Fondo de nevera

Esta semana, en nuestro Grupo de Escritura Creativa de Facebook, proponíamos escribir relatos con el tema «fondo de la nevera». Estos son los textos recibidos. ¡Vota por tu favorito en comentarios antes del jueves 15 de abril! (Solo un voto por persona. Este voto se puede dividir en dos medios o cuatro cuartos).

POR FAVOR, SOLO VOTOS REALES, SOLO SE GANA EL RECONOCIMIENTO, CUANDO ES REAL.

* Todos los relatos son originales (responsabilidad del autor) y no han pasado procesos de corrección.

DIL DARAH

«Donde acababa el mundo y se desataba el infierno» allí se encontraban a quedar los maleantes del reino.
Era difícil de por si, atravesar las interminables arenas quemadizas, los colmillos cruzados de la cordillera, qué decir del cementerio: con su mar de cruces; otra cosa era entrar en La Nevera y salir para contarlo.
De vez en cuando algún trovador quedaba, más de la cuenta, y solamente para hacer delicias a los oídos del patrón de la posada; si no tocase día y noche, se vería carne para los depredadores:
—¿Escuchas Don Monster? Has de tocar el violín como si tuvieras fuego debajo del alma.
Don Monster lloraba con desasosiego y recordaba a Paganini con ahínco.
Hubiera inventado la catorceava nota con tal de entender, qué más hacer para salvarse de los demonios que le pinchaban las costillas con el tenedor mientras bailaban entre platos de madera frita y mesas de pino quemado.
Hacía cuatro meses.
— Ni te vas, ni vienes. Cabroncet…yogurceteeeee, que mal atinas los oídos — salta uno y le parte la jarra delante de los pies —¡Que cantes! Ay, de no ser por Amo, El Fondo te comería a ti.
Si La Nevera era un sitio para morir, El Fondo era para pactar con el diablo una eternidad de desgracias: y con ello tampoco tendrías.
Don Monster tocaba y cantaba, la comisura de la boca sudaba amargura, mientras la sangre se le escurría lentamente de las venas.
Todo, por una caja…
(¿Continuará?)
III En El Fondo De La Nevera
— Pensaba que era usted Amo, el dueño de La Nevera.
— En realidad, soy una bruja de sombras, cuando me canso de hielo y fuego.
— ¿Y la caja? ¿Cómo llegó a su mesa?
— Primero contéstame a ti mismo: ¿Por qué le mandaría alguien llamado Lucifer al fin del mundo?
— Es simple, por amor al arte.
— ¿Ha disfrutado de la estancia?
— Mucho más de lo que pensaría …
La mujer de pelo del color de manzana silvestre, hizo un amago sencillo con la mano izquierda y la caja se separó en tres, de las cuales dos desaparecieron.
La rojiamarilla, quedó en el regazo del violinista.
—Deberías abrirla, Don Monster. O no habrá manera de encontrar sus respuestas. Recuerde que aquí no hay trucos, tan solo existen sus deseos.
Don no se atrevía a respirar.
Por fin, por fin, por fin. La caja de oro le había convertido en yogur, la de ébano le había mandado a La Nevera.
La lógica decía que iba a vencer.
Al abrir los ojos, la bruja y la taberna se habían esfumado.
Delante suya, resplandecía un inmenso lago repleto de nenúfares y en cada uno de ellos una pequeña rana croando:
-¡Bbbeso!¡Bbbbeso!¡Bbbeso!
FIN
N.A: Dil Darah, es el nombre de un personaje—bruja, del juego World of Warcraft.
La serie va dedicada a Mr Monster, un personaje del autor Coronado Smith, por tanto, es necesario familiarizarse con sus textos.
Espero que hayan disfrutado de las lecturas:)

CORONADO SMITH

Mr Monster despertó sobresaltado, ¿pero qué diablos…?
Tardó unos instantes en empezar a despejarse de la somnolencia habitual, que es un efecto secundario de cuando alguien atraviesa el túnel infernal.
Tras superar esa fase inicial, empezó a intentar atisbar donde se encontraba. Estaba oscuro y hacía algo de fresco y había algo de humedad. De vez en cuando sonaba un ruido como de motor débil y saltaba un ventilador. ¿Sería un doble fondo de un vehículo?
Notaba que había varios olores, sobre todo uno de ellos le era muy familiar. En su época de estudiante de intercambio había tenido que comer mucho “Fish and chip” y lo reconocería aunque estuviese en el fondo del océano. Notaba también que había algo de vegetación, pues cuando el ventilador se activaba podía notar el roce de hojas sobre su cuerpo. No sabía si estaba desnudo o vestido y tampoco sentía las manos ni las piernas.
Al cabo de un rato oyó ruido de pasos acercándose y de pronto se hizo la luz al abrirse una puerta y sin tiempo para pensar en nada, una mano gigante lo atrapó por el talle y lo sacó de allí. No, no estaba soñando, era un frigorífico gigantesco. A continuación sintió como si le abriesen el cuero cabelludo desde la frente a modo de tapadera. –
¡Madre mía! ¿Eso es una cuchara?- Exclamó para sí mismo.
Sin tiempo para reaccionar se sintió transportado hacía unos labios enormes que empezaron a saborearlo, para a continuación, mezclarse con la saliva de una boca y una lengua apretándolo contra el paladar.
De pronto recordó, había vendido su alma al diablo a cambio de un beso de Dil Darah y éste lo había convertido en un yogur griego… ¿Continuará?

LORENA A MARTÍ

AL FONDO DE LA NEVERA
En los últimos meses ya era complicado encontrar comida después de tantos años de colapso. Pero aun así, entrábamos a las casas y siempre, siempre, mirábamos en alacenas y neveras. Aunque al abrirlas te golpeara la podredumbre en plena cara. Valía la pena inspirar putrefacción si encontrabas allí una lata o paquete sin caducar y bien cerrado. Ese día lloré como no lo había hecho en años, desde que nos cambió la vida a todos. Lloré de melancolía, de tristeza, de alegría y de excitación. Lloré por todo lo que habíamos perdido, por lo poco que nos quedaba. Allí, al fondo de la nevera, quieto, callado y dispuesto a embriagarme de placer, había un trocito de cielo negro lleno de promesas placenteras y relleno de avellanas.

MARI CRUZ ESTEVAN APARICIO

Llegué de viaje cansada y a la vez contenta. Había trabajado 15 días para mi empresa extras. Seguramente me dije ami misma cuando mi jefe vea las ventas que he hecho… ¡Un sobresueldo seguro recibo!
Mi imaginación me llevo a verme como la lechera del cuento…
Menos mal que antes de irme me deje un fondo de nevera en casa para mi vuelta. Tres días llevaba sin comer ya que el avión donde viajaba se que do sin combustible y aterrizó en la copa de un hermoso pino. Una garza real y blanca temiendo que el avión le destrozar su nido con su pico largo y rojo aviso a las autoridades. Que suerte tuvimos salvamos la vida pero hambre cuanta ambre tenía. Mi apetito me decía, al ingerir el contenido que tienes en el fondo de la nevera te devolverá la energía perdida. Comencé abriendo el paquete de los 200 gramos de chorizo, huff a la basura. El cuarto de jamón dulce todo baboso sigue el mismo camino. Recordé que compre unas lonchas de queso, por Dios todas verdes, y a sí paquete tras paquete. Mi cántaro de la leche se rompió ante mis narices al percibir el olor a pudrido que toda la nevera hacia. Mañana tendré que comprarme otra… Pensé si vuelvo a irme de viaje no me dejo un fondo de nevera…

ALBERTO MEDINA MOYA

Un cuarto de hora.
En el mundo que había al otro lado de la ventana existían grupos de activistas que se afanaban para mejorar las condiciones de vida de miles de refugiados; había padres y madres que se deslomaban trabajando de sol a sol para alimentar a sus hijos; había personal sanitario que se dejaba la piel asistiendo a personas en países en guerra; había gente que cuidaba y protegía animales abandonados; gente se jugaba el pellejo combatiendo las agresiones a la naturaleza por parte de grandes corporaciones; gente que buscaba la salida del laberinto burocrático que atravesaban para adoptar a un niño huérfano. Y yo llevaba un cuarto de hora buscando el maldito tarro de la mayonesa en esta nevera atiborrada.
Mi esperanza estaba haciendo la maleta, cuando de repente vi aquel tarro de mis sueños en un rincón insospechado y comenzaron a sonar castañuelas en mi corazón. La vida era una tómbola en la que me habían tocado las mejores papeletas y solo había que dejarse llevar por la magia. A pesar de las tormentas y los dragones había logrado mi objetivo. Orgulloso de mi tenacidad me dispuse a preparar…, un momento, ¿mayonesa para un huevo frito?
Tenía que admitir que últimamente se me iba un poco la olla.

