Resaca – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «resaca». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 17 de marzo!

* Por favor, solo votos reales. No hay premio, solo reconocimiento real.

** El voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos. Si alguien vota a 3 relatos, se contabilizará 1/4 de punto a cada uno.

*** Los textos son originales (responsabilidad de cada autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

CORONADO SMITH

Vladimir abrió los ojos y automáticamente notó una pesadez, todo le daba vueltas. Poco a poco, le empezaron a venir imágenes a la mente y empezó a tener una resaca feliz, como de otro mundo. Se incorporó de una salto. ¡Sííí, por fin apreté el botón!, ahora solo quedo yo… bueno y alguien más…
Se encaminó lentamente hacia la puerta de la habitación que daba a una terraza con vistas a un jardín espléndido, una especie de edén, que por supuesto sería su Edén. En el borde de la terraza había una figura de espaldas, con un espléndido pelo anaranjado, se acercó por detrás, sentándose a su lado al tiempo que le acariciaba el cabello y le susurraba al oído, querido Donald, ahora ya solo quedamos tu y yo, tendrás que hacer de mujer para mí, para acabar con un mordisquito en el lóbulo. Al mismo tiempo unos psiquiatras observaban atentamente los pensamientos del paciente, en un monitor de televisión, y a su vez ellos eran observados por dos pares de ojos, desde un conducto de ventilación en el falso techo.
¡Los siguientes puede que seamos nosotros, corre Lisensiado, corre!
¡Raudo y veloz, Santi, raudo y veloz!

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Me desperté con una irritabilidad en mi persona desconocida por mi yo. Ya está, me dije, el alcohol que bebí anoche me pasa factura.
Me levanté de la cama como pude.De pronto al mirarme en el espejo del tocador, vi mi rostro enrojecido de cólera. Un anojo de furia se apoderó de mí y di un puñetazo al mirall el cual hace un segundo me mostraba las consecuencias de mi beber.
Al instante comencé a tirar por mi boca bilis. Un dolor en el estómago me llevaba a morir de sed.
Viéndome tan mal me dije a mi misma…, Vuelve a dormir.

TALI ROSU

Rita se quiere rascar el ojo, pero al llevarse la mano al centro de su tortuosa comezón, el parche que lo cubre la hace enloquecer. Se arranca el esparadrapo y quita el algodón. Hurga desesperada hasta encontrar el hilo de la costura y tira de él hasta abrir otra vez la herida. Sangra, aúlla y los recuerdos la atacan como flashes de cámara; rápidos, insoportables…
El primer flash que asalta a su memoria es el traslado al hospital. Mucho ruido, mucho dolor… Siente la cara ardiendo y escucha un pitido que impide entender las voces que se oyen junto a la camilla. ¿Alguien intenta tranquilizarla? ¿Le hacen preguntas? No ve nada, no entiende nada…
El segundo es rápido, casi sin recuerdos. Tan solo una explosión en la cocina, cristales como proyectiles se le empiezan a incrustar en la piel, uno de ellos entra de lleno al ojo izquierdo y nada más…
Tercer flash: Rita abre la llave del gas de aquella vieja estufa que todavía conservan en casa de su abuelo. Se sienta a esperar en el salón mirando hacia la cocina por aquel ventanuco que hay en la pared. El tiempo se detiene mientras ella imagina el gas invadiendo el aire de todo el espacio. Cuando la respiración empieza a dificultarse, saca el mechero y, sin vacilar, hace girar la piedra.
Cuarto: soledad… Soledad… Mucha soledad. Nuevo colegio y nueva tortura. Nadie sabe su historia, solo ven a la pequeña niña tímida que no habla y no levanta la mirada. Solo ven a un bicho raro al que nadie querría abrazar. Ella sufre, pero ya no llora.
Quinto: gente mirando, ella llorando. Gente ignorando, ella llorando. Gente callando, ella llorando. Un corte en la muñeca. Por fin alguien mira y la lleva a un hospital. Esa persona no debía mirar.
Sexto: su padre bebiendo, ella temblando, su padre gritando, su madre callando. Su padre golpeando, su madre llorando. Su padre violando, su madre llorando sin querer mirar. Su madre luchando, su madre sangrando, su madre luchando, su madre sangrando sin respirar.
Rita se lleva la mano a la boca y puede sentir el sabor de la sangre que emana de la herida. Imagina el hueco en el que debería tener un ojo, pero sabe que ha sido remplazado por una prótesis inútil que no la hará sentir mejor. El vacío sigue ahí. Un vacío tan grande como el que siente en el alma desde hace demasiado tiempo. Su vida ha sido una mala borrachera ajena, pero la resaca, por desgracia, parece acosarla a ella. ¿Por qué no la dejan morir en paz? Sube al tejado esperando que, al saltar, la resaca termine de una vez por todas.
No siente dolor en el cuerpo, solo en la cabeza. Escucha una sirena que se acerca a gran velocidad y murmullos a su alrededor. La gente mira, ahora sí miran… ¿Por qué siempre miran cuando no deben mirar?

AMALIA MARTÍN

¡Quién parió semejante monstruo,padre!
¡Qué alma terrenal es capaz de destrozar familias enteras, sembrar podredumbre y caos henchido de poder¡
¡Qué mente lúcida es inmune al dolor de todo un país desde su poltrona sin sentir un ápice de arrepentimiento¡
¡Quién puede dormir en paz tras llevar a las trincheras a un puñado de niños mientras otros malviven en el subsuelo a la espera de la deflagración mortal¡
¡ Quién o quiénes portan un fusil dispuestos a matar a la orden de un impostor maquiavélico¡
¡No sigas hijo!…mira al otro lado.
Mira a esas personas que ayudan a los desvalidos sin tan siquiera conocer sus rostros porque ahí reside la verdadera magia de los corazones.
Tras una guerra cruenta e incomprensible, tras cualquier combate germina la semilla de la verdadera humanidad.
¿ Sabes hijo ?
Los malos son apenas un puñado pero hacen mucho ruido y poseen un alma podrida incapaz de regenerar.
La resaca del malo florece los corazones de los hombres y mujeres buenos.
( Por los buenos de esta peli de terror ,por un mundo en paz)

BENEDICTO PALACIOS

Acababan de dar las seis de la tarde en el reloj de la catedral y una bandada de palomas y grajos se posaron sobre los árboles del parque. A la misma hora paseaba con mi amigo Bento, el cual hizo señal de acabar con toda aquella caterva de bichos que en nada beneficiaban a las esculturas que embellecían la fachada oeste del templo. Le ponía de mal humor tanta abundancia. —¿No queda campo? Que vuelvan a sus orígenes—. Intenté restar importancia porque la ocasión invitaba a lo contrario. Nos habíamos arreglado el pelo, afeitado y trajeado para celebrar una despedida de soltero y esperábamos la llegada de Cayetano, amigo de los dos y durante años mi compañero de pupitre en la escuela. Se casaba con Celia que también pertenecía a la pandilla, lo mismo yo. Solo Bento tenía una novia francesa, Edwige. Se habían conocido en los cursos de verano. Era muy guapa y chapurreaba el español con mucha gracia. Conocedora de la efemérides, había enviado un correo a Bento, que entretanto esperábamos la llegada de Tano, me dio a leer.
Felicita a Tano, le deseo suerte y amor. Celia es la mujer más bonita que he conocido. Posee un delicado encanto. Que la quiera mucho, porque yo sé que está muy enamorada. Un ruego. Por favor, no bebáis sin tino ni concierto que luego pasa lo que pasa. ¿Resaca lo llamáis los españoles? Suena bien pero a ti sienta muy mal.
Como seguía retrasándose y yo me impacientaba, Bento se entretuvo contándome con mucho secreto lo ocurrido en la zapatería de su tío Bruno. Había por lo visto media docena de señoras que no se probaban en la tienda sino que se les acercaba la mercancía a su casa.
Le respondí que me estaba colando una trola, que no me lo creía, pero él me aseguró lo contrario, que fue su tío el que se encargó de escribir en cada caja las señas de las clientas y le aconsejó que llamara antes por el telefonillo. —Sube a la casa de cada una. Dan propina.
Conoció a varias señoras, pero le llamó la atención doña Solina. —Tenía una carita triste —decía Bento—, de desvalida o mismamente de resaca. No me encajaba lo segundo, porque me parecía una señora aunque venida a menos. Algún listo—no mi tío, que vestía de sayón en Semana Santa— se estaba aprovechando de una situación desesperada.
La bandada de palomas cruzó otra vez sobre el paseo cuando el reloj cantó la media y Bento las maldijo nuevamente. Estaba empezando a oscurecer y Tano seguía desaparecido. Al fin sonó mi móvil.
—No le esperéis. Está muy mal —justificó una de sus hermanas.
—¿Qué tiene, resaca?
—Acojono, con perdón. No se quiere casar.
Nos quedamos en blanco. Abandonamos el paseo, nos metimos en un bar y pedimos unas cervezas. Invité yo para que Bento terminara de contar.
—Hace unos días —continuó— me llamó mi tío porque tenía un montón de encargos para Navidad. Dejé para el final el de doña Solina. Presioné sobre el botón del 4ºF.
—¿Quién es? —Preguntó.
—Bento.
—¿Ven qué? Aquí no compramos nada.
Vertí media copa con la risa que me produjo la respuesta y puse perdido a un cliente.
—A ver si aprendemos a beber—me soltó muy enfadado— que es pronto para cogerla flaca, de traca y con resaca.
Tano se presentó cuando se encendieron las luces del parque y hubo de nuevo otra desbandada. Nos encontró riendo.
—¿De qué os reís? ¿Ya estáis con la resaca?
—Jugábamos a rimar.
—Por favor, la rima de Cayetano no vale.
—Pues anda que la de Bento…

FÉLIX MELÉNDEZ

EL SECRETO DE CARLOS.
Carlos permanecía mirando el mar, tenía entre sus manos una copa de vino tinto y la mirada perdida en el horizonte, muy perdida, fija y clavada.
Pensaba soltar amarras y darse un gusto, un paseo, una vuelta con su barco para alejarse lo más que pudiera y así relajarse pescando un rato, completamente ausente de los diferentes problemas del día a día.
Ya se encontraba con la garganta seca y dolor de cabeza del día anterior, la resaca le pegaba fuertes subidones de melancolía.
Un momento de indecisión, de duda, algo le decía en su interior; extraño presentimiento. «–No, no vayas, quédate aquí-» Finalmente, no le dio importancia. Se fue rumbo al mar, contra todo pronóstico, era donde mejor se sentía.
La primera botella se terminó rápido por el camino. La segunda iba por la mitad, cuando decidió tirar el ancla.
Con la vista no se veía el puerto ni tan siquiera había rastro alguno del pueblo, hacía tiempo que quedó atrás.
Tras unas nubes grises, el océano se perdía en el infinito, el mar era interminable, al fondo la raya de luz que formaba el sol, una franja naranja, tornándose rosa, se escondía en el horizonte. El sol no se podía mirar fijamente sin saltarse alguna lágrima. Todavía brillaba con fuerza aunque ya iba bajando su intensidad.
Carlos decidió parar los motores, tirar el ancla y quedarse allí mismo en el centro del abismo, en el medio del mar, solitario y distante. Sólo en su ansiedad. Necesitaba tomarse unas copas y olvidarlo todo. Quería beber hasta reventar. No le importaba ya, nada, ni tenía ningún aliciente por el que continuar viviendo.
A su mente venían recuerdos de Virginia. Cuando su hija nació, lo pequeña que era. Y ahora en una cama esperando una muerte segura. No podía soportar más, estaba casi al borde de la locura, la desesperación le hacía mirar al mar con la intención de saltar hacia él.
Bajó a la bodega del barco a por los utensilios de pescar y cogió otra botella de vino. Colocó dos cañas fijas. Y se trajo también dos copas de cristal, sin darse mucha cuenta. Al ponerlas en la mesa, los recuerdos volvían a su cabeza. De nuevo Virginia se sentó junto a él y sus pensamientos. Se tomó la primera copa mirando al mar, y comenzó a hablar en alto, reprochandose tantas situaciones como las que había tenido.
A caballo de la noche, entre algunas nubes, parecía esconderse la tarde, se presentó una gran luna llena tremenda, que permitía por un tiempo iluminarlo todo, volviéndose el mar blanco cerca del barco. Los cascabeles de las cañas estaban sonando.
Carlos continuaba en su mecedora con la mirada inmóvil, las lágrimas corrían por sus mejillas goteando, cuando la copa que tenía en la mano, cayó al suelo y él se durmió.
El balanceo del barco en mitad de la noche le despertó, completamente mojado. Y un gran mareo, los vómitos, la sensación amarga en la boca, y un tremendo dolor de cabeza, le impedían incorporarse y ponerse de pie.
Las olas del mar, se volvían gigantes, le pegaban con sus manos fuertemente al barco por ambos lados, las olas estaban muy altas, y enfurecidas, con una tormenta de chuscos y rayos.
Cayendo de nuevo contra el suelo una y otra vez. En el último intento de levantarse, volvió a caer dándose un fuerte golpe en la cabeza que le llevó a la pérdida del conocimiento.
Se quedó tendido en el suelo, completamente mojado entre la lluvia y el mar inundandose la escotilla.
Carmen y Roberto estaban en casa charlando, ausentes de todo. Cuando sonó el teléfono.

MARI CARMEN DBEBES

Como todos los sábados se levanta dispuesta a hacer frente al día. Desayuna una rebanada de pan con aceite y se toma una manzanilla. Hace ya varios años que descartó el café de su dieta, tantos como hace que ingiere su medicación.
Agarra su bolso y una rosa blanca y se marcha, no sin antes dedicarme una sonrisa. Puedo observar como cada sábado le cuesta más sonreír. Como sus ojos se muestran más vidriosos y su mirada más triste.
Pero hoy yo he partido tras ella. He seguido sus pasos hasta llegar a ese lugar donde encuentra un sitio su deprecación.
Se descalza y, con las alpargatas en la mano, camina hacía la orilla.
Al llegar deja caer la rosa esperando que la marea la recoja y la sumerja. Más atrás coloca el blandón en la arena, enterrandolo hasta la mitad para evitar que el aire lo tumbe, y se arrodilla mirando al mar. Y reza al mismo tiempo que sus mejillas empiezan a humedecerse.
No he podido evitarlo y sin apenas darme cuenta he llegado hasta ella. La abrazo. Y ella a mí.
Entrelaza su mano a la mía y empieza a hablar:
-Faltaban pocos días para su regreso pero un temporal se cruzó en su camino. Se había formado una gran tormenta y nos avisaron que habían perdido la conexión con el barco.
Todos eran unos experimentados marineros. Grandes pescadores que habían pasado gran parte de sus vidas surcando los mares en aquella nave. Y para todos esa era su pasión. Lo que no sabían, lo que no esperaban era que esas aguas que tanto amaban terminarían convirtiéndose en su lecho de muerte.
Desde esa llamada el tiempo parecía no avanzar, la angustia se iba apoderando poco a poco de nosotros al no saber qué había ocurrido, al no saber dónde estaban ni como se encontraban.
No había amanecido del todo cuando me dirigí hasta aquí. Hacia este mismo lugar donde hoy estamos tú y yo. Familiares de los otros tripulantes, e incluso tu padre, fueron al puerto. Allí podrían informarles mejor de las noticias que llegaban. En cambio yo no quería noticias. Yo sólo quería suplicar al mar que me los devolviera.
Me arrodillé, igual que estoy ahora, y comencé a rezar y a llorar y a suplicar. Y gritaba, gritaba con todas mis fuerzas. No sé durante cuanto tiempo estuve así. Después, por un momento miré al mar. Lo observé fijamente y pude ver esas enormes olas chocando con gran fuerza sobre la orilla y la resaca que producían las mismas al retirarse. Y entonces escuché un sonido, pude oír sus voces y comprendí que ya no volverían.
Esa misma noche se confirmó la noticia.
Aquel día perdí a tu abuelo, mi marido, mi compañero, mi mitad; y perdí a tu tío, mi hijo y con él las ganas de vivir.
En ese barco navegaban once personas. Sobrevivieron dos personas en aquel naufragio y murieron nueve, de los cuales solo fueron recuperados los cuerpos de cinco marineros. El cuerpo de tu abuelo y tres compañeros más se quedaron en aquellas aguas. A tu tío pude besarlo por última vez, a tu abuelo no.
Uno de los supervivientes me confesó al cabo de los meses que tu tío, mi hijo, murió en el acto.
<<La ola azotó de forma violenta la embarcación y su cuerpo salió despedido impactando contra la grúa- me decía -Su marido solo tuvo tiempo de abrazarlo mientras se quitaba el chaleco salvavidas para colocarselo a él «así podrán encontrarte» le decía. El mar siguió sacudiendonos hasta que otra ola consiguió expulsarnos de allí. No volví a verlo>>
-¿Por qué vienes aquí cada sábado, abuela? -le pregunté
-Era sábado el día que ocurrió todo, por eso este día. Este lugar porque es el único que tengo para hablar con él, para rezarle, para llorar y agradecerle que cuidara de nuestro hijo hasta el último momento, que diera su vida para que yo recuperera su cuerpo.
Una vela por sus almas y una rosa para que el mar la despoje y regale cada trozo de sus pétalos a cada una de esas vidas que se quedó para él.
En memoria de todas aquellas personas que perecerieron en el mar, ya sean pescadores, ya sean inmigrantes esperando encontrar un lugar mejor donde vivir.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Marta cumplía quince años aquel fatídico domingo quince de mayo de mil novecientos noventa y cinco. La noche anterior había estado bebiendo con sus amigos y al levantarse, a parte de tener una resaca de mil demonios, no recordaba nada de lo sucedido.
Los dos meses siguientes fueron una terrible concatenación de infortunios que desembocaron en un terrible suceso anormal para su corta edad. Sus padres la prestaron mucha ayuda cómo buenos padres pese a sus errores. Aquella noche Marta empezó a beber hasta que su embriaguez la dominó por completo, y fue esta dueña de sus actos y no ella. La prueba es que no recordaba nada debido a las lagunas etílicas de aquella noche.
Hoy Marta tiene cuarenta y siete años y un hijo de veintisiete años de padre desconocido al que gracias a la ayuda de sus abuelos pudo ser criado y Marta pudo acabar sus estudios tras muchas noches en vela.

