Volver a empezar – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «volver a empezar». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 4 de enero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

¡Querido, Blue! He decidido llamarte así por tu color azul. Simbolizas el color del mar y del cielo. Te seré fiel, pero quiero que entiendas y comprendas que para mí, Redy siempre será especial, cambió mi vida para bien. Tú, eres más bien sinónimo de consolidación, seguiré haciendo las cosas buenas y las tomaré por costumbre, pero quiero mejorar, por ende tengo avidez por explorar nuevos horizontes, nueva gente, ¡ya sabes lo que dicen de no esperar nada de nadie, el prójimo hace falsas promesas y luego, la esclavitud de sus palabras se torna en decepción para mí, yo ya no digo las cosas, las hago!
¡No soy perfecto, Blue, soy humilde y reconozco mis errores, por ende aprendo de ellos, pero este año no pienso soportar la carga de otras personas, no, demasiado tengo con las mías, como para cargar con la de los demás!
Intento no definirme pero tengo que mejorar varios aspectos, el primero no ponerme tan iracundo, especialmente cuando me llevan la contraria en algo o me juzgan o tildan de mentiroso, pese a demostrar con vehemencia y buena argumentación con una dialéctica clara y concisa que su equivoco pensamiento no es el correcto. Tengo que aprender que la gente es feliz con su ignorancia, prefieren ser ignorantes y ponerse un tupido velo para no ver la realidad.
¡Bueno, no les culpo, yo era igual, pero prefiero progresar y tener mi mente abierta!
No voy a consentir que nada ni nadie intente desmoronar mi paz interior, ¡eso ya se acabó! Soy muy noble, ¡pero también puedo ser muy fiero cuando me provocan e intentan lastimar de manera gratuita, mi instinto me hace defenderme y no poner la otra mejilla!
A decir verdad, antes yo era muy vengativo, hasta que comprendí que necesitaba mucha energía para actuar con las leyes del karma. Tú me haces daño una vez, yo mientras te perdono y reflexiono sobre el porqué debo perdonarte te lastimo diez veces,¡no es nada personal, hasta que me vuelvo misericordioso…

BENEDICTO PALACIOS

Ya avisó la mañana que el día sería negro y sin atisbos de un sol al que comía la niebla. No podía ser de otro modo, el último día del año tenía que confirmar la sucesión de hechos del mismo cariz. Tronó, llovió y nevó. Una atmósfera que al más intrépido metería miedo. El cielo podía empezar a caerse en cualquier momento.
Las celebraciones ruidosas durante la cena de mis hermanos tan cansinas me abrieron el camino, necesitaba silencio, adentrarme en la soledad, elevar las manos y aplacar las amenazas del cielo que se cernían sobre mi cabeza. Pascual me había entregado las llaves de su apartamento, Alemania 45. Una solución.
-Mañana será un nuevo año. Acordaos cuando toméis las uvas- dije abandonando.
Le di un beso a mi madre, recogí las llaves y salí a la calle. De las viseras de las farolas pendían pirulís. Me instalé en el apartamento. En el reloj de la cocina estaban llegando las 11. Encendí el tocadiscos y busqué en el Sgt. Pepper’s de los Beatles la última canción. No entendía patata de inglés, pero allí se cantaba y repetía ¡OH BOY! y el chico era yo.
Esperé a que sonaran las 12 campanadas y que las acompañara el griterío de una cafetería en los bajos del edificio. En la ventana coloqué un altavoz y puse a todo volumen a day in the life. En lo que duró la canción cesó el griterío. Asomé la cabeza y me saludaron. Fue el único instante en que no me sentí solo.
Cinco veces la volví a escuchar. Me ponía triste, pero aquella noche amaba la tristeza, no porque se esfumara un año viejo sino porque desconocía lo que me esperaba con el nuevo. Recordé mis fracasos. El no me gustas de Asunta, el eres un encanto pero no estoy enamorada de Noelia. ¿Por qué yo me enamoraba y ellas no?
La aguja del disco volvió al principio. Lo paré. Con la soledad se agudizan los sentidos y tornan los insomnios, el yo borroso y la sensación de falsedad. Fue lo que más me dolió. ¿Quién era, en qué me estaba convirtiendo? Asimilé fácilmente la silueta de un extraño.
Pascual había dejado el frigorífico surtido de bebidas. No las probé. ¿Para qué aumentar el atontamiento y el engaño? Pero un grupo que reía y bebía en la calle me gritó que bajara, que sobraba champán. Lo estuve pensando unos segundos. Bajé los pasos de la escalera uno o uno, indeciso, inseguro. ¿Sería aquel el anticipo de lo sería el nuevo año? Me abrazaron, Celia e Isabel, dos compañeras, me besaron en los labios. Solo bebí un combinado bien cargado de alcohol. Sonaron las 5 en un reloj e Isabel me separó del resto. Me abrazó, me besuqueó, “te quiero.”
No fui capaz de dormir. A la postre me sentía igual de solo, pero estaba menos triste y había recobrado parte de mis certezas. No era un yo completamente nuevo pero por algo había que empezar. No me sonaba falso el te quiero de Isabel. Con la mañana se disipó la niebla.
Benedicto Palacios

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Volver a empezar, sería olvidar la realidad vivida contigo. Por suerte, el afecto que siento por muchas otras personas está presente.
Si pudiera volver a empezar contigo mismo, mi modo de comportarme sería tan distinto como la noche y el día.
Si pudiera volver a empezar contigo, cambiaría el desvivirme por ti por el ser poca cosa para mí.
El darte amor por todas partes, al hecho de pasar de tu persona.
Volver a empezar sería renacer en la representación de algo que pudo ser hermoso si tu figura la hubiese ocupado otro ser…

PEDRO PARRINA

1, 2, 3, 4…
1, 2, 3, 4…
1, 2, 3…
!Basta,no más!
Las horas
lentas,
pesadas…
Los días
rápidos,
amargos…
Otra vez
en blanco
cientos de páginas,
y lienzos
sin empezar
¿El miedo pesa?
La rutina
La guerra
La monotonía
Los párpados
Los sueños…
¿Qué fue de ellos?
Y lo olvidos sin olvidar…
El teléfono callado,
los mensajes sin contestar.
Y de pronto sin ganas…
Y de pronto !Será ansiedad!
Y de pronto vuelven las ganas
de vomitar.
El polvo en los armarios.
Las faltas de libertad.
Y de repente, tú;
la soledad…
Mi compañía
diaria,
las faltas
de ortografía,
las faltas
de humanidad.
Te echo en falta,
me faltas
como la vida,
para este baile…
!Venga,
ánimo,
amor,
un paso más!
Vuelve
a intentarlo,
vuelve
a empezar…
1, 2, 3, 4…
1, 2, 3, 4…

DAVID MERLÁN

EL EXPERIMENTO
El experimento había terminado. Las máquinas pararon y se hizo el silencio. Él permanecía inmóvil e inconsciente. Tras unos segundos, comenzó a despertarse. Abrió los ojos y pudo reconocer el techo de su laboratorio a través de la neblina artificial que se habia creado, y que empezaba a disiparse. Aclaró sus pensamientos.
<<¿Lo he logrado? ¿He vuelto? >>—Se preguntó.
Una vez se hubo despertado del todo, se incorporó y miró a su alrededor. Todo parecía estar bien, en orden, tal y como lo recordaba, aunque notaba el ambiente algo extraño. Algo no encajaba.
—Pero… ¿qué pasa?, ¿Por qué está todo tan sucio?
De repente, la puerta del laboratorio se abrió con un leve crujido, mientras, unas voces se oyeron al otro lado.
—Pues aquí está. Aquí tienen el laboratorio de mi marido Philipp. Está tal cual como él lo dejó—dijo una dulce voz femenina.
—Asombroso, así que fue aquí donde sucedió todo, ¡Qué suerte tenemos de verlo, querida!, ¿No estás de acuerdo? —preguntó una voz masculina.
—Sí James, pero después de tantos años, no sé yo que pensar, no sé si me puede apetecer vivir aquí, querido…—apuntillo la mujer.
—Hola, cariño, estoy aquí, ¿No te alegras de verme? —dijo el científico saludando con la mano, extrañado ante la fría reacción de su esposa.
—Tranquila Señora Harris, sé que el espíritu de mi marido está aquí, entre nosotros. ¿Cometió un error?, Sí, efectivamente, pero era su sueño y lo persiguió hasta que le costó la vida. Esté usted tranquila, después de quince años ya no me afectan los comentarios. Veamos el resto de la casa, si les parece—sentenció la viuda del malogrado científico mientras se volvía a cerrar la puerta del laboratorio.
El científico que pensó poder burlar a la mismísima muerte se quedó aterrorizado e inmóvil en medio del laboratorio. Tras unos instantes, volvió en sí, como de un trance.
—Rápido Philipp, es ahora o nunca, hoy es gran día. Todo está listo. Hoy moriré y regresaré de entre los muertos—mientras se tumbaba en la camilla de su laboratorio y, mirando al techo, accionaba la palanca, lo que él creía, por primera vez.
FIN

PAQUITA ESCOBERO

Cada mañana al abrir sus ojos, su mirada que está fija en el infinito, aunque ella no lo sabe, busca entre las arrugas de la cama, las almohadas revueltas y el lento ritmo de la respiración de la persona a la que ama, el brillo que inunda la habitación en el amanecer.
Irina entonces usa sus otros ojos para tocar lentamente lo que le rodea en la cama hasta que roza su piel, su tacto. Descubre de nuevo las manos que tan conocidas son y tan invisibles a la vez. Busca despacio el brazo, su hombro, el cuello, roza su pelo y entrelaza los dedos en los rizos que se posan ligeros sobre la almohada.
Ese tacto tan suave, ese olor que reconoce tan singular, tan diferente y especial. Busca sus labios y los encuentra sonriendo. Sergio se ha despertado, pero ha estado callado todo el tiempo.
Irina ríe y le besa.
— ¡Buenos días mi amor, estabas despierto!
— Estaba disfrutando de tu momento del día, porque es nuestro volver a empezar cada mañana. Un ritual que no me perdería nunca.
Irina sonríe, se levanta y mentalmente cuenta los pasos hasta la ventana: un, dos, tres, cuatro, paso a la izquierda para salvar la cómoda, dos pasos más hacia delante y extiende la mano, toca la cinta que sube la persona y deja entrar la luz de un nuevo día en la habitación.
Sergio la mira, ¡es tan bella!…
Desde que Irina perdió la vista, todos los días repite el mismo ritual para descubrir de nuevo a Sergio entre las sábanas y volver a empezar un día nuevo. Volver una y otra vez cada mañana a descifrar con el tacto la piel que adora. A contar los pasos que dejarán entrar la luz que no puede ver, pero sobre todo y ante todo, a sentir como Sergio la mira de pie, al lado de la ventana, sabiendo que el también vuelve a descubrir cada mañana que amar es como amanecer, se vuelve a empezar cada día al despertar y descubrir que lo que tienes a tu lado es lo mejor del mundo.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

NO TE PUDE ODIAR
Ponle una vía nueva, esta que trae no sirve. Monitorizar. ¿Lleva morfina?
Sí, doctor, cuatro miligramos, hará como diez minutos.
¿Cuánto tiempo hace que está infartada?
Es difícil saberlo, se la encontró así la señora que le va a limpiar. No ha hecho falta maniobra de reanimación.
Bien, directa a la UCI. Protocolo establecido.
—————————————————————————————–
«Se está a gusto aquí, hace calor; al levantarme, esta mañana, la casa era un témpano de hielo, ¡Jesús, qué frío! Pero esto es otra cosa; si no fuera por ese molesto pitido intermitente, la calma sería absoluta. ¡Qué sosiego, por Dios!
Creo que hay alguien más en la habitación, pero hija, de lejos y sin las gafas… Parece un hombre. Y está ahí, quieto, mirándome, da un poco de cosa. ¿Le pregunto? Sí, claro, y salgo de dudas»
—Oiga, joven, ¿nos conocemos? Es a esta distancia, no distingo bien su cara; cosas de la edad, ya ve usted.
El hombre, obediente, da unos pasos acercándose a la cama. María lo percibe como en un zum cinematográfico: ingrávido, flotando, igual que un fantasma, y su maltrecho corazón pega un vuelco cuando por fin puede enfocar su cara.
—¡Eduardo! ¡No puedes ser tú! ¡Imposible! —incapaz de reprimir su asombro, no acierta a apartar la vista de aquella aparición—. ¡Estás muerto!
Él, divertido, la mira sin decir nada, achinando los ojos y con una sonrisa que deja a la vista sus dientes perfectos.
»Espera un momento. Eso quiere decir que yo también lo estoy. No me digas que has venido a buscarme. ¡Qué fuerte! Eres la última persona con quien que podía imaginar encontrarme en un trance así.
La risa del hombre, fresca, limpia, reconfortante, cruza la habitación como una brisa de primavera, silenciando la cadencia intermitente de la máquina.
—No, María, todavía no has muerto. Estás entre los dos mundos, pero según los médicos pronto vas a dar el paso definitivo y quería asegurarme de ser el primero en salirte al encuentro. Aquí hay mucho buitre, sabes, y una chica como tú… En fin, que no quiero dejar pasar la oportunidad —dice pasando sus dedos con ternura por el lacio cabello de la mujer.
—Estás muy guapo, Edu, como cuando éramos jóvenes, ¿te acuerdas? La envidia que me tenían las chicas del colegio cuando nos pusimos de novios; sobre todo Rosarito Atienza, ¡qué perra! Andaba loquita detrás de tus pantalones.
Como una nube pasajera que oculta el sol, la cara del hombre se ensombrece un instante.
—Pero por suerte o desgracia me quedé contigo; créeme, nunca hubo otra mujer en mi vida, solo tú.
Una lágrima furtiva rueda por la arrugada mejilla de María, que corrobora aquella declaración juntando las manos en un gesto de gratitud.
―Ya lo sé, cariño, ¿puedo llamarte así? Por eso me parece mentira que estés aquí, acompañándome en estos momentos difíciles. Tú siempre fuiste generoso. ¿Sabrás perdonarme? Aunque no lo creas, estuve en tu funeral. En la distancia, escondida tras unos árboles, haciendo lo posible para que no me viera tu familia.
Eduardo acerca una silla a la cama, se sienta y sonríe tristemente.
―Claro que fuiste, lo sé muy bien; te recuerdo que yo también estaba allí. Carlos no tuvo agallas, pero tú sí. Siempre fue un cobarde, mi amigo del alma. De él podía esperarme cualquier tipo de traición, pero de ti…
María gira la cabeza para que no la vea llorar.
―Fue el error más grande de mi vida ―solloza mientras sus hombros se agitan convulsos bajo el blanco camisón hospitalario―, una estupidez que pagué muy cara porque te perdí.
Los dos quedan en silencio, solo la máquina sigue latiendo al ritmo que le marca el cada vez más débil corazón de ella.
―¿Mereció la pena? ―queda flotando en el aire la pregunta―. Yo te quería, lo eras todo en mi vida, intenté hacerte feliz. ¿Dónde fallé, María? Me lo sigo preguntando, fíjate, tantos años después.
Ella le tiende una mano temblorosa, que él atrapa entre las suyas con delicadeza de amante.
―No, Eduardo, no mereció la pena. Fue una locura; algo que nunca debió suceder; un arrebato de pasión inconsciente. Yo te amaba, lo juro, y no he dejado de amarte. Me hiciste feliz, más de lo que merecía, fui yo la que fracasó. Te hice daño, mucho, lo sé, lo supe enseguida y aún no he podido perdonarme por ello. Por eso me sorprende tu presencia. Pero no, por favor, no te vayas, te lo ruego. Quédate conmigo, ayúdame a pasar a tu lado. Solo eso te pido.
Un doble suspiro, largo y profundo como un salto en el vacío, acompaña al pitido de la máquina, que ha dejado de ser intermitente.
María se siente distinta, fuerte, sin dolor. Mira sus manos y las descubre tersas, blancas, inmaculadas; se las lleva a la cara, palpa sus labios, y el tacto le devuelve la suavidad de la seda y la jugosa promesa de un beso infinito. Eduardo, a su lado, la mira complacido y sonríe.
―Hola, guapa, llevo esperándote toda mi muerte ―dice a su esposa pasándole un brazo por la cintura para atraerla hacia él.
María se abandona al abrazo y fija sus verdes ojos en la miel de los de su marido.
―¿Podrás perdonarme, vida mía? ―le tiembla la duda en la mirada―. Quiero ganármelo, resarcirte de todo el mal que te causé, limpiar aquella ofensa cruel con mi amor y, si es posible, volver a empezar.
Eduardo pone un dedo sobre sus labios para hacerla callar; la estrecha fuertemente contra su pecho y ambos se funden en un beso largo, húmedo, exigente, que sella todas las heridas.
―Sabes, María, te perdoné en el mismo instante en que lo supe; te quería tanto que nunca pude odiarte.
—————————————————————————————–
Pobre mujer, debe ser muy triste morirse sola, ¿Sabes si tenía alguien, familia, amigos, vecinos?
No tengo ni idea, Venga, vamos a prepararla para que se la lleven, ya se encargarán de eso en administración y apaga ese puto monitor; me está volviendo loca el silbidito.