SERGIO SANTIAGO MONREAL

Elisa volvió a casa cansada, en un estado ebrio más que evidente, anduvo un rato intentando introducir la llave en la cerradura, cuando por fin lo consiguió fue directa a la cocina para intentar paliar el hambre que tenía.
Abrió la nevera, estaba casi vacía, solo quedaba al fondo un recipiente con lentejas en su interior de hace varios días.
Era periodo estival, el calor al estar en el interior de la península era seco y asfixiante.
Elisa alcanzó con algo de esfuerzo el recipiente y lo introdujo en el microondas para calentarlo un par de minutos, ya que no le gustaba la comida fría y menos unas lentejas.
Cuando Elisa acabó de comerse el plato de lentejas fue corriendo al baño tras notar náuseas y una arcada llena de vómito que esparcio por todo el pasillo.
A la intoxicación etílica había que añadirle el mal estado de las lentejas tras llevar varios días en el fondo de la nevera.
Elisa tardo una semana en recuperarse de su noche de fiesta y su resaca la hizo reflexionar sobre si merecía la pena cinco o seis horas de fiesta para estar luego toda la semana con ese estado deplorable.

RAQUEL LÓPEZ

Las tripas me crujían como una sinfonía, la única manera de hacerlas callar era ir a la nevera a por el sabroso pastel que hice y que quería guardar para mañana, pues era mi cumpleaños y vendrían mis amigos a la fiesta.Ya sabéis, la tentación..
Abrí la nevera medio dormida y me encontré al fondo un gnomo.. – ¡un momento! ¿un gnomo en la nevera? pero si eso solo ocurre en los cuentos…
-¡ven! me dijo, y yo como no soy curiosa me adentre con el, hasta traspasar el mismísimo fondo de la nevera, descubrí al otro lado todo un mundo de fantasía y de color, era ¡fantástico!
El gnomo me contó que tenía que ayudarle a rescatar al príncipe encerrado en las mazmorras.. Pero, un momento, los príncipes son los que suelen rescatar a las princesas¿no?, en fin, como la curiosidad seguía siendo más fuerte, le dije que sí. Y allí, estaba él, bastante atractivo, por cierto, yo diría que tirando a resultón.. en realidad estaba bueno, para que andar con rodeos… ¡al asunto! en mi afán de rescatarlo, vino hacia mi la guardia real y con tan mala suerte que dí un traspiés y caí al fondo de un pozo.. ¡Noooo! y así, me desperté.. Mis tripas seguían crujiendo y me levanté hacia la nevera de nuevo, mis ojos se abrieron como platos al descubrir, allí, en el fondo de la nevera, al lado de mi pastel, que estaban un príncipe y un gnomo de chocolate, me prometí a mi misma que no volvería a ser tan golosa, pero… ¿como habrían llegado hasta allí…?

ANGIE CRISTINA GONZÁLEZ

Tati, ¿si revisaste bien en el fondo? Pregunta mi mamá desde la puerta.
Sí ma, abrí y cerré tres veces la.nevera ya, y sólo hay un limón, y dos tomates echados a perder. Responde mi hermanita, con un poco.de pereza.
¿Cómo te fue.mami? Grita Paola, la mayor, desde el baño.
Mal hijas, responde mamá con la voz un poco rota. Nadie me quiso fiar los panes y el cuarto.de panela, porque somos nuevas en el barrio y no nos.conocen.
Entonces qué vamos a hacer?
Pregunto yo, desde la.cama, con mucho dolor.de.estómago y lágrimas en mis ojos.
No se preocupen hijitas mías, dice.mi mamá, vamos a vender la nevera y así no.estará vacía nunca más.

VALERIA MICHOU

Hace once años, escondido en el fondo del freezer, hay un trozo de pastel de bodas.
Muchas veces el hielo del whisky, dura más que el amor.

MARI CARMEN CANO REQUENA

Una fiesta inesperada…….
Pssss pssss!! Escuchar todos, las birras del peldaño 2.º os avisamos que a las 21:00 hora local del microhondas hay fiesta en el cajón de las verduras –
– Eyyyy, avisar a toda la peña que haremos un «pica pica» con restos de pizza reseca de 8 dias, unas olivas sevillanas que llevan moho por sombrero y ese jamoncito ibérico que está seco noooo…. lo siguiete jajajajaja.
– Habrán chupitos de leche agria y zumo de naranja con placton!!
– Vamooosssss peñaaaaa y animaros a la fiesta.
Un fuet de anciana edad que reposaba sobre una servilleta avisó a sus colegas los quesos que estaban sumergidos un suculento tarro de aceite de la movida en la nevera.
– Eyyyy chavales, un par de huevos podridos están rulando por la nevera preguntando si se pueden apuntar,
-Claroooo, que traigan algo para picar cuantos más seamos mejor.
– Callad callad, que abren la nevera!!
– Eyyyy los quesitos de la puerta fijaos en la hora del micro cuando la habran……..
– Ya casi es la hora!!, -una voz diminuta salía de un bote casi olvidado en un estante de la puerta, era pepinillo!! Entusiasmado de poder salir a estirar las piernas gritaba sin parar, – fiesta en el cajón de las verduras fiestaaaaaaa!!

PEPINO NABÓDICO

TEMA DE LA SEMANA: La nevera medio llena, medio vacía, o al fondo, o algo así. Es que no me acuerdo porque me ha entrado tal éxtasis al encontrar un relato más corto que el propio tema de la semana, que mis sentidos se han visto parcialmente nublados por una leve euforia postrada ante la grandeza de la inspiración, ¿verdad? Es algo tan indescriptible, ¿verdad? la maravilla del talento humano en lo relativo al arte… que muchas veces no encontramos las palabras para explicarnos adecuadamente.
RELATO: Dil Darah. Un beso griego con yogur líquido. Coronado Smith.
NOTA DEL AUTOR: El lector ya ha pre-elaborado, elaborado y desarrollado la trama en su cabeza, ahorrando inversión en cuerpo cavernoso. El final es lo que no me queda claro si ha quedado claro.
NOTA DEL LECTOR: ¿En qué orden van los tres personajes?
NOTA DE LA EDITORA: En mi huerto aflora la flor del pepino.

