¿Dónde están todos?

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «¿dónde están todos?». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 8 de julio! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

MARÍA CRUZ ESTEVAN APARICIO

LA CASA ESTABA EN SILENCIO CUANDO LLEGUE DE LA COMPRA.
¿Donde están todos?medije ami misma.
EN aquel momento sonó el teléfono. Mamá no vendré a comer. Se me olvidó decirte que Maribel me ha invitado a pasar el día en la casa de la playa. Sus padres están de viaje.
No me dio tiempo de adbertirle cuidado con el agua. Su nadar siempre fue pesimo…
Comencé a colocar la compra en su lugar, cuando de nuevo el teléfono.
Al ir la voz de mi marido, mi animo se viene arriba. Cariño. Estaré todo el día fuera. Me llamó Manolo todo alterado la cadena de la bicicleta se le ha salido y no sabe como colocarla. Así pues tengo que ir en su busca de él en el punto aquel del monte de Collserola lugar en que te di el primer beso…
Al colgar el teléfono un vacío de tristeza recorre mi cuerpo. De pronto otra vez suena el teléfono. La voz de un de mis tres gemelos me lleno de alegría. Mamá mamá la federación de Rubi se presentó en casa nada más salir tu hacia el mercado. Resulta que tenemos un partido con los de Rusia jugamos los tres que suerte, lo trasmiten a las 12 hora por la radio. Te queremos Mami…
Colgué el teléfono habatida. ¿Donde esto todos, los de mi casa?
El kilo de churros calentitos que he traído para desayunar se los tendrá que comer la soledad que hay en mi casa. ¿Donde están todos?

CORONADO SMITH

La máscara de la derrota
se presentó de improvisto,
arañando las entrañas
de tu disfraz de Mephisto.
Tu diablo se desvanecía
entre brumas de lágrimas,
perdido el sentido común,
atrapado en una espectral ánima.
Volaste demasiado alto
en tu soberbia ilegítima,
pergeñando un malévolo plan
que ni a tu sombra cobija.
Rodeada de títeres infames
babeando al olor de tu piel,
pérfida aroma engañosa
más falsa que el oropel.
El tiempo no pasa en vano
y lo único que desnuda es la verdad.
¿Te preguntas donde están todos?
Asesinados por tu vanidad.

BENEDICTO PALACIOS

¿DÓNDE ESTARÁ?
Rondaban aquella mañana los 25 grados y eran malas noticias porque a las tres de la tarde se achicharrarían a pleno sol. Entonces las abejas deberían resguardarse en la colmena. Una de ellas, Patricia, tenía una amiga, Sole, y ambas se fueron de excursión en cuanto se anunció el nuevo día. A esa hora era bonancible la temperatura. Patricia era una abeja antigua y Sole joven y nueva.
-No te alejes mucho y si encuentras una flor diferente, ya sabes la contraseña.
-Confía, no me perderé.
Se despidieron imitando el dibujo del bucle, solo que no estaba cerrado del todo.
Patricia recorrió los lugares habituales y se detuvo en un jacinto que acaba de nacer. Estaba escondido tras una mata de espliego y guardaba en la corola una gota de rocío. Y Sole, como tenía menos experiencia y era más atrevida, voló sin rumbo fijo.
Empezaba a subir la temperatura y ninguna flor había sido de su agrado por lo que siguió volando y alejándose de la colmena. Al fin descubrió entre la yerbas un gordolobo. Eran algo más de las 12 y el color amarillo de sus flores refulgía en pleno esplendor. Tendría que avisar a Patricia, pero se enredó en el tronco lanoso del tallo. Qué riqueza de flores, qué color. Las flores del gordolobo guardan el brillo de las estrellas, porque cuando estas se cansan de relumbrar, lanzan al mundo un polvillo mágico, parecido al que usan las hadas, pero más brillante, más musical. ¡Cómo no se iba a enamorar de la flor si estaba envuelta en la magia!
Patricia empezó a preocuparse. El sol empezaba a decaer y no tenía noticias de Sole. Se lo notificó a las otras compañeras y todas se pusieron en marcha para buscarla. La encontraron dormida, y aunque algunas querían despertarla, Patricia lo impidió porque un árbol le prestaba sombra.”Mañana, en cuanto amanezca, vuelvo y la despertaré -dijo Patricia.
Cuando atardecía, un gorrión que la vio inmóvil se la llevó en el pico para alimentar a sus crías.
Al día siguiente Patricia la buscó y no pudo encontrarla, ni rastro quedaba de ella, pero volvió feliz y comunicó solemne a la reina lo siguiente: Sole se ha echado un novio.

DIL DARAH

Hace una mañana preciosa y sin lluvias, para variar.
Se suelen llamar de hecho duchas finas, pero las gotas atraviesan las paredes, no nos engañemos. Los mismos meteorólogos escoceses hacen apuestas cada hora, para tratar de adivinar qué pasará, pero bueno, vamos al nido antes de volar al cielo.
El caso es que intentaba llevar a cabo un proyecto de ornitóloga: en concreto observar todos los pájaros que se acercan a comer el arroz integral con el que engordo la tierra cuando no se ahoga. De paso también quiero ponerme al día con cierto grupo de actividades escritoriales: un poco como los detectives americanos, que supervisan desde un coche mientras pretenden comer donuts pero beben.
Me choca descubrir que hasta las palomas son territoriales: las daba por almas puras que apenas gorjean, pero que asaltan tú. Los pequeños grajos se retiran frente a urracas y ellas son las que traen felicidad y prosperidad según leyendas antes del cristianismo.
De momento se comen el arroz que da gusto.
Veo una pregunta, que lanza la señorita que se ocupa de los escritores: ¿Dónde están todos? y su sugerencia me lleva echar de menos las terrazas de España, jo. Cervecita, tapeo, solecito y si te descuidas llego a la playa de Cantabria, que siempre tiro a Galicia, no preguntes.
Pues nada, que vuelven las palomas y ahora las ataca el gato del vecino: ¿pero en qué mente entra que se ponga territorial bajo el zoom de mi propriedad? Ay MacGyver, que no has visto nada y aquí pa´ arroz Valencia.
Clic, clic, que sale el primer relato y me mata las emociones del gato, antes de tirar yo un cacho de pan. No, espérate, que hay un niño muerto en una tumba ¿qué demonios hacen estos pájaros? es que vino una gaviota en picado y le pegó una hostia al felino en el cogote, que se olvidará de mi valla supongo.
Me alegra que no tenga que poner su cabeza en una estaca delante de la puerta, que es que aquí quiero proteger la vida salvaje y no oportunistas.
Anda, que la Marta está azul y también la Raquel, no hablar de que Luisa viene a recordarnos que sin familia no hay nido. Pues soy cuco en cuanto a eso y cuca si miro mi selfie a falta de los cuervos. Puñetera gaviota, que asustó hasta a Byron. Vi un día una atacando un zorro y no veas si me acordé de Pokemons.
Clic, clic, que hasta los desaparecidos con certificado se animan a hablar de Mephisto. Será el mal fario del puto duende, al que estaba a punto de mandar a un manicomio, en búsqueda del tema semanal.
A lo Shutter Island, pero el grupo va mejorando.
Hasta el de los unicornios, más dulce que la confitura de rosas que puse ayer, está amorosamente analizando animas; que paso de clics eh. Me han dicho toda la vida que tengo pájaros en la cabeza y ahora por el jardín, pero veo el documental de Jung y hay otros que viven de platillos voladores.
Sin embargo y amargamente abandonada la ornitología; tengo una pregunta legitima:
– ¿Quién os ha jodido las cañas y las tapitas?

MARÍA DAVID

Y, ¿dónde están todos
esos malditos recuerdos
que yacen moribundos
en un lugar de mi mente?
Vacía el alma que no recuerda,
trágicos los tiempos cuando uno
-no concuerda-;
corazón, atado con una cuerda,
que se atrofia lentamente.
Y, ¿dónde están todos?
esos rígidos momentos
que abarcan en puertos,
amaneciendo entre mundos?

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Silvia era una persona muy sociable y altruista, pero cada vez que era ella la que tenía un problema, se preguntaba:
¿Dónde están todos?
Las falsas sonrisas desaparecían dando paso a la hipocresía.
Todos sabían de la virtud de Silvia de ayudar a los demás, pero la inmensa mayoría se aprovechaba de ella, únicamente se acercaban a ella cuando necesitaban algo.
Cuándo nadie necesitaba nada Silvia se preguntaba :
¿Dónde están todos?

NEUS SINTES

Deseo un respiro, deseo estar solo. – deseaste mirando al cielo estrellado. Junto a una brillante luna llena.
¿Dónde están todos? – desear a veces algo, cambia el transcurso de tu vida. No desees lo que no deberías haber deseado. Ahora sí que te rodea la soledad, lo que deseaste al pedir el deseo bajo los efectos de la luna llena. Tu deseo se ha concedido.
¿Dónde están todos? – te preguntas una y otra vez. Habitas en una casa vacía, cuyas paredes parecen susurrarte en silencio, lo que no debiste desear. Ahora, en tus manos reposa la carta de tu mujer, la única nota que te dejó al marchar, junto con tus dos hijos.
Tus silencios, tus momentos de tranquilidad, que tanto deseabas se han cumplido y ahora, deseas todo lo contrario. Deseas volver a oír los gritos de los niños, revoleteando por la casa. A tu mujer, dando órdenes o escuchando como riñe a los niños para que dejen éstos de pelear.
¿Dónde están todos? – en un intento por recordar las risas de recuerdos pasados. Un sinfín de sonidos que se entremezclaban al estar todos juntos, ahora, el silencio es el único sonido que percibes en la casa. En una casa vacía. Llena de recuerdos y de tu compañera; la soledad.

ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ

Sé dónde estáis
Todos en el mismo sitio, donde siempre.
He estado una vida sin venir.
Vuelvo y siento lo que sentía cuando corría cuesta arriba a descubriros a todos, a los que me habéis hecho ser lo que soy.
No sé porqué deje de venir, sólo sé que no quería terminar de sentir sorpresa.
Ahora parece que ya no queda tiempo y que lo que puedo hacer para remediar lo que no hice con vosotros lo tengo que hacer ya.
Me encuentro aquí, con todos los que estamos. Los que hemos seguido caminos de distinto reguero, los que nos han formado y nos volvemos a ver.
Retrocedo a entonces, no reclamo que vuelva nada, sólo quiero veros.
Hola de nuevo, sé que somos parte todos de todos y quiero agradeceros cualquier instante que hemos compartido.
Sé dónde estáis, quiero veros de nuevo y no volveré a marcharme.
Que el infierno de vuestra gloria no deje de pasar por mi.
Os quiero…
AMMIL

ROMINA GOLDIN

¿Dónde estás? ¡No te vayas !
Quédate a mi lado y dime que en algún momento esto se va a terminar.
Mírame de frente, a los ojos, sin bajar la mirada y dame ESPERANZA.
Regálame un abrazo fuerte y dime al oído que la LIBERTAD volverá a ser el destino.
Cántame una canción y que su letra destile FE, FUTURO, SUEÑOS.
Escríbeme una carta en la que cada palabra me sostenga y me pare firme para seguir luchando.
Hazme un dibujo en el cual se vean esbozos de ALEGRÍA.
Píntame un cuadro en donde sus colores me traigan LUZ.
¡¡¡No me dejes bajar los brazos!!!
En medio de tanta enfermedad y muerte hablame de que volveremos a disfrutar de la SALUD y de la VIDA.
¿Dónde están todos?
Escriban, canten, compongan, abracen, animen, escuchen, pinten, dibujen, sonrían, hagan reír, cocinen…o lo que se les ocurra, pero no se vayan.
¡Nos necesitamos más que nunca!

RAQUEL LÓPEZ

¿Donde estan todos?
los sueños que un dia
en un rincón, quedaron olvidados,
navegando por el mar de la esperanza
ilusiones pasajeras y perdidas.
Guardados entre páginas de versos,
escritos entre poemas del alma,
ansiando ser libres como el viento,
ocultos sin decir ni una palabra.
¿Donde estan todos?
las musas se marcharon
y estoy solo
los sueños que un día despertaron,
quedaron enterrados en el lodo.

CONSUELO PÉREZ GÓMEZ

Como en el juego de la gallinita ciega en un parpadeo perdió de vista al grupo con el que compartía, a medias, entretenimientos…
Se habían propuesto jugar un juego que en las redes aparecía como el top de la temporada.
—¿Y si nos perdemos?
—¿Y si no conseguimos volver? Preguntaba cagada de miedo Raquel.
—¿Y si aparecemos en un mundo molón, molón…? ¿Qué? ¿No te «molaría» más que seguir en este de ahora?
—¡Tú y tus tontás, como siempre ¡Qué mundo ni qué mundo imaginario! Mira, yo me piro a casa, esto no me gusta nada.
Raquel de camino a casa va pensando sobre su forma de afrontar los retos. Es miedosa sí, pero algo dentro de ella hace clic cuando se aproxima el peligro. Se mete en la cama; incapaz de apagar la luz para evitar que la rodeen los monstruos que habitan la oscuridad. El sueño poderoso vence su resistencia a cerrar los ojos y cae en un profundo sopor.
—¡Raquel! ¡Por el amor de todos los cactus! ¿Estás muerta? ¡Tú móvil lleva sonando más de un cuarto de hora!…—Grita la madre que entra como un miura en su habitación, despertándola, haciendo que pegue un salto en la cama del cual casi alcanza el techo.
—¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurre esta forma de despertamiento? De verdad que a veces pienso en la valentía de ser capaz de vivir en esta casa…un día desaparezco y no vuelvo más…
El grupo seguía reunido, sentado en corro habían encontrado en un claro del parque un rosetón de setas. Ni cortos ni perezosos se las echaron al gaznate…lo que pasó después no sería capaz de relatarlo ni el periodista más avezado. De la iniciación del viaje y el recorrido del mismo, no se tienen datos hasta el aterrizaje en una desconocida isla que por su cualidad no figuraba en los mapas. Cuando se vieron en el lugar, lejos de todo, de todos, no experimentaron sensación alguna de pérdida, y sí, una alegría indefinida que no habían conocido hasta entonces. El primer resorte que se accionó en ellos no fue encontrar comida, cobijo…sino explorar el islote que, así en un primer registro parecía más grande de lo que en un principio llegaron a creer. Llevaban más de media hora de caminata cuando en un montículo recubierto de musgo divisaron lo que en principio parecía una puerta. Decididos a cruzar al otro lado y descubrir que era lo que se escondía detrás de su entrada se afanaron en abrirla, cosa que no parecía nada fácil; la entrada sellada por siglos de inanición no ponía fácil el acceso. De repente un estornudo de Mimi y la puerta sin emitir ni un tímido chirrido se abrió de par en par…Regina encendió su mechero de laca rosa, y a la temerosa llama apareció lo que ni en sus más remotos sueños hubieran creído encontrar en una ínsula desconocida y hasta el momento, al parecer desierta. ¿Cómo había llegado todo aquello hasta allí? Es posible que en otro tiempo la isla hubiera sido habitada y a juzgar por el contenido de la cueva los moradores debían haber sido personas preocupadas por esas cosas del ilustracionismo. Hileras de estanterías repletas de libros, mesas con todo el arsenal necesario para la escritura…todo ello intacto, como si el escenario hubiera sido preparado para recibirlos…
Pero ¿esto qué es? Preguntaron a coro mientras recorrían la caverna…hasta llegar al fondo en el que, colgado de la pared aparecía una inscripción en madera: «Habéis llegado al sitio correcto. Este es el grupo de escribanos más creativo de la historia de la humanidad. Sentaos. Es vuestro destino. ¡Escribid malditos!».
Llegados a este punto el narrador se ve incapaz de describir las reacciones de cada miembro del grupo. Resumiendo, mucho, mucho, mucho: «…y fueron felices y sin comer perdices, reescribieron la Ilíada, el Quijote…Cien años infinitos de soledad…y en esa soledad encontraron su camino: la escritura…
«Tras días de infructuosa búsqueda por tierra mar y aire del grupo de jóvenes desaparecido en Cuestiolandia, se suspende la misma y se da por cerrado el caso».
Raquel escucha espantada la noticia que emite la televisión local. A ella, como siempre, la salvó el silbato, ese que con un clic le advertía del peligro de ser audaz; lástima no tener uno que le dijera, más o menos, que la falta de actuación también es un peligro: el peligro más peligroso de todos los peligros: ¡la inanición!

LUISA TABORDA

¿ Dónde están todos?
Sigo sin encontrarlos, además por mucho que intento la búsqueda se me queda a medias.
¡Oh!, abuelo, tío, padrino…
Abuelo,
Volví a mi país en un intento desesperado por despedirme de tí. Pero el tiempo no se detiene.
Si hubiera podido llegar al hospital antes de que te marcharas… Quizás no tendría está sensación tan terrible de haber faltado a mi promesa.
Y si hubiera estado en casa mucho antes, cuando me lo pediste por teléfono. Priorice mi trabajo.
Recuerdo la vez que me dijiste que algún día te gustaría que fuese a ver el lugar donde naciste. También recuerdo tu sonrisa cuando me hablabas de ese sitio y de tus orígenes.
Fui a visitar tu pueblo catalán, te confieso estuve muy poco tiempo, pero gente a la que le dije de quién era nieta, se acercaron y me contaron tus anecdóticas travesuras y describieron tu maravillosa forma de ser.
Me mostraron tu casa de niño y las ruinas que dejó aquella guerra civil. Que en un intento desesperado tu padre embarcó a toda la familia a un destino incierto.
Mientras esparcía tus cenizas, fui a ver la «gran muntanya» como la pronunciabas tú, la que subías siempre para lanzarte y deslizarte en cartones. Esos árboles los que trepaste en los que te fracturaste una pierna y esas calles ahora pavimentadas en las que quizás te detuviste. Ahora todo aquello significa mucho más para mí.
No sé si la recordabas ,pero conocí a una encantadora señora, demasiado mayor llamada Roser un poco senil preguntando ¿ Dónde están todos? A pesar de su memoria mustia te recordaba a la perfección » El nen picabaralles», no sabía que eras un busca rensillas. Tú que siempre emanabas paz, me lleve una sorpresa, la verdad.
No sabía que responder, ya eras el último de esa generación y ahora muerto.
Menti a la señora Roser y le contesté que estabas trepando árboles y los demás trabajando.
Murmuró, –»es trencarà de nou la cama».
Vi como todo se queda en el olvido cuando atraviesas el charco forzadamente: familia, amigos ,vecinos, esencia.
Se que quisiste el país que te acogió y de todas las personas a mi abuela, aunque también se que tu gran amor fue esta tierra pues toda tu infancia está aquí.
Donde quiera que estés, continuas en mi recuerdo.
Las cenizas esparcidas, son solo eso cenizas,porque tú ser y alma estarán para siempre en mi corazón.
Tú no te has muerto, solo sigues recorriendo tu camino hacia otros mundos inalcanzables para los vivos.
Cuando volvamos a vernos y tengo la gran certeza de que así será espero que estés orgulloso de mí y me perdones tantos años de ausencia.
Pero, hasta que eso suceda te prometo que seré valiente.
Abuelo no te digo adiós más bien hasta luego.
Con amor y admiración.

