empiecen la batalla, y aun así, dando esa ventaja venceremos.

Cada uno de ustedes ocupará su lugar, y avanzará según lo señalado.

Ustedes soldados son el alma de este juego, caminarán lentamente, siempre hacia delante, nunca para atrás, dejarán su pellejo en el campo de batalla, y morirán por el rey si es preciso.

Mis alfiles, siempre por las esquinas, sin mudar color, en nombre de Dios ustedes combatirán y matarán a cuanto enemigo se presente.

Mis corceles hermosos, siempre al través, saltarán obstáculos, ocuparán zonas prohibidas y si es preciso darán sus testículos en nombre del rey.

Y ustedes mis queridas fortificaciones, como siempre derechas, sin torcerse, hacia delante, traten de mantenerse hasta el final que es cuando más las necesito, vamos a aplastar a los blancos y nos vamos a alimentar de su sangre.

Y mi amada reina, eres una gran dama,¡¡¡no te imaginas cuanto te amo !!!, te moverás como una saeta, matarás por todos los frentes, y yo estaré a tu disposición, porque eres mi máximo tesoro.

Entonces vamos a aplastar la mente de él ser supremo del otro bando, lo vamos a humillar, porque somos superioresss…

Pues bien, esperemos que se muevan esos hijos de puta…”

–¡Mira!… Un soldado enemigo de raza blanca acaba de moverse dos pasos, justo en frente mío, tal parece que empezó el combate.

–si compañero, la típica e4 de esos malditos blancos, controlan el centro y liberan la reina y el alfil.

–¿Cuál será la estrategia de nuestro gran jefe?

–Para mí una defensa siciliana.

–Nooo… Me acaba de ordenar dos pasos delante, justo en frente de ese soldado blanco de

mierda…

El combate fue épico, tres horas de intensa batalla, dejaron los bandos diezmados, dos peones negros yacían juntos en un extremo del campo de guerra, mientras a lo lejos un murmullo presagiaba un conflicto sin fin.

IRENE ADLER

A Roxana los macedonios no la querían. No les gustaba. Y nunca la respetaron.

Para ellos sólo era un animalito salvaje; el capricho de Alejandro en las montañas; válida para calentar la yacija del rey en invierno, pero no para llevar sobre su cabeza la corona de Asia.

Tan distinta de Estatira, la hija de Darío que era la otra esposa de Alejandro. Una delicada flor del desierto por cuyas venas corría, sin exaltación, la sangre de Ciro el Grande. Una tonta sin ambiciones, complaciente y sumisa, criada en la asfixia de los gineceos de Susa bajo la tutela de su abuela Sisigambis, una auténtica princesa elamita: culta, prudente, astuta. Roxana sospechaba que la idea de casar a su nieta con el rey llegado de Grecia, había sido suya. Una estrategia para mantener a su estirpe de inoperantes cobardes en el poder. Se avecinaba un tiempo de cambios en las provincias de Asia y Sisigambis no quería renunciar a ejercer su influencia en las nuevas políticas del ejército vencedor. Se había introducido con insidia en el corazón de Alejandro. Y él, que se creía tan listo y tan hábil, ni siquiera la vio venir. Otra vieja intrigante y cortesana—como su condenada madre— que lo engatusó con halagos y mentiras, sólo para poder manipularlo a su antojo y sin dificultad.

Para llevar tanto tiempo en la política y en la guerra, Alejandro de Macedonia seguía siendo un imbécil al estilo de Edipo. Odiaba a su madre y aún así o quizá por ello, seguía enredándose con mujeres que le recordaban a ella: Barsine, Sisigambis, incluso la misma Roxana.

Y ellas, mucho más astutas, crueles y sabias, siempre encontraban la manera más provechosa de beneficiarse de sus carencias y de sus traumas.

Era como quitarle el caramelo a un niño.

Era un retorcido juego de damas.

Mentir. Fingir. Engañar. Eran condiciones propias del oficio de reinar. Roxana no tenía alcurnia ni educación, pero tenía orgullo de reina; muy pocos escrúpulos, y la firme convicción de que no hay un trono para dos reyes. Ella y la insulsa de Estatira estaban embarazadas al mismo tiempo, y sabía muy bien que su futuro y el de su hijo no podían depender del azar, la misericordia o la suerte. Podía no alumbrar al primogénito. Podía alumbrar a una niña. Los macedonios— esa chusma de campesinos convertidos en conquistadores a la fuerza— podían legitimar al hijo de la princesa persa y relegar al suyo. Estatira era un obstáculo y su hijo nonato una amenaza. Alejandro estaba enfermo, quizá muriese, quizá su repentina debilidad le hiciera plantearse el asunto de la sucesión. Mientras se creyó inmortal, los hijos eran para él un mero accesorio, como las grebas de su armadura o los arreos de su caballo. Nunca le interesaron sus implicaciones, pero los hombres, en su necedad, se plantean ciertas cuestiones en la antesala de la muerte. Quizá decidía hacer testamento y nombrar heredero universal al hijo de Estatira. ¿Y dónde la dejaría éso a ella? En el mejor de los casos, en la vergüenza y la humillación de tener que regresar a la casa de su padre en Bactra, repudiada y con un hijo ilegítimo; sin estatus; sin recursos; sin nada. En el peor de los casos, sentenciada a muerte por algún intrigante palaciego, ante la posibilidad de convertirse ella y su hijo nonato en una amenaza para Estatira. El equilibrio del poder era tan frágil como lo son el vidrio, la confianza o el amor. Y las tornas solían invertirse muy rápidamente, por éso debía golpear primero. Era como golpear dos veces.

Llegaron con una escolta de eunucos desde la ciudad de Susa, sin protección y con premura, porque la carta que le había escrito Roxana hablaba de la necesidad de un viaje rápido hasta Babilonia, dónde el rey agonizaba, y había poco tiempo, y sus dos esposas debían estar presentes y unidas en la fatalidad del desenlace. Usó en su misiva palabras afables, solidarias y sencillas, de mujer a mujer y apelando tanto a la aflicción como al deber. No había nada que moviera a la suspicacia en aquellas letras y la única inquietud que su carta generó, fue la propia de una mujer joven ante la idea de quedarse viuda. Estatira viajó acompañada de su hermana Dripeti y de inmediato las instalaron en el ala del gineceo del palacio de Nabucodonosor que eran los dominios de Roxana. Y fueron recibidas con discreción y sin formalidades, casi en secreto, aunque tampoco aquel sigilo despertó en ellas sospecha alguna, pues lo achacaron al duelo en el que la súbita enfermedad de Alejandro había sumido a todo el imperio. Estatira y Dripeti estaban educadas para la obediencia sin reproches; para la lealtad hasta más allá de la ceguera; para la callada mansedumbre y la sólida aquiescencia. Oír y obedecer: la esclavitud de la esposa perfecta. Y Roxana lo sabía. Las debilidades ajenas eran su especialidad: conocerlas y explotarlas. Mentir… Fingir… Cuestión de voluntad, estómago y supervivencia.

Les ofrecieron unos dulces confitados rellenos de algún veneno eficaz y exótico. Ellas comieron, ajenas al peligro y satisfechas después del cansancio. El dolor de la agonía empezó como un fuego abrasador que iba desde las entrañas hasta la cabeza. Vomitaron y se retorcieron. Pidieron auxilio y ayuda y quizá rezaron a algún dios lejano y pudoroso, que desvió cautamente la mirada de aquellas dos niñas desamparadas y solas en una tierra extraña. Cuando los gritos cesaron, Roxana entró en los aposentos y las miró desde arriba sin inmutarse. Las golpeó suavemente con la punta de las sandalias para cerciorarse de que ya no se movían, y ordenó a sus criados que arrojaran los cuerpos al pozo del patio y que lo cegaran.

En mitad del caos que enturbió la vida del palacio en los días siguientes a la muerte de Alejandro, nadie reparó en la suerte de las dos princesas persas. Y para cuando alguien quiso hacer algo, ya era demasiado tarde. ¿Quién osaría acusar de asesinato a la madre del futuro rey de Macedonia?

La sangre es más espesa que el agua y en el momento exacto en que un esclavo echaba la última capa de mortero en la boca del pozo, Roxana se convirtió en una mujer intocable. Hasta que trece años después, alguien cambió las reglas del juego, y ella, su hijo y su suegra, Olimpia de Macedonia, corrieron la misma suerte y acabaron en otro pozo.

El equilibrio de poder es frágil, como lo son el vidrio, la confianza, el amor o la suerte. Y en el juego no sólo hay serpientes…

También hay tahúres.

EFRAÍN DÍAZ

La Partida de la Centuria

Cuando Marion Tinsley anunció públicamente que se retiraba del mundo de las damas, Elbert Lowder sintió una aguda punzada en el estómago, similar a la patada de una mula.

