Corazonada – Miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «corazonada». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 3 de febrero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Lo presentía. No sé porqué pero aquella alteración que había quedado en mi persona después de despedirte en la acera de la puerta de mi casa tras haber pasado el día juntos y tu beso que digo, tus besos dejaron mis labios abultados y rojos, delatores a los ojos de la gente de tu desesperado amor por mi.
Si, mi sospecha que algo iba a ocurrir, se hizo realidad.
Yo estaba sentada escuchando la radio cuando sonó el timbre del teléfono. En aquellos años de nuestro locos amoríos, en las casas solo había un teléfono fijo.
Me levanté de la silla y salí disparada hacia el aparato.
Mi corazonada, no me había engañado.Al coger el teléfono y oír tu voz mi fuerza de mujer se tambaleo al sentir el pálpito de mi corazón.
Un presentimiento interior me hace presagiar que pronto nos volveremos a besar…

CORONADO SMITH

CORAZONHADA”
El corazón de las hadas
se yergue en su esplendor,
en el reino de Áes Shíde,
en un baile sin parangón.
Es su perversa inocencia
la que llena de fascinación
el corrupto ojo humano,
y su alma, de ambición.
Xanas o mouras.
Lamias o náyades.
Algunas son recogidas
en cuentos singulares.
¡Ay de quien maltrate la naturaleza!
Lo castigarán sin compasión,
engatusándoles con sutileza
para sumirlos en su perdición.
Pero a quien lo merece
premian con satisfacción,
Conjuros y encantamientos,
puro orgasmo para el soñador.

AMALIA MARTÍN

Una niebla densa sepultaba las copas de los árboles at the Royal Avenue en la Isla Esmeralda entre los condados de Antrim y Down justo en la desembocadura del río Lagam.
Un año más había que regresar a casa.Atràs quedaba el recuerdo de aquellos veranos adolescentes al abrigo de las fiestas universitarias y clases interminables en la Universidad de la Reina.
Tú y yo almas errantes ajenos al mundo que nos rodeaba.
Tardes de sol en la plaza de Donegall.
Escapadas prohibidas al barrio oeste para visitar Falls Road buceando entre murales políticos y tanques de guerra ,burlando el peligro en cada uno de sus rincones para hacernos fotos en los Muros de la Paz en Cuppar Way. Cruzamos esas puertas metálicas que separaban los barrios católicos y unionistas.
Nos prometimos lealtad entre abrazos sempiternos y pasión exultante y planificamos cada amanecer a golpe de risas y ojos chispeantes.
Cada minuto sin ti mi corazón palpitaba por el ansia de volver a tus brazos .
Cada noche te soñaba por pura obsesión y me jactaba de vivir en mi mundo de sol y arcoiris.
Soñamos con atrapar el mundo y casi nos envuelve en sus tentáculos.
El taxi nos llevó a la estación de tren.
El tiempo no detenía su dantesca marcha.
Tus ojos clavados en los míos,nuestras manos entrelazadas y ese abrazo final me erizó la piel.
Tuve la corazonada que sería el último y un extraño escalofrío recorrió mi piel produciendo una palpitación en las sienes que casi me rompió el alma en dos.
Unimos las manos a través del cristal en la vieja estación de ferrocarril y nos dimos el último adiós.
Tus recuerdos intactos y mis lágrimas afloraron en mi soledad …te pensé ,te reviví ,te amé pero intuí que nuestro amor tendría fecha de caducidad.
La noche me despertó envuelta en sudor atrapada por una tremenda pesadilla pero…ya había pasado.
Desperté más tranquila.Conecté el móvil con un mensaje de amor: buenas noches princesa.
Aquella madrugada el avión que nos separaba había caído al mar y todos sus pasajeros perecieron en el momento del impacto final.
Tuve la corazonada que nunca podría olvidarte

FÉLIX MELÉNDEZ

SOLO ANTE MIS MIEDOS.
EL SONIDO DE UN TREN
El sonido de un tren que descarrila, con el silbato de su sirena pitando sobre el fondo, bien fuerte y el zumbio que la velocidad produce en una tremenda sacudida, una estampida de ruidos, una explosión, que retumba y retumba como un eco reiterativo en mi cabeza cada día. Es como una película lentamente visualizada en mi mente poco a poco y diaria, por capítulos que al día siguiente desaparecen y no recuerdo más.. .Y vuelven una y otra vez cada día. Pero que deja en mí una mala muy mala corazonada de que algo va a pasar o ya pasó, es un sin sentido.
Parecen perderse entre las vías; mis recuerdos, mis miedos, entre mis ojos, que me arden por una extraña sustancia y el crujir de las voces, obligándome a escuchar una y otra vez, golpeándose los lamentos, chillidos y llantos. Todos contra mi cabeza. En mi cabeza retumban y retumban.
¡Los gritos! Los gritos están grabados en mí mente. El frenazo impresionante del tren, a continuación todo volcado, y clavados los hierros en las voces de la gente.
Todo un aglomerado de quejas y golpes, se oían, junto a mí, una tremenda colisión en mi cabeza, un dolor agudo que me lleva a la pérdida del conocimiento total. Siempre es igual. Una y otra vez.
Aparecen y desaparecen los ruidos.
La sangre salpicaba los cristales, chorreando sobre los vagones, amontonados. Yo buscaba ansioso con la mirada ida algo… Es una mirada ausente y completamente pérdida.
¡Mi hija! Venía conmigo, estaba pensando, una sensación de dolor de cabeza, un goteo, de sangre que pasaba por mi boca dejándome un sabor amargo, muy ácido.
Llegaba a mi mano llenándola completamente de sangre pastosa y los dedos se estaban pegando y quedándose sin movimiento. Estoy atrapado entre los hierros de los sillones, con la cabeza chorreando sangre y en las piernas la sensación de no poderlas mover.
Suenan sirenas de policía, bomberos, no puedo respirar, el ruido es inmenso, impresionante, el aire me empieza a faltar, me asfixio. Tengo una sensación de ansiedad de mal presentimiento, una corazonada que me atormenta algo muy grave creo que le ha pasado algo grave a mi hija. ¡Habrá muerto!
De nuevo vuelven las pesadillas, noto la mano entumecida, no puedo más; se me nubla la vista. Y pierdo el conocimiento. Caigo sobre mí mismo y pierdo el sentido.
Un ronroneo que me tranquiliza. Las palomas, de nuevo, vienen volando hacia la terraza, y empiezan a bailar con ese ritual que me relaja, con unos sonidos extraños de ronroneo
que parecen agradables. Son blancas y están pavoneándose delante de mí. Realmente son hermosas.
La cabeza, me duele… la sangre me obliga a cerrar los ojos, con su goteo, la sangre pegajosa que me debilita me produce un sueño imposible de abrirlos. Corre por mi cara dejándome con un cansancio insoportable. Una gran debilidad, un sueño infinito que me lleva casi relajado a la pérdida total del conocimiento. Siento que caigo, caigo y caigo. Es como flotar…
¡Despierto! y el corazón bombea con fuerza, empiezo a ver gente llevándose a los accidentados. Ya están aquí los médicos. ¡Por fin!
Jazmín, ¿dónde estás?, hija.
Por Dios, ¿dónde estás?… ¡Contesta!
Qué te habrá ocurrido. Maldita sea.
Tengo miedo, mal presentimiento ¿Dónde estoy? ¡ Este, qué lugar es!
¡Ésta habitación! me recuerda algo,
en fin; no lo sé.
cómo se llama, ¿cómo se llamaba el doctor que me trata? El hombre viene a visitarme y habla bajito, muy bajito.
Pero; si yo, no tengo hijos. ¿Por qué recuerdo a Jazmín?
¿Quién es Jazmín?
Tengo que pensar. Tengo que preguntarle al doctor. Qué me pasa.
Creo que me estoy volviendo completamente loco. O quizás ya esté.
¡Willy!, se llamaba.
Las fotos del barco blanco. Claro Willy.
Otra vez, de nuevo,
las fotos en mi cabeza quiénes son.
Tengo que recordar, ¿cómo se llama el Doctor? ¡Por Dios! yo qué hago aquí, en esta habitación; me tengo que ir. Pronto me escaparé.
Me tengo que largar. Me da mala impresión este lugar. Tengo una extraña corazonada. ¡No lo soporto más!
Sí, ese hombre que viene, el que conoce a Jazmín lo apuntaré para más tarde recordarlo.
Me voy a esconder que no me vean, me iré allí al rincón, lejos, y me escondo detrás de la mesa. Me agacharé. Estoy oyendo pasos que vienen hacia aquí. Será la bata blanca. Seguro.
¡Que mala corazonada me da esa bata blanca!
La bata, la bata blanca.
La bata blanca me quiere matar.
¡Tengo que escapar!
¿Quién me está llamando, Jazmín?
-Jazmín, ¿eres tú?
¿Dónde estás? Tú me llamas…
Sí cielos, te oigo. ¿Dónde estás?
Ya voy hija. ¿Dónde estás?
Las voces del tren de nuevo, empiezan a perseguirme.
Sí, esa voz es la de Jazmín.
El cristal de la ventana está roto y lleno de sangre, nadie se presenta, y los sillones del tren están amontonados. Nadie viene. Sólo el ruido de las ambulancias.
¿Cómo se llama el doctor?
No lo recuerdo…
(Suena la puerta)
– Hola, buenos días, Rober.
-¿Cómo te encuentras hoy?
-¿Me conoces?
Sí. Usted es el doctor…. Perdone Ud. Pero no recuerdo su nombre.
Mirándolo fijo a los ojos, y acercándose a él, que estaba retirado al fondo de la habitación, no dudó ni un momento, gesticulando con los labios le dijo, muy bajito. y lento muy lento. «Hola soy el doctor, Dijar,» «Dijar»
Mi nombre es Benjamín, pero puedes llamarme. Dijar, doctor Dijar.
No puedo recordar su nombre doctor, que me pasa, ¡pero lo voy a intentar! Para no olvidarlo. ¿Dónde lo puedo apuntar?
Sabe usted, algo de Jazmín. No sé Doctor, a veces creo que tenía una hija, otras no. Me voy a volver loco. Realmente ahora no sé si la tengo o no.
Aparecen sombras moviéndose por toda esta habitación. Y me miran en el silencio de la noche cuando no hay luz, yo no puedo verlas en la oscuridad. Pero de día sí. Pero siempre están calladas algunas se quedan sentadas ahí. Y no me hablan aunque les pregunte. ¡Aunque le hable! Y hasta me cogen de las manos.
¡No me dicen nada! Dijo Roberto, medio gritando y medio llorando.
¿Doctor usted cree que estoy loco?
– ¿Jazmín?-dijo el doctor extrañado.
Has dicho Jazmín.
Era la primera vez que Roberto le preguntaba directamente por alguien. Y hablaba con él.
-Roberto, ven y siéntate aquí conmigo.
Los dos estaban sentados en la cama, uno al lado del otro.
Escucha Roberto:
Hace tres años el tren en el que viajabas junto con tu hija, con destino hacia Madrid, tuvo un choque, con un camión que quedó atravesado en la vía.
A consecuencia del accidente, tu hija sufrió, graves lesiones
en el cráneo, que han influido en sus capacidades. Y tú, tuviste una pérdida total de memoria. Estuviste varios días sin conocimiento. Y algunos meses en coma, con vida vegetativa.
Despertaste sin recordar nada.
-¿Qué me quieres decir?
¿Está viva?
-Sí. Te refieres a Jazmín, ¡verdad! Pero está en cama. Está en coma inducido. ¿Me entiendes? Acostada, no se puede mover nada. Es como un vegetal, vive gracias a las máquinas.
-Sí. ¡Mi hija! ¡Mi hija! Pobrecita, pero ¿habla?,¿ dice algo? Me llama.
Escucha…
-No. No puede hacer nada. Sólo mantiene una vida vegetativa.
Empezó a repetir el nombre, Jazmín, Jazmín, y una temblina sacudía su cuerpo, de arriba a bajo, junto con un rechinar de dientes, y en balanceo de su cuerpo, de atrás hacia delante, con su mirada perdida de nuevo hacia el techo. Parecía que iba a sufrir un ataque de nuevo.
El doctor salió de la habitación y llamó a la enfermera, quién entró de nuevo con una inyección preparada ya, de antemano. Un calmante.
Rober, cuando la vio empezó a gritar, bien fuerte. No te acerques.
¡No, la bata blanca no! ¡No! La bata blanca me quiere matar.
Lo sabía, me lo daba el corazón; me quieres matar… Si. Verdad … ¡Lárgate!… Gritando Roberto se fue al rincón.
Ahí, ahí, ahí viene. A matarme. Mírala. Cómo se ríe la condena. ¡Doctor! Venga usted. ¡Doctor, por favor!
Me tengo que callar. Sí. Se decía a sí mismo. En alto.
¡No puedo hablar! Me concentraré.
Me estaré quieto, para que no me vea.
¡ las palomas, las palomas!…Las quiero ver, necesito verlas. Que vengan hacia mí. Me concentraré…
-Roberto, tranquilo, no pasa nada, solo es un tranquilizante, ¿sabes?
-Roberto, ¿qué pasó con la foto que te di?, ¿dónde está? La fotografía de ayer.
Tranquilo, es lo mismo que todos los días. Es la inyección que te tranquiliza. Por cierto Dime: ¿Dónde está la foto que te dejé ayer?. Me da el corazón que la tienes escondida.
Pero Robert, no soltaba palabra. Continuaba meciéndose mirando hacia el techo. Terso y tieso como si de un bloque se tratara.
Mientras, la enfermera buscaba con la mirada, por todas partes, la foto del otro día, pero por más que estuvo buscando al parecer había desaparecido. Pinchando la inyección al tiempo que le hablaba.
-¿No me dices dónde está la foto? La que te dejé ayer. Le preguntó de nuevo la enfermera a Roberto. No lo recuerdas. La dejé en la mesa que la vieras. «Lo del barco» Para que te pudieras aclarar, la explicación de lo que pasó, ya no te acuerdas del reportaje.
Roberto no le miraba, ni le contestó.
¡Roberto! Pues hasta luego. Hasta mañana. Dijo la enfermera mirando alrededor, buscando la foto dichosa que no era más que una hoja de revista. Me da el corazón que la tiene escondida.
Uh. ¡El cuadro está torcido! malo sea que no la tengas ahí; escondida, me da a mí esa impresión, estaba hablando la enfermera en alto.
Ya la encontraré mañana o pasado. Se fue la enfermera susurrando en alto.
Rober estaba observando el rincón donde el morgaño, parecía tejer su tela de araña, que sólo se veía cuando te aproximas a él. A Roberto le gustaba observar como estaba un tiempo quieto y al ratito empezaba otra vez con su tela, repasando, reparando y haciéndola más grande pegando los picos al techo, subiendo y bajando. Roberto empezaba a imitar su comportamiento iba y venía, se esperaba un rato y seguía por la habitación de un lado a otro. Algunas veces se quedaba horas completamente parado, moviendo la boca salivando.
En un momento, cambió de posición bruscamente y se quedó mirando despacio toda la habitación, con un giro de la cabeza, parecía recorrerla, como buscando algo…
Una sombra cruzó, justo delante de él, obligándole a caer a Roberto sobre la cama de un empujón con el aire.
Saltó de la cama y se fue hacía una estantería pequeña, donde había un bolígrafo.
Lo cogió y quitó un pequeño cuadro, descolgándolo de la pared, donde escribió la palabra » Dijan», se podía observar con rayones que también ponía Jazmín. Había una foto, la portada de una revista doblada y remetida en el marco por la parte de atrás. Era una foto donde había un barco hundiéndose.
Miró hacia los lados y volvió a colocar el cuadro en su sitio, los ojos brillaban con una alegría inusitada, como si hubiera conseguido un gran triunfo, la sonrisa se instaló en su cara. Y volvió andando de puntillas hacia el rincón colocando el bolígrafo, exactamente en la posición en la que estaba minutos antes. Dejándolo justo al lado de un viejo diario con pastas de cartón todas viejas y arrugadas.
Empezó a decirse para sí, Doctor Dijan, Dijan, Dijan, ¡oh era Dijar! Dijar, ahora no lo sé. Luego lo veré otra vez, de nuevo; me lo tengo que aprender.
Claro que si dice que está en coma, me gustaría verla, la pobre qué pensará, dice que hace tres años. Tres, parece demasiado. Todo ese tiempo llevo aquí. Pero… Yo no podía tener hijos. Me lo dijo el doctor aquel. Aquel cómo se llamaba…
¡Cómo nació Jazmín! No la recuerdo recién nacida. Era un secreto entre mi mujer y yo. Nosotros nunca tuvimos una niña pequeña, recién nacida. No sé, no la recuerdo de bebé, pero si después de niña.
¡Mi mujer! ¿Qué pasó con ella?
¿Dónde está? ¿Por qué no viene a verme?

