La última cena

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «la última cena». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 6 de enero! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

 

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

La última cena que pase contigo la tengo gravada en el corazón por eso recuerdo perfectamente el momento y ,deseo , volver a degustar la exquisitez comida.
Más es un hecho que por mucho que intenté poner en otra cena los mismos ingredientes es imposible repetirla. Pero como mi corazón de sentimiento es oro puro, me lleva a revivir tal acontecimiento como si lo viviese ahora mismo
El dueño del restaurante nos colocó la mesa en aquel rincón especial en donde habíamos bebido algunas Coca Cola.
Las dos paredes que forma la esquina del sitio saben de nuestros amoríos ya que entre plato y plato se percataron de nuestras miradas y caricias.
Las copas de vino en su contenido muestran nuestras caras sumergidas en su líquido atontados por el amor que nos tenemos.Es imposible olvidar la última cena contigo, debido al latir de mi corazón ruidoso en su Tic TAC recordándome constantemente el buen rato pasado.

FÉLIX MELÉNDEZ

LA FRAGATA, LA GAVIOTA
Sobre las olas del mar en el fondo del horizonte, se vertía un cielo tan claro como el agua tibia, que venía con abanicos de olas blancas a la orilla y arrastraba hacia el mar de nuevo. Era extraño que el agua estuviera caliente. El agua del mar. Tan caliente. Mientras soplaba una brisa templada, El sol brillaba con su oro líquido vertido con un brillo de plata luciendo el esmalte de la vida, la luz con su blanco rostro se perdía por toda la isla que parecía cristalina y escarlata, las primeras flores de una extraña y adelantada primavera aparecían sobre montones verdes, que coloreaban poco a poco, de día en día. El mar de fondo al final se perdía en un verdiazul que parecía una extensa pradera.
*Qué belleza tiene la naturaleza, de este mi hogar, por trece años*.
Así comenzaba el diario de un Naufragio, que tenía muchas hojas rotas, otras arrancadas de las primeras de las páginas del libro.
Dobladas y hasta agujereadas por el paso de un tiempo infinito.
Estaba leyendo Carmen.
«Llegué un trece de febrero del año 1813, para servirle a Dios y a vuesa ilustrísima. Aquesta, mi isla pequeña, con trescientos nudos de sotavento, apartada de toda ínsula conocida y tras varios meses a la deriva en barco, embarranqué, por rolar demasiado rápido. Con la fragata de la gaviota.
Las maderas se quebraron, y el palo mayor cayó al suelo, por la fuerza de la tormenta y los nudos por la popa de un viento a codera, hundiéndose como el que tira un pañuelo al mar, lentamente con las olas de frente.
Quedando encallado en aquesta isla mi mozo de escuadrilla de escolta, y su comandante aquí presente. Don Juan de Arganda y Neón Manrique. Fuimos los únicos mejorados.
Estuvimos recogiendo el velamen que flotaba y algunas mantas, recuperadas.
Caso extraño quiero contarles en este libro de apuntes diario y para que conste a quien le toque leerlo.
Sepa vuesa indulgencia y estén advertidos de cosas extrabagantes producen en ésta ínsula nuestra. Pequeña y muy distinta completamente a todo lo conocido e visto por quien les cuenta y da fe.
Algunas noches se oye cantar a la luna con verdaderos silbidos. Dicen ser sirenas comiendo. Y vienen con candiles encendidos. Es un silbido de las almas en pena, Que aunque no dañan, ya fue cierto que curábanse las heridas solas muy presto, sin necesidad de mejunje alguno, ni ningún tipo de trato ni aliganto para que surte efecto de como se me curó a mi un brazo., sin aceites ni aditivos. De cómo se flotaba de entre los suelos, a dos pies que hasta de quince pies se elevaban los cuerpos saltando. De lo que doy fe, y por escrito os mostraré a vuesa merced, el hecho acontecido en la playa de la arena blanca y sedosa.
Hay una playa dentro de una cueva en el mismísimo centro sito de la efímera isla, que es completamente mágica donde las aguas nacen calientes de una piedra verde y acontece questa agua ose parecer que murmura canciones extrañas, de las que doy prueba el que suscribe.
Las plantas allí crecen más ligeras, y más libres sembrando varios lechuguinos, y hortanzas. Las cuales comimos y con muy buen sabor con un extraño amargo y casi mal de cuerpo. Oteamos que en aquel lugar, crecían por dos partes y medias de celemines. Más que en cualquier otro lugar de la tierra que mis propios ojos vieran. Y comprenderán que no era normal. Preparamos una cena. Con dos lechales o guarros pequeños,algunas aves y muchas hortalizas que nos encontramos por la isla. «La que llamamos la última cena» pues comimos tanto verde que por tres días anduvimos más muertos que vivos, con el estómago encogido y gran diarrea, por causa de los lechales de aquesta ínsula nuestra. Y digo última cena. Pués nunca más volvimos en la noche a hacer ninguna ingesta. Ni de mechones ni de hortalizas, ni de nada que se le pareciera. Nos pasamos a los pescados y aborrecimos las carnes, que eran más fácil cazarlo y menos atrevidos.
Otro hecho extraño mirado por este que os sugiere a vuesas mercedes, es que aparecen sombras y luces, junto con espíritus y ánimas por doquier»
Carmen se acordó por un instante.
-Rober, ¿dónde estás? ¿Sabes lo que dice el diario?
-No, dime guapa.
-Llevo varias páginas y dice el señor que lo escribió cosas muy interesantes,
pero no hay quien las entienda.

BENEDICTO PALACIOS SÁNCHEZ

A Jaime no le gustaba el final de nada y tenía sus motivos, porque el de la novela que acaba de leer no tenía gracia y la película de la TV terminaba mortal. Y desdichas reunidas le recordaron la cena de un final de año 2011. Tío Enrique se empeñó aquella noche en sacar a bailar a la abuela y menudo espectáculo. La pobre perdió un zapato y el muy torpe vertió una copa y se pudo perdido. De remate, tampoco él logró bailar con Araceli que se había pintado y arreglado como una miss.
—Lo siento, Jaime, a mí también me hubiera gustado —se excusó aquella.
Hubo algunas cenas más. Tío Emilio, nada más jubilarse, se compró una guitarra y amenizó la última que vivió la abuela con villancicos, y ella cantó uno de su época y cómo le aplaudieron, pues si apenas aprendió a leer compensaba la falta con la memoria más delicada. Y aprovechó para confesar a la concurrencia que el bueno de Jaime quiso enseñarle y ella se negó, era tarde y ya sabía bastante.
—¿Enseñan los libros a ser feliz? —Preguntó.
La abuela murió sin conocer la respuesta y tampoco Jaime fue capaz de acertar con una bien simple, porque con lo importante que es para la vida la felicidad y sin embargo nunca se enseña.
Fue la última noche del 2020, por cabezonería más que nada del tío Enrique, cuando se reunió el grueso de la familia para recordar a la abuela. Y siendo Jaime el mayor de los nietos, a él le encargaron una glosa que la recordara.
—En los años del hambre —contó— acordaron la abuela y el alcalde que en los actos públicos se hiciera una colecta con que remediar a los más pobres que entonces eran mayoría. No era mucho el dinero que se recaudaba, pero tapaba agujeros. Guardaban las monedas en una hucha de barro y el 22 de diciembre, cuando la radio cantaba la lotería, la habrían. No llegaba a cuatrocientas pesetas lo conseguido, pero algo era algo. Y no debía ser tan poco porque algunos corrieron la voz de que la abuela se queda con parte de lo recaudado. Mi madre la vio llorar y llamar miserables a los alcahuetes. La creyó el abuelo, pero no todos los que esta noche estáis aquí.
—Yo sí.
—Y todos —cortó Jaime— porque cuando daban las doce campanadas, ella recorría a todos con la mirada. Y aquellos ojos no distinguían a hijos y parientes fieles de los tramposos.
Se cenó extrañamente en silencio. Y nunca como aquella noche estuvo tan presente la abuela. Para celebrar su memoria, Jaime descorchó la botella de cava y arrojó la copa primera por la ventana. Todos bebieron después. Y también hubo luego baile. Y el tío Enrique que había agarrado media borrachera acercó la boca a la oreja de Jaime.
—¿Qué haces, hombre, que sigues sin novia? Ahí tienes a Araceli a punto de casarse. Date prisa que a este paso llegas solo a la última —le dijo con la voz opaca.
Jaime que le miró despectivamente.
—No tengo prisa, porque nunca faltaran a la cita un payaso y un impostor.
Se despidieron. Tío Enrique que no había abandonado su sonrisa floja y bobalicona rodó por las escaleras.