Tinsley, un reputado doctor en matemáticas, se retiraba con un impresionante récord que incluía cuatro campeonatos «Ohio State Opens», seis «Cedar Point Tourneys» y dos «Canadian Opens». Para culminar su hoja, había ganado 8 campeonatos mundiales en tan solo tres jugadas y un campeonato mundial en tan solo dos movidas. Era considerado el campeón indiscutible. El «dios» de las damas.

Lowder, que había ganado varios torneos y se había labrado un buen nombre en el mundo de las damas, quería derrotar a Tinsley para demostrarle al mundo que un simple afinador de pianos podía superar a un doctor en matemáticas. Para ello, lo retó públicamente, desafiándolo a jugar «la partida más importante de su vida».

Ante dicha provocación, Tinsley no tuvo más remedio que aceptar el reto y salir del retiro. Los expertos llamaron a este encuentro la partida de la centuria.

Tinsley, confiado en su memoria y su capacidad de análisis, escogió las fichas negras y comenzó la partida con una apertura simple, una apertura para principiantes, lo que Lowder tomó como un insulto a su capacidad, comenzando a jugar agresivamente. Hubiera esperado una apertura «Old Faithful», una apertura a la altura del encuentro.

Haciendo gala de sus habilidades, Tinsley logró una brillante combinación táctica que llevó a una secuencia de muy calculados movimientos que le permitieron sacrificar algunas de sus piezas para obtener una posición estratégica superior.

Con cada movimiento, Tinsley lograba construir una combinación que le permitía forzar una cómoda victoria, mientras Lowder, derrotado, se hundía cada vez más en su silla.

El enfrentamiento terminó en una paliza como nunca antes se había visto. Tinsley masacró a Lowder sobre el tablero, terminando con quince victorias, cero derrotas y diez empates. Luego de esta aplastante derrota, Lowder, vencido, fracasado y humillado, jamás volvió a jugar en público.

YOMALCKRY OSORIO

Su vida ,fue un incesante juego ,a veces le toco ganar y se mantenia rn total silencio ,le tocaba perder le tocaba reflexionar sobre el suceso .se mantenia en meditacion constante el ruido del mundo ,no le distraia.

Algunas veces fueron dias de alegria y otras de tristeza,pero aun asi mantenia su inquebrantable fortaleza.

Un juego a veces lleno de ambiguas circunstâncias. Pero todo lo enfrento con valor ,hasta el último suspiro ,el último aliento ,la llama de su corazon nunca se extinguio, en ese momento se levanto más en su ardiente corazon .

En su juego personal supo cuando retirarse y cuando seguir avanzando ,para todos habia una mano bondadosa y protectora aunque sus manos reflejaba las cicatrices de tanto trabajo, Fue su alma llena y bendecida con una profunda sabiduria ,siempre plena y con prácticos consejos ,no dio su brazo a torcer en los momentos mas oscuros

Y segura de las reglas a seguir y transgredir

Ningun arbitro tuvo el coraje de levantarle tarjeta roja ,y el que lo quiso intentar simplemente fracaso.

Su juego era tan impecable e incuestionable ,sublime , y casi simultaneamente era toda una rebelde sin causa imponia su santa voluntad ,lo que le gritaba su espiritu.

Se hizo acompañar de tres incondicionales complices ,cada una heredera de esa bruja tan poderosa y mistica .

Cada una en su ADN y como una fiel transcripcion de la informacion de esa herencia ancestral que la define ,por que ella aun existe.

Son herederas de una gran fuerza de proporciones descomunales ,una voluntad inquebrantable ,indomables todas ellas.

De una energia vital facil de contagiar e impregnar cualquier lugar.

Su huella es imposible que pasara desapercibida,que se expande con el solo hecho de nombrarla,un nombre tan simple pero de un gran significado,tambien lo lleva toda su descendecia .

Es algo indiscutible por que en cada momento ,en cada circunstâncias esa herencia queda reflejada.

Supo ser extremadamente inteligente .

CARMEN ÚBEDA FERRER

Dos por Dos (Juego de Damas)

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Se casaron las hijas gemelas de los Condes de Pinoverde con los hijos gemelos de los Marqueses de Montealto.

No dejó de ser una ceremonia extraordinariamente chocante contemplar, en el altar de Santa María La Mayor, capilla secular del Palacio de Pinoverde, a estas dos parejas encantadoras. Las damítas eran tan idénticas como dos gotas de rocío. Los jóvenes caballeros, hermosos e idénticos como dos esbeltos robles.

Difícil, por no decir imposible, les resultó siempre a los Condes de Pinoverde distinguir a sus hijas, Blanca y Clara. El mismo problema tuvieron los Marqueses de Montealto con sus hijos Amado y Amador.

Por expreso acuerdo de sus respectivas y nobles familias, los jóvenes matrimonios tendrían sus residencias permanentes en el Palacio de Pinoverde. El ala Oeste fue destinada a las estancias de Blanca y Amado y el ala Este para las de Clara y Amador.

Los Condes se deshacían en agradecimientos con los Marqueses, que tan graciosamente habían accedido a este convenio. Adoraban a sus virginales y virtuosísimas hijas y por tanto les hubiese sido insufrible, de todo punto, separarse de ellas.

Las gemelas no tenían nada de virginales, hacía ya largo tiempo y sus virtudes consistían en alocadas y divertidas picardías, más éstos secretos solamente ellas los compartían y, por tanto, se mofaban de sus cándidos progenitores.

Por su parte, el señor Marqués y su señora esposa la Marquesa, aseguraban a los Condes de Pinoverde, que se hallaban enormemente complacidos, de que sus hijos se trasladasen a vivir, “para siempre”, al Condado de sus suegros.

Pero lo bien cierto era que el señor Marqués y la señora Marquesa, estaban enormemente complacidos, sí, y a punto de bailar con un pie, por perder de vista a los dos haraganes, mujeriegos y juerguistas que tenían por hijos, que los estaban dejando sin fortuna.

Pasados los festejo del enlace matrimonial, las dos parejas eran felices, entregadas a sus paseos campestres, montaban a caballo y organizaban cacerías y saraos. A todas estas reuniones la nobleza deseaba asistir por lo mucho que se divertían, por sus exquisiteces culinarias, los vinos, licores y del excelso champán, dorado y chispeante, del cual se llenaban las copas constantemente.

Tanto Blanca y Amado, como Clara y Amador, estaban felices y satisfechos con sus respectivos y respectivas consortes, sobre todo en el lecho nupcial, en los fogosos juegos del amor. Aún, hallaban secretos por desvelar.

Antes de que transcurriera su primer año de matrimonio, todos los misterios amorosos, incluidos los más recónditos, habían sido descubiertos. Tanto que, en ambas parejas, decayó su entusiasmo por los juegos amatorios en el lecho conyugal. Su fogosidad y su placer se convirtió en algo tan frío y liviano como un copo de nieve entre los dedos de la mano.

Amado y Amador volvieron a sus devaneos amorosos. Damas, doncellas, señoritas y sirvientas eran seducidas por sus flirteos.

Blanca y Clara comenzaron de nuevo con sus “virtuosas” picardías de afectuosos… esparcimientos. Tan pronto un criado, el mayordomo, el caballerizo, el Barón, el Duque o el militar. Disponían a capricho.

Así de permisivos se mostraban las unas y los otros, pues conocían perfectamente sus debilidades.

Pronto se cansaron de estos juegos que tenían ya muy trajinados y desearon algo más original.

Las gemelas cavilaban y cavilaban y no se les ocurría nada

atrayente y del mismo modo buscaban los gemelos alguna idea interesante, cada cual reservadamente le daba vuelta a su cabeza.

Pero el Diablo, que por aquel entonces andaba bastante aburrido, decidió tomar parte en el juego, encadenando los sucesos a su antojo para procurarse una estimulante diversión, de modo que encendió una luz en los pensamientos de nuestros personajes, en los que solo había cabida para trivialidades y desatinadas seducciones…

Cierto día los dos hermanos hablaban en privado. Estaban de un humor excelente. Se sentían sumamente satisfechos con la treta que habían tramado.

En otro momento de aquel mismo día, Blanca y Clara, habían tenido una secreta conversación en la que también tramaban algo, que debía de resultarles muy divertido, dado que sus risas se oyeron en el jardín del palacio por espacio de algunos minutos.

El resultado de las secretas conversaciones fue el siguiente. Habían tenido la misma idea. Ellas de cambiar de marido, y ellos de esposas esa misma noche sin más tardanza. Aunque eran físicamente iguales, sin distinción, en la cama esperaban encontrar diferencias sustanciales.

Después de la cena, sin alterar sus rutinarias costumbres para no levantar sospechas, se fueron retirando a sus habitaciones. Según lo convenido, Blanca y Clara, cambiaron de lecho y esperaron, entre las finas sábanas, la llegada de sus respectivos cuñados. Estos a su vez hicieron lo mismo, sin prisas, después de saborear su última copa de jerez y deleitarse con el humo de un aromático cigarro, cerraron la velada y subieron las escaleras charlando animadamente, en el rellano se despidieron y mandándose un guiño de complicidad cambiaron de aposento.

