Ajedrez – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «ajedrez». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 24 de marzo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

AJEDREZ
Entre las estepas de Presenia, se celebraba la partida anual de ajedrez, entre los pueblos de Nuez Noscada y Tropelía. Era una peculiar partida, pues las fichas eran personas reales, vestidas para la ocasión de fichas de ajedrez. Mochuelo era la tasca del pueblo, donde se daban cita los contendientes antes de empezar.
– Mr Fairy, un smothie de remolacha- Pidió la reina Harad al cantinero.
Ni que decir tiene que cuando aparecía la reina, todo giraba en torno a ella.
-Majestad, Pan y Cebolla no aparece, es uno de los Caballos de Tropelía- Dijo sofocado Arlequín, consejero de la reina, y Alfil de Nuez Noscada.
-¡Qué lo busquen y le corten la pilila si está borracho otra vez-
Poco a poco se iba animando la estepa donde estaba montado el tablero.
Acababan de llegar Camila y su hijo Santurrón, acompañados por el Papas de Harina, un gigantón que haría de rey para Nuez Noscada, Camila sería la princesa (reina solo había más que una y no se contemplaba esa figura en el ajedrez, faltaría más) y Santurrón, si no se dormía, era un peón, el muchacho no daba para más.
Sir TolónTolón, era el que pagaba la fiesta que se celebraba, faltaría más, que para eso era el comerciante del pueblo, de hecho era el único que tenía dinero.
Estaba a punto de dar comienzo la partida y Pan y Cebolla no aparecía.
¿Qué hacemos ahora? – se preguntaban los parroquianos.
En esa disyuntiva estaban cuando el alguacil Bora Bora, apareció con un extranjero.
– ¡Qué le corten la pilila! – bramó la reina Harad.
Las pintas del extranjero eran dignas de ver, llevaba una camisa negra con ribetes dorados y unos pantalones ceñidos con roturas en las rodillas y los muslos y unos botines negros de ante. Su cabello, negro como el azabache y ondulado, le caía en media melena hasta los hombros, y para desfachatez llevaba una guitarra colgada en la espalda.
– ¡Que lo vistan de Caballo, ya! – bramó la reina.
– De eso nada monada – contestó el extranjero, con una sonrisa de oreja a oreja, al tiempo que desenfundaba su guitarra. Sin saber como sucedió realmente todo, los parroquianos abrían y cerraban los ojos incrédulos. Al tiempo que había desenfundado su guitarra, había puesto un par de acordes de quintas y entonando la canción prohibida, había borrado de un plumazo el tablero de ajedrez, simplemente lo había desvanecido. Sonriendo con una sonrisa, que solo el que es que es más chulo que un ocho pone, sacó una bolsa del bolsillo del pantalón y abriéndola dejó caer su contenido en el suelo.
-A partir de ahora el juego oficial de Presenia serán las canicas, Síii que pasha, pá chulo yo, pá chulo yo, pá chulo yooooo.
-Qué le corten la pilila!
-Esto se pone chungo, me abro y tiro millas-
¿Serán capaces las huestes de la reina Harad de atraparlo?
¿Se descubrirá la identidad del malhechor?
¿Qué sabemos acá…?

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Me sentí tan poderosa al entrar en tu pensamiento y comprobar que era yo la dama del juego del ajedrez la que tú intelecto entre todas me habías escogido .
Cada vez que tu mano tomaba mi figurita de dama para moverme en el tablero de la mesa mi corazoncito borbotea de placer. La dama del juego es tu musa, yo lo sé.
Cada vez que tus dedos me cogen para hacer la jugada me siento la pieza ante todas las demás más querida, por ello consigo ganar para ti, el juego.

BENEDICTO PALACIOS

AJEDREZ
Bento dejó iniciada sobre la mesa de su cuarto una partida de ajedrez. No pasaba un domingo sin que siguiera el desarrollo de algún torneo en el que participaran los grandes genios de esta asignatura. Le encantaba este juego. Encargó a sus hijos de corta edad que no tocaran las fichas. Acababa de llamarle por teléfono un colega para tomar café en un bar cercano y no podía negarse. Le conocía bien el camarero, sabía cómo le gustaba, pero aquella mañana ardía el café y estaba más amargo que de ordinario y eso que siempre lo tomaba sin azúcar. No lo pudo evitar. Se le escapó un juramento.
Dos jóvenes que debatían sobre la oportunidad de alistarse contra Rusia, se le quedaron mirando. Se excusó, que no se lo tuvieran en cuenta. Sonrieron. Hablaban por lo bajo.
—Deliberábamos sobre ir o no contra Rusia ¿Usted se apuntaría? —Le preguntó de sopetón el que parecía de más edad.
—Así, en frío, no sé que decir, me estás haciendo dudar.
—Le dejo tiempo para decidirse.
Ahora fue Bento el que secundó aquellas palabras con una sonrisa.
Había en la televisión un programa de variedades y pasaban en aquel momento un reportaje sobre ARCO, un encuentro entre coleccionistas de arte. Dos tertulianos discutían acaloradamente sobre pintura.
—En esta última edición ha faltado calidad. Se ha expuesto cada cosa…
—Es normal que un crítico que no pasó del Impresionismo se exprese así.
—No pretenderás enseñarme a estas alturas lo que es arte.
Y la discusión se fue caldeando. Bento se desentendió de los jóvenes y puso oídos al debate de la tele. Los tertulianos no terminaron a guantazos porque el moderador pidió mesura. Ignorante y burro fueron las palabras más suaves y menos hirientes que se echaron a la cara. Aquello parecía un suma y sigue, porque también Bento a lo largo de la semana había mantenido con uno de sus compañeros un rifirrafe, una dura discusión precisamente sobre arte. ¿Sería cierto que el mundo no estaba para bromas? ¡A ver si visto lo visto las palabras gruesas daban con el tiempo paso a la bombas! Pero no, la invasión de Ucrania nada tenía que ver con un malentendido.
Se despidió de la gente que llenaba el bar y volvió a casa pensativo. El café no le había sentado nada bien. El día se había nublado y la brisa le golpeó la cara abruptamente. Los árboles seguían desnudos. La primavera no acaba de llegar.
En el portal de casa se encontró con su mujer.
—Ahí te dejo a los dos chicos frente al tablero de ajedrez.
—Qué bien, cómo lo celebro.
Abrió la puerta y entró en el cuarto donde había dejado iniciada la partida. Los dos hijos estaban frente a frente, uno de ellos con un caballo en la mano.
—¿Qué haces con esa pieza?
—La he ganado.
—Mentira. Has hecho trampa.
—Ya está bien, dejad de discutir. Quiero un explicación.
—Nada, que he movido el caballo. Así —y movió el caballo en el tablero.
—Es una buena opción, un buen movimiento.
—Sí, pero no le tocaba. Era yo el que debía hacerlo.
—Mentira, se ha enfadado porque amenazaba la reina y encima me ha llamado ruso que eres peor que los rusos y me ha tirado a la cara un peón.
—Hombre, ponerte así porque te llamara ruso. Si te hubiera llamado malvado Putin.
—Entonces le hubiera lanzado el tablero a la cabeza.

ANGEL MARTÍN GARCÍA

—¿Me puedes volver a explicar por qué no cargamos todos a la vez?
—No podemos. Son las reglas.
—Pero es un sinsentido. Sería más efectivo si atacáramos todos. Además, ¿por qué no puedo esquivar los golpes o defenderme?
—Son las…
—Las putas reglas, sí.
En ese momento, un obispo armado con una maza y un escudo pasó corriendo a su lado, emitiendo un grito de guerra. Se aproximó con fiereza a un enemigo, pero en lugar de ir hacia él y golpearlo, pasó de largo y se detuvo a su lado.
—Ya sé que son las reglas, pero ¿por qué él puede correr cuanto quiera y nosotros no?
—Si quieres moverte más, gánate el ascenso.
—Si ni siquiera soy creyente.
—Podrías conseguir un caballo.
A lo lejos vieron cómo la reina enemiga caminaba con calma entre sus súbditos, alabarda en manos, en dirección al obispo.
—Mira, ya no me importa no moverme tanto como él.
—Se ha sacrificado por la cuausa, su reina ha caído en una trampa.
Con un solo movimiento, la hoja de la alabarda hizo rodar por la tarima la cabeza del obispo. Un reguero de sangre se extendió alrededor del cuerpo sin vida.
—Prefiero vivir, gracias.
—Pues te toca avanzar. ¡Estarás nervioso!
—¿Tú estás seguro de que es una trampa para la reina? Mira su obispo…
—Ya has escuchado al general. ¡Te deseo suerte!
El soldado, aún sin comprender tantas reglas absurdas y sin creer que la reina rival estuviera en peligro, avanzó una posición. De hecho, juraría que pese a no haberlo preparado en tres movimientos, sino más, el ejército rival estaba…
—Oh, mierda.
Miró detrás de él a su compañero de formación. Este le sonrió, incapaz de ver lo que se avecinaba. Él sí lo veía.
—¡Jaque al pastor! —gritó instantes antes de que el obispo enemigo se pusiera en marcha. Su amigo entendió. Un charco de orina se formó a sus pies.
El obispo estaba ya a pocos metros. El rostro del rey se encombreció. El soldado, además de mearse, sollozaba. La maza se alzó, dispuesta a partirle el cráneo como si se tratara de una sandía.
El arma cayó al suelo. De la boca del obispo brotó sangre.
—Que os jodan —escupió el soldado rebelde, sacando la punta de su lanza del estómago del enemigo—. Estas reglas son estúpidas.

CUENTOS DEL ALMA

VIDA: LA MAESTRA DE AJEDREZ
La vida es la mejor jugadora de ajedrez que jamás conozcamos. Es como un bebé en pañales aprendiendo a caminar, a veces arriesgada, a veces divertida pero siempre imprevisible. y nosotros…
Nosotros somos sus fichas.
Mientras estamos moviéndonos en nuestro tablero, cada uno de nosotros nos sentimos seguros en nuestro papel: peones, alfiles, torres, caballos, reinas y reyes; incluso los movimientos que hacemos los sentimos nuestros, propios, nos identificamos con ellos hasta olvidarnos de la gran Maestra que va elaborando sus jugadas y que marca sus tiempos en cada una de ellas.
Cada rol tiene ya asimilado su rango de movimiento integrado en él. Y aunque a veces paramos a preguntarnos porqué el señor caballo se mueve distinto, o porqué yo, peón siempre tengo que ir hacia adelante y poco a poco, lo aceptamos.
En ocasiones hasta podemos intuir hacia donde va la jugada pero llegamos a olvidar que existe una ajedrecista…la vida.
Y entonces, cuando menos te lo esperas, ni el rey ni la reina con toda su libertad de movimiento están a salvo.
Una jugada maestra de la vida y…
Jaque Mate!
P.T (Marzo, 2022)

TALI ROSU

Soy un peón que aspira a convertirse en reina, por eso avanzo despacio y con paso firme, aguanto miserias, miedos, hambre…, y sigo alabando a mi señora cuando la miro por mi espalda, siempre protegida, siempre divina.
Esquivo a un alfil que me atosiga y, cuando por fin creo que me he librado del condenado, un caballo me tiene en la mira. No puedo volver atrás, y por suerte para mí, una pieza más apetitosa se le pone a tiro sin darse cuenta. Lo machaca, se lo come, le arranca la cabeza y lo desgarra sin piedad. Yo me muevo lo más rápido que puedo para que me olvide el desgraciado, y sigo con el objetivo bien anclado en mi interior.
—Voy a convertirme en reina, voy a convertirme en reina.
Mi estrategia ha sido buena y un día, después de una eterna jugada y cuando la vejez empieza a consumir mi cuerpo, por fin llego a mi meta… Me convierto en reina.
Ilusionada, doy un paso al frente dispuesta a lucir mis mejores galas, y feliz porque después de una vida de miseria y hambre por primera vez puedo engalanarme y asegurar que formaré parte de los que se jubilan a lo grande. La emoción me traiciona y me encaro con la muerte. Me desgarran, me machacan, me arrancan la cabeza y muero sin piedad.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Somos los peones, esclavos manipulados que sólo podemos movernos hacia adelante con un único movimiento, pero podemos comer cualquier pieza del tablero pese a su superioridad. Los alfiles se mueven en movimientos cortos o largos pero nunca hacia adelante, siempre en perpendicular. Los caballos con sus saltos en forma de «l» desafían la física e inclusive saltan por encima de cualquier pieza. Las torres pueden también moverse hacia los lados o hacia adelante en movimientos cortos o largos según ellas decidan. No obstante, los peones somos muchos y si nos unimos entre los ocho superarnos en número a cualquier oponente. Somos ocho elegidos que marchamos al frente siempre primeros defendiendo al resto. Blancas o negras, las blancas sacan y es nuestra única posibilidad al salir de mover dos casillas. Alfiles, caballos y torres son dobles hacia derecha e izquierda de la reina y del rey. La reina y su libertad de movimiento en el tablero presagia sin miedos el devenir del destino al dejar sólo a su rey, que en señal de protesta se cambia con su torre protegiendo y salvaguardando su reino. La partida va a comenzar y en esta cómo en la vida se puede ganar, perder o empatar. Las tablas se firman al no poder hacer ninguno más movimientos, incluso ahogados nos damos la mano y ya no tocamos más el reloj de cada movimiento. La estrategia se torna incierta cuando miras a tu adversario y sus ojos claman piedad en cada tablero yo seré siempre blancas y moveré primero. Según avance la partida iremos dando jaque al rey, hasta dar el esperado jaque mate.


MERCEDES FERNÁNDEZ GONZÁLEZ

TABLAS
Cogió el alfil en la mano para moverlo con un jaque mate.
No vi la jugada, su escote me tenía obnubilado y en mi mente sólo había sitio para imaginar el recorrido de mi lengua por su piel y sus senos.
Mantuvo el alfil en alto, sus labios se curvaron en una ligera sonrisa mientras que entornaba los ojos mirándome con un pestañeo que hubiera erizado la piel de un muerto, y yo estaba muy vivo.
Segundos interminables donde el sudor en mi frente me delataba, esperaba un susurro con un «jaque mate» y un empujón a mi rey moribundo.
Pero no, llevó el alfil a los labios entreabiertos, chupándolo suavemente como si fuera una bola de vainilla.
Impregnado de saliva, lo pasó entre sus pechos, abriendo su blusa levemente dejando a mi vista algo más de su maravillosa anatomía.
Seguía jugando con su alfil en la línea de su escote, mientras los segundos eran directamente proporcionales a mi erección.
Para mi sorpresa, ella solo dijo: «Tablas, tendremos que reanudar la partida».
Se levantó y se fue. La seguí.
Acabamos en su habitación, la partida podía esperar, mi rey había resucitado.

ESTEBAN BERNABÉ

Acordamos jugar las partidas de ajedrez cada fin de mes. Martha alistaba la mesa, y yo me encargaba de recolectar todas las piezas del juego. Previo a la sesión despejábamos nuestras mentes de todo lo acontecido durante el trabajo, la universidad, incluso la vida familiar. Ahí no había espacio para las distracciones externas, solo un momento con nosotros mismos.
La habitación donde se daban los encuentros era la más re confortable y adecuada, dado que Martha y yo compartíamos algunos gustos, decoramos el cuarto con nuestras cosas favoritas, todo aquello que estimulase nuestros deseos y anhelos, todo por lo cual alguna vez deseamos tanto desde la infancia hasta el presente. Dependiendo de quien fuese el ganador de la sesión anterior, pondría la música y las bebidas para aquella ocasión. Esta vez Martha ha preparado su famosa malteada del plátano con galletas oreo, y ha optado por reproducir los últimos éxitos de Ariana Grande.
Durante la partida, procuramos que cada movimiento que supere a la del adversario este tendrá una penitencia, por suerte, he dado el primer paso, y he tenido la dicha de proponerle a Martha que diga su mayor deseo, — ­pues, me encantaría realizar un viaje por cada provincia del país — dijo, sosegada por la pregunta. Continuamos y casi antes de finalizar el juego me gané una penitencia, esta vez tuve que recitar un trabalenguas, lucia algo tonto, pero para mí fue suficiente verla reír. Finalmente concluimos aquella partida, había ganado ella. Como trofeo nos dimos el lujo de sortear uno de nuestros sueños inconclusos de la caja de sueños y deseos. Yo tendría que llevarla algún lugar que nunca hubiese visto, tenía el lugar perfecto, un tour turístico cerca de una reserva natural, donde destacaba por su deslumbrante cascada.