JOSÉ ARMANDO BARCELONA BONILLA

EL INNOMBRABLE
Como el limo purulento, que deja tras de sí la resaca de una mala tormenta, el mal se propagó por la montaña, deslizándose, lento, por sus laderas, como una niebla oscura, pegajosa, conminatoria, que se desgarraba a jirones entre las breñas, uniformando el monte de un luto anticipado.
Se apagaron los fuegos en las chozas. Los corazones de las gentes se encogieron, cobardes, oprimidos por una déspota garra de hielo. El silencio se adueñó de la noche y una sucia escarcha gris, puso canas de miedo en el alba del matorral. El innombrable, un terror antiguo, milenario, cruel, andaba suelto por el valle.
Los aldeanos sentían su presencia en las majadas, por los campos, hollando los cultivos. Las bestias, en sus cuadras, nerviosas, agitadas, arañaban el suelo con las toscas pezuñas, buscando alivio para su congoja en el contacto amable de la tierra conocida. En los apriscos, un balido, coral y desgarrador, ponía en la bruma negra del amanecer, plañideros tintes de oración pagana. Hasta el natural mutismo de los graneros parecía sumarse a la angustiosa vigilia campesina.
Se reunió el consejo de las siete comunas. Había que poner fin a la pesadilla, dar caza al maligno, acabar con él antes de que sus colmillos, implacables, hicieran presa en las gargantas de las buenas gentes, llevando la tragedia a sus hogares; ruina, dolor y desesperación.
Los hombres abandonaron los aperos de labranza y tomaron las armas. Se designaron las cuadrillas, las zonas de batida. Alguien sacrificó un gallo blanco para invocar el auxilio de los dioses. La mañana seguía gris, incapaz el sol de romper el velo fúnebre de la niebla. Los perros, que sin duda habían olfateado el rastro, ladraban furiosos, tirando de las traíllas, impacientes.
Todo estaba dispuesto, no era menester dilatarlo más: un inspector de hacienda rondaba el valle y había que acabar con él antes de que terminase el día.
El caporal hizo sonar su cuerno. Se liberó la jauría. Los hombres espolearon a los caballos y, como llanto hereje y premonitorio, una fina lluvia comenzó a caer del cielo.
La caza había comenzado.

BEGO RIVERA

MI MEJOR AMIGO
“Me llamo Juanjo y soy alcohólico desde que tengo uso de razón. Aproximadamente empecé a beber a escondidas en mi casa cuando mi padrastro Pepe- también alcohólico- nos daba unas palizas a mi madre, a mi hermano y a mí que nos dejaba fuera de juego durante días. Entonces mi madre llamaba al colegio diciendo que estábamos enfermos hasta que desaparecieran los moratones.
Para escapar de esa maldita realidad (seguramente suene a excusa) le birlaba el alcohol a Pepe. Como siempre estaba en estado de embriaguez o de resaca; ni se daba cuenta, y otra cosa no… pero botellas de bourbon no faltaban.
Así encontré a mi mejor amigo, el bourbon, éramos inseparables. No tenía otros amigos. Faltábamos mucho al colegio y los compañeros nos rehuían a mi hermano y a mí por ser una familia “no recomendable” y peligrosa. Tenían razón: con quince años ya robaba en tiendas y supermercados, directo al pasillo de bebidas alcohólicas. Me pillaron alguna vez, pero aparte de los palizones de mi padrastro no hubo más que pequeños antecedentes.
Con dieciocho años mi madre me buscó un empleo, para que me encarrilara, mozo en un almacén. Me despidieron antes de una semana, me escondía tras las estanterías con mi amigo el bourbon y le daba tragos que me hacían olvidar lo malo –que era todo- vivía en otro estado consciencia más feliz, donde nada importaba visitándome la felicidad momentánea, que disfrutaba en todo su esplendor. Lo peor eran las resacas, que tenían fácil solución: acudía a mi gran amigo y se me pasaba.
De trabajo en trabajo, siempre acompañado de mi gran amigo, llegué a los treinta años sin que ninguno de los me durara más de un mes. Me hice habitual de los bares, charlaba con colegas solitarios en mi misma situación. Conocí a varias mujeres, todas esporádicas…excepto una, Casandra. La conocí en uno de estos bares, salmos juntos durante dos meses, hasta que se dio cuenta de mi problema que yo intenté disimular sin éxito por mucho tiempo. Me dio a escoger: “el bourbon o yo” dijo, evidentemente no tenía ninguna duda al respecto, el bourbon, mi mejor amigo. Me dejó.
Después de eso y siguiendo durante varios años más en la misma línea me ocurrió una cosa: una noche durmiendo la mona estuve en el infierno, fue real…la cama se puso en vertical y yo también, parecía que me iba a caer, miles de bichos: cucarachas, lombrices, gusanos, escorpiones, subían por mi cuerpo, se metían por todos los orificios, los sentía y veía dentro de mi piel. Fue tal el realismo y lo que sentí que por eso estoy aquí, buscando ayuda, si aún tengo remedio”
El silencio en la sala de alcohólicos anónimos era total. Varias de las personas presentes asentían como dándole su comprensión y entendiéndole.
-Juanjo-le habló el terapeuta- Llevas aquí tres meses y cada vez que hablas cuentas la misma historia, es como si no avanzaras. ¿Qué has hecho durante estos tres meses? ¿Algún avance? ¿Te sientes bien? ¿Qué esperas de nosotros?
– Quizás necesito más tiempo, pero creo que estoy mejor- dijo Juanjo.
Terminó la sesión de esa noche, el timbre anunciaba su final.
Juanjo salió a la calle, no volvería más. Creía que le ayudarían con sus terroríficas noches, no quería más bichos, ni voces extrañas ni… Pero ahí solo ayudaban a dejar el alcohol con terapias y medicación, medicación que él no se tomaba.
Cogió su petaca, le pegó varios tragos y pensó que esa noche volvería al infierno. Bueno, lo que tenía claro es que jamás dejaría a su gran amigo, el bourbon.

GABRIELA INÉS COLACCINI

Acumuladora compulsiva
Por no perder nada
guardé todo.
El vaso medio lleno,
también el medio vacío,
todas la de cal
y todas las de arena,
la certeza de saber que
nada es para siempre
y el miedo al
asecho eterno,
el nacimiento del brote
y la invasión de la cochinilla…
Por tenerlo todo
no solté nada.
Resentimientos
ira
abandonos
malos tratos
siembras infértiles
crecen en mí
como acacias espinadas.
¡Cuánta necedad la mía!
Ambicionar el control de todo
a como dé lugar.
Aún sabiendo de
la toxicidad de
las miserias del hombre
las enterré en
en el patio de mis entrañas.
Tarde entendí
el significado de
«tenerlo todo».
Con resaca de vida
hasta la coronilla
no me queda más
que morir
para
desempetrolar mis alas
y retomar el vuelo…

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

UN BARCO FANTASMA
Salieron al mar en plena resaca y pusieron rumbo a poniente. Después de bordear los acantilados de la costa y sortear las rocas en medio del fuerte oleaje que agitaba la barquilla, la joven pareja llegó por fin hasta el islote donde se asentaba el viejo faro abandonado. Allí pasarían juntos un fin de semana estimulante, de amor y aventura, en medio del estallido de las olas y las espumas que saltaban por los aires… La emoción fue intensa cuando pudieron traspasar la puerta y ascender las escaleras que se erguían torre arriba hasta el balcón redondo y el zócalo de la cúpula, donde una vez hubo una linterna que destellaba toda la noche y un farero que la mantenía encendida.
Fue la primera vez que hicieron el amor teniendo al sol anaranjado por testigo y sus largos brazos les estuvo acariciando hasta que se sumergió en el horizonte. Permanecieron acurrucados allí mismo gran parte de la noche, observando las estrellas henchidas de luz, escuchando los crujidos del mar nocturno, sintiendo el silbido del viento en la cara y saboreando la sal en la piel y en los labios.
Con las primeras luces del alba, el chico se acercó a la barandilla y un chorro templado y curvo comenzó a caer hacia los peñascos del fondo. El placentero momento se vio truncado cuando divisó la silueta de un barco que parecía virar hacia el islote. Temeroso, observó casi sin aliento cómo aquella embarcación sin luz se acercaba lentamente hasta ellos. No se oían motores ni se veía movimiento en cubierta, lo que le provocaba aún más desasosiego. Despertó a la chica y ambos aguardaron vigilantes hasta que el barco finalmente encalló muy cerca de donde ellos habían dejado a salvo su barquilla. Seguían sin ver a nadie. No entendían lo que pasaba. Acababan de presenciar cómo un barco pesquero sorteó las rocas que emergían del mar y llegó hasta la orilla sin motor ni velas que lo propulsara, sin nadie que manejara el timón. Y era evidente que era un barco abandonado, tenía las maderas resquebrajadas, lo recubría enormes manchas de óxido y los cristales del puente de mando estaban empolvados y rajados. No sabían cómo había podido llegar hasta allí.
Dos horas más tarde, decidieron bajar a investigar. Aquello era un aliciente más de su escapada de fin de semana, así que cautelosos se acercaron al barco, preguntaron si había alguien y como no escucharon respuesta, el chico aupó a su novia para que subiera a cubierta. Ella echó un vistazo a su alrededor. Todo estaba en una tensa calma. Fue hasta la parte de atrás de la cabina, cogió una escala pequeña de hierro y volvió hasta donde él aguardaba. No estaba allí. Al no verlo se asustó. Gritó varias veces su nombre «¡Manueeeeeel, ¡Manueeeeeel!» El acantilado respondía solo su voz con eco. Desesperada, seguía llamándole mientras recorría la cubierta como loca y se asomaba al exterior, buscándole, bordeando todo el barco. No había señales de Manuel. Fue hasta la puerta de la cabina y la encontró cerrada con una cadena y un candado mohosos. Fue hasta la escotilla. Estaba atorada por el óxido y la sal. Con gran esfuerzo consiguió abrirla, asomó la cabeza y el nombre sonó grave y hueco «¡Manueeeeeel, ¡Manueeeeeel!» Un espeso olor a cieno le hizo retroceder. Estaba angustiada, no sabía qué hacer. De pronto, notó una sacudida a sus pies y sintió cómo el barco desencallaba y se retiraba para atrás, hacia las aguas profundas. Se iba como llegó, lentamente y en completo silencio. Corrió hasta la proa para saltar a la orilla, pero se le enredaron los pies en un cable y fue a dar con la cabeza en el cabrestante. Un hilo de sangre comenzó a extenderse bajo su pelo. Perdió el conocimiento durante un tiempo que no sabría calcular. Cuando abrió los ojos, sintió un dolor punzante en la cabeza y se sentía confundida en medio de la densa niebla que rodeaba el barco. La silueta de un sol blanquecino en mitad del cielo se reflejó en la estela, tras la popa. Justo en ese lugar, bajo el agua, era arrastrado un cuerpo enganchado por el cuello al pico del ancla.
La misteriosa desaparición de otra pareja en la costa septentrional fue noticia en todos los diarios.

IRENE ADLER

RESACANDO
Navío San Juan.
En Cádiz. A 11 de octubre de 1805.
Querido hermano:
En la mar fui nombrado desde el primer día para escuadra ligera con otros dos navíos franceses, y en consecuencia, ando siempre lejos de la escuadra, visitando embarcaciones y dando caza a todo el mundo.
Como ya te conté en otras cartas, en Finisterre me echaron a perder el San Juan en la carena, y ahora el barco tumba en exceso por culpa del mucho peso y la poca estabilidad. Me quejé y me ignoraron. Pareciera que en el Ministerio de Marina fuera yo una vieja remilgada o una comadre poco juiciosa, pues mis despachos son desatendidos y cuando hago reclamo de las reclamaciones, me contestan los burócratas y los correveidiles con promesas y evasivas que les causan risas cuando no enojo. Soy para estos hombres que gobiernan la suerte de nuestros mares y de nuestros barcos desde los cómodos despachos de la seca capital, el último mono.
Me faltan avituallamiento, marinería, palanquetas para los cañones, mucho más eficaces que la bala rasa. Y luego está el doloroso asunto de las pagas: mi querido Julián, llevamos cuatro meses sin cobrar y también a ese respecto hice llegar mis quejas al alto mando. Las familias de mis hombres comen, rediós, les dije, y mis hombres echan los bofes trabajando a las órdenes de imbéciles o ineptos que saben de náutica o de punterías lo mismo que un niño de ocho años. A fuerza de quejarme por todo, al parecer, me he convertido en la pesadilla del Ministerio, la Armada, Gravina y el almirante de la escuadra combinada, Villeneuve, que le tiene más miedo a Napoleón que al mar, al barómetro o a Nelson. Y que al recalar en Cádiz, comportóse con evidente collonería al impedirme dar caza a una fragata inglesa que no había avistado la escuadra principal. Híceme el tonto y el desentendido, ignorando las señales que se me hacían, hasta que el francés se cuidó mucho de personalizarlas, lo que en la mar viene a ser como llamarte a voces, y ya no pude dispensarme de obedecer, perdiendo, otra vez, una oportunidad valiosa de golpear la moral del enemigo.
A menudo se me hace saber que andan los franceses orgullosos y encantados de tenerme de capitán en la escuadra, por mi reputación y mi experiencia de mar, pero me pregunto de qué sirve que te reconozcan la valía, la aptitud y la fama, si luego no tienes ni voz ni voto y triunfan la estupidez frente a la experiencia y la temeridad frente a la pericia marinera. De qué sirve que te reconozcan como uno de los mejores marinos del siglo si no ves ni un real de la paga que se te debe, y me veo en la penosa obligación de recurrir a un amigo con posibles de El Ferrol para que me asegure el futuro de Dolores. O a ti, Julián, que la liberaste de los apuros en que andaría para devolverte los 1356 reales que te debía, y que te pagaré yo tan pronto como pueda. De qué sirve escribir tratados de punterías y náutica y astronomía y cartografía, si luego nos ordenan y nos disponen la vida mequetrefes y cortesanos que vomitan sobre las cubiertas y se les doblan los hígados y las rodillas cuando se les desploma el trinquete por los balazos.
Pero nací para morir en el mar y por esa razón que es tan mía, como lo son de cada cual el amor, la fe, la esperanza o el coraje, es que hago tan bien lo que hago. Y aún así, o quizá por éso, aquí estoy, resacando, que es como llamamos nosotros a tirar de un cabo para que no estorbe a la maniobra.
Este país es la maniobra, Julián.
Y yo soy el cabo.
Tú afectísimo hermano
Cosme Damián Churruca y Elorza

