22 – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «22». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 11 de agosto!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.
** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno. Si vota a 5, el voto será nulo.
*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

Mr C fue convenientemente preparado en el laboratorio de Harad Lid, estaba desnudo de cintura para abajo, bueno del todo no, tenía una especie de aparato succionador en sus partes nobles, con un tubo que vertía en un recipiente y del que salía otro tubo que se introducía debajo del refajo de Matanga Aserejé. A una señal de la condesa, Picadilly vertió los 6 óvulos de Dilita en el recipiente y Monroe hizo lo mismo con las seis gotas de smothie de remolacha. Ya solo quedaba poner en marcha el succionador para que la semilla se mezclase en el recipiente con los demás ingredientes y una vez que estuviesen bien mezclados, se insertarían en Matanga Aserejé.
-Esto… ¿No sería mejor Sra Condesa que lo hiciese vd, manualmente? He leído algo de la profecía y dice… – dijo Mr C en un momento dado.
-¡Silenciooo! ¡Qué le tapen la bocaza al individuo este! – bramó Harad Lid.
Automáticamente acudieron Picadilly y Monroe y le pusieron una hoga de col lombrada en la boca sujetándola con cinta carrocera.
-Este no abre más la boca Picadilly – agregó Monroe con una sonrisa de oreja a oreja.
– La boca más no abre Monroe – corroboró Picadilly con otra sonrisa exactamente igual.
– Bueno pues que empieze la diversión – añadió la condesa al tiempo que se apresuraba a apretar el botón de puesta en marcha.
Justamente al ir al pulsar dicho botón, sucedió algo que pasará a los anales de la historia de Trebalia, se oyó un bramido seguido de una intensa niebla y apareció majestuosamente “El señor de la Urna”, aquel que no puede ser nombrado, seguido por su harén de vampiresas.
-Vosotras a lo vuestro, ordenó a su harén, que no quede ni un voto por recabar -.
– ¡Detén este sinsentido Harad! – dijo mirando fijamente a la condesa.
– ¡Otra vez, tú, entrometido!, ¿tú que moños pintas a aquí? – espetó bastante enfurecida Harad Lid.
– Te vuelves a equivocar, igual que la otra vez, ricura – dijo el pausadamente.
En un movimiento felino, casi imperceptible, Aquel que no puede ser nombrado, o sea, Coronado Smith, se pueso al lado de Matanga Aserejé agarrado su cuello por detrás.
– Esta no es Matanga Aserejé – dijo al tiempo que daba un tirón hacia arriba trayéndose su máscara.
Un grito de asombro recorrió el recinto.
– Nooo, otra vez no –
– Sííí, otra vez sí-
Efectivamente querido lector/ora/ore era… ¡Don Limpio!
– Pero bueno, ¿por que aparece siempre este sujeto? – gritó Harad Lid, -Supongo que Mr C tampoco es Mr C –
-Supones bien, ¿por qué aparece Don Limpio?, ni idea, pregunta al narrador, en cuanto a Mr C efectivamente es el clon…
ventidós, ventidós, ventidós, ventidós, ventidós….

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

22 de noviembre de 1963.
Asesinato en Dallas de un presidente.
Yo estaba enamorada del presidente.
Era un amor a distancia y apasionado.
La claridad del sol nos ponía a cada cual en su sitio.
El trabajando en su despacho y yo, una humilde sirvienta me debía a las tareas de ayuda en la casa en que estaba.
Más al llegar la noche ,el hechizo del amor penetraba en mi habitación y vestía mi ser con aquel camisón de seda y alas de pájaro que me me hacía volar hasta el lecho de mi amado.
22 de noviembre día trágico,mis sueños se desvanecieron viendo la tele en mi cocina. Nunca más mi persona se pondría aquel camisón de alas celestiales ni volvería a los brazos de mi amado 22…

FÉLIX MELÉNDEZ

El día 22 del dos del 2222. Se celebraba la fiesta de las lunas.
Parecía ser un día normal, salieron los dos soles como todos los días a brillar. La gente en sus burbujas viajeras, estaban nerviosas, sabían lo que pasaría en la fiesta.
Por la calle cada cual a su trabajo, siempre dentro de los módulos de la razón intersocial, cuando sonaban las sirenas tenías tres tiempos; tres pitadas, para desaparecer completamente, cada cual a su nicho.
Nada aparentemente nos indicaba el cambio que vendría después. Todos con sus máscaras de gas, las cabinas de transportación estaban a tope, no había forma de colarse en ninguna, ni tan siquiera con el pase de alta seguridad.
Ya hacía tiempo que el aire era irrespirable, y perjudicial. Se empezaban a ver los primeros amorfos con sus conchas protectoras. Los cuerpos se iban desarrollando, adaptando poco a poco a una rígida capa concha en la piel y unos extraños orificios en el pecho para depurar la respiración de azufre que había en el ambiente.
Desde aquel día que los países se volvieron locos, en una guerra de todos contra todos.Y reventó el mundo.
Nombrándose Dios, el todo poderoso de Reputin III. Se cambió el orden social y muchos modos y costumbres.
Para los escasos supervivientes. Se crearon redes de transportación, nivel A. Llevados a laboratorios donde les inyectan un líquido verde y estudian sus comportamientos.
Se anularon las mentes con potentes imanes, que colgaban de todas las torretas de hierro de los repetidores telefónicos y colocaron chip a todo ser viviente.
La resistencia vivía escondida bajo la tierra. Los animales habían desaparecido, existiendo granjas de humanoides transformados en material de alimentación de carnes y grasas.
A las 22 horas con 22 minutos y 22 segundos del año 2222.
El cielo que ya estaba oscuro y lleno de estrellas se transfiguro completamente, decidió cambiar de color y se volvió totalmente rojo.
Ese rojo anaranjado de algunos antiguos atardeceres, de haberse producido tres horas antes, hubiera sido algo más normal, pero tan entrada la noche,y sin los avisos del poder general, era al menos muy sorprendente.
Al mismo tiempo, surgían dos lunas tremendas blancas como la nata, que empezaron a bailar, aproximándose y alejándose del planeta SoiD 22.
En la vía galáctica tien 22. Mucho más allá de los confines de la veintidós galaxia. En un mundo inmurodeficientemente comprimido.
La gente se asomaba por los barracones de sus casas y no daban crédito a lo que ocurría en el cielo.
Una cruz roja y un pañuelo blanco. Brillaban entre las lunas.
Cuando una extraña ola de calor iba extendiéndose por todo el planeta, tapándose tras una cortina de humo azul.
Conforme pasaban las nubes azules, por los distintos distritos. Los corazas, nombre de la subespecie derivada del antiguo humano. Creado en laboratorio. Iban lentamente flotando, en los lugares donde estaban, perdiendo el conocimiento por completo, y quedando estáticos sobre el aire a un metro del suelo en horizontal, según pasaban las nubes.
Las dos lunas colisionaron y una gran explosión, destruyó el planeta Soid 22. Sin dejar nada de vida en toda la vía galáctica tien 22.

ALBERTO MEDINA MOYA

Aquel día cumplía 22 años, y me regodeaba en la sospecha de que me estaban preparando una fiesta sorpresa. Nunca me habían hecho una y jugaba a imaginar el careto que pondría en el momento clave. Lo que no me imaginaba era que me iba a distraer tanto que me iba a arrollar un BMW y todo se fundiría en negro. Esa fue la única sorpresa del día.
Pasé en coma 22 meses, en el hospital Costa del Sol. El día que desperté sentí que nacía de nuevo. De repente mi cama se hallaba rodeada de personal sanitario, y mi madre, que nunca había tocado un móvil, no paraba de grabarme entre lágrimas.
No fue fácil, tuvo que reaprender a hacerlo casi todo: comer, leer, caminar, pero poco a poco fui ganando autonomía y confianza. El día que salí del hospital mis ojos se posaron en un décimo de un puesto que vendía lotería de Navidad. Terminaba en 22, y tuve un presentimiento abrumador: aquel era el premio gordo. A pesar de la oposición de mis padres, compré 22 décimos. Ya había tenido mi infierno, ahora me tocaba el paraíso. El premio serían 22 millones de euros. Mis padres me dijeron que estaba loco, pero yo sabía que en el juego de la vida hay señales tan claras que la locura sería no hacerles caso.
No me tocó una mierda, y pasé varios días lamentándome por haber sido tan idiota.
Más o menos, yo diría que fueron 22.

CARLOS TABOADA

LA TABLA
Recién levantado, encendí el móvil sentado en el váter. Enseguida me puse a sudar. ¡Ni por la noche refrescaba! «¿Quiénes eran los cabrones que provocaban el cambio climático?», pensé indignado. En la velada pasada, Rita y yo nos enseñamos las fotos que fuimos captando in situ de la geoingeniería que escupe mierda desde el aire, contaminándonos a todos. No paramos de insultarles, y deseamos la presencia de alguno de ellos. Pero en una de esas, y con la barriga llena, nos acercamos lo suficiente para dar el tema por zanjado. Oprimí la máxima velocidad al jodido aire acondicionado y nos pusimos a planear hasta agotar el combustible. Pero eso fue hace horas.
Como iba diciendo, al segundo de encender el móvil, un mensaje asaltó la pantalla: decenas de llamadas perdidas de un número conocido. ¿La primera a las cinco de la mañana? Quince minutos después, la segunda. Y así sucesivamente hasta llegar a las once horas. Acojonado, apreté en la pantalla para llamar, pero el tipo se adelantó. Me pasé el brazo por la frente sudada y respiré profundamente, por si acaso. Aun así, algo dramático, le balbuceé:
—¿Qué pasa tío? ¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
—Hemos utilizado la mierda esa que nos regalaste —me dijo.
—¿Qué? ¿Qué?
Cogí la toalla de mano y me froté la frente. En un segundo desconcertante, esperé su respuesta.
—No hemos dormido en toda la noche. ¡Estamos jodidos! —me aseguró compungido.
Toni e Ingrid jodidos. Hace días que no nos vemos, desde el cumpleaños de ella. (Ingrid es de origen sueco, y mide algo más de metro ochenta. Cuando me la presentó Toni —meses atrás—, tuve de Ingrid una extraña y estúpida sensación indescriptible (?) por el hecho de topar con una chica de tetas pequeñas que elevaba su mirada por encima de la mía. Sostiene una aparente tranquilidad, aunque me vino enseguida su perfume de loba) «¿Qué coño les habrá pasado?»
—Escucha, estoy dormido. ¿Qué narices os pasa? ¿Lo habéis dejado? ¿Ella se ha largado? ¿Tú y ella…?
—¡Deja de decir gilipolladas! —me chilló.
Alejé el móvil de la oreja, seleccioné el escape del volumen y busqué el filo de la bañera para asentarlo. No supe si apretar el culo o aflojarlo. ¡Maldita sea!
—Vale, dímelo de una vez. ¿Me has escuchado? ¡Dímelo! —chillé simulando indignación. Esperé unos segundos.
Al otro lado de la puerta, mi chica daba sus primeros pasos.
—Hemos utilizado la mierda que nos regalaste —dijo Toni. Yo me callé. Cuanto antes me dijera por qué estaban jodidos, antes podía seguir con mis asuntos. Pero no le gustó mi silencio. —¿No te acuerdas? Esa maldita tabla… Tienes que venir inmediatamente —exigió.
—¿De qué coño hablas tío? ¿A qué tabla te refieres?
—Prefiero no mencionarla. Quiero que vengas aquí. Sólo te diré una cosa: ha dicho cosas que no nos ha gustado.
—¡¿Pero qué dices?!
Mi chica abrió la puerta, alertada por la conversación. Primero asomó su pelo largo y rubio. Al momento, apareció con su cuerpo desnudo y tostado después de un par de semanas de playa. Me fijé en las dos zonas blanquecinas, donde el bikini se aferraba escondiendo los tesoros. Sonreímos. Podía ser una típica escena de pareja asentada: uno de los dos escondiendo el culo en el váter.
¡Y de pronto caí! ¿Cómo no me había dado cuenta? «¡Joder, estoy recién levantado!» Toni dijo algo más pero ya no le escuché. Entusiasmado, le pregunté:
—¿Te refieres a que habéis utilizado la ouija? ¡Te dije que era peligroso y que lo haríamos juntos! —miré a mi rubia y ella sonrió: fue su idea de regalo. Me susurró algo en el oído. Se lo transmití a Toni. —¿Qué número te ha salido? —le pregunté.
Rita se sentó junto al móvil. Colocó una mano sobre mi rodilla. Por instinto, miré hacia abajo y levanté los hombros. Evidentemente, no había podido… Esperamos impacientes. Al fin, respondió mi colega.
—Veintidós —dijo. Su voz alejada y sombría salió hacia nosotros, esparciendo y derramando por los azulejos su tono abatido.
Rita y yo nos levantamos. Cogidos de la mano, musitamos el número entre labios. A continuación, sonreímos. Sí. Sonreímos.