LIDIA FUENTES

¡Qué raro! Hace más de seis horas que he subido mi relato y nadie le ha dado un » me gusta»
¿ Dónde están todos? ¿ Me habré perdido alguna publicación importante que justifique ésta ausencia general del grupo?
Leeré por décima vez mi relato, tal vez se me ha colado entre las líneas algún disparate y los he dejado a todos petrificados frente a sus pantallas. ¡Sí! Voy a entrar para ver …¿ pero? ¿ Dónde está mi relato? ¡No puede ser! No aparece por ningún lado. ¿ Por qué lo han eliminado? No lo entiendo.
Ufff toma aire, relájate Lidia, estás cansada, mira otra vez , llevas poco tiempo en el grupo pero te sientes integrada desde el primer momento, es maravilloso formar parte de él, es una oportunidad muy bonita para compartir y aprender sobre la escritura.
Oh! Dios mío…ya se dónde están todos. Soy ya la que no sé dónde estaba cuando le di a publicar…Jo!! Que metedura de pata, subí mi relato al grupo de recetas murcianicas, ¿ qué tendrá que ver el tema de la semana con las recetas de zarangollo, michirones y pisto murciano?

IRENE ADLER

CRACATOAN
La Colonia Perdida de Roanoke
Tres años le llevó regresar.
Tres años… Y era un regreso a medias, sin los auxilios largamente prometidos, con la esperanza menguada y las ilusiones rotas. A bordo de un barco corsario, que tuvo la decencia de acercarlo a la isla añorada; a su hija ; a los brazos de su nieta que aún no conoce. Virginia, se llama, y tiene ya tres años, tantos como lleva él fuera. Virginia. La primera persona inglesa, nacida en colonias de ultramar. En la isla Roanoke, en el territorio de las Carolinas.
Tres años…, piensa, mientras asciende la loma bajo un cielo blanco, avistando las cercas del pequeño fortín, alguna chimenea de piedra, pero ninguna voluta de humo elevándose en el día claro. Ningún sonido familiar y tranquilizador de risas o llantos, de arados y mulas roturando los campos. Ni un balido en los apriscos, ni un perro ladrando al forastero al que intuyen acercarse, subiendo con fatiga por la loma. Sólo luz y silencio. Un silencio que inquieta y asusta, porque recuerda al mutismo de los camposantos. Un silencio que lo hace detenerse y mirar con aprensión al cielo sobre su cabeza, por si los buitres rondaran, volando en círculos, en ominoso anticipo a la tragedia. La sospecha y el recelo le obligan a apurar el paso. Sus hombres advierten que ahora las zancadas de John White son más ligeras, como si una prisa repentina lo azuzara. Lo achacan a la emoción del regreso largamente esperado, y también ellos apuran la marcha, sobreponiéndose a la cuesta y al calor.
Cuando alcanzan las vallas desvencijadas del poblado, el silencio se vuelve ensordecedor. Queda alguna casa en pie, con las ventanas y las puertas rotas o desaparecidas. En las chimeneas de piedra, anidan los cormoranes y están vacíos los rediles. El pozo y la alberca yacen secos y abandonados, invadidos por la madreselva, y todo parece agreste, extraño, indómito. No hay voces airadas, no hay hombres ni bestias, no hay siquiera un rescoldo mal apagado, que auspicie o alumbre , la breve esperanza de un regreso. No hay ropas oréandose al sol ni rastro alguno de vida. Pero tampoco hay huellas o indicios de muerte. Sólo silencio. Un silencio que asusta. John White piensa en una epidemia, una hambruna, un ataque de tribus hostiles. Piensa en una huida, hostigados los colonos, por algún peligro insoslayable, ¿pero a dónde? Y si así fuera, entonces en alguna parte de la colonia, Mace habría dejado la contraseña convenida entre los dos, tres años antes : una cruz de Malta grabada en un poste. Ordena a sus hombres buscar esa marca. Buscar cualquier cosa que los lleve hasta los colonos. Su hija… Su nieta… Ordena rastrear cada palmo de prado, bosque o playa. Asomarse a los acantilados de la isla, buscar en acequias y entre los restos de las casas maltrechas. Les ordena buscar, y cuando sus hombres, más asustados que perplejos, le hacen notar que allí ya no queda nada, ni nadie, él los mira como si no lograra despertar de un sueño, y con muy malos modos, les responde :»ciento quince almas no desaparecen sin dejar rastro. Ni en tres años, ni en tres mil. ¡Buscad lo que sea!»
Y lo encontraron, pero no lo que esperaban. Grabada profundo en el tronco de un cedro, una mano anónima había escrito la palabra «cracatoan». John White y sus hombres, formando un círculo alredor del árbol, miran con expresión sombría aquellos trazos, aquella palabra que no entienden, aquel mensaje que quizá fuera un juego o una señal o una petición de auxilio. Cracatoan, ¿era una tribu, un lugar, otra isla? Cracatoan… Una palabra sin sentido, escrita en la corteza de un cedro, por alguien que conocía el destino de la perdida colonia Roanoke. Una palabra que inspiraba más terror que esperanza; más desasosiego que certezas. Allí de pie, entre las ruinas fantasma del poblado, con la vista fija en la nada, y el vacío, y el cielo blanco, donde la sombra de los buitres, acechaba, John White, como pensando en voz alta, preguntó :»¿Pero dónde están todos?». Sus hombres miraron al cielo, a la nada, a lo poco que quedaba de la colonia Roanoke, donde habían vivido ciento quince personas, antes de desaparecer en la noche, sin dejar rastro, y como engullidos por el silencio.
Algunos dijeron después, que el viento arreció de pronto, desde el este, y que las ramas del cedro oscilaron, emitiendo un sonido siniestro, y que en medio del fragor de la enramada sacudida con violencia por el viento, se oyó la palabra cracatoan, pronunciada por una garganta de bronce. Y de pronto, el viento cesó. Y en el silencio ominoso y extraño, el eco siguió repitiendo, durante días, la misma palabra, que parecía rebotar contra las vallas, las chimeneas de piedra, las paredes derrumbadas, el pozo inerte y los apriscos vacíos. Cracatoan. Cracatoan. Cracatoan…
Pero nadie, nunca, los encontró.
Y aún hoy, 800 años después, nadie puede asegurar a ciencia cierta, qué significa la palabra cracatoan. Ni qué fue de los ciento quince colonos, ni si alguno de ellos, sobrevivió. Sólo el viento lo sabe. Y el cedro…, que fue el único testigo de lo que les ocurrió.