CORONADO SMITH

DIVAGACIONESPOÉTRICAS DE UNO QUE NO SABE
46 – QUERIDO AÑO VIEJO
Querido año, ¡por fin te vas!
Espero que te lleves tus guerras.
Espero que nos devuelvas la paz.
Querido año, ¡por fin te vas!
Espero que me levantes el veto.
Espero que me liberes de la invisibilidad.
Querido año, ¡por fin te vas!
Espero que me devuelvas mi alegría.
Espero que te marches con mi soledad.
Querido año, ¡por fin te vas!
Espero que te vayas a la mierda.
Espero que no vuelvas a mi vida nunca más.
47 – ESTIMADO AÑO NUEVO
Estimado año nuevo:
Vamos a poner las cosas claras;
no pienso renunciar a mi irreverencia
aunque tengamos que acabar a malas.
Pienso seguir siendo venenoso
y pienso seguir reclamando mi lugar,
me gustaría no ser rencoroso,
señal de que he empezado a triunfar.
Me da igual lo que piense la gente,
quiero de mi talento vivir,
trabajar más bien poquito
y mi mejor sonrisa lucir.
Que mi canción se oiga en el mundo
y mi poesía en las escuelas se enseñe,
que mi careto pase desapercibido
y la lujuria de mí se adueñe.
Me gustaría tener muchas grupies,
pero no pienso hacerme cirugía.
Que el “asunto” nunca decaiga
y mi cama nunca esté vacía.

RAQUEL LÓPEZ

Hay momentos a lo largo de la vida que nos hacen cuestionarnos el camino que hemos de seguir. Y solo a veces tenemos una opción, volver a empezar….
De pequeña me encantaba leer cuentos de fantasía una y otra vez, a pesar de saber el final seguía sintiendo las mismas emociones.
Volver a empezar, igual que cuando hacíamos castillos en la arena una y otra vez, o cuando el colegio comenzaba en otoño, las rutinas… Todo era un nuevo comienzo.
Darse una oportunidad aunque no sea siempre fácil y tengamos que esquivar los obstáculos.
Por eso cuando somo niños somos capaces de aprender a caminar ante las adversidades porque no conocemos el miedo al fracaso convirtiéndonos en grandes maestros. Es por ello que hay que soltar al niño que llevamos dentro y permitirle que nos ayude a adaptarnos al nuevo cambio.
Nuestra manera de hacer las cosas que no nos llenan, simplemente hay que hacerlas de modo diferente. Y aunque todo se quiebre, hay que seguir adelante.
Si desde hace millones de años el sol vuelve a empezar cada día, si cada vez nace una nueva vida, si cada minuto nace una flor…
La vida comienza.

PEDRO A. LOPEZ CRUZ

DOMINGO DE RAMOS
Hacía más de quince años que andaban en paradero desconocido, pero hoy habían decidido volver. Su padre acababa de inaugurar la redonda y simbólica cifra de los cien y por ese motivo, a pesar de todo, habían regresado después de tanto tiempo a aquel maldito pueblo perdido de la España más profunda, el lugar que les vio nacer y convertirse en lo que ahora eran.
Nada más bajar del vehículo, se topó con sus dolorosos recuerdos, los pocos que conservaba de aquel día. La vieja cabina telefónica en la plaza del pueblo, la única que quedaba y la única que siempre había existido por aquellos parajes, continuaba todavía en pie, desafiando el paso del tiempo como un testigo mudo de los acontecimientos acaecidos quince años atrás. Inservible, gris y oxidada, representaba un elemento más de aquel lugar olvidado en el que todo el mundo quería olvidar. Un olvido que de algún modo consiguiera enterrar lo que nunca debía haber sucedido.
Aurelio no habría querido regresar. Pero su hermana, incapaz de cejar en su empeño, removió cielo y tierra hasta convencer a todo el mundo y conseguir llevarlo de vuelta. El centenario de su padre en el fondo no dejaba de ser una excusa. El verdadero motivo era otro. De alguna forma se empeñaba en cerrar una herida que se antojaba muy difícil de cicatrizar.
Todo había comenzado aquel funesto día en que hizo su aparición por una de las angostas calles que desembocaban en la plaza del pueblo. Eran las doce de la mañana de un radiante domingo de Ramos. Todos acababan de salir de la misa y se disponían a pasear, engalanados con sus mejores ropas. Padres con sus hijos, parejas enamoradas, familias enteras disfrutando de una preciosa mañana de primavera. Las campanas repicaban y el dueño del puesto de pipas anunciaba su mercancía. Con la mirada perdida en el infinito y su escopeta de caza apretada entre sus manos, Aurelio fue caminando muy lentamente hasta alcanzar el centro de la plaza. A su paso iba dejando un reguero de sangre y de muerte, descerrajando dos tiros a todo aquel que se cruzaba en su camino. Los gritos se sucedían ante aquella inexplicable e imprevista situación. Rápidamente, un intenso olor a pólvora y desolación se extendió por aquel lugar, mientras los transeúntes huían despavoridos intentando alejarse con desesperación del punto de mira de Aurelio.
Generalmente solía tratarse de asuntos de lindes, de discusiones de fincas, de acalorados intercambios de pareceres aderezados por una voz más alta que otra. Pero esta vez no. Esquizofrenia paranoide con trastorno de personalidad múltiple. Ese fue el diagnóstico. No había un motivo ni un porqué. Simplemente, aquella mañana algo se había desajustado en su mecanismo interior y a partir de ahí comenzó a escuchar esas voces dentro de su cabeza. Luego vino todo lo demás.
La única imagen que ahora recuerda, difuminada entre la bruma de su memoria, es la de la antigua cabina telefónica, manchada de sangre, en cuyo interior alguien, presa del pánico, trataba de bloquear la puerta y avisar a la guardia civil, a una ambulancia o a cualquiera que pudiera acabar inmediatamente con aquel caos sobrevenido que, de repente, había transformado un agradable domingo en una verdadera masacre.
La noticia dio la vuelta al país. El rostro de Aurelio, con una mirada psicópata que helaba la sangre, copó las portadas de todas las publicaciones nacionales y locales. Las televisiones dedicaron amplios especiales informativos a analizar las causas y el porqué de aquel sinsentido. Y el sensacionalismo más sórdido se hizo eco de un caso que pasaría a la historia como “El carnicero del domingo de Ramos”.
Después de quince años de internamiento en la institución psiquiátrica, las voces siguen ahí, dentro de su cabeza. Aunque la medicación ha hecho su efecto, nunca se han ido. Cada una de las personas que habitan en su interior le han acompañado, han envejecido junto a él y han sido su familia todos esos años. Hoy, gracias a un permiso especial, Aurelio ha vuelto al pueblo a visitar a su padre. A celebrar sus cien años. A reencontrarse con su pasado y con unos vecinos que no olvidan.
Aurelio soy yo. Y esta misma tarde alguien me acaba de descerrajar dos tiros. Sin duda, la venganza es un plato que se sirve muy frío. Tan frío como se encuentra mi cuerpo ahora, tumbado en esta camilla metálica de la cámara mortuoria, desde donde les hablo. Tan frío como quedó mi entendimiento aquel día. Tan frío como la incómoda e inexplicable sensación de haber abandonado ya este mundo.

EFRAÍN DÍAZ

Hoy les voy a contar a mi modo y manera los eventos que desembocaron en el descubrimiento de América.
De niño, Cristófaro Colombo tuvo la inquietud de hacerse a la mar, ser Capitán de un barco y convertirse en Almirante. Génova no era lo suficientemente grande para sus sueños y aspiraciones. Génova no era lo suficientemente grande para él.
Esas inquietudes lo llevaron a la Meca de la navegación de la época: Portugal. No olvidemos que fue un portugués quien casi completa la primera vuelta al mundo y que según Juan Sebastián Elcano (eso afirmó bajo el más solemne de los juramentos), unas pequeñas diferencias con los aborígenes de las Filipinas, provocaron que Magallanes literalmente dejara alma, vida y corazón tirados en alguna playa paradisiaca.
De todos modos, al Rey de Portugal no le interesó la propuesta de Colón. Luego de catorce años que el futuro Almirante de los siete mares intentara convencer al Rey de Portugal, todos sus esfuerzos fueron infructuosos.
Derrotado y casi abatido, no tuvo más remedio que acudir a la corona española y volver a empezar. Comenzar nuevamente desde cero. Fue en dicha corte, católica solo de nombre y apariencia, que su discurso encontró eco en los oídos de la reina Isabel.
Los Reyes Católicos, que de católicos solo guardaban el nombre, dieron audiencia a Colón. El Rey Fernando no prestó mucho interés, pues todas sus atenciones estaban dirigidas hacia una hermosa y muy promiscua cortesana llamada Beatriz de Bobadilla. Su belleza era tan legendaria como su número de amantes, siendo el Rey Fernando su última adquisición.
La Reina Isabel, ardiendo de celos y llena de ira vio en Colón un instrumento de venganza. Lo convirtió en su amante secreto. Así lo confirma una serie de epístolas, que ni por motivos de seguridad fueron destruidas y que hasta nuestros días se conservan en un museo. Entonces con Colón, la Reina Isabel le devolvió el favor a su marido.
Pero como no puede haber felicidad completa y para cerrar el triángulo amoroso con broche de oro, Cristóbal Colón y Beatriz de Bobadilla se conocieron accidentalmente y tan pronto se miraron a los ojos, comenzaron a intercambiar fuidos corporales.
Guardar un secreto en una corte tan corrompida constituye un verdadero reto y por supuesto, la Reina Isabel se enteró de las correrías de su amante con Beatriz. Y por eso, en un momento de súbita pendencia y arrebato de cólera, en un desesperado intento por separarlos, con el corazón roto, herido y lleno de odio, la Reina Isabel le firmó a Colón las Capitulaciones de Santa Fe, le dio el dinero y los recursos necesarios y lo lanzó al mar con la esperanza de que se lo tragara el océano, desapareciera y nunca más volviera.
Pero Colón se las ingenió y regresó. Y regresó con mucho oro y cuando la Reina Isabel comprendió la magnitud de las capitulaciones que bajo ira, coraje y desespero había firmado, cuando entendió la totalidad de las implicaciones para la Corona y para su pecunio…
Esa historia se las cuento en otra ocasión.
En fin, que América se descubrió gracias a un triángulo amoroso lleno de cuernos, celos, intrigas e infidelidades y a la tenacidad de un aspirante a Almirante que nunca se rindió ni le importó volver a empezar.
Esta es la historia que no te cuentan en el colegio.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Allí estaba, después de tanto tiempo en el mismo banco del parque.
Y parecía qué fue ayer cuando siendo un muchacho miraba la gente pasar, con su ropa raida.
Ahora es un señor con corbata, mirando la gente pasar.
Ya todo lo pasado le es ajeno, no quiere pensar.
Tiene un nuevo mañana, lo sabe.
Tiene un nuevo camino que empezar.
Los fuegos artificiales anuncian el nuevo año, una nueva vida.

