Cactus – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «cactus». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 19 de enero!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

MARI CRUZ ESTEVAN

Me gusta viajar en globo por lo tanto ahorre todo el dinero posible para conseguir lo que deseaba.
Unas cuantas lecciones de piloto de globo y vi elevarse la maquina, conmigo dentro claro.
Mantenerse en vuelo con mi globo aerostático era un gozo. Pero los vientos de aquel día no fueron propicios para mi ruta Así pues de pronto me vi volando por encima de un disertico terreno plagado de cactus.
Quiero decir que desde mi altura los cactus me parecieron lo más hermoso nunca visto. Más un golpe de viento alocado envuelto con seda de pinchos dio tan fuerte a mi globo que le dejó como un colador.
Después de aquel ataque me vi caminando por aquel clima desértico y aterrador. Tuve que adaptarme a aquel terreno para sobrevivir cómo hicieron los cactus. Gracias a sus enseñanzas hoy me alimento de sus flores y bebo su agua.

RAQUEL LÓPEZ

Guardián del desierto
camuflado de espinas
erguido y yerto,
bajo el polvo de las dunas.
Noches solitarias
dónde todo está muerto,
brotan tus lágrimas de rocío,
en el inmenso silencio
Eres la fuente que alivia
la sed del sediento
el beso árido de arena,
que mece el viento.
Tu flor, prisionera,
belleza desértica
que muere, bajo la augusta
marea de las sombras.
Cactus impasible al sol
entre glaciares de arena,
dónde yacen tus raíces
de la tierra adusta y seca.

ALFONSO FERNÁNDEZ-PACHECO

El captus
♫Riiing riiing♫
―Al habla Honorato, si quieres hablamos un rato.
―Honorato, soy Patrocinio, ¿cómo estás?
―Hola, Patro, ¿qué te cuentas?
―Pues, mira, majo, que me he comprado un captus en la floristería “Vigor Mortis”, la que está debajo de mi casa, y no sé muy bien cómo cuidarlo.
―No me fastidies que te has comprado un testigo de Jehová…
―No, hombre, esos van por parejas y yo he cogido solo uno. Es eso que es así, como acorazado…
―Eso es un armadillo.
―Que no, Honorato, céntrate. Es de esos que necesitan poca agua, joder.
―Un cruce entre dromedario y rinoceronte, el rinodario de toda la vida. Cuidado, que eso come muchísimo.
―Tío, para nada, frío, frío. A ver cómo te lo explico. Es como gordote, con brazos y la cabeza está un poco hueca.
―Ese es mi cuñado.
― ¡Jooooooder! Tu cuñao se bebe hasta el agua de los floreros. Este está plantado.
―Un espantapájaros. ¿Para qué coño quieres tú un espantapájaros, si solo tienes una hortensia revenía?
―No te pases, que la tengo bien chula. A ver, este tiene un montón de pinchos.
―Haber empezado por ahí. Te has quedado con la taberna de la esquina. Prepárate, que los parroquianos son muy exigentes y tú cocinas como el culo.
― ¿Serás gilipollas? La próxima vez, te llama tu abuela.
¡¡¡Clonc!!!
―Ven conmigo, captus, bonito, te voy a poner en la ventana, y te pones como tus primos cachas de Arizona. Un testigo de Jehová, dice… ¡¡¡Juá!!!

CARLOS TABOADA

PENCAS
Dani nos prometió, a Elsa y a mí, invitarnos a pasar un día en la casa con parcela que se acababa de comprar en un pueblo de la sierra. Necesitaba una buena restauración, dijo, haciendo un acopio mental del trabajo que le iba a llevar. Por eso —y dada la condición de invitados—, llevaríamos una barbacoa plegable, un pequeño saco de leña —otro de carbón—, un par de kilos de comida, latas de cerveza, algún licor y postre industrial. Elsa y yo pensábamos regalarle la barbacoa, y también deseábamos transmitirle el mejor ánimo desde su reciente divorcio. Eso queríamos; eso pensábamos.
Dani y yo nos conocimos en la empresa de transportes que quebró. Él llevaba allí como veinte años, aunque no era de los veteranos. Siendo de los viejos, fue el único que me echó un cable cuando lo necesitaba. Un par de veces coincidimos a la salida, y eso fue suficiente para sentirnos colegas. Apenas un año después, llegó la mala noticia: los inversionistas apostaron por otra ruta y liquidaron hasta los asientos de la dársena. Dani sufrió, a la semana, otro tipo de liquidación: su mujer también apostaba por otros derroteros. Durante meses, además, esperó la resolución adecuada para su indemnización. El abogado le costó un quince por ciento, pero la consiguió. Al cabo de un par de meses, se compró la casa en la sierra.
Esperaba contarle historias de mi reciente empleo como conductor de autobús. Le contaría cualquier asunto con pelos y señales, y en mi mente se recreaba una escena idílica: con cervezas en mano, frente a la barbacoa, la grasa de la carne subiría hasta nuestras narices y se introduciría felizmente en nuestros cerebros. Eso deseaba. Quería que sucediera lo antes posible, antes de que la apatía llegara a distanciarnos. No quería que fuera a suceder como los mensajes que le enviaba: al día siguiente parecía verlos pero nunca respondía.
Un día le llamé. No contestó. Le envié el último mensaje, bajo mi punto de vista. Creo que lo intuyó. Debió pensar que sería el último, a pesar de un ser un mensaje más: sólo le preguntaba cómo iba la reforma y si había pensado en plantar árboles —no sé por qué se me ocurrió tal pregunta, y supuse que fue por el programa de televisión que acababa de ver sobre bosques. Finalmente, le informé sobre el óxido —aparente— de la barbacoa y de la fecha de caducidad de la carne congelada.
Al día siguiente, me contestó con el mensaje más largo escrito:
«El vecino de atrás, un jubilado, me está ayudando a reparar el tejado. Es un poco pesado. Habla mucho, pero es un buen hombre. Ya lo conocerás. Me ayuda pero también me quita tiempo. El otro día bebimos algo más de la cuenta. Sabe hacer vino y trajo un par de botellas de su cosecha. Desde entonces, su mujer me mira mal y parece hacerme responsable no sé de qué. Me importa una m, ya sabes. Me preocupa más el invierno. Se acerca. No tengo tiempo que perder. Hay mucho por hacer. Verás de qué otra forma el vecino me quita tiempo: ayer me dio un montón de chumberas. Pencas. Llenaban la caja de plástico que se ven en las fruterías. Quiere que crezcan en la valla colindante. Dice que son una barrera contraincendios, y que se pueden comer. No sé. ¿Se cree que voy a comer algo con espinas? ¡Con pescado es suficiente! Desde luego, ¡no voy a comer cactus!, pero pongo cara de sorpresa y le digo que ya los comeremos, aunque él tampoco muestra una cara agraciada. Supongo que será —lo de comerlos— por su mujer. Ella habla menos, pero no deja de inspeccionarme tras el cristal de las gafas. No sé qué verá en mí. Quizás se pregunta por qué estoy solo. Apenas he hablado con ella, y evidentemente sabe —por su marido y porque estoy solo— que soy un divorciado. No me gusta la gente que inspecciona, pero los voy a plantar. Los cactus, ya sabes. No me hacen mucha gracia, pero creo que necesitarán poca agua para crecer y eso está bien. Los plantaré para que el vecino me siga ayudando. Por cierto, mi Elsa me envió un mensaje. Quiere saber cómo estoy y vendría a verme, escribe. Creo que quiere reconciliarse, si eso ahora tuviera sentido. Bueno, no lo creo: quiere. Lo sé. Jamás me avisaría por otro asunto. Quizás deba aprender a cocinar cactus. Será lo primero que le serviría. Tendría sentido. Oye, va a resultar que la chumbera da mucho de sí. Oh, creo que me está llamado el vecino», me escribió, terminando con el mensaje.

BENEDICTO PALACIOS

Con la nómina primera que cobré me dirigí a la playa. Estaba deseando meterme en el agua, pero antes me senté en la arena y pasé un buen rato observando el revoloteo armonioso de un grupo de gaviotas mientras se elevaban sobre el mar, porque luego se lanzaban a él en picado. No logré ver si llevaban un pez en el pico, que lo consiguieran no me llamó particularmente la atención. Sí y no poca que reposando del vuelo descendieran a un bebedero que recogía el agua de las lluvias. No, no eran las gaviotas aves pacíficas sino que pendencieras. Con su llegada desaparecieron gorriones y palomas. ¿Preferían el agua dulce a la salada, bebían de ella o solo querían fastidiar?
Crecían un poco más allá unas chumberas. Un pajarillo las sobrevolaba sin atreverse a posar sobre las espinas. Una flor empezó a abrirse con el sol y cientos de insectos la poblaron. El pajarillo se aposentó finalmente entre las espinas y se dio un buen festín. ¿Le salió la comilona completamente gratis?
A la parte contraria había una planta de cactus redondos y repolludos como erizos verdes. Eran tantas y tan finas las púas que ni un solo mosquito osaba acercarse. Entretuve un tiempo contemplándolos.
Cuando volví al cuarto que tenía alquilado, tardé en desprenderme de su imagen fría y me salió despreciarlos aunque fueran de formas atractivas.
Conviene sin embargo en estos tiempos de hoy tomar lección de los cactus. Me puse unos guantes que conservaba de la pandemia y los vencí de un lado. ¡Con qué escaso arraigo se adherían a la tierra! ¡Qué poco necesitaban para ser autosuficientes! Nada que ver con gaviotas y poco con las chumberas.
Mi madre los ha descrito bien. Apenas requieren agua y encima son ornamentales.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA

CUIDADO, QUE PINCHO
—¿Lilith, eres tú, de verdad? ¡Muchacha, cuantos siglos sin verte! ¡Oye, estás de vicio! ¿Qué te has puesto, botox, un lipofilling en el culo, tetas? ¡Por Mí, qué cuerpazo!
—Quita, quita, zalamero. Una, que se cuida. Hago ejercicio, vida social, voy a pilates, en fin, lo normal. En cambio, Tú, se nota que te has abandonado un poquito, rey, estás fondoncillo, tienes ojeras, mal color, ¿comes sano, te mueves, duermes bien? ¡¿No habrás vuelto a fumar?!
Dios cerró los ojos, como queriendo recuperar de su memoria, el recuerdo amable de un tiempo mejor, y con una media sonrisa en la cara, meneó lentamente la cabeza, negando divertido.
—¡Qué va!, aunque quisiera. Ahora no puede uno echarse un pitillo en ninguna parte, está prohibidísimo y muy mal visto; de ciento a viento algún canuto, a escondidas, con Bob Marley, que siempre tiene una maría buenísima, y pare usted de contar. Por lo demás, qué quieres que te cuente, hija, mucho lío, todo son problemas, no hay presupuesto… No sabes cómo echo de menos aquellos primeros tiempos felices de la creación: que si las estrellas por aquí, hágase la luz por allá, y entre todas mis obras, tú fuiste la mejor, la más perfecta, mi preferida. Dura y afilada por fuera, pero fecunda y jugosa por dentro. La primera mujer. Hecha del polvo, a mi imagen y semejanza. Lilith.
Ahora fue ella quien se dejó mecer un poco por la nostalgia, pero enseguida salió del trance y con un bufido sarcástico le dio réplica al Creador.
—Ya, tu preferida, como un cactus, sí, porque te daba miedo mi contacto, te pinchaba en tu orgullo artista y desde el primer día fui una piedra en tus zapatos; en cuanto tuviste que elegir se lo pusiste a Adán en bandeja de plata. Por cierto, ¿qué vida lleva el picha floja ese?
—Entiéndelo, mujer, fueron tiempos complicados, la corrección política era distinta y el chiquillo me nació celosón, creidillo, con tendencia a la rabieta, lo reconozco, tenía que haberle dado un par de hervores más. En cambio, tú arrancaste magnífica, lúcida, creativa, emprendedora; tenías muchas más posibilidades que él de salir adelante por tus propios medios. No me quedó otra, tenía que protegerlo, era el más débil. Y sigue igual, creyéndose el rey del mambo, apostatando con los amigos a ver quién la tiene más larga y haciéndome la vida imposible a fuerza de disgustos.
»Por otra parte, Lilith, lo tuyo también…, tuviste poca paciencia. Solo era un polvo, mujer, tampoco había que tomárselo por la tremenda; todavía me acuerdo del cabreo que pillaste: «¿Por qué he de acostarme debajo de ti?, yo también fui hecha con polvo, y, por lo tanto, soy tu igual». Y te largaste del Edén. Al mar Rojo, con los demonios, nada menos, a ponerle al pobre Adán su primera y más poderosa cornamenta.
—Y no sabes cuánto me alegro de haberlo hecho. ¡Me quiso obligar, el muy botarate, por la fuerza! Y a mí no me levanta la mano ni Dios. Además, no tienes ni idea de lo divertidos que son los demonios del mar Rojo y cómo se mueven en la cama, ¡por favor!, no como el soso ese, que únicamente le gustaba el misionero, ¡qué hartura! Todavía tuviste los santos cataplines, de mandar a tus ángeles a buscarme: que volviera, que el chiquillo estaba tristón, deprimido, y que si tal, que si cuál. ¡Una leche para sus morros! Salido y caliente, como el pico de una plancha, es lo que estaba.
—¡Ay, cómo eres, chiquilla, me parto contigo! —se le saltaban las lágrimas al Señor, de la risa—. Bien que lo pagó, mujer, no seas rencorosa, una costilla le costó y lo peor de todo, para él, digo, que con el paso del tiempo, las hijas de Eva se han espabilado, empoderarse, lo llaman ellas, y el pobre Adán cada día lo tiene más crudo. Debe ser cosa de la evolución de las especies, aquello que dijo Darwin sobre la «descendencia con modificación», o sea, que las especies cambian a lo largo del tiempo, dando origen a nuevas especies a partir de un ancestro común. De manera, que al machirulo le quedan los días contados; pronto habrá que ir al zoológico, para ver a los cuatro que resistan.
—Amén a eso. Oye, te dejo que hay rebajas en El Corte Inglés y me voy a dejar la extra en trapos, que necesito cambiar el fondo de armario. Me he alegrado de verte, querido. Cuídate, haz ejercicio, come sano y ponte algo más moderno, ¡hombre!, que vas hecho un cromañón.
—Lo mismo digo, Lilith, que me alegro un montón. Llámame un día y tomamos algo, guapa, ¿sí?
Y cada cual siguió su camino, segura ella, de que no lo llamaría, y deseando Él, que no lo hiciera, porque una cosa es ser políticamente correctos en el cuerpo a cuerpo, pero, como dice la copla: «madre no hay más que una y a ti te encontré en la calle».