BENEDICTO PALACIOS

Me gustaba el número 22, a mi maestra, doña Gloria, menos o nada. Y si leyera por azar este relato, no se pondría muy contenta, y eso que era una mujer muy inteligente. Podría considerarla como un resumen del libro de la vida, pues casi todo lo que aprendido después, ya estaba en ciernes en sus clases. Hoy la sigo queriendo.
Era muy especial. Le gustaba terminar las tardes con un disco de actualidad, y entonces lo era esta canción: Para subir al cielo se necesita una escalera grande y otra chiquita…
A mí me repateaba, lo confieso, y cuando terminó la cassette, un día le espeté que era una canción birria y la cantante una presuntuosa. Me obligó copiarla 30 veces.
—¿Por qué 30 precisamente? —Protesté—. Podía haberte mandado 22. De siempre me han gustado más los dos patitos, los encuentro graciosos. ¿Sabe cuántos son los pasos de esa escalera que sube al cielo o la gloria? —Pregunté y lo captó al vuelo.
—Niña, las bromas a su tiempo.
—Disculpe. Simple curiosidad. Los he escrito tantas veces que he tenido tiempo de contarlos.
—¿Cuántos?
—Cabalmente 22, pero yo prefiero la escalera chiquita.
Me cogió por la barbilla y me miró a los ojos.
—Eres lista, pero si eliges la chiquita verás y descubrirás menos.
—No me importa, pues la persona que logra ascender al escalón 22 tendrá éxito, pero se puede abrasar.

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

CÓMO MOLAMOS LAS DE SALAMANCA
— Tía, tía, tiaaaa…. Agárrame que me voy al suelo.
— Así, así, como si estuviéramos soplando… ¡a ver esos morrooooos!
— Jajajajaja, menudo pedo llevamos encima.
Efectivamente, esas somos nosotras: “Las princesas de Salamanca”. Aunque en noches de fiesta el nombre solía derivar en “Las salamanquesas”. Con veintidós años recién cumplidos, aunque no lo parezca. La cosmética y la cirugía estética, que obran milagros. Y esa, la única foto decente que conservamos de aquel día. Inolvidable. Míranos las tres, divinas de la muerte, dándolo todo. Agarradas, para no despeñarnos, tratando de buscar nuestro mejor perfil. Encaramadas al rocaje vivo y con una cogorza del quince. Una completa locura, sobre todo teniendo en cuenta el momento. Pero así éramos. Cuando salíamos por ahí, al grito de “no hay ovarios”, la tierra temblaba. Pocas cosas se nos resistían.
Nuestros requisitos en el momento de sacar la foto eran muchos y exigentes: parecer lo más sexys posible, que saliera el increíble mar de fondo, que la peña alucinara con nuestros vestidos (a cuál más chillón, aunque las chillonas fuéramos nosotras) y sobre todo mantener el equilibrio y la escasa dignidad que nos quedaba. Mucho pedir para tres cabras locas.
Recuerdo que había amanecido, y a esas horas, las gafas de sol eran un complemento imprescindible. Por muchos motivos que no vamos a detallar. El rojo de labios, todo hay que decirlo, nos había salido bueno. Después de doce horas, con morreo y metida de mano incluidos, nuestros hocicos lucían impecables.
Hasta que un golpe de mar lo cambió todo.
Se me olvida un detalle… Esa foto también es la misma que apareció en las portadas de toda la prensa. Justo una hora antes de que los de salvamento marítimo nos rescatasen, tiritando vivas, con los vestiditos convertidos en una sopa y el pelo en un estropajo. Los abrigos aparecieron dos kilómetros más allá, en la playa, arrastrados por las olas. Jamás olvidaré las palabras que nos dedicó el jefe de policía:
“¿Pero a quién coño se le ocurre bañarse con esas pintas un veintidós de enero?”

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Era el número preferido de Saúl, un octogenario procedente de la provincia de Teruel. Este turolense era un ludópata de la lotería de navidad. Cada año compraba veintidós mil euros de lotería del número veintidós. Era el equivalente a mil cien números veintidós, o lo que es lo mismo, cincuenta y cinco décimos enteros con sus correspondientes números de serie.
Llevaba toda la vida jugando al mismo número, desde que tenía veintidós años y nunca le había tocado. Ni que decir tiene que Saúl era un oligarca de Teruel, compuesto y sin novia, soltero y entero, la vida no le había sonreído en el amor. Espantaba a las doncellas cuando se enteraban que Saúl quería tener veintidós hijos.
El clima frío de Teruel le afecta a las neuronas comentaban los paisanos lugareños.
Todo cambió tras el año dos mil veintidós, Saúl encontró la paz eterna en su nicho de muerte.
Ni que decir tiene que todos ustedes tienen que ir corriendo a la administración más cercana para encargar el número veintidós que será el gordo de navidad del año venidero a la triste muerte del bueno de Saúl. ¡Ya tardan!

NORA GUEVARA

EL HALLAZGO
Nora Guevara
En posición fetal, desnuda, con una serie de traumas y horribles quemaduras, la encontraron en el número kilómetro 22 que une Santiago de Chile con Isla Negra. Los paramédicos indicaron que los atacantes de en haberla dado por muerta, cuando la arrojaron a la orilla del camino. .
Nadie lo sabe, pero a eso de las tres de la madrugada, dos desgraciados que detuvieron a orinar justo allí, en la orilla del camino, también la violaron, dejándola una vez más sola, a punto de morir. A esa misma hora, una pareja que por allí pasaba, observó la horrible escena que ocurría al costado del camino, pero en lugar de detenerse a prestar ayuda o dar aviso a las autoridades, siguió de largo. Dos horas y media más tarde, un profesor que conducía hacía su trabajo notó el cuerpo desnudo, llamó pidiendo ayuda a emergencias y esperó junto a lo que creía era el cuerpo muerto de una mujer de mediana edad.
Casi no presentaba signos vitales cuando fue ingresada a urgencias. Tras una operación que duró horas, le reconstruyeron el himen, el ano y cerraron las profundas heridas que con cuchillos le hicieron en diferentes partes del cuerpo. Los traumas y las quemaduras fueron desinfectado mientras estaba anestesiado. Dos paros carfiorespurstorios sufrió durante la intervención quirúrgica.
Los uniformados, siguiendo las instrucciones del del juez, la esposaron a la cama. Los médicos, que se opusieron férreamente en un principio, no pudieron hacer nada por ella. Esa misma noche un policía armado se instaló a dormir en una silla afuera de la habitación, mientras adentro, la joven mujer se retorcía producto de un dolor sobrehumano, hasta que repentinamente despertó. Sus signos vitales, que se dispararon de inmediato, activaron un aviso en la sala de guardia.
Mientras el enfermero de turno se dirige a la habitación, ella se saca los aparatajes que, se supone, la mantienen con vida. El policía duerme. Ésta es la oportunidad perfecta para deshacerse de la estúpida, piensa el enfermero, que sonríe cuando observa al policía que duerme. Mientras avanza, mete la mano en el bolsillo de su delantal y desliza los dedos sobre la jeringa que allí lleva oculta. Abre la puerta dispuesto a asesinarla, pero se encuentra frente a una cama vacía. A sus espaldas la puerta se cierra. Son las dos de la mañana. Mira hacia el lado derecho, y no ve nada. Hace un segundo esfuerzo y mira hacia el lado izquierdo. Tampoco. No se atreve a mirar hacia atrás, aunque siente que algo lo toca. Cierra los ojos para armarse de valor y, antes de abrirlos, algo húmedo y áspero se desliza por su cuello, al tiempo que dos huesudas manos lo toman por los hombros y le incrustan las garras hasta los huesos. El enfermero trata de gritar, pero aquello que está a sus espaldas estira el cuello, lo rodea y lo encara. ¡Es ella! La ha reconocido y tiembla de pavor al encontrarse con esos ojos inyectados en sangre. La mujer, como una criatura salvaje, le muerde la boca, arrancándole de cuajo la mandíbula inferior. El hombre siente cómo su propia sangre le humedece el pecho, le moja los pantalones y entibia las piernas. La criatura sonríe burlona, baja la cabeza y con sus garras castra al enfermero, que en la cúspide del dolor intenta detener el sangrado con sus propias manos. Ya de rodillas, incapaz de articular sonidos, la observa mientras ella mastica su mandíbula y escupe los dientes. La joven mujer, ahora un engendro, se sienta su lado y le dice:
-Esto es entre tú y yo.
El hombre, a punto de desmayarse, mete la mano derecha en el bolsillo y busca el timbre de emergencias, pero no alcanza a oprimirlo. El ser le agarra de la mano y se la corta. Después lo mira y, moviendo, el dedo índice de izquierda a derecha le susurra al oído:
-No, no, no. Esto es algo entre tú y yo.
Luego le indica que mire su mano. El enfermero la sigue su mirada y ve cómo ella, con esas horribles garras, le abre el estómago, le saca las tripas y se las refriega en la cara. Todo hiede en el cuarto de emergencias.
Finalmente, la criatura se pone de pie, toma el cuerpo del hombre, lo zamarrea y lo azota contra las paredes del cuarto de emergencias, soltando una horrible carcajada que despierta al guardia que afuera duerme.
-Esto es solo entre tú y yo-, le repite al oído, antes de aplastarle la cabeza con las manos.
Cuando el guardia, por fin, abre la puerta solo encuentra un reguero de sangre y de restos humanos que indican que la justicia, a veces, es más que un mero hallazgo.

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Día 22 después del naufragio. Ya he perdido toda esperanza de que alguien venga a rescatarme. Ayer finalicé mi segunda exploración completa de la isla. No he encontrado rastro alguno de otros seres humanos, por lo que confirmo que no llegaron más supervivientes. La isla es una roca con grandes acantilados y dos pequeñas playas con palmeras. De momento subsisto comiendo cocos y bayas, y algún que otro cangrejo que consigo atrapar. Me resulta muy difícil capturar peces sin red y sin sedal.
Cada tarde hay tormenta y llueve copiosamente durante un breve espacio de tiempo. Por suerte, se hacen charcos sobre las piedras y dispongo de agua dulce para poder beber.
El sol implacable me mantiene resguardado durante el día en una pequeña gruta en el que entra la pleamar. Con el agua salada he conseguido restañar las heridas de los pies y con la de coco he conseguido hidratar un poco la piel quemada. Ya me he habituado a andar todo el día en pelotas, pero he de protegerme del calor. No sé si aquí llegará alguna vez el invierno. Tengo que pensar en construir una cabaña y confeccionar un manto que me cubra.
Acabo de caer en la cuenta de que ya estoy haciendo planes para pasar el resto de mi vida solo en esta isla.
Seguramente ya me dieron por desaparecido. En todo este tiempo ningún avión ha sobrevolado la zona ni he visto embarcación alguna en el horizonte. Tengo que seguir adelante, con paciencia…
¡Hostias!, llevo casi un mes sin participar en el reto semanal de Cuatro Hojas. Espero que ellos no me olviden. No sé cómo les podría hacer llegar este diario.

NEUS SINTES

Recuerdo en especial un 22 de enero. En el que el frío del invierno se calaba en los huesos y el del miedo también. Sí, el del miedo. Cerraste por última vez los ojos, en una fría cama de hospital.
Dejaste de sufrir, de tomar antibióticos y demás pastillas, para qué!. – Para nada – Nada te salvó de la muerte. Ni las pastillas, ni los médicos pudieron llegar a tiempo. Nadie pudo hacer nada más.
Después de una vida de sufrimiento y de pesares, tu mente empezó a decaer en el olvido. A lo que los médicos denominan «demencia senil».
22 de enero, el día en que decidiste cruzar la línea y ver la luz del más allá. Dejar de sufrir en esta vida, para hallar la Paz en la otra.