TALI ROSU

La última cena
Miro a la humanidad y me imagino la cena de una familia desestructurada. Unos frente a otros, gritando, insultando, usando los mismos argumentos para atacarse, pero posicionándolos cada uno a su lado de la balanza. Veo espejos enfrentados y no quiero formar parte. Ya no quiero sentarme a la mesa cuando esta está entrando en una dualidad de guerras y odio.
Ya no quiero participar en estas cenas familiares en las que todos piden respeto, pero ya nadie respeta.
No me sentaré ni a un lado ni a otro, porque estoy cansada de esta división en la que a ambas partes les conviene el conflicto, unos lo generan, otros lo alimentan… Y, al final, todos somos parte de todo y nos estamos matando unos a otros.
Seguiré haciendo lo que considero correcto, intentando ser coherente con lo que siento y pienso, pero en mi lucha cabe la empatía hacia aquellos que no piensan como yo.
Hoy miraré la cena desde otro rincón, espero que acompañada de personas que, como yo, estén cansadas de odiar al mundo. Pero no creo que dure mucho este momento, porque el problema de mirar, es que la sangre salpica cuando empiezan a acribillarse. Necesitaré un refugio en el que no puedan entrar. ¿Me acompañas?

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Asun acarició la mano de Sirves y le dio una pequeña patada en la entrepierna mientras le guiñaba un ojo sin que los demás comensales se percataran.
Era la cena de empresa de Salvitec S. A. Esta compañía se dedicaba principalmente a la industria del automóvil en auge en aquél fatídico año…
El director levantó una copa dando con una cucharita golpecitos para realizar un brindis. Ipso facto todos los asistentes sin excepción se levantaron al unísono : » Queridos empleados me enorgullece notificaros que éste año somos líderes en ventas en el sector…»
De repente se escuchó un garraspeo de su secretaria y le dijo una cosa al oído: » Disculpaz mi torpez os pido un minuto de silencio por los cinco decesos acaecidos durante este año en las distintas secciones de nuestra compañía… «

LOLY MORENO BARNES

Hace tiempo que soñaba hacer una comida sin preocupaciones en mi cabeza .
Mi mente es ese mundo interior que paralelo al que ven los míos, sufre cada problema que tienen ellos.
El mayor anhelo es la armonía familiar, pero cuánto más hijos tienes tanto más difícil es conseguirla!
Con los nietos es diferente, ellos ajenos a esos litigios solo se preocupan en pasarlo bien .
Desde que los vástagos comenzaron a volar del nido les recalqué que mi casa sigue siendo suya y no necesitaban golpear la puerta para entrar .
Siempre hay en esta un plato más para su alimento y un lugar para descansar , cuando quieran volver por algún motivo pero mi deseo ferviente es que no sea por necesidad sino por amor a sus padres.
Hace días que cada uno planeaba la Nochebuena en solitario por diferentes motivos .
Les sugerí que eran libres de hacerlo pero que si les apetecía podrían pasar por la tarde a disfrutar de una merienda-cena improvisada.
Sin platos , sin sillas, sin cubiertos ni copas …
Como cuando eran niños y festejaban su cumpleaños con vajilla desechable.
Poco a poco fueron llegando a casa, con sus niños .
Los pequeños exprimieron hasta el último regalo que les “Cagó el Tió” .
Cantaron las canciones aprendidas en el colegio y disfrutaron de las golosinas .
Los mayores se miraron con tanto amor como nunca lo habían hecho entre hermanos y me abrazaron con cariño mientras brindaban con cava, probaban todo lo que había en la mesa y luego las variedades de turrones que les había preparado.
Quizás esta última cena sea la primera de las tantas que quiero ver en mi vida.
¡Feliz Navidad!

IRENE ADLER

El HMS Griper y el HMS Hecla
Mi queridísima Louisa:
Cómo tú siempre bien dijiste, el respeto no se impone, se gana.
Aquí el invierno es como una larga noche oscura, herida por las luces mágicas de la aurora boreal. Y el frío es una constante en la difícil ecuación de la supervivencia. Hay que distraer a los hombres, en esos arduos meses de inactividad, cuando las placas flotantes de hielo se compactan contra las cuadernas del barco, dejándolo varado y al pairo. Aquí, en las aguas inciertas y cambiantes del Mar de Baffin, no navegas, sólo te deslizas. Los hielos perpetuos y caprichosos, te permiten desplazarte unas pocas millas en los dos meses que dura la inquieta «primavera» ártica. El resto del tiempo, es una travesía de espera. Y he tenido que recurrir al ingenio, para evitar los motines, la locura, o la desesperación.
He creado una rudimentaria escuela a bordo. La mayor parte de mi tripulación, es analfabeta, y he puesto a los oficiales, a ejercer de maestros. A los más avanzados, les enseñamos rudimentos de mediciones náuticas; el manejo de octantes y sextantes; nociones básicas de astronomía. Tan cerca del polo norte magnético, el compás de la bitácora, acostumbra a volverse loco, y los relojes a tan bajas temperaturas, se nos congelan. Así que las pocas millas que se hacen navegables, las recorremos con ayuda de los instrumentos y de las estrellas. Mi intención no es otra que la de brindar a éstos hombres, las herramientas precisas para maniobrar el barco, en el caso de que a la oficialidad le ocurriera algún percance. La oportunidad de alcanzar un puerto amigo, una ruta ballenera, y no quedarse aquí, atrapados en un ataúd de madera, sepultados bajo el hielo. He aprendido de los inuit, que es preferible siempre, enseñar a un hombre a pescar, en vez de darle pescado.
Hoy es el último día del año, mi queridísima Louisa. El señor Beeche y el capitán Sabine, han organizado una cena de Nochevieja a bordo, y hemos invitado a nuestros amigos inuit. Tienen sus cuarteles de invierno muy cerca de aquí, y su ayuda ha sido providencial para nuestra supervivencia. Hemos retirado los mamparos del entrepuente, colocado mesas y sillas, desprecintado los barriles de vino y yo he aportado la botella de whisky escocés que me regalaste en Plymouth, antes de embarcar. Me dijiste que la reservara para el día en que descubriera el Paso del Noroeste, pero esta noche, Louisa, esta cena, me parecen una ocasión mejor.
Ojalá pudieras oírles ahora, están cantando, los inuit ríen, con una estridencia que en Inglaterra me parecería indecorosa. Hemos comido carne de ballena, rosada y espumosa. Para los inuit, la comida no es un ritual ni un protocolo. Comer es una simple función fisiológica. No precisan de fechas, encuentros o adioses, para reunirse entorno a la comida y celebrar. Quizá porque ellos, lo hacen siempre todo juntos: comer, cazar, llorar, vivir, rezar. Sin excusas. Sin olvidos. Y para ellos, cualquier día del año, Louisa, es una celebración. Tienen al caribú y a las estrellas. Y no necesitan nada más. Tienen aquello que nosotros, no sé bien por qué razón, nos empeñamos desesperadamente en encontrar. Felicidad. Esta noche, con el sabor del escocés en la boca, la textura suave de la carne de ballena en los dedos, y tu recuerdo en la retina y en la memoria, mi queridísima Louisa, he sido un hombre feliz. Y he visto felices a mis hombres. Son la mejor tripulación de Inglaterra, y así lo haré notar ante el Almirantazgo. Hombres buenos, capaces de ser aún mejores, frente a la adversidad.
Intentaré que esta carta, salga con el primer ballenero que avistemos. Quizá pasen meses. Y hasta puede que no llegue antes que yo. Mientras tanto, siempre tuyo y siempre afectuoso:
Edward Parry
HMS Hecla. Isla Melville.
31 de Diciembre de 1819

NEUS SINTES

Había tenido un día de mucho trabajo en la oficina. Tenía unas ganas enormes de llegar a casa. Aún a sabiendas de que esa noche llegaría tarde, de nuevo. Pero de algo había que vivir. Al abrir la puerta, me quité los zapatos y llamé a mi novio, que parecía no haber llegado, todavía. Cuando me aproximé a la cocina a por un vaso de agua, mis ojos se agrandaron al ver sobre el mantel de la mesa, la cena preparada y arreglada con luces románticas y dos copas de vino tinto, junto a un clavel rojo, depositado en el centro.
De fondo una balada, escucharon mis oídos. Era nuestra balada. La primera balada con la que nos conocimos por primera vez. Busqué a tientas su presencia, le llamé por su nombre e incluso lo busqué en las habitaciones de la casa. Nada. Que mi novio todavía no se encontraba en la casa. Me pregunté cómo y cuándo pudo prepara toda aquella sorpresa. Y lo más curioso, acordarse de nuestra balada juntos. El siempre había sido muy olvidadizo. Hasta en los pequeños detalles.
No podía salir de mi asombro, ¿en verdad, había podido ser el, quién había preparado toda esta sorpresa?. Trague saliva, algo no encajaba en mi mente. Sorbí del vaso de agua, que llevaba en la mano. Era verdad, que nuestra relación no estaba en los mejores momentos que digamos, tal vez, no debiera de ser mal pensada y creer que sí podíamos arreglar las cosas. Después de tantos años de noviazgo, nuestra relación se había convertido en pura rutina.
El tintineo de las llaves escuché tras la puerta y unas risas contagiosas por el pasillo me pillaron por sorpresa. Al abrir la puerta me encontré a Julián agarrado de la fina cintura de una joven muchacha, que no paraba de reír sus risas. Me miró, con ojos sorprendidos y sin saber que decir, las risas se habían esfumado, así como la balda dejó de escucharse.
-Hola David – Parece que vienes bien acompañado
-Denisse – Te lo puedo explicar…
-No hay nada que explicar. – añadí – Que aproveches la cena.

