Sacrilegio – miniconcurso de relatos

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «sacrilegio». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 27 de enero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

CORONADO SMITH

SACRILEGIO EN LOS ALBORES DE LA TEMPESTAD
A la sombra de las rocas desnudas,
en los albores de la tempestad,
la soledad yace descalza
esperando a su estrella fugaz.
El más triste de los destinos,
es la indiferencia de la amistad,
aguardando a la muerte taciturna,
con su guadaña presta a segar.
El destierro pagó su diezmo,
el silencio es sepulcral,
la existencia se torna salvaje,
la decrepitud, en éxtasis total.
Llora el Ángel de la venganza,
porque es obligado a rezar
la letanía de los mediocres,
en los albores de la tempestad.
Cubierta de tinieblas
está la diosa de la paz,
en su sacrilegio indecente
que ni la Parca va a salvar.

MARI CRUZ ESTEBAN APARICIO

Levantó mi voz para que el pueblo me oiga. Cometí Sacrilegio al no cumplir con mi palabra.
Mujer hermosa y con tez frasca como el rocío de la mañana .
La mañana me lleva bajo tu balcón con los bolsillos llenos de bolas del árbol del ciprés.
Mis manos deseosas por acariciarte hasta más halla de la muerte, a esa hora temprana, comienzan a tirar a la persiana del ventanal de tu alcoba, las bolas, recogidas por mi mismo en el comino que va a tu casa y sigue al cementerio.
El cementerio es lugar de descanso. Allí, no corre una gota de sangre.Mas en mi corazón, la sangre golpea fuerte de amor por ti. Así pues, ese fluir de palabras es el aire puro que te deleitra al despertar. Despertar pera ti ya que yo llevo horas con los ojos como ceros repitiendo pera que no se me olviden, las palabras sorpresa y únicas que a diario me gusta decirte.
Un día tras otro te hice creer que tú persona era todo para mí. Tu pureza cubre tu figura de arriba a abajo y viste esa luz que no entiende de mentiras.
Merezco»Sacrilegio»por no haber cumplido con todo lo dicho.
Mentir es delito.»Cometí Perjuro».

BENEDICTO PALACIOS

Que todo es efímero, que no hay que esperar recompensa de los otros y que somos olvidadizos, eran consignas a las que convenía acostumbrarse. Se lo repetía a diario el maestro a Diomedes, estudiante a la sazón de teología en la entonces incipiente Universidad. Corría el siglo XVI y en aquellas fechas no se había descubierto, entre otros provechos, la utilidad del retrete, el escusado o la toilette. Cada estudiante se aliviaba allí donde la necesidad lo requería. También contra las paredes de la biblioteca, el sanctasanctórum del saber.
—Diomedes —díjole el maestro un día después de tomar lección— hay que poner fin a la costumbre de orinar ante las mismas puertas de la biblioteca, que los olores infectan a los libros. De conseguirlo encontrarás recompensa.
—Sí, maestro. ¿Podéis mostrarme la manera?
No obtuvo respuesta. Se rascó el alumno la cabeza, se apoyó primero sobre un pie y luego sobre el otro esperando una iluminación, si bien era fiel conocedor de que los santos andaban entretenidos en sus cosas en cuanto se les urgía y necesitaba. Ensayó dibujar en un lienzo el rostro arrobado de los más conocidos, pero ahí estaba el problema, que no podía contar con los apóstoles por ser efigies demasiado manifiestas. Buscó entonces entre familiares. Su padre y uno de sus hermanos vendrían muy a propósito. Para completar el cuadro faltaba el rostro de una mujer. Y lo descubrió en Isabel, la hermana pequeña de su madre, una beldad y el origen de sus pecaminosos pensamientos. Posaría con los otros y en vez de velo, colocaría sobre su cabeza una corona de espinas.
Con el esbozo fabricado sobre un lienzo, se encerró tres días de asueto en la capilla de la Universidad. Oró y se vistió de cilicio, porque había sucumbido a la tentación cuando dibujó el rostro de Isabel. Salió fortalecido, la oración le había reconfortado. Eligió seguidamente un paño de la pared. Le dio una buena mano de pintura blanca y con carboncillo dibujó la imagen de lo que serían los santos. Después acudió al óleo. Quedaban bien las arrugas de su padre transfigurado en apóstol. Sujeta de sus rodillas pendía una leyenda: SACRILEGIO. Lo era grandísimo orinar en la figura de los santos. A Santa Isabel la vistió de ángel y puso en su manos una espada amenazante y cortadora.
Terminada la obra, requirió la presencia del maestro, el cual se deshizo en alabanzas.
—¿Será bastante para esperar de vos la recompensa?
—¿Otra deseáis, no es bastante la de ese ángel que os iluminó?
Existen ya los urinarios y perdura la imagen de los santos. Sobre su parecido discuten los alumnos en las aulas y dicen que lo encuentran con San Juan de Sahagún y San Pedro Regalado. En cuanto al ángel solo se permiten debatir si su rostro tiene o no parecido con el de mujer, porque siendo los ángeles de naturaleza incorpórea, de imaginarla con sus atributos femeninos, cometerían no solo un pecado de sacrilegio sino dos.

FÉLIX MELÉNDEZ

LA HABITACIÓN DEL MIEDO
Cada vez que intento volver a recordar, me bloqueo de nuevo, siento un agobio al respirar sobre mi cuello que se vuelve muy pesado. La cabeza me duele y la vista empieza a nublarse, no puedo continuar con los mismos pensamientos por más que lo intento, no vienen a mí los recuerdos de ayer. Se presentan como fotogramas de una realidad extraña que a veces no me parecen ser ni tan siquiera mías. No puedo recordar por más que lo intento los momentos pasados. Aparecen y desaparecen sin avisar. Surgen sombras persiguiéndome, entre los rincones de esta extraña habitación, las visiones se están mezclando con la realidad, me cuesta separar lo que imagino de lo que creo que es la verdad. Constantemente tengo visiones distintas y diferentes. De personas que vienen a visitarme y no conozco, ni reconozco, esta gente que está profanando mi vida; que no dicen nada y se quedan por horas sentados mirándome en la vieja silla de mi habitación, frente a mí. Esperando a que me vuelva loco, mirándome con ojos quietos, muy quietos y rojos. Y algo después se van igual que vinieron. Sin decir ni adiós. También oigo ruidos entre las sombras y veo sombras en las claridades del día escondiéndose más allá de la ventana de colores que está en el fondo del rincón. Que me atosigan y martirizan desde esta habitación perdida dónde me tienen encerrado. Clavándome con sus ojos mil miedos. Despertando a la ansiedad sufrida. De no saber nada de nada. ¿Quiénes son, ni qué quieren? de mí.
Ya hace tiempo que no dicen nada. Simplemente me acompañan y después se marchan igual que vinieron.¡ Malditos!
Creo que me estoy acostumbrando a la incoherencia de unos seres extraños, que ni me suman ni me restan, pero continúan ahí en la misma silla, sentados, callados, desde hace años. Ellos van y vienen a su extraña vida que ni entiendo, ni comprendo.
Oigo sonidos, casi indefinidos, insoportables que quieren confundirme, dentro de mi cabeza acercándome a la locura total, el abandono al precipicio de una quietud imposible, intranquila.
No puedo dejar de ver las mismas imágenes, de nuevo, una y otra vez. Aunque cierre los ojos están ahí no se van. Es por lo que a veces creo que es mi propia imaginación que estoy condenado a imaginarlos, a este sacrilegio, que supone un ataque a mí vida es un conocimiento extraño de mi propia locura.
Entre las esquinas lisas del pasado consumido, busco ansioso el motivo de lo realmente sucedido. El ¿Por qué? Me ha caído a mí, esta pena, este sufrimiento; pero no entiendo la razón por la cual esas imágenes se agolpan, me persiguen, siempre constantemente con la extraña sensación de pesadilla «Me quieren matar»
A mí, aquí me quieren muerto, me cuentan las voces susurrándome al oído. Oigo canciones que no acabo de entender y sólo me producen miedo. Y más miedo a mí mismo. Nunca anteriormente las había oído. Siempre igual una y otra vez como las olas del mar, vuelven los recuerdos a mi mente y a volverse a olvidar. Hoy han atravesado las paredes mis miedos con formas extrañas, negras y oscuras. Hoy decididamente creo que estoy más loco que ayer. Que no saldré de está amargura.
Y miro por horas el techo sólo por no verle las caras, de la gente, con su color desteñido de un amarillo ocre, pálido, en los rincones se nota la falta de limpieza, en uno de ellos cuelga una telaraña, larga y espesa escondida con su correspondiente dueña. Cómo visitante de la realidad.
Vuelven los ruidos, de una calle cercana, creo que son críos, niños cantando, un viejo juego. «A la una, la mula; a las dos, el coz; a las tres, la casita de San Andrés; a las cuatro, araña el gato; a las cinco, el niño brinco…» Son los juegos de mi niñez» que se agolpan en mi cabeza. O tal vez… Mi consciente estupidez.
¿Será una escuela? cercana y los niños de verdad están jugando y cantando…
No. ¡Están dentro de mí! Sí, las voces…
O quizás se cuelan por esa vieja ventana, entre las rejas y los cristales descoloridos del rincón, que un día adornaron la habitación del miedo. Y hoy permanecen los colores desteñidos, totalmente desconocidos.
Otra vez, de nuevo vuelve el dolor de cabeza. «La canción de los mares te cuento»…La canción de los mares te canto…
¡Sacrilegio! Mi Dios. ¿Dónde estás? Ayúdame.
Seguro viene la enfermera que me quiere matar…
Quiero echar fuera los demonios que llevo dentro.
¿Quién será?
la de la foto del barco. Creo que no la reconozco. No lo recuerdo…
¿Por qué se me repiten una y otra vez…?Esas fotos están en mi memoria. ¿Por qué se me vienen a la cabeza una y otra vez?
Los pensamientos traen un nombre, Willy, no sé quién es, no recuerdo a nadie que se llame así, ¿por qué Willy?
¿Quién será Willy?
No. No, no lo sé. ¡Puff! y qué me importa.
No entiendo nada. ¿Por qué estoy aquí? En esta habitación tan horrible.
Suena la puerta.
Alguien acaba de entrar.
-Hola, Robert ¿Cómo estás hoy?
¡No! ¡Sacrilegio! La muerte viene a por mí.
¡No pienso hablarle! a esa; ni mirarla, tan siquiera, ésta bata blanca me quiere matar. Yo lo sé. Y me matará…cuando le hable. seguro. En cuanto pueda me matará. Me pondrá una inyección y se librará de mi. ¡Seguro!
¡No! No me toques, ¡nooo!
– Venga hombre, si solo es una inyección de nada, ven.
¡Roberto! Siempre igual gritó la enfermera. Cogiéndole por el brazo.
Ahí viene. No, no me puedo mover, mis músculos no responden, la bata blanca me quiere matar. La bata blanca me quiere matar. Nooo.
¡Uf qué calor! Me estoy mareando.
Me mareeeooo.
Me voy a la cama, me tumbaré, será mejor acostarse y quedarse quieto.
¡Palomas!, palomas blancas vienen hacia mí, se posan como en una terraza. Son hermosas, están bailando, como paseando.
Se nublaaa la vistaa.
No puedo con los ojos me pesan.
Se me cierran los párpados.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Roberto era un chico robusto y fuerte de dieciséis años de edad, había quedado con sus amigos para hacer una de sus gamberradas en el cementerio de su pueblo, una pequeña aldea llamada Checa, perteneciente a la comarca de Molina de Aragón, en la pintoresca provincia de Guadalajara.
Cuándo llegaron Alberto y Raúl al cementerio, Roberto les estaba esperando desde hacía más de un cuarto de hora, se saludaron y procedieron a realizar el acto de profanación de las tumbas como se habían propuesto.
-Buenos días Roberto-. Saludó Raúl al llegar estendiendo la mano para juntarla con Roberto a modo de saludo. – Buenos días chicos-. Contestó Roberto aceptando el saludo de Raúl y haciendo el mismo gesto con Alberto. – ¿Has traído las llaves y las herramientas Raúl? – Preguntó Roberto mientras se rascaba el hombro, dubitativo de lo que estaban a punto de hacer. – Claro respondió Raúl sacando los utensilios de su chaqueta tapados por un paño viejo y roñoso.
A la mañana siguiente los vecinos alertaron a las autoridades de que todas las tumbas habían sido abiertas perpetrando éste trío de adolescentes el sacrilegio que se habían propuesto, la familia de éstos denunció a la guardia civil su desaparición, nunca más volvieron a ver a Roberto, Raúl y Alberto…

