Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «los últimos». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 10 de junio! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).
POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.
* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.
Andábamos reunidos
estábamos de reunión,
echando un buen ratillo,
unos colegas y yo.
En un momento dado
la palabra tomó
“mai broder” Felipe
y así nos habló.
En la hora de la medusa,
el tiburón se las apaña
para agenciarse un cazón,
aunque prefiere la piraña.
Me decía mi maestro,
mi viejo profesor,
que cuatro son menos que cinco,
pero tres son más que dos.
¿Está muerta la cabra
o tal vez resucitó?
¡Pásalo ya “pesao”
una voz al fondo se oyó!”
¡Eso, eso, suéltalo ya!
Venga echar humo, venga echar humo
mientras le das a la sin hueso
y los de detrás, siempre somos los últimos.
Jope tíos es que me emociono… ahí lo llevais.
La gente siempre hablaba de tu fama en la conquista de enamorar a las mujeres.
Mujeres rubias, morenas, altas, bajitas, elegantes y de saber estar..
EN las fiestas, iban cogidas a tu brazo, sin más.
Se llegó a decir, que las mostraba a la concurrencia como si fuesen un exposición de arte que no es tuya.
Más llegó un día. En ese tiempo, tu pelo ya era cano. Tu persona ya no se le veía como un campeón de flecha de cupido.
Pero mira por donde tu corazón se abre como una Granada de amor por una mujer… Tus ojos también le había mirado. Así pues dijiste, ésta mujer será la última que se cogerá a mi brazo y la primera que presentaré a los míos como mi mujer, compañera, y mi vida…
Con este hecho se confirma que los últimos son los primeros.
El corazón del famoso Don Juan se daba golpes de amor por la última…
Fueron los peces. Al morir los rayos de sol, ya se habían llevado las hojas. Ahora se escuchaban unos gemidos espantosos.
—¿ Qué son esos, madre?
—Los últimos seres humanos, hijo—le enroscó con la trompa la mamut y se tumbaron en el hielo.
FIN… COTINUARÁ
Debía ser un mal día para recoger las papeletas con las notas finales, y no en razón de que Leonardo despreciara los dictados de los astros o del tiempo, sino por haber llegado a la conclusión de que el movimiento de la esfera terrestre llevaba días confabulando contra él y cambiado el rumbo. Una sensación semejante a la padecida cuando con un parche en el ojo derecho por su leve estrabismo le llamaron bizco y bucanero. En aquellos días del Instituto solo una chica algo mayor que él le defendió de los insultos. No logró sacarle una palabra, solo que se llamaba Edwige. Vestía una blusa de color amarillo y tenía el pelo rubio canela.
Leonardo había nacido en un pueblo de colonización próximo a la ciudad y en el tiempo que allí permaneció hasta que empezó en el Instituto, se había familiarizado con la agricultura y la labores del campo, y había comprobado que en los surcos y en las lindes predominaban yerbas, flores y arbustos de color amarillo, el mismo de Edwige, la chica salvadora. Allí florecían las mimosas, las retamas, los jaramagos, las campanitas, los zapatitos, los girasoles, los gordolobos y hasta el verdeamarillo, el color de la flor de la encina.
Fue desde siempre un buen estudiante, sacando limpios los cursos hasta llegar a la Universidad. También en ella obtuvo buenas notas menos en Crítica Literaria, y por pura cabezonería, por negarse a leer dos de los cuatro libros obligatorios. Cursaba ya segundo y le había sucedido lo mismo en el curso anterior. Lecturas obligadas: El Quijote, El Lazarillo, La Celestina y La Regenta. También él los había dispuesto en este orden y si bien El Quijote y El Lazarillo los había leído y releído, los otros dos se la caían de las manos, se sentía incapaz de terminarlos. A las pocas páginas los abandonaba.
Había tenido una sonora bronca con su padre, el cual se ponía como ejemplo: «Si todo el mundo secundara sus gustos, ¿quién sembraría, quién recogería el trigo ya segado? Haz el favor de aprobar esa asignatura o te mando a la vendimia, cosa peor que cosechar.»
Lo había intentado en el examen final. Preguntaba el profesor por las dos criadas de La Celestina sin citar a Elicia y Areúsa, y él respondió con estas otras dos mujeres de El Quijote: Luscinda y Dorotea. Tenía veinte años y como aún seguía prendado de Edwige, aquella belleza rubia que le liberó de los insultos, solo fijaba la atención en los colores canela o limón de los personajes que leía. Porque él estaba convencido de que el mundo se hizo no del modo como lo contaban antes la Biblia y ahora los científicos sino ensayando con una paleta de colores. Y de entre todos eran los rubios o amarillos los más abundantes. ¿Qué flores proliferaban en los campos? Las de color amarillo. Y eran Luscinda y Dorotea las adalides.
Sabía, a pesar de todo, que de nada le iban a servir las excusas de daltónico o el recuerdo del ojo tapado, y todavía menos las muy ocurrentes preferencias por un determinada tonalidad. A una pregunta del profesor la respuesta tenía que ser la que correspondiese, no había otra. Sin embargo probó fortuna aportando doscientas dos explicaciones que a la postre no colaron.
—Todo se debe a una confusión, profesor. A la vista está que conozco perfectamente El Quijote. ¿Cómo no iba a saber quiénes eran las criadas de Celestina?”
Pero el profesor se cerró en banda y le dejó para septiembre.
Había zanganeado antes de volver a casa porque quería explicar lo sucedido a su madre para que intercediera. Aunque buen estudiante, se sentía incapaz de cumplir a rajatabla con aquellos programas tan arbitrarios. Con la cantidad de novelas y obras de teatro existentes en la literatura ¿por qué el empeño con dos libros imposibles de leer?
—A mí no me vengas con excentricidades, eso arréglalo con tu padre.
—Tú me entiendes, no es que no quiera es que no puedo.
—Pues ya sabes cómo las gasta, con él no valen componendas.
—¿Y contigo?
—Te lo repito, convence a tu padre que es el que paga.
Porque su padre quería títulos. Él no se mataba para que el nombre de Leonardo apareciera en las pastas de un libro, él se sacrificaba por verle catedrático de la Universidad.
Aquel día, con las papeletas en la mano, no se presentó a la hora de comer. Esperó a que su padre marchara al trabajo, le vigiló desde la puerta de un establecimiento y le esquivó porque era capaz de presentir su presencia, porque su padre, como hombre de campo, captaba no solo la distinta geometría de las cosas y su color sino la calidad de los olores.
—He suspendido de nuevo y no quiero seguir estudiando— le soltó a bocajarro, cuando sentados empezaban a cenar.
—¿Cómo? Te desuello.
—Puedes empezar porque no pienso volver a matricularme.
Le levantó la mano y a punto estuvo de descargar todo el enfado de un puñetazo. La madre se interpuso.
—Tú te vienes conmigo a esa facultad y te examinas de esa maldita asignatura.
—Ni aunque me lleves a rastras.
—No me calientes.
—Me da igual, no pienso seguir.
—Es que te cuelgo. Tú me desesperas.
—Lo siento.
—¿Qué es lo que sientes, qué sangre circula por tus venas, no será la tinta de esos libros que no te da la gana leer?
—Padre, que por una negación no se acaba el mundo. Es solo un FINAL, como en las películas.
—Pues muchas terminan con CONTINUARÁ.
Y al final, conseguió situarse.
Después de haber estado durante años intentando pasar desapercibido. Intentando no llamar la atención ni destacar.
Siempre en último lugar para que su alta capacidad no fuera descubierta. Para que su inteligencia no fuese motivo de mofa, desconcordia o humillación. Para poder seguir integrado en el grupo. Para seguir encajando.