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

DIOS SALVE AL REY
El día había amanecido bastante desapacible. Un gélido invierno asolaba el país y la nieve no había dejado de caer durante toda la noche. Pero las normas eran claras. La partida debía jugarse en el exterior y a la vista del público, que esperaba mucho de aquel momento.
Todo estaba a punto para comenzar. Los nervios a flor de piel y la inquietud de los jugadores eran palpables. Miles de personas aguardaban expectantes los movimientos de aquellas treinta y dos piezas clave, cada una de ellas con una función muy específica, que debía desplegar durante la decisiva partida. De ella dependería, en gran parte, el curso que más tarde podrían tomar los acontecimientos.
El sorteo tuvo lugar y Rusia comenzó sacando con blancas. El primer peón avanzó con firmeza y determinación, a pesar de que el jugador era consciente de que podría ser una de las primeras piezas en caer. A continuación, llegó el turno del oponente. Tras pensarlo unos segundos, desplazó uno de sus peones negros con suma lentitud, mostrando una visible inseguridad. Era consciente de su posición, claramente inferior, por lo que cada movimiento debía ser perfectamente medido y calculado. Un paso en falso y todo acabaría en segundos.
No estaba permitido ningún tipo de consejo ni asesoramiento externo. Para eso, ambos países habían acordado seleccionar el mejor de cada bando, el más experimentado, el más frío y calculador. Resultaba fundamental mantener el temple y no derrumbarse ante tal espectáculo, durante un tiempo que podría llegar a hacerse eterno. Era necesario confiar ciegamente en ellos. El éxito o el fracaso estaba en sus manos. Pero todos sabían que eran los mejores.
La expectación y la incertidumbre aumentaban a medida que avanzaba el tiempo. El público, compuesto por un enjambre de miles de seres humanos, contenía la respiración durante el lapso de tiempo que transcurría entre cada movimiento. Los corazones se aceleraban mientras la nieve seguía cayendo y el frío que reinaba solo era comparable al de las mentes automáticas de aquellos jugadores. Las torres permanecían inmóviles, rígidas y robustas, una a cada esquina, cumpliendo a la perfección su función defensiva. Los alfiles estaban dispuestos para moverse con agilidad, tal y como se esperaba de ellos. Sin embargo, el Rey la Reina eran las dos piezas clave en aquella batalla. Aunque estaban bien protegidas, su fragilidad era más que evidente.
A medida que pasaban las horas, la tensión iba en aumento con la caída de cada pieza. Los peones eran los más pequeños, pero también los más queridos. Eran las víctimas más frágiles de aquella guerra. A cada caída de un peón, el corazón del público se encogía y miles de ojos se bañaban en lágrimas, mientras era retirado del enorme tablero. Los caballos, aunque permitían mayor libertad de movimiento, iban cayendo igualmente. Poco a poco, el campo de batalla de aquel perverso y estratégico juego fue quedando cada vez más despejado, gracias a las bajas que no dejaban de producirse en ambos bandos, a partes iguales.
Finalmente, llegó el momento decisivo. Aunque nadie se atrevía a admitirlo, un miedo denso y premonitorio se respiraba en el ambiente. Tan solo permanecían en pie unas pocas piezas moviéndose, temblorosas, a cada nuevo turno. Solo fue necesaria una jugada maestra para arrinconar al rey. La voz sonó clara y nítida por todos los altavoces de la gran plaza:
– ¡Jaque mate! – Aquellas dos palabras estancaron la sangre de una gran parte de las personas que habían estado presenciando la angustiosa partida.
De repente, el Rey blanco, conocedor de su letal destino, comenzó a moverse con torpeza. Primero una casilla, luego dos, hasta que finalmente echó a correr de manera errática, ahogado por su propia desesperación. Justo entonces, antes de poder escapar de la inmensa plaza cuadriculada, cayó abatido de un solo disparo ante el asombro de todos los presentes. El francotirador ucraniano había ejecutado su trabajo a la perfección. Impecable, al igual que con el resto de piezas. Acto seguido, desmontó la mirilla, limpió su arma y se preparó para la siguiente partida.

GINO ALBARETI TARANTINO

El peón que quería ser rey
Siempre supe que quería ser rey, aunque me sentía peón. Nunca necesite una razón, una causa, un motivo… simplemente quería.
Comencé con peones, con alfiles, caballos y torres. Aprendí y dominé todas las piezas. Defensas variadas, ataques impredecibles, jugadas maestra convertían cada partida en una gran batalla a ganar y ganada.
Aprendí que al final de cada partida la pieza menos importante podía ser la clave para ganar, un peón. Limitado a dos movimientos, si creía en si mismo podía llegar a ser lo que quisiera. Un caballo, una torre, un alfil, una reina, otra reina incluso pero, había dos cosas que nunca podía llegar a ser. El peón podía convertirse en lo que el fuera, podía recorrer el tablero palmo a palmo, movimiento a movimiento y poco a poco llegar a ser lo que quisiera ser. Pero como decía antes, había algo que nunca podía llegar a ser: un rey.
Por más que luchara, por más que cosas que hiciera, aunque de él mismo dependiera la partida, nunca podría ser un Rey.
Tampoco podía seguir siendo peón. Una vez llegado al final tenía que decidir quién quería ser, pero nunca podía seguir siendo el mismo.
Una de las lecciones más importantes que aprendí del ajedrez es lo importante que podía llegar a ser una pieza tan insignificante y que, en un principio, pensaba que apenas tenía utilidad. Pero, aun así, la idea de poder llegar a ser rey seguía persiguiéndome.
Era un peón, que podía ser casi quién quisiera, que podía decidir partidas, que podía palmo a palmo ganar grandes partidas, aunque a pesar de todo, seguía sin poder ser rey y esa era mi meta.
Fui a pedirle consejo a otros peones y dijeron: «No hace falta ser rey para poder estar bien contigo, ve poco a poco hasta conseguir lo que quieres, pero nunca te saltes pasos»
El alfil me dijo algo bien diferente. «Tienes que ser directo e ir a por lo que quieres, sin tapujos, pero siempre por el camino menos convencional»
El caballo me recordó que no todos los caminos se hacen en línea recta, a veces, podemos saltar algunos lugares para llegar a donde queremos.
La torre me dijo que fuera fiel a mis valores y que hiciera lo que hiciera, lo hiciera por el rey. Esta última no me ayudó mucho.
Después me atreví a preguntar a la reina. Ella, con mirada comprensiva, me recordó que cada uno de nosotros tenía un lugar en el tablero y que teníamos que hacer lo que nos había tocado. Y que la suma de todas estas partes eran la gran victoria del equipo, pero que cada uno teníamos que hacer nuestra parte.
Al final, después de reunir valor, fui a ver al rey.
· Rey ¿cómo puedo ser tu? – pregunté – ¿cómo puedo ser rey?
El rey se arrodilló frente a mí y dijo:
· ¿por qué alguien como tú quiere ser rey?
· La verdad es que no sé por qué, pero siempre quise ser tu. Ser la pieza más importante del tablero.
· ¿La pieza más importante del tablero? – preguntó el rey
· Si, todos te defendemos e incluso nos sacrificamos por ti.
El rey quedó pensativo mientras seguía de rodillas. Luego de rascarse un poco la barbilla colocó su mano en mi hombro y dijo:
· No hay piezas más importantes que otras. Nadie puede ganar sin la compañía y el apoyo de las demás piezas.
· Si – le dije – pero ¿por qué puedo llegar a ser cualquier pieza salvo un rey?
El rey sonrió un momento y dijo:
· No puedes ser rey porque, aunque todos se arrodillen ante él, el también necesita a alguien ante quién arrodillarse. Y quién mejor que un peón, la pieza más sencilla y potente del tablero.

IRENE ADLER

TANGO DE CABALLOS NEGROS
Le quedan pocos amigos, pocos escudos, poca salud. Vive exiliado de las tres patrias que tiene: Rusia, Francia y el ajedrez. Se alimenta por igual de vodka y de recuerdos: simultáneas que jugó en San Petersburgo a los diecisiete años, el Marssilia en su viaje transatlántico entre Marsella y Buenos Aires, el día en que le arrebató el título a José Raúl Capablanca. El día en que Max Euwe se lo arrebató a él…
Vive esperando una muerte que no llega, un pasado que no vuelve, y cuando no está durmiendo o emborrachándose en su habitación del Hotel Park, da largos paseos hasta el faro, atento a las sombras huidizas que lo observan, ocultas entre los soportales de piedra. A veces, cree distinguir una figura siniestra observándolo a través del reflejo de algún escaparate, oye pisadas que lo siguen, un conductor embozado y anónimo en un coche que se aleja y que lo mira de soslayo desde la penumbra incierta de un borsalino y un cigarro. Lo siguen, está seguro. Quieren matarlo. El anónimo amenazador y siniestro que descansa junto a su tablero de ajedrez, en la habitación 43 del Hotel Park, viene a confirmar esa sospecha, ese atávico terror a morir apuñalado en una Rúa silenciosa y desierta, cualquier noche, mientras sale borracho de un bar. El vodka y el vino acrecentan sus terrores, su paranoia. Nunca ha sido un hombre afable, pero en Estoril, mientras espera una muerte que no llega y un pasado que no vuelve, se ha convertido en un hombre huraño, callado, hostil.
La deferencia del personal del Hotel Park, que lo llama siempre doctor Alex, lo irrita y lo halaga al mismo tiempo. Se pregunta si atraerlo hasta aquí con la promesa de una partida contra su viejo camarada Bovitnik, no habrá sido una celada. Cuando aquel funcionario de la Federación Portuguesa de Ajedrez se le acercó en el As de Ouros, estaba borracho, necesitaba dinero, malvivía jugando en las quintas de millonarios lisboetas a tanto la partida y el espectáculo, sin lustre y sin brillo, sin ganas, consciente de que jugaba, en realidad, contra sus demonios y contra su hígado, que le estaban ganando la partida. Y aceptó. Vino a Estoril a esperar a que la Federación Británica olvidara sus recelos. Y ahora, la carta de su viejo camarada Bovitnik, descansa al lado de la otra, anónima, junto a su tablero de ajedrez donde siempre hay una partida empezada. A veces, la mano inerme se detiene por encima del barniz suave de los trebejos, y la mirada se abisma en los sobres, como se abisman los miedos. Su nombre encabeza una lista negra en la que se le acusa de colaboracionismo con los nazis. Ese rumor lo ha perseguido desde que huyó de Francia. Esa calumnia. Jugó al ajedrez para el Reich, es cierto, pero él habría jugado al ajedrez para el Diablo, sólo por la acuciante, imperiosa, adictiva necesidad de jugar. Los británicos lo habían condenado al ostracismo por éso, su nombre eliminado de los torneos importantes, su reputación destrozada pese a ser el campeón mundial de ajedrez. Ahora, su nombre encabezaba una lista de muertos andantes, de cuentas pendientes, de revanchas que nada resolvían y nada restauraban. Alexander Alekhine. El Maestro de ajedrez contra el que nadie quería jugar.
Al pie del faro, con la brisa fría y húmeda en la cara, cierra los ojos. Vuelve a estar en la cubierta del Marssilia, en 1927, sintiendo el aire frío que sabe a salitre contra los labios y la memoria. Buenos Aires evoca promesa y desafío, su talante metódico y disciplinado frente al genio despreocupado de Capablanca. Dos formas de jugar que son, en realidad, dos maneras de vivir. ¿En qué momento su vida y su juego se convirtieron en ésto? La soledad de una habitación que lo asfixia, en una ciudad que lo asfixia. El miedo. La ansiedad. El apremio del adicto y del borracho. Vivir con una sentencia de muerte mientras la federación británica decide si devolverle o no, el fulgor perdido. Grace, que lo abandonó hace casi tanto tiempo como lo abandonó la suerte. Volverá al Hotel Park caminando, entrará en todas las tabernas, beberá todo el vino de Alentejo que le sirvan, se quedará dormido en la butaca frente al tablero de ajedrez donde, si no recuerda mal, van ganando negras. En su cabeza suena una inverosímil música de tango, algo escuchado a medias una vez, en Buenos Aires, al doblar la esquina de la calle Suipacha. Un coche se detiene, y él, enajenado, lo confunde con el Rambler de José Raúl Capablanca.
No llega a darse la vuelta para saludar o sonreír a su oponente. El disparo le entra por la espalda, indoloro y caliente. Alza una mano, apelando en su imaginación quizás a Dios, quizás al árbitro. Quiere detener el reloj, pero su angustioso tic tac sigue sonando, se acaba el tiempo, lo penalizarán, está sobrio, triste y terriblemente cansado. Quizá esa mano alzada, algo ausente y algo huérfana, intenta asirse a un recuerdo, o quizá señala al horizonte, allí donde se difumina la silueta borrosa de un barco. Quizá saluda, en su agonía y su confusa imaginación, a un público inexistente, el mismo que lo recibió entre ovaciones cuando atracó en Barcelona, con su flamante título de campeón mundial de ajedrez bajo el brazo. Su vida y su orgullo todavía intactos. Piensa en Grace y en sus otras mujeres. Piensa en su hijo Aleksandr, al que hace mucho tiempo que no ve y al que apenas añora. Pero es el recuerdo de su gato siamés Chess, el que pone aquella plácida expresión en su rostro. La última.
Dos hombres salen del coche, recogen el cuerpo y lo acomodan en el asiento de atrás. En esta época del año, el Hotel Park no tiene más que dos huéspedes: el jugador de ajedrez y un violinista exiliado. Lo llevan a la habitación 43, le ponen un abrigo demasiado grueso para la templada estación, y lo sientan, todo lo erguido que pueden, frente al tablero de ajedrez.
La versión oficial dirá que murió por obstrucción de las vías respiratorias superiores. O en otras palabras: atragantado con un trozo de carne. Nadie reclamó su cuerpo, y lo enterró como pudo la beneficencia portuguesa.
Alexander Alekhine tenía razón en una cosa: así en la Vida como en el Juego, ganan Negras.

MARÍA PRIETO

Me sentaron frente a un tablero de ajedrez.
– Guapa, espero que tu oferta merezca la pena, o pagarás mi tiempo perdido.
– Bien, si pierdo, seré tuya, pero si gano, harás lo que yo diga.
El mafioso soltó una carcajada para después mirarme desafiante.
– Date por follada, nena.
Caballeroso, me cedió las blancas y empecé suicidando varias piezas. El tipo se agitaba ante la fácil victoria que presagiaba.
Me aparté de la mesa para cruzar mis piernas desnudas y maté mi torre mientras saboreaba un labio con la lengua. Comenzó a sudar y pidió un whisky.
– Hace calor ¿Verdad? – insinuè desabrochándome varios botones de mi escaso vestido.
Su mirada lasciva se contuvo en mis pechos semidescubiertos.
Su estrategia se volvió caótica, pretendía acorralar a la reina para que la rematara el rey.
Agité el cabello y le robé un hielo del vaso para deshacerlo en mi piel.
Él supuraba deseo.
-Jaque mate Benutti. Chicos, llevaros a este indeseable, ahora mando yo.

DAVID DURA MARÍN

Nadie espera ser despedido del trabajo.
Así son los de arriba con su visión periférica.
Lo que no voy a consentir es que digan, te dejaste nubes por limpiar.
A eso he dedicado mis últimos años, sacando brillo cada mañana al alba, encima de vuestras cabezas.
Aquí los muertos nos conocemos todos y mi mejor amigo ha sido un gran campeón de ajedrez.
Pero no tiene nombre.
Susanita, la muy p dice que el precio de la luz está por las nubes y dejó de enchufar el radiador que tanto abrigaba a mi pequeño amigo.
Y así pasa los días, tirando bolitas de anís hasta sacarle un ojo a la tal Susanita.
Cuando esté tuerta le llamaré rata y con la almohada con olor a pies terminará axfisiada.
Jaque mate desde las alturas.