Amaneció un nuevo día. En sus distantes habitaciones y en mullidos lechos de revueltas sábanas, se hallaban sentadas ambas parejas. En sus miradas nacía la sombra de una sospecha…

Nadie nunca dijo nada acerca de aquella noche.

El Diablo, poseedor del secreto, todavía se divierte, recordando las escenas de espesa nocturnidad, de las que fue el único testigo.

Fin

ANA DEL ÁLAMO

Llegaste a mí perdida

en una noche de insomnio.

No buscabas nada

Tan solo tu presencia.

Llegaste a mí perdida

como la esencia de un cajón,

esperando a ser rescatada

de un olvido temporal.

Llegaste hasta mí…

yo te miré despacio

como se mira cuando se ama,

como una luciérnaga

en medio del bosque.

Siempre lo hacías…

El qué? me preguntaste intrigada

_Brillar como una estrella,

Sonreír como nadie,

Parecerte a Grace Kelly,

Admirar a Bogart.

Eras una dama

jugando a ser madre

en mitad de un damero.

No temas…no tuviste rival.

Llegaste a mí perdida

en una noche estrellada

Y te adiviné entre tantas

A poco, la luz se extinguió

Y te perdí entre tantas.

Si alguna vez vuelves a mí,

que la luna me pille dormida.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Lucrecia y sus cosas, qué son la grandeza.

Y le viene el hijo con aquella muchacha, desgarbada, sin clase.

Lucrecia es una dama, como durante siglos fueron las de su estirpe.

Y empezó el juego de acoso.

Pero…

La chica desgarbada, sin clase,gano la partida.

Las damas a veces pierden la partida.

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

La joven profesora de Literatura que ese año se había incorporado en el Instituto sustituyendo a la catedrática de baja por Maternidad, quedó alucinada al leer el pequeño trabajo realizado por una alumna de cuarto de la ESO sobre la descripción de la vida cortesana en el reinado de Luis XIV de Francia.

Había justamente puesto ese tema para integrar la Literatura con lo que estaban estudiando ese mes en Historia: el auge y la caída de la monarquía francesa. Y, esa alumna, muy buena en el área de Ciencias pero que en Letres era una calamidad, la sorprendió.

Iniciaba el relato con la presentación ni más ni menos que ¡de una fiesta!

Y ya solo la presentación donde tenía lugar, suponía haber leído mucho sobre la época, especialmente profundizada en Historia del Arte, que solo se veía muy por encima.

Y no, debía haber leído mucho sobre el tema o quizá visitado museos. Si no, no se comprendía cómo podía describir que

“La fiesta tenía lugar en una amplia terraza rodeada de árboles entre los que se distinguían magnolios cuyas flores perfumaban el ambiente. Y que en estaba además decorada con esculturas como una esculpida en mármol de Diana cazadora con su arco en la mano. O Tácito barbudo riendo tras su máscara y un Cupido, haciéndole la competencia a Diana con sus flechas, aunque, claro está, con distinto fin.

Y que sobre un zócalo jónico (sorprendente que supiera esos detalles y es que realmente, ¡que sorpresas dan los alumnos!) estaba la figura de un Mercurio con un candelabro en la mano derecha.

Y, una orquesta formada por violines de Hungría tocaba las piezas de danzas de la época: pavanas, gavotas, mientras las damas danzaban a su son, con lujosos trajes, acompañadas de sus galanes, que, muchas de ellas, flirteaban (esa palabra no es de la época, pero a una niña de catorce años se le perdona) claro) con varios a la vez.

Y entre todos esos juegos amorosos moviendo coquetamente con sus ojos, la única parte de la cara que muestra, ya que el resto está tapada por su abanico alguna se llevará a alguno de sus flirts a una glorieta que hay en el fondo del jardín donde darán rienda suelta a sus pasiones”.

Quedó impactada. Lo volvió a leer y releer y no salía de su asombro.

Y ¡pensar que la profesora titular, la que estaba de baja, la había calificado de “difícil” por ser demasiado lista y no esforzarse en nada que no le gustara! ¿Sería su manera de explicar más atractiva que la otra, harta ya de repetir siempre lo mismo?

Y tan emocionada estaba con el éxito de su triunfo con la tal alumna que en la siguiente reunión de profesores.

Tantas fueron sus alabanzas y ponderaciones que un profesor, justamente de Ciencias pero que le gustaba la Literatura pidió que al acabar, la dejase que se la quería leer. Y a este hecho, se apuntaron bastantes.

Así que, acabada la reunión ella se quedó también para escuchar los comentarios.

El primero partió del profesor de Ciencias que la había solicitado que comentó:

-Oye, ¿no te suena a algo conocido?

El siguiente frunció el ceño diciendo:

-Aaaaay, me suena, sí.

Y un tercero propuso leerlo en voz alta. Y fue entonces cuando la Directora del Instituto, que había hecho la Tesis Doctoral sobre la obra de los autores hispanoamericanos del SXIX, se dirigió al ordenador sin decir nada y segundos después, apareció con unas cuantas impresiones de un, aparentemente poema que, dándoselo a la profesora novata le dijo:

-He aquí las grandes lecturas y museos visitados por tu alumna.

Ella, con gran asombro leyó el título:

-Era un aire suave…

-Mira el autor- dijo la Directora.

-Rubén Darío- comentó asombrada.

EVA AVIA TORIBIO

Juego de damas, muerte al rey

Como en el juego de las damas, en la vida real, hay personas que se comen a otras. Pero ¿qué ocurre cuando el depredador se convierte en la presa? Este juego no está siendo sencillo, pero para ganarlo, cuento con la ayuda de unas astutas damas que harán que el rey, pierda su cabeza.

—¿Damas, están preparadas? —pregunto, a través de videollamada, a Sandra, joven millonaria española y última víctima. Francesca, viuda de un político francés y primera presa conocida. Stefany y Anastasia, polaca y rusa respectivamente, que se conocieron buscando el amor y a las que, a ambas, el rey las había estafado. Por último, la que te escribe, Isabel, agente secreto de inteligencia española. Llevo dos años detrás del “El rey de damas”, Paolo para sus víctimas. Galán, pasional, inteligente, seductor nato… y un caradura de armas tomar. Casi caigo presa de sus dotes, y es que me pilló decepcionada del amor. Así que decidí, con la ayuda del equipo, localizar a todas aquellas damas, voluntarias, que cayeron en su juego y planear la jugada maestra que le hiciera caer del tablero.

—Sí —contestan todas.

—Sandra —le digo, porque la veo indecisa—, tu eres la Reina en el tablero. La última jugada que nos ha llevado, después de meses, a este punto. Sé que te pedimos algo doloroso para ti, pero hazlo por ella.

—Estoy bien, tranquilas, no os fallaré. Me ha contestado al mensaje. No fallará a la cita.

—Stefany, Anastasia…

—Le he enviado un mensaje donde le explico que voy por negocios a Barcelona. Le encantan las cenas caras, no se resistirá —dice, Stefany.

—Tengo una conferencia de matemáticos y él, por supuesto, no pierde ocasión para localizar, en ellas, a sus próximas víctimas —dice, Anastasia.

—Perfecto, todo listo. Francesca ¿y tú?

—He preparado el testamento falso, en el que él es mi heredero. El lunes pasaré por Barcelona a verle.

—Damas, nos vemos en una semana.

Lunes, una semana después. Barcelona, una cafetería del centro.

—Le veo entrar —dice, Francesca.

—Estate tranquila, que estoy detrás del teléfono, grabándolo todo.

—Es hora de aplicar las clases de actuación —arreglándose la ropa.

—Hola, Paolo. Pensé que no vendrías —dándole el beso de Judas he indicándole que se siente.

—Sabes que eres el amor de mi vida, pero uno comente errores —quitándose la gabardina.

—Te he echado de menos. Tu compañía era un bálsamo para mí. Pero no me he puesto en contacto contigo para decirte algo que tú ya sabes. Me muero…—secándome las lágrimas que hago brotar.

—No digas eso, eres joven. Te quedan muchos momentos por vivir junto a mí, si tú quieres —cogiéndole de la mano.

—No te estoy mintiendo. Aquí —acercándole un sobre—, tengo mi último testamento. En el, como verás, te dejo todo lo que tengo. Ya sabes que mi difunto esposo no me dio hijos, solo te pido que pases a mi lado el tiempo que me quede —secándose, con un pañuelo, las lágrimas.

—Voy a hacerte muy feliz —rozándole la barbilla.

Martes, día de la convención. Horas previas.

—¿Cómo ha ido la noche? —le digo a Francesca.

—Por dinero hace lo que sea, hasta ha hacerle el amor a una desahuciada. Se está duchando. Me ha dicho que tiene, como ya sabíamos, una conferencia de matemáticos. Te cuelgo, que sale —me dice nerviosa.

Paolo sale de la ducha con una toalla cubriendo parte de su cuerpo y con otra en la mano con la que seca su cabello.