ALBERTO MEDINA MOYA

No recuerdo si fue en la segunda o en la tercera cita cuando le puse mi corazón en una bandeja. Se lo conté todo: el acoso de mis compañeros de clase, los abusos de aquel cura infame, la indiferencia de mi familia, y sobretodo las pantanosas aguas de la culpa y la soledad en las que me vi obligado a batallar. Al terminar, Bruno quiso abrazarme, pero se lo impedí. El miedo era un cuervo posado siempre en mi hombro, dispuesto a picotear furiosamente cualquier expresión de cariño.
Bruno se vino a vivir conmigo, y semanas después, ante mis francas dificultades para cerrar la herida que se interponía entre ambos, me escupió en un ataque de frustración que yo era un puto cactus. Sentí que un montón de espinas se clavaban en mi pecho.
Al día siguiente vi casualmente un cactus en una floristería, y algo me llevó a comprarlo. Lo coloqué en el salón, bien visible, y con los días empecé a decirle cosas bonitas cada vez que lo veía. Bruno se burlaba de él, y su humor fue empeorando, tornándose a menudo agresivo. Las discusiones se hicieron más frecuentes, pero era como si al verlo perder los estribos se me hiciera más claro que no quería aquella violencia en mi vida y algo se alineara dentro de mí. Un día se ofuscó tanto que, en una maniobra extraña, resbaló y cayó de espaldas sobre el cactus. Volviendo de Urgencias me dijo que se marcharía al día siguiente.
Y así fue. Desde la ventana del rellano miraba con tristeza cómo el coche de Bruno se alejaba para siempre, cuando escuché los pasos de Pedrito, el niño pequeño de mi vecina. Llegó corriendo y se abrazó a mis piernas largamente. En ese momento sentí cómo el pájaro negro echaba al fin a volar. Vuelve, siempre vuelve, pero cada vez tarda más.

FÉLIX MELÉNDEZ

Las bandejas de cactus.
Llevaba poco tiempo con mi tienda recién estrenada, el traspaso del negocio que tenía mi tía Carmela, una señora más mayor que le faltaba poco para jubilarse, me la cedió en arrendamiento, dueña del local, estaba en el centro del pueblo, justo al lado de la joyería de Sebastián; el relojero es un señor de mediana edad y muy buena gente.
Todos cuando comenzamos tenemos unas ganas impropias que se van agotando con la edad, muchas intenciones y muchas ilusiones, justo lo contrario a cuando ya ha pasado el tiempo y no queda ni ganas ni ilusión. Sólo deseas que llegue ya la jubilación.
Dos veces por semana salía a comprar a los diferentes polígonos y almacenes cerca y no tan cerca de mi localidad.
Está semana tenía planeado visitar viveros cuando se acercaba la fecha de los enamorados y buscaba orquídeas, de una flor, dos, tres y hasta un pequeño ramo que estaban acondicionadas en cajas preparadas unos botes que prolongaba mucho tiempo más su vida. Que se vendían una barbaridad.
En la ruta de Badajoz, cerca de Montijo, había muchos invernaderos en los pueblos cercanos, en uno de ellos decidí pararme e investigar un poco qué tipo de macetas había, precios y demás. Compré algunas de éstas macetas chiquititas que se podían vender perfectamente por trescientas o quinientas pesetas, lo que hoy en día son dos o tres euros, cuál fue mi sorpresa, en el interior de la nave a oscuras había varios carros llenos de bandejas con cactus pequeños cuajados de flores. Tenían una pinta maravillosa.
En esa fecha yo era joven, inocente e impetuoso. Nunca había visto tantos cactus juntos y con muchísimas flores diminutas, pregunté ¿Por qué los tenían allí en la oscuridad? Y dijeron, los que estaban al cargo. «- Era para que salieran más flores-«
Yo viendo que el precio estaba bien, se podían vender a cien pesetas, cada uno cargue con cuatro bandejas aparte de otras plantas que me gustaron también. Venía a casa muy contento, como un niño con un balón nuevo.
Mi intención era ir trayendo poco a poco cosas distintas y diferentes, que entonces no era normal encontrar así como así. Para darme a conocer a la gente del pueblo, de esta forma ir incrementando mi clientela.
El local era pequeño sobre unos ochenta metros más o menos, pero podías encontrar todo lo que necesitaras para cualquier casa, la clásica tienda de veinte duros. Antes de la invasión china, cuando todavía se regentaban las tiendas por españoles y estaban empezando algunos moros. Donde también había huevos caseros y dulces, y la autoridad no decía nada.
Volviendo al tema, coloqué mis plantas y bandejas en una mesa que había en el centro de la tienda, sobre las nueve y media de la mañana.
La primera señora que entró compró dos cactus, y me preguntó
¿Las flores son de verdad?
Rápidamente le contesté ¡Por supuesto, no las ves!
– la señora me miró; con ojos de duda, una mirada larga, y se marchó no dijo nada más.
Yo continuaba colocando cosas, preparando, sin prestar mucha atención.
Siempre me he sentido admirado por la capacidad innata que tienen las mujeres ante diferentes aspectos de la vida, esa frialdad de fijase en los pequeños detalles que a los demás se nos pasan desapercibidos, sin verlos, ni notarlos tan siquiera poder imaginarlo.
La segunda clienta que entró:
También cogió, pero cuatro o cinco para hacer un centro y se llevó las piedritas para rodearlo y una vasija apropiada junto con la tierra de maceta.
Y al pagarme el la caja comentó.
¡Qué pena Félix, que las flores no sean de verdad!
Le contexto: Qué manía con las flores, ¡ Cómo que no son de verdad!
A lo que ella me dice: Mira; ves, las gotitas de pegamento que tienen por debajo. Están pegadas y quedan muy bien, muy bonitas pero las flores son de plástico.
¡Qué desilusión me llevé! ¡Qué vergüenza ajena!
Pero la realidad siempre se impone, me engañaron como a un mirlo. Inocente de mí que creía que las flores eran naturales.
Aunque igualmente se vendieron, ya no volví a decir nada de las flores.
Después las he comprado otras veces y también vienen pinchadas o clavadas con alfileres. Siempre son de plástico, completamente imposible que le salgan a todos al mismo tiempo, además las flores de los cactus suelen ser preciosas y las de plástico son horrorosas.

DAVID MERLÁN

«¿A QUIÉN LE CRECE MAS EL CACTUS?»
Así rezaba el título del cartel clavado en el corcho del office de la Oficina allá por el lejano y tranquilo mes de enero de 2019.
En él se explicaba que se trataba de un concurso ideado por Pablo y el que quisiera, se podía apuntar. Las reglas eran sencillas:
Paso 1.- Comprar un cactus antes de fin de mes.
Paso 2.- Llevarlo a la oficina.
Paso 3.- Medir el cactus y anotar su altura.
Paso 4.- Cuidarlo y mimarlo hasta el día señalado y ¡et voila!.
Paso 5.- Una vez acabado el plazo (noche buena), a aquel que le hubiera crecido más el cactus, sería proclamado vencedor obteniendo como premio, un bonito y elegante diploma hecho en word.
A todos los de la oficina les pareció una idea divertida, pero solamente diez se apuntaron al reto. Decir que somos mas o menos 35. Transcurrido el plazo señalado de doce meses, llegó la hora de la verdad.
Llegado el dia de la verdad, el error de Pablo fue descubrir que se olvidara de introducir un dato imprescindible entre el paso 1 y el 2, detalle tampoco observado por el resto de los participantes. Ese error no era otro, que el de indicar que todos los cactus debian de ser de la misma especie.
Os podéis imaginar la situación. Uno apareció con uno de brazos, otro con una largo y estirado, otro con una Aloevera, en definitiva, cada uno de su padre y de su madre. Un despropósito surrealista y simpático que lo único que provocó fue el echarse unas risas y que se determinara que nadie había ganado el I Concurso de Cactus 2019.
Antes las criticas airadas de los diez participantes, Pablo optó por una decisión salomónica. Todos eran ganadores.
Estos fueron los participantes y la mención en su Diploma acreditativo.
—MONTSE Y SU BOLITA AHORA PIRULO.
CAMPEONA EN LA CATEGORÍA VIAGRA EMPEZÓ SIENDO UNA PIEZA ÚNICA Y ACABÓ SIENDO UN CACTUS DE VARIAS RAMAS.
—PATRICIA Y SU CACTUS PULGUITA.
CAMPEONA EN LA CATEGORÍA CACTUS CON BRAZOS SIN DOPAJE APARENTE Y NO CONTRASTADO.
—TANIA Y SU CACTUS ESPINETE.
CAMPEONA EN LA CATEGORÍA CHANQUETE HA MUERTO PREMIO ESPECIAL DEL JURADO.
—JAVI GARCÍA &CIA Y SU CACTUS ERECTUS.
CAMPEON DE CACTUS QUE MENGUA DE TAMAÑO Y LE CRECEN DOS PELOTAS.
—CACTUS AND FLOWERS Y SU PICA PICA (Anónimo.Ja, Ja, Ja. Aún es el día de hoy que no sabemos quien es/fue).
CAMPEON/A EN LA CATEGORÍA NO HAY QUIEN PUEDA CON NOSOTROS/AS TE LO EXPLICO O ME LO CUENTAS.
—CARMEN Y SU PANCRACIO INVICTUS.
CAMPEONA EN LA CATEGORÍA YA LO COMPRO GRANDE Y ASÍ NADIE ME GANA EN TAMAÑO.
—MARTA Y SU VAPAMIMU.
CAMPEONA EN LA CATEGORÍA PIEZA ÚNICA MENOS MAL QUE NO LO REGUÉ COMO MI COMPAÑERA DE AL LADO.
—JOSE Y SU MUTANTE.
CAMPEON DE NO ME PREGUNTES EL NOMBRE QUE TE LO CLAVO LO MÍO ES LA PROTECCION.
—LORENA Y SU CATÚS.
CAMPEONA EN LA CATEGORÍA SEGÚN COMO VEO QUE CRECEN LAS RAMAS YO ME APUNTO O NO ME APUNTO PERO VOY A GANAR. MONTSE HACE TRAMPAS.
—PABLO Y SU BOTÁNICO.
CAMPEON DEL CONCURSO YO LO ORGANIZO YO LO GANO, CHINCHA RABIÑA QUE TENGO UNA PIÑA.
Espero que os haya gustado.

CORONADO SMITH

Berto era un cactus doméstico, bueno, realmente se llamaba Roberto pero como tenia frenillo, le daba vergüenza presentarse con su nombre completo.
En esos días andaba un poco revuelto y mosca a la vez. Sergio, su dueño, había traido otro cactus a casa, supuestamente de la familia Opuntia, que con la de Berto no se llevaban ni bien ni mal. Berto era un Astrophytum de pura cepa, descendiente de una de las primeras familias de cactus de las que se tiene constancia en el compendio Phynchum Dolorosus. El nuevo cactus respondía al nombre de Santicus, lo que en sí mismo ya era sospechoso. El caso es que desde que Santicus había aparecido, todo el barrio se enteraba de lo que pasaba en casa, Berto sospechó desde el principio de su nuevo compañero, pero no tenía forma de demostrar que era él. Por ejemplo todo el mundo se había enterado de su aventura con la orquídea Dulia, aún cuando ninguno de los dos había comentado nada, o de que se le había orinado encima Misifú, el gato de la vecina y era por ello que se había propuesto desenmascararlo. Había trazado un plan perfecto, le había puesto un micrófono en la varilla del suplemento de magnesio y había estado escuchando sus conversaciones durante horas, hasta que por fin encontró la prueba, se oía claramente como le contaba al helecho que había en la entrada de la tienda de ultramarinos, como “su compañero Berto” se guardaba agua a escondidas de Sergio, para parecer más seco y que lo regase más. Con la prueba en su poder convocó el I Concilio Ornamental del barrio, dónde acusó claramente a Santicus de ser el topo, y éste al verse acorralado se derrumbó y con un gesto rápido se quitó el disfraz que llevaba. Un gesto de asombro salió de las gargantas allí presentes, ¡ooohhh, no era un cactus! ¡Era una colflor! Y ya sabemos todos lo que pasa con las coliflores.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Coronado.
Dudo que pueda escribir algo más bonito que esto. Sobran las palabras.
Sergio.
Pues yo he buscado algo de información, pero el tema se las trae.
Emiliano.
Es difícil escribir un cuarteto así. No encuentro rima.
Raquel.
Me han puesto complicado mi poema.
Tras tanta queja tuvo que intervenir la reina del trébol.
Cris.
Sólo tenéis que usar un poco la imaginación. Es un ejercicio creativo. El tema da para mucho.
Sergio.
Venga empiezo yo, pero luego no me vengáis con críticas. Que si me tengo que currar más los diálogos, que si tengo que mejorar el vocabulario y la narrativa, que si tengo que centrarme en los sentimientos del personaje. ¡Coño!, pero si es un puto cactus, que yo respeto mucho a los seres vivos, pero este se sabe defender con los pinchos esos que tiene y sí lo hace para protegerse de posibles depredadores y animales. Bueno voy al lío que me desvío:
Querido cactus: he decidido comprarte para poder escribir algo decente para el tema semanal. Podemos ser amigos, es más, no tienes alternativa. Voy a hablar contigo y vas a ser mi confidente y dios te libre de pincharme, te puedo asegurar que sería lo último que harías sobre la faz de la tierra.
Sé que tu hábitat suele ser en zonas áridas y cálidas.
Sí. Te voy a cuidar. Te tengo que poner un nombre. Ya sé. Se me ha ocurrido uno. Pinchapuas. Así te llamaré.
Pinchapuas eres el cactus más bonito de mi jardín. Sí, sé que no tienes mucha competencia y también sé que no tengo jardín, pero eres el más bonito y punto.
Bueno Pinchapuas te dejo que tengo que escribir dentro de Redy.
Sí, tengo amigos que no hablan, pero yo sí hablo con ellos y no son amigos imaginarios, son reales. ¿O no?
De la ficción a la realidad a veces la distancia es solo un pequeño hilo para convertir un entorno de ensueño en veraz. Cada escenario que se edifica en nuestra mente existe, claro que existe. Chao cactus.