RAQUEL LÓPEZ

La vida es un breve juego
que invita a ser lo que no es,
más que un incierto tablero
de complejo ajedrez.
Soldados,peones guardianes
que protegen el trono del noble
y a la Reina,que entre sábanas
al enroque invita el rey.
Hallándose los enamorados
observados por los alfiles,
que recelosos y desdeñados
guardan su propio destino.
El viejo corcel relincha
bajo la majestuosa torre
viendo el inmenso amor,
que se profesan los reyes.
En una magistral jugada,
el rey enroca a su amada,
el tablero se estremece
como una fuerte oleada.
La reina más que insinuosa
al rey hará caer en sus pies,
como una triunfadora suntuosa
mostrando sus armas de mujer.
Satisfechos ambas partes,
la reina,con gran placer,
quiere ganar el combate,
dejándole en jaque mate
a su queridísimo rey.

LUISA SARMIENTO

EN UN TABLERO
(a Irene)
En un tablero misterioso miro
la mística del hombre que se eleva
en la batalla fuerte que releva
la sangre por la vida y el respiro.
Nada sé, lo confieso, del misterio
de las piezas nacidas tiempo atrás.
Sólo sé que la ciencia es veraz
en el juego que inunda al planisferio.
Blancas piezas y negras que se mueven
en danza misteriosa en el tablero
conquistan mi curiosa atención.
Es la ciencia que triunfa cuando llueven
de la nada las formas de un certero
jugador al poner su corazón.

MARIÁNGELES AB PYP

Mi Partida
Ansiedad ante el movimiento.
Álfil, caballo, torre.
Le doy vueltas.
Sólo tomo la pieza.
Decidida muevo
pero me paralizo por dentro.
Estrategia es lo que imponen,
quedo absorta.
Voy a Cbd2, o quizás Cbc4
Y nadie me entiende.
Blanco o negro, blanco o negro.
Quiero ser libre.
No quiero caer tan bajo.
Tomo mi peón,
voy esquivando
Para elegir una ayuda,
Y recuperar a quien me ha abandonado.
Cierro los ojos
Mientras me observas,
Pero no me ves.
Me voy. Abandono.
Desperado.
O soy peón retrasado.
Tiro el tablero.
No quiero está guerra.
Esto no es un juego,
porque la vida tala madera.

TESS LORENTE

En el tablero de la vida
Los colores nos separan
Obligando a que sus piezas
Se comporten como armas.
Por un lado los peones
guerreros siempre en guardia
Defienden de los ataques
A los preciados monarcas.
Expectante se alza el alfil
Aguarda en su diagonal
No vaya a ser que un caballo
A su Rey ose destronar.
La torre dormida en su esquina
Aporta seguridad
Oteando desde lejos
A su dama celestial.
El rey contempla dichoso
Como sus tropas le dan
Su fuerza o también su vida
Jurándole fidelidad.
Pero en esta encarnizada lucha
¿quién le habrá de salvaguardar?
No habrá otra que no sea
Su reina, su majestad.
Luchará con uñas y dientes
Para poder demostrar
Que en el amor y en la guerra
Su dama le salvará.
Que la mujer es la estratega
Que no lo hace por vanidad
Guerrea junto a los suyos
Para poderles liberar.
Es la reina una guerrera
Que lucha por compasión
Porque teme por los suyos
Con todo su corazón.
Que la reina no se esconde
Que no se aleja jamás
Que protege a los ama
Hasta la muerte encontrar.
No hay grandeza en la guerra
Ni lucha por la que pagar
El elevado precio
De a los tuyos enterrar.

GAIA ORBE

caen los peones
en favor de los reyes:
un pérfido ajedrez

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

Las disputas en aquel pueblo se resolvían de manera consuetudinaria, así que el alcalde no tardó en dictar un bando para elegir quién iba a presidir el consejo municipal de eventos y festejos. Con la ayuda de finas cuerdas y de azulete, consiguió pintar en la plaza del pueblo un gran tablero de ajedrez, con sus 64 casillas. Para las casillas blancas esparció yeso, y para las negras, a falta de carbón, esparció tierra del cementerio, que era la más oscura que encontró. Acto seguido, rebuscó en el almacén donde se amontonaban los disfraces de las cabalgatas de reyes magos y de los gigantes y cabezudos y recuperó unas cuantas coronas reales, capiruchos y cabezas de caballo de cartón, entre otros materiales. Para las torres no tenía disfraz, pero pensó en ponerles una tela de saco a los cuatro hombres más fuertes. De peones, irían los niños vestidos con el traje de nazareno, pero sin capuchones.
No resultó difícil dividir en dos bandos contrarios a los 32 participantes, porque en ese pueblo la rivalidad era muy acusada entre los que vivían en la parte de arriba del pueblo y los de abajo.
Fue salir de misa el domingo y todos los paisanos se fueron a la plaza. Algunos balcones hasta se engalanaron para tan importante evento cultural.
El boticario y el maestro, que eran los únicos que sabían jugar al ajedrez en toda la comarca, le dieron una vuelta al tablero pintado en el suelo y tomando como referencia el lado en el que la casilla blanca quedaba en la esquina inferior derecha. Dispusieron entonces en orden a las piezas mayores y menores, pidiéndoles a todos que, por favor, se estuvieran quietos y no se movieran hasta que ellos les avisaran.
De esta manera, en la fila 1, y desde la a hasta la hache, alineó a Marcial en primer lugar, embutido en su tela de saco de patatas de cien kilos. A su derecha, aunque no se le reconocía por su cabeza de caballo de cartón piedra, Tomás el mulero. El alfil era el aguacil de nariz afilada y bigotillo a la generalísima moda. La reina no podía ser otra que la parienta del candidato a presidente, doña Candela, que lucía una maravillosa corona y una toga ceñida y provocativa que era la admiración de todos los varones, y de algunas mujeres entradas en carnes que la miraban con envidia. El rey candidato lucía el traje de los domingos y su corona forrada de papel de aluminio dorado. Más a su derecha, ocupaban su casilla otro alfil, otro caballo y otra torre, con las mismas hechuras narradas anteriormente.
En la fila de delante, una reata de chiquillos nerviosos que no entendían por qué solo iban a poder desplazarse una casilla hacia adelante, sin poder moverse hacia atrás o hacia los lados. Para compensarles de alguna manera, el boticario les explicó que si llegaban al otro extremo del tablero, se convertirían en cualquier pieza del ajedrez que eligieran. Y esa motivación de ser caballos o torres, les contenía en su recuadro. Juanito se mordió el labio en silencio y soñó con poder llegar pronto para convertirse en reina.
En el bando contrario de las negras, una formación similar, solo que destacaba el rey vestido de militar, como recién sacado del cuadro que presidía el salón de plenos del Ayuntamiento, y la reina lucía un traje como el de Sissi Emperatriz.
La apertura del juego comenzó una hora más tarde, bajo un cielo que amenazaba lluvia y con un olor en el ambiente a migas recién hechas que procedía del bar de la plaza, donde el dueño pensaba que en ese día tan especial iba a hacer negocio.
El boticario y el maestro se habían saludado respetuosamente inclinando las cabezas, como en los buenos duelos. Las primeras figuras tomaron partido en el juego bajo las indicaciones sabias de los expertos jugadores. Muchos de los peones sacrificados a la primera de cambio no estuvieron conformes con salirse del tablero, y en su rabieta, borraron con la suela de sus zapatos los límites de las casillas que lo rodeaban. Pronto cayó del tablero la figura de Tomás el mulero, quien lanzó unos improperios sobre el alfil que ocupó su puesto. Ambos eran vecinos de huerta, y su enemistad era centenaria por culpa de las lindes y los días de riego.
Las primeras gotas hicieron que las miradas se dirigieran al cielo y que las figuras se rebulleran inquietas en sus recuadros de yeso o tierra. Algunas madres entraron en el juego para cubrir con su paraguas a sus pequeños peones. Al rey trajeado, le prestaron una gabardina. A la reina consorte, se le comenzaba a transparentar la túnica. Dos alfiles contrarios y una torre corrieron a refugiarse en el bar cuando la lluvia comenzó a arreciar. La partida no había llegado siquiera a medio juego, pero decidieron acabar en tablas, abandonando todos la plaza y abarrotando el bar.
Finalmente, la elección del presidente del consejo municipal de eventos y festejos se resolvió jugando a los chinos entre los candidatos, que era la costumbre en el pueblo, y no con tanta parafernalia populista del nuevo alcalde.

NEUS SINTES

Somos como piezas de ajedrez. La vida es un juego en el que nos movemos en bandos diferentes. Alice y Pierce se miraban a los ojos, frente a frente. En silencio. Pensando en el movimiento que hacer, y en el que podría hacer su contrincante. ¿En que estrategia pensaba Alice? y ¿en cual Pierce?.
Sus vidas se encontraban en el tablero. Adictos a un juego que desde niños empezaron a practicar como amigos y que la vida les llevo a enfrentarse, convirtiéndolos en enemigos en el juego. El juego de su vida.
Lo que antaño fueron los mejores amigos, a través del juego. Ahora, convertidos en adultos, se veían enfrentados por el juego que de pequeños les unió. Rivales en el juego, rivales en la vida.

RAKEL VALDEARENAS MATE

El ser humano son como las piezas del ajedrez, están el rey y la reina, los cuales viven sin preocupaciones, están los caballos y las torres que intentan proteger a los de arriba, luego están los alfiles que hacen caso a los reyes pero van a su bola y por último nosotros los peones, que vamos a una guerra que no nos importa solamente porque a un loco se le ha ido la cabeza.
Peones que van a morir solo porque al alfil negro se le ha metido en la cabeza acabar con el alfil blanco, la partida ya está perdida para ambos bandos.

SILVANA GALLARDO

EL JUEGO DEL AJEDREZ.
Desde niño, Farid escuchaba esa palabra y preguntaba «¿Qué significa ajedrez?». -Es un juego- le decían.
– ¡Cómprame ese juego! Imploraba a su padre.
-Aún estas muy pequeño, no lo sabrías jugar.
-Si tú sabes, ¡Enséñame, por favor!
-No tengo tiempo, mi niño, debo ir a trabajar.
– Solo dime como es.
-¡Ah, qué niño tan latoso! Siéntate, te explicaré.
Primero debo decirte que este juego no es de niños, ni yo lo sé jugar. Nunca lo entendí, fui cabeza dura para ello.
Lo que sé es que es un tablero con cuadritos unos blancos, otros negritos.
-¿Y pa` qué son los cuadritos?
– Para colocar las piezas.
-¿Cuáles piezas? no te entiendo.
-Mira, pon mucha atención…
El padre tomó una hoja en blanco en la que dibujó un tablero, con ocho filas y ocho columnas, formando los cuadritos y pintando de negro uno si, otro no. El niño muy atento seguía la mano diestra de su padre, hasta que terminó.
-¿Qué sigue ahora, papá?
-Bien, escucha: imagina que es un mundo habitado por dos pueblos que cuidan a su gente y su territorio. Cada pueblo es un reino que tiene a su reina y a su rey. Hay soldados que los cuidan, les dicen alfiles, representan la tropa alerta a los ataque y montan en elefantes, en el juego se usan dos. Hay dos caballos, que atacan para capturar al enemigo, dos torres que sirven de protección como si fueran tanques de combate y ocho peones que custodian el castillo y protegen a sus reyes. Listo, espero lo hayas entendido.
-Ya entendí pa`, pero, ¿Cómo se juega?

GUILLERMO ARQUILLOS

LAS SIMULTÁNEAS
Quizá os interese saber, o quizá no, que su vida cambió el día en que dijo:
—Abuelo, quiero que me enseñes a jugar al ajedrez.
El abuelo lo miró con cara de asombro y con orgullo. Al fin y al cabo, había enseñado a los demás críos y que uno de ellos, uno más, se lo pidiera, era una prueba de la confianza que tenían en él, ya mayor. Aquella era una familia amplia en la que los nietos se educaban con los abuelos, los primos crecían juntos y los hijos aprendían tanto de sus padres como de los tíos, porque todos se sentían responsables de todos.
Quizá os interese saber, o quizá no, que Jesús, a pesar de las evidentes dificultades que tenía y de las cuales todos eran conscientes, aprendió a jugar al ajedrez de la mano de su abuelo. Tendría unos doce años. Y se le daba tan bien, a base de trabajar más que los demás, que transcurrido un tiempo, ya le ganaba a su propio maestro.
—Es que no había visto dónde estaba esa pieza —protestaba de vez en cuando.
—¡Vale, abuelo, no importa! Te dejo que rectifiques la jugada.
Y volvían hacia atrás para que, dos o tres movimientos más tarde, le comiera otra, quizá una torre o un alfil.
Entonces el abuelo se levantaba enfadado de la mesa y se iba a la cocina, apretando los puños y orgulloso porque su nieto le ganaba, ¿quién lo diría?, en el juego que él consideraba un ejercicio para desarrollar la mente y aumentar la inteligencia. Mucho más que una diversión: un arte, una ciencia. «Lo fundamental es esforzarse, ¿sabes? Lo importante es participar» —le decía.
Los Reyes Magos, esos sabios que antes venían de Oriente y que ahora vienen de los grandes almacenes, le trajeron una máquina que jugaba al ajedrez con un nivel altísimo. Eran otros tiempos. Entonces poca gente tenía un tablero electrónico como aquel. Y el muchacho fue subiéndole el nivel, poco a poco. Su juego seguía mejorando, aprendiendo cada día a base de practicar y practicar.
Se apuntó al club y allí lo miraron con caras de extrañeza. A sus veinte años, pensaron que perdería todas sus partidas y que dejaría pronto de jugar contra ellos. Pero él siguió aprendiendo. Y estudiaba también el modo de controlar sus nervios porque tal y como le insistían a diario: «Dominar los nervios es necesario para el juego y para la vida».
Poco después, a sus veintipocos años, llegaron las simultáneas. Lo habían seleccionado en el club: cincuenta tableros.
A los diez minutos de empezar, Kasparov ya había levantado a la mitad de los oponentes, algunos muy buenos, pero que no eran capaces de soportar el enfrentamiento del gran campeón del mundo.
Media hora: quedaban solo los mejores jugadores. Jesús veía cómo se iban levantando de sus puestos muchos compañeros situados a derecha e izquierda.
Kasparov miraba atónito cómo aquel joven le plantaba cara y conseguía, con movimientos audaces, una posición con ventaja. Cada vez que se pasaba por su mesa, el gran maestro tenía que dedicar más tiempo para resolver la situación.
Ocho tableros. Los espectadores, muchos con gran nivel, se agrupaban alrededor de su mesa. Comentaban, asombrados y en voz baja, la posición ganadora que había conseguido frente al gran Gari Kasparov. Jesús, intimidado por tanta gente, tenía dificultades para concentrarse: era la partida de su vida.
.
Siete tableros, seis tableros. Adelanta el caballo. El campeón del mundo llega a su mesa. Estudia la posición. Suda. No puede consentir que un joven como Jesús le haga tablas ni, por supuesto, le gane. Sería titular de las próximas ediciones de todas las revistas de ajedrez del mundo. Vuelve a mirar las piezas y se aleja de la mesa. Aprieta los puños. Se acerca al tablero para comprobar si ha memorizado la posición con exactitud. Y mueve un alfil.
Algunos espectadores suspiran, admirados. Mientras el gran jugador va ganando a los pocos rivales que quedan, Jesús permanece concentrado. Analiza la nueva situación tras el movimiento del oponente. La mira una y otra vez. Y recuerda las palabras de su abuelo: «Lo importante, es participar, lo importante es esforzarse. Lo que cuenta es marcarse una meta y luchar por ella. Lo esencial es disfrutar mientras se intenta aprender y aprender, crecer y crecer: eso es vivir».
Y llega a la conclusión de que está perdido. Kasparov es un genio. Cinco tableros y ahora se acerca. El muchacho, se levanta, le sonríe y le choca la mano. El campeón del mundo respira aliviado. Sabe perfectamente que la partida, llevada hasta el extremo, podía desembocar en tablas.
Una foto, una sonrisa, aplausos de la gente maravillada. El orgullo de Jesús para toda su vida. Para él y para toda su familia.
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Quizá os interese saber, o quizá no, ¿quién sabe?, que lo que os cuento en el relato está basado en hechos reales. Y que Jesús, era síndrome de Down: una persona maravillosa. No habéis conocido a nadie como él.
¡Ah!, se me olvidaba: Jesús era primo hermano mío.