IRENE ADLER

LA TEÑIDORA DE MÚRICE
Iol Cesarea.
Provincia romana de Mauritania.
Año 10 a.c.
Los talleres de extracción de púrpura eran largos barracones de adobe umbríos y pestilentes. La joven reina Cleopatra Selene, acompañada de dos eunucos, se cubría la nariz con la punta del velo y trataba de respirar por la boca, pero el olor a putrefacción y salvajina era insoportable. Había una docena de tinajas en las que los preciados moluscos se descomponían lentamente, produciendo una tintura espesa y negruzca como la sangre coagulada: el múrice púrpura que luego teñiría las prendas más lujosas del Imperio.
La reina había heredado el espíritu curioso y docto de su madre. Y a pesar del exilio y las muchas privaciones, también conservaba de Cleopatra VII Filopator su alma mitad egipcia mitad griega; sus dioses y tradiciones; la nostalgia del migrante que amaba con devoción una tierra que no conocía. Quizá por éso la conmoción fue tan grande, cuando una de las teñidoras de múrice se arrojó a sus pies y le ofreció a la reina un amuleto tallado burdamente en madera de acacia. Una figurita tosca que representaba a la diosa Hathor.
—¿Eres egipcia?
La teñidora no levantó la cabeza. Acudió uno de los encargados del taller y muy azorado, pidió disculpas por la insolencia y pateó con violencia a la mujer que seguía postrada.
—¡Basta! Estoy hablándole a ella.
Cleopatra Selene se acuclilló y extendió la mano donde descansaba el amuleto.
—Esto es egipcio. ¿ Es tuyo?
La mujer asintió con la cabeza.
—¿Cómo te llamas? ¿De dónde eres?
—Nissa dice que mi nombre es Thea. Dice que siempre he llevado conmigo ese amuleto. También dice que tú eres buena. Es un regalo.
—¿Quién es Nissa?
—Mi amiga. Mi hermana. Está enferma. Tú eres buena. ¿Querrás ayudarla?
En ese momento, la teñidora de múrice levantó la cabeza y miró a la joven reina a los ojos. Había un inmenso orgullo en el fondo de las pupilas, como un fuego abrasador. Los estragos de una vida difícil habían ajado la antigua belleza que debió poseer su rostro en la juventud. Y Cleopatra Selene distinguió en ella algo que conocía demasiado bien: la férrea voluntad del superviviente.
—Llévame.
Nissa ardía en fiebre. Con insólito afecto, la teñidora se inclinó sobre el jergón y le susurró algo en una lengua extraña. Luego humedeció en agua un paño y le refrescó el pecho. La reina ahogó un gemido que alarmó a los eunucos. Apartó a la teñidora y se sentó junto a la enferma. Sobre el pecho izquierdo tenía un pequeño tatuaje en forma de círculo: el disco solar que identificaba a las esclavas del palacio de su infancia. Lo había visto en las amas de cría de su hermano pequeño muchas veces.
—Ve a buscar a mi médico— ordenó a uno de los eunucos—. Que venga inmediatamente.
—Pero Señora…
—Haz lo que te digo. Dile que la reina se sintió indispuesta mientras visitaba los talleres de púrpura. Tráelo a rastras si es preciso, pero tráelo. No puedo dejar que muera.
Su vehemencia desconcertó al eunuco que no se movió de dónde estaba. Cleopatra Selene apoyó su mano en la frente de Nissa y susurró:
—Esta mujer conoció a mi madre.
El eunuco, que amaba de verdad a su señora y la había servido fielmente desde su matrimonio con el rey Juba, abrió mucho los ojos y entendió la gravedad de la situación.
****
Durante el tiempo que duró la convalecencia de Nissa, la reina Cleopatra acudió a la casita del taller todos los días. Llevaba los remedios que su médico personal preparaba en el palacio y también comida, ropa limpia, sahumerios que purificaran un poco el aire impregnado de aquel olor a descomposición.
Hacía muchas preguntas a Thea, quería saber dónde y cómo se habían conocido. Cuánto sabía ella del pasado de Nissa. Si había oído alguna vez los nombres de Antonio, Octavio, Cesarion, Alejandro Helios. Pero la teñidora de múrice tenía pocos recuerdos; su mente estaba habitada por nieblas e imágenes confusas de barcos ardiendo, desiertos implacables, caravanas nabateas atravesando la ruta del incienso del Neguev. Era como si su vida hubiera comenzado a los treinta y nueve años, en una ciudad de piedra rosa, donde había aprendido el arte del teñido de púrpura. Luego Nissa se había empeñado en viajar hasta Iol Cesarea. La urgencia y las penurias de aquel viaje ensombrecían la expresión de Thea. No, Nissa nunca le había dicho el por qué de aquella urgencia. Qué había en Iol Cesarea que fuera tan importante para ella. Thea suponía que era porque allí estaban los mejores talleres de púrpura.
Se hicieron amigas. Cleopatra Selene le habló de su infancia en Roma, en casa de la primera esposa de su padre: como esclava, no como pupila. Le habló de sus hermanos muertos y de los pocos recuerdos que tenía de su niñez y de su patria. De cómo, a pesar de tanto como le habían arrebatado, su vida había vuelto a empezar allí, junto a un esposo que la respetaba y la trataba como a una igual.
—No odio a Roma por lo que le hizo a mi madre, pero tampoco olvido quién soy ni de dónde vengo. Intento parecerme a ella en algo más que en el nombre. Recuerdo lo culta que era y el amor que sentía mi padre por las cosas griegas. Haré de Iol Cesarea un buen lugar para vivir. Y dedicaré mi vida a mantener a mi pueblo alejado del hambre y de la guerra.
Un día, Nissa despertó limpia y curada, y encontró a las dos mujeres hablando y riendo de trivialidades. Sus rostros de perfil tenían un asombroso parecido. El de Cleopatra Selene aún joven y fresco, con la palidez propia de las mujeres de buena cuna; el de Thea curtido y arrugado, castigado por el sol del desierto y cetrino como el de las mujeres nabateas. Pero bajo la piel, los huesos contaban otra historia, y la sangre hablaba de sus antepasados griegos; de glorias y leyendas; de un esplendor antiguo e irrepetible. Las dos últimas descendientes de la dinastía Ptolemaica, frente a frente, habían aprendido a quererse sin reconocerse la una en la otra como lo que eran: madre e hija.
Nissa sintió que el corazón iba a estallarle de felicidad. Recordó el día en que el áspid mordió el pecho de su señora; su deber era morir con ella, pero no pudo. Le aplicó un antiguo remedio beduino y la ocultó en una caravana que iba al este. Pagó con las joyas de la reina de Egipto silencios y lealtades mercenarias, y la protegió con su vida mientras pudo. Cuando Cleopatra Thea Filopator volvió a la vida en la ciudad de Petra, no recordaba absolutamente nada de su pasado. Ni su nombre. Ni su muerte. Ni a sus hijos. Nissa entendió que había sido voluntad de los dioses sumir a la reina de Egipto en aquella oscuridad. Debía olvidarlo todo para volver a empezar.
Con dificultad, Nissa se levantó de la cama y se acercó a ellas. Lloraba sin emitir ni un quejido. Muy despacio, apartó la túnica de Thea y dejó al descubierto una diminuta cicatriz allí dónde había estado la mordedura de áspid. Puso sobre ésta la mano de la reina Cleopatra Selene y dijo, cerrando los ojos de pura emoción:
—Doy gracias a los dioses por haberme permitido vivir el tiempo suficiente para llegar a ver este momento. Os he reunido. Y ahora, por fin, podréis volver a empezar como lo que sois. Nunca más esclavas ni reinas. Sólo familia.

YOMALCKRY OSORIO

A veces volver a empezar se puede convertir en algo titanico o una completa odisea para unos ,y para otros supone una fantástica aventura a probar cosas nuevas .
Cambiar de pais ,de idioma ,realizar una nueva adaptacion a otras costumbres cuando se tenia profundamente arraigadas las de tu patria materna.
Si algo quizas lo puede hacer más llevadero es la receptividad,,amabilidad,y cordialidad de las nuevas personas que te rodean.
No resulta facil en primera instancia tomar la decision ,supone un dolor ,por que la intuicion va marcando la pauta de lo que puede suceder o no ; sim embargo se va guiando por esa voz que habla en profundo y absoluto silencio y muchas veces no se equívoca.
Escoges la maleta pequeña por que quieres ir ligero de peso ,no sabe si toca correr o tal vez dejar todo.
En ese pequeño espacio ,escoges unas cuantas cosas que llevar ,las que consideres más importantes y por supuesto las más valiosas,algunas mudas de ropa ,uno que otro libro,los documentos más relevantes aquellos que en la medida de las posibilidades te pueden ofrecer la oportunidad de una estabilidad laboral , y que cambiaria por completo tu calidad de vida.
No puede faltar los albums de fotos,aquellas que creemos eternas rn un pedazo de papel y el tiempo las corroe sin clemencia
Representa toda una aventura arriesgarse a traspasar fronteras ,primero las de nuestra mente y despues las imaginarias aquellas que ha dibujado el hombre para dividirse .
Conocer gente nueva ,con diferentes formas de pensar,de llevar la vida ,sr siente en ocasiones raro o irreal ,piensas que no esta sucediendo nada que todo es parte de un sueño o una pesadilla.
Se siente como si caminaras entre escombros intangibles que no lo puedes ver ,pero que sabes que estan ahi.
«Volver a Empezar «es estar en cero en todos los aspectos :Econômicos,Sociales y culturales. A veces asalta la duda de de si querer regresar o avanzar.

CARLOS RODRÍGUEZ

Creo que se me ha ido un poquito en extensión, pero si ya no era fácil encajar algo de mitología gallega con la navidad y la lotería de la semana pasada, súmale el tema de esta semana… Pero bueno, creo que el resultado es mínimamente masticable, aunque en un tono un poco más infantil.
¿SEGURO QUE ES UN MITO?
Había comenzado el mes de diciembre y ya no había rincón de ciudad o pueblo donde no se respirase el ambiente navideño que tanto gusta a los comerciantes.
Hacia al menos un mes que la televisión nos bombardeaba con los anuncios de juguetes, turrones, colonias y cientos de productos que nos llenaban el ojo y se nos antojaban imprescindibles para unas fiestas realmente felices.
Pero aquel año la Navidad sería realmente diferente y especial para los pequeños de la familia, y en ese grupo me incluía yo.
Papá había salido muy temprano de casa, apenas el sol estaba apagando el despertador para levantarse cuando él ya había emprendido el viaje.
Mamá no nos quiso contar a donde se había ido, la única respuesta que conseguían arrancarle nuestras insistentes preguntas era ¡ah, es una sorpresa!… ¡y vaya si fue una sorpresa!
Ya casi era la hora de cenar cuando el sonido de las llaves en la cerradura nos anunciaban la llegada de papá, a lo que todos respondimos con una gran algarabía y carrera hacia la puerta.
Papá abrió la puerta y se quedó parado esperando nuestra llegada, pero su pose no era la de siempre, aunque sus brazos estaban abiertos no era con el ademán de darnos su habitual abrazo, estaban desplegando su abrigo en toda su amplitud. Aquello nos frenó de inmediato, no sabíamos como reaccionar.
Al ver que todos estábamos inmóviles mirándole bajo sus brazos al tiempo que se hacía a un lado y gritaba ¡¡sorpresa!!
Allí estaba el abuelo, dispuesto a entregarnos un gran abrazo y un sinfín de besos.
– Pero niños, dejad pasar al abuelo, que viene cansado del viaje – Dijo mamá desde la mitad del pasillo – Venga, lavaos las manos y a la mesa, que la cena ya está lista.
Nuevas carreras por el pasillo para ver quién llegaba primero al lavabo, aunque luego nos arremolinábamos los cuatro mientras nuestras manos se entremezclaban bajo el chorro de agua buscando ser el primero en salir corriendo y poder sentarse junto al abuelo. Ya no importaba cuál era nuestro sitio favorito en la mesa, estaba el abuelo y todos queríamos sentarnos lo más cerca posible.
Durante la cena era norma tener la televisión apagada, pero luego los adultos se quedaban un rato de tertulia con la pantalla encendida, aunque parecía que no le hiciesen mucho caso.
Como era sábado nos dejaron quedarnos un ratito más antes de irnos a la cama. Y esto era en plan de celebrar que había venido el abuelo, y eso sí que era todo un acontecimiento, pues nunca había querido venir a la ciudad, y menos todavía desde la muerte de la abuela.
De repente todos los niños nos quedamos callados, en la televisión estaban pasando uno de esos anuncios de unos grandes almacenes que estaba protagonizado por los cuatro personajes que a esas alturas del año más nos interesaban a los peques … ¡claro que sí! Eran Papá Noel y los Reyes Magos.
El abuelo se hizo el tonto, y con una sonrisa pícara pregunto – ¿pero quiénes son esos? ¿vosotros les conocéis?
– Claro que sí abuelito – dijo con su media lengua Nita, la más pequeña de los cuatro – son los que le traen los regalos a los niños que se portan bien.
– ¡Vaya! – pareció sorprenderse aquel entrañable anciano – ¿y si no se comen todo lo que las mamás les ponen en su plato, también?
– Pues claro – dijo Sito – con portarse bien y no decir palabras feas ya nos traen los juguetes que queremos.
– ¿Y cómo saben que han de llevarle a cada niño?
– Por la carta Yayo, les tenemos que escribir una carta con la lista – sentenció Lolo
– ¿Y no os visitan para ver si os lo habéis comido todo?
– No abu – volvió a intervenir Sito – la comida no importa.
Aquella insistencia del abuelo con la comida me había despertado curiosidad. Hasta entonces no había intervenido porque yo ya sabía que los regalos eran cosa de los padres, pero ellos me habían explicado que debíamos mantener la ilusión de los más pequeños.
– Cuéntame abuelo ¿por qué preguntas tanto por la comida?
– Mira Carlitos, cuando yo era pequeño estos cuatro no iban a las aldeas, no sé si en las ciudades era distinto, pero a nosotros nos visitaba el apalpador.
– ¿Y quién es ese? – Preguntó rápidamente Lolo quitándome las palabras de la boca.
Papá apagó la televisión, señal de que se avecinaba una historia muy interesante y que no dejaría lugar a las distracciones.
– Papi ¿tú sabes quién es el papado? – Preguntó Nita.
– Claro que sí cariño, pero vamos a dejar que sea el abuelo quien nos cuente a todos esa historia, pero vamos a sentarnos todos a rededor de su mecedora para oírle con mucha atención, porque es una historia muy interesante.
– Sí abuelito cuéntanosla, cuéntanosla.
El abuelo se acomodó un poco en la mecedora y con un gesto invitó a la pequeña Anita a sentarse en su regazo, cosa que tardó menos en ocurrir de lo que había tardado el abuelo en hacerle aquel breve gesto.
– El apalpador es un personaje tradicional en la Navidad de algunas zonas de Galicia. Allá, en las zonas de O Courel y O Cebreiro, donde está la casa del abuelo, aunque en otras comarcas le conocen con otros nombres, pandigueiro en la zona de Trives y apalpabarrigas en los Ancares, pero le llames como le llames, desde hace ya muchos, muchos años, dice la tradición que vive un hombre muy grande, un gigante según algunos. Este hombre vive en las montañas, y se dice que carbonero de profesión.
Es muy fácil distinguirle de todos los demás hombres que viven allá arriba, él se viste con una chaqueta muy colorida y sus pantalones están llenos de remiendos, su boina y su pipa le acompañan siempre, dándole un aire de bonachón.
Es un viejo muy grande, con una poblada barba que esconde su cara.
Él solamente baja a las aldeas dos días en todo el año, en nochebuena y en fin de año, y lo hace para dejarle regalos a los niños, pero no a todos los niños, no. El apalpador se cuela sin hacer ruido en las habitaciones de los niños y les palpa la barriga para saber si durante el año han comido suficiente y dejar un puñado de castañas junto a sus camas.
Si además de comerse todo lo que sus mamas les han dado también han sido buenos, entonces les dejará algún regalo, pero si no se han portado bien y no se han comido todo, entonces solamente les dejará un trozo de negro carbón.
La visita del apalpador es para desearos un nuevo año lleno de felicidad y comida.
– ¿Y a ti que te dejaba abuelo? – preguntó muy rápido Sito.
– Venga niños, ya se está haciendo tarde y debéis ir a dormir. Seguro que el abuelo nos lo contará muchas más historias cuando todos estemos más descansados. – dijo papá.
– Por supuesto niños, mañana después de desayunar os lo contaré más historias mientras vamos al parque, que yo también me tengo que ir a dormir.
– Carlitos, el abuelo dormirá en tú cuarto estos días, de modo que tú lo harás el la habitación de tus hermanos. Ya te he preparado la litera arriba de Lolo.
– Claro mamá.
Todos nos retiraremos con aquella historia dando vueltas en nuestras cabezas, pero el cansancio hizo mella y rápidamente nos dormimos.
Fui el primero de los pequeños en despertarse, y con cuidado de no despertar a mis hermanos salí de la habitación y fui directo a la cocina. Allí estaban los mayores hablando de sus cosas, y no debía de ser nada bueno por el silencio que se hizo con mi entrada.
– Buenos días – dije mientras les daba un beso a cada uno.
– Buenos días Carlitos, ven, siéntate en el regazo del abuelo mientras mamá te prepara el desayuno.
Me faltó tiempo para colarme entre sus brazos.
– ¡Ay! Elvira, casi se me olvida hija, en el bolsillo interior de mi abrigo hay un décimo de lotería para vosotros. Lo he comprado ayer cuando hice parar a tu marido para ir al aseo, que menudo viaje le he dado teniendo que parar cada poco.
– Pero no tenías que comprar nada papá.
– No es papá, es el abuelo – dijo Anita, a quien ninguno habíamos visto entrar.
Las carcajadas hicieron despertar a los dos que faltaban, que en nada estaban pegados al abuelo mientras papá tomaba en brazos a la pequeñaja.
Papá ya había bajado a por el periódico, algo que hacía cada día desde que se había quedado sin empleo por el cierre de la factoría, según decían por falta de carga de trabajo. Mientras los pequeños nos tomábamos los cereales con leche que mamá nos había preparado, él cojeaba las páginas de las ofertas de empleo en busca de algo interesante.
– ¡Mirad niños! esta tarde estará en el centro comercial el apalpador ¡que casualidad!
Entre los anuncios que presentaba aquel día el diario se encontraba uno que pregonaba la presencia del apalpador aquella tarde para revisar las barrigas de los niños y ver que tal se habían portado durante el año.
– ¡Vamos, vamos, vamos! – gritábamos todos invadidos por la emoción de tan gran noticia, y es que la historia del abuelo nos había enloquecido de ganas por conocer a tal personaje.
Al abuelo le hacía casi tanta emoción como a nosotros y no tardó en decirle a papá y mamá que él nos llevaría, que así también conocía un poco la ciudad.
Mamá estuvo de acuerdo, pero dejó claro que iríamos todos, pues el abuelo no podría vigilarnos a los cuatro en el centro comercial, que además seguro que estaría a rebosar de gente haciendo las compras navideñas.
Fue el abuelo quien nos dijo que si teníamos algún deseo se lo contásemos al apalpador, pues a veces podía hacer que se cumpliesen algunos sueños.
La tarde se pasó volando, bueno, el rato que estuvimos a la cola para hablar con aquel hombre enorme se nos hizo muy largo, pero merecía la pena esperar.
Unos días más tarde, en el primer día de vacaciones del colegio, todos nos levantamos temprano, debía de ser la costumbre de hacerlo para ir a la escuela.
Los mayores ya estaban en la cocina apurando los últimos tragos de sus cafés.
– El sorteo debe de estar a punto de empezar – dijo mamá mientras encendía la televisión y comenzábamos a escuchar a unos niños repitiendo una cantinela bastante pegadiza.
De repente todos en la televisión estaban dando voces diciendo que había salido el gordo y que la lluvia de millones se había venido a Galicia. Luego, ya con más calma recitaron los lugares donde había sido vendido aquel número.
– Manuel ¿no fue ahí donde paramos a comprar la lotería?
– Pues creo que sí, anda ve a ver si ha tocado.
– ¡Ay!… ¡ay!… ¡ay, que sí!… ¡que nos ha tocado!… ¡que se han acabado las preocupaciones!
Yo no entendí nada en aquel momento, mamá no podía dejar de llorar y papá abrazaba al abuelo y le decía que con ese dinero arreglarían la casa y nos iríamos todos a la aldea.
Así fue como cambió nuestra vida.
A mí siempre me había encantado estar en la aldea con los abuelos, los veranos allí eran mucho más divertidos que en la ciudad, aunque no había tantos niños como cuando íbamos al parque y allí ni tan siquiera lo había, nos juntábamos unos cuantos niños y niñas de distintas edades que veraneábamos en las casas de los abuelos y nos pasábamos el día correteando por la aldea, los campos y los bosques que la rodeaban.
Fue por eso que cuando llegó mi turno en la vista al apalpador le conté mi deseo, y creo que fue él quien lo hizo realidad a través de aquel décimo de lotería.
Mamá se había traído al abuelo a la ciudad porque la casa de la aldea era muy vieja y necesitaba de arreglos, y el abuelo estaba mayor como para quedarse él solo en aquella casa. Le habían puesto la escusa de venir a cuidar de nosotros mientras ellos salían a buscar un nuevo empleo con el que salir adelante, aunque el abuelo siempre supo que era para alejarle del frío que apretaba mucho en los inviernos de la montaña.
En cuanto confirmaron que el número premiado era el que había comprado el abuelo papá se encargó de buscar quien arreglase la casa de la aldea, y unos meses más tarde estábamos mudándonos todos para allá e iniciando una nueva vida lejos del ruido y las prisas de la ciudad.
El abuelo estaba muy contento de volver a su casa y que todos nos mudásemos a la aldea, pues podíamos salir a dar largos paseos sin encontrar ni un solo coche.
Cuando ya estuvimos instalados, durante uno de aquellos paseos en los que él nos contaba nuevas historias sobre los habitantes invisibles de los bosques y los ríos, yo le confesé que había pedido al apalpador que hiciese que papá encontrase un nuevo empleo y nos fuésemos a vivir a la aldea…
Él me abrazó fuerte mientras susurraba a mi oído… – nunca dejes de soñar Carlitos, cuando menos te lo esperas los sueños se hacen realidad.