EFRAIN DÍAZ

Era de madrugada y Laura no había llegado a la casa. Todo estaba desierto. No había ni un alma a la vista.
Excepto por su vehículo, la ciudad estaba vacía. Como un pueblo fantasma en una noche de verano sin luna.
Gruesas gotas de lluvia comenzaron a caer en el parabrisas del auto. Una gran tormenta se acomodaba en el negro cielo.
Anselmo la está esperando. Habría sido noche de chicas, pero ella regresaba de otro lugar. Regresaba de un lugar donde nunca debió de haber estado.
Comenzó la tormenta. El negro cielo se rajó en dos. Cayeron los primeros aguaceros y sonaron los primeros truenos.
Anselmo marcó su número y salió el contestador. Estaba apagado. Espera que esté bien. Intenta imputar su retraso a la tormenta, aunque en su corazón aguarda otra sospecha.
Un extraño sentimiento de culpa invade a Laura. Se siente sucia. Anselmo no lo merecía pero no tuvo fuerzas suficientes y cayó ante la tentación. Y continuaban los truenos, y continuaba la lluvia.
Anselmo toma nuevamente el teléfono. Se posa junto a la ventana. Ya son 22 llamadas para escuchar la voz de Laura desde el contestador. Pide un milagro. Luego desea que Laura no esté bien. Espera que se la haya tragado la tormenta. Anselmo reza, y se arrepiente añorando que sea el clima lo que la mantuvo fuera toda la noche. Continuaban los truenos y continuaba la lluvia.
Laura estaba desesperada. Quería llegar. Quería verlo, abrazarlo. Decirle que lo amaba y que no habrían más “noches de chicas”. Y continuaban los truenos y continuaba la lluvia. La tormenta no amainaba.
Laura llegó. Anselmo en la ventana, incrédulo, soltó el teléfono y salió a recibirla. Agradeció que estaba viva y se fundieron en un eterno abrazo. Formaron un solo cuerpo y una sola alma. Y los truenos y la lluvia seguían.
De repente una suave ráfaga de viento sopló un extraño perfume en las narices de Anselmo. Un perfume de hombre. Esta vez el relámpago no vino del cielo, sino que parpadeó en sus ojos. El sabía y ella sabía que él sabía. Y continuaban los truenos y la lluvia.
Tres tormentas estaban desatadas, la de Anselmo, la de Laura y la de la ciudad.
Al día siguiente Anselmo empacaría sus cosas. Mientras, continuaron los truenos y la lluvia.

JULIA HERNÁNDEZ

Van y vienen los años
En este mundo caótico.
Incluso después de la tempestad
Nos cuesta asimilar la calma.
Todo parece añicos,
Igual que un roto mosaico.
Dos años, concretamente.
O la falta de libertad
Solo nos marchito el alma.

EL FARO

Cuando caen a baldazos las bendiciones se siente tan sorprendido el cuerpo, que casi no duerme.. está erizado.
Veintidós líneas diciendo que volverías.
Una nota breve, poblada de fantasías, que tensa cuerdas, que van aflojando hasta que el momento concluye.
Vida corta de cañita voladora.
Uno tiene rasgo de ardilla y guarda en el hueco de las provisiones, por si se pone triste el invierno..Los artículos, los adjetivos, los verbos y mi nombre en cursiva.
Acúmulo palabras.
Así como aparece lo bueno, lo malo repite. Un espiral gigante donde nos acostumbramos a vivir.
Entre babas de caracoles.
Veintidós líneas y una fe.
Patinando y riendo, con la ilusión de encontrar equilibrio. Vendrás?
Dejarse estar. Cuanto más liviano se siente el cuerpo menos golpea contra las piedras.
Saber que no se puede contra lo que no se puede.
Tengo paciencia de búfalo..llueve seguido sobre la crisma de los que no esperan nada.
Son veintidós líneas y una húmeda esperanza.
Graciela Pellazza

GUILLERMO ARQUILLOS

Feliz cumpleaños, John
—¿Está dentro mi hijo? Decidme, ¿está dentro John? —gritó la mujer.
Rose no podía dejar de llorar mientras juntaba las manos y miraba hacia lo alto. Estaba segura de que su hijo, que hoy cumplía veintidós años, se encontraba dentro del edificio.
Había dejado de llover y soplaba un viento de los que rebotan en los huesos y muerden en el alma. Rose no temblaba por el frío, sino por su hijo, por el miedo a que lo mataran.
En aquel barrio, hecho de casas de delgadas maderas, todos se conocían, todos sabían quién era John y quién era su madre. Y todos sabían de las dificultades que el hijo había tenido en la convivencia con el padre hasta que este se fue. El joven, cuando descubrió que su padre se había marchado, pareció enloquecer.
Detrás del cordón policial, los paramédicos sacaron dos chavales más. La chica solo tenía un ataque de nervios. Al muchacho todavía le quedaban ánimos para intentar ocultar su herida, en el hombro izquierdo.
Al poco rato, en silencio, salió una camilla con el muerto número veintiuno. A Rose, alejada del resto de las familias, se le escapó un suspiro: el cadáver no era el de su hijo.
Un matrimonio exclamó:
«¡No, Sammy! ¡No, por Dios! ¡No es justo, no es justo! ¡Sammy, Sammy!».
Se oyó la emisora de la policía:
—Por las cámaras térmicas sabemos que hay dos personas en el instituto.
—¿Situación? —preguntó el ayudante del sheriff.
—Hay un joven detrás de la puerta de un aula de la segunda planta. Nuestro compañero está en el pasillo, pero no puede verlo.
El sheriff agarró con rabia el micrófono:
—¿Es que sois gilipollas? Avisadlo por la radio inmediatamente. ¿Es que queréis otro compañero muerto?
Entre los veintiún cadáveres había dos policías. El resto eran solo unos críos. Nadie tendría que haber pagado con su vida las frustraciones de un niñato. Todos conocían a los muertos. La ciudad estaría mucho tiempo de luto.
Rose imaginó que a su hijo no le quedaba más remedio que morir o matar. No había otra alternativa.
—Tiene estropeada la radio, quizá la ha alcanzado una bala —se oyó la voz metálica que informaba a los responsables—. No hay manera de que nos pongamos en contacto con él.
—¿Y el tutor del programa? —preguntó el ayudante del sheriff.
—Richard está en el patio, en una bolsa de plástico —hubo un pequeño silencio—. Lo siento Mike.
El ayudante aporreó el techo del coche que les servía de parapeto.
—Me cago en mi sombra, me cago en la leche… ¡Dios! ¡Todo me tiene que salir mal! ¡Para una puta idea que tengo!
—Cállate, Mike —ordenó el sheriff—. Ahora no es el momento de andar con llantos.
Se quedaron en silencio.
—¿Alguna idea?
—Como no entren gritando para avisarlo… —respondió el ayudante.
El sheriff no se lo pensó dos veces:
—Tú y tú —dijo señalando a dos policías—, entrad ahora mismo gritando que no abra la puerta del aula, que está esperándolo detrás.
Luego miró a otro compañero:
—Que te digan dónde coño está la megafonía. Hay que decirlo por la megafonía del instituto.
Rose supo que, por más prisa que se dieran, allí habría otro cadáver más. Podía ser el de su hijo, pobre chaval, el día de su cumpleaños… Las otras familias la miraban desde lejos mientras cuchicheaban.
De repente, se oyó un disparo. No dio tiempo a nada más. No hubo mensajes por megafonía, no hubo gritos avisando. Un único disparo y el silencio. Todos callaron y miraron a la salida. Pasaron unos minutos.
Y, por fin, la puerta se abrió. El joven policía, con el arma en la mano, salió al patio, un poco desorientado, por la luz que ahora había.
—¡Gracias a Dios!, ¡gracias a Dios! —gritó Rose.
Se saltó el cordón policial, pero nadie intentó detenerla cuando iba a abrazar a su hijo: el muerto número veintidós no era él.
Era el cumpleaños de John. El primer día del programa de prácticas que había diseñado el ayudante del sheriff. Jamás olvidaría aquella mañana en que un muchacho, que había perdido la cabeza, terminó causando una masacre en el instituto y mató, entre otros, a su tutor de prácticas. Y tuvo que abatirlo en defensa propia.
¡Feliz cumpleaños, John!

JUAN MANUEL MARTÍNEZ LOPERA

EL NÚMERO SI QUE IMPORTA:
Cuenta una leyenda, convertida por los interesados en verdad, que un día de hace algo más de 2.000 años, 12 personas se reunieron alrededor de una mesa con una decimotercera y que en ella celebraron un rito que elevó la amistad a la categoría de amor y de ahí, bueno de ahí ha llegado a nuestros días cómo ya sabemos todos.
Sin embargo, ni la leyenda ni la dichosa verdad cuentan que la mesa ni era rectangular, ni se comió en ella y ni mucho menos fueron finalmente 13 los supuestos comensales que estuvieron presentes. Porque en ese grupo de personas, aunque hubiese un guía que despertaba a las almas, las decisiones se tomaban conjuntamente y el rol de cada uno importaba tanto que se procuró tener en cuenta a todo el mundo.
Y así fue, que la mesa fue redonda para que no hubiese nadie más importante que otro, y en ella se sentaron los famosos 12 con sus parejas, y éstas eran: del pueblo elegido, del extranjero, del invasor e incluso de cualquier sexo, porque lo que los unía a todos, eso sí es absolutamente cierto, era el amor traducido de cualquier forma, incluso de la que surgió dentro de la comunidad primigenia, por tanto queridos lectores y este es el inicio de otra gran historia, no fueron 12 el número de discípulos que se sentaron con Jesús aquel día sino 22. Demostrando que el amor tiene que ser dual para que el problema siempre se reduzca a la mitad y que el más grande de entre los grandes entregó su vida por todas las clases de hombres y mujeres de la historia.

ARCOIRIS MORENO

22, Y DOS MIL MÁS.
Ni el rabo pone título a la gata,
ni el cargo, hace justicia al usurero.
Se pongan o se quiten la corbata,
hipócritas, ma-cabros, pendencieros,
Aletargada, sonsa, permisiva,
la sociedad mundial contaminada
con bozales, miedosa y convulsiva
alaba al enemigo entusiasmada
Por predicar verdades, lo mataron.
de la muerte de un Cristo venturoso
dos mil, y veintidós años pasaron
La historia se repite permanente
quien niega obedecer a este sistema
es perseguido, y paga con la muerte.
Arcoíris.
EJERCICIO creatividad, tema: 22.
recién salido de mis ovarios… con amor a la verdad, la paz, la libertad… y una sociedad saludable, valiente, sana.. sabia. Amén.

ANGY DEL TORO

CIELO E INFIERNO
Mientras observaba tu rostro pensaba que la aridez del desierto no puede cubrir todo el cielo del mundo. En tu frente una esfera, círculo que te llevó a pensamientos lúgubres y oscuros, a tus sufrimientos. Algo he sabido de ti y es por lo que hoy, rebuscando entre los espinos prehispánicos que escudriñaste como símbolo para alcanzar la muerte y volver a nacer en una nueva vida, no me convence. Nací con el siglo, soy una chica del XXI y a mis veintidós años no puedo aceptar la muerte como única salida de un diagnóstico de cáncer terminal. Te admiro y por ello rebusco en tu obra, eres mi pintora favorita, este cuadro que hoy se enmarca con el número 22 en las páginas del último libro que estoy leyendo, no me entra en la cabeza. Mi tercer ojo se niega a aceptar tus pensamientos. Tus pobladas cejas encierran una vida apasionante y sufrida a la vez, es cierto, pero vivida a tope. Tu idea del más allá como escape a la enfermedad no cubre mis expectativas, sé que venceré al cáncer y mi mente se centra en un futuro mejor. Saldré airosa, erguiré mi figura y me visualizaré en la creación de un universo floreciente, distinto. Borro la calavera de tu frente y me salgo de tus cruzadas. Mi querida Frida, hoy día todo tiene remedio, es indudable que mi cuerpo sanará, te lo aseguro.
NOTA. No me pertenece la imagen, fue tomada de las redes.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

22 escalones la separaban de la fama.
Desde niña siempre contaba las escaleras, una, dos, tres. Una manía.
22 escaleras.
Sabia qué la prensa estaba allí, sabía que en el momento su imagen saldría por todo internet.
22 escalones.
Era la mujer del momento, su idilio con el famoso actor, le darían el empujón para darse a conocer.
Había subido 21 escalón.
Un mal pie.
Rodó 21 escalones.
Si, salió en todos los memes.
La fama es así.