PURO CUENTO

DÉJÁ VU
Raúl Diaz Quezada
Era una tarde apacible en la Sabana Africana. El guía conducía una furgoneta safari en la que íbamos seis turistas fascinados con la jungla. Las bestias que lográbamos ver, filmar y fotografiar a cierta distancia eran alucinantes.
Todo ese manso regodeo se esfumó de súbito cuando una leona, salida de la nada, se abalanzó al vehículo y lo derribó.
Yo salí disparado por una de las ventanas, rodé, para después, terminar con el trasero todo pinchado entre unos cactus.
Luego vi que la felina venía hacia mí.
Traté de ponerme de pie, huir pero la fiera me atrapó por la cintura, me tumbó de nuevo en el suelo.
Acto seguido empezó a desgarrar mi camisa y espalda sin piedad. Yo gritaba, suplicaba ayuda, pero estábamos solos, ella y yo.
En su frenético ataque me dió la vuelta, me hizo garras el pantalón, me arrancó los genitales de un mordisco.
Pude ver mis pelotas sangrando en sus fauces mientras me miraba.
«¡Nooo, mis pelotas nooo!» grité horrorizado.
Fue entonces que exaltado, empapado en sudor, desperté.
Ipso facto metí la mano bajo mis boxers. ¡Uff! Sí seguían ahí.
Después de ducharme, cambiarme, salí a desayunar. Esta vez no quise saber nada de huevos, y menos, estrellados.
En la noche fui a un bar. Una hermosa mujer solitaria, de cuerpo atlético me sonrió. La abordé. Se llamaba Leonida. Hubo química al instante.
Salimos del antro, fuimos directo a su departamento.
Al entrar, prendió las luces cerró con llave, luego las apagó otra vez.
Me empujó a la cama, me quitó la ropa de forma salvaje. Me puso boca abajo, se montó en mi. Sentí sus uñas largas rasgándome la espalda. Mis ojos se abrieron hasta el techo. Me dio la vuelta bruscamente, y cuando iba hacia abajo, aproveché para asestarle un rodillazo en la nariz. Cayó semiconsciente en la alfombra.
Pegué un brinco de la alcoba, tomé mis garras a tientas, a toda prisa y antes de que otra cosa ocurriera, salté, aún con mis pelotas al aire, desde el balcón.

PEDRO ANTONIO LÓPEZ CRUZ

ENTRE ESCORPIONES Y ESPINAS
De repente, se encontró lanzando una lenta ojeada, haciendo un barrido con su mirada mientras trataba de posar sus ojos en la lejanía. Solo las constantes ráfagas de polvo y arena rompían la calma de aquel recóndito lugar ubicado en lo más profundo del desierto de Sonora. En esos momentos, el amanecer comenzaba a surgir un día más, jalonando el horizonte con las siluetas de miles de cactus enormes cuyos brazos parecían clamar al cielo en aquel arenal inhóspito en el que, sin embargo, Jack había decidido entregarse a la suerte, quizá para el resto de sus días.
Era poco el tiempo transcurrido desde su llegada, pero el suficiente para que su carácter ya se hubiese mimetizado con el de aquellos cactus que le rodeaban. Seco, áspero, huraño, peligroso para todo aquel que se atreviera a traspasar su zona de seguridad y con unas enormes raíces que se hundían en su pasado. Un pasado del que huía, pero del que le resultaba imposible escapar. Jack era una especie más de cactus humano, intentando sobrevivir en aquel entorno letal.
Mientras contemplaba el espinoso bosque de cactáceas, no podía dejar de pensar en lo que le había traído hasta allí. Conocía la existencia de aquel enclave en mitad del desierto y de la vieja cabaña de madera y consideró que sería el lugar más seguro donde encontrar refugio mientras trataba de ordenar sus ideas y decidir los siguientes pasos.
Sin darle tiempo a reaccionar, lanzó su pie sobre la serpiente. Un espécimen de cascabel cuya vida acababa de concluir abruptamente, silenciando sus crótalos bajo la rápida y certera pisada de su bota derecha. Estaba acostumbrado, desde pequeño. Terminar con la vida de escorpiones, serpientes y otras alimañas venenosas se había convertido ya en un acto reflejo, movido por su instinto de mantenerse con vida en mitad de aquel infierno azotado por el sol.
El primer descubrimiento llegó por casualidad. Fue algo inesperado que le llevó a tener la angustiosa sensación de que no se encontraba solo en aquel desierto. No había duda, era un brazo humano, mordido y semienterrado en la arena. Días más tardes, descubriría los montículos de piedra, de tamaño humano, todos perfectamente alineados y ajenos al azar. Luego los misteriosos surcos en la arena. Aquello afiló sus sentidos. Desde entonces, permanecía atento a cada sonido, a cada sombra, a cada reflejo en el horizonte, a cada movimiento que se producía a su alrededor. Una desconfianza que se fue acrecentando hasta el punto de rozar la paranoia.
El sol había salido cuando se asomó al agujero. Ya casi se podía ver el fondo pedregoso del pozo. Sacó un cubo lleno del preciado líquido, consciente de que tendría que racionarlo, y se adentró en la desvencijada cabaña de madera, intentando no derramar ni una sola gota. Fue entonces cuando hizo el descubrimiento definitivo que lo dejó paralizado. Del suelo arrancaba una trampilla abierta que probablemente habría estado enterrada bajo la arena, algo que hasta ese momento le había pasado totalmente desapercibido.
Su reacción inicial fue respirar profundamente, como intentando expeler su miedo. Después, haciendo acopio de valor y sin nada con lo que defenderse, descendió con cautela, mientras se dejaba oír el crujido cada uno de los escalones de madera. Abajo todo estaba en silencio. Completamente rodeado de semioscuridad, a duras penas pudo apreciar las dimensiones de la enorme sala subterránea en la que se encontraba, llena de estanterías y de objetos. Sin embargo, lo que más llamó su atención fue el fuerte olor, familiar y penetrante, que inundaba su olfato.
De repente, como de la nada, aparecieron aquellos ojos. Al igual que la serpiente, no tuvo tiempo de reaccionar. Lo último que recordaba fue el golpe seco en la cabeza y la visión borrosa de los cactus mientras algo le arrastraba en mitad del desierto.

MARÍA JESÚS MARTÍNEZ

Lo que vio al mirarse en el espejo no le gustó….no se reconocía y lo que era peor; ese desconocido en el espejo no le gustaba nada pero ya lo había aceptado.
Eran las 3:15 de la madrugada, no podía dormir, principalmente por la resaca que tenía y las lágrimas de su mujer en el dormitorio entre reproches que le hacían estallar la cabeza
Total…ese desconocido frente al espejo que no le gustaba nada, sólo la había dejado plantada en la cena de Nochebuena con sus suegros para irse a beber con otros seres que no se reconocían a si mismos y olvidaban todos sus problemas en cualquier bar.
No entendía cómo su mujer podía estar con ese disgusto al llegar a casa. ¡Si él jamás le había puesto una mano encima! ¡si a ella nunca le había hecho nada malo! ¡sólo se lo hacía a él mismo en todo caso! Eran ridículos esos numeritos cada vez más frecuentes.
¿O no? Porque no solo eran sermones de su mujer. Eran sermones de sus padres, de sus hermanos y de alguno de los amigos que aún mantenía.
Esa madrugada frente al espejo mirándose y detestandose una vez más se preguntó cómo era posible que todo el mundo que estaba cerca de él, sintiera tanto dolor. Se acordó de los cactus… él era cómo ellos. Un superviviente en tierras áridas, solitario y que hacía daño a todo aquel qué se acercaba.
La decisión era fácil. ¿Quería seguir noche tras noche cayendo inconsciente bajo el maravilloso encanto de los grados de alcohol que le sobraban? ¿O quería rescatar el hombre que fue cuándo aún era alguien sobrio y querido por todos?
Eran ya las 4:00…. pensó que los cactus sobreviven en circunstancias difíciles y él no iba a ser menos. Su mujer llamó a la puerta incesantemente y le puso de mal humor. Abrió la puerta del baño y las súplicas en llantos de ella para que buscaran juntos una solución sólo le hizo darse cuenta de que ya era Navidad y había que celebrarlo.
Se dirigió tambaleante por el pasillo hasta la cocina con ella detrás envuelta en lágrimas al no recibír respuesta y él….. Él abrió la botella de su mejor whisky y llenó el vaso sin hielos mientras brindaba feliz por decidir seguir siendo el desconocido que veía al acercarse a un espejo.

ROSA ROSANA

LA FUERZA DE DIOS CREO UN CACTUS
Dicen que es arisco y seco, cuando la jugosidad está por dentro. Un mar lleno de confusión, para obrar con cautela y saber diferenciar, al hombre de la naturaleza.
Parece que grita: ¡Peligro! En toda su extensión.
Con toda su reserva esconde su atractivo.
La lujuria que lleva.
Exceso, abundancia. ¿Has contado las púas que tiene un cactus? Mucho, es eso, aunque algunos no las llevan.
Como un grito de la providencia.
Como una advertencia. El cartel que se balancea oculta más que enseña. Son las púas que muestra. Lo que más se ve es su defensa. Esconde en la tierra sus largas raíces sedientas para agarrarse con fuerza. Es lo que le alimenta. En busca de nutrientes, de una gota de agua fresca. Todo lo abraza, con sus púas te rodea.
Cubre su cuerpo con cera como si se embelleciera y es para que resbale la mano que lo hiera, para proteger el agua, su esencia.
Sediento, peligroso, algunas de sus características por si tuviera que definirlo. No se te ocurriría llevarlo a casa, ni el Feng Shui lo recomienda en el dormitorio. Le gusta dormir a pierna suelta, es un solitario. Mejor vas a su tierra y aceptas sus inclemencias en plena naturaleza.
Te ama como nadie, cuando te abraza te deja muestras. No está hecho para cualquiera, tiene sus rarezas. Tiene un valor medicinal y todos los venenos que quieras. Es una farmacopea completa para perderse en su boca sedienta. Quién diría qué tanta agua contenga para cuando te abrace en sus púas te sumerjas.
Dicen de él que es símbolo de calidez, amor incondicional y duradero. Eso dicen, al poder vivir en condiciones difíciles. No he llegado a ver tanto, nuestros encuentros fueron escasos. ¿Duradero? Si, se te queda en la mente su recuerdo, sus púas pinchan, aunque yo prefiero recordar lo bueno, también lo tiene. ¿Amor incondicional? Sí, pero en momentos breves no por ello menos intensos, donde sientes toda su calidez. Le gusta vivir hasta en el desierto donde también florece.
Y según las culturas orientales simboliza la fuerza y protección. Sí, es fuerte, te hace sentir débil, pequeña, protegiéndote. Un buen amante de la naturaleza para amar con precaución y que no duela el no tenerle. ¡Quién lo hubiera imaginado! Qué un cactus diera para tanto.

IRENE ADLER

LA BALADA DE CACTUS CANYON
Miró a la yegua tendida en el aprisco. Tenía los ojos muy abiertos, muy vidriosos, y de no ser por el enjambre de tábanos negros que le ocultaban las córneas, Byron habría jurado que se reflejaba en ellos aquel cielo azul, huérfano de lluvia y huérfano de dioses.
Levantó el Winchester, apuntó a ése espacio pequeño entre los ojos, la mancha blanca en forma de estrella que tanto le gustaba a su hija Edith, y disparó. El animal llevaba días sin beber y era su deber poner fin a tanto sufrimiento.
Aún quedó en el aire, como un eco, la vibración caliente del rifle, y al mirar hacia Cactus Canyon, le pareció que la silueta de la formación rocosa se agitaba brevemente, estremecida por el ruido y la tristeza. Al pie de aquella roca singular, rojiza, con forma de cactus insensible al calor insoportable, a las lluvias torrenciales y cortísimas, al tiempo implacable y a los áridos vientos de la planicie, descansaban su esposa y su hija, en un cementerio improvisado desde el que ambas pudieran ver el lento deslizar de los buitres bajo el sol y la columna de humo gris de la chimenea. Tan cerca de él como lejos de todo lo demás.
Su mujer Geneviève y su pequeña Edith murieron casi a la vez, de fiebres tifoideas, y él cavó dos tumbas al pie de Cactus Canyon, y entre ambas, dejó colocada una tercera cruz de madera de espino blanco con su nombre escrito en ella torpemente.
Miró luego hacia la casa, que al igual que las tumbas, había levantado Byron con sus propias manos. Geneviève quería un porche donde sentarse al anochecer. Un porche que mirara a Cactus Canyon. Y él se lo construyó y le compró después aquella mecedora en el almacén de Timmons, barnizada y cómoda. Geneviève se había llevado las manos al rostro, asombrada y agradecida, el día que Byron la trajo del pueblo en la carreta, cubierta con una manta para que fuera una sorpresa. Geneviève había llorado aquella noche, meciéndose con garbo y señorío sobre el porche pintado de blanco. Dijo que eran muy afortunados, y Byron, dando una larga calada a su pipa, supo a qué se refería ella. Después de Virginia, la plantación de tabaco, los latigazos y la guerra, dónde Byron se había ganado la libertad a golpe de dolor y bayoneta, estar allí sentada, en su porche, su casa, su mecedora y su familia, era poco menos que un milagro. Quizá por éso, cuando dos meses después enfermó, no salió de su boca ni una queja, ni un lamento, ni un reproche. Había tenido más suerte que muchos. Murió en paz y agradecida, sin saber que su hijita agonizaba en la otra habitación.
En cierto modo, Byron se regocijaba de que ni su mujer ni su hija hubieran vivido lo bastante para ver sus pequeños logros derribados por la codicia de Miles Wickersham. Un hombre venido del este con el ferrocarril y el progreso, utilizando el dinero y el terror para obligar a los colonos de Cactus Canyon a vender sus propiedades. A los que se resistían, los coaccionaba sin pudor y sin ambages, quitándoles el agua, matándoles el ganado, recurriendo al sheriff Glover y sus ayudantes para persuadirlos de la conveniencia de vender por un precio ridículo, todo aquello que les había llevado media vida construir.
Y Byron se negó.
Y continuó negándose cuando sus vacas aparecieron muertas a tiros en Sugar Creek o el arroyo se secó porque los hombres de Wickersham lo habían represado al otro lado de Canyon Hill.
Y continuó negándose cuando el viejo Timmons le cerró el crédito en su almacén, y le pidió, con lágrimas en los ojos, que no volviera por allí si le tenía alguna estima, porque estaba asustado y los pistoleros de Wickersham habían amenazado de muerte a su familia.
Y ahora que había sacrificado a la yegua, el último ser vivo aparte de él en aquel rancho que se había convertido en un páramo desolador, continuaba negándose.
Fue a sentarse a la mecedora de Geneviève, en el porche pintado de blanco. Encendió la pipa y colocó el rifle descargado al alcance de la mano.
Los jinetes aparecieron bajo la silueta de Cactus Canyon a éso del mediodía. Eran cinco, envueltos en una dorada polvareda, y Byron imaginó a los caballos sudando copiosamente bajo el insoportable calor. Al cruzar la valla desvencijada, un reflejo cristalino, casi hiriente, relumbró contra la estrella de hojalata del sheriff Glover. Byron vacío despacio la pipa, se levantó con parsimonia, y a la vista de todos, suavemente, levantó el Winchester hacia aquella estrella rutilante y apretó el gatillo sin decir una sola palabra.
Una triste columna de humo se elevaba desde la chimenea, y a lo lejos, describiendo círculos majestuosamente estáticos, danzaban los buitres sobre Cactus Canyon. Confundió la primera descarga con la risa de Edith y la segunda, más lejana, con la voz de Geneviève cantando una vieja melodía de esclavos. Confundió el olor de la pólvora en el aire con aquellas barahúndas en el campo de batalla, y los relinchos de los caballos de los hombres del sheriff Glover, con el agónico adiós de su yegua.
Nunca pudo elegir su nacimiento. Ni la muerte prematura de su esposa y de su hijita. Pero podía elegir la suya. No volvería a sentirse esclavo de hombre alguno. Moriría a la sombra de Cactus Canyon como lo que era: un hombre libre. A la vista de su casa, de sus tierras, de su porche. Bajo una cruz de espino blanco que rezaba:
Aquí yace Byron Ntongo. Un alma libre.