RAQUEL LÓPEZ

No recuerdo cuánto tiempo llevaba inconsciente en la arena….
-¡Vamos Nick,hoy el mar juega a nuestro favor!¿Ocurre algo?
-No sé,tengo un mal presentimiento.
-No seas aguafiestas,saca tu tabla y vamos a romper olas.
-Esta bien Peter,esta vez lo conseguiremos.
Había fuertes corrientes de resaca y eso nos ayudaba a sobrepasar el área donde rompen las olas.
Para evitar quedar atrapado, revisé los pronósticos de la marea antes de dirigirme a la playa,siempre lo hacía e incluso traté de enterarme como estaban las condiciones actuales del mar,pero aún así,me sentía nervioso y no era algo habitual en mi,pues llevaba desde los diez años surfeando las playas de California gracias a mi padre que fue mi mejor maestro.
Peter,mi mejor amigo y yo,nos lanzamos al mar,la verdad que las olas eran espectaculares ,era maravilloso poder dominarlas..
Pero algo pasó,en cuestión de segundos una corriente del fondo me hundió, pensé lo peor pero enseguida salí a flote solo tuve que relajarme y aguantar la respiración .
Conseguí de nuevo subirme a la tabla y seguir surfeando,mientras observaba a Peter desde la orilla que intentaba avisarme para que volviera a la orilla ,era demasiado tarde se acercaba una tormenta e iba generando olas mucho más grandes,solo recuerdo que vi una ola acercarse a mi ,llevándome a una corriente de resaca que empezó a sacudirme y volverme a lanzar hacia al fondo casi a una velocidad de cinco millas..
Cuando me desperté,vi que estaba en la orilla,alejado del lugar donde estaba mi amigo,solo sé que escuche una voz…
-Tuviste suerte,-me dijo uno de los salvavidas que acudieron a mi rescate gracias a que Peter les avisó.
-Podías haber sido halado hacia el mar y haberte quedado allí atrapado.
Respiré tranquilo,ya todo había pasado..
«La asociación de salvavidas de California reporta cantidad de rescates relacionados con las corrientes de resaca y calcula que alrededor de 68 muertes al año,son de surferos»

EFRAIN DÍAZ

-Abuelo, nos cuentas una historia?
-Seguro que sí. Tengo una muy buena.
Hace mucho tiempo, cuando estaba en mis años mozos y rebosaba de juventud, había una joven muy hermosa en la comarca. Era la joven más hermosa que yo haya visto jamás. Quedé perdidamente enamorado de ella.
Mi padre era un hombre muy fino y elegante y con su ayuda, construí el mejor de los piropos del mundo. Se lo dedicaría a dicha joven.
No hice más que verla en uno de los mercadillos apostados en la calle, me le acerqué y con voz grave y profunda, le recité el piropo. Ella se ruborizó, pero me dio una de las sonrisas mas hermosas y resplandecientes que haya podido ver en mi vida.
Yo desconocía por completo que la hermosa doncella estaba comprometida para matrimonio con el hijo del alcalde, un tipo arrogante y prepotente. A costa de que su padre era el alcalde de la comarca, él se creía el dueño del pueblo.
Un testigo del momento en el que le recité el piropo a la jovencita, fue corriendo al prometido de ésta y le contó mi proeza. Para mí era una proeza haber piropeado semejante mujer.
Su prometido, Antonio, se lo tomó como la más grande de las ofensas. Y puedo entenderlo. Las mujeres comprometidas se respetan, excepto que yo desconocía del compromiso. En efecto, mi piropo había sido una ofensa y una afrenta a su dignidad de hombre.
Esa tarde, Antonio fue a mi casa y desde la calle gritó mi nombre lleno de rabia y coraje. Mi padre y yo salimos. Ya le había contado lo sucedido.
Antonio, lleno de ira, expresó el por qué de su enfado. Dijo que una ofensa a su honor y a su dignidad de hombre solo tenía un arreglo posible. Me retó a un duelo.
Tan pronto escuché la palabra duelo, mis rodillas comenzaron a temblar. Estaba muerto de miedo. Mi padre, ni corto ni perezoso, aceptó el duelo con la mayor de las gallardías.
-A muerte o a la primera sangre? Preguntó mi padre.
El hijo del alcalde titubeó, pero al ver la seguridad y la severidad de mi padre, contestó «a muerte».
-Muy bien. En dos semanas a partir de hoy, en la orilla del riachuelo bajo el árbol de mango. Escoja su padrino y ambos verificarán las armas dos días antes y en la mañana del duelo, previo al mismo. Le dijo mi padre.
-Así sea. Contestó el prometido de la joven. El hijo del alcalde.
Yo estaba muerto de miedo. Nunca había manejado un arma de fuego. A pesar de que mi padre poseía dos, yo nunca había disparado una. No se como mi padre aceptó un duelo.
-Hijo, un verdadero hombre nunca rehuye de un reto. Solo huyen los cobardes y nosotros no lo somos. Aquí morimos con las botas puestas. Con honor y con dignidad. me dijo mi padre.
En esas dos semanas mi padre me enseñó a disparar un arma. Me dio los fundamentos básicos de la puntería. Cómo agarrar el arma. Cómo apuntar. Cómo medir distancias y cómo lidiar con el viento. Y lo más importante, como apretar el gatillo para que el tiro salga perfecto.
-Hijo, el gatillo no se hala. Se aprieta suavemente y con la yema del dedo. Deja que el tiro te sorprenda. Que no lo esperes. Solo así saldrá certero y al blanco. Respira con calma. Una respiración apresurada, hará que falles. Es mejor apretar el gatillo con los pulmones vacíos. Andando, hay que practicar.
Practicamos mucho. Tengo que decir que mi padre sí sabía disparar. Lo hacía con un temple y con una elegancia digna de un verdadero caballero. Acercándose la fecha del duelo, me dijo que Juan, un buen armero e íntimo de mi padre, sería mi padrino.
Dos días antes, como acordado, Juan llevó el arma que yo usaría para que el padrino del hijo del alcalde la verificara. El también verificó la que mi rival usaría.
Ambas armas habían pasado la correspondiente inspección y solo quedó que llegara el día del duelo.
Mientras más se acercaba el día del duelo, más ansioso estaba. Un manto de terror cubría mi cuerpo. Pero ni modo, mi ofensa había provocado el duelo y como hombre tenía que cumplir.
La noche antes del duelo mi padre se sentó conmigo. Cuidadosamente planchó la ropa que yo usaría.
-A una cita con el destino se va con las mejores galas, hijo. Nunca olvides eso. Estás preparado. Tienes los fundamentos correctos y has practicado bastante. Guárdate de dos cosas, la respiración y no hales el gatillo, apriétalo suavemente y deja que el tiro te sorprenda.
Estaba nervioso, muy nervioso. Esa noche no dormí absolutamente nada. A media noche, mientras todos dormían me levanté y vi una botella de whisky que tenía mi padre. Me la llevé a la habitación.
Mi padre me levantó a la mañana siguiente y vio la botella. Me miró severamente pero no me dijo nada. Me ayudó a vestirme. Me vistió con el cuidado que una madre viste a su hija que se va a casar. Ya vestido, había ensillado el caballo y me marché a la orilla del riachuelo bajo el árbol de mango. Mi padre se despidió de mí con un fuerte abrazo. Me besó en el cachete y me dijo que no huyera. Que enfrentara mi destino. Que estaba muy orgullosos de mí. Y con dos lágrimas en los ojos, le dio dos nalgadas al caballo que arrancó hacía el riachuelo.
Al llegar al riachuelo, estaba el hijo del alcalde con su padrino, Juan, que era mi padrino y dos testigos que había traído el hijo del alcalde.
Me bajé del caballo dando tumbos. Tenía dolor de cabeza producto de la ingesta etílica de la noche anterior. Tenía resaca.
Juan me miró con gesto desaprobador. Ya era muy tarde. Nada se podía hacer.
Los padrinos volvieron a inspeccionar las armas, esta vez frente a los testigos. Ambas armas pasaron la inspección.
El hijo del alcalde y su padrino estaban celebrando la victoria. Sabían que mi resaca afectaría mis habilidades.
No empece a mi indiscreción, Juan se comportó como un verdadero padrino.
-No hay viento. Así que vas a disparar al pecho para que la bala, con el impulso del cañonazo, suba a la cabeza. Ya acordamos las reglas. Van a pegarse de espaldas con el arma en las manos. Quise estipular veinte pasos, pero la ofensa fue muy grave y ya sabes, a mayor la ofensa, menos cantidad de pasos, así que van a dispararse a diez pasos. Fue lo mejor que pude pactar. Cómo estás borracho, el hijo del alcalde no tuvo problemas en que dispares primero. Aunque dijo que no había honor alguno en batirse en un duelo con un borracho, no lo dejará para otra ocasión. Así que dispararás primero. Si fallas, el se tomará todo el tiempo del mundo para asegurar su tiro. Buena suerte.
Ya la suerte estaba echada. Muerto de miedo, caminé hasta el área estipulada con mi arma cargada.
Sentí al hijo del alcalde pegar su espalda junto a la mía. Temblaba de miedo mientras él estaba tranquilo y confiado.
-Has cometido un grave error en venir borracho. Te voy a arrancar la cabeza de un tiro y se la voy a enviar a tu padre. Me dijo el hijo del alcalde con la prepotencia que siempre lo había caracterizado.
Uno de los testigo dio la orden de que comenzáramos a caminar. Mientras el hijo del alcalde dio pasos normales, yo di pasos más cortos para no estar tan separados.
El testigo comenzó la cuenta de pasos. Al paso número diez nos detuvimos y nos dimos la vuelta. Agarré mi arma firme, equilibrado y balanceado. Apunté al pecho como me había indicado Juan. El hijo del alcalde me miró aterrado. En sus ojos se notaba el miedo a la muerte. Fue en ese momento que se dio cuenta que había caído en una trampa. Fue en ese momento que supo que mi resaca había sido fingida y me había dejado disparar primero. Tan pronto vio como agarré el arma y comencé a apretar suavemente el gatillo con una media sonrisa mientras le apuntaba con toda la seguridad del mundo, se dispuso a decir algo. Tan pronto abrió la boca, se escuchó un tiro seco y solitario. El cuerpo del hijo del alcalde había caído de un certero tiro en la frente y los testigos dieron fe de ello. Había sido un duelo limpio. Se habían cumplido las reglas.
Queridos nietos, aprendan temprano en la vida que vale más la maña que la fuerza. Nunca lo olviden. La astucia.
-Abuelo, y que fue de la prometida del hijo del alcalde?
-Debe de estar en la cocina preparándoles una merienda.

LA GATA LÓPEZ

RESACA MENTAL
Intervendrá el Cielo para salvarnos de nuestro pecado? Dime ¿ Lo hará? Nada viene sin una consecuencia o un costo y eso me asusta. No quiero vivir con miedo, con el corazón encogido por cualquier causa, por un acto, por una palabra tuya.
Te has apoderado de mi mente, pero igual que te dejé entrar te echaré de ella si me traicionas. No te la creas tanto, no lo eres. El problema lo tengo yo que te he puesto en un pedestal. El problema es mío, mío y de mi soledad, que es la única que nunca me abandona. » Deja atrás tu corazón y deséchalo» me dice mi razón pero es mas fuerte el sentimiento de mi corazón.
Prefiero ser el cazador que la presa. Todavía queda mucho camino por delante para saber que pasará. Voy a jugar tu juego a ver hasta donde llegas aunque eso implique salir perdiendo.
Cuando termines de jugar, recogeré mis pedazos del suelo y resurgiré como el ave Fénix a través del fuego de mi alma y el dolor. Tengo que enfrentarme a mis miedos, pero dañaré a otras personas si lo hago, o son ellas o soy yo.
Dejarte ahora sería un acto de cobardía o una retirada a tiempo?
Tengo el corazón abierto para ti, tómalo y destrózalo como quieras, pues lo que va a ocurrir, de todas formas estaba rota y tu amor me volvió a reconstruir. ! Qué juego tan peligroso ! Sobre todo si estas jugando o lo estoy yo, solo soñando despierta.
Sino pierdo el miedo a perder seguiré perdiendo y nadie podrá salvarme. Esto son son solo palabras, pues los hechos duelen mas y torturan mi mente, pero sabes, tengo Fe.

MARIÁNGELES AB PYP

Terminamos con una copa de cava y levantando nuestros pies al unísono de aquel suelo que resultaba casi elástico a la vez que repugnante. Es normal, todo se hace desagradable al día siguiente.
Esa época fue para mí de auge. Me despertaba embriagado en una mezcla de perfumes, aunque nunca sabía bien a quién pertenecían; sólo que ella me acompañaba aguantando todas mis idas y venidas siendo fiel aún sin motivo.
Iba de convención en convención , de una conferencia a otra, a entrevistas y manteniendo llamadas eternas en la que acababa sólo asintiendo al otro lado. Lo reconozco, no me faltaba el dinero y tampoco me hacía falta; siempre tenía a alguien invitándome a lo que fuera. Lo tenía todo y lo era todo , pero vivía en una nube.
Aquel día no fue el habitual. Salimos de aquella sala V.I.P. y en el taxi nos quitamos los zapatos pegajosos con aroma a nicotina, orina y licor. Todo me daba vueltas y arcadas, hasta que le vomité encima. Siempre estuvo ahí , pero se limpió con mi chaqueta y se marchó.
La noche antes mi representante me dijo que ya no era nadie y que le debía mucho dinero. Se lo conté a ella y dejó que aquella nube me tirara al suelo, quedándome en la ruina y harto del mejor vodka.
A partir de ahora, ya sólo llevaría mi mejor traje, un dolor de cabeza, una cerveza en la mano y un gran cambio de rutina.

ADRIANA FRANGI

Sábado a la noche,
Noche de charla,
Noche de silencios,
Noche de ausencias,
Toda una espera.
Encuentro esperado,
Almas solitarias,
Almas gemelas,
Almas vacías,
Noche, que solo tu inventas.
Copas, velas, música,
Un champagne esperando,
Unos cereales, unas guindas,
Una cama en vela.
Sexo, pasión, lujuria,
Mucha ilusión,
Pasión eterna,
Instantes irrepetibles,
Despedida insierta.
Despertar pesado,
Lágrimas como cataratas,
La cabeza estalla,
No recuerdas nada,
Nauceas, espasmos.
Resaca matutina…
Tu, la botella, y una nota sobre la mesa…

ANGY DEL TORO

VIVIR ES INTENTARLO
Una resaca duele menos que el desamor que siento. La tan cacareada guerra, más dos años de pandemia dentro y fuera del hogar han provocado que mi vida se hunda en un abismo.
— Ya está bueno de tomarme la vida en serio — dije gritando a mi mujer — me tienes harto, no soporto esta incertidumbre. Llegar a casa y comenzar a sentirme mal es la misma cosa. He decidido terminar contigo y también con el mundo. Me acaban de despedir del trabajo, alegan que estoy bebiendo demasiado y que eso se nota. Es cierto que me siento inseguro, tengo náuseas y para mayor desgracia, hoy un policía me ha detenido y llevado a la estación, expone que por conducir en estado de embriaguez.
— Ya ves que no es majadería mía, sé que no tienes aliento etílico, pero de que te comportas raro, eso sí que es cierto. Los dolores de cabeza y el cansancio que siempre tienes son alarmantes, te duermes en cualquier lugar. Si eso no es resaca, que venga Dios y me diga.
— Y dale con lo mismo, nunca he sido borracho, pero si la vida así lo quiere, lo seré. La peor resaca es que te estén acusando constantemente de lo que no eres, tu incomprensión duele y mucho.
Sus síntomas responden a una “resaca emocional” — dijo el doctor y continuó — es el estado de cansancio mental que muchos estamos sufriendo y me incluyo. Les invito a compartir las técnicas de autorregulación, controlemos el estrés.