RAQUEL LÓPEZ

Aún sigo esperando tu regreso
entre tibias y añoradas primaveras
me juraste ser mi amor eterno,
entre estas paredes frías de piedra.
Quedándome desnuda en soledad,
recordando momentos compartidos,
anidando las cenizas en mi alma
y mi corazón sangrante con tu olvidó.
El firmamento testigo de nuestro amor,
bajo la atenta mirada de las estrellas,
llorando con tu ausencia este dolor
que acompaña mis noches de tristeza.
Ya sé que un dia he de marchar
y ese día volveré a estar contigo,
de nuevo nuestras sonrisas se escucharán
y tus labios estarán frente a los míos.
Pero te fuiste amor, sin previo aviso,
veintidós años pasaron sin tus besos
y aunque la vida se me escape sin tu aliento
viviré con tu recuerdo sempiterno….

IRENE ADLER

Frente a la puerta, dudo.
El uno de latón se ha desprendido o suicidado, dejando una fea cicatriz sobre la madera sin barnizar. Un rastro. Una huella. Un recuerdo.
Me pregunto si estará en casa y si estará armado. Yo llevo la Derringer remetida contra el muslo izquierdo, bajo la liga. Al fin y al cabo, los dos tenemos oficios peligrosos.
Hago ademán de tocar el timbre pero sin llegar a rozarlo. Vuelvo a mirar la puerta y ese número huérfano o abandonado.
Dudo.
Sólo soy otra mujer indecisa ante la puerta del hombre al que una vez, quizás amó.
Miro a los lados. Londres ha cambiado. Todo cambia deprisa y yo llevo mucho tiempo viajando. Demasiado.
Tal vez éste no sea el 221 B de Baker Street….
Tal vez sea el 22…
¿Me habré equivocado?…
Me equivoco a menudo.
Y cuando me equivoco, me equivoco demasiado.

CESAR BORT

La noticia del siglo (tema de la semana, «22»)
Supongo que, como yo, visteis en las noticias que la NASA anunció el pasado viernes, 22 de julio de 2022, que las señales de radio, captadas y procedentes del espacio exterior ―en concreto del planeta que conocemos como GJ 667 Cc―, reproducían un mensaje o código, es decir, que habían sido emitidas por vida inteligente y con una intención meridiana: darse a conocer; hacerse patentes; anunciarnos que no estamos solos en el Universo.
La intencionalidad a la que se refería la NASA, deja claro que ellos, los remitentes, saben de nuestra existencia y, muy posiblemente, nos conocen a la perfección. Da tranquilidad saber que el mensaje no es, en modo alguno, amenazador, sino, más bien, amistoso. Es, dejadme ser pueril, una llamada telefónica para comunicarnos su próxima y pronta visita.
Nunca he creído en extraterrestres. Soy más de creer en Dios y en arbustos en llamas parlantes. Pero la evidencia no puede ni tiene porqué ser negada. La existencia de ETs es compatible e, incluso, avala la de Dios que, como reza el dicho: «Aprieta pero no ahoga», aunque a veces, hay que reconocerlo, se le ha ido la mano.
Pero plagas y diluvios universales aparte, se ha portado, sobre todo últimamente, como se esperaba de Él. Ya hace mucho que salió de esa adolescencia que le hacía intervenir en todo y por cualquier cosa; ha ganado en autoestima y no tiene que demostrar su poder a cada rato ni cae presa de arrebatos febriles. Se ha apaciguado y ha cambiado el onanismo narcisista y vanidoso por la contemplación. Me enorgullece decir que nuestro Dios ha madurado, que es más feliz y, si Él lo es, nosotros también.
El mejor ejemplo de su «progresa adecuadamente», es que, conocedor de nuestros miedos y anhelos, se ha puesto ―nunca mejor dicho― manos a la obra y ha creado una ―que no otra― especie inteligente en el Universo para que no nos sintamos solos ―y esta vez no ha necesitado costilla, cosa que se agradece―.
En fin, el anuncio de la NASA me ha alegrado el día, pues veo que Dios, aunque lento, va haciendo cosillas y no se ha dormido en los laureles ni está descansando desde el sexto día. Debemos felicitarnos porque Dios, ahora, tiene en su haber una nueva creación y nosotros, por usufructo, unos nuevos esclavos.

JOSE TAXI

22
Veintidós heridas de guerra recorren mi cuerpo, así las denominaba yo, en realidad eran el resultado de 4 operaciones.
Me llaman Ulises Heredia Martínez, soy gitano y a mucha honra.
Tras licenciarme en derecho y ADE, ingresé en el cuerpo de la IGAE, (Intervención General de La Administración del Estado).
Tras 22 años ocupando diferentes, puestos de trabajo, durante la última anualidad, me nombraron Interventor General del Ministerio de Obras Públicas. Ahí comencé a padecer.
El volumen y cuantía de los contratos que llegaban a mi ordenador eran, como poco, elevados. Las llamaditas telefónicas del Director General eran continuas. Siempre quería saltarse mis reparos, menudo mamón.
No conocía el currículo del Sr. Director, pero no debía ser elevado, sus faltas de ortografía le delataban.
Mi padre fue durante cuarenta años Secretario Interventor de Administración Local y contaba anécdotas de sus peripecias funcionariales en casa. Unas divertidas otras no tanto. Me dijo más de mil veces: “Ulises, por lo que más quieras, no te hagas Interventor” Pero me atraía ese trabajo, ignoro el motivo.
Hace dos meses mi compañera y amiga Eloísa Martínez, vice–interventora en el ministerio, me dijo que no es que yo padeciera estrés. Que yo lo que tenía era escuatro. Tuve que admitir su diagnóstico, Elo, es licenciada en Medicina, discretamente me pasó una tarjeta y me dijo ve a verla, es una muy buena psiquiatra.
En la primera visita, Dª. Carmen del Consuelo García Heredia, me recibió afablemente. Comenzó a preguntarme, buscando signos y síntomas de mi enfermedad. Al cuarto de hora me dijo: “Caballero tiene usted una depresión fuertecita”. Lo cierto es que no me sorprendió, en Intervención los compañeros caen como moscas en esa situación.
Me recetó unas cajas de dormilón, me dijo que la llamara en unos diez días, y ahí acabó todo.
Me tome la medicación meticulosamente, por las mañanas mientras me duchaba cantaba “Hoy puede ser un gran día”. Y tenía paciencia.
Pasaron los diez días y llame a la psiquiatra, le conté que estaba prácticamente igual, que no había notado ningún cambio, me contestó que tuviera paciencia y me distrajera mucho. Me indicó que la próxima vez me llamaría ella, en unos veinte días, no podría concretar más la fecha, pues marcaba a un congreso internacional de psiquiatra. Se despidió de mi con un cariñoso: “Tú puedes Ulises” Sinceramente yo no lo tenía tan claro.
Vivo sólo y tras ver casualmente, un reportaje de Lorenzo Caprile, decidí irme a vivir a un hotel, donde estoy en régimen de pensión completa, además me dejan tener a mi perro Pancho conmigo. Los domingos voy a comer a casa de mis padres, donde Pancho y yo pasamos el mejor rato de la semana. Desde luego mi padre me pregunta por mis líos como interventor, yo les quito importancia, es en ese momento cuando sonríe pícaramente y me dice:” ¿Muchacho estás seguro de eso?” Así que le cuento la verdad…
Los últimos días están siendo especialmente duros, estamos esperando la visita de una comisión de la Unión, los políticos ya han anunciado una cuantía desmesurada de subvenciones, que en realidad van a tener que utilizar en tapar agujeros.
En fin, que yo estoy jodido pero contento.
Y colorín colorado este cuentecico, intervencionista, ha acabado.
Josma & Jose Taxi.

JAVIER GARCÍA HOYOS

EL ELEMENTO 22
El elemento 22 había ocupado una parte de la ciudad. Junto a la ría. Donde el mar aún conseguía adentrarse para confirmar el dominio de su territorio.
El espectáculo era tan llamativo que los lugareños no podían evitar acercarse a contemplarlo.
Muchos recordaban aquella ciudad de color gris, pero el elemento 22 lo cambió todo.
El color, el olor, la gente y hasta el sonido. Los idiomas cambiaban en el aire, y personas venidas de otros lugares querían ser testigos de lo que allí había ocurrido.
El elemento 22 no había llegado solo. Un enorme animal lo custodiaba día y noche, impasible y siempre con la mirada al frente. Algunos niños se acercaban a él con curiosidad y lo acariciaban, pero el animal, sabedor de que no eran ninguna amenaza, se dejaba querer y seguía vigilando.
El tiempo pasaba, el animal mudaba su piel cada cierto tiempo, y el elemento 22 tomó una extraña forma. Algunas leyendas empezaron a contar que en el interior de aquella figura había un pozo de sabiduría, un tesoro de tal belleza que no debía ser descrito, sino admirado.
Ahora, aquellos días han quedado lejos, y el elemento 22 cuyo nombre desciende de los antiguos titanes griegos, es parte de la ciudad, de su gente, tanto como su fiel máscota.
El elemento 22 se convirtió en un caparazón de titanio, este en un museo, y el pelo de su mascota, el cachorro Puppy, en un hermoso manto floral. Su ciudad, halló una gran fuente de prosperidad en algo tan etéreo como el arte.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

¡MAMÁ!… ¡SE ME HA QUEDADO AGARROTÁ LA L5!
Vigilio pasaba la mitad del día pegado a la mirilla de la puerta de calle. Su madre que no entendía esta nueva manía le gritaba desde la cocina: «¡Vigi! ¡Ven a ayudarme a pelar patatas!, pero es que Vigilio tenía una razón de peso, de mucho peso, más que de peso, de una urgencia perentoria como era la del fornicamiento, y si se pasaba media vida de vigía, era, por detectar cuando Adelaida la del tercero derecha subía la escalera para atajar la subida, a fin de cambiar el ascenso de la interfecta por escalación de índole más prosaica.
Llegado el momento de la conquista —nada difícil por la clara predisposición que mostraba la del tercero—, allí mismísimo, sin que mediara preámbulo alguno se entregaban en cuerpo, que no en alma, al digno arte del apareamiento…
—¡Ayyyyyyyyyyy!
—¡Qué coños te pasa! ¿Tenía que ser en este preciso momento, cuando mi marido está a puntito de entrar por la puerta?
—¡La L5!, ¡La L5!, ¡Socorrooooo! ¡Llama al samur, a los bomberos, a la benemérita, a salvamento marítimo! ¡por tu madre!
—¿Te has vuelto majara?
Los gritos de Vigilio alertan a su madre que sale disparada hacia el descansillo y encuentra a su hijo con los calzoncillos en las rodillas, y a la del tercero, con los pelos desmelenaós…
—¡Hijo de mi vida!
—¡Madre! ¡La L5! ¡Todo por culpa de la L5 qué se ha vuelto a escacharrar! Por su culpa ahora todo el vecindario sabrá que además de andar encorvaó, me tiro a la vecina del tercero mientras el cornudo de su marido vive en la estratosfera…
El marido de la del tercero que acaba de apostillarse en el último escalón que da al descansillo, mira a Vigilio con expresión doliente, y no por que le importase un pimiento el acto de tener la cabeza como un reno, sino porque la situación obligaba a cambiar de residencia, ¡ahora que habían conseguido un pisito de renta asequible! y para sus adentros, se cagó en la madre que parió a todos los patos de colores del mundo mundial…
La historia podría continuar como que a los nueve meses un Vigilito asomaba por entre los muslos de Adelaida, pero para entonces el marido se había largado a Alaska y a Vigilio se le había doblado la columna de tal forma que, solo podía saludar a las hormigas…
La vida es un frenesí. Y las L5, ¡unas hijas de la ‘gran vida’!
Veintidós veces había derrapaó la L5…si hubieran sido veintidós más uno, Vigilio, andaría a cuatro patas, por otra parte, postura sexy donde las haya…

CAZAPALABRAS

Tres jóvenes y frondosos árboles de hojas verdes intensas me separan de ti. A través de algunas ramas, quizás usándolas inocentemente como escudo protector, te veo sentado en tu mesa habitual con la compañía de un café, un móvil y un libro. Me pregunto con quién has estado hablando acaloradamente hace unos momentos o de qué trata el libro que te cuesta tanto dejar sobre la mesa cada vez que alguien se acerca a saludarte. Me pregunto si alguna vez haré realidad mi fantasía de cruzar las veintidós baldosas que separan el viejo banco de madera y hierro forjado desde donde te observo y poder llegar hasta ti. ¿Tendría el valor suficiente para sentarme? Quizás cobardemente pasaría de largo robándote con suerte una mirada fugaz.
Tres maduros y frondosos árboles de hojas doradas me separan de ti. Sigo aquí sentada, contando las 22 baldosas que te alejan de mi locura. Hoy no miras el móvil ni hay un libro sobre la mesa. En cambio, hay dos cafés y una joven que te regala sonrisas sentada a tu lado … sonrisas que podrían haber sido mías.
Solo 22 baldosas…
Carmen Vidal