—Vístete, que vas a llegar tarde —le están entrando ganas de arañar ese torso suyo, pero ella reconocer, que está dolorosamente enamorada.

—Sabes, me he levantado muy contento. Tengo ganas de jugar —cogiéndole la mano y con la otra se quita la toalla.

—Si quieres jugar, juguemos.

En la convención. Sala de descanso. Anastasia lleva un micro.

—Ahí está, como pavo real, rodeado de mujeres. Voy para ya.

—¡Hola, Paolo! —rozando su brazo.

—¿Anastasia? Cuanto tiempo sin verte. Estás… ¿Me disculpan? Quiero hablar con esta bella dama —ha estado a punto de atragantarse con la copa, pero como buen galán ha mantenido la compostura.

—¿Seduciendo a otras damas para engañarlas? —aprisiono con fuerza su bolso de mano para no soltarle un bofetón.

—A ti nunca te engañé. Te prometí devolver todo lo prestado y más, pero he tenido unos problemas. Te juro que en unos meses te lo devuelvo, prometido.

—¿Y cómo, si se puede saber? Si lo último que he sabido de ti es …

—No importa lo que hayas escuchado. Soy el único heredero de una desahuciada mujer. Tengo que estar con ella en sus últimos días, luego todo será para los dos.

—¡Eres un cerdo! —dándole un bofetón. Me lo dejo ahí, plantado como un pasmarote.

Unas horas después, en el hotel donde están hospedados Francesca y Paolo.

—Mi bella dama, tengo una buena noticia, he conocido a unos matemáticos y mañana he quedado con ellos para cenar —cogiéndola de las manos.

—Te acompaño.

—No mi amor, los matemáticos son todos unos aburridos, siempre con su lógica. Te prometo que te compensaré —le dice mientras mira la ropa que se ha traído.

—¿Quieres que mañana vayamos de compras? Tienes que verte bien guapo —riéndose, porque sabe lo que le espera cuando se encuentres cara a cara con su última cita.

—Tus deseos son ordenes para mi —con una sonrisa de oreja a oreja.

Miércoles noche, cena con Stefany. Restaurante Lasarte by Martín Berasategui.

—Chicos, está entrando por la puerta, siempre le gusta hacerse de rogar —levantando la mano para que la vea.

—Buenas noches, perdonar el retraso. Pero estaba ultimando por video conferencia una compra en Emiratos.

—Que escondido lo tenías, Stefany —dice una de las detectives.

—Paolo, te presento a Ruth, Alfonso, Carlos y Sofía. Tienen mucho dinero para gastar y quieren invertir. He pensado en ti, así que deléitanos —de está no te libras, estafador. Hoy va a ser una gran noche.

Jugada final, cita con la joven Sandra. Viernes, parque Güell. Lleva un micrófono.

—No sé si voy a ser capaz de mirarle a la cara.

—No te preocupes, estamos todas aquí. Cuando des la señal salimos.

—Vale. Por ahí llega. Que guapo está.

—Lo sabemos, pero no caigas en su juego. Solo se quiere a sí mismo.

—Ya estoy aquí, dime que quieres —dice con mira y voz inquisidora.

—Ya sabes lo que quiero, me lo debes. Por tu culpa perdí a nuestro bebe.

—No me vengas con idioteces. Nuestro bebé. Dirás tuyo, porque mío lo dudo.

—Devuélveme todo el dinero que me estafaste en tus supuestos negocios —mostrándole una carpeta donde está la documentación de las supuestas compra ventas de pinturas y joyas.

—Ya sabes que no tienes nada que hacer, mi firma no aparece en ningún documento.

“Cuando tú quieras”

—Eres un miserable. Te encanta engañar a las mujeres. Ver como todas caen rendidas a tus encantos. Pero tu juego está a punto de terminar —suelto la documentación al suelo, esta es la señal.

—Mejor me voy, que me esperan.

—¡¿Dónde vas?! —le dice, Francesca. Mientras se a próxima seductora con su vestido blanco.

—Francesca, qué haces aquí —observando atónito.

—Lo mismo digo yo. Dónde crees que vas —le grita desde otro lado Stefany. Equipada con un traje chaqueta blanco.

—A cargarse. Mirar como tiembla —riéndose Anastasia, con sus clásicos baqueros y camisa blanca.

—Pero —dice, Paolo, nervioso. Intentando salir de ahí—. ¿Qué es todo esto?

—Mejor te lo explican estos amables policías. Deténgalo —asintiendo con la cabeza.

—Carmen

—Carmen, no. Isabel para los amigos y tú quedas detenido por los cargos de estafa a 35 mujeres, falsificación de documentación para la compra de artículos de lujo, suplantación de identidad, falsificación en la compra de bienes e inmuebles y falsificación de pasaporte. Tiene derecho a un abogado, tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga podrá ser utilizada en su contra en un tribunal.

Por desgracia, miles de mujeres son estafadas por este tipo de hombres. Conmigo lo intentaron. Le seguí el juego, para ver hasta donde llegaba y que método iba a utilizar. Desconfía de aquellos que desde primera hora te dicen que te quieren. Valórate, pero, sobre todo, amate. Ese es el único tesoro que nadie te puede quitar.

GRACIELA PELLAZA

¿Era yo la ficha blanca?

¿O siempre fuí la ficha negra?

Es un juego, solo un juego repetías.

Nunca hacía atrás, siempre hacia delante.

Estoy vacío, rezabas en mi oído. Convivir produce sopor. Te necesito.

Y en esa destreza de los movimientos yo que era brasa, terminé siendo ceniza.

Creí en mi habilidad, una principiante, una atrevida ludópata.

Y el tiempo se hizo largo tan largo que reventaron las pompas de jabón. Fue un espejismo. Interpreté que tantas promesas tendrían premio, globos de mentiras que estallaban, concedía deseos en un juego de damas.

No era la reina.

La reina estaba en tu casa, planchando la camisa, que usarás a la mañana.

Había otra opción jugador. Rechazar la apuesta, patear el tablero y abandonar el juego.

EDUARDO VALENZUELA

Por aquel entonces yo practicaba la caza en los supermercados. De lunes a viernes, a eso de las once de la mañana, me dejaba caer en los pasillos de las carnes, de las verduras o de lo que fuera para identificar posibles candidatas para el apareamiento. La mayoría eran madres, algunas muy bien conservadas, que hacían las compras de diario.

Yo me hacia pasar por “padre soltero”. Me acercaba con alguna excusa doméstica del tipo «Disculpa ¿Tu sabes si esto es perejil o culantro? y ¡zaz! qué armaba una charla. Las escuchaba mostrándoles la mayor atención, procurando hacerlas sentir valoradas; les hacía comentarios elogiando su inteligencia y las hacía reir con pequeñas tonterías. La jugada consistía en saber leer las señales, detectarlas e interpretarlas. Lo llamaba “el juego de las damas”.

Mis preferidas eran las que guardaban rencor con sus parejas tras haberlos descubierto en alguna infidelidad, estaban ansiosas por pagarles con la misma moneda. En esos casos el fogoso encuentro con este servidor estaba casi garantizado.

Yo había trabajado en construir mi personaje. Estaba al tanto de todas las ofertas de los supermercados y tenía armada la historia de mi ficticio matrimonio fracasado. En ocasiones hasta me conseguía prestado algún niño de meses. Lo llevaba en una sillita de paseo y decía que era mi hijo. Eso las derretía como mantequilla.

Conocí a Maya Monroe en el pasillo de los pañales. Era bajita, rubia, de unos cuarenta años. Transportaba en un cochecito a dos mellizas (Pili y Mili) que eran casi una copia en miniatura de ella. Yo llevaba a uno de mis hijos “prestados”. Charlamos sobre cuál tipo de pañal preferíamos; le conté de lo práctico que me resultaban los que traían una bandita que cambia de color cuando la prenda está saturada de líquido, y ella me explicó que prefería las telas perfumadas y de máxima suavidad. Al día siguiente tuve la oportunidad de apreciar lo perfumada y suave que era su ropa interior.

Maya había aceptado la invitación que le hice al conocernos y apareció en mi departamento. Al entrar le llamó la atención que todo se viera tan ordenado siendo que yo estaba a cargo de un niño pequeño. Me preguntó dónde estaba Carlitos (así le había dicho que se llamaba mi hijo). Le inventé que ese día lo había llevado temprano con mi ex.

―Yo dejé a las mellizas con mamá. Asi es que no tengo mucho tiempo.

―¿Te preparo algo? ―le ofrecí―. ¿Un mojito, un margarita?

―No, no. ¿Estás loco? Yo sigo amamantando ―Sonrió, levantando sus pechos con ambas manos―. Déjame ver que tienes ―e invadió mi cocina, abriendo y cerrando las puertas de la despensa.

En un momento se agachó sin flectar las rodillas para abrir la gaveta más baja y pude apreciar en primera fila su bien formado culo.

―¿Te gusta lo que ves? ―dijo, sorprendiéndome con la mirada.