FÉLIX MELÉNDEZ

LA VIDA Y SU TABLERO DE AJEDREZ
En una noche oscura y tenebrosa entre los pilares de una sociedad, donde la luna no iluminaba nada. Pues tenía escasamente un cuarto de luz. Era menguante. Cuando un cúmulo de murciélagos chupavidas, llegaban volando a la angosta franja que separa la noche y el día. Para romper las columnas de una sociedad que resistía. Tu casa y la mía. Bombardeando venían con la desgraciada mirada fría de la guerra cautiva.
Le pedí permiso al mismísimo Dios, para jugar al juego de la vida. Venir a éste tiempo- tablero. » Nacer a una lucha prohibida » pués, en la barriga que estaba ya no cabían mis pensamientos, mi furia, mis ganas de luchar.
Sólo soy un vulgar y pequeño peón, dentro de este extenso mundo en el que vivimos, cual partida de ajedrez tengo que ganar o morir.
Estoy dispuesto a todo, ya que eran mis hijos, los que quedaron solos, mis padres, los que murieron huyendo de la guerra. Y a mis abuelos les hicieron sufrir, echándoles de sus casa hacia la misma nada.
-¡Cómo no!, voy a luchar en primera línea de fuerza, siendo un peón, lo que soy, adelantándome, poco a poco y de frente, y al frente. Dando solamente un paso con el que estar seguro, aunque la primera vez puedo correr hasta dos, casillas, calles. Tengo que llegar a mi meta para evolucionar y convertirme en cualquier ficha del juego. He de aprender a vivir cualquier vida.
Era una tarde de verano de luz y sol, cuando por los jardines de palacio, cantaban las rosas mil olores. Allí delante de los claveles rojos, le pedí matrimonio a mi señora, le regalé una corona de reina. Y con ella, el nombramiento de alteza, de este mundo tan particular en el cuál, nos tocó mandar en nuestro imperio-tablero. «-Yo soy el rey»-. Por tanto, tengo que velar por todas las vidas de mis súbditos, a los que quiero y protejo. Sólo puedo andar de casilla en casilla, controlando todo el tablero de mi imperio. Intentando evitar mi muerte. Para mantener el suelo de mi pueblo, tengo que ser el primero, aunque esté protegido, y me quedaré hasta el último, ¡me quieren matar! Mi reina, si puede recorrer todos los caminos, tiene el poder de mujer valiente y luchadora. También puede volver, y matar a responsables que se lo merecen, por invasores y culpables. Pués la vida es todo un juego. Donde a veces fluye la sangre. Y te tienes que posicionar.
No ha de haber un castillo sin torres robustas y nobles, un país. Torres de piedras forjadas con sudor y arena. Torres, tiene dos mi castillo, mi juego, una a cada extremo del tablero. Son dos búnkeres protectores que se mueven de frente, hacía delante y atrás, yo soy también las casas en las cuales se pueden cobijar.
Era media mañana cuando el sol, más brillante estaba. Entre las pampas y las hierbas, dos yeguas tordas doradas, parían a sus hijos, negros azabaches. Dos caballos enteros que crecieron libres como el viento, dos caballos valientes y guerreros. Que quisieron alistarse al frente de éste nuestro tablero, yo soy el piloto valiente y vuelo por el cielo. Caminan en todas direcciones, pero siempre en movimiento de ele, en el suelo. Uno, dos, tres, y a la derecha o izquierda. Según proceda, abrir la brecha.
Tenía madre que sufría por él o ella, y bajo su propia personalidad, su valentía se alistó, como soldado profesional quería ayudarle a todos a organizarlo exponiendo su propia y única vida. El alfil en el ajedrez, alférez, comandante, o general. Siempre dispuestos van a ser los primeros en luchar, organizar. Y primero en morir por defender una causa justa. Dándole otra dimensión a su fortaleza, su noble ayuda en pleno fuego.
Andan de lado, evitando las balas que vienen de frente. Pueden ir hacia delante y detrás, para salvar más gente. Pero siempre de lado y sobre su color, de lado, ayudando al soldado raso.
El Rey y la Reina, caballos y Torres, que tienen color. Pueden pasar por todos los colores y diferentes situaciones. Al igual que los peones cuando avanzan o matan.
Todos formamos un conjunto para defender lo nuestro. Desde el poder de la inmensidad de la justicia y la libertad, no siempre el grande vence al pequeño. Ya estuvo allí, Goliat jugando en su tablero. «-Por eso. Yo soy todos y cada uno a la vez»-. A vida o muerte, ese es el juego, y hay veces que la vida te trae esa suerte.
Dicen: Que no quieren guerra, aquellos que se quedaron en mis tierras. Los mismos que se bebieron mi agua y comieron de mis huertos.
Dicen: Después de haberlos matados, que no quieren muertos. Los mismos que mataron, niños y ancianos cuando iban andando al puerto.
Dicen: Que tengamos calma a los demás, después de haber sido ellos, los que nos robaron, nos arrancaron el alma.
Yo digo: «Cada cual defiende lo suyo con uñas y dientes. Si matan a los míos, mato. No es de cobardes o valientes. Es por tu Casa-Patria, tu sangre, y tú gente»

MERCEDES MEDIANO

Cuando naces lo has de hacer
sobre un tablero de ajedrez.
Las fichas blancas representan la vida
y las negras la muerte
Hay una lucha constante cada día
por la salud, el trabajo, el amor…
Litigamos contra muchos peones, torres, reina y rey
que se interponen en nuestro camino
para mantener la vida.
El reloj del tiempo nos da treguas
para que por la noche
descansemos y pensemos estrategias.
Más nadie gana este combate.
Siempre, siempre.
llegará el jaque mate.
Sólo es cuestión de ataque.
Por eso yo,
haga lo que haga,
pongo mis armas y mi ejército
a los pies de mi Dios, mi rey,
que libra mis batallas.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

No se de ajedrez.
Si se qué de ser alguna pieza, sería un peón.
Lo cual seguro qué sea.
Para qué ser reina, ni rey.
Si al final me darán jaque maté.
Un peón por lo menos nunca pierde la esperanza de acabar con el rey.

KATA MAR

Si el ajedrez fuera un tabú.
No habría genios que se atreviera a jugar una partida
ni existirían osados a querer darle al menos a una de sus fichas una mordida
los estudiosos solo se limitarían a comer libro, la vida estaría perdida
los maestros se jalarían los pelos de la rabia del berraco estrés que casusa la vida.
El cerebro se vería condenado a una locura sin fin
las destrezas quedarían apagadas para siempre
las partidas se limitarían a juegos de azar solamente
jamás se verían dos personas sentadas frente a frente tratando de pensar.
La comunicación solo seria de libros, de cosas técnicas
solo habría juegos de piso, las canicas
sobrevivirían juegos de antaño
aquellos que salen una vez por año.

FRAN M. SANZ

El salón de actos del Gran Hotel de Roma estaba rebosar, el tablero con sus cuadros blancos y negros y las piezas perfectamente colocadas sobre la mesa en el centro del escenario. El ligero murmullo de la sala desapareció en el mismo momento en el que aparecieron por un lateral cada uno de los contendientes. El actual campeón, el veterano Boris Poliakov y el aspirante al título, un joven de gran potencial, menor de treinta años y curiosamente, español, David Fernández.
Se saludaron con cortesía. Ocuparon sus asientos y la suerte hizo que fuera David quien tuviera las blancas. Esa partida iba a ser un gran enfrentamiento entre dos grandes del ajedrez, la veteranía y experiencia del maestro Poliakov y la inteligencia y frescura de un joven genio con mucho que decir en el futuro.
La expectación máxima en todos los niveles. Los dos jugadores concentrados. Durante los próximos minutos o incluso horas, el tablero sería su mundo, nada existiría fuera de él. A pesar de eso, justo antes de su primer movimiento, David lanzó una rápida mirada a la primera fila, a la zona reservada para sus familiares y v.i.ps. Fue tan solo una mirada relámpago, pero pudo ver a la mujer y a la hija de Poliakov, a algunos rusos desconocidos, al presidente de la federación española de ajedrez y un par de políticos de los que siempre apoyan el deporte cuando en la final alguien lleva la bandera de España. También vio a su padre. Su padre le acompañó a todos los torneos. A esos torneos por fiestas de pueblo y centros cívicos perdidos de la mano de dios, esos torneos en los que con apenas 8 o 9 años ya se enfrentaba adultos, en los que le tenían que poner un cojín en la silla porque no llegaba a la mesa y en los que casi siempre ganaba, aunque en los que perdía, su padre también estaba allí. Junto a su padre una silla vacía. Movió el peón de rey, seguramente para evolucionar la apertura escocesa de su forma particular. Y volvió a mira a la silla vacía. Era la silla reservada para Ana, su reciente esposa. Sabía que el avión llegaba con el tiempo justo y Roma es una ciudad caótica para el transporte, no era raro que llegara con retraso.
David se concentró en la partida. Las piezas avanzaban, retrocedían, iban saliendo del tablero. La partida igualada, abierta. Pasaba el tiempo y todo estaba por decidir. Al cabo de dos horas, como tenían pactado, hubo un breve descanso, apenas media hora, para poder ir a la habitación , beber algo o comentar con su equipo posibles estrategias.
Su padre le esperaba en la habitación, David , concentrado en la partida, no se había fijado como unos minutos antes, un miembro de la organización se había acercado al asiento de su padre y después de hablar con él, toda la delegación española, abandonó la sala.
Pasado ese breve receso, todos volvieron a su sitio, David al escenario, y su padre y el resto de la comitiva a sus asientos, junto al asiento que seguía vacio.
Le tocaba mover a David, movió un caballo de forma inesperada, ese movimiento dejaba desprotegida a la reina. Poliakov, levantó la cabeza sorprendido, ¿Que era eso? ¿Un error de principiante, o una trampa de un genio? Poliakov, cauto, analizó con calma el tablero, al final, al final comió la reina, la pieza más importante. En la cara de Poliakov, se notaba cierta tensión y desconcierto, en la sala hubo un murmullo.
David, serio, tomó su rey y lo tumbó sobre los escaques. Se levantó, dio la mano a Poliakov y le dijo: “ Cuando se pierde la reina, no tiene sentido continuar la partida….”
Nadie entendía nada. David se retiró al momento junto a su padre sin permitir que se acercara nadie más.
La prensa desconcertada preguntando a todo el mundo. Empezaron los rumores, “ le ha podido la presión” “ Drogas” “El kgb le ha envenenado el agua…” En fin, mil teorías, hasta que llegó la verdad, la triste realidad, era que su mujer en el trayecto del aeropuerto al hotel, había sufrido un accidente de tráfico. Falleció en el hospital.
Poliakov, oficialmente fue el ganador, pero nunca recogió la medalla que lo atestiguaba, siempre dijo, que la partida estaba sin acabar, y nunca aceptó que se le citara como campeón de ese torneo. Poliakov era un hombre de honor.
David se retiró de los campeonatos, habían pasado los años y llevaba una rutinaria vida como asesor financiero en una pequeña gestoría. Su único contacto con el ajedrez, era más bien por distraerse, daba clases por una cantidad simbólica, un par de veces a la semana.
Vivía solo, de forma rutinaria, todos los martes por la tarde hacía la compra en el mismo supermercado. Un día, al ir a pagar, junto con los billetes, dio inadvertidamente una arrugada octavilla donde anunciaba sus clases de ajedrez. La cajera se la devolvió, mientras le decía :” ¿Ajedrez?, que interesante, ¿cree que yo podría aprender?. En mi país se juega mucho.
David, se fijó en aquella mujer de piel blanca, ojos claros y pelo rubio, todo esto más su acento dejaba claro que era de algún país del este.
“Claro que puedes aprender” dijo David. “ Ahí está mi número por si estás interesada”.
“Gracias. Si. Estoy muy interesada…..”
Y llamó. Y unos días después ya estaba recibiendo las explicaciones de como se mueven los alfiles, el complejo movimiento del caballo….
Después de varias semanas de acudir puntual a sus clases, Katya iba cogiendo soltura en las partidas y también en su relación con David.
Un día le dijo: “Podíamos tomar un café después de la clase”
“Gracias, pero no”
Ella insitió. “Venga, hombre, la vida se disfruta en las pequeñas cosas”
David, dándose cuenta que Katya era muy insistente le dijo: “ Te propongo esto, tomaré un café contigo cuando me ganes al ajedrez”.” Ah pues juguemos”, dijo ella colocando las piezas. Dieciséis movimientos después David le había dado jaque mate.
Ella sonrió y se despidió diciendo, “ la próxima semana no olvides el trato…”
David no pudo evitar sonreir también con la sonrisa que aceptas el desafío de un niño de 5 años que te quiere echar una carrera.
La semana siguiente, Katya no quiso escuchar ninguna estrategia, ni consejo. “ Vamos a la partida” dijo con un tono seguro y decidido como era ella.
“Puedo elegir color” . “Claro” dijo David, para su sorpresa , eligió negras.
Bueno, pensó David, acabaremos antes.
David usó sin darse cuenta, la apertura escocesa, no la había usado desde aquella triste final contra Poliakov. Los primeros movimientos los hizo de forma casi mecánica, no esperaba tardar mucho en ganar a la novata Katya, pero a partir del cuarto o quinto movimiento, su mente de ajedrecista, empezó a detectar que la partida no era fácil. Katya, de una forma sorprendente, estaba defendiéndose de una forma admirable. David no conseguía tomar ventaja.
Katya había forzado un cambio de reinas, tenía un peón en la penúltima fila.” Sabes” dijo, “ Una cosa que me gusta del ajedrez, es que un peón que se esfuerza, que avanza sin miedo enfrentándose a peligros poderosos, y no se rinde, si llega a la última fila, puede convertirse en una reina. Es como la vida, verdad, se puede perder una reina, pero puede conseguirse otra otra…”
“Cada reina, es única”, dijo David.
“Si, “ respondió Katya, “Creo que avanzaré ese peón y pondré la reina sobre el tablero a ver que te parece”
“Si haces eso” dijo David “ En dos jugadas te daré jaque mate.”
“ Sabes que si gano la partida debes invitarme a un café, si me he equivocado, y el esfuerzo de ese peón para ser una reina, no ha servido para nada, no te preocupes, no te insistiré más y mis clases habrán terminado.”
Y Katya, avanzó el peón y colocó la reina.
David , tras un momento de silencio, dijo: “ Quiero preguntarte una cosa. Has hecho una partida impresionante, mejor que muchos profesionales, ¿Donde has aprendido esta estrategia?”
“ ¿Estrategia?” se preguntó Katya.”Cuando desapareció la Unión Soviética, mi familia tuvo problemas, tuve que salir de Rusia, ¿vas a hablar de estrategia a una mujer que ha tenido que dejar su país para salir adelante?. Estrategia, es sobrevivir sin saber el idioma, estrategia es cambiar el turno con una compañera para que me tocara siempre el martes, y poder hablar con un hombre maravilloso. Estrategia es apuntarme a clases de ajedrez, cuando se jugar desde lo 5 años. Estrategia es insistir por las cosas que merecen la pena.”
David tenía la partida a su favor, dos movimientos más y habría ganado y Katya, dejaría de insistir.
David alargó su mano al tablero, cogió su rey y lo tumbó.
“La partida es tuya, creo que debo invitarte a un café, solo dime una cosa: ¿Quien te enseñó a jugar al ajedrez?”
Katya, con los ojos brillantes de alegría y orgullo le dijo: “ En Moscú. Mi padre, Boris, Boris Poliakov”