MIGUEL TERCERO SAÚCO

A través de los cristales de mi tienda veo crecer el edificio, como un gran coloso que está a punto de levantarse. Sus cimientos y encofrados se afanan en tapar la suciedad y los ruidos del solar de los antiguos talleres, borrándolos del barrio.
Papá ya no baja a la tienda. Solo puede ir de la cama al sillón y mamá bastante tiene con cuidarle y hacer las tareas de la casa. Manuel si viene a ayudarme, a veces, y me libera de los grilletes del mostrador que no quiere que lo abandonemos ni un minuto. Aprovecho para realizar gestiones y me acerco a curiosear, más de cerca, y ver cómo van las obras y pienso que cuando terminen nuestra calle ya no será la misma.
Cuando muere papá le llevamos al panteón familiar que tenemos en el pueblo y me parece que nos dice que está preparado para acogernos.
El edificio ya está terminado y han puesto un gran letrero luminoso que dice Cine Avenida. También carteles con el nombre de la primera película Barrabás, de Anthony Quinn, primer estreno que sirvió, además, de inauguración. La gente culebrea hacia las taquillas y algunas personas rompen la formación, por un momento, y entran y me compran cosas. Miro el ajetreo a través de los cristales y me sirve de distracción. Cuando cierro, me acerco y veo a las taquilleras con uniforme y a los porteros y acomodadores con levita y guantes blancos. En la entrada, una mujer coloca nardos en la solapa a cambio de la voluntad. Es como otro mundo, que se ha venido a vivir cerca de nosotros.
Convencimos a mamá para ir los tres al cine. Está muy decaída. Entramos nerviosos la primera vez. Nos quedamos con la boca abierta al observar la cúpula de pan de oro del vestíbulo y el mural de cemento y cristal multicolor que colorea la pared frontal. En la inmensa sala de mil trescientos asientos, vemos Lawrence de Arabia. Mamá ha mejorado. Desde entonces, todos los domingos vamos a esta cita tan especial. A lo largo de la semana, observamos la cartelera con las películas que comentamos y repasamos las críticas y comentarios en la prensa. El domingo después de comer, descansamos un poco y nos vestimos con nuestro mejor traje, nos ponemos en la fila y le pedimos a la taquillera la hilera central, la que tiene un pasillo, para poder estirar las piernas. Miramos la grandiosidad del patio de butacas y la gente que va ocupando los asientos. La película nos hace olvidar todo, como si estuviéramos soñando y la vida quedara dormida y no nos diéramos cuenta de ella. Salimos sin hablar hasta que nos sentamos en el café Europa a tomar algo, y nos aliviamos contando lo que llevamos dentro.
Julia, la vecina, viene muy a menudo a comprar cualquier cosa. Está muy guapa con su sonrisa tan blanca, los ojos alegres y su simpatía de siempre. Está en cartelera Love Story y viene mucha gente a verla. Estoy a punto de invitarla para verla el domingo, pero no me atrevo, porque se quedarán solos Manuel y mamá. Cuando se va, la tienda se transforma en una jaula vacía. Con el tiempo, deja de venir y la echo de menos. Parece que me falta algo y la vida se marchita un poco, arrugándose con la rutina y el aburrimiento.
Me arrepiento ahora de no haberme atrevido a dar el paso que ella, estoy seguro, me estaba pidiendo que diera. Habría disfrutado con ella viendo la película, que podía haber sido el inicio de una amistad o de una relación que hubiera durado mucho tiempo. Estábamos hechos el uno para el otro.
Cierran el cine por reforma, este verano. Van a convertir el gran entresuelo en dos salas pequeñas, conservando la sala de abajo. A partir de ahora tendremos más películas para elegir. Cerramos la tienda, por vacaciones, y nos vamos al pueblo. Desde que enterramos a mamá no hemos ido y queremos limpiar el panteón que sigue impertérrito esperándonos. Por él parece que no pasa el tiempo. Hacía mucho que no teníamos vacaciones y las aprovechamos para arreglar la casa y todos los asuntos. Como si estuviéramos preparando el futuro.
Una película que nos gusta mucho a Manuel y a mí, es El último emperador. Se está tan calentito y la imagen y el sonido son tan buenos. Cuando salimos a la calle nos abrochamos bien los abrigos y nos ajustamos bien las gorras y las bufandas, para no resfriarnos. Al llegar a casa nos sentamos en la mesa camilla, con brasero eléctrico, y seguimos comentando la película. El calor parece que nos da algo de vida. Llevamos tanto tiempo juntos los dos que parece que somos el mismo, y cada parte de nosotros parece que conoce a las otras, sabiendo donde duele y lo que necesitan cada una para ir tirando. Todo es previsible y no nos atrevemos a salirnos del guion, porque hace mucho que se nos olvidó improvisar.
Una noche, sin querer, Manuel se muere mientras duerme. Me extraña que no venga a desayunar. Estoy tan acostumbrado a estar con él, que no sé qué hacer yo solo. Me quedo sentado mirándole un buen rato, hasta que comprendo lo que ocurre y empiezo a proceder. Lo hablamos algunas veces y está todo planeado, pero me encuentro muy raro. Ya no soy el mismo, pero pasan las horas y al final pongo flores, en el panteón del pueblo, a toda la familia.
Tengo la impresión de que le estoy echando la última mirada a este mausoleo imperturbable, por el que no pasan los años.
Miro la foto que he colocado en la cripta. La tristeza y el desengaño supuran por todos mis poros. Estaba muy acostumbrado a ti, pero no he disfrutado contigo. Más que mi hermano has sido mi rival. Hemos discutido por todo y nos hemos hecho daño todos los días. Has gritado tanto por costumbre, por nada, que es lo que más recuerdo de ti. Hemos perdido tanto tiempo juntos sin tenernos afecto verdadero, que se nos ha ido la vida en ello. Nuestra historia ha sido larga y llena de sinsabores, que ahora me parece que ha sucedido tan rápida, que no nos ha quedado nada. Que malos socios hemos sido en el negocio de estar juntos. Me pongo a llorar, quedamente, mientras el sol se esconde y el camposanto se empieza a llenar de sombras.
He puesto un cartel en la tienda Liquidación por jubilación. Me tenía que haber jubilado hace años, pero he aguantado todo lo que he podido, en este universo de objetos y tareas que ha alimentado mi vida durante más de cincuenta años. La gente que está en la cola de la taquilla del cine mira los descuentos y lo que tengo en el escaparate y entra muy rápido y se llevan cosas para aprovechar los precios bajos, y me van dejando sin nada. Las estanterías y los cajones están vacíos. Al final tengo que echar el cierre y poner en venta el local. Ya no me queda nada.
En casa, cada rincón y cada objeto me traen recuerdos y añoranzas. Me voy desprendiendo de cosas que no voy a necesitar. Todos los días tiro cosas o las llevo al quincallero por si alguien quiere seguir luchando por ellas, y yo me siento más ligero. Me quedo con lo imprescindible. Sigo yendo al cine y mirándole a través de las ventanas de mi casa.
Se ha terminado la semana dedicada a un ciclo de películas clásicas que han organizado, porque van a cerrar el cine. No ha aguantado la crisis. La última que he visto ha sido Casablanca. Salgo triste. Paso por nuestra antigua tienda que ahora es una cervecería, llena de jolgorio de gente que no es capaz de entenderse. Estuve tantas horas detrás del mostrador que me parecía que la vida nunca tendría fin.
La casa está fría y sola. No sé si podré volver al pueblo para dar una vuelta y limpiar las tumbas y no tengo a nadie que lo pueda hacer. Criaremos buenas malvas. Bueno, yo no sé adónde me llevarán. Me asomo por la ventana y veo que aún no han apagado el gran anuncio de neón, que sigue destellando Cine Avenida.
Los destellos me traen recuerdos de mi existencia. Ha pasado todo tan rápido que parece que no he vivido. Como si me despertara de un sueño del que luego no recuerdo nada. No he disfrutado de la vida. Muchos sueños e ilusiones que me hubieran llenado, no se han cumplido.
Tengo la sensación de que he hecho muchas tareas y he recibido muy poco a cambio. He estado demasiado ocupado y me he olvidado de vivir. No he disfrutado de relaciones agradables con otras personas. No me he permitido ver las puestas de sol, ni los paisajes primaverales o los paseos otoñales… He derramado mucho tiempo haciendo demasiadas cosas.
En este momento se ha apagado el gran anuncio de neón. Me separo de la ventana y miro hacia dentro de la casa, que está llena de oscuridad, como una gran caverna por la que camino tocando sus recovecos. La única luz es la de los números fosforescentes del despertador que está en la mesita de noche. Sus latidos son retazos de vida que me acompañan, como si fuera el corazón de alguien que palpita. Me desnudo y me meto en la cama. Por la ventana se cuela la noche como una dama fría y exigente, que me produce escalofríos.
¿Podré levantarme mañana?

ASTRID QUINTERO PRIETO

Carcél de sáliva
Verso que te humedeces en los labios, ¿Por qué te escondes tras los dientes temblorosos y el suave paladar?. Pareces un gato miedoso acurrucado en un rincón y me arañas por dentro sin piedad y quiero gritarte pero no sales, y deseo escupirte pero te quedas, y siento ganas de echarte a la calle a tu suerte y a la mía.
Si tan sólo pudiera liberarte en un bello poema, en una prosa, en una canción, quizá en un beso, pero te amañas lacerando el alma, abriendo un hueco profundo. ¿Qué será de ti si te suelto en un lugar donde nadie oye mi voz?. Perecerás entre oídos sordos, en medio de orejas de hielo y cemento. Caminarás mudo por las calles de la ciudad y te perderás, te apagarás, morirás…
Corre de prisa antes de extinguirte, así como cuando hace veinte años volaste torpe pero libre entre hojas que aún conservo deterioradas y marchitas.
Alguno de ustedes me puede contar ¿Dónde anidan los versos? ¿En qué lugar del alma se esconden? ¿Dónde están todos los versos que solía escribir? No los encuentro, los tengo atragantados y no me salen. Por favor que me lo cuenten todos los poetas del mundo.
Astraquino

ALEXANDRA MARTA IONA

Rosas azules.
El firmamento me espera, donde el silencio está cosido por almas solitarias ,allí va la mía.
Para los que cavan tumbas , les regalo mi cuerpo .Ya no tengo frío, anoche por fin la muerte me ha envuelto en su desgraciada manta.
Donde está la que no podía vivir sin mi amor? Donde esta el que me iba tener siempre en su memoria?
En mi ascenso, admiró las rosas azules dibujadas en mi lápida, son mi última voluntad.
Entre la hierba virgen del cementerio y ángeles de granito llovido, no encuentra sitio la despedida ni la lealtad.
Donde está el que me prometía acompañar hasta que no me quedarán días?
Mi último adiós no encuentra gargantas abatidas, ni manos temblorosas sacudiendo flores medio marchitas.
He pagado por mis pecados, he pagado a la muerte y pagado mi sepulcro.
El ataúd pesado y el bolsillo vacío. Para un puñado de lágrimas ya no tengo dinero.
Casi rico viví, despojado me he encontrado en la enfermedad y pobre el más allá surco.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

Ey!!! ¿Dónde están todos? ¿Por qué me dejan solo? Sigo aquí en la tumba. ¡Mamá!

POZO GELES

Era la fiesta de cumpleaños, no tenía ganas de festejarlo, más no podía deshubicar a todos mis amigos de mi vida… Ellos habían hecho unas fiestas increíbles… siempre me habían invitado, me lo había pasado pipa en cada uno de sus celebraciones.
Aún tenía el sabor en la boca de la tarta que comimos en la fiesta de Madeleine.
Ella era de Suiza, (una mujer muy dispuesta), en su casa disfrutamos muchísimo: comiendo y alternando con otras personas a las que ella invitaba. La imagen y el sabor de aquellos maravillosos dulces se quedaron sellados en mi recuerdo.
Esos momentos aportaron de oro a mi vida.
A Valle tampoco la he olvidado con el tiempo… También realizaba unas fiestas estupendas, quizás en lo que no superaba a Madeleine era en que esta tenía bastante en cuenta no aportar demasiadas calorías a su repostería, sin embargo. Valle esto no lo tenía en cuenta y solia hacer tartas con demasiado aporte calórico.