LUISA TABORDA

Yo era una niña feliz, desconocía que eran los cánones de belleza.
Me gustaba más llevar el pelo corto o melena suelta,mis zapatillas y a correr, montar en bicicleta y por qué no; jugar al fútbol. En cambio a muchas de mis amigas les gustaba jugar a maquillarse; sus madres les compraban coronas para simular ser princesas y muchas otras jugar con las Barbies.
Yo era feliz ,hasta que un día llego mi adolescencia, donde tener un cuerpo de talla 34 o 36 era el sueño de toda chica.
Difícil para mí, quizás, por mis curvas hispano americanas o por disfrutar de comer. Mis caderas para algunos chicos y chicas eran un tanto desproporcionadas y mi culo demasiado gordo y que mi cintura parecía más bien un violonchelo,su mejor forma de describirme era esa para ellos para ese entonces, no me importaba lo que opinaran de mi físico.
No sé cómo pude ser tan frágil y manipulable cuando me empezaron a gustar los chicos, en el espejismo de mi vida, las que más llamaban la atención eran las chicas populares :delgadas de talla 34 y 36. Convirtiéndose en moda la fisonomía de la mujer noruega ¿ Cuál ? Los muslo suelen ser delgados y su entre pierna al estar de pie simula una V al ponerse sus leggins ajustados o sus Jeans bien apretados. Los chicos quedaban hipnotizados ,prendados al verlas pasar.
Me miraba al espejo y veía que en mi cuerpo los kilos y la celulitis.
Comencé a fijarme enamoradamente de un chico llamado Eduardo , cursaba tercero de la ESO . Mi mejor amiga al verme comer los vientos por él. Creyendo que me hacía un favor,le hablo de mi, suerte no le confesó que me gustaba puesto que sus palabras fueron –¿Esa gorda? No sé, entre lo gorda y rarita no me «mola» nada, la verdad.
Escondida detrás de la columna del patio que sostenía una de las vigas del techo , lo escuché todo, también escuché ,decirle a mi amiga – me gustas más tú.
Aquí empezó mi baja autoestima, llevándome a tener problemas con la comida: atracones de comida sin parar y luego meterme los dedos para vomitar por arrepentimiento y miedo a engordar. Al principio, parecía una buena estrategia, meter mi cabeza hasta el fondo de la nevera arrasar con todo lo que había en ella, llena de ansia y luego vomitar era disfrutar de la comida sin engordar. Hasta que se me fue de las manos. Tengo un trastorno alimenticio llamado bulimia el cual me está costando superar.
Consecuencias : desnutrición, depresión y úlceras gástricas de tanto vomitar.

JUAN JOSÉ SERRANO PICADIZO

«La última gota»
Por fin se celebró el gran acto.
La concentración del año, el grupo rock más famoso de Neverandia.
El concierto transcurrió sin problemas pero… El grito desorbitado de una salchicha, provocó que todos los asistentes corrieran alarmados.
Entre pisotones y empujones, el viejo bote de kétchup terminó gravemente herido.
Señora Tomate y la tropa hortaliza: Se apelotonaban formando un gran círculo perfecto junto a Mortadela y sus secuaces.
Kétchup, se encontraba en las últimas, apenas le quedaba una gota de vida.
El crujir de la desgastada ventosa de la nevera dejó a todos petrificados.
— ¡Mama..! ¡No queda Kétchup! — dijo una niña, analizando el fondo asomaba la cabeza apuntando con sus ojos hacia el pobre Kétchup.
— ¡Pues baja a por otro..! — respondía una voz en la lejanía.

ANTOLÍN MARTÍNEZ JIMÉNEZ

ESO AL FONDO DE SU NEVERA, SEÑORA
Un viernes 13 de luna llena, dormía la siesta la Bruja Arruga, tumbada flotando a metro y medio del suelo junto a la puerta de su pequeña casa de caramelo. Los búhos ululando al bosque, movían toda la fauna nocturna de un lado a otro creando música de suspense y momentos de pánico.
La hija del forestal se perdió de regreso a casa. Siguiendo el resplandor de la lumbre apareció en la puerta de chocolate y la golpeó con la palma de su mano.
La Bruja Arruga despertó de sus sueños cayendo al suelo de golpe.
-¿Quién se atreve a molestar a estas horas?
-Soy Astilla, la hija del Sr. Resines, el forestal. Me he perdido y tengo frío, bueno, me rugen las tripas, si tiene algo para echarse al buche mañana se lo devuelvo.
-Pasa hija pasa. Quítate los zapatos en la entrada y acércate a la nevera a ver que te apetece, coge lo que quieras.-la bruja se frota las manos y se cubre la cara con el pañuelo negro de su cabeza.
Astilla abrió la nevera, miró en la puerta de abajo y no había nada. Miró en la puerta de arriba y al fondo, envuelto en un trapo oscuro le saludaba un curioso bulto. Lo desenvolvió y sin llegar a sacarlo del habitáculo, descubrió un pequeño libro. En la portada, en letras doradas, se podía leer «Efectos Personales».
Lo abrió por la primera página y enseguida quedó atrapada en sus letras, empezó a leer:
-Si deshojas una margarita recién cortada, sabrás si tu amor te quiere o no te quiere; si no pruebas lo que deseas se te corta la hiel; si pides un deseo cuando ves una estrella fugaz va y se te cumple; si te pica la palma de la mano izquierda es que vas a recibir dinero; una llave hueca te saca un orzuelo; si te cuento las verrugas te desaparecerán; un lazo rojo en la muñeca izquierda te protege del mal de ojo; si meas donde nace el arco iris te cambia el sexo. -Así, un montón de dichos hechos que la bruja había comprobado y confirmado.
El gran libro de las verdades no escritas estaba en poder de su autora.
Astilla quedó absorbida en la lectura, sus tripas dejaron de molestar y perdió la noción del tiempo. Según leía fue sacando el libro del fondo de la nevera y justo en el momento en que salió el libro por completo, Astilla desapareció.
En la ultima frase, después de la advertencia que dice; “¡Átate los cordones que te vas a matar!” se añadió: “¡No abrir nunca la nevera con los pies descalzos que desaparecerás!