GLORIA ALBADALEJO

CALLE MALDITA
No sé dónde estoy, creo que me he perdido. El coche se ha parado de repente e inesperadamente ha anochecido. Por suerte tengo una linterna cargada, que espero que funcione. Esta me alumbrará lo justo, hasta que encuentre una solución. Estoy revisando el vehículo, pero no encuentro ninguna anomalía. Llamo a mi seguro de coche, pero ilógicamente no tengo cobertura, el móvil está inservible. No sé hasta cuando durará la batería de la linterna, por aquí no se ve nada. Tampoco veo a nadie a quién acudir, parece una carretera fantasma. No me queda otro remedio que andar hasta llegar algún lugar. A lo mejor tengo suerte y encuentro alguna gasolinera, allí podría llamar a mi seguro para que me solucionaran el problema.
Llevo andando casi una hora y no encuentro nada ni a nadie para que me pueda ayudar. Parece ser que tendré que aposarme por esta noche en algún hostal y mañana será otro día.
Por fin llego a una urbe. Parece la continuación de la carretera, está igual de solitaria. Me imagino que están todos durmiendo. Mi reloj marca las doce pasadas. Yo también debería estar ya a mi destino, pero me ha sido imposible. Con mi linterna ya parpadeando, puedo visualizar como he llegado a una calle que se nombra “22”. Curioso, no conocía hasta entonces una calle con nombre numérico. Supongo que tendrá algún significado. La linterna no da para más y se apaga del todo. La oscuridad de ese lugar siniestro, me pone los pelos de punta y el silencio, me pone aún más nervioso. No encuentro tampoco ningún alojamiento a donde pasar la noche, pero me siento cansado y deseo sentarme en el primer sitio que vea.
La calle 22 parece ser interminable, se podría decir que es tan grande como un pueblo entero.
Mis ojos se han acostumbrado a la oscuridad y casi puedo ver con detalle, como las paredes que recorren la calle, son blancas, pero apenas hay casas y definitivamente, ningún lugar a donde instalarme. Claro está que no es habitado para turistas. Mi cansancio casi puede conmigo y empiezo a tener algo de fresco. Ha venido una repentina brisa acompañada de una niebla grisácea y espesa que da la sensación que ambas me persiguen. He debido andar varios quilómetros, no sé cuántos y mis ojos se dan cuenta, que sigo en la calle 22. Creo que estoy a dentro de la niebla y por lo menos han bajado cinco grados seguidos. Todo a mi alrededor se ha vuelto blanquecino, pero está todo muy borroso y no sé ni por donde voy. Escucho algo, aunque no se entiende. Es un sonido extraño. Ahora lo percato mejor, parecen muchas voces mescladas entre sí, como si hubiese mucha gente a mi lado y hablasen todos a la vez. El sonido ha empezado débil, pero va aumentando de tono. Repito una y otra vez quien hay ahí, pero sin contestación. Lo que escucho a continuación, no me gusta nada. Todas las voces callan de golpe para dar paso a otra voz más potente y tenebrosa. Parece salida del más allá y no entiendo lo que dice, es un idioma extraño. Creo que he salido de la niebla para dar paso a otra visión escalofriante. Lo que hay a continuación es peor. Parece como si una boca enorme me estuviera esperando, está preparada para atacar y comerme. No tengo escapatoria, eso me traga. A dentro es como un túnel muy oscuro y a la vez enrojecido como la sangre. Ahí hace calor y vuelvo a escuchar esas voces muy próximas a mí. Empiezo a ver muchas antorchas, parecen cerillas gigantes, encendidas, con el color naranja del fuego. Vienen hacia a mí, quiero dar marcha atrás, pero no encuentro ninguna salida, no la hay. Estoy a dentro, encerrado de algo horripilante y con un olor penetrante como a ácido mezclado con gas y humo. Comienzo a ver algo más próximo a mí todavía, no puedo dar crédito a lo que estoy observando, son rostros desfigurados, monstruosos. No parecen personas y si alguna vez lo fueron, ya no parecen ser de este mundo y cada vez están más cerca de mí, son muy veloces. Tienen los ojos ensangrentados, son enormes y saltones y me miran con caras diabólicas y asesinas. Sus pieles están desgarradas, como si les hubiese atacado una fiera salvaje. Sus pezuñas en vez de dedos, consiguen agarrarme. Siento como destrozan mí cuerpo, como llegan a mis entrañas y acaban conmigo. Yo mismo puedo ver como sacan mis intestinos y se los comen. El dolor es enorme, pero no puedo morir. Quiero gritar, grito por fin y todo eso desaparece.
Me encuentro en la proximidad de una calle que se llama 22. Es de noche y hace frío.
FIN.

MIGUEL ARMANDO NÚÑEZ

Los números de Pep siempre suman veintidós
Mamá Dolors apaga la luz del cuarto del pequeño Joseph, la bombilla del velador ilumina un afiche en la pared, un hombre de largo pelo rubio con una pelota al pie y la mirada celeste en el horizonte, la camiseta atravesada por anchos bastones verticales azul y grana.
El niño duerme y en la noche profunda sus manos comienzan a dibujar líneas bajo las sábanas. Los dedos se agrupan como si sujetaran algodones y tejen movimientos a la altura del pecho, a veces lentos y medidos, a veces frenéticos, siempre obsesivos.
La voz dormida de Pep balbucea números sueltos: uno, cuatro, tres, tres; once de un lado. Parece tomar aire y sigue: uno, tres, cuatro, dos, uno; once del otro. En ocasiones la secuencia se repite, en ocasiones cambia, pero los números de Pep siempre suman veintidós.
Los latidos del niño se aceleran como envueltos en una amenaza, las piernas embisten con furia contra el colchón, la cabeza golpea la almohada, el tronco cambia de posición, como buscando protección.
El pequeño Pep suelta los números de su boca semi cerrada: uno, cinco, tres, dos. Sigue: uno, cuatro, tres, uno, dos. Pep ve números del uno al once volando por el aire atrapados en burbujas, las burbujas unidas por rayas delineadas sobre un tapiz verde. Los números modelan perfiles cambiantes en la mente de Pep; se agrupan, esquematizan formas caprichosas, bosquejan un universo de estructuras, trazan curvas y rectas, parábolas imposibles que se atraviesan las unas a las otras, que se mueven con una lógica intrigante, se entrecruzan, se entrelazan, se interponen, hasta que la mano de Pep las deshace, dibujando un arcoiris en la oscuridad.
El sol de la mañana se cuela en la cocina. Mamá Dolors prepara el desayuno, el niño luce cansado.

MAR SHA

22 son los días que me faltan para
bajarme de este lago viaje.
22 son los vagones que lleva el tren en el que me
embarque hace 6 años atrás, creyendo que todo mejoraría.
22 son los amigos que en el momento más álgido de la existencia
abandonaron el barco, se arrojaron al mar para así escapar de las inclementes olas del inmenso mar.
22 son las horas que cuento cada segundo para que el
tren termine su recorrido, y pueda seguir mi camino lleno de marchitas y alegres rosas rojas.
22 son las maletas que empecé a hacer 3 días atrás, ahora estas me pesan enormemente, no las puedo votar por que en ellas llevo la visa entera.
22 es el numero de la boleta que entregue al conductor de dicho tren, era el último que había disponible, a un precio asequible para mí en aquel momento.
22 pesos son los que me quedan para comprar un par de panes y un cuarto con ventana.
22 minutos marca el reloj, para recordarme que casi es la hora de bajar y poner fin al viaje.

ANÓNIMO

Aquella tarde en que llegué al hotel hacía mucho calor.
La humedad del aire incrementaba todavía más la sensación térmica. Me encontraba tan cansado que ni siquiera bajé al restaurante a cenar. Caí rendido en la cama y desperté por la mañana, completamente renovado.
Estaba de vacaciones y no sabía qué hacer. Salí a la calle: desayunar en algún puesto de comida típica del lugar me vendría bien. Allí estaba él. Era el típico viajero identificable a dos kilómetros a la redonda por su aspecto extremadamente turístico. El caso es que lo que más me llamó la atención de nuestra conversación fue la gran conexión que sentí hacia él, y la gran claridad con la que al despedirnos pensé «si fuera mi vecino, mi compañero de trabajo o mi cuñado, muy probablemente lo habría matado hace tiempo». No tuve duda ninguna al respecto sobre cómo las cosas son más complejas de lo que las apariencias muestran pero casi nunca apreciamos.
Y como quedan en esta interface o pantalla que me sale a mí al escribir esto, cuatro líneas para llegar a que sean veintidós en total, pues me despido deseando un feliz mes de agosto a todos aquellos lectores sin saber si este texto les saldrá en 22 líneas.

ALMUT KREUSCH HOFFMANN

Veintidós
Me encuentro con la vecina que vive en el piso de arriba. Lleva su pelo gris recogido en un pequeño moño, pero algunos pelos indómitos la dan cierto aire místico. Los niños del barrio le tienen miedo. Su espalda encorvada refleja su avanzada edad. Está sola, como siempre. Me saluda educadamente, nada más. Viste un vestido de flores descolorido y sandalias gastados.
Conozco su obsesión por los gatos abandonados. De vez en cuando la veo llegar a casa con un gatito asustado en brazos y a veces también con otro más grande, famélico y seguramente lleno de pulgas como todos los demás. ¡Me pregunto cuántos tendrá!
Estamos los dos en la tienda del barrio y la oigo decir al tendero que el dinero se le iba en la comida de sus niños. Eso es lo que los gatos son para ella. Su familia. Cuando subo a mi casa se les oigo maullar fuerte y no sé si tienen hambre o se pelean.
Hoy, el rellano huele asquerosamente a excrementos de ellos.
Después de la comida, me tumbo en el sofá para leer un rato y, de repente, noto que me caen gotas calientes y de olor repelente en la cara. Miro al techo. Una mancha amarillenta se hace más grande por segundos, las gotas caen cada vez más gruesas y rápidos y me doy cuenta aterrado que lo orina de los gatos de la vieja asquerosa de arriba va a hundir mi piso.
Me despierto con un sobresalto. Gotas frías caen sobre mi cara. Pero estoy aliviado, no huelen a nada. Es otra vez la fuga de agua de la casa de mi vecino de arriba. Mientras busco un cubo, pienso: ¡ A ver si arregla las tuberías como dios manda de una vez por todas! ¡Que se deje de las chapuzas de siempre!
Bajo a tomar mi café en el bar de enfrente, como todas las mañanas, y mientras ojeo la prensa, no salgo de mi asombro cuando, después de no haber encontrado ningún conocido en la esquela, leo esta noticia en la sección local:
«El vecino de una vivienda en la calle Hermosa llamó a la policía, por una fuga en el techo de su salón que era claramente de orina de gato. Su vecina de avanzada edad que vive en el piso de arriba y a la que el hombre describe como «rara», al parecer llevaba tiempo recogiendo gatos abandonados y amontonándolos en su piso. Nadie sabía con certeza cuántos animales había. Al no corresponder nadie a las llamadas, los agentes forzaron la puerta del piso de la vecina. Encontraron a la mujer visiblemente confundida, sentada en el suelo y rodeada de un gran número de gatos. Se avisó a los servicios sociales municipales cuyos funcionarios se encargaron de ella, y los empleados del centro protectora de animales procedieron a la evacuación de los gatos. Eran diecisiete, más una camada de cinco. Veintidós en total»