GAIA ORBE

Uno, dos, tres, cuatr, cin, sei, diez, veinte, basta para mí. Abrí los ojos, el bosque se había pintado con el color del ocaso. Apasionados rojos y naranjas ardientes me encandilaron. El tronco del árbol en el que había apoyado mi cabeza se sintió más áspero. Una brisa fría cortó el silencio a mi alrededor haciéndome tiritar. “¿Qué está pasando?”: Grité. Me respondió el eco: “Ando, ando” y regresó el silencio. Las mochilas que habíamos puesto bajo el abedul no estaban, solo había quedado la mía. Volví a gritar: “¿Dónde están todos?”. Y el eco repitió: “Todos, todos”. Avancé unos pocos pasos sobre una alfombra de terciopelo escarlata que con su crujido me detuvo para decirme que era otoño. Otra vez el eco me respondió: “Sí, es otoño”.
Había comenzado la cuenta en un verano verde y luminoso con mucho pasto bajo mis pies. Con mi grupo scout nos habíamos detenido para descansar. Muchas personas de vacaciones estaban como nosotros recorriendo el bosque. Todos nos saludaban al pasar. Cantábamos, nos reíamos y eso llamaba la atención. Antes de seguir, un compañero había propuesto jugar a las escondidas. Los profesores nos habían dejado, siempre y cuando, no nos alejáramos de ese claro del bosque. En una de las vueltas llegué última y me tocó contar. Y de pronto, los amigos, los paseantes, los colores brillantes se habían esfumado. Estaba sola en un bosque otoñal.
No sabía qué hacer. Con la voz cargada de lágrimas repetí al eco: “¿Dónde están todos?”. No pude escuchar su respuesta porque un ejército de pájaros agitó las ramas de los árboles a mi alrededor. Alcé la vista. La mayoría eran de tonos ocres, aunque con distintas capuchas, algunas negras y otras blancas. De pronto, saltando de rama en rama se pusieron a gorjear dulces melodías sin compás. La sinfónica duró el tiempo de transformar mi llanto en lento hasta que desapareció. Entonces pude recordar que habíamos entrado al bosque bordeando unas vías de tren. Sin perder un segundo, puse mi mochila al hombro y fui a buscarlas. Cuando encontré la galería de alisos me di cuenta de que estaba desandando el camino. Detrás de mí escuché la banda sonora de los arroyos. La dirección era correcta aunque los colores fueran distintos.
A los pocos metros encontré las vías del ferrocarril, que al igual que todo el suelo, estaban cubiertas de hojas. Me sentí feliz. Con unas ramas fui despejando los rieles a medida que avanzaba hacia la salida del bosque. De pronto, me di cuenta de que de tan antiguos se habían quedado de color cobre. Y que los oscuros durmientes estaban enmohecidos por el paso del tiempo. Me miré. Las mangas de mi camisa habían quedado cortas, me llegaban al codo y mis largos pantalones de scout ahora eran bermudas. Tropecé por echar una ojeada hacia atrás: “¿Dónde estaban todos?”.
Seguí adelante. Estaba en el camino para irme y no volver.

MANUEL ALBÍN EXTREMERA

Hace mucho, mucho tiempo, la generación anterior dejo sembrado un terreno lleno de ilusiones y sueños.
Con el rostro quemado por el sol y lleno de arrugas, manos con grietas y los pantalones caídos, resucitaron una tierra que había quedado muerta y para que sus hijos, — nosotros — viviéramos en una comodidad que ellos soñaron algún día.
Plantaron árboles, conservaron el agua y todo pensado para sus hijos y nietos.
Y llegamos nosotros, tan inteligentes, tan saberlo todo, claro fuimos al instituto y otros a la Universidad, — que inteligentes –, si pero de conservar el ambiente, cero, suspenso, hemos conseguido con nuestra ignorancia perder hectáreas de árboles por hacer barbacoas donde no se puede hacer, hemos perdido árboles por hacer gracia metiendo fuego a unos pinos que nos daban grandeza y cultura, solo sabemos disfrutar sin pensar en nada.
¿Dónde estás todos aquellos que sabían vivir?, ¿Dónde están?, ya quedan pocos y los que quedan como si no existieran, ya que nadie los quieren ni les hacen caso.

BEA ARTEENCUERO

Y LOS OTROS DONDE ESTAN…
En el mes de Abril, decidimos con un grupo de amigos ir a Brasil, unos días hacia el Norte, algunos ya conocían y según ellos era incomparable.
Así fue que salimos, equipados como para acampar por si se nos presentaba la ocacion.
Éramos 12 en total entre hombres y mujeres.
Al llegar al aeropuerto alquilamos dos vehículos, queríamos recorrer, conseguimos una cabaña de dos pisos cerca de la playa y de la selva.
Estábamos alegres, felices de pasar unos días juntos,hacia tiempo que por razones de trabajo no lo hacíamos, Era como volver al tiempo de la Universidad en el que nos reuníamos o acampabamos seguido.
Los dos primeros días disfrutamos de la playa y recorrimos parte de la impenetrable, la vegetación era fascinante con su variedad y colorido, diversidad de aves que nos deleitaban con sus plumajes y trinos; Después de cenar nos reuníamos…algunos charlaban otros jugaban a las cartas o salían a caminar, esa noche alguien propuso jugar al juego de la Copa o de los espíritus, la mayoría se dispuso a hacerlo..Y eso como se juega? preguntó Ines.
Bueno se coloca una copa boca abajo en el centro de la mesa y se distribuye el abecedario alrededor de la ella, se crea un ambiente a media luz, hay una persona que hace de Médium, quien convoca o llama a los espíritus.
¿Espíritus? Dijo Inés curiosa..
– No tengas miedo.
– ¿Y como sigue?
– En el más profundos de los silencios..ya sentados alrededor de la mesa, se tomen de la mano, la Médium hace la pregunta y convoca a los espíritus, Si baja alguno contesta haciendo mover la copa hacia cada letra hasta completar la respuesta, En algunas ocaciones baja algún espíritu y se posesión en la Médium que es quien los convoca, si querés hablar con alguien que ya no este en este mundo lo haces en ese momento.
– Me parece tétrico,dice Inés.. Yo no juego, me voy a leer un libro, ni yo dijo Pablo..Yo paso dijo Mirtha..
Se retiraron y los demás empezaron el juego..
Pablo y Mirta fueron a la terraza a charlar, la noche estaba Hermosa, a lo lejos se escuchaba el golpetear de los tambores y el canto como un lamento de los nativos, como un conjuro de amor, no dejaba de ser extraño y maravilloso.
Durante largo rato se escucho el murmullo de los que estaban jugando; Pasaron las horas …
Inés, Mirta y Pablo se retiraron a sus habitaciones.
A la mañana siguiente, Mirta se levanta y prepara el desayuno para todos, sirve la mesa y los llama..viene Inés en eso llega Pablo..
– Huele rico, ¿Donde están todos? Pregunta.
– Ya bajarán contesta Inés, seguramente se acostaron tarde.
Terminan de desayunar sin que nadie aparezca.
– Voy a llamarlos, así vamos a la playa, dice Pablo..
Pasan unos minutos y regresa.
– No están, las camas están sin usar, seguramente no se acostaron y ya se fueron.
– Seguro, vamos para allá.
Al bajar a la playa no los ven.
– Ya vendrán…
Pasan las horas y no aparece nadie, preocupados regresan a la cabaña…
Tampoco están, todo sigue igual como lo dejaron ellos. En la sala esta la mesa Con las sillas alrededor, ordenadas, la copa en el medio del abecedario y sólo una palabra..
«DEJA VU»
Esperan y esperan, las horas pasan, esa noche no duermen.
A la mañana muy temprano van al puesto de policía, explican lo que pasó.
– No se preocupen, seguro van aparecer.
Angustiados, deciden esperar..
Gritan los nombres de todos..pero el silencio los envuelve, lo que no se imaginan…que sus amigos si los escuchan…
¡Acá estámos! ¡Acá estámos!
Imposible escucharlos, están en el espacio-tiempo, en un viaje astral, cuando se desdobla el alma y se va a otros planos, en la línea que divide la fantasía de la realidad.
Esperan varios días, sin noticias…
Deciden regresar.
¿Qué pasó esa noche?¿Que magia o espíritu se adueñó de sus almas? En un conjuro sin explicación.
La noticia de la desaparición esta en todas las noticias del mundo.
¡Sólo tres regresaron!
¡Y LOS OTROS DONDE ESTAN!

SILVANA GALLARDO

Papalotean las palabras a su libre albedrío, como aves desorientadas que presienten un cataclismo; chocan entre sí, se atropellan unas con otras y no encuentran camino a la hoja en blanco y no encuentran coherencia.
¿Dónde están todos aquellos que las entiendan?
Unas van detrás otras como achichincles, pues no saben andar solas, y tienen que acariciar el lomo de quien acompañan, -no se achicopale, amigo, me pongo de alfombra para que su andar sea libre y limpio. ¡ah, pero tiene que armar su argüende y desatar el borlote entre sus hablantes que se sienten bien chichos aunque ya estén chocheando. El cotorreo no para, qué chido que está y no importa si entre los asistentes hayan chilpayates de cualquier edad, la idea es echar despapaye y evitar el desguance, llegar con buen humor a la hora del pipirín y tener cuidado con lo que se come para no quedar enyerbado. No faltará el gorrón diciendo -más vale llegar a tiempo que ser invitado-. Y lo dirá para granjearse a la Doña que cocina tan rico y tan abundante que hasta le sobra para el itacate.
Pero ¿Dónde están todos? que me ayuden porque me sabe la boca a centavo y tengo tanta muina, que armaré un mitote y nadie sabrá ni fu ni fa, ni yendo a bailar a Chalma, entenderán lo que escribo, es más, ni yo misma lo entiendo. Y no sé por qué diantres he perdido la inspiración… Quien quita y encuentre luz en la inmensidad de palabras eruditas, para que no me dé un patatús porque me siento bien prángana de musas que me inspiren a salir de este laberinto y estarme sosiega para que no me dé el soponcio.

CURRO BLANCO

Solo.
Asegura, Paulino, que nunca había sentido este nerviosismo tan inusitado sin motivo que lo justificara.
«Pero si por fin me voy a jubilar, por qué esta sensación de ánimo tan maniática», se preguntaba Paulino, terminando de hacerse el nudo de su corbata mirándose inquieto al espejo, sin reconocerse del todo. Hacía años que no se colocaba una cobarta, no era hombre de etiquetas, ésta, la única que atesoraba, se la regaló su esposa poco antes de su tránsito, para ocasiones especiales, y esta ocasión sin duda era singular; «solo se jubila uno una vez en la vida», pensó, mirándose por última vez su corbata recién anudada. Se rascó dos veces su nariz, una vez con cada reverso de sus manos, se golpeó grácilmente ambos muslos con las palmas y le dijo adiós a su perrita Lola.
Hoy, Paulino, recibiría su ansiado finiquito de jubilación tras cuarenta años de servicios prestados al ayuntamiento de Laputa. «Por fin llegó el momento de descansar», pensaba.
El señor alcalde, que era un buen hombre, había organizado una diminuta fiesta de despedida en la que le haría entrega a él y a dos compañeros más de un pequeño título-nombramiento como parvo homenaje a su dedicación.
Acomodado en el asiento del autobús que lo llevaba al ayuntamiento pensó en lo que le decía Benítez, su compañero, que era un buen hombre; desde hacía varios meses, desde que se avecinaban sus esperadas jubilaciones, Benítez le recordaba cada día: «que ahora, qué iban a hacer con tanto tiempo libre y sin ocupaciones…» Y seguidamente recordó lo que le decía López, su compañero, que era un gran hombre: » la verdad es que estamos solos y el trabajo nos entretiene mucho… » Se revolvió en su asiento, se rascó suavemente la nariz y mirando por la ventanilla del autobús a la multitud de peatones que aprovechaba el «ceda el paso» para escapar de la calzada, con una leve sonrisa que desdibujaba apenas la comisura de sus labios se dijo para sí, «pero yo no estoy solo, tengo a mi perrita Lola».