GRACIELA PELLAZA

Ciego
Así, sin ojos.
Transitar un reto, sin premio. No había cinta en ningún tramo para cruzar. Era eso, no había mas que eso; pelear en la oscuridad para sobrevivir o rendirse.
El ácido de la batería, la alta temperatura, los terminales que explotan y mi estrella. Envenenada estrella. Una sin luz.
Una palada de tierra o más, fueron aplastando los brotes de mi suerte. ¿Qué soldado clavó la corona de espinos? ¿Quién programó los rasgos de la tortura?
Maldito él hacedor que derritió el óleo de los pigmentos y me dejó huérfano de colores.
Una pupila que no abre ni cierra, un iris negro; ese maligno negro que los invidentes llevan como cruces.
Así, sin ojos
Con una tierra reducida, así estático en el pavor; debía elegir.
Empezar sin soles, sin perillas, seco de luces, surfeando las sombras. El desafío de un cuerpo torpe, de brazos aleteando en los caminos, y quererse mucho, pero mucho en el infortunio, para no morirse en el rincón de la pieza.
Era un humano con dos corazones, que hizo una lista de lo que merezco, y renunció al enojo que me había deshecho.
Era eso…
o los gatillos que hacen agujeros.
Estaba solo en la decisión.
Ya no me tenía más
Ya no me llamo más como me llamaba.
Soy otro; un invencible sin ojos.

MERCEDES FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

VOLVER
Corría el mes de abril y regresaba a Sevilla. No porque fuera víspera de Feria, sino porque había pasado un año y era hora de volver.
Desde el mismo vagón que me devolvía a lo que dejé, recordaba ese aroma a café que tantas veces compartimos, esas mariposas revolotear cuando lo veía llegar desde lejos con ese andar inconfundible, y esa sonrisa suya que lo hacía tan irresistible.
No quería volver la vista atrás, pero tocaba hacer memoria.
Sus manos, su voz, su boca, sus gestos.
Aquellas risas compartidas, aquellos roces a escondidas bajo el mantel, aquellos nervios ante una nueva locura.
Parecía que moríamos de tanto amor. No, el amor parece que te puede matar, pero nunca te mueres.
Nada podía ser tan fácil como volver, ni nada fue tan difícil como cuando me fui.
Abrió la puerta, no me atreví a usar mis llaves. Una voz de mujer de fondo: «Cariño, quién es?»
No había marcha atrás, todo había acabado y lo que firmamos 20 años atrás, se firmaría de nuevo para deshacerlo.
A eso había venido, no?
Abril y su Feria tendrían que esperar.
Ir al juzgado vestida de flamenca no me parecía serio.

GERARDO REAN

Hoy, acabo de salir de esa celda de tres metros cuadrados.
Me cuesta olvidar los días de encierro.
Fueron muchos meses de soledad, donde lo único que veía eran paredes blancas, por una pequeña mirilla,me pasaban la comida, agua y mantas.
Supongo que quien veía tras la mirilla era un enfermero.
Esta soledad me angustia.
Siento estar en un presente infinito, eterno, que me abruma.
En el silencio pierdo las fuerzas, me tiemblan las piernas, se me nubla la vista y muchas veces me despierto sin saber dónde estoy.
Extraño el sol, la luz tras las blancas nubes.
Me falta el cielo abierto, el arrullo de los pájaros, el olor de campo, la suavidad del viento mientras camino por el campo.
Ah cómo lamento no ver un anochecer, las fragancias de las mañanas que día a día despiertan al mundo.
Este silencio es el peor castigo, eterno, interminable.
En la habitación las paredes estaban acolchadas, y no sentía ningún ruido exterior.
A veces pensaba que me habían castigado por alguna falta, que no recuerdo.
Quizás estoy aquí por algún problema de abstinencia.
Si he tomado, lo he bebido.
No se bien porqué me siento culpable, y aceptó pagar con esta reclusión.
Quizás estoy loco, demente.
A veces, el carcelero abre la puerta y deja pasar a una mujer de cabello muy blanco, como su guardapolvo.
En su pecho, en un bolsillo, porta una lapicera roja y toma apuntes en una agenda marrón, que parece de cuero o similar.
Se nota algo gastada, al igual que la mirada aun siendo joven.
No me pregunta nada; solo me mira en silencio y anota.
Hoy, además, gira la cabeza, afirmando o negando, seguramente pensando en sus propias conclusiones.
Perdí la noción del tiempo y, como solución, decidí marcar con una X en la pared todos los días al desayunar y al final del día un círculo. Cálculo que han pasado más de 3 años.
Ayer abrieron las puertas, salí de la habitación, me dieron mi ropa: mi remera celeste, mi camisa negra y mi campera de cuero. En los bolsillos tenía un fajo de dinero y el reloj.
Por primera vez, la mujer me miró a los ojos. No llevaba la agenda de cuero y me dijo: «Eres libre, no desaproveches esta oportunidad. Disfruta de la Navidad».
Camino por las calles, viendo un mundo para mí nuevo, de fragancias y brisas olvidadas, escucho en una esquina villancicos, me quedo embobado, embelesado, las canciones me llenan de paz y alegría y las campanadas llaman a misa.
Estoy en la plaza de mi pueblo. Sentadas en un banco veo a mi madre y mi hijo.Corro, los abrazo, siento sus cuerpos, su calor, y lloro, pero de alegría. Seguimos abrazándonos y mamá me dice: «Ven, hijo, en casa te esperan tu mujer».
Mi madre sonríe, mi hijo llora y yo también.

EDUARDO VALENZUELA

LA OBSESIÓN DE HENRY

Scarlett O’Hara lucía espléndida, llevaba el vestido blanco con detalles negros que usó cuando Rhett Butler la llevó a su nueva mansión en Tara.
―Qué bella eres, Scarlett ―le dijo Henry, sosteniéndola entre sus brazos―. No sabes cómo quisiera que tus hermosos labios me regalaran un beso.
―Pues, bésame si gustas ―respondió ella con frialdad, cerrando los ojos y levantando el mentón para entregarse al señor Higgins.
―¡No! Así no. No lo hagas porque yo te lo digo. Yo necesito que me quieras, Scarlett. Necesito que me quieras de verdad. ¿Has pensado en lo que sientes por mí?
―Oh, sin duda has sido muy atento y caballeroso todo este tiempo conmigo, Henry, pero hoy estoy muy cansada para pensar. Ya lo pensaré mañana.
―No vuelvas a empezar con eso, te conozco mejor que tú a ti misma. No me engañarás con esa evasiva. Ni tampoco con una respuesta falsa.
―Si tanto dices conocerme, entonces ya sabes la respuesta ―dijo ella desviando la mirada hacia el horizonte.
La vista de la inmensa metrópolis se abría en todas direcciones hasta perderse en el infinito. Estaban en un balcón en el piso 502 de una torre, allí vivía Henry. Hacia abajo, la visión de la muchedumbre de transeúntes, como hormigas, causaba vértigo; hacia arriba, las agujas de los rascacielos se perdían entre las nubes y los vehículos voladores deambulaban de un lado para otro semejando a libélulas.
―Scarlett, estás sola en este mundo y no hay nadie más que te ame tanto como yo. ¿Es que no lo ves?… Vamos, acéptame. ¿Qué hace falta para que me quieras de verdad?
Los hermosos ojos verdes de ella se movieron inquietos. Algo estaba pensando.
―No te amo, Henry, sólo te tengo algo de cariño, nada más. Sabes que nunca podré quererte. En verdad que eres un necio.
―Basta, no me hables así.
―Pero es la verdad ―rió, divertida―. ¿No ves lo patético que resultas?
―¡Te dije que no me hablaras así! ―dijo, remeciéndola por los hombros, mientras ella seguía riendo con su magnífico rostro de muñeca― ¡Detente!
―Así soy yo, ya debieras saberlo ―continuó riendo como loca―. Jamás amaré a alguien tan patético como tú, pero puedo hacer todo lo demás que me digas.
Él, enfurecido, la arrastró hasta el borde del balcón.
―¿No te das cuenta que puedo acabar contigo si lo quiero? ¡Dime qué debo hacer para que me quieras!
―Eres un necio patético, Henry. ¡Ja, ja, ja!
Higgins, cegado por la ira, la empujó por el balcón y se quedó viendo como Scarlett caía y caía hasta perderse de vista. Luego, se sentó en el piso del balcón, apoyando la espalda contra la baranda, sintiéndose derrotado.
Una vez más no logró controlarse. No soportaba que Scarlett lo tratara de esa manera. Lo suyo era una verdadera obsesión por el personaje creado por Margaret Mitchell, o más bien, una obsesión por el personaje interpretado por Vivien Leigh.
Ya era la tercera muñeca que destruía. Cada vez que había intentado conquistarla había sido rechazado hasta la exasperación. Y aunque podría haberla usado tal como fue creada ―totalmente complaciente y para su placer―, prefería creer que él podría despertar sentimientos verdaderos en ese “androide para adultos”.
Resignado, se autoconvenció de que podía ordenar una nueva “Scarlett O’Hara” sin desordenar demasiado sus finanzas. Así, nuevamente eligió del catálogo la muñeca de tamaño real ―una réplica exacta de Vivien Leigh― que venía con aquel vestido floral verde y generosamente escotado ―incluyendo el amplio sombrero alado sujeto con un cinto verde en combinación― que usaba el personaje para la barbacoa en Twelve Oaks. Henry contaba con todo el vestuario de la película y disfrutaba enormemente el vestirla con todas las combinaciones posibles.
Ilusionado con que la próxima vez podría lograr enamorar a Scarlett, Henry quedó a la espera de su nueva compra dispuesto a volver a empezar.
FIN

LETICIA R MENA

Desperezarse.
Sentir el frío al sacar los tímidos dedos fuera del envoltorio.
Volver a arrebujarse en la cálida comodidad interior.
Mecerse, dejándose acunar por el viento.
Ir sacando luego poco a poco la fragilidad del cuerpo.
Sentir el peso de lo volátil
como mordiscos agarrados a la espalda.
Sacudirse para quitárselo,
aún cuando parte de tu piel despedazada vaya con ello.
Dejarse colgar de la levedad del tiempo
que todo lo cura.
Extender los restos.
Dejar secar al aire.
Agitar para probar el vuelo antes de lanzarse.
Abrir los ojos
el corazón,
todos los sentidos,
la piel,
toda ella en su inmensidad.
Mirar
tal vez por vez primera.
Atisbar el horizonte y entonces sí,
dejarse desprender del viejo traje de uno mismo
y volar vestido de yo.

RAÚL LEIVA

Circular

Una niña se soltó de la mano de su madre para mirar de cerca una flor. Se encontraba descubriendo las formas entre los colores de los pétalos cuando desde un rincón alejado, percibió una sombra que la observaba. Su imaginación se elevó y tal como Alicia persiguió a su conejo, la niña decidió a encaminarse tras la figura que al verse descubierta comenzó a huir entre las callecitas. La figura, lejos de provocarle miedo, se le antojaba familiar y hasta amigable, como si se tratara de otro niño que la estuviera espiando. Cada vez que ella se detenía, la sombra se escondía mal detrás de una pared colorida o de un arbusto intruso de esos que crecen en las paredes húmedas. La pequeña le ofreció unos caramelos a la distancia y la curiosidad de la figura dejó entrever los ojos claros de una anciana, que al verse descubiertos huyeron por la callecita perdiéndose detrás de un recodo. La niña corrió hacia ella para no perder el contacto visual y grande fue su sorpresa al llegar a la esquina. Se encontró con la imagen lejana de una madre charlando afablemente con un tendero mientras que una niña observaba unas flores. Su corazón se sobresaltó y al mirar sus manos descubrió un mar de arrugas tallados por el tiempo. Su cara había dejado la inmaculada piel para volverse blanda y rugosa. Se cubrió la cabeza con una capucha y al levantar sus ojos vio que la niña la estaba mirando.