NEUS SINTES

Marc estaba enamorado desde hacía mucho tiempo de su compañera Catherine. Ambos trabajaban juntos en una unidad especial de criminología. A pesar de que el matrimonio de Catherine no estaba en su mejor momento, Marc nunca dejo de amarla, aunque siempre recibía una respuesta negativa por parte de ella.
Catherine veía en Marc a un compañero excelente, pero sus sentimientos no iban más allá de lo profesional. Ansiaba esperar algún día que el la comprendiera, que la entendiera, pero nunca cesó su amor por ella.
En esos momentos estaban trabajando en el misterioso caso de unos crímenes que estaban pasando, especialmente en mujeres, que habían desaparecido sin ser vistas nunca más. Había muchas especulaciones, de que tal vez, podría tratarse de una persona enloquecida o tal vez, otra posibilidad de canibalismo.
-¿Tienes un momento? – preguntó Marc – mientras se acercaba a Catherine para indicarle que tal vez tenía una nueva pista.
-Sí, dime, Marc – mirando los papeles que éste le entregaba. – ¡Oh! – exclamó jovialmente. Marc has encontrado una pista que nos puede indicar el camino a donde podría encontrarse el criminal…
-Puede ser una pista, Catherine. – ¡acompáñame esta noche a celebrarlo!. – Y mañana, podríamos estar capturándolo.
-¿A quién llamas? – pregunto, arrugando el ceño
-A mi marido. – Para decirle que no iré a cenar. Que tengo trabajo.
-Creía que tu matrimonio no estaba del todo… –
-Marc – le interrumpió – que mi matrimonio no vaya a las mil maravillas, no significa que no le informe de que esta noche no iré a casa a cenar, por temas de trabajo. Le guste o no le guste. – Y otra cosa, Marc, sin ofender, pero eso no es de tu incumbencia.
-No, no lo es – dijo en tono serio. Pero puedo decirte, que te conozco, incluso más que tu propio marido.
Finalizado el horario de trabajo, Marc le recomendó que no se encontraran en la oficina, ni que fueran con sus trajes habituales, para pasar desapercibidos y no resaltar ninguna sospecha. Catherine asintió.
Al llegar a casa, Catherine observó que su marido estaba delante del ordenador, tan concentrado. Que prefirió no mencionar nada más. Fue hacia la habitación, escogió el vestido rojo carmesí y lo tendió encima de la cama. Seguidamente, de desprendió de sus prendas de todo el día y se metió en la bañera que tenía acceso dentro de la habitación.
Mientras cerraba los ojos, dejando que el agua fluyera, rociando su piel, su cara y su larga y ondulada melena. Relajó sus músculos, tensos de un duro día de trabajo. Asió la toalla y envuelta en ella salió de la bañera. Se encaminó a arreglarse.
-¿Donde vas tan arreglada? – preguntó su marido, extrañado
-Ya te lo dije. Voy a celebrar con mi equipo de trabajo que tal vez mañana hayamos capturado al criminal. Te lo dije esta mañana por teléfono.
-Si me acuerdo. Pero no entiendo el porqué te arreglas tanto, si solo se trata de ir con compañeros del trabajo.
-Será que no lo entiendes. Mira, mejor no hablar.
-¡Espera! – Será que te gusta Marc, ¿verdad?. Dime la verdad. – la observó con ojos acusadores.
-¡Cómo! – ¡Esto es el colmo! – Te voy a ser sincera. No me gusta Marc. Solo es un compañero de trabajo, como otro cualquiera. Mis sentimientos ya no se en que dirección se han ido. Porque en estos momentos no deseo estar con nadie. Deseo estar sola.
-Espero que te haya quedado claro – terminó de decir, mientras cogía su bolso y se encaminaba hacia el lugar donde habían acordado.
Un coche azul marino se encontraba aparcado con las luces intermitentes encendidas. Catherine observó en la oscuridad de la noche que se trataba de Marc. Se encaminó hacia la puerta y entró saludando con ambos besos en las mejillas.
-¡Qué hermosa te has puesto! – exclamó Marc con una sonrisa en los labios.
-Solo es un vestido – respondió.
-¿Todo bien? – preguntó al ver el rostro tenso de Catherine.
-Si, perdona. Todo bien, como siempre. – ¿Hacía donde vamos?
-Hacía el Este. Aquí tengo la dirección.
-¿Has cenado, Catherine? – preguntó con mucha curiosidad
-No. No me ha dado tiempo.
-No te preocupes, tengo un pequeño apartamento a las afueras y se encuentra cerca. En breve podemos llegar. Cenamos y pensamos un plan. ¿Te parece buena idea?
-¡Estupendo! – asintió
Una vez llegaron al apartamento, hizo pasar a Catherine. Constaba de una cocina americana y una pequeña pero acogedora sala comedor y una habitación y un aseo.
-Ponte cómoda. Como si estuvieras en tu casa – le indicó
-¿Quieres que te ayude a preparar la cena? – le preguntó
-¡Oh, no! – Por favor, déjame aunque sea solo esta vez que cocine para ti. – le convenció con su sonrisa
-¡De acuerdo! – me has convencido.
Una vez preparada la cena. Una suculenta carne saboreaban ambos. Catherine no salía de su asombro, el cómo Marc sabía cocinar tan bien.
-¡Esta delicioso! – No imaginaba que supieras cocinar tan bien – le alagó
-Cuando uno vive solo, aprende a hacer todas aquellas cosas para sobrevivir. – respondió, mirando sus ojos color almendra.
Terminaron de cenar en silencio. Cada uno con sus pensamientos. Una vez recogidos los platos y la mesa, Catherine aprovechó para sentarse en el sofá ojear algunas revistas, mientras Marc le confirmaba de que salía un segundo al campo a recoger una cosa.
Después de ojear el pequeño apartamento, notó su garganta seca y decidió ir a la nevera en busca de algún refresco o vaso de agua para calmar la sed. En ese mismo instante, la vida de Catherine pasó por delante. Lo que vieron sus ojos al fondo de la nevera, hizo que su corazón se parase por fracciones de segundos, para luego volver en sí y ser consciente de que estaba sufriendo un ataque de pánico.
En bolsas de congelación y tapets, se encontraban trozos de carne, de carne humana. Estaba bajo el techo del propio caníbal que tanto tiempo había estado buscando. El caníbal era su compañero Marc. Le había tendido una trampa. Ahora comprendía su buen humor, sus ganas de celebración. Esas atenciones que de nuevo reflejaba por la mañana….
-¡Oh, no! – exclamó exaltado, Marc. – Entrando con dos cuchillos en la mano. – ¿Por qué de tantos lugares, has tenido que ir a ver dentro de la nevera?.
Marc enloquecido, zigzagueó con los cuchillos, mientras no dejaba de mirar a Catherine.
-Catherine – no he podido amarte como yo hubiera querido porque tú no has querido.
-¡Estas loco! – Eres tú el criminal. Me has tendido una trampa. – Gritos ahogados se oyeron por última vez de Catherine.
-Amor mío – Esa ha sido tu decisión. – Ahora ya te tengo. – El zigzaguear de los cuchillos fue el último sonido que se oyó dentro del apartamento.

LAURA TSUYOKI

La vecina llamó tras varios días. Cuando llegué, lo primero que hice fue ir a ver la casa. La llave no estaba echada.
El salón, perfectamente ordenado, solo tenía dos detalles: una taza de té medio vacía, y el libro de Rebeca, abierto al azar. El marcapáginas verde que llevaba cosido colgaba por el borde del papel, como si el lector no hubiese tenido tiempo de colocarlo. La ceniza de la chimenea dejaba adivinar que había estado encendida hasta extinguirse, y que, después, no había sido limpiada.
Fui a la cocina, a la habitación de matrimonio, a la del niño, y al baño. Nada más parecía hablar. De hecho, a pesar de tener los juguetes tirados por el suelo, las sábanas revueltas, y la pila llena de cacharros sucios, la casa no tenía nada que contarme. Como si, en realidad, no viviese nadie allí.
Pero no era posible, la vecina conocía a la desaparecida. Estaba cuidando de su hijo, justo allí, en la casita de al lado, la de color azul. ¿No había llamado esa misma mañana?
Dejé de buscar lo que no era capaz de encontrar, y decidí que el crío necesitaba más atención que las supuestas pistas que hubiese. Cuando, por la tarde, envíe a una patrulla —solo para dar un repaso, me dije—, me sentí gilipollas: un gilipollas de primera.
—¿Cuántos había? —pregunté a través del teléfono.
—Tres.
—¿Con la madre?
—No, no…con ella, cuatro.
—¿En la nevera?
—Sí, había un fondo falso —repitió, suspirando.
Ahí la teníamos, era el puto asesino —porque siempre hay que pensar que es un hombre, ¿verdad? — que llevábamos buscando durante meses. Las huellas pronto confirmaron que aquella señora había matado a los otros tres.
El alivio fue inmediato, por fin lo teníamos. Todo encajó en el mapa: las localizaciones, la selección de víctimas. No tardamos en localizar al padre del niño, se ocupó encantado de él.
Y, aunque quedaba una pregunta por resolver —de hecho, la más importante—, estaba dispuesto a permitir que el humo de los cigarrillos se la llevasen.

JOSE ARMANDO BONILLA BARCELONA

EL BANQUETE DE LOS SIETE ENANITOS
— ¡Proclamo a Sabio como el puto amo de los fogones de todo el jodido reino de Colorín Colorado! — levantó su copa, puesto en pie, Feliz, animando al resto de enanitos a hacer lo mismo —. Es el mejor costillar al horno que he comido en toda mi hedonista vida.
Y los demás, todos a una, lo secundaron complacidos, en medio de una algarabía de sillas moviéndose, tenedores cayendo sobre los platos vacíos y tintineo de cristales beodos.
— Gracias, gracias, muchachos — apaciguó los ánimos el aludido —. Ciertamente ésta de los pucheros es una de mis innumerables habilidades, no cabe duda. Pero como todos sabéis no la más atractiva, ni enriquecedora.
— ¡Fantasma! — protestó Gruñón, aporreando la mesa —. A mí me gustaron mucho más los jarretes al calvados, que hiciste el domingo pasado. ¡Gloria bendita!
— Para gustos colores — concedió, casi en un susurro y ruborizado hasta las cejas, Tímido —, pero el solomillo wellington le salió insuperable. Vamos es lo que pienso. Disculpad.
— ¿Y qué me decís de los muslitos a la cazadora? — intervino mocoso, entre estornudo y estornudo —. Una barra de pan me zampé yo con la salsa.
— Todo estaba riquísimo — apuntó Tontín —, el hígado encebollado, las lechecillas al ajillo, los riñones al Pedro Ximénez. ¿Qué será lo próximo, maestro?
— Poca cosa queda en la nevera — respondió Sabio, mientras ponía sobre la mesa la botella de pacharán —, casi nada, como mucho para hacer un caldito rico, eso sí.
— Pues habrá que salir a cazar otra pieza — razonó Gruñón —, a ver si tenemos suerte y pillamos una como ésta.
— Desde luego, ha sido la mejor en mucho tiempo — murmuró Tímido, después de meterle un tiento, pequeñín, a su copita de licor.
— ¿Y cómo dices que se llamaba la criatura? — preguntó Tontín, a la vez que se escarbaba los dientes con un palillo.
— Blancanieves, me parece — dijo Sabio —, y no, no creo que tengamos la potra de volver a encontrar algo parecido en mucho tiempo.
— En fin — concedió Dormilón desperezándose —, ¡qué le vamos a hacer! ¿Qué tal una siestecita? Me pido debajo del pino, junto a la fuente, que hace una tarde de cuento de hadas.
Y colorín, colorado, etc, etc.