Por fin se descubrió a sí mismo y comprendió que no era más feliz siendo el último. Que debía dejarse ver para ser libre. Sólo así alcanzaría la felicidad.
Texto: Mari Carmen Merchán
Para todos aquellos que se esconden por miedo a…
En mitad de la desbandada, cuando iban por el rellano del cuarto piso, Jorge ralentizó sus pasos y Marga lo miró con desconcierto. “¿Qué pasa?”. Jorge la miró en silencio, con una intensidad poco habitual. “Jorge, somos los últimos, ¡¿qué pasa?!” Por toda respuesta, su marido la cogió del brazo y tiró de ella escaleras arriba. Tras entrar de nuevo en casa ella lo miró tratando de comprender qué razón podía haber para quedarse los dos solos en un edificio que acababa de desalojarse por incendio. Sin mediar palabra, Jorge desabrochó su pantalón y le enseñó lo que ambos llevaban casi un año tratando de conseguir a base de tratamientos y pastillas: una majestuosa erección probablemente ocasionada por la excitación que el peligro le producía. Marga no podía creer lo que estaba viendo. Cuando reaccionó empezaron a desnudarse con una ansiedad sin precedentes. Terminarían ardiendo, sí. Pero no en el infierno.
SERGIO SANTIAGO MONREAL
Los últimos destellos de luz del día, serán reflejados en mi mente para complacer mis sueños.
Los últimos sueños de mi vida, serán reflejo de la luz que más brilla.
Los últimos deseos serán complacidos entre los recién nacidos, que serán dotados de nuevas alas en sus nidos, para poder volar entre sueños vividos.
Un último verso, será el más embelesado del universo.
LUISA TABORDA
Mi madre me tuvo con 16 años, huérfana sin apoyo familiar acabo viviendo en casa de los suegros.
Ella oculto su embarazo durante 6 meses, consecuencias » sufrimiento fetal» e ictus infantil para mí. tenía tan solo 8 meses de nacida cuando se dieron cuenta de dichas consecuencias…
La complejidad de nacer es que no puedes elegir a tu familia o si vas a tener una.
Podemos pensar que mi madre fue una persona negligente, pues No.
No solo fue víctima de su mala infancia, de sus miedos y de la situación.
Se enamoró de mi padre un hombre que muchas veces lo percibían un joven bohemio sin futuro ni beneficio alguno.
Fui un descuido ¿ qué se podía esperar de un perdedor y de una huérfana adolescente?
Nací.
Nací como los últimos de la meta, sin expectativas, sin ilusión, despiste o quizás
» error».
Muchas veces hago escritos sobre los abuelos, realmente para mí son un pilar muy importante en mi vida.
Tanto mi abuela y mi abuelo, se preocuparon de mi al máximo, frente a la gran odisea que se les vino encima pero triunfantes.
Siempre estaba entre los últimos por no decir, «la última».
Mi padre ese al que percibían como un perdedor; siempre sacaba lo mejor de mi, se empeñó en que nunca me definiera por mi condición sino por mi personalidad y capacidades.
Mi madre, aquella huérfana herida y temerosa, se volvió valiente y guerrera.
Los dos trabajando noche y día para mis tratamientos.
A veces envuelta en pañales de tela, otras veces tomando «agua de panela» pero siempre rodeada de amor.
A ese que muchas veces veía un hombre sin futuro ni rumbo, era solo un hombre cansado de trabajar, aún así tenía tiempo para mí.
Yo lo veo un luchador innato.
A esa huérfana temerosa la veo como la mujer más maravillosa de la tierra.
Dieron un cambio drástico y radical por amor a su hija.
Cuando tenía mis quebrantos de salud o mis depresiones derivadas del «bollying» , veía a mi madre llorar con sentimiento de culpa, la escuchaba decir, << todo fue mi culpa>>, mientras mi padre la consolaba fragelandose, <<en todo caso mi culpa>> decía él.
Nunca les he dicho que vi esas lágrimas que me transmutaron completamente a ser una nueva persona, me jure jamás infravalorarme y menos por necios.
Deje de incluime en el grupo de «los últimos», mi condición dejo de invalidarme para competir, deje de compararme con los demás, pero si perseverar en mis intentos hasta lograr ser la primera en las cosas que se me daban bien, teniendo en cuenta mis limitaciones para no frustrar mis sueños.
Hoy doy gracias a lo que parecía una desgracia, pues hizo a mis padres maduros y fuertes.
Gracias a mis abuelos por apoyarlos y cuidarme mientras ellos luchaban por mi bienestar.
Quién iba a pesar que como tortuguita fui haciendo mis deberes grano a granito, soy autosuficiente y tengo una profesión que me encanta, pues me ayuda a superar mis complejos. Amo mi vida siendo la última o la primera.
Tal vez tenga que dar la gracias a la condición con la que nací, porque saco lo mejor de mis padres.
Gracias a toda mi familia.
» La hemiplejía no me define, me define mis acciones y superación día tras día».
Los últimos resultan siendo los primeros.
RAQUEL LÓPEZ
El tiempo pasa y los recuerdos
agolpados cada vez más, en mi mente,
añoranzas, pensamientos…
todo lo que mi corazón siente.
Los últimos susurros de la vida
acarician mis oídos,
la tristeza invade mi alma
pero aún así, me siento agradecida.
Melancolía cuando escribo
sin empañarme de lágrimas,
solo una sonrisa por lo vivido,
suspiros que se escapan en palabras.
Aliento fugaz, tristes ausencias,
estrofas que se apagan en silencio,
caricias y abrazos que se extinguen
esfumandose como hojas lleva el viento.
Te escribo un adiós en mis rimas,
firmadas con amor y muchos besos,
despidiéndose de ti la poetisa
y dedicándote mis ultimos versos..
MANUEL ALBÍN EXTREMERA
Las últimas golondrinas se van alejando,
de su hogar pasajero durante un verano,
así se están yendo los últimos abrazos,
de un amor confundido desde años,
los sentimientos del corazón han muerto,
lod últimos deseos han desaparecido,
por un desliz cometido por el tiempo.
Fueron los primeros en convencer al día,
y los ultimos en demostrarlo al mundo,
se perdieron las primeras pasiones,
se perdieron toda clase de dulces caricias
y los ultimos en querer soltarlos.
SILVANA GALLARDO
¡Ay! esta vida tan polifacética, de sendas incomprensibles que conducen por caminos aciagos, escabrosos y, a veces senderos de efímera felicidad. Biografía imponente de circunstancias que se acumulan en instantes de luminiscencia que permanecerán en el pensamiento de los que partan después, tras la cadena de despedidas, de intensa nostalgia, que poco a poco apagarán su melancolía hasta ser sepultadas en féretros de olvido, o reavivadas por los recuerdos
Noches de sublimes pensamientos, de estrellas como luces infinitas, que tintinean con débiles sonidos, como el tañer de campanas de viento. Noches tan oscuras como el lejano orbe, que absorta admiro con infinito embeleso; porque es el refugio de mis horas de silencio. Si el insomnio me agobia, porque no concilio el sueño, abro las ventanas de mi alma y asomo mis esperanzas hacia el cielo para admirar su belleza, su grandeza y su misterio. No seré de los últimos en llenarme de la maravillosa magia del universo.
Mi cielo luz, de sol resplandeciente, como el calor que me prodigan mis hijos bendecidos, es esperanza y amparo de anhelos compartidos que subliman mi espíritu valiente; porque abrí puertas sombrías como siniestro paso hacia la muerte, sin traspasar su umbral irreversible, porque estoy aquí, porque respiro el increíble calor de mis entrañas y el trabajo incesante de mi corazón agradecido y diligente. No seré de los últimos que se resistan a marcharse.