MARÍA LORETO ARGANDOÑA

» Un cactus suaviza mis yemas con su piel, tiene 100 años solo florece una vez, en tu nombre»
(Gustavo Cerati.)
Estuve leyendo que los cactus son un verdadero misterio. ¿Sabes?
Florecen según la especie, cada nueve o diez años, algunos, cada quince, son lo equivalente a lo que llevo esperando a que te des cuenta del gran amor que siento por ti…pensando que floreceré, tan solo si me miras y me veas y me valides.
Dicen que hay otro cactus que lo cocinas y lo comes y lo vomitas y que es mejor que algún chamán te guíe la experiencia, pues se trata de un viaje al interior y al pasado, que le dicen San Pedro, porque es al mismísimo guardian del cielo al que ves cuando alucinas, así como alucino yo al sentir placer cuando me hieren tus espinas.
No necesitan tampoco, mucho riego, ni sol para ser fuertes, así como tú mi amor, que te alimentas de mi dolor cada vez que rechazas mis caricias y me ignoras.
Por eso, aunque yo probablemente no florezca nunca a tu lado y me marchite pronto y mis hojas dejen de recibir la luz del sol, ese que acaparas solo para ti, algún día, regresaré convertida en mariposa o abeja y esperaré paciente a que se abra tu flor, y no me posaré en ti, aunque sea la única que haya alrededor, para asegurarme de que no te reproduzcas jamás, y solo quede la proyección de tu sombra, grabada en medio de esa tierra seca, en medio de ese paisaje desértico del fin del mundo.

CARLOS RODRÍGUEZ

LAS ESPINAS
Todo cambió de repente. Aquella sonrisa que ofrecía a todo aquel que a él se acercaba, desapareció, ya no se contagiaría nadie más de ella.
Sólo sus verdaderos amigos permanecieron a su lado, ellos no necesitaban explicaciones, sabían que algo le había sucedido aunque él no hubiese dicho nada.
Su buen humor también se había ido, ya no bromeaba con todo, y nada le hacía gracia, por muy divertido que pareciese a todos los demás.
Siempre había sido de verborrea interminable, pero ahora permanecía en silencio la mayor parte del tiempo, y la verdad es que casi era mejor así, pues cada vez que abandonaba su silencio era para soltar alguna frase de lo más borde o algún improperio.
De aquellos grandes grupos de personas que solían reunirse con él con cualquier excusa ya apenas quedaba nadie, tal vez media docena que parecían ir tornándose para a acompañarle y ver si en algún momento volvía a ser aquel que había sido.
Sus amigos trataban de levantar su ánimo, pero nada parecía que pudiese hacerle reaccionar.
El gesto de su cara se había vuelto duro, siempre serio y con el ceño medio fruncido. Parecía estar de mal humor permanente y en ocasiones incluso sus miradas parecían poder acuchillar a quienes estaban al otro lado cuando hacían según que comentarios.
Quienes a él se acercaban por primera vez no solían repetir, y el comentario más habitual era compararle con un cactus, o con un tojo, que es más frecuente en nuestra tierra, pero pronto salían en su defensa aquellos cuatro amigos de toda la vida, aquellos que sí le conocían bien…
-Es cierto, se le ve como un cactus, totalmente cubierto de afiladas púas, pero esa es su coraza, su protección ante un mundo hostil que en su sinrazón le ha atacado mientras él daba lo mejor, ahora es necesario tener paciencia con él para conocerle y poder ver su verdadero yo, ese que emerge en raras ocasiones, como la flor del espinoso cactus.
Y así era en verdad, sus íntimos seguían disfrutando de aquella sonrisa, de aquel buen humor y toda aquella verborrea que le caracterizaba, porque ellos sí merecían que se desvistiese de su espinosa armadura les mostrase lo mejor de si mismo, pues como él mismo repetía en muchas ocasiones “quien ama las rosas, ama también sus espinas»

EDUARDO VALENZUELA

Cuando abrí los ojos vi la vía láctea con todas esas estrellas y misterios del universo que, como quien dice, te hielan la sangre ¿no? Y entonces me enderecé, ya que estaba mero tirado de espaldas y ahí ya caí en cuenta que estaba dentro de una nave espacial, porque vi que todas las estrellas se movían a la velocidad de la luz, con sus galaxias y todo eso. Entonces me dije: «¡Chale, ya me cargó el payaso! Ahorita sí que me raptaron los condenados marcianos». La neta sí me dio cuscús.
El piso de la nave estaba bien helodio y parecía no tener fin, porque no se divisaban paredes por ningún lado. «Quizás los carnalitos del medio metro no tienen muros en su dimensión espacial», pensé, pero no me acobardé y me hice de coraje para investigar donde estaba. Me costó un huevo caminar por la troca marciana porque parecía que hacía giros interdimensionales que me hacían aplicar la caballo dorado (un paso pa delante y otro pa tras) hasta que me di un par de sentones. Al cabo de un rato encontré a los quesque marcianos. Eran un chingo y todo indicaba que hacía un tiempo que me estaban esperando. Estaban todititos reunidos, mirándome con aire severo, y de chaparro no tenían nada. Eran igualitos a los que había visto en una película, altos y espiritifláuticos, sin nariz ni orejas y de color verde. De entre todos ellos, sobresalía el mero jefe. Era el más alto y chingón, tenía sus brazos levantados para hacerme el saludo de bienvenida. Recuerdo que sentí su voz telepática decirme en mi mente humana «¡Saludos, Manuel! Ven, acércate a mí que te serán revelados los más grandes secretos del cosmos. Ven aquí para darte… ¡lo que se proyecta hacia el universo!… ¡Te voy a dar “el fua”!». Y sentí su llamado en mi mente y mi corazón y, aunque soy bien macho, me emocioné llorando como un chamaco. Entonces corrí, corrí hasta él y lo abracé con todas mis fuerzas humanas. Pero fue un error, porqué “el fua” tenía todo el poder de la galaxia ¡y me partió hasta la madre de dolor!
Y eso fue lo último que recuerdo… No se cómo ni cuándo me trajeron de vuelta a la Tierra. Solo sé que desperté en medio del desierto con el hocico lleno de espinas.

ANGY DEL TORO

VIAJE AL DESIERTO
Siempre había soñado con viajar muy lejos y al fin lo he logrado. Combinar mis tres pasiones, crear, viajar y existir arropada por la naturaleza, se me antoja el milagro perfecto. Decía San Agustín «El mundo es un libro y aquellos que no viajan solo leen una página» ese es mi lema, viajar y reinventarme.
Literalmente puedo decir que me encontraba en el oriente medio, en las aguas que dividen el límite de dos países. El solo acariciar la idea de viajar ya resulta estupendo, pero, este viaje se colmó de un especial encanto. Hoy me he visto entre la “aventura y la escapada”. Pequeñas plantas esclerófilas e infinitos cactus poblaban un árido e inmenso desierto cuando una manada de camellos arribaba al mismo lugar de la playa donde me encontraba.
Me encanta tomar fotos con la cámara acuática, para más tarde, y en mi cuarto de estudio; escribir las impresiones del día, pero hoy no creo que lo logre. Ahora mismo, solo recuerdo a los nativos que cuidan los camellos diciendo:
«Si tu corazón tiene miedo, es peor, los animalitos se darán cuenta y sentirán la necesidad de acercarse»
No creo haya sido un espejismo el haber visto que la caravana de camellos se me acercaba por el fondo. Como pude, salí del agua y fui en busca del guía de la expedición, subí al camello que me habían asignado y al encontrarme con mis amigos, les dije:
— ¡Atención! Aquí mismo finaliza mi excursión. Regreso a la tienda de campaña.
—Ya pagaste la novatada, regresa y disfrútalos —decían mis amigos— que solo se escucha el bramar de los camellos. Podrás hacerles fotos.
Ellos reían y a coro exclamaban BRRR, BRRR: —No tengas miedo.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

Con su disfraz de cactus engañó al mundo.
Debajo de la áspera y espinosa envoltura se escondía una sutil orquídea.
Protegida con su armadura cruzó los charcos, se sentó al crudo sol del desierto,
Cruzó ríos de lava, pero, nada podía herir su auténtica identidad.
Estaba a salvo.
Con estoicidad de guerrero mongol venció dragones, esquivó espadas…
Nadie en el orbe acertó a ver su verdadera identidad.
Cuando la vida vino a cobrar su tributo, la ruda carátula dejó al descubierto
La fragilidad de la flor que, la vida ocultó con su manto de espinas evitando ser dañada.
El disfraz no pudo engañar al cobrador del tributo final.

EL FARO

“En la vasta parcela que es la vida
Mi violeta existencia
Mi frágil arquitectura en vaivén; te admira.
Y yo, que padezco la precoz vida que me toca, celebro tus años bajo el sol.
Un cactus, eso eres.
Un solitario cactus sin nombre
En un mundo donde todos tratan de chocarse con otro, a él no le interesa esa clase de accidente.
Y lo miro..
Y lo miro..
Por si pestañea un día
Y quiera llorar

OMAR ALBOR

Cactus
Ese soy yo
de verde mi interior
Amante del fuerte sol
sus rayos hacen en mi resplandecer mi verde ser
Soy el que ama la tierra así como también la arena
No necesito agua
solo sol
No me gusta que me toquen por eso llevo
espinas
Con tú mirada me basta por eso cambio de color
Mi flor nace una vez al año y es sin duda tan bella que siempre esperaras verla.
Una vez más
Así soy yo cactus.

EFRAIN DÍAZ

Con la frente sudorosa y la mirada marchita, elevó la vista al prístino cielo azul. Un fogonazo del candente sol le cegó, haciéndole bajar la cabeza.
Su garganta, como un antiguo canal de riego en desuso, estaba seca. Tragar su propia saliva le causaba dolor.
Con sus hermosos atardeceres, el desierto se pinta como un paraíso, pero en realidad, es un lugar inhóspito con olor a sufrimiento y a muerte.
Seducido por el sueño americano, Andrés decidió marcharse de México a los Estados Unidos. Merecía una mejor vida. Una vida alejada de la miseria y de los carteles. Una vida donde pudiera trabajar y progresar honradamente sin depender del narcotráfico.
Había escuchado múltiples historias de éxito y se lanzó a su suerte por el desierto de Chiuaua hacia El Paso, Texas. Caminó día y noche por el desértico páramo hacia el antiguo Paso del Norte. El mismo paso que cruzó don Juan de Oñate a principios de los 1600 y que le costó poco más de la mitad de la caravana.
Los malos cálculos y la falta de experiencia le hicieron pagar el precio de la novatada. Ya sin agua y sin comida, deshidratado y sediento, con una lastimera calma se recostó moribundo de un arbusto. Sabía que el final estaba cerca. Se resignó a la idea que de allí no saldría vivo y varias lágrimas humedecieron su seco rostro. Lloró más por rabia y de frustración que por pena. Serviría de alimento para coyotes y aves carroñeras. Pensó en su madre y en su pequeño hijo y sintió la amargura de la derrota.
Los cactus, solemnes guardianes del desierto, eran testigos del desfallecimiento de Andrés. Eran observadores silentes de la muerte de miles de inmigrantes, que persiguiendo el sueño americano, dejaban el pellejo y la vida en el árido desierto de Chiuaua. Su ruta siempre ganaba la partida.
Sin alternativas, sin esperanza y sin remedio, Andrés se sentó a esperar la muerte.
Con una sonrisa a medias, que apenas podía sostener, pensaba que el fallido intento había valido la pena. Era mejor morir en el desierto, intentándolo, a morir acribillado en un callejón en su ciudad sin haber intentado nada.

GUILLERMO ARQUILLOS

CAMPO DE CACTUS
Martina enterró el cadáver un poco más allá de los matorrales que estaban detrás del cactus grande. Al principio comenzó a darle vueltas a la idea de matar a Sonia solo como un divertimento, una especie de pasatiempo para su mente, harta de trabajar en los problemas que su jefe le dejaba amontonados en las carpetas de su mesa. Luego, la idea fue creciendo en su cerebro.
Aunque vivían juntas, Martina no quería Sonia. Pero no fue esa la causa por la que la mató. Sonia, por cierto, se había resistido a morir y Martina, que era más fuerte que ella, tuvo que apretar bien fuerte las manos alrededor de su cuello hasta que se convenció de que había dejado de respirar. Después vino la desagradable escena de montarla en el maletero, arrastrándola por el jardín, y llevarla hasta el camino de tierra, lejos de la ciudad. Allí hizo un buen hoyo en la tierra blanda y la enterró.
La mató por su dinero, el que se negaba a compartir con ella, el que había heredado de sus padres y utilizaba para chantajearla y tenerla todo el día a su alrededor, sin libertad, como un perro faldero. La mató porque quería ser independiente y porque se sabía de memoria las claves de las cuentas de Sonia.
De pronto, alguien llamó a su móvil. Martina se quedó helada: era el número de Sonia. Tardó en descolgar un buen rato, mientras trataba de encajar aquella sorpresa. Estaba segura de que había dejado el móvil con el cadáver, enterrado detrás del cactus. Descolgó, oyó una respiración —que se imaginó que era la de un hombre— y colgaron. Las manos de Martina parecía que tenían vida propia, temblando por su cuenta, sin pedir permiso a su cerebro. Notó cómo le caía una gota de sudor por la frente y se detenía en una de sus cejas. Apretó los labios con fuerza.
Lo primero que pensó fue que tenía que haber cometido un error, que debía de haberse dejado en alguna parte el móvil de Sonia. ¿Quién habría encontrado el teléfono? Martina repasaba una y otra vez la escena: después de estrangularla, había desnudado a su amiga, había llevado su cuerpo hasta el camino y la había enterrado, envuelta en plástico. Allí puso su móvil.
***
El hombre se había caído sobre un grupo numeroso de cactus pequeños pero muy puntiagudos. Por la extraña y desagradable posición de sus piernas, se deducía que se había roto algo al caer sobre las púas de las plantas del desierto que atravesaban su cuerpo una y mil veces. Martina, en cuanto llegó al lugar, reconoció el móvil de su amiga, caído, fuera del alcance del desconocido.
—He llamado al primer número que hay en el teléfono —se disculpó con una débil voz— ¿Es el tuyo?
Martina tenía que pensar muy deprisa: o le echaba una mano y salvaba a aquel hombre, que ya había perdido mucha sangre, sacándolo como pudiera del laberinto de cactus, o dejaba que la naturaleza actuara. Según le contó el desconocido, le gustaba pasear a solas en la oscuridad y la vio enterrar el cadáver de una mujer. Creyó que el móvil tendría una buena venta en Internet. Le juró y le perjuró que le importaban tres rábanos lo que se trajera con la muerta. Que lo único que quería era el móvil y que tropezó en una mala caída. Ahora le dolían mucho las piernas y tenía el cuerpo atravesado por las agujas de los cactus, algunos de los cuales quizá fueran venenosos.
—Échame una mano, por favor. Te juro que no diré nada a nadie.
Todavía era de noche. La luna estaba siendo testigo de la conversación. Hacía frío, el frío del desierto cuando no hace sol. Martina se estremeció cuando fue consciente de que tenía que decidir. Levantó la mirada y vio a algunos buitres girando por encima de su cabeza.
Y, entonces, resolvió que aquel extraño no le iba a causar ningún problema. Se acercó con cuidado a su lado y, con mucha delicadeza, cogió el móvil de su amiga y fue lentamente hacia el coche, entre los gritos del desconocido, clavado contra los cactus, inmóvil e indefenso.
Cuando arrancó el coche para volver a la ciudad, los primeros buitres se posaron sobre el cuerpo de aquel hombre, horrorizado por lo que iba a ocurrirle.
La naturaleza siempre termina actuando. Martina recordó mentalmente las claves de las cuentas de su amiga.
Y sonrió.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

En algún lugar al norte de méxico.
Estábamos de vacaciones mi mujer y yo en México y mi mujer quería visitar un vivero, yo le dije qué para qué si no podíamos llevar nada fuera del país.
Ella me miró y yo calle. Es una loca de las plantas en general y de los cactus en particular, yo soy más de crassulas, que no tienen pincho.
A lo qué voy.
Busquemos el vivero. El Google nos llevo por carreteras polvorientas, hasta encontrar el lugar. Claro lo ponía en la puerta, Cactus.
Y entremos.
Era un bar, con música ruidosa, luces de neón. Yo dije, bueno nos tomamos una cerveza.
El local estaba ambientado, la verdad, para cuando mi mujer me puso cara de vámonos, teníamos la cerveza en la barra.
El camarero nos puso dos chupitos de tequila.
-‐Tomenselos y salgan rápido. Dijo.
No dio tiempo, el tiroteo, las sirenas.
Estábamos en una redada, todo por los cactus.