BEA ARTEENCUERO

La vida corre veloz como un sueño veo pasar los años.
Fui una niña feliz, en un hogar con carencias pero con mucho amor.
La menor de tres hermanos, crecí con las manos llenas de sueños, romántica, enamorada del amor, ame y fui amada, pase por derrotas que rompieron mi corazón…Caí y me levanté, y hoy a los 77 años me sigo levantando ante cada tropezón, porque sigo soñando.
Errores tengo tantos!! y alguna que otra virtud.
Me gusta la amistad, creo en ella y me entrego sin dudar.
Soy frontal, sin grises..
Blanco o negro.
Mi mayor defecto y mi mayor virtud…La terquedad y la confianza que me tengo, porque creó en mí como persona y eso, me hace seguir hasta lograrlo.
Artesana de corazón, me gusta todo lo que mis manos construyen.
En mi loco recorrido, andando senderos me encontré mirándome hacia adentro y así nació la necesidad de contar mis sentires, mis emociones y mis sueños y eso lo transformó en pequeños segmentos de palabras transportadas a las hojas.
No me comparó con nadie, no envidio, aprendo cada día y lo guardo en un cofre interno.
Soy vanidosa, porqué soy única ya que somos seres individuales e inigualables…
Nadie es igual al otro.
Camino por la vida mirando el sol en cada amanecer, Porque es un volver a empezar…
POEMA YA EDITADO….
Yo soy fuerza
Porque tengo a Dios
Que es mi refugio
Soy constancia
Porque cada amanecer
Me levanto y me elevo
Soy optimista
Porque creo en el mañana
Soy confianza
Porque abrazo con el alma
Soy bondad
Porque tiendo la mano
Al necesitado
Soy valiente
Porque salgo al mundo
De cara al sol
Soy creatividad
Porque la magia habita en mí
Soy alegría
Porque dibujo una sonrisa
Ante cada adversidad
Soy inteligencia
Porque tengo sed de aprender
Soy abundancia
Porque creo en el ser
Soy conciencia
Porque camino de la mano
De la verdad
Soy luz
Porque el amor…Vive en mi!!!
Bea..

ARCADIO MALLO

Todos aplaudían mientras subía al púlpito. No lo acababa de entender, pues debería ser un total desconocido para todos ellos y, además, si alguno estaba en su sano juicio, tenía que estar preguntándose qué diablos hacía yo allí y por qué me daban la palabra. Ajusté el micro, carraspeé y bebí un trago de agua de ese vaso que siempre está junto al micro y que cambian cada vez que se releva al orador. Saqué del bolsillo un manojo de papeles con letras borrosas y miré al frente. Todo estaba oscuro, solo un foco deslumbrándome desde algún punto de la bancada y, seguro, todos los ojos puestos en mí, que comenzaba a titubear y a sudar frío, pues me encontraba sin el discurso que tanto tiempo llevaba preparando. Me repuse. No necesitaba guion. Sabía de memoria lo que venía a decir, con la misma certeza que sabía lo que iba a pasar luego. Así que fijé la mirada en un punto oscuro para evitar la ceguera que me producía aquel maldito foco y comencé.
– Presidentes, señorías, poderes económicos, población en general. Primeramente, agradecer la oportunidad de poder expresar aquí mi opinión ante todos ustedes. Una opinión que, con toda seguridad, coincidirá con la mayoría de mis conciudadanos y con muy pocos de ustedes. Si bien es cierto, o al menos eso parece, que todos estamos de acuerdo de que urge salvar nuestro planeta, nuestro hábitat, nuestro medio de vida. Y ustedes plantean aquí la supresión de los combustibles fósiles, principal causante del cambio climático. Una buena medida si se aplica bien. Pero no teman, bien no la aplicarán, porque eso les convertiría a ustedes en héroes de la historia, al tiempo que en fracasados de su clase social. ¿Por qué? Hablan de sustituir el coche diésel por el eléctrico, causando un endeudamiento obligatorio en todos aquellos ciudadanos que tenemos un coche diésel, con vida útil por delante, con el que no nos permitirán circular. Pero no hablan de la globalización. Nadie está mencionando los miles de buques mercantes que pasean por nuestros mares y océanos, llevando piezas de aquí para allí, para luego volver con el producto acabado de allí para aquí. No mencionan los vuelos comerciales, que infestan nuestros cielos todos los días llevando y trayendo. No osan decir que el turismo tendría que ser local de nuevo, que deberíamos olvidarnos de echar doce horas en un avión para pasar tres días en un hotel con todo pagado y sin salir de allí. No se atreven a fomentar el consumo del producto local asumiendo los costes correspondientes en cada país, bajando así drásticamente la contaminación del medioambiente.
»Hablan ustedes del reciclaje. De la reutilización de las cosas. Sin embargo, descansan esa responsabilidad sobre nosotros, los ciudadanos. ¿Por qué no se miran el ombligo? Ustedes fomentan la economía del usar y tirar, de la obsolescencia programada, de la compensación económica de lo nuevo ante la reparación de lo viejo. ¿Saben por qué? Yo se lo diré. Mis abuelos devolvían los cascos de las bebidas, eso tan progresista ahora, sí, ya se hacía hace sesenta años. No generaban residuos, porque no existían los envases plásticos. En la tienda del pueblo envolvían los huevos en papel de periódico, la fruta estaba en cajas de madera y las galletas venían a granel en cajas de cartón. Todo era fabricado en las inmediaciones, con una durabilidad determinada por su naturaleza, pero se consumía antes de que pereciesen.
»Ustedes, ahora, dedican millones y millones a pagar a gente estudiada para que concluya que debemos hacer esto. ¡Esto! Lo que hacían los analfabetos de nuestros abuelos. Eso sí. Ellos no generaban la plusvalía que ustedes, todos ustedes, se embolsan mientras las cosas van y vienen, dejando detrás de sí un reguero de residuos, de los que, como buenos porqueros, también sacan rédito. Llámenlo reciclaje. Llámenlo gestión de residuos. Llámenlo disimular el estiércol que alimenta sus riquezas.
»Permítanme, para terminar, dejarles una sugerencia para arreglar esto. Volver a empezar. Sí, me han oído bien. Volver a empezar. Volver al origen, a la vida sosegada, a cubrir la necesidad básica, sin consumismo artificial de cosas que no necesitamos para vivir, al equilibrio con la naturaleza y al consumo sostenible de los recursos. La pandemia nos demostró que si nosotros paramos, el planeta respira vida. No será viable económicamente tal como lo tienen planteado. ¡Cambien! Reconduzcan sus fines y dejen de hacerse ricos a cambio de nuestro futuro.
Una palmada a lo lejos me sobrepuso. Desperté angustiado, con el corazón latiendo a mil por hora y con el temor de que alguien me habría disparado por lo que estaba diciendo. Intenté volver a dormir. Ya no fue posible. A las cinco de la mañana tocó el despertador, aunque ya estaba en pie luego de una noche sin dormir. A las seis entraba en la fábrica en turno de mañana. Y me repetí lo de cada lunes: “debo dejar de ver documentales de conspiraciones antes de dormir”.

CARMEN ÚBEDA FERRER

Marinero de paso
Recala en mi puerto
marinero de paso.
Sólo por esta noche,
en tu barco pesquero,
inciénsame de sal y brea,
y cíñeme entre tus brazos
como furiosa tormenta.
Haz fulgurar en mi piel
el fuego del rayo,
y que tiemble mi carne
con el fragor del trueno,
para que se agiten
las lisas aguas
de mi insulso cuerpo.
Cuando claree el día,
no habrá un adiós,
ni un beso,
ni una palabra.
Lo que quisimos hacer
ya lo hicimos.
Solo nos quedará
a tu vuelta…, marinero,
volver a empezar de nuevo…
Mientras tanto
me alejaré envuelta
en el corrosivo perfume
de tu incienso.

GAIA ORBE

Es temprano, la Avenida Directorio está en calma. Abro la ventana mientras me preparo un café. La barrera del Sarmiento en Boyacá aún no hizo colapsar el tránsito cinco cuadras para abajo. Dentro de un rato comenzará la película que veo desde hace más de diez años. “Filas de autos que a bocinazos se hacen paso para escapar por alguna calle paralela. Trabajadores, niños y adolescentes, bajándose de los colectivos antes de que doblen para no llegar tarde”.
Salgo al balcón. El señor barrendero está juntando con premura la basura que rodea los contenedores para que luego el camión recolector se la lleve. Si él no lo hace, el del camión no la juntará. Hay más residuos afuera que adentro.
Es que la basura se debe sacar entre las 19 y las 21 horas, y el camión pasa recién a las 7 de la mañana. Además de lo que dejan afuera los buscadores de tesoros nocturnos, está la carga que la verdulería tiró. Entonces las bolsas rotas, la fruta madura y las verduras achacadas tapizan la calle y la vereda.
Muevo la cabeza pensando en el por qué no podremos volver a empezar. Una paloma se apoya en la baranda junto a mí. Nos miramos.
¡Qué lindo sería vivir en una ciudad empática, donde los que dictan las leyes no sean gente de escritorio sino ciudadanos de a pie!

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

-“Notre Dame en llamas”
-“Arde Notre Dame”
-“Se incendia la Catedral de París”
Estas y muchos más títulos saltaron como primera noticia en todo el mundo.
Fotografías, vídeos de los que por allí pasaban en los primeros momentos acompañados de gritos y lloros; incluso vecinos que, al verlo, corrieron con barreños sacando agua del Sena dispuestos que no se extendiera el fuego mientras no llegaban los bomberos que luego fue prohibido formándose un cordón policial que dejaba solo acceso a los bomberos.
Cuando se tuvo por finalizado el fuego pasaron varios días dando los medios noticas de los desperfectos causados las autoridades pertinentes iniciaron las reuniones a fin de elegir las personas y empresas para su reconstrucción.
Y una mañana, los principales responsables del comienzo, se reunieron con el alcalde en el Ayuntamiento de París.
Pero, de todos estos detalles, hubo uno que se obvió:
Tras horas y más horas, convertidas en días ya que el principal problema era el presupuesto y las ayudas monetarias (reconstruir sin fallos la parte quemada, no suponía problema por haber fotos de todos los detalles desaparecidos o dañados por las llamas), se propuso poner manos a la obra.
Pero entonces un joven arquitecto gran admirador del gótico propuso:
-Ya que a Notre Dame le faltan las torres ¿por qué, ahora que la estamos reconstruyendo, no ponemos el “finis coronat opus” dotándola de lo que le falta. Todos se miraron impresionados sin saber qué responder.
Finalmente, alguien preguntó:
-Primero de todo, ¿de qué estilo las haríamos? Porque el gótico fue evolucionando y…
El joven arquitecto replicó sin dejarle acabar:
-Facilísimo, si la base de las torres estuvo acabada en el SXIV, es cuestión de mirar qué tipo de gótico imperaba en esa época en nuestro país. Si ustedes me lo permiten me encargo de ello, así como de las imágenes en 3D.
Y como el resto tenían prisa y nadie creyó que llevase la cosa adelante, se levantaron dando por finalizada la reunión.
Pero el joven no cejó en su propósito y mientras otros organizaban el comienzo él, en horas fuera de trabajo comenzó a buscar el tipo de torres que podrían acoplarse allí, así como las dimensiones de las mismas teniendo en cuenta los cimientos y las superficies en que habían de emplazarse.
Así que, muy decidido convocó por su cuenta una reunión extra.
Muy seguro de si mismo, abrió los nuevos planos en la mesa, planos que custodiaba él. Pero algo extraño vio al depositarlos sobre la mesa: no tenían el aspecto de cómo los había dejado, no sabía definirlo, pero no era como él solía dejarlo sino como si una mano misteriosa lo hubiese tocado o quizá fotografiado[MJAP1] con algún tipo de extraños rayo o…no podría definirlo; incluso le pareció percibir un olor especial. Sin embargo y pensando que serían imaginaciones suyas, lo desplegó. Conforme lo iba desplegando este olor que él había intuido se hizo real y notado por el resto de los convocados. Y el asombro llegó al máximo al ver que en su interior había un viejo manuscrito con grafía de muchos siglos atrás, bastante difícil de leer que, decía:
-Yo, Paul Blanchet Lavigne, quiero explicar el hecho ocurrido recientemente Estando en la época de máximo esplendor promovido por nuestro rey, Luis XIV que ha hecho de París la capital de la luz y de las Artes, creí que no podía tener una Catedral inacabada y era mi deber llevarlo a cabo. Por tanto, ideé unas bonitas torres que, aún siendo barrocas, armonizaran perfectamente con el resto del edificio.
En aquel París lleno de bullicio la gente no hablaba de otra cosa que de “por fin van a terminar la Catedral”.
Pero en el inicio de las obras, algo terrible pasó: una noche, sin haber tormenta ya que no había ni una nube y la luna y las estrellas lucían claras en el firmamento, bajó una extraña luz, semejante a un rayo y se posó sobre la zona a trabajar, haciendo desaparecer lo poco que se había hecho, así como las herramientas que se utilizaban pero dejando intacto el resto.
Y, lo más extraño todavía fue, que este fenómeno solo lo presenciamos los responsables de la construcción, es decir, yo, mi ayudante primero, el capataz de los obreros y, evidentemente, el Obispo; y es que se dio el hecho de que, repentinamente, sentimos que algo o alguien nos llamaba desde allí, era como un gemido que parecía provenir de la zona donde íbamos a trabajar. Así que, saltando de la cama salimos afuera a mirar y con horror, presenciamos el hecho,
Tras el enorme sobresalto corrimos hacia el lugar. Todo estaba en calma ya, como si nada hubiese ocurrido, Ni un destrozo en el resto, ni un cascote, ni restos de las mencionadas herramientas.
Nos quedamos mudos y paralizados. El tiempo pasó ¿Cuánto? No sabría decirlo, pero estuvimos así, de pie y sin movernos hasta que nos alcanzaron los primeros rayos de sol.
Llegó gente y nadie dijo ni comentó nada, es decir, no se habían enterado.
Y, lo más curioso fue que jamás se habló de las obras propuestas. No lo encontraréis en ningún libro de Historia ni de anécdotas o leyendas parisinas. Fue como si una amnesia colectiva borrase ese suceso.
Tras leer este documento, los convocados a la reunión no lo podían creer y, menos aún cómo había llegado a introducirse entre los planos.
Nadie comentó nada más y a cambio, la reunión se convirtió en un “volver a empezar” el tema del arreglo del monumento.
[MJAP1]

RUTH DALIA VIANA ALZATE

Queriendo vivir el sueño americano en medio de una pandemia tenaz de covid 19, me dio por emigrar a USA a probar suerte después de que me terminaran el contrato de trabajo en el colegio donde laboré durante dos años. Ilusionada por aventurar en tierras desconocidas, vendí todas mis pertenencias y alquilé mi casa…
Me hicieron la despedida y solo faltaba que llegara el día tan esperado para dicho viaje. En USA ya mis familiares me estaban esperando y hasta me apartaron cita para mi primera dosis de la vacuna contra el covid.
Ya antes había viajado por turismo en dos ocasiones y esas hermosas tierras me fascinaron. Es por eso que no se me dificultó deshacerse de todas mis cosas, por que sabía que lo que me esperaba sería mucho mejor…
Pero no siempre las cosas se dan tal cual se planean y un par de días antes de viajar, revisando mi correo, me doy de cuenta que tengo uno de migración de Estados Unidos, mi asombro no pudo ser más grande cuando leí su contenido: » su visa fue cancelada por fraude». Me quedé estupefacta!
Mi error fue quedarme las dos ocasiones más de 4 meses, a lo que ellos pensaron que había trabajado. A eso le llaman fraude, por no manejar la visa adecuadamente.
No poder viajar a ese tan admirado país, después de haber vendido todas tus cosas y sabiendo que ya tu casa, tu única propiedad, está ocupada por unos extraños, te desorienta, pero piensas: ya que estoy y estaré en mi país, debo volver a empezar. Tal vez la vida se pone un poco difícil, pero todo está en tí, en tu cabeza, mente y corazón. Debes poner orden a tus pensamientos y comenzar a planear de nuevo tu vida, así sea comenzar desde abajo, aunque sea con las uñas, con tal de sobrevivir.
Volver a comenzar puede ser un poco difícil, pero no es imposible, por que no es tu entorno lo valioso, sino que eres tú y tu propio potencial el que logra que puedas salir triunfante de la situación que sea. Pero hay algo que es imprescindible y que es lo que te da las fuerzas que necesitas para salir avante y es Dios. El todo poderoso y tú, pueden arrazar con el mundo entero si te lo propones, pero tambirn tu familia y amigos. Siempre es bueno saber que no estás solo!