RAQUEL LÓPEZ

María era enfermera y dedicaba gran parte de su vida a su trabajo,era su gran vocación desde que tuvo que cuidar a sus padres,ya fallecidos y enfermos durante muchos años.No reparó en que el tiempo pasaba,como también pasaba la etapa de formar una familia,pero nunca hubo reproche alguno por su parte,al contrario,eso a ella no le parecía necesario,porque teniéndolos a ellos,lo tenía todo.
Se acercaban las navidades y seguían pareciéndole una noche como otra cualquiera,no había nadie con quién compartirlas.
La última cena importante de su vida y que la traían recuerdos insondables fue en compañía de sus padres y no estaba dispuesta a volver a disfrutar otras navidades iguales.
Cuando su jornada terminó,de regreso a casa y una vez en ella,seguía sintiendo el enorme vacío que reinaba desde las tristes ausencias.Alguna vez pensó en un amor que pudo haber sido y no fue,pero eso era algo que tenía ya asumido y por lo tanto desechable,algo que a sus padres les hubiese gustado,pues sintieron ínfimo agradecimiento por la constancia de su hija hacia ellos,pero querían que formase una familia.
Una llamada,la sacó de su ensimismamiento..
-¡Hola!¿María?
-Sí,soy yo.
-Soy Rubén..
A María se la iluminó la mirada,pues él fue su gran amor de juventud al que seguía queriendo y que por circunstancias de la vida,sus caminos no estaban destinados en ese momento.
-¡Rubén!¿Cómo estás?
Bien,he venido a pasar las navidades aquí y pensé si podíamos vernos y conversar mientras tomamos un café.
-¡Sí claro,por supuesto!..
Aquellas navidades,seguían siendo las mismas ,pero con vistas a que las próximas serían totalmente diferentes,porque,sin olvidar el enorme vacío que sus padres dejaron en ella, optó por empezar a vivir como a sus padres les hubiese gustado, feliz sin ellos.
Y así,la última cena que disfrutó hace años en compañía de los dos seres queridos que más amaba,pronto sería el comienzo de una nueva cena con un compañero de vida con el que poder compartir las navidades más tristes que tenía y convertirlas en un nuevo atisbo de esperanza y felicidad.

BEGO RIVERA

SOLEDAD
Agustín decidió hacer los preparativos para la cena del treinta y uno de Diciembre, seguramente sería su última Nochevieja.
Agustín con casi ochenta años llamó a sus hijos. No habían ido a verlo hace años, siempre ponían excusas, eso sí…para pedirle dinero si que le llamaban. Vivía en una de las mejores zonas del casco antiguo de Toledo, al lado de la plaza de Zocodover, cerca del Alcázar. Abogado reputado en sus tiempos se jubiló más tarde de lo que le correspondía, y no porque él quisiera: su esposa, Soledad, enfermó de una grave enfermedad que duró años, él se ocupó de ella, del amor de su vida. Desahuciada cayó en declive hasta hacerse irreconocible, solo él seguía viendo a la chica de veinte años que le deslumbró una noche en un bar
Sus hijos no fueron a verla ni una vez, llamaban, preguntaban cómo estaba, la decían lo ocupados que estaban y de paso siempre acababa la conversación pidiéndole ayuda económica.
No fueron al entierro de su madre, eso nunca se lo perdonó a ninguno.
Laura vivía en Londres hacía años, diseñadora, separada, sin hijos. Tenía buenas ideas pero necesitaba financiación. Agustín Junior, divorciado, con dos hijos cuya custodia pertenecía a su ex, ya que él sin oficio y su adicción a la bebida lo llevaron por derroteros ilegales, entrando y saliendo de prisión, vivía en Málaga. Marco, tenía un pequeño taller de reparación, vivía en Madrid, actualmente con una nueva pareja, ya había perdido la cuenta de las que tuvo; fue bendecido con un don, era muy atractivo. Más que del taller se aprovechaba de mujeres acaudaladas a las que engañaba con su sibilina labia.
Llamó a los tres y les dijo lo mismo, este año tenían que ir a su casa en Nochevieja, para que no hubiese negativa por parte de ellos les informó de su enfermedad, que le quedaba poco tiempo de vida, incurable y avanzada. En la reunión quería hablar del testamento para que estuvieran conformes, les daría un dinero importante además por ir a cada uno. Sabían que tenía un gran patrimonio, evidentemente los tres dijeron que sí, que irían, ninguno se acordó de preguntarle cómo estaba. Entré los hermanos tampoco se hablaban, cada uno hacía su vida
Agustín recordó las miles de excusas que le pusieron para no ir a verlos durante años, patéticas. Y este año en plena pandemia, otro de los pretextos para no ir… Ahora resulta que no les importa; » ¡ Pues perfecto! Pensó Agustín» y esperó a que llegara el treinta y uno.
El treinta y uno Agustín se esmeró en poner la mesa elegante, compró una cena de lujo, la ocasión lo merecía. Quería entender a sus hijos, perdonarlos antes de irse definitivamente de este mundo. Necesitaba verlos, preguntar, hablar con ellos y recordar el pasado, cuando eran niños y la Navidad era prodigiosa, eran dichosos, todos reunidos…
Agustín estaba haciendo un gran esfuerzo, cada vez estaba más impedido por su enfermedad, le costaba andar, respirar, le costaba hasta pensar.
Con la mesa puesta y todo preparado, Agustín se sentó a la mesa esperando exultante a sus hijos; un amago de emoción y felicidad le sorprendió.
A las siete de la tarde recibió la primera llamada, era su hija, no iba a ir, problemas con el billete de avión, le dijo que le mandara el dinero, que ya se verían. Antes de que pudiera reaccionar llamó su hijo Marco, no se encontraba bien le dijo…mientras se escuchaba música de alto volumen y decenas de voces mezcladas en lo que le pareció una gran algarabía.» Papá mándame algo, ¿Vale?»le dijo, y le colgó. Mirando el teléfono atónito vio un mensaje de Junior: » Papá tendrá que ser para otra vez, me ha surgido un problema, envíame el dinero donde siempre»
Agustín de quedó mirando la mesa perfecta y las sillas vacías; solo como siempre, solo hasta en la última cena. Lloró y lloró: con desesperación, impotente, desolado. No tenía a nadie, a nadie le importaba.
Sin parar de llorar llegaron las doce, las campanadas. No cenó, no comió las uvas. Tras las campanadas empezaron a estallar los petardos y cohetes fuera, en la calle. Gente feliz celebrando el año nuevo que comenzaba.
Agustín con los ojos empañados y la visión borrosa notó algo en el corazón, a su lado como un espejismo vislumbró a su mujer, con veinte años…iba vestida igual que aquella lejana noche en un bar, y como entonces le arrebató su soledad.

GAIA ORBE

Una vez tuve la gracia de estar en New York al mismo tiempo que el Huracán Sandy. El domingo previo a que él arrasara sus costas una amiga, que vive allá, me llevó a un supermercado para comprar extras por si quedábamos aislados como decían en las noticias. Pero nos encontramos las góndolas vacías. Ante las continúas alertas la gente se había comprado todo como para poder sobrevivir alimentando sus cuerpos durante meses. Yo me llevé las últimas cuatro barritas de cereal que quedaban, cigarrillos y agua. Al salir mi amiga me dijo:
—Ya nos arreglaremos. Y agregó: — ¿Dónde querés ir a comer?
Le respondí:
—Al restaurant de comida vietnamita.
Ella conociendo mis costumbres culinarias italo-hispano-argentina se sorprendió:
—¡Jodéme!
—Quiero repetir la mejor comida que comí en Manhattan. — Sin dudar le respondí.
Y nos fuimos juntas a degustar los rollitos de camarones envueltos en papel de arroz y el bún riêu, mi preferido. Una sopa a base de tomates, caldo de cangrejo y una cucharada de picadillo de este. Y como me gusta completo, lo pedí con lonjas de carne de res, trozos de salchicha vietnamita, tofu frito y mucha salsa de camarón.
Esa noche todos en la casa estaban tensos, hablaban a los gritos sobre qué pasaría, cómo protegerse. Sin embargo yo preparaba mi equipaje feliz. Ordenaba mis documentos para estar lista en caso de evacuación con el recuerdo aún en mi boca del bún riêu. Imaginaba a la señora que lo había cocinado sacando con sus manos la piel que cubre el vientre del cangrejo y el caparazón. Enjuagándolos bien, separando las partes del cuerpo para luego machacar su carne en el mortero. La veía estrujando esa masa, extrayendo el jugo, desechando las sobras y poniéndolo a hervir hasta ver flotar una masa pulposa porosa y blanda.
Cuando las noticias anunciaron los pocos minutos faltantes para que Sandy tocara tierra me inundó el aroma de los caparazones amarillos del cangrejo friéndose en manteca de cerdo con la cebolla.
Se cortó la luz. El silencio fue absoluto. Cerré la ventana de mi cuarto que el viento había abierto. Me sonreí al pensar que estaba olvidando el ingrediente esencial, el bong rou que crea ese sabor agridulce al combinarse con los fideos de arroz. Dejé la mochila cerca de la cama y me dormí. Había comido un alimento que me había provocado disfrute. Mi última conexión con el mundo terrenal.