BEGO RIVERA

El cubo
«Jamás pensó a sus catorce años de vida que podría morir. Veía la muerte muy lejana, la muerte era para otros. Jairo notaba como se iba quedando sin respiración, en la oscuridad eterna. Rememoró su corta vida e intentó comprender cómo llegó a esa situación, aunque en su interior lo sabía…»
Cuando despertó estaba dentro de un cubo de cristal. Sus seis lados medirian un metro y medio aproximadamente. Estaba todo oscuro fuera del dado cristalino, pero pudo observar mediante los tenues rayos de la luna que se colaban entre las copas de los árboles que estaba rodeado de estos. Parecía que estaba en un bosque. Aterrado, temblando y sudando intentó buscar una salida. El cubo estaba totalmente sellado «¿Cómo había llegado hasta allí?» Se preguntó. Al golpear los cristales desesperado e intentando romperlos percibió con su tacto que el material se sentía y sonaba a metal…no a cristal. Esto le desconcertó aún más y el pánico se apoderó de él.
Después de un rato llorando cayó en la cuenta de que sería otra de sus pesadillas. En él era muy habitual, cuando soñaba todo era muy real, los sueños eran lentos y parecían no tener fin, iban de mal en peor y cuando la pesadilla se tornaba insufrible por el miedo e iba a ocurrir lo peor, en la lejanía su propia voz le ayudaba gritándole… despierta… despierta…y así una y otra vez ¡Estás dormido, es sólo una pesadilla…despierta… despierta…! Hasta que despertaba de golpe, con el corazón brincando, empapado en sudor. Los primeros momentos al despertar solía recordar algo de la pesadilla de turno, pero evitaba esos recuerdos olvidandolos rápidamente.
«A Jairo las pesadillas le acompañaban desde siempre, sus padres no encontraban explicación ya que ellos recordasen no había sufrido ningún trauma, en realidad fuera de este hecho siempre fue un niño feliz, líder con sus amigos y sin ápice de timidez alguna. Le buscaron ayuda médica, por supuesto, sin resultado hasta el momento.
Lo que no supieron nunca sus padres es que Jairo desde pequeño maltrataba y acababa con la vida de pequeños animales, haciéndoles sufrir en una larga agonía. No podía evitarlo, era superior a él, cuando terminaba con ellos…el desasosiego le invadía, los remordimientos se apoderaban de él. Pura contradicción, porque cuando se terciaba y era muy a menudo , volvía a hacerlo una y otra vez, y una y otra vez le acompañaba la culpabilidad. Tenía la suficiente sangre fría para disimular ante sus padres, aunque su mente para él fuera como un Tetris, donde las piezas no encajaban. Hasta que a los once años conoció a su amigo David, tal para cual.»
Está vez Jairo no escuchaba su voz ayudándole a despertar en el fondo de su mente, así que empezó a gritar dentro del cubo hasta desgañitarse. ¡Despierta idiota! Se gritó a si mismo golpeando una de las caras del cubo. ¿Y si era real? Pensó Jairo. Se sentía completamente despierto, podía pensar claramente, en sus pesadillas habituales no. Esta idea le desarmó esa ligera y pequeña esperanza que le quedaba.
El amanecer se colaban entre los árboles que rodeaban el cubo donde Jairo, rendido, esperaba sentado.
Jairo se asomó para mirar, los árboles eran tan altos que parecían no tener fin.
A su cubo lo rodeaban diversos árboles formando un círculo alrededor del cubo. Juraría que se estaban acercando al cubo lentamente. Cerró los ojos aterrado, cuando volvió a abrirlos… estaban más cerca aún, efectivamente, se movían, pero no se percibía.
Se dio cuenta que no era un sueño cuando a través de los árboles constató que había decenas de árboles formando círculos alrededor de más cubos. En cada cubo había una persona en sus mismas circunstancias. En el más cercano a él reconoció a su amigo David, este golpeaba su cubo sin parar con la cara roja y desencajada del pánico que le asomaba sin rebozo.
Los árboles ya cerraron su círculo, la tierra comenzó a moverse, Jairo notó que las raíces estaban removiendo el suelo y que el cubo se iba hundiendo muy despacio en él. La tierra fue cubriendo el cubo poco a poco hasta quedar totalmente enterrado. Jairo se quedó sumido en la oscuridad.
De pronto le vino a la cabeza lo último que hizo ese día por la mañana ¿ Tendría algo que ver? ¡ Imposible!
¡Despierta, despierta, despierta…! Suplicó. Pero no despertó.
Quizás la naturaleza les castigaba por sus continuos sacrilegios.
Esa mañana sus amigos Joel, David y él se fueron al río. Les daba por hacer trastadas para divertirse. A Jairo se le ocurrió subir a un árbol y romper ramas, su amigo David hizo otro tanto con otro árbol. Joel que no lo veía bien se fue, no si antes tener que escuchar los insultos y burlas de sus amigos.
Después de un par de horas de destrozos y risas entre David y Jairo, subidos en las ramas de un árbol, se cayeron ¿ O los tiraron? Jairo recordó como caía… después apareció en el cubo.

IRENE ADLER

EL SACO DI ROMA
Estaban exhaustos antes del alba. Antes de que una niebla insidiosa ascendiera desde el Tìber, arrastrando consigo el hedor de los cadáveres que alfombraban Roma, más allá de los muros blancos del Vaticano. Confundidos y amparados por esa niebla sucia, se arrastraban españoles, napolitanos y tudescos, zumbando arcabuces, morriones y alabardas como un enjambre infernal de langostas o mosquitos.
Él mira a los lados, a los rostros de los Guardias Suizos que forman en cuña sobre el mármol de la escalinata, aferrados al arcabuz y a los escasos saquitos de pólvora que les quedan. Están pálidos, aprietan los dientes, quizá alguno reza. Su silencio contrasta con la barahúnda que se acerca. De pronto, la plaza es un hervidero de botas, gritos, disparos de arcabuz, humo, pólvora, destellos rojos. Él carga, apunta, dispara. Abre el saquito de pólvora con los dientes, ceba el caño, sopla la mecha, apunta, dispara. Le arden por igual la cabeza y los pulmones. Siente el frío del mármol bajo su rodilla. Oye el golpe seco de los cuerpos que lo rodean al desplomarse contra los peldaños blancos que ya no son blancos, sino marrones, ocres como el barro. Rasga el último saquito que le queda, y el regusto a cera le quema en los labios, ceba, ataca la pólvora, apunta a la niebla, distingue un rostro sucio, quizá unos ojos negros y un mostacho. Dispara. A su espalda, alguien grita «retroceded hacia la capilla». Los Guardias Suizos reculan, compactos como un solo hombre. Algunos siguen disparando, él no tiene pólvora ni balas. La plaza se cubre de una marea humana que se mueve y se ondula, que avanza con una furia insólita, con ésa inercia que provoca el olor de la sangre, una marea enardecida y feroz, allí donde se disipan el humo y la niebla. A su alrededor huele a hierro envejecido y a miedo. Cuando alcanzan el interior de la Basílica, tiene una mano sobre la cazoleta de la espada y la otra aferrada a la daga de misericordia. Mira al techo, y un Dios fúnebre y airado le devuelve, ceñudo, la mirada. Un Dios ciego, hermosamente pintado por Miguel Ángel. Lo asaltan el frescor y los reflejos dorados del interior. Lo asaltan el pánico y la duda. La certeza de lo lejos que quedan ahora su fe, su hogar, el resto de su vida. Eran ciento ochenta y dos en la escalinata, pero apenas quedan cuarenta aquí dentro. Acaricia despacio el acero de Solingen, azulado, leal, frío como su propio corazón en esta turbia mañana de Mayo. Suspira. La puerta se mueve, cruje, cede…
Mira atrás, al baldaquino del altar mayor, y alcanza a distinguir la sotana del Papa Clemente entre media docena de los suyos, huyendo a través del Pasetto, el pasadizo secreto que une la Basílica de San Pedro con el castillo de Saint Angelo. Aprieta el puño sobre los gavilanes de la espada hasta que se le ponen blancos los nudillos. Su Santidad está a salvo. Ya es hora de mandar al infierno a los perros del emperador Carlos. A ver si son capaces, como su rey, de hablar en español con Dios, en italiano con las mujeres, en francés con los hombres y en alemán con sus caballos.
Vuelve a mirar al techo. El Dios de Miguel Ángel cierra suavemente los ojos para no tener que presenciar el sacrilegio.

POZO POZO

Querida, es un verdadero sacrilegio qué malgastes tu belleza inútilmente por adquirir a un hombre qué te va desmerecer totalmente, No seas tonta que la vida son tres días y hay que vivirlos. No dudes en disfrutar al máximo de todo lo que puedas, ahora, sin sacrificios, sin dejar el alma en conseguir algo que se puede obtener de otro modo mucho más sencillo.
Y con esto lo que yo te quiero decir es que vayas con la corriente: con la promiscuidad.
No busques el ser perfecto ni tampoco la relación eterna. Echa dos días y si te vi no me acuerdo.
–Yo necesito crear una familia, tener hijos y tener afecto asegurado.
Quiero seguir la tradición de mis padres, ellos me han educado bien, para que organice mi vida y no vaya regalando mi cuerpo como una fulana. Yo soy una persona sensible, me gusta entregarme, y darme de cuerpo y alma.
No sé… Puedes hacer lo que quieras, pero yo como amiga que soy tuya, y que considero que tú también lo eres, lo único que te puedo aconsejar es que no te desvivas tanto por algo que ya esta época en la que vivimos no tiene: hombres.
No quiero decepcionarte ni romper tus sueños, hoy en día se busca la felicidad en otros conceptos, cómo son por ejemplo: tener dinero, gastarlo y sacrificarte lo menos posible.
–Ese no es mi estilo de vida, antes de vivir así prefiero meterme en una cueva y vivir como un animal.
–Entiendo que tú mundo y el mío no tiene nada que ver el uno con el otro, pero si te quieres organizar así estás en tu más absoluto derecho.
–A lo mejor tú llevas razón y construyo castillos en el aire… A lo mejor es mi sino y por mucho que tú me quieras alejar del sentido que le doy a mi vida, yo seguiré de igual modo insistiendo.
–Está bien, pero de todas formas cuando te canses, si es que te cansas, recuerda todo lo que te he dicho.
–Gracias, por pensar en mí y tenerme también cuenta a la hora de quererme ayudar.
No importa. No puedo evitar depositar en ti la experiencia de lo que he vivido.
Sería un total sacrilegio dejarte de la mano, suelta sin nadie que te guíe

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

«NO ME TOQUES EL CÁNTARO QUE LLEVO PRISA»
La irreverencia de Manuela solo era eso: irreverencia; por más que sus convecinos lo tildaran de sacrílego. Desde que en una procesión de semana santa a la que ella no acudía, pero que veía desfilar a través de su ventana, quiso la mala fortuna que le acompañara la ocurrencia de echarse a reír al ver pasar aquel séquito de damas enlutadas sosteniendo para sí o contra sí un enhiesto cirio, como si la poca luz que emitía la vela fuera una metáfora de su sin saber. A Manuela todo esto le sonaba a circo y para ella lo irreverente era el ataque y la profanación que con ello se hacía hacia la inteligencia de otros seres, esos, los que no eran proclives a tales procesiones ni manifestaciones.
Como quiera que la historia lleva sus propios procesos y el universo se confabula en su ayuda, ocurrió que llegando a su casa con el cántaro apoyado en la cadera que venía cargando desde la fuente, vino a tropezarse con el cura, figura de relevancia y sometida a reverencia por aquellos lares y época.
—Buenos día Manuela.
—Buenos sean y tengamos.
—Me gustaría hablar contigo unos minutos si lo tienes a bien.
—Pues mire usté, ni a bien ni a mal…es que no se me aviene de que puedo hablar yo con usté, ni hablar, ni ninguna otra cosa, ya puestos…
—No seas déspota mujer. Sabes bien cuál es el motivo de mi petición.
—Pues le digo más: ni lo sé, ni falta que me importa. Si me deja, el cántaro pesa, y quiero dejarlo descansar a la par que yo en mi casa.
El cura viendo la dificultad para entablar cualquier tipo de juicio con Manuela la siguió hasta el umbral de su casucha y con fingida indolencia se acodó en el quicio de la puerta rogando para sí que la interfecta se dignara prestarle atención.
Manuela deposita el cántaro en la cantarera de madera fabricada hace un siglo por su bisabuelo Matías del que probablemente había adquirido la carga genética que la alumbraba.
—¿Puede saberse que hace usté acodado en mi puerta? ¿Es qué no le ha quedado cristalino que no tengo  que hablar con usté, só cansino?
—Mira Manuela por más que te obceques mi misión en este mundo es el de redimir almas a la deriva, y no cejaré hasta que me hayas escuchado.
—¿Quién le ha dicho a usté que yo soy un alma a la deriva? Váyase por donde ha venido y déjeme a mí con mi alma que las dos nos llevamos de puta madre y no nos metemos con «naide».
El cura erre que erre con su sermoneante perorata. A Manuela se la empiezan a ensanchar las carótidas, y los ojos otrora medio cerrados por la luz del sol, aparecen como los rayos de un relámpago. No se lo pensó ni pizca. Agarró el cántaro recién lleno ensamblándolo contra la cabeza del tonsurado, poniendo así fin a una conversación que nunca debió ser requerida. De resultas que a día de hoy ya nadie la conoce ni la reconoce por su nombre de pila.
—¡Mirad! ¡Ahí va la sacrílega! Vociferan al verla pasar.
A Manuela lo único que de verdad le pesa es haber roto un cántaro lleno de historia; de los que ya no se fabrican. Todo lo demás es puro teatro.