Mis días grises y de alegres matices son como artísticas pinturas, enmarcadas en paredes de arrebol, que dan tonalidades iridiscentes a mi vida en proceso del ocaso. Porque no somos eternos. Mientras tanto, disfruto la galería de vida que me regaló el destino, y respiro instante tras instante, el aire de la existencia. Todos mis sentidos se confabulan en la fiesta del ser y estar, de abrazos y de besos, a los amores regalados a mi vida, como flores perfumadas que embellecen mi destino. No seré de los últimos en agradecer la inconmensurable conexión desde al alba hasta el ocaso.
Cuando el cielo llora con pertinaz ternura, calma mi llanto al confundirlo con su cristalino brillo, tan sutil y transparente como la lluvia. Porque ante esa maravilla, abro los brazos con el rostro mirando al infinito, para sentir la frescura de bendiciones acaecidas a mi bienaventurada realidad. No seré de los últimos que dejen correr el agua de sus ojos, para percibir el petricor imperturbable del fin de nuestros días.
Cuánta alegría me causa descubrir los misteriosos secretos de mi bosque existencial, que revela los ciclos de subsistencia tan fantástica, como las estaciones que nos recuerdan el nacimiento de la primavera, significado del inicio de la vida; hasta el invierno, que anuncia el final de un ciclo y nos envuelve con etéreos sonidos y silencios que nos hablan de la mágica evolución de nuestras almas. No seré de los últimos en despedirse de lo bello.
No seré de los últimos que abandonen la barca de la vida, porque detrás de cada ser, hay semillas que guardamos, infinitas, para trascender por los caminos que se renuevan, y conservar la esencia de lo que fuimos.
No seré de los últimos que caminen codo a codo con la muerte, a la que abrazo y me acompaña sin llevarme; la que mide mis pasos, mis latidos, mis aciertos, mis tropiezos. No me presiona ni me interesa que lo haga; porque, irremediablemente, no sé cuando, no sé dónde, no sé cómo, me tomará de la mano y nos iremos juntas, de viaje a la eternidad.
SERVANDO CLEMENS
Llegué al establecimiento de costumbre. Pedí un café sin azúcar. Me senté en una mesa pegada a la ventana para admirar el cielo plomizo. Me puse nostálgico al ver a los grajos que estaban parados en los cables eléctricos. Tuve ganas de llorar por algún recuerdo que no recordaba. Miré un avión que atravesaba el horizonte; no, eso era un misil. Pensé en todo lo que no hice y en las experiencias que me perdería. Por la calle la gente corría sin rumbo fijo. Los automóviles chocaban entre sí. La alarma de emergencias no dejaba de repiquetear. Escuché algunas detonaciones de armas de fuego. El anciano que atendía el negocio prendió el televisor y cambió al canal de las noticias. No sé el motivo, pero las pocas personas que estaban en la cafetería, huyeron al revisar los mensajes de sus teléfonos móviles. Alguien había olvidado un libro viejo encima de una silla. Lo tomé para echarle un vistazo. Las primeras líneas eran interesantes y alentaban a continuar la lectura. Levanté la vista. En el noticiario informaban sobre un bombardeo nuclear.
—Es el día del juicio final, hijo —comentó el anciano sin quitar la mirada del televisor—. Los gobiernos prefieren acabar con toda la humanidad antes de aceptar que se han equivocado.
Cambié de opinión, me levanté del asiento y agregué dos cucharadas de azúcar y un poco de crema líquida. Era momento de disfrutar.
—¿No tienes miedo? —me preguntó.
—No sé a qué le tengo más temor, si a vivir del modo en que lo hacemos o a morir. Y aunque estoy cerca de la muerte, todavía no la conozco.
—Tengo noventa y ocho años y he pasado la mayor parte de mi existencia trabajando en este aburrido lugar, nunca hice lo que realmente amaba por miedo, y ahora es tarde, así que ahora mismo me importa un carajo el mundo.
—El doctor dijo que me quedaban tres meses de vida.
—Eso lo explica todo, joven. Nos vemos del otro lado de la frontera, si es que existe.
El viejo salió al pandemonio y se topó con la muerte al caerle en la cabeza el letrero de su propio negocio. Percibí una explosión que cimbró las paredes, los cristales y mi esqueleto. El televisor cayó de su lugar. Los vidrios llegaron hasta mis pies. El edificio de enfrente se derrumbó y los escombros cubrieron la calle. Di la vuelta a la página y leí algunas frases sueltas. Me fui a la última hoja para terminar con el asunto. Saqué un bolígrafo, escribí este relato: el epílogo de mi vida y coloqué el punto final.
REBECA FS
«Lo último»
Es lo último que te voy a decir para que aprendas a pedir ayuda.
Solo me queda paciencia para los niños y los borrachos.
NEUS SINTES
Las últimas palabras resonaron en mi mente, como un volcán en erupción. Sería la última vez que volvería a pisar la casa de mi suegra. La última. Me lo prometí a mi misma y es lo que iba a cumplir.
La cruz ya estaba hecha. No había marcha atrás, a sus crueles palabras que de su boca, como rayos de fuego, salieron repentinamente.
La última cena, la última comida en la que sería partícipe. De hecho, así lo decidí, por mi bien, por mi salud. No volver a pisar su casa. No volver a escuchar de su boca, a escondidas de mi pareja; su hijo. todo lo que opinaba de mi. De mi forma de ser y de actuar. Porque todo lo que ella decía no era verdad.
Supongo que quería que nuestra relación entre su hijo y yo se esparciera a cenizas. Sino, ¿Qué motivos le había podida dar?. Ninguno.
Siempre ocultando su otra cara. Siempre demostrando un aprecio, del que no era verdad. Del que no era aceptada por ella. En cambio, lo disimulaba muy bien. A las llegadas de su casa, ambos besos en las mejillas siempre me ofrecía. Ahora sé, que no eran besos de bienvenida.
GASTÓN MOMEÑO
Aunque le juró que el sudor no se secaría jamás
Que sus huellas no se irían de su piel
Los últimos gemidos de pasión saldrían volando
Para navegar eternamente por el Egeo
Polizonte en alta mar
Pero capitán de su cuerpo
Sus labios lentamente mojaron su cuello
Mientras sus manos temblorosas
Acariciaban suavemente su pecho
Amante de puerto en puerto
Pero capitán de sus sábanas
Descendió con la arena por su vientre
Lentamente hacia su pelvis
Pudiendo acariciar con sus labios con los suyos
Después del último suspiro
Con sus cuerpos aún temblorosos
Las gotas tibias de pasión
Se mezclaron con las de melancolía
El calor del aliento escaparía sobre la playa
Borrando para siempre
Las marcas de sus últimas pisadas
Que prometieron dejar eternos sus zapatos
En las costas de Creta
MARTA ELSA TO0RRES
Siempre después de recibir los más dolorosos golpes, de quién prometió nunca dayarte ,quien siempre prometió amarte .
Después que llegaba la calma y su furia cesaba , decía te prometo que son los últimos.
Pero el no sabía que desde la primera vez todo se había roto en mi, que me dolía tanto los primeros como los últimos.
Para entonces mi alma estaba completamente muerta , que ya no sentía nada.
Y antes de los últimos mi alma ya había partido,
Y hoy no sé cuáles fueron los últimos .
Al agonizar mi corazón anelava un suspiro de amor, no de dolor, mi boca deseaba un beso no un golpe que tumbar mis dientes, mis mejillas soñaban con una frágil caricia.
No con un golpe que me llevara asta el piso donde ,
Ahora sí serían los últimos.
FÉLIX LONDOÑO G
– Oye, Adán. ¿No se supone que fuimos los primeros y también los últimos en el paraíso? ¿Qué fue de aquel edén, luego que nos echaron?