Sonreí como un idiota y no supe qué contestar. Entonces se levantó y con un solo movimiento se quitó la blusa y se arrojó sobre mí para besarme con desenfreno. Antes de que me diera cuenta se había quitado la falda y además se libró de mi camisa casi sin dejar de besarme.

De pronto se detuvo en seco.

―¡Aggg! ¡Hueles! ―dijo arrugando la nariz y alejándome de ella―. ¿Por qué no te das una ducha?

―¡Claro, claro! ¡No me tardo nada!

―Apresurate. Te espero aquí.

Me duché en dos minutos. Cuando volví ella ya se había vestido y estaba lista para irse. Al ver mi cara de perplejidad me explicó:

―Me acaba de telefonear mi madre. Pili se hizo un chichón en la cabeza ―se encogió de hombros con desgano―. Te he dicho que no teníamos mucho tiempo. ¡La próxima vez espero que estés bañado y perfumado!

***

No supe de Maya Monroe sino hasta una semana después, cuando ella llamó a mi móvil.

―Hola, papá de Carlitos. ¿Estás bañado, ahora?

―¿Alo?¿Maya, eres tú?… Sí, sí, estoy recién bañado ―mentí―. ¿Vienes ahora?

―No, tontito, sólo quería saber de ti. No te he vuelto a ver en el supermercado.

―Ah. No, no me he aparecido por allá… La verdad es que estoy pasando por un trance muy complicado.

―¿Qué te ha ocurrido?

―Estoy en banca rota, Maya; un hacker se hizo de mis datos bancarios, sacó todos mis ahorros, no tengo ni para comprar un huevo. No se qué hacer…

―Pues yo creo que te lo mereces por andar mintiendo a las mujeres que conquistas en el supermercado.

―¿Qué dices?

―Digo la verdad, como que tu hijo Carlitos no existe. Me mentiste todo el tiempo, embustero.

―¿Porqué dices eso?

―Carlitos debe haber sido un niño prestado. Tu departamento no coincidía con la realidad de un papá soltero. Ni siquiera tenías leche ni suplementos alimenticios en tu cocina. Debes cuidar más esos detalles, eres un primerizo. Tuviste la mala suerte de toparte con una campeona como yo…

―¿Cómo?

―Mi especialidad son los padres solteros, guapo. Pero yo cuido todos los detalles, como preocuparme de que las niñas que pido prestadas se parezcan físicamente a mí.

―¿Entonces, tú no eres…?

―¡Bingo, guapo! Ni Maya, ni Monroe, conquistador. Aunque debo reconocer que tienes iniciativa, te falta mejorar tus jugadas. Por ejemplo, nunca dejes tu móvil sin vigilancia cuando te des una ducha, alguien podría clonar tu chip y apoderarse de todas tus contraseñas.

―¡Perra!

Maya me lanzó un beso y colgó.

Aunque sin duda que perdí esa partida de “el juego de las damas”, había aprendido una lección.

Fina Montero

JOSMA SANCHÍS

EL JUEGO DE LAS DAMAS

Son las tres damas de mi vida, mi mujer, nuestra hija y mi cuñada.

Especialistas en quererme y en hacer rabiar, todo al mismo tiempo. Una de sus habilidades es organizar: vacaciones, viajes y quedadas, solamente para ellas.

A mí me gusta que se diviertan, al mismo tiempo me toca los cojones que me dejen solo.

También hacen viajes, las dos juntitas, mamá y la nena, por separado. Hace un par de meses estuvieron en Budapest, vi muchas fotos, algún video, pero una vez más me quedé solo en casa.

Ayer, por la tarde, se fueron a ver ballet, representaban Las Sílfides, me enviaron una foto, estaban superguapas, esta vez se lo agradecí, me gusta mucho el teatro, pero no la danza.

Si me dieran a escoger entre las tres, dudaría un poco, pero sin duda escogería a mi mujer, ella dio, da y dará sentido a mi vida.

CARLOS RODRÍGUEZ

JUEGO DE DAMAS

Al abrir la puerta todo estaba milimétricamente dispuesto, perfectamente alineado, nada se había dejado al azar.

El inspector Vallejo detuvo sus pasos justo bajo el quicio de la puerta, observando detenidamente todo lo que en la estancia se encontraba tratando de descubrir algo que estuviera fuera de lugar, algo que no encajase en tan perfecta puesta en escena, cada cuadro, cada figura, cada copa… todo parecía haber sido colocado habiendo utilizado algún útil de medida, buscando un perfecto centrado en el espacio de debía ocupar.

Tan sólo una pieza no encajaba en aquella composición de revista, un cuerpo yacía casi en el centro de la sala rompiendo la simetría reinante.

La ausencia de sangre no encajaba con el relato de los testigos, que declaraban que “había sido una verdadera carnicería”, aunque Vallejo no estaba convencido de que estuviera realmente ante un crimen, de modo que optó por no acceder a la habitación hasta que llegase la forense.

Sabia que sería Amelia quien acudiría, pues casi siempre coincidían sus guardias, y ella si se aventuraba a dar una valoración sobre las causas de la muerte antes de haber practicado la pertinente autopsia que corroborase aquellas primeras impresiones dadas en el lugar de los hechos, lo que permitía al investigador comenzar antes con las pesquisas.

– Buenas noches Vallejo, a ver cuando nos vemos sin cadáveres de por medio. ¿Qué tenemos hoy?

– Hola Amelia, todavía no lo sé, no he querido entrar antes de tu llegada porque nada me encaja y tal vez tú puedas abrirme una nueva perspectiva que me diga que ha pasado aquí.

Los testigos hablan de una carnicería, pero no hay ni una gota de sangre, ni desorden alguno. Un único cuerpo en la habitación rompiendo una armonía perfecta.

– Pues nada, veamos que esconde la puerta número uno – dijo Amelia mientras sonreía pícaramente.

La forense repitió exactamente los mismos gestos que antes de su llegada había tenido el inspector, desde el detenerse en la puerta hasta el agacharse buscando alguna mancha en el suelo que pudiese dar sentido a aquella contradicción.

No habiendo observado nada, ni la más mínima huella de polvo, se acercó al cuerpo para comenzar su análisis previo.

Durante unos minutos todos permanecieron en silencio a la espera de que aquella mujer lo rompiese con alguna de sus conclusiones.

– Varón, un metro ochenta y unos noventa kilos, sin rigor mortis apreciable ni marcas o heridas visibles. No se observan petequias en sus ojos ni labios amoratados. A primera vista, y a falta de los resultados de la autopsia, todo parece apuntar a una muerte por causas naturales.

¿Me decís ahora dónde está la carnicería? No he podido cambiar la guardia de hoy, es domingo… y he tenido que dejar la fiesta de cumpleaños de mi hija. Os aseguro que no estoy de humor para bromas.

Todos los presentes se miraron como tratando de que fuese otro quien respondiese al cabreo que estaba manifestando la forense, pero nadie abrió la boca. Fue Vallejo quien con cara de circunstancia tomó la palabra.

– Lo siento mucho Amelia, no se trata de ninguna broma. Este es el único cuerpo, y las declaraciones de cuantos están retenidos en la habitación contigua son las que te he mencionado antes. Yo tampoco entiendo nada.

– Esta bien Vallejo, ¿me dejarías hablar con alguno de ellos?

– Claro que sí… Bermúdez, traiga al que ha hecho la llamada a comisaría.

– A la orden señor, ahora mismo le traigo.

No tardo nada en entrar en la sala un hombre más bien bajito y entrado en carnes, con cara de estar aterrado.

La cara de la forense estaba algo más que sería cuando comenzó con las preguntas, pero cambió radicalmente, como las de todos los presentes, comenzando a reírse a carcajadas cuando aquel hombrecillo dejó escapar por su boca la respuesta a la última de las interrogantes.

– A ver caballero, dicen ustedes que aquí ha habido una carnicería… dígame ¿dónde están el resto de los cuerpos? Porque este hombre parece haber muerto de un infarto.

– Eh… ¿más cuerpos? No, no… habrá sido un malentendido… este hombre estaba jugando en múltiples partidas de damas contra todos los que estábamos aquí, y nos ha machacado a todos, comenzando a dar saltos en su celebración y cayendo sin explicación alguna al suelo totalmente inerte…

GUILLERMO ARQUILLOS

LAS DAMAS DEL JUEGO

Se ajustó la bufanda en el cuello e intentó protegerse del invierno metiendo las manos en los bolsillos. A Mica se le vino de nuevo a la cabeza una de las frases de su amiga: «Mucha gente nace para que les den de comer en un establo. Las damas nos jugamos todo en cada momento».

Rosi, su compañera, tenía la culpa de que ella estuviera allí. El desafío podía haberse quedado en acostarse con el primer desconocido de ojos azules que entrara en el aulario. Pero las cosas tenían que ser un poco más complicadas.

Hacía frío y Mica no había tenido tiempo de desayunar. Se acercó un chico perfecto: alto, rubio, de unos veintitantos años y, por si fuera poco, elegante. Se veía que no era un simple estudiante, desde luego que no. El tío les diría luego que se llamaba Genaro y era un bombón para una «dama» como ella.