SON SONIA

PURO CACTUS
Son las 4:58h de la madrugada y estoy en pleno ataque de insomnio. No voy a escribir sobre cactus sino que voy a ser puro cactus pinchando globos.
*PLATÓN: “Aquellos varones cobardes y que han malvivido se han transmutado en hembras” (Timeo).
*ARISTÓTELES: “La mujer es como un varón mutilado y las reglas son una semilla, pero no es pura: solo le falta una cosa, el principio del alma” (Generación de los animales).
*SANTO TOMÁS: “Una mujer es un ser deficiente y cuya creación ha sido sin querer”; “Las mujeres son inferiores a los hombres debido a su cuerpo patógeno…”.
*MIRABEAU: “Somos nosotros quienes hacemos que las mujeres sean como son; y he aquí por qué no valen nada”.
*SCHOPENHAUER: “En el mundo solo debería haber amas de casa, dedicadas al hogar, y jóvenes que aspiran a convertirse en eso, y que se formarían no en la arrogancia, sino en el trabajo y la sumisión” (Ensayo sobre las mujeres).
*NIETZSCHE: “La mujer es una superficie que imita la profundidad”.
*FREUD: “La inferioridad intelectual de tantas mujeres, que es una realidad indiscutible, se debe atribuir a la inhibición del pensamiento, inhibición necesaria para la represión sexual”; “Es un hecho conocido y que ha proporcionado a los hombres abundante material para la recriminación, que a menudo el carácter de las mujeres se altera especialmente cuando han renunciado a su función genital. Se vuelven pendencieras, liosas y discutidoras, mezquinas y avaras; de esta forma, hacen gala de rasgos de erotismo sádico anal que antes no tenían, durante su femineidad”.
*FAULKNER: “Las mujeres no son más que órganos genitales estructurados y dotados de la facultad de gastarse todo el dinero que poseen”.
Hay más… muchos más y mucho más. No tengo duda alguna de que la inteligencia brilla por su ausencia en estos sujetos utilizados como muestra y prueba evidente de por qué la historia de la humanidad ha sido el desastre que ha sido. La ignorancia entronando a la ignorancia.
El hombre es el único animal que mata a las hembras de su especie”. Palabras de Philippe Brenot, antropólogo y sexólogo.
Acompañando este texto cactusiano, el cartelito que yo misma he realizado en esta madrugada del 9 de enero del año 2023. El diccionario de la Real Academia Española luciendo machismo. Así es como están las cosas a día de hoy.
Hay una frase que no olvidaré nunca, dicha por un pretendiente: “Las mujeres sois chochitos con piernas”. No pensé. La bofetada me salió del alma y sentí que no solo la estaba dando yo sino que la estábamos dando todas las mujeres juntas.
Y rematando, la opinión de otra joyita del sexo masculino, otro pretendiente: “Entiendo que algunos hombres asesinen a sus ex”.
Me ha costado mucho trabajo interior convertirme en el cactus que muchos hombres (demasiados) necesitan encontrar en su camino.
Y no soy feminista. Lo que soy es muy mujer y orgullosa de serlo.

GAIA ORBE

aparecen los vigías del Norte en el llano
en el suelo suelto
pedregoso
guerreros estáticos
inmóviles
armados con sus doradas espinas
coordino mis brazos con mis piernas
le hago frente a la ventisca
helada
áspera
cardones de medio siglo
anuncian la lluvia en la gran sed
con su flor de un día
me doy cuenta de que
yo también eché raíces
cobijada por las ramosas jarillas

IKER YELED

Ibas caminando por el desierto, cuando de repente, apareció un joven que se encontraba solo con una maleta bastante deteriorada (por el uso, imaginaste) y te preguntó si podías acompañarle hasta llegar a la ciudad a la que ibas. Como ibas en la misma dirección, y también te encontrabas solo, no te preocupó acompañarle hasta allí. No tenías nada más que hacer. Así que aceptaste la propuesta.
Desde que le viste notaste algo extraño en su apariencia. Llevaba algo parecido a un traje pero no era tal atuendo. Su aspecto desaliñado era bastante notable, sobre todo por el olor corporal tan fuerte que desprendía. Y pensaste que sería por el largo viaje que llevaba haciendo a pie, por el sudor, por el calor que hacía.
Entre los cactus, que se iban sucediendo a lo largo del camino, por una carretera inhóspita, se empezó a observar una especie de animal, que te resultó desconocido. Nunca habías visto semejante ser vivo. Tenía un color similar al marrón y según le viste, desapareció.
Habías tenido experiencias paranormales previas, similares, pero no como la de aquel día.
El joven empezó a gritar y a sonreir al mismo tiempo. No entendías nada de lo que ocurría en ese lugar y espacio. Querías entender qué es lo que pasaba, pero hasta que no llegaste al próximo pueblo no descubriste el secreto.
Al llegar, acompañado del joven extraño, él te dijo un papel amarillo (envejecido por el sol y el calor del desierto) donde estaba escrito el número de la dirección a la que se dirigía.
Su destino era un enorme cactus, como los que se encontraban mientras iba viajando por el desierto. Ese joven había sido cactus de pequeño, en otra vida. Y se había convertido en persona al haber trascendido su sabiduría ancestral, transformándose de animal a ser humano. Pero necesitaba volver cada cierto tiempo al desierto para renovar su energía y seguir evolucionando como persona.

ANTONIO JOSÉ ROMERO GÓMEZ

EN MEMORIA DE CHARLIE
Palpaba bajo el sombrero, a un lado y a otro, sosteniendo en su mano encallada un pañuelo roido, con la intención de aclarar su frente de sudor y polvo. Repasaba las señales que le había indicado el tipo de la cantina tres días atrás, quizá cuatro, pero tenia la certeza de que estaba perdido. Deambulaba persiguiendo un horizonte vacuo y sin destino. Desmontó a «Charlie», su inseparable corcel negro y se puso frente a él.
—¿Hacia donde vamos, chico?
El caballo hizo un ademan mientras relinchaba. Observó el cansancio y la frustración en los ojos del animal. Siempre le habia fascinado la humanidad de su mirada. Sin decir nada, parecía comprender cada palabra cada vez que Arthur le hablaba o susurraba. Acarició con su áspera palma el hueco que separan los ojos del caballo y acto seguido topó frente con frente. El pobre Charlie estaba tan cansado como él mismo. Decidió que caminaría un buen rato a pie tirando de las riendas, para aliviar la fatiga del caballo. Lo había desprovisto de todo cuanto podía suponer una carga al animal. Las mantas, la lona para la tienda, las ristras de balas, las sartenes y cacerolas… casi todas las cantimploras, dejando solo una que ocupaba menos de un cuarto de agua. Sólo portaba encima una petaca oxidada con un culo de bourbon y un pedernal, aparte del Colt, que colgaba de la cartuchera con el tambor lleno. El único bulto que lastraba Charlie era un bandolero sureño apresado y maniatado, que días atrás había dejado de dar señales de vida.
—Vivo o muerto…. ¡Maldita sea! —se maldijo Arthur, pues ahora, con ese mostachudo convertido en cadáver, tendría que conformarse con una recompensa mucho menor, dejando atrás la ilusión con la que partió hacia Austin desde Blackwater, donde vio el cartel en la estación del ferrocarril.
«Doscientos vivo y veinticinco muerto. Se busca por robar un caballo al alguacil local». Aquello le daría para pasar una larga temporada, pensó el iluso. Ahora se encontraba perdido y arrastrando por el desierto un cheque de veinticinco dólares que pesaría unos noventa kilos. Lo golpeó una y otra vez preso de la furia, como si el muerto pudiera sentir los golpes de Arthur, pero el único que los padecía era su malhumorado caballo que relinchando, se apartaba del dueño.
Oteaba el bramido horizonte distorsionado, buscando una señal que le indicase donde dirigirse. Se apeó el sombrero para utilizarlo a modo de abanico y poder disfrutar de algo aire sobre su piel, dejando al descubierto la marca del sol en su frente. Las arrugas poblaban todo su rostro, quemado y envejecido por el calor. La barba, que solía llevar rasurada, hacia varios días que había crecido y acampado en la quijada. Todo le escocía y el «long jonh» le picaba por doquier.
Dio un giro de trescientos sesenta grados con la mano como visera, con la intención de encontrar una referencia cuando repentinamente algo llamó su atención. No podía creerlo. De nuevo colocó su sombrero para que los rayos del sol no molestasen su visión. ¡Era un tendero ambulante¡ ¡Iba cargado con todo tipo de enseres e iba lastrando un burro muy hermoso repleto de bidones y tiras carne ahumada! También colgaba de una de las alforjas una soga en la que llevaba anudados varios pollos recién pelados listos para cocinar.
¡No lo pensó dos veces! Montó a Charlie y comenzó a espolearlo, cada vez más fuerte. Su corcel trotó y trotó obediente cada vez más rápido, golpeando con los cascos furiosamente el árido terreno, hasta que de nuevo la fatiga hizo mella en la carrera. Arthur lo sintió. Sin dejar de gobernar a la bestia, sacó la navaja y corto las sogas que maniataban al bandolero, dejándolo caer, haciéndolo rodar por el desierto. Más tarde regresare a por ese mal nacido, pensó. Cada vez estaba más cerca de alcanzar al tendero. Era imposible no hacerlo, era un blanco perfecto en aquella estepa desértica. Discernió que él el burro también estaba en marcha, pues a pesar de llevar un rato jaleando a Charlie no lograba alcanzarlo. De nuevo los jadeos del animal se hacían presentes, pero Arthur hacia oídos sordos y seguía dando con las espuelas en las costillas del caballo. Tal era la velocidad, que el sombrero hacia metros que había despegado de su huesuda cabellera. Cabalgaba a toda prisa como una centella que atraviesta el desierto dejando una estela polvorienta tras de si. ¡Casi lo tenia!
—¡Frena chico, frenaaaa! —ordenaba Arthur tirando de las riendas, viendo que ya se encontraba a escasos metros del tendero pero Charlie no respondía. Bajo la vista y vio que su amigo trotaba con los ojos cerrados y cabizbajo. Habia desfallecido. Apretó la mandíbula, sabiendo lo que se avecinaba. Charlie hincó las rodillas en la arcilla seca del desierto y Arthur salió catapultado, dándose de bruces contra el tendero y frenando en seco.
Abrió un ojo y escupió uno de los pocos dientes que le quedaban a tierra. Cayó al suelo deslizándose entre espinas. Quedando de rodillas frente a un imponente cactus. Comenzó a lucir su recién estrenada mella riendo histriónicamente a carcajadas cayendo en la demencia, dándose cuenta que hasta allí había llegado el legado del afamado cazarrecompensas Arthur Marston, luciendo como un alfiletero y siendo devorado por el oasis en el que había confundido un cactus por un tendero y su burrito.

ADRIA MANTÍCORA

Parir
Fui el tercer parto de mi madre, fútil e indoloro entintando mi vida de insignificancia. Suelo consolarme que mi existencia me duele desde que me arrebataron mi placenta, ese hogar que me germinó.
Así como vine al mundo, las relaciones gestaban y partían sin duelo. Excusándome en que ya somos adultos curtidos. Hasta que tú me has dolido, desde que penetraste en mi cerebro la idea de estar juntos, te violenté durante gestación de esta posibilidad. Cuando nos separamos fue como parir un cactus, con mis piernas abiertas me rasgaban tus espinas regias, ese sacrificio se transformaba en la verde partida. Me quitaban las espinas que dejaste en mi interior y al poco tiempo me di cuenta que en contra de tu anatomía dejaste alojadas tunas dentro de mí. La doctora no podía sacar los frutos y si lo lograba las espinas seguirían inamovibles.
Aprendí a sobrevivir con mi condición. Cuando te volví a ver las que yo creía marchitas dentro de mi ser ahora eran mas verdes y jugosas aclamando más espacio dentro de mi ser. En el piso gracias al arrebato te veo con la aureola del sol elevando tu divinidad.
Estamos juntos desafiando los pronósticos, te reconozco.