JAVIER GARCÍA HOYOS

LA PARTIDA EN EL MAR
Le dije que era un necio. Que no lo hiciera, pero ¿cómo recriminárselo? Se trataba de su hermano. Unneebernmoral que, incumplido, le pesaría en la conciencia el resto de sus días. Aún así, aquellos hombres no eran de fiar.
Tras muchas pesquisas, y no pocos ducados perdidos en las indecentes manos de quienes se empeñaban en encontrar fortuna con la desgracia de mi querido amigo, encontramos al capitán de los piratas sarracenos que habían capturado al hermano de Leonardo.
Así que allí nos encontrábamos, a bordo de aquel navío repleto de infieles. Mi apreciado Leonardo da Cutri miraba impasible al contrincante que tenía sentado frente a él. Yo sentía revolverse mis tripas. A día de hoy no se si era por el vaivén que el mar procuraba al barco, por el hedor de la tripulación, o por la posibilidad de dormir aquella noche alejado en exceso de mi cabeza.
―Supongo que la palabra que habéis dado será respetada ―dijo Leonardo.
El capitán de aquellos desalmados soltó una fuerte carcajada. Su rostro brillaba por el sudor que le empapaba la piel. Su boca delataba una gran cantidad de dientes perdidos.
—Por supuesto, es más. Me gustaría subir la apuesta con doscientos ducados más.
Vaciló antes de responder. Miró el tablero de ébano con piezas de marfil y asintió. Si perdía, su hermano jamás volvería a casa.
Leonardo se había estado adiestrando en el noble arte del ajedrez un par de años con Paolo Boi, tras haber sido vencido en Roma por el sacerdote Ruy López de Segura. Nunca lo reconocía, pero yo estaba seguro de que haber perdido contra aquel fraile le había afectado sobremanera. Sea como fuere, creo que aquella derrota había provocado que, sin saberlo, se preparara para este momento.
La partida comenzó, Il Putino, como le llamábamos a veces, jugaba con blancas, el otro, con las negras.
El silencio de la tripulación me generaba cierto nerviosismo. Los ojos de todos los allí presentes estaban clavados en aquel tablero. La partida comenzó a cobrar vida. Ambos movían con decisión, pero podía distinguir en Leonardo la seguridad de quien se sabe conocedor de todos y cada uno de los secretos de su labor. Sin embargo, el sarraceno tampoco parecía tener dudas de sus actos y parecía sonreir con malicia.
La apertura de la partida parecía tornarse a una posición cerrada en la que los alfiles quedaban atrapados entre los peones y los caballos, situados ya en el centro del tablero. Los peones de rey y reina, avanzados también un par de escaques, trataban de hacerse con una posición estratégica. Todo parecía llegar a un punto estático en el que nada aparentaba poder avanzar. El sarraceno parecía sentirse seguro delante de sus hombres.
Y entonces llegó el primer intercambio de fichas.
Leonardo decidió romper la tensión creada en el tablero y tratar de cambiar aquella situación cada vez más compleja. Uno de sus peones comió a uno de los negros. Aquella decisión precipitó un cúmulo de acontecimientos en los que desaparecían peones, caballos, alfiles y hasta las damas. La situación se había transformado. Ya no era un escenario inmóvil en el que nada parecía cambiar. Una y otra vez, las fichas desaparecían de aquel campo de batalla hasta que, en un momento dado, el último alfil que le quedaba a Leonardo consiguió dar jaque al rey al tiempo que amenazaba una torre. Aquel pirata que antes parecía tan seguro miraba ahora incrédulo el tablero. Apartó su rey del jaque.
Leonardo no tuvo piedad. Comió la torre. Su oponente trató de preparar la torre que le quedaba para poder responder a la amenaza, pero necesitaría dos movimientos para devolverle el jaque ya que el rey estaba protegido tras una de las suyas. No le daría tiempo. Las blancas comenzaron a dar jaque una y otra vez hasta acorrarlar al sarraceno en una esquina del tablero y darle mate.
El pirata miró a Leonardo.
—Soltad al prisionero… y dadle a este hombre los doscientos ducados de la apuesta. Después acercarles a tierra.
Sin decir nada más, se levantó y se fue a su camarote.
Sacaron a su hermano de las bodegas del barco. Sus ropas estaban destrozadas. Su rostro, con una gran barba, estaba demacrado. Parecía haber perdido mucho peso, demasiado. Le costaba andar.
Nos subieron a un bote y nos trasladaron al puerto. Cuando llegamos a tierra, pude ver lágrimas en los ojos de aquel despojo que había salido de las entrañas de aquel barco sin corazón. Leonardo, por otro lado, tenía la vista perdida y una enorme sonrisa en la cara.
—¿Queréis iniciar el regreso a nuestra tierra, o preferís descansar esta noche aquí?
—No, mi fiel amigo, no demoremos nuestra vuelta. Mi hermano querrá descansar lo antes posible en su hogar, y yo… Bueno, debo prepararme. Presiento que el destino me tiene reservada una cita con cierto clérigo español que ambos conocemos.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

GAMBITO DE REY
La estación de San Gaudioso de las Vicarías está encalada de un blanco impreciso, desmañado, montaraz.
Dos espacios, exiguos, conforman el cuerpo principal del enclave ferroviario: la casa del jefe, que hace también las veces de oficina, y una cantina lóbrega en la que solo se puede consumir café de recuelo, vino recio y orujo peleón. Fuera, una marquesina de madera escamosa, y demasiadas cicatrices, da cobijo a un par de bancos, en los que hace ya mucho tiempo nadie se sienta a esperar la llegada del tren.
En octubre de 1902 se aprobó el proyecto de la línea férrea y en agosto del año siguiente, las vías atravesaban el valle desde Cardolona, pasando por Aguascaldas, Fontsegura, La Corneja, Brocoleña y San Marcial de la Vera, allí ascendían brevemente por la colina hasta San Gaudioso y, ladera abajo, volvían al valle, para ir hasta Bordelagua, Las Masadas, San Pedro Cantador, rematando el viaje en Bajambibre, cabecera comarcal y fin de trayecto.
Esto fue así hasta el 52, cuando alguien decidió que en vez de trepar el cerro, era más económico hacerle agujeros y pasar el tren por debajo de San Gaudioso.
Sangolini Viejo fue el primer y único jefe de estación y El Renco Lopera, con su calesita y la eterna compañía de Trosky –un perro mestizo al que solo le faltaba el don de la palabra–, se ocupaba de acercar a los pocos viajeros hasta los centros del pueblo. Los dos hombres eran jóvenes, tenían pocas necesidades, suficiente para vivir con sus respectivas ocupaciones y le plantaban cara al tedio a fuerza de orujo, novenas al diablo y agotadoras partidas de ajedrez, que invariablemente ganaba El Renco: «El día que me ganes una partida, subirá la colina, bufando pitidos y resoplando azufres, el tren de los infiernos, para llevarme a la derecha del diablo», se mofaba Lopera de su amigo, mientras preparaba el tablero para una nueva refriega.
Pero llegó el 52 y se fueron los trenes, las vías e incluso Sangolini, que de pura tristeza se marchó de este mundo en silencio, sin despedirse y dejando pendiente su última partida con blancas, en la que no había estado muy resolutivo ante el violento gambito de rey, propuesto por las negras de El Renco.
Dejó en herencia el ferroviario, un tablero en clara desventaja, con dos torres y un alfil fuera de combate, su monarca fuera de posición, acosado y en los arrabales de una nueva derrota, que la muerte, indulgente, solo consiguió aplazar.
Pero transcurrieron los años. El Renco Lopera, –que pasaba los días en la vieja cantina, solitario, con su mutismo aderezado en orujo y absorto frente al polvoriento tablero de la partida inacabada–, se hizo viejo, muy viejo, demasiado, tanto que los lugareños comenzaron a pensar que pudiera ser cierta su profecía: «El día que me ganes una partida, subirá la colina, bufando pitidos y resoplando azufres, el tren de los infiernos, para llevarme a la derecha del diablo». Pero nadie pasaba ya por la estación y la inmortalidad del viejo calesero empezó a tomar factura de leyenda.
Aquella mañana, como tantas otras, Trosky, enmohecido por los muchos años de aburrida existencia, dormitaba a los pies de su amo, con el morro entre las patas y ajeno por completo a cuanto pudiera ocurrir a su alrededor; tanto, que ni siquiera movió el hocico para ventear la presencia de aquel forastero, escaso de hechuras, demacrado, de mirada turbia, envuelto en una especie de hábito negro, ceñido en la cintura por un cíngulo de arpillera, que apareciendo como de la nada, se plantó ante el tablero, en cuyo lado de las negras esperaba El Renco.
El hombre observó, largo rato y en silencio, la disposición de las piezas; luego, acercándose al mostrador, se hizo servir una copa de orujo. Con ella en la mano volvió al tablero.
–¿Quién mueve, patrón? –preguntó tras humedecerse ligeramente los labios en el aguardiente.
–¿Va a jugarla el que pregunta? –respondió Lopera.
–Pudiera ser. ¿Qué se juega? –retó el de negro.
–La vida –respondió el viejo.
–Sea –lacónico y frío se acodó el forastero a la mesa.
–Juegan blancas –dijo el otro con una media sonrisa, esforzándose en mantener cautiva la carcajada, que le provocaba la certeza de una nueva victoria.
El hombrecillo, con la mirada fija en el tablero, prolongó su silencio unos segundos más. Dio un breve sorbo a su copa de orujo. Acomodó cuidadosamente los pliegues de su sayo. Meneó la cabeza con pesadumbre y dijo: «Mate en dos. Df6+».
La sonrisa del viejo se crispó en una mueca de espanto. Un pitido lúgubre subió, bufando azufres, por la colina. Trosky, el perro veterano, enderezó las orejas y salió de su letargo, desgarrando la mañana con unos aullidos que presagiaban muerte.
El forastero apuró su copa; tiró unas monedas sobre la mesa y se fue en silencio, con el mismo sigilo con que había llegado.
El Renco Lopera, derrumbado, vencido, inerte, sobre el tablero, había dejado de ser leyenda. Ya solo formaba parte de esta insignificante historia.

ANGY DEL TORO

EL AJEDREZ Y MIS PINTURAS
Los que ya me conocen bien saben que mi nombre es Pablo y que siento algo muy especial por las pinturas de Picasso, he ahí mi nombre. Les quería contar que a mi padre antes de marcharse para la casa de mi otro hermanito, se le quedó o no sé muy bien si es que mi madre decidió quedárselo, un álbum de imágenes de cuando estaban juntos. Entre ellas había una que resulta ser de mis favoritas. THE CHESS PLAYERS, de un pintor llamado Thomas Eakins – 1876. Imaginé la figura de mi padre en esa imagen ¡Cuánto hubiera querido ser yo quien la pintara y que él estuviera junto a mis profesores! el de francés y la de arte. Como en los grandes torneos y hasta en mi corazón, la tensión se hace evidente en este cuadro. Me encanta el cubismo y ya estoy con la pintura que más me ha gustado, aunque hay varias, y todas muestran “astucia y una gran competitividad” —palabras de mi madre. Volviendo al trabajo que estoy haciendo «CHESS PIECES, de Juan Gris, – 1917 un caos ordenado y equilibrado según nota que escribió mi padre, es uno de los mayores exponentes del cubismo» con mi tablero trato de imitar la imagen del cuadro — un bodegón en blanco y negro con el tablero y las piezas del ajedrez — así que me resultará fácil hacerlo, y si mi padre viene a verme, espero se emocione al igual que yo viendo las pinturas que a él tanto le gustaban. Ya saben, él no vive en mi casa.

BEGO RIVERA

TÚ PIERDES
Tumbado en el sofá Arturo miraba al techo convencido de que el universo se había fijado en él para hacerle la vida imposible. Le dio otro trago a su vaso de whisky que tenía encima de la mesa, al lado del sofá. La mesita apenas se veía, toda ella abarrotada de botellas de whisky, unas vacías y otras llenas, varios vasos sucios y platos con restos de lo que en su momento fueron alimentos. El cenicero repleto de colillas ya había dado de sí lo suficiente para que estas cayeran por la mesita. La humareda en el piso sería irrespirable para cualquiera que no fuera Arturo.
Llevaba en ese plan todo el fin de semana, tres días, desde que se mudó el jueves, ya era domingo por la tarde. Las cajas de la mudanza que estaban repartidas por todo el pequeño piso seguían cerradas… excepto las que llevaban el cartel de” material muy frágil”: el whisky. Su mujer le había dejado quedándose en la casa con los niños y el tuvo que mudarse deprisa y corriendo a un cuchitril.
En medio de su embriaguez recordó que debía instalar el ordenador; trabajaba desde su casa como comercial para una compañía de seguros. Últimamente su rendimiento había bajado, apenas conseguía ventas y los clientes se le iban. Ya le dieron el toque, su coordinador: estaba en la cuerda floja.
Tambaleándose y en un estado de euforia ingente fue instalando el ordenador. Lo compró de segunda mano unos días antes por una App de compra y venta muy conocida y fiable. Sus hijos necesitaban el ordenador y su ex mujer se negó a que se lo llevara. Lo consiguió muy barato, esperaba que la joven, Janet, que se lo vendió no le hubiera timado.
Una vez colocado, entre sorbo y sorbo al líquido dorado cayó en la cuenta que no tenía wifi, no se acordó de contratarlo. “De esta me echan” pensó mientras todo empezaba a darle vueltas.
Llamó a su coordinador informándole de la situación. Le dio un ultimátum: en una semana – que se cogería de vacaciones- lo quería trabajando y a tope, a la próxima… lo sentiría mucho pero no tendría más remedio que despedirle.
Cuando miró el reloj comprobó que ya era de madrugada, comió una chocolatina que era lo único que tenía para comer y se dispuso a dormir echado en el sofá.
Con la cabeza martilleándole y en una espiral mareante que le impedía dormir… percibió una luz aunque tenía los ojos cerrados. Abrió los ojos y vio que el ordenador estaba encendido. Estaba seguro que no llegó a encenderlo. Se levantó y con la luz que proyectaba el PC por la estancia se acercó a trompicones. En la pantalla, aunque le costó enfocar la vista, se podía leer encima de la imagen de un tablero de ajedrez, con una partida ya empezada: “Es tu turno, tú mueves” Debajo del tablero se podía leer: “Si no mueves, mueres”
Arturo alucinó, “Bueno por lo menos sé que funciona” pensó. Intentó cerrar el juego, pero no pudo. Apagó el PC y volvió al sofá. A los diez minutos de nuevo una luz esta vez más potente le obligó a abrir los ojos. Otra vez estaba encendido el ordenador, cuando fue a comprobarlo estaba la misma imagen. Por más que hacía… no le dejaba quitarla. Arturo lo desenchufó de la corriente, desconectó todos los cables.
Intentaba relajarse… pero algo le decía que no era cosa de su gran borrachera. Ahora estaba más calmado sabiendo que no se volvería a encender. Llamaría a la chica que se lo vendió para que le devolviera su dinero.
A los diez minutos la luz en esta ocasión cegadora le hizo mirar incorporándose como un resorte. El ordenador estaba encendido: ¡Sin cables, sin corriente! ¡Con la misma imagen! ¡Las frases de aviso ahora parpadeaban en rojo intermitentemente!
Arturo colapsó, estaba aterrado, las piernas le flaqueaban, no sabía que pensar. ¿Demasiado alcohol? No, estaba muy despierto y sereno por culpa de esa maldita máquina. Para más inri él no sabía jugar al ajedrez. Decidió irse corriendo del piso aunque fueran casi las cuatro de la mañana. La puerta no se abría, lo intentó e intentó en vano.
Descompuesto e impotente se arrodilló llorando en el suelo, cuando menos se lo esperaba una voz escalofriante metálica empezó a repetir: “Es tu turno, tú mueves” “Si no mueves, mueres”. Y así una tras otra, una tras otra. Creyendo que iba a perder la razón Arturo chilló que movería. ¡Muevo, muevo, pero caya por favor! Chilló desesperado. El ordenador cayó.
Se acercó al PC, miró el tablero como si fuera un idioma extraño. Lo único que recordaba eran las piezas y como se movían, pero nada de estrategias ni de psicología, aunque con una maquina eso no serviría ya que se regían por el cálculo. Como la partida ya estaba empezada observó el tablero, sin tener idea se veía claro que ganaba la máquina, decidió mover la torre a una casilla que pensaba no suponía riesgo para él, a ver qué pasaba.
Arturo esperaba enloquecido la jugada del ordenador, en la pantalla apareció un letrero con grandes letras que ponía:” TÚ PIERDES”
Fue lo último que Arturo vio en esta vida.
Janet preparaba la comida mientras de fondo escuchaba las noticias: “Un hombre ha aparecido muerto en su piso sin signos de violencia pero en extrañas circunstancias. Al parecer en su mano sujetaba la pieza de un ajedrez, la torre. Se da el caso que es el cuarto cuerpo encontrado con una ficha de ajedrez en la mano. Fuentes policiales informan, que cada uno de los otros tres cuerpos sujetaban: uno, un peón; otro, un alfil y el tercero un caballo. La similitud de los casos y el hallazgo de las piezas hacen pensar en la firma de un asesino en serie…”
Janet tembló: ella encontró a su novio Jimmy muerto, con el caballo en la mano. Cuando lo halló, el ordenador estaba encendido, le dio malas vibraciones, pudo leer en la pantalla donde aparecía un tablero de ajedrez una frase: “¿Quieres jugar conmigo?”
Janet vendió el ordenador.