EFRAIN DÍAZ

Hay que tener cuidado con lo que se dice. Podría hacerse realidad.
Francisco nunca cuidó mucho de su salud. Para qué cuidarse y cohibirse si igualmente morirás algún día, decía. Comía lo que le apetecía a la hora que le apetecía. Igual costumbre guardaba con los espíritus destilados. Su fiesta etílica comenzaba a las nueve de la mañana y culminaba bien entrada la noche. Cada trago lo pisaba con un cigarrillo. Excepto las drogas ilegales, a esas ni las miraba, tenía todos los vicios que un ser humano puede tener. Comía, bebía y fumaba sin medida. Lo único que había hecho con medida en su vida, había sido trabajar. Mas de una vez le escuché decir, cada cual escoge el veneno con el que quiere morir y yo tengo varios. Comida, tabaco y ron. Se paseaba en los excesos.
Sabía que ese desorden le pasaría factura, pero prefería vivir poco tiempo y bien vivido a llegar a anciano a fuerza de prohibiciones.
Ese viernes no fue la excepción. Luego del desayuno, comenzó con su acostumbrada ingesta de alcohol. Odiaba tomar lo mismo. Por lo que tenía en su barra una buena variedad de whiskys, vodkas y rones añejos. En la nevera tenía varias marcas de cerveza las cuales alternaba con los tragos. También tenía vino tinto. Detestaba los blancos.
Durante la cena, comió carne de cerdo frita con tostones. Ese viernes se sirvió más de la cuenta. Era su plato favorito. «Por si acaso es mi última cena», dijo entre risas.
Al otro día no se levantó como de costumbre. Cuando su esposa lo fue a despertar, pues estaba pasado de hora, estaba frío y tieso. Llevaba horas muerto.
Entré a su habitación y le dije a mi madre que saliera. Le susurré al oído «al menos te fuiste con la barriga llena, pues no sabemos lo que nos espera en la otra orilla. Solo espero que lleves las monedas para Caronte. No pretenderás que te transporte de gratis» y acto seguido llamé a la funeraria. Tal y como dijo la noche anterior, aquella había sido su última cena

ANDREA ROSSI

Esta noche, ¿está noche?, es que en este grano de arena donde estoy tan a gusto, no logró hilar ni ordenar, el ayer, el hoy, la noche o la mañana, necesito un poco de realidad para analizar la invitación a cenar, que acepté sin más ni más.
El mensaje que dejaron en mi teléfono: una invitación a «la» última cena, esta noche, ése «la» me resulta extraño, ¿con qué debo relacionarlo?, ¿última de la semana? pues no, hoy no es domingo, ¿del mes? tampoco, hoy es dieciocho y por supuesto no es fin de año.
El punto de reunión es Paraíso Restaurante, última cena organizada por «Nosotros», sí, sí, ¿Nosotros? ¡a medianoche!
La curiosidad, socarrona, me toca el hombro, el sentido común revolea los ojos en silencio, en fin, es una cena, solo una cena.
Medianoche y aquí estoy, al entrar al restaurante luces tenues con música lejana como el murmullo del mar.
Siento una sensación extraña, algo muy leve, y como el recuerdo de un buen perfume, persiste, creo que es miedo, se desactiva mi sentido común pero la curiosidad me mantiene alerta.
Una mesa para… una persona, una brisa suave y agradable hace bailar las cortinas, el salón está vacío sin embargo me siento bien acompañada, muy a gusto, la realidad desaparece y comprendo el significado de «la», y lo acepto, es «la última cena» para mí… mi última cena.

BEA ARTEENCUERO

Me estaba bañando cuando sóno el tel..seguro era Karen, para contarme alguna tontería.
Antes de salir para la oficina, recuerdo el llamado y escuchó el mensaje del contestador .
Era Andrés.
– Amor, lamento no poder ir a cenar, viajó pata Italia en una hora, me envían a cerrar un contrato.Te llamo..Besos…
Escuche varias veces el mensaje, tenía todo planeado, hoy después de cenar la daría la noticia.
Hacía cerca del año que salíamos, nos presentó Karen, una amiga en común. Al principio fueron largas charlas café de por medio, hasta que un día Nos dimos el primer beso; Yo me sentía en las nubes, me había enamorado casi al conocerlo.
Todo hiba de maravilla, nos gustaban las mismas cosas, compartíamos casi todo, el sexo era inigualable, yo volaba en sus brazos en los momentos de pasión..
Hacía un tiempo que lo sentía ausente, lo atribuía al cansancio, viajaba mucho.
En los días siguientes intente llamarlo, imposible comunicarme, nos dejábamos mensajes, al fín una llamada..
– Hola Amor llegó el viernes, nos vemos En la cena.
Viernes 31del 12.
Me esmere, prepare varios platos,
La última cena del año estaríamos juntos; No podía manejar la ansiedad, esa noche le daría la noticia…Estaba embarazada.!!
Era feliz, ¡¡un hijo!! .
Me puse el vestido rojo que tanto le gustaba, me arregle para él.
La mesa estaba dispuesta con todos los detalles.
Impaciente hiba de acá para allá, que no faltará nada, esa noche tenía que ser perfecta.
Contaba los minutos que pasaban lentos, se transformaron en interminables horas, pensé que se había retrasado el vuelo, en esa fecha suele ocurrir.
Suena el teléfono…Era Karen..
– Hola Caro,
¿como estás? Lamento la noticia !!
– Que noticia?
– ¿ Cómo no te enteraste? Esta en todos los canales!
La deje hablando sola, el corazón salía del pecho latiendo ferozmente
hasta llegar a la tele y encenderla.
Ahí estaba..
Avión proveniente de Italia, vuelo
……. cayó al mar, no se saben los motivos..
No hay sobrevivientes…
No se cuanto tiempo estube desmayada me desperté en los brazos de Karen.( Presintiendo. lo peor cuando le colgué el tel.corrio al departamento).
Al no tener contestación, llamó al encargado, le explico la situación , quien habrio la puerta y me encontraron inconciente.
Aún no se como sobreviví con tanto dolor, el hijo que llevaba en el vientre me dio fuerzas..Nuestro hijo, te veo en él, con su pelo rubio y sus grandes ojos..mi alegría, mi todo.
24 de Diciembre..
Pasaron 5 largos años, aún vives en mí, nuestro hijo cumplió 4 años, Tiene tu nombre.
Vamos al Centro Comercial, le prometí llevarlo a ver a Papá Noel, nos acompaña Karen, mi fiel amiga y madrina de Andrés..
Saliendo del lugar con Andrés de la mano, llevo por delante a alguien, lebanto la vista y no puedo evitar la emoción que siento, el corazón quiere salir del pecho…Apenas puedo articular palabra.
– Perdón lo confundí con alguien.
Me tomas del brazo y me dices..
– Caro…Soy yo…Andrés.
– ¿Cómo? ¿Cómo? No es posible.
– Déjame explicarte.
– No entiendo, no entiendo repetía una y otra vez;Te lloré 5 largos años creyendote muerto.
Perdón, perdón por mi cobardía.
– Tu nombre estaba en la lista de pasajeros desaparecidos.
– No tomé el vuelo, a último momento decidí no hacerlo.
– Pero, ¿Porqué dejaste que te creyera muerto? ¿Porque?
Hacía varios meses que había conocido a otra persona, en uno de mis viajes; Esa noche te hiba a contar todo, pero no me animé, pensé hacerte una carta explicándote, perdón fui cobarde;
Me estableci en Italia, hace una semana regresé.
Lo escuchaba perpleja, no podía creer tanta hipocresía, en ese momento no se si prefería el dolor de saberlo muerto o el de saber la verdad.
¡Te lloré 5 años!
Karen que venía a mi lado, quedo sin palabras.
– Perdón, perdón …Repetía una y otra vez.
En un momento se acerca una joven.
– Te presento a Laurent, mi pareja.
Ella es Caro una vieja amiga.
No articule palabra.
Mucho gusto!! Me dice, al ver a Andrés acota ¡Que bello niño que tienes! Yo no tengo hijos, no puedo,
y sin más se dirige a Andrés.
– ¡Hola jovencito! Eres muy apuesto,
¿Cómo te llamas?
– Me llamó como mi papá, que está en el cielo. Vive en la estrella más brillante la veo todas las noches al acostarme.
– ¡Ah! Dime pues.
– Me llamó Andrés.
Sin más, nos alejamos sin mirar atrás.
– ¡No se que sentistes!
Yo me sentí libre de las sombras que me siguieron 5 largos años.
– Mamá quien era el señor que encontrástes?
– Nadie hijo, tan sólo una sombra del pasado.
Dibuje una sonriza pensando en esa última cena que nunca tuvimos.

PEDRO A. LÓPEZ CRUZ

Ambos permanecían frente a frente, esperando el momento, estratégicamente situados en cada uno de los extremos de la larga mesa familiar, en una última noche en la que todo rozaba la perfección: sus miradas de apariencia perfecta, los cubiertos alineados de forma milimétrica a ambos lados del plato, una pieza de la mejor vajilla, la temperatura perfecta, gracias al fuego que ardía generoso en la chimenea y un acogedor ambiente a la altura de las circunstancias.