VERITO TOWERS

Era parte de un ritual para mí observar cómo Julio preparaba la comida. Se colocaba un delantal oscuro y con pala en mano comenzaba a menear, no solo la mano sino todo el cuerpo como en una especie de danza que me gustaba contemplar absorta. Yo lo espiaba desde la orillita de la puerta de la cocina pues en sendas ocasiones lo había escuchado decir que cuando él cocinaba, le encantaba estar solo en SU cocina. El aroma del guiso ese día particular parecía acariciar mi olfato y yo extasiada me dejaba llevar.
No pasó mucho rato cuando ya el timbre comenzó a sonar. Julio les abrió y yo me puse feliz al verlos a todos. Las comidas familiares me fascinan… andaba yo de un lado a otro muy contenta mientras todos se sentaban a la mesa y ya para entonces el aroma de ese guiso prometía mucho aunque no alcanzaba a identificar qué era.
Me senté un rato al lado de María, porque a ella siempre era generosa y no tardé en recibir una y otra probada del sabroso platillo el cual degusté medio atragantada. Eso de comer despacio nunca se me ha dado.
Terminaron de comer y nos reunimos en la sala entre risas y algunas anécdotas semanales. Estaba en medio de Luis y de Lalito, los gemelitos a los que tanto amaba y en el otro sillón estaban Julio, María y el abuelo Domingo, que me daban los mejores apapachos.
Yo estaba muy animosa y de nuevo, iba de un lugar a otro buscando cariño cuando comencé a sentir un dolorcito desconocido en mi panza… ay no… como que alguien gruñía dentro… mi pancita me hablaba… y no sabía si quedarme inmóvil o seguir de un lado a otro… me dolía, pero poquito y de pronto, sentí una especie de liberación seguido de un olor enrarecido, era como el mismo guiso que Julio había cocinado pero sazonado diferente… ay no… esperen… y el dolorcillo desapareció, pero también desaparecieron Julio, María, el abuelo Domingo y los gemelitos.
–“¿Dónde están todos?, pregunté meneando mi colita. “¿Dónde están todos y por qué se fueron”. La puerta, abierta de par en par y todos afuera reían a carcajadas mientras Julio simplemente decía: “Ay Muñeca, ahora sí te pasaste”.

DAVID DURA MARÍN

Zombies a domicilio.
Necesito ayuda porque no soy capaz de salir de casa.
Seguramente serán mis últimas horas de vida , aporrean la puerta de casa.
Todo comenzó con una cita , un pedido al chino , un queda bien y esperando un polvo .
Ya pago yo , con aire intersante cuando me di cuenta que no tenía para dar propina.
Te doy un valium , canela , canela.
Y así más citas , tranquimazin o derivados .
Yo solo quería una comida rapida.
Desde la mirilla de la puerta leo a Pinazo , a Darah y como última opción a Enrique Osorio para ablandar sus corazones.
Hoy no tengo más opción de entregar a mi cita.
Total , se veía venir .
Alguien quiere venir a cenar conmigo la próxima semana?.
No soy de dar propinas , pero tengo un corazón que no cabe en el pecho.
Tomaré el último valium mientras espero.
Dónde están todos?.
Hay alguien ahí?.

ALEXANDER QUINTERO PRIETO

Espectador
No hay luces en las cárceles
llenas de hombres curtiéndose
como un billete desgastado,
ni ropa colgando
como la mancha de un barrio
mísero en la periferia.
No hay niños en los semáforos
bajo el efecto narcotizador de un antiepiléptico.
Ni padres de alquiler lucrándose
y haciendo cuotas directo al pase del sufrimiento.
No hay tejas gratis, ni fiestas de tamales,
ni hombres en fila con un bono,
vendiéndose al poder de pocos,
sentenciando la perdición de sus hijos.
No hay primero, ni tercer mundo,
solo un mundo en función de la necesidad del otro,
anteponiendo su disfrute a los más necesitados.
¿Dónde están todas las injusticias en este mundo utópico?
Que no aparezcan como un lunar rojo
en medio de la indiferencia de la multitud,
mientras se deleita con el revés de los afortunados…
Presiento que están detrás del telón,
planeando un nuevo capítulo
en esta novela distópica
y su trama con tintes de paz agobiante.

EMILIANO HEREDIA JURADO

CUENTO DE NAVIDAD PARA EL SIGLO XXI, 2^ parte
( Epílogo)
Hoy, es día de Nochebuena.
Todo el mundo está ocupado, en las preparaciones de tan señalado día.
Las compras de última hora, las prisas, los comercios atestados de gente….
Pero, querido lector, o lectora, detengamos por un momento la imagen, y observemos detenidamente si, entre toda esta marabunta de gente, cargada de bultos, de niños pequeños que lloran nerviosos en sus carritos, las señoras cargadas con bolsas de la compra, atestadas de vituallas para tan señalada fecha, digo, querido lector…y lectora, que, busquen en medio de toda esta jungla, a la protagonista de nuestra historia.
A ver, usted, ¿la señora con cara de malas pulgas, arrastrando a un niño enrabietado?, frío, frío…
Usted…¿la señora con la bolsa de pan?…templado, nos vamos acercando….

¡voila!, ¡

enhorabuena

!, ha acertado usted, sí, se trata de la señora que acaba de salir del mercado, con una bolsa de la pescadería, donde acaba de comprar una rica merluza para hacerla en salsa verde.

Se trata de la señora Angustias, una mujer mayor, de unos setenta largos cercana a los ochenta, que baja la calle iluminada con las luces navideñas, envuelta con el griterío de los transeúntes pidiendo un taxi, o de las loteras anunciando la venta de la suerte para el sorteo del niño, de madres regañando a sus hijos…, el hilo musical de un comercio cercano, sembrando villancicos…
La señora Angustias, vive en una placita castiza de Madrid, la plaza de la paja, chiquita, pero recoleta, donde los gorriones recitan en la primavera y el viento barre las hojas de los castaños de indias en las tardes de otoño.
Entra en una añoso portal, coloreado con las luces pastes de la vidriera que corona el primer tramo de la escalera del edificio.
Con un agradable estrépito, baja el ascensor centenario, y la señora Angustias, se monta, y sube hasta el cuarto.
Abre la puerta, se quita el abrigo, el foulard, deja la bolsa encima de la mesa, y se pone el mandil para cocinar.
Tiene dispuestos ordenadamente, todos los ingredientes de la cena de Noche buena, sobre la encimera de la cocina.
Enciende la radio, la cadena Cope, donde, como todos los años, retransmiten canciones navideñas…tararea por lo bajito….la virgen se esta peinaaandooo
Son las seis de la tarde. La merluza, ya está en el horno, los entremeses, listos, el embutido cortado, la bandeja de los turrones, los canelones para gratinar….
Es hora de poner bonita la mesa
Saca el mejor juego de mantelería. La ocasión lo merece. Los cubiertos de Alpaca, las servilletas de hilo, las copas, de agua, de vino blanco y tinto, el champagne…saca unos vasos mas normales, para los nietos, sí, Marisina, Luisito, Carlitos y Josefina, comen aparte, no es cuestión de que rompan la vajilla y la cristalería buena, cuando sean mas mayores.
Observa con detenimiento la mesa, y comprueba que todo está perfecto. ¡ah!, el timbre!
¡Hijos!, ¡Manolo, no sabía que ibas a traer a tus hijos!, creía que ibas a estar un rato más en el bar, como todos los años, y subirías a las nueve, como siempre…!mirar, mirar que belén más bonito he puesto este año, con el caganer y todo, ahí escondidito detrás del establo….
Mira hijo, tú aquí, con Piluca, tus hijos, Marisina y Luisito, se sentarán en aquella mesa, enfrente del televisor, junto con Carlitos y Josefina, para que vean dibujos y no enreden en las conversaciones de los mayores, ¿os parece bien también, hija, Antonio?.
¡pero pasar!, ¡pasar!, no os quedéis ahí quietos, dejar los abrigos en la habitación de Paula.
Venga, una copita de jerez, ¿os apetece verdad?, ¡alegría alegría!,!ande ande la marimoren!…
¡uy!, los canelones, los tengo que gratinar, ahora vuelvo…
A ve…!Ay!, Manolo!, ¡pillin!, ¿ya te has bebido una copita de más de Soberano?, Zalamero…!ay!, estate quieto, que nos van a oir lo niños….
¡hala!, iros sentando…que os sirvo la merluza, que está buenísima….!tiene que estarlo!, a veinte euros el kilo, ¡que dispendio señor!.
¡callaros un momento!, ¡que va a salir el discurso del rey!…
Gracias, por hablar bajito, es que el rey es tan guapo….
¡el timbre!, ¿quién será?, ¡ya va ¡
-¡Pura!, ¡feliz navidad!.
-Buenas noches, Angustias, feliz navidad, igualmente, ¿estás bien?, he escuchado ruido en tu casa, y he creído que te estaba pasando algo..
-¡que vá hija!, ¡que va!, la familia, lo de todos los años, pero pasa, pasa, que recién empezamos a cenar… ¡familia!, ha venido Pura, la vecina de enfrente…
-Pero Angustias, aquí no hay nadie, solo fotos, encima de unas sillas, y la mesa grande, y la camilla, con comida, ¿estás bien, Angustias?.
-Hija, que quieres que te diga, la tradición es la tradición, la navidad, es como un ritual que no se debe perder y, como ves, he traído a la familia.
…………………………………..
-Angustias, vente a mi casa, quédate a cenar con Paco y conmigo..
-,Pura, no te ofendas, si hubieras querido cenar hoy conmigo, me lo hubieras dicho antes-le coge las manos con dulzura a Pura-
-Angustias, no sabía que el día de hoy, ibas a estar sola-responde azorada Pura-
-Pura, nos conocemos hace no menos de cincuenta años, y sabes tanto de mi vida como yo de la tuya. No me creo que no supieras que en estas fiestas, iba a estar sola, di mejor, que a Paco y a tí, os apetecía estar solos, ¡tch! ¡tch!, no respondas,Pura. Parecerá que se me ha ido la cabeza, poniendo esas fotos en las sillas, pero, ayer, revisando un viejo álbum de fotos, comprendí que, mi familia se ha convertido en eso, unas fotos que muy de tarde en tarde, salen de éstas y vienen a verte
Pura, por la comida, no te preocupes, si quieres, comparto contigo, y además, tengo los tupper preparados en la cocina, para congelar los restos. Porque, si te digo la verdad, ni de comer tengo ganas, comer sola es como comer una sopa fría, insulsa.
¡Ahí los tienes!, flashes de otra vida, sentados en una silla.
Porque, Pura, la familia es como un reloj de arena, van desapareciendo, grano a grano por la angosta unión de las ampollas de cristal, y te quedas, como un grano de arena, al borde de esa angostura.
Un día, falta tu hija, otro, tu hijo, con el tiempo, un marido que era un cáncer, te libera, de tantos años de soledad acompañada, de besos sabor a vino, y olor a tabaco y a partidas de bar.
Porque, Pura, hay días como el de hoy, en el que está permitido soñar, aunque, se hagan cosas que, para el resto de la gente, para tí, sean un sin sentido.
No, Pura, a mí la soledad, no me da miedo, no me enajena, lo que realmente me da pavor, es la enfermedad, finalizar en una residencia de mala muerte, más allá que aquí, sentada en una silla, con la mirada nadando en la nada, y con pañales.
No quiero un mal morir que suponga un mal vivir para los demás.
Por eso, Pura, hoy, cuando me he levantado, y he visto la casa tan vacía, he preparado todo este diorama navideño, para no tener que hacerme la pregunta de todos los años:
¿Dónde están todos?
FIN