MERCEDES FERNÁNDEZ LÓPEZ

-¿Cómo has amanecido?
-Con resaca
-¿Y eso? ¿Tanto bebiste?
-Ayer me emborraché de él y de su amor. Fueron unas horas mágicas donde su mirada y sus manos me embriagaron de dicha.
-Joder, chica, eso suena de muerte ¡¡Cuánto me alegro!!¿Sabes cómo se quita una buena resaca?
-Con una aspirina
-No, las resacas del corazón como la tuya, se quitan con un abrazo, con escuchar de nuevo un «te quiero» y un «te he echado mucho de menos». Vuelve a él y desaparecerá todo ¡¡Corre!!
Y así, con el consejo de su amiga, se vistió rápido y fue a su casa, ansiaba verle de nuevo y volver a amarle como el día anterior.
No veía el momento de estar de nuevo en sus brazos.
Llamó suavemente a la puerta con los nudillos y su corazón se paró cuando una mujer en ropa interior abrió la puerta. Mientras, escuchaba a lo lejos su voz … «cierra, ven pronto a la cama, que te voy a comer enterita»
Despacio se fue caminando, o mejor dicho, levitando porque no sentía sus pies.
Entró en el primer bar que encontró
-Un coñac
Al día siguiente volvería a tener una enorme resaca.
Pero, ¿qué haría con la resaca de su amor? Pediría otro coñac
MER 💔🍷

SISI ZIRCONITA

Aun no me creo que estoy aquí en este mundo.
Hace tiempo que dejé de creer en el ser humano.
Yo era un empresario de éxito, rodeado de una buena vida, una bonita familia y un trabajo que me aportaba bienestar económico y emocional.
Ese entorno estaba también rodeado de buenos amigos o eso creía yo
De golpe llego la crisis de la burbuja inmobiliaria a este país y fue un caos. Yo intenté mantener a mis empleados todo lo que pude, pues soy un hombre con principios y quería que todos pudieran mantener a sus respectivas familia , igual que yo a la mía.
Yo confiado en mis abogados y asesores deposité toda mi confianza en ellos, pues los consideraba amigos, cría amigos y te sacarán los ojos.
Firmaba todo lo que me decían, pues me explicaban y era bueno para la empresa supuestamente. La realidad fue otra, hubo desfalco ,apropiación indebida y más cosas.
De la noche a la mañana todo embargado, solo el perjudicado fui yo , ellos se lo llevaron fresco, pero se lavaron las manos como no pilatos.
Mi reputación cayó en picado y me sentí vacío,estafado, defraudado y abandonado hasta por mi familia. Me paso como dice la canción»» cuando yo tenía dinero me llamaban Don Tomás, ahora que ya no tengo me llaman Tomás nada más»‘, ni eso siquiera , me había convertido en un ser despreciable .
No tenía nada, ni familia, ni dinero, ni casa , ni amigos y lo más duro ya no tenía ni dignidad.
Estuve siete años vagando por las calles, durmiendo entre cartones y sobreviviendo cómo podía. Mi vida estaba vacía y era caótica, cuántas veces deseé que acabara aquella existencia.
Al parecer había llegado esa hora , dos jóvenes me acorralaron y empezaron a meterse conmigo , riéndose y queriendo quitarme mis pertenencias «de mierda» solo para hacer daño. Intenté defenderme , pero en el intento me apuñalaron. Caí al suelo , me habían dado un par de navajazos, la sensación fue nueva, un frío recorrió mi cuerpo y cuando me desplome salieron corriendo.
Ya no recuerdo más,solo que desperté en el hospital , había una enfermera muy amable, pero que me miraba mucho y de una forma muy rara, como si me conociera.
Yo por mucho que intentaba , no la reconocía pero si es cierto que me sonaba su cara.
Era el cambio de turno y la esperaba con ansias, era muy atenta y eso me agradaba.
– Ya decía yo que me sonaba tu cara! Eres Alberto el padre de Almudena!
-si! – Exclamé asombrado .¿ Quién eres tú?
-Soy la madre de de Sonia, la amiga de tu hija.
Me preguntó cómo había llegado a esa situación? Y que algo había oído .
Le conté mi historia con lágrimas en los ojos, era la
primera persona en siete años que se interesaba en mi persona .
Se ofreció a ayudarme,. Mostrándome su humanidad. Todavía estoy con la resaca, adaptándome a la normalidad, estoy muy agradecido pues he vuelto a creer en las personas y tener dignidad aunque ya no sea «Don Tomás».

SERVANDO CLEMENS

Amor al primer encuentro
Las luces neón ingresaban por un resquicio de la ventana y la brillantina de sus piernas resplandecía como luciérnagas de una noche cerrada. Su vestido dorado estaba tirado en el suelo y su ropa interior colgaba de un perchero que estaba a un lado de la cama. En la televisión que olvidamos apagar pasaban infomerciales. La botella de vino se había caído del buró y los vidrios quedaron desperdigados por el mosaico viejo de aquella habitación de motel. Me acerqué. Le di un beso tierno en la frente. Olí el perfume de sus pechos redondos. Pasé el dedo índice por los surcos de su abdomen cuadriculado hasta culminar en su ombligo. Ella se estremeció un poco y enseguida cambió de posición. Me recargué en la cabecera y fumé un cigarrillo. Pensé en invitarla a desayunar a un fino restaurante y por la tarde llevarla al cine. Quizá por la noche podríamos ir a bailar a una discoteca. Podría ir a conocer a sus padres un día de estos. De verdad me había enamorado a primera vista. Ella despertó. Lucía hermosa con el cabello alborotado. Quiso bajar los pies y entonces le dije que tuviera cuidado con los cristales. Se puso mis botas, bajó de la cama y se vistió. Tomó un sorbo de agua del lavamanos, se enjuagó la boca y escupió. Dijo que ya era tarde, que tenía que volver. Me pidió que la llevara de regreso. Claro, le dije, te llevaré a donde tú lo desees. Se puso el abrigo y se me quedó mirando, se notaba que quería decirme algo, pero no se animaba.
—Eres encantadora —le dije—. Me gustas, en serio.
—No estoy acostumbrada a hacer las cosas de este modo —dijo, tomando su bolso del tocador—. Supongo que bebí de más y no pensé con claridad.
—No te preocupes, yo tampoco actúo así.
—Me refiero a que yo suelo cobrar al principio.
—¿Cómo?
—Son mil pesos —dijo.

RAFAEL ARAIZA

Delirium
Borracho y loco correteé arcoiris, levanté el manto negro de la noche y me acosté con las estrellas, ¡con todas ellas!
Al alba, el gigantesco y ardiente sol asaltó mi maltrecha humanidad con cefaleas terribles que terminaron en arcadas mortales.
Vagué cual muerto viviente hasta encontrar maná picante y caliente que me fortalecieran para reiniciar el ciclo del ebrio.

KATA MAR

En la mañana Marco se levantó con un dolor de cabeza tenaz, no sabía por qué, solo tenía vagos recuerdos de lo que se suponía que había ocurrido, rápidamente llamo a su mejor amigo Miller para preguntar, a lo que este procedió a contarle, todo al parecer esa noche paso de todo y él no se acordaba de casi nada a la media mañana se tomó un jugo de naranja, pero rápidamente lo devolvió, no lo pudo retener en su estómago. él no era mucho de trago, pero esa era la noche, la mejor de la noche por que la mejor de sus amigas MILLIE se iba a casar.
Por fin después de 10 años de relación entonces era la ocasión perfecta, en la reunión anterior Miller constantemente le decía:
-parcero recuerde que usted no sabe que es el momento después del trago, un guayabo muy tenaz.
-pare, pare ya, marcos no le hizo caso sino hasta esa mañana donde recordó sus palabras. Y por primera vez supo que era una resaca.
Esa fue la resaca mas terrible se su existencia, hasta la comparó, con la guerra de lo desastrosa que fue. No pudo comer en todo el día, todo le daba gamas de vomitar tenía mareos, recuerdos difusos… quería morirse. Estaba tan desesperado por lo que sentía, prefirió coger las almohadas, su cobija y a dormir.

BEATRIZ ÁNGEL

OTRA RESACA.
Un destello de luz caía haciendo espirales sobre un fondo gris oscuro, era hipnotizante ver como aquella particula flotaba en el aire y seguía descendiendo a cámara lenta formando un delicioso encuadre que invitaba a cerrar los ojos y dormir produndamente de no ser por el frío insoportable que calaba sus huesos. Cuando pudo enfocar sus turbios ojos, y con la poca cordura que le quedaba, ubicó aquella relajante mota en el helado copo de nieve que se dirigía hacia ella.
– Joder, que frío!! Qué coño hago aquí tirada en la calle? Puaj!! Me sabe la boca a restos de gin tonic rosa con colillas dentro.
De repente una arcada seguida de otras dos que precedieron la vomitona inebitable.
– Otra vez me la he pillado gorda, es que no aprendo. Y espérate a averiguar a quien has avergonzado, gritado o hasta puede que golpeado en algun momento de la noche. Dios!! No quiero mirar mi móvil, seguro que la he liado.
Tambaleándose fruto del frío y sin duda del cóctel de sustancias que aún circulaba por su delgaducho y pálido cuerpo, consiguió llegar hasta el portal de su casa, por suerte estaba cerca.
– Seguro que me he desmayado justo antes de llegar, me habrá visto algun vecino fijo. Me conformo con llegar a la cama sin potar en ningún rellano.
El ascensor no era muy buena idea por razones obvias asi que enfiló Corina las escaleras arriba equilibrando su peso con el hombro arrastrando por la pared, tenía la chaqueta desgastada de usar esta técnica de emergencia para llegar a casa.
– Venga que yo puedo, ya solo es sacar las llaves y entrar, como si llegas después arrastrándote hasta la cama. Uf, uf que fatiga, no, no, piensa en otra cosa venga, a ver dónde estuve anoche…
La laguna mental en la que se encontraba la ayudó a llegar hasta la puerta de casa y cogiendo aire como si fuera su último aliento metió la llave de golpe y se dejó caer tras la puerta para ir a cuatro patas hasta la habitación.
– Estoy empapada, me tengo que quitar toda esta ropa, me va a costar la vida, lo estoy viendo. Tengo que comer algo para que se me pase este pedo monumental.
Destartalada y a duras penas, pudo armar algo que podía parecerse a un sandwich de jamón y queso. Se arrepintió al segundo de meterse el primer bocado en esa boca que parecía el desierto del Sáhara, más seca que la mojama de su pueblo. Aquello se hizo tal bola que tubo que beber un trago de agua para poder despegar de su paladar el pan de molde. No fue mejor, porque el pan remojado con el agua adquiere una textura que no os recomiendo y menos si acabáis de vomitar.
– Oh, madre mia que asco. Le saco el pan y a ver si al menos me puedo tragar algo y me meto en la cama.
Se quitó la ropa que ya debía rondar la misma temperatura que hay en las cascos polares a trompicones, golpeándose con todo a su paso por la desordenada habitación de adolescente recién independizada.
– Qué puto frío, entre el cuerpo cortado que tengo y la ropa mojada me va a dar un infarto.
Ya en la cama el sabor amargo en el fondo de la garganta no la dejaba dormir, pero el frío le impedía mover ni uno solo de sus agarrotados músculos, aún así, sabía que aquello era alargar el sufrimiento porque no podría dormir si no se lavaba los dientes.
– Hace frío pero merece la pena, vete a saber si se te has metido la cosita de alguien en la boca.. No, no, frota, frota, un respeto por la poca dignidad que te queda anda…
De vuelta a la cama decidió mirar el móvil.
– Ay ay, la primera en la frente, ya le he vuelto a escribir a mi ex, si es que lo sabía. Menos mal que no los ha visto, los voy a borrar. A ver a Lucía que le he puesto. No jodas, me he ido a casa de Pablo? Has hecho bien en lavarte los dientes.
Toda la noche, excepto algunos fragmentos que seguramente era mejor no recordar, volvió de repente a su mermada psique.
– Bueno, lo hecho, hecho está, ahora ya a pasar esta resaca infernal todo el día agonizando en la cama ya es bastante castigo, el karma ha hablado. La próxima vez salgo de «tranquis» porque esta mierda de día que estoy pasando se me olvida con dos copas demasiado rápido.

RAÚL LEIVA

Amistad
Cuando se despertó después de una noche de borrachera, se encontró esposado al cuerpo de su mejor amigo. Ambos estaban unidos por sus manos derechas. La primera reacción fue un continuo vómito y la sensación de querer despertar de una pesadilla que no fue. Vanos fueron los esfuerzos por desprenderse de su compañero de resacas. La cabeza le latía y el dolor lo hacía maniobrar torpe e inconsistente. Cuando pudo juntar un poco de fuerza, logró cargar a su amigo sobre su espalda y trató de salir del extraño lugar donde se encontraban ambos. Las habitaciones se sucedían a lo largo de un pasillo y las ventanas se encontraban trabadas por fuera. Ni un solo ruido, ni un indicio que lo pudiera orientar o al menos confundirlo en una forma más conocida. Vagó horas por la casa, gritó lo más fuerte que pudo, golpeó cuanta ventana se cruzó y derribó con la poca fuerza que le quedaba cada una de las puertas que lo alejaban más y más de la salida. Sus piernas comenzaron a temblar y cada paso le costaba una blasfemia. El escaso aire apenas lo mantuvo con vida durante seis o siete horas de tremendos esfuerzos inútiles. Cayó pesadamente al piso. Un bulto se le hizo familiar en la cintura. Con dificultad y luchando contra la rigidez cadavérica de su amigo, logró sacar el revólver que contenía una sola bala. Ausente de soluciones y abatido en su lucha, llevó el arma a la sien y se reventó la cabeza con un sordo grito que retumbó en toda la casa.
Ambos cuerpos quedaron en el piso al menos una hora, cuando el supuesto cadáver de su amigo comenzó a moverse. Se levantó con el cuerpo acalambrado y miró al suicida largamente.
Buscó en los bolsillos de su pantalón y sacó tres llaves. Con la más chica, abrió las esposas y se liberó de su carga.
Se masajeó la muñeca entumecida y se dirigió a la puerta más cercana. Con la llave más grande abrió la primera puerta que encontró y un resplandor iluminó la habitación. Salió y cerró la puerta sin mirar atrás al tiempo que tiraba en una alcantarilla la tercera llave.
El cuerpo aún con vida del suicida, vio toda la situación mientras un hondo sopor le alivió todos los dolores y las culpas.

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

EXCESIVA MENTE
¿Dónde demonios habré dejado el maldito bolso?
Era la pregunta que se hacía una y otra vez, mientras la cabeza le daba mil vueltas, a punto de estallarle.
Evelyn era una mujer despampanante, con un cuerpo hecho para el pecado. Al menos eso pensaba ella. No tenía límites ni conocía fronteras. Cada noche, cruzaba el umbral hacia el otro lado, sintiéndose la musa de Lou Reed y caminando por el lado más salvaje de la vida. Lo había probado todo. Sus noches eran una amalgama de todos los excesos imaginables. Los mismos excesos que ahora le habían llevado a encontrarse tumbada en un lugar desconocido, con la boca reseca, el aliento apestando a alcohol y su mente en caída libre. No paraba de mirar de un lado a otro, completamente desorientada, tratando de buscar respuestas, y sobre todo su bolso. Como si el bolso fuese lo más importante que debía buscar en esos momentos. Esa noche había perdido el rumbo, definitivamente.
Por más que intentaba recordar, no tenía la más mínima idea de cuál era su ubicación, ni de cómo había llegado hasta allí. Desplomada en el suelo, se le ocurrió hacer una llamada usando aquel vetusto teléfono de rueda, un dinosaurio de otro tiempo. Pero no recordaba ningún número conocido, ni tampoco había línea. Por no haber, no había ni cable. El teléfono era de atrezzo, de cartón piedra, como todo lo que había en aquel escenario que parecía sacado de un decorado de teatro. Igual que los dos butacones que la sostenían, de un color verde parduzco, cuya fecha de fabricación no sería capaz de datar ni el más experimentado arqueólogo.
Intentó recordar algo que le arrojara una pista, el más mínimo indicio de cuyo hilo poder tirar. Su mente en aquel momento era un completo desierto. No obstante, se aventuró a elaborar hipótesis. Quizá se encontrase plácidamente durmiendo, y todo formaba parte de un mundo onírico generado por los imprevisibles efectos del alcohol. ¿Un viaje al pasado? Quizá, Podría ser. Aquel mobiliario de otro tiempo le recordaba la vieja casa de su abuela, en la que transcurrieron sus días de niñez. Pero no, nada que ver. Aquella habitación oscura y siniestra no se parecía en nada al contenido de sus felices recuerdos. Entonces, a su mente acudió la peor de las opciones. Igual estaba muerta, y aquello era el Cielo. Entonces soltó una carcajada solo de pensar en lo ridículo de la situación. Imposible. La habitación olía a cerrado y estaba comida de polvo y mugre en cada uno de los rincones. Demasiado cutre para ser el Cielo.
De pronto, entre el ir y venir de las olas que empapaban su resaca mental, un repentino rayo de luz iluminó su cabeza. Instantáneamente lo vio todo claro. Recordó donde estaba… y dónde estaba el bolso que tanto había buscado. A toda velocidad, Manolo se desencajó la peluca rubia, se quitó como pudo toda la purpurina que cubría su cara y se deshizo de aquellas plataformas de fantasía que en más de una ocasión habían estado a punto de dislocarle un tobillo.
Aquel fin de semana había sido el más largo e intenso de cuantos recordaba. Pero ya era lunes y estaba amaneciendo. Su jefe y unos clientes le esperaban. Tenía reunión a las ocho en punto en la oficina.