 

La realidad, sin embargo, se hallaba a años luz de esa artificial apariencia. En el interior de aquellas cuatro paredes de piedra sobrevolaba un ejército de negros fantasmas, como jinetes del apocalipsis, en forma de soledad, indiferencia, distancia y rencor. Aquellas falsas miradas servían para esconder el grueso muro que separaba sus vidas, y que ambos habían ido construyendo a lo largo del tiempo, día tras día, ladrillo a ladrillo, momento a momento.

 
Horas antes, la cocina bullía en un ambiente digno del mejor de los restaurantes. Una increíble mezcla de olores, sabores y colores que se entretejían, embriagando cada uno de los sentidos e impregnando la noche de la magia necesaria. Eran plenamente conscientes de que iban a pasar completamente solos la última noche del año. Sin embargo, y pese a todo, ambos se afanaban en preparar la más extraordinaria y opulenta cena imaginable. Como si afuera estuviese esperando la familia al completo. Pero los dos sabían que todo era una fachada, pura apariencia, la misma apariencia que habían venido fingiendo todos esos años.

En un instante, aprovechando un descuido del marido, ella dejó caer una cierta cantidad de un determinado ingrediente que en principio no formaba parte de la receta, pero que había considerado incorporar para la ocasión. Él, por su parte, procedió a esconderse ligeramente tras la puerta de la despensa mientras abría la mejor botella de Cabernet Sauvignon que acababa de seleccionar y subir de la bodega. Tras escucharse el inconfundible sonido del corcho, rápidamente vertió el contenido del pequeño frasco. Incoloro, inodoro, insípido… exactamente las características que en el colegio le enseñaron que debía tener el agua.

De repente, el antiguo reloj de pared marcó las diez de la noche. Justo entonces, como si alguien hubiese dado un silencioso pistoletazo de salida, ambos comenzaron a comer como autómatas, sin hablar, de forma mecánica, pero saboreando cada exquisito bocado y cada delicioso trago. A pesar de su frialdad, solo comparable a la que se respiraba aquella noche en el exterior de la mansión, nada les iba a impedir disfrutar de aquel suculento manjar en una noche tan señalada.

Dos horas más tarde, sonaron primero los cuartos, a los que siguió la docena de uvas que, al ritmo de las campanadas, ambos fueron engullendo. Esta vez sin desearse una suerte que sin duda alguna ya hacía tiempo que les había abandonado. Una vez la cuenta llegó a su fin, se miraron unos instantes, con un evidente desdén y cierto sentimiento de obligación. Finalmente, se abrazaron frente a las llamas que calentaban sus cuerpos.

Y allí permanecieron ambos, detenidos, esperando a que el tiempo fuese dando paso al transcurso de los acontecimientos. Hasta que la última brasa acabara consumiéndose. Hasta que una ráfaga de viento helado abriera de golpe el gran ventanal del salón y a través de él entrara una nube de copos de nieve.

JAVIER GARCÍA HOYOS

La playa de Ereaga estaba vacía. Anochecía mientras una suave lluvia se afanaba en humedecer la arena. Las olas acompañaban con su infinito vaivén aquel lugar. El faro del espigón que protegía la ría de la fuerza de las tormentas, estaba encendido.
Clara tomó aire, el olor de la salitre la relajó. Al fin en casa, tras ocho años fuera.
Miraba la foto rota de su boda. Una de sus dos apuestas perdidas. Recordó a su viejo amigo, Kai. Él le diría: “No importa lo que haya pasado, lo que importa es lo que harás a partir de ahora”
Él último día que le vio, fue la noche antes de que ella se marchase a Estados Unidos. Trabajaría para la N.A.S.A. como astrofísica. Clara siempre soñaba con mirar a las estrellas, escudriñar el cosmos y descubrir sus misterios. Kai le había llamado para pedirle un último favor antes de que se marchara.
Se citaron en un restaurante del puerto deportivo. Cuando ella llegó, Kai ya estaba ocupando la mesa. Era viernes y muchas mesas estaban ya ocupadas. Desde las cristaleras que ocupaban las paredes podían verse los barcos atracados.
Ella se sentó en la mesa. Ambos se miraron.
—Bueno Clara, llegó el día de la despedida. Me alegra que al fin cumplas tu sueño. —dijo él.
—Te echaré de menos. Pero volveré cada vez que pueda, tranquilo. Allí también existen las vacaciones ¿sabes?
Él alargó su mano hasta la de ella y la miró a los ojos. Cuando la miraba así sentía que en esos momentos nadie más existía en el mundo excepto ellos dos.
—¿Cuánto hace que nos conocemos?
—Si no recuerdo mal, diecisiete años. Desde que casi provocamos un incendio en el colegio con aquel experimento de ciencias. Nuestro profesor no tuvo su mejor idea al juntarnos para hacerlo.
—Toda una vida, Clara. Ya tenía ganas de que me dejaras tranquilo. Trata de no provocar accidentes por allí. Esos telescopios deben ser caros.
El camarero se acercó para tomar nota del menú: Ensalada, dorada al horno con una cama de patatas panadera y gofres.
La cena tardó poco, entre risas y recuerdos, los platos se iban vaciando y el reloj iba caminando.
Pidieron la cuenta. Siempre pagaban a medias y Clara comenzó a hacer cuentas.
—No. Esta vez invito yo. Déjame hacerte este regalo de despedida. Que no se diga de mí que no he sido un esplendido.
—Vamos, no exageres. Volveremos a vernos, aunque sea dentro de unos cuantos meses, pero lo haremos. ¿Crees que me voy a olvidar de ti por estar tan lejos?
Kai pagó la cuenta, e hizo una seña al camarero para que recogiese la bandeja en la que había dejado el dinero.
—Se que soy inolvidable. En ese sentido estoy tranquilo. Pero me temo que no volveremos a vernos. Por eso te llamé.
Clara se extraño al oír eso. Vio como Kai se levantaba de la silla con una sonrisa, y la invitaba a ella a hacer lo mismo. Salieron del restaurante sin decir nada, la temperatura era agradable. Comenzaron a pasear.
—¿Vas a dejar de ponerte tan misterioso o me vas a decir algo antes de que me vaya?¿Por qué no vamos a volver a vernos?
Sin dejar de caminar se fueron acercando hasta la playa.
—Esta mañana estuve en el médico. Bueno, lo correcto sería decir “volví”. Me confirmaron lo que ya temía hace tiempo. Me quedan tres meses.
Clara sintió como su corazón se paralizaba. Todo le daba vueltas y se agarró una barandilla, justo en la entrada de la playa. Miró a su amigo, a la persona que siempre había oído todas sus confidencias y de la que también ella sabía todo, o eso creía hasta ese momento.
—¿Por qué no me habías dicho nada? —Su voz temblaba. —¿Por qué has esperado hasta hoy para decirme que estabas enfermo? —La respiración se le estaba acelerando y notaba en su interior una rabia incontenible. —¡Eres un cabrón! ¡Eres un cabrón! No puedes hacerme esto ¿me oyes? No puedes, no puedes, no puedes. No puedes morirte.
Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras gritaba. Un intenso dolor se había apoderado de ella. Se puso de cuclillas, y se llevó las manos a la cara. Como una niña a la que la habían castigado.
Kai se agachó y la abrazó, ella hizo lo mismo sin dejar de llorar. Siguieron así durante media hora.
Ella se calmó y volvió mirarle a los ojos; de nuevo, eran los únicos seres del planeta.
—¿Qué es lo que te ocurre? —preguntó ella por fin.
Él volvió a dibujar una sonrisa en su cara y respondió:
—Eso no importa, no merece la pena gastar mi energía en hablar de ello. Lo que importa es saber qué hacer a partir de ahora.
—¿Y qué piensas hacer?
—¿Recuerdas que te llamé para pedirte un favor?
—Sí —dijo, mientras se secaba las lágrimas de la cara con la manga de su jersey.
—Bien, este es el favor que te pediré. Una última locura antes de que te vayas.
Ella le miró sin comprender. Aún estaba alterada. Él señaló con el dedo índice al aire.
—¿Escuchas eso?
Clara trató de escuchar pero sólo oía una cosa.
—¿El sonido de las olas?
—Sí. Quiero pedirte que bailemos en la playa a su ritmo. Bajo las estrellas. Quiero que este sea nuestro último recuerdo.
Clara se levantó. Juntos caminaron hasta el interior del arenal, justo en el límite que el mar señalaba en ese momento. Como en un vals, se agarraron y comenzaron a bailar. Kai miró hacia arriba:
—Si encuentras una nueva estrella, ¿le pondrías mi nombre? Así podría saber donde estar para vigilar que no hagas tonterías.
—No lo dudes, miraré a esa estrella para mirarte. Espero verte allí.
Aquella fue su segunda apuesta perdida. Nunca encontró una nueva estrella. Sin embargo, eso no importaba. Sabía donde encontrarle siempre que quisiera:
En aquella playa vacía, casi de noche, en la que una fina lluvia humedecía la arena. Donde podía ver las estrellas escuchando la música infinita de las olas.