MARINA CALVO GONZÁLEZ

Suele suceder que, pensando en la nevera, vuelvo a mi querido pueblo, porque allí , en ese bonito pueblo, hay una «nevera», mas, no es ese gran cajón que ocupa tanto espacio en la cocina, no.
En mi pueblo hay una «nevera», que no es un objeto, sino un lugar ; un lugar sombrío , frío, desapacible, que nunca le da el sol, y que, desde el principio de los tiempos, se ha llamado así: La Nevera.
Antes de aparecer la nevera (frigorífico) existía la «fresquera», una especie de caja de madera con las paredes de tela metálica, para que entrase el aire, pero no los insectos. Se colocaba en el balcón que daba al norte, o en el lugar más frío de la casa.
Vuelvo a la nevera actual, que me estoy perdiendo. La mía es blanca, de tamaño mediano, que unas veces está llena, y otras se ve el fondo medio vacío.
Aquel día de verano estaba a rebosar , con el congelador cargadito de helados. Al día siguiente vendría mi familia, y quería que no faltara de nada.
Llegó la noche, y me fui a la cama feliz, pues lo pasaríamos bien en el cumpleaños.
Y soñé, ¿ o fue pesadilla? Soñé que de la nevera salían ríos de agua teñida de todos los colores del arco_iris, y que la cocina se estaba inundando de aguas de colores. Me afanaba por recogerla. Con la fregona, echando toallas en el suelo; imposible; la nevera se había convertido en un manantial de donde fluía agua de colores. Estaba desesperada, y desperté. ¡Qué alivio! _ pensé, ha sido horrible. Cogí un caramelo de la mesita, y poquito a poco acudió el sueño.
A las ocho sonó el despertador. A tientas quise encender la lamparita y no lo conseguí. Me levanté y pulsé el interruptor de la pared, seguía a oscuras. Pensé mal, muy mal, pero acerté: avería y apagón en todo el edificio.
Ya en la cocina, abrí la nevera: llena hasta el fondo. Abrí el congelador: lleno hasta el fondo pero, había ocurrido algo horrible; los helados estaban blandurrios, medio fríos, llenos, seguramente, de aguas amarillas , rojas , verdes, marrones… , porque los había de todos los sabores.
Recordé el sueño , ¿fue una premonición? Haberlas, haylas.

MANUEL ALBÍN EXTREMERA

De forma paulatina y sin alegría se fue evaporando mi ilusión; una ilusión ficticia y soñadora que sólo la tenía yo. Al mirar la nevera en una noche de calor el cielo estaba alumbrado por la luz de la luna que se pasea plácida entre dóciles estrellas, dándome envidia sana ya que ella con la brisa del universo no tenia ningún motivo para tener calor por tanto tengo que mirar en el fondo de la nevera haber si hay hielo.
Como no puedo dormir he salido por la noche llegando hasta la madrugada, paseo por las calles desiertas de mi dulce pueblo, en silencio me acompaña mi sombra con las viejas farola y la soledad, pero mi pensamiento está en otro lugar, en mi nevera y más concretamente en su fondo, que siempre hay hielo y ahora que quiero refrescarme no hay.
Parece que lo veo entre las sombras cuando se cruza en mi mente yo permanezco sentado en un banco de la plaza a ver si refresca algo , con tanto jaleo al andar estoy acalorado y sigo pensando en el frío en mi fondo de mi nevera.

MARÍA ROSA ROLANDO

En el fondo de la nevera, guardé mi chocolate preferido. Camuflado en un Sachet de yogurt. Lo compré con almendras y lo coloqué dónde los ojos curiosos y manos hambrientas no pudieran descubrirlo. Abro de vez en cuando para asegurarme que se encuentre allí y disfrutarlo a solas mientras miro una peli.
Llego el viernes, es el momento. Todos duermen. Después de la ducha reparadora, con el pijama puesto, me dispongo a disfrutar, mientras el aroma a cafe inunda el ambiente. Observo a mi alrrededor, nadie cerca, calzó las pantuflas y casi en punta de pie voy en busca de mi tesoro.
Abro la heladera y en ese momento mi corazón se detiene. El sachet no está, comienzo a buscar casi sin aliento. Quién se atrevió? Como poseída entro al cuarto y comienzo a indagar entre los sospechosos. Mis hijos, con sus auriculares, no prestan atención, siguen con lo suyo.
Mamá tiene un ataque de ansiedad, piensan. Mi marido, creo que se hace el dormido. Vuelvo a la cocina, desencajada, sin poder decir lo que tenía allí guardado. Y entonces un mensaje en la pizarra :_ Señora, hoy limpié la heladera, tiré un sachet de yogurt que estaba vencido.
La noche especial llegaba a su fin. Apagué las luces, desilusionada, traicionada, me fui a la cama, pensando en un nuevo escondite.

ED RT

— ¿Qué era lo que había ahí, al fondo?
— ¿Ahí?
— No, más al fondo.
— ¿Ahí?
— A la derecha.
— ¿Ahí?
— Si, justo ahí.
— Durante un tiempo hubo un pastel de bodas. O, mejor dicho, el último trozo de uno.
— ¿Y por qué estaba ahí?
— Supongo que a alguien le parecía bonito tener los muñequitos.
— Ya, claro… Pero ahora no están. ¿Qué ha pasado? ¿Y qué es esa cosa que hay ahora?
— Ay, «¿qué ha pasado?». ¿Qué ha pasado? Lo que pasa con todo. Fondo de armario, fondo de nevera, fondo de luna, fondo de sueños… Todo tiene un fondo, donde van quedando las cosas que ya no son cosas, las cosas que uno quería que fueran importantes, pero que se han ido quedando atrás, al fondo.
— ¿Y ahora qué es esa masa viscosa y deshecha?
— ¿No es evidente? Es el fondo, que todo lo traga. Es el pedazo de pastel, por el que ha pasado el tiempo con sus harapos viejos. Aún se puede distinguir el brillo de ilusión de los muñecos, ja. Ya te lo digo: cuidado con los fondos, que tragan, que ahorcan, que, ni más ni menos, quedan aplastados por lo nuevo. El fondo y lo viejo. El fondo y lo que era importante. El fondo y lo que querías querer, bajo capas y capas de nuevo. Venga, vámonos ya.
— Oye, ¿pero me dirás qué pasó con los de los muñecos?
— Quizás otro día.
— Pero al menos dime: ¿se querían?
— Desde el fondo de su corazón.

BEA ARTEENCUERO

-¿Marcelo, que son esas cajas que están en la nevera? Ocupan todo el espacio. – Son las vacunas, para todo el equipo, se las aplican en dos días, viajan a Mendoza dentro de 20 días; Estoy haciendo un cartel, para que no la habrán!! NO HABRIR…FONDO DE NEVERA. Nadie va a curiosear pensando que está vacía. -¿Por qué en esta nevera?- Porque es la única y tenía espacio disponible , hace días reservabado. Llego el día, se vacuno a todos, jugadores, entrenadores y quienes viajaban; Al día siguiente el arquero, presento sintomas de estar enfermo, así uno a uno fueron cayendo , se les hizo el estudio correspondiente, no había dudas, todos dieron positivo de COV 19, por supuesto fueron aislados…¡ No puede ser! Decían los dirigentes del club, ¿Cómo es posible? Se supone que será leve, ya que están vacunados. Todo se volvió un caos, fueron hospitalizados, en algunos casos en estado grave, nadie comprendía nada, la vacuna es efectiva en un 98.2 comentaban. Por supuesto el partido se suspendió, perdiendo la posibilidad de entrar al campeonato anual. Lo importante era la salud de todos, estaban muy preocupados, lo médicos seguían haciendo estudios, El laboratorio investigaba él porque del fallo de la vacuna, siendo que se había aplicado a miles de personas con resultado positivo. Lo que no supo nunca, que la persona que hace el aseo, en el establecimiento accidentalmente desenchufa la nevera, nadie se dio cuenta hasta la noche siguiente, que la misma persona al observar agua alrededor de la nevera, agarra el cable y simplemente la vuelve a enchufar. Resultado: Las vacunas perdieron la cadena de frio y por consiguiente su efectividad. Este hecho fue conocido y por consiguiente la duda, se anuló la compra de millones de dosis y casi, casi los gobiernos rompen relaciones. Un acto involuntario desato una crisis con consecuencias mundiales. LA PRENSA DEL MUNDO ANUNCIAN… Se suspende la venta de la vacuna xxx , los científicos investigan un posible error en la formula.!!