BENEDICTO PALACIOS

—He tenido una corazonada —dijo complaciente Marcial—. He reflexionado sobre la frase Lázaro, engañado me has, e inferido que no hay en ella sombra de malicia. El ciego ironiza al percatarse de que Lázaro calla cuando él mudó propósito. Y pues es verdad que la frase altera la lógica, pues no es lo corriente que un ciego lograse descubrir un engaño tal, se ha de conceder que lo deducido hunde su raíz en el suelo de una benévola intuición.
—Yerra usted. Le traicionan sus simpatías por Lázaro. La corazonada procede del sentir puro del propio corazón, y estimar afable la sagacidad del ciego no le da derecho a juicio tan indulgente. Sobre este asunto se han de vedar la razones del sentimiento, porque el encuentro entre el ciego y Lázaro acaece en un contexto de maldad. El ciego se sirve de su astucia para descubrir el engaño y la acción transcurre dentro del mundo donde predominan la avaricia y la mezquindad.
—Maestro, juzgo como juzgo porque dejo que hable el corazón.
—Pues haga cuenta de que eso es una regresión, un volver a su niñez con su peto de pana.
—¡Ah! Qué tiempo, qué recuerdos.
—Le sugiero que, como el ciego, mude propósito, o recibirá de la vida una pila de calabazadas.
—¿Es una predicción, una intuición?
—Da lo mismo cualquiera de las dos.
—¿Y no podría ser lo suyo una corazonada?
Enmudeció el maestro. Era, pese a su sabiduría, desgraciado en amores. Una mujer le había robado el corazón.
(El Lazarillo de Tormes)

MARI CARMEN MERCHÁN

CORAZONADA
Esa semana fue diferente. Apenas saludabas cuando entrábamos, tus ojos se abrían con dificultad y tu cuerpo ya no respondía como antes. Estabas envuelto en un letargo entrecortado solamente por nuestras palabras.
El día de tu partida te visité. Recuerdo que esa mañana el corazón quiso hablarme pero, lejos de escuchar esa corazonada, quise creer que todo iría bien. Que todo sería como antes, que podríamos volver a soplar las velas horas después.
Doloroso fue descubrir que mi corazón llevaba razón. Tu vida solo estaba mantenida por el impulso del marcapasos que llevabas. Ese pequeño aparato parecía saber que no queríamos que te marcharas e intentaba, a toda costa, que tu latir no cesara. Intentaba aguantar para que aquellos que esperábamos en esa sala pudiéramos despedirnos de ti. Darte un último abrazo, un último beso, decirte el último “te quiero”, coger fuerte tu mano mientras te marchabas. Pero no pudo ser, no nos dejaron. Quizás, lo pienso muchas veces, si hubiera hecho caso a esa corazonada, si no te hubiéramos movido de tu casa, solo quizás, nuestra despedida hubiera sido diferente.

ÁNGEL MARTÍN

«Algo va mal». Cuando esas palabras resuenan en el corazón, poco puede hacer el pensamiento racional para enfrentarse a ellas.
«Algo va mal». No sabes qué es, pero algo tiene que ir mal, porque, ¿por qué no iba a ir mal? Las entrañas lloran lo que la mente esculpe.
«Algo va mal». Todo a tu alrededor indica que no es así. Que todo está bien y lo va a seguir estando en los próximos segundos. No. Algo tiene que ir mal en alguna parte.
Miras el móvil con angustia. Sabes que vas a recibir una llamada de teléfono portadora de malas noticias. También sabes que pensar así no tiene ninguna lógica. Sabes que la gente que sabe a veces se equivoca. Joder, esperas equivocarte.
Suena el telefonillo, das un respingo. «Algo va mal». Si lo coges no habrá vuelta atrás. «Algo va mal». Suena de nuevo.
Tienes miedo de que le haya pasado algo a un ser querido. «Qué estupidez. Me habrían llamado por teléfono». Le echas un vistazo rápido al aparato con desconfianza, por si en estos siete últimos segundos hubiera ocurrido algo mientras desvariabas. Nada. Por supuesto que nada.
Cuatro segundos más e insisten en llamar al telefonillo. Con el pecho tocando una batucada, respondes a la llamada.
—Cartero. Traigo un paquete.
Respiras hondo con alivio y abres. «Algo va mal». Hostia, ¿y si el paquete es algo malo? «Para ya. Será el libro que pediste», te dices, y casi te lo crees.
En efecto, era el libro.
Vibra el móvil. Un WhatsApp. Nada importante. Sales a por el pan. No te atropella un coche, ni te atracan, ni hay un terremoto, ni se traga el planeta un agujero negro. Vuelves. Comes. Te duchas. Socializas. Nadie te da una mala noticia. No te pasa nada. Te relajas.
Anochece. Cenas y te sabe todo fenomenal. Ves un capítulo de tu serie favorita mientras picoteas y no te atragantas con nada. Incluso el capítulo es bueno.
Te vas a la cama riéndote de las tonterías que se te ocurren. Apagas la luz y sonríes.
«Algo va mal». Y entonces te acuerdas.
«Mierda».

PEDRO PARRINA

Con los héroes y heroínas, de todos los días, que escriben novelas, con los dioses y diosas que exhalan y vomitan poemas, con los que conviven o se cartean con monstruos, hadas y sirenas, con los que cuentan cuentos a brujos y hechiceras, con los que con fantasmas dormitan y/o se despiertan, tengo la corazonada de estar protegido en un mundo de fantasía.
Tened cuidado cuando salgáis ahí fuera, a esa realidad inventada e incierta .

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Eran las ocho de la mañana y tenía la corazonada de que la administradora del grupo de escritura creativa cuatro hojas estaba a punto de poner el tema de la semana. Mi pluma temblaba y las ansias se apoderaban de ella deseosa de juntar letras, formar palabras, con ellas oraciones y dar forma a un texto que tuviese sentido, o no…
La corazonada se cumplió al abrir nuevamente la red social de facebook y entrar nuevamente en el grupo, sí, estaba puesto el tema de la semana. Entre mi alegría y regocijo afile mi pluma para que levitase sobre una hoja en blanco, pura, pulcra, clara y limpia. Comenzó a soltar su tinta sobre el papel mientras mis sudores iban remitiendo y mi nerviosismo mermando, mi adicción a la escritura se la debía en gran parte a este grupo. Pero era una adicción sana, inocua, segura y terapéutica.
Ante la intuición que sentí en ese mismo momento tuve un gran bloqueo, no sabía cómo terminar mi historia y mi pluma seguía teniendo tinta, así es que decidí continuar, lo que los expertos llaman paja, que todo sea dicho no tiene ninguna connotación sexual, tenemos que aprender a contextualizar, pero mi pluma no hacía más que derramar tinta de manera orgasmica y no podía parar, era multiorgasmica. Pero no daba con el climax final que merecía esta historia.
Lo mejor para un final es dar un giro inesperado, tomar una bifurcación que nadie espera, ni siquiera el portador de la pluma, la cual se quedó sin tinta en el peor momento y tuve que repasar las últimas palabras para que se pudiesen percibir, pues la tinta se secaba, mientras lágrimas brotaban por mis mejillas y ya sólo me quedaba comprar otra pluma y esperar a la semana que viene. Tengo la corazonada de que la semana que viene volveré a escribir y mantendré el ritual y la adicción sana que tengo. Gracias Grupo de Escritura Creativa Cuatro Hojas. ¡Hasta la semana que viene!

BEGO RIVERA

El TAXI
La niebla era tan espesa que Jordi no veía nada. Dentro de su taxi esperaba la hora para finalizar su jornada. En su parada oficial entre la estación de autobuses y un gran hotel temía a algún cliente de última hora. Eran las diez menos veinte de la noche y debía esperar hasta las diez para finalizar; tenía un marrón que quitarse de encima antes de ir a casa. El taxi era de su padre que hacía el horario de mañana. Jordi odiaba trabajar con el taxi pero su padre le dio un ultimátum: o trabajaba en el taxi y se ganaba la vida o se iba de casa. Accedió con desgana pero seguía con sus trapicheos.
Jordi con veintiséis años tuvo que volver a casa de sus padres hace tres meses después de haberse ido con dieciocho y haber estado dando bandazos por ahí metiéndose en líos. Después de salir de prisión no le quedó otra…regresar a casa de sus padres. Tuvo suerte, fue condenado por robo con violencia, podría haber sido más de un año con sus antecedentes. Antes de entrar en prisión vivía con su novia Sara, cuando salió de la cárcel ella ya no quería nada con él y aunque ella no se lo había dicho… Jordi estaba seguro que tenía otro novio.
Jordi había sintonizado las noticias en la radio. Siempre ponía música Rap, pasaba de lo que sucediera en el mundo, no iba con él. Pero esa tarde desde que se montó en el taxi escuchaba las noticias. Lo más comentado era la desaparición de tres chicas, las tres de su misma ciudad pero en lugares y fechas diferentes, al parecer no existía conexión entre ellas. Hacia dos semanas aparecieron dos chicas asesinadas, abandonaron sus cuerpos cerca del río. La data de sus muertes era de una semana de diferencia entre ellas. Y ahora otras tres jóvenes desaparecidas.
A las diez menos diez Jordi decidió terminar e irse, en ese momento se abrió la puerta trasera del taxi, miró hacia atrás y entre la niebla distinguió una pareja. Antes de que pudiera decir nada se subió una chica muy joven, la agarraba del brazo un hombre que subió tras ella. Como no había apagado la luz de libre se aguantó, no tendría más remedio que hacer la carrera. Miró por el espejo retrovisor interior a través de la mampara de seguridad, la chica de no más de diecisiete años parecía suplicarle con los ojos. El hombre sin dejar de sujetar a la joven llevaba una capucha negra que le cubría las cejas y la mascarilla, sus ojos oscuros en el centro de profundas grietas no impedían ocultar su avanzada madurez.
Jordi se sintió incómodo. El ambiente en el taxi de pronto le resultó agobiante. No sabría describir sus emociones en ese momento, entre una mezcla de subida de adrenalina a la vez que sentía un aviso de alerta.
El hombre le indicó la dirección intentando disimular su voz potente, Jordi lo captó al instante: no se aquivocaba con su intuición, algo malicioso envolvía a ese sujeto.
Jordi maldijo su suerte, el tipo quería ir a una pensión de mala muerte en una estación de servicio a veinte kilómetros, aislada, conocida por la casa de citas al lado de esta; visitada por individuos de dudosa reputación. Los altercados se sucedían día sí y día también.
Cuando Jordi enfiló el camino para ir por la autovía el extraño pasajero- con voz ronca y profunda está vez- le ordenó que fuera por la antigua carretera secundaria. Eran ocho kilómetros más. Le miró a los ojos por el espejo y reflejándose en él supo que no debía contrariarle. Así, en medio de la niebla a no más de cincuenta por hora condujo por la carretera desierta. El entorno era claustrofóbico, tanto dentro como fuera del taxi. Se fijó en las lágrimas que resbalaban de los ojos de la chica empapando su mascarilla, se escuchaba algún quejido pero cuando esto ocurría el hombre le clavaba las uñas en las muñecas y ya no se volvía a escuchar nada.
El camino se le hizo eterno, cuando llegaron a su destino los clientes se bajaron después de pagarle el misterioso pasajero y dejarle una más que espléndida propina.
La chica le suplicó ayuda con su mirada por última vez, sus ojos hinchados y rojos fue el final que vio Jordi de la pareja a través de la ventanilla cuando cerraron la puerta. Luego…se perdieron en la niebla.
Jordi exultante y dando gracias al destino arrancó el taxi y paró a un kilómetro de la zona. Aprovecharía la situación para ocuparse de lo suyo, de su marrón.
El tipo extraño le vino como un regalo merecido.
Jordi abrió el maletero del taxi y alumbrando con su linterna enfocó el cuerpo ya sin vida de su ex novia Sara. A él nadie le dejaba y menos por otro hombre. Según lo recordaba se enervaba más. «¡ Maldita mentirosa!» Pensó. La mató hace dos días con premeditación y alevosía. La siguió a la salida del trabajo, entre la niebla nadie vio como se la llevaba. La llevó a una nave, la mató y escondió el cuerpo allí momentáneamente. Esa tarde lo recogió para deshacerse de él.
Era una de las tres chicas desaparecidas que informaban las noticias. En un principio no sabía dónde esconder el cadáver, pero su cliente de última hora le dio la solución.
Estaba claro que el autor de las muertes y desapariciones de las chicas era ese cliente raro. Y aunque Sara no estaba en su lista…lo parecería.
Jordi sonrió, cogió el cuerpo de Sara, lo dejó semienterrado entre los arbustos. Seguro que el cuerpo de la chica del taxi aparecería no muy lejos de allí.

PERO A. LÓPEZ CRUZ

VIOLETAS PARA VIOLETA
El detective Valbuena se retorcía una y otra vez sobre la cama. En cada uno de los giros, indefectiblemente siempre acababa mirando hacia arriba, con la vista perdida en el techo. Aquellas calurosas noches estivales, junto al caso que le tenía ocupado desde varios días atrás, se habían convertido en un cóctel explosivo que le impedía conciliar el sueño. Al otro lado de la cama yacía semidesnuda Violeta, su mujer. Había sido una noche inesperadamente intensa que, sin embargo, no le había ayudado en absoluto a relajarse.

Dos asesinatos en cuarenta y ocho horas exactas, milimétricamente perpetrados. Limpios, sin violencia, y en todos ellos una serie de elementos comunes. En el escenario de cada uno de los crímenes, flotaba un ligero y característico olor. Cada una de las víctimas, todas mujeres, habían aparecido con una flor en la boca, distinta en cada caso, junto a un pequeño papel enrollado en el que se podía leer un verso.

– Maldito hijo de puta… además de asesino en serie, nos ha salido poeta, el muy cabrón.

Sin embargo, lo que le resultaba más inquietante era el hecho de que, horas antes de localizarse la primera víctima, hubiese recibido en su móvil, procedente de un número anónimo, el siguiente texto:

Tan vivo está el jazmín, la pura rosa,
que, blandamente ardiendo en azucena,
me abrasa el alma de memorias llena,
ceniza de su fénix amorosa.

Aunque la poesía no era su fuerte, tras una breve búsqueda en Internet no le resultó difícil averiguar que aquel fragmento pertenecía a un poema de Lope de Vega.

De repente, sus pensamientos se vieron interrumpidos por el inesperado sonido del móvil. Llamaban de la comisaría.

– ¡No me jodas! ¿Otra más? ¿También con una flor? No me lo digas… y con un papelito enrollado. ¿Esta vez de quién es? ¿Bécquer, Calderón de la Barca…? Sí, sí… tomo nota. Rosa Robles. Calle Rioja, 32. Enseguida estoy por allí.

Valbuena no era un detective al uso. Lejos de la clásica imagen de gabardina, sombrero fedora y el habitual cigarrillo en la comisura, Arturo Valbuena vestía habitualmente una colorida camisa hawaiana verde y amarilla, pantalón corto y gafas de sol de marca. Le gustaba sentirse cómodo por encima de todo. A pesar de su relativa juventud, sus especiales dotes le habían convertido en uno de los más reputados detectives de la división de homicidios. Y era quizás por ese motivo, por lo que solían ser tan permisivos con su imagen.

Aunque aquel era un miércoles cualquiera, a esas horas de la mañana apenas había tráfico. Atravesó la ciudad a una velocidad endiablada, sin parar de dar vueltas a la cabeza durante todo el trayecto. Pese a que tenía algunas sospechas, no terminaba de verlo claro. Algo se le estaba escapando.

En pocos minutos llegó al escenario del crimen. Una brigada completa lo estaba esperando. Tras el breve saludo de rigor del inspector jefe, éste le actualizó al momento. Efectivamente, en la boca del cadáver, usada a modo de macabro florero, aparecía incrustada una preciosa violeta, junto a un papelito enrollado, siguiendo el modus operandi que, por desgracia, ya empezaba a ser marca habitual de la casa. Lentamente, extrajo el pequeño rollo y lo fue desplegando.

Comenzó a leerlo con atención cuando, de repente, un escalofrío recorrió su cuerpo. Visiblemente nervioso, Balbuena acababa de atar cabos y en ese momento, una inquietante corazonada se adueñó de él. Su reacción fue inmediata. Arrancó su deportivo y enfiló la avenida, directo a la comisaría. Con la adrenalina disparada, el trayecto no le llevó más de diez minutos. De un portazo, hizo su entrada en la sala de manera estrepitosa, ante la sorpresa de todo el personal que se encontraba allí, trabajando en el caso.