JOSMA TAXI

María Alejandra Rodríguez de la Vera fue siempre una chica especial. Nació el 27 de octubre de 1958, a las 5:07 a.m. Su abuela Cristina de la Vera Merlo. comadrona de oficio, al traerla al mundo declaró: “Esta niña va a dar mucho que hablar”. La Sra. Cristina, como la llamaban en el pueblo, no se caracterizaba por el acierto de sus vaticinios, pero a ella le daba exactamente igual, pensaba que si lo había dicho ella era más que suficiente, así que nadie le llevó la contraria, entre otros motivos, porque tenía un par de ovarios bien puestos, y una agresividad a prueba de cualquier clase de relajantes conocidos. Su fama era tal que en la región la llamaban “La guerrillera”.
Durante su infancia María Alejandra no dio avances de lo que iba a ser en la vida, paso esos años recogida en casa, sujeta a la estricta disciplina de su madre, y a la atención de un sinfín de niñeras y criadas, que su papá– D. Ernesto Rodríguez Cordero–, puso a disposición de su esposa, para la buena educación de su niña y el descanso de la madre. Muchos en el pueblo se extrañaron y pensaron que tal vez y sin que sirviera de precedente La guerrillera se había equivocado, aunque nadie tuvo el valor de reprochárselo.
Al cumplir los quince años María Alejandra se había convertido en una señorita que, sin ser guapa, llamaba la atención. A ello contribuían los potingues y cremas que su mamá encargaba en la farmacia del pueblo y, de vez en cuando, la utilización de algunas pócimas carísimas, que le llevaban desde los más reputados centros de belleza de Madrid e incluso de Paris.
Por esos tiempos los paseos de la Srta. Alejandra por el pueblo causaban estragos entre los caballeretes que la contemplaban. Veían a una joven heredera, su papá era el dueño de una exitosa fábrica de gaseosas, que inundaba el mercado nacional con sus productos. La jovencita era esbelta, rubia, con ojos azules, sin embargo, nunca nadie la había oído hablar.
Con ocasión de su décimo octavo cumpleaños D. Ernesto organizó, en la residencia familiar, un baile de puesta de largo, con el que se daba la bienvenida al mundo de los adultos a la joven, al tiempo que se abría la veda a los señores interesados en cortejarla.
El evento tuvo una repercusión no solo comarcal sino incluso provincial, la noche del miércoles 27 de octubre de 1976, día de Santa Sabina de Talavera, la casa de la familia Rodríguez estaba preparada par acoger a sus invitados, D. Ernesto había cursado doscientas invitaciones, seleccionando especialmente a sus invitados, entre las familias más prestigiosas y acaudaladas de la región.
A las nueve de la noche se abrieron las puertas de la mansión, D. Ernesto y toda la familia recibían en la puerta a sus invitados, conforme acababan de saludar los dirigían al jardín en el que se servían bocaditos elegantes y bebidas perfumadas y refinadas.
A las nueve y media, todos se trasladaron al enorme salón de baile, de cuyo techo pendían veinte majestuosas lámparas de estrás. En el fondo de la habitación habían instalado un piano de cola, de la casa Bechstein, traído especialmente para la ocasión desde Barcelona, en régimen de alquiler, con la promesa del Sr. Rodríguez de estudiar su adquisición, si quedaba satisfecho con su sonoridad.
Al lado del instrumento musical se encontraba de pie, Maximiliano de la Vera, primo segundo de la Srta. Alejandra, joven apuesto, estudiante de leyes, que tocaba el piano de oído, aceptablemente bien para ser pelirrojo.
Para sorpresa de los presentes la Srta. Alejandra avanzó pausadamente por el salón, se colocó al lado del pianista y comenzó a cantar una selección de piezas, en las que sus dotes de soprano dejaron a todos los asistentes embelesados y admirados.
Al terminar el pequeño recital se abrieron las puertas del comedor y los invitados fueron pasando a él. Allí había una mesa presidencial en la que se instalaron los familiares más cercanos de la homenajeada. La cena fue servida por el afamado restaurador Coque Villalba, estuvo repleta de platos elegantes, ligeros, frescos, acompañados de vinos de las mejores bodegas nacionales. Al finalizar la cena, de nuevo en los jardines, amenizó la velada una orquesta, algo populachera, de repertorio amplio pero anticuado, que hizo las delicias del público, al interpretar sus peticiones de canticos y ritmos de moda.
La Señorita Alejandra, con la excusa de querer fumar un cigarrillo, apartó a su primo hasta un bosquete separado de la vista general, allí, la joven confesó su amor por el muchacho, esperando la complicidad de Max.
Sin embargo, el joven titubeaba, no contestaba a la confesión de su prima. Tras unos tensos minutos de silencio, se atrevió a decirle: “Alejandra, sabes que para mí has sido siempre como una hermana, al menos he intentado tratarte así. Yo no creo en el amor romántico, estoy esperando a terminar mis estudios de Derecho, para colgar el título y lanzarme a conocer mundo. En estas condiciones no voy a aceptar tu ofrecimiento”
Esa respuesta provocó en la joven un dolor intensísimo, que se le instaló en el deltoides derecho, irradiando hacia la espalda y llegando a interesar su abdomen. Disimuló lo más que pudo y se fue, al tiempo que exclamaba: “Eres tonto Max, conmigo habrías sido feliz y con algo de paciencia hubieras sido un rico empresario…”

ALMUT KRUSCH HOFFMANN

Menudo cactus
Hace tiempo organicé una cena en mi casa. Una de mis amigas me regaló un cactus. Me extrañó un poco este regalo (¡hubiese preferido una botella de vino!), pero el detalle me divirtió.
Era un cactus pequeño, redondo y perfectamente acoplado a su maceta de barro. La parte superior lucía una pelusilla blanca y cada uno de los muchos pinchos nació de un bultito diminuto. Era simpático.
Al día siguiente busqué el lugar idóneo para él. Había leído que los cactus absorben las radiaciones nocivas de los dispositivos electrónicos, así le asigné su lugar cerca de mi ordenador y de mi teléfono móvil.
A medida que pasaban los días, esta cosita cada vez me gustaba más.
Como sabía que su necesidad de agua era muy baja, le rocié con agua tibia solo un día a la semana, los lunes.
Pero a pesar de su aspecto saludable, no creció y pasado un tiempo largo de paciente espera empecé a preocuparme por su salud. Por alguna razón quería seguir siendo pequeño.
Había leído en alguna parte que las plantas prosperan cuando se les habla. Mi tímido cactus, quizás con el canturreo de mi voz se animaría. ¡Pero ni caso!
¿O tal vez fue su hipersensibilidad al cambio de lugar? Pues ya le estaba durando mucho.
¿O era de los del crecen extremadamente lentos? ¡Ni siquiera Google pudo ayudarme!
Después le cambié a un sitio con menos sol, tuve cuidado con las corrientes de aire y le alejé del ordenador por posible sobredosis…
Coloqué una hermosa orquídea a su lado, pero no mostró el menor interés por llegar su altura.
Pasé poco a poco de la preocupación a la obsesión.
Le regañé y le amenacé con hacerle pasar sed durante 4 meses.
¡Nada!
Resignada, le dije mirándole seriamente a su cúpula de pelusilla:
—Mira, te he cogido mucho cariño, pero veo que no haces el más mínimo esfuerzo por crecer, ni siquiera un poquito y a pesar de todos los cuidados que te estoy dando. Ya no sé qué hacer contigo. Tienes un aspecto saludable y no pareces tener ningún problema orgánico. ¿Te niegas a crecer? Pues tu mismo. Es tu decisión seguir siendo un cactus enano toda tu vida, sin flores y sin alegría. Pero tranquilo, seguiré cuidándote con cariño, porque te lo mereces. Te prometo que pase lo que pase, no acabaras nunca en el contenedor de basura orgánica. Te lo prometo.
Luego le volví a colocar en su sitio y le salpiqué con unas gotas de agua tibia en señal de afecto y para enfatizar mis palabras. Le miré con ternura. ¿Qué demonios estaría pasando en su tierno interior?
Llegó el martes y con él, como todas las semanas, el día de la limpieza. Afronté la tarea con pocas ganas y con deseo de acabar cuanto antes con esta monótona y estúpida tarea.
No recuerdo el momento exacto de descuido que desencadenó la catástrofe. Creo que agitando el plumero arco iris con una mano y moviendo los objetos de la mesa del ordenador con la otra, perdí la coordinación. No me atreví coger el cactus al vuelo por miedo a destrozarme la mano y con un ruido sordo mi pequeño cayó al suelo. Dejé escapar un grito histérico y en el mismo instante mi respiración se quedó congelada.
El cactus se había desprendido de su maceta, poniendo al descubierto su parte inferior gris y fea, pegada a una placa de plástico marrón. Me quedé como la mujer de Lot.
Después, mi sonora carcajada hizo temblar las paredes. Había cuidado un trozo de plástico. Me había dejado engañar por el perfeccionismo de una imitación.
Me sentí absolutamente ridícula por ni siquiera haber considerado esta posibilidad.
Obviamente, este cactus que no era más que un trozo de plástico perdió totalmente mi interés y su destino era el cubo de la basura, bolsa amarilla.
Encendí el ordenador. Pero algo faltaba. Noté la ausencia de mi pequeño amigo con el que ya no podía hablar de mis alegrías y penas, distraerme con él o acostarme con la esperanza que durante la noche se iba a producir el milagro.
Y pensé en mi amiga. ¿También había sido víctima de un engaño? O no…

FEDERICO ANDREOLI

Lo único que me queda es una casa vacía, acostado en el colchón de una plaza, que vaya a saber uno de quién es, quedaron algunos muebles viejos, que eran de mi abuela, donde pongo la ropa, o lo que va quedando de ella.
Parece mentira que en otra vida creía tenerlo todo, y en realidad no tenia nada.
En esta habitación, queda un colchón y un almohadón, unas sabanas, el cactus y yo.
Me propuse mantener una charla con mi única compañía.
¡¡¡Oh viejo amigo, habiendo sido testigo de todo, dime que tengo que aprender, dime cual es el sentido de todo esto!!! Afinaré mis oidos para escucharte.
C- ¿Qué sentido tiene una flor, si no estás ahí para recibir su aroma?
¿Qué sentido tiene un pájaro, si entre tantos ruidos nunca vas a escucharlos?
¿Qué sentido tiene un hijo, si de tanto que te inventaste no podes mirarlos a los ojos?
¿Qué sentido tiene el amor, si el sin sentido te gobierna haciéndote impenetrable a él?
¿Qué sentido tiene la vida, si no estás ahí para vivirla?
Aquellos que deciden morir dos veces, allanan el camino para encontrar la armonía.
Yo- Oh viejo amigo, ¿Cómo pude estar tan dormido?
Nadie me respondió ya.
Intenté dormir, y volví a escucharlo.
C- Si el amor te exige algo, no es amor, es necesidad.
Tratar de cambiar las cosas al modo de uno, es querer amoldar la realidad a nosotros.
Nunca pensaste que el que debía salir del molde en el que estabas eras vos, querías todo a tu medida, se te hacía insostenible ya.
Pensé en que no quería escucharlo más. Pensé que esto era una locura, y traté de dormir.
En el medio de la noche me despertó otra vez.
C- Imagínate un ser liviano como una pluma.
Ahora, olvídate de él.
Con esas palabras me quedé dormido, y en el sueño me lo encontré, no era yo el que preguntaba, o si. Era yo pero visto por mí mismo, sin conciencia preguntaba, y el cactus contestaba.
Existe el amor, pregunté.
C- Existe la palabra
Y- Pero esa palabra tiene un significado.
C- Tiene infinitos significados, según la necesidad de cada uno. No existe el amor, existe la necesidad. Existe la persona que no se ha completado a si misma.
Una vez hecho esto, existe solo el ser, el ser no cabe en ninguna palabra, si pansas en el amor, si lo podes sentir con profundidad, ese sentimiento es el mismísimo ser, es de donde venís y a donde vas.
Y- Entonces, tampoco existe el miedo, afirmé.
C- No existe el miedo, existe la necesidad de tenerlo, escondiéndose la gente detrás de él, simplemente por no animarse a ser lo que ya fueron alguna vez.
El espacio que dejaste vacío se lleno de palabras, a las cuales le diste un montón de significados según tu necesidad de cada momento.
Llegaste hasta acá, quiere decir que todas esas palabras, que siguen estando ahí, aún no han podido terminar con vos.
Te inventaste todas las ficciones, para poder darte una explicación de haberte abandonado a vivir una vida que no era la tuya.
Pero el ser es eterno, el ser no conoce de tiempos, no hay lunes ni domingos para él. Al saberse eterno, es ilimitado, entonces se pierde la idea del tiempo.
Nada es ya ahora, todo es siempre, porque siempre fué asi.
Las infinitas circunstancias universales, todo lo que tuvo que pasar para que vos estés acá, todo eso es infinito, que hayas elegido no verlo, no significa que no siga estando ahí.
Por mas que te niegues a aceptarlo, sos eterno, y te tocara serlo fuera de tu aceptación, repitiendo tus negaciones en cada una de tus existencias.
Pero llegaste hasta acá, saliste del mundo conocido, haciendo que caigan las creencias y los límites.
Te creíste loco, claro que lo sé, estaba ahí a tu lado.
Creíste ver en los otros la causa de todos tus males y finalmente caíste en que vos eras tu propia trampa.
Supiste meterte en tu propio pozo, lo cavaste bien hondo, hasta las entrañas. Te costó salir de él, pero solo los guerreros saben morir dos veces.
Eso que parecía tu tumba, fue desde donde echó raíz tu semilla nueva, que de tan profundo que llegó, sabe que su cielo, infinito, lo está aguardando hace tiempo, para que una vez que asomen sus hojas, agradezca al sol por esta nueva oportunidad.
Agradezca al pozo por haberle enseñado a no sucumbir, agradezca a la profundidad a las que fueron sus raíces, pues ningún otro viento la amenazará ya. Ha perdido el miedo, y agradece por estar ahí para sentirlo.
Los pétalos se abren y esparcen su aroma, un aroma infinito que nos distingue a cada uno de nosotros cuando florecemos.
Sin embargo te falta, porque siempre te va a faltar cuando creas que es para atrás o para adelante.
El rumbo es incierto, no existe tal cosa como rumbo, cuando logras hacerte amigo de esta eternidad que nos envuelve, comprenderás que el tiempo y el espacio, son solo conceptos del ego para no dejarnos ser eternos.
Cuando salgas de la trampa en la que te fuiste metiendo, te darás cuenta de que la puerta siempre estuvo abierta, solo que no podías verla, habrá nuevas trampas, que verás con asombro y todas las puertas abiertas, apuntando al infinito se harán solo una para vos, tu puerta abierta, entra de una vez, salí de la trampa.
Al despertar, decidí quedarme un rato con los ojos cerrados, una increíble paz me inundaba.
Abrí los ojos, miré al cactus, una flor blanca había florecido junto conmigo.