PILAR MONTES CABRERA

La oscuridad del ajedrez.
—¿Por qué el ajedrez fue prohibido? ¿Qué necesidad hay de gastar nuestro dinero en demoler esas pocas escuelas, Nakamura? — dudó muy fastidiado el aliado—.
— Deberías saberlo Mark — le dijo Nakamura y a la vez recogía la pieza del caballo de aquella mesa—. —Todo aquel que piensa y desarrolla tácticas no será más que un estorbo y más si son estos indios que buscan ser iguales a nosotros cuando en verdad son un error de raza.
— ¿Y cómo crees que esas escuelas llegaron aquí, Nakamura? —dudó aún con la fatiga—.
— ¡Malditos traidores que osan vencer a la expansión del rey, Mark! —gritó vivo y luego excitado de escuchar el derrumbe de otra escuela a pocas manzanas—. Buscan formar nuevos líderes, rebeldes sucios de antigüedad oxidada.
— Ni tú mismo te los crees. Los indios solo buscaban progresar en esta mierda. “Crear y corregir” un juego que sirvió para entretener al líder supremo y sus aliados en aquellos santuarios que ustedes saquearon —dijo y miró por la ventana—. — Esta sarta de indios no lo comprenden como tú, para ellos es solo un juego. Ahora, tú vendiste el ajedrez como un arma y ellos lo terminarán creyendo así y lo practicarán quieras o no.
— No me retes Mark, te crees más listo por tener el uniforme cuando en verdad solo eres un indio sometido por el gran rey.
— No me agrada ser el peón de tu juego Nakamura, pero subiré de puesto y te humillaré — le comentó sonriendo con malicia—, no podrás ser el caballo de tu preciado rey narcisista por siempre. Si lo deseas, te las susurro al oído para que se te grabé, yo soy tu peón “por el momento”.
— ¡Escúchame bastardo! — exclamó agarrando a Mark de la mandíbula con mucha fuerza y arrinconándolo en la mesa—, ¡no ofendas al rey ni uses su nombre!, ¿me entendiste?
— Vaya, y yo que hablo por el ajedrez-idioma para que entiendas mejor tu sentencia, imbécil — le dijo y observó el tablero de ajedrez que yacía en la mesa—, será mejor que ordenes tu tablero antes de que me lo llevé.
— Lárgate, ya terminaste por hoy —le ordenó a lo que Mark se arregló el saco y partió por la puerta de aquella biblioteca personal, la habitación de Nakamura.

GLORIA ALBADALEJO

El ajedrecista fantasma.
-Jaque mate.
-Nooo…, otra vez has ganado, es injusto. No puede ser que siempre ganes tú.
– Carlos, Carlos otra vez estas jugando sólo a las tantas de la madrugada. Ya son las dos, mañana tienes que ir al cole.
La presencia de la madre de Carlos, vestida para dormir: un camisón largo, tipo antiguo, con puntillitas y florecitas, asustó al chico de once años y jugador nato al ajedrez. El sobresalto hizo que les diera un manotazo a todas las piezas, desparramándolas por el suelo.
-¡Mamaaa!, mira lo que has hecho. Has tirado las piezas al suelo y has asustado a Víctor.
– ¿Víctor?, Carlos por favor acuéstate ahora mismo o tendré que arrearte en el culo. Encima cachondeándote de tu madre.
-Pero mamaaa…
– ¡Yaaa!
Carlos con morros, fue corriendo hacia la cama, acostándose de golpe y maldiciendo algo entre dientes. Su mamá del camisón largo antiguo, con puntillitas y florecitas, salió de la habitación dando un sonoro portazo.
-Es injusto Víctor. Mi madre es mala.
-De todas maneras, ya habíamos terminado- dijo Víctor el fantasma- he ganado yo como siempre. Je je je…
Con una risa de ultratumba, desapareció de la habitación dejando las piezas temblando en el suelo. Carlos tuvo que escuchar durante unos minutos, el ruido que provocaban esas piezas cuando chocaban entre ellas, incluso le pareció que hablaban como si estuviesen tramando algo, pero al poco rato todo volvió a la tranquilidad y sus oídos solo escuchaban su ya relajada respiración.
Por la mañana al despertar, las piezas de ajedrez estaban encima del tablero preparadas para la próxima actuación. Víctor el fantasma ya estaba sentado, esperando la jugada con Carlos.
-No Víctor, ahora no puedo. Tengo que ir al cole. Después cuando vuelva.
Pero Víctor no le parecía bien la idea y su mirada se volvió maliciosa.
-He dicho ahora, tengo ganas de darte otra paliza.
-La paliza me la va a dar mi madre como no vaya a desayunar ahora mismo. Después Víctor.
Carlos cerró la puerta dejando solo al fantasma frente al tablero.
Mientras el chico desayunaba escuchaba golpes, ruidos furiosos que provenían de su habitación. Su madre que estaba junto a él, no parecía enterarse, pero Carlos ya empezaba a preocuparse. Aquello se estaba yendo de las ramas. Carlos miraba a su madre, esperando alguna cara rara, pero ella estaba tomándose su café con leche mientras leía la revista “Pronto”, tan tranquila como siempre. Ahora su madre se había puesto una bata de boatiné encima del camisón, también antigua y con puntillitas y florecitas, haciendo juego.
¿Será la nueva moda?, se quedó pensativo Carlos mientras miraba a su madre con extrañeza, pero enseguida se le esfumó ese absurdo pensamiento para volver a la realidad. Víctor estaba haciendo de las suyas, algo malo por la apariencia. Tenía que ir hacia allí para cambiarse, pero le daba miedo. Esa vez Víctor parecía que realmente se había enfadado.
-Venga, espabila Carlos que llegarás tarde-le decía su madre la antigua con impaciencia.
-Vale, voy voy…
Sus pasos parecían cada vez ir más lentos.
-Pero venga, que ya estamos tardando. -Le decía su madre ansiosa y ya mosqueándose.
Parece que esta mañana esta todo el mundo en contra mía. -pensaba Carlos. Su corazón se iba acelerando cada vez más rápido conforme se iba acercando a su habitación. No comprendía porque su madre no escuchaba todo ese jaleo que estaba armando ¿su amigo?
Cuando llegó, abrió la puerta con mucho cuidado, despacito y allí seguía Víctor en frente del tablero con las piezas preparadas para jugar. Había tirado todo al suelo y algunas cosas, las más delicadas las había roto.
– ¿Vas a jugar, o no?, le preguntó amenazante Víctor.
-Carlos, ¿ qué pasa? -le preguntaba su madre a gritos.
-¡Mamaaa….!-Carlos empezaba a estar bastante nervioso.
Su madre fue corriendo hacia él, pero con tan mala pata que una de las zapatillas se le dobló por el camino y fue tal el patinazo, que cayó de bruces al suelo.
-¡Ayyy…!, me he hecho daño en la rodilla- decía su madre quejándose.
-¡Mamaaa…!, mira cómo me ha dejado Víctor la habitación.
– ¿Qué pasa ahora Carlos? – Su madre fue cojeando hacia su habitación con la rodilla sangrando. – ¡Dios mío!, ¿ qué has hecho?, te has vuelto loco hijo mío. A mí me va a dar algo hoy.
-Yo no he sido, ha sido este-decía Carlos señalando al malvado del fantasma.
El horrible fantasma se fue transformando en una persona que miraba a la mujer con sus ojos diabólicos. Más que una persona, parecía un muñeco y se acordó del muñeco diabólico, esa película del muñeco ese tan malo.
– ¿De dónde has sacado esto Carlos?, ¿Carlos?, ¿Carlos?, ¿a dónde estás?
-Soy yo, tu hijo, estoy aquí.
Al mirar otra vez al muñeco con cara de malo, que había en frente del tablero de ajedrez, se dio cuenta que ahora en realidad era su hijo.
-Pero…, ¿ cómo puede ser?, si tu antes…
-Estoy aquí mamá y jugando con Víctor, que, por cierto, me está ganando otra vez como siempre.
-Jaque mate- y la mirada maligna del monstruo fue directa hacia la madre, a la que por fin pudo verlo también.
-Nooo…, no puede ser, no puede ser. ¿Hijo que te ha pasado?, eres diferente.
-Estoy aquí mamá, jugando con Víctor.
-Lo siento Carlos, tu madre no te puede ver, ni oír, ahora soy yo su hijo. Jaaa jaaajaaa…
-Pero… -decía Carlos arqueando las cejas- ¿con quién vas a jugar si no estoy yo?
-Contigo tú serás el fantasma.
-Eso ya lo veremos.
La mamá antigua y ahora herida de la rodilla y trastornada de la cabeza, podía ver como todas las piezas de ajedrez, iban metiéndose solas a dentro de una bolsa, y el propio tablero, junto con la bolsa, iba directo a la ventana. Una vez ahí se abrió la ventana y todo el juego completito salió disparado cayéndose hacia la calle. La mujer no podía dar crédito a lo que estaba viendo. Después Carlos apareció junto a la ventana mirando a su madre y luego al fantasma y ambos pudieron ver como este se convertía en una niebla grisácea, que también salió directa hacia la ventana y una vez ahí se dispersaba por el cielo convirtiéndose en una nube más.
Los dos sé quedaron mirando, madre e hijo sin comprender demasiado lo sucedido, y al final Carlos agitado, le dijo a su madre:
– ¿Ves mamá?, ese era Víctor, el que jugaba conmigo al ajedrez, pero ahora ya no molestará más, se ha ido para siempre.
Demasiado para la mujer. El mareo por todo lo vivido, hizo que se desmayara, no sin antes decirle a su hijo.
-Por fabo… hij…, no traigas a nadie más a cas…a. -Y se derrumbó.
📷FIN de la historia.

CONCE JARA

A las doce Marina llama a su hijo. No le queda saldo en el móvil, y le escribe una nota.
Marina viaja en el metro de Moscú. Lleva una bolsa térmica para transportar el picnic que ha preparado: ensalada rusa, varios Pirozhki (pasteles de hojaldre rellenos de carne), un trozo de Medovik (pastel de miel) y un termo de café. Durante el trayecto piensa en él. Insistía en llevar la comida, pero ella se negó. Quería demostrarle sus dotes de buena cocinera.
Trabajan en el mismo supermercado desde hace más de un año, ella como cajera, y él de reponedor. A ella siempre le pareció apuesto, agradable, educado, aunque algo introvertido. Le sorprendió tanto su invitación a un picnic, que aceptó enseguida.
Habían quedado en la salida de la estación Bittsevskiy park. Al ver a Marina él sonríe y se apresura a coger la bolsa del picnic, la abre y mete una botella de Vodka, lo que provoca una pícara risita en ella.
Conoce bien el parque Bittsevskiy, ya que se crio a escasas manzanas del lugar. Sin padre, su abuelo se hizo cargo de él. Todos los días el viejo llevaba al chico a pasear por allí, donde también le enseñó a jugar al ajedrez.
Tal era la habilidad del muchacho que se presentó al concurso de juegos de exhibición contra mayores, en el mismo Bitsa Park, pero el desconsuelo que provocó en Sasha la muerte del anciano, le hizo aborrecer el ajedrez.
Marina camina tras él por un sendero rodeado de tilos, abetos y robles hasta que él se para. Se sientan en una linda explanada de césped, arropada por la sombra de la arboleda que mitiga ese caluroso día de mediados de junio.
Ella extiende el mantel sobre la alfombra de césped y coloca las viandas. Mientras, él sirve dos vasos de Vodka y ambos brindan por ese día tan maravilloso. El alcohol, a pesar de la comida, eleva las risas y bromas de ambos. Tras el ágape y varios vasos de aguardiente, la pareja se sume en un sopor que les deja dormidos y abrazados sobre la mullida pradera.
…………………………………………………………………………………………………………..
Moscú, Navidad del año 2005: Departamento de Investigaciones Criminales.
—¡Mi coronel!, otra víctima del “maníaco de Bitsa” —dijo el inspector Denis Molova al dejar el expediente del caso sobre la mesa—. Ya es la séptima en los últimos tres meses. Esta vez un hombre de unos sesenta años, que como los otros, presenta numerosas heridas en la cara y una botella clavada en el cráneo. Seguimos sin indicios, sin huellas digitales… ¡nada!
—Inspector ¡cálmese! Hablaré con el General, pediré refuerzos, incluso soldados para incrementar la vigilancia del parque. Espero que de una vez por todas dejen que la prensa haga su trabajo. La población corre extremo peligro. Puede retirarse.
A pesar de los esfuerzos de la policía, de los soldados desplazados y la publicación en prensa de los horrores del maníaco que lleva actuando desde el año 2001 en el parque Bittesevskiy, cada dos semanas aparece una nueva víctima.
Todos aquellos hombres asesinados son encontrados sin ocultarlos, con todas sus pertenencias, pero con una botella de Vodka clavada en el cráneo… firma del asesino en serie.
En junio de 2006 éste cambia su modus operandi: empieza a matar mujeres.
El Inspector Denis acompaña hasta el Instituto Forense a un joven de dieciocho años, quien había denunciado la reciente desaparición de su madre, la señorita Moskaleva, de treinta y seis años.
Ya en la morgue, el muchacho la identifica plenamente a pesar de las graves heridas de su rostro.
El joven destrozado pide al inspector que le acompañe a casa. Una vez allí, el chico le entrega una nota que su madre escribió el día de su desaparición: «Iván, no me va el móvil. Te dejo el teléfono de Sasha: 4992868782. Volveré sobre las ocho. Besos»
El inspector ordena inmediatamente que se identifique al titular del teléfono móvil, quien resulta ser un individuo llamado Alexander Donetsk (Sasha es el diminutivo de Alexander).
Esa misma noche el Inspector Denis y sus hombres se personan en el domicilio de Alexander. Al llamar a la puerta abre muy tranquilo y se muestra colaborador durante el registro de la vivienda.
Ya en comisaría, niega durante horas de interrogatorio la autoría de la muerte de Marina. Ante el comportamiento del detenido, el Inspector Denis decide interrogarlo personalmente.
Entra en la sala con un paquete bajo el brazo. Se sienta frente al detenido y abre el bulto posando sobre la mesa el contenido: la tabla de ajedrez que se encontró en el registro domiciliaro del imputado. En cada escaque del tablero habían pegado números desde el 1 hasta el 61, de los 64 que forman la tabla.
—Veo que te gusta el ajedrez —dice el Inspector—. ¿Juegas una partida?
—No puedo
—¿Por qué?
—Por los números. No quiero tocarlos.
—Pues si no juegas conmigo llamaré a uno de mis hombres y jugaremos en este tablero delante de ti.
—¡No! ¡No puede hacer eso! Son… almas.
—¿Almas? Explícate.
—Son las almas de las sesenta y una personas a las que he salvado enviándolas a otra vida mejor, porque, aunque no lo parezca, soy un poco Dios. Solo me quedan tres almas para completar mi cometido: ser el mayor redentor de Rusia.
FIN
NOTA: Historia basada en el asesino en serie ruso Aleksandr Pichushkin, conocido como «EL ASESINO DEL AJEDREZ»

GABRIELA INÉS COLACCINI

“El Rey”, Noble con
Título comprado…
Hacedor de favores
de sospechoso
origen.
“La Reina”
que primero fue Caballo
a fuerza de saltos ilegales y
“trepadas corruptas
luce la gran corona.
Aman el rojo-trampa,
pero visten de blanco
para
comenzar el juego,
pegar primero,
pegar dos veces.
Dieciséis valientes
de ropas negras
resisten,
defienden sus ideales
con movimientos
limpios.
Hundidos en pantanos
de promesas
de fortuna y poder,
cortesanos blancos
de reyes blancos
manchan sus almas
con cobarde lealtad
en la batalla desigual.
Perplejos,
negros Alfiles, negras Torres
sufren el avance inmoral,
de quienes corrompen la ley,
pero no claudican ni
abandonan la pluma
con la que, están seguros,
escribirán la otra historia.