Cuando se conocieron, hacía ya tres años, Mica y Rosi se fueron pronto a vivir juntas (así evitaban pasar frío por las noches). Se pusieron el nombre de «las damas» y se comprometieron a vivir sólo de lo que ganaran con las apuestas, porque las dos coincidían en la excitación que les proporcionaban el juego. Siempre que volvían al bar donde se conocieron, renovaban su compromiso tomando las mismas bebidas de la primera noche.

Primero se fueron a Montecarlo y pasaron horas jugando a la ruleta. A los siete días, con mucha paciencia y siguiendo el método de Rosi, ya habían logrado multilicar por cinco su dinero y allí mismo, en el jardín del Casino, empezaron a apostar entre ellas.

Durante una larga etapa, su rivalidad se limitaba a juegos muy inocentes: una carrera hasta una plaza, un pequeño robo en una tienda de lujo, una competición rajando neumáticos de coches aparcados… pero, con el tiempo, las apuestas fueron implicando a otras personas. Lo que más les gustaba era retarse para ver cuál de las dos se llevaba a alguien a la cama. Las dos amigas eran jóvenes y guapas y aquellos desafíos les resultaban muy estimulantes.

Rosi era el cerebro. Más alta, más morena y mucho más fuerte que Mica, no consentía que pasara más de una semana sin que hubieran jugado en algún casino. Con su método para la ruleta, a veces ganaban grandes sumas de dinero, otras perdían pequeñas cantidades. Cuando había una victoria que celebrar, buscaban chicos con los que pasárselo bien, casi siempre absolutos desconocidos.

Mientras el adonis de ojos azules se acercaba sonriendo a la puerta del aulario de Farmacia donde Mica estaba, ella pensó en lo que había sucedido hacía un mes. Un desconocido que se habían llevado al piso les sacó una navaja. Sabía que tenían en efectivo el dinero que habían ganado en el casino, pero Rosi fue más rápida. Primero le dio un puñetazo en la mandíbula y el tipo, sorprendido, no supo reaccionar. Luego lo pateó en la entrepierna hasta que se cansó de oír sus gritos entrecortados. Después, con la misma navaja que les había sacado, le hizo varios cortes profundos en el cuello mientras repetía: Muérete imbécil. Muérete de una puta vez.

No tardaron mucho en recoger toda la sangre, y, hasta el amanecer, estuvieron dejando los trozos del cadáver en contenedores alejados de su zona. Pasó el tiempo y nadie mencionó la desaparición. Mica, que en el momento del crimen estaba horrorizada, terminó preguntando:

—¿Y qué se siente Rosi? ¿Qué se siente cuando le rebanas el cuello a un jodido idiota como si fuera un cerdo?

Rosi sonrió, miró al techo unos segundos y carraspeó. Levantando las cejas y sin apartar la mirada del techo, le preguntó:

—¿De verdad quieres saber lo que se siente?

El tipo terminó diciendo que se llamaba Genaro. Mica se levantó las gafas oscuras y le sonrió. Cerca de la puerta del aulario estaba Rosi, esperando con el motor encendido. Ella era quien había propuesto este juego a su amiga.

Aquel día, Mica experimentó la misma sensación que su amiga ya había vivido.

MAITE BILBAO PÉREZ

SIN MOVIMIENTOS

Siete de la tarde marca el reloj de la cafetería ubicada junto a la estación central. Está lleno. Será por la lluvia, me digo. Miro a mi alrededor, no ha llegado todavía. Pido un café para hacer tiempo, no puede tardar mucho más. Desde hace algunos años, los miércoles por la tarde son sagrados para nosotros. Vuelvo a mirar la hora, son las siete y cuarto. Con lo puntual que suele ser, el móvil no ha sonado ni ha llegado ningún mensaje. Tranquilízate, y respiro. Por mi cabeza comienzan a desfilar los motivos de su tardanza, pero ninguno es bueno. Su familia, por supuesto. Siempre están pendientes de ella. No sé cómo ha podido soportar esta situación hasta ahora. Tres horas, tres de una semana para disfrutar del momento y reponer fuerzas para seguir. Si las cosas hubieran sido diferentes. O tal vez hubiera tenido más valor.

Unas manos me rodean y me tapan los ojos. Un perfume a bergamota y cardamomo me inundan los sentidos. Es ella. Le sigo la corriente.

—Juega conmigo—me susurra al oído.

—Tú eres mi dama. Yo soy una simple ficha blanca.

Nos miramos, y el mundo se detiene por unos instantes. Libres para disfrutar del momento.

—¿Quieres tomar algo aquí? O nos vamos, le digo mientras doy el último sorbo a mi café.

Me mira, y sé lo que está pensando. Lo mismo que yo, apenas unos momentos para ser libre de la vida que le obligaron a vivir hace veinte años. Cuando se casó con aquel hombre que sus padres habían elegido para ella. De buena posición social, trabajador y buen padre. Yo nunca encaje en sus mentes.

—¡Vamos, que el tiempo vuela!

Y aceleramos bajo el paraguas hasta la puerta del edificio de apartamentos cercano a la cafetería. Allí nos los jugaremos todo. Creo que este miércoles será el último o el primero de nuestra nueva vida. Si yo pude mover ficha hace unos años y ganar la libertad, ella merece ganar la partida.

—Y si nos damos una ducha antes de comenzar —, mientras va desnudándose.

Durante unos instantes cedo al deseo que me invade por rozarme contra su piel y olvidarme de todo, pero reacciono:

—Laura, tu hija ya es mayor, lo entenderá. Ya nada es igual. Tienes que liberarte. Debes ser honesta con Alberto y contarle lo nuestro.

Se para y acerca. Me coge la mano, acariciándola.

—Sabes que eres el amor de mi vida. ¡Tú lo eres todo! Sin tu verdadera amistad no hubiera podido resistir. ¿Lo sabes, verdad?

—Lo sé, pero el tiempo se nos escapa, y un día es tan poco…

Una llamada en el teléfono de Laura interrumpe el momento.

—¿Sí, dime Alberto, ha pasado algo? Estoy con Marta, jugando la partida.

—Perdona, querida, no recordaba que hoy era miércoles. La saludas de mi parte. Hace tiempo que no nos vemos.

—Espera que se pone y así hablas con ella.

—Hola Alberto, ¿cómo estás?

—No tan bien como tú ahora. Escucha. Lo sé todo desde hace un tiempo. Dile que siempre he pensado que no fui lo suficiente. Ahora sé el motivo. Finalmente, me he quedado sin movimientos, es la ganadora.

Cuelga el teléfono y ella me mira.

—¿Qué te ha dicho? Estás sorprendida.

— Conocía nuestro juego. Y se ha dejado ganar.

DAVID DURA MARÍN

La familia de los morenos quería llegar a la luna, ser los primeros de raza paya y gitana en conseguirlo.

Con la chatarra del mes construyeron un cohete.

Salieron del descampado rumbo al satélite, con ropa de abrigo, cintas musicales de Camela y con el gas de casa apagado, nunca se sabe.

A los tres minutos el deposito ya marcaba la señal de reserva de combustible.

Caguen Putin!. La vida nunca había sido fácil y los precios con la inflación aventuraban un viaje cuanto menos complicado.

A kilómetro y medio el cohete por la ley de la gravedad dejó de subir.

Y quién eran ellos para contradecir la ley, eran humildes, creyentes y así era la vida.

Cayeron al mar, cerca de la playa, todos sanos y salvos.

Los días pasaron en la capsula a merced del oleaje, suerte que el cocido preparado un día antes era copioso, con sus garbanzos, chorizo, pollo y demás.

Al cuarto día a la deriva el hambre era ya difícil y la idea de jugar al ajedrez a todos les gustó.

Con el tablero montado el más pequeño divisó un barco a escasas olas de la nave, cápsula o habitáculo donde estaba la familia.

Abriendo la ventana de madera el más pequeño gritó..

Las damas primero!.

Nadie hizo caso y así siguen..

ABBY MARSIE ROGOM

Valencia, abril del año 986.

Despertaba la primavera en ese año del CMLXXXVI de nuestro señor. Un paño bordado en el salón de Marco, bordado por su esposa saludaba el nuevo año así sobre la pared, como siempre. Sin embargo está vez lo hizo su nuera, un regalo inesperado en connivencia con su esposa.

Descendiente de una prominente familia romana, ahora veía la tierra que conquistó el gran imperio romano ocupada por musulmanes. Esto era pues, un guiño que reafirmaba su origen en un pequeño trozo de tela, en la intimidad de su hogar.

Valencia se rindió al poder musulmán, lo que le procuraba unas ventajas considerables frente a los territorios que decidieron luchar, pero eso le provocaba sentimientos encontrados. Por un lado su familia y parte de sus propiedades y hacienda estaban a salvo, pero por otra masticaba una furia que amanecía en el día con él y rumiaba a través de todas sus horas. Cada mañana, al vestirse debía ajustarse la humillación sentida al traje y el ánimo.