ARQUILLOS LLERA GUILLERMO

==== El mensaje y la manzana ====
Chesire (Manchester), 7 de junio de 1954.
Estimado amigo Norman:
Cuando puedas leer estas líneas, yo ya habré muerto. Sé que esta noticia te causará un disgusto, que supongo serio, porque conozco que me aprecias sinceramente. Sin embargo, estoy convencido de que no tengo más remedio que actuar como lo hago. Mi vida, si es que a esto que tengo se le puede llamar vida, se ha convertido desde hace dos años, en un arrastrarse a la espera de nuevas depresiones cada vez más fuertes. Ya no puedo más.
Tú conoces algunos detalles de mi historia, porque me has oído contártelos y te habrás hecho una idea de que no soy una persona convencional. Yo mismo me reconozco como un bicho raro y no me avergüenzo en absoluto de serlo: esas peculiaridades mías son, en realidad, mis señas de identidad.
¿Te he dicho, por ejemplo, que aprendí a leer yo solo, que nadie me enseñó? ¿Te he contado que a los diez años ya entendía libros avanzados de biología de los que deduje que el cerebro humano actúa como una máquina? Sí, Norman, estoy convencido de que se pueden construir máquinas que lleguen a pensar como lo hacemos nosotros.
Toda mi existencia la he entregado a mi formación y a la resolución de problemas que puedan salvar vidas. Y eso es lo que hicimos en Bletchley Park. Estuvimos alejados del mundo y nadie oyó hablar de nosotros. Tuvimos que trabajar muchos días y largas noches para modificar la máquina polaca que fue la base de la que yo llamé Christopher. Con su ayuda, conseguimos romper las claves de cifrado a los mensajes del ejército nazi y desde aquel momento supimos el lugar donde se iban a producir los ataques.
Una vez acabada la guerra, por razones de seguridad nacional, nos hicieron destruir todo nuestro trabajo. Había sido duro: muchos días habíamos tenido que asumir el papel de Dios, decidiendo qué acciones enemigas revelábamos a los aliados y cuáles no. De esta manera, los alemanes nunca perdieron la confianza en su máquina Enigma: hubo que sacrificar muchas vidas para que no sospecharan que conocíamos sus movimientos y terminaran cambiando el método de cifrado de sus mensajes.
Después de todo aquello, Norman, no sé si conoces en lo que seguí trabajando: intentaba resolver nuevos retos matemáticos y quería construir una máquina universal que pudiera solucionar cualquier problema que se le plantease. Es mi trabajo como matemático e ingeniero.
Desde el primer momento supiste que soy homosexual. ¡Qué hipocresía la de la sociedad inglesa! En el ambiente de Cambridge y en Estados Unidos, esto ya no es nada sorprendente: cada uno vive y manifiesta las inclinaciones que tiene, sin tapujos, con libertad. Pero aquí las leyes nos consideran un peligro social, una amenaza: somos delincuentes.
Fui a denunciar que habían robado en mi casa, entré en comisaría confiado en el sistema. Y salí acusado del horrible delito de ser como soy. Mi proceso duró más de once meses y me hicieron elegir entre ir dos años a la cárcel o las inyecciones hormonales: la castración química.
Norman, ¿cómo podría seguir trabajando en mi proyecto de una máquina que replique el pensamiento humano desde la celda de una prisión? Tuve que elegir el tratamiento.
Nunca calculé que todo esto iba a ser tan duro. ¿Sabes? Me han crecido pechos, he engordado muchos kilos, estoy constantemente deprimido, me vigilan cada instante de mi vida para ver con quién me relaciono, cuáles son mis amistades, con qué personas hablo. Seguramente, amigo, a ti también te habrán investigado aunque no lo imagines.
Peor aún: me han desacreditado ante la comunidad científica por ser como soy, como si todo se redujera al resultado de una elección propia: muchos opinan que he decidido ser homosexual, un peligro para la sociedad. Y piensan: “Si Alan Mathison Turing, que es un invertido, dice que las máquinas pueden pensar, entonces es que no pueden”.
¡Es ridículo, Norman, ridículo! Si no fuera tan trágico, si no me hubieran desagarrado por dentro, me reiría de ellos. Bromearía sobre una ley que me obliga a no poder ser como soy. Te juro que he intentado superarlo, ignorar lo que me rodea y centrarme en mi trabajo.
Esta tarde he estado volviendo a leer el cuento de Blancanieves: me gusta pensar que alguien se puede aislar de quien ha decido hacerle imposible la vida. A pesar de todo, créeme amigo, yo ya no puedo más. Yo no tengo más lágrimas.
Voy a cenar justo lo que necesito, será mi última cena: una manzana que me impedirá seguir sufriendo como lo estoy haciendo. Me ayudará el cianuro con el que la he impregnado.
Dile a mi madre que la quiero.
Saludaré a mi amigo Christopher de tu parte. Estoy seguro de que, si hubieras llegado a conocerlo, te hubiera caído muy bien. Era una gran persona. Creo que, siendo unos niños, estuve enamorado de él.
Un abrazo, Norman, nos veremos.
Tu amigo Alan.

EMILIANO HEREDIA JURADO

En la ciudad de Jerusalén, por entre sus angostas callejuelas, unos personajes, van encontrándose por el camino que lleva a un mismo punto. Como los fantasmas se juntan en busca del comecocos.
Escuchemos su conversación:
-¡Hombre Simón!, Cuánto de bueno, me alegro mucho de encontrarte.
-Bartolomé hermano, qué tal te va. ¿Vas a la cena?.
-Por supuesto, por lo visto, nuestro presidente, ha querido juntarnos en una cena para formar la junta directiva.
-¡Mira!, Por la plazuela, bajando la calleja dónde está aquel camello, bajan Santiago senior, Santiago junior, y Andrés.
-¡Simon, Bartolomé!, ¡Cuánto bueno!, ¿Vais a la cena?
-Si-responde Simón- supongo que al igual que vosotros, habéis recibido un e-papiro de nuestro director ejecutivo Pedro, citándonos en…
-En Casa «La Magdalena llorona» -responde Santiago senior-
-¡Eso!-replica Santiago junior-
-¡Vamos pues los cinco juntos!-exclama Andrés-
Los cinco, llegan a la posada «La Magdalena llorona», donde están esperando el resto de los invitados.
Tomás,Pedro, Felipe,Mateo,Judas Iscariote y Judas Tadeo.
Todos se saludan, y todos los ojos se dirigen a tres personajes que están más apartados del grupo.
Pedro, que observa el cuchicheo, se dirije al grupo:
-¡Atención amigos!, Un poco de silencio, tengo el gusto de presentaros a tres amigos de nuestro compañero Juan que, junto con él, formarán el grupo de cuatro personas responsables del departamento de marketing. Os presento a Mateo, Marcos y Lucas, démosles un cálido aplauso.
Los doce hombres del grupo, aplauden y Judas Iscariote, le dice por lo bajo a Judas Tadeo:
-Son enchufados de Juan, el favorito de Nuestro presidente, pero tengo tres primos que lo harían muchísimo mejor que estos tres.
-¡Atención! -Dice Pedro-, acabo de recibir un Whatspaloma de nuestro presidente, que ya está llegando, ¡Recibamos con un fuerte aplauso a nuestro presidente Don Jesús de Nazaret!
Por la calle, montado en un lujoso burro deportivo, baja Don Jesús de Nazaret, con una elegante túnica de Titto Bruni, y calzando unas sandalias Manolos, y todo el personal de la empresa, a ambos lados, pronunciando loas a su presidente:
-¡PRE-SI-DEN-TE!,¡PRE-SI-DEN-TE!
Portan ramas de Palmera en las manos, sacudiéndolas para espantar a las moscas, que en ésta época del año están muy pesadas.
Don Jesús de Nazaret, se baja del burro, y se abraza a Pedro.
-¡Amigos míos!, ¡Muchas gracias por venir!, Espero que esta posada, sea de vuestro agrado y la fiesta posterior.
-No es por desmerecer, Don Jesús, pero me han hablado de un sitio de moda mucho mejor que éste, con mucho más glamour y más clase, como usted merece,Don Jesús-interrumpe Judas Iscariote-
-¿De qué sitio me hablas, Judas?-pregunta Don Jesús-
-Se llama «El calvario»,señor.-responde Judas-
-¡No! ¡ahí no!, que te clavan-replica Don Jesús-.
-¡Venga entremos!-Dice Pedro-
Se sientan todos mientras los camareros, van sirviendo los entremeses fríos y calientes.
-¡Clin-clin-clin!-Don Jesús, llama la atención a los asistentes, golpeando una copa con una cucharilla-. Bienvenidos a la primera cena de empresa, nuestra empresa.
-¿Qué empresa, Don Jesús?-, pregunta Felipe-
-Si me lo permitís-prosigue Don Jesús-, mediante un Lienzo-point, os explicaré. Como sabéis, mi padre ha querido expandir su emporio celestial, aquí en la tierra-se ve a Dios, gobernando entre los arcángeles-y me a pedido que amplíe el negocio familiar aquí en la tierra, por favor, Pedro, pasa el lienzo, la empresa se llamará «Religión Católica S.A.», y todo aquel que lo desee, Pedro, pasa lienzo, podrá adquirir paquetes de buenas acciones para adquirir beneficios de dicha empresa. Hasta aquí, ¿alguna pregunta?, sí, Judas Tadeo, tú dirás.
-Disculpe, ¿Las croquetas de que son?, es que soy alérgico al marisco.
-De jamón y de bacalao, Judas Tadeo-responde Don Jesús-
-¡Ah!, Gracias.
-Seguimos, Pedro, por favor, lienzo, aquí os presento el organigrama de la empresa:Yo, Presidente del grupo, Director General, Pedro, comerciales, Simón, Tomás, Bartolomé, Andrés, Santiago senior, Santiago junior, Felipe, Mateo, Judas Tadeo y Ceo de la empresa, Judas Iscariote. Administración: Director mi padre Jose, recepcionistas y administrativas, Veronica, Magdalena y mi madre María.
Los comerciales, tendréis la importante misión de repartir nuestro producto, y que la gente lo practique.
-Don Jesús-Pregunta Andrés-¿Hay platos veganos?, es que soy vegetariano.
-Siii, Andrés, aquí tienen de todo
-¿Y una cremita?, que uno está mayor-Pregunta Santiago Senior-
-Siiii, también-responde resignado don Jesús-¡Ahora a disfrutar!
Pasan una velada estupenda, y pide don Jesús la cuenta-
-Disculpe, pero ésta tarjeta no es válida-le dice el dueño del restaurante a Don Jesús-
-Vaya, usted disculpe, es que es nueva-dice don Jesús-¿Alguien tiene cash?
-¡Yo!-responde Judas Iscariote-tengo casualmente 30 monedas de plata-
Llaman a la puerta.
Una patrulla de centurinem municipalen, preguntan por Don Jesús.
-Sí, soy yo-Responde Don Jesús-
-Tenemos información de un miembro de su empresa, que ha desviado sextercios a Galileum, usando cuentas opacas.
-Pedro, quédate al cargo, que pago la fianza y enseguida vuelvo, si te preguntan, aunque sea tres veces, tú di que no me conoces-
-¡Don Jesús!-¿Hay chupitos gratis?-pregunta Santiago junior-
-Vamos, tira pa lante -Dice el sargentum-
-¡Señor que Cruz!-Dice don Jesús-