Sin mediar palabra, dirigió su mirada a una enorme pared donde se hallaban recopiladas todas las pistas relacionadas con la investigación:

Primera víctima: Azucena Abascal. Lunes, 7 de la mañana. Fue encontrada con una margarita, junto al siguiente poema:

Y para hacerle cantar la canción que aprendió,
yo le construiré un silencio que jamás nadie escuchó.
Porque Margarita es todo y ella es mi locura.

Segunda víctima: Margarita Martínez. Martes, 7 de la mañana. El cadáver tenía incrustada en la boca una llamativa rosa amarilla, junto a un papel enrollado con el siguiente texto:

Rosa de Alejandría, rosa amarilla
hoy has de ser mi guía, rumbo entre islas.
Faro de mediodía, rosa sencilla.

Al detective Valbuena aquel texto le recordaba vagamente alguna canción. Cada vez más asombrado al comprobar que todo empezaba a cuadrar, añadió la información de la reciente víctima:

Tercera víctima: Rosa Robles. Miércoles, 7 de la mañana. Esta vez la flor era una violeta, y el texto, que Valbuena había anotado en su cuaderno, era el siguiente:

Más sola que una maleta
olvidada en la Gran Vía.
Desde que se fue Violeta, enlutando la poesía
se ensañan con los poetas, las faltas de ortografía.

Por algún motivo, este texto también le resultaba extrañamente familiar.

– A ver, chicos, venid todos por aquí. Creo que ya lo tengo. Todas las víctimas son mujeres, cuyos nombres hacen referencia a alguna flor. El apellido de cada víctima empieza por la misma letra de su nombre. Los nombres y los apellidos de las víctimas están ordenados alfabéticamente.

Todos los allí presentes le observaban atentamente con caras de asombro.

– Ahora viene lo mejor… la flor que el asesino deja en cada uno de sus víctimas, junto con el poema, anuncia el nombre de la próxima víctima, Siguiendo este patrón, el apellido lo podemos suponer. Por lo tanto, tenemos menos de veinticuatro horas para localizar a su próxima víctima antes de que acabe con ella. Violeta V…

De pronto, al pronunciar sus últimas palabras, reparó en un detalle fundamental. Otra corazonada. Mientras la sangre se helaba en sus venas, su pensamiento se dirigió directamente hasta su mujer y su hija: Violeta Vidal… Violeta Valbuena… ¡no puede ser!

– Necesito comprobar algo…

Valbuena se dirigió a un compañero que se afanaba en teclear frente a un ordenador:

– Por favor, comprueba la geolocalización de los domicilios de todas las víctimas. Y muéstralo en la pantalla grande.

Había otra extraña coincidencia en todo aquello que los dejó a todos perplejos. Las iniciales de las tres víctimas, AMR, coincidían con sus direcciones: Paseo de las Acacias, Avenida del Mediterráneo, Calle Roma. Pero lo más inquietante es que todas las ubicaciones formaban una línea recta perfecta, que continuaba hacia la Calle Velázquez, la calle donde se ubicaba el domicilio del detective Valbuena, y la misma en la que se encontraba el colegio de su hija Violeta.

Justo en ese momento, Valbuena recibió un mensaje en su móvil, procedente de un número con identificación oculta:

– “Saludos, Valbuena. ¿Cómo van esos avances en la investigación? Recuerde que el tiempo cuenta. Y cada vez está más cerca de agotarse… ¿Le gustan las violetas? ¿Y a su mujer? A mí me encantan”.

Inmediatamente abandonó la comisaría y se dirigió hacia su casa. Su mujer se extrañó mucho al verle allí tan pronto. Pero se extrañó aún más cuando lo vio llegar sin su hija:

– Hola, Cariño. Muchas gracias por el ramo de violetas, es precioso. Me he pasado por el colegio para recoger a Violeta, como todos los días. Pero me han dicho que ya la había recogido su padre… ¿Dónde está Violeta?

Durante varios segundos que se hicieron eternos para ambos, se miraron, mientras sus caras comenzaban a desencajarse. De repente, aquel incómodo silencio se rompió justo en el momento en que el móvil comenzó a sonar de nuevo.

JACINTO FERNÁNDEZ LOMBARDO

El teléfono de la mesita bramó de forma estridente seis o siete veces.
—Digaaaa. —Consiguió articular el detective Cayena, esforzándose por poner la oreja en el auricular que estaba sujeto a un cable negro enredado.
Le acababan de asignar un nuevo caso. Media hora después, el detective presenciaba un hombre gordo maniatado a la cama de la suite de un hotel de lujo, en calzoncillos y con unas bragas taponándole la boca. Tenía un enorme tajo en la garganta. La sangre derramada ya había empezado a secarse. La policía tomó huellas, guardó en un sobre algunas muestras e hizo preguntas en las habitaciones colindantes. Todo parecía indicar que el difunto, un joyero que volvía de un viaje de negocios, había pasado una noche de juerga con una prostituta a la que le gustaba gemir en voz muy alta. En el registro de llamadas de su móvil hallaron una llamada entrante a primera hora de la noche. El número pertenecía a una agencia de escorts.
Una hora más tarde, el detective Cayena, ya solo, se disponía a desentrañar su corazonada. Retiró el precinto y entró de nuevo en la habitación a husmear. Después bajó hasta el garaje y abrió el Porsche del joyero con la llave que había tomado del bolsillo del pantalón que aún permanecía bien doblado en el interior del armario. Al abrir el maletero, vio que este había sido forzado. Tomó nuevas huellas. Rebuscó entre el revoltijo de cosas y pasó luego al interior del vehículo. Casualmente, al trastear bajo el asiento del copiloto, descubrió un hueco del que sacó un pequeño maletín cerrado con llave.
No había dudas de que trataron de robar a la víctima y que lo mataron sin conseguir sonsacarle dónde tenía guardado el botín.
A la noche siguiente, el detective Cayena fue hasta el club de striptease y esperó a que Marlene terminara su espectáculo tomando una copa en la barra del bar.
—Hola, pistolero. ¿Qué te trae por aquí? —Le dijo ella con media sonrisa mientras se acercaba contoneando el paréntesis de sus caderas.
Él echó el humo del pitillo por la nariz y, sin decir una palabra, con una mano levantó la gabardina que había dejado sobre el taburete. A Marlene se le iluminó la mirada cuando vio aparecer el maletín.
Después de un buen rato de sexo salvaje, como en los antiguos tiempos en los que eran amantes, ella se atrevió a preguntarle que cómo la había descubierto.
Sin dejar de abrazarle por la espalda, el detective Cayena le susurra en la nuca que el ratero a quien ella llamó para que encontrara el maletín, mientras la prostituta entretenía a la víctima, olvidó borrar las llamadas recientes.
En ese instante, la policía irrumpe en la habitación y prende a Marlene, quien, contrariada, mira fijamente a la cama donde permanece acostado el detective Cayena, a punto de encender un cigarrillo.

IRENE ADLER

EL ÚLTIMO CIGARRILLO EN BERLÍN
Sentada al borde de la cama, apura con deleite el cigarrillo. Lleva puesta su corbata azul. Sólo la corbata. Él la contempla fumar, siguiendo con la mirada la deriva caprichosa y errática del humo azul. Azul como su corbata. Anastasia cierra los ojos en cada calada, y la brasa arde en la punta del cigarrillo, con la misma intensidad con que arden dentro de él todos los deseos del mundo.
Ésa corbata azul es parte de su falsa identidad, como el maletín que descansa sobre la cómoda rasguñada, como el pasaporte británico que arde en el bolsillo interior de su chaqueta, y que lo define como librero de Northumberland, en visita por negocios, casado. Durante un peligroso minuto, olvida el nombre que legitima al pasaporte, y hasta donde le alcanza la memoria, no recuerda haber estado casado ni haber visitado nunca Northumberland. El suyo es el oficio más solitario del mundo. Embustero profesional, debería poner su pasaporte. Nacido en Londres, en 194…, residente en Bayswater Street, controlador de agentes en Whitehall. Uno de los buenos.
Anastasia apaga el cigarrillo contra el cristal barato del cenicero con saña homicida, asesinándolo hasta que no queda nada. Él siente un raro estremecimiento subirle por la espalda, al verla tal y como la ven los analistas sin imaginación de Langley o Whitehall: De pie en el cuartel general de la Stassi, impávida mientras alguno de sus subalternos interroga, golpea, se limpia el sudor de la cara y la sangre de las manos. ¿Habrá sido inocente alguna vez? Se pregunta, recorriéndole la piel pálida con los ojos tal y como hace media hora lo hacía con la lengua y con los dedos.
-¿Cuál es tu peor vicio?-. Le pregunta.
Ella lo mira fijo, lento, mientras enciende con deliberada lentitud otro pitillo.
-La mentira.
Él sonríe, sin humor y con tristeza.
-Esperaba que dijeras que soy yo. Estoy decepcionado.
-Mi peor vicio es la mentira. Tú eres mi mayor mentira. Así que tú eres mi peor vicio.
En los seis meses que llevan viéndose en esa sucia habitación de hotel, Anastasia se ha convertido en un activo importante para el Servicio Secreto. Su rango dentro de la seguridad del estado de la República Democrática Alemana, avala la importancia de sus informes. Le han prometido un visado, la nacionalidad que elija, una identidad nueva en occidente, dinero, muchísimo dinero. Pero cuando la contempla fumar, desnuda sobre la colcha arrugada y mugrienta, él se dice que la única finalidad que todo ésto tiene para ella, son los paquetes de Marlboro que le quita de las manos con avidez de adicta cada vez que cruza la puerta, y que por razones de seguridad, sólo le está permitido fumar dentro de esas cuatro paredes, el resto del tiempo, debe conformarse con el asqueroso tabaco ruso del economato. Que no hace ésto por dinero ni un visado, sólo por cigarrillos americanos y por aburrimiento. Que no está huyendo, sino matándose. Y que el arma es él.
Intuye o sospecha, que no hay convicción ni emociones detrás de su traición. Sólo un distanciamiento frío y azul, como el humo evanescente de sus cigarrillos. El paquete de Marlboro está sobre la cómoda rasguñada, al lado del carrete de fotos que él llevará de vuelta a Londres. Informes de disidentes. Directrices de seguridad venidas directamente de Moscú. Nombre y rango de posibles oficiales de la Stassi susceptibles de ser captados por occidente como futuros agentes dobles. En los informes de Anastasia, en su riesgo, residen su promoción dentro de Whitehall, un ascenso, quizá el título de Sir. Pero en esta mugrienta habitación de Berlín este, que huele a humo de tabaco y almizcle, sólo están un hombre solitario y una mujer desnuda, los dos sin futuro, los dos sin familia, peones prescindibles en una partida de ajedrez que juegan y ganan otros.
-Anastasia…
Ella ha empezado a vestirse de pie frente al espejo de cuerpo entero. Se coloca la raya de nylon de las medias ligeramente inclinada hacia delante. El espejo tiene manchas de azogue en la superficie, así que cuando sus rostros se encuentran, parecen estar cubiertos de tiempo y de polvo; de cenizas o pecas.
-Déjalo. Puedo llevarte a Helsinki, y de allí, a dónde tú quieras. Te daré dinero, una nueva identidad. Mi gente puede sacarte de Berlín hoy mismo, esta noche, ahora. Pero déjalo. Por favor.
-No hagas éso- dice ella, clavando en él la frialdad germana de sus ojos azules. Azules como su corbata y como el humo de sus cigarrillos.
-¿Hacer qué?
-Enamorarte de mí.
Mucho después de que Anastasia se haya ido, él empieza a recoger. Con oficio, como un buen soldado, guarda en el falso fondo de su maletín el carrete de fotos y la cajetilla de Marlboro, y vacía en una bolsa de plástico las colillas del cenicero. Siguiendo una corazonasa turbia, cuenta las colillas, luego los cigarrillos que quedan en el paquete, y su pulso se detiene, y empieza a sudar.
No, no, no….
Se viste a medias, corre descalzo escaleras abajo, tropieza, maldice. En la calle oscura ha empezado a lloviznar. No hay nadie. El relente y el asfalto le enfrían los pies y los nervios, se sienta en el bordillo y hunde la cabeza entre las manos. La lluvia lo empapa, confundiendo sus lágrimas con el suave aguacero. Aún tiene entre los dedos la cajetilla de Marlboro.
Faltan tres cigarrillos.
Seis meses después, leyó el informe ordinario, sentado en su despacho de Whitehall.
Anastasia Kauffman, nacida en Friburgo en 195…, arrestada en Berlín el 21 de octubre de 1980 bajo los cargos de traición y sedición y ejecutada tres días después en el cuartel general de la Stassi. Una mano anónima escribió al margen: «la camarada Kauffman solicitó antes de ser llevada frente al pelotón de ejecución, que se le permitiera fumar uno de los tres cigarrillos americanos que se encontraron en su poder durante su arresto. Extraño».

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

«EL HOMBRE QUE OLVIDÓ TODAS SUS CONTRASEÑAS».
Ptolomeo ordenaba sus papiros con primoroso cuidado. Tenía registrados en las estanterías de su biblioteca más de diez mil, según cálculos, papiro arriba papiro abajo; para facilitar la tarea de dar con el que quisiera consultar en un preciso momento colgó de ellos una etiqueta definitoria del contenido, etiqueta que todo hay que decirlo, duraba lo que un caramelo a la puerta de un colegio. Bastaba una apertura de puerta para que el despliegue volandero formara una nube de papel. Ni que decir tiene si el descuido era abrir una ventana, aquello quedaba convertido en un terremoto plieguecil.
Cada vez que esto ocurría debía empezar de nuevo a etiquetar estantería por estantería; a raíz de este desafortunado hecho sus ídem comenzaron a amanecer del color de la plata, que a su «querida» Cleo, más que alertarla sobre lo poco o nada atractivo que estaba siendo el paso del tiempo con su «querido», lo que hacía era provocarle un dolor de cabeza peregrino; para mejor decir el ficticio dolor «peregrinaba» de una a otra estación sin ánimo de calma.
Cleo guardaba todas las claves de la biblioteca en un lugar inaccesible: su cabeza. Desde ahí sin que —Ptolo para los amigos— se apercibiera de las consultas que ella y sus amigos íntimos realizaban en la biblioteca utilizaba esta a su medida y antojo. Era una suerte de claves creadas por ella misma que facilitaba el encuentro en segundos de la obra a consultar, una forma mucho más sofisticada que la rudimentaria creación de Ptolomeo.
Desde que a Ptolomeo le diera por este hobby de coleccionar papiros, a Cleo, en sueños le vino a visitar una especie de corazonada, aviso, intuición… «a una mujer prevenida no le pilla el carro» …
Al despertar aparecía nítidamente el aviso soñado. Se encaminó a su estudio y puso en acción la premonición. No andaba desencaminada pues poco tiempo después, Ptolomeo que no conseguía dar con nada de lo que buscaba en la biblioteca le preguntó:
—Cleo, no consigo encontrar nada de lo que necesito consultar en la biblioteca. ¿Recordarás por casualidad, o no, donde se ubica el tratado sobre serpientes venenosas?
—Ni idea. Sabes que yo de tu biblioteca no conozco ni el nombre.
Cleo que ya andaba en amoríos medio secretos medio abiertos con un tal Marco, tenía todo bien calculado. Leído con ahínco el tocho por el que su marido le hubo preguntado, aquella misma noche mientras este dormía, se acercó de puntillas al lecho del poco avispado Ptolo, y con sumo cuidado destapó la cesta de la que un brillante áspid se deslizó ocupando el lado derecho del tálamo.
Al sepelio acudieron los sabios de toda Alejandría, lamentándose de la desaparición no solo del desdichado, sino que con él se iban todas las contraseñas de búsqueda en la biblioteca.
Detrás de la comitiva cubierta con velos de negra gasa, una Cleo pletórica, sonreía: «Mi reino por una biblioteca». Ptolo –susurró- no has de sentir tu partida, de seguro que encontrarás tus claves en otra dimensión-.