MIGUEL TERCERO SAÚCO

LA ÚLTIMA PARTIDA
El calor del brasero espesado por las faldillas de la mesa camilla me consuela como si fuera un abrazo. Y eso que es eléctrico. ¡Qué tiempos aquellos en que lo encendíamos con brasas en el corral con un buen picón de encina! Nos sentábamos todos alrededor suyo como si fuera uno más de la familia.
⸺Chico, coge la badila y echa una firma al brasero ⸺me decía mi madre, que en paz descanse, y yo removía los rescoldos y los cambiaba a carbunclos incandescentes, que nos confortaban hasta que nos íbamos a acostar.
Esta semana me tocaban blancas a mí. Muevo dos casillas el peón central y sé que todo terminará en tablas. Las negras seguirán impasibles como si fueran un ejército que se ha rendido antes de la batalla. Y el asiento de mi hermano permanecerá vacío.
Miro por la ventana al patio. En esta habitación interior las campanadas de la iglesia sonaban muy atenuadas y no nos distraían los viandantes de la calle, ni los rumores que llegaban de la fonda de la esquina, ni el ajetreo de los carros y de la chiquillería. Solo se oían nuestras discusiones que no podían traspasar los gruesos muros de la casa y se quedaban entre nosotros.
En esta mesa, mirando la monotonía del patio, degustábamos las torrijas en Semana Santa, los tallos de rosca con chocolate los sábados, el primer vino de la cosecha del año que paladeábamos para descubrir sus sabores, las rosquillas con una copa de anís y los embutidos de la matanza y, siempre, después de limpiar las migas, cogíamos el tablero y las piezas del trinchero y jugábamos una partida de ajedrez.
Las estaciones del año se sucedían como las jugadas; en verano nos gustaba jugar debajo del frescor de la higuera, en otoño la parra nos observaba con sus racimos, el invierno parpadeaba sobre el tablero con los reflejos de la lumbre de la chimenea y en primavera abríamos la ventana para que nos llegaran los perfumes de las macetas repletas de flores.
Viendo los cuadros me acuerdo de la tapia blanca del cementerio y del coche fúnebre; del panteón familiar en el que ya solo queda un nicho libre. Me pregunto una y otra vez «¿Cómo es posible que después de tantas partidas jugadas la vida sea tan corta?»
Alrededor de mí resuena el silencio que, con tanto afán, hemos logrado. Nadie vendrá para poder terminar la partida y ya me queda poco tiempo.
Con mucho esfuerzo abandono la calidez del brasero; recorro el pasillo y el zaguán. Abro la pesada puerta que cruje y se extraña de mi salida. Comienzo a andar por la callejuela húmeda desafiando a la ventisca, agarrando muy fuerte mi tablero de ajedrez. ¡Qué dirán en la fonda cuando me vean aparecer! ¿Habrá alguien que quiera jugar la última partida?

EMILIANO HEREDIA

LA PARTIDA DE TU VIDA
El sol, se recuesta perezoso en la cama violácea del horizonte. La sala de estar, se tiñe de tonos anaranjados.
Ruido de las puertas de un armario que se cierra.
Ruido de los cierres de una maleta.
Ruido de las ruedas de ésta deslizándose por el suelo de tarima.
José, un hombre maduro, mira el pasar de la vida por la ventana, con un vaso de whiskey con hielo en la mano.
Está sereno.
Pensativo.
Ruido de una maleta que se deja en la entradita.
Ruido de unos pasos que se acercan.
Ruido sereno de unos brazos que abrazan.
-Bueno papá, supongo que ya ha llegado la hora-dice una muchacha de unos veinte y pocos años, de media melena rubia, cara angulosa, de cuerpo espigado, mezcla de mujer y de adolescente, vestida cómodamente, con jeans, zapatillas y sudadera, preparada para hacer un viaje.
De no retorno.
-Lo sé, hija-responde sin mirarla, José, dando un suspiro de resignación- aún te queda una hora hasta que venga a buscarte tu amiga, ¿no?.
-Sí, papá-responde Alicia, sin soltar los brazos que rodean a su padre, sentado-
-¿Qué tenías pensado hacer hasta que viniera tu amiga?
-No sé, papá, tal vez, darme una última vuelta por el barrio, recorrer los rincones que recorría de niña, no sé.
-Siéntate, por favor, quiero que juegues una última partida de ajedrez conmigo.
Enfrente de donde está sentado José, está dispuesto un tablero de ajedrez con todas las figuras colocadas.
-Una….partida ¿ahora?-pregunta Alicia, mirando el tablero-
-Por favor, hija, una última partida hasta que te vayas-suplica José-
-Bueno, está bien- accede Alicia-¿quieres que ponga el disco ese de los nocturnos de Chopin, que tanto te gusta?-pregunta Alicia a su padre-
-Sí, por favor, y sírvete lo que quieras-le responde sonriendo José-
-Vale-responde Alicia, que se sirve un whiskey corto, con agua, sentándose enfrente de su padre-vaya, me dejas salir con las blancas, es la primera vez que me dejas jugar con las blancas-comenta Alicia-
-Es que a partir de ahora, eres tú la que tienes que tomar la iniciativa de tu vida, al igual que una partida de ajedrez.
-Vale, pues allá voy, peón blanco Dx2 a Dx4
-Siempre sales con ímpetu hija, peón negro Bx7 a Bx6, en esta vida, no hay que enseñar tu jugada tan pronto
-Papá, que solamente he movido un peón, peón blanco Ex2 a Ex3
-¿ves?, ya te estás cubriendo las espaldas, peón negro Bx7 a Bx6 ahora, ¿por cuál te decides?, la vida está llena de decisiones.
-Peón blanco Ax2 a Ax3, ya lo sé, papá, y ya sé por dónde vas.
-Caballo negro Bx8 a Bx6, hija, solo quiero lo mejor para ti, que seas feliz, y que sepas enfrentarte a la vida ante las amenazas que no puedes ver.
-Peón blanco Gx2 a Gx3, papá, vas a comparar la vida con una partida de ajedrez –bebe un sorbo de whiskey-
-Peón negro Ex7 a Ex7, hija, la vida no hay que tomársela como un juego, pero sí saber jugarla.
-Peón blanco Hx2 a Hx3, papá, solo estamos pasando el rato, una partida de despedida, eso es.
-Caballo negro Gx8 a Gx6, hija, no te fijes ni te fíes de lo evidente, por donde menos te lo esperes, te van a atacar, a hacer daño.
-Peón Blanco Ex3 a Ex4, papá, por favor, que tengo la carrera recién sacada, tengo edad de irme ya de esta casa, siento dejarte solo, pero te prometo que iré a verte a menudo, a ver cómo estás….
-Peón negro Ex3 a Peón blanco D5, te como-coloca la pieza al lado de tablero-¿ves?,no estás atenta a lo que te puede venir
-Jolín, papá, eso es suerte, porque te he dejado-rie-caballo blanco Bx1 a Cx3
-Alfil Fx8 a Bx3, hija, mira bien lo que tienes a tu alrededor, te será útil, no te fíes de lo que parce fácil
-Papá, eres un poco pesado, peón blanco Fx2 a Fx3
-Muy bien hija, has hecho una barrera de cuatro peones, pero mientras estabas pensando en colocar una barrera para proteger no se el qué, te como alfil negro Bx5 a tu caballo blanco Cx3, y jaque al rey.
-¡joder papá!, ya me has hecho todo el lío, muevo el rey Ex8 a Ex7
-¿sabes?, hija, muchas veces, creemos que estamos a salvo de algún problema, con un solo movimiento peón negro Ex5 a Ex4
-Reina blanca Dx1 a peón negro Ex4, te lo como-dice sonriendo, colocando la pieza a su lado-.
-Muy bien, hija, pero has dejado una pieza importante desprotegida, sin defensa, alfil negro Cx3 a reina blanca Dx4, te la como-sonríe, con la pieza de la reina, dando vueltas entre los dedos-
-¡jolín papá!, es que eres muy bueno-protesta Alicia-pues ahora te como tu alfil negro con un triste peón, peón blanco Ex3 a Dx4, ¡toma, te he comido el alfil!-lo levanta, como señal de triunfo
-Jaque mate, hija, los siento
-Cómo, ¿porqué?-dice incrédula Alicia a su padre-
-Reina negra Ex8 a rey blanco Ex2. Jaque mate
Padre e hija se miran.
-Ves, ¿hija?, estabas más pendiente de las jugadas que estaba haciendo para distraerte, que de lo que realmente importaba, proteger el rey. Esto es como la vida, no te distraigas con cosas ni personas que impidan proteger lo que más importa, tú.
Padre e hija se levantan, y se dan un largo y profundo abrazo, hasta que el ruido del telefonillo lo rompe, como un papel en blanco.
-Adiós papá, te echaré de menos, te quiero mucho-le da un abrazo-
José, se asoma por la ventana, y ve como Alicia, carga en el maletero, la maleta, se monta en el coche, y se aleja calle abajo.
-Ahí va un peón que se ha convertido en reina-piensa José-
FIN
Emiliano Heredia Jurado
16 de marzo de 2022
nota del autor:
recomiendo leer el relato con este recopilatorio de nocturnos de

BEA ATEENCUERO

MARIONETA DEL DESTINO
Entre peones
Alfiles, caballos y torres
Vas avanzando.
Te sientes imponente
En tus manos tienes
La vida de un Rey
El tablero mustio testigo
De la derrota
De tú oponente.
La dama negra tiembla
Pensando su final
Los peones avasallan
De casilla en casilla
El alfil camina lento
Pero seguro
El caballo con su trote
Llega a la torre.
Pero no todo
Está perdido
Para tu enemigo.
Marioneta del destino
Una mirada fugaz
Te aleja del tablero
Pierdes los alfiles
Y los peones
Tu rostro se transforma
Viendo caer
Poquito a poquito
Como tu vida se derrumba
Cada pieza tiene valor
Con un movimiento rápido
Del oponente
Pierdes la dama.
Ahora recuerdas
Como manejastes
Los hilos de mi vida
Cuál piezas sin rumbo
En un tablero de ajedrez
Y súplicas en silencio
Tarde ya
Termino tu tiempo
JAKE MATE AL REY
te has quedado sólo.

JULIO SQUIRE

Negro no era un rey cualquiera. Desde que podía recordar, siempre había pensado que el propio planteamiento de las estrategias del juego estaba mal. No porque no funcionaran ni fueran efectivas. Era una cuestión moral, de honor. Todas las estrategias que había conocido hasta el momento se basaban en la cobardía. El rey debía permanecer bien oculto, dirigiendo a sus tropas hacia una muerte segura con el único objeto de subyugar al monarca rival y hacerse con su cabeza. Todo ello desde la seguridad de su enroque tras la torre, y su guardia personal de caballos, alfiles y peones.
Lo que peor le parecía, con diferencia, era el papel tan peligroso que había de ejercer su esposa, la Reina. No era una cuestión de machismo, defecto que Negro tenía más que superado, o más bien nunca había formado parte de su ser. Porque él creía en la igualdad de todas las piezas, desde el último peón al Rey, figura que él mismo encarnaba.
Pensaba en estas cosas, cavilando en nuevas estrategias honorables durante largo tiempo, esperando que la mano del destino tuviera a bien elegirle para llevar a cabo la batalla definitiva donde impondría su manera de jugar al juego de la muerte. Al ajedrez.
El día no tardó demasiado en llegar. Seguía sumido en sus pensamientos sobre estrategias cuando de repente le alcanzó una luz cegadora, acompañada del sonido chirriante que siempre hacía el cielo negro cuando se abría. Ahí estaban las manos del destino, que fueron tomando una a una a las piezas de su ejército y el ejército enemigo para hacerlas ocupar sus lugares en el campo de batalla. Cuando le llegó el turno estaba más exultante que nervioso. Sabía que podía ser su última batalla, pues la estrategia que había ideado resultaría audaz y peligrosa. Pero merecería la pena morir por tener una oportunidad de cambiar las cosas.
Blanco movió primero, adelantando un peón. Lo esperado. Él hizo lo propio, dando la orden a uno de los suyos para que dejara abierto un espacio por el que él mismo podría empezar a moverse. Siguieron varios movimientos rápidos por parte de ambos ejércitos. Blanco hacía un despliegue de lo más ortodoxo, adelantando líneas de peones mientras las figuras amenazantes de caballos y alfiles se movían de acá para allá. Negro fue avanzando paso a paso, escoltado por su Reina.
Pronto se dio cuenta de que estaba cansado desde el principio de la batalla, y no podía seguir los gráciles movimientos de ella. Cometió un error, y su amada lo pagó con su vida. Un simple peón, un campesino, consiguió ponerle en jaque. La Reina acudió, rauda, a su rescate, pero para ello tuvo que situarse en una posición vulnerable. Fue de inmediato atravesada por la lanza de un caballero que apareció saltando por encima de la fila de peones enemigos.
«Esto es culpa mía, amor. ¿Qué he hecho?», pensó Negro, sabiendo que ya era tarde para lamentarse. La complicada situación en la que se había metido por voluntad propia pronto se tornó desesperada, y muchos otros fueron cayendo en cruenta batalla intentando salvar a su rey. Pero no tardaron en darse cuenta de que sería en vano.
Tras la muerte de su último caballero, Negro se percató de que una figura muy alta y blanca, brillando contra la luz del sol incandescente, estaba a apenas un par de pasos de él. Era Blanco, que venía a darle el golpe de gracia. Negro estaba completamente rodeado por una Reina, un caballo y dos peones. No podía moverse sin ponerse en jaque. Así, el último movimiento de Blanco fue definitivo. El Rey enemigo sonrió con suficiencia antes de tomar su cabeza.
El juego de la vida y la muerte había terminado con una masacre como nunca antes se había visto.
Negro recobró la conciencia una vez las manos del destino lo habían depositado amorosamente en su oscura tumba, y cerrado el cielo una vez más para bendecirlo con el abrazo de la oscuridad. Oscuridad y silencio para pensar en sus errores. Entonces llegó a una conclusión. Es verdad que nadie escribe sobre los cobardes. Quién sabe, quizá su derrota de hoy fuera motivo de un cantar de gesta o un poema épico en un futuro lejano. Pero lo que estaba aún más claro es que ningún valiente sobrevive, ni para escribir sobre otros valientes, ni para escuchar lo que se escribe en su honor.