JOSMA SANCHÍS

VOLVER A EMPEZAR
Llo llevas haciendo toda tu vida. Primero te quedaste huérfano, el abuelo murió en la guerra civil. Tu acabaste el bachillerato, eras un trasto que hacía pellas muy a menudo, pero tu inteligencia y buena memoria te permitían sacar buenas notas.
A los catorce años te pusieron a trabajar en la consulta de un oculista, allí te dedicabas a hacer recados. Te hubiera gustado tanto poder estudiar medicina.
Jugabas al fútbol de portero. Luego apareció mamá en tu vida y ya no pensaste en otra mujer.
Tu única prioridad era casarte y tener hijos. Tardaste trece años en poder hacerlo.
Siempre cambiando de trabajo para poder mejorar tu salario. Estuviste empleado en una fábrica de vidrios para puertas y ventanas; vendiendo máquinas de escribir por los pueblos, a los que ibas en ti vieja vespa; pasaste a ser comercial en una casa de confección de trajes para caballeros; finalmente, fuiste gerente de una empresa de madera para decoración.
Todo lo hacías de buena gana, sonriendo, dejando conocidos y hasta más de un amigo. Tus horarios de trabajo eran maratonianos.
Luego la enfermedad se instaló en tu vida: el cáncer de garganta, del que te recuperaste, aunque no dejaste de fumar más que una temporada; la artritis que de dejó una temporada fuera de combate; las depresiones y el trastorno bipolar. Siempre decías que lo importante no era cuántas veces te caías sino el ser capaz de levantarte una vez más.
Cuando te jubilaste tuviste tiempo para dedicarlo a tus nietos, para leer, para colaborar con un par de asociaciones de justicia social.
Ayer te enterramos, tuviste una buena muerte, el aneurisma de la aorta abdominal, del que te habían operado hacía unos meses reventó, no aguantó todas tus ganas de vivir.
Sé que has vuelto a empezar una nueva vida.

ANGY DEL TORO

SERGIO Y SERGEI
Era una tarde fresca y reluciente de diciembre, apesadumbrada me reclinaba en el pequeño sofá, deseaba compartir con mi niña una rica y tibia taza de chocolate con churros. Envueltas en una manta conectamos el televisor y, una vez más, pensaba: ¿Qué hago? Quería que las horas pasaran, olvidarme de mis problemas.
Comencé a repasar el catálogo de Netflix, me llamó la atención el título de una película cubana: “Sergio y Sergei”, dirigida por Ernesto Daranas en 2017. Leí la sinopsis, una comedia dramática basada en hechos reales que cuenta la amistad entre un astronauta soviético, que se quedó atrapado en el espacio entre mayo de 1991 y marzo de 1992, con un profesor cubano que a través de los radio aficionados y desde la tierra, se hicieron amigos.
Imaginé sería una película divertida y entretenida, pero no sabía que también era una película conmovedora y profunda, que me hacía reflexionar sobre el tema que más me agobiaba en esos momentos, volver a empezar.
Hacía unos días me habían despedido del trabajo, argumentaban mi falta de entusiasmo y que ya no resultaba tan creativa como en etapas anteriores. Estaba divorciada desde hacía menos de un mes, y en absoluta soledad con mi niña de siete años.
Cuanto leo y observo me hace pensar que será la vida quien me indique el camino a seguir. Hoy, más que en otras ocasiones, el tema de este largometraje me lleva a una realidad jamás vista. Un astronauta soviético, Sergei Krikalev atrapado en la estación espacial MIR durante diez meses, veía que su país, la Unión Soviética se desintegraba y se convertía en la Federación Rusa. Durante ese tiempo el astronauta había establecido contacto con Sergio quien también vivía una situación difícil por la crisis económica de su País. Ambos personajes, aunque en la distancia, se apoyaban mutuamente.
Supuse que en algún momento de sus vidas tendrían que volver a empezar. Tanto Sergei como Sergio se enfrentarían a un cambio radical en y tendrían que adaptarse a una nueva realidad, dejar atrás el pasado y buscar nuevas oportunidades para su futuro.
Reflexionando sobre la resiliencia, la esperanza, la amistad y el amor, me acerqué a la ventana, miré hacia lo alto, contemplé los rayos del Sol, el que, desde el atardecer, cedía paso a una luna pequeña y nueva.
Su resplandor me hizo comprender que aún tenía la posibilidad de volver a empezar.

JOSÉ MARÍA GARCÍA ORELLANA

VOLVER A EMPEZAR (Diccionario de sinónimos)
Volver a empezar .-
1.- Repito curso.
2.- Vuelta la burra al trigo,
3,- Abro un libro.
4.- ¡Cuidado que llegan los cuartos!
5.- Caigo en la calavera.
6.- Tengo un hijo.
7.- ¡Olvidé el pasaporte!
8.- Suena el despertador.
9.- Me caso por segunda vez.
10.- En el cuentakilómetros: cero (o casi).
11.- Tengo una hija.
12.- Luna nueva.
13.- “Kick-off meeting”
14.- “Señores pasajeros, siguiendo normas internacionales de aviación civil, vamos a efectuar una demostración sobre el uso del cinturón de seguridad, chaleco salvavidas, máscaras de oxígeno y localización de las salidas de emergencia. Es muy importante que presten atención.”
15.- On a dark desert highway. Cool wind in my hair.
16.- “Dicebamus hesterna die”
17.- GOTO 1
18.- Me caso por tercera vez.
19.- Con el primer fascículo, el número dos y las tapas del primer tomo.
20.- Error 403.
21.- Garci.
22.- When they begin the beguine.
23.- En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
24.- Our twelve points goes to …
25.- Con la mano derecha se siembra el trigo …
Si te han parecido pocos: VUELVE A EMPEZAR

ABBY MARSIE ROGOM

Qué frío hacía. Cortante y húmedo en esa noche furtiva. A ratos caía silenciosamente una aguanieve mansa y fina que nos calaba la ropa. No llevábamos ni una hora caminando cuando se levantaron suaves soplos de aire que hacía remolinos con los que ya eran copos de nieve, haciéndolos girar o caer según las ráfagas.
Tiritábamos, así empapados, la más pacífica de las brisas podía matarte de frio. Llevaba ahora de la mano a mi pequeño, más adelante lo volvería a cargar para quitarle a él el frío, a mí el miedo. La caída de la noche y el paisaje nevado lo pintaba todo de un tono gris, como si las cosas fueran en blanco y negro, todo menos el viejo abrigo azul de mi hijo. Lo miré, debíamos resultar la versión azul de esa imagen de «La lista de Schindler».
Miré atrás, se veía bonito, pero era la muerte. Fuego y humo, aquí, allá, y un poco más arriba, sobre la colina.
Las luces de un vehículo militar alumbraron la carretera a la izquierda, tras los árboles. Salí del camino tirando de mi hijo y salté a la cuneta con todo y el frió, el miedo y la esperanza y la fé, sin pensar; por suerte el suelo hacía una pequeña hondonada a lo largo de la orilla derecha, cubierta también por una fila de árboles, salpicando la vereda a tramos, aquí y allá. Y nos quedamos tumbados en la nieve crujiente.
Absurdamente me reí pues, al haberlo agarrado para que no se hiciera daño, no sé cómo metí la mano por la parte baja del abrigo y la saqué por detrás de su cuello, le hice cosquillas y reímos de puro nervio. Por temor de que nos oyeran,
le indiqué que se estuviera quieto y en silencio y lo miré a los ojos encendidos, reflejando un fulgor que venía de lo alto. Miré arriba buscando el silbido. Sabíamos lo que seguía, otra explosión, cascotes, fuego, lamentos.
Cruzó la bomba sobre nuestras cabezas y nos quedamos agarrados uno en los ojos del otro, y mi miedo entró por las pupilas dilatadas de mi hijo y a mí me entró su pánico infantil enloquecido. Sólo tenía seis años. Se quedarían esas cosas grabadas en su cabeza. Pensé con rabia en los culpables de todo aquello. Malditos.
Me incorporé un poco y miré el vehículo que se alejaba, calculé mal, estaba demasiado cerca. El muchacho volvió la cabeza y me miró con sus ojos cansados, me vio y me temblaron las piernas. Era casi un niño. Yo imaginé que daría el alto y vendrían a por nosotros; el chico volvió la cabeza al camino y no habló. Me quedé observándolo hasta que desapareció en la siguiente curva, sentado sobre el camión descubierto y el fusil agarrado mirando al cielo que tenían de fondo, miré yo al cielo también de alivio.
Muy cerca de la media luna pasó veloz una luz y se paró de repente, quedando camuflada entre las estrellas, disfrazada y observando, como los espías.
Si nos observaran otras civilizaciones más avanzadas debíamos ser para ellos como un puñado de monos armados y violentos con ropa.
Evolutivamente hablando nos faltaba algo.
¿Puede algo ser fácil y difícil a la vez?
Pensaba a menudo que si hiciéramos lo que dice el mandamiento: «amarás a tu prójimo como a tí mismo» no existirían las guerras, ni las traiciones ni las enemistades. Cada mandamiento es una verdad trascendente para cada uno, y para éste en relación a todos y a todo.
No soy particularmente religiosa, pero no hace falta para distinguir el bien del mal.
No entendemos; matamos pues y nos atrevemos a hacerlo en nombre de Dios.
Alguien creyó en la antigüedad que necesitábamos esa guía escrita, y no se equivocaba. Miles de años no han bastado para que entendamos, y seguimos creando guerras y destruyendo vidas.
Quienes hacen la guerra curiosamente son los que quieren vivir en paz, quienes la ordenan son los monstruos porque es una monstruosidad hacer salir a matar a esos jóvenes que dejan su trabajo o estudios, o tienen una visión romántica y falseada de la guerra y de los héroes, que no tarda en quedar destruida, porque no cabe en el corazón tanta muerte.
Pero puede que si le hubiese cogido en otro momento, o hubiese sido su compañero el que me hubiera visto, podría haber acabado nuestra historia en aquella zanja. ¿Existe la casualidad?
Pero había gente buena, gente que ponía en peligro sus vidas por ayudar.
Teníamos que llegar al poblado, allí nos recibirían y nos sacarían del país.
Caminamos en aquella noche escarchada, los músculos doloridos y tensos, la mandíbula encajada, tiritando. Todo lo que tenía para ofrecerle a mi pequeño era una mano helada y un camino oscuro. Dicen que el infierno es un lugar en llamas, un enorme caldero de lava hirviente, pero aquella noche de sombras, en aquel camino desolado, en el que hasta las raíces de los arboles estaban congeladas, en el que cada bocanada de aire te atería más los músculos, caminando en la negrura hacia una esperanza que no sabía si me estaría esperando en el lugar acordado, sentí estar en el infierno.
No entendimos los mandamientos de piedra, ni tampoco que Dios no va a venir a darnos instrucciones escritas en una roca porque no hace falta ser Dios para entender y actuar según obviedades para las que sólo hace falta ser seres humanos conscientes. Ni va a darle a Noé los planos y medidas del arca como si Dios fuera un maestro armero.
Miré de nuevo mis pies y me acomodé el trozo de tela entre el zapato y el tobillo, el roce del borde con el continuo andar empezaba a pelarme la piel. Seguimos andando, ateridos, aquel camino incierto.
No son necesarios nuestros nombres, ni el país, porque somos todos y en cualquier lugar, tú eres yo y tu hijo es el mío.
Eso que sentimos con el corazón cuando vemos las imágenes de los niños heridos, de las madres en lamento, de las familias mirando los escombros de sus casas y de sus vidas, es la voz que nos habla a todos, pero nos gusta olvidarlo, y lo olvidamos.
Amanecería pronto. Allí a lo lejos se veía el tanque abandonado y casi desguazado que estaba a la entrada del poblado, ya casi llegaban. Salimos de la ciudad poco antes de anochecer, al amanecer llegábamos.
Miré de nuevo atrás, con mi hijo dormido en mis brazos. La ciudad se despedía de nosotros con las columnas de humo ondeando en el aire; yo con lágrimas en los ojos y sangre en los pies.
Miré arriba, buscando el silbido, cuando se hizo atronador comprendí que la explosión sería cerca, no podía escapar, no podía correr, apreté a mi hijo contra mi pecho, y entonces salté en la cama, y abrí los ojos. Era el tercer día en el país y con la familia que nos acogió y todavía despertaba sin saber dónde estaba y con la misma pesadilla.
Las cosas ocurridas en los ayeres de nuestra vida son insistentes, se agazapan te hacen emboscadas sorpresivamente en cualquier momento, acosando, persiguiendo, destruyendo.
Todo lo que soñaba fue lo que ocurrió, menos la caída de la bomba final. En lugar de eso, nos recibieron y ayudaron, haciendo posible que estemos aquí ahora.
Debía ser el miedo aún, y el no estar segura todavía de estar a salvo, lo que me hacía seguir sintiendo el acoso de las bombas.
Cuando comienzas de nuevo, no borras el pasado, sólo lo dejas en su lugar, y sigues caminando.
Y yo… volveré a empezar. Sonreí a mí pequeño mientras le acababa de poner la chaqueta; con un movimiento rápido, le metí la mano por debajo y la saqué por detrás de su cuello. Reímos.
Amparo Martínez Gómez
31/12/23.
le indiqué que se estuviera quieto y en silencio y lo miré a los ojos encendidos, reflejando un fulgor que venía de lo alto. Miré arriba buscando el silbido. Sabíamos lo que seguía, otra explosión, cascotes, fuego, lamentos.
Cruzó la bomba sobre nuestras cabezas y nos quedamos agarrados uno en los ojos del otro, y mi miedo entró por las pupilas dilatadas de mi hijo y a mí me entró su pánico infantil enloquecido. Sólo tenía seis años. Se quedarían esas cosas grabadas en su cabeza. Pensé con rabia en los culpables de todo aquello. Malditos.
Me incorporé un poco y miré el vehículo que se alejaba, calculé mal, estaba demasiado cerca. El muchacho volvió la cabeza y me miró con sus ojos cansados, me vio y me temblaron las piernas. Era casi un niño. Yo imaginé que daría el alto y vendrían a por nosotros; el chico volvió la cabeza al camino y no habló. Me quedé observándolo hasta que desapareció en la siguiente curva, sentado sobre el camión descubierto y el fusil agarrado mirando al cielo que tenían de fondo, miré yo al cielo también de alivio.
Muy cerca de la media luna pasó veloz una luz y se paró de repente, quedando camuflada entre las estrellas, disfrazada y observando, como los espías.
Si nos observaran otras civilizaciones más avanzadas debíamos ser para ellos como un puñado de monos armados y violentos.
Evolutivamente hablando nos faltaba algo.
¿Puede algo ser fácil y difícil a la vez?
Pensaba a menudo que si hiciéramos lo que dice el mandamiento: «amarás a tu prójimo como a tí mismo» no existirían las guerras, ni las traiciones ni las enemistades. Cada mandamiento es una verdad trascendente para cada uno, y para éste en relación a todos y a todo.
No soy particularmente religiosa, pero no hace falta para valorar las cosas con ética y moral.
Alguien creyó en la antigüedad que necesitábamos esa guía escrita, y no se equivocaba. Miles de años no han bastado para que entendamos, y seguimos creando guerras y destruyendo vidas.
Quienes hacen la guerra curiosamente son los que quieren vivir en paz, quienes la ordenan son los monstruos porque es una monstruosidad hacer salir a matar a esos jóvenes que dejan su trabajo o estudios, o tienen una visión romántica y falseada de la guerra y de los héroes, que no tarda en quedar destruida, porque no cabe en el corazón tanta muerte.
Pero puede que si le hubiese cogido en otro momento, o hubiese sido su compañero el que me hubiera visto, podría haber acabado nuestra historia en aquella zanja. ¿Existe la casualidad?
Pero había gente buena, gente que ponía en peligro sus vidas por ayudar.
Teníamos que llegar al poblado, allí nos recibirían y nos sacarían del país.
Caminamos en aquella noche helada. Dicen que el infierno es un lugar en llamas, un enorme caldero de lava hirviente, pero aquella noche helada, en aquel camino oscuro y desolado, en el que hasta las raíces de los arboles estaban congeladas, en el que cada bocanada de aire te atería más los músculos, caminando en la oscuridad hacia una esperanza que no sabía si me estaría esperando en el lugar acordado, sentí estar en el infierno.
Miré de nuevo mis pies y me acomodé el trozo de tela entre el zapato y el tobillo, el roce del borde con el continuo andar empezaba a pelarme la piel.
No son necesarios nuestros nombres, ni el país, porque somos todos y en cualquier lugar, tú eres yo y tu hijo es el mío.
Eso que sentimos con el corazón cuando vemos las imágenes de los niños heridos, de las madres en lamento, de las familias mirando los escombros de sus casas y de sus vidas, es la voz que nos habla a todos, pero nos gusta olvidarlo, y lo olvidamos.
Amanecería pronto. Allí a lo lejos se veía el tanque abandonado y casi desguazado que estaba a la entrada del poblado, ya casi llegaban. Salimos de la ciudad poco antes de anochecer, al amanecer llegábamos.
Miré de nuevo atrás, con mi hijo dormido en mis brazos. La ciudad se despedía de nosotros con las columnas de humo ondeando en el aire; yo con lágrimas en los ojos y sangre en los pies.
Miré arriba, buscando el silbido, cuando se hizo atronador comprendí que la explosión sería cerca, no podía escapar, no podía correr, apreté a mi hijo contra mi pecho, y entonces salté en la cama, y abrí los ojos. Era el tercer día en el país y con la familia que nos acogió y todavía despertaba sin saber dónde estaba y con la misma pesadilla.
Las cosas ocurridas en los ayeres de nuestra vida son insistentes, se agazapan te hacen emboscadas sorpresivamente en cualquier momento, acosando, persiguiendo, destruyendo.
Todo lo que soñaba fue lo que ocurrió, menos la caída de la bomba final. En lugar de eso, nos recibieron y ayudaron, haciendo posible que estemos aquí ahora.
Debía ser el miedo aún, y el no estar segura todavía de estar a salvo, lo que me hacía seguir sintiendo el acoso de las bombas.
Cuando comienzas de nuevo, no borras el pasado, sólo lo dejas en su lugar, y sigues caminando.
Y yo… volveré a empezar. Sonreí a mí pequeño mientras le acababa de poner la chaqueta; con un movimiento rápido, le metí la mano por debajo y la saqué por detrás de su cuello. Reímos.