EFRAIN DÍAZ

Miguel era un atracador de profesión y de vocación. En su larga carrera delictiva había atracado bancos, tiendas, colmados, vendedores ambulantes, casas de empeño y demás. Cualquier negocio que manejara dinero en efectivo, estaba dentro de su radio.
Sus padres hicieron todo lo que pudieron para enderezarlo. Para hacerlo un ciudadano de bien. Una persona productiva. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano.
Aunque de niño era inteligente, la escuela no era lo suyo. No le gustaba estudiar. No se veía en la universidad ni en un aburrido trabajo con horario de ocho a cinco. Ese estilo de vida no era para él.
Quizás la culpa fue de su padre. Todos los domingos y luego de salir de la iglesia, almorzaban y se iban al cine. A su padre le gustaban las películas de acción. Miguel creció con las películas en las cuales los ladrones daban grandes golpes y al final, luego de una gran persecución, se salían con la suya. Se quedaban con el botín y con la chica guapa. De ahí sus inclinaciones. Quería una vida de aventuras, de correrías.
Pero como la ficción no se asemeja a la realidad, había sido atrapado en varias ocasiones y había sido encarcelado otras tantas.
Ya no podía continuar arriesgándose. No quería pasar el resto de su vida encarcelado. Ese no era el plan. Tendría que buscar un nuevo modo de hacer plata sin arriesgarse mucho.
Una tarde su madre, ya entrada en años, lo llamó para decirle que su amigo Pedro había muerto. Pedro, contrario a Miguel, decidió estudiar y llevar una vida decente. Fue un gran empresario. Una mañana lo sorprendió un infarto y lo mudó de barrio.
Miguel fue an a funeraria a despedir a quien fuera su amigo de la infancia. Guardando el luto, vistió camisa y pantalón negro.
Por su condición de ladrón, Miguel era muy observador. En sus faenas, notar los pequeños detalles hacían la diferencia entre un atraco exitoso o cumplir cárcel. Llegó al féretro y se persignó frente al cadaver, cuando notó que llevaba un reloj
Rolex en la muñeca y un par de sortijas de oro.
No puede ser que la gente sea tan idiota y entierren a sus muertos con prendas y objetos de valor, pensó. Pero allí estaba Pedro, estirado y planchado, yaciendo plácidamente con un Rolex y un par de sortijas.
Al otro día Miguel fue al funeral. Quería saber el lugar específico donde sería enterrado Pedro. Quería saber cual de los panteones sería su última morada.
Al llegar la noche, escaló el muro y penetró en el cementerio. No le temía a los muertos. Solo hay que temer a los vivos, decía para sus adentros.
Llegó a la tumba de Pedro, la abrió y lo despojó del reloj y las sortijas. Le abrió la camisa y vio que tenía una cadena, la cual arrebató. Puso todo en su lugar, cerró la tumba, le pidió perdón y se marchó. Había sido un atraco exitoso, limpio y sin riesgos.
Desde esa noche Miguel solo atraca cementerios. Son robos limpios y sin riesgos. Hay que ver la cantidad de prendas y objetos de valor con los que la gente entierran a sus muertos. Jamás lo hubiera pensado de no haber ido al velorio de su amigo Pedro. De no haber sido observador. En cuanto al sacrilegio de profanar tumbas, no le dio mucho casco. Después de todo, no recordaba que algún muerto se hubiese quejado.

NEUS SINTES

Recordaba como si se tratara de ayer el día en que llamando a la puerta de la Iglesia deseo con fervor ser candidata a monja pero para ello tenía que pasar por una serie de pruebas. La primera era la postulación. Durante seis meses a un año tenia que convivir con las monjas, seguir su horario, orar con ellas para saber si estaba capacitada para realizar los deberes y obligaciones de la vida religiosa y por supuesto a saber vivir sin importarle las cosas materiales.
A Lydia le fue fácil pasar el primer año. Acostumbrada a vivir sin necesidad de bienes materiales y en peores circunstancias. Aquel año para ella había pasado rápido. A partir de ese día Lidya decidió entrar en el convento para servir a a la casa del Señor; nuestro Dios.
Lo que no imaginaba era que un día se enamoraría de alguien de la aldea. En el convento detectaron su falta de ausencia, aunque permanecieron en silencio y asimilando la situación decidieron que Lydia no regresara a llevar alimentos a la aldea. Lydia no podía soportar la falta de estar sin Iván. Le había escrito cartas que enviaba a menudo, explicando en la situación en la que se encontraba e intuyendo que alguien sabía de su relación.
Una noche tranquila y silenciosa habitaba en el convento. Todos dormían plácidamente, excepto Lydia que permanecía con los ojos abiertos. Se levantó sigilosamente y de puntillas abrió de nuevo la puerta que la conducía a la libertad con su encuentro con Iván. Pasaron la noche juntos, sus miradas bastaban para comprender cuánto se habían extrañado. Durante una semana Lydia marchaba cada noche a la aldea para amarse y refugiarse entre los brazos de aquel chico que le demostraba un amor que nunca había sentido ni imaginar tener.
Encarnación decidió saber de sus ausencias.. Tenía la certeza de que se veía con alguien a escondidas. Así que fue detrás de Lydia, sin ser vista. Sus sospechas fueron claras cuando vio entrar por la puerta del final a Lydia, quien a su encuentro salió Iván, recibiéndose con un apasionado beso.
A la mañana siguiente La Madre Superiora hizo llamar a Encarnación y a Lydia. Tenía el rostro contraído y no parecía haber dormido demasiado bien.
-Buenos días – saludaron ambas – entrando en el despacho de la Madre Superiora
Una vez dentro miró a ambas con sus respectivos ojos vidriosos, escudriñando con la mirada. Esperando a saber quien hablaría primero.
-Bueno, bueno, bueno – suspiró. Cruzando las manos. Rompiendo el silencio que en la habitación se había alargado. – Sentaos – Prosiguió. Está a punto de finalizar vuestro año de votos en el convento como monjas serviciales y dedicadas a amar y a servir a Dios ante cualquier cosa y obstáculo que la vida os deparará.
Tres meses quedan para que vuestros nuevos votos se conviertan a dos o tres años, siempre y cuando hagáis servido como dictan las normas eclesiásticas -mirando a ambas con serenidad.
-Gracias, Madre Superiora – respondió Encarnación.
Por otro lado – prosiguió – a mis oídos me han llegado duras noticias que quiero que me sean reconocidas por una de vosotras – esta vez miró a Lydia con dureza.
-Lydia, hubo una noche en que te presentaste aquí, en mi despacho. Y te advertí de que si tenias que pasar al noche fuera del convento, avisaras, siempre y cuando fuera de algo importante…Quiero preguntarte una cosa y no sé muy bien cómo hacerlo, ¿Es cierto que te estás viendo con otro hombre?.
Lydia esbozó una expresión de sorpresa – Madre Superiora… – no tenia palabras.
-No digas nada – tu expresión me dice todo. Tu fiel compañera ha sido testigo de las escapadas que durante la noche has hecho a a la aldea en compañía de un hombre, en busca de noches carnales.
-Se lo puedo explicar… – suplicó- mirando a su compañera con rabia.
-No hay nada que explicar. Lo sé todo. Has pecado. Y por tus pecados recibirás tu castigo. No volverás a salir del convento, bajo la vigilancia de todas nosotras. Has pecado. Has traicionado a Tu Dios. Le amaras y servirás durante el resto de tus días. Traición!.
Recuerda que los próximos votos no podrá tener opción. Podrá convivir en el convento pero no podrá ejercer bajo ningún concepto de monja. Serás considerada una pecadora y así será Lydia reconocida bajo todas nosotras y cualquier convento.
Pasaron tres largos y duros meses y Lydia enviaba constantemente cartas a su amado sin poder hacer nada al respecto. Bajo la vigilancia del convento no podía huir de allí. Castigada a ser una considerada una pecadora por traicionar el amor hacia Dios.
-Padre, he pecado – dijo mientras rezaba el Ave María.
Un día notó que su cuerpo había cambiado. Sus pechos habían aumentado, y su vientre también. Abrió los ojos de par en par y tocándose el vientre con la mano, intuyo que podría estar embarazada. ¡Como podía ocultar el embarazo, sin que se percataran.!. Una criatura empezaba a nacer y a desarrollarse en su vientre. Iba a convertirse en madre y debía contárselo a Iván.
Cuando los vómitos empezaron a desarrollarse en Lydia las monjas al principio creyeron que se trataba de un virus estomacal…pero a medida que la veían andar. Una mano en su vientre les hizo ver que se trataba de un embarazo.
-Lydia – dijo con autoridad la Madre Superiora. – ¡Abandonaras esta noche el convento!. Llevas a un niño en tu vientre…has pecado y cometido traición. Has pasado los límites. De la casa de Dios te hemos de echar.
Lydia permaneció firme y en silencio ante las palabras de la Madre Superiora. Sabia que este día llegaría. Tarde o temprano. Iba a defender a su hijo por encima de todo. Recogió sus pocas pertenencias y marchó. Un frío invernal soplaba fuera. Cuando abrió la puerta, un golpe de aire le dio en la cara, haciéndole retroceder marcha atrás.
Le pareció un largo camino llegar a la aldea, protegiéndose del viento que le enredaba su lacia melena. Vestida de aldeana. con las mismas prendas que había traído encima unos años atrás…
Pensaba en Iván y en el niño que en su vientre crecía. Cuando llegó, tocó con desesperación, lágrimas cubrían sus mejillas. Iván abrió la puerta y se encontró con el rostro de su amada que tanto tiempo habían estado alejados.
Lydia se abrazó a el, entrando en la casa tiritando de frío. Iván la cubrió con varias mantas y más relajada entró en calor.
-¿Qué ha pasado? – preguntó Iván, sorprendida por el estado de su amada.
-¿Has huido del convento? – le dijo mientras le daba un vaso de leche caliente.
-No. No he huido ni me he escapado – le dijo más relajada. – Me han echado de la casa de Dios.- afirmó
-Por nuestra relación…- dijo dubitativo.
-No. Porque – tocándose el vientre – estoy embarazada.
Ambos se abrazaron en un silencio acogedor. Quédate conmigo para siempre Lydia. Criaremos a nuestro hijo bajo un techo lleno de amor.
Los dos convivieron juntos en el que fue el hogar desde su niñez, prometiendo que si fuera niña le pondría el nombre de su hermana Cynthia. Se tenían el uno al otro. No necesitaban nada más. Una vida les deparaba el futuro. Donde la alegría y la felicidad formarían parte de su nueva vida.

RAQUEL LÓPEZ

Hugo era irrefrenable buscando la fama a cualquier precio aunque en ocasiones pudiera causarle daños a su persona e incluso la muerte.
Esas ansias de alcanzar hazañas como un dios, al igual que un emperador romano le provocaba excitación.
Su vida era insignificante y oscura,buscaba fervientemente cometer cualquier sacrilegio para sentirse poderoso.
Una de las veces, obsesionado por seguir consiguiendo fama y notoriedad, incendió la iglesia del pueblo,el templo sagrado repleto de valiosísimas reliquias y considerado una maravilla según los que lo visitaban.
Absorto en su fechoría no se percató que el fuego cada vez se extendía más,alcanzó una salida para huir pero las quemaduras de su cuerpo eran mortales.
Tras ser capturado , confesó que ese sacrilegio lo hizo con el propósito de conseguir la fama infinita,las gentes no salían de su asombro,su juicio final había llegado ardiendo en su propio infierno.

LOLI BELBEL

Yo, Paulo Hierro
Un leve haz de luz traspasaba el hueco de uno de los barrotes de hierro de la celda, Iluminaba el perfil de una nariz helénica y una cara blanca con los ojos negros entreabiertos. Un hombre con un hábito blanco estaba arrodillado apoyando
sus manos cruzadas, entrelazados los dedos, en señal de rezo, sobre un camastro estrecho y regio, austero.
«Tú esperas de mí mucho más de lo que ya te he dado y he luchado por ti…»-rezaba para sí en voz alta.
Si Maximiniano echó las cartas divinas al fuego fue para salvarse de las tropas enemigas y seguir con nuestra misión en la tierra, Señor. Servirte a ti y al Evangelio.
Sabes que en la época antigua de Israel hubo un profeta que tuvo que echar el libro sagrado al mar para salvarse y no fue considerado sacrilegio.
He determinado, después de muchas cavilaciones y sudor, que el nuevo Cisma de la Iglesia será resuelto por Maximiniano y los sacerdotes elegidos por él.
En la nueva Encíclica lo más destacado serán que todo el mundo podrá ser bautizado mientras no esté en pecado. Y que no habrá conflicto entre los poderes civiles y religiosos. Dicho lo cual, tendrá lugar una declaración escrita sobre el nuevo Cisma, que será votado entre los obispos de dicho cónclave.
Se extinguirá también el «juicio de Dios», mi Señor y consecuentemente, el llamado «fuego divino».
La luz fue apagándose despacio dejando unas motitas de polvo en la celda.
Hundió la cabeza en sus manos y la dejó caer sobre el camastro. Lloraba con desesperación. No había consuelo para él.
Había sacrificado toda su vida a Dios…,
Y ahora, al saber y haber estudiado tanto e investigado sobre la vida y las religiones, había dejado de creer y perdido la fe.
La celda solo quedó iluminada por una gastada vela, cuya mecha no dejaba de oscilar como la cuna de un niño que llora.