RAQUEL LÓPEZ

La crisis del coronavirus puso en la cuerda floja más de una familia,este fue el caso de Pablo,obligado a dejar el trabajo por los recortes de plantilla y convirtiéndose en un número más en las largas colas del paro.
Su mujer y él fueron sobreviviendo con los pocos ahorros que tenían y el trabajo por horas de su mujer en el hospital ,como limpiadora.Se veían al borde de la quiebra,los recibos del banco se les acumulaban.
Una noche tuvo un sueño,soñaba con un número de lotería y al despertar tuvo la corazonada de que ese mismo número sería su salvación.El sueño se convirtió en repetitivo cada noche..
-Cada vez lo tengo más claro,-le dijo a su mujer-¡Hoy mismo voy a buscarlo!
Dispuesto a recorrerse todas las administraciones habidas y por haber ,ese número estaba agotado..
-Supongo que no habrán soñado todos con ese número-dijo con sorna.
Volvió a casa,dentro de una semana sería el sorteo del niño y ese número mágico con el que soñaba no estaba en sus manos.
-Mañana iré a ver a Sebastián ,me dijo que me ofrecía un trabajo,necesita gente y le estoy agradecido por acordarse de mi-dijo Pablo…¡No quiero estar bajo falsas esperanzas y corazonadas que no llevan a ningún sitio!
Era el 6 de enero y encendió el televisor y pudo ver como el número ganador..06174..ni por asomo era con el que había soñado. Respiró profundamente y se dispuso a desayunar el desayuno tan apetitoso que su mujer le preparó,no reparó en un sobregiro que había en su servilleta y que había puesto su mujer,al abrirlo no pudo contener las lágrimas:
-Querido esposo:
A veces,buscamos quimeras donde no las hay,la suerte no está para el que la busca,sino para el que la encuentra y yo he tenido la suerte de encontrarte hace cinco años.
Este es mi regalo de reyes,nuestro regalo un nuevo ser entrará a formar parte de esta familia..
Pablo la abrazó y dió las gracias por el mejor regalo de navidad,no podía ser más dichoso, consiguió un trabajo y sería padre,no podía pedir más.
Las corazonadas…para otro.

SILVANA GALLARDO

CORAZONADA
Su corazón se aceleraba siempre que presentía algo. Las palpitaciones cardíacas parecían romper su pecho para dejarle ver imágenes en tercera dimensión que avizoran tempestades y terror. Rostros demudados, sombríos, entristecidos que lo miraban con desprecio y furia.
Sus noches eran de insomnio, no dormía desde hace muchos ayeres. La pequeña ventana de la habitación que ocupaba, apenas dejaba pasar destellos del alba. Se le había ido el apetito y bajaba de peso dejando ver un cuerpo famélico. Su mente estaba muy activa, porque la ejercitaba con diálogos que mantenía por horas con su imagen reflejada en un espejo medio roto que colgaba de una de las paredes ruinosas y agrietadas.
Había perdido la noción de tiempo. Junto a la puerta, en el piso, se había acumulado la comida que alguien le dejaba; apenas percibía el fétido olor que dejan los alimentos descompuestos. Se sentaba sobre un miserable y sucio camastro que no daba comodidad alguna; con la vista perdida y su mente, aparentemente en blanco; sin embargo con un sinfín de escenarios que le rebelaban su escabrosa vida.
Volvían las palpitaciones, sudaba frío. Un terror indescriptible le hacía desorbitar sus ojos de por si hundidos por el cerco que era la ineludible evidencia de sus insomnios. Escuchó esos pasos que cada noche le producían un pavor delirante.
-¡Por favor!- suplicaba entre sollozos. -¡Ya déjenme en paz! ¡No quiero morir!
Veía esos rostros desfigurados, descarnados, dolientes, que le imputaban sus culpas y su impune maldad. Sólo verlos le causaba parálisis porque esas presencias lo invadían y tomaban el control total de su cuerpo y de su mente.
Dos hombres altos, fornidos, vestidos de blanco, entraron a la habitación con la corazonada de que ese ser, devastado por sus demonios, por su inútil vida y su oscuro pasado, ya habría expirado. El hombre estaba tirado en el piso, parecía como si lo hubiesen arrastrado sobre la suciedad de aquel lugar frío y lúgubre y azotado sobre las paredes tapizadas de sangre.
Antes de salir de allí, para informar sobre la escena que descubrieron y reportar el fallecimiento de un asesino serial, cuyos delitos rayaron en lo más cruel y miserable del ser humano en contra de sus semejantes, uno de los hombres descubrió un mensaje, en una de esas paredes y escrito con sangre que decía: «Volveré por ti. No pido perdón ni me arrepiento, eres igual que yo». Un tremendo escalofrío erizó su piel. Él era el que llevaba la comida al enfermo, el que lo torturaba, lo golpeaba, lo maldecía por sus actos. No era el juez para determinar su castigo.
La noche anterior a esos acontecimientos, este hombre entró en la habitación y de forma brutal le quitó la vida al enfermo. Descubrió que fue quien mató a su familia y después incendió su casa mientras él trabaja, allí, cuidando enfermos.
Después de leer el mensaje, perdió el control de sí mismo. Empezó a gritarle al cadáver, a golpearlo, decía incoherencias y a punto de agredir a su compañero, cayó desmayado, golpeándose en la cabeza. El otro hombre hizo sonar su silbato en señal de alarma para recibir apoyo.
El hombre caído fue atendido. Le diagnosticaron paramnesia reduplicativa.
La paramnesia reduplicativa es la creencia delirante de que un lugar o escenario ha sido duplicado, existiendo en dos o más espacios simultáneamente, o bien de que ha sido «reubicado» en otro lugar.

ALBERTINA GALIANO

Me atrapa su mirada, madre. Su luz azulada me cuenta historias que quiero encarnar.
Dice que me quiere, como a nadie, como a nada.
Cuando me apoyo en su pecho siento calor en la garganta, siento temblor en mis piernas, siento que vuelo entre plumas de madrugada.
Mira, que igual te quiere mal…
Si me cuido mucho, madre, no veo el final. No quiero secar mis mieses, que están por segar.
Entre margaritas tiernas me voy con él a galopar, a retozar sin sentido, con el aroma de la hierba que se ahueca para dejarnos paso.
Me ayuda el sol, me viste de templada alegría, me llena de la claridad que tú amenazas con apagar de un zarpazo.
Chispitas de amor que estallan entre sus labios y los míos cuando se mete la noche, y nuestro amor la vuelve a alumbrar.
La luna llena que, si él me habla de cerca, se cuela entre su perfil y el mío, que se hace menguante cuando uno y otro más se aproximan.
Me manda el corazón, madre, más que tu palabra. Y si crezco, en tu reproche ya no quepo.
Me dice que me quiere y yo me hago de miel si me susurra que lo que hay por delante es de nácar, y de barro lo que queda atrás.
Acurruca bien tu cariño, que lo recojo cuando mi corpiño se dé de sí.
Ahora que aprieta, madre, déjame soñar.

NEUS SINTES

Siempre había tenido suerte en el amor. No lo puedo negar. Pero lo que ocurrió en mi última cita quedó grabado en mi mente, aún sin comprender el por qué…
Había sido un día como todo los demás, sin cambios. Mi vida amorosa se basaba en citas esporádicas, en el que la rutina no existía en mi. Siempre había sido de tener citas diferentes, porque había experimentado en mi vida social que tener una pareja estable, llevaba a una vida aburrida y rutinaria. Decidí, instalarme una aplicación de citas. En ellas al principio era muy divertido, tanto que me reía al comprobar como eran tan diferentes los hombres los unos de los otros. Pero el efecto, era el que quería: divertirme.
Pero llegó el día en que mi última cita que tuve con la aplicación del móvil se volvió estable. Conocí a un hombre de mi edad, con bastantes gustos en común. No solo quedamos una o dos veces para ir a cenar, sino que la relación, sin darnos cuenta fue a más. Llegando a un punto en el que parecíamos una pareja tan estable que cualquiera hubiera dicho que estábamos viviendo juntos.
Me fui enamorando de ese hombre que me había robado el corazón. En una ocasión, como otra cualquiera, me llamó para ir a cenar. Seis meses habíamos pasado juntos. Lo conocía lo suficiente en ese tiempo, para que mi intuición no me fallara. Me llamó mucho la atención, conociendo, que me llamara cuando el estaba trabajando. No solía llamar en esas horas. Ni mucho menos para quedar.
Empecé a divagar, una corazonada me advertía de algo, pero no sabía de qué. A la cena se presentó tan galán como siempre, hasta que, cuando se levantó para ir al aseo, me beso en la frente y se despidió con un «ahora vengo». Pasaron los minutos y mi intuición me advirtió de que no se por qué, no regresaría. Lo noté por su beso, mas distante y una expresión que no sabría describir con palabras, en su mirada.
No regresó. Jamás volví a saber de él. Siempre el por qué de esa fría despedida quedó impregnada en mi mente.

EFRAIN DÍAZ

Eran las 6:00 de la mañana. La cárcel amaneció tranquila. No hubo incidencias durante la noche. El custodio pasó lista y no le faltaron presos. Estaban completos. En el desayuno habían confinados algo nerviosos. Sentían un mal presentimiento. Tenían una mala corazonada.
El tribunal interno de los presos tenía sesión ese día y cada vez que había sesión, alguien salía jodido. El tribunal interno de los presos era sumamente eficiente. Por falta de recursos, el juez era juez, fiscal y jurado. La totalidad del proceso duraba un par de horas y las sentencias no podían ser apeladas. Nada parecido a los tribunales de afuera, que con todos los recursos disponibles, un caso simple de pensión alimentaria dura un par de años.
En el tribunal de la cárcel las sentencias eran sencillas. Si no te condenaban a muerte, te condenaban a ser la puta de algún lider.
El tribunal interno abrió sesión. El acusado estaba sentado en lo que alguna vez fue una cubeta de pintura. Estaba nervioso. Le temblaban las manos.
Otro preso que hacía las veces de alguacil, leyó los cargos y el juez le dio la oportunidad de defenderse.
El acusado se explicó lo mejor que pudo pero el juez no quedó convencido y al momento lo encontró culpable.
El acisado tragó gordo. Pensó que terminaría siendo la puta de alguien pero no. Fue condenado a muerte. Allí la pena de muerte se ejecutan al momento. Si lo dejan para luego, es posible que no puedan ejecutarla. Así de eficaces son. Instantaneamente fue agarrado por 4 confinados. Uno por cada extremidad. Fue amordazado para que no pudiese gritar y mientras otro confinado le colocaba la trenza hecha con una sábana en el pescuezo para estangularlo, otro le daba de puños en el estómago para que botara el aire. Así la muerte sería mas rápida y menos dolorosa. Luego de unos minutos forcejeando e inútilmente luchando por su vida, dio su último suspiro.
Muerto el acusado, lo metieron en un zafacón y lo guardaron en una cobacja de limpieza.
En el conteo nocturno ardió Troya. Al custodio le faltaba un confinado. Cerraron el penal. Uno se había fugado, al menos eso pensaban.
Mientras los custodios buscaban al presunto fugado, el comité judicial, en una esquina estudiaba el próximo caso.
En una semana, cuando la cosa se calmara, se reaunudaría la sesión.

GAIA ORBE

gotas de agua en el aire
la niebla de ladera sube a las alturas
las conchas marinas se mezclan
con el humo del enebro quemado
en las cocinas de las granjas
los rayos del sol fundidos en el cosmos
jaspean el mecer de las ramas que pasan
los vientos cambian de dirección
el corazón brinca y se agita
brillan los diamantes en las torres de porcelana
Wat Aruná templo del amanecer
una bolita redonda aparece en el mojado cielo
lucero del alba saturado de fuego
sentada del otro lado del río decido
sin saber por qué
buscarte hasta en los confines de la tierra

JAVIER GARCÍA HOYOS

EL SUEÑO DE AIÓN
Seguro que no soy el único que lo ha sentido alguna vez. Un cosquilleo en el corazón seguido de una sensación en el cerebro que te empuja a hacer algo, que por otra parte, no tiene mucho sentido. Lo llaman…, lo llaman…, vaya, no me viene ahora la palabra.
El caso es que aquella mañana desperté de repente, como si alguien me cogiera por los hombros y me agitara con fuerza, una y otra vez, contra la almohada de mi cama gritando:
—¡Aión, despierta! ¡Aión, abre tus puñeteros ojos! ¡Es importante!
Por supuesto, al despertar, no había nadie. La causa de tan desagradable sensación fue un sueño. No una pesadilla. Si no un sueño que traía consigo viejas imágenes grabadas en lo más profundo de mi mente.
Sin saber por qué, durante mis nocturnas ensoñaciones en el maravilloso mundo de Morfeo, Katia se había ocupado de conquistar su reino.
Habían pasado quince años desde que ella se había marchado lejos, donde el horizonte se pierde; y yo acababa de superarlo. Sí, lo se, ya iba siendo hora, pero ¿qué le vamos a hacer? Una cosa es aceptarlo y otra que se acaben de cicatrizar las heridas. Siempre le agradeceré a Marilia, la heladera, que me diese consejo para que dejara de sufrir. Con ella las penas siempre son más dulces.
Katia ya solo era un recuerdo que aparecía de vez en cuando, pero esa noche se convirtió en algo más. Su imagen constante durante toda la noche en mis sueños, había reavivado un dolor que, yo sabía, no debía existir.
Por alguna razón, ella se me aparecía una y otra vez en el mismo sitio: Un pub irlandés con un enorme reloj en el exterior, que marcaba las siete, sonaba la canción “Footloose”. Había varias personas bailando y rememorando la película mientras ella, tan radiante como la recordaba, me miraba desde la luz tenue de una mesa. Una mirada fija, una leve sonrisa y una cerveza en la mano. Yo me sentaba frente a ella, entrelazábamos nuestros dedos y ella me susurraba “ven, ven, ven”.
Como para no volverme loco.
Pasé el resto del día tratando de ocupar mi mente en cualquier cosa, me acerqué a ver a Marilia para hablar con ella. Su puesto estaba cerrado. ¿Dónde están las heladeras cuando las necesitas?
Sabía, por algunos amigos, que Katia se había prometido. Debía ser un buen tipo. De lo cual me alegraba. Lo cierto era que no sabía ni por qué debía sentirme tan desgraciado. Si fui yo quien no quiso reconocer lo que sentía. A pesar de saber que ella me correspondía. ¿Cómo hacerlo si estás seguro de que no vas a hacer feliz a la persona que amas? ¿O sí? ¿O fui un cobarde por no intentarlo? Ya da igual. Por favor, ¡han pasado quince años! Ella ha rehecho su vida, ya ni si quiera me recordará y yo debería hacer lo mismo. Cómo diría Marilia, debes decidir que camino tomar, y aunque ambos te hagan sufrir, uno te dejará atrapado en el pasado y el otro te hará avanzar. Yo decidí avanzar y no estaba en mis planes retroceder. Ya estaba anocheciendo. Comenzaba a enfriar y además caía algo de lluvia. Saqué mi móvil para ver la hora. ¡Genial! Sin batería.
Busqué algún rótulo o alguna pantalla en la calle para ver la hora. Como es lógico, nadie había tenido a bien colocar ninguna cerca de donde me encontraba. Seguí caminando por la ciudad, en busca de un eterno testigo del paso de mi vida. Ahora que lo pienso, ¿por qué no se me ocurriría preguntar a nadie?
Cansado ya de no localizar ninguno, pensé en volver a casa, pero algo me sacó de aquellos pensamientos. Por fin, un enorme reloj. Imitaba a los de bolsillo, colgaba de la fachada de un bar. Marcaba las 18:55. Aún podía tomarme una cerveza. Fijé mis ojos en el letrero del bar, mis pasos se detuvieron, estoy seguro que os lo imaginaréis, aunque también estoy seguro que no os lo creeréis; era un pub irlandés. Mis pies se detuvieron por un instante, un temblor se apoderó de mi cuerpo.
18:56. Continué andando hasta alcanzar la puerta. El camino se me hizo infinito. Tenía la sensación de que todo me daba vueltas. Por un momento creí que la borrachera me saldría gratis.
18:57. Abrí la puerta y entré. La tenue luz de su interior daba al lugar un ambiente cálido y acogedor. Había bastante gente, algunos en la barra, riéndose; otros mirando el partido por la tele. Había mesas ocupadas por cuadrillas y otras por parejas. La respiración se me cortaba.
18:58. Mis ojos miraban frenéticos todo el local, buscaban sin parar. No, no podía ser, pero algo en mi interior me empujaba a creer. Pero aunque fuese cierto, ¿qué importaba? Era mejor irse, ya había tenido bastante por hoy. Me di la vuelta para marcharme. No merecía pasar ese mal rato.
18:59. Abrí la puerta para salir. Cerré los ojos para olvidar la estupidez que había cometido, tomé aire y volví a abrirlos. Parado en la puerta, mientras la sujetaba, me entró la risa. Esas dichosas…, ¿cómo se llaman?, da igual, nunca se cumplen. Solté la puerta, alguien la sujetó. Palidecí. Era ella.
—Katia, ¿qué haces aquí?
Ella parecía tan sorprendida como yo. Respiraba con celeridad. Su voz sonó entrecortada.
—Por favor, dime que lo mismo que tú.
Aquí viene cuando yo debería decir que pasaba por casualidad, y me disponía a ir a cualquier otro lugar, y eso decidí hacer:
—Bieeeen, eeeehhh, vale. Tuve un sueño en el que aparecías tú en este lugar, me decías que viniese y no pude evitar acercarme al descubrir el pub. Ahora ya puedes llamarme tarado.
Sus ojos se abrieron tanto como pueden hacerlo los humanos.
—No puede ser. Esto es del todo ilógico. Hace más de quince años que no nos vemos.
—Lo sé, te aseguro que había pasado página, y tampoco pensaba que aparec…
—He tenido el mismo sueño, pero eras tú el que me pedía que viniese.
Bueno, esta es la parte donde por más que trate de buscar una explicación, jamás la encontraré, así que no me molestaré en hacerlo. Y lo cierto, es que tampoco me importa.
—¿Has venido sola?
Ella miró a su alrededor, como si buscara algo que, en realidad, no existía.
—¿Con quién se supone que debería venir?
—¿Tú no estabas prometida? ¿No tenías pareja? Eso me habían dicho.
—Creo que tu información está desfasada. Rompí con él hace dos años. ¿Entramos? Hace frío.
Por primera vez en años, una enorme energía interior se apoderó de mí. Algunos lo llaman felicidad. No pude reprimirme y la cogí de la mano. Entramos dentro del irlandés, ella se sentó en una de las mesas. Yo pedí un par de cervezas en la barra. El camarero me sirvió la primera y se la llevé a Katia, después fuí a por la mía. Miré a través del cristal de la puerta y contemplé durante un instante el reloj, eran las siete en punto. Miré a Katia, tenía una leve sonrisa y la cerveza en la mano, algunos estaban bailando con desenfreno la canción “Footloose”.
19:01:
—Katia, debo decirte algo. Algo que tuve que decirte mucho.