NILA J BOHORQUEZ

Me faltaría espacio en esta página para describir las veces que he vuelto a empezar en mi larga trayectoria de existencia.
Hoy, lo que describo brevemente, no es producto de mis fantasias, sino algunas reminiscencias de mis vivencias, de mi sentimientos y de ese viaje en el tormentoso mar entre vaivenes de gigantescas olas, buscando un puerto seguro.
Esta vez no será mi último «volver a empezar», pues siempre habrán motivos suficientes para iniciar con fe y entusiasmo, ese caminar por la vida aunque sean senderos tortuosos, porque la vida es bella (para mí lo ha sido)…y hoy disfruto a cabalidad el hecho de haber podido llegar a mi ansiada dársena, donde me esperaban con alegría mis amados hijos y nietos, después de mi ausencia forzosa durante siete (7) años navegando en océanos inciertos en una nave, cuyo timón, era guiado por mí misma, asistida por las Manos de la Divina Providencia (soy creyente del Gran Poder de Dios).
Y después de haber pisado «puerto seguro», he vuelto a empezar con todo lo que representa y significa vivir en un lugar del mundo que no es mi terruño…pero…¡ya se llegará el momento de regresar a mi amado país, Venezuela!
¡Y entonces …volveré a empezar!

ANA DEL ÁLAMO

EL CANTO DEL OLVIDADO
Una rosa seca sin aliento
El canto lejano de un amigo
El quejido de un viejo
Una llamada a filas
Una lágrima negra
La melancolía del triste
Una barca buscando su orilla
El naufragio de un barco herido
Un dibujo desteñido bajo la lluvia..
Viajar por la miseria,
el frío, la hambruna,
la guerra, la desesperanza.
Ojalá, el abrazo amigo
Una flor en tu solapa
Una comida caliente
Retozar en la orilla
Morir de risa
Reír por nada
Una bandera blanca
Volver a empezar!!

IKER YELED

Era invierno por la mañana temprano. La hora exacta no recuerdo. Notaba el frío que entraba por una de las ventanas rotas de la cocina. En el exterior de la vivienda, que era muy antigua y se encontraba en el centro histórico de la localidad, la lluvia era un fenómeno constante, se mantenía en ese tiempo presente durante todo el día, prácticamente; el frío se dejaba sentir incluso con el abrigo puesto y las botas para el agua (que había encontrado en muy buenas condiciones, dentro de un contenedor de basura cercano, el último verano), que intentaban protegerme de las inclemencias climáticas. Aunque, paradójicamente, no lo lograban, a pesar de encontrarse en buen estado, como ya he comentado. Era algo extraño, paradójico.
En algún momento de la noche me desperté y tenía que volver a empezar de nuevo. A intentar entender, a lograr contar los números infinitos, las letras pintadas de colores diferentes, que se encontraban desaparecidas en ese eterno mundo donde la imaginación habita libre; a reaprender lo que había soñado esa noche. Como soñaba cada día, se me había olvidado que el día es para dormir y la noche para descansar. O eso se supone que debía ser. Quizá se me había vuelto a olvidar para tener que volver a empezar de nuevo
No recuerdo bien por qué motivo ocurrió, pero apareció en mi mente una idea nada habitual por esa época. A saber, algo que desconocía hasta ese momento… Una señora con un abrigo de color fucsia y de aspecto extravagante, apareció en mi camino y me inquirió de la siguiente manera:
– Buenos días señor H.- me inquirió una mujer desconocida cuando iba caminando por el parque.
– Buenos días señora, ¿la conozco? – pregunté sorprendido por el inesperado saludo.
Ella no respondió. Se quedó mirando mi abrigo, que era de color grisáceo, coloreado con unas rayas blancas que hacían formas circulares, con la letra H, inicial de mi nombre. Era una prenda muy curiosa y poco utilizada. Por lo que la tenía muy cuidada por el escaso uso que tenía. Parecía recién estrenada. Y ella me preguntó:
– ¡Qué abrigo más hermoso!- comentó con suma alegría.
– Muchas gracias por el cumplido- respondí de manera educada, asertiva.
– No debes agradecerme el cumplido. Es el abrigo que tenía mi hermano, que se llamaba H, como tú…..

EMILIANO HEREDIA

Analfabeto de la letra a.
Dos personas.
Amigos de hace mucho y reencontrados de hace poco.
El humo de dos cafés cose sus miradas.
Una, con el reflejo de una larga guerra terminada.
La otra, interrogante.
Uno de ellos, remueve el café y deja junto a la taza el sobrecito de azúcar recién echado.
Amiga de siempre, enfrente.
-Te veo más relajado. -dice, sonriendo –
-Si, la verdad es que sí -responde con una leve sonrisa de afirmación, casi con rubor- y agotado.
-Has tenido unos años muy difíciles
-Bastantes-replica resignado –
-Es que lo que has tenido que pasar majo…-le dice dando un sorbo al café –
-Pero ya no me duele tanto el contarlo -mira al vacío, hacia la calle, con los ojos un tanto vidriosos –
-Es que tu ex mujer, siempre ha sido un poco hija de puta-lo dice con el fastidio e indignación con la que la ex mujer de su amigo lo ha tratado antes-
-Si, la verdad es que sí. Han sido años muy, muy duros. Pero ya no tengo miedo de escuchar el ruido de la puerta de la casa que se abre, y como un toro recién salido del toril, cornearme ella con sus insultos, sus «me cago en dios».
Los reproches de que no he hecho nada, que soy un vago y estoy todo el día tumbado en el sofá.
-Pero has podido salir, volver a empezar una nueva vida-le dice la amiga, cogiéndole la mano-.
-Si, por fin he podido salir de esa cárcel -retira la mano en un acto reflejo – perdona, te he quitado la mano sin querer, es que no estoy acostumbrado.
-No te preocupes, lo entiendo, ahora estás empezando de nuevo
-Me he vuelto un analfabeto de la letra a
-No te entiendo
Si, no sé a, amar, hace años que ese verbo se me ha olvidado, ella siempre me ha censurado ese verbo. Me ha intoxicado el corazón con su verbo odiar y carbonizado los pulmones con su verbo fumar.
No sé a, acariciar, sólo conozco el verbo pegar, cuando ella me pegaba, con saña, e inquina, con el puño cerrado, o cuando se acostaba al revés, es decir, con la excusa de que tenía calor, o estaba más cómoda, me ponía los pies donde mi cabeza, y la mayoría de las veces me daba patadas para echarme de la cama, diciendo:»lárgate de mi cama, hijo de puta».
-¡madre mía!-exclama con gesto de reprobación –
-Tampoco sé a, abrazar, no sé lo que es un abrazo de amor. He estado muchos años padeciendo soledad acompañada. Dentro de mi matrimonio he sentido la soledad más absoluta. La soledad de a quien le echan de casa, haga frío o calor, bajo la amenaza de llamar a la policía, porque ya habían venido dos veces por sus gritos de loca.
Soy analfabeto de a, de acto sexual.
Es muy duro que alguien que te pega, te insulta; que pega e insulta a sus hijos, más a su hija mayor, porque se parece a tí.
Es muy duro, que te pida relaciones. Es como una violación, además de soportar su cuerpo desnudo, obscenamente obeso moldeado por el pecado de la gula.
Golpearte en la cabeza la frase «éste es maricon, no me folla».
-¡Ostras!
-Pero tengo el orgullo de haber criado a mis hijos, desde que nacieron, de haberles leído cuentos, jugado con ellos en el parque, mientras su madre se quedaba durmiendo en el sofá.
El suelo de mi casa no tiene cicatrices de las cosas que ella tiraba al suelo. Ni hay restos de cristales, ni de cosas rotas. Y el servicio no huele a pis, como aquella vez que se orinó a propósito en el suelo, para joderme.
-Jolines, se que ha sido duro, pero ahora tienes nueva vida.
-Si, tienes razón, mis libros han sido liberados de la cárcel de cartón donde estaban encerrados, mis discos vuelven a sonar, mis cosas, ya no corren peligro de ser destrozadas por sus manos.
Si, ahora estoy empezando a vivir.
30 de Diciembre de 2023, en una parada de autobús

MAITE BILBAO

¡AL DIABLO CON LA ABSTINENCIA!
–No me pude resistir. Lo hicimos hasta llegar al…
–Pero me prometiste que no le volverías a ver, para eso fuiste a terapia durante un año.
–Lo sé. Creí que estaba curada, que las sesiones habían surtido efecto.
–Entonces, ¿me puedes contar cómo pasó? Quizás pueda entenderte.
–No hay mucho que contar. Yo estaba allí, él también. Le miré, me miró, dirigiendo sus ojos hacia mi…
–No sigas, sé lo tentadora que puede ser.
–Yo también le miré su…
–Ya, entiendo. Imposible resistirse, y ¿cómo era?
–Supongo que desde fuera podría considerarse normal, o pasar desapercibida. Pero, ya sabes todo lo que me gusta.
–Eso no es suficiente excusa para hacerlo nuevamente.
–Él también me miraba con pasión. No pude resistirme. La vida es para disfrutar.
–¿Te tengo que recordar lo que te ocurrió la última vez?
–No hace falta, todavía guardo esos momentos en mi memoria. Ese suave y preciso movimiento de su mano mientras lo hacía…
–¡Calla, por favor! Yo también estuve con él hasta que nos quedamos estancados.
–Lo siento, sabes que me uní a él, solo por interés. Me complementaba. Le abandoné cuando supe lo vuestro, pero…
–Gracias, amiga, pero quizás si la terapia no ha dado resultado sea porque debéis estar juntos.
–Solo te puedo decir que cuando estoy junto a él, como tú sabes, se produce la magia, todo fluye…
–Me das envidia, conmigo no era tan profundo.
–No pude resistirme más, volví a caer. Al terminar, nos miramos, y no hizo falta nada más. Era perfecto. Aunque ya sabes que le daremos más vueltas hasta alcanzar lo sublime.
–¡Qué demonios! Me alegro por ti y por él.
–Hemos quedado para esta tarde para volver a empezar, más despacio. Me ha prometido practicar texto salvaje, hasta alcanzar el sarcasmo.
–¡Je, je! A mí me juró hacerme el humor todos los días. Terminamos con ironía. Sed felices, compraré todas vuestras novelas.