BEGO RIVERA

El viaje maldito
No recuerdo bien a quién se le ocurrió la idea de viajar a Isla Tiburón.
Lucas, Fran y yo éramos amigos desde niños. Los tres siempre juntos.
Habíamos viajado a varios países del mundo de mochileros, pero esta vez, al necesitar un permiso oficial de la tribu de la isla para acceder a ella decidimos viajar mediante un tour operador.
Estábamos decididos y emocionados por ver la isla y siempre fue nuestro sueño ir al estado de Sonora en México, donde se encontraba la isla.
Hogar de la tribu Konkaak como se autodenominan y llamada la tribu Seri por la lengua yanqui.
Actualmente los descendientes habitan en Punta Chueca y Desemboque, a la misma altura de la isla pero enfrente, en tierra firme.
Sólo se puede acceder a la isla mediante permiso y de forma parcial, no se puede hacer noche.
Nos hacía ilusión una de las atracciones para los turistas, la limpia, un rito de la tribu en el que se fuma en una pipa de cristal DMT, sustancia extraída del sapo toro.
Lucas que siempre tuvo madera de líder se encargó de reservar y planificar el viaje.
Fran y yo le dejábamos hacer, siempre íbamos a remolque.
Además era lo idóneo ya que Lucas resultaba atractivo tanto para hombres como para mujeres, no sólo físicamente, su personalidad era arrolladora y embaucaba a todo el mundo.
En sus redes tenía un montón de seguidores.
Mostraba sus fotografías viajeras donde comentaba nuestras aventuras.
Fran era el más callado y retraído, si alguien le plantaba cara a Lucas era yo.
La última foto que subió Lucas a sus redes fue camino de isla Tiburón, en la lancha— manejada por los Seris—que nos llevaba desde Punta Chueca a la isla cruzando el estrecho de Infernillo.
Recuerdo ver desde la lancha los miles de cactus que poblaban la isla.
Después de eso…todo era borroso.
Lucas desapareció.
Según nos contaron… nos encontraron a Fran y a mí delirando, fuera de sí, lejos de la zona turística. Nos llevaron al centro de salud de Bahía Kino, estuvieron buscando a Lucas sin éxito.
Volvimos a España sin Lucas.
Inundamos las redes con la foto de desaparición de Lucas al igual que hizo su familia.
La policía de Punta Chueca sigue buscándolo a día de hoy.
Han pasado dos meses, dos meses en los que en mis sueños veía a Lucas rodeado de cactus… llamándome.
Hace unos días encontré mi móvil, lo perdí en el viajeese maldito día de la excursión a la isla; ¿ Cómo ha aparecido de pronto?
No estaba, estoy seguro.
Me puse a mirar las fotografías del viaje, esperando ver una pista; todo era confusión ¿ O era miedo? ¿Miedo a descubrir la verdad?
Creo que sí. En mi interior lo sabía.
Había varios vídeos también. Puse el último; casi seis minutos de terror.
En el vídeo se nos ve a Lucas a Fran y a mi
en una zona desértica, separados del grupo y de la zona turística ¿Cómo llegamos allí?
En la grabación Fran y yo totalmente enajenados tiramos en la distancia grandes piedras a Lucas hasta matarlo, quedando totalmente deformado, irreconocible.
Nuestros gritos eran aterradores, similares a los de animales salvajes en una pelea.
Después se nos ve a Fran y a mí irnos entre los cientos de cactus de más de diez metros de altura.
Sin mi móvil…
¿Quién grabó el vídeo? ¿Quién estaba allí?
¿Cómo ha aparecido mi teléfono?
Desde que tengo el móvil con la grabación no duermo.
He intentado llamar a Fran, no contesta.
He matado a mi amigo y alguien o algo lo sabe.
Tengo la sensación de que voy a explotar.
Debería decirlo y buscar el cuerpo de Lucas.
Eso sería lo correcto, pero realmente yo quería matar a Lucas: ¡ No tengo porqué pasar años en prisión por su culpa!
Estaría feliz si no fuera por la incertidumbre de no saber quién nos vio y grabó ese maldito video.

LILA VIVAS

Flor de Seda.Brazos de Cobardía
Lo que no me gusta de los cactus es que algunos o casi todos ,florecen una vez al año.
Recuerdo algunas floraciones.Un día caminando por las sierras de Tandil, encontré unos cactus , uno tenía ; flor amarilla y otro la flor roja, se parecían a las portulacas ( flor de seda) yo en ese momento no conocía mucho de plantas.No es que hoy me parezca a una erudita , pero algún conocimiento he adquirido por el simple hecho de tener plantas en mi casa.Sigo con mi relato.Le dije a mi compañero de vida, trae del auto la espátula que tenés en la guantera y los llevamos.Así se procedió.Y también vamos a llevar el que está al lado – Cuál el pinchudo?, no será peligroso tenerlo en casa?-No ,dije sonriendo- como se te ocurre! Así mi jardín se vió complacido por la suma de estos nuevos integrantes.Los regaba poco, usando el sentido común , ellos habían crecido en un hábitad serrano donde las escasas lluvias los mojaban y así mismo tenían esas flores que parecían de papel, toda una belleza natural.El último que cargamos no tenía flores, tenía una especie de brazos , por todos lados, eso lo hacía distinto, fuerte e imponente.
Olvidé contarles ,que esas flores que tenían los cactus, duraron solo un día, es decir que tuve la bendición de encontralos en su día de floración.Hasta aquí esto es lo normal de la historia.Lo anormal fue que un día fuí al jardín a mirar y regar las demás plantas: jazmines, azaleas,calas y otras. Cuando me dí cuenta que el cactus que tenía «brazos» estaba sin algunos de ellos.-Qué pudo pasar?-No hice más que pensar esto, y sentí un dolor agudo en la pantorrilla.Una parte de esos brazos estaba en mi pierna.Y las espinas habían atravesado mi piel, y no solo eso, las quería quitar y más se hundían( creo que hasta la mitad de su tamaño penetraron en mi pierna).Eran tantos mis gritos y mi dolor, que vino una vecina a ayudarme.Pero también se vió perjudicada por otro brazo del cactus que se clavó en su mano.Realmente eran peligrosos.
Al alcanzar cierto crecimiento, desprendía sus brazos y caían sobre otras flores o plantas.
Tal vez el cactus, un poco rencoroso por que a él nunca le nació una flor, su único atractivo eran esa protuberancias que se estiraban como brazos.Cuando los demás dejaban desvanecer su for, él expulsaba sus brazos pero solo para atrapar alguna victima como lo fuimos mi vecina y yo.
Desde ese día, mi jardín no tiene más cactus.

CANDELA PUNTO

CACTUS JACK SMITH

Solía charlar bastante con todo el que se cruzaba en su camino, tanto, que el resto de cactus cuando eran arrancados por el fuerte viento del desierto, intentaban volver a echar raíces, antes que cruzarse con él, lo cual le valió su primer apodo, “la boca chancla”.
El inmenso tallo y cargado de gruesas púas que le hacía destacar entre tantos palustres verdes, llegaba a pesar en época se sequía, la que lo hacía adelgazar, cerca de los trescientos kilos de peso. Tan grande era su poca flexibilidad, que cuando se le caía una púa, tenía que utilizar una escoba y un recogedor para cogerla de nuevo. Esto le costó su segundo apodo,” el barrendero”.
Pero a Cactus Jack Smith, no le importaba lo que pensasen de él, el resto de cactus. Con la habitual felicidad de la ignorancia llevada por montera hasta el fin de sus días, su familia le enseñó desde pequeño, que la envidia era la reina del desierto, pero que su misión en ese sitio tan arcilloso era muy distinta a la del resto. Su misión era ser feliz…

SHEILA SHEILA

El cactus hiere, es como las agujas pica hasta lo profundo del alma
sus heridas son pequeños puntitos, casi imperceptibles, solo se da cuenta la piel, la única que sufre con todo esto.
Ella trata de reconstruirse a sí misma para no pedir ayuda a los demás órganos quienes estaban ocupados haciendo sus deberes.
Reconstruirse para ella no era una opción, no botar lágrimas de sangre fue su decisión no le gustaba que la vieran débil.
Si las espinas del cactus eran muchas ella se hacía un piyama de espinas, para abrigarse del frio extremo de las noches.
El cactus sigiloso se escabullía por la arena corrediza para alcanzar esa piel tan ansiada para él … para poder picar, descansar de esas espinas fastidiosas cuyas enrojecían su piel verde bendito.
Ambos necesitaban descansar, el de la extrema picazo, ella de la escandalosa sangre que salía al sentir el puntazo.
Quién lo diría, ambos se necesitaban el uno al otro…

RASPUTINA PÉREZ

«Vino llorando,mi pequeña vino llorando ;encerrado entre sus pequeñas manos un tiesto que hasta hacia poco contenía un pequeño cactus.
Todo pequeño menos su pena.
-¡mama! Si yo lo cuidaba….¡mama! Le hablaba…¡mama¡ que yo hice lo que me dijiste ….pero miiiiraaaa …entre lágrimas desconsoladas me enseñó de nuevo el cuerpo sin vida del sufrido cactus.
¿Como le explico que pasó? Si ni yo misma lo sé.
-«cariño….¿sabes?los cactus absoven tu energía, ese es su trabajo»
-«¿siii?» dijo mi pequeña cesando el llanto,parece que esto requeriria una mayor explicación
-«pues mira tu le contaste tus penas al cactus,él se las quedó,así cumplió su función y es feliz»
Lo enterramos con todos los honores y con la satisfacción del deber cumplido

LOLY MORENO BARNES

¡Eres más fea que un cactus!
Les decían algunos niños compañeros de colegio, haciendo bouling a Georgina.
Se lo decían con voz baja , de pasada para no provocar la atención de los tutores y el correspondiente rapapolvo.
Georgina era una chica regordeta con pelo negro que siempre iba atado con un lazo o una diadema.
Callada, sumisa absorbía los insultos creyendo merecerlos .
Y se apartaba de todos , hasta de los que no le hacían mal( por las dudas) evitando ser más atacada.
Al regresar a casa se transformaba. Dejaba de tener miedo, acogida por el amor de sus padres y crecía su autoestima hasta el día siguiente que volvía a lidiar con los miedos al cruzar la puerta del colegio.
Dicen, que lo que no te mata te hace más fuerte. Y no debería ser tal . Deberíamos ser fuerte por naturaleza y no a prueba de golpes . Ni deberíamos tener que defendernos por el simple hecho de que no deberíamos ser atacados.
Pero somos depredadores por naturaleza y pisoteamos a los más débiles .
Mucho no debería ser como es en un mundo perfecto , pero así están las cosas y hay que lidiar.
Hay muchos como Georgina y muchos de ellos no logran sobreponerse y viven convencidos de ser seres inferiores.
Hay otros tantos soberbios que viven en una quimera creyéndose superiores.A veces solo hay que esperar que el tiempo ponga las cosas en su lugar.
A Georgina sin querer le hicieron un regalo precioso los que intentaros insultarla .
“ La convertieron en un cactus”
Una mujer fuerte y bondadosa capaz de sobrevivir en el más implacable mundo desierto de sentimientos.
Una mujer que transformó las lágrimas de los avatares de su destino en fuerza interior que riega y nutre de experiencia y sabiduría su corazón.
Un cactus en la naturaleza es capaz de soportarlo todo y a su tiempo cuando llega el momento ofrecer la flor más bella del universo.
La mujer, que fue de niña Georgina logró cubrirse de una coraza de espinas para un mundo intolerable e injusto y desnudarse y entregarse solo en el momento justo solo a quien le ofreciera un buen amor.

JAVIER GARCÍA HOYOS

Dejó caer un vaso de agua en el tiesto del cactus. Nunca le habían gustado las plantas, las encontraba aburridas, y aquella, además, era, según su opinión, el colmo del mal gusto.
Cada día seguía el mismo ritual antes de acostarse: Miraba si el cactus tenía buen aspecto y, después pasaba sus dedos por los pinchos, como si quisiera acariciarlos. A menudo solía pincharse, pero no podía evitar repetir una y otra vez aquel proceso.
La odiaba, pero siempre sucumbía a su exótico encanto. Su redondez, su color grisáceo, sus apenas treinta centímetros de altura, y sus pinchos, ante todo sus pinchos.
Cuando por fin se liberaba del embrujo que aquella planta tenía sobre él, se ponía tiritas sobre los dedos en los que se había clavado los alfileres que sobresalían de aquel cactus. Luego se acostaba y pensaba en Elena, en el tiempo que había pasado ya desde que cerró sus ojos por última vez. Y en el feo legado que le había quedado de ella.
Miró su mano, tenía varias heridas. Se relajó, cerró los ojos y pensó que los pinchos de aquel cactus eran lo más cerca que estaría de sentirla otra vez.