LOLY MORENO BARNES

Me pregunto:
¿Dónde están todos?
Antaño, todo era bullicio. Niños que corrían, saltaban, reían.
Después, adolescentes que entraban y salían, con sus planes, sus broncas, sus alegrías.
Hubo una pausa, luego llegaron más.
Más niños, más padres. Y yo, contemplando con alegría.
Volvieron a marchar y, reaparecieron las sillas vacías, los platos guardados en la alacena. Y el silencio de una casa sin vida.
¿Dónde están todos?
Como un viento huracanado, llegó la muerte arrancando raíces de los arboles frondosos con historias. Aquellos robles que ampararon el destino bajo su sombra.
Hombres y mujeres convertidos en sabios ancianos que solo una pandemia doblegó cubriendo de invierno su piel de hojas secas.
El mundo se detuvo, saltándose los días, despojando los abrazos y la rutina.
Y volvió a renacer en la esperanza,
La ciencia inyectó en los que sobrevivieron la energía, inmunizando los cuerpos, pero olvidando que ser humano es no aprender nada del ayer y equivocarse una y otra vez.
Efímeros llegaron los abrazos, como estrellas fugaces.
Luego, el placer y la lujuria desmoronó lo logrado y volvieron a marchar de mi lado.
¿Dónde están todos?
Algún que otro conocido, que cruzaba en la calle me decía titubeando:
__ ¡Te conservas muy bien!
(Como si de una lata de escabeche se tratara mi organismo viejo y maltrecho)
Se fueron las mascarillas, pero también los rostros sin ellas.
¡Vuelvo a estar sola!
¿Dónde están todos?
Hacen más compañía, los recuerdos de los muertos que la presencia de los que tienen vida.

ANDY PARIONA ROJAS

Y al finalizar…
Pues. todos estaban ahí, sí, ahí; cuando nací, todos me cargaron y deseaban ponerme el nombre más acorde a la actualidad de aquel entonces. Todo ello lo sé, porque a mis 9 años mis preguntas generaron esos recuerdos a mis tíos en aquel viaje a Matucana.
Hoy papá sale a trabajar, mamá igualmente, mis hermanos también. Llevamos cerca de 10 años sin poder comunicarnos como cualquier familia. Algo sucedió y hasta ahora no logro comprenderlo, antes éramos todos; ahora, él, ella, ellos, yo…
Y al finalizar… ¿seremos nuevamente todos?, esperarán que tenga una recaída y que ahora si me coloquen el marcapaso, esperarán mi sufrimiento en una cama ajena, se sentarán y recordarán a tantos santos que nunca oí en conversaciones de la iglesia, orarán mil veces el padre nuestro mientras yo pida a nuestro padre por un vaso de agua, ¿esperarán? o dejarán atrás el orgullo, odio, rencor.
¿Esperarán mi muerte?… para un abrazo emotivo o se tragarán todos sus motivos ahora que aún los puedo ver con los mismo ojos del niño de 9 años que fui. Aún me pregunto si seguirán siendo o retrocederán, mientras tenga estos ojos lo seguiré intentando, buscándolos y tendré paciencia porque se que llegará el momento aunque tal vez ya no este aquí.

OMAR ALBOR

Era de noche cuando desperté en este lugar tan oscuro, no hay nadie cerca de mi, lo único que veo son árboles cortó una rama, y su olor parece pino pero la hoja es muy extraña, no se parece a ninguno que yo conozca, grito fuerte y mi voz retumba en el más allá, camino estoy desnudo no sé que pasó no recuerdo cómo llegué y porque estoy aquí, pasan las horas y sigo caminando y el bosque es todo igual, no entiendo vuelvo a gritar aún más fuerte, no puedo recordar el pasado, de repente alguien se acerca a lo lejos no veo su cara, en cada paso mi miedo era cada vez peor, cuando llegó a mi, me miró y de sus ojos caían lágrimas y me dijo bienvenido, su voz era angelical, le pregunté dónde estoy, nunca me respondio, tomo mi mano y me llevo hasta una entrada casi de película, soltó mi mano y me dijo, hasta acá te acompaño yo, el resto vas a tener que seguir vos solo, y se fue, yo la mire y no entendía, seguí caminando y veo a lo lejos junto a unos árboles un banco color blanco había dos personas que no se movían solo me miraban, cuando me acerco eran mis padres me miraban y sonreían mi madre me dijo cómo estás? Y me abrazo y mi padre tomo mi mano y me dijo sabíamos que ibas a venir yo los mire y mis ojos explotaron, no podía entender nada, yo les pregunté por mis hijos y mi señora y ellos me dijeron, ellos están bien.
Todo se puso oscuro como de noche, no entendía que pasaba ya no veía nada era de noche y mis padres ya no estaban comencé a gritar, de repente despierte estaba en mi casa, en mi cama junto a mi señora, mi pecho explotaba no podía entender ese sueño tan real pero imposible.
De que los sueños, sueños son como la mejor forma de volver a ver a quienes ya no están.
Dónde están??
En qué estrella estarán montados viendonos vivir y sufrir, sin poder hacer nada.