ALBERTINA GALIANO

Bar Fuego, Palma de Mallorca, un 22 de julio, a 39 grados a la sombra, y una humedad relativa del aire del 40%.
Llegué desesperada por encontrar un sitio donde calmar mi fuego interior y el exterior, por cierto.
Un lugar peculiar en que se atrincheraban individuos en busca de no sé sabe qué…
Cinco o seis mesas, en una terraza en cuyo suelo no dejaría el bolso ni aunque tuviera que sujetarlo con los dientes si no tuviese ningún otro sitio donde colgarlo.
La negrura de las baldosas se oscurecía aún más en los siniestros rincones, que podrían guardar en sí los restos de miles de tapas desde principios del siglo XIX hasta la fecha.
Una de las mesas, la más llamativa precisamente por ello, la ocupaba una pareja singular. Él cerca de los 70. Ella con una edad tan indeterminada como su propio sexo biológico. De género radicalmente femenino, y posiblemente cerca de los 30. Con una puesta en escena tan exultante que uno no podía menos que pensar en el malintencionado dicho: “dime de qué presumes…”.
Mientras esperaba la atención del camarero, mi sed cedió paso a mi insigne curiosidad y me dejé llevar por mi pulsión voyerista, sin prisas.
La pareja, con un juego erótico muy exhibicionista, empezó a incluir en el mismo al pluriempleado camarero, al que por cierto le iba muy a tono la propuesta, a juzgar por el deleite de su mirada y la forma en que se le iluminaban las mejillas a tenor del flirteo.
Entre jijis y jajas, escarceos y roces al viento la cosa fue subiendo de tono, y en un movimiento brusco de acercamiento, al mencionado camarero se le cayó la botella de wiski que portaba en la bandeja, y que fue a impactar entre las piernas de una veraneante que tapeaba acompañada de su presunto cónyuge, seguramente ambos susceptibles de beneficiarse de los reducidos precios de los viajes del INSERSO.
El sufrido marido se vio en la tesitura de partirse el pecho por su preciada mujercita, por lo que se levantó con aspavientos, y en un periquete se organizó una timba en la que se iban uniendo a uno y otro bando tertulianos y transeúntes del lugar, tomando como criterio, a mi modo de ver, cuestiones de índole más moral y de derecho de familia, que de otro tipo.
Yo no daba crédito, e intentaba retener en mi memoria los mejores insultos e improperios, los más ocurrentes y esbeltos, esquivando al mismo tiempo objetos voladores y escupitajos certeros.
Cuando la escena me aburrió por lo previsible, y por la entrada en escena de las fuerzas de seguridad, opté por irme. Sin embargo, antes de hacerlo quedó ante mi vista, aún no sé muy bien por qué razón o motivo, una lata de Coca-Cola que me trinqué de un trago. Como me gustó la hazaña, y nadie se percató me dispuse a buscar algún otro refrigerio. Nunca he tirado cerveza, pero tenía el grifo tan a mano que probé a hacerlo… no pasaría el control de calidad, pero estaba fresquita. La cosa pintaba mona…
En el mostrador había multitud de aperitivos, y yo nunca bebo sin llenar la tripa.
Hasta que la escena cambió de protagonista, y me vi increpaba a voz en grito:
-Choriza, aprovechada!!!!! Alto ahí, policía!!!
No hay para tanto, colega, que ya me piro.
Y pian pianito cogí mi camino, y ni me acuerdo si te he visto.
Ya he dicho qué día era?
Un 22 de julio del año que termina en lo mismo.

ARITZ SANCHO MAUI

Resulta que el número 22 son dos onces, número al que le tengo mucho respeto ya que me anticipa de acontecimientos relevantes.
El 11:11 tiene un significado celestial, es el que te alerta de tu llama “alma” gemela.
Dicen que en otra reencarnación tu otra mitad también estuvo contigo y estáis conectados tanto física, psíquica como espiritualmente.
En mi caso en particular hice uso de las matemáticas para saber quién era después de que se dieran una serie de circunstancias que acabarían llevándome a tal cálculo.
Resulta que comencé la relación con esta chica el 12 de octubre y la finalice el 10 de diciembre 12 – 10 = 2 = 1+1 y 10 – 12 = -2 (-1)+(-1) 11:11 .La vez que más intensamente viví el 11 en mis carnes, veía el susodicho número por todas partes sumado, multiplicado, restado -y no me estoy refiriendo a ningún tipo de dogma; fue 2 años y 1 día después de dejar nuestro idilio amoroso 2 1+1 y 1 día 24+5=11.
2*365 730+1 =731 7+3+1=11.
Este hecho jamás se lo he podido explicar a la persona a la que también le afecta pero creo que es un hecho sorprendente. Si tenemos en cuenta que la otra parte contratante vive algún tipo de hecho similar con el famoso número podría contrastar y afirmar de que realmente se trata de mi alma gemela para toda la eterrnidad y su 11 acabaría llevándonos al bendito 22 y resolviendo así una ecuación amorosa.

RAÚL LEIVA

22 años

Le decían “la tapera” a la casa de la esquina del barrio, por las condiciones de descuido en las que se encontraba el jardín. Doña Remigia era la mujer más vieja del barrio y había vivido cuando esa propiedad tenía un jardín florido y bien cuidado, desde que había enviudado su dueña, la depresión y la falta de fuerzas hicieron que la maleza gane terreno con los años volviendo ese predio en un constante peligro y un criadero de ratones y otras alimañas.
Remigia entendía la depresión y la soledad, y sabía que ser invasiva solo iba a distanciarla aún más de su vecina, pero ¿cómo podría ayudarla a mejorar? Si su jardín mejoraba, tal vez ella cambiaría de actitud frente a la vida, entonces elaboró y puso en marcha un complejo plan.
Cortar las malezas no fue algo tan difícil. Solo tuvo que convencer al hijo del carnicero que le preste cada noche un par de corderos y los ataba a un palo en el jardín, entonces día a día el jardín iba mejorando su aspecto, las alimañas empezaron a verse vulneradas en sus nidos y se fueron mudando a otros jardines menos frecuentados. Mientras esto pasaba, Remigia veía cómo su nieto preparaba unas semillas para sembrar, las envolvía en barro armando una bolita que dejaba secar al sol y luego las arrojaría en el jardín de la vecina para que las lluvias hagan su trabajo y las flores crezcan como algo casual.
Día a día, el jardín se convertía en un mini paraíso verde con algunas modestas flores violetas. Remigia se puso muy contenta que su tarea de semanas y semanas dieran sus frutos. La vecina se asomó una tarde de primavera y su cara se iluminó como nunca, llamó a sus nietos a pasar la tarde con ella y la depresión pareció retroceder por primera vez en años.
Detrás de la gastada cortina y con lágrimas en sus ojos, Remigia miraba cómo la familia disfrutaba de la tarde hasta que la policía se los llevó a todos detenidos.
El nieto de Remigia, no le hablaba a su abuela desde que ella le dijo que había perdido sin querer un paquete con semillas destinado a un proyecto que nunca le explicó bien de qué se trataba.
22 años de prisión por tenencia y potencial distribución de marihuana le dictaron a la familia de la vecina de Remigia.
—A veces los comedidos no salen bien —rezongaba Remigia mientras miraba cada día como el jardín tan lindo se volvía una jungla nuevamente, esta vez en forma irreversible.

RODOLFO ALBERTO MICCHIA

Germinal Pasculli, un vecino como tantos otros
Así fue como Don Vicente dice que lo vio subido a su bicicleta, portaba un mantel floreado cuál capa al viento, un palo de escoba cruzado en la espalda con dos guantes de box atados en cada extremo, una media de mujer que hacía a su vez de máscara, deformando así su rostro para que no lo reconozcan y, un cono de papel aluminio en su cabeza, que según había escuchado, era para que no le saquen información. Paso raudo y, con la llovizna que caía en ese momento, el vecino según cuenta que el ciclista en cuestión, era muy parecido a Germinal Pasculli, más conocido como el loco, o el veintidós por su significado en la jerga quinelera.
Filomena, la esposa de Germinal, frente a las cámaras del noticiero de las doce el cual tomó el caso como algo insólito, declaró:
—Ya el tiempo se encargará de sacar la verdad a la luz y al fin sabrán que él, no es ningún loco.
Por su lado, Germinal en una reunión de vecinos en la sociedad de fomento, al tomar la palabra dijo que habló con ellos y aclaró:
—Son tan parecidos a nosotros que aún estando a su lado, cualquiera diría que es un vecino más.
Claro que Germinal se refería a los nuevos moradores, los que según él, venían de las Pléyades.
<< Si al menos tuviesen la mente más abierta, uno podría hasta entablar una conversación>> —Se enjuiciaba mentalmente, pero… que de estupideces pienso, aunque exponga mi propia verdad, seguirían negando mi cordura.
Filomena miró a su esposo y como leyendo su mente exclamó:
—¡Tranquilo Germinal! Tal vez no lo entiendan.
—Es cierto Filo, pero es que estoy un poco cansado y el tiempo apremia.
Ella comprendía muy bien cuando su esposo hablaba de partida, el cuerpo les estaba pasando factura y debían generar conciencia a sus vecinos antes que sea demasiado tarde.
Germinal estuvo casi toda la noche en vela y en cuanto se levantó, le dijo a su mujer que ya sabía cómo mostrar que los visitantes estaban entre ellos, debían comprender de buena manera que no eran únicos, también tenían que reconocer que tampoco eran tan especiales como creían serlo.
Esperó el domingo siguiente cuando la congregación se reunió en la parroquia donde daba misa el padre Euquerio y junto a su mujer esa mañana se hicieron presentes.
Se mantuvo paciente a que el sermón terminase y pidió la palabra.
—Quiero agradecer a todos los aquí presentes y quiero contarles con el permiso del clérigo. Miró al eclesiástico quien asintió con la cabeza dándole la palabra. —Que este día va a marcar un antes y un después en la vida de cada uno, hoy voy a dar a conocer la verdad que tal vez los impacte, pero debo decirles, mis queridos vecinos, que ya es tiempo que lo sepan. Junto a nosotros hay un reducido grupo de personas que si bien actúan y se ven como nosotros, no son en realidad humanos.
El murmurar inundó el recinto y muchos en él agacharon sus cabezas… Germinal continuó diciendo:
—Sé que les parecerá una locura y muchos de ustedes que hasta ayer me trataron de loco, seran testigos mudos al conocer la verdad—. Quiero pedirles en nombre del altísimo, que quien lleve una piel humana se la quite y exponga su verdad.
La biblia golpeó el púlpito y el cura se quitó la sotana, un oh de asombro junto a una gruesa capa de piel cayó a los pies del párroco, claro que su delgado cuerpo puso en evidencia su verdadera figura, otra cosa que llamó la atención fue cuando habló y dijo algo así: (Léase suplantando la G por la R)
—Quegidos g hegmanos gg, venimos en son de paz ggg.
Quiero aclarar que sin el traductor nasofaríngeo se le dificultaba mucho la pronunciación, en realidad, era como hablar en plena gárgara, pero así y todo se hacía entender.
Uno por uno fue quitándose el pellejo y el asombro fue en disminución clamando de ese modo, que grises y humanos se unieran en un mismo abrazo.
… Pasaron los meses y tanto Germinal como Filomena partieron para visitar al superior, las puertas se abrieron y ante su presencia fueron guiados, una vez allí se escuchó:
— Han tgabajado tan bien como nos gepgesentan, me siento orgulloso de ustedes.
—Muchas gracias su magnificencia, los humanos ya están listos, también nos ocupamos de dos pleyadianos que quisieron interferir advirtiendoles de nuestra invasión.
—También me entegé de eso y pog favog, quítense esas pieles, no saben lo gepulsivo que es veglos, apagte, no se les entiende un cagajo.