– No sé, Eva. Pero no te preocupes, tu sigues siendo mi paraíso terrenal.
BEA ARTEENCUERO
Siempre pensé que ser el último no era tan malo, que en ocasiones tenía sus beneficios.
Por mi contextura física me acostumbré a ser el último …aunque eso me servía que no me llamarán a pasar al frente o a recibir más dulces en los días de fiesta.
Así me acostumbré a llegar último en todo, eso me dio empuje para dedicarme a lo intelectual (Ya que para actividades físicas cero)
Me refujie en los libros, hice la carrera de ingeniero en pocos años; Conseguí un buen puesto en una industria, vivía bien pero seguía siendo el último en muchas cosas , me acostumbré y sentía que no era tan malo, aunque dentro mío sentía una molestia, no tenía nombre, pero estaba allí Alojada en mi interior, me fui adaptando, era en vano querer sobresalir en lo que no podía.
Hoy que la tierra se está extingiendo, por esta plaga que sacude al mundo, los humanos seríamos trasladados a otros planetas; Todas las semanas salían viajes, las naves eran majestuosas, no me gustaba la idea, pero no tenía otra solución. Mi familia ya estaba instalada en Marte y las noticias que enviaban eran buenas y prometedoras, así que mi destino también sería Marte.
El vuelo en que viajaba salía en unos días, así que prepare todo minuciosamente;El día antes de la partida estaba muy nervioso, me prepare un suculento almuerzo como despedida, comi mucho así que tome algo para el estómago y me recoste.
Desperté sobresaltado, todo era silencio, me prepare el desayuno y aliste mis cosas, al salir del edificio no encontré a nadie, tampoco en las calles, no entendía que pasaba, cuando llegó al aeropuerto…
Todo estaba desierto, me dirijo al lugar de donde salía la nave…
No había nada el lugar estaba vacío..
¿Que pasa? Me pregunté… el gran reloj del lugar mostraba la hora..todo estaba bien.
Pero, pero la fecha no coincidía era un día después de la partida .
No sabía que hacer, desesperado recorrí el lugar de un lado a otro,
Nada en ningún lado, me doy cuenta que dormí y dormí casi un día y perdí el vuelo.
Anonadado, desesperado me senté sin atinar a reaccionar.
Me doy cuenta que:
Soy el último ser humano que quedó en la tierra.
A la semana estaba deambulando sin rumbo, cuando veo una luz en el cielo, la sigo y grande es la sorpresa veo una nave que aterriza.
Corrí al lugar, las lágrimas resbalaban por mis mejillas, una emoción recorría mi cuerpo.
La nave había venido a la tierra a buscar insumos para sembrar y producir lo que consumían los terráqueo.
Así es que pude llegar a Marte, juntarme con mi familia.
Otra vez era el último.
Pero aprendí que a veces no es tan bueno ser EL ÚLTIMO..
ALBERTINA GALIANO
Vivir junto a alguien que pasa el tiempo con medio cuerpo colgando de facebook….
Siempre estoy acompañada cuando estoy con él, rodeada de caras.
En el preciso instante en que encontramos un bello rincón, un paisaje, una comida o un oasis, él inmediatamente se esmera en compartirlo con sus amigos, colegas, familia y demás…
Eso me llena de orgullo, es feliz, y quiere que todos lo sepan en el minuto mismo en que él lo siente.
A veces temo que en pleno orgasmo lo haga igualmente, para compartir toda su dicha, sin salpicar.
Cuando quiero mostrarle la mía, sólo tengo que darle un “like”.
Es bella la tecnología…
Qué bonita la vida virtual.
Cuando compartes tu tiempo con un novioface o churribook, siempre habrá un último like… aunque también tiene grandes ventajas.
Una de ellas es que mientras fotografía su plato, tú te puedes comer las patatas.
NEUANFANG SNEGA
Cuando miraste por última vez a nuestra dirección entre lágrimas y me pedías que corriera, las llamas consumían nuestro hogar contigo en medio,en ese momento fue cuando me di cuenta a tan temprana edad que estaba perdiendo todo, mi mundo infantil bajo ese techo se desmoronaban a medida que fuego con su danza arrolladora devoraba hasta las fotos colgadas en el armario, no pude mas que bajar la cabeza y echar a correr con aquel ser que te llamaba fervientemente «Mamá » en mis brazos, podía sentir sus lágrimas caer sobre mis hombros mientras pataleaba incontrolable buscando zafarse y correr descalzo hacia a ti. Si fuera el, yo también lo hubiera hecho, hubiera sido imprudente y correría para sacarte de ahí aunque tuviera solo una mínima oportunidad, pero si alguien no moría para alimentar a esas asquerosas alimañas con caras de hombre, que no hacían más que deleitarse con la agonía ajena, no valdría la pena el incendio que tu misma provocaste para que escaparamos sanos de este repugnante lugar .
«Mamá, somos los últimos y ganadores,sin embargo, los anteriores a nosotros fueron más valientes y perdedores. La vida es simplemente irónica al premiar a nosotros los cobardes. Lo siento mamá «
Corriendo salió del almacén para esconderse otra vez
ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ
Dicen que quien pasa hambre, con pan rollos de pico sueña.
En tiempos de la posguerra, la pobreza era el pan de todos los días en las familias que trabajaban el campo.
Una noche, el Tío Valera, soñó que en el monte del castillejo había enterrado un tesoro, un gran montón de monedas de oro que escondieron durante la guerra descendientes de los moros de la época de su expulsión por los Reyes Católicos.
Esa mañana temprano, agarró su mula y unos cuantos aperos y subió monte arriba para localizar el lugar que había soñado. Al llegar al sitio, lo primero que se encontró fue un cucharón de latón viejo y eso le dio la pista en forma de señal de dónde debía empezar a cavar.
Transcurrían los días y el Tío Valera no tenía suerte en su búsqueda, pero los vecinos le veían todos los días con la misma marcha y decidieron seguirlo. Al llegar al lugar de la búsqueda se encontraron con un gran agujero en el suelo por el que se descolgaba con una cuerda y se le perdía de vista. Sus vecinos le dieron por loco.
Cuando terminó el verano dejó de subir al monte castillejo y todos pensaron que había encontrado el tesoro o se había dado por vencido. Algunos se reían de él:
-¿Qué, Tío Valera, ya ha encontrado el tesoro? Tendrá que invitarnos a algo para celebrarlo y ahora podrá hacerse una casa nueva o se muda del país mañana.
El Tío Valera siguió su vida cotidiana como siempre, con sus tareas en el campo y su vida austera hasta el último día de su vida.
Unos días después de su muerte, sus hijos, decidieron hacer una limpieza a fondo en la casa vieja de la familia. Desalojando los trastos de la vivienda, en un hueco oscuro debajo de una escalera que hacía la función de alacena, encontraron tres orzas, dentro de ellas no habían morcillas, no, había un montón de monedas en cada una de ellas.
Un viajante que pasaba por su puerta en ese momento se enteró del hallazgo y se interesó por ello. Echó un vistazo a las orzas y asombrado contuvo la emoción y le quitó importancia a su contenido diciéndoles:
–Eso es metal, no tiene valor, son monedas viejas que ya no sirven para comprar hoy en día porque están fuera de curso legal. Si quieren, lo podemos pesar y les pago lo que pese a precio de metal. –Y así lo hicieron. Les pagó tres billetes por las tres orzas y se marchó.
Más tarde el Tío José fue al bar por primera vez, nunca había tenido dinero para entrar en la cantina a deleitar sus goces.
–Hombre Tío José. ¿Cómo usted por aquí?
–Nada, que un viajante forastero nos ha pagado tres billetes por tres orzas de metal que nos hemos encontrado en la alacena, escondidas en el fondo de la escalera.