CONCE JARA

Tarde de viernes. Primera semana de verano. Se había inscrito en un evento, a través de una red social: “SALSA Y BACHATA + UNA CONSUMICIÓN”. Decidió ponerse un vestido vaporoso, ligero, estampado con puntitos rosas, verdes, marrones, así como unas sandalias cómodas y su bolsito rosa, cruzado.
A la hora convenida se presentó en la puerta de la escuela de baile y espero: -¿Dónde se han metido todos? ¡Ya es la hora! -pensó refugiándose del sol bajo el techado de la parada del autobús, y es que, tenía la piel tan delicada.
Una mujer abrió la puerta de la escuela y ella le preguntó. Sonriente le aclaró que las clases se impartían en la parte de atrás del edificio y la invitó a pasar. Llegaron a un gran patio, lleno de plantas y guirnaldas, con un pequeño escenario al fondo, techado con una carpa blanca. Debajo, el equipo de música, un micrófono, sillas amontonadas. Todo evocaba a cierto ambiente caribeño.
Mujeres y hombres desparejados de entre 45 y 65 años, esperaban el comienzo de la clase, hasta que habló el profesor, quien con una gran sonrisa indicó que todos se colocaran en círculo y por parejas. Explicó algunos pasos de salsa, animando a los alumnos a practicar al son de la música, hasta que decía: – ¡Cambio! Entonces las chicas rotaban, y pasaban a bailar con la siguiente pareja.
La primera vez que bailó con Miguel, éste la pisó. Calzaba unas interminables zapatillas de montaña con calcetines negros, que le llegaban hasta mitad de la tibia, pero de buen porte, muy alto, pelo rizado, canoso, ojos pardos, aunque muy delgado.
Cada vez que bailaba con Miguel éste soltaba un comentario: – No sale porque no te dejas llevar… ¡vas a tu rollo tía! ¿o qué?… Esos pasitos de Nancy, tan cortos… ¡el bolsito! ¿qué, no lo sueltas? -. Comentarios que la hacían esforzarse más con el resto de los compañeros, para que en el turno de Miguel no hubiera queja.
Para finalizar había práctica libre, y ella siguió bailando, repitiendo pasos, vueltas, giros, ahora más sonriente y animada, se dejaba llevar. Para su asombro, acabó bailando largo rato con Miguel, hasta que al llegar las 10 le dijo que tenía que irse, ante lo que Miguel anunció que él también.
Antes de salir, ella fue al aseo, y allí se puso a hablar con una de las chicas, hasta que alguien llamó a la puerta. Ella se asomó: -Perdona, -dijo Miguel- ¿no decías que te ibas?
Ella contestó que estaba conversando, y que ya se verían el próximo viernes.
-Una cosa -dijo él- tu y yo nos conocemos ¿verdad?
Ella contestó que no, que imposible… era su primera experiencia en un grupo así.
Por fin en casa, al entrar envolvió el aroma a vainilla del ambientador. En ese momento le sonó el móvil… era Miguel, y es que para el evento se había creado un grupo de WhatsApp, y éste se había tomado la libertad de escribirla para disculparse por los pisotones, y a su vez explicar que sus fallos se debían a que ella le ponía nervioso. Ella le agradeció el piropo y entonces los mensajes entraban y salían del móvil sin cesar. Hablaron de sus hijos, del divorcio, de dónde vivían, del trabajo de Miguel, hasta que éste propuso hablar por teléfono la noche del sábado siguiente.
A las 10 en punto Miguel demandaba su presencia al otro lado del teléfono. Ella escuchaba aquel el casi monólogo de Miguel, donde narraba sus viajes por todo el mundo, su extraordinario trabajo, sus aficiones, sus intereses, y ella escuchaba atenta.
Justo a las 11, Miguel cambió el rumbo de la conversación y dijo: -Bueno…, ¿cuándo nos vamos a ver? Llevo aquí una hora hablando contigo y aún no hemos quedado. ¿Qué te parece el lunes por la tarde? Yo es que si no hablo cara a cara, no puedo conocer a la otra persona y me has parecido una mujer interesante e inteligente… me encantaría conocerte el lunes… ¿qué te parece a eso de las 7?
Ella dio alguna evasiva, tenía que mirar agenda, ver si podía, y ya concretarían el lugar. Se despidieron, pero antes Miguel anunció que volverían a hablar a la misma hora del día siguiente.
Al poco rato de colgar, recibió un mensaje de Miguel, con las coordenadas de un terraza-bar situada en un camping, cerca de un famoso parque del norte de Madrid. Después otro mensaje: -Aquí podemos tomar algo, es un lugar tranquilo y sin gente… luego podemos dar un buen paseo-.
Ella no tenía nada en agenda, y contestó que le gustaría un lugar a una distancia intermedia, entre su casa y la de él, proponiendo un centro comercial de la calle Arturo Soria, que contaba con una zona de terracitas. Y así quedaron.
El domingo de mañana, Miguel le dio los buenos días a través del WhatsApp, sin dejar de recordarle que, por la noche, a las 10, la llamaría.
Mientras ella aquel domingo intentó hacer planes. Llamó a varias amigas sin contestación: -¡Jolín! ¿Dónde se han metido todas? La gente no avisa cuando se va de fin de semana.
A las 10 sonó el teléfono, pero ella no tenía ganas de hablar, y no lo cogió.
El lunes, rabajaba ante el ordenador escuchando el maravilloso fin de semana que habían pasado sus compañeras, con sus familias. Recordó la cita de aquella tarde y pensó que no era el mejor día. En la hora del descanso, ante un café y una manzana, escribió a Miguel un nuevo WhatsApp, disculpándose y aplazando la cita de ese día para el próximo viernes, tras la clase de baile.
Miguel contestó al instante: -¡No puedes hacerme esto! No me dejes tirado, ¡por favor! ¿Por qué no nos vamos a ver? Te he parecido burdo en mis formas…, algo que te dijera no te ha gustado. ¿Por qué todas las amigas que me hecho me hacéis lo mismo? Solo pretendo ser tu amigo, soy una buena persona. ¡No me apartes! Yo sé que necesitas un amigo… nos podemos ayudar… ¡por favor! piénsalo… no me dejes tirado.
Ella contestó: -Miguel, hoy no estoy animada, pero bueno, quedamos… ¿qué te parece en la cafetería del Ikea, a las 7 de la tarde? Me pilla más cerca, y por favor, que te quede claro que solo quiero amistad, conocerte… nada más.
-¡Claro que sí!, mujer -contestó Miguel animado-. Buscamos lo mismo, lo mejor del mundo, la amistad. Somos muy afines, tenemos mucho en común, ya verás hasta qué punto podrás confiar en mí, y que por supuesto, amigos. Hasta la tarde. ¡Un abrazo amiga!
Ella, esta vez, llevaba un vestido negro, cómodo, sandalias, y su inseparable bolsito rosa. Para hacer tiempo paseaba por la sección infantil del Ikea, junto a la cafetería, hasta que sonó su móvil… era Miguel:
-Estoy aquí, no te veo…
Ella apretó el paso hasta la cafetería y se encontraron. Esta vez Miguel vestía un polo ajustado, con rayas anchas, que le hacían parecer algo más corpulento, vaqueros y unos zapatos, que extrañamente a ella le seguían pareciendo de trabajo.
-¿Te apetece merendar? -dijo dirigiéndose a la retorcida fila de entrada al buffet-. Creo que voy a coger fruta…, una cerveza… y unas croquetas.
Ella también escogió fruta, y después tomaría un café. Miguel invitó a la merienda y sin dejar que ella cogiera la bandeja, eligió el sitio más solitario: -En una mesa alta estaremos mejor -dijo acomodándose en la mesa-.
Se sentaron frente a frente, y por fin se vieron el rostro. Él, nuevamente la piropeó, y también volvó a decir que le sonaba su cara. Ella le quitó importancia diciendo que le ocurría mucho. Mientras merendaban hablaron de su infancia y juventud, hasta que inesperadamente Miguel dijo: -¡Sabes!, me voy a sentar a tu lado-.
Ella le hizo hueco, había poco espacio para los dos siendo él tan alto, por lo que movió su taburete contra la pared y cruzó sus brazos: – ¿Qué te pasa? -preguntó Miguel-. Te noto a la defensiva con esos brazos cruzados.
Ella contestó con humor, diciendo que le gustaba que corriera el aire, pero Miguel no se movió un ápice del asiento.
Tras unos 15 minutos de charla, Miguel propuso pasear. Ella accedió pensando que el paseo sería por el Ikea, o por el Centro Comercial anexo. ¡Pero no! Miguel proponía ir a un parque que había detrás del Ikea, bajo la extrañeza de ella que conocía la zona y no recordaba ninguno cercano. Miguel le dijo que lo mirara en Google Maps: – ¡Ves desconfiada! Te he dicho que soy una joya, y que mejor para un atardecer que pasear por un sitio al aire libre, sin mascarilla, disfrutando de un poco de naturaleza y de tu preciosa carita…
Salieron del Ikea, bordeando el complejo dando un paseo, conversando, riendo, haciendo bromas, hasta que llegaron al parque, donde solo se veía a una anciana pasear con un perrito y dos jóvenes entrenando en el circuito de calistenia.
-¿Con esos zapatitos podrás subir esa cuesta para ir al otro lado del parque?
Ella contestó que sí, que con ellos podía correr, saltar y bailar igual que el otro día. Entonces Miguel tomo la delantera en la cuesta y ella le siguió, una vez en la cima, continuaron paseando, y él seguía hablando animadamente:
-Así que eres una chica deportista. Vas al gimnasio, corres, natación… ¡Venga! ¿Te hace un pulso gitano? -añadió riéndose-. Muéstrame de que eres capaz, “musculitos”.
Ella accedió riéndose… otra broma de las de Miguel. Se colocaron el uno frente al otro, sobre el camino de tierra. El adelantó su enorme pie derecho, ella su sandalia del 38. Se cogieron por la mano derecha, doblando el brazo, y empezó el reto, pero ella se dio cuenta de que Miguel no ponía resistencia:
-¿Cómo qué no hago fuerza? ¿Quieres que haga fuerza? ¿De verdad? -dijo mirándola a los ojos, serio, con el rictus cambiado, y ella miró a su alrededor… ¿Dónde se han metido todos?
Miguel la trajo hacia él y con el brazo que le quedaba libre la cogió firmemente de la cintura. Ella sintió un latigazo cerebral, el miedo llamaba a su mente, pero lo apartó dejando surgir la ira que sorprendió a Miguel, ya que de un empujón le apartó, para sacar de su bolsito rosa espray de pimienta:
-¡Aléjate cabrón! -amenazó ella-. No tienes ni idea de con quien estás jugando.
Miguel sonrió y empezó a acercarse diciendo: -No vas a poder, ¡señorita Nancy! Solo pretendo darte un beso. Además, no voy a violarte… hoy quizás no.
La primera ráfaga se la soltó en los ojos…
– ¿Qué me has hecho perra? -lloriqueaba Miguel- No veo, ¡socorro!, ¡ayúdenme!… ¿dónde está la gente?
La segunda ráfaga se la soltó en la boca. Después rápidamente ella se rasgó el vestido, el sujetador, se quitó un zapato, se tiró al suelo provocándose arañazos en las piernas, en los brazos, manchando su pelo sobre la tierra, y bajó la cuesta, cojeando, gritando, pidiendo ayuda.
Uno de los chicos que entrenaba aún en el parque la asistió, mientras el otro subió a enfrentarse y reducir a Miguel. En pocos minutos llegaros 2 patrullas de la Policía. Se llevaron a Miguel en ambulancia, custodiado por un agente, mientras a ella la habían puesto encima una manta, lloraba y la introdujeron en un coche patrulla para que la viera un médico.
Dio las gracias a los policías cuando por fin le entregaron su denuncia, esa misma que no quisieron elaborar la vez pasada, cuando le ocurrió lo mismo con Miguel, ya que según le dijeron los agentes, era su palabra contra la de él, que si la había sujetado, besado y magreado contra su voluntad, era difícil de demostrar. Por eso Miguel la conocía, habían pasado más de tres años. Fue tras una visita guiada por Madrid, en un callejón, ella llevaba el pelo muy cortito, gafas y estaba muy delgada.

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19 comentarios en «¿Dónde están todos?»

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