ALFONSO FERNÁNDEZ PACHECO

Paca y la resaca
Vaya asco de resaca
Ni la lectura la saca
Ponme una cervezaca
Por Dios, por los santos, Paca
He de hacer testamento
Redacta deprisa, Paca
No sea que esta resaca
Me deje como un jumento
Qué rica la cervezaca
Disfrutaré del momento
Rellenaré la petaca
Te lo dejo todo, Paca
Ese es mi sentimiento
Y lo metes pa la saca

RAMÓN CORREA ÁLVAREZ

RESACA++++narrativa -reflexiva.
Narrada en primera persona.
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No fué nada fácil entender lo que me pasó en una pea de despedida.
Fué tanto el licor que entró a mis venas;que mi cuerpo y mente alucinantes en esa borrachera entraron en estupor y viajé en ese trance allende a las fronteras,en donde me recibieron dos figuras hetereogénicas,con una luz,la una,brillante;la otra,con una luz opaca y sombría.
Me colocaron una venda y me esposaron las manos.
Luego de caminar por un espacio de tiempo;que para mí se hizo una eternidad,me quitaron la venda ,y ví, el allá,rodeado de inmensos piélagos sombríos,llenos de máquinas de tortura, y más allá,unos inmensos mares llevando las resacas a lo más distante de sus orillas colmadas de ruidos estridentes y de música fúnebre como si fueran una ceremonia sepulcral.
Después me quitaron las esposas y me presentaron ante otra figura con una luz brillante en su entorno que vestía una toga blanca,como si fuera juez y al mismo tiempo fiscal,que me condujo a una colina en donde yo podía observar a esas dos figuras con formas maquiavélicas obrar.
Luego sacó un documento,como un memorial,y me leyó: eres un hombre ahito de necias ambiciones y se convirtío en un tornado llevándome sin escrúpulos para pedirles templanza y caridad….
Luego me pusieron de rodillas y leyeron por ser disoluto y taimado te arrastraremos por la fuerza para imponerte la fétida cruz de tus pecados.
Y como en un viacrucis, en cada estación,me leían todos mis errores, y justiciaban mis vicios, mis lascivias;mis atropellos con mis semejantes;y cada vez, mi cuerpo se enllagaba y supuraba todas mis bellaquerías.
De pronto apareció un ser casi angelical con una balanza que sopesó mi crueldad,mi despilfarro,y se burlaban de mi inconciencia con gran sevicia.
En una segunda estación;había otro ser alado,con una mazmorra a su lado, en donde echó mi vileza y mi canallada, y me obligo a pedir perdón por todo el daño que había causado.
Depronto en medio de mi torturación;aparecieron unas inocentes criaturas con cara de arcángeles,que recriminaron mi ateísmo y mi blasfemia y pendieron mi cabeza en un trípode y me deslenguaron y colgaron mis entrañas y uno de los ganchos las urgaba con sus injuriosos dedos.
Luego me pusieron frente a un enorme molino que destrozaba,lentamente, mi cuerpo por desdeñar mi vida en cosas del mundo material;en ocio y placer.
En una tercera estación; me estrujaron a empeñones y me condenaron por mi perfidia,luego me pusieron unas pesadas cadenas que condenaban mi egoísmo,mi indolencia,mi orgullo;y no bastando con éso azotaban mi infidelidad ,y no bastando,por ser tránsfuga,caricaturizaban mi hipocresía.
Más arriba,tres elegantes serafines,aparecieron con una despensa donde arrojaron mi avaricia,mi mojigatería y yo les clamaba cambiar mis ansias de poder por vida,salud,paz.
Y entre más subía,más mi cuerpo supuraba todo lo banal del mundo…de pronto aparecieron ante mí unas putrefactas ciudades que cangearon mi hogar por lupanares después de tanta soberbia y castigo.
Y se me hizo una última observación:se me apareció una región árida e inhóspita en donde estaba yo solo;sin metas,ni compromisos,sinderechos,sin ambiciones cuerdas,parecía que estaba condenado al exilio por no enfrentar los retos de la vida con bizarría.
De pronto sonó el cucu,cucu,del reloj de pared que me despertó de semejante sueño en medio del brutal guayabo, y no tuve otra opción que levantarme y enfrentar la realidad;tomar aguita,orar y como todas las veces,»prometer a no volver a tomar»

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«La resaca después de mi fiesta de cumpleaños»
No sé si puedo decir que estoy feliz, o totalmente disgustado con ustedes. La primera invitación a este grupo para mi fiesta de cumpleaños y acuden cuatro gatos. Sin contar como me dejaron la casa, bastardos. Me despierto y me encuentro todo echo una porquería y en el baño un mojón encima de la tapa del váter. La alfombra del baño empapada de no sé que sustancia, el rollo de papel en la bañera mojado, las cortinas tiradas en el suelo. No digo nada de como me he encontrado el salón. Las sillas del minibar empotradas contra la vitrina, la mesa del comedor con un vómito encima, la alfombra quemada por los cigarrillos, el sofá todo levantado y desplumado. Lo caro que me costo el hijo de… ¡Puf! Mejor no lo pienso.
La cocina ni te cuento, los platos en el fregadero, la nevera descongelada y abierta de par en par, la bodega de vinos de reserva ¡Joder! Os dije que no tocarán mi bodega, están todas la botellas vacías y me faltan la mitad.
Mira que, mira que no quería, pero me hacía mucha ilusión conectar con ustedes y conoceros más de cerca después de mi larga ausencia en el grupo. Os invito a todos con todo mi cariño y me la pagan de esta manera desgraciados.
Llegó en primer lugar Cris, muy mona, bien vestida y con mucha sed.
—¿Quieres algo para tomar mientras llegan los demás?
—Un vinito si tienes fresquito.
—¡Claro! Tengo un reserva que está, puf, verás…, vas a querer una para llevar, jaja.
No colocaba la botella en el pollete, cuando sonó el timbre de nuevo. En esta ocasión llegó Sergio, muy bien vestido también.
—¡Joder! ¡Qué no es la fiesta de los Goya, cojones! Bueno, pasa tiaco, siéntese como en casa.
—Señor Juan José, es una fiesta especial, pues hay que venir especialmente vestido.
—Claro, como no, anda pasa, que esta aquí ya Cris y me va a dejar sin vino. ¿Qué quieres tomar?
—Cerveza, o vino, me da igual.
—Vale, mejor saco otra copa y te sirves.
Otra vez sonó el dichoso ding y dong. Tras la puerta apareció el señor Pedro Parrina.
—¡Hombre..! ¿Qué tal, Pedro? Que bueno que has llegado.
—Felicidades compañero, ya parece que he llegado, me ha sido difícil dar con el lugar, pero tus vecinos son unos soles.
—Sí, cuando no andan metiendo la narices por donde no deben y siendo unos hijos…, de ya sabes.
—Lo normal, vecinos. ¿Puedo pasar?
—Sí hombre, sí, pasé usted y tome asiento, jeje.
Pasaron unos largos minutos y creí que no vendría nadie mas. Me senté junto a Sergio y Parrina, cuando se escucho de nuevo el timbre. Abría mientras tomaba conversación con Cris sobre un tema del grupo, encontrando tras la puerta a Coronado Smith.
—¡La ostia! Yo creí que no vendrías.
—¡Cómo qué no! Yo me apunto a un bombardeo, jaja, pa chulo yo.
—Pa chulo yo, pa chulo yo, jaja. Anda pasa y siéntate, chulo. Te tengo una sorpresa para esta noche, me tienes que hacer aquí un concierto, sí, o sí, jaja. Sshh..! tengo puesto un karaoke, no se lo digas a nadie.
—Pues estoy un poco constipado, no sé, ya veré si puedo.
—Bueno, después de tres vinos ya se nos quita to.
—También es verdad.
Sacaba otra copa para Coronado, cuando sonaba por quinta vez el timbre.
—¡Pero qué elegancia! ¡Emiliano! Pasa hombre, siéntate por dónde puedas, ¿A qué seguro también quieres un vino?
—No estoy muy bien de estómago, pero dicen los expertos que el vino lo cura to.
—Pues menos mal.
Cerraba la puerta lentamente, cuando un zapato de mujer inoportuno, bloqueaba su cierre.
—¿¡Pero, qué!? ¿Quién es?
—Abre, soy yo, Alexandra.
—¡Puf, lo siento, no te había visto! A ti ni te pregunto, porque seguro también quieres vino, ¿Verdad?
—Sí, jaja, cómo lo sabes, jaja.
Escuché un murmullo en el pasillo y varios golpes de tacón, que parecía venían marcando un compás de flamenco, tras una leves sonrrisillas. Me asomaba para asegurarme si era alguien mas.
—¡Cucha! Pero si vienen las tres juntas, jaja.
Apareciendo por la escalera, Raquel, Conce y Consuelo.
—Sí, ya por fin hemos llegado. Menos mal que quedé con ellas para no perderme— dijo Raquel.
—Bueno, pasen y siéntase. ¿Queréis vino, o que otra cosa?
—Yo vino, claro— dijo Conce.
—Yo un refresco cual sea, me da igual– dijo Raquel.
—Yo vino también, jeje— dijo Consuelo.
Entraba al descansillo, mirando por si venía alguien mas, pero después de un rato, ya no sentí ningún movimiento.
—Creo que ya estamos todos, no.
—Sí, dijeron los demás que no podrían venir por tiempo o trabajo— dijo Cris.
El transcurso de la noche fue amena, no había ningún alboroto. Unos hablaban con unos, otros con otros y todos con el mismo tema. Sergio me echó el brazo por encima del hombro con la borrachera y empezó a contarme lo mucho que le gustaron sus participaciones en mis relatos.
—Tío, el relato del naufragio fue la ostia, me encantó y leyéndolo lo flipé. Tienes que hacer una segunda parte, porque creo que quedó un poco raro el final, para mi gusto claro, pero está muy bien.
—Tiene para otra segunda parte, claro, todos mis relatos, puedo alargarlo más, o sacarle una segunda parte. En especial ese del naufragio, pero si cambiamos el final, que seguro lo dices por salvarme la vida a mi utilizando el barco que has reconstruido, no podría.
—¿Por qué?
—Muy fácil, si hacemos otra versión de un final, creamos un futuro alterno, otro futuro del relato y quedarían dos futuros y dos Juanjos y dos Sergios, ¿Me entiendes?
—No sé, no lo pillo, tú eres el cerebro en estos tipos de relatos, jaja.
—No sé si no lo has notado, pero todos mis relatos tienen una relación en común, difícil de detectar, pero tienen un universo conjunto como el de Marvel, jaja.
—¡Qué máquina!
Llevábamos como cuatro horas de conversación y la gente no se movía del sitio, todos estaban aburridos y no hacían otra cosa nada más que beber y hablar.
—Puff, como me está subiendo el vino, jaja— dijo Alexandra.
—¿Dónde está el baño? Que llevo una hora aguantando— preguntó Coronado.
—Por el pasillo recto a la derecha.
—Puaff, después voy yo que tampoco aguanto ya— dijo Sergio.
—Deja a las mujeres primero que se me sale— aprovechó Cris.
Todos entraron al baño guardando cola, no me extraño nada, llevaban cuatro horas sin mear y bebiendo sin parar. Después comenzaron a irse uno por uno, primero lo hizo Parrina tras dejar el baño.
—Bueno joven, uno que se marcha ya, que mañana trabajo.
—Que tengas cuidado con el viaje, y gracias por venir.
—Yo me voy también que estoy un poco mareada, hic, jaja— dijo Alexandra.
—Jaja, pues ten mucho cuidado y avisarme cuando lleguéis.
Mientras caminaba para la puerta, escuché un ruido extraño de golpeteo como de botellas de vidrio.
—No las robes mujer, yo te las regalo, valgamelseñol, jaja.
Cris y Sergio, también se marcharon juntos y tras ellos Coronado Smith, acompañado de Raquel. Consuelo y Conce, seguían charlando y tomando algo más de vino sentadas en el sofá.
—Me encanta mucho tu estilo Conce, podíamos hacer un día algo juntas. Bueno, el de Juanjo tampoco está nada mal, y los tres juntos en un relato seguro y sale algo chulisimo— dijo Consuelo.
—¡Qué va! El mio no es para tanto, jaja.
—Qué si hombre, a mi me gusta como escribes y esa creatividad que le pones a todo— dijo Conce.
—No creo que estemos ahora mismo para escribir nada, jaja, con está borrachera.
—Tiene que salir un relato muy retorcido, jaja— dijo Consuelo.
—Jaja, lo peor es si tiene curvas, jajajaja.
—Bueno, yo ya me voy que me está pegando mucho esto, jaja— dijo Conce.
—Venga, te acompaño, y seguimos hablando sobre algún relato en especial— dijo Consuelo.
—Sí, será mejor, que ya son cerca las seis de la mañana.
—¡Puf, que tarde!— exclamó Conce.
—Tened mucho cuidado con las horas que son, cuídense mucho.
—Sí, gracias majo, que descanses— se despidió Consuelo.
Al fin me quedé solo y agarré la última botella de vino descorchada que había en la mesa. Me la acabé y me quedé dormido como un niño chico. Desperté tres horas más tarde con ganas de hacer pis y me encontré la primera prueba del delito, una mierda en la tapa del váter, me cago en la p…, ¡Qué cojones es esto!
Miré por todo mi alrededor y todo estaba echo un desastre. ¡No..! Salí, encendiendo las luces del salón, todo estaba tirado por el suelo, las sillas empotradas contra la barra de bar, cristales por todos lados. ¿¡Qué, está, pasando, AQUÍ!? Cago en Di…, puff, que dolor de cabeza. No entendí nada.
Estaba tan emocionado con mi primer cumpleaños, con mi primera invitación en grupo, con la oportunidad de ver a mis compañeros y me encuentro está mierda de vida solitaria, vacía y inventada que he creado con mi imaginación, ¡No…! Porque que soy tan imbécil, porqué… lo peor es este maldito dolor de cabeza que tengo tras la resaca. Hasta he olvidado poner que es para el tema de la semana. ¡Qué triste es mi vida! A sido mi peor fiesta de cumpleaños sin duda, para la próxima dejo de beber vino.