MANUELA CÁMARA

ESPUMA DE SAGUARO
Era una noche oscura y fría en la pequeña ciudad de Mineral Springs. El viento aullaba entre las rocas y las hojas secas, y la lluvia golpeaba contra los cristales de las ventanas con fuerza. En medio de todo este caos, un hombre se encontraba sentado solo en su habitación, frente a una mesa cubierta de libros, fotografías y papeles. Era un investigador privado, Samuel Brown, exmilitar de élite, que vivía gracias a su jubilación anticipada por herida de guerra y los trabajos que le iban encargando. Un hombre rudo y docto en estrategia, que se había mudado allí hacía dos años para escapar de su antiguo trabajo, escapar del frío y la nieve de la ciudad de Nueva York, y de la artrosis progresiva incrustada como cristales en sus huesos. Pero no había logrado escapar del todo.
Hacía dos meses que había recibido una extraña llamada. Una mujer de voz madura le ofreció un contrato para investigar la desaparición de un científico que estaba trabajando en un proyecto secreto en un desierto cercano. Cuando la mujer le dijo que le ingresaba al día siguiente tres mil dólares a cuenta y otro tanto al final, aceptó el caso sin dudarlo. Y se puso manos a la obra inmediatamente. Pero en estos dos meses, aparte de múltiples informes biográficos y fotografías, que yacían desparramadas como lenguas sin futuro sobre su escritorio, no había conseguido gran cosa.
Estos últimos quince días, en más de una ocasión, observó una figura negra que le seguía y le espiaba, por eso llevaba de nuevo el bastón que apenas usaba y cuya punta secreta le aportaba seguridad. Esa noche escuchó un ruido fuera de la ventana. Se levantó y se acercó a ver quien era. Al mirar afuera, la figura oscura se movía como un ninja sigiloso protegido por las sombras.
—Vaya, justo hoy en mitad de una buena tormenta. Esta noche no desaparecerás —se dijo Samuel con arrojo en voz alta.
Tiró del impermeable y el bastón colgados tras la puerta y siguió a la figura a través de las calles desiertas.
Esta se detuvo frente a una vieja casa colonial abandonada en el extremo de la ciudad. El investigador escondido a la distancia suficiente, esperó a ver qué hacía. Después de unos momentos, vio que la puerta de la casa se abría y la figura desaparecía dentro.
El investigador empujó la madera que no tenía pestillo echado. Al entrar dio a una gran sala llena de muebles cubiertos de telas blancas y telarañas. La figura negra estaba sentada frente a una mesa y con la cabeza entre las manos. Samuel, temerario e irrreflexivo sobre todo en las situaciones extremas, se acercó sin disimulo para preguntarle con aire no muy amistoso:
—¿Quién es usted y porque lleva diez días siguiéndome? —y le impresionó su propia voz desafiante retumbando en las paredes.
La figura levantó la cabeza y el investigador se quedó sorprendido al ver que era una mujer joven y hermosa, con el rostro cubierto de lágrimas.
—Soy Vanessa Collins, he venido a Mineral Springs para encontrar alguna pista sobre mi marido.
—¿La esposa de Robert Collins, el científico desaparecido? — preguntó incrédulo— ¿Es usted quién me ha contratado?
— No he sido yo.
— ¿Entonces cómo ha dado conmigo?—le inquirió Samuel ya adoptando una actitud más relajada.
— El primer día que llegué, me detuve buscando alojamiento en la cafetería central, próxima a la fuente de los caños y la oficina de correos. Entre, y allí estaba usted absorto frente a un café, con un paquete abierto, una foto de mi esposo encima de la mesa y leyendo ensimismado en un portafolio.
— ¿Y desde entonces me ha venido siguiendo? —preguntó Samuel mientras seguía las indicaciones de la mujer y se sentaba en la silla frente a esta.
— No podía decirle nada, no antes de saber quien era. Han entrado en mi casa de Nueva York, ya no confío en nadie.
— Hace bien, la confianza después de conocer al perro. Una vez que ya sabe quien soy ¿Por qué no me cuenta lo que ha pasado?
— Mi esposo ha estado trabajando en un proyecto secreto, una nueva manera de cultivar cactus en el desierto, en concreto el cactus saguaro que solo crece aquí en Arizona, un proyecto muy ambicioso en el que habíamos invertido casi todo nuestro dinero . Conseguida esta primera fase, se puso en contacto con alguien y este desconocido le ofreció un lugar bien equipado a fin de concluir el estudio y probarlo en personas. Algo ilegal, lo sé. Algo que no se ha testado en animales y sin permisos para aplicarse. Ya sabe cómo son estos científicos, no pueden contenerse. Hace dos meses al llegar del trabajo, mi casa estaba toda revuelta, los cojines y el colchón rajados, me asusté y lo llamé.
— ¿Y esa fue la última vez que se puso en contacto con él?
— No conseguí hablar con él ese día. Me fui a casa de una amiga. Una noche me devolvió la llamada y me dijo que tenía en sus manos el descubrimiento del siglo, que debía ponerse en contacto con varios inversores y presentarlo para la patente. Que me fuese a la granja de mi tío y me escondiera allí y que él me llamaría cada jueves a las tres de la mañana.
— Y esa si fue la última vez que habló con él.
— En efecto. Que había hecho un gran descubrimiento en las hormonas del crecimiento humano que afectaba a todo el tejido y que sería vital para el mundo. A partir de ahí algo salió mal y ha desaparecido.
Se hizo un silencio. El investigador se quedó pensativo por un instante y le preguntó si le había hecho alguna alusión respecto al lugar donde estaba, algo para identificar el sitio. Ella negó con la cabeza al tiempo arrastraba de su cara con el dorso de la mano otra lágrima involuntaria y silenciosa.
— Hagamos una cosa — propuso el investigador— Hágale caso a su esposo y escóndase en la granja, me da su número de teléfono y en cuanto averigüe algo la llamo.
Vanessa sacó su celular y al momento sonó el móvil del investigador.
— El suyo ya lo tengo, ahí tiene el mío — añadió ella— aquí estoy bien escondida, poseo cuanto preciso, no me moveré de este pueblo sin mi esposo. Si necesito algo voy a la ciudad de al lado y me muevo solo de noche. Y ya estoy mejor porque tengo un amigo en el pueblo.
El investigador sorprendido por aquella vulnerabilidad y a la vez determinación, salió de la casa cuando ya había amanecido, la lluvia limpiado la ciudad y ahora el cielo prometía un sol esplendoroso. Llamó al peluquero del pueblo por teléfono y le preguntó si sabía de alguien que hubiera alquilado alguna granja para invernadero y cosas de esas y este le dio una dirección.
Encontró el sitio indicado a unos tres kilómetros del pueblo. Al llegar vio una gran cantidad de cactus plantados en el suelo. Pero algo llamó su atención. Uno de los cactus parecía diferente a los demás. Era más grande y tenía una forma extraña.
— ¿Hola, venden ustedes todas estas plantas, hay alguien aquí? — gritó mientras se arrebujaba en la cazadora, dejando el abundante vaho que salía de su boca sin respuesta.
El investigador se acercó al cactus y le dio la vuelta. Allí se levantaba la parte trasera de una granja y en su lateral izquierdo, una pequeña puerta. La abrió y vio unos peldaños que descendían a un sótano oscuro. Guiado por su intuición para meterse en problemas, decidió empezar a investigar por ahí y bajó la escalera. Al llegar al fondo, vio una habitación llena de maquinaria y equipo científico. Y allí, tumbado en el suelo, Robert Collins
Inconsciente, pero vivo. Llamó a la ambulancia.
Lo abrigó con su cazadora y no se apartó de su lado. Robert recobró la consciencia antes de que llegaran los paramédicos.
— Robert, esté tranquilo —dijo Samuel—. Vanessa está a salvo y me han contratado para que yo le encuentre a usted, los médicos no tardarán en llegar. No se preocupe por nada.
— Proteja a Vanessa — dijo Robert faltándole el aire en el pecho y con la mente nublada- cuando se den cuenta de que lo robado no es lo que buscan. Entonces le necesitaremos a usted más que nunca. Ahí empieza…
— …lo bueno —completó la frase Samuel preocupado cuando Robert volvió a perder la conciencia y continuó pensando en voz alta— Le comprendo señor Collins, si es veraz su descubrimiento, que sospecho que lo es, esto que ha pasado va a ser un simple juego de la aldea de los pitufos.

GABRIELA INÉS COLACCINNI

Sin causa científica
A su corazón le crecieron espinas cónicas, duras, de punta aguda. Le nacieron muchas espinas como púas, más de una por cada emoción contenida, sofocada en el pecho.
Poco a poco el músculo vital no fue más
que un cactus.
Esta mañana cayó muerta en el jardín.
Los médicos acusaron perforación múltiple pulmonar de causa desconocida.

ARITZ SANCHO MAURI

Ayer me volví a encontrar con el 11, es un número que me acompaña en puntos de inflexión que son mi brújula. El 11 de enero a las 11:11 tuve una revelación. Me abrió la llave hacia un nuevo futuro, me avispo. Fui invadido por algo tan inmenso que me deslumbró y no me dejo poder ver con claridad para averiguar y poder descubrir de qué se trata. La intuición se desprendió de una fase de letargo en la que estaba inmerso, como si pudiera permanecer semanas sin beber de agua bendita y me convirtiera en un cactus robusto en medio del desierto; con sed, pero directo hacia un oasis paradisíaco inimaginable. Realmente mis primordiales esfuerzos por tratar de vivir la vida con la mayor pasión hacia todo ser de mi entorno son el pilar de lo que me mantiene en pie, con ganas de construirme con esmero y curarme por dentro, con mimo, tacto y lentamente; como si de la restauración de una maravilla arquitectónica y mística se tratara. Esto me va a llevar mi tiempo, me devolverá a mi ingenuo lugar, ilusorio, orientado, que se convertirá en real. A veces no me comprendo ni yo, no entiendo ni puedo controlar bien el poder que me ha sido otorgado al tener infinidad de oportunidades que me hacen mágico. Algo entre una mezcla genética de lo mejor de mis padres, que se solapan con una sombra oscura que me impiden ser una luz de gas noble, que alumbraría con la máxima luminosidad todo lo que me rodea. Cada día que pasa voy descifrando este jeroglífico de reconocer que aunque consiga todo lo que me proponga en la vida, siempre tendré esa necesidad por la falta de algo que no puedo interpretar, que se me escapa, es mi criptonita, me debilita en inseguridades que me proporcionan autoboicotearme. Tal vez sufrir dolor me causa ese chute que me falta de adrenalina, ya que no termino de completarme y puede que jamás encuentre la verdadera solución a todo este enigma y me ponga la capa de superhéroe de emociones numéricas que la vida me depara, sentimientos encontrados y sus efectos; creo que me dieron propina de más. Fuiste un foco tan grande que no hay farola con tu color y aunque me encuentre en la escena de acción de la peli de la persecución de mí mismo, alguna vez lograré detenerme, mi corazón dejara de latir, el cuento se acabara. ¿Cómo despierto de un día gris si la luna cada noche sigue sujetando el brillo de tus ojos? Veo normal querer soñar constantemente para cumplirlo realidad y realizarlo acariciando la perfección. Hay palabras que nunca entenderé que significan, ni las sienta o experimente, pero los números son pinceladas de mi sangre, que son como un amanecer rojo lleno de pasión que me devuelven la respiración, que me hacen oler una hermosa esencia llena de inspiración creativa y es un aire que me hace volar.


BEA ARTEENCUERO

ace muchos años vivo en el invernadero de un Palacio, no recuerdo cuantos, las suficientes para ver crecer varias generaciones.
Sobrevivi a pesar de estar en el lugar más oscuro y solitario del jardín. Llegué un día con otras plantas, la mayoría ya no viven, si sus descendientes; Soy de una especie que vive hasta 200 años.
Son especiales las personas que nos eligen.
Mi vida ha sido triste y solitaria, cada jardinero que llegaba me dejaba en el mismo lugar que me hubico el jardinero que me recibió, así pasaron los años cubriendome de espinas.
La mayoría que visitaba el jardín evitaba tocarme para no herirse, sufría viendo pasar las cestas llenas de flores de hermosos colores,y así fui quedando olvidado en el tiempo, nunca di una flor y eso me hacía menos querible, recibí muy pocas veces los rayos del sol que son imprescindibles para nosotros, mi color se fue oscureciendo sin brillo con el paso del tiempo, nunca una palabra de amor de nadie.
Hace un tiempo habita en el Palacio una bella Princesa,
Viene al vivero a recoger flores…Un día repara en mí.
– George
– Si, My Lady?
– Dime Porque éste cactus esta
Aislado?
– Así lo encontré My Lady.
– A partir de hoy lo cuidas,
Ponlo en un lugar que le dé
Luz.
– Le parece My Lady?, no es
Para nada bello.
Las palabras del jardinero me entristecieron y lloró mi corazón.
Muy a su pesar me traslado donde le indicó la princesa, quien venía a ver mi progreso,
Así fue que mi color cambió,
Me transforme en un esbelto
Cactus de un color verde resplandeciente.
La Princesa me llevó a su dormitorio, él jardinero no salía de su asombro al ver que me eligió entre tantas bellas plantas.
Fui cuidado con el amor de la princesa, mi corazón fue reviviendo y después de casi 100 años nació mi primera flor.
El caminó a veces no te lleva a ninguna parte, solo a aquellos
Que tienen esperanza.
Cada uno vuela a su manera,
Somos como el origami, parecen esculturas, pero son frágiles como las personas.
Cada ser vive y siente a su manera!!
Esa es mi historia!!

JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA

AHORA SOY ESPINAS.
– ¿Listo doctor?
– Listo enfermera.
Por primera vez en muchos años, la pregunta tiene un significado especial o mejor dicho, esta vez, la pregunta tiene auténtico significado.
La vida de una persona puede empezar de diversas maneras: cuando descubres por qué luchas, cuando se te revela un oscuro secreto o en algunos casos cuando el amor abre las puertas de tus verdaderos sentimientos. La tercera opción es por supuesto la más romántica de todas y la que no nos engañemos, a todos nos gustaría vivir ¿Pero qué ocurre cuando el mismo amor que te abre las puertas es a la vez el que resquebraja todo aquello en lo que crees? Lo normal es que uno de los dos, el más razonable empiece a justificar que no todo está perdido y te suelte cosas como: ¿Te acuerdas de aquella canción de Paul Simon que decía que todo lo que está unido acaba por separarse? O bien se limite a mandarte un último watshap << huye de los apegos y no centres tu felicidad en la relación con otra persona>> y claro está al final te dicen que puedes seguir adelante, que eres muy fuerte y que el tiempo curará todas las heridas; eso es, el tiempo, lo único que te queda para seguir recordando y para alimentar el ciclo de recuerdos que cada vez van ocupando más espacio hasta casi ahogarte. Y para luchar contra el tiempo ¿Qué acabas haciendo? Pues sí, lo típico, vas al hospital y te apuntas a todas las guardias y trabajas sin descanso cómo si fuera la única opción que te queda para destruirte sin que nadie se de cuenta, y un día, en uno de esos cafés de máquina que acompañas perdiendo tu mirada la ves de nuevo, en una sala y acompañada de otra mirada perdida, al principio parece que no es ella, pero sí , claro que es ella y ya no es la misma, eso es cierto, pero tú si sigues siendo el mismo y entonces quieres saber más y le preguntas a un compañero que te deja ver su expediente y lees la palabra de 5 letras que empieza a acabar con tantas vidas desde el momento en que se pronuncia. Y de nuevo vives porque quieres que ella viva, pero en tu caso, sabiendo que volver a amar como antes es imposible, te rebelas y sacas de verdad esa mezcla de rabia y sinrazón que demuestra la pasta de la que estamos hechos.
Y acabas pidiendo una excedencia de dos años para estudiar y especializarte en el maldito cáncer, viajas a varios países para hablar con los que conocen las técnicas más avanzadas, asistes a congresos e incluso te acuestas con doctoras para comprobar si en las alcobas se cuentan cosas diferentes, te conviertes en un monje que atrapa a la fé de todas las confesiones, compruebas sobre tu propio cuerpo nuevos medicamentos, donas sangre y medula de forma extrema, te sacrificas para que no quede ni un minúsculo gramo de grasa y cubres todo el proceso completo para convertirte en el donante perfecto: con un cuerpo consumido y una piel espinosa que sólo sirve para proteger al órgano que le dará la vida, tal y como hace el agua del interior del cactus.
Dentro de poco podrás volver a oír la canción que tanto te gusta de Paul Simon y yo por mi parte haré lo mismo pero desde lo más profundo de tu ser tal y como soñaba desde la primera vez que te dije “te amo”.

LULA GARCÍA

¿Lo que pienso cuando te miro?
Es que sólo en estos lares, secos, áridos… has podido crecer así;
De esta manera tan extraña y peligrosa
y que pocos seres se han parado a observar la belleza que oculta tu negatividad, dentro de tu forma, espectacularmente gloriosa.
Te miran y se preguntan, cuáles son los motivos… la defensa, sus agujas que se clavan si te acercas, y que sangras mientras piensas que quizás un día solo tuvo frutos y colores atractivos.
Quizás se los arrancaron sin recapacitar, quizás, se los quitaron egoístamente y lo aparcaron allí, sin más,
sin pensar que son brillantes sus defectos,
y que el dolor agudo que te causa, simplemente le hace ser un ser perfecto,
que sin pausa seguirá creciendo,
sin importar su aspecto,
porque sólo por la punta,
ya se ve como es su espectro,
que no va a necesitar, nunca más,
estar atento, o esperando por un beso, que por eso está en su horma, relajado,
y se le ve contento…
¿Se nace o se hace?:
como un cactus yo me siento.

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20 comentarios en «Cactus – miniconcurso de relatos»

  1. Buenísimos todos. Mi voto es por lo poético, para El Faro, Coronado Smith, Candela Punto y para el graciosisimo Alfonso Fernández Pacheco

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