SERVANDO CLEMENS

No me levantes el mano o…
Son las diez de la noche. Llego a casa cansado y hambriento. Malas noticias: todavía no he podido conseguir un trabajo, en las entrevistas aseguran que me llamarán después. Hace ya un mes que me despidieron de la fábrica y siento que la buena fortuna no está de mi lado. Es tiempo de cambiar de aires, de ciudad. Mañana me voy. ¡Pero ahora mismo estoy tan hambriento y no he tenido para llenar el refrigerador!
Mi jefe era un verdadero tirano, un idiota: nos hacía trabajar más de diez horas y no pagaba las horas extras. Las condiciones en la empresa eran dignas del siglo antepasado. Parecíamos esclavos rogando por un trozo de pan y un vaso de agua. Trabajábamos en condiciones insalubres; en medio de ratas, cucarachas, excremento de aves y basura podrida regada por dondequiera. Sólo teníamos veinte minutos para almorzar una comida vomitiva que servían en el comedor comunal, y únicamente nos otorgaban un permiso de cinco minutos para ir al baño a vaciar la vejiga.
El jefe era un ser perverso, él nos insultaba cada vez que podía hacerlo, nos gritaba, e incluso, llegó a patear el trasero de uno que otro obrero sumiso. Sólo le faltaba un látigo para azotar nuestras esqueléticas espaldas.
Prendo el foco del baño, cojeo hacia el retrete, bajo la bragueta con manos temblorosas y orino sangre. Observo en el espejo mi rostro demacrado. Todavía tengo el párpado caído, el ojo inyectado de sangre, la costilla quebrada y la nariz desviada. Dicen que puedo perder el ojo si no me practican una cirugía a tiempo. Con este aspecto de monstruo, quién demonios me va a contratar. Tampoco pude operarme el tabique nasal porque en la fábrica no teníamos seguro social. Nos mintieron, nos hicieron firmar documentos y el asunto fue una farsa, un teatrito. ¡Qué imbéciles!
Lo sé, ustedes se preguntarán: ¿qué le pasó a este tipo que no para de narrar sus desdichas? Esperen un segundo, primero tenía que presentarles un contexto para que medio entendieran.
¡Va la respuesta resumida sin más preámbulos!
Sábado por la noche. Eran las nueve y media y el jefe no nos dejaba ir, pues decía que teníamos que terminar la producción del día a como diera lugar ya que los dueños extranjeros no podían esperar. Muchos compañeros renunciaron por la pésima situación laboral; sin embargo, esa no era nuestra culpa. Ellos tenían que contratar a más personal, ¿no creen?
—¡Ponte a trabajar, Hernández! —me increpó el jefe con esa jodida expresión iracunda.
—Estoy cansado, de verdad, necesitamos un descanso. Ya me he partido el lomo por bastantes horas. ¡Mire mis manos, carajo!
—Deberías estar agradecido, holgazán. Allá afuera ya no hay empleo. ¡Maldita lacra!
Las extremidades me temblaban, no lograba dar paso. Hacía demasiado calor, tal vez estaba deshidratado. No teníamos permitido salir de la línea de producción. Cuatro horas sin beber ni una sola gota de agua y siete horas sin comer, ustedes ya sabrán. Además, el trabajo era realmente rudo. Las lágrimas me brotaban, pero no era de tristeza, sino de la rabia contenida.
—Váyase a la mierda —dije con voz débil.
—¡Ah, te crees muy valiente!
El desgraciado tronó los dedos. Dos guardias de seguridad me sostuvieron de los brazos. Yo no podía defenderme. Estaba débil y delgado.
—No, por favor —supliqué, arrastrando las piernas.
—Observa este puño —amenazó—. Con este mazo te daré una lección. Fui boxeador durante mi juventud, ¿sabías? Vaya que poseía talento. Tenía fama porque la potencia de mi izquierda era extraordinaria. Todavía lo es, Hernández.
Un puñetazo en las costillas hizo que me doblara; no obstante, no caí porque me tenían bien agarrado. Después siguió una andanada de porrazos en mi cara, todos bien dirigidos con ese brazo de hierro.
Me dejaron caer al suelo. Casi me ahogo con mi propia sangre. Me encontraba semiinconsciente. El jefe me pisó la entrepierna y por último me escupió en la cara.
—Saquen a esta basura —dijo al tiempo que daba media vuelta para marcharse—. No vale la pena.
Los guardias me sacaron a rastras, mientras reían de mi desgracia. Me jalaron de los pies y me dejaron en la calle como si fuera un animal muerto. Empezaba a llover y el agua se llevó mi sangre. Un perro callejero que buscaba comida me lamió el rostro y luego se largó, indiferente. Ya no soportaba más dolor, más denigración. ¿Por qué me golpeó sin piedad? Es sencillo: es un demente, un sujeto irascible que no respeta la vida de los demás, alguien que se cree superior, un individuo que merece un castigo ejemplar.
Desperté en un hospital. Una enfermera me comunicó que había sobrevivido de puro milagro. Me sacaron pronto de la clínica, porque como ya les platiqué anteriormente, no tenía un seguro médico y mucho menos dinero para solventar los gastos.
Salgo del baño. Me echo gotas en el ojo malo. Abro la botella de aguardiente y tomo lo último que queda. Las tripas me exigen alimento. Recibo una llamada, es uno de mis excompañeros de la fábrica, un buen muchacho.
—¿Cómo sigues, Hernández?
—Muy mal —le digo—. Estoy jodido.
—Todo en la vida se paga, créeme.
—Ojalá.
—Ayer asaltaron al jefe, cerca de su casa —anuncia con satisfacción—. Le robaron la billetera y el teléfono móvil.
—¿Sí?
—¡Aquí viene lo bueno, amigo! Le pusieron una paliza, le cortaron el brazo izquierdo con un hacha, supuestamente. Y lo dejaron tirado en la calle, agonizando. Está muy grave en un hospital.
—Se lo merecía, ¿no?
—Sin lugar a dudas —dice.
Nos despedimos y quedamos de vernos para echarnos un trago en la cantina de siempre, aunque yo estoy a punto de desaparecer de la ciudad. Cuelgo. ¡Qué hambre tengo! Prendo la estufa, coloco la olla en el fuego, le pongo agua y le echo un puñado de arroz. Del fondo de la nevera saco un trozo de carne envuelto en un periódico, aún manchado de sangre. Meto en la olla un brazo, aquel que cuando estaba conectado a un cuerpo, fue capaz de hacerme sufrir, de vejarme, de tratarme como si mi vida no valiera nada.
Abro la cartera, lanzo a la cesta de basura un par de credenciales, ¡caray, el rufián traía mucho dinero en efectivo! Tomo el teléfono una vez más y llamo:
—Sí, diga, La fábula pizza para servirle.
—Quiero una pizza grande, una hawaiana, por favor.
Estoy comiendo un delicioso trozo de pizza y bebiendo una soda de arándanos, recostado en mi sillón, viendo las noticias. El perro disfruta de la carne jugosa de ese antebrazo nervudo; le gusta tanto que hasta roe los huesos con enjundia. ¿Pensaron que yo le comería ese sucio brazo? Bueno, mejor no respondan.
—¡Disfrútalo! —le digo a mi fiel amigo—, quizá después te traiga otro.