LUISI MONTANA

Maldita ? Bendita?,
No sé cómo calificarla, lo que si sé es que pasó cómo debía pasar, como El con su corazón en los labios le pidió!!
» Hija , no le digas nada a ninguno ! No les digas que pasé tan mala noche! Ni a los médicos , con que lo sepamos tú y yo suficiente no? Para que hacerles sufrí y estar preocupados».
Una Esposa, a la que amaba con locura, un gran número de hijos y nietos .
Ella estaba allí , su hija también, El cómo siempre intentando aliviar el sufrimiento de sus seres queridos.
Transcurrió la mañana,, ella sé marchó dejándole rodeado de gran número de esos seres queridos que aquella noche no estaban.
En el caminar del día ella se interesó varias veces por su estado. Estaba pasando un día estupendo, animado, bromeando, comió bien, estaba tranquilo, entero, y por supuesto mimado y querido .
Cómo a las ocho de la tarde algo provocaba dentro de Ella la necesidad de estar allí, sentía que de alguna manera El estaba requiriendo su presencia. Decidió darles a todos un bonito día que recordar , para que enlazarlo a la noche que cómo si de un mal presagio se tratará Ella sentía que le pedía,
¡ Para nosotros Solos !…
Quizás Ella no actuó correctamente ,no sé, quizás nada le daba derecho a elegir , lo que si sé es que actuaba de corazón, bajo el deseo de no sufrimiento al resto que El le había transmitido la noche anterior.
Y así fue, esa maldita corazonada se hizo realidad.
Sé despidió de todos con un beso lleno de amor , bromeando con una de sus nietas y a través de ella mandándole besos enormes a su amada Esposa.
Y allí en el silencio de la noche sé quedaron los dos , con sus secretos, con su valentía, con su amor incondicional , eligiendo el mal momento para ellos .
Arropados por el miedo al desenlace se dieron las buenas noches .
Noche que precedía a las infinitas noches en que todos le llevaríamos en nuestros corazones para que nunca sé marche de sus vidas.
Luisi Montana.

JOSE ARMANDO BARCELONA BONILLA

De muerte natural

En «Casa Dionisio» huele a vermú de grifo, vino maduro y promesa de puchero honrado.
El mostrador, ennoblecido por la complicidad de la madera, muestra las cicatrices que ha ido dejando, en su antaño lustrosa superficie, el paso de los años. Más o menos en el centro hay un ventrudo dispensador de cerveza y debajo de este un vasar, una cajonera con cubertería y el lavaplatos, única concesión a la modernidad que puede observarse en todo el establecimiento.
La fotografía, ya veterana, de un joven ligeramente obeso, coronado de laureles, que sonríe divertido a la cámara, preside el santuario y oficia de gendarme bonachón.
Acodado en la barra, el laureado de la foto, perdida la batalla con la robustez, un paño de cocina descansando en su hombro izquierdo y sin asomo de entusiasmo en el rostro, le pone los cuernos al tedio con una revista de crucigramas.
A su espalda queda una repisa, en la que domina la vieja cafetera y sobre ella, arracimadas en estantes de cristal, botellas de licor, cajas de cigarros vacías, ristras de décimos de lotería y algunos trofeos deportivos, empañados por la pátina del tiempo, sestean a la espera de que llegue su momento de gloria.
El local es pequeño, pero ofrece un conjunto armonioso. Junto a la entrada, una vieja gramola da la bienvenida al parroquiano. El mostrador lo recibe a la izquierda y a la derecha, pegadas a la pared, con el pie de hierro y la base de mármol, se alinean media docena de mesas con solera decimonónica. Al fondo, encimando una puerta de madera, un rótulo esmaltado informa que allí están los aseos, mientras otro mellizo corona el acceso a una escalera y advierte que por ella se desciende a la bodega.
Una ráfaga de viento anticipa la entrada de feligreses. Dionisio abandona el laberinto de letras, tira del paño, le saca brillo al mostrador y con la intuición de que la mañana acaba de torcerse, sale al encuentro del recién llegado, un anciano encogido por el frío de la calle, que se acoge al amparo tabernario.
–Buenos días, patrón. ¿Qué va a ser?
–Buenos sean, amigo. Me manda Casto –responde el hombrecillo al saludo del bodeguero–, Casto Abaluel, ya sabe, Casto, uno así, de mi tiempo, que vive unos portales más abajo, Casto…
–Casto ya no viene por aquí–le interrumpe el cantinero–, murió la semana pasada. Algo del corazón, dicen.
Un breve silencio recibe la noticia. Los ojos del viejo se pasean por el local, como buscando una sombra, algún recuerdo, el ectoplasma, quizás, del muerto, hojeando el periódico en un rincón. Pero enseguida sale de su abstracción con un resignado encogimiento de hombros,
–Ya me imagino, pobre, de una manera u otra, todos los viejos sufrimos la misma dolencia –se despoja el hombre del abrigo y lo deja cuidadosamente plegado en un taburete–, tanto da que el deterioro sea espiritual como corpóreo Pero tire usted de grifo y póngame un vermú, hágame el favor, y algo de picar, a ver si me saco el invierno de los huesos aunque sea por un rato.
El actual encarna la tercera generación de «dionisios», todos taberneros desde que su abuelo se metiera en el negocio, en los años treinta del siglo pasado.
Es de poca conversación, lacónico, esquivo y aunque sigue oyendo retazos de la monserga en segundo plano, se aísla de la verborrea del vejete enredándose en un autista monólogo interior: «el vermú está hecho a base de vino, ajenjo, cardamomo o canela. Su nombre proviene del alemán wermut que es como se conoce allí el ajenjo. En Francia lo llaman vermouth»,
–…le dije que no comprara ese coche; ¿cree usted que me hizo caso? ¡Qué va! –continúa su matraca el vejete, ajeno al ensimismamiento del camarero.
«El secreto de unos buenos callos está en lavarlos muy bien, quitando cuidadosamente los pelillos que les puedan quedar a las patas de cerdo y blanquear el conjunto con vinagre de manzana durante treinta minutos. Luego hay que cocinarlos de un día para otro, dejando que reposen toda la noche para que tomen cuerpo».
–…la mili en Melilla y anda que no pasamos hambre. ¡Coño, callos! Mi madre los hacía con morcilla asturiana y garbanzos,,,
«Mi abuela Joaquina, esa sí que guisaba como los ángeles y trabajadora como ninguna. En cambio, el abuelo,,, menudo maula borracho, el muy cabrón».
–Excelentes, los callos, sí señor. Ya me decía el pobre Casto que tiene usted mano para los fogones. Lo mismo me quedo a comer, oiga, si me dice lo que hay.
–Hoy tengo sopa de picadillo; cordero guisado con alcachofas; natillas caseras o fruta del tiempo –recita el menú con disimulada desgana.
–Promete la cosa, no cabe duda, y siendo la hora que es… casi que me siento en una mesa, si a usted no le importa.
«Le pegaba, el viejo canalla, unas palizas tremendas, en cuanto se cocía y eso era un día sí y otro también. Sufrió la pobre una barbaridad. Hasta que no lo pudo soportar más y acabó con él».
–…soltero y solo, como lo oye. La soledad por la libertad, que nadie me diga lo que debo hacer, ese es mi lema, ese y…
«El caldo se prepara con una carcasa de pollo, pechuga, zanahorias, puerros, un hueso de ternera y una punta de jamón. A fuego lento una hora. Una vez hecho colamos todo y retiramos la pechuga y el jamón, que picaremos finamente, junto con unos huevos cocidos. Echamos el picadillo en el caldo, un puñado de fideos finos y dejamos cocer cinco minutos más. Un poco de hierbabuena, para perfumar el plato y listo».
–¿Cómo diría usted que lo conseguimos? Pues de la manera que yo le había sugerido al encargado, subiéndolo hasta el primer piso y desde allí…
«Sí, se lo cargó, con un par. Nadie más lo supo, solo yo. La abuela Joaquina me encomendó el secreto en su lecho de muerte. Confiaba en mí más que en sus propios hijos y yo le correspondía con la misma moneda.
–Lo mató en su propio jugo, licor de digitalis purpúrea, campanillas silvestres, que la mujer tuvo macerando en aguardiente durante meses. La digitalina destilada por la planta hizo el resto. Infarto de miocardio, dijeron los médicos».
–…sí, los moros, bordan lo del cordero. Me acuerdo yo de un figón en Melilla, que estaba allá por el Mantelete…
«La pierna del cordero es ideal para este guiso. La troceamos y, previo paso por harina, la sellamos en la sartén. En el mismo aceite, a fuego muy lento, se sofríen la cebolla y los ajos, añadimos tomate rallado, vino blanco y dejamos reducir unos minutos. Un poco de caldo de carne y echamos todo a una cazuela, junto con el cordero. Añadir guisantes, zanahoria y un pellizco de orégano y que el fuego acaricie el conjunto unos quince minutos; luego echamos las alcachofas y las dejamos que se amiguen con el resto de ingredientes otro rato más. A comer».
-A mí que no me cuenten historias, mire usted, porque eso lo tienen montado así para controlarnos. ¡Tanto móvil y tanto Internet! ¿Quién? ¡Pues quién ha de ser, hombre! Yo esto lo sé de buena tinta, porque uno de mi casa…
«Una copa es suficiente, dos, mortales de necesidad, Se quedó como un pajarito, hasta parecía un santo, el muy jodido, después de muerto. Descanse en paz, que en ella nos dejó a todos».
–Y la gracia que tenía el sevillano aquel, oiga; nos pasábamos las guardias cuarteleras en una continua carcajada. No, natillas no, que llevan mucha azúcar, tráigame usted cualquier fruta que tenga.
«Qué pocas veces me falla el instinto; es como un sexto sentido, una corazonada que casi nunca hierra. Me pone enfermo, el tío este, con su cháchara inagotable, que fatiga. ¿Por qué los viejos se empecinarán en contarnos su vida? ¿A quién le importa? Carcamal insufrible. Lo mismo que el otro, Casto, ¡por Dios qué cansinos!».
–Cantaba una copla graciosísima, te partías de risa con ella. ¿Cómo era…? Sí, ya recuerdo. ¡Escuche, escuche!, se va a tronchar:
«Un teniente de la escala de reserva / con la polla abría latas de conserva / y un sargento de un Tabor de regulares / con la picha hacía juegos malabares. / El capitán de la misma compañía / por más que lo intentaba no podía. / Moraleja: en materia de cojones / la milicia no admite graduaciones.»
–¿A que tiene gracia? Nosotros nos meábamos de la risa y uno de Burgos…
«Lo has intentado, Dionisio, nadie puede decir que no lo has hecho. Con el otro quisiste tener paciencia y fue un martirio; hasta que no te quedó más remedio que cortar por lo sano. No vuelvas a cometer el mismo error con este, que además de botarate y cargante se permite la ordinariez de llamar copla a semejante boñiga. ¡Acaba con este despropósito, Dionisio, por tus muertos!».
–…se llamaba Luisa, y con esa sí estuve a punto de llegar a más, pero sus padres no estaban por la faena y nos fuimos distanciando. Eran otros tiempos y la juventud…
–¿Qué le ha parecido la comida, compadre? –interrumpió el tasquero la locuacidad del otro, forzando amabilidad en el gesto.
–Espléndida, amigo mío, de lo mejor que he probado en mucho tiempo y mire que llevo corrido, porque cuando estuve colocado en lo de las instalaciones eléctricas, anduve por todo el norte y allí se come que es un gusto. Muy bueno todo, sí señor, glorioso, y…
–Pues a eso vamos –volvió Dionidio a ponerle dique a la oratoria–, porque se va usted a tomar un par de copitas de digestivo de flores. Un licor que preparamos nosotros, totalmente artesanal, cortesía de la casa.
–Se agradece, hombre, se agradece. Tengo yo una anécdota con el anís muy divertida, que le pasó a un conocido mío, gallego él de nacimiento, que llegando a Labastida…
«Hay que recolectar las flores por la noche, que es cuando las toxinas adquieren su máxima efectividad; luego deben dejarse macerar en aguardiente durante cuatro o cinco meses. También se puede añadir algún palo de canela, que le aporte aroma, y ya está».
–En fin, acabará usted pensando que hablo demasiado y, además, parece que me está entrando algo de modorra –se aguantó un bostezó el anciano–, así que si no le importa, casi que me voy a casa a echar una siestecita.
–No faltaba más. Vuelva cuando quiera, pero ahora vaya usted con Dios, señor, y «Hominis tota vita nihil aliud ad mortem iter est» descanse… en paz.

ALEXANDRA MARTA IONA

Tenía la corazonada de que me querías.
Sentía como crecía en ti, como te devoraba a la razón y quedabas sumergido en un mar de esperas, frustraciones y esperanzas.Te consumía y se alimentaba de ti. Este amor con el que te han maldecido a la luz de una luna mártir.
Trasformado en lobo enamorado te arrancas los colmillos y la rabia por plantar rosales a los pies de tu amada.
Hace tiempo que te has entregado a la merced de los oráculos y antojos del destino. No opones resistencia, temes pronunciar mi nombre, en nombre del amor, temes desaparecer o desvestir secretos entre besos que te mandan a luchar con sueños enigmáticos y silencios que destrozan tu desgastada armadura.
Tenía la corazonada de que me querías, solo esperaba, paciente, tu declaración de amnistía.
Recuerda que tus palabras no son las mías y que tu lengua a ratos tira de la mía, sedienta de tu cuerpo, se muerde las ganas de murmurar, suspirar, traducir… me trabo, me lio en tu garganta y entonces mis ojos, mi mirada desobediente, amante de mi amante, se declara… mi mirada confiesa mi querer, a ti cariño, mis ojos aconsejan la calma del atardecer que no quema mis letras.