SILVANA GALLARDO

SACRILEGIO
Eduardo y dos amigos cercanos, relacionados desde la infancia, además de coincidir, ya de adultos, en la Universidad, estudiaban los tres la carrera de odontología. Lalo, como así le dicen, eligió esa carrera por seguir los pasos de su padre, solo por reconocimiento a la entrega de su profesión y la responsabilidad que emanaba de su ética y no tanto porque a él le apasionara.
A medida que el tiempo pasaba, no lograba encontrar su pasión en ella; sin embargo era responsable y buen estudiante, con muy buenas notas.
Ya en séptimo semestre debían hacer prácticas para realizar pruebas odontológicas. Tendrían que entregar un informe donde explicarían los procedimientos y las evidencias de su trabajo, para continuar su proceso de estudios.
-Bueno amigos, hay que organizarnos para realizar el mejor trabajo- dijo Lalo a sus amigos.
-Sí, sugiero que hagamos un estudio de pruebas estadísticas para tomar las mejores decisiones clínicas que dejen satisfechos a nuestros pacientes-
-Tendríamos que iniciar estudiando un cráneo humano-
-¿Y cómo lo conseguiremos?- cuestionó Eduardo.
-Yo conozco a alguien que nos lo puede conseguir
-No manches amigo, no vaya a ser el profanador de tumbas-
-¿En serio?- dijo Lalo asombrado, -eso es un sacrilegio ¡ni pensarlo!
-Oh amigos, no pasará nada, lo prometo. Es de confiar. Además de eso depende nuestra buena calificación y quien quita que también tengamos mención honorífica.-
-De acuerdo, confiamos en ti-
Dos días después, uno de los amigos se entrevistó con el sepulturero, quien además traficaba con los cadáveres, ya sea para extraer órganos o para negociar la venta de huesos humanos.
Preguntó el costo que pagarían por un cráneo o tal vez, si el precio era accesible, pedirían tres. El hombre pidió una suma exagerada que alteraba las expectativas de los estudiantes, así que sólo se negocio uno.
Les dijo que tendrían que acompañarlo los tres al cementerio para que en lugares estratégicos, vigilaran alguna situación inesperada.
Llegó el día y circunstancialmente o por coincidencia, los dos amigos tuvieron un motivo para no asistir. Así que solo Lalo iría. Salió de su casa cuando ya caía la noche, tomó el transporte que lo llevaría al lugar de la cita y justo llegó a la hora indicada. El sepulturero no dio importancia a la ausencia de los otros dos muchachos y guio a Lalo por uno de los pasillos que los llevarían a la tumba que ya recién había sido profanada. Solo era cuestión de abrir el féretro y tomar el cráneo; era fácil aparentemente pues del cadáver sepultado diez años atrás, solo quedaba el esqueleto.
-Antes de entregarte el pedido, tienes que pagarme la cantidad acordada- Dijo el hombre.
En ese momento, Lalo reflexionó en una situación que le pareció sospechosa y desleal por parte de sus amigos pues no le dieron el dinero que habían juntado entre los tres, con la idea de que el amigo que contactó al sepulturero, ya había pagado.
El tipo, al ver dudar a Lalo cuando colocaba sus manos en los bolsillos de su pantalón, pensó también que era engañado y pretendía atacarlo.
-¿Qué pasó, me quieres tomar el pelo? Acaso eres investigador o policía o algo así?-
De súbito tomó la pala y enojado sobremanera, intentó de forma salvaje y con el rostro desfigurado, asestarle tremendo golpe en la cabeza. Para su fortuna, Lalo practicaba artes marciales desde pequeño y pudo esquivar el mortal golpe, al mismo tiempo que lo desarmaba y le aplicó una técnica solo para desmayarlo y aprovechar el momento para tomar el cráneo y huir. Pero no fue fácil, parecía que el alma del difunto se resistía a quedar mutilado. Por fin logró asirlo, lo envolvió con su suéter y se alejó a toda prisa.
Al llegar a su casa mil ideas lo atormentaban, no sabía qué hacer, ya no confiaba en sus amigos. Se encerró en su habitación. Dejó muy preocupada a su familia, respetuosa de su actitud, suponiendo que atravesaba por mal momento y pronto encontraría solución
.
Cayó la noche, le dolía la cabeza. No ataba ni desataba. Escondió el cráneo bajo su cama. No sospechaba que a partir de esa noche, su vida sería una pesadilla constante pues antes de que el alba anunciara un nuevo día, abrió los ojos y ante él, posado en su buró, estaba el cráneo que parecía mirarlo con inusitada furia. Quiso gritar pero se sobrepuso a su miedo y en su cerebro merodeaban ideas tan absurdas como extrañas.
Priorizo sus decisiones: abandonar la universidad, olvidarse de sus supuestos amigos. Aunque le costaba mucho trabajo enfrentar a su padre para decirle que abandonaría la carrera a pesar de faltarle poco para concluirla.
Todo se le vino abajo, el sacrilegio lo había cometido él y su alma no descansaba, no encontraba salida y cada noche le atormentaba el espíritu del difunto que pareciera decirle «devuelve mi cabeza». Le hubiera gustado hacerlo, finalmente ya no lo necesitaría, pues su decisión de abandonar la escuela era un hecho ineludible.
Se armó de valor y habló con sus padres.
-Papá, mamá, he decidido dejar la carrera, cometí un sacrilegio por creer que sería una buena idea para sacar buenas notas.
-¿Pero qué hiciste?- preguntó su madre, entre sorprendida y angustiada.
Su padre lo increpó con rudeza -¡Cómo te atreves a querer abandonar tus estudios, después de tanta dedicación y esfuerzo! ¿Pues que estupidez cometiste?
-Lo siento padres míos, he tomado mi decisión. Me dedicaré a otra cosa-.
En un momento a solas con su madre, le confesó todo lo que había pasado. Le dijo que regresaría el cráneo al cementerio, que ya no quería seguir atormentado por las pesadillas que le ocasionaba tenerlo en su recámara.
Su madre lo escuchaba pensativa y le dijo que era peligroso devolverlo pues podrían arrestarlo por profanar una tumba e iría a la cárcel. Le sugirió que lo conservara, le encendiera un cirio y orara por su eterna paz, además de pedirle perdón.
Así lo hizo y como por arte de magia, acabó su tormento. Pasó el tiempo. Lalo se dedicó con éxito a una actividad empresarial y tuvo que irse de su casa a radicar en otro estado; pero antes de irse se despidió del cráneo como si se tratase de una persona.
-No sé si fuiste hombre o mujer, te tendré en las mejores condiciones para que me perdones-.
Dicho esto, tomó el cráneo, lo decoró, le construyó un altar con flores y veladoras. Cuando se fue se lo encargó a su madre, le pidió que lo cuidara y no dejara de orar ni encender su cirio, lo cual hacía cotidianamente.
Desde entonces, cada año, en fecha dos de noviembre, en que se celebra el día de Muertos, María, que así se llama la mamá de Lalo, coloca el cráneo en su ofrenda y le ofrece luz y viandas para que su espíritu descanse en paz y sea perdonado el sacrilegio que cometió su hijo.

JAVIER GARCÍA HOYOS

LA TEORÍA SACRÍLEGA
Alejandro estaba cansado. A pesar de estar cerca de su jubilación, le habían propuesto ser el rector de la universidad. Pero sus fuerzas ya flaqueaban.
Recordaba la energía con la que comenzó al terminar su carrera. La curiosidad por conocer, no ya el universo entero, si no la más mínima expresión de aquello que les rodeaba.
Se encontraba en su despacho mientras esperaba la llegada de Adalis. Su antigua aluna lo había llamado para pedirle, no, para suplicarle una entrevista.
—¡Cómo voy a negarme a charlar con una de mis más insignes alumnas!
—Gracias profesor, se lo agradezco de manera infinita.
—Querida, será un placer atenderte. Pero me conformo con que me lo agradezcas mucho. Si compartes un agradecimiento infinito, este se quedará en nada.
—Usted siempre tan pragmático.
—Debo serlo, si no ¿qué pensarían de mí mis alumnos?
Sacó de uno de los cajones de su mesa una vieja pipa. Era un recuerdo de su abuelo que usaba a escondidas en su despacho. La llenó de tabaco y la prendió. Aquel olor le relajaba, sabía que era perjudicial para su salud, pero no podía evitarlo. Abrió la ventana para que el humo saliese a la calle y apenas quedasen huellas de su delito. Pero sabía que era imposible, simplemente se lo toleraban por ser quien era.
Su abuelo siempre le apoyó, aunque solía decirle siempre lo mismo:
—Si eso te ayuda a ganarte la vida, por mí perfecto. Pero no me pidas que comprenda nada de lo que explicas a tus alumnos.
El mundo era mucho más sencillo para él, “sí algo se caía al suelo, era porque pesaba”
A medida que sus conocimientos aumentaban, más se maravillaba del manejo inconsciente que la humanidad había hecho siempre de la física, al igual que lo hacía la propia naturaleza en sí misma.
Alguien llamó a la puerta. Alejandro cerró la ventana y apagó la pipa. La escondió en su cajón y, con voz fuerte, mandó pasar a quien estuviera llamando.
Adalis entró cargada con una carpeta y cerró la puerta al instante. Lo miró y sonrió:
—Acabarán por llamarle la atención.
Alejandro se encogió de hombros.
—Espero que disculpen el pequeño vicio de este adorable anciano.
Adalis avanzó hasta la mesa de su antiguo profesor.
—Ni es pequeño, ni usted tan… adorable.
Se recostó sobre su sillón:
—Acabas de clavar una daga en mi pobre corazón. En fin, dime a qué has venido y en qué puedo ayudarte.
Adalis puso encima de la mesa la carpeta que tenía en la mano y se sentó en frente de Alejandro. El leyó la etiqueta que le daba nombre: “La cromodinámica cuántica y la teoría de la inestabilidad protónica”.
Alejandro sintió el peso del mundo sobre sus hombros. Posó una mirada triste sobre su antigua alumna.
—No.
—¿Por qué? Una mente como la suya, ayudándonos a demostrar esto, daría credibilidad a nuestra investigación.
—De todas las pesonas a las que he inculcado mis conocimientos, tú eres la única que corría el riesgo de destrozar su prestigio en esto. Tenía esperanzas de que esa absurda idea de que los protones pueden sufrir cambios en el interior del núcleo de un átomo, pasara de largo por delante de ti.
—No lo entiendo, ¿a qué viene esa reticencia?
Alejandro sintió una rabia interna. Tenía la sensación de que todo el trabajo de su vida se cuestionaba con esa carpeta que tenía delante.
—Un protón es la partícula más estable que conocemos. Tú, yo, el mundo, podrían desaparecer y el protón seguiría ahí, indiferente a esos acontecimientos. ¿No te das cuenta de que la comunidad científica no os toma en serio? Esa teoría que tienes en tú carpeta es considerada un sacrilegio para la mayoría de los físicos. No voy a ayudarte a tirar tu carrera a la papelera.
Adalis inclinó su cuerpo hacia la mesa. Conocía bien ese gesto. Ahora defendería su idea con uñas y dientes.
—La única razón por la que nos llaman sacrílegos es por miedo, y lo sabes.
—¿Miedo?
—Sí, les da miedo tener que reescribir todo sobre la estructura mínima de la materia. Les da miedo reconocer, que durante muchos años han estado equivocados. Pero somos físicos, buscamos la verdad sobre todo. Comprender. Si estamos equivocados, podrán demostrar que estaban en lo cierto, pero si no lo estamos, avanzaremos en nuestra búsqueda. ¿Crees que me importa que se rían de mí? ¿Le importó a Darwin, a Einstein? ¿O a tantos otros?
—Soy consciente de que, con lo que sabemos, hay algunos detalles que no cuadran en la física teórica. Pero sinceramente, estoy cansado. Cansado de que cada cierto tiempo tengamos que rectificar. Tengo la sensación de dar dos pasos para delante y uno para atrás. Y ahora esto. Si os equivocáis os echarán a la hoguera, seréis el chiste de la ciencia, como se reían antes de los agujeros negros. Ya estoy mayor para estas aventuras. Los siento, pero a veces me siento como alguien que a perdido la fe.
Guardaron silencio mientras ambos miraban la carpeta.
—De acuerdo —dijo ella —. Lo entiendo. Supongo que no puedo pedirte que entiendas mis razones para seguir adelante. Aunque entiendo las tuyas. Estoy segura de que tenemos razón y, ¿sabes qué? Lo cierto es que, aunque penséis que esto es una aberración, un sacrilegio a la ciencia, os admiro.
—¿Por qué?
—Habéis manejado la física sin tener todos los datos. Como si fuera algo natural, intrínseco a vuestra existencia. Nosotros probaremos que la teoría es cierta, estoy segura, pero también estoy segura de que nos pasará lo mismo que a vosotros. Alguien, en el futuro también nos retará con algo que no llegamos a entender. Sólo espero tener la mente abierta en ese momento.
Alejandro recordó a su abuelo al oír esas palabras.
—Si algo cae, no es solo por su peso.
—¿Qué? —preguntó ella.
—Enséñame esa carpeta. Solo espero que sí me queman, lo hagan junto a tí, para echártelo en cara.