Yuleima vivía con ellos desde hacía dos años, convertida en la esposa de su hijo.

Marco era uno de los más ricos del territorio, y su relación con los conquistadores musulmanes gracias a la rendición de Valencia y a su propio estatus era buena. La familia de Yuleima_ válgame Dios_ fue algo reticente a permitir la boda, siendo ellos aunque de buena familia, de un extracto más humilde que el de la propia familia de él, lo que al orgulloso Marco le hacía hervir la sangre. Pero su hijo Antonio se enamoró; la muchacha era encantadora, servicial y trabajadora.

Los desprecios que le hacía eran evidentes, y aunque manejados con diplomacia, a veces llegaban al punto de la humillación.

Tardó meses en darse cuenta de que ella hacía esfuerzos para conseguir acabar con su recelo y sus miradas severas con la ayuda y atención de su esposa.

_ padre, ¿Quiere que le enseñe un juego?

La pequeña musulmana lo llamaba » padre». La miró y y sonrió; hasta hace poco sólo hubiera sido visible el guiño de sus ojos oscuros al devolverle la sonrisa, debido al velo, ahora veía su rostro al completo.El mundo estaba loco. Ella se había convertido al cristianismo_ eso sí, de forma discreta y doméstica_ y su administrador a la religión musulmana. Adoraba a Alá y veneraba a Mahoma como el más piadoso entre ellos.

Ella dispuso su juego sobre el suelo, sentada sobre un cojín; no había perdido la costumbre de sentarse al modo en que lo había hecho siempre.

Al disponer las fichas sobre el suelo y comenzar a explicarle la forma de jugar, le dijo a su nuera:

_ ese es el Ludus.

_¿Qué es ludus,padre?

Todavía le sonaba extraño que lo llamara así, pero sus reticencias con ella estaban desapareciendo y dando paso a una simpatía que se estaba convirtiendo en cariño rápidamente.

_ es un antiguo juego estratégico romano, he jugado en contadas ocasiones pero se llama ludus, ¿Cómo lo llamáis vosotros?

_ No sé, juego de fichas. Mi padre y mi abuelo lo jugaban en las tardes.

Dicen que lo trajo un egipcio una noche fría de lluvia al hostal que regentaba con mi abuela. El egipcio trabajó en el negocio como mozo, y lo enseñó a jugar, pero contaba que cuando su padre era joven, llegó a las riberas del Nilo, hacia el sur y cerca del asentamiento de los hombres oscuros, un oriental que lo llevaba consigo.

Ésa noche Yamila y su esposa Adela habían vuelto a conspirar para agradarlo. Las dos mujeres seguían con su juego de conspiración. A ella le gustó la muchacha desde el principio, y quería que él la aceptara también, pero ya no era necesario, porque se supo ganar su lugar en su casa y en su corazón, y ahora que su preñez se empezaba a notar, todos se dieron cuenta de que la habia aceptado por el trato cuidadoso que le dispensaba.

Yamila le preparó un estofado de liebre con castañas confitadas, uno de sus platos favoritos, y un postre propio de su tierra, unos pastelillos con miel y almendra deliciosos.

Moros y cristianos sentados a la mesa y sobre ella sus viandas.

En las noches jugaban al juego, éste tenía variantes con el romano, por lo que introdujeron movimientos nuevos y acabaron creando algo distinto y un poco más sofisticado.

No imaginaron que ése niño que estaba por nacer, llevaría el juego más allá de la cadena de montañas, en sus viajes como embajador, y sería conocido en todo el mundo.

Un juego que sería conocido como » juego de damas».

Continúa.

YOLILLANA RELATOS

«Partida final»

Raúl propuso encender la chimenea y echar una partida de damas.

Sofía estaba tensa. Llevaba días inquieta, rumiando pensamientos repetitivos que necesitaba sacar ya de su mente. No estaba precisamente para ese tipo de juegos, pero aceptó.

El tablero blanco y negro se interponía entre ellos, creando un espacio aparentemente inocente para una revelación que cambiaría el curso de sus vidas.

Sofía, con el peso de la culpa sobre sus hombros, movía sus fichas con nerviosismo.

Cada salto de dama parecía cargar más el ambiente. Mientras las piezas se deslizaban sobre el tablero, las palabras atrapadas en su interior amenazaban con salir en cualquier momento.

Raúl, ajeno al conflicto que se gestaba en el interior de su mujer, se sumía en el juego con concentración, sin sospechar que el tablero frente a ellos se convertiría en el escenario de una confesión dolorosa.

Cada jugada de Sofía era una oportunidad para liberar la tensión que oprimía su pecho y su garganta, y que incluso le dificultaba la respiración.

Pero el miedo a la reacción de Raúl … pensar que después de aquella tarde … no! su mundo se podría desmoronar…

Fue en un momento crucial de la partida cuando Sofía, con una mezcla de resignación y valor, entreabrió sus labios dejando que un ligero suspiro precediera a las palabras que pujaban por salir.

Mientras movía una ficha al azar sin haber planeado jugada ni estrategia, buscó los ojos de Raúl y, en ese instante, las palabras brotaron como lágrimas reprimidas.

-Raúl, necesito decirte algo – murmuró rompiendo la tensión del juego y dejando el tablero suspendido entre ellos.

La confesión de infidelidad resonó en la habitación y el silencio se hizo más denso que nunca.

Raúl, sorprendido y herido, miraba fijamente a Sofía mientras las lágrimas comenzaban a emerger en sus ojos.

El tablero de damas se volvió testigo mudo de la revelación y de la transformación de la partida en algo muy diferente.

Una partida en la que todos pierden.

Las estrategias y movimientos adquirieron nuevos significados; las miradas y los gestos causaban más dolor que las palabras.

Las negras ganaron esta vez la partida. Sin esfuerzo. Los movimientos ya estaban hechos.

Las blancas se rindieron al dolor y se retiraron del tablero mientras Raúl cerraba la puerta de lo que, hasta ahora, había sido su vida.

NILA J BOHORQUEZ

Sentada en la orilla de una playa…en el océano Atlántico…y mirando a lontananza, se asomaron en mi memoria aquellas escenas fabulosas vividas en el paseo en bote realizado en un tours familiar, partiendo desde Punta de Choros para navegar por el océano Pacífico y conocer las islas Choros, Chañaral y Damas, ubicadas en la Región de Coquimbo, Chile.

Durante la travesía nos encontramos con una manada de delfines con sus aleteos, silbidos y coqueteos, queriendo interactuar con nuestro grupo y nosotros tratando de tenderles las manos con el deseo de acariciarlos…y a lo lejos, pudimos también divisar a una ballena que aparecía y desaparecía entre las olas…

Continuamos la ruta turística bordeando las islas Choros y Chañaral, maravillándonos al ver descansando en los escollos a varios pingüinos y focas marinas.

Sentíamos el vaivén de la nave por el fuerte oleaje y el viento, el chorro de agua salada en nuestros rostros y los impermeables polerones humedecidos.

Cuando llegamos a la isla «Damas» (única isla permitida para desembarcar), tuve la inquietud en conocer el origen de su nombre y el Guía me dijo brevemente que observara detalladamente la figura que se perfilaba en la cima del cerro, allí podía ver entonces la forma de una mujer reposando en las piedras con los brazos cruzados en su regazo…y exactamente eso fue lo que vi al bajar del bote, dándole riendas sueltas al fenómeno psicológico «pareidolia», por lo cual percibo con facilidad figuras y rostros en cualquier área, objetos, paisajes de la naturaleza, nubes, etc. La mayoría de los turistas no lograron ver lo que yo veía en esos momentos: una mujer reposando entre las peñas. De esta forma, mi curiosidad fue satisfecha.

En la isla ‘Damas» solamente pudimos permanecer durante una hora (demasiado corto el tiempo para pasear por la solitaria, pero fantástica isla), donde tampoco estaba permitido bañarse o acampar, por Orden estricta del gobierno chileno, con el objeto de preservar su fauna y flora. Aún así, en el tiempo limitado, disfruté a cabalidad de la naturaleza insular, contemplando y recreándome en la belleza de las florecillas mil colores; arbustos con el verdor de la primavera; sentir la presencia de pajarillos en busca de nuestro alimento (prohibido también) y admirar desde lejos a las gigantescas olas que chocaban en los riscos-rompeolas.

La alarma del celular nos recordaba el momento de caminar hacia el muelle, donde nos esperaba el Capitán del barco para zarpar y proseguir con la aventura marina por otros islotes, regresar a Punta de Choros y continuar el viaje terrestre en el automóvil particular hasta

«La Serena» (sitio de nuestro alojamiento), ¡pues al día siguiente la odisea se reanudaría para conocer otros pueblos de la Región de Coquimbo, Chile!