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

Siempre se cumplen
Sus corazonadas siempre se cumplen; aunque, a veces, no sabe a quién se refieren.
***
Hace unos años, Julia se despertó un día a las seis en punto e intuyó que a su marido, Raúl, le iba a suceder algo malo. Por la tarde, llamaron del hospital con el diagnóstico que no querían oír: cáncer, metástasis en varios órganos vitales. A los cuatro meses lo enterró.
Tuvo una nueva corazonada el día en que su padre, ya viudo, chocó de frente contra un camión: se quedó en una silla de ruedas. Julia supo que no aguantaría mucho tiempo aquella discapacidad y su padre se suicidó.
Solo tenía aquellas intuiciones de vez en cuando. Ayer se volvió a despertar a las seis de mañana y se asustó: estaba segura de que iba a pasar algo grave y así fue: hirieron a su compañero Mateo por la espalda. Los médicos dijeron que era muy posible que no volviera a andar.
Hoy, de nuevo, ha vuelto a despertarse antes de que sonara el despertador: a las seis de mañana. Nunca habían sucedido estas cosas dos días seguidos. Ha luchado por apartar esa idea de su mente y ha pensado: «Esto debe de ser por lo de Mateo, que me ha impresionado mucho. Hoy tenemos prevista una redada para acabar con la banda de Abraham. Alguno de nosotros va a caer».
¿Tienes miedo, Julia? ¿Después de veinte años en la policía tienes miedo? ¿No te parece un poco ridículo? En realidad, ya deberías estar acostumbrada, ¿no? Además, ¿no piensas que todas estas intuiciones tuyas no son más que casualidades y coincidencias?
«El inspector Alcaraz es un capullo integral que quiere hacernos creer que los de Abraham son las Hermanitas de la Caridad. En la reunión nos habla de la confianza en el equipo, de la seguridad en la superioridad del Cuerpo, de la eficacia de los policías que trabajamos juntos y de la importancia del factor sorpresa. Le doy la razón con la cabeza mientras me repito que Mateo también piensa lo mismo. Seguro. Tiene dos balas junto a la columna vertebral y su familia ya está mirando catálogos de sillas de ruedas. Por lo demás, todo correcto: Alcaraz, llevas razón, estúpido».
Hoy, tu corazonada de las seis de la mañana vuelve a ser imprecisa. No se la adjudicas a nadie en particular. Eso mismo ocurrió cuando tenías ocho años. Atropellaron a tu hermana Berta y pasó varios meses en el hospital.
A veces, las corazonadas no se refieren a nadie en concreto. Entonces le sucede algo malo a alguien cercano. Hoy tienes un nuevo compañero, porque el pobre Mateo no está para ir correteando detrás de «los malos». Le miras la cara y compruebas que está nervioso. Suda. Es un pipiolo y te dices: «Este chiquillo va a ser carne de cañón».
Las órdenes de Alcaraz han sido muy concretas:
«En grupos de cuatro por detrás, por los flancos y por la entrada del garaje. Otros cuatro de apoyo permanente en los coches y los demás, en tromba. A la fiesta, por la puerta principal. Hay que entrar a lo bestia. Tenemos que ser muy rápidos. Seguramente habrá unos siete u ocho en la casa. Esta gente no pregunta: dispara y ya está. Que cada uno se proteja su propio culo y el de su compañero».
Quedan dos minutos.
«¿Ahora nos vienes con esas? Este tío en subnormal. Agachada, Julia, mantente agachada. No pueden habernos visto todavía. En la reunión de la comisaria hablaba de pastelitos de fresa. Aquí, delante de la muerte, toda precaución es poca. No me lo repitas, gilipollas. Ya sé que me estoy jugando la vida o que voy a tener que pedir consejo sobre ortopedias. Pero déjame tener miedo en paz. Déjame que me cague en los muertos de Abraham y del ministerio. Está claro que a “los malos” hay que tratarlos como se merecen y que solo en las ferias hay algodón de azúcar».
Un minuto.
De pronto, caes en la cuenta: la corazonada de esta mañana se refiere a ti misma. Sí, sí. Ahora estás segura. La convicción te sale de dentro, te sube de las tripas y el estómago: eres tú. Hoy vas a ser tú la que tenga una cita con la mala suerte. Coño, no te mereces morir tan joven. Pero, no sabes cómo, de pronto no tienes duda de que hoy te toca a ti.
De las tripas y del estómago también te suben los restos del desayuno y tus jugos gástricos. Vomitas. Son muchas arcadas y no puedes controlarlas. Valiente gallina.
Es la voz del Alcaraz: «Julia, quédate en los coches de apoyo hasta que se te pase. No podemos ensuciar la moqueta de Abraham que nos va a denunciar».
Y tú te dices: «¿Así que también eres un cachondo mental? ¡Payaso! Un par de chistes más y puedes vivir de eso, gilipollas».
Aquella vomitera ha terminado siendo providencial.
El pipiolo, cadáver: una bala le ha atravesado la cabeza. Otros tres compañeros, heridos: estaban cubriendo la puerta del garaje. Dos traficantes muertos y dos graves. Todos los demás, detenidos, incluido Abraham.
***
Intentas tranquilizarte. Para dormir no hay nada mejor que unos buenos calmantes con mucha tila. Por fin descansando. En la cama, las imágenes se suceden con rapidez: la mujer de Mateo, llorando por teléfono; la novia del pipiolo, gritando en la comisaría; la salida de los del garaje, con armas automáticas; la vomitera y el gilipollas del pipiolo que no sabía guardarse el culo. No se lo merecía. Era simplemente un pringado. ¿Su muerte era tu corazonada de hoy?
«¿Qué es eso? ¿Qué ruido…? ¿Qué cojones? De pronto, todo vibra. La ciudad tiene una sacudida y está durando mucho. Oyes cómo caen las cosas. El corazón te late con fuerza y te sudan las manos. Se oyen cristales al romperse. Piensas en meterte debajo de la cama. Debes ser muy rápida, pero no puedes: demasiados tranquilizantes para un día de mierda. Pierdes unos segundos de oro. Más temblor. Es descomunal. ¡Qué ruidazo! Hostias, esto, ni en las películas».
Mañana saldrás en los periódicos. Sacarán tu nombre en primera página porque serás la única víctima mortal del terremoto al caerte el techo encima: tus corazonadas aciertan una y otra vez.
Enhorabuena, Julia: siempre se cumplen.

CURRO BLANCO

Ayer su hijo, alto, preguntón, delgado, veinte años, estudiante de filosofía. “Que si el sentido de la vida”. Genaro, ni alto ni delgado ni gordo, cincuenta y tres, ateo, pastor de ovejas. “¿Que si te esperas Pablo a mañana y te vienes con el ganado mejor?”. “No papà, que tengo examen. Que lo necesito para un trabajo. Que por favor”. Genaro que:
– Pues vivir. Vivir para sentir. Sentir para crecer. Y generar energía vital.
Mi visiòn/idea de la existencia, fraguada a lo largo de un camino lleno de inquietudes, en este punto cuajada ya, no estima la efectividad de un Dios, ni omnipotente ni subordinado. Mis corazonadas, lógicas, razonables, me han hecho ver con limpidez que la Nada (y sus incomprensibles fluctuaciones) es la responsable de todo lo que existe. Y es maravilloso, porque se deduce que ya cuando nada era, pulsaba latente la Existencia.
– ¿La Existencia existía?
– Algo así. “La Nada se llenó, y ni el mismísimo Stephen Hawking fue capaz de deducir còmo”. Las corazonadas me dicen que nuestra existencia no se limita al paso por esta vida; que formamos parte del Todo y como tales estamos unidos a su gen esencial. Que sustancialmente somos energía vital y después de nuestro trànsito por ella permanece encendida/viva. Que nuestras vivencias generan energìa; hasta un simple gesto, el movimiento de nuestros miembros al rozar el aire. Y van sumándose, repercutiendo al grueso energético del cosmos. Que la integración del Todo, debe de estár conformada de cuantiosas imperfecciones y, que precisamente estas, son las que le otorgan una perfección inalterable.
– Ah, vale.
– ¿Algo más hijo?
– Creo que no, que tengo suficiente. Bueno sì, ¿y esas corazonadas tuyas?
– Pues suscitadas tras muchas jornadas de monte. De estar conmigo. De ver amaneceres y atardeceres. De escuchar los balidos de Callada y Jacinta y los guau guau de Nevado. De dejar pasar por mi mente, sin retenerlos, pensamientos infructuosos.

GINO ALBARETI TARANTINO

No habrá corazonadas
Clase 102. Universidad de Boston. 1º curso de Medicina
El aula magna estaba reservada siempre para las mentes más brillantes. 550 asientos, 1100 ojos clavados en solo una mente, un mentor.
Murmullos mantenían la sala del aclamado profesor Casper, mientras aguardaban su llegada. No hacía falta que si quiera apareciera, la certeza de que una eminencia iba a estar delante era suficiente para sentirse afortunado, aunque este, finalmente, no apareciera.
Escucharon como una puerta se cerró y todos callaron. El silencio se impuso en la sala ante una brisa de aire y se mantuvo hasta que la eminencia llego a las puertas.
Gafas, una pipa, una boina y dos libros acompañaban al gran maestro. Dejó los libros sobre la mesa y se apoyó en ella fumando su pipa. Pensaba cuales iban a ser las primeras palabras para esas 550 personas que esperaban algo tan inesperado que daba igual lo que fuera.
  • Alumnos, estudiantes a partir de este momento vais a ser algo más, algo diferente. Y no me refiero a médicos, eso es absurdo, vais a ser científicos. Y como científicos que vais a ser, estáis en un compromiso serio con la ciencia, donde prometeréis lealtad y honor a velar por la ciencia de la medicina.
Casper comenzó a caminar de un lado a otro sin separarse de su pipa. Su mirada, estaba tan pegada a todos como su pipa a su boca. Parecía que sus dos ojos llegaban a cada uno de los estudiantes.
  • Llegarán pacientes a vuestras consultas – dijo – estarán vulnerables y pedirán vuestra ayuda. Tendréis la vida y la muerte no en las dos manos, eso sería un privilegio, las tendréis en una sola mano, a un solo movimiento de que alguna de las dos caiga. No podéis dejar nada al azar, a la suerte, al arbitraje, a la intuición, la vida de esas personas dependerá de todo lo que sepáis. Sois científicos para poder ser médicos. No habrá corazonadas, solo ciencia.
Así comenzó una de las primeras clases de medicina de la universidad de Boston. Tras una larga hora de una conferencia extraordinaria la eminencia expuso un caso muy peculiar para él. Su primera decisión como médico de la que dependía la vida de una persona. Al final de la explicación del caso dijo que si alguien acertaba contaría lo sucedido y su decisión.
  • Quiero que me digáis, futuros médicos, científicos. ¿Qué hubierais hecho en mi lugar?
Pasaron unos minutos hasta que apareció una mano valiente.
  • Yo profesor. No sé lo que hizo usted, pero entre el corazón y el pulmón hubiera elegido intervenir en el corazón.
El alumno logró captar la atención de la eminencia. La respuesta más evidente era el pulmón, sin embargo, había algo que no estaba teniendo en cuenta.
  • Es correcto chico – dijo irguiéndose – muy pocos médicos y profesionales han conseguido elegir bien este tipo de disyuntiva y han entendido el por qué, ya que es muy difícil distinguir la opción más correcta en cada caso.
Tosió un poco y continuo
  • Ahora bien, me encantaría a tus compañeros y a mí que nos explicaras cual ha sido tu razonamiento para hallar la opción más correcta.
  • Pues profesor – dijo con una voz temblorosa – realmente no sé cómo explicárselo. Creo que fue más bien una sensación una…
Y a la vez tanto el alumno como el profesor terminaron:
  • Corazonada
La clase comenzó a murmurar. Se escuchaba como sus compañeros reían y burlaban sobre cómo había errado al decir corazonada, la palabra prohibida.
Casper fijaba su mirada en aquel alumno de la corazonada mientras luchaba por no apartarla. Sus ojos comenzaron a empaparse hasta que fue interrumpido por el mismo alumno:
  • Profesor, si he acertado entonces, podría contarnos que sucedió.
El profesor se recompuso como volviendo a la realidad.
  • Yo… – dijo con voz baja – intervine en el pulmón.
  • Entonces ¿el paciente…?
  • Falleció – interrumpió- si falleció.
La eminencia seguía consternado por la respuesta del alumno. Algo confuso quedó con la mirada perdida en el suelo.
  • Profesor, ¿está bien? he dicho algo malo
Los alumnos miraban preocupados la extraña reacción del profesor.
  • Si. Estoy bien. Solo que… yo también tuve esa corazonada.

LOLI BELBEL

CORAZONADA, PÁLPITO, INTUICIÓN…
Sé que estás ahí
-me lo dice la noche…
Me llega una hebra del hilo
de luna que hilvanaste en mi alma
con ternura para mí.
-sé que estás ahí-
oigo la canción que solo
me cantabas tú detrás de
la oreja.
Y veo a lo lejos la barca
de plata rozando la orilla del río
nuestro río cobijando un caleidoscopio
de pasiones.
-sé que estás ahí-
y buscas los sueños
que dejaste arrinconados
en un pozo con vértigo y dolor.
y el abrazo que dejaste morir
tirado en el fango del camino.
-Sé que estás ahí-
Deja de ser humo
sombra
dolor
y muerte…
Y luce de nuevo tu traje de
ilusiones, de música, de amores…
-como solías hacer antes de marchar-.

GLORIA ALBALADEJO

Mal presagio.
Esa mañana me levante con un poco de agobio en el cuerpo, había estado sudando pero no me sentía febril, en cambio había algo que no iba bien. Me dolía la cabeza horrores. -¿abre cogido la gripe o algo?, me pregunté. No creía que fuera por ahí la cosa, era un malestar de otro tipo, no sabría explicar pero tenía que ir a trabajar y sin embargo había algo que me lo impedía. De repente entre los retortijones que tenía en la cabeza, también me aparecían imágenes. Algo extraño pero no las podía identificar bien. Serían restos de los sueños que habría tenido esa noche, aunque no estaba muy seguro que se tratara de eso, ya que estaba bastante despierto cuando comencé a ver unas sombras muy extrañas en las paredes de mi cuarto. Todavía no había claridad en el cielo, aún estaba todo bastante oscuro, aún así estaba muy seguro de haberlas visto. Era algo que se movía constantemente, muy grande y otras muchas sombras más pequeñas que parecían correr hacia un lado y otro. Me asusté, quise pensar, para tranquilizarme, que sería el reflejo de algo que había en la calle, no se, algún coche, gente que corría. Porque parecían personas corriendo. Me asomé a la ventana, pero no había nadie ni nada que pudiera parecerse a eso que se movía cada vez con mayor velocidad, que ocupaba toda una larga pared que había en frente de mi cama. El dolor de cabeza era cada vez más intenso, parecía que fuera a explotar y aquello de la pared desapareció repentinamente. También seguía con esa sensación rara, algo que me bloqueaba por dentro. Estaba muy inquieto, presagiaba que algo iba a ocurrir y supuse que esas sombras eran la pista. Mis nervios eran cada vez mayores y entonces además de todo comencé a escuchar ruidos de algo metálico que se estrellaba contra las paredes de algún sitio de casa, si no de prácticamente en todo el piso y también gritos de gente que no sabía de donde provenían. ¿Me estaba volviendo loco, o es que todavía estaba en las profundidades de mis sueños?. Me daba manotazos en la frente, quería reaccionar, despertarme, pero eso todavía me producía más dolores de cabeza. Fui a por un analgésico y pude comprobar como toda la pared de la cocina habían más de esas sombras y se mezclaban con gritos de mucha gente asustada. Entonces el agobio que tenía se transformó en una corazonada que inundó mi cuerpo de un malestar inaudito. Nauseas, escalofríos, espasmos. Me ardía el estómago y el corazón me latía fuertemente, todo acompañado de un más fuerte dolor de cabeza. Caí al suelo y mi cuerpo comenzó a dar latigazos muy fuertes mientras veía todas esas imágenes en persona. Me veía cogiendo la línea cinco del metro como siempre y este se descarrilaba, provocando un gran estallido cuando pasaba por el túnel. Explotó, la gente salía volando hacia todas direcciones o algunas partes de ellas. Todo se volvía rojo, el color de la sangre y yo sentía un gran dolor, me estaba quemando, me estaba muriendo. Desperté. Estaba tirado en el suelo de la cocina. Ya no tenía dolor de cabeza, me encontraba bien, pero aquello había sido un mal presagio. Algo estaba a punto de ocurrir. Mire el reloj, se me había hecho tarde. No se cuanto tiempo estuve desvanecido. Ese día no iría a trabajar. Llamé a la oficina, dije que tenía fiebre y que no me encontraba bien. Después encendí el televisor y las noticias lo dijeron claro, todo tal cual lo había visto en mi mente. Justo a la hora que yo cogía ese metro de la línea cinco, a las siete y media, descarrilo. Murieron la mayoría de personas de todo el convoy y otros resultaron gravemente heridos. Yo tenía que estar ahí y esos malestares que tuve, esa sensación, ese agobio, esas imágenes y después el desmayo. Todo eso me salvo la vida.
Desde entonces algunas mañanas tengo migrañas, veo cosas y después suceden.
Creo que cambiaré de trabajo, puedo ganar dinero con esto.