KATA MAR

Basado en una historia real.
Rase, pelusa, y el carnicero, eran sicarios de la alta sociedad , estaban acostumbrados a comprar a todo el mundo ,políticos, a policías de alto rango, lo único que no podían comprar era la vida de ellos y sus familias, por eso trataban de comprar su cariño con cosas de mucho lujo, casas, clubs, comida, etc.
Una tarde estaban preparando un tremendo golpe para ayudar a un amigo íntimo a salir de la cana, estaban seguros de que nada les podría salir mal puesto a que previamente habían comprado a medio mundo, tenían a su favor a policías, de la misma cárcel, a senadores, quienes les ayudaban suavizando las leyes para que no les pegara tan duro. , hasta algunos periodistas estaban comprados en sus crónicas ni los misionaban. En definitiva, era el plan perfecto.
El día esperado llego miles de camionetas de lujo llegaron al penal, disparando a diestra y siniestra, fueron los guardias que en su mayoría cayeron en combate, el director del penal llamo refuerzos, pero estos no fueron suficientes, el derramamiento de sangre fue impresionante, incluso llego el ejército con sus tanquetas, trataron de perseguirlos, pero no lo lograron, al parecer estaban apoyados por el mismísimo dios del mal, eran imparables. Hubo muchas bajas de hombre de la patria.
-lo logramos perritos, lo logramos.-dijo el carnicereo cuando llegaron al escondite. Nos merecemos una noche inolvidable, con todo, para celebrar el triunfo con el parcerito, así todos acordaron, les encargaron a sus sirvientes a que prepararan todo lo necesario para la aquella velada.
Llegó la gran noche, se reunieron todos con sus familias, era un mundo de gente, comida, vino, toda clase de tragos, la mesa era enorme, en la casa habían empleados por donde uno mirara, todos estaban muy elegantes, como para la ocasión, al legar la media noche se presentaron mariachis cantaron toda la noche. Todos reían y comían de todo.
Cuando de repente hubieron disparos, toda la gente salió corriendo despavorida, otros se escondieron debajo de las mesas para protegerse, un hombre al que le decían “el duro” empezó a decir que busca a Pelusa, en ese momento hubo un silencio sepulcral a lo cual el hombre volvió a disparar al aire, y a la vez volvió a preguntar, que donde esta Pelusa, lentamente el susodicho fue saliendo de debajo de una de las mesas.
– Aquí estoy. Dígame pues que necesita, pirobo.
.-Venga aquí, de inmediato, demuéstreme que usted es un varón
Este se enojó, se paró inmediatamente al lado del señor, con su arma en mano.
-Mire… usted va a hacer lo que yo diga o si no esta noche va a correr más sangre de la que usted ha visto en todos estos años.
.-Diga pues marica a quien hay que darle plomo.
– A usted, usted se va a pegar un tiro. En frente de toda esta gente, sus hijos van a recordarlo como un hombre que tiene las huevas bien puestas.- Pelusa se quedó frio, se puso blanco como un papel, eso no se lo esperaba.
Pelusa miro a su sus pequeños, ellos estaban muy asustados, llorando, su esposa estaba debajo de una mesa muerta de miedo.
Pelusa cerró sus ojos, se pegó un tiro en la cien, cayó al piso, murió al instante.
Esa fue la última cena que tubo tranquilo junto a los suyos. Estos lo tuvieron que ver ahí inerte, enseguida corrieron a su lado.
“los hombres cuya vida se basa en negocios sucios terminan como termino la Pelusa, muertos o en la cárcel, haciendo que sus familias paguen por lo que nunca han hecho. A carnicero y a Rice los mataron a los dos años después del trágico suceso disque por ajuste de cuentas.
El nombre real era Alfredo Jiménez alias “la Pelusa” Alejandro Martínez alias “el carnicero” y Ernesto Bedoya alias “rice”

SOLEDAD ROSA

He mirado al tiempo dispuesta a desafiar una nueva batalla. En sus ojos he visto el deseo de mostrarme la misma historia, el capricho por recrear esa escena que siempre toma un billete de vuelta. Desprende la calidez suficiente para resguardarme del frío que intenta colarse en algunas fechas marcadas en el calendario.
Vuelvo a ocupar mi sitio en ese retrato de generaciones que compartíamos abuela, hijos y nietos. Vuelvo a escuchar esas historias sabiendo el desenlace de cada una. Y vuelvo a alzar la copa para brindar por todos los que, cada miércoles, nos reuníamos a cenar.
Quiero poner en pausa esa cinta que no para de rebobinarse. Plantar cara al tiempo porque soy incapaz de levantar un muro entre mis recuerdos y la realidad. Ignorante al distinguir comienzos de finales. Si es aquello que el tiempo se empeña en rescatar entre los recuerdos, lo que vivimos en tiempo presente o imaginamos en instantáneas futuras.
Quizás me he perdido entre la monotonía de los días o no soy consciente de que a la vuelta de la esquina puedo chocarme contra un final repentino. Díganme, de todos los finales que escribimos en primera persona, ¿cuándo fue la última vez?

GINO ALBARETTI TARANTINO

«Si, esta será la última» era la certeza que perseguía a nuestro protagonista. Reinaldo, sentado en el medio de una mesa larga llena de comensales, miraba a sus compañeros con una sonrisa de oreja a oreja.
Como hablaban, como reían y como comían lo hacía feliz. Había diferentes tipos de comida. Pollo asado a la vinagreta, costillas, ensaladas de todo tipo, hamburguesas por doquier, perritos calientes, chorizo, morcilla… Y toda la comida tenía un brillo que solo se ve cuando coincide el punto del cocinado y tenemos mucha hambre.
Los olores eran un placer para nuestro sentido. Solo olías lo que te gustaba, y cada olor era un viaje al cielo. Lo blandita y caliente que estaba la carne, la jugosidad de la fruta y las verduras…. No había nada que no supiera especialmente bien. Era un lujo de cena.
Especialmente en esta cena, la última, Reinaldo reconocía que sus sentidos se habían agudizado.
• Una pena que sea en la última- decía
Aunque además de tener unos sentidos especialmente agudizados y disfrutar de ese momento como nunca, había algo más en el corazón de Reinaldo. Era algo que no sabía ni olía tan bien como el manjar que lo rodeaba. Era la parte agria del saber agridulce.
Su corazón se estremecía solo de intuir lo que iba a suceder. Había algo peor que tener una última cena, no saber que iba a ser la última. Pero Reinaldo si lo sabía, sabía que sería la última y esto, no disminuía su sufrimiento.
Apenado, no pudo evitar que una lagrimilla se le escapara. Se seco la lágrima y fue al baño, sabía que no iba a ser la última lágrima. Apoyado frente al espejo podía ver a sus ojos más brillantes de lo habitual. Reinaldo estaba sufriendo mucho.
Un amigo se presentó como un ángel entrando por la puerta.
• Reinaldo, ¿qué te sucede? Estabas bien hace un momento y te he visto ir al baño con mala cara.
Después de secarse las lágrimas una vez más, se incorporó para hablar con su amigo.
• Estoy bien, solo que al recordar que es la última cena no puedo evitar estar algo más sensible.
El amigo se acercó colocándole una mano en su hombro.
• Sea lo que sea el motivo estoy seguro que podrás con ello Reinaldo. Se que tu fortaleza podrá con cualquier adversidad que se presente. Y sino puedes, aquí tendrás un amigo para siempre. – terminó diciéndole con una sonrisa
• Gracias- dijo Reinaldo abrazándole
Salieron del baño y se dirigieron al salón comedor. Mientras iban caminando, el amigo vio preparado a Reinaldo para hablar un poquito más. Pensó que si compartía aquello que le hacía sufrir podía sentirse mejor.
• Reinaldo, hay una cosa que me gustaría preguntarte. – le dijo deteniéndose
• Si, dime.
• ¿Por qué crees que esta va a ser tu última cena?
El amigo estaba asustado. No sabía que podía decir su más querido amigo y más aún, no sabía si iba a poder ayudarle.
• Pues la verdad es que… – dijo suspirando Reinaldo – esta es mi última cena porque ayer fui al médico y me dijo que…
Su amigo al oír la palabra médico comenzó a pensar en lo peor. «¿Qué enfermedad terminal podría estar atormentando a mi amigo?» pensaba.
• El médico me dijo que disfrutara esta cena porque sería la última porque no volveré a cenar más. Estoy a dieta.