–¿Y Cómo era ese metal?
–Pues monedas viejas de color amarillo. Nos lo ha pagado bien porque pesaban mucho.
Eran tan pobre que nunca habían oído hablar del oro y mucho menos sabían que tenía ningún valor.
El último mono que acertó a pasar por el sitio adecuado en el momento oportuno y con la gente necesaria, por sólo tres billetes, se llevó el tesoro del Tío Valera.
Ésta es la leyenda que circuló en la aldea durante mucho tiempo, aunque muchos dicen que no fue real, que quien hambre pasa con pan rollos de pico sueña.
AMMIL
CONSUELO PÉREZ GÓMEZ
LOS ÚLTIMOS (CONQUISTADORES)
—Enhébrame la aguja, hijita…—pide la abuela.
Los ojos cansados de tanto visto, tanto pasado, se le llenan de lágrimas; una tela que apenas permite traspasar un rayo de claridad para seguir remendando lo que será pan para hoy y hambre para mañana cuando al uso se abrirá de nuevo dejando en el aire el remiendo que tan trabajoso resultó. Como cada tarde cosían al amor de la solana cuando era el buen tiempo; al llegar los primeros fríos el corredor con sus cristaleras amparaba los zurcidos de la abuela y los bordados que la nieta se afanaba en terminar por aquello de: «por si acaso».
—Abuela cuéntame…
—¿Por dónde íbamos? ¡Ah, ya! Pues como te iba contando. Amalio y Daria habían nacido en el mismo barrio por lo que se conocían desde la cuna. Una vez destetados compartieron años de juegos y escuela hasta llegar a la mocedad que, aunque no es mala época es la etapa de los más amargos y a la vez dulces sinsabores.
Él la observaba cada tarde cuando bajaba al caño a llenar el cántaro y a la vuelta se hacía el encontradizo con un saludo que le salía como a cañonazos de los mismísimos nervios que le agarraban cada vez que la veía.
Así como un verano trae un invierno y este una primavera, se fueron sucediendo las estaciones hasta llegar a esa edad en la que no se sabe por qué ley inescrita se considera a los mozos casaderos. Y fue así en la verbena del santo que, baile va…baile viene…el mozalbete pidió permiso a Daria -¡al fin!- para cortejarla. Ella más roja que un pavo dio su aprobación sin levantar la cabeza doblada sobre el pecho…
Es así como comienzan todas las historias de desamor…—¡Ay! Suspira la abuela…
—Abuela sigue por favor, no te pares ahora…—Ruega la nieta.
—El baile, para mí, que tiene algo de embrujo, ese acompasar de pies y brazos tratando de huir en ocasiones de la proximidad de lo que se avecina que no se deja atar, así como así, termina, a veces, como el rosario de la aurora…
Todo paz y tranquilidad hasta que se termina. Llegaron tiempos en los que las cosas de ganar el pan se pusieron del revés y comenzó un rosario de peregrinaciones hacia otros lares donde obtener el condumio. Y Amalio se marchó a hacer las Américas…y Daria seguía bordando su ajuar en la espera acompasada de las estaciones. Cuando desde la ventana veía pasar al cartero salía de estampida a preguntarle por si llegaba carta de Amalio.
—Nada, Daria. Te he dicho que no te preocupes que no debes estar al quite. En el momento que llegue a mi mochila, yo te la entrego sin más.
—Gracias, Emilio…pero es que…
—¡Ay! ¡Estos muchachos y los amores! Esa enfermedad se cura con los años y con los callos…No te preocupes mujer. Verás que pronto llegan noticias. ¡Adiós! ¡Qué tengo mucho que repartir!
Las cartas se fueron sucediendo a lo largo y ancho de un lustro. En ellas Amalio le contaba de su trabajo en el Palenque, de los amos, de los jornaleros, de la comida de allí que en nada se parecía a la de aquí…de la forma de hablar que, aunque pareciera el mismo idioma había cosas difíciles de entender y otras que jamás escuchó…Pero Daria nunca veía escrito lo único que quería saber: cuando volvería, cuando se casarían, cuando…
No hubo más cartas. Daria ya no preguntaba al viejo Emilio que arrastraba los pies con su mochila repartiendo dichas y desdichas…
Amalia visita a su abuela a diario en el lugar eufemísticamente llamado: «El buen retiro». Lee para ella, le habla de su trabajo en el hospital, de su hijo que este año terminará el bachillerato, de su marido ejemplar…
De una pila de periódicos que se amontonaban en su desván ha encontrado uno amarillento con fecha de hace diez años en las que aparece un tal Amalio, español, trabajador de un Palenque en algún lugar perdido de Méjico, al que han encontrado atado a un árbol con heridas de machete y la amputación de ambas manos…el periódico da unos cuantos detalles peregrinos sobre los posibles motivos y el final del desdichado. Arrugada por los años, la foto amarillenta que cuelga de uno de sus bolsillos, lleva en el reverso una dedicatoria…«Para mi querido Amalio de quien nunca te olvida. Daria».
Amalia duda entre si leer a su abuela Daria la noticia o destruir definitivamente un pasado que como tal quedó enterrado en aquel pretérito imperfecto.
—Abuela. Él te quería. Solamente no pudo seguir escribiendo…
—Lo sé. Siempre adiviné el final de la última carta.
Daria se duerme. Duerme, Daria. Duerme en la felicidad del último sueño.
CURRO BLANCO
Era la décimo tercera cita que Paulino gastaría para encontrar a su chica. La última. Después de esta tiraría la toalla, decía.
Las otras doce no le dieron buen resultado. Él, asegura, que no hubo filing, que con ninguna tuvo conexión suficiente como para dejar la puerta abierta para posteriores encuentros.
El caso es que Paulino sin saber muy bien porqué, asegura, aquél día, desde horas antes de la cita, tuvo la sensación inocua de que êsta sería diferente; quizás porque en vez de citarse con la chica en un Café lo haría en una Teteria, quizás porque era la número trece y él no era supersticioso, porque fuese un día lluvioso y él era pluviofilio o simplemente porque desde hacía días tenia un picor inconstante en la punta de la nariz.
Paulino, asegura, que aquella chica que accedía por el hall de la Teteria no era Carol, al menos en las fotografías de su perfil de la web donde contactaron no le había parecido tan atractiva y sugerente. Pero sí, llevaba el vestido de punto de color beige y las dos coletitas anudadas con lacitos rojos como peinado que le indicó que llevaría para que la reconociese con facilidad. Paulino, asegura, que le hizo una indicación con la mano para ser reconocido, que seguidamente ocuparon una de las mesas del local, que la chica, Carol, le propuso que mejor cambiaran a una mesa más apartada y así hicieron.
Después, combinieron, en pedir té rojo con pastitas Marroquí.
Paulino, asegura, que desde el primer momento sintió una punción erôtica que le traspasó hasta el lugar más recóndito del tuétano de su masculinidad; Carol rebozaba sensualidad de todas las maneras posibles; sus brazos môrbidos con sus gestos acompasados y acordes al coger la taza de té; sus labios voluptuosos y acarminados que, al ser mojados por el líquido têino se le antojaban libinidosos, y sus ojos, chispeantes y juguetones al asomarse atrevidos por encima de la taza forzaban peligrosamente a la lujuria desatada, reverberando en él, en forma de punzada sofocante, justamente a un palmo del bajo vientre, donde el pubis encuentra a sus partes más íntimas. Su última cita, al menos, parecía que prometía, se dijo.
Y fue aquí, en éste punto y en ese preciso momento donde sintió los dedos descalzos de «Carol»., masajeando con suavidad morbosa su miembro viril que, como un resorte, se erigió alcanzando su tensión máxima en los sucesivos masajes, ahora ya, insistèntemente masturbadores.
Repentinamente, Paulino, asegura, «Carol» cesó su «afectuoso masaje» y por primera vez habló, – no soy Carol, ella no ha podido venir, me llamo Dulce y te dejaré como nuevo, ¿nos vamos al hotel…?
DAVID DURA MARÍN
Y venga a correr sorteando transeúntes pero el autobús no paró.
Maldita mi estampa!
Otro día llegaba tarde a la entrevista de trabajo.
La ansiedad la pagó la papelera y mi pie. Cuando de un humo basuril salió el genio.
Te concedo un deseo.
Hasta para esto era desgraciado !.
Quién ha robado mis dos deseos!.
Quiero vivir en un Planeta de Perejil.
Arranqué entre mis manos un ramo de planeta tirándome en busca de mi amada.
Con dos brechas y múltiples fracturas como gato mojado acabé en su puerta.
Te quiero !. Esto entrego , más , no puedo dar.
Pero si el perejil es gratis!. Me dijo.
Traigo todo un planeta sabiendote a poco .
Es mi último esfuerzo .
Borra los primeros besos .
LOLY MORENO BARNES
¡Siempre nos convencían con sus artimañas !
Y, aunque sólo nos quedaba a los pocos sobrevivientes un ÚLTIMO suspiró, no estábamos dispuestos a entregar nuestra única y valiosa vida plácidamente .
Para ello debían vencernos primero y aún plantábamos resistencia .
Habían desfilado delante de nuestras narices gobernantes, fuerzas del orden , científicos, abogados, jueces , organizaciones internacionales , médicos y hasta sacerdotes .
Todos habían defendido sus teorías y ofrecido posibles soluciones al problema :
Los primeros, los segundos, los terceros y los siguientes …
Ya no estábamos dispuestos a recibir a los últimos en el intento , porque en todo caso, los últimos deberíamos ser nosotros, que estábamos resistiendo.
Cerramos puertas con candados , crecidas de ríos con sacos de arena , clavamos maderas en los cristales de las ventanas y nos quedamos a oscuras esperando la inminente muerte .
Todos golpeaban nuestra guarida para entrar , quizás pensando que ocultábamos la salvación y nosotros asustados nos arrinconamos cada vez más en las esquinas de nuestro oscuro escondrijo .
Perdimos todo , la esperanza, la cordura y en último lugar, perdimos el miedo .
Ya nada quedaba y nada esperábamos .
De pronto; tembló la tierra y temimos ser tragados entre sus grietas .
Abrimos cerrojos , puertas y ventanas y dejamos entrar la luz de un nuevo día , buscando escapar, sin saber de que.
Todo estaba desierto a nuestro alrededor , pero teníamos los pies sobre la tierra y nuestras cabezas bajo un cielo .
sentimos nuestro lugar en el mundo y¡ Latían nuestros corazones!
Soltamos las amarras del pasado y renacimos en una nueva historia .
Y… al volver a reír , cantar y caminar:
¡Sembramos los campos de vida !
Y se cumplió la profecía de las sagradas escrituras:
¡ Los últimos serán los primeros!
JUAN JOSÉ GARCÍA DE HARO
Últimos instantes (microrrelato)
Aburrimiento, apatía, ático, terraza.
Desesperanza, desaliento, ansiedad, terraza.
Tristeza, rendición, cigarrillo, terraza.
Terraza, horizonte, vacío… asfalto.
ALEXANDRA MARTA IONA
23.387
Conocían el riesgo que corrían, pero aun así los tres amigos habían organizado un encuentro a plena luz del día. No intentaban desafiar a los gobernantes, si no que querían construir y normalizar una libertad de expresión prácticamente inexistente.
Los primeros en llegar fueron Matías y Pablo. Por su ropa podías ver que la vida los trataba bien, pero tampoco destacaban entre la multitud. Encuentran por fin una mesa libre en la terraza del bar de la esquina . Se sientan y piden un par de copas de vino acompañado de un aperitivo mientras esperan a Mateo.
– Dime, Matías, que tal tu último viaje? He podido oír que fue todo un éxito . Planeas viajar de nuevo pronto?
– En cinco días partiré hacía el norte. Se lo que me vas a decir, que en esas tierras viven salvajes y que ni siquiera hablo su lengua ,pero tu no puedes porque te tienes que quedar aquí y Mateo mañana va emprender su viaje hacía el este. No te preocupes Pablo, piensa en todo lo que hemos conseguido hasta ahora.
-Pero ,sabes lo que les ha pasado a los otros! No tengo miedo, yo creo en lo que estamos haciendo y enseñando ,solo digo que cada vez tenemos que tener más cuidado.
Matías le da un sorbo a su copa mientras no para de jugar con algo que no parece más que un trozo de papel. Mira el reloj y le contesta a Pablo en un intento de calmar su nerviosismo.
-Amigo mío, nuestro deber es hacer todo lo que esté en nuestras manos para difundir Sus enseñanzas . Somos los últimos que quedamos y todavía hay muchas personas dispuestas a escucharnos .
En la radio del bar se oye una voz un poco cansada que anuncia el inicio del sorteo de hoy. Matías se acomoda en su asiento y disimuladamente empieza a prestar atención al interlocutor.
-¿Dónde se habrá metido Mateo?¿tu sabes algo? Habíamos quedado hace más de una hora y ni ha llamado ni nada. ¿le habrá pasado algo?
-Calla un momento Pablo! Verás como si Dios quiere podemos tener un golpe de suerte y así llevaríamos a cabo nuestra misión sin peligro alguno.
Matías, Pablo y Mateo eran los últimos supervivientes de un grupo que se hacían llamar “apóstoles” ,discípulos del Creador, que se dedicaban a enseñar el verdadero amor y el verdadero sentido de la vida entre otras cosas. No hacían ningún daño ,bueno si , al sistema. Por eso estaban perseguidos y sobre sus cabezas colgaban penas de muerte.
La voz de la radio vuelve y sin más preámbulo anuncia que el número ganador de la lotería es el 23.387.
Matías mira enseguida el papel medio arrugado que tenía en la mano y antes de poder expresar su dicha a Pablo, Mateo irrumpe con la furia de un huracán.
-¡Tenemos que correr ¿Me habéis oído? Están aquí ¡ Nos han encontrado!
Pablo y Matías, con las caras desencajadas, intentan correr entre las mesas del bar, cuando una lanza disparada por uno de los integrante de la milicia atraviesa el corazón de Mateo. Este último cae fulminado en los brazos de Matías.
– ¿Por qué Dios? ¡ Ahora no! ¡ Todavía no! Grita con el cuerpo inerte de su amigo acurrucado en su regazo.
Los dos amigos acaban apresados y en medio del forcejeo, Matías pierde el boleto ganador que cae sobre el cadáver de Mateo.
Al día siguiente ,Matías y Pablo estaban siendo decapitados en la plaza del pueblo ,ante la mirada de decenas de fieles a la causa.
¿Fin?
GAIA ORBE
Macarena lleva semanas sin comer porque está de viaje. Recorre seis kilómetros por día aunque se siente extenuada andando contracorriente. Lo que ella quiere es llegar a su lugar de origen.
Ella, nacida en una primavera de aromas sutiles y hojas verdes ricas en oxígeno, creció hasta ser una joven con pecas grandes rojas en su cuerpo. Ansiosa por la libertad decidió partir para aventurarse en el mundo. Fue una larga travesía en la que tuvo que transformar su piel en el necesario azul plateado para afrontar la vida del gran océano de la existencia. Navegó en la superficie de las olas varios años de incontables días. Hizo amigos, se protegió de enemigos. Luchó incansablemente para alimentarse cuando el gélido frío de los témpanos la dejaron varada entre dos costas.
Pero, Macarena ya pasó por todo eso. Hoy es una mujer madura, que aunque cada vez más delgada porque no se alimenta, salta superando las barreras de casi cuatro metros de altura que encuentra a su paso. Las horas pasan y ella avanza siguiendo el rastro de los aromas de su niñez. De vez en cuando, se cruza con otros que está haciendo el mismo trayecto. Les saluda y sigue río arriba. Sabe que no puede detenerse porque en esta etapa cualquier acometida imprevista podrá atraparla si se rezaga en su marcha. Tampoco puede equivocar el rumbo, como les pasa a algunos. Entonces, indiferente a la mirada de los otros, Macarena, sigue su frenética carrera en la época más intensa de su vida.
Una mañana de noviembre, superando todos los obstáculos llega junto al río en el que nació. Hay muchos hombres que la están esperando. No les será fácil, deberán competir entre todos por el corazón de Macarena. Mientras ellos se atacan en una fiesta impetuosa, ella busca entre las piedras donde anidar su hogar. Macarena se divierte con el cortejar de sus hombres. Hasta que atraída por uno, se abre paso para entregarle el aliento de vida que protegió con esmero durante el viaje, el último viaje.
ANDY PARIONA ROJAS
No lo sé
Por qué soy el último, no lo entiendo, en colegio, en la universidad, no lo sé…
¿En verdad soy el último?
Pues sí – menciona una carismática voz al fondo de la sala.
Pero no hay necesidad de abrumarse. Es la mejor oportunidad para poder superarte, para poder dejar de pensar que fracasaste durante tanto tiempo, quizás solo te falta dar un paso más y tú ya quisiste volver al inicio del camino.
Pero… – menciona el joven sentado, tratando de interrumpir la tesis que planteaba la armoniosa voz del fondo de la sala.
No, calma, no refutes. Entiende esto; el último es la guía que los demás esperan que parta a ser primero y seguir sus pasos, pero algo marca la diferencia en ese trayecto: constancia, caídas, subidas, problemas entre otros, que habrás que superar para llegar a ser primero; y no tengas ninguna duda que el primero no lo sabe, porque él ya lo ha vivido y reconoce que muy pronto el último pasará a ser el primero y eso le preocupa. Escucha y mantén en mente esto, solo te quede una opción, confía en ti y en tu potencial en lo que desees hacer, es todo.
El joven asimilo todas las palabras vertidas en esa pequeña conversación, tomó sus libros, su cuaderno y lapicero; subió corriendo a su cuarto a seguir escribiendo la historia que había dado por perdida; no sin antes decir: gracias, mamá!
JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO
Año 2034; la vida en la tierra era insostenible, la extinción humana había llevado a la locura a gran parte de la población, que con esfuerzo, luchaba por sobrevivir.
10 años atrás, una asociación de líderes del mundo, firmaban el acuerdo con China de crear millones de cápsulas de viaje espacial con gran alcance, para 1 piloto. El estudio de la corporación ANXA, había planificación la evacuación rápida de la tierra con mini naves espaciales llamadas Saiyan, basándose en el modelo de un anime del año 1984 llamado «Dragón ball».
La esperanza de encontrar otro planeta habitable, estaba en manos de los niños de entre 1 a 15 años de edad. Los hijos de las familias sobrevivientes, eran arrancados de los brazos de sus padres y montados a la fuerza en las esfera blancas con un reducido espacio de 1,50×1,50. Los gobiernos castigaban con la pena de muerte a aquellas familias que no entregaran a sus hijos que eran escogidos con un gran listado por el ejército de cada país.
Cada día lanzaban entre 10.000 a 100.000 cápsulas al espacio con un piloto automático. Solo un 10% salían al espacio exterior con suerte, no podían correr otro riesgo. La mano de obra barata en China y la falta de pruebas de las naves, hacían que las cápsulas explotaran en pleno lanzamiento, a pocos metros de llegar a sobrepasar la atmósfera o a unos pocos metros de tierra firme. Creando una imagen insólita y descabellada. Las familias, eran testigos de como sus hijos morían por salvarse de la muerte, convertidos en infernales fuegos artificiales de varios colores.
Quedaban pocos niños de varios países para los 10000 últimos lanzamientos, que con la esperanza de encontrar un mundo mejor, algunas familias, se negaban a entregarlos para quedarse a morir junto a ellos. Los soldados del gobierno central asesinaban con sangre fría a aquellos padres que como último recurso, escondían a sus hijos en bosques profundos. El ejército estaba preparado de radares para encontrar a los niños perdidos a través de los chips implantados desde la pandemia del 2019 con las vacunas obligatorias desde el nacimiento del bebé.
Las últimas naves cilíndricas, eran preparadas para lanzar como última oportunidad a los últimos niños al espacio.
<<Preparando lanzamiento, empieza la cuenta atrás, 10, 9, 8, 7…>> sonaba en el ordenador de abordó y por un altavoz de la base.
— ¿Son los últimos, verdad?
— Sí
— Esperemos qué está locura haya servido para algo.
— Tengamos Fe.
— ¿Cuántas naves han conseguido salir?
— Sólo 1.
— ¡Sólo!
— Sí, el último, nuestra última esperanza.
— Activa la propulsión.
— ¿Seguro?
— Crucen todos los dedos.
<<Activando propulsores, velocidad ultrasónica 3, 2, 1…, Nave autodestruida>>
— Es la última, la humanidad a llegado a su extinción. A sido todo un placer.
— ¿Cómo damos la noticia a los familiares?
— Le contaremos, que están viajando por el espacio, al menos 1 millón de las más de 100 millones de cápsulas que hemos mandado.
— Señor, han informado que ha quedado una nave en tierra sin lanzar, ni explotar.
— ¿Qué número?
— La 87
— Pulsa el botón de la 87
— ¿¡Estás seguro!?
— ¡Revienta esa última cápsula, es una orden!
— Y si es la única que funciona.
— ¡Ya!
— Entendido.
<<Autodestrucción cápsula 87, 3, 2, 1…, última cápsula de supervivencia destruida>>
CONCE JARA
Domingo, último día de la semana, las 5 de la tarde. Mi novio me llevaba casi a rastras, tirando de mi mano, dando grandes zancadas hacia un hostal situado en una de las calles traseras a la Plaza Mayor… yo tenía 14, él 4 años más. Me había insistido hasta el extremo, quizás animado por el beneplácito de mis amigas… y es que, de todas ellas, yo era la última que quedaba.
Al entrar en el hotel percibí un olor rancio mezcla de cortinas de terciopelo, alfombras descoloridas, sillones de escay, adornos de cobre y encierro. A la derecha, tras el mostrador desastillado, sobre el que descansaba el único foco de luz de la estancia, un flexo de aluminio descubría la presencia de un hombre de unos cincuenta y todos, calvo, gordo, descuidado, mirando sobre sus minúsculas gafas con aire de desconfianza, hasta que movió el dedo índice para que nos acercáramos:
Los carnés y son mil pesetas la hora susurró bajo la luz macilenta de la lamparilla.
Liquidamos el precio y entregamos la documentación a cambio de una gran llave.
– Al salir recogen su documentación – masculló señalando la puerta de la habitación número 2-.
El dormitorio estaba a pocos metros del mostrador. Me sentí molesta, ya que tanta cercanía me producía la sensación de que, durante el acto, el gerente se enteraría de todo. Tras cerrar la puerta, dentro nos aguardaba el mismo aroma del recibidor, el mismo estilo de decoración y como iluminación, la luz del devenir de los autos que se filtraba por los ventanales, muy propicia para esa primera vez.
Sin darme tiempo él me abrazó por detrás, apartó mi larga melena hacia un lado besándome el cuello, mientras me quitaba el abrigo, que cayó al suelo. Tiritaba y lo que más recuerdo son aquellas sabanas arrugadas, malolientes, sin cambiar. El frío de la estancia no nos dejó desnudarnos, solo pude quitarme las medias de lana, desabrochar algunos botones de mi camisa dejando mis pequeños pechos al aire, manteniendo la chaqueta de lana puesta y en seguida, el peso de él sobre mi, con los pantalones y calzoncillos a media rodilla. Luego nos besamos, alguna caricia, y en breve su mano entre mis piernas bajándome las bragas, después sobre mi boca, tapándome el momento en el que sentí una estocada en mi interior. Pronto me descubrí mirando al techo, mientras escuchaba al unísono los gemidos de mi novio, y el crujir de los muelles de aquella cama de aluminio que me mecía… unos pocos minutos llegó al final, después…. se durmió.
Antes de marcharnos quité las sábanas, ya que había sangre, aunque mi novio insistía en que eso no era cosa mía… Sentía vergüenza, no quería dejar ninguna huella y que los siguientes dijeran:
– Mira que guarros los últimos.
Al salir de nuevo al hall, estaba confusa, acalorada, molesta por cómo me miraba el hombre del mostrador. Quizás por los ruidos que evidentemente tuvo que escuchar, o por los golpes que éste dio a nuestra puerta para avisar que quedaban cinco minutos… pero mi novio me sonreía, y yo… le devolvía la sonrisa.
Al salir a la calle, todavía con esa cierta molestia en mis entrañas, de camino al metro, el aire frío me despejó del momento vivido y me vino el deseo de llegar a casa, para estar en mi habitación, acurrucada en la cama, cerca de mi hermana. Paramos en la entrada del metro, y al despedirse mi novio me cogió de la barbilla, dirigiéndome un “te quiero”, que me sonó a cortesía, y me besó.
Al día siguiente, en el recreo mis amigas me rodeaban para saber cómo había sido. Aplaudían, me daban la enhorabuena: Tía ¡qué bien!, por fin te has estrenado, ya no eres la última, ya no eres la única…, ¿se puso condón? …, ¿fue cariñoso después? …, ¿te fumaste un cigarro? …, ¡Qué suerte! Con lo bueno que está el Víctor.
Pero los días pasaban y el teléfono ya no volvió a sonar, como venía haciéndolo desde hacía cuatro meses, a las 6 de la tarde. En el gimnasio conseguí verle, y con el corazón en un puño, me acerqué a preguntar qué le pasaba. Me dijo que se había dado cuenta de que no le gustaba, pero que lo último… no estuvo mal.
OMAR ALBOR
Los últimos.
Cerca del tronco
cayó una hoja
que un pájaro
levanto, para su nido.
Al terminar el invierno
salen de búsqueda
de esa hermosa hoja
que decorara su casa.
Moldeada por su boca
e inmersa en barro esa
hoja será pared, será su
hogar, por el tiempo
que dure su estadía en ese lugar.
No preguntara nada más
ese nido será suyo
y dentro del abra amor
abra dolor y será así el lugar más preciado que muchos habitaran, todos los que suban a ese árbol el último de la comarca real, donde el viento dulce vuela.
Serán muchos, serán los últimos, que dejarán ese hogar hasta el próximo año y regresarán siempre una vez más.
Así será.
ALEXANDER QUINTERO PRIETO
Observaba como mi hermano tendía a llorar en algún momento crucial del tiempo en que mi madre lo alimentaba con leche Klim 1+ –por cierto, mucho tiempo después descubrí que klim es milk pero escrito al revés- .
El tetero poco a poco descendía en su nivel de volumen y del efecto succionador de mi hermano escapaban ecos que destemplaban hasta las cuerdas más tensadas. Mi hermano poco a poco empezaba a relacionar de alguna forma este sonido a las ultimas mamadas de su chupo. También relacionaba el final de su rico manjar blanco, con las tiernas y condescendientes palabras de mi madre: -ya son las últimas y acabas-…
Luego el estruendo, el llanto profundo y desconsolado de mi hermanito, y mis primeros pinitos de empatía. Tras algunos gimoteos tiernamente orquestados, de alguna manera, empezábamos cada uno a nuestro ritmo, a generar un marco de relaciones entre las experiencias y el lenguaje. Una especie de causalidad entre algo que finita, termina, acaba, se extingue, y la palabra último, o ultima, o ultimar, y todo su abanico de posibilidades.
Poco a poco estas palabras creaban nuevos significados en nuestra entrañable relación, pero ya empezaba a asomarse una tendencia irrevocable: como perros de orejas caídas y agitadas colas, tras la miseria humana en el basurero; una tendencia hacía la aversión. Mi madre por este tiempo había sido abandonada por mi padrastro y poco a poco fue cayendo en el alcohol. Cada vez más ausente y sentenciosa…
– ¡Es la última vez que les digo que dejen de tirarse la comida y jugar con ella! – espetaba con esa mirada fulminante.
– ¡Pero má!, ¡Marcos empezó, además no queremos más lentejas, están agrias y me producen dolor de barriga! –
– ¡Pero que decís! ¡Fuiste tú el que empezaste a jugar a la play doh, con tu manivela en la oreja y tu masa asquerosa saliendo por el hocico, y luego me la escupiste porque no me resultó gracioso! ¡La última vez que lo hiciste me enseñaste que la masa debía volver a la boca! –
-Pues hoy te la escupo por tarado. Porque no siempre lo que fue en una ocasión, va a repetirse de nuevo, aunque se prometa-…
Y de alguna manera empecé a tener ese patrón desorganizado, y la ansiedad de mi hermano volaba cada vez más. Y los problemas en el colegio comenzaron, y un día fue la última vez que le escuché reír. Porque entre ese amor a medias, entre las amenazas de mi madre, su falta de contingencia, un día sí…, un día no; un día, amorosa, un día era-la-última-vez-que-soportaba-que-jugáramos-con-la comida-y-luego-de-la-advertencia-nos-quemaba-con-la-colilla-en-la-nuca, o un día absorta en sus pensamientos. De ese desorden, yo me habitúe a que la última vez podría significar casi siempre un madrazo, pero a veces, solo a veces, un esbozo de amor.
Muchos años después me sigue doliendo el hecho de que alguien se despida, sin aclarar que va a ser el último adiós. Pero en parte, el esfuerzo de mi terapeuta es devolverme a los días de éxtasis en los cuales yo entendía el dolor de mi hermano, antes de ser un cabezota, antes de que “Ultimo” fuera una palabra que se refiriese a algo que no da vuelta atrás, algo como el nombre del señor bonachón que nos abre la puerta, o un imaginario timoul zangoloteándose en el lodo de los sueños.
Mi voto de la semana es para…
SERVANDO CLEMENS
Mi voto es para Andy Pariona Rojas
Y Alexander Quintero Prieto; relatos conmovedores me llegaron al alma.
Juan Josè de Haro se lleva el punto y un aplauso a tod@s: què nivelazo!
Mi voto es para:Silvana Gallardo
SERVANDO CLEMENS
Voto voto mi piloto:
Consuleo Pérez Gómez
Alexandra Marta Iona
Ole a todos
Mi voto lo comparto entre:
Dile Darah y Alberto Medina
J.J Serrano
Servando Clemens
Servando, Curro, Antolin, Juan Jose Garcia
Mi voto es para Consuelo Pérez Gómez y Servando Clemens.
Curro y Servando Clemens
Gaia Orbe
Gracias
Mi voto: Dil Darah
Mi voto para: ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ
Voto a: Servando Clemens y Consuelo Pérez
Para Servando Clemens.
Mi voto es para Mari Cruz Estevan
Loly, Curro, Servando Clemens, Antolin.