SHELO SHELO

JUEGO DE DAMAS

En lo oscuro de la noche, bajo

la luz de la luna,

vi en tus ojos verdes grandes el deseo

incontrolable de tocar mi piel.

vi nuestros cuerpos temblar lentamente

al tacto de ambos dedos esperando pacientemente

a que nuestras pieles se consumen.

Solo la luna y las estrellas están de testigo de

que ambas jugamos un juego un tanto extraño

de antaño.

El ambiente era hermoso, glorioso, al ver tu desnudez

tus pechos al descubierto. la maravillosa danza de tu flamante

cuerpo cubierto en llamas.

Nuestras manos armoniosamente danzan con el enlace a la par de

ambos cuerpos sedientos de que la noche dure un poco más.

Aquel juego fue capaz de unir las dos almas, con mucha calma

la pasión de los cuerpos se fue uniendo llenos de fuego llenos de sueños

llenos de juegos, juegos de damas.

HAROLD PADILLA

Autodesterrado del mundo, continué hurgando en un pasaje subterráneo en El Palacio del Escudo, donde la débil luz atrapada alumbraba una puerta resguardada por un blasón ajedrezado. Arrojado a los misterios tras ella, encendí un cerillo y abrí los ojos inverosímiles ante el espectáculo de múltiples lienzos de tamaño humano que con fuego develaban una secuencia histórica retratada. De inmediato devolví a la vida a las antorchas dispuestas en las aristas de la habitación y entre los precipitados golpeteos del corazón recogí una historia que decía más o menos así:

De lino y cáñamo ignoto pintor recitó a pincel que en los andes de Perú cayó un rey. “Atahualpa”, silbaba el viento pesaroso. “Atahualpa”, el ave agorera cantó. Ha caído en consejo de veinticuatro jueces. Ha caído su suerte delegada por trece votos contra once. Pena capital para el inca y no más juegos de ajedrez al atardecer. El débil filamento que une a un gobierno en rebelión, tejiendo una dama está: ¡Quispe Sisa!, en la alcoba aguarda, de luto vestida, dama negra es. Ñusta de nupcias anunciadas, en el vientre lleva la unión. Dos imperios con sangres amalgaman a Francisca Pizarro, primogénita del conquistador. Candidez de niña, no abran esa puerta, que afuera transcurren tres años de revueltas y traición. No abran esa puerta, pues con manchado hierro conjurado, los ojos del marqués, su padre, cerraron. Floreciente dama en orfandad, a una joven de fortuna, un desafortunado casamiento espera. Francisca carga la condena de su nombre. Envuelta en el jaquelado juego del poder, desdén del destino de mujer, ¿juega la dama o solo ficha es?… solo por muerte del captor liberada, en alas de solemne cóndor volaste en libertad. No hay lutos, hoy juegas a las blancas, y en tu primer movimiento puedes el amor escoger.

MANUELA CÁMARA

JUEGO INEVITABLE

Cuando caíste del tablero, se te abrieron los ojos. Entornándolos en un gesto de extrañeza, pensaste que era demasiado tarde y que no querías ver la verdad.

Te diste cuenta del juego al ver que se movían los otros. Al principio, dentro de tu cuadrado, tu crecimiento era el ascenso vertical de un árbol embelesado en el grácil movimiento de nubes y pájaros. De repente, sentiste el peso de la tierra bajo tus pies. Tiraba de ti, te obligaba a actuar.

Nadie te dijo que en este juego no existen las casillas libres, sino desocupadas, ni que en medio de todos ibas a conocer la auténtica soledad. Nadie te despojó de los escrúpulos, de la delicadeza, de la inocencia y te despertó para mostrarte las verdaderas reglas, que has descubierto esta noche, cuando empiezan a caer las primeras gotas de lluvia, provocando un bemol continuo sobre la lata oxidada de tu corazón:

Para avanzar, la primera regla era situarse sin pudor delante de los otros para evitar su avance, o a su lado para pretender empujarlos, o directamente saltar sobre ellos para agotarlos, destrozarlos y sacarlos del juego.

La segunda regla era que el ser humano vive en las verdades ajenas, cree siempre conocer la verdad del otro, y su estrategia se basa en que tiene más visión de ti que tú mismo, un pobre pez ante la mirada de águilas pescadoras.

La tercera regla es la ilusión de que todos somos iguales para después hacernos distintos. Pero nada es cierto. Los que van delante, la inmensa mayoría, son simples peones de los que están detrás.

No hay conciencia que no se amplíe ante una dolorosa experiencia. De repente, reconoces que tienes 38 años. Que has vivido en una ciudad dividida en cuadrados. Cada cuadrado con un número y cada persona es de un color. Descubres que eres blanco y vives en el cuadrado 12; que tu padre es negro y vive en el cuadrado 21, y de tu madre, que murió cuando eras pequeño, no sabes nada.

Te das cuenta de que tu padre y tú sois peones, lo más bajo de la jerarquía. Vuestro trabajo es mover las piezas de los reyes, que simulan ser iguales que vosotros, pero son los que mandan en la ciudad. Descubres los colores: rojos, blancos, negros, azules, enfrentados. Están en guerra desde hace años y usan a los peones como carne de cañón. Cada día, los reyes ordenan avanzar un cuadrado hacia el lado enemigo, porque hacen de sus enemigos tus enemigos y de sus beneficios el sentido de tu vida. Y te prometen, porque todo está lleno de falsas ilusiones, que si llegas al final te convertirás en dama, la más poderosa de las piezas. Tú, fascinado por los movimientos de tu alrededor, comienzas la carrera como un conejo tras la zanahoria enganchada en un anzuelo. Pero casi nunca pasa, antes os comen los alfiles, que caen como un rayo, en diagonal sobre el alma humana, o sois pisoteados por los caballos y marcados para siempre por sus huellas, o aplastados por las torres, si os ponéis delante de gente sin escrúpulos que no teme aplastar para alcanzar su victoria. Y todos ellos son otros soldados de los reyes.

Entonces, dices: «Odio esta vida. Odio este juego. No entiendo por qué tenemos que luchar, que ir a donde nos conducen, obedecer. Quiero ser libre, conocer el mundo más allá de los cuadrados, saber quién era mi madre y por qué me abandonó. Necesito encontrar el sentido de mi vida y mi existencia, y no solo ser una pieza más».

Y tú rabia es un alarido atroz que atrae la atención de una chica negra que vive en el cuadrado 15. Es hija de un alfil, y tiene una vida mejor que la tuya. También está harta del juego y deseando escapar. Os conocéis en secreto. Os hacéis amigos. Luego, os enamoráis. De ella aprendes muchas cosas. Juntos veis el mundo de otra manera. Ella te dice que hay una manera de salir del juego y que por fin lo ha descubierto.

Ella te dijo que había una puerta en el centro de la ciudad. Una puerta que llevaba a un mundo sin cuadrados, ni colores, ni reyes, ni superiores. Un mundo donde ser libres y felices. Y te dijo que, si hacíais el trayecto juntos, nadie os podría detener.

Ambos escapasteis de vuestros cuadrados y corristeis hasta el centro de la ciudad. Esquivasteis soldados, peones, torres y caballos. Llegasteis hasta la puerta y os detuvisteis ante ella. Era una puerta de madera nueva con barniz brillante. Pensasteis que no le afectaría el paso del tiempo, que el amor todo lo puede. Ella te dijo: «Vamos, amor. Es nuestra oportunidad. Vamos a ser damas y a ganar el juego». Y sin dudar, abrió la puerta.

Pero el otro lado no era un campo libre, no era lo que esperabais. No era un mundo nuevo, ni mejor. Era el mismo mundo, pero al revés. Los cuadrados negros eran los blancos. Los poderosos que eran blancos ahora eran negros y blancos. Y todos os miraban con odio, rabia y también temor.

Te preguntaste si os habíais equivocado de puerta, o si todas las puertas se abrían a un nuevo juego de damas al otro lado. Si era imposible escapar. Viste tu vida pasar ante tus ojos y como si un rayo abriera en dos una montaña, así descubriste la verdad.

Y entonces, los reyes blancos y negros al unísono os gritaron: «¡Atrapadlos! ¡Son espías! ¡Se creen mejores que nosotros! ¡Son traidores! ¡Son enemigos!». Y los soldados se lanzaron sobre vosotros. Y os comieron.

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17 comentarios en «El juego de las damas – miniconcurso de relatos»

  1. Es la parte más dura de cada semana.
    Elegir entre 30 «juegos de letras».
    Imposible para mí. Me lo juego al máximo, cuatro. Por el tema, todas damas.

    .Juego de acoso de María Jesús Garnica Pardo.
    .Era brasa y terminé en ceniza, de Graciela Pellaza.
    .La partida final de Yolillana.
    . Juego inevitable de la vida de Manuela Cámara.

    He disfrutado leyendo. Gracias.

    Responder
  2. ¡Quiero votar por todos! 🙁
    Reparto el voto entre cuatro:
    Maite Bilbao
    Abby Marsie Rogom
    Sergio Téllez
    José Armando Barcelona
    Apapachos y flores.

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