FLOR RODRÍGUEZ

El año culmina con una cena,
Despedimos las alegrías vividas e intentamos enterrar las tristezas.
Nos abrazamos en forma de redención, Invitando al cariño y al amor a envolvernos con fuerza.
Le damos la mano al presente y soltamos el pasado.
Nos guardamos los suspiros, para gritar eufóricos ante la llegada de un nuevo año.
Nada cambiará al dar las 12 pero creer en la posibilidad de liberarnos del ayer y dar paso a lo que vendrá nos llena de dicha, nos infla el corazón.
Levantamos las copas al unísono y dibujamos sonrisas frente a una cámara para inmortalizar nuestra felicidad.
Nos volvemos fuertes por un instante y luego, como el ayer que quedó tras las manecillas del reloj, nos convertimos en olvido pero ahora en la mente de otra persona, que alza su copa rogándole al tiempo olvidarnos.

SARA RÍU

Llegaba el avion desde mexico la tarde en que Silvia Salazar, era aplaudida entre multiples

felicitaciones

.Por su ultimo libro El juez Russel y el tren desvocado.Que por cierto tubo gran aclamacion en España por el caso del juez Roni con un argumento muy similar pero autentico.

En el cual parecian coincidir los secretos de la trama Roni.
Silvia Salazar lograba dar termino a su escueto discurso en la libreria la huella de las letras.Y comenzaba a despedirse mirando sutilmente su reloj de pulsera.
Depronto algo hizo que todos distrageran su mirada de la atractiva escritora de misterio.Alguien torpemente habia dejado caer un vaso de cafe sobre las baldosas del suelo y, el tumulto de gente se apartaba del pequeño incidente con el temor de resbalar sobre el liquido.Silvia estaba de frente a el suceso unos metros mas al fondo.Al ver la escena comenzo su mente a viajar por una galeria de pensamientos y recuerdos que la llevaron a revivir un pasaje de su juventud mas inexperta.
Aquel escenario describia a Silvia en la biblioteca publica de Toledo, cuando aún era escritora novata.El escritor León Marín,
estaba dando una charla de su libro gaviotas a ras de suelo.Cuando Silvia se acercaba a él para ofrecerle una taza de café, con la mirada fija en la comisura de sus labios que tan exquisitamente se expresaba atrapando la atencion de un publico agradecido.Pero que quedo todo interrumpido por el desastre que, la mano vacilante de Silvia habia provocado; ensimismada en la palabreria del escritor que no tardo en esbozar una sonrisa a la chica._No debes preocuparte, las letras son tu mejor enlace podria suceder de aqui una historia .Dijo él.
Entonces algo interrumpió aquel lapsus de sus pensamientos devolviendola al presente ._De aqui podria salir una pequeña historia, no cree usted señorita Salazar?_
Silvia aun sobre el escenario, rodeada de gente; sonreia a su editor Samuel ._Todo es posible.
Y prosiguio en direción a la salida,asiendo el bolso de piel que Carlos le habia regalado en su cumpleaños .Y fué caminando ensimismada vuelta a los recuerdos.Mientras todos quedaban atrás felicitandose por las ventas y el exito.
La escritora tomo un taxi, rumbo al aeropuerto, en el trascurso del viaje se avivaba una vieja pasión dormida que, se habia logrado despertar con el incidente del café vertido.
Del bolso sacaba una barra de labios y un espejito y mientras se maquillaba la comisura despuntaban en su mente los delirios de una pasión lejana.
Caricias intensas, extenuantes abrazos que desencadenaba la tristeza en las pupilas vidriosas de sus ojos.Ella sabia que aquella pasion no volveria nunca a revivirse.Su pasado era demasiado tormentoso para volver a retomar una relacion infructuosa e inestable.Silvia sentia que necesitaba salir de todo eso y que no debía salir esto, a la luz nunca.
De modo que, guardó su carmín de labios volviendolo a introducir en su bolso.Cerrandolo con una sutil caricia, dejo de recordar a Carlos.
_Por favor dese prisa, necesito retomar el vuelo a Mexico y he de cojerlo a tiempo !
_No se preocupe ya no queda mucho tramo.Respondia el taxista.
Tras media hora de viaje llegaron al aeropuerto y bajando del taxi, pagaba muy apresuradamente al taxista.
_Oh cielos, quedese con el cambio, no voy a llegar a tiempo a ese dichoso vuelo..!!
El taxi volvia a retomar su ruta y Silvia caminaba doce pasos, hasta llegar a introducirse, en las salas del aeropuerto.
_Un billete por favor con destino a Mexico.
Dijo dirigiendose a una azafata tras el mostrador.
Llegaba a la puerta del avion de destino,recorriendo a pasos ligeros la sala.
Derrepente el equipaje de alguien choca con el bolso de ella perdiendo el equilibrio sobre sus finisimos tacones de aguja.
Ella esboza un quejido viendose caer al suelo.Pero he aqui que no cae, que algo obstaculiza la prevision de la caida.Ella nota que es tomada por la cintura y asi trata de incorporarse.Su rostro se vuelve hacia su auxiliador, la mirada se clava el uno sobre el otro.Ella siente latir con fuerza su corazón.Y él se siente atrapado en las pupilas ensimismadas de Silvia.Sus profundos ojos negros, sus cabellos ondulados y su torso delicado, donde el momento de un hombre, se vuelve eterno.
Silvia depronto nuevamente reacciona, parece reconocerle .
_León Martín!
El dejo de abrazarla ._¿La conozco señorita ?_Ella dijo_yo fui quien le tiro encima una taza de café, en la biblioteca de ..Antes de acabar él respondia_ah si, ya recuerdo, no todos los dias te tiran una taza de cafe.Dijo sonriendo.
Silvia se ruborizó._Es usted actualmente la escritora, de libros de misterio,no és asi ?
_Ciertamente, pero vengo huyendo de ese titulo,y un poco más, me gustaria despejarme.Aclaraba Silvia.
_Comprendo lo que siente, asi llevo yo todos estos años, ademas que parece perseguirme a todas partes mi pasado.Por eso decidi terminar mi gira por España y aqui estoy esperando tomar el vuelo.
_Parece que el destino nos exige demasiado,verdad?.Dijo Silvia desilusionada.
_Mire esa pancarta, dice feliz fin de año !
Silvia veia una pancarta sobre la puerta de trasbordo.
_España es un pais hermoso verdad?Dijo Silvia.
_Si nos hubieramos visto antes, tal vez la hubiera invitado a cenar en un exquisito restaurante de Madrid!Respondia Leon Martin.
Silvia tomo aquello como una insinuación, que le hizo hacer un gesto con la ceja.Mirando al apuesto galan,de cabellos negros y de entradas sutilmente agrisadas se dejo llevar del momento.
_Podria ser posible una ultima cena, si el avion no fuera a partir todavía.
El la miraba a los ojos .
_Por qué detener el rumbo de las horas, cuando el destino está por escribirse..
Ella entonces sucumbió a los encantos de León para escribir junto a él la historia de una ultima cena, en una noche de estrellas infinitas, donde dos vidas comienzan un nuevo amanecer.
Autoria: MªDolores Ruiz

GABRIELA MOTTA

—La última cena no fue como te la contaron —me dijo— ni eran todos hombres, ni se compartió comida. La última cena fue una mezcla de magia y amor.
Me perdí por un momento, no sabía de qué me estaba hablando, ella tampoco insistió en aclarármelo y prosiguió.
—Estábamos todes sentades en ronda.
—¿Estábamos todes? —pregunté.
—Sí, todes afirmó y de pronto él se levantó tomó algo entre sus manos que lejos estaba de ser un pan y dijo algo así como: —yo soy la luz— y ¿saben qué? Yo era luz, no sé cómo, no lo sé, pero yo era luz que se inmiscuía por cada rincón de aquella habitación sin mesas, sin comida y sin protocolos.
—Ya sé —me dijo— no entendiste nada.
La miré desconcertada y pregunté:
—¿Acaso alguien la entendió? me sonrió y continuó:
—Nunca se trató de entender, sino de sentir.
Y se marchó dejando aquella historia que paso inadvertida así como su presencia.

 

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13 comentarios en «La última cena»

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