EFRAIN DÍAZ

A sus trece años Javier se perfilaba como un futuro Grand Master de ajedrez. Había comenzado a jugar a los ocho años y había demostrado gran talento. Aprendía rápido, tenía agilidad mental y diseñaba buenas estrategias. Su maestro estaba muy complacido con su alumno.
Además de jugar en el club de su pueblo, Javier solía reunirse en un parque pasivo para jugar ajedrez con un amigo. Lo hacían unas tres veces a la semana y allí pasaban parte de la tarde entre fichas y partidas.
Una tarde, mientras jugaban, se les acercó un vagabundo. Estaba andrajoso y maloliente. Su ropa estaba raída. Su aspecto demacrado denotaba que llevaba largos meses sin darse una ducha.
Los niños lo vieron pero al ver que no representaba peligro alguno, continuaron con su partida.
El vagabundo se quedó absorto en el juego. Luego de un rato mirando y pensando, Javier hizo su movida. El vagabundo, que no había dicho palabra alguna, rompió el silencio y dijo «buena movida muchacho. Pero yo hubiese movido la torre».
Javier lo miró con suspicacia, pero cuando analizó la movida, se dio cuenta que el vagabundo tenía razón. Si hubiese movido la torre, su amigo hubiese quedado expuesto. Javier miró al vagabundo y le sonrió. El vagabundo le devolvió la sonrisa.
– ¿Cómo te llamas? preguntó Javier.
– Eso no importa muchacho. Soy un viejo vagabundo que por casualidad sabe algo de ajedrez.
Los niños continuaron jugando su partida mientras el vagabundo seguía observando en silencio.
Terminaron la partida y Javier le había dado jaque mate a su compañero.
El vagabundo le dijo «tienes talento muchacho. Continúa jugando y serás muy bueno».
Al día siguiente Javier fue solo al parque con su tablero de ajedrez en busca del vagabundo. No pasó mucho tiempo y el vagabundo apareció. Sin decirse palabra alguna, Javier montó el tablero y comenzaron a jugar.
El vagabundo comenzó con una ofensiva agresiva. Con un ataque despiadado. Su juego fue tan brutal que Javier se hubiera conformado con tablas, pero el vagabundo no le dio oportunidad. Le dio un jaque mate más pronto de lo que Javier hubiese pensado.
– El ajedrez es un juego agresivo muchacho. No puedes jugar con compasión. Tienes que atacar sin piedad y sin misericordia, pero con inteligencia. Aquí no se pierde. Se gana o se muere. Las tablas son para los perdedores. No olvides eso, muchacho, las tablas son para perdedores.
– Puede usted enseñarme a jugar de esa forma?
Los días que Javier no tenía club de ajedrez, acudía al parque para recibir las lecciones del vagabundo.
El vagabundo le enseñó varias aperturas. Le mostró nuevas estrategias y le enseñó a diseñar según avanzaba el juego. Le enseñó a ser impredecible.
Javier mejoró significativamente su juego. Implementando las enseñanzas del vagabundo, Javier se volvió imparable en el club. Javier era capaz de jugar contra diez jugadores a la vez y vencerlos a todos.
Su maestro, viendo la mejoría que demostró Javier, lo matriculó para una competencia nacional. Javier había participado en pequeñas competencias regionales pero sería su primera vez en una competencia nacional. Su maestro sentía que Javier estaba preparado y necesitaba exponerlo para que tuviera la experiencia.
Días antes de la competencia, Javier fue al parque a jugar con el vagabundo, quien se había convertido en su mentor. Emocionado, Javier lo invitó a la competencia nacional. Quería que el vagabundo lo viera jugar.
– Vamos muchacho, acaso crees que dejarán entrar a un viejo y apestoso vagabundo a una competencia nacional? Me sacarán a patadas de la entrada.
Javier se resignó. Sabía que el vagabundo tenía razón. Apenas llegara a la puerta principal lo echarían.
Llegado el día del torneo, Javier llegó al lugar donde se celebraría la competencia nacional. Pudo observar que se encontraban la crema y la nata del ajedrez nacional, pasados Grand Masters, figuras relevantes y la prensa. Eso le provocó mariposas en el estómago, pero rápido pensó que estaba bien preparado y eso le calmó la ansiedad.
Todos los jugadores ocuparon sus puestos. Javier ocupó el suyo. Miró el tablero y miró a su rival, a quien conocía de otro club.
De repente llegó un hombre a quien nadie esperaba. Tan pronto lo vieron, comenzaron los cuchicheos. La gente asombrada, comenzó a preguntarse donde Ramiro Valdés había estado por tanto tiempo. Que había sido de él.
Ramiro Valdés había sido la figura mas importante del ajedrez nacional y mundial. Gozaba de gra éxito internacional y tenía fama de invencible. Sin embargo, un buen día desapareció y jamás se supo de él.
Los periodistas querían entrevistarlo. Sería la exclusiva de la década. Luego de tantos años, había aparecido Ramiro Valdés.
Ramiro Valdés no se dejó entrevistar. Continuó su camino evitando a los periodistas y se paró junto a la mesa de Javier.
Javier lo miró asombrado. Sabía quien era Ramiro Valdés, pues sus jugadas se estudiaban en todas las academias de ajedrez. Ramiro Valdés era una leyenda. Javier no podía creer que Ramiro Valdés estuviera a su lado, junto a la mesa. Hubiese querido que el vagabundo estuviera ahí.
De repente y antes de que comenzara la partida, Ramiro Valdés miró a Javier y le dijo «vamos muchacho. Estás preparado. Ya sabes, sin piedad ni misericordia pero con inteligencia, que las tablas son para perdedores».
Javier sintió que un correntazo caliente le atravesó el cuerpo. Quedó atónito. Reconoció la voz del vagabundo. Ramiro Valdés era el vagabundo que le había estado enseñando ajedrez en el parque.
Javier estaba emocionado, pero tenía que contenerse. Era su primera competencia nacional y necesitaba estar en control.
Al ver que Ramiro Valdés, la leyenda, estaba en la mesa de Javier, una gran cantidad de público se arremolinó en dicha mesa.
Comenzó la partida. A Javier no se le hizo muy difícil ganar. Javier continuó avanzando y continuó ganado. Ramiro Valdés siempre estuvo a su lado y cuando Javier no estaba jugando, Ramiro Valdés lo estaba aconsejando. La prensa se volcó en Javier. Quien era ese adolescente que había llamado la atención del desaparecido Ramiro Valdés?
La competencia continuó y Javier siguió con su racha ganadora. Estaba imparable. Estaba invencible. Avanzó hacia los cuartos de finales, la semifinal y llegó a la final, venciendo de manera contundente a todos sus rivales.
Para la final, Ramiro Valdés afinó un par de detalles, nimiedades y comenzó la partida.
Ambos jugadores estaban exhaustos. La partida duró tres horas y Javier terminó venciendo a su rival de forma convincente.
Cuando fue declarado ganador del torneo, Javier buscó a Ramiro Valdés pero no lo encontró entre el público. Ramiro Valdés se habia marchado en silencio.
La prensa rodeó a Javier. Todos querían entrevistar a la nueva sensación del ajedrez nacional. Todos querían saber como el nuevo campeón nacional había conectado con Ramiro Valdés.
Al día siguiente Javier fue al parque. Buscó a Ramiro Valdés por todas las esquinas y ni rastro. Volvió al día siguiente y así estuvo llendo por una semana. Ramiro Valdés había desaparecido nuevamente.
A veces se buscan oportunidades sin saber que son las oportunidades quienes encuentran a uno. Javier no buscó al vagaundo, a Ramiro Valdéz. Fue Ramiro quien encontró a Javier. Ya su camino estaba totalmente pavimentado.

FERNANDO RIERA

«Ajedrez a distancia»
Jacinta, una señora de unos cincuenta años, se presentó esa mañana en la casa de Leonardo para empezar su nuevo trabajo de tareas domésticas. Él, jubilado y viudo, hombre intelectual y acomodado le enseñaba su regio piso a la mujer, mientras le explicaba las tareas a realizar.
-Bueno, Jacinta. Por último le mostraré el salón y al lado mi despacho. Pero ahí mejor no entre…
-Un poco anticuado pero en cuanto le pase una mano verá cómo lo hago relucir y sus visitas pensarán que tiene un salón nuevo, je, je, je -dijo Jacinta mientras ambos atravesaban el salón.
-Recibo pocas visitas.
-Nunca se sabe, señor Linardo.
-Leonardo -le rectificó él mientras pasaban a su despacho.
-Cómo le decía, aquí mejor que no haga nada. Ya me cuido yo de limpiarlo a mi manera. Está en desorden pero no me importa. Siempre estoy haciendo algo y prefiero que esté cómo está. Cada papel o lo que sea está ahí por algo. Aquí no limpie, por favor.
La mujer miró fugazmente todo el despacho, su escritorio revuelto, la biblioteca… De pronto fue hacia una mesita que le llamó la curiosidad.
-Y estas figuritas, no quiere siquiera que les quite el polvo o se las ordene?
-No, no! No las toque, por favor! -exclamó Leonardo iendo rápidamente hacia Jacinta.
Ella apartó las manos de las piezas cómo si estuvieran contaminadas. -Esto es mi partida de ajedrez.
-Su qué…?
-El ajedrez, no sabe…?
-Qué…? Ah, sí… El ajedres.
-Ajedrez.
-Eso.
-Y estoy ahora jugando una una partida.
-Ahora…? Contra quien? Contra usted? Je, je, je.
-No, mi adversario es un viejo amigo, jugamos a distancia. Cada uno en su casa.
-Qué tontería… Perdón, quería decir que jugar así es un poco aburrido, no?
-No… Somos mayores ya… Para nosotros es más cómodo así. Nos llamamos por teléfono cada vez que tenemos que mover pieza.
-A cada rato…?
-No, una vez al día, no tenemos prisa… Me toca a mi tirar. Ya tengo preparada mi jugada maestra. Por la tarde le llamaré.
-Qué largo se debe hacer esto…
-Para nosotros no es más que una distracción, un juego.
-Y cuáles son sus piezas?
-Las blancas. El las negras, claro.
-Y dice que le toca a usted jugar, porqué no le llama ahora si ya sabe cual va ha mover?
-Ya le digo que no tenemos ninguna prisa. Jugamos así.
-Ya… Por que su amigo, en su casa también tendrá el tablero con las fichas puestas, digo yo…
-Sí, Enrique, mi amigo tiene el tablero con sus piezas puestas en las mismas posiciones que las mías, claro. Así se juega.
-Y cómo lo sabe?
-El qué ?
-Qué él tiene las piezas en los mismos sitios que los suyos? -Porqué así ha de ser… Si no se podría jugar, son las reglas.
-Cómo está seguro…? No sé fie! A lo mejor las mueve sin que usted se entere…
-Pero qué dice, si él las tuviera en diferentes posiciones no coincidirán las jugadas y yo me daría cuenta.
-Ya, ya lo entiendo. Pero quién le dice a usted que no hace algunas triquiñuelas…
-Qué no, Jacinta. Que sería imposible. Además, él es muy listo. No le hace falta. Casi siempre me gana.
-Ve! Porque hace trampas!
-Qué no puede ser, ya me habría dado cuenta hace tiempo…
-Qué ingenuo es usted y él menudo pelambrusco!
-Yo confío en él. Es mi amigo.
-Llamelo ahora y verá, señor Lenardo.
-Leonardo. A la tarde hemos quedado, ahora no está en casa.
-Ya, porqué seguro que está moviendo las fichas a su antojo. Llamelo que suguro que está en casa. Me apuesto lo que sea.
-Deacuerdo. Pero si no está lo dejamos de una vez, entendido, Jacinta?
-Vale, vale. Pero ya verá cómo sí.
Leonardo busca en su agenda del móvil el nombre de su amigo con resignación y marca llamada.
Unos segundos de impaciente espera y después… -Diga…?
-Hola, Enrique, qué tal estás…?
-Eee, bien bien. Me pillas un poco ocupado Leonardo…
-Sólo será un momento.
-Dime.
-Esta tarde me ha surgido un imprevisto y no te podré llamar.
-Llamar, para qué?
-Para la partida. Muevo pieza, te acuerdas?
-Eh, sí? Bueno, ya me llamas mañana…
-Pero es que ya tengo la jugada. Y la tengo muy clara. Prefiero decirtela ahora, toma nota.
-Sí, voy… Bueno, dímela ya, voy para allá.
-Ve cómo está en casa! Ve cómo está en casa! -exclamó Jacinta.
-Silencio….! -le dijo Leonardo
-Si…? Qué dices…? -preguntó Enrique.
-Nada, nada. Esto… Me como tú torre con mi alfil, Enrique.
-Qué…? Cual torre?
-La única que te queda. Es una jugada maestra, eh?!… Me oyes?
-Ala!! Se me olvidó decírtelo…! Ahora me he acordado! Ayer por la noche, no sé cómo fue, le di un golpe al tablero y… todas las piezas al suelo! Menudo desbarajuste. Quería llamarte para decírtelo pero ya era un poco tarde. Y ya ves…. aún están por colocarlas de nuevo, espero que no se haya perdido ninguna.
-Qué dice? -preguntó Jacinta intrigada.
-Ssshhh!… Que se le cayeron todas las piezas al suelo.
-Mentiroso! Cuentista! No le crea! -gritó Jacinta acercándose al teléfono.
-Qué dices, Leonardo?
-Nada, nada. Es la radio, que la tengo puesta… -Hiena farsante!! -volvió a replicar Jacinta mientras Leonardo tapaba el micrófono del teléfono para que no se oyeran sus gritos.
-Por Dios, Jacinta! Ya está bien! -le gritó él.
-Leonardo…? Estás ahí?
-Sí, dime, Enrique.
-Oye… chico, lo siento. Ya pondré las piezas en su sitio para esta tarde… Uy, no! Se me olvidó también decirte otra cosa…
-El qué…?
-Que mi hijo me viene esta tarde a buscar. Este fin de semana nos vamos a la torre. Lo siento, chico… Lo dejamos ya para el lunes, vale?
-Mmm… Esto de que se te han caído las piezas…ya es la tercera o cuarta vez que te pasa.
-Soy un desastre, es verdad.
-Un pirata es lo que es!! Menudo amigo! Sí ya sabía yo…! -otra vez exclamó Jacinta.
-Leonardo, si prefieres, la semana que viene empezamos una partida nueva. Total, creo que iba ganando yo.
-Será cara dura!! Déjemelo, déjemelo! Qué le voy a decir cuatro cosas al desgraciado ese!
-Jacinta! Estese quieta!
-Leonardo… Me oyes?
-Sí, tranquilo. Seguimos la semana que viene pero con la misma partida, vale? Ya te pasaré un listado con la posición de todas las piezas. -Vale. Gracias, Leonardo.
-Desgraciado! Mal amigo! -bramó Jacinta.
-Está bien… Qué pases un buen fin de semana con tú hijo.
-Y se va de rositas el tío, tan fresco…! -exclamó Jacinta con desdén.
-Oye, Leonardo! Esto… una última cosa… Tú no conocerás alguna mujer para que me limpie la casa…? Alguien de confianza, claro. Es que cómo ya ves, estoy más torpe… Se me marchó la que tenia…
Después de hacerse un gesto de complicidad entre Jacinta y Leonardo este último contestó :
-Mira…! Pues sí! Conozco a una señora que se llama Jacinta. Si quieres te la puedo enviar de mi parte.
-Claro, claro. Pero seguro que es de confianza, no?
-Puedes estar tranquilo, Enrique. La tuve trabajando en mi casa hace un tiempo…. Pero tuvo que marcharse por asuntos familiares. Pero sé que ahora está libre. Y te puedo asegurar que es la persona con mejores referencias que podrías encontrar. Trabajadora, pulcra, discreta, reservada, educada…
-Eso, eso es lo que quiero, Leonardo. No sabes el favor qué me haces…!
-Pues nada. El lunes la tienes en tú casa!
-Gracias! Oye, buen fin de semana también para ti. Ya hablaremos. Un abrazo!
-Ja, ja, ja…
-Je, je, je… -terminan riendo Leonardo y Jacinta.
Imagen perteneciente al film Blade Runner (1982)

NICOLÁS MUÑOZ

«Ajedrez amado»
Un sentimiento en común comparten el Ajedrez y el Amor: la amenaza.
Así como el ajedrecista se sentirá amenazado a medida que su Rey desprotegido queda, así mismo el enamorado se sentirá, cuando del corazón de su amada amor ya no queda.
Borges escribió poco sobre el amor. Pero cuando lo hizo, también se sintió amenazado: «Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir. Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz».
En el Ajedrez y en el amor es vana toda resistencia. Llegará un momento donde «los ejércitos me cercan, las hordas». ¿Cómo podría escapar? Si «el nombre de una mujer me delata. Me duele una mujer en todo el cuerpo».
«En su grave rincón, los jugadores rigen las lentas piezas. El tablero los demora hasta el alba en su severo ámbito en que se odian dos colores».
«Es, ya lo se, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz -añado: y de esperar tu próxima jugada-, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo».
*Citas extraídas de El amenazado y Ajedrez.

LOLY MORENO BARNES

Carlitos era uno de esos niños, a los que la sociedad suele etiquetar de problemáticos.
De primeras era difícil definirlo así porque contaba con tantas caras, como situaciones se le presentaban.
Carita de ángel con su madre, de victima con su padre, celoso con sus hermanos, pasota en el colegio y violento con los niños que consideraba enemigos.
En estudios, totalmente un desastre, aunque siempre encontraba una excusa para justificar.
Su madre al descubrir sus puntos débiles de conducta intentaba inútilmente redimirlo con actividades que lo motivaran sin lograr su atención.
En una ocasión llegó a casa de visita un familiar.
Buscando atraer su atención sacó un tablero de ajedrez y le pregunto si quería jugar.
Carlitos no tenia ni idea, pero le pudo la curiosidad y maestro y alumno pasaron un buen rato.
Días después Carlitos pedía a sus padres jugar al ajedrez siempre que se presentaba la ocasión,
Había descubierto un oasis en medio del desierto sin ilusiones de su alma.
La casualidad o el destino llevó a su madre a dar con la información de un concurso de ajedrez para principiantes.
Apuntado Carlitos al evento, llegó con muchos miedos pero pronto los perdió y fue escalando puestos partida a partida, quedando entre los mejores.
Poco a poco el ajedrez que llegó a Carlitos casi por accidente, se convirtió en su forma de vida.
Empezó a controlar sus impulsos agresivos puesto que aprendió a razonar, tener paciencia, ser un estratega en sus proyectos, escalar posiciones con lealtad respetando al semejante y sobre todo a jugar con el amor que da la paz y conciencia limpia.

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21 comentarios en «Ajedrez – miniconcurso de relatos»

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