GINO ALBARETI TARANTINO

Todo el mundo tiene deseos, algunos grandes y otros más pequeños. Pero lo cierto es que el ser humano solo necesitas cosas pequeñas para vivir, entonces, ¿Qué necesidad de pedir algo grande?.
Esta pregunta me llevó a buscar pequeños detalles que fueran pequeños deseos, y así, llegué a trabajar de cooperante internacional. En mi primer destino visite una aldea remota de Kenia. Y pregunté a los aldeanos más curiosos ¿Cuál es vuestro mayor deseo?.
Hubo dos cosas que llamarón mi atención, lo que pidieron y que tuve que explicarles que era un deseo. Tuve que explicar que un deseo era algo que querías que pasará pero podía no pasar. Entonces preguntaban ¿para qué tenerlo entonces?. Lejos de la retórica filosófica de la ilusión, esperanza y que para poder ver un futuro hay que tener un presente, uno de ellos pidió como deseo tener una nevera. Ello significaba agua, luz, un hogar y comida.
Días más tarde un chamán de otra aldea famoso por su magia me dijo que me concedería un deseo que duraría 5 minutos. Luego de pensar un minuto y reunir los recuerdos de la pobreza que estaba presenciando, se me ocurrió un deseo.
Pedí tener delante mía una gran nevera que tuviera todo lo que la gente del mundo tiene en ese momento en su nevera. Tras dos chim pums apareció una nevera estándar con una profundidad casi infinita.
Con prisa, comencé a sacar todos los alimentos que pudiera para poder dárselo a la gente que los necesitaba. Tenía 5 minutos, así que debía de hacerlo rápido. Logré sacar muchos alimentos y cuando apenas faltaba un minuto, pensé en buscar un alimento que no pesara tanto y que pudiera alimentar a muchos, entonces decidí meterme dentro de la nevera y explorar más lejos. Apenas se me acaba el tiempo y visualicé cerquita una caja congelada. En el nombre de la caja ponía «no comer». Mi insaciable curiosidad me llevó a llevarme la caja antes de que pudiera cerrarse la nevera para siempre.
Una vez fuera abrí la caja con expectación y al ver lo que había en el interior quede perplejo.
  • No lo entiendo – dije al Chamán
Mi cara era un poema, era la palabra confusión escrita en 3 idiomas.
El Chamán se acercó, abrió la caja y mirándome dijo;
  • Esta caja contiene algo que no son alimentos. Esto es algo que muchas personas decidieron colocar aquí para protegerlo de todo lo que había fuera de sus neveras. Decidieron además, congelarlo para silenciar sus latidos. Estas personas decidieron ignorar esta parte de si mismas y vivir su vida de otra manera. Estos corazones congelados, son la decisión de algunas personas de dejar de ver el mundo con el corazón en las manos. Decidieron dejar de sentir.

GAIA ORBE

Abrí la heladera. No había nada más que mucho hielo blanco y nevado. Iba a cerrar la puerta cuando una sombra diáfana en la nevera me detuvo. En el fondo se veían unas letras en negro bajo un pequeño iceberg que se había formado en el ángulo derecho. Rasqué con los dedos. No salía. ¿Qué era? Tomé un cuchillo y volví a raspar. Disminuyó la altura de la montaña helada pero no se desprendía. Hasta que puse agua caliente en un vaso, lo eché en la nevera y entre el humo se hicieron visibles estas palabras: » Pedido Confirmado 31946″. Entonces me di cuenta de que muy pronto las cartas llegarían al fin del mundo.


TESS LORENTE ESCRITORA

Todo el día trabajando. Dedicando cada segundo del día a atender las necesidades de los demás. Siempre lo preparaba todo de antemano, para poder satisfacer cualquier tipo de antojo que tuvieran mis apreciados clientes.
Me gustaba mi trabajo.
Al llegar con mi traje chaqueta y mis lustrosos zapatos de tacón, todos sonreían aliviados. Sabían que en cuanto me colocaba tras el mostrador de la recepción del hotel, sus problemas se solucionaban, sus peticiones eran atendidas al momento y sus caprichos satisfechos.
¡Era la mejor!
Prueba de ello eran las continuas notas de agradecimiento y los obsequios que me brindaban, todos y cada uno, de mis clientes.
Mi jefe, encantado con mi profesionalidad, delegaba todas las decisiones importantes en mi persona y seguía mis indicaciones, como si fuera un oráculo o un gurú, que aseguraba el éxito de su negocio.
Hasta ahí todo era perfecto.
Pero al llegar a casa, la única clienta a satisfacer era yo misma.
En penumbra, paseaba por las salas desprendiéndome de mi ropa, hasta quedar completamente desnuda.
Abría la nevera y sacaba del fondo un platito con trocitos de queso Camembert, que acompañaba con unas almendras tostadas. Una buena copa de vino Rioja. Música ambiente relajante y la cálida luz de unas velas.
Me sumergía en la burbujeante agua de la bañera, preparada para deleitarme con mi deliciosa recompensa.
Era mi premio tras una maratoniana jornada laboral.
Ese instante era solo mío. Era mi momento.
Un bálsamo de paz con el que recargar pilas.

EMILIANO HEREDIA JURADO

Urgente
Buenos días, Hermana.
Te extrañará ,recibir un email del ayuntamiento de nuestro pueblo….y encontrarte con que soy yo. Disculpa si te molesto.
Pero, hace ya tiempo, que no dispongo de Internet, tan sólo el teléfono fijo, dela casa de padre y madre, que siempre ha estado esperando una llamada tuya, en la mesita de la entradita, cubierta con un tapete de ganchillo, dé esos tan bonitos que hacía mamá.
Y tu teléfono móvil, hace tiempo que se olvidó de mi nombre…y de los de padre y madre.
Gracias a Eliseo, que ahora trabaja de administrativo en el ayuntamiento de nuestro pueblo, te puedo escribir este correo. No te escribo para pedirte limosna alguna.
Ni tampoco, quiero ni necesito tu compasión.
Sólo te escribo estas líneas, para comunicarte que padre, falleció ayer, victima del covid, al igual que madre el año pasado. No sé cuando leerás éste mensaje. Si es que llegas a hacerlo.
Sólo decirte que, desde que empezó esta maldita pesadilla ,las cosas en casa de padre y madre, fueron menguando como el fuego de una cerilla ,hasta que esta se apaga del todo.
Mi trabajo de camarera, desapareció, al igual que las pensiones de padre y madre, que tanto esfuerzo les costó conseguir después de tantos y tan arduos años
de trabajo.
Me extrañaba que, con el paso delos años, a la vez que tu carrera profesional y personal iba creciendo, la cuenta bancaria de padre y madre, iba decreciendo. Esto lo he descubierto, gracias al Eliseo, que es amigo de Tomás, el director de la caja rural, y me he enterado de, todas las transferencias bancarias que mensualmente padre y madre te habían echo hasta ahora….
Por culpa de tu vida de señoritinga rica, padre y madre, han pasado fatigas, y penalidades. Me di cuenta ,hace unos dos años cuando, notaba, quela nevera de madre, cada día, iba quedándose más vacía, cada vez que iba de visita. Madre decía que ,ahora que eran dos ,necesitaban mucho menos que cuando vivíamos las dos en casa.
Ojalá ,pases el hambre y la necesidad que padre y madre pasaron por tu culpa. No sólo les vaciaste la nevera. Sino ,su vida, su viaje a Canarias, con el que tanto habían soñado y cuyo dinero, me he enterado ahora, fue destinado a pagarte no se que de un master.
Hermana ,y es la última vez que te lo llamo, no te molestes en venir al pueblo, a recogerlo que queda….padre te quitó el mes pasado, del testamento, y ya no hay nada, no hay nevera que puedas dejar vacía.
Por si te interesa, ya no voy a ir a las cola del hambre, que durante estos meses organizaba el padre Damián. Con el dinero que padre, bien tenía a buen
recaudo en un seguro de vida, ahora soy yo, la que va a ayudar ala gente, a tener llena su nevera. Y el mes que viene, me caso con el Eliseo.
No estás invitada, ni eres bien venida.!