GAIA ORBE

veintidós lunas
el inocente soñador
viaja sin rumbo
corazón sin dobleces
no mira por dónde va
maduro y loco
refleja la libertad
salva su vida
para alcanzar la meta
a su casa regresa

MARÍA JOSÉ AMOR PÉREZ

El 22.
Tema de la semana
Era un domingo por la mañana y veníamos mis compañeras de cole y yo, de jugar un reñido partido de basket contra el mayor oponente en la categoría “juvenil”. Y lo mejor de todo: ¡habíamos ganado!
Así que, explotando de felicidad, subimos al bus, sin dejar de comentar prácticamente a voz en grito nuestra alegría y nuestros sueños. Nos veíamos saliendo en todos los medios como ¡Campeonas Nacionales!
Y entonces me fijé en “él”: un señor muy mayor que seguía atento nuestra conversación mirándonos con añoranza.
Me fijé en él y vi que, en la solapa de su chaqueta llegaba enganchado una especie de escudo, en cuyo centro se distinguía el número 22.
Me lo quedé mirando. Algo me decían sus ojos de aspecto juvenil. Y, como no era oportuno preguntarle sobre sus pensamientos, imaginé la siguiente historia.
Tenía él sobre unos catorce años, cuando el Profesor de Educación Física de su Colegio, decidió montar un equipo de fútbol, pidiendo voluntarios para formarlo.
Se presentaron bastantes alumnos que él fue seleccionando según sus aptitudes y al final de la cola, apareció un niño bajito y de aspecto bastante esmirriado-¿Tú pretendes jugar a fúbol ? –le preguntó.
-Claro- dijo el crío
-Pero- añadió el Profesor- te veo poco fuerte. Deberías esperar a crecer y desarrollar los músculos o no aguantarás. Si quieres-le dijo para no frustrarlo- te puedo enseñar algunos ejercicios y…
-Ah no- interrumpió el crío- yo quiero jugar ya. Puedo correr y soy ágil y…
Y tanto insistió que el Profesor, más por no escucharlo que por convencimiento, e dijo que podía probar, asignándole la camiseta marcada con el número 22.
Empezaron los entrenos y, para pasmo de todos, el chaval era un genio en todos los aspectos: corría, regateaba y nunca perdía ni se dejaba sacar la pelota, acerando en la portería contraria de manera increíble.
Cuando acabada la enseñanza colegial, le tocó elegir un camino en la vida, dio clarísimamente en su casa:
-Seré futbolista.
Su padre se llevó las manos a la cabeza, su madre le auguró ser un jugador de Tercera División. Y, por supuesto, el abuelo, le llamó al despacho diciéndole que tendría que ser abogado como él o médico como su tío. Pero futbolista ¡vaya porvenir!
Pero el chico, aunque solo para hacer callar a la familia, inició la carrera de Derecho, a la que podía se escapaba a jugar al Campo de Deportes Universitario, formando parte del equipo de su carrera.
Un club de fútbol lo contrató y vinieron los triunfos. Partido donde estaba él, partido que se ganaba.
Y tal fue su fama, que pasó a integrar la plantilla de los mejores clubs nacionales, llegando a ser una figura a nivel internacional.
Pero jamás quiso que se le llamase por su nombre, sino que, en recuerdo de aquella primera camiseta que le dio a regañadientes su antiguo Profesor de Educción Física, su nombre deportivo fue: Paco Veintidós.

BEA ARTEENCUERO

– Nos encontramos en el mismo lugar, misma hora, tengo que comentarte algo importante…No puedo seguir así.. ¡ te amo!
Era el mediodia cuando recibí el mensaje, me preocupo realmente, pero confiaba en él, solo conteste.
– Nos vemos amor.
Hacia tan solo seis meses que estábamos juntos, no se si fue el destino quien nos cruzo esa noche en casa de una amiga en común.
Nuestros mundos se juntaron y de allí siempre unidos.
Así es que aquí estoy esperándote, me adelante unos minutos, me gustaba verte llegar.
Espero ansiosa el momento de estar en tus brazos, no hay dicha más grande que tenerte.
Al fin te veo llegar, caminas presuroso viniendo a mi encuentro, te acercas, mis brazos se habren para recibirte, ya llegas, me miras, y…En ese momento, un disparo certero te arroja en mis brazos,
me dices ¡te amo! y quedas allí inerte como pájaro con las alas rotas.
Alguien a pocos metros aún con el arma en la mano me mira largamente antes de alejarse sin prisa del lugar.
No alcanzo a comprender.
Gira, gira muchacha.
Mi mundo, tu mundo, nuestro mundo ese que creamos los dos ya no esta, quedo suspendido en un vuelo sin retorno.
El reloj de la iglesia da las 22 hs.

ARNION FROZEN THRONE

Cumplia veintidós años cuando lo hice por primera vez. Escondidos en el granero de mi abuelo, tras el montón de gramíneas. Fue donde conocí lo que era sentir el verdadero placer. La satisfacción, la lujuria; un orgasmo puro que me recorrió desde los dedos de los pies hasta la coronilla y revoloteaba libremente por el estómago. Sentí el calor, el sudor, el olor, la sangre. Poco a poco cortaba trocitos de carne, que, en ocasiones, resbalaba de entre los dedos antes de llegar a la boca. Después de atiborrarme, prendí fuego al granero con un cigarrillo que hice creer a todos, estaba fumando mi primo a escondidas. Nunca olvidaré los benditos veintidós años.

GINO ALBARETI TARANTINO

¿Ganamos?
Antonio recorría la típica ruta de un 31. Con su chaqueta de algodón color bordó y su boina gris salió un día más. Desayunó en el bar en un momento de soledad cariñosa. Luego paseó por el parque, uno de sus momentos favoritos del día era poder ver a familias jugar en el parque o a la gente hablar, lo hacía sentirse un poquito mejor.
Se dirigió al estanco a por unos billetes de lotería.
  • Dame dos boletos por favor.
  • ¿Sigues comprando? Si ya estás jubilado Antonio ¿para qué quieres ser millonario ahora?
Sonreía con picardía
  • No es para mi, es para mis nietos. ¿Cuantos es el premio?
  • Hoy sortean 20 millones. Recuerda que los números saldrán 5 minutos antes que la campanadas.
  • Lo sé, lo sé.
Fue a comprar al supermercado lo último que necesitaba para esta noche, 12 uvas para las 12 campanadas.
Preparó la mesa sobre las 21h, colocó su plato, vaso y cubiertos. En el otro lado de la mesa preparó a su flor como todos los años. La colocó en una botella y mirándo hacia el. Antonio tenía sus rutinas, pero no eran cualquiera. Cada rutina lo hacía sentir más cerca de los que estaban en vida y de los que no estaban. Preparaba la mesa y veía la televisión hasta 23:45, luego iba a por el móvil y esperaba a las 00 para hacer una videollamada con sus hijos.
Eran las 23:55 y se preparaba a ver los números de loteria. 15-47-83-22. Su cara era un poema, era su boleto, había ganado los 20 millones de euros y su sonrisa no podía ser más grande. Lloraba de la alegría y no podía apenas contener la emoción.
Eras las 23:59 y era la 3º vez que llamaba a sus hijos, pero no respondían, estarían preparándose para brindar. Uno de ellos vió que alguién lo llamaba pero al estar muy cerca la hora de las campandas ni si quiera lo comprobó.
Eran las 00:05 y Antonio recibía la video llamada familiar. Estaban todos conectados:
  • ¡¡Feliz año a todos!! – decía una de sus hijas
  • ¡¡Feliz año!! – respondían todos
  • ¿Papa? – estás ahí –
  • Si hija, estoy poniéndome las gafas para veros mejor.
  • Vale papa, enfocate porque solo veo el techo.
  • A ver, ¿así mejor?
  • Si si, hola abuelo!!! – decían sus nietos
Disfrutaron de una amena charla contando como había tomado las uvas, quién se había reido más y quién no había llegado a tiempo. Mientras Antonio esperaba el momento para decir la gran noticia.
  • Queridos hijos – dijo entre todo el griterio de la videollamada – tengo una gran noticia que contaros.
Apenas lo escucharon, había tanto ruido que su voz pasó desapercibida.
De pronto, un ruido fuerte se hizo eco en todos los teléfonos. El silencio se había hecho con la llamada, fueron segundos, los primeros segundos de un gran dolor. El teléfono de papa estaba más torcido de lo habitual y podía verse una silla en el suelo.
  • ¿Papa? ¿Estás bien? – preguntaban
  • Chicos llamar una ambulancia papa se ha caido.
Al llegar la ambulancia solo pudo certificar su muerte. Antonio yacía en el suelo con sus boletos todavía en mano. En cada boleto ganador estaba escrito: «hijos os quiero»

YESS M TORRES

Era una gélida noche de invierno, de esas que pregonan que el cielo y el infierno no están sino en la tierra y que el ser humano no es sino una marioneta movida por el viento implacable de la circunstancia. Almas frágiles, inclinadas hacia el mal, en esta tierra, destructiva y demente donde vivimos y que llamamos ciudad.
La víspera de la noche de los muertos, las sirenas de policía no paraban de sonar y es que habían emitido un aviso por la radio Nacional, que mantenía en vilo a toda la población. Un asesino en serie andaba suelto y tenías que andar con precaución, si es que no querías convertirte en su víctima número 22.

ANDRÉS TORO

Habitación 22
Estábamos con Paula viendo cable en un motel, cuando me cuenta que una compañera de universidad la invitó a celebrar su cumpleaños en un pub cercano, ubicado a tres cuadras. Me alegré por ella y la animé a ir. “Vamos”, ella me invitó a mí. La gente me da miedo, respondí. Se levantó de la cama, fue por su ropa al sillón, y se vistió. Me entretuve observándola. Se despidió de beso, la encontré tan linda. Me quedé dormido viendo una película de acción donde actuaba Mel Gibson, y tuve el sueño recurrente de que me persigue un grupo de encapuchados para golpearme. Me defiendo hasta que el cuerpo ya no me responde, entonces, antes de morir, despierto. Eran las dos y media de la madrugada, y Paula no estaba en la habitación. La llamé, pero no contestó. Muy típico de ella, nada de qué preocuparse. Aunque cabía la posibilidad de que le hubiera pasado algo. Casi inmediatamente la imaginé en una zanja, tendida boca abajo y con la ropa rasgada—Mi mente—Debería vestirme para ir a buscarla, pero no me había dado el nombre del pub, así que tendría que ir a todos, en un radio de tres cuadras, hasta encontrarla. O en las calles. Seguro que cuando estuviera en eso, mirándola por todas partes, ella me llamaría desde la habitación para preguntar ¿dónde estás?, con su voz de despistada. ¿Por qué tenía yo que salir a exponerme a Valparaíso, de madrugada, por una imprudencia de Paula? No hacerlo me convertía en una mierda de pareja, y persona. Divagaba en esto cuando golpearon a la puerta. Abro, es Paula, afirmada en la pared, cabizbaja, pasada a cerveza. La sostengo para que no se caiga, y entre balbuceos le entiendo que quiere acostarse. Le ayudo a entrar en la cama. Cierro la puerta y me quedo mirándola. Empieza a quejarse de la cabeza. Me dice que la lleve al baño para darse una ducha con agua helada. Pienso algo así como oh dios, voy a tener que salir con ella borracha al pasillo, para luego en el baño desnudarla ¿y si alguien me sorprende y llama a los carabineros y mañana aparezco en los diarios? Imaginé a mi madre acercándose a un kiosco para reconocer mi rostro en una portada. Paula sigue quejándose de la cabeza. Pero si solo fue a un cumpleaños, pienso, ¿cómo vuelve en este estado? Y ¿cómo subió las escaleras? Alguien debió ayudarla y acompañado hasta la puerta, la dejó afirmada, golpeó y se fue. Paula da un grito de dolor y entro en acción. Voy por su mochila y saco la toalla, abro la puerta, miro por el pasillo despejado y voy por ella, la levanto en brazos. Salgo, cierro la puerta con el pie y corro con Paula semi inconsciente hasta el baño. Por suerte, no está asqueroso, bajo la tapa del W.C., la dejo sentada y cierro la puerta. Sin dejar de mirarla (a Paula), porque si se cae… Aprieto el botón de la puerta, para asegurarla, y es un alivio, como si se hubiera terminado la primera parte de algo. Pero, ¿está inconsciente o dormida? (¿cuál es la diferencia?) ¿Cómo se supone que voy a dejarla bajo la ducha, para que se moje la cabeza, sin que le escurra agua por la cara y le impida respirar? ¿Está respirando? Me acerco a centímetros de su cara para fijarme si se mueven las ventanas de su nariz. Sí, lo hacen, apenas. Supongo que nadie o, muy pocos, mueren por una sola borrachera. Paula no puede haber tomado tanto como para suicidarse, menos, rodeada de gente que la conoce. ¿Por qué la dejaron tomar tanto? Emborracharse debe ser común entre los jóvenes, dijo el viejo (yo). Deja de divagar y desvístela. Le desabrocho las zapatillas, luego, quito la ropa. Fue incómodo porque parecía un maniquí. La levanté, y llevé a la ducha. La senté abajo del grifo, y giré lentamente la llave de paso, para controlar la justa cantidad de agua. Por suerte, el débil chorro bajo por sus mejillas, dejando libre la nariz. No quites la mirada de la nariz, me ordené, hasta que haya pasado el peligro del agua, del frio y de la borrachera. Hasta tenerla de nuevo entre los vivos, despierta y arropada. Me acordé de lo linda que se veía antes de irse, al grandioso cumpleaños. Volví a su nariz, sigue respirando. Tengo que fijar un tiempo máximo para que no se enfríe más de la cuenta, pero el celular está en la habitación. No lo puedo ir a buscar, y el nerviosismo me impide percibir el paso del tiempo. Golpean a la puerta. Respiro profundamente, y luego digo: está ocupado. Ojalá haya otro baño, pienso. Se oyen las pisadas alejándose. Decido que ya es suficiente y corto el agua. Voy por la toalla, envuelvo a Paula. Tengo que sacarla vestida del baño, así que la acomodo sobre la tapa del W.C., de nuevo, como si empezara a convertirse en su asiento, y me doy el tiempo para secarla y ponerle la ropa con cuidado. Por suerte, abre los ojos y se reincorpora, de a poco, de modo que salimos caminando del baño. Volvemos a la habitación, que siento como el hogar. La ayudo a acostarse y cubro con las tapas. Antes de quedarse dormida, me pide perdón avergonzada. Luego, abre las tapas, me toma de la mano y acuesta a su lado, se gira sin soltarme, apegándome a su cuerpo. Empieza a moverse. Mi reacción natural es abrazarla y darle un beso en la mejilla, todavía helada. Le digo que mejor descanse. Me pregunta si estoy seguro. Sí, no te preocupes. Apago la luz y me quedo despierto un rato, agradeciendo que todo haya salido bien.