MARÍA PRIETO

Era sábado once de la noche y como ya llevaba haciendo desde el 8 de abril de dos años atrás, me senté en la barra al lado de la zona reservada para los camareros.
Miré alrededor, el ambiente estaba tranquilo. El barman se acercó a saludarme mientras colocaba “lo de siempre” ante mi.
– ¿Algún día me tocará mi ración? –me preguntó seductor.
– Lo siento cariño, te tengo en demasiada estima -le respondí rozando sus labios con la aceituna del cocktail, a lo que reaccionó mordiendo con delicadeza el brillante fruto hasta robárselo al palillo que la separaba de mis dedos. Solté una carcajada.
Al poco, la puerta del local se volvió un trasiego de gente con ganas de disfrutar de la velada.
Varios hombres que se me hacían conocidos se sentaron en la barra y pidieron sus tragos. Pronto llegaron las invitaciones y mis rechazos.
Nada interesante. Esta vez, las horas se prometían aburridas. Hasta que apareció él, un incauto desorientado pidiendo una bebida de alta graduación. Lo tenía.
Hice un gesto al camarero y le cambió la bebida.
– No es bueno beber whisky solo. -le dije.
– Bueno, creo que ahora no lo estoy.
– ¿Qué te hace pensar que me voy a quedar?
– Quizás si le pongo interés lo consiga.
– Umm, lo dudo, solo vengo a advertirte que eres un jugosa presa.
– ¿Una presa?
– Sí, un hombre solo con la cartera caliente buscando borrachera es blanco fácil de alimañas.
– No le tengo miedo a los demonios, acaba de dejarme uno con cara de ángel.
– ¡Uhhh! Un corazón roto. Cariño, eso es aún peor. Las mujeres desesperadas huelen a kilómetros la pena.
– ¿Ah sí? ¿Y qué podría pasarme?
– Podrías terminar en un altar.
– ¿Tiene algo de malo?
– ¡Ohh, de verdad!, estás en peligro. ¿Crees en el altar? Te van a cazar seguro.
– Y tú estás aquí para, ¿Salvarme?
– Más o menos. Yo soy el ángel que viene a curar tu alma, San Pedro dice que mis bordados son los mejores.
– ¿Y si prefiero seguir con la herida y buscar el pecado?
– Entonces, has tenido mala suerte, hoy no es la noche de la barra libre de besos.
– ¡Ay qué lástima! ¿Y quién organiza la barra libre?
– Alguna que otra diabla, esa parte no la conozco.
– Pero la biblia dice “ amaros los unos a los otros” ¿Cuál es el problema?
– Lo siento, no me interesa, los ángeles no tenemos sexo.
– ¿En serio? Mirándote cualquiera lo diría.
Me detuve a observar sus ojos. A pesar de la provocativa conversación, el brillo de sus pupilas conservaba la misma tristeza con la que había entrado al bar. Quedé callada. Este tipo no era como los de sábados anteriores. Cómo podría vengarme aprovechando la fragilidad de su dolor si la sentía tan pura en su mirada.
Me vi sentada un ocho de abril de hacía dos años, pidiendo un trago tras otro hasta perder la nitidez de todo en el fondo del vaso. Juré no volver a sentir, reírme de mi propio corazón y jugar con la pérdida ajena para demostrarme a mi misma que estaba por encima de cualquiera. Resultaba fácil, en cuando los inconsolables abandonados detectaban los encantos femeninos, enterraban cualquier signo de debilidad para imponer el poder de sus hormonas. Ellos por su propio pie caían en la trampa, yo, simplemente, les daba un pequeño empujón.
Pero este hombre me mantenía el pulso con frialdad y eso me intrigaba.
– Te acompaño a casa.
– ¿A casa? Pero si eres un ángel, ¿Vas a dejar el cielo?
– No, simplemente quiero arroparte y asegurarme que tienes dulces sueños.
– Querido ángel de la guarda, creo que será mejor que te acompañe yo a la tuya, no son horas propias para un ser celestial como tú, permíteme que sea este modesto mortal quién te proteja. Llevo un ajo que le pedí al camarero.
– ¿Un ajo? Eso es para los vampiros.
– Oh me equivoqué de película. ¿Seguro que no usaban ajos para los demonios?
Recuerdo despertar al día siguiente con una resaca de pasión que aún me sacude el cuerpo. Esta vez, la araña se enredó en su propia red. Tanto, que sigue atrapada por unas brillantes pupilas.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

La resaca había dejado un cuerpo en la playa. Una chica.
No había más, solo ella. Se especuló que se cayó de alguna embarcación qué bordeada la costa.
La policía buscó y no encontró nada qué identificara a la chica.
Ella había perdido la memoria, no recordaba nada de su pasado, ni su nombre.
Dos días después de la aparición de la chica, empezó a producirse cosas extrañas en el pueblo.
Nadie en un principio pensó qué aquella muchacha tuviera nada qué ver.
La luz fallaba, la conexión a internet se corto, el agua de los grifos salía marron.
Los primeros días.
Empezó a enfermar la gente.
Empezó a morir. Familias enteras morían.
Y la chica, con sus ojos verdes, cada vez más verdes, se fortalecía. Y nadie se dio cuenta.

BEA ARTEENCUERO

– No lo voy a soportar, otra vez borracho,otro día sin ir a trabajar.
– Shhhh habla más bajo mujer, me duele la cabeza, esta resaca me está matando; Sirveme café.
– No te sirvo nada, te crees que soy tu sirvienta, no te aguanto más.
Matilde gritaba enloquecida, Raúl últimamente se hiba de boliche después de la oficina y llegaba a altas horas..
Se habían casado hacia 5 años, eran felices, más aún con la llegada de Benjamin.
Ella dejo de trabajar para atender el hogar y al bebé, Raúl tenía un buen trabajo,asesor en una gestoría.
Un día se encontró con los muchachos de la barra y comenzó a salir y venía pasado de copas, al principio era los fines de semana, pero el último tiempo era muy seguido.
Lo hablaron y el prometió dejar de hacerlo, amaba a su mujer e hijo, pero, pero no cumplió, era más fuerte que él .
– Servime café ¡¡¡Te dije!!!
– Servitelo vos.
Matilde intenta salir.
– ¿Donde vas? ¡Dame el café!
La sujeta de un brazo, ella nunca lo vio así, trata de soltarse.
Raúl enardecido la empuja y Matilde cae.
– Mi amor respondeme ¿Que hice?¿Que hice? Perdón…Perdón, es la resaca. Ella inconciente con el golpe yace en el piso.
Raúl habré la puerta y sale agarrándose la cabeza y repitiendo
¿Que hice?¿Que hice?
– Mamá..mamá papá se fue, la voz del pequeño Benjamín saca a Matilde de su sopor.
Raúl camina sin rumbo.
– Perdón..Perdón, nunca más, nunca más¡¡ Fue la resaca!!¡¡Fue la resaca!!
Hay quien dice que fue el rápido de las 11, cruzó sin mirar.
– ¡¡Se suicidó!! Comentan otros.
Mientras…arriba de la mesa yace recién servido un humeante pocillo de café..

EMILIANO HEREDIA

BASURA
La persiana está media bajada. O medio subida.
Por la mitad. Un sol impertinente, se asoma por los agujeros de las lamas de la persiana, mirando desde el techo de la habitación.
La mano de la culpa aplasta la cabeza contra una almohada sudada con olor a vómito.
la lima del sabor ácimo erosiona la garganta que pide auxilio a la saliva que ha desaparecido ahogada en litros de alcohol.
Ganas de orinar.
No hay manos que ayuden a levantarse.
La casa es un barco que sigue bamboleándose al ritmo del exceso pasado.
Abrazo desesperado a la taza del váter con beso en la boca, gritando un sentimiento de culpa.
Rumor de tormenta, de hambre y de remordimiento.
Los alimentos de la nevera se han ido al exilio de la podredumbre.
El último reducto de la resistencia, ha caído. Una bolsa arrugada con un puñado de ganchitos naranja, ha sido desalojada de su escondite en un rincón de la cocina, detrás de la cordillera de platos sucios.
Cerveza.
Desgana.
Desesperanza.
Indiferencia.
El sonido de la cerradura de la puerta principal de la casa que se abre.
Mirada de desaprobación.
Mirada de desesperación.
Y qué le voy a hacer.
Vivir.
No.
Tienes toda una vida ahora por delante.
Vida sin vida.
Así no puedes seguir, te estás destruyendo
Es mi propia autodestrucción y de nadie más.
Ventanas que se abren, el aire que entra intenta con desesperación derrotar al olor a sucio, a orina, a vómito, a podrido.
Ruido de la lavadora.
El cepillo que acaricia las heridas del suelo.
Fregona que las lame.
La alcachofa de la ducha que sisea.
Agua que corre por el cuerpo y lágrimas por la cara.
Los platos, vasos y cubiertos, celebran con júbilo su liberación de la tiranía del olvido y la suciedad.
Mírate.
No.
En el espejo.
No.
Así no puedes seguir.
No es tu problema.
Sí.
¿por qué te preocupas por mí?.
Te quiero.
No lo merezco.
No estoy hablando si te lo mereces o no.
Vete.
No.
Por favor, vente conmigo.
No. Soy una basura, la basura se tira.
Pues entonces, me quiero llevar esta basura.
Una puerta que se cierra.
Se abre la del copiloto de un coche.

MERCEDES MEDIANO

Era un día de verano y el sol estaba en su cenit. Tuve que ponerme bajo la sombrilla porque no aguantaba el calor sofocante que me invadía. Los niños estaban jugando a la pelota y me levanté para ponerles más crema solar. A mi marido lo embadurne también, aunque él es de piel morena y el sol lo aguanta mejor. En la sombrilla tenía calor también así que convencí a Paco para que me acompañara a bañarme. No me gusta ir sóla. El mar estaba bravo y las olas venían una detrás de otra muy seguidas tal vez por ese motivo no había muchos bañistas. No importa, pensé. La saltaremos todas.
Entramos y en la orilla rompían fuertemente haciendo un escalón por la fuerza en que se estrellaban. Pasé la primera barrera saltando y creí que si me introducía más atrás donde no rompen estaría más calmada. Fui andando más y más adentro sin darme cuenta hasta que la bravura de las olas pudieron con mi resistencia. Me golpeaban y me hundían. Apenas sacaba la cabeza para levantarme otra ola me invadía y empujaba dentro de sus espumas y su bonito encaje que formaba al explotar contra el suelo de arena clara que yacía en el fondo.
Yo manoteaba y con todas mis fuerzas intentaba salir de ese caracol de olas que me habían dominado y era imposible porque había resaca y el mar me estaba tragando. Mi marido se dió cuenta de que el mar me subsionaba y alargó sus brazos fuertemente luchando contra la corriente. Se acercaba a mí y me resbalaba. Casi no podía agarrarlo. Tenía la boca llena de agua que escupía y absorbía casi asfixiandome. Mientras las olas se recuperaban para su nuevo ataque, me abrazó fuertemente gritándome tú puedes y salí de aquella reolina intrépida y salvaje.
Hay que tenerle mucho respeto al mar porque es poderoso ,dominante y pone sus reglas que hay que respetar. Yo no lo olvidaré nunca a pesar de que pude vencer a la resaca que quería morderme y tragarme.

HUGO LÓPEZ

La resaca me revienta la cabeza, mis ojos duelen al abrirlos y mis puños están morados, veo el desastre que he causado y no me sorprende que una vez más en la semana haya tomado hasta perder el control, una mujer yace tirada en el sillón, está dormida con una botella de cerveza entre las manos, el asco que causa su aspecto hace que corra al baño a desechar el exceso de alcohol que llevo en mi sistema. Alguien grita entre el silencio y salgo en su búsqueda, mi compañera de piso ha llegado con su novio y me mira con desprecio, ahora sé que me correrá, suficiente ha soportado mi nuevo yo por de la muerte de mi madre. Mi mente no hace más que recordar a mi madre y busco refugio en el alcohol, he dejado de asistir a la universidad, me echaron del trabajo y he quedado en la soledad absoluta lo cual me frustra. Salgo de sus vistas y despierto a la mujer que ni sé su nombre, ella intenta besarme y la lanzo a la cama bruscamente, grito que se retire y lo hace casi llorando y casi desnuda, sin cuidado realizo una limpieza rápida del desorden y me ducho, tomo la pastilla y jarra de agua que me deja la pareja de mi rommie en la mesa y salgo de lugar… La plaza está gris hoy, se siente la lluvia a pasos más fuertes y mis tristezas vuelven, camino más rápido y me detengo entre la parada que lleva al puente más alto de la ciudad, mis latidos son fuertes y me provoca ir hasta el sitio, se siente excitante saber que si sigo el dolor se desvanecerá y por fin encontraré paz, ya no hay nada que pensar y sigo mis pasos ignorando la cordura, mi aliento forma un pequeño vapor por el frío que hace y sigo mi camino, la gente ha dejado de pasar por este puente y mientras estoy observando el precipicio los recuerdos llegan como armas al ataque, la escucho reír casi como si fuera real junto a mí, su voz está alegre y algo confusa por el sonido de desasosiego que tengo en el oído por el llanto contenido, cierro los ojos para poder calmarme y sentir su dulce voz, un grito ahogado se me escapa «mamá» y cojo las barandas con fuerza, oigo su voz una vez más y esta ya no es alegre, es de preocupación «QUE PASA» la escucho decir y siento sus manos en mi hombro… Abro los ojos para ver quien es, es una joven quizás un poco menor que yo, me toma de las manos y un escalofrío recorre mi cuerpo, veo sus ojos y lo profundo de ellos, son tan iguales a los de mamá, sin permiso alguno ella me atrae hacia su cuerpo y me da un abrazo, quizás el más real que alguien nunca me haya dado, siento su cuerpo, no es esbelta, sus manos frías aún sostienen mis manos y descubro en el momento que vuelvo a nacer, me separo de ella, sus ojos son verdes como los de mamá y tiene la piel pálida y las mejillas rojas por el momento, se disculpa por lo sucedido e intenta despedirse, la detengo, pero ella me pide mi teléfono con esa voz tan dulce, marca un número y desaparece…

GLORIA ALBADALEJO AYALA

Resaca emocional
Cuando mi hermana gemela murió en ese accidente yo quedé mal psicológicamente. Todo nos fue bien hasta entonces; teníamos nuestros amigos. Siempre íbamos juntas a todas partes y no lo pasábamos muy bien. En la escuela éramos las primeras de la clase. Cuando ella no sabía un trabajo, yo le ayudaba y viceversa y así siempre sacábamos buenas notas. Fuimos muy felices juntas hasta que ocurrió esa fatídica desgracia mortal. Sucedió hace dos años.
Una tarde de sábado salimos muy contentas de una tienda de ropa, porque nos habíamos comprado unas prendas muy bonitas. Íbamos charlando y riendo de nuestras cosas cuando al pasar por un cruce en verde, un maldito borracho nos arroyo de lleno. Matilde del golpe salió disparada y murió en el acto, yo quedé mal herida pero sobreviví. Físicamente quedé algo coja pues me rompí las dos piernas y tuve que ir en silla de ruedas durante un tiempo, después rehabilitación y todo eso.
El mayor daño fue la muerte de mi hermana. Mi resaca emocional no me dejó vivir tranquila durante bastante tiempo. Llegué a pensar incluso que me había vuelto loca y aquí es cuando quiero hacer un resumen de mi vivencia hasta ahora.
nadie me creyó durante la época que duró el calvario. Ni mis padres, ni mis amigos, ni mi psicóloga, ni siquiera mi psiquiatra. Estuve encerrada a dentro de algo que dicen que no existe, pero yo creo que si.
Durante muchas noches, a la hora de acostarme, Matilde me acompañaba y me hablaba. Me decía que todo se arreglaría. Estoy segura que no estaba soñando. Mientras permanecía sentada sobre mi cama, ella se sentaba a mi lado, me miraba y sonreía. Empezaba verla más demacrada, más parecido a un cadáver y me asustaba. Yo intentaba decirle que ella ya no habitaba en este mundo y que se tenía que ir para siempre al otro mundo porque ya nada podía ser como antes. Matilde se enfadaba cuando le decía todo aquello, no lo entendía porque no sabía que estaba muerta. Mi madre a veces, cuando me escuchaba , entraba en mi cuarto a ver que me pasaba. Ella no la veía ni tampoco la oía cuando Matilde le hablaba. Mi hermana seguía sin entender porque nuestra madre la ignoraba y se enfadaba todavía más. Cuando estaba furiosa, hacía mover cosas, caían al suelo y se rompían. Yo me levantaba aterrada cuando se ponía así. Mi madre se pensaba que era yo que no era normal y me temía. Me encerraba en mi habitación con llave y se iba llorando.
Mis padres hablaron sobre ello y fui a parar a un internado para personas con problemas mentales, más finamente dicho. los resultados de las mil pruebas que me hicieron, me delataron. Decían que estaba loca.
Mi hermana también me acompañó al tanatorio. Por las noches se acostaba a mi lado. Cuando estaba medio atontada por las drogas, escuchaba los muelles del somier que crujían y notaba la sensación de que estaba tapando. Me daba las buenas noches y sentía el helor de un muerto cuando me abrazaba. Yo estaba inmovilizada y me sentía muerta de miedo
Durante dos minutos lo estuve de verdad. Me sentía diferente, estaba en un lugar más bello, sentía una paz absoluta. Veía unas figuras blancas que me rodeaban y me daban la bienvenida. La sensación de tener a mi hermana a mi lado, me hacía sentir muy feliz.
No podía respirar pero al final lo conseguí. Los médicos me reanimaron. Demasiadas drogas en mi cuerpo que me provocaron la muerte durante esos dos breves minutos pero que para mi fueron una eternidad.
Por la noche de regreso a casa, Matilde se ha despedido de mi. Ha sido muy bello ver como una luz luminosa, muy brillante, ha ido subiendo hacia el cielo y una vez arriba se ha consumido mientras me ha dicho; -adiós hermanita, ya nos encontraremos algún día.
la paz que he sentido en ese momento, no la he sentido jamás. Saber que mi hermana a encontrado el equilibrio de su espíritu y…, pero intuyo que hay algo a mi lado, la sensación es cada vez más profunda. Oigo una respiración muy débil, se que alguien me observa y seguidamente veo un reflejo en el espejo de mi cuarto que delata mi angustia. La imagen reflejada se parece a mi pero no soy yo. Sus ojos encendidos me miran profundamente y su boca me sonríe maliciosamente. De repente la imagen desaparece y en el espejo solo queda oscuridad, después mi propio rostro con mis ojos llenos de lágrimas y mi boca desencajada.
¿Me persigue la resaca emocional o es el mal el que me persigue?.