KATA MAR

Marcus y estrella se amaron desde niños, pero sus vidas tomaron otros rumbos apenas cruzaron el lumbral de su juventud, los llevo a otros senderos. 30 años después se rencontraron de nuevo, esta vez ambos tenían un hogar, con personas que conocieron, aparentemente amaron y que estuvieron enamorados, aparentemente.
Pero cuando se vieron sus ojos y sus cuerpos decían otra cosa, por promesa vez se atrevieron a verse a escondidas, a tocarse, mimarse, besarse, amarse, hasta cansarse, pero esto era un pecado por que los dos estaban siendo infieles, ambos estaban destruyendo un hogar de muchos años,
al mirarse sus miradas quemaban, la atmosfera sentía la pasión que ellos se tenían. estaban armando de a poco una maraña la cual no pudieron desarmar después, se enredaron en sus sabanas de sueños, pensamientos que para otros era pecado, un sacrilegio por que habían jurado ante dios todopoderoso amar a las otras personas. Eran de familias conservadores, un día muy casual la tía de Marcus lo cogió, lo llevo a parte, le dijo:
Mijo usted bien sabe que, aunque la fruta por dentro este podría se debe hacer todo lo posible por que por fuera se vea de lo más hermosa, me entiende lo que dé dijo, no ¡- dijo con sarcasmo, esta señora se las pillaba toditas, y al parecer ya estaba sospechando de que algo sucedía entre los dos.
Era inevitable las miradas de complicidad, sus ojos se dilataban, quien los viera diría que estaban drogados … (pero drogados, extasiados de amor) el aura de los dos se unía, se hacían uno solo con una mirada de vez en cuando, en el comedor de la familia, mientras desayunaban, comían o cenaban todos juntos fingiendo que con sus parejas actuales eran felices.
Vieron que después de muchos años que la confianza el uno se tenía en el otro seguía intacta, con un abrazo lo dijeron todo y más. Estaban con sus parejas, solo por costumbre por amor no. Se lo contaron el uno al otro, se prometieron que jamás se lo dirían a nadie, ese sería su mayor secreto. Eran compinches, camaradas, amigos inseparables, y amantes incomprendidos.
Se contagiaron del fuego del amor profundo, el cual guardaron en los más adentro de su ser. A la vista de todos eran buenos amigos solamente, no se podían decir un » te amo» porque si alguien oía se armaba la hecatombe, tan terrible podrá ser que el universo estallaría.
Sabían que tener una aventura seria arriesgado. Para ellos solo era eso, una aventura pasajera, solos sus corazones y sus mentes comprendían, que sus dos almas estaban destinadas a estar juntas por siempre, así solo fuera en sueños.

BEA ARTEENCUERO

Domingo, voy a misa de las 08 hs; Llego justo al comenzar.
Que Bello sermón nos hizo escuchar el padre Ignacio, párraco de la Iglesia del pueblo.
Termina la misa y poco a poco, los creyentes se retiran, yo me quedó, me gusta admirar los murales y las imágenes, siempre lo hago, encuentro tanta paz en ese recinto libre de todo pecado que me eleva.
Escucho murmurar, allí cerca veo a doña María, vecina del lugar. inmigrante Italiana, muy conocida por sus pastas caseras y porque le gustan los chismes, al parecer esta rezando el rosario.
Permanezco un largo rato viajando con mi mente al interior de mi ser.
Un ruido me saca de mi mundo mágico, habro los ojos y veo moverse la estatua de la Virgen negra, colocada hace muchos años
sobre una columna.
Voy hacia el lugar para ver que hace que se mueva la imagen, mientras camino, pienso será un milagro y me imagino los titulares del diario del pueblo…
MILAGRO!!! La joven Lucia López vio
cómo se movía la estatua de la Virgen!!!
Pero no..no..ningún milagro; Me acerco despacio, y….
Veo al padre Ignacio apoyado a la columna y debajo de su sotana, salen dos piernas de alguien que está arrodillado y su mano a la altura de la ingle apoyada sobre un bulto que oscila de atrás para adelanté, no alcanzó a comprender, imposible razonar, me quedo inmóvil sin saber que hacer, pienso, pienso y decido irme despacio antes que noten mi presencia..
Los pies que salen debajo de la sotana son del monaguillo.
Escucho acercarse a alguien, es doña María (Al parecer escucho y al igual que yo quiere saber que es)
No puedo detenerla…en ese momento los movimientos se aceleran, la mano del cura empujando va y viene cada vez más rápido.
¡OH FELATIO! SACRILEGIO!!!
Mama mía, grita doña María y se hace la señal de la cruz, gira y sale
despavorida; En ese mismo instante la imagen cae haciéndose pedazos,
yo inmóvil, a mis pies esta la cabeza de la estatua, fue lo único que quedó entera sin romperse.
En el rostro de la imagen, dos surcos blancos, debajo de los ojos de la Virgen Negra..
Dos lágrimas!! que antes no estában.
Me alejo del lugar, caminando despacio pensando..
Donde iré los domingos, porqué a misa…nunca más.
DEFINICIÓN: FELATIO
Se conoce como felación, al sexo oral que se realiza a un pene y que puede incluir la introducción (total o parcial) del miembro en la boca.

MARÍA JESÚS GARNICA PARDO

Volví a el pueblo de mis antepasados. Llevaba muchos años sin ir, desde niño.
Sabia qué el pueblo estaba abandonado, pero verlo me dolió. Al andar por sus calles silenciosas, viendo sus casas ruinosas casi todas, la hierba había creciendo por todos lados. Me pare ante la puerta de la casa de mis abuelos. Era de las pocas qué estaban casi intactas. Un miedo a profanar sus instancias ,me paro. Allí donde antes había vida. Entre. El olor a humedad , a cerrado. Cerré los ojos. Por un instante volví a la niñez. Me prometí revivir el pueblo. En ello estoy. Desearme suerte. 👍

GLORIA ALBADALEJO AYALA

Poderes diabólicos
Yo todavía era un niño cuando ocurrió, creo que tendría unos doce años. Ellos me obligaron a ir de nuevo a esa iglesia, mis profesores, mi familia. Cuando era más pequeño iba a la fuerza pero a la edad actual no lo podía consentir. Algunas veces incluso llegué a escuchar unos comentarios diciendo que yo era hijo del diablo. No le daba importancia, solo era un niño pero si que reconocía que era algo especial. Los malditos libros de Santos como la Biblia, los odiaba, esos monigotes absurdos que habían en las iglesias, en la casa del señor, decían, me parecían las cosas más idiotas del mundo.
Esa mañana tuve que volver a ese lugar lleno de estupideces pero fui muy enfadado, rabiando por dentro. Sentía un ardor, como algo quemandome en el estómago y sentía nauseas. Esos primeros síntomas los tuve nada más pisar esos suelos que parecían moverse conforme iba pisando como si a dentro del cemento estuviese lleno de serpientes. Todo en sí me daba vueltas, estaba completamente mareado y las paredes parecían acercarse cada vez más a mi. Veía como esa gente ignorante rezaba en esos bancos amplios de madera, parecía como si hablasen con ellos mismos con una voz bajita que no había quien los entendiera. A nosotros nos sentaron en la última fila y después teníamos que comernos esa cosa asquerosa que nos daba el cura. Yo intentaría evitarlo por todos los medios. Solo de pensarlo me daban ganas de vomitar. Miraba la puerta de la salida, en algún descuido de los profes podría salir corriendo pero parecían guardias, vigilantes de seguridad o policías controlandonos a cada momento como si fuéramos presos. Mi tensión iba creciendo por dentro y lo notaba porque cada vez tenía más síntomas raros, tal vez claustrofobicos. Había escuchado alguna vez esa palabra y la relacionaba bastante con lo que me estaba pasando. Creí notar un temblor ahí a dentro pero la gente no se inmutaba por lo que debería ser yo. Todos seguían rezando o algo así, parecía como si estuvieran a punto de dormir. Yo odiaba a toda esa gente y no quise nombrar la palabra muertos pero casi que se me vino a la cabeza. Entonces llegó eso, quiero decir el cura. Todavía me puse más nervioso, más enfermo por dentro y sentí voces a dentro de mi. Cuando el se puso hablar de sus fanfarronerias no pude más. Algo hizo que me levantase cuando no tocaba con la consiguiente mirada de ese hombre y seguido de otros. Me miraban. Un profesor me dijo que me sentara. Yo no pude evitar permanecer de pie y no solo eso, algo explotó a dentro de mi que me hizo reaccionar de una manera endemoniada. Esta vez si que empezó todo a temblar y las estatuas colgadas de las paredes se caían. La cruz de ese tal Cristo que había detrás del cura permaneció del revés durante un rato y después cayó al suelo rompiéndose a cachitos. La gente comenzó a salir corriendo de allí. Creo que habían demasiados porque unos se cayeron encima de otros. Solo se oían gritos acompañados de los estruendosos golpes que recibían todas esas cosas al caer al suelo. El cura fue el siguiente. Una parte decorativa que había en el techo se cayó encima de él, supongo que matandolo al acto. Cada vez los gritos eran más fuertes pero la puerta de la salida no se abría y la gente se amontonaban unos encima de otros. Mis compañeros y profesores también cayeron. Todo se estaba derrumbado y después vino el fuego. Todo empezó a arder mientras yo permanecía de pie con mi mirada fija al frente a donde antes estaba el cura.
No se cuanto rato duró todo aquello, más de una hora seguro. Cuando ya todo estaba destruido y prácticamente quemado llegó la gente esa que apaga fuegos, los bomberos. Destruyeron la puerta, lo apagaron todo con mucha dificultad y me rescataron.
En las noticias del día hablaron de ello. Dijeron que yo había sido el único sobreviviente. Los demás todos muertos. Nadie entendió nunca como yo pude sobrevivir a una cosa así.
Nunca más entraré a ninguna Iglesia. Lo prometo.