BEA ARTEENCUERO

ILUSIONES ROTAS..
Hoy es nuestro día, nos unimos por siempre.
Tan sólo hace 3 meses que nos conocimos, en un programa de las redes..Solteras y Solteros..
Me enamoré al instante de esos ojos negros que me miraban a través de la pantalla.
No pasó mucho tiempo, y un día te apareciste por esa puerta que hoy salgo para ser tu esposa; Soy Javier, sólo esas palabrás, me envolvió una nube y quedé varada en la vida y en el tiempo, te amé desde siempre, sentí el placer de tus caricias, cada roce fue valioso, mágico.
Quiero ser tuya para toda la vida, te susurre al oído después de aquel beso intenso que me distes…No sueñes con ser, ya eres me contestastes.
Hoy ese sueño se hace realidad.
Pero dentro de mí felicidad hay un presentimiento, no se explicarlo con palabras, sólo lo siento desde tu llamada de anoche, ¿te espero a cenar? Te pregunte. No se si fue tu respuesta o el sonido de tu voz.
– No…nos vemos mañana en el altar, tengo que cerrar unas operaciones con clientes.
(Trabajo en la bolsa, me habías dicho, operó con grandes inversiones (cuando nos presentamos) de hecho inverti e invirtieron mis amigas.
Mi madre no está de acuerdo con esta boda, de un día para otro.
– No me gusta, no conoces a su familia.
– Mamá hoy todo se maneja por Internet, vamos a Italia de luna de miel y así me presenta a su família.
Mi vestido es hermoso, bordado en piedras, confecionado por un modisto de alta costura, ¡quiero lo mejor para vos!
Me miro y el espejo me devuelve la imagen de una reyna.
Estas bellísima, me dicen todos.
El presentimiento no me abandona; Voy camino a la Iglesia, mi mente va de la mano de mi corazón, soy feliz, borro todo lo que no sea nuestro amor. Del brazo de mi hermano mayor entro al recinto, esta colmado de familiares y amigos…
Camino sobre una alfombra blanca!!todo es majestuoso.
Llego al altar, ahí estás hermoso, soberbio en tu smoking negro, esperándome sonriente.
A un paso de estar juntos para siempre!!
Comienza la ceremonia…
– María Julieta Martínez Galarza acepta para toda la vida, hasta que la muerte los separe, a Javier Iván Sotelo Godoy?
No puedo describir la emoción que siento, al decir ¡Si quiero!
En ese instante interrumpen a los gritos.
– Alto, detengan esta boda, este señor no es quien dice ser, su verdadero nombre es: Adolfo Ordonel, un estafador buscado por la Interpol en varios países; Su modo operandi es conocer señoritas de la alta sociedad enamorarlas, casarse y luego desaparecer con su fortuna.
¡Queda detenido!
No alcanzó a comprender, no quiero comprender, otra vez nubes negras en mi mente, antes de perder el conocimiento alcanzó a ver como lo llevan esposado.
Cuando reaccionó me rodean mis familiares.
Sola frente al altar con mi vestido de reyna, sola con mis ilusiones rotas.
Al día siguiente todos los noticieros, hablan de lo sucedido, los teléfonos no dejaban de sonar .
Arruinada no sólo emocionalmente, me destruyo, con sus maniobras financieras, nada me importa, mi vida hecha jirones en un instante y aún así lo sigo amando.
Inevitablemente recuerdo la corazonada ¿Sería un aviso?
¿Cómo arrancó este amor Que me quema por dentro?
Antes de que llegarás, yo tuve un sueño y estabas ahí, lo invadistes, lo hicistes tuyo!!
¿PORQUE?

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Me desperté con la corazonada de qué iba a ser un gran dia, como canta Serrat.
Después de dormir en la gloria, ducharme y desayunar, sin quitarme de la cabeza la canción de Serrat. Hoy puede ser un gran día plantéate lo así. Cogí el coche, al trabajo. Aparqué a la primera, hoy va hacer un gran día. Trabajo de diseñadora, con una ayudante y un socio. Nada más llegar al trabajo mi ayudante me dice qué me deja, mi socio me recrimina por miles de errores que solo el ve.
Hoy puede ser un gran día planteatelo así.
Hasta qué viene la realidad. No me sirvió la corazonada, como siempre.

DIEGO CISNEROS

Oscura Corazonada
Noche cerrada sin luna ni estrellas.
En el cielo se congrega una negrura rabiosa, iluminada de tanto en tanto por helados destellos. A lo lejos se superponen estruendos, sacudidas y fríos fulgores.
¿En qué momento comencé a correr? No lo sé. Lo único que sí sé es que debo mantener los pies en movimiento tanto como mis piernas me lo permitan.
Un golpe seco de frío viento me impacta el cuerpo y se me adhiere a la piel su gélido abrazo. Sus invisibles zarcillos helados me tensan y muerden la carne.
Este frío es más incisivo que un par de afilados colmillos, este cruel frío hace de mis huesos su nido.
No logro controlar mis temblores. Me siento febril y a la vez aterido. Me titiritan los dientes y me hormiguean dolorosamente los dedos de los pies y de las manos.
Varias corrientes más de aire llegan y me flagelan el rostro. Se me clavan en la cara como pequeñas agujas de hielo. Del cielo enormes gotas comienzan a caer sobre mí. Mi ropa se humedece y mi cabello se empapa. Pero la sensación que esperaba encontrar es distinta. Lo que me cae encima es ¿agua tibia? ¿Acaso esto es lluvia? ¿Nieve? No, no lo es… esto es rojo, espeso, y cálido. ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? ¿Dónde me encuentro? ¿Qué lugar es este? ¿…Quién soy…?
No entiendo que ocurre, no entiendo nada. No logro recordar nada, no puedo recordar nada.
Alrededor de mí se comienza a alzar una densa niebla blanca, lechosa, que me imposibilita ver más allá de unos cuantos pasos delante de mí. Me rodea, me encierra. No importa que dirección tome, me sigue de cerca.
La distancia entre nosotros se estrecha.
Puedo sentirlo. No estoy solo.
Siluetas amorfas, oscuras e inquietantes, intentan romper fuera de aquella niebla viscosa. Pero estas son contenidas, apenas restringidas por aquel fino velo de vapor viviente. No obstante, estas perturbadoras ¨cosas¨, hechas de la misma niebla, siguen tratando de escapar de ella para arrojarse sobre mí. De sus brumosos muros espeluznantes rostros retorcidos, con las cuencas de los ojos vacíos y las bocas alargadas más allá de lo posible, extienden hacia mí sus afiladas garras.
Chillan, gritan, sollozan. Su agónico lamento, sus desgarradores alaridos de dolor, sus bramidos de sufrimiento de angustia y frustración me atenazan la garganta y corazón.
La situación se torna insoportable.
Continúo corriendo sin mirar atrás, pues siento que, si me detengo, aunque sea solo por un segundo, seré engullido por aquella terrible existencia, por aquella infernal maldad. Sé que están detrás de mí, justo a mis espaldas. Casi puedo sentir su helada respiración en la nuca. A solo unos metros de mí, intuyo que su perversa presencia crece y se solidifica.
Se acerca, lenta, constante e imparable.
¡Corre! ¡Corre maldita sea! ¡Corre! Y no pares. No voltees. No te detengas.
El agotamiento se hace cada vez más evidente. El dolor y la fatiga en las piernas no hace otra cosa que aumentar. Sin embargo, este no es el momento para detenerse, no aquí, no ahora.
Solo esfuérzate un poco más, solo un poco más.
Quiero, pero no debo. El misterio me carcome… Solo… si tal vez… ¡NO! No lo hagas. No mires. Él está ahí. Sé que está ahí. Él, el culpable de todo. El horror encarnado. El depredador absoluto. ¡NO! No hagas nada para llamar su atención. No lo provoques de ninguna manera. Sigue. Sigue corriendo hacia adelante y no pares.
No parecen cansarse. Siguen acosándome, siguen acercándoseme. Me pisan los talones. Cada vez más cerca, cada vez más fieros y horripilantes. He intentado golpearlos, alejarlos a maldiciones, pero no funciona, desaparecen en cuanto extiendo la mano hacia ellos, para después volver más agresivos y enfadados que antes.
Casi atrapo uno, pero se me escurren entre los dedos. Es como intentar atrapar aire con las manos.
¡Malditos! ¡Déjenme en paz!
Se alejan por un momento, ahí donde no los veo con claridad. Se esconden mientras se burlan de mí desgracia.
¡Bastardos, solo me están provocando!
Varios lamentos inhumanos me llenan los tímpanos con una sinfonía desgarrada, amarga y siniestra, venida desde las profundidades del infierno.
Algo está llegando… Puedo sentirlo.
¡No puede ser! ¡Vamos, sigue corriendo! ¡Mas rápido!¡Vamos, que no hay tiempo!¡Aprisa!
Sigo corriendo.
Un presentimiento da a mi corazón un vuelco. Giro la mirada a la izquierda y de inmediato nace de mí pecho un dejo de esperanza.
Una diminuta y casi ilusoria luz llega a mi desde la lejanía. ¿Qué es? Entrecierro los ojos para ver ¿Una estrella? ¿Un faro? ¿…La salida? ¡SÍ! Tiene que ser la salida. Vamos, cambia de rumbo. Debo de llegar a ella lo antes posible, debo de alcanzarla. Sigue, sigue. No pienses en nada turbio o desalentador en este momento que pueda alejarte de ella o sacarte del camino. Vamos continua tu trayecto. No pierdas de vista el objetivo o lo perderás todo.
¨Algo¨ se acercó a mi rostro y me susurro algo al oído. No entendí que dijo, pero pude sentir su gélida respiración congelarme la mejilla. ¡Han vuelto! ¡No, aléjense! ¿¡Qué cosas son ustedes!? ¡Déjenme en paz! ¡Lárguense!
—La agonía eterna. El sufrimiento sin descanso. La infinita melancolía… Te están esperando.
—¡No más, por favor! ¡ALEJENSE!
Han salido de la niebla, y vuelan a mi alrededor. Son monstruosos, son horribles. Sus horrorosas expresiones bizarras de tormento y odio me están enloqueciendo.
Dioses, ayúdenme.
Una criatura tras otra aparece, una tras otra me manifiesta su cólera.
Esto no parece tener un final. No uno donde yo salga vivo…
Puedo sentir como su maldad se agranda. Ya no se conforman con mostrarme su rabia, ahora me atacan. Sus garras me han herido. Mi sangre escurre por mi piel lacerada. Las piernas ya no quieren hacerme caso, están por traicionarme en cualquier instante. No hay salida, no hay escapatoria. En cualquier momento sucumbiré a la fatiga y caeré a mi perdición. Y tan cerca que estaba de la luz. De esa cálida y hermosa luz. Esa tibia y agradable sensación que sentía hace unos momentos se está perdiendo.
Tengo frío, mucho frío… No puedo más. Estoy agotado, exhausto. Los pies ya no me responden. Las fuerzas me abandonan. Poco a poco pierdo velocidad. Trastabillo.
Si tan solo pudiera dar unos cuantos pasos más, ya estaría… tan cerca… Tan cálida que se sentía esa luz sobre mí. Si tan solo me acercara un poco más, solo un paso más…
Una oscura y pesada corazonada me estremece el alma. Una pesada, gélida y asfixiante oscuridad me envuelve.
Caigo sin remedio al suelo…
No me puedo mover…
No consigo respirar…
La luz delante de mí…
Lentamente…
Se apaga…
Fin.

CONCE JARA

GROOMERS
October 08th 2021.- Hanna “to” Alex: 17:01:35 – 17:08:20
–Hola Alex, ¿qué tal tu finde?
–Eyyyyy. Me gusta mucho tu foto del otro día… la de la falda corta.
–Gracias. Pero… me debes una foto con menos ropa… ¿no me la envías? Esa te la mandé yo el otro día.
–Me da cosa.
–¡No es para tanto!… solo en calzoncillos… aiins. Me muero de ganas por conocerte.
–Hanna, ¿lo dejamos para cuando nos veamos?
–¡Alex!… sin foto… NO HAY TRATO☹. Yo te envié una foto con menos ropa.
–Síiii, pero de verdad, me da mucho palo hacerme una foto así.
–Tú mismo. O cumples tu palabra o NO HAY CITA☹. Yo hice mi parte.
–… esta noche la envío.
–Así me gusta. 😊Lo vamos a flipar. ¡Acuérdate! No se lo digas a nadie… es nuestro secreto.
–Sí, lo sé. Ya le he dicho a mi madre que este jueves voy a casa de Rober. Uno del insti… ¡Oye!, ¿cómo quedamos?
–Hahaha… Este finde las de mi piso se van, tenemos la casa libre. Vivo cerca de la Casa de Campo. Si quieres, quedamos a las 5 en el aparcamiento del metro Lago. Tengo coche. Luego podemos ir al Parque de Atracciones, al Zoo o dar una vuelta en barca. Para cenar… está mi casa.
–Sabes que eres mi “crush”. Ya no duermo hasta el jueves, hahaha. Tengo que dejarte, oigo a mi madre. Entonces… ¿hasta el jueves?
–Sí Alex, pero MANDA LA FOTO. Te quiero.😘😘😘
–Y yo… 😘😘😘😘😘
October 09th 2021.- Alex “to” Hanna: 04:59:02
JPEG(FOTO) 😘
Fernando se quedó pensativo. Sin quitarse los cascos, permanecía inmóvil, la respiración contenida…
Mientras su compañera Chris se preparaba el segundo café de la noche:
–¿Qué? –dijo mirándole a través de sus gafas–. ¿Pasa algo?
–Tienes que ver esto Chris.
Chris se acercó, y leyó la última conversación en pantalla durante varios segundos:
–Prepara el volcado de la lista de mensajes –dijo mientras ocupaba su mesa– voy a hacer el informe… ¡Ya Fernando!
Frente a su ordenador, Chris emulaba el sonido de una metralleta machacando las piezas del teclado, dando sorbos de cuando en cuando a su taza de café, personalizada con su nombre. Finalizó el escrito, lo repasó y se lo envió a su compañero para que hiciese lo mismo. Fernando lo colgó en la carpeta de la operación “Groomers”, con las grabaciones, dándole a ambos documentos la consideración de Alta Prioridad.
Chris esperaba que sonara su inseparable móvil y por fin escuchó la melodía de llamada:
–Chris, ¿hay alguien más en escuchas?
–Sí, está Fernando –dijo mientras se levantaba y se ponía su chaqueta–.
–Sube entonces, inmediatamente.
Trepaba por las escaleras de los tres pisos que le separaban del jefe, pero solo le dio fatiga pensar en ese cigarrillo que no podría echarse. En la sala de reuniones, alrededor de la mesa esperaban sentados tres inspectores de la operación. Chris tomó asiento.
De pie, el inspector jefe sostenía con los dientes un trozo de habano apagado, mientras, clavaba una chincheta roja sobre un plano de Madrid, concretamente en el aparcamiento de la estación de metro Lago. Aquel mapa formaba parte de un enorme collage de imágenes, personas, vehículos, matrículas, lugares, que abarcaba toda la pared.
–¡Se acerca el fin! –dijo con aire preocupado–. ¡Les dejo! Debo prepararme para estar a las nueve en el juzgado. Vayan organizando el operativo y me dan novedades.
A las tres y media del mediodía, de aquel jueves de finales de septiembre, un despliegue de más de treinta policías rodeaba las inmediaciones del aparcamiento de la estación de Lago.
Hacía un calor asfixiante. La temperatura se hacía cada vez más latente, tanto que ni las sombras de los árboles daban tregua y tampoco ayudaba el sonido enloquecedor del estridular de las cigarras. Algunos de los agentes más cercanos a la estación, tendidos sobre el terreno, sentían que se les dormían las extremidades al llevar tanto tiempo en la misma postura. Otros mascaban chicle humedeciendo la boca y reprimiendo el mono de fumar.
–J12 para PJ5. Entra un vehículo en el aparcamiento. Volkswagen Golf, negro, matrícula: 2, 2, 5, 3, Mallorca, Barcelona, Cáceres, repito… –dijo uno de los agentes.
–PJ5 para el Operativo… Vehículo no identificado, repito… –dijo el inspector al mando tras comprobar la matrícula–. ¡Atentos!
El conductor se quedó dentro del coche con el motor en marcha, posiblemente para mantener el aire acondicionado.
–PJ7 para PJ5. Estoy en zona. Nada sospechoso por el momento.
–PJ5 para Todos. ¡Extremen precauciones! Entra Mafalda a jugar.
Salió de la estación. Llevaba una tabla de skatecolgada de su brazo izquierdo, vestía zapatillas Converse, vaqueros, una venda que le envolvía el pecho ocultándolo, camiseta azul oscuro holgada y una gorra de beisbol. Chris llevaba el pelo corto y su constitución física se mimetizaba fácilmente con la de un chico de entre trece y quince años.
Sentía cómo el sudor le corría desde el cuello hasta el fin de su espalda. Avanzaba despacio y a pocos metros del vehículo distinguió en el puesto del conductor una mujer de pelo largo. Al ver que no salía del coche, se colocó junto a la puerta del copiloto. Allí estaba… Hanna.
Llevaba unas enormes gafas de sol y cuando estuvo a su altura está bajó la ventanilla, esbozando una gran sonrisa:
–¡Alex…! –dijo con un tono de voz algo… ¿grotesco?–. ¡Pasa… siéntate!
Le abrió la puerta, pero algo le hizo a Chris sospechar. Hanna vestía una camisa de lino blanco, ceñida por un cinturón, moldeando su figura y unos leggins cortos.
–¡Vamos! ¡Sube! –insistió.
El pelo, las piernas eternamente largas y esa voz.
Chris tuvo una corazonada y dejó caer el patinete al suelo. Aquello significaba para todo el operativo de agentes que les rodeaban ¡la señal! Rapidamente Chris sacó su arma y apuntó a Hanna:
–¡Policía! Ponga las manos en el salpicadero… ¡No se mueva!
La conductora aceleró, y salió imparable del parking, hasta que se escucharon varias detonaciones. Las ruedas del coche explotaron, y Hanna perdió su control. La puerta del copiloto, que había quedado abierta, se partió contra un pino, y el vehículo la arrastró. El coche se aceleró más y más por la pendiente, hasta que acabó chocando frontalmente contra un enorme fresno.
Varios agentes se acercaron con cautela hasta el vehículo. El morro anterior parecía un acordeón. Dentro, la peluca descolocada dejaba ver a aquel hombre con el rostro ensangrentado, quien permanecía con los ojos abiertos, inmóvil, tanto como todos aquellos niños a los que consiguió acercarse.