GUILLERMO ARQUILLOS

Por el ventanal se veía la terraza con un montón de botellas vacías. La pared del fondo recordaba el hall de la estación de metro. La del cabecero de la cama era verde, como el césped de un estadio lleno con gente cantando. El techo era marrón oscuro: deprimente para un hotel de cinco estrellas superior. Y a la derecha —¡ay en la mesa de la derecha…!— allí había todavía restos de las drogas que se habían metido Elías y la chica. Solo hacía tres años desde que el cantante conoció a Lucas y ya había acabado con las existencias de todos los traficantes.
La muchacha que estaba su cama era una desconocida. Su larga melena rubia le tapaba los pechos y dormía por el alcohol y las sustancias con las que se habían drogado la noche anterior. La edad que aparentaba tener decía que no podía estar muy acostumbrada. Era casi una chiquilla. «Acostarse con esta tía roza el delito», pensó.
Le dolía la cabeza y le molestaba mucho la luz. En medio de la resaca, intentó recordar el nombre de la chica y no pudo. «De todas formas», terminó pensando, «¿importa algo cómo se llame?». Una más: solo era una más.
….. II …..
¿Dónde estaría Martina? Añoraba sus labios carnosos y sus bocadillos de chopped. Echaba de menos que le llamara con aquellas bonitas palabras de amor que solo ella sabía decir como «gilipollas». Sonrió. Nadie le llamaba gilipollas con tanto cariño como ella. Y Martina había sido la única persona que había confiado en él durante sus siete años en el metro de Nuevos Ministerios, cantando a cambio de unas monedas, sin moverse ni para mear, intentando evitar que algún estúpido le quitara el puesto delante de la pared.
Un día, cuando acababa su bocata, Lucas Irwol se acercó a Martina y le preguntó por el que cantaba. Se alejaron un poco para poder escuchar y estuvieron charlando y riéndose un rato. Elías creyó que el célebre productor estaba intentando ligarse a su chica. Pero cuando ambos se le acercaron, su vida cambió.
Lucas, que lo citó en un estudio del centro para una prueba, estaba eufórico. Elías volvió a casa entusiasmado y Martina puso cara de preocupación. Dos días después, recién duchadito, Elías estaba cantando en aquella sala insonorizada reservada para las grandes estrellas. Allí comenzó su carrera como artista internacional.
Elías seguía siendo un cantante de metro. La única diferencia era que los estadios se llenaban cuando daba un concierto y que la gente, que pasaba antes con prisa delante de su guitarra y su pared, ahora hacía colas de más de un día para comprar una entrada. O que estaba a las doce en punto de la noche aporreando las teclas de un ordenador para conseguir lo que fuera en internet. Costase lo que costase. Hasta en el parlamento hubo políticos que utilizaron sus letras y algunos de los titulares de periódico era plagios descarados de los estribillos de sus canciones.
Y llegaron las teles, las radios, las revistas de música, las giras promocionales y los conciertos benéficos, las entrevistas para vender más discos y más horas de reproducción en Spotify… La locura, era demasiado: Elías empezó a beber y a meterse de todo. Primero, cosas blanditas. Después, coca. Al final, cualquier cosa.
Martina lo dejó. Por eso, desde el primer día se había preocupado en la estación de metro: veía venir todo aquello. Su compañera no aceptaba a las descaradas groupies que lograban acostarse con él. (¿De dónde habían salido todas aquellas chicas?).
….. III …..
¿Dónde leches estaría Martina? Echaba de menos sus bocadillos de chopped. Añoraba que le gritara cada mañana y le llamara gilipollas por darle al agua caliente mientras ella se estaba duchando. Se acordaba con tristeza del piso de cincuenta metros lleno de desconchones y humedades. Aquello era el paraíso, pero él no se había dado cuenta.
«Para ser un hotel tan caro, el color del techo es una puta mierda», pensó Elías. La muchacha, medio dormida, se movió en su lado de la cama y dijo una frase incomprensible. La miró fijamente varios minutos. Y después dirigió su mirada al ventanal. Era un sexto piso. Desde allí arriba, las cosas tardaban en caer unos pocos segundos —los sucesos más importantes ocurren en solo unos segundos–. Después, se acabaría la resaca de aquel puto éxito que le estaba quitando la vida. No podía más. ¿De verdad aquella mierda era lo que él había soñado?
….. IV …..
Lucas Irwol convocó a media tarde una rueda de prensa. Su cara estaba tensa, sus ojos llorosos. Había anunciado que quería leer a los medios el último mensaje que le había mandado Elías. A sus sesenta y cuatro años, no se podía imaginar que daría aquel triste comunicado de parte de una de sus estrellas. Le faltaban las palabras, casi no podía respirar.
Lucas leyó las frases de Elías, las únicas coherentes que podía dejar el cantante:
«Martina, ¿dónde coño te has metido? Necesito que me vuelvas a llamar gilipollas», empezaba diciendo.
Los periodistas se quedaron muy serios. El silencio esperaba la temida noticia.
«Me retiro del mundo de la música. ¡A tomar por culo! De vez en cuando, volveré a cantar en el metro. Echadme unas monedas si pasáis y tenéis algo de tiempo».
Hay gente que asegura que algún día ha vuelto a ver a Elías tocando la guitarra en la estación de Nuevos Ministerios. A mediodía, Martina le acerca su bocadillo de chopped.

CONCE JARA

EL RESACA
Opina Filippo que las trabajadoras de la fábrica la Triangle Shirtwaisten de Manhattan, no forman parte de la especie humana: rusas, polacas, húngaras gitanas y en su mayoría, judías. Y es que su familia, italiana, lleva ya dos generaciones en América.
Filippo opina que las trabajadoras inmigrantes llevan la impronta de la bobería y la pereza de nacimiento. No pondría su mano por ninguna de ellas. Para que trabajen, las vigila, y a menudo las sorprende robando telas del taller, echando un pitillo en la ventana, o aún peor, repartiendo propaganda para su absurdo sindicato.
Tras el trabajo, las insurrectas distribuyen panfletos, dan discursos en medio de la calle o se manifiestan contrabrecha salarial con respecto al sueldo masculino, las interminables jornadas laborales y una mejora en las condiciones higiénicas, amenazando el buen curso de la industria textil, y por tanto opina Filippo que su trabajo corre riesgo.
Son tiempos difíciles, pero de verdad, ¿las cosas se arreglarían protestando contra los dueños de los talleres de costura de la ciudad?
Los jefes lo han explicado decenas de veces:
—Las cosas dependen de las fábricas. ¿Cómo van a dejar el desarrollo del país, las ganancias de la empresa, las necesidades de los compradores y el sustento de las familias en manos de estas inconscientes?
Opina Filippo que tienen razón y por eso sonríe de satisfacción al pillar a alguna rebelde. Gracias a su ruin trabajo, en solo un año ha desenmascarado a más de veinte revolucionarias que acabaron despedidas. Por cada incontrolada capturada, ¡zas!, comisión extra. Filippo opina que en tres años ganará como para comprarse una casa.
Lila y Saula llevan unos meses como costureras en la fábrica situada en las plantas séptima, octava y novena del Edificio Asch.
Al llegar las instalaron en una de las largas mesas de la planta, frente a una máquina, uniéndose al estruendo que inunda el aire. Por suerte el lugar de Lila está justo en frente del de su hermana. Trabajan en el octavo piso, de lunes a sábado, ganando algunos dólares por los centenares de prendas que cosen durante once horas de jornada.
Filippo opina que Lila, de catorce años, es demasiado juguetona, sonriente y habladora, por lo que un día el capataz la advierte de que sus gracias no son bienvenidas, y le descuenta el pago del trabajo del día. Desde entonces las palabras de Lila mueren, compensando su silencio con miradas juguetonas para su hermana Saula, de veintiún años, cuidándose del olfato del resaca de Filippo. Opina Filippo que en breve encontrará la oportunidad para echar a Lila y a otras mujeres, que, como ella, le desagradan.
Saula trabaja concentrada, quizás para no pensar que está en estado de buena esperanza. Y es que hace cuatro meses, sorprendió al capataz en más de una ocasión mirándola con otros ojos, y es que Filippo opinaba que él le gustaba a Saula.
Una noche la siguió tras una manifestación. Saula avanzaba por la oscura y semi vacía Quinta Avenida. Él la llama con sorna. Ella no contesta, pero siente que el terror nace en su pecho. La segunda vez tampoco dice nada. La tercera vez Saula ya no le escucha: un brazo fuerte la toma de una muñeca y la arrastra a un callejón. Allí solloza, llora. Opina Filippo que debe tomarla.
Las miradas que aquellos días él había depositado en su cuello, se transformaron en un puñal lleno de lágrimas que la rompió las entrañas con la misma decisión con que Saula corta el algodón para coser camisas. Desde aquello, Filippo opina que lo mejor es no volver a mirarla.
Saula cose bajo su vestido varios pliegues, camuflando su estado. Si el capataz se huele que su vientre no está hecho de tela la arrastrará hasta el patrón, quien la despedirá tanto a ella como a su hermana.
Un mediodía Saula siente como le sobreviene una convulsión. Se torna pálida, sus ojos buscan el suelo. Necesita ir al baño, pero está prohibido hasta el descanso de la comida.
Lila preocupada le tiende el brazo a su hermana como si fuera a coger un trozo de tela, agarrando con fuerza su mano. Saula reprime un gemido con un pañuelo en la boca, volviéndose tan leve que no sobrepasa sus dientes. Al tiempo se aferra a la máquina, en medio del dolor. No quiere el fruto de su vientre, ya que sabe que nacerá aborrecido y contagiado de miseria.
Filippo opina que algo ocurre, se acerca. Lila mira alarmada a Saula. Las hermanas vuelven al trabajo. Él las observa con el ceño fruncido, los hombros inclinados y las lanza un gesto de desprecio para seguir su camino, moviéndose como una alimaña.
Tras la comida los cuchicheos se apagan y se sientan en sus puestos. Lila tiene aún en su mano un trozo de bizcocho del postre, que le servirá de merienda. Lo comerá a pequeños trozos, vigilando la sombra del “resaca”.
Ya sentada en su puesto imagina que la máquina de coser galopa como un huraño caballo de metal, pero más ruidoso. Entonces se da cuenta de que necesita ir a por una paca de lino azul para la nueva ronda de camisas. En su planta no quedan reservas, por lo que tiene que subir al noveno piso. Atraviesa la sala y antes de llegar a la puerta, en una esquina, ve subir una nube de humo, llegando hasta ella gritos de alarma que anuncian… ¡FUEGO!
En poco tiempo se cuece el escándalo. Todas gritan. Una joven de unos quince años, gordita, pecosa, corre envuelta en llamas hacia Lila, que salta y logra esquivarla con el pavor contenido en sus lágrimas. En minutos varias mujeres corren ardiendo por las tres plantas del edificio.
Saula llama a su hermana, pero no la ve. Los gritos de las mujeres se esparcen, la piel se les cae con la ropa y el aire ardiente quema las bocas.
Las hermanas por fin se alcanzan. El incendio acaricia las carnes como una pandemia sin remedio, pasa de ropa a ropa, de moño a moño, devorando sus cuerpos.
El capataz grita irritado. Busca cacharros para el agua, abriéndose paso a palos, maldiciendo para alcanzarlos, pero todo es inútil.
Lila y Saula intentan aproximarse a la entrada, pero el pasillo está repleto de estatuas ardientes agitándose. Se giran y ven que decenas de mujeres se agolpan en la salida de emergencia. Filippo opina que los jefes atrancaron las puertas para que no dejar entrar la revolución de las calles, encerrando aquel infierno.
Las ventanas del octavo piso revientan, el edificio arroja cristales sobre los bomberos cuyas mangueras no llegan ni a la parte inferior del incendio. El aire frío que ahora entra aviva las llamas quemando a decenas de personas desesperadas.
Varias mujeres lanzan al vacío pacas de tela violeta, descolgándose por ellas, provocando un humo morado que se puede ver a kilómetros de distancia, pero sus vísceras acaban esparcidas por la acera.
En las calles solo se escuchan un murmullo de sombras ardiendo, desplomándose desde el cielo, consumidas en el asfalto, formando montículos de brasas de carne desperdigados por las aceras.
Lila y Saula se revuelven junto a sus compañeras frente a la puerta de entrada. Empujan con sus cuerpos humeantes, hasta que llega un grupo con palas, picos, ganchos, capitaneado por el capataz. Llegan a estrellar varias piezas de maquinaria contra el portón, que no se mueve ni un milímetro.
Un listón se descuelga y se clava en la pierna de Lila. Saula trata de coger a su hermana, pero la multitud la arrastra y ya no la ve. Lila está inmovilizada y su cuerpo de catorce años es aplastado por el gentío, dejando su delicada cara de niña deformada entre cadáveres que se van acumulando en una montaña de dolor humano.
El fuego alcanza al grupo de Saula, y todo se vuelve un esfera de llamas que se sacude sin parar. Las manos, los brazos, las cabezas acaban en una danza de luz, macabra.
Filippo ya no opina, su bata prende, el fuego se traga al resaca. Arde su cuerpo musculado, su mentón cuadrado, su mostacho hecho una antorcha silbante.
Todas las costureras del Edificio Asch corren la misma suerte.
Al abrir las puertas nadie encuentra a nadie… quizás nunca han existido.
FIN
NOTA: El 25 de marzo de 1911, 129 trabajadoras y 17 trabajadores murieron, dejando otras 70 personas heridas. La mayoría de las víctimas eran mujeres jóvenes y niñas inmigrantes de Europa del Este e Italia, de entre catorce y veintitrés años.
Max Blanck e Isaac Harris, inmigrantes judíos y dueños de esa fábrica de camisas de hombre, ordenaron cerrar las puertas y provocar un incendio para que las empleadas desistieran de sus reivindicaciones.
El color violeta del humo que desprendía el edificio fue tomado por el movimiento feminista para representarse en todo el mundo.

ESTEBAN BERNABÉ

Siempre encendía la televisión y a todo volumen, no quería que mis disparatadas palabras terminaran llamando la atención de mis vecinos. En aquellos momentos deseaba perderme, olvidar que mi vida se había estancado. Cuando el líquido STS, recorría cada una de mis venas, las imágenes del televisor pasaban una por una, perdía la noción del tiempo durante mis evasiones, todas se acoplaban hasta convertirse en una explosión de colores y sonidos. Yo me veía a mí mismo retorciéndome y gimiendo como un endemoniado, maldecía a quienes habían arruinado mi vida, lloraba por quienes se preocuparon por mi situación, y finalmente, reía como un loco, me carcajeaba de todo, de aquello prohibido, delante de las cámaras gubernamentales que custodiaban cada habitación del edificio residencial. Veía por momentos el cartel de propaganda gubernamental pegado en mi pared siempre con su logo de juntos y felices por un progreso de la nación acompañada por esa hipócrita imagen del apretón de manos del líder. Recitaba ante aquella imagen todas las verdades que se sabía sobre ellos, sus fechorías, sus trapos sucios hasta que, una oscuridad me invadía y despertaba siempre adolorido como si me hubieran dado una paliza, me senté en el colchón, miraba la puerta de ingreso, esperaba a que los uniformados llegasen, pero nunca aparecieron. Me alistaba para salir como de costumbre para ir a trabajar. Cuando estuve por la calle no hubo nadie, ¿acaso había olvidado que era el fin de semana?, avance cuatro calles, y no hubo respuesta, para colmo, escuche una pregunta a viva voz, ¿Quién era?, me asuste cuando una figura humanoide a lo lejos se acercaba tambaleándose sobre sí mismo como un ebrio, cuando llego no tenía rostro, y desperté una vez más. Ahora ya no es el departamento, es una habitación estrecha de color blanca, escucho susurros, pero no los veo, solo vagas sombras que avanzan sin su portador. Ahora algo cambia y me veo en mi oficina de trabajo, la computadora reproduce un video de toda mi vida hasta la última vez que me excedí con el consumo de STS. Otra vez, aparezco en el departamento donde varios oficiales del partido me han insertado cables, una figura oscura me hace preguntas, pero no logro entenderlas, siento que mis labios se mueven, de ella digo frases que no las entiendo, se mueven involuntaria mente, la figura oscura se acerca, me da topes en la cabeza y dice: vez que no era tan difícil decirme la verdad, descuida, a diferencia de tus amigos, tú me serás útil para localizar a esas ratas que quieren derrocar a mi gobierno.