DIEGO CISNEROS

No es que Björn no confiase en el vigilante en turno, ni en el calor de la pequeña fogata que crepitaba a sus espaldas, sencillamente no podía conciliar el sueño por mucho que lo intentase. Es por ello que se determinó a permanecer despierto toda la noche, con su enorme hacha de batalla lista para el combate, presta en su regazo, así con los sentidos afilados mientras mascaba lenta y meticulosamente Hierba Amarga. Sus hermanos de armas le sugirieron se forzase a dormir para descansar y recuperar fuerzas antes del amanecer, pero él simplemente se limitó a cuadrar la mandíbula y a lanzarles, sin mover la cabeza, una mirada severa, fría y penetrante.
Nadie volvió a insistirle nada.
El mundo estaba sumido en una penumbra gris que olía a pino, a musgo y a frío. De la tierra humedecida por la última tormenta de nieve comenzaban a ascender jirones de niebla. Y en cuanto Björn vio en la lejanía elevarse un resplandor dorado detrás de dos montañas coronadas de blanca nieve se levantó del viejo tocón de roble en el que estaba sentado y escupió al fuego el amasijo de hojas de Hierba Amarga que estuvo remoliendo toda la noche.
Tenía la lengua adormilada y las encías adormecías, pero en cambio, ni una pizca de sueño.
Sus hermanos de armas abrieron los ojos al escuchar como el fuego fue sofocado por un puñado de nieve e inmediatamente se frotaron los parpados para ajustar la vista a la oscuridad. Y al hacerlo, observaron que Bjorn se encontraba parado a un costado de la pira de madera humeante, con su hacha lista en una mano y su escudo presto en la otra mientras les clavaba una mirada torva, como recriminándoles el por qué seguían recostados, descansando. De inmediato comprendieron que el amanecer ya lo tenían encima y que era preciso comenzar a alistarse para continuar su misión.
Caminaron por cerca de cinco horas por terreno agreste y peligroso antes de adentrarse en el corazón del Bosque de los Lamentos. Y mientras seguían un rastro de ramas rotas, trocitos de tela raída y algunas gotas sangre, a Björn le volvía el recuerdo del día en que lo perdió todo. Sus hermanos y él habían regresado de un largo viaje de saqueos, habían traído consigo oro, piedras preciosas, pieles de buena calidad de oso y lobo, así como unos cuantos buenos barriles de vino añejado, por lo que el animo que embargaba al grupo de vikingos no les cabía en el rostro. Pero cuando llegaron a su poblado y lo encontraron sumido en ruinas, toda dicha se les escapó del cuerpo, horrorizada. Aquella terrible visión fue como recibir una descarga eléctrica en el alma, como si una poderosa oleada de electricidad les hubiese recorrido el cuerpo completo y les hubiese entumecido y estrujado el cerebro.
Al ver esto, Björn despegó los labios, pero no logró articular palabra. No concebía, no entendía, como es que lo que veían sus ojos podía ser posible. Varias decenas de cuerpos, tanto de personas como de animales domésticos, yacían tendidos en el suelo bocabajo sobre la tierra, asimismo, a lo lejos, se distinguían bastantes casas forzadas y saqueadas. Una punzada de miedo le atravesó el corazón. No supo en qué momento comenzó a correr en dirección a su cabaña ni en qué momento entró en ella. Lo que sí supo, pero que en ningún momento le prestó atención, era que todos los tesoros que llevaba en hombros se le deslizaron de las manos y se desperdigaron por todo el suelo de madera al caer, tintineando y rodando por todas partes. En las paredes de la cabaña que alguna vez fue su amado hogar se encontraban marcas de enormes garras y escandalosas salpicaduras de sangre. Sus muebles, así como la ropa de su familia se hallaban desperdigados por doquier, desgarrados y empapados de sangre. Björn caminó unos pasos, tragó saliva y se detuvo en seco. Detrás de la cama familiar, volcada, el cuerpecito de su pequeña Astrid yacía tendido boca arriba, pálido, con los ojos llenos de terror clavados en la nada. Björn cayó de rodillas y tiritando se llevó el cuerpo de su hija al pecho mientras se negaba a sí mismo, en lágrimas de dolor e impotencia, la cruenta realidad.
—¡Por aquí! ¡He encontrado algo!
El grito de un explorador trajo a Björn de vuelta al presente, y aunque en su mente aún persistían aquellas tristes imágenes de su antiguo poblado en escombros, en sus ojos ardían con cada vez mayor intensidad las llamas de la venganza.
A faldas de una elevación rocosa y entre arbustos congelados y árboles muertos una cueva semicubierta por hielo se escondida. De la entrada de la caverna pendían largos carámbanos y en su interior reposaba una negrura insondable. Se encendieron antorchas, se alistaron las armas y se adentraron en la roca. Dentro se toparon con un laberinto de columnas y estalactitas, y al poco rato se tropezaron con el rumor de un rio subterráneo. Poco a poco el grupo de guerreros se fue abriendo paso por las entrañas de la montaña hasta que en cierto momento se hallaron dentro de una enorme cámara de piedra en la que en su interior albergaba al menos un centenar de túneles similares entre sí. El grupo de Björn se detuvo a contemplar la formación rocosa y a discutir que camino seguir, pero en ese momento su apreciación se vio frustrada por un desgarrador grito preñado de dolor y espanto que hizo al grupo de Björn se le erizara el cuero cabelludo.
—¿Qué demonios fue eso?
Antes de recibir una respuesta distinguieron dentro de un pasaje la presencia vaga de una lánguida luz azulada. Björn pido hacer silencio y se fueron acercando a ella muy lentamente. Al estar a solo un par de metros de la entrada de donde la luz parecía provenir, Björn echó un vistazo. Nunca en su vida imaginó que lo que sus ojos verían sería lo más perturbador que nunca antes hubiese visto. En medio de la aquella otra cámara, una decena de horrendas criaturas semihumanas se hallaban congregadas alrededor de varias llamas azuladas que brotaban del suelo rocoso. Desnudas, huesudas, encorvadas y acuclilladas sobre una pila de huesos, las bestias se daban un festín de carne humana. Björn vio con incrédula repugnancia como entre gruñidos y arañazos esos animales se discutían un brazo a medio comer y como varios otros arrancaban a dentelladas la carne del hueso de una pierna.
Björn se obligó a apartar la mirada de aquella espantosa escena y se recargó sobre una pared de roca mientras comenzaba a respirar cada vez más rápido. Su aliento se condesaba en nubes de vapor y en sus ojos sus pupilas se contraían y agrandaban, tanto, que sus hermanos no logran entender que le es lo que había visto como para alterarlo de ese modo.
Uno a uno de sus hermanos dio vistazo y uno a uno volvía a su lugar con la garganta seca y el rostro pálido e incomprensible.
—Son demonios. Esas cosas son demonios. Murmuró el hermano más joven.
Björn apretó los dedos alrededor del mango de su hacha y con la mandíbula temblándole comenzó a hervirle la sangre. La ira y el odio que había sentido el día después a la masacre le volvía en poderosas oleadas de rabia. No esperó, no dijo más, sencillamente soltó un poderoso grito de guerra al abalanzarse contra aquellas espantosas criaturas. Sus hermanos, impulsados por el arrojo de Björn le siguieron de cerca. Con las armas agitándose en lo alto y los escudos preparados para el combate se dio inicio la batalla.
Las criaturas se volvieron enseguida hacia sus invasores y sus ojos llenos de negrura se tornaron rojos al tiempo que enseñaban los colmillos y sacaban las garras.
La lucha fue encarnizada y las bajas fueron enormes, tanto como para los vikingos como para aquellas viles criaturas. No obstante, fueron los hermanos de armas quienes se mantuvieron en pie al final de la lucha. Ensangrentados, heridos y cansados cayeron de rodillas al piso mientras respiraban con dificultad. Sí, las perdidas resultaron irreparables y las heridas profundas, pero la misión había sido cumplida, la deuda de sangre que tenía Björn con aquellas bestias había sido saldada y la amenaza de una posible invasión futura, erradicada. O eso pensaban.
Cuando los últimos tres hermanos decidieron era tiempo de irse de la cueva escucharon provenir de los cientos de tuéneles que habían dejado atrás un monstruoso alarido de ira que se fue superponiendo a otro aún más aterrador, y a otro, y a otro, y a otro más… Así hasta que cayeron en cuenta de que de aquellos túneles se iban asomando una por una, decenas y decenas de nuevas bestias hambrientas…

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

ÁNGELA
Por fin volvía a casa. Sobre el reloj planeaban las dos de la madrugada. Exhausto, cerré la puerta de un taconazo y dejé las llaves en el recibidor. Tras un extenuante día de trabajo, llamadas y reuniones finalmente habíamos acabado celebrando con unas copas el cierre de aquel importante contrato.
No tenía ganas de cenar nada, así que me fui directo a la cama. A medida que avanzaba por el pasillo, en la semioscuridad pude distinguir su cuerpo tumbado en la cama. Tras encender la luz de la mesita de noche con la sana intención de no despertarla, para mi grata sorpresa pude comprobar que únicamente vestía un pequeño camisón y unas sensuales braguitas de encaje blanco. Sus generosos pechos se desbordaban por ambos lados del camisón y su atractivo trasero la convertían en la mayor de las fantasías con las que un hombre podría soñar. Después de más de diez años, no dejaba de fascinarme la provocadora belleza de aquella mujer.
Hacía mucho calor y estaba realmente cansado, pero la visión celestial de aquel cuerpo de diosa había despertado en mí una lujuria inesperada.
Me desnudé rápidamente, procurando ser sigiloso y muy despacio me recosté junto a ella, mientras comenzaba a acariciarla lentamente. Mis manos se deslizaron bajo el pequeño camisón, bordeando sus senos mientras mi lengua se dirigía hacia sus labios sensuales y carnosos. De repente, por un momento aquello me resultó un poco extraño. No recordaba unos pechos tan increíblemente generosos ni unos pezones de ese tamaño. Supuse que todo sería producto de la dilatación producida por aquella tórrida noche de verano. El sabor de su boca también era especialmente delicioso, mucho más de lo habitual. Y eso me gustó. Mucho.
Mientras seguía masajeando sus senos una de mis manos descendió torpemente en dirección a su entrepierna. Justo en ese momento, comenzó a despertarse. De un salto, intentó separarse, mientras se reponía de la inesperada sorpresa:
– ¿Pero qué haces? ¿se te ha ido la cabeza? ¡Esto es una verdadera locura!
Me extraño aquella reacción. Sin embargo, y pese a todo, no pareció ofrecer demasiada resistencia, por lo que continué con el juego:
– Cariño, no te esperabas esto, ¿verdad? – le contesté con voz suave mientras le mordisqueaba la oreja. – Tranquila, déjate llevar… hoy me has pillado con muchas ganas. Relájate y disfruta…Esta noche la vas a recordar durante mucho tiempo.
Y eso fue justo lo que hizo. Curiosamente, tras su sorpresa inicial, posiblemente por las horas y por el súbito despertar, comenzó a aproximarse hacia mí, sonriendo y correspondiéndome con un deseo que nunca había visto en ella.
Justo en ese preciso instante, comenzó a sonar el móvil.
– Joder, vaya momento… ¿quién coño llama a estas horas?
Miré de reojo y de repente mi cara se desencajó. En la pantalla aparecía el nombre de Mónica, mi mujer. Me quedé perplejo mientras sostenía el teléfono en mi mano, tratando de buscar una explicación lógica a aquella situación. Sin pensarlo mucho, descolgué:
– Cariño. Esta noche no voy a dormir. Tengo turno doble. Mi hermana Ángela se queda en casa. Te lo digo para que no te asustes si llegas y ves que hay alguien.
Sin saber qué pensar, un dilema me asaltó la cabeza. De repente tuve la desagradable sensación de estar cometiendo un verdadero sacrilegio, el miedo de estar profanando algo prohibido, de haber superado los límites establecidos. Siempre había dudado si el hecho de que mi mujer tuviese una hermana gemela sería una ventaja o un problema. Esa noche, decidido a acabar con mis dudas, volví a hacerme la misma pregunta.

CURRO BLANCO

Te lo ruego, San Antonio.
Acudía Ramona a misa de doce los domingos porque había más asistencia de feligreses y podía, con más disimulo, guardarse de la atención de don José, el cura, que era un gran santo. La de cinco en días laborales nunca la visitaban más de seis, ocho y ya era mucho. Aunque le venía mejor, prefería Ramona ir los domingos; no iba a escuchar misa, decía, «que a ella no le interesaba los sermones de don José, que siempre contaba lo mismo palabra arriba palabra abajo». Hacía como que escuchaba misa, pero no, tenía una relación directa con San Antonio que, situado en el retablo y colmado de paciencia, domingo tras domingo, escuchaba a Ramona el sin fin de peticiones que le rogaba que cumpliese. Ramona se situaba a la izquierda del retablo quedándose lo suficientemente cerca de la esfigie del santo y a la vez lo más apartada posible del altar, de la vista de don José, que ya en varias ocasiones le había dicho «que con quién hablaba durante misa que la veía mover los labios pero que no veía a su interlocutor». Y es que Ramona hablaba con San Antonio de tú a tú, «nada de hablar para dentro, que me escuche bien».
Hoy Ramona frente a San Antonio, cejas arrugas sombra en el bigote (¿enfadada?), estaba dispuesta a «cantarle las cuarenta»:
«Que llevaba siendo devota la pila de años, ni un solo domingo sin faltar a misa, que le había pedido/rogado muchas cosas y ninguna de ellas se la había concedido y que hoy, bendito seas, no podía fallarle que su hijo se examinaba el lunes para guardia civil y tenía que echarle una mano. ¡Que por Dios! ¡Que por favor»!
Dio un par de pasos adelante aproximándose más al santo aún a riesgo de ser vista por don José, el cura, y con la mirada cejuda dijo: «y te digo una cosa, como no me ayudes en esto te juro por lo más sagrado que me hago atea». Se dió una palmada en el muslo derecho con la mano izquierda y a continuación sacó ligeramente la lengua para tomar la hostia consagrada que en ese momento repartía don José.

GAIA ORBE

Santo sacrilegio
¿Dónde está esa fuerza que se alimenta de coraje?
ese deseo de deambular salvaje sin prohibiciones
enfilada la mirada con su cuerpo
orejas tiesas inclinadas hacia adelante
resoplidos cortos y severos
bruscos azotes de molestia
briosa esbelta
desaprende todo lo aprendido
fardos de ideas que llevamos a cuestas
sin saber su origen
manda de paseo la educación recibida
límites de la cultura
decir no
pensar distinto
actuar al revés
respinga al ver la silla
no se somete al arreo
porque mandón y mandado
se parecen
en la sacrílega sumisión
a la obediencia que empobrece
le muestra sus dientes
brame a la amenaza
se da cuenta de que el pueblo
ensuciado hasta la asfixia
gana la esclavitud
entonces
cuando el mundo es hostil
y el poderoso acusa
desobedecer
es la mínima rebelión
para paliar la vida de corral
tonto encierro
con mal encaje de los radios
en los bujes de la rueda
que domina a la mayoría de los humanos
supuestamente libres
y grita
un dolor gemido
apoya la cabeza
entre los cuerpos de los otros
potencia la unión del colectivo
y desobedece