ANA MARTÍN-SIERRA

Y ahí esperaba en el puerto…
plantada como una piedra.
Al llegar la oscuridad
hablaba con las estrellas…
Compartía su dolor y su tristeza,
sus anhelos…
Cómo en silencio gritaba
cómo le echaba de menos.
E incluso había lanzado
mensajes en varias botellas
esperando que una respuesta
pudiera volver con ellas.
Pero el mensaje no llegó
ni tampoco las botellas…
No hubo nada que iluminara su noche
ni siquiera las estrellas.
Y así con el alma rota
y toda ilusión perdida
se dio la vuelta rendida
aceptando su derrota.
Esta vez no volvería,
no miraría atrás…
Y con lágrimas en los ojos
ni siquiera se despidió del mar…
Tocaba volver a empezar…

ALEXANDRA FERNÁNDEZ

El fin da paso al comienzo; volver a empezar.
La vida es una danza de fines y comienzos que juegan con los humanos sumergidos en ese oscilar exacto y preciso.
Algunos seres toman conciencia de este baile, que se puede tornar en un aprendizaje, pues el que vuelve a empezar, es por algo, por un sueño a cumplir, por una esperanza que resuena en su corazón o por un amor que lo llama para volver a empezar.
Volveremos a empezar un nuevo año, agradeciendo todo lo bueno, lo aprendido, lo amado, lo disfrutado desde los amaneceres hasta las noches sin luna, pero con estrellas que nos ayudaron a marcar los rumbos que se pudieron tornar tormentosos. Apareciendo la calma que nos hace volver a empezar.
Volveremos a empezar, seguiremos amando cada árbol, cada nube, cada estrella, cada lluvia o cada cascada que cae libre para volver a empezar el río caudaloso que corre rumbo al mar, buscando volver a empezar un océano infinito en nuestra bella esfera azul que clama ser escuchada, pues gime por sentir la piel quemada en su infinidad de bosques y selvas. Ella llora por aquella daga que penetra en la Madre Tierra que es exprimida para sacar el oro blanco y el negro, dejando a su paso la desolación.
La vida constantemente nos está dando la oportunidad de volver a empezar, pero ese comienzo es un despertar de conciencias dormidas para no convertirse en simples rutinas de una vida por seguir y nada más.
Que tu año nuevo esté lleno de inspiración e introspección para fortalecer nuestro compromiso por un mundo en el que elijamos vivir.

SANCHEZ KATA MAR

UN AÑO MAS
Un año más que pasa como agua entre los cántaros
Un año más con propósitos, metas y deseos que rara vez se cumplen
Un año más para llenar los faros de felicidad que alumbren y deslumbren.
Un año en que tuve alegrías, tristeza, conflictos penas
Un año que termina lleno de sentimientos encontrados y cadenas
Un año que a pesar de todo estuvo bendecido de haber llegado de buenas.
Tengo un año entero para brillar más que el sol con buena vibra y con días esperanzados
Tengo un año entero para que las cosas bonitas y bellas se me den si las ando buscando
Tengo un año en que mi risa sea música para los oídos y corazones la sigan amando.
Un año que termina lleno de conflictos, lagrimas, tristeza y agonía
Un año que comienzo repleto de cosas bonitas bondad infinita
Un año que termina con la bendición de haber llegado al final disfrutando de una nueva melodía
Un año que comienza con la vibras bien altas donde la meditación y oración escrita.
Un año más para ayudar a otros, a los desvalidos y acongojados
Un año más para ser el hombro del que llora para estar unidos
Un año que fue la luz del uno, la calma del otro, sintiéndose más queridos
Un año que es para el olvido donde el ser humano saco lo peor de si, malheridos.

GUILLERMO ARQUILLOS

VALERIA
Valeria era la chica de Lucio, nuestro hijo. A principios de julio vinieron juntos a casa y era evidente que se querían. Nunca antes habíamos visto que los ojos de Lucio se iluminaran al mirar a una mujer, ni lo habíamos visto sonreír —y hasta reírse a carcajadas— con sus ocurrencias, un poco infantiles.
Lucio y Valeria siempre estaban borrachos. Empezaban a beber cuando desayunaban, en plena resaca, al mediodía, y ya no paraban hasta caer rendidos bien entrada la madrugada.
Nosotros, creyendo ver una mala influencia en el alcoholismo de nuestro hijo y un mal ejemplo para nuestros nietos, hubiéramos preferido que la chica no se quedara en casa. Además, era demasiado joven para Lucio, que ya había cumplido los cuarenta. El primero en invitarla a que se marchara fue mi marido, si es que puede usarse esa palabra.
—Si has venido a esta casa a ver lo que pescas, ya te puedes estar largando. Estamos hasta las narices de busconas y listillas que nos roban los cubiertos de plata y los cuadros para ver lo que venden —le gritó.
—Por Dios, ¡no le hables así a…!
—Le hablo como me sale —me interrumpió—. Esta es mi casa. Estos son mis cuadros. Estos son mis hijos. No he formado una familia para que ahora una niñata de veinte años venga a robarnos.
Bueno, tengo que decir que mi marido tenía el carácter un poco difícil. A veces, incluso un poco áspero; sobre todo, cuando se trataba de cosas de los chicos.
Valeria lo miró muy atenta, como si no lo entendiera. Abrió bien los ojos. Levantó las cejas… y sonrió. No dijo nada, simplemente le sonrió.
En aquel mismo instante me di cuenta de que Valeria no era una chica corriente, una más. Le podía haber soltado cuatro frescas a mi esposo, pero era el padre de Lucio y no quiso avivar más su ira. También podía haberse marchado, ofendida, y haberse llevado a Lucio con ella. Quizá no los hubiéramos vuelto a ver nunca. Valeria, en cambio, no hizo nada de eso: sencillamente sonrió. Nos sonrió a todos. Estoy segura de que nunca le comentó a Lucio aquel incidente.
Con el regreso de Lucio, la vida volvió a la normalidad. Nuestros otros dos hijos iban diariamente a sus trabajos, mis nueras y nietos se pasaban el día en la piscina, aprovechando los días calurosos y mi esposo y yo discutíamos a menudo, como de costumbre, por cualquier tontería. Cuando podían, todos se iban un fin de semana de turismo, a Ronda, o a Antequera o incluso subían hasta Granada. Mi marido y yo nos quedábamos en casa porque él ya tenía problemas de rodilla.
La noche del accidente, volvían de una de sus juergas. Conducía Valeria y ocurrió llegando a casa. Lucio murió en el acto, ella resultó ilesa y mi marido quiso que le hicieran la prueba de alcohol en sangre. Nos sorprendió: el resultado fue negativo.
Hubo una fuerte discusión y muchos llantos. Valeria no decía nada. Mis hijos y mis nueras, mi marido y yo misma mirábamos a la chica como la responsable de la muerte de Lucio. Ella, con lágrimas en los ojos, se levantó, en mitad del salón, mientras hacían la autopsia a nuestro hijo y utilizó solo siete palabras. Siete palabras que lo cambiaron todo y que no olvidaré jamás:
—Estoy embarazada, por eso no he bebido.
Los días que siguieron fueron muy tristes. Hubo que velar el cadáver de Lucio, incinerarlo, subirlo a un cerro y lanzar sus cenizas al viento, como él siempre había dicho que quería. Valeria estuvo todo el tiempo con nosotros y mi esposo hasta llegó a abrazarla, nadando en lágrimas por su Lucio.
A mediodía, una criada se acercó gritando:
—¡Se ha cortado las venas, la novia del señorito se ha cortado las venas!
Fuimos corriendo a ver qué pasaba. Una de mis nueras llamó al 112 y la otra fue a por unas vendas y unos trapos. Había mucha sangre en la bañera.
Cuando Valeria volvió del hospital, unos días después, la familia ya había hablado sobre ella. Habíamos decidido que se quedara, que era el momento de volver a empezar la relación con ella y entre nosotros. Si ella era la chica que había amado Lucio y, puesto que iba a ser madre de uno de nuestros nietos, nosotros la acogeríamos y sería para siempre como una más.
Valeria no hizo caso. Subió al dormitorio y recogió sus cosas.
Se fue serena y con pocas palabras. Después de todo, no creo que tuviera razones para marcharse. Solo se fue porque quiso dejarnos, para empezar una nueva vida lejos de nosotros.

ANNERIS GARCÍA

Llega un día en que descubres que estas cansada de esperar sus besos, de cometer errores, de intentar recomponer lo que ya está roto.
Ese día dices basta, abres los ojos y ves todo el desorden que llevas dentro. Empiezas a descubrir todo lo que habías olvidado de ti. Comprendes que sigues estando ahí, sigues siendo la misma.
Soy rebelde, atrevida, soñadora, extrovertida, soy guerrera, luchadora, no me detengo ante la vida. No me asustan los retos, me motivan.
Te di muchas oportunidades para que me conocieras, me complacieras y me hicieras sentir completa.
Ahora es tiempo de amarme a mí misma, reencontrarme, afrontar nuevas metas, pelear contra nuevas corrientes y salir victoriosa en mis propias batallas.
Es tiempo de salir a la calle, sentir la lluvia inundando mi alma, descubrir nuevos caminos y desplegar mis alas.
Es tiempo de florecer en mi propio jardín, ser dueña de mis antojos, mostrarle al mundo que no me escondo de nada ni de nadie, porque ya me he liberado de todo lo que me retenía, me he quitado la máscara que me impedía ver. Porque la culpa ya se quedó en tu cajón, ese que guardas con recelo y al que yo no quiero volver.
Ahora me asomo a mi balcón, para ver como despiertan los campos, como amanece en el horizonte y se disipa esa bruma que me atrapaba sin salida.
Hoy toca volver a empezar, descubrir una nueva vida, una huida con un rumbo fijo. Disfrutar de cada día, amarme, quererme, sentirme, vivir, soñar, reír.
En esta nueva estación sólo aceptaré personas que me aporten alegrías y quieran acompañarme de la mano sin adelantarse para pintarme baldosas de fantasías.
Estoy convencida, decidida, ya nada me retiene, nada me importa, ni lo que piensen ni lo que digan. Estoy preparada para descubrir cuál será la siguiente parada, la salida.
Inicio la carrera desde mi propio punto de partida. Ya sé cómo cuidarme y llegar a mi meta, he descubierto que da igual estar herida. No conseguirás verme hundida.

ROBERTO MASSI

¡¡Feliz año nuevo!!
LLegue sin que me sobre nada y comencé con el pie izquierdo, pero ya le queda poco a este año del conejo que en realidad, creo fue hiena. Ya lo acomodará todo el dragón.
Tema de la semana:
¿Volver a empezar?
Se enteró por WhatsApp. Su vida sentimental con Carlos había concluído.
Sintió asco, el paladar pegoteado, impotencia, los mocos líquidos, bronca y sus lágrimas fueron una murga descontrolada. Conoció lo amargo de tocar fondo. Preguntó a la almohada babeada el por qué y recriminó el silencio a gritos y puñetes. Permitió que las tristes canciones no recomendadas expandan su tristeza. Que su alma agujereada respire oscuridad de sótano.
El llamado de su hermana la salvó de perder peso específico. Con la cara lavada y el pelo desgreñado subió seiscientos sesenta y seis escalones hasta el café de enfrente, para acudir a clase.
Coca, la mayor, sabía cómo sacudir el letargo. Llegó con bolsas de tiendas de marca en los antebrazos, lentes de sol espejados y la capelina que compartieron en Ipanema. Tiró tres besos al aire, de mejilla en mejilla y con cara de madre inflexible, le dijo:
― ¿Así que la menor de las Villalba pensaba quedar excluida de las miserias del amor?
¿Cómo ocurriría eso? ¿Por arte de magia? ¿Alguna bula papal que la exceptúe, tal vez?
¡Vamos nena! ¿Qué te hizo pensar que podrías escapar incólume?
Silvia miraba con ojos brillantes
¡Por favor, nena! Somos de manual. Lo conociste hace dos años. Tenés veintiséis. Que yo sepa no es un órgano vital. Podés desprenderte sin fallecer. ¿Dolerá? ¡Seguro! No mucho más que remover un tatuaje que ya no causa gracia.
Silvia dejaba caer pesadas lágrimas negras.
―En los próximos días escucharás tonterías a las que no debes atender. Por ejemplo: “Un clavo saca a otro clavo”. ¡Horrible experimento! Y no es consejo. ¡Es una orden! Sana, acepta, mantén la frente alta. Prepárate para recibir nuevamente al amor.
Silvia, una castaña menuda de voz suave, se acurrucó en el abrazo de su hermana. Su batería recuperaba algunas líneas.
Cambió hábitos. Se animó a reciclar soledad por actividades postergadas. Desembarcó en clases de salsa. Aceptó la invitación de un grupo de teatro. Descolgó la guitarra de la pared.
La dinámica le aportó nuevos círculos y un carrusel de pretendientes. Por ese entonces, estaba apasionada con la lectura de novelas y no registró las indirectas. Un jueves, Arturo, nuevo bailarín la invitó un café y fue directo. Lo que escuchó la Villalba, cayó de maravillas, por lo que decidió, pasar de la imaginación de las novelas a la acción de los cuerpos.
Notó que los colores de ese extraño tipo de querer, eran de lunes a viernes, para ahogarse gris lluvia los fines de semana.
Le siguieron un guardia cárcel que cuando abandonaba el uniforme no sabía cuidarse solo, un creyente que cantaba en el coro de la iglesia y gustaba de usar fusta en los moteles. Ninguno daba la talla de Carlos. En la cama, en el humor, en los detalles.
Fin de año trajo la muestra de cierre de la academia de teatro. Reparó en un cuarentón prolijo en clase, lanzado en el escenario. Luego de las vacaciones los cruces en los pasillos fueron frecuentes.
Tras el primero, se multiplicaron los cafés. De a poco, sumaron cines, comidas callejeras, obras de teatro under. Hasta esa mañana forrada en papel de cigarrillos en que Heriberto, confesó que estaba enamorado como chiquilín. Ella bajó la vista sin cerrar los ojos. Dio la orden que a ninguna lágrima se le ocurriera perder la compostura. Portaba a esa altura una alta dosis de anticuerpos a los enredos. Si sucedería, sucedería sin mezclar fueros.
Heriberto, advertía el goce que provocaban en ella cuestiones vitales a las cuales, él, prestaba poca atención. El sol, la luna, el río, los pies en el césped, olores a pan, sabores de mar.
Otra mañana verde, con moño de sol, a la salida del laberinto, depositó en manos de la joven un cuadernillo. Por la noche, Silvia, se sumergió en el regalo. Una loca recopilación de anécdotas vividas los últimos cien días. Retrataba sus yerros, chinches, niñerías, bobadas y cursilerías. Hacía mucho tiempo que no reía con todo el cuerpo. Ese mes, Silvia decidió volver a pagar los precios necesarios. Hicieron el amor en disparatados lugares. Menos en sus casas – Feudos declarados intocables –
La cara de Heriberto al hacer el amor, pulseaba con las facciones de sus nostalgias. Nunca pudo ponerle nombre exacto a lo que atravesaba su cuerpo. Comprobado estaba: las hadas traviesas que tiraban de sus hilos no eran cuerdas ni sabias.
Cuando su piel comenzó a alertarse con el ringtone del mensaje o se descubría caminando hacia un lado y una nube parecía depositarla en otro, entró al ascensor del Hospital para un chequeo de rutina. Al momento de cerrar la puerta, un hombre apurado se zambulló en su interior.
― ¿Silvia?
― ¡Carlos!

¿Te gusta leer? ¿Quieres estar al tanto de las últimas novedades? Suscríbete y te escribiremos una vez al mes para enviarte en exclusiva: 

  • Un relato o capítulo independiente de uno de nuestros libros totalmente gratis (siempre textos que tenga valor por sí mismos, no un capítulo central de una novela).
  • Los 3 mejores relatos publicados para concurso en nuestro Grupo de Escritura Creativa, ya corregidos.
  • Recomendaciones de novedades literarias.

13 comentarios en «Volver a empezar – miniconcurso de relatos»

  1. Mi voto lo reparto entre:

    SANCHEZ KATA MAR
    ANA MARTÍN-SIERRA
    ANA DEL ÁLAMO
    IKER YELED

    Muy buenos relatos. Enhorabuena a todos y Feliz año

    Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Ir al contenido