SILVANA GALLARDO

Hay un rincón oculto, inalcanzable, inexplorable, para los que quieren descubrir los misterios que se guardan allí. Es el fondo de una alma de mujer, la que ha caminado por la vida con cicatrices escondidas en las entrañas, no se ven pero son cúmulo de historias enterradas en lo más profundo, sin sonido, sin voz, sin marca. Son inasibles excepto para ella.
Callada siempre, atesorándolas como si valieran la pena y son vacío. Camina por la vida como si tuviera grilletes en la lengua y la garganta; la acosan dardos hirientes que traspasan sus oídos hasta llegar al corazón que aún resiste y ahí se clavan.
Los embates violentos a su aura, despojada de energía, la protege de sí misma para esconder la bestia que la habita.
A cada golpe certero que hace vibrar de enojo al centro interno de su pecho, le brotan sentimientos indefinidos de homicida. Ver a ese ser que se transforma por el efecto del alcohol; torpe, balbuceante, incoherente, estúpido pero con la fuerza brutal que la somete, la denigra y la destruye.
Cavilan por su mente ideas insanas, cuando después de la agresión y de la afrenta, el monstruo cae como resultado de su asquerosa borrachera.
-¡Qué fácil sería matarlo!- pensó, parada allí, desaliñada y sintiendo el cuerpo sucio por caricias grotescas, exentas de ternura y lágrimas de rabia secándose en su rostro, frente a ese hombre en ese patético estado. Le daba asco, tristeza y rabia saberse presa de esa recurrente situación y un profundo coraje consigo misma por no poner freno a esas afrentas.
Sabía que al día siguiente, tendría que ganarle al alba, con el cuerpo y su espíritu vencidos, para curar la resaca de ese ser, que al despertar exigiría a gritos atención inmerecida, haciendo alarde de su machismo y misoginia.
-¿A qué hora me das de tragar? ¡Cumple con tus obligaciones, para eso te mantengo, vieja inútil!- vociferó contaminando el ambiente con su fétido aliento.
Apenas la noche anterior, entre su violencia y su necesidad de hombre, brotaban palabras vacías de amor, disfrazadas de ternura «eres mi vida», «me haces vibrar», «te amo tanto», y ella maniatada aprieta los labios y muerde su impotencia con el llanto ahogado en sus pupilas. Exhala un ¡no! borrado con la fuerza de ese bulto que dejó de ser persona.
-Después de todo lo que me hiciste, ayer ¿te atreves a gritarme y exigirme atenciones?, solo me lastimas.- Lo enfrentó con valentía.
-¿Qué hice? ¡estás loca! No recuerdo nada.
-¿Cómo vas a recordar si te embriagaste? No sé como llegaste a casa en esas condiciones.
-¡No digas estupideces!- dijo esto levantando la mano con intención de golpearla. -agradece por tenerme.- remató.
Era un círculo vicioso que ya debería romper y caminar en línea recta hacia un camino de luz y de amor propio. ¡Ya no más resacas que curar! ¡Ya no más heridas en el cuerpo ni cicatrices guardadas. Reflexionó en sus momentos de soledad y tomó una decisión, resuelta y con pensamientos fatalistas se armó de valor. Tenía que arrojar esa furia contenido por tanto tiempo.
Sabía que, como cada noche se abriría el telón como si se tratara del escenario en un teatro para repetir la escena. Caminaba por cada rincón , como animal enjaulado, lamiéndose las heridas para que, en cuanto se abriera su jaula, se arrojaría sobre su victimario. Ese hombre que en lugar de llevarle flores, le regalaba violencia. Parecía que coleccionaba marcas de todo tipo de bebidas que ya lucían repletas en un mueble-cantina.
Fijó allí su mirada, que parecía perdida pero atenta a una botella de tequila, entonces, enajenada la tomó para abrirla, acercó su nariz y percibió el característico olor, sintió náuseas. Su mente recreaba esa vida infeliz que soportaba. Con cierto temor y emociones encontradas la llevó a su boca y tragó sin detenerse hasta absorber la última gota, como si hubiese caminado toda la vida por desérticos caminos y pudo saciar su sed.
En instantes perdió la voluntad y el control de sí misma; sin conciencia y como muñeca de trapo cayó pesadamente al piso, inerte por el efecto del elixir que embrutece. No supo cuánto tiempo permaneció así; escuchó de pronto el sonido de una llave entrar en la cerradura de la puerta. Con torpeza se levantó, talló sus ojos para espabilarse y trastabillando se dirigió a la cocina, abrió un mueble y tomó en sus manos un cuchillo afilado, que usaba para filetear la carne. Volvió a dejarse caer en espera de un ente amorfo que un tiempo breve fue el amor de su vida.
Era él, entró, extrañamente en esa ocasión llegó sobrio. Al verla en esas condiciones tan deprimentes, asombrado y confundido, nunca imaginó un espectáculo así y aparentemente preocupado intentó levantarla para después descargar su enojo como era costumbre cuando algo no le parecía. Intentó abrazarla para ponerla de pie cuando de pronto sintió un objeto punzante atravesar su corazón, rodó junto con ella, que con la mirada perdida no se inmutó ante su fatal acción. Reía a carcajadas, desquiciada toco el pecho del hombre como si tomara algún objeto, manchándose de sangre. Se incorporo y levantó las manos «gracias amor, al fin me regalaste una flor».
Salió a la calle gritando esa frase a cielo abierto, la gente aterrada la miraba, no cabían en su asombro y alguien hizo una llamada de auxilio, argumentado un asesinato cometido por una mujer desquiciada.
Fue aprehendida con el evidente cuerpo del delito. No opuso resistencia, pues ya con un poco de sobriedad se percató de la magnitud de su crimen, sin embargo pensó que no pisaría peor infierno que el que se gestó en su casa.
Sentada en el piso de una celda fría y sin ventana, con las manos que cubrían su rostro, se sintió sin vida, sin amor, sin esperanza. La peor resaca de todas las vividas, la suya fue ocasionada por el caudal de cotidianas lágrimas que bebió su alma

SARA MARTÍN

A veces
me voy a esconder
entre las solapas de los libros.
Los lomos me abrigan,
me cuentan mentiras.
Me narran historias,
recitan poesía.
Me emborracho
de letras,
de palabras,
por si esta locura
no la cura
un psiquiatra.
Embriaguez efímera
de versos,
de prosas,
de autores
sin nombre.
Me bebo las letras,
el punto y la coma;
y ante el inminente
coma literario
sumerjo mi mente
hasta el fondo
de un nuevo título.
Y así voy enlazando
una historia con otra,
una resaca con otra,
una poesía con otra.

SOLEDAD ROSA

Cae la noche y mis ojos no tardan en emprender su búsqueda. No necesito más compañía que mi propia soledad ni más luz que la desprendida por la luna. El rincón que dibuja el sofá aguarda impaciente mi regreso a ese retiro en el que me encuentro conmigo misma.
Hoy no tengo escapatoria. Mis manos acarician esa cubierta que decidí cerrar la noche anterior. Su golpe me quedó con la miel en los labios. Mis dedos recorren el relieve de cada una de sus letras, resistiendo a dejarlas marchar.
Son tantas las historias en las que me he perdido, tantos los personajes con los que he vivido y tanto lo que he sentido con tantos escritores que, tan solo puedo decirle “encantada de conocerle”. Y es que, no me acostumbro al sabor amargo que dejan las despedidas.
Mi cuerpo se abraza a su obra, calmando esa sensación de vacío. Añora cada una de sus páginas. Esa, que le hizo olvidar el tic-tac del reloj. Esa, con la que sufrió y protestó ante alguna injusticia. Esa, que le hizo recordar su historia de amor. Esa, a la que tuvo que decir adiós. Y esa, con la que volvió a despertar.
Cae la noche y mis ojos no tardan en emprender su búsqueda. Su olor es distinto y su tacto me cura de esta resaca que arrastro desde niña conmigo. Una niña que encontró su refugio entre las solapas de un libro. Regreso, una vez más, a ese retiro en el que me encuentro conmigo misma. No necesito más compañía que mi propia soledad ni más luz que la desprendida por la luna.

JAVIER GARCÍA HOYOS

RESACA
Ahí estas. Tu inconfundible señal se deja ver de nuevo entre las olas. Ellas dejan su espuma al tocar la arena de la playa, y mientras, tú, marcas el camino hacia el horizonte.
¿A dónde vas? ¿Hacia el sol que se posa al borde del mar? Debe ser grande tu soledad, pues te empeñas en arrastrar todo lo que cae dentro de ti.
¿Cuántas vidas te has llevado? ¿A cuántos engañaste para abrazarlos y no dejarles volver? ¿Eres como las sirenas que oyó Ulises ?
Y no puedo enfadarme contigo, porque es tu naturaleza. Pero sí me molesta que solo arrebates aquello que te interesa. Si algo te echo en cara es, que cuando te ofrezco algo, no me atiendas.
¿Cuántas veces te ofrecí mi pesar? ¿Cuantas mis lágrimas? ¿Cuántas los momentos que quise perder de mi memoria? Pero tú me traicionaste, y ahora, yo, te miro con rabia.
Rabia por sentirme vendido, rabia por saberme olvidado, rabia por verme derrotado, humillado, burlado por tu condescendencia.
Solo te pido, te suplico, te imploro, que te lleves todo lo que te ofrecí, que cumplas tu objetivo, para lo que existes. Que te lleves lejos aquello que cae, y dejamos, en tu camino; y lo lleves hasta el sol del anochecer para que no vuelva.
Que te lleves mi oscuridad y solo quede la luz.

PILAR MONTES

Tema de la semana: Resaca.
Es muy asqueroso sentir la sequedad de la baba en mi cara y ni decir lo manchado que dejo mi pijama, la cual justo había lavado ayer antes de la “reunión privada” en casa de Melanie Suarez. El solo haberme levantado sin medias indica mi mal día y eso que encuentro a Daniela acurrucada al lado derecho de mi cama de lo más tranquila. ¿Cómo puede dormir si se bebió dos botellas? Yo apenas tomé tres vasos de pisco por insistencia de esta cuando prefería el vino dulce con 25% de alcohol de la categoría viña.
Me destapo y despierto a mi visitante. Al tocarla, me pide que me calle pues el ruido quintuplicado la afecta; Daniela, no eres la única que odia la resaca, pero ahora quiero ir a ganar mi sueldo mínimo. Necesito una ducha, pero el cuerpo de Daniela me impide salida por lo que la muevo, pero la gorda ni se esfuerza. Para mayor dificultad, la calentura en mi cuerpo ha aumentado y más con el contacto corporal de su cuerpo de pera, ósea, de mi mejor amiga.
Si la noche anterior hubiera tenido una aventura, ya hubiera saliendo del hotel. Necesito llegar a la oficina.
— ¡Daniela! ¡Danielaa! ¡Danielaaaa! — le grito, pero ella me tapa la boca con su mano. Le muerdo y ella tira la sabana sobresaltada—-
— ¡¿Ahora eres un pitbull?! — duda a lo que afirmo con la cabeza—. Ella se lo busco. — ¡Te pasas de veras Jhoana Laura Sanchez Guerrero! – grita aún más fuerte a lo que ambas nos agarramos la cabeza por el dolor—. ¡Mira, casi me reviento la cabeza!
Al verla hacer su berrinche pude darme cuenta que esta doña treintañera trae un sostén negro y unos pantalones corto apretados que le quedan al muslo. Además, trae esos pantis rosados, aquellas que seduce a cualquiera. Que ganas de incomodarme, sabe que no me gusta los senos a la vista.
Recojo mi cabello en una coleta improvisada mientras ideo mi balance del trabajo cuando Daniela me impide el paso.
— ¿En serio vas a ir a trabajar? — duda extrañada—. No deberías aun sabiendo lo de la alarma que resonó ayer…
— Créeme que sería lindo no trabajar en esta nueva pandemia, — le digo y aumento—, pero no puedes vivir sin el dinero; ni debería darme el gusto de llegar tarde por lo que necesito que te salgas—.
— Pero si puedes hacerlo desde el hogar. Nuestro jefe nos ha dado la oportunidad de retirarnos del trabajo presencial, pero desperdicias tus chances de no exponerte al contagio ni de morir por lo “agresivos”. ¿No te acuerdas cuando…? — no termina la pregunta a lo que luego me señala el brazo derecho.
Al remangarme la manga percibo los moretones verdes y morados hasta llegar a mi muñeca. No me parece novedoso porque no siento dolor, pero si es desagradable. Me bajo la manga a lo que Daniela continúa hablando.
— ¿Así que una señora de mascarilla rosada, pantuflas marrones y saco negro me golpeó? —. ¡Y eso fue porque tú te comiste a su perro! ¡Sabes que no puedes realizar ello Daniela!
— No tengas miedo… —expresa tartamudeando a lo que se abraza a la sabana—.
— Sabía que viajar al viñero de Melanie fue mala idea y más aún beber del pisco, eso te excita tanto que no puedes controlarte. ¡Verdad! Recuerdo que la policía nos detuvo para darnos una multa por lo del perro. ¡Con más razón debo ir a trabajar!
— Sobornamos al policía con tu atractivo — dice, pero se corrige— pero termino dándonos otra multa. Si mi madre me viera, estaría decepcionada de mí.
— ¡Tienes razón! Ella nunca comió a ningún animal doméstico, y seguiría así si no hubiera muerto por el virus…
Al ser de su misma clase me convierte en una “agresiva”. Verás, nos gusta comer mucha carne y de vez en cuando, se nos antojan los animales vivos. No somos conscientes de lo que hacemos hasta ver la sangre en nuestra boca, y por poco nos vuelven a detener. Daniela ha tenido miedo y no es solo porque hay virus, sino que, al ver cuerpos tirados en las puertas, ha incrementado nuestra hambre. Desde que doña Carmen se fue al infierno, yo procure cuidar de Daniela. No ha pasado dos días y se le ocurre ir de fiesta.
Me desagradan las inmaduras, pero agradezco haberla encontrado.
Apenas es mañana y el dolor de cabeza y emociones me han mareado. Daniela aún no me mira, trae la cabeza baja y asiente con cada afirmación. Reconozco esa fase y lo entiendo, me estoy comportando como la maldita de su madre. Me acomodo a su lado desviando la mirada al techo y apoyo mi cabeza con culpa. Aceptar mi error me diferencia de los humanos.
— Disculpa a la tonta que no vio tu preocupación, a la amargada de tu amiga—.
Apenas siento que sus brazos rodean mi cuello supe que sería un momento incomodo, bastante que apenas podría mover mis labios. Mi oído percibe sus latidos pausados que me envuelve en la vulnerabilidad. Huele tan bien a pesar de no haberse bañado y ni decir de su cabello lacio corto, incluso mis manos ya no están tensas al sentir su contacto. Todo es bonito hasta que decido terminar el abrazo y le digo claro:
— Antes de que el timbre de toque de queda suene, te aseguro que volveré por esa puerta. La pandemia no nos matará tan fácilmente porque no somos humanos; no somos imprudentes ni crueles, solo sobrevivimos ante su superioridad Daniela. Así que confía en mí. — se lo digo con una voz dulce que me sorprende bastante—. — Debo ir a trabajar…
Daniela se acomoda a un lado dejándome salir. Me dispongo a alistar mi mochila y después agarro mi ropa de salida para ir al baño sin antes verla de reojo. Percibo su temblor a lo que sonrío para darle ánimos y giro la manilla.
Al juntar la puerta, mi sonrisa desaparece al ver manchas en mis pies.
— ¡No puede ser! —, grito al ver a un hombre uniformado y mutilado en la sala—. ¿El mismo guardia de anoche? Acaso, ¿la excitación la llevo a ello…? ¡Carajo!
— Puedes bajarle 10 puntos a tu volumen — me pide amable Daniela al salir del cuarto—.
— ¡¿Daniela?! — dudo con sumo espanto—.
— Debiste tomarte el día libre—

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25 comentarios en «Resaca – miniconcurso de relatos»

  1. Esto está realmente muy complicado Me dejo atrás relatos realmente buenos, pero no se puede votar a todo el mundo.
    Me decanto por:

    José Armando Barcelona
    Jacinto Fernández
    Coronado Smith

    Responder
  2. Como me ha sido imposible decantarme por uno solo, reparto mi voto entre:

    Tali Rosu
    José Armando Barcelona Bonilla
    Gabriela Inés Colaccini
    Efrain Díaz

    !!Nivel altísimo!!

    Responder
  3. Es muy complicado ya que están todos geniales. Difícil un solo voto. Personalmente me decanto por las obras de :

    TALI ROSU
    MARI CARMEN DBEBES
    JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO
    IRENE ADLER

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  4. Sois una pandilla alucinante, que cada semana lo ponéis más difícil. Pero esta vez, pese a lo mucho bueno que habéis escrito, mi voto es para

    CONCE JARA

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