GUILLERMO ARQUILLOS LLERA

SACRILEGIO
¿No os ha pasado alguna vez que, conforme te está ocurriendo algo, piensas “esto es un castigo de Dios”? Bueno, puede ser que no, yo mismo hoy día no me lo plantearía. Pero, hace más de cincuenta años y en una aldea de Extremadura, todo el mundo iba a la iglesia y decía que creía. Y más, nosotros que éramos solo unos críos.
Y es que Julián y yo fuimos inseparables durante aquel verano. Julián Entálvez: un bicho malo al que no se le ocurrían más que trastadas. Y yo, que me dejaba llevar, claro, porque nos habíamos hecho muy amigos. Me habría dejado cortar una mano por él.
Cuando no jugábamos a apedrear algún perro sin dueño, estábamos destrozando farolas, robando almendras o cazando pajarillos con la escopeta de Julián. Como éramos unos críos, teníamos el dinero muy justo y muchas veces nuestros padres no nos daban suficiente para comprar balines. Porque, si queríamos divertirnos de verdad, necesitábamos tener suficientes y usarlos contra los pobres gorriones o los zorzales.
Aquella tarde, especialmente aburrida, no teníamos nada que poner en la escopetilla. Por eso, mi amigo y yo quedamos en juntarnos de noche para entrar en la iglesia con un destornillador grande y robar el dinero que encontráramos. Si nuestros padres se llegaban a enterar de lo que íbamos a hacer, nos terminaríamos ganado una buena. Pero ni uno ni otro queríamos aparentar que teníamos miedo y que estábamos nerviosos. Ya quedaba poco para el amanecer: había que ser rápidos.
Primero subí yo, como pude, arañándome la espalda contra la pared, escalando con los pies y las manos por una columna de la entrada. Había muy poco espacio y estuve a punto de no poder pasar. Sudando como no he sudado en mi vida, ayudé a Julián cogiéndolo de los brazos, desde la cornisa a la que daba una vieja ventana, que pudimos abrir desde fuera sin problema. Él era un poco más grande que yo. De modo le fue más difícil que a mí. Pero logramos colarnos, que era lo que pretendíamos.
La iglesia estaba a oscuras a excepción de tres o cuatro velitas que se habían quedado encendidas en un lampadario de la Virgen. Fuimos hacia ellas y, con el destornillador, hicimos palanca en el cepillo. ¡Bingo! Estaba lleno de monedas. Habíamos logrado lo que queríamos. Las metimos en unas bolsas que traíamos y nos las guardamos en los bolsillos.
—¡Venga! ¡Vámonos, Julián!, que nos van a pillar —le dije.
—No seas gallina, tío. Vamos a ver si encontramos algo por aquí… —dijo él, mientras se iba acercando a la sacristía.
La voz resonaba en el templo vacío. Era una noche muy oscura y los pasos arrancaban ecos terribles sobre el suelo. Retumbaban. El sonido reverberaba en todas las paredes y en la bóveda. Yo me imaginaba que alguien iba a salir en cualquier momento a darnos un susto de muerte. Tuve mucho miedo, la verdad. Pero Julián, en cambio, se lo estaba pasando en grande. Y quería llevarse alguna cosa más. Lo que fuera.
Mientras él se metía por allí dentro, yo fui apilando un banco y unas pocas sillas para que pudiéramos escalar hasta la ventana con facilidad. No me podía estar quieto.
Por fin, al rato vino Julián y reemprendimos la salida.
Nuestras voces, con la iglesia vacía, sonaban lúgubres en medio de tanta oscuridad. Aquello parecía un cementerio.
Yo salí primero y lo esperé fuera. Mi amigo también bajó, pero, de pronto, se dio cuenta de que se había quedado atascado entre la columna y la pared. Lo intenté sacar una y otra vez, pero estaba encajado y no podía moverse.
—¿Cómo es que te has quedado ahí, Julián? ¡Si antes has podido pasar sin problema!
—¡Venga ayúdame! ¡Es que he cogido una copa de las de misa! Tiene que valer un montón.
—¿Tú estás tonto? ¿Y cómo va a vender un crío de catorce años una copa de oro? ¡Es que hay que ser gilipollas! Además, eso es un sacrilegio. El peor pecado. Verás cómo todo esto no nos va a salir bien —le dije—. ¡Es que eres tonto como tú solo!
—Vale, vale. Tú no tienes nada que ver con la copa esta. Es solo cosa mía. Pero ya creceré. Yo tengo mucha paciencia, y ya encontraré el modo… Anda, ayúdame a salir y déjate de sermones.
Absurdo. No había forma. Entre que Julián estaba nervioso, y que yo estaba enfadado por lo que había hecho él, era imposible que saliera de allí. Lo poco que abultaba la copa, dentro del jersey, impedía que pudiera moverse. Estaba completamente atrapado.
Empezó a llorar. Sí, sí. A llorar. Cuando se dio cuenta del lío en que nos había metido, no pudo contener las lágrimas. Y a mí también se me saltaron: nos la íbamos a ganar por la estupidez de mi amigo. Seguro que terminábamos denunciados en la Guardia Civil.
De pronto, por la otra parte de la plaza, vi venir a Don Marcos, el cura.
—Ahí te quedas, Julián —le dije irritado—. No quiero que me pillen a mí también. Esto tiene que ser un castigo de Dios.
A mediodía, vino mi amigo a casa en su bici para decirme que Don Marcos, con mucha paciencia y mucha calma, había logrado que saliera de detrás de la columna. Le dolía la espalda, pero ya se le pasaría. Me hizo que le devolviera mi parte del dinero y me aseguró que el cura le había prometido que no iba a decir nada, que guardaría el secreto como si fuera una tumba.
A los pocos días me despedí de mi amigo. Su familia se volvió a Plasencia y mi padre encontró trabajo en Sevilla, donde vivo desde entonces. Nunca supe nada más de Julián.
***
Ya han pasado cincuenta años de todo aquello y mi nieta Carla dice que quiere confirmarse y que va a hacer una gran fiesta. A mí no me apetece volver allí, porque la confirmación va a ser en la aldea.
Bueno, quizá sí que quiera ir a aquel sitio. Tengo curiosidad por ver en directo cómo está la casa. Ahora es de mi hija y de mi yerno y van allí con frecuencia. Me agradará ver cómo ha quedado después de la reforma.
—¿Y cómo es que te confirman en una aldea tan chica? —le pregunto—. En mis tiempos, a las iglesias pequeñas la gente del obispado no iba nunca a hacer confirmaciones.
—Vamos a ser muy pocos, abuelo. Va a muy bonito, ya verás. Y nos lo vamos a pasar muy bien. Yo cuento contigo. No me digas que no. No puedes faltar…
—Bueno, es que yo no entro en una iglesia desde que se murió tu abuela. A mí esas cosas no me gustan.
—¿Sabes? Viene el obispo y todo —me dice.
—¿Y qué más da?—le digo con fastidio.
Tardo un momento en decidirme:
—Bueno, mujer, si te empeñas iré ese día para estar contigo.
—Gracias abuelo. Así, de camino, podrás saludar al obispo, que nos han dicho que estuvo un tiempo en la aldea cuando era un chiquillo. Se llama Julián. A lo mejor lo conoces.
—¡Coño, Julián!
«¡Vaya sorpresa! ¿Quién se iba a pensar que el que se dedicaba a apedrear perros y a robar en la iglesia ahora es el obispo? ¡La de vueltas que da la vida!».

EMILIANO HEREDIA JURADO

YO, JAMÁS.
verá usted, que yo jamás asalté conventos, ni robé besos ni corrompí conciencias, como el Don Juan ese de los cuentos, ni me permití con las mujeres ciertas licencias.
Yo jamás cometí delito alguno de blasfemia,. ni salieron de mis labios palabra alguna que hiriese, ni la mas nimia calumnia
tuvo en mí su cuna.
Que soy libre, señor, y no entiendo
de cosas profanas,de asuntos ajenos de verdad que no le estoy mintiendo, sólo soy el más pequeño entre los pequeños
de éste Orbe humano, escondido
entre mis nubes, mi aire mi mar,
para mí dejó de tener sentido
aquella palabra lejana…. amar.
Déjeme señor en la tierra de Babia,
que inocente soy pero no ignorante,
que la inocencia que es tan sabia
huye del necio y del arrogante.
Yo, jamás, señor, acudiré como las polillas a chocarme contra la luz mentirosa y cegadora de sus bombillas, puesto que me alumbro con la luz hermosa
de una vela, señor, no insista, no sé más de lo que me enseñó la vida, soy un pobre funambulista
en su alambre evitando la caída.
Yo no quiero pagar platos rotos
que no he roto, que los pedazos,
del suelo, los recojan otros.

JESÚS BLANCO HIERRO

Para una persona tan atea como Josua, filósofo, historiador, eremita y pecador de no seguir los tantos prejuicios de siempre, cual de los actuales, ¿ qué significado podría tener la palabra sacrilegio, sacrílego?.
Evidentemente ninguno, salvo rescatar su connotación peyorativa con que precisamente despreciaba a los nuevos “buenísimos” que ahora habían superado a las antiguas devotas y devotos (antaño sin voto).
Pero para él, su adolescente juvenil educación en un centro religioso, era un recuerdo lleno de ceremonias agradables, como la misa y su acto de comulgar, supremo hecho satisfactorio de enmarcar dentro de tu pecho la física presencia de Dios, de un Cristo totalmente amoroso, que había aceptado para demostrarte más su total amor, reencarnarse en hombre y acabar sufriendo el horror de su muerte crucificado, para redimirnos.
Recordaba incluso Josua, y fuertemente, como en la ceremonia de “Exponer la Hostia”, él, arrodillado ante el altar, fijos los ojos en su sol blanco, notaba su cuerpo adormecido y que sin embargo su alma levitaba, acercándose más y más a la custodia.
Y también el recogimiento anual para los Ejercicios Espirituales antes de Semana Santa, que de forma laica siguió practicando pasados aquellos años, como el canto de las estaciones del Viacrucis, algunas de las cuales cantó después en más de un solitario paseó.
Recordaba en varios objetos, que después compró por cuatro cuartos, los años en los que él repetía que habían sido lo mejor de su vida, su mayor razón subjetiva de vivir, frente al derrumbamiento posterior de aquella subjetividad, ante el hecho total de que “La vida es una pasión inútil”.
Hoy había superado aquel pobre sacramento de la confesión, acabado en rezos penitenciales, por el diálogo hondo con algunos escritores selectos de los que tanto había leído, o ya viejo, únicamente con un amigo filólogo y psicólogo.
Los varios objetos religiosos que tan baratos por su desuso actual, había adquirido en rastrillos, pese a su calidad y arte, yacían en su garaje fuera de la vida de su casa. Ya no había nada sagrado, ni para él, ni para la muchedumbre de los telespectadores y televidentes políticos actuales. Pero sin haber nada sagrado (ni futbolistas, ni restantes ídolos), Josua me dejó desconcertado en la visita que le hice, cuando al despedirme le conté mi alegría por mi reciente buen acontecimiento.
Ciertamente – me dijo-, a veces ocurre alguna cosa que parece milagrosa, algo demasiado inverosímil para ser mera casualidad o suerte, como últimamente a mí; le pedí al San Antonio de mi garaje que me lograra encontrar un muy importante objeto perdido por mi, tras haberle buscado concienzudamente en toda mi casa, de la que nunca salió, y que si lo conseguía, ya no dudaría jamás de tenerle fe. Y lo encontré, como en otras peticiones, días después, pero nada menos que fuera de casa y sin buscarlo. Así que te lo afirmo y confirmo amigo, “En dios no creo (en poner los coxones por encima de la razón), pero en San Antonio, sí”.
Así que sí, para él es un sacrilegio el poner la imagen de su San Antonio, de cara contra la pared hasta no encontrar lo que le pida, ya que después de lo logrado, no tiene por qué satisfacerle el Santo restantes peticiones.
………………………………………………………
Nota: original sin repaso

GABRIELA MOTTA

Cuando tuve enfrente de mi aquel esquicito plato de Strogonoff acompañado por un puro arroz blanco; tan blanco que me recordó la belleza de la hoja en blanco fue inevitable no sentir placer, deseos de comer hasta el último grano. Sin embargo, me detuve a contemplar, sería un sacrilegio romper la perfección del emplatado para saciar mi apetito o, peor aún, mi ilusión de apetito tratando de encubrir mi voraz ansiedad. No sé si lo primero o lo segundo, solo sé que no me detuve y me rendí ante tan delicioso manjar, me deleite con la explosión de sabores que vivenciaba mi paladar, me entregue a la diversidad de colores que contemplaban mis ojos y a la conjunción de aromas, únicos, de aquel plato. Cuando estaba por la mitad de tan exquisita experiencia, anonada de placer, le di la vuelta a un grano de arroz y contemplé intranquila cómo de un simple y blanco grano se movía un pequeño y simple gusano también blanco, pero que ya no me trasportaba a la belleza de la hoja en blanco, sino que me recordaba el rancio y oloroso sabor a leche cortada. Mis sentidos se detuvieron y en mi pecho y mi garganta se formó un nudo, algo comenzó a subir desde mi estómago y aquel dulce placer que hace minutos sentía se había convertido en un asco sarcástico, era la vida misma mostrándome lo irónica que podía ser en el momento que se lo propusiera, será que me lo merecía por haber cometido el sacrilegio de profanar el ecosistema natural de aquel pequeño ser vivo.