MÓNICA ALTAMIRANO

…22 rosas en el jarrón y se están muriendo…
Que dolor, verlas y saber que no durarán.
Como no durará la razón por las que se regalaron. Se marchitarán y ni siquiera las quiero…
Rosas que nacieron para salvar una relación y servir de recuerdo.
No las quiero, pero están en el jarrón y ahora no quiero que se mueran, pero no quiero que estén.
No las quiero.
Esto se ha terminado.
No lo sabe.
No las quiero. No le quiero.
He de decírselo. Ésto se ha terminado.
No le amo como él me ama a mí.
No las quiero.
Me recuerdan su amor por mi y las espinas se me clavan en mi corazón.
No las quiero.
El día se acerca. Se marchitan y me lo recuerda.
No las quiero.
Pero he de decírselo. Ese proyecto de vida no se hará realidad, como no lo será la vida de las rosas que se cortaron y beben en mi jarrón.
No las quiero.
Llorará mi perdida como yo la suya, pero no quiero más sus rosas en mi jarrón.
No las quiero.
Mi amor por él murió, como la vida en esas rosas cuando se cortaron.
No las quiero.
Ya no son rosas, son rosas en un jarrón.
22 rosas y no las quiero.

LOLY MORENO BARNES

VEINTIDOS, UN NUMERO MAESTRO
(Tema de la semana)
Día 22, de la semana 22 del año 2222
¿Una coincidencia?
… O quizás 22…
¡Desde hacia 22 días se preveía el fatídico desenlace!
VEINTIDOS meteoritos avanzaban descontrolados hacia el planeta azul, que muy pronto se convertiría en rojo.
Era imposible detectar con precisión donde impactarían y terminarían con los últimos vestigios de vida.
Desde hacia un par de siglos , sin necesidad de catástrofes naturales los desastres habían hecho mella de la mano del hombre.
Mas de 22 calamidades se habían acumulado; hambre, pobreza, contaminación ambiental entre muchas y la más feroz de todas: las guerras.
Individuos pensantes, pero poco inteligentes malgastaban sus energías en busca de poderes superfluos que solo duraban el tiempo de pestañeo de sus vidas.
Tecnologías avanzadas anularon el mas ínfimo vestigio de humanidad y conciencia.
Ya no se temía al desenlace, la muerte era el destino, no solo porque era inminente, sino porque ya nadie creía en la vida.
Veintidós misiles incandescentes avanzaban a toda velocidad y con ellos 22 sunamis estallaron en todos los mares del planeta arrasando desde sus costas, todas sus tierras.
Un mundo sumergido en mareas renació cual ave fénix a través de un nuevo genoma humano con único sexo y raza en una nueva creación de la vida en 22 pares de cromosomas autosómicos.

ELIZABETH ZÚÑIGA MALAGÓN

Nunca imaginó que ese sería el final de su matrimonio. Luisa, veintidós años, recién casada y con un embaeazo de cinco meses.
-¡Estás loca, piensas que te voy a creer! ¿Tú quieres verme la cara de pende#o? Debí saberlo desde el principio, eres una piru#a, una cualquiera igual que tu madre–le gritaba Benjamín.
–¡No Benjamín! Eso que te han dicho es una mentira, este hijo que llevo dentro sí es tuyo, te lo juro. ¿Cómo puedes creer que Julio hubiera podido ser capaz de hacerme eso? ¡Creeme Benjamín, por Dios, eso nunca pasó! –replicaba Luisa con tal desesperación que su llanto y su voz podían oírse hasta el callejón al que daba el gran patio de la casa en la que ambos vivían.
-¡Agarras tus chin#aderas y te largas, te largas ya ca#rona! Vete con el animal ese y con la alcahueta de tu madre. ¡Pin#he viejita tapadera! Pero de nada le van a servir, a la muy desgraciada, los golpes de pecho que se da en la iglesia todos los días, va a arder en el infierno. ¡Ustedes son una familia de porquería!
La tomó del brazo y la azotó contra la puerta. -Y a esa cosa que llevas dentro, nunca se te vaya a ocurrir hablarle de mí –terminó diciendo Benjamín.
Era indescriptible lo que Luisa sentía. No sabía si era vergüenza, impotencia, coraje o rabia. Sí, rabia contra sí misma, contra Benjamín o contra su madre por haberla obligado a casarse con él cuando supo que estaba embarazada. ¿Por qué si Doña Julia ya le había dado un nombre y su apellido, no le dio también lo único que le hacía falta para conocer la felicidad?
-No se cómo le vas a hacer Luisa, pero ¡te casas con Benjamín! Ese hijo tuyo no puede nacer en esta casa y menos sin un padre, ¡me oíste! –la amenazó Doña Julia.
-Pero mamá, sí tiene un padre y es…
-¡Cállate, cállate, cállate! -seguía diciendo su madre, como pretendiendo no escuchar su propia consciencia.
Doña Julia fue siempre una mujer trabajadora, servía bien. Se adaptaba a todo. No se quejaba, y sobre todo, era discreta. Cuando supo que nacería Julio, porque así lo llamaría, pues no había en su vida ningún Ramiro, Francisco o Germán que merecieran que su hijo llevara su nombre, lo único que pidió fue que él tuviera la oportunidad de estudiar una carrera, pues ella bien sabía que no podría costear algo así ni trabajando las veinticuatro horas del día. No pidió apellido, dinero por callarse o mentir, tampoco beneficio alguno para ella. Continúo trabajando igual o con más ahínco. Julio crecía y se convertía cada día en su orgullo.
Un día llegó una carta, era de Dolores, quien, desde la infancia, fue para Doña Julia como una hermana. Hacía mucho tiempo que no sabía de ella, desde que el animal de su marido se la llevó a otro pueblo.
-Es pa´que no se te peguen las malas mañas de la vieja esa –le decía él, refiriéndose a Doña Julia.
Dolores había muerto y dejado en el abandono a una pequeña niña a la que ni siquiera pudo darle un nombre en el sagrado sacramento del bautismo. La carta la escribió y mandó por correo días antes de dar a luz y en ella le pedía a Julia que si ella moría, porque así presentía que pasaría, apartara a su pequeña criatura del monstruoso padre que le había elegido, pues estaba segura que a manos de ese hombre insensible, borracho y agresivo su pequeña no sobreviviría, y si lo hacía sufriría tanto o más que ella misma. Julia no lo dudó ni un minuto y encargando a Julio con su comadre tomó el primer tren para ir en busca de esa pequeña e inocente criatura.
Días después llegó a casa con una hermosa y frágil niña de piel morena, ojos grandes y cabello rizado y al mostrársela a Julio le dijo,
-Mira mi niño, ella es tu hermana y se llamará Luisa, como mi madre. Julio en aquel momento sólo tenía cuatro años.
Con el tiempo las cosas se olvidan y nadie nunca cuestionó de quién era hija Luisa. Doña Julia decía con una voz contundente: es mi hija, aunque llegó un momento en el que tanto Luisa como Julio supieron que no eran hermanos, pero igual que su madre eran discretos. Esa era la forma en la que doña Julia justificaba las diferencias que hacía entre ambos niños; la ropa nueva era para Julio, la de segunda mano para Luisa, la mejor fruta la comía Julio, aquella que estaba en mal estado Luisa, los juguetes para Julio, la escoba y el mandil para Luisa. También se encargó de poner distancia entre ambos y se aseguró de que Luisa nunca reclamara y de que por el contrario se sintiera agradecida por lo que recibía.
Así llegaron uno y otro verano, los niños crecian y llegó el tiempo en el que Julio debía irse a estudiar a la ciudad. Esa había sido la única condición de doña Julia para guardar silencio. Se fue entonces con la pretensión de permanecer en la ciudad, hasta concluir la carrera de Arquitectura. Todos esos años a Doña Julia le quedaron grandes las tardes y los brazos vacíos. Pero no le importó, algo le decía que muy pronto se le llenarían de nuevo. Imaginar a su hijo convertido en un gran arquitecto, regresando al pueblo para trabajar en las oficinas municipales y casado con una muchacha de buena familia, esos eran sus sueños para su hijo. Además, la compañía de Luisa hacía más tolerable la ausencia de Julio.
Luisa se volvió entonces su compañera inseparable. Compartía con ella las noticias sobre Julio y leían juntas sus cartas. Cada línea escrita, cada ocurrencia contada en esas cartas provocaba que el corazón de Luisa se desatara de tal forma que incluso sentía cómo su temperatura se elevaba y sus mejillas se sonrojaban. No se explicaba por qué. El tiempo transcurrió y las visitas de Julio en los veranos y Navidad no se hacían esperar. Un buen día Julio llegó a casa con Jane. Era una amiga, -dijo. Luisa sintió vértigo de tan sólo mirar a esa joven de piel blanca, cabello rubio, alta, ojos claros y sonrisa encantadora. Comenzaba a entender la razón de su desbocado corazón cuando llegaba carta de Julio o cuando éste le dedicaba algunas líneas en sus cartas. Esa fue la primera vez que su llanto desgarró el silencio nocturno. Por aquel tiempo empezó a verse con Benjamín. Él la esperaba afuera de la iglesia o la veía en el mercado siempre que Doña Julia se distrajera un poco para darles tiempo de platicar un momento. Cuando al fin tuvo el permiso de Doña Julia para que Benjamín la visitara en su casa, las visitas se limitaban a veinte o treinta minutos de platica tres veces a la semana y bajo su estricta supervisión, aunque había ocasiones en las que doña Julia salía a la tienda y se tardaba más de lo normal. A Luisa le gustaba Benjamín, pero no sabía qué era lo que sentía por él. Jamás lo extrañaba, ni pensaba en él, tampoco le emocionaba pensar en la cercanía clandestina con Benjamín. Sus ansias estaban puestas en Julio.
Ocurrió una noche de invierno. Como de costumbre los tres fueron a Misa de Gallo y a su regreso Doña Julia no podía sentirse más contenta y más orgullosa, su hijo estaba a pocos meses de graduarse de la carrera de Arquitectura. Se recibiría y trabajaría en las oficinas del municipio como Jefe de obras. Ella ya había hecho los arreglos para que ese puesto fuera suyo a su regreso. Luisa también se sentía contenta, pues Julio no había vuelto a mencionar a Jane y mucho menos la había llevado otra vez a casa. Julio estaba triste y quería hablar de su tristeza, pero no había con quién. Al término de la Misa de Gallo los tres caminaron hasta la casa. Fue una caminata silenciosa. Cada uno sumergido en sus propios pensamientos, no cruzaron palabra. Al llegar a casa Doña Julia les dio la bendición a ambos y se fue a dormir. Julio le guiño el ojo a Luisa cuando ella se acercó para despedirse y le paso suave y sutilmente la mano por la espalda al abrazarla. Nunca había sentido tan cerca a Julio como en ese momento, fue como si oliera su necesidad de ser recibido. Ese pequeño gesto le basto a Luisa para levantarse entrada la madrugada y buscar la mirada de Julio. La encontró en el patio, cerca de la pileta.
–El agua está helada –dijo Julio, mientras se mojaba las manos y le lanzaba al rostro, de forma juguetona, unas cuantas gotas, pocas veces estamos solos -continúo diciendo Julio y comenzó a hablarle de recuerdos que ella ya no escucho y anécdotas que de niños vivieron. Luisa sentía cómo una fuerza desconocida para ella la empujaba hacia Julio, tanto y de tal forma que él pudo escuchar los deseos de su corazón y sin poder detenerse se apresuró a cumplirlos. La tomó por la cintura y llevó su pequeño y frágil cuerpo tan cerca del suyo que ya fue imposible soltarse de él, al menos no esa noche.

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13 comentarios en «22 – miniconcurso de relatos»

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