DAVID DURA

Cuando éramos novios las muestras de amor estaban mal vistas, podías acabar maltrecho en huesos o dormir en comisaría.
Cuántas despedidas falsas en nuestra estación de tren con tal de abrazarte sintiendo tu cuerpo.
Luego , bajaba cien metros más allá antes de ver al revisor, no tenía dinero para ningún viaje.
Y no me sentía pobre en el camino de vuelta mirando el raíl sin mirar atrás.
Yaaa puedo morir!. Gritaba.
Llevas tiempo muerta y sigo como cada día recorriendo la vía.
Tengo el presentimiento que un día, todo terminará en tu abrazo.
Por eso no miro nunca atrás..

BLU BLOSSOM

LUNA SIN CORAZA
Ando por un camino largo, hacia un lejos más cerca y un cerca más lejano.
Un lento adiós a la deriva desgarrando la noche. Cuán completamente oscuro es mi contento, prefigurando misterios en verdades por encontrar.
Una espera forzada en la luna llena,
a ver mi esqueleto libre de sombras. Necesito más que querer ser arrastrado por su boca llena de fuego fresco. Temo su calor espinoso, su ceniza susurrante. Más su voz escucho en sueños rogándome ser tocada.
Sin embargo… me grita el corazón que no la toque.
Ni ahí.
Ni aquí.
Ni en ningún lado.
Está por sepultarme entre lo que necesita luz pero una y otra vez ha cicatrizado.
Inevitable tomar la luna entre las pupilas.
Parpadea… Como un bichito de luz.
Apaga y enciende en mí una despedida al resplandor nocturno.
Por fin me atrevo un tocar. A sostenerle la mano a la noche que agoniza. Sabiendo que no será completa la oscuridad…
Y que siempre amanece.

LINOSKA BARANDA FUENTES

Cuando de pequeña iba a la escuela, una tarea frecuente era el tener que realizar redacciones con el Tema que la maestra nos daba (siempre eran mujeres mis profesoras de Español) Los temas eran, invariablemente:
-Un día en el campo.
-Un día en el zoológico.
-Un día en la playa.
Yo nunca había ido al campo y al zoológico iba alguna vez en las vacaciones, por lo que, lo que hacía en realidad era inventar lo que podía haber visto… De la playa podía hablar más porque en las vacaciones iba, por lo menos, una vez por semana.
La redacción siempre debía terminar con una frase exclamativa, como por ejemplo:
¡Como me divertí en el campo!
Pero ahí acababan los temas. Y yo siempre esperaba que un día, alguna maestra nos pusiera un tema que nunca ninguna nos puso:
-El apagón.
¡Porque de ese tema yo sí podía hablar!
Casi todas las noches de mi infancia están llenas de «apagones». Era un sistema de ahorro de electricidad a causa del cual te veías privado de ver la televisión, o de mitigar el calor con ayuda de un ventilador. Era eso el apagón: la oscuridad total.
Esas noches eran de diversión para los niños mientras duraba la energía en el cuerpo; los padres se sentaban a la entrada de las casas a tomar el fresco con ayuda de un abanico y conversaban con los vecinos, mientras los niños, jugábamos a los escondidos y a los atrapados. Cuando ya estábamos muy agotados nos sentábamos al lado de nuestros padres y abuelos, y con la cabeza recostada en sus piernas nos quedábamos dormidos, bañados en sudor, hasta que los gritos de ¡La luz! nos despertaban. De ahí al baño y después a la cama.
Para los padres esas noches no eran divertidas, porque antes se planchaba y se almidonaba casi toda la ropa; los uniformes de la escuela, los del trabajo, etc. Entonces cuando las madres regresaban de trabajar se les veía como locas, apuradas en la cocina para terminar antes de que nos cortaran la luz, y ponían la tabla de planchar al mismo que sazonadan los frijoles…
Generalmente anunciaban los horarios del apagón (de 7:00pm a 10:00, de 8:00pm a 11:00pm, etc) pero a veces cortaban la electricidad antes de lo previsto. Por eso mi madre y mi abuela se guiaban por sus corazonadas y trataban de terminar las tareas «eléctricas» muy temprano, inclusive cuando no había apagón previsto.
Si esto fuera una tarea de redacción de la escuela, la composición terminaría con esta frase:
¡Como me divertí en el último apagón!

ALFONSO FERNÁNDEZ PACHECO

Este cuento corto lo escribí para el día de Reyes. Le he cambiado una frase. ¿Puede valer?
Carta a los Reyes Magos
Angustias Ibargüen, a sus setenta y ocho años, ya curtida en mil y una batallas, no terminaba de entender por qué su hija Izaskun la había llevado al hospital. “Un reconocimiento rutinario”, le había dicho y, allí estaba ahora, ingresada sin derecho a rebelarse, postrada en una cama incómoda y contando los minutos para que el doctor McPherson le diera una pastilla y la mandara para casa.
―Buenos días, Angustias, tengo que comunicarte, sin ambages, que padeces una enfermedad rara, para la que, actualmente, no tenemos tratamiento. Hemos de realizar más pruebas ―Paco McPherson le dio la noticia con absoluta indiferencia.
―A mí me llamas de usted, lechuguino. Un respeto a las canas. Además, no me fío un pelo de ti, quiero una segunda opinión.
―Ahora mismo te envío a la enfermera para que rellenes debidamente la solicitud pero, ya te lo digo, te va a dar igual, el diagnóstico es claro.
― ”Pero, ¿será lelo el cateto éste?” ―pensó Angustias.
―Hola, holita, Angustiejas, soy tu enfermera, Lupita, para servirte. Traigo el formulario que me ha dicho Paco. Entre nosotras, hay qué ver lo sieso que es este hombre, y feo, feo como un demonio, si parece un triceratops.
―Qué cachonda, me caes bien, Lupita. ¿Qué diantres puedo hacer para que me saquen de aquí? Ayúdame, estoy hasta los mismísimos y, encima, en Navidad.
―Tengo una corazonada. Podrías escribirle una carta de auxilio a los Reyes Magos…
―Anda, no digas chorradas y trae p’acá ese papelucho, que no todos los médicos van a ser tan ineptos como McMemo.
Angustias se quedó sola, rellenando la solicitud y, rula que te rula, decidió que no era tan mala la idea de la carta. ¿Quién podía asegurar con certeza que no funcionaría?
“Queridos Reyes Magos:
No creo en vosotros ni en todas esas mierdas navideñas pero, por si las moscas, os voy a pedir mi regalo, que ya va tocando.
Mi hija es una mala pécora y, su marido, un bragazas que traga con todo. Es majete, pero mu tonto. Para librarse de mí en estas fiestas, me han traído al hospital, conchabados con un médico cantamañanas, y me han encerrado de mala manera. Si obráis el milagro, os pongo una reseña en feisbus.
Sin otro particular, reciban un cordial saludo. Siempre suya,
Angustias Ibargüen Cantalapiedra”
―Hola, Lupita, hermosa. Toma el papel y la carta a los Reyes. Métela en un sobre y la mandas, venga, haz el favor, hija.
Y, los días transcurrían con una lentitud exasperante para Angustias, uno tras otro, sin que sucediera nada, ni siquiera el cambio de médico. Ya era cinco de enero, llevaba enclaustrada, sin recibir visitas, desde el veintitrés de diciembre.
―Buenos días, doña Angustias. Soy su nuevo médico, el doctor José Edmunds-Lowe. El resultado de sus pruebas es concluyente. Está usted más sana que un ajo.
―Lo sabía. Todo era una patraña, ahí les zurzan a todos. Me largo de aquí. Gracias, doctor.
―No tan rápido, buena mujer. El director del hospital está esperando en el pasillo para hablar con usted.
―Que entre, me va a oír ese mentecato.
―Señora Ibargüen, soy Aquilino Mediavilla, director de esta insigne institución sanitaria. Me temo que no le va a gustar lo que tengo que decirle. Su hija Izaskun y su yerno han tenido un accidente. Han chocado de frente con el vehículo del doctor McPherson y están los tres ingresados con pronóstico grave en la UCI. Siento transmitirle esta mala nueva.
―Déjame sola, imbécil. Os voy a poner una demanda que os vais a ir por la patilla. Y llama a Lupita, que es la única que vale en este antro.

―Hola, Angustiejas.

Enhorabuena

, te dan el alta.

―Antes de irme, te voy a pedir otro favor. Envía esta carta, maja, y gracias por todo, eres un amor.
“Queridos Reyes Magos:
Gracias. He vuelto a creer pero, os habéis pasado tres pueblos, tampoco era eso. Mira que sois borricos. Bueno, lo hecho, hecho está, qué le vamos a hacer. El año que viene, más y mejor, que esto mola.
Sin otro particular, se despide calurosamente una mujer libre,
Angustias Ibargüen Cantalapiedra”

KATA MAR

Presiento, que algo va a suceder,
no se si el acontecimiento sea bueno o malo,
lo que sí puedo afirmar es que cada día, noche que pasa
es muy fuerte tan fuerte que parece que fuese algo parecido
a una taquicardia, me da miedo d que me dé un infarto,
no me deja ni dormir, me desvelo con frecuencia
me temo que una noche el corazón deje de latir,
de repente no saber que me produjo ese buen o mal presagio.

GERARDO BOLAÑOS

Quisiera no tener miedo un día, que mis palabras aun me pertenezcan, que no se acaben los libros de papel, que los malos no sepan el camino, que seamos valientes aunque nos valla la vida en eso, que los cobardes se queden sin palabras.
Presiento en mi corazón que aún somos humanos.

MARÍA ROSA ROLANDO

Te siento, te presiento en la oscuridad de mi cuarto.
Dentro mío, tibio movimiento
acariciando mis manos, mi vientre. Mis manos suaves, también te miman, te sienten, te presienten. Flotas, te acomodas, eres llama cálida anidando, para luego ser.
Como no amarte si eres vida brotando del amor más puro.
Te percibo, teniendo la corazonada que hoy vas a nacer y a partir de allí dejar de ser dos en un solo cuerpo. Tu lo sabes, yo lo sé, lo sentimos.

SOLEDAD ROSA

Tarde tras tarde se sentaba en su mecedora. Desde allí observaba el reflejo de una desconocida que la contemplaba desde el cristal. Esa mujer tenía algo que, cada vez que la miraba, le recordaba a ella.
Ella, que cada día iba de casa al trabajo y del trabajo a casa. Ella, que los fines de semana cambiaba el rumbo hacia al bar. Ella estaba cansada. Siempre el mismo bar. Siempre la misma gente. Siempre las mismas tareas en el trabajo. Siempre la misma hora de llegada a casa.
Sonreía mientras miraba su foto favorita. Una niña montada en el columpio mientras la empujaba su padre. Una niña llena de esas ilusiones y de vida que tanto y tanto añoraba. Adoraba regresar al pasado hasta que, una tarde, el sonido del timbre suspendió su viaje.
Y fue como despertar. Algo en ella le decía que, al fin, había llegado el momento ansiado. Saltó de su mecedora y se dirigió al armario. Buscó y rebuscó entre miles de momentos y recuerdos hasta que lo encontró. Lo tenía reservado para una ocasión especial y ya se había presentado.
Estaba segura. Solamente tenía que girar el pomo de la puerta. No dudó en pintarse la mejor de sus sonrisas. Cerró su armario y se miró al espejo. Sonrió. No recuerda cuando fue la última vez que lo hizo. Estaba lista y preparada para recibir la cita más maravillosa de su vida: ella misma.

ZOE EMM TEXIS

tengo el presentimiento, el pensamiento las ganas la convicción de salir adelante de lo exterior a lo interior, tengo el espíritu de luchar para el amor para la equidad, para la igualdad…
Tengo la corazonada, la esperanza, la semblanza de que puedo progresar, vivo en el instante de poder vivir, sentir sin pensar, amar sin olvidarme amarme ayudar sin descuidarme, aconsejar sin criticar, tengo la voluntad de cuidar sin descuidar.
Quiero libertad de pensamiento…
Quiero amar, quiero bailar, quiero gritar, quiero vivir.

OMAR ALBOR

Para el tema semanal Corazonada
Encontré en mí ojo un rayo de luz, un rato sentí que el sol era algo de mí, el me invitó a soñar, que había un río, dónde podía sentarme a pensar en esa idea que hacía tiempo llevaba adelante, que era tomar pétalos de varias flores y llevarlos a mí casa para perfumar los ambientes, en cada casa saque una flor distinta y jugué ser un ladrón de un botín ansiado por alguien a quien yo necesitaba regalar esas flores junte muchas de diversos colores y al llegar a mí hogar recién levantada me esperaba Lorena con un mate recién servido y una sonrisa de oreja a oreja, soltó de su boca la frase más esperada me compraste flores y yo ni lerdo ni perezoso le dije, me las regalaron los jardines busque un florero bien grande lo llené de agua fresca y coloque las flores una por una como cada latido de mí corazón lleno de adrenalina y envuelto en un sueño lo coloque sobre la mesa como un trofeo de amor.
El sol me guió.
La corazonada funcionó el perfume invadió.
El amor.

RAÚL LEIVA

“Aquí tus sueños se hacen realidad”, rezaba el slogan en letras doradas del aviso publicitario de la prestigiosa inmobiliaria.
Miriam estaba frente a un montón de papeles llenos de formalidades y considerandos. Es duro desprenderte de algo que estuvo con vos durante un tiempo, aunque este tiempo solo hayan sido unos meses. Una corazonada le indicaba que no era una buena decisión, pero necesitaba el dinero en este momento y no estaba en posición de negociar nada.
La flamante joven pareja de recién casados entraron al salón con su abogado. Saludaron a Miriam que tenía las llaves de su departamento en la mano y las apretaba como si las fuera a doblar en cualquier momento. Como pudo se mantuvo calmada a pesar de los nervios que la atravesaban. Miró a la joven pareja, tan jóvenes, llenos de vida y sueños, parecían una mala publicidad de telefonía, pero quién era ella para juzgarlos. Ellos necesitaban algo, ella necesitaba el dinero, esa era la única ecuación que tendría sentido en ese momento, no había lugar para sentimentalismos.
Repasaron los términos del contrato y cuando ambas partes estuvieron de acuerdo firmaron con la costosa lapicera del escribano. La pareja le entregó el dinero acordado y Miriam no quiso contarlo delante de ellos en señal de confianza. En realidad quería irse de allí lo antes posible y olvidarse del asunto para siempre.
La sonriente pareja se levantó, le dedicaron una última mirada a Miriam y esta, fingiendo una sonrisa, los saludó mientras se llevaban a su bebé.

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  • Recomendaciones de novedades literarias.

33 comentarios en «Corazonada – Miniconcurso de relatos»

  1. Esta semana la cosa está muy reñida. Hay muchos relatos y muy buenos.
    Mis votos son (en este orden) para:
    1) Bego Rivera
    2) Irene Adler
    3) Conce Jara
    4) Guillermo Arquillos
    5) Javier García Hoyos

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  2. Mi voto para:
    José Armando Barcelona
    Silvana Gallardo
    Gaia Orbe
    Pedro López

    Ésta ha sido una semana de lecturas MEMORABLE. Muchísimas gracias a todos!!!

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