FERNANDO RIERA

«El totem».
Me llamo David, soy un empresario importante, además estoy licenciado en Historia y en Antropología. Tengo familia, mi esposa Eva y nuestra pequeña Sara, de cuatro años. Como he dicho, soy empresario, y además poseo varios museos, uno de ellos, de los más importantes del mundo. Tengo inversiones inmobiliarias y de otro tipo, que me han convertido en un hombre muy influyente. Soy un hombre muy ambicioso y normalmente consigo lo que me propongo. Sin embargo, me encuentro en un momento crucial de mi vida. Puedo puedo perder lo que más quiero, todo por culpa de mis malas decisiones. Tras hablar con mi esposa por teléfono, corro a mi casa, no se exactamente lo que me espera allí. Pero para que ustedes entiendan cómo he llegado a esta situación me remontare a un tiempo atrás, y así relatarles los acontecimientos, tal cual son, y puedan comprender y compadecerse algo de mi. Llegamos a las tierras de un país del continente para hacernos con un totem que había comprado a las autoridades locales. Éramos un grupo bastante amplio, comandado por Diego, mi mano derecha y hombre de mayor confianza, y yo. Pero cuando llegamos al poblado indígena para llevarnos la figura sagrada nos encontramos con la oposición de los del poblado. Por lo visto, los acuerdos de las autoridades con los de las tribus, no habían sido del todo legales o lícitas. Y ahora el problema era para nosotros. Diego me aconsejo desistir de la empresa, que no sería bueno afrentar a aquellas gentes. Pero como ya he dicho, no soy hombre que se heche atrás tan fácilmente. Nosotros éramos bastante numerosos, incluso algunos llevábamos armas. Hicimos una muestra de nuestra fuerza, y los indigenas muy a su pesar, nos dejaron llevar el totem. Media casi tres metros de largo y uno de ancho. Llevábamos un camión especial para transportarlo. En una semana ya estábamos en la ciudad, y habíamos instalado el totem en su lugar conveniente del museo para ser visto como se merece. Y de pronto, tras la oportuna presentación de mi nueva adquisición a los medios de comunicación, me convertí en una celebridad. Además, aquella deidad tallada en madera y pintada de vivos colores, tenía más valor de lo que yo creía. En ese momento que empezaba a crecer mi popularidad aproveché para conocer a las personas idóneas para invertir en otros proyectos más lucrativos. Yo era un hombre enérgico y daba una imagen de confianza. El museo se afianzó en su fama y reputación, pronto tuve que ampliarlo por su desorbitado crecimiento de visitas. Lógicamente querían ver el totem, y yo era el hombre del momento. Todo marchaba mejor de lo que pudiera soñar jamás. Incluso con mi familia. Así que una noche, antes de irme del museo a casa, y como soy una persona pragmática, me gusta agradecer y compensar a los que me ayudan, así que fui a ver al totem. Estábamos allí los dos solos, frente a frente, miré a arriba, a su cara, y le di las gracias por todo. Me pareció por un momento que también se sentía feliz y me sonreía. Después me fui. Pero desde entonces. Cada día tenía mi momento partícularmente religioso con el totem.
A partir de entonces, fueron aún a mejor las cosas. Mi fama se disparaba. Mis negocios prosperaron increíblemente, empresas inmobiliarias, etc. Decidí hacer construir otro museo, mientras el de mi totem se convirtió en el más importante del país. Continuamente me llamaban para salir en televisión, radio, prensa, entrevistas con autoridades, políticos, algo que jamás pensé que ocurriría. Era un hombre importante. Pero no había día que no tuviera mi momento sagrado con la deidad, a solas. Y aquella noche también, y algo diferente vi en ella. No sabía exactamente qué era. Me pareció que sus colores brillaban más de lo habitual, que aún era más su felicidad. Y al llegar a casa me esperaba una sorpresa. Íbamos a ser padres otra vez! Eva estaba embarazada!… Era el colmo de nuestra dicha. Además, queríamos la parejita. Así que a los pocos meses pudíamos saber que era un niño. Imagínense nuestra alegría…! Todo iba viento en popa, pero una mañana ocurrió un incidente. Ese día yo estaba en el museo, y fui a ver que pasaba. Era un altercado con uno de los visitantes. Se había quitado la ropa de calle, quedándose con la verdadera propia y así mostrándose como lo que era, un indígena de otras tierras… Empezó a dar un extraño discurso en voz alta en su lengua, sin armar más que otro alboroto, los guardias de seguridad fueron hacia el. Cuendo fue detenido yo estaba allí, y el indígena parecía saber quien era yo. Nadie entendía lo que decía. Luego se lo llevaron. Pero no podía sacarme de la cabeza las palabras que él indígena repitió varias veces indignado y mirándome. Hablé con Diego, mi fiel amigo, del suceso, y dijo que revisaría las grabaciones de ese día para averiguar con un lingüista lo que él indigena había dicho. Tal fue mi insistencia de que así se hiciera.
Volvió la normalidad. Mis negocios siguieron en expansión. Incluso un día, junto al totem, me pareció que este había crecido, en altura y en anchura. Sería eso posible? Habría que comprobarlo… Mientras, también crecía en el vientre de su madre nuestro hijo. Y aún no habíamos decidido como lo llamaríamos.
Entonces empezaron las pesadillas y las alucinaciones. Me dejaban inquieto y preocupado momentáneamente. El resto del día me encontraba bien. En las pesadillas me veía acercándome con cautela al totem, en un escenario opresivo, con fulgurantes llamas y con cánticos y bailes de indígenas alrededor. Frente al totem había un altar, me detenía al llegar a el y me arrodillaba, agachando la cabeza. Al levantar y mirar al totem, este se había convertido en un ser amenazante, los cánticos se avivaban, el totem habría su boca, todos callaban, pero del totem salía un estruendo terrorífico!… Y yo al fin despertaba… Intenté no ser una preocupación para mi esposa con mis pesadillas. En el museo, a veces, a solas con el totem, le preguntaba: – Quieres decirme algo…? Por favor, dímelo! -.
Pensé que podría llegar a comunicarme con él. Pero no fue así. Siempre quedaba desconcertado ante la impasibidad del totem.
Mientras, mi vida social continuaba en alza. Me nombraron empresario del año, querían que entrará en política, que optara a la alcaldía…
Pasaba el tiempo, las pesadillas continuaban. Como siempre en ellas, yo postrado ante el totem. Me levantaba y le miraba con temor y sumisión…
Un día en mi despacho, dentro del museo, estaba solo, sentado en mi escritorio y de pronto oí una potente voz que me preguntó: -Cuando llegue el momento, lo harás?! -.
Yo estaba seguro de haberla oído, pero fue real? Podría haber alguien escuchado esa voz aparte de yo…?
Las pesadillas se repetían insistentemente, y durante el día empezaba a perder los nervios. Con cambios de humor frecuentes. Un día vino Diego y me dijo: -He mis averiguado lo que dijo aquel hombre indígena. Yo te dije que no le dieras importancia, pero como me llamaste el otro día…
-Dime lo que dijo el viejo ese! -dije yo.
-«Pagarás por lo que has hecho» eso es lo que dijo, más o menos… -.

-Qué pagaré por lo que he hecho…? Estúpido viejo indigena! Ganó millones, soy el hombre más importante del país! Porqué tengo que preocuparme por eso…! -. Y recuerdo que me fui de prisa, seguro que me estarían esperando en alguna reunión importante. Estaba tan ocupado que olvidé que mi esposa podía ponerse de parto cualquier día de esos. Y así fue, en medio de una reunión de ejecutivos de lo más importante, cuando íbamos a concretar un gran acuerdo, me llamaron urgentemente de que mi esposa iba a dar a luz en el hospital. Tuve que salir de prisa de la reunión, dando mis excusas, mientras entre risas me felicitaban y daban la

enhorabuena

. Todo fue bien. El parto, el niño, la madre. Todos estaban bien, pero yo no pude estar en el momento… Para compensarse estuve un par de días con ellos. Pero entonces empecé a preocuparme por el totem. Y no poder verlo. Incluso los fines de semana conseguía escaparme un momento, y darle las gracias. Ahora no lo había hecho.

Estoy en casa con mi familia, pero no estoy tranquilo. Nos hemos ido a dormir, pero estoy febril. No sé lo que hago, no sé lo que pienso… Me levanto de la cama. Salgo de la casa y cojo el coche, no sé conque intención voy al museo. Llego allí , es medianoche, no hay nadie. El guarda de seguridad extrañado me deja pasar, lógicamente, soy el dueño de todo eso. Llego a la planta donde está el totem. Es tan irreal todo, hay oscuridad y silencio. Me acerco a la gran deidad, que nunca habla pero conoce mis pensamientos. Entonces, algo asombroso ocurre. El totem se abre por dentro. Cómo si fuera el tronco de un árbol, una gran grieta ha aparecido en el y me invita a que entre por ahí, de la que además, sale una gran luz. Así que entro en el totem. Hay una gran celebración. Hay clamor de gente viéndome llegar. Son los de las tribus. Se alegran y empiezan sus cánticos. Al fondo, el gran totem espera. Llego al altar y me arrodillo severamente. El totem me mira complacido. A una indicación de su deidad, me levanto. Entonces desenrolllo una gran toalla que llevo en mis brazos, y descubro al niño! Lo alzo con con fuerzas para que el totem lo vea, los cánticos de los indígenas aumentan! Las llamas nos rodean! El totem está alegre. Sus ojos brillan más que nunca y de sus pupilas salen unos rayos que dan a la cabeza del niño. Los rayos cesan mientra el bebé duerme plácidamente. Lo sostengo en mis brazos mientras lo miró amorosamente, y digo: -El niño ha sido vendecido -.
Es una fiesta de felicidad. No recuerdo como salgo del totem, del museo, cojo el coche y llego a casa… Al llegar, allí está la policía, una ambulancia, mi esposa histérica, me quitan al niño y soy detenido. También Diego está ahí, y le grito mientras se me llevan: – Llama a mi abogado! -.
No me permiten hablar con mi esposa, y lo comprendo. Ella está afectada y he cometido un delito. Pero ahora estoy tranquilo, y el niño está con su madre.
Por ser un hombre importante tengo un trato diferente. Ya en comisaría me tratan con benevolencia. Paso allí toda la noche. A la espera de mi abogado. Seguro que me dirá que alege que he perdido el juicio. Pero no, jamás diré eso, sé que he hecho mal y estoy dispuesto a afrontar la pena.
Ya es por la mañana.
-Puedo hacer una llamada? – pregunto a un policía. Van a consultarlo y al final me dejan.
-Diego, pensarás que estoy loco pero escúchame, esto es lo que vas a hacer.
-Dime, David.
-Mañana mismo te ocuparás de todos los preparativos para llevarte el totem y devolverlo a donde pertenece.
-Estás seguro?
-Sí, lo antes posible.
-Deacuerdo.
-Cómo está el niño?
-Bien. Ya le hicieron un reconocimiento. No te preocupes.
-Y Eva?
-Ahora bien. Pero muy enfadada. Pero, porque has hecho esto, te has vuelto loco…? Tienes suerte de que no va presentar cargos contra ti…
-Lo sé, ya me lo han dicho.
Gracias por todo, Diego. Ahora vete a casa, déjalas descansar.
-No te preocupes, han descansado bien. Escucha, Eva quiere hablar contigo -.
Me dirijo al comisario y le pregunto si puedo hablar con mi esposa.
-Por qué no… -contesta él.
Cojo el teléfono y le pido que me pase a Eva.
-Cariño, siento mucho lo que he hecho, de verdad, perdóname.
-Lo sientes…? – Volverás a hacer algo así?
-No, jamás! Te lo prometo. Pero no sé cuando voy a poder volver…
-Pues tendrá que ser pronto.
-Lo sé, haré todo lo que pueda, pero…
-Tiene que ser lo antes posible.
-Ocurre algo?
-Es el niño.
-Qué le pasa?!
-No te preocupes, está bien.
-Entonces…?
-No sé, pero tienes que verlo.
-Pero qué le pasa, es malo, es bueno…?
-Ni una cosa ni la otra, pero tienes que verlo.
-Pero no puedes decirme qué es…?!
-No, no puedo explicarlo…
-Maldita sea!
Cómo para la policía yo no representaba ninguna amenaza, me permitieron ir a casa, me llevaron en un coche patrulla a toda prisa.
Asi que ahora mismo voy hacia allí. Al encuentro de mi familia, mi niño, nuestro recién nacido, y no sé con lo que me encontraré.
… Maldita sea!

KAREN ROSADO

Y ahí estaba yo…
De frente al precipicio por vez primera, después de darme la oportunidad de encontrar el sentido de las cosas durante una vida entera y no lograrlo.
-¿Treinta años y sigo sin rumbo?
De pronto el viento me hizo perder un poco el equilibrio y mi corazón casi se paralizó al instante, la muerte coqueteaba con mis mejillas y en el silbido del viento escuchaba su mensaje.
-¡Baja de ahí!
-¿Muerte, has venido por mí?
Abriendo los ojos gire la cabeza y estaba ahí…los ángeles nunca se han visto más celestiales que esa figura que se acercó a mí.
Fue un momento de confusión que creí haber saltado y empezaba a visualizar seres de otras dimensiones hasta que sentí su mano fría apretando mi mano.
-Tranquila, vamos por un trago.
-¿Qué sucedió?
-Sigues viva,solo eso…
-Pero, yo no quiero seguir viva.
-Demasiado tarde por hoy.
Llegamos al bar y las copas hicieron que perdiera el sentido del tiempo ,pues el de la vida se había esfumado años atrás.
-¿Alguna vez has observado el cielo en noches como esta?
-Supongo…
-Vamos a caminar antes que termine la noche, la vida se construye de pequeños placeres y probablemente eso le haga falta a tu aún vida.
-Nada me apasiona, nada me conmueve.
Nos seguimos alejando del centro de la ciudad ,caminábamos en silencio mirando al cielo, quise voltear a verlo para agradecer que almenos hizo mejor mi despedida de este mundo pues mis planes después de los tragos no cambiaban, pero de pronto…sentí un golpe que me hizo caer sobre una banca y una fuerte presión me dejó sin respiración, todo se apagó…
Yo había hecho por la mañana las pases con la vida,no la odiaba …solo no la comprendía y bastó con ese instante de vulnerabilidad para que alguien más robara mi vida,mi alma y mi cuerpo…
Jamás tendré el descanso eterno .

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20 comentarios en «Sacrilegio – miniconcurso de relatos»

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