OMAR ALBOR

Una mañana congelada como tú nariz frente al vidrio.
Una mirada tan gris tan olvidada, cuando me di cuenta, mi cabeza estaba dentro de la nevera, buscaba hielo.
Y el whisky ya transpiraba porque tú boca y la mía lo tomaban solo, en un suspiro la botella se terminó.
Vuelvo a la nevera y recuerdo que el hielo no está.
Vuelvo al súper y compro otro whisky.
Tus y mis labios transpiran inocencia y la nevera sigue vacía.
Cursi.

ROCÍO RB

Cuando éramos jóvenes y nos bebíamos hasta el agua de los floreros, es bien sabido que al volver a casa entraba un hambre del demonio. Esto es lo que le ocurrió a mi amigo Chirri una noche, cuando aún vivía con sus padres:
Habíamos salido de fiesta por una conocida zona de Madrid donde, si lanzabas una piedra, esta daba contra un bar, pub, garito, antro, igual daba y a nosotros más, sobre todo a medida que avanzaba la noche. En mitad de nuestra particular gymkana, en la que ganaba aquel que consiguiera volver a casa sin arrastrarse, nos comimos un bocadillo en el único sitio que abría hasta bien entrada la madrugada. Chirri, por aquel entonces, era cocinero, y nos dio la tabarra informándonos de la procedencia de la carne que estábamos engullendo. A pesar del asco, el bocata nos dio fuerzas para continuar la maratón y que hasta los peces temieran por su supervivencia si pasábamos junto a sus peceras.
Por mi parte recuerdo hasta ahí, el resto son risas, tropezones y que no gané esa noche, lo hizo Chirri, quien al día siguiente, a una hora indeterminada, me contó cómo me dejó en mi casa como quien abandona un bebé a la puerta de un convento.
También me confió (sí, me dijo que quedara entre nosotros, pero no pude cumplirlo) que, al llegar él a la suya, se moría de hambre. Se metió en la cocina y rebuscó en la nevera. No había nada precocinado ni que pudiera jalar de un bocado, pero al fondo vio un vaso con un par de yemas de huevo. Pensó que su madre se habría hecho una tortilla de claras, así que decidió darles provecho y freírse esas yemas.
Puso una sartén al fuego, echó aceite, esperó a que se calentara. Comprobó con su mano sobre el recipiente que ya estaba a la temperatura adecuada (todo un profesional del riesgo para la melopea que llevaba, pero así me lo relató) y por fin vertió los huevos. ¡¡Aquello se convirtió en una batalla campal!! Todo eran chispas, salpicones y estallidos. Asustado, enseguida cogió una tapa y minimizó los daños, pensando que el vaso tendría algo de agua y de ahí el alboroto. Se cabreó mucho y se le pasó el hambre, dejando la sartén tapada y yéndose a la cama.
A la mañana siguiente su madre le despertó a voces.
—¡¡Chirri!! —Imagino que le llamaría por su verdadero nombre, pero no recuerdo cuál es, nunca le he llamado por él—. ¿Qué tremenda borrachera traías anoche?
—¿Quién? ¿Yo? —preguntó adormilado, sin verlas venir—. ¿Qué dices? Si llegué de maravilla.
—¡De maravilla, dice! ¿Sabes la que has armado en la cocina?
A Chirri ahí se le iluminó el cerebro, ya sabía por qué estaba tan cabreada su madre.
—Ah, bueno, es que llegué con hambre, me fui a freír unas yemas que encontré en la nevera, pero el vaso debía tener algo de agua y salpicaba. Al final lo dejé. No quise despertaros poniéndome a fregar, pero ahora mismo lo arreglo todo —dijo mientras se levantaba.
—¡Agua, dice! Ven ahora mismo y explícame ese desastre.
Extrañado e intrigado, Chirri siguió a su madre hasta la estancia del desaguisado. Se encontró con salpicones en paredes y campana y la sartén tapada, como la había dejado.
—Jo, pues no es para tanto. Desayuno y me pongo a limpiarlo.
—¡Levanta la tapa y déjate de vainas!— gritó su madre ya enfada.
Asustado como estaba, siguió sus órdenes sin rechistar y, ¡oh, sorpresa! Dentro de la sartén había dos melocotones en almíbar recubiertos de aceite.
Finalmente tuvo que reconocer que algunas copitas sí que se había tomado. Hay cosas que no siempre son lo que parecen, sobre todo en el fondo de la nevera.

ALBERTINA GALIANO

Violeta volvió a girar sobre sí misma, y de nuevo revisó las repisas una a una, sacando todo el contenido hasta la última molécula.
Encontró las cartas de parejas de cuando niña, la mochila de tela vaquera que tanto le gustaba, el pintauñas reseco de hace siglos, los saquitos de olor, los cromos, el libro de canciones viejas, fotos y más fotos… pero lo que tanto necesitaba no daba ni señal de vida.
Así que volvió sus entresijos del revés y consiguió doblarse sobre su propia cintura. Y en un salto digno de la mejor gimnasta artística deportiva se introdujo justo en el fondo del congelador.
Por fin, nada más entrar allí, volvió a sentirse como en casa y supo que había encontrado su lugar.
En una mano el bonobús milenariamente caducado y en la otra el colgantito de cascabel. Y ella encogidita y linda, apretadita en su insulsez, estática en el pasado consiguió pervivir en un universo continuo, sin que nadie ni nada la molestara.
Como un besugo en su blister de escarcha.
A la mañana siguiente los nuevos propietarios abrieron ventanas y orearon todas las estancias. Por supuesto lo primero que hicieron fue echar el frigorífico enterito al montón de escombros, porque cuando uno adquiere una nueva vivienda debe descartar lo caduco y usado, y hartarse de estrenar.
¿Y Violeta?
Consiguió salir del cajón del frigorífico… pero le quedó en la espalda, como esculpida, una adherencia dermatológica con forma de bandeja de poliespan de las del Mercadona.
No le dolía, pero condicionó su imagen y su postura hasta el final de sus días.
Cosas de la nostalgia.

LOLY MORENO BARNES

— Mamá, ¿que es un nevera?¡Mi amigo Pedro dice que la nevera de su casa siempre esta llena!
— Una nevera es un electrodoméstico para conservar los alimentos.
—-¡Ah!
Mamá,¿ que es un electrodoméstico?
—-Es un aparato que se enchufa a una fuente de corriente eléctrica.
—- Mamá, ¿porqué no tenemos una fuente así en la chabola?
—- Hijo, porque estas chabolas donde vivimos son ilegales.
— Mamá, porqué son ilegales?
—- Significa que no tenemos permiso de construir nuestra casa aquí y tampoco podemos hacerlas donde es legal porque somos pobres.
—- Entonces…¿ ser pobre es ilegal?
__ ¡ No hijo! ¡Ser podre no es ilegal ! pero la mayoría de la sociedad se empeña en marginarnos fuera de su habitad, mientras nosotros al contrario tratamos de salir de ese marguen que tira de nosotros hacia un abismo.
__ ¡Mamá! cuando crezca, quiero trabajar mucho y ganar dinero para poder comprar para ti una nevera muy muy grande, tan grande que nunca puedas llegar a su fondo y nunca nunca esté vacía.
¡Y todos los chabolistas puedan alimentarse de ella hasta que dejen de ser pobres!
__¡ Eres buen hijo!
¡ Ojalá el mundo conozca tu nevera!

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16 comentarios en «Fondo de nevera»

    • Mi voto es :
      Alberto Medina Moya y su …
      aquel tarro de sus sueños en un rincón insospechado.

      También para Albertina Galiano y su relato sobre <> » sentirse como en casa» a pesar de las secuelas.

      Responder
  1. Jose Armando Bonilla Barcelona, por su humor negro se lleva el punto. Cabe destacar a Loli por su ternura y a Emiliano, por credibilidad.
    Felicidades, sin embargo a todas las